DEL EJÉRCITO CONSTITUCIONALISTA
AL EJÉRCITO NACIONAL.
CONSIDERACIONES GENERALES
Al concluir la etapa armada de la Revolución,
ya en 1917, la vida política pareció escindirse en dos bandos supuestamente
irreconciliables: el civilista y el militarista. Afirmaciones como ésta, que
tienden a simplificar cuestiones sumamente complejas, tienen que matizarse. No
tanto por resolver la aparente dicotomía, sino para precisar el carácter del
grupo calificado entonces como militarista.[ 1 ]
Cierto es que después de una revolución, los
elementos armados que intervinieron en ella tienden a reclamar una parte o la
totalidad del poder. Esta situación se presentó en la historia mexicana al
finalizar la independencia de una manera contundente; después se repitió a raíz
de las guerras de Reforma e Intervención, aunque en menor proporción, gracias a
Juárez. El fenómeno resurgió en 1917, tras el intermedio porfiriano -surgido
éste de Tuxtepec- y del huertismo, fruto de un golpe militar.
¿Qué novedades se presentaron en este año?
¿Qué diferencias con respecto a la Independencia y a la Reforma e Intervención?
De hecho, el único factor aparentemente común es la circunstancia. El resto es
diferente.
La plana mayor del Ejército Trigarante y, en
general, las del existente hasta Ayutla, estaba integrada en su mayoría por
antiguos criollos realistas, y en menor parte por criollos o mestizos
insurgentes. Entre los primeros cabe citar a Antonio López de Santa Anna,
Manuel Gómez Pedraza y Anastasio Bustamante, y entre los segundos a Vicente
Guerrero, Guadalupe Victoria y Nicolás Bravo, todos ellos generales y, en un
momento de su vida, presidentes de México.
A reserva de emprender un estudio detallado,
lo cual es deseable, puede afirmarse que los generales, jefes y oficiales del
ejército mexicano entre 1821 y 1854 eran elementos de origen criollo
novohispano. Esto le dio al ejército, en cierta medida, un carácter de casta,
típicamente militarista. A un ejército como ése, las familias podían aspirar a
enviar a sus hijos a emprender la carrera de las armas, con la confianza de que
escalarían alturas equiparables a las del sacerdocio, con mayor garantía que
una profesión liberal. Si se piensa en los ejércitos de los bandos liberal y
conservador de la guerra de Reforma, su oficialidad, jefatura y generalato
estaban integrados por elementos surgidos de la sociedad de transición
decimonónica, donde por medio de la carrera de las armas se podía ascender en
la escala social y, sobre todo, política.[ 2 ]
Benito Juárez estableció bases firmes para
consolidar un poder civil en México, a pesar de que el país acababa de salir de
una larga etapa de guerras, habiéndose encumbrado algunos generales con
aspiraciones políticas. Es conocido el hecho de que redujo las tropas
considerablemente, quitándole así fuentes de poder a ese tipo de militares. Las
bases establecidas por Juárez fueron de tal manera sólidas, que ni siquiera
puede calificarse al gobierno de Porfirio Díaz de ser propiamente militarista,
a pesar de haber surgido de una rebelión militar, hoy centenaria. Y es que el
propio Díaz ya no corresponde al esquema típico del militar de la primera parte
del siglo XIX,
sino que anuncia el caso que se volverá a dar en la Revolución, es decir, el de
un civil que por la circunstancia se convirtió en militar. No hay que olvidar
que Porfirio Díaz, el general-político más notable de la historia mexicana,
estudiaba leyes en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, donde fue alumno
de don Benito Juárez. Esto, aunado a su ser mestizo, implica en buena parte el
que su largo gobierno autocrático no fuera, paradójicamente, militarista. Ya
sea por el tipo de legislación, por haber guardado siempre las formas
institucionales y por haber integrado su gobierno con civiles, con la sola
excepción del ministerio del ramo.
La única tendencia más acusada de intento
proclive al militarismo la proporcionó el general Bernardo Reyes, cuando en su
carácter de secretario de Guerra y Marina, creó la Segunda Reserva. Este cuerpo
-tema que reclama investigación- se significó por haber reunido a un gran
número de civiles que voluntariamente concurrió a recibir instrucción militar,
en calidad de tropa, clases y oficiales. Suprimida, obviamente, a instancias de
Limantour y los científicos, la Segunda Reserva llegó a contar con cincuenta
mil efectivos, al decir de un autor.[ 3 ] La organización que trató de darle
Reyes al ejército contrasta con la establecida por el propio Díaz, que
descansaba fundamentalmente en un cuerpo paramilitar: los rurales[ 4 ] y en una organización con las
siguientes características:
El general Díaz [...] dividió [...] el
territorio nacional en 12 jurisdicciones militares denominadas zonas y a su vez
subordinadas a éstas creó más de 30 mandos territoriales, denominándolos
jefaturas de armas, de tal manera que el Ejército Federal a principios de este
siglo fue dividido en 30 partes, o mejor dicho pulverizado de tal manera que ni
siquiera llegó a tener cada jefe bajo su mando una unidad de tipo Batallón de
Infantería o Regimiento de Caballería, llegándose por tanto a las cifras por
ejemplo de 150 hombres ó 100 ó 50 para tal o cual jefatura de armas; como se ve
un mando así era incompetente y nulo, no ponía en peligro el gobierno del general
Porfirio Díaz, pero en cambio sí servía a éste para mantener esa paz.[ 5 ]
Reyes trató de lograr una organización más
efectiva del ejército, hacerlo más profesional, pero como su prestigio aumentó
de manera espectacular, fue menester prescindir de sus servicios en la
Secretaría de Guerra.[ 6 ] En cuanto a la Segunda Reserva, en algo
contribuyó a formar militarmente a muchas personas que intervinieron más tarde
en la Revolución, en diferentes niveles. Es obvio que el conocimiento militar
adquirido en esa escuela que fue la Segunda Reserva ayuda a explicar por qué un
ejército improvisado derrotó a un profesional, con generales, incluso,
especializados en escuelas europeas. Si bien siempre se ha aducido el hecho de
los embargos de armas del presidente Woodrow Wilson en favor de Carranza, puede
agregarse que no son sólo las armas sino el saber manejarlas. Con todo, esto de
la Segunda Reserva como elemento que propició la autodestrucción del Porfiriato
y después la del huertismo, debe entenderse como factor contribuyente y no
determinante.[ 7 ]
Al respecto conviene agregar, y dentro de la
serie de matices diferenciales entre el ejército de la Revolución con respecto
a los anteriores decimonónicos, que fueron muy pocos los militares
revolucionarios de alta graduación que previamente hicieron la carrera de las
armas. Para mencionar algunos nombres, son buenos ejemplos Felipe Ángeles,
Federico Cervantes, Jacinto B. Treviño y Vito Alessio Robles. Los demás
generales y jefes, algunos de los cuales fueron compañeros de Colegio Militar
de algunos de los mencionados, sucumbieron con el ejército federal huertista en
1914. Y con ello, no sólo el ejército federal, sino un régimen en el cual el
aparato militar trató de tomar un primer plano.
Mientras que mucho de lo militar porfiriano
era sólo el oropel de las insignias, las ceremonias y los desfiles, en el
huertismo hubo el intento de militarizar, por lo menos, al estudiantado y a la
burocracia,[ 8 ] aunque en dicho
intento hubo también mucho de oropel.
Finalmente, cabe señalar que el Ejército
Constitucionalista estuvo integrado, según expresión atribuida a los generales
Álvaro Obregón o Salvador Alvarado, por "ciudadanos en armas". El
primer jefe jamás aceptó el generalato, y de ello se valieron los civiles para
fomentar la división entre ellos y el elemento militar. Dichos "ciudadanos
en armas", improvisados en las labores bélicas y castrenses, llegaron al
fin de la guerra listos para desempeñar otra tarea distinta a aquella a la que
se dedicaban en el año del centenario: la política.
Los
divisionarios constitucionalistas entre 1917 y 1920
Al finalizar el periodo constitucionalista e
iniciarse el constitucional, eran once los generales que hacían acompañar a su
águila con tres estrellas, a saber: Álvaro Obregón, Benjamín Hill, Pablo
González, Salvador Alvarado, Cándido Aguilar, Cesáreo Castro, Francisco
Murguía, Francisco Coss, Jacinto B. Treviño, Manuel M. Diéguez y Jesús Agustín
Castro.[ 9 ]
Se trata de once individuos -Obregón
incluido- que, como personajes pirandellianos, andan en busca de autor. Aparte
de haber sido los divisionarios del Ejército Constitucionalista en su última
fase, guardan diversas características en común, así como las diferencias que
les deben corresponder. Por ejemplo, el haber tenido en 1917 entre 29 y 44 años
de edad, con excepción de Cesáreo Castro, el mayor, que ya contaba con 61.
Ninguno estudió la carrera de las armas, con excepción de Jacinto Blas Treviño,
hijo del Colegio Militar. Eran agricultores Obregón, Hill, Cesáreo Castro y
seguramente muchos más, de quienes se tiene escasa noticia acerca de sus
actividades anteriores a las político-militares. No eran agricultores Diéguez,
empleado en Cananea; Murguía, fotógrafo ocasional, y Jesús Agustín Castro,
empleado del tranvía de Lerdo a Torreón. Por otra parte, los nacidos en tierra
más meridional fueron Diéguez, jalisciense, y Aguilar, veracruzano. En el grupo
hay dos de Sonora: Obregón y Hill; uno de Sinaloa, Alvarado; uno de Nuevo León,
González; tres coahuilenses, Cesáreo Castro, Francisco Coss y Treviño; un
zacatecano, Murguía, y un duranguense, Jesús Agustín Castro. Todos, en general,
llegaron a ser divisionarios por méritos en campaña, aunque algunos obtuvieron
victorias militares más sonadas. Entre ellos destacan Obregón, Treviño, Murguía
y Diéguez, seguidos de Hill y los Castro. En preparación intelectual Alvarado
les llevaba ventaja.
Para el momento de arranque del gobierno
constitucional y durante el mismo, la posición de estos once personajes fue muy
variada. Álvaro Obregón, cual Cincinato, renunció a la Secretaría de Guerra y
Marina el 19 de mayo de 1917 y se fue a Sonora, además de viajar a los Estados
Unidos para curarse. Se dedicó al cultivo del garbanzo, que le reportó, como se
suele decir, "pingües ganancias", y a mover sus piezas en el ajedrez
político, de manera de llegar paulatinamente a confirmar que era el hombre más
poderoso de México después de Carranza.[ 10 ]
Pablo González podía reclamar para sí el
número tres en la lista de hombres poderosos del país. Su carácter de jefe del
Cuerpo de Ejército de Oriente le daba mando sobre una tropa de unos treinta mil
efectivos, localizados alrededor de la capital. Su elevada posición militar le
dio un alto lugar político. A menudo se especulaba con su nombre en los
diarios, acerca de que se le iba a hacer secretario de Estado. Esto nunca
sucedió.
Quien sí llegó a una secretaría -la de
Relaciones Exteriores- fue Cándido Aguilar. Este general, hombre de toda la
confianza de don Venustiano, dividió su tiempo entre la secretaría mencionada y
la gubernatura del nada tranquilo estado de Veracruz.
Salvador Alvarado era el hombre fuerte de la
península de Yucatán, donde derrotó al brazo armado de los henequeneros, Abel
Ortiz Argumedo. El prestigio adquirido le valió para gobernar Yucatán con mano
dura, dentro de una especie de socialismo, todo lo cual permitió la destrucción
de monopolios henequeneros a través de la Reguladora del Henequén, compañía que
manejaba él mismo. Al salir de Yucatán, desde donde, además, irradiaba su
influencia hacia Chiapas y el istmo, junto con Tabasco, se dedicó a escribir
libros. En 1919 financió El
Heraldo de México, periódico que le dio una buena base de
poder con vista a la sucesión presidencial. Acaso, después de González, el más
presidenciable de los generales era Alvarado.
Benjamín C. Hill gozó de un poder que
ejerció, incluso, de manera inmoderada. Fue jefe de la Guarnición de la Plaza
de México, es decir, el poder de la capital. Esto se acentuaba, puesto que en
tiempo de guerra, las atribuciones y prerrogativas de los jefes militares eran
prácticamente omnímodas. Hill era hombre de confianza de Obregón. En la
capital, mientras don Álvaro se encontraba en Sonora o los Estados Unidos, Hill
fortalecía el Partido Liberal Constitucionalista, órgano político de los
obregonistas.
Jacinto B. Treviño puede ser catalogado de
independiente, aunque al final se inclinó hacia el lado obregonista. Fue
diputado federal por la XXVII Legislatura,
en la cual destacó al frente de un bloque, el Liberal Nacionalista, del cual se
desprendió un partido, del mismo nombre, que llegó a dominar en la legislatura
siguiente. Más tarde fue presidente del Partido Cooperatista, estando asociado
con Gustavo Espinosa Mireles, gobernador de Coahuila. Un viaje a Europa lo
alejó momentáneamente de la política.
Francisco Coss dejó pronto de pertenecer al
ejército. Cercano al general González, dominó la zona de Tlaxcala y poco
después se rebeló, en el mismo 1917, con lo cual se le desconoció su alto grado
militar. Terminó expatriándose a los Estados Unidos. Con ello, el número de divisionarios
se redujo a diez y no aumentó durante todo el periodo de Carranza.
Cesáreo Castro permaneció siempre fiel a
Carranza. Gozaba de un enorme prestigio militar y en esta línea permaneció. Al
principio era gobernador y jefe militar de Puebla y más tarde fue trasladado a
La Laguna.
Manuel M. Diéguez era el hombre fuerte de
Jalisco. Gozaba tanto del prestigio de haber sido precursor revolucionario,
como del que le daban sus acciones militares en Occidente. Fue enviado a
Chihuahua a dirigir operaciones militares. Diéguez no ocultaba sus altas
aspiraciones políticas. En general, también guardaba una posición
independiente.
Aunque enemigos irreconciliables, Francisco
Murguía compartía con Diéguez el prestigio militar, pero no la habilidad
política. Murguía era más hecho a las armas. Se dedicó a jefaturar las
operaciones de una vasta zona en el norte del país. Siempre fue un elemento
fiel a Carranza.
Por último, el general Jesús Agustín Castro
dedicó sus quehaceres a la administración militar, con el carácter de
subsecretario de Guerra y Marina, encargado del despacho. No durante todo el
gobierno carrancista, ya que fue enviado a Durango a jefaturar operaciones. Más
tarde llegó a ser gobernador de esa entidad.
La trayectoria de los divisionarios provoca
algunas reflexiones. En primer lugar destaca el origen civil de la mayoría. De
ese origen civil llegaron a destacar como militares y la situación militar les
dio un enorme poder político que algunos capitalizaron mejor que otros. No
obstante, ya que estaban en la cumbre del poder, no todos se comportaron como
militares, es decir, no todos utilizaron su fuerza para ganar posiciones
políticas. El caso más notable es el de Obregón. En ese sentido se distingue de
González, quien de no contar con sus efectivos, difícilmente hubiera tenido
apoyos políticos. Obregón, en cambio, supo utilizar tanto sus recursos dentro
del aspecto militar como un mayor número de elementos dentro de la política
civil. La prueba contundente la da el movimiento de Agua Prieta, iniciado por
un civil y en el cual los obregonistas utilizaron más a los rebeldes armados
que poblaban todo el territorio nacional que al ejército organizado. Los
divisionarios fieles a Carranza poco pudieron hacer para impedir la tragedia de
Tlaxcalantongo. Para comprender mejor estos resultados es menester analizar la
política militar del presidente Carranza.
El
ejército nacional bajo la administración carrancista
En términos generales, don Venustiano
Carranza desempeñó una política militar sumamente hábil durante su mandato
presidencial. La habilidad aducida consistió en la manera como movió las
principales piezas del tablero militar, de modo que pudo impedir que las
figuras de determinados generales pudieran convertirse en un peligro para su
gobierno. En suma, se trataba de que no se repitiera el caso del grupo de
Huerta y Blanquet con respecto a Madero. Cierto es que en este renglón,
Carranza contó con experiencias históricas que Madero no tuvo a su alcance. Una
de ellas fue que Carranza siempre pensó en Juárez como su modelo político;[ 11 ] otra,
que Carranza conoció la experiencia maderista y difícilmente hubiera provocado
que se repitiera y, tercera, don Venustiano sabía bien quiénes eran los
generales y cómo se podían manejar.
Un hecho fundamental de la administración
carrancista fue que a partir de la renuncia de Obregón como secretario de
Guerra, jamás nombró titular de esa dependencia. Como se dijo, Jesús Agustín
Castro sólo fue subsecretario. En ese sentido hay que llamar la atención de que
la figura de Castro servía como punto de convergencia entre generales
irreconciliables entre sí. Por otra parte, en la oficialía mayor -y a veces
encargado del despacho- estuvo el general Juan José Ríos, hombre disciplinado y
fiel, aunque al final se manifestó partidario de Obregón, como casi todo el
mundo. Terminó la administración carrancista con Francisco L. Urquizo como
subsecretario encargado. El general Urquizo tenía dos grandes ventajas para
Carranza: era fiel y era un estudioso serio de la cuestión castrense. A él le
tocó acompañar a don Venustiano a Tlaxcalantongo.
Uno de los problemas fundamentales a los que
se tenía que enfrentar el gobierno de Carranza era el de reducir los efectivos militares.
Para ello se estudiaría la manera más conveniente de hacerlo, de manera que el
ejército siguiera siendo utilizado para alcanzar el control territorial
efectivo, que tanta falta le hacía a Carranza, pero sin que el elemento
castrense pusiera en peligro al gobierno. En suma, habría que reducir al
ejército, pero sin llegar a la "pulverización" porfiriana.
La composición general del ejército en abril
de 1917 era como sigue: 11 generales de división, 58 de brigada y 138
brigadieres; 2 638 jefes, 18 452 oficiales y 125 823 individuos de tropa. En
cuanto a las armas, la artillería contaba con 133 jefes, 966 oficiales y 6 890
de tropa; la caballería, 1 128 jefes, 6 020 oficiales y 50 125 de tropa; la
infantería, 1200 jefes, 8 500 oficiales y 58 424 de tropa. Finalmente los
servicios especiales, 177 jefes, 2 066 oficiales y 11 384 de tropa.[ 12 ]
Estas cifras correspondían a la fase final
del Ejército Constitucionalista. En el tránsito entre la primera jefatura y la
presidencia constitucional, esto es, de febrero a mayo de 1917, una de las
medidas efectivas para el cambio de ejército fue la supresión de los cuerpos de
ejército que eran las unidades mayores, más grandes aún que las divisiones. Los
cuerpos suprimidos estaban comandados por Obregón, González, Murguía y
Alvarado.[ 13 ] No
obstante lo anterior, Pablo González permaneció al mando de dos brigadas y dos
divisiones, las cuales correspondían al Cuerpo de Ejército de Oriente.[ 14 ]
Medida trascendental para la entrada en vigor
efectiva del artículo 129 de la Constitución fue la circular de 30 de mayo de
1917, en la cual se suprimían las comandancias militares, quedando éstas bajo
la jurisdicción del Ejecutivo, a través de la Secretaría de Guerra y ya sin las
facultades tan amplias que tenían a causa de la Revolución. Entre otras cosas,
muchas de las facultades judiciales que tenían como atributo los jefes
militares disminuyeron marcadamente. Los comandantes, por último, quedaban a
cargo de la jefatura de guarnición de la plaza en las capitales.[ 15 ]
El problema de los excedentes militares
comenzó a ser resuelto desde el mes de junio, cuando dio principio la nueva
administración interna del ejército. En primer término se procedería a organizar
a la infantería y a la caballería en batallones y regimientos respectivamente,
integrados, a su vez, por compañías y escuadrones. Cada compañía y cada
escuadrón tendrían 110 individuos y su plana, además de la plana mayor de cada
batallón o regimiento, encabezada por un coronel.[ 16 ]
Ya regularizada la integración de estas
unidades se formaría la Legión de Honor, con cabos y sargentos excedentes de
los batallones y regimientos, para constituir otros, cuyo mando se daría a
"los jefes que por méritos en campaña sean considerados por la
superioridad con derecho a esta distinción".[ 17 ]
Por otra parte, para estudiar ordenadamente
las reformas al Ejército Nacional, fue creada una comisión integrada por las
siguientes personas: general de División Jacinto B. Treviño; general de Brigada
Federico Montes, jefe del Departamento de Infantería; general Alfredo Breceda;
general y licenciado Ramón P. Frausto, abogado consultor de la secretaría del
ramo; general Eduardo Paz, de quien se decía "que perteneció al antiguo
ejército y a quien se considera como uno de los militares técnicos más competentes
en el país";[ 18 ] general Francisco L. Urquizo, entonces
jefe de la Guarnición de la Plaza de México y, finalmente, el general y senador
Francisco Labastida Izquierdo.
Para empezar con las reformas y soluciones
dadas al problema de los excedentes, una disposición atinada fue la de decretar
que causaban baja los menores de edad, que alcanzaban cifras elevadas. Había
elementos entre los 12 y los 17 años de edad, mismos que fueron eliminados de
la tropa.[ 19 ] La comisión también propuso, en el caso
de jefes y oficiales, que fueran empleados en los estados mayores regionales de
las oficinas de reclutamiento, en comisiones designadas para el efecto de
levantar la carta militar de la República y en el mando de cuerpos especiales.[ 20 ]
Con respecto a la mencionada Legión de Honor,
para el mes de septiembre se dio a conocer un proyecto en torno a su
organización. Se formarían veinticuatro grupos legionarios, distribuidos en
todo el país, formados por una plana mayor, el profesorado, las compañías y la
banda y servidumbre. Con ello se le proporcionaría instrucción militar
elemental a muchos individuos que se enlistaron en los ejércitos
revolucionarios, y que carecían de los conocimientos básicos requeridos por un
ejército de pie de paz. El proyecto y plan de estudios fue presentado por
Treviño -en su carácter de presidente de la comisión- a don Venustiano.[ 21 ] Al
frente de la legión estarían los elementos que formaban el "depósito de
jefes y oficiales" que, al parecer, era una carga para el ejército.[ 22 ]
El balance del primer año de la
administración constitucional carrancista no arrojó buenos resultados en cuanto
a la reducción de efectivos, aunque sí hubo una reorganización interna, gracias
a la Legión de Honor y a las disposiciones generales dictadas. Según la prensa,
en mayo de 1918, el ejército contaba con un total de 133 510, que comprendía a
10 generales de División, 67 de Brigada y 211 brigadieres; 1 345 jefes, 12 932
oficiales y 118 425 clases y tropa.[ 23 ] Las cifras, por lo que corresponde a
oficiales, jefes y generales, permanecieron casi estáticas durante el año de
1918 y el siguiente: en septiembre de 1919 Carranza informaba que se contaba
con los mismos 10 divisionarios, con 63 generales de Brigada y 204 brigadieres.
Los jefes, en cambio, aumentaron, indudablemente por el avance en la
reorganización de batallones y regimientos, a 2 617 y los oficiales
disminuyeron a 12 493.[ 24 ] El
total general de reducción fue de 13 610 individuos.
Por lo que respecta al manejo y distribución
del ejército, es interesante ver cómo la desproporción que presentaba obedecía
a la necesidad planteada por los diversos grupos de rebeldes que existían en
casi todo el territorio nacional, pero cuyos centros se ubicaban donde se
encontraban los considerados como más peligrosos. Contrariamente a lo que
parecía ser su costumbre, don Venustiano informó con demasiado detalle en 1919
acerca de las jefaturas de zona militar y de los cambios que se vio precisado a
hacer.[ 25 ] Los
más destacados divisionarios de campaña se encontraban prácticamente rodeando
la zona villista: Diéguez, Murguía y Cesáreo Castro, quienes llegaron a ser
reforzados por Jesús Agustín Castro. Esto contrasta con otras regiones, en las
cuales la jefatura de Operaciones estaba comandada por un coronel.[ 26 ]
Después de ese informe presidencial, don
Venustiano no volvería a rendir otro. Para septiembre de 1919, sus tropas ya
habían liquidado a Emiliano Zapata y, con ello, reducido en gran medida al
zapatismo. No había tenido buen éxito en el norte, pero había impedido que el
villismo se extendiera hacia otras regiones. Felipe Ángeles había sido
fusilado, tras su intento de rebelión. Peláez, el protector de los campos
petroleros, no podía ser derrotado, pero no extendía sus dominios más allá de
la Huasteca. Félix Díaz no se encontraba en buena situación. Los soberanistas
oaxaqueños, continuaban con lo suyo, al igual que Cedillo en San Luis y Pineda
en Chiapas. De hecho, la situación militar de la República no era halagüeña
para el gobierno, pero se había logrado entrar en una suerte de modus vivendi: ni los
rebeldes ponían en serio peligro al gobierno nacional, ni éste, con su brazo
armado, lograba derrotarlos.
Entretanto, el ejército trataba de
profesionalizarse, en la medida de lo posible, que no era muy grande. Con todo,
las bases dadas por Carranza permitieron que se estableciera una organización
fundamental que más adelante llevaría al ejército a una institucionalización
más adecuada y definitiva. En cuanto al aspecto político, la habilidad de
Carranza para manejar la corporación armada fue grande. No propició ningún
ascenso al generalato de División y mantuvo cifras regulares por lo que
respecta a los de Brigada y brigadieres. Se trató siempre de que correspondiera
el número de jefes con el de oficiales y tropa, cosa que se salió de proporción
a partir de 1920.
En cuanto a interpretar la rebelión de Agua
Prieta como un fracaso de la política militar de Carranza, ello sería erróneo.
En rigor, don Venustiano no fue víctima de un cuartelazo, como le sucedió a
Madero. La caída de Carranza se originó y desarrolló por móviles distintos y
que abarcan a todo lo político y no a lo político-militar. Existen bases firmes
para pensar que el propio Carranza, al imponer la candidatura precisamente de
Ignacio Bonillas, quiso propiciar que Obregón se levantara en armas para no
entregarle el poder -o que no lo tomara el sonorense- limpio de antecedentes.
De manera que Carranza, que veía de manera inminente que su sucesor sería
Obregón, se daría la satisfacción de no transmitir pacíficamente el poder.
Además, pudo observar las rivalidades entre Obregón y González, las cuales
podrían interpretarse fácilmente como propicias a un ulterior enfrentamiento.
Con lo que no contó Carranza fue con varios factores: que el iniciador de la
rebelión fue el civil Adolfo de la Huerta, gobernador de Sonora; que el mismo
tuvo una gran habilidad para unificar, no al ejército en contra de Carranza,
sino a los numerosos grupos rebeldes que había en todo el territorio nacional,
y que sólo al final defeccionaron muchos de los generales con sus tropas, ya en
el último acto de lo que se convirtió en la tragedia de Tlaxcalantongo. El
ejército como corporación no fue el protagonista del movimiento aguaprietista.
El suceso de mayo de 1920 fue obra de un conjunto complejo de circunstancias
políticas que no pudo manejar ese gran político que siempre había sido don
Venustiano.
El
destino de las águilas (1920-1929)
El decenio en que ejercen el poder los
sonorenses es harto complicado en cuanto se refiere a historia militar, como
para apurarlo dentro de los estrechos límites de un artículo. No obstante, es
necesario -e irresistible- señalar algunas generalidades.[ 27 ]
En primer lugar, resulta de interés
recapitular acerca de lo que aconteció con los divisionarios. Dentro de ellos
existen dos grupos: el de los que se fueron y el de los que se quedaron. El
principal de éstos es Álvaro Obregón, candidato fortísimo para la presidencia.
Le seguían: Benjamín C. Hill, secretario de Guerra y Marina, hasta que murió
envenenado en diciembre de 1920; Salvador Alvarado, que ocupó la Secretaría de
Hacienda y Crédito Público, aunque durante poco tiempo (luego se distanció de
los obregonistas). Jacinto B. Treviño fue secretario de Industria, Comercio y
Trabajo. Jesús Agustín Castro se encontraba al frente de su estado natal.
Los que se fueron son: Pablo González, al
principio con los sonorenses, pero ya en julio de 1920 enemistado al grado de
ser acusado de rebelión y casi condenado por ello. Pudo abandonar el país.
Cándido Aguilar, Cesáreo Castro y Murgufa se exilaron. El último volvió en
calidad de rebelde en 1922, y en su aventura encontró la muerte. Diéguez, por
su parte, sufrió un congelamiento militar y político.
También a raíz de Agua Prieta otros
individuos alcanzaron la tercera estrella para sus águilas. Sobresale Plutarco
Elías Calles, hombre de un mérito militar escaso, pero que poseía grandes
cualidades políticas. Un caso que no deja de ser curioso es el de Pascual Ortiz
Rubio, militar por accidente, y siempre profundamente civil en sus acciones.
Llegó a general de brigada por haberse sumado a la rebelión en su calidad de
gobernador de Michoacán.
El escalafón se vio enriquecido en el
concurso de elementos que habían operado al margen de la institucionalización,
es decir, los antiguos rebeldes. Entre ellos destacan, del elemento zapatista,
Gildardo Magaña, Genovevo de la O y Fortino Ayaquica; e independientes, hombres
como Juan Andreu Almazán y Saturnino Cedillo, entre otros.
Sin embargo, el auge de generales de las tres
denominaciones sufrió una merma con otra rebelión, la delahuertista de fines de
1923. En ella se enfrentó el Ejército Nacional, comandado por el propio Álvaro
Obregón a contingentes, armadas, jefaturados por algunos de los elementos
castrenses más destacados del país, por entonces, como Guadalupe Sánchez,
Enrique Estrada -ex secretario de Guerra del propio Obregón- y tres de los
divisionarios constitucionalistas: Aguilar, Diéguez y Alvarado.[ 28 ] De los cinco mencionados sólo los dos
últimos encontraron la muerte, ambos en Chiapas "en una batalla en la que
no tenía[n] nada que ver", como escribiera Jorge Ibargüengoitia a
propósito de Diéguez. También sucumbió Fortunato Maycotte, antes hombre de
confianza del caudillo y otros.
La victoria de Obregón sobre la rebelión
"encabezada" por Adolfo de la Huerta, aparte de cumplir con sus
propósitos políticos, sirvió para despejar al ejército de muchos de los más
encumbrados miembros de sus planas mayores. Con la muerte de Alvarado y Diéguez
y el nuevo exilio de Aguilar, el grupo de los divisionarios del Ejército
Constitucionalista quedó reducido de manera casi total. En 1924 sólo quedaban
Jesús Agustín Castro y el presidente Obregón.
Los nuevos divisionarios ya no eran de
aquellos que cosecharon mayores triunfos y prestigio durante los días de la
lucha contra Victoriano Huerta o contra la Convención y Villa; algunos eran
generales de Brigada, con suficientes méritos, que pudieron ascender. Otros,
definitivamente, eran figuras menores. Dentro de los elementos destacados a
mediados del decenio figuraban dentro de un plano superior: Francisco R.
Serrano, Arnulfo R. Gómez, José Gonzalo Escobar, Francisco Manzo, Fausto Topete
y, desde luego, Joaquín Amaro.
La lista presentada en último término
contiene nombres que no llegaron a figurar en ulteriores escalafones. El más
encumbrado políticamente fue Serrano, quien perdió la vida un 2 de octubre de
1927, y Arnulfo R. Gómez, al mes siguiente. Escobar, Jesús Aguirre y otros
divisionarios fueron purgados por obra y gracia de la rebelión de marzo de
1929, conocida también como rebelión escobarista.
Dentro del campo militar, la figura del
decenio fue indudablemente el general Joaquín Amaro. Este personaje, otro que
busca a su biógrafo, obtuvo suficientes méritos en campaña. De ahí, por haberse
convertido en un hombre de estudio, cuando llegó a ocupar la cartera de Guerra
con el presidente Calles, introdujo reformas en el ejército, de manera que ha
sido reconocido como una figura que divide la historia de la institución
militar mexicana en un antes y después. Sus reformas, por haber consolidado al
ejército mexicano como institución, merecen estudio aparte. Esta situación
propició que su figura político-militar asimismo creciera. Paralelamente, otros
generales también acrecentaron su prestigio. Baste citar dos nombres harto
significativos: Lázaro Cárdenas y Juan Andreu Almazán, aunque la trayectoria de
estos divisionarios alcanza sus mayores dimensiones en la década siguiente.
Recapitulando, el tránsito del Ejército
Constitucionalista al Ejército Nacional trascendió los límites de la pura
actividad legal. Si bien fueron expedidos numerosos decretos y circulares, ésto
no bastó para su definitiva transformación. El principal problema fue el
carácter personalista de un ejército formado en una lucha civil, donde los
motivos de enrolamiento son distintos a aquellos que se dan para el ingreso a
un ejército profesional. Por ende, la profesionalización del ejército fue
paulatina.
Otra característica importante, es que el
Ejército Nacional, en sus inicios, no fue de pie de paz, sino que tenía que
enfrentarse a los numerosos grupos de rebeldes que había en la República. La
misma situación precaria y las constantes rebeliones habidas se reflejaron en
el proceso de institucionalización; de ahí las dificultades para que ésta se
diera de manera expedita. Y ya cuando parecía haberse logrado, con Amaro, la
guerra cristera impedía que cualquier reforma entrara en vigor. El hecho de que
figuras tan importantes como el propio Amaro y el agrarista armado Saturnino
Cedillo, fueran utilizadas para combatir a los cristeros, revela la necesidad
de personalidades fuertes, de presencias significativas, que colocan al
ejército más allá de la profesionalización donde lo mismo pudiera significar un
general que otro. En suma, para que el Ejército Nacional fuera una corporación
hecha a las necesidades de una institucionalización del país, fue menester que
concurrieran dos hechos centrales: que México estuviera pacificado y que los
antiguos elementos destacados del constitucionalismo fuesen sustituidos por
nuevos, que no se sintieran con demasiados derechos para reclamárselos
políticamente a la nación.
NOTAS
[ 1 ] La idea de un militarismo mexicano puede remontarse a la época del
doctor Mora y Gómez Farías, quienes comenzaron a luchar en favor del poder
civil en contra de los privilegios de la milicia y el clero. Después fue la
generación de la Reforma la que contribuyó de manera efectiva a neutralizar el
peso de los militares en la vida política del país. Finalmente, Madero opuso su
civilismo a un supuesto militarismo porfiriano. Sin embargo, los militares
mexicanos, aun los de la primera etapa, siempre se encontraron muy lejos de los
modelos "prusianos" con que los civilistas trataron de caracterizar a
los elementos armados. Este carácter prusiano se manifestó en algunos ejércitos
latinoamericanos, como puede verse en el artículo de Frederick M. Nunn,
"Emil Körner and the prussianization of the Chilean army: origins, process
and consequences, 1885- 1920", Hispanic
American Historical Review, v. L, n. 2, mayo de 1970, p.
300-322. La idea de un militarismo surgido de la Revolución debe mucho a Félix
F. Palavicini, quien desde las páginas de El Universal, entre 1916 y 1919, aprovechó
para divulgar entre el público la disyuntiva entre civilismo y militarismo.
Esta idea fue particularmente grata a Carranza. Otro paladín de la idea
civilista fue Luis Cabrera, tanto en la dedicatoria de las Obras pol í ticas del
licenciado Blas Urrea, como a lo largo de La muerte de Carranza. Vid. ambos trabajos
en Obras completas, 4
v. México, Oasis, 1972-1975, v. III. Por último, léase el libro mercenario de
Vicente Blasco Ibáñez, Militarismo
mejicano, Valencia, Prometeo, 1920, reimpreso en Obras completas, 3 v.
Madrid, Aguilar, 1964, v. II, p. 1445-1516.
[ 2 ] El haber egresado del Colegio Militar le representa a un Miguel
Miramón el llegar a ocupar la presidencia de la República. Es interesante
rastrear las trayectorias de generales destacados de ese periodo. Véase Alfonso
Teja Zabre, Leandro Valle,
un liberal romántico, México, Instituto de Historia, Imprenta
Universitaria, 1956, 164 p. (Ediciones del Centenario de la Constitución de 1857,
2); José Fuentes Mares, Miramón,
el hombre. México, Joaquín Mortiz, 1974, 264 p., y Rosaura
Hernández, "Leonardo Márquez. De cadete a capitán", Estudios de Historia Moderna y
Contemporánea de México, v. v, 1976, p. 53-62. entre otros
textos.
[ 3 ] Juan Pedro Didapp, Gobiernos
militares de México. Los ataques al ejército y las maquinaciones políticas del
partido científico para regir los destinos nacionales, México,
J. I. Guerrero y Compañía, Sucesores de Francisco Díaz de León, 1904, XXIV-600
p.
[ 4 ] Véase el interesante
artículo de Paul Vanderwood, "Genesis of the Rurales: Mexico's early struggle
for public security", Hispanic
American Historical Review, v. L, n. 2, mayo de 1970, p.
323-344.
[ 5 ] Daniel Gutiérrez Santos, Historia
militar de México (1876-1911), México, Ateneo, 1955, 372 p.,
p. 21.
[ 6 ] Miguel E. Soto, Precisiones
sobre el reyismo, tesina, México, Facultad de Filosofía y
Letras, 1976, 77 p.
[ 7 ] Tal es el caso del ingeniero minero y posteriormente general Amado
Aguirre. Como éste debe haber otros ejemplos que valdría la pena indagar. Vid. Nombramiento de subteniente de
ingenieros, México, 14 de agosto de 1901. Archivo del general
Amado Aguirre (clasificación en proceso).
[ 8 ] Sobre este particular cfr. Arturo
Langle Ramírez, El
militarismo de Victoriano Huerta, México, Universidad Nacional
Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1976, 168 p.
(Cuadernos Serie Histórica, 17).
[ 9 ] Excelsior, 18
de abril de 1917.
[ 10 ] Sobre la trayectoria de Obregón durante la presidencia de
Carranza, véase mi libro en preparación sobre México en la época de Carranza y Obregón, investigación
realizada dentro del Programa de Historia de la Revolución Mexicana,
fideicomiso de El Colegio de México. Algunos datos y temas de este artículo
aparecen en ese libro, donde se tratan aspectos múltiples de la realidad
mexicana entre 1917 y 1924. Sobre el particular, véase la tercera parte,
capítulo uno y toda la cuarta parte.
[ 11 ] Es decir, sabía qué era el Poder Ejecutivo.
[ 12 ] Informe del presidente Venustiano Carranza, abril de 1917,
en Los presidentes de
México ante la nación. Informes, manifiestos y documentos, 6
v., México, XLVI Legislatura de la Cámara de Diputados, 1966, v. III.
[ 13 ] Excelsior, 26
de marzo de 1917.
[ 14 ] Excelsior, 21
de abril de 1917.
[ 15 ] Diario Oficial, 2
de junio de 1917, p. 634-635.
[ 16 ] Excelsior, 24
de junio de 1917. En la noticia se dan detalles que ayudan a comprender bien la
organización interna de las armas: en Infantería, el batallón se compondría de
cuatro compañías; la compañía, a su vez, se fraccionaría en tres secciones;
cada una se subdividiría en dos pelotones, y cada pelotón en tres escuadras.
Aparte habría, desde luego, una plana mayor: un coronel, jefe del batallón; un
teniente coronel, jefe de la instrucción y segundo jefe; un mayor, jefe de las
oficinas de detall del cuerpo; un capitán 1o. ayudante; un capitán 2o. depositario;
dos subtenientes, subayudantes; un sargento 1o. de banda; un sargento 2o. de
banda; un cabo de banda; dos sargentos 2os. y tres cabos escribientes; un
obrero de 2a. armero; un cabo de conductores arrieros; seis conductores
arrieros; siete caballos y veintinueve mulas. Comisionados en la plana mayor
serían el médico y el pagador. El regimiento de caballería se dividiría en
cuatro escuadrones, con una composición más o menos parecida a la descrita para
el caso de la infantería. De la artillería no se dice nada acerca de cómo se
debería organizar.
[ 17 ] Excelsior, 7
de junio de 1917.
[ 18 ] Excelsior, 8
de julio de 1917.
[ 19 ] El Universal, 14
de junio de 1917. En Excelsior, 25 de julio de 1917 se agrega el nombre del
general Benjamín Bouchez, a la sazón jefe del Departamento de Estado Mayor.
[ 20 ] Excelsior, 21
de julio de 1917.
[ 21 ] Excelsior, 19
de septiembre de 1917.
[ 22 ] Excelsior, 17
de noviembre de 1917.
[ 23 ] Excelsior, 22
de mayo de 1918.
[ 24 ] Informe presidencial de septiembre de 1919, en Los presidentes de México ante la nación.
Informes, manifiestos y documentos, 6 v., México, XLVI
Legislatura de la Cámara de Diputados, 1966, v. III, p. 338.
[ 25 ] Vid. apéndice
B del presente artículo.
[ 26 ] Informe presidencial de septiembre de 1919, en Los presidentes de México ante la nación.
Informes, manifiestos y documentos, 6 v., México, XLVI
Legislatura de la Cámara de Diputados, 1966, v. III, p. 335.
[ 27 ] Para una visión general del ejército, el libro que ofrece el mejor
panorama es el de Jorge Alberto Lozoya, El
ejército mexicano (1911-1965), México, El Colegio de México,
1970, 130 p. (Jornadas, 65).
[ 28 ] Gustavo Casasola, Historia
gráfica de la Revolución Mexicana, 1900-1970, 10 v., México,
Trillas, 1973. Véase la serie de fotografías del tomo IV, p. 1429-1435, del
desfile con que se celebró la toma de posesión de De la Huerta.
Estudios de
Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro
Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de
Investigaciones Históricas, v. 6, 1977, p. 153-183.
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