Los
conventos femeninos y el mundo urbano de la Puebla de los Ángeles del siglo
XVIII
Tercera parte
Las familias y la
religiosidad monacal
Introducción
Los conventos poblanos
se fueron estableciendo paulatinamente y con ellos la identificación de los
diversos grupos sociales. Producto de este hecho fue su influencia en otros
aspectos de la vida social, incluso el material. La ubicación de los
monasterios en la ciudad, la calidad de sus construcciones y obras artísticas
que albergaban, su capacidad para aglutinar a la población en misas y
festividades, el ingreso de las doncellas en ellos, la calidad de la dote y la
riqueza conventual eran expresión de una actitud religiosa que se incrementaba
día con día.
No se podría explicar
la influencia monacal sin aludir al gran peso que la sociedad otorgaba a los
conventos y a los arquetipos que formaba. Este hecho se evidenció en los
diversos aspectos; las instituciones conventuales fueron depositarias de los
valores femeninos por excelencia: además de salvaguardar el honor del linaje,
proporcionaban seguridad y prestigio, contribuyendo, en algunos casos a impedir
la desintegración del patrimonio. En este sentido la familia constituyó la
parte central de la relación entre los conventos y la sociedad ya que existió
un patrón de comportamiento familiar ligado al auge de las fundaciones
conventuales del siglo XVII. Durante el siglo XVIII esta vinculación tuvo su
máxima expresión a través del criollismo regional.
La evolución de los conventos y la vida de la ciudad
Los conventos de
mujeres florecieron con la ciudad. En un periodo de setenta años (1556-1626)
que coincidió con el auge urbano, se establecieron siete monasterios, seis de
calzadas: Santa Catalina, San Jerónimo, La Concepción, Santa Clara, La
Santísima Trinidad y Santa Inés y uno de descalzas llamado de Santa Teresa. La
segunda gran oleada de fundaciones abarcó casi otros setenta años (1682-1748) y
dio un nuevo impulso a la religiosidad del siglo XVIII con dos conventos de
recoletas; Santa Mónica y Santa Rosa incluyendo en este grupo a las
franciscanas capuchinas y a las descalzas de La Soledad.
Un punto de partida
sustancial de la relación existente entre la ciudad y los conventos fue el
ingreso y origen de las religiosas. Las mejores fuentes para conocer el número
de monjas dentro de los conventos en un momento determinado son los informes
eclesiásticos o, en su defecto, de cronistas urbanos. Para fines del siglo XVII
y durante el XVIII, poseemos dos informes eclesiásticos (1689 y 1769) y otro de
un cronista (1714). Un resumen de ellos se puede ver en el cuadro 6. Las
discrepancias de las cifras entre una y otra fuente se podrían explicar porque
en 1714 no se consideraron las hermanas legas. Con esta salvedad, podemos
señalar que en el siglo XVIII los conventos más poblados fueron Santa Catalina,
La Concepción y Santa Clara, ya que albergaban cada uno a más de 70 monjas343. Después estaban los monasterios de La
Santísima, San Jerónimo y Santa Inés con alrededor de 60 cada uno. Finalmente,
Santa Rosa y Santa Mónica, que contabilizaron un promedio de menos de 30
religiosas cada uno. Los de descalzas, La Soledad y Santa Teresa, siempre
mantuvieron un número fijo de 21 miembros. Por lo que se refiere a la riqueza
de los conventos, de acuerdo con Alcalá y Mendiola, a principios del siglo
XVIII La Concepción y Santa Catalina eran los más ricos, estimándose el valor
de sus bienes en más de 500 000 pesos. Después se podrían citar a San Jerónimo,
Santa Inés, La Santísima y Santa Clara, con bienes entre 240 000 y 340 000
pesos344. Finalmente estaba el resto de los
monasterios, cuyo valor de rentas no llegaba a los 200 000 pesos.
Esto nos ofrece una
idea de la proporción e importancia numérica que los conventos llegaron a
adquirir. Sin embargo, cualquier cifra debe tomarse con reservas cuando se
pretende hablar de su presencia social. En el caso de Santa Rosa, por ejemplo,
aunque contaba en sus inicios con un número limitado de religosas y rentas
modestas, su fundación fue muy importante en el siglo XVIII pues representó la
identidad criolla a través del culto a la primera santa americana y fue modelo
de la nueva religiosidad dieciochesca local.
Casi la totalidad de
los monasterios tenían especificado un número de religiosas en torno al cual se
mantenían345. El testimonio de Alcalá y Mendiola de
1714 deja ver que la mayoría de ellos estaban ocupados a su límite346, y por consiguiente las nuevas
fundaciones del siglo obedecieron a la falta de opciones de vida religiosa para
las doncellas poblanas.
Los informes
eclesiásticos y las crónicas son escasos, aunque muy importantes, y se refieren
a los conventos en un momento determinado, pero no permiten conocer la dinámica
de ellos ni los cambios que sufrieron. La única fuente con fiable que permite
hacer un seguimiento secuencial de este asunto son los libros de profesiones de
los monasterios347. Gracias a ellos, tenemos información
acerca de seis de los once conventos que existieron en Puebla hasta el siglo
XVIII: las calzadas de La Concepción y Santa Catalaina, las Carmelitas
Descalzas de Santa Teresa, y La Soledad a los que se puede añadir el de
Capuchinas y finalmente el de recoletas de Santa Rosa. Los datos que poseemos
son bastante confiables para seguir el ingreso de religiosas a través de los
años. Para los cinco conventos restantes se reconstruyó la serie utilizando
principalmente los testamentos de las monjas y sus padres localizados en el
archivo de notarías y en el caso de San Jerónimo el libro de defunciones del
mismo convento.
Número de religiosas,
bienes y rentas en los conventos de Puebla (1689 y 1714)
| 
   Monjas  | 
  
   Monjas  | 
  
   Monjas  | 
  
   Bienes  | 
 |
| 
   Santa
  Catalina  | 
  
   74  | 
  
   76*  | 
  
   96*  | 
  
   523 665  | 
 
| 
   San
  Jerónimo  | 
  
   51  | 
  
   50*  | 
  
   76  | 
  
   369 000  | 
 
| 
   La
  Concepción  | 
  
   89  | 
  
   70*  | 
  
   79  | 
  
   633 917  | 
 
| 
   Santa
  Clara  | 
  
   -  | 
  
   110  | 
  
   240 000  | 
 |
| 
   Santa
  Inés  | 
  
   66  | 
  
   44*  | 
  
   63  | 
  
   333 000  | 
 
| 
   La
  Santísima  | 
  
   55  | 
  
   55*  | 
  
   64  | 
  
   332 340  | 
 
| 
   Santa
  Teresa  | 
  
   18  | 
  
   21*  | 
  
   -  | 
  
   164 000  | 
 
| 
   Santa
  Mónica  | 
  
   20  | 
  
   -  | 
  
   -  | 
  
   186 568  | 
 
| 
   Capuchinas  | 
  
   -  | 
  
   28*  | 
  
   -  | 
  
   -  | 
 
| 
   Santa
  Rosa  | 
  
   -  | 
  
   21  | 
  
   25  | 
  
   81 600  | 
 
| 
   La
  Soledad  | 
  
   -  | 
  
   -  | 
  
   21  | 
  
   -  | 
 
FUENTES: para
1689, AGI, México, 346; para 1714: Alcalá y Mendiola,
1714 [1993], pp. 117-122. Con * se indica Alcalá y Mendiola establece
como fijo para las monjas. Para 1769: AGI. Informes
varios.
El seguimiento numérico
se enriqueció cuando esta información aportó datos sobre la procedencia
familiar de las religiosas. La recuperación documental con esta variedad de
fuentes dio como resultado 2 615 fichas con variadas referencias parentales.
Sin embargo, para la formación de la base de datos se consideraron los casos en
los que se especificó además del nombre de la novicia, el apellido de sus
padres y la fecha de ingreso al convento en cuestión. Con esta salvedad, el
registro documental más completo se redefinió finalmente con 1733 casos que se
estiman representativos de la población conventual.
La gráfica 1 muestra en
conjunto las variaciones anuales de las profesiones desde fines del siglo XVI.
Las tres grandes puntas que se observan de 1610, 1710 y 1740 obedecen a nuevas
funciones. En esos momentos, ingresaban a los conventos en el mismo año un
número considerable de religiosas debido a que, además de las aspirantes, se
poblaba la nueva comunidad de monjas procedentes de otros conventos, en general
de su filial más antigua. Como generalmente la mayoría de las fundadoras que
provenían de otros monasterios eran personas mayores o las beatas habían tenido
que esperar muchos años antes de profesar formalmente, la renovación de esta
primera generación de los monasterios era rápida348. Se podría sugerir además que, después de
los incrementos de 1710 y 1740, hubo una tendencia a la baja en dos momentos
históricamente significativos entre 1750-1770 y en 1800-1820 atribuible en
cierta medida a las reformas promovidas por Fabián y Fuero y a la guerra de
Independencia respectivamente.
Si analizamos la
información para los monasterios sobre los cuales poseemos libros de
profesiones, este hecho puede quedar más claro. Dada su diferente naturaleza,
podemos considerar a los conventos de calzadas y de descalzas por separado. Las
gráficas 2 y 3 corresponden a los dos principales conventos del primer tipo: La
Concepción y Santa Catalina. Ahí se representa la frecuencia de ingreso a los
conventos cada veinte años y comprenden desde la fundación de cada convento
hasta 1820 aproximadamente349.
Gráfica 1. Profesiones, anuales (muestra): Santa Catalina,
La Concepción, Santa Teresa, Capuchinas y La Soledad (1590-1820)
El caso del convento de
La Concepción muestra, después de una baja sensible en los años 1681-1700350, niveles de recuperación entre 1701 y
1740 parecidos a los del siglo XVII. Después de 1741 los ritmos de las
profesiones disminuyeron mostrando un lento ascenso hasta 1800 para finalizar
con una dramática caída hacia 1820.
Gráfica 2. Profesiones del convento de La Concepción cada
veinte años (1590-1820)
Gráfica 3. Profesiones del convento de Santa Catalina cada
veinte años (1600-1820)
Por lo que se refiere
al convento de Santa Catalina (gráfica 3), los resultados son coincidentes con
La Concepción para el periodo de descenso en las profesiones de 1681 a 1700,
marcándose en adelante un ritmo de recuperación mucho más lento que su
precedente del siglo XVII. Después, a pesar de la recuperación de las
profesiones entre 1741-1760 y 1781-1800, la disminución del ingreso de
religiosas parece más clara durante casi toda la primera mitad del siglo XVIII,
fenómeno que se acentuó entre 1761-1780 y 1801-1820.
Lo que resulta
concluyente de ambos casos es una disminución de las profesiones, aunque en
diferentes momentos del siglo XVIII351. Las profesiones, aunque con algunos
altibajos, disminuyeron a lo largo de ese siglo. Dado que estos monasterios
figuraban entre los principales de calzadas, es muy probable que los demás
conventos de este tipo hayan sufrido similar situación. Esta baja se tradujo en
menor número de religiosas, dado que sería difícil atribuir las variaciones en
el número de profesas numerarias exclusivamente a cambios en la esperanza de
vida dentro de estas comunidades352. ¿Se puede pensar que influyó la reforma
de los conventos de mujeres en el descenso del siglo XVIII? Para tener una idea
precisa de ello hemos tomado las profesiones anuales de La Concepción y Santa
Catalina desde 1750 hasta 1820 (gráfica 4). Existe una clara coincidencia entre
la baja de 1761-1774 y las reformas conventuales. Durante este periodo Santa
Catalina no recibió ninguna nueva profesión en tanto que La Concepción apenas
logró una anual.
Gráfica 4. Profesiones anuales de los conventos de Santa
Catalina y La Concepción (1749-1808)
No encontramos en otro momento un descenso
similar mantenido durante más de una década. En principio esto llevaría a
concluir que una de las causas del descenso de profesiones en la segunda mitad
del siglo XVIII fue efecto de las citadas reformas. Pero deben quedar en claro
dos hechos: sus alcances no fueron duraderos (véase el incremento de las
profesiones en la década de 1790 que pudo haber compensado la anterior baja) y
las profesiones volvieron a mostrar una tendencia a la baja en las primeras dos
décadas del siglo XIX. Esto nos lleva a concluir que hubo al menos tres
periodos de bajas en las profesiones: el que ocurrió en las últimas dos décadas
del siglo XVII, el provocado por las reformas y el que se presentó en
1800-1820.
Por lo que se refiere a
los conventos de descalzas (gráficas 5 y 6) la situación fue diferente. Santa
Teresa presenta una regularidad sin par de profesiones, operándose la
sustitución de las monjas fallecidas casi como mecanismo de reloj. La variación
mayor se muestra en los primeros veinte años, cuando se pobló el convento
rápidamente. En adelante, cada dos décadas ingresaron entre 11 y 15 monjas. Es
de suponerse que el convento se mantuvo en su máximo de 21 miembros. Si se
hacen extensivos estos resultados, los datos de Santa Teresa sugieren que
falleció alrededor de 57% de la comunidad de religiosas en 20 años; en el caso
de La Concepción la renovación de las religiosas debería comprender alrededor
de 40 monjas por cada dos décadas353, situación que se presentó con cierta
regularidad hasta 1740, a partir del momento en que las profesas no llegaron a
ese número354.
En el caso del convento
de Capuchinas (gráfica 6) podemos observar que las profesiones disminuyeron
levemente en 1741-1760, pero se recuperaron en los años siguientes. Al igual
que en el caso de Santa Teresa, parece que esta disminución fue leve y
explicable, por la conversión del beaterio de Santa Rosa en convento formal hacia
1740 y la fundación del nuevo convento de Carmelitas Descalzas de La Soledad en
1748. Esta recuperación contrasta con el comportamiento detectado en las
profesiones de Santa Catalina.
Gráfica 5. Profesiones del convento de Santa Teresa cada
veinte años (1605-1820)
Gráfica 6. Profesiones del convento de Capuchinas cada
veinte años (1700-1820)
Por lo que se refiere
al convento de La Soledad (gráfica 7), éste fue el último fundado en la ciudad
(1748) y sus tendencias fueron similares a su comunidad hermana de Santa
Teresa. En resumen, los conventos de descalzas, en contraste con La Concepción
y Santa Catalina, no parecen haber sufrido un declive en el siglo XVIII e
inclusive, la baja observada en las primeras décadas del siglo XIX para las
calzadas fue casi imperceptible para ellos. Esto confirma la hipótesis del
efecto desalentador de las reformas que, obviamente, no afectaron a comunidades
de rígida observancia.
Gráfica 7. Profesiones del convento de La Soledad cada
veinte años (1748-1810)
El parentesco y la religiosidad conventual
El estudio de las familias interesadas en
hacer ingresar a sus hijas en los monasterios nos permite visualizar cómo uno
de los problemas a tratar es la relación de los grupos de la élite con la ciudad.
Variados son los enfoques por medio de los cuales se puede abordar tal tema
pues su interacción no fue siempre de la misma intensidad e importancia355. Ligado a este problema está el estudio
de las estrategias de reproducción social en las cuales de manera importante
influyen en la elección de la vida monástica los patrones de conformación de
las parejas y la dinámica de los modelos familiares en esta elección356.
Debemos destacar la
continua influencia de los grupos de inmigrantes españoles que fundaron y
entregaron sus hijas a los conventos como expresión, entre otras cosas, del
concierto de intereses locales identificados bajo nuevos esquemas culturales.
El fenómeno de la religiosidad criolla se puso claramente de manifiesto cuando
en 1740 se fundó en Puebla el convento de Santa Rosa, patrona del Nuevo Mundo357.
El parentesco fue uno
de los fenómenos más significativos del estado conventual. Éste operaba en
varias instancias y por tanto una misma familia nuclear contaba con varias
monjas. Del total de las religiosas cuyas familias hemos identificado, para el
periodo 1560-1833, 26.5% tenía una o más hermanas o primas-hermanas monjas (gráfica
8)358, lo que muestra la importancia de este
fenómeno en la conformación de la religiosidad femenina.
Gráfica 8. Monjas emparentadas por grupos familiares
(1560-1835)
La importancia de la familia como generadora
de actitudes piadosas aumenta si se consideran, además de las monjas, los
presbíteros. Comparando la lista de los padres y hermanos de las monjas con la
de los fundadores de capellanías y sus capellanes, resulta que, en muchos
casos, éstos fueron hermanos o primos de las monjas. Esta proporción crecería
si incluyésemos a los tíos, sobrinos u otros parientes de las religiosas que
fungieron como capellanes o fundadores de capellanías.
El resultado al que
llegamos es que los lazos de parentesco fueron uno de los elementos
característicos del catolicismo novohispano. En la mayoría de los casos, una
monja que profesaba tenía algún pariente ligado con la Iglesia o ella sería la
primera de una serie de eclesiásticos o monjas. Los nexos de consanguinidad más
importantes y plenamente comprobables correspondieron a la familia nuclear.
Este pequeño pero sólido grupo fue uno de los pilares del monacato femenino en
la ciudad de los Ángeles.
Para realizar un
análisis de las relaciones parentales dentro de los conventos se reconstruyeron
los lazos familiares entre las religiosas. Entre 1560 y 1830 encontramos (véase
el cuadro 7) a 570 monjas emparentadas en 226 grupos familiares. La mayoría de
ellas, 51.2% (292), tenía otra hermana dentro del monasterio. En menor proporción,
156 religiosas (27.3%) conformaron 52 grupos de tres
Número de monjas
procedentes de un mismo núcleo familiar residentes en los conventos de Puebla
(1560-1830)
| 
   Grupos  | 
  
   Grupos  | 
  
   Grupos  | 
  
   Grupos  | 
  
   Grupos  | 
  
   Porcentaje  | 
  
   Total  | 
 |
| 
   1560-1599  | 
  
   5  | 
  
   2  | 
  
   1  | 
  
   1  | 
  
   4.56  | 
  
   26  | 
 |
| 
   1600-1649  | 
  
   33  | 
  
   14  | 
  
   8  | 
  
   1  | 
  
   1  | 
  
   26.49  | 
  
   151  | 
 
| 
   1650-1699  | 
  
   24  | 
  
   13  | 
  
   6  | 
  
   1  | 
  
   1  | 
  
   21.40  | 
  
   122  | 
 
| 
   1700-1749  | 
  
   53  | 
  
   12  | 
  
   5  | 
  
   28.42  | 
  
   162  | 
 ||
| 
   1750-1830  | 
  
   31  | 
  
   11  | 
  
   2  | 
  
   1  | 
  
   19.12  | 
  
   109  | 
 |
| 
   Total
  de grupos  | 
  
   146  | 
  
   52  | 
  
   22  | 
  
   2  | 
  
   4  | 
  ||
| 
   Porcentaje
  monjas  | 
  
   51.2  | 
  
   27.3  | 
  
   15.4  | 
  
   1.7  | 
  
   4.21  | 
  ||
| 
   Total
  monjas  | 
  
   292  | 
  
   156  | 
  
   88  | 
  
   10  | 
  
   24  | 
  
   570  | 
 
FUENTE: AC.
Libros de profesiones, AGNEP. Testamentos y documentos
varios.
Monjas hermanas. Grupos
de cuatro monjas de una misma familia (88 religiosas de 22 grupos diferentes)
tuvieron todavía alguna importancia, ya que agruparon 15.4% del total de las
emparentadas, en tanto que los formados por cinco y seis religiosas fueron una
minoría que no llegó a 5%359. El cuadro 7 distribuye estos grupos familiares en
periodos. El objetivo de tal división fue tratar de obtener una idea acerca del
comportamiento de la religiosidad familiar en el lapso de 1560 a 1830.
La gráfica 9 compara a
las monjas que pertenecían a grupos familiares nucleares con las demás. Es
claro que durante el siglo XVI poco más de la mitad de las religiosas estaban
estrechamente ligadas por lazos familiares360.
Gráfica 9. Monjas emparentadas por grupos familiares
nucleares (1560-1835)
Durante el siglo XVII
la situación cambió, y ese tipo de monjas descendió a menos de 50%. Las
religiosas ligadas a grupos familiares tendieron de nuevo a ser más numerosas
hasta antes de 1700. A partir de esta fecha, la importancia relativa de la
familia nuclear dentro del convento como fuente de religiosidad monacal tendió
a declinar levemente, hacia la primera mitad del XVIII y de una manera más
marcada en 1750-1835. Las religiosas no emparentadas superaron por más del
doble a las pertenecientes a grupos familiares, quienes bajaron amenos de 25%
en las primeras décadas del XIX. Este fenómeno se complementó con otro: la
mayor parte de los grupos familiares más numerosos contenidos en el cuadro 7
(cuatro a seis religiosas) correspondieron al periodo anterior a 1700361.
«... De las que han muerto, asta el presente ninguna ha sido de
menos de sincuenta años...»362
Obtener datos sobre lo
que ofreció la vida conventual a las familias y los miembros que se
incorporaban a ella es complejo y sin duda tuvo que ver, en alguna medida, con
las estrategias de reproducción familiar. Uno de los factores de este tipo de
análisis considera la esperanza de vida de las mujeres que ingresaron a los
conventos como un elemento de especial relevancia. Conocemos el año de ingreso
y muerte de 942 monjas registrados entre los siglos XVII y XVIII, lo que
permite saber cuánto tiempo estuvieron estas monjas en la «vida de religión».
La gráfica 10 muestra que una buena parte de ellas lograba vivir 50 años en el
convento e incluso más.
Para realizar un
análisis más detallado y concentrado en nuestro periodo, hemos tomado los casos
relativos al siglo XVIII para los cuales contamos, además del registro del año
de ingreso y muerte de la monja, con la edad que tenía al iniciar su
preparación para la vida religiosa. Considerando una muestra de cien casos
incluidos en el periodo de nuestro estudio (gráfica 11), constatamos que la
distribución es muy similar a la gráfica anterior, lo que nos hace pensar por
un lado que los datos que forman esta muestra son plausibles. La gráfica
sugiere aun una mayor longevidad en el siglo XVIII. Un documento apoya esta
hipótesis: en Santa Rosa, eran comunes las inundaciones en la planta baja del
monasterio, originadas por el remanente de la fuente:
| 
   [...] de tal suerte
  que hasta hoy día por donde andan las religiosas, dejan estampados los pies
  por lo que han enfermado mucho y han padecido todas sin faltar a sus oficios
  con pretexto de enfermedad y de las que han muerto, asta el presente ninguna
  ha sido de menos de sincuenta años, todas las mas de sesenta y setenta [...]363  | 
 
Gráfica 10. Esperanza de vida de las religiosas dentro de
los conventos (siglos XVI-XVIII)
¿Cuándo ingresaba una
hija al convento? La gráfica 12 muestra que las mujeres que ingresaron en el
siglo XVIII a los monasterios lo hicieron jóvenes, buena parte de ellas entre los
15 y los 17 y en su gran mayoría antes de los 24 años. No tenemos estadísticas
acerca de la edad del matrimonio de otras jóvenes del mismo grupo social al que
pertenecían las monjas, pero creemos que esta gráfica sugiere que sólo una
pequeña porción de las que ingresaban a los monasterios lo hacían porque no se
habían casado. Los resultados sugieren que la edad de ingreso al monasterio, en
muchos casos, fue más o menos la misma que la del matrimonio dentro de estas
familias. Para mencionar sólo un ejemplo, diremos que Rosa María Villaseptién
de Balcaser, prima hermana de tres religiosas, fue bautizada en 1689 y figura
en las actas matrimoniales en 1707, por lo que casó aproximadamente a los 18
años de edad, la misma en que se presenta también un alto ingreso a los
conventos.
Gráfica 11. Esperanza de vida en los conventos (siglo
XVIII) (muestra)
Gráfica 12. Edad de ingreso al convento (1700-1820)
(muestra)
El resultado (gráfica
13) muestra que 17.7% de los regidores y alcaldes resultaron ser padres de
monjas, 30% tenía algún lazo de parentesco con sus familias y 52.3% no tenían
ninguna relación familiar detestable a partir de los apellidos paternos. La
importancia del parentesco fue notable si consideramos que para tener una hija
en algún monasterio y ser a la vez miembro del cabildo, tenían que conjuntarse
diversos propósitos. La presencia de familias dentro del cabildo relacionadas
con los conventos de mujeres, ya fueran padres u otro tipo de parientes, era de
casi 50%367. Esto implicaba desde luego una identificación notable con
los intereses monacales en caso de cualquier discusión en el cabildo: mercedes
de agua, donaciones, asistencia y promoción urbana general contribuyó a la
formación de la identidad de la ciudad.
Gráfica 13. Redes familiares de la oligarquía con los
conventos (1650-1760)
Estos resultados nos
llevan a sugerir que, para los miembros del cabildo era común tener parientes
dentro de los conventos femeninos, mientras que en sentido inverso, pocas
familias de las religiosas llegaban a tener acceso a los cargos en el
Ayuntamiento (10%)368. Los parientes cercanos de las monjas parecen haber
constituido una parte de la élite esencialmente diferente, aunque sin duda
relacionada con la oligarquía en el poder. Esto se explica porque pertenecer al
cabildo o no, era una opción política a la que los grupos poderosos podían
acceder en un momento dado, mientras que estar ligado a la iglesia tenía que
ver con una tradición familiar sólidamente establecida.
Si bien fue justamente
desde fines del siglo XVII y sobre todo en el XVIII donde pudimos constatar
disminuciones en el ingreso a los conventos de mujeres y un decremento de la
importancia del parentesco, se debe considerar que estas fluctuaciones
contrastaron con el fortalecimiento del clero y la época de oro de las
capellanías que tuvieron lugar en el siglo XVIII. Así, lo que la participación
de la familia pudo haber perdido en el terreno de las religiosas, lo ganó en el
de los sacerdotes. Esta dinámica fue especialmente compleja en el siglo XVIII,
sobre todo en lo que respecta a la transmisión del patrimonio familiar y la
acumulación de riqueza conventual.
El patrimonio
familiar y la riqueza conventual
La concentración y
acumulación de la riqueza eclesiástica fueron hechos complejos sobre los cuales
la historiografía ha avanzado muy poco369. Particularmente, este fenómeno se
presentó como parte de un proceso esencialmente urbano y a que, a fines del
siglo XVIII, muchas de las principales casas de la ciudad pertenecían a los
monasterios. ¿Qué implicaciones tuvo este hecho para los propietarios urbanos y
en especial para la acumulación y transmisión del patrimonio familiar? ¿Qué
papel desempeñaron las dotes en la división patrimonial y en la corformación de
la riqueza conventual? Estos problemas, tan importantes para comprender la
dinámica de las relaciones entre las familias y los conventos, no pueden
tratarse de manera aislada sino en el marco de la evolución de la economía
regional.
Los ritmos de la economía regional y la Iglesia. Siglos XVII y
XVII. «... Las cosas concernientes a la manutención de las personas...»370
Los conventos de
mujeres se distinguieron por su riqueza en las ciudades de importante
poblamiento español, como México, Puebla y Querétaro, para nombrar sólo algunas
de las más sobresalientes. Al terminar la era novohispana, el rubro más
importante de esta riqueza conventual fueron los bienes inmuebles urbanos.
Estas propiedades no fueron siempre de los monasterios y sólo a partir del
siglo XVIII los conventos de mujeres se convirtieron en grandes propietarios
urbanos. La administración conventual tuvo por tanto un dinamismo que es
necesarios estudiar ya que contrastó notablemente con los ritmos de la economía
regional.
La ciudad de Puebla se
desarrolló rápidamente después de su fundación (1531) y se convirtió en la
segunda ciudad del virreinato. Hacia 1600 entre las principales razones de su
auge se pueden citar su capacidad para articular una producción regional variada
y el hecho de constituir un punto importante en el intercambio interregional y
de distribución de mercancías importadas. La base del éxito de la economía
regional poblana fue la diversificación. Al iniciarse el siglo XVII había tres
actividades de una envergadura considerable: la pañera, con un amplio hinterland para
la cría de ganado lanar, empresa líder de la época; la triguera, que
proporcionaba un amplio sostén para la expansión regional y para la
reproducción de la economía española en las costas del Golfo y el sureste, y la
cría de ganado de cerda, que creció en importancia al transcurrir el siglo371. En el intercambio mercantil, Puebla
disfrutó de considerables exenciones fiscales y se constituyó en punto de apoyo
del eje México-Veracruz, por lo que fue importante centro de redistribución de
mercancías importadas.
A partir de 1630 la
región poblana enfrentó una serie de dificultades que disminuyeron la velocidad
de su desarrollo. Surgieron otros centros de producción al interior del espacio
colonial, que le hicieron una notable competencia, como Querétaro con sus
paños. Además, algunas de sus vías comerciales ultramarinas se vieron
obstaculizadas, producto de la prohibición de comerciar con Perú. La situación
de Puebla se complicó además por ciertas actitudes políticas de la élite,
cuando muchos de los regidores desacataron a la corona en su decisión de
incrementar las alcabalas, lo que provocó la pérdida de algunos privilegios
relacionados con el aprovisionamiento de mano de obra indígena372.
No obstante, el
estancamiento de algunas de sus industrias, como la pañera, la diversificación
de la producción y comercialización poblana hizo que la región superara esta
dificultad y posteriormente viviera la que fue una de sus etapas de mayor
crecimiento entre 1650 y 1675373.
A partir de 1690 Puebla
comenzó a mostrar síntomas de un declive general. Con la activación comercial
de la vía México-Veracruz, la región perdió gran parte de su papel como gran
almacén redistribuidor de importaciones374. El Bajío creció aceleradamente y el
trigo poblano comenzó a perder progresivamente algunos mercados. De 1690 a 1740
Puebla enfrentó una serie de agudas dificultades manifiestas en la evolución de
los niveles del diezmo. En 1697 el valor del diezmo líquido fue de 250000
pesos, en 1704 llegó a sólo 139282 pesos y entre 1709 y 1726, su valor promedio
anual no superó los 125 000 pesos375, lo que muestra una disminución
aproximada de 50% en los años más agudos de la crisis.
La situación que se
presentó en Puebla al iniciarse el siglo XVIII fue muy compleja. No sólo
encontramos factores de decrecimiento, desurbanización y ampliación del sector
de subsistencia, sino también un reacomodo de las actividades productivas. Se
inició el ciclo del algodón, que aprovechó la ruralización para establecer
firmemente la industria a domicilio, fenómeno acompañado por una notable
escalada de precios. Al respecto dijo el contador de conventos:
| 
   el augmento que en
  esta ciudad, y de más de estas provincias, han tenido y tienen las cosas
  concernientes a la manutención de las personas: pues si en el año de 1679
  valía una carga de trigo dos pesos, en el presente cuesta nueve; si la de
  frijol veinte reales ahora seis pesos; si un carnero en pie un peso y una
  libra de cacao real y medio, actualmente el carnero en canal se compra en
  tres pesos y la libra de cacao por cuatro reales y medio y así lo demás del
  vestuario376.  | 
 
Durante la segunda mitad del siglo XVIII
nos encontramos con una recuperación que, si bien se reflejó en cierto
crecimiento, fue notoriamente inferior a la de otras regiones novohispanas.
En breve, nos
encontramos con una economía regional bastante dinámica y diversificada que
creció aceleradamente hasta c. 1620, cuando encontró su primera
crisis seria pero bien librada por el resto del sigo XVII que fue de franco
desarrollo. La nueva crisis, de 1690-1740, significó un auténtico freno al
crecimiento y una readecuación a las nuevas condiciones con resultados mucho
más modestos en la segunda mitad del setecientos.
En la medida en que la
Iglesia es en realidad un mosaico de diversas instituciones, resulta complejo
saber cómo se adecuó la economía eclesiástica y especialmente la conventual en
esta época de contracción económica. Un elemento que podría servirnos como
indicador de tal situación es la construcción de edificios eclesiásticos. La
mayoría de iglesias, hospitales y conventos pasaron por dos etapas constructivas.
En una primera, generalmente hasta principios del siglo XVII, las iglesias
fueron muy modestas, la mayoría de las veces techadas con madera.
Posteriormente se fueron modificando, enriqueciendo y adquiriendo tallas mucho
mayores. Si tomamos la fecha de terminación de los edificios eclesiásticos,
tendríamos el siguiente cuadro:
Construcción de
edificios religiosos en la ciudad de Puebla de acuerdo con su fecha de
terminación
| 
   Número de
  construcciones  | 
 |
| 
   1550-1570  | 
  
   2  | 
 
| 
   1570-1590  | 
  
   2  | 
 
| 
   1590-1610  | 
  
   1  | 
 
| 
   1610-1630  | 
  
   6  | 
 
| 
   1630-1650  | 
  
   4  | 
 
| 
   1650-1670  | 
  
   4  | 
 
| 
   1670-1690  | 
  
   8  | 
 
| 
   1690-1710  | 
  
   5  | 
 
| 
   1710-1730  | 
  
   2  | 
 
| 
   1730-1750  | 
  
   6  | 
 
| 
   39  | 
 
Estas referencias
permiten aproximarnos al momento en que la economía eclesiástica contó con
recursos para la edificación. El siglo XVII fue la principal etapa constructiva
donde la Iglesia poblana obtuvo y recicló recursos económicos suficientes para
terminar sus construcciones entre las que se encuentra la terminación de la
monumental catedral. Es notorio que después de 1750 no se emprendieron nuevos
proyectos. Aunque este cuadro no revela si las finanzas eclesiásticas pasaron
exactamente por las mismas fluctuaciones que la economía regional, sí sugiere
que la acompañaron en el crecimiento del siglo XVII.
En particular, los
conventos de mujeres fueron floreciendo con la ciudad. Las últimas fundaciones
conventuales a principios del XVIII muestran que la coyuntura más crítica para
la economía regional (1680-1748) no se reflejó en la economía monacal, y si
consideramos que para fundar un monasterio era necesario contar con fondos,
vemos que la Iglesia absorbió parte de los exiguos recursos regionales de esta
crítica época.
La riqueza de los
conventos de mujeres, y en menor medida de otras instituciones dependientes del
ordinario diocesano, creció tan rápidamente que hacia 1680 el obispo creó la
oficina de contaduría general de conventos, obras pías y hospitales. Por un
informe del contador general al obispo en 1748, sabemos que considerando tan
sólo los conventos dependientes del obispado, es decir, excluyendo al rico
monasterio de Santa Clara, la riqueza conventual femenina en la ciudad de los
Ángeles era cercana a los tres millones de pesos, lo que implicaba un ingreso
anual aproximado de 150000 pesos.
Otros documentos de la
contaduría y archivos conventuales, nos permiten seguir de cerca los ritmos de
crecimiento de algunos monasterios. La evolución de la riqueza del convento de
La Concepción, uno de los más dotados, fue la siguiente:
Valor de los bienes del
convento de La Concepción (1633-1788)
| 
   Valor (en
  pesos)  | 
 |
| 
   1633  | 
  
   269 771  | 
 
| 
   1677  | 
  
   505 787  | 
 
| 
   1718  | 
  
   604 871  | 
 
| 
   1735  | 
  
   726 500  | 
 
| 
   1743  | 
  
   737 689  | 
 
| 
   1768  | 
  
   745 614  | 
 
| 
   1788  | 
  
   797 863  | 
 
FUENTE: Libros de
cuentas y documentos varios.
Esta información
muestra que la riqueza de las concepcionistas creció a ritmo muy acelerado en
el siglo XVII; en la primera mitad del XVIII la rapidez de su acumulación
disminuyó, y se hizo aún más lenta en la segunda mitad de esa centuria. Los
datos para Santa Catalina, otro convento de calzadas poderoso, dibujan un
panorama similar. En este caso hay un aumento sostenido hasta la primera mitad
del XVIII: en 1655 los bienes de este monasterio sumaban 398 386 pesos; en
1716, 54 6412 pesos, y en 1742, 623 068 pesos. Por otra parte el estancamiento
de la segunda mitad del XVIII se refleja en algunos casos específicos como en
el de Santa Rosa, ya que el valor de sus bienes sólo creció 7% entre 1724 y
1788377.
Estos datos revelan que
las finanzas conventuales se mantuvieron sanas en la difícil coyuntura de
1680-1740, durante la cual consolidaron incluso su posición. En cambio, cuando
la economía poblana recobró su dinamismo, a partir de 1740, los ritmos de
incremento de la riqueza conventual se hicieron mucho más lentos.
Las tendencias
explicativas de este crecimiento pueden buscarse en el origen de la formación
de los capitales conventuales. Las dotes constituyeron la principal fuente de
acumulación de riqueza de los monasterios para mujeres. Cuando una mujer tomaba
los votos en un convento, tenía que garantizar su peculio dentro del monasterio
aportando una dote que fluctuó entre 2 000 y 3 000 pesos378. El pago podía hacerse en efectivo,
subrogando un activo que tuviera en su favor, o reconociendo la deuda,
hipotecando los bienes familiares bajo un contrato denominado depósito
irregular, en favor del convento. En el primer caso, el convento recibía
el dinero en efectivo y enseguida lo prestaba para percibir los intereses; en
las otras opciones sólo mediaba la firma de los documentos en que se acreditaba
al monasterio como dueño del capital en cuestión cuyos réditos cobraba. El
libro de profesiones de La Concepción muestra por un lado que el valor promedio
de la dote cambió a lo largo del tiempo. Mientras que en la década 1615-1625
fue de 1518 pesos, en 1725-1735 ya fue de 3 000 pesos. Por otro lado
constatamos que las dotes se fueron acumulando de tal manera que para 1743,
como lo indica el cuadro 9, el valor de este rubro ascendía a 737 689 pesos. Se
puede suponer que las dotes constituyeron la base casi exclusiva de la riqueza
monacal y que ésta dependía, hasta este periodo, del ingreso de religiosas. Por
otra parte, la iglesia y el monasterio se edificaban con donaciones de
bienhechores que no figuran en este tipo de contabilidad.
La evolución del
ingreso de religiosas a los conventos de calzadas; Santa Catalina y La
Concepción, ambos fundados en el siglo XVI, evidencian la semejanza entre el
ritmo de aportación de dotes y por tanto de acumulación de la riqueza
conventual379. Las profesiones, y por consiguiente el ingreso por dotes,
tuvieron un descenso sensible en el periodo 1681-1700, posiblemente debido a
las epidemias de la época, 12 logrando una recuperación en los años más agudos
de la crisis, 1701-1739. En cambio, el número de profesas en los cuarenta años
que median de 1741-1779 fue considerablemente más bajo y los niveles de ingreso
de los últimos veinte años fueron modestos e inferiores a los de la mayoría del
siglo XVII, resultando que la acumulación de bienes fue por tanto más lenta en
la segunda mitad del siglo XVIII. Si se comparan estos datos con las cifras del
cuadro 9, los resultados son concordantes380.
La situación que se
vivió en Santa Catalina muestra algunas variaciones. El ingreso de religiosas
sufrió, al igual que en La Concepción una caída en los últimos años del siglo
XVII381. Después, aunque no hubo una recuperación tan marcada como
en La Concepción, el ingreso de religiosas aumentó en los primeros años del
siglo XVIII y en los años 1761-1780 se muestra otro descenso. Lo que es
coincidente es la crisis de fines del XVII e inicio de una recuperación, así
como una nueva disminución en la segunda mitad del XVIII que hizo que el ritmo
de acumulación fuera inferior a sus cien años precedentes.
La composición de la riqueza. «Los conventos han adquirido muchas
casas»382
Desde su fundación, los
conventos desempeñaron un papel clave en la conformación de los grupos de la
élite y sus espacios, estuvieron presentes a través de sus fiestas, sus
procesiones, de ofrecer albergue a las hijas de las familias más poderosas, y
al constituirse en arquetipo del comportamiento femenino, aspectos que fueron
sin duda vitales para la identidad urbana. A éstos se agrega uno más que
completa el cuadro: su papel como grandes propietarios urbanos.
Podríamos dividir la
riqueza conventual en capitales reconocidos en favor del convento y casas383. Esta composición no se mantuvo estática
durante toda la colonia como lo ha mostrado Asunción Lavrín en los conventos de
mujeres de la ciudad de México. En este caso, durante el siglo XVIII se produjo
un cambio en la inversión de la riqueza conventual al pasar el predominio de
capitales a casas384. Los conventos de La Concepción y Santa Catalina de Puebla
sugieren modificaciones en el mismo sentido. El cuadro 10 muestra la dinámica
de estos cambios en el caso de las concepcionistas.
La evolución de la
riqueza de La Concepción muestra de una manera acentuada el proceso de cambio en
la composición de la economía conventual. A principios del siglo XVII casi
todos los bienes de las concepcionistas eran capitales reconocidos en favor del
convento. A fines de ese siglo e inicios del siguiente, el cambio comienza a
percibirse, resultando que, para las dos últimas décadas, un poco más de la
mitad del valor de la riqueza monacal la constituyen la propiedad de casas en
la ciudad de Puebla. En el caso de Santa Catalina el proceso fue mucho menos acentuado,
aunque también patente. El cuadro 11 muestra esta composición.
Desafortunadamente no tenemos información sobre la segunda mitad del siglo
XVIII, pero los datos señalan que la transición al setecientos denota el
fortalecimiento de los inmuebles en detrimento de los capitales.
Composición de la
riqueza del convento de La Concepción de Puebla (1633-1788)
| 
   Valor en
  capitales  | 
  
   %  | 
  
   Valor en casas  | 
  
   %  | 
 |
| 
   1633  | 
  
   253 671  | 
  
   94  | 
  
   16 100  | 
  
   6  | 
 
| 
   1677  | 
  
   450 961  | 
  
   89  | 
  
   58 826  | 
  
   11  | 
 
| 
   1718  | 
  
   423 451  | 
  
   70  | 
  
   181 420  | 
  
   30  | 
 
| 
   1743  | 
  
   521 699  | 
  
   71  | 
  
   215 990  | 
  
   29  | 
 
| 
   1788  | 
  
   373 731  | 
  
   447  | 
  
   424 132  | 
  
   53  | 
 
FUENTE: Libros de
cuentas y documentos varios.
Composición de la
riqueza del convento de Santa Catalina de Puebla (1655-1742)
| 
   Valor en
  capitales  | 
  
   %  | 
  
   Valor en casas  | 
  
   %  | 
 |
| 
   1655  | 
  
   365 009  | 
  
   92  | 
  
   33 377  | 
  
   8  | 
 
| 
   1672  | 
  
   354 777  | 
  
   84  | 
  
   66 020  | 
  
   16  | 
 
| 
   1716  | 
  
   356 132  | 
  
   65  | 
  
   190 280  | 
  
   35  | 
 
| 
   1742  | 
  
   420 688  | 
  
   67  | 
  
   202 380  | 
  
   33  | 
 
FUENTE: Libros de
cuentas y documentos varios.
Al igual que en el caso
de La Concepción, en el siglo XVII casi la totalidad de los recursos monacales
estaban en capitales impuestos. A inicios del XVIII, las casas comenzaron a
ganar terreno y es muy probable que esta tendencia se haya incrementado durante
el siglo.
A partir de las cuentas
de La Concepción y Santa Catalina, podemos suponer que la mayor inversión en
casas fue un hecho obligado más que una estrategia financiera de los conventos.
Con la crisis que sufrió la ciudad a partir de 1680-1690 que se prolongó hasta
1740, la liquidez para pagar los capitales reconocidos disminuyó notoriamente.
El resultado fue que muchas propiedades sobre las cuales se reconocían
capitales de los conventos entraron en concursos de acreedores. La contabilidad
de Santa Catalina señala que, mientras que en 1655 sólo 11.8% de estos
inmuebles estaba en concurso, en 1716 este porcentaje había subido hasta 3 7.3.
A partir de fines del siglo XVII dos hechos comenzaron a hacerse notorios: los
juicios por falta de pago se incrementaron, mientras que por otra parte los
conventos no pudieron vender las propiedades urbanas que caían en sus manos por
falta de pago de los deudores385. En 1675 La Concepción promovió un juicio
sobre una casa que reconocía un capital en su favor. La propiedad cedida salió
a remate en diversas ocasiones sin éxito. Finalmente «se tuvo que transferir [en
favor del convento] por no haber más que un comprador [que ofrecía menos que el
valor en que estaba valuada la casa] ante lo cual el mayordomo del monasterio
recomendó quedarse con la casa». En 1748, la contaduría de conventos señaló
este hecho como característico de la época cuando apuntó que «los conventos han
adquirido muchas casas» de tal manera que sus rentas estaban divididas en una
multitud grande de partes respectivas a los inquilinos en arrendamientos de
casas386.
La nueva composición de
la riqueza conventual trajo ciertos cambios en la política económica
conventual. La necesidad de quedarse con propiedades urbanas que luego se
rentaron puso de manifiesto un hecho económico: los rendimientos por
arrendamiento presentaban menos pérdidas que los réditos cobrados por
capitales. Así, es muy probable que lo que en principio fue casual y forzoso
-el quedarse con propiedades urbanas que no pudieron rematarse-, luego se haya
convertido en un hecho dirigido. El resultado de este proceso fue que los
conventos se constituyeron en uno de los principales propietarios urbanos.
Gracias al padrón general de casas de 1832 podemos saber que la Iglesia era
propietaria de casi la mitad de los bienes inmuebles urbanos. La ciudad tenía
entonces 2 965 casas con valor de 10 763 980 pesos, de las cuales la Iglesia
poseía 1420 que representaban un valor de 5 361620 pesos. Los mayores
propietarios eclesiásticos resultaron ser los conventos de mujeres, y el valor
de sus propiedades urbanas fue de 2.5 millones de pesos. Entre los mayores
propietarios conventuales figuraron La Concepción y Santa Catalina387.
El proceso por el cual
se constituyeron en dueños de las principales casas de la ciudad fue contradictorio
y azaroso. En primer lugar, se presentó en el marco de una crisis urbana.
Frente a ella, los conventos parecen haber garantizado y mejorado sus finanzas
pues, como hemos visto, en el caso de La Concepción la riqueza en bienes raíces
tuvo en la época 1680-1740 su mejor bonanza ya que la inversión creció de 54
826 pesos a 215 990 pesos (cuadro 10). Esta paradoja, de mejor economía
conventual en periodo de crisis, se explica por la grave situación por la que
atravesaba la economía poblana. La carencia de liquidez y los concursos de las
propiedades fueron un hecho que tuvieron que afrontar los mayordomos
conventuales. En el transcurso del tiempo, las cuentas mostraron que esas
propiedades, con las que forzosamente se habían quedado, producían mejores rendimientos
que los capitales. Posiblemente, ello se convirtió en una política económica
consciente y el nuevo papel urbano de los monasterios les otorgó nuevas
funciones. Para rentar las casas, éstas deberían estar en buen estado, lo que
implicaba una reinversión en una escala considerable. La cuenta de 1713-1718 de
La Concepción muestra que de sus egresos destinó 33.8% para «la reparación de
casas y construcción de nuevas». En los numerosos recibos que se han conservado
de los gastos de los conventos en el siglo XVIII, destaca la gran actividad que
desarrollaron para mantener sus propiedades. Aparecen constantemente pagos a
albañiles, pintores y carpinteros y la compra del material más diverso para la
construcción. Vemos por tanto que gran parte de la fisonomía urbana del XVIII
fue obra de la Iglesia y en particular de los monasterios.
Es muy probable que la
adquisición de numerosas propiedades a nombre de los conventos haya producido
también nuevas tensiones sociales. Un análisis de la ubicación de las casas en
cuestión muestra que gran parte de ellas estaba en un lugar privilegiado dentro
de la ciudad. Muchas eran casas de primera clase que debieron ser poseídas y
habitadas por grupos económicamente poderosos y es muy probable que la crítica
a la Iglesia como gran propietaria urbana haya surgido especialmente cuando el
proceso de concentración de la propiedad parecía haber terminado en el último
tercio del siglo XVIII. ¿Tuvo esto algo que ver con la disminución del proceso
de acumulación de la riqueza conventual que se venía observando durante la
segunda mitad del siglo XVIII? Aunque sea posible, sería muy aventurado señalar
que la tendencia a la caída de las profesiones, observada en la segunda mitad
del XVIII, correspondió al alejamiento de los grupos familiares despojados. De
todas formas, no cabe duda de que este hecho económico introdujo cambios no
sólo para los conventos de mujeres sino que afectó la relación entre la Iglesia
y la sociedad.
Las religiosas del convento de Santa Rosa y sus familias
La religiosidad conformada
a partir de la fundación del convento de Santa Rosa (1740) ilustra parte de
esta compleja relación. Este monasterio nació como beaterio en el siglo XVII y
se consolidó como tal en el XVIII. En el transcurso de su formación el hecho
permanente que mostraba su crecimiento fue la construcción de su edificio. Al
lado de la iglesia se levantó la casa de las monjas, que era un lugar diseñado
exprofeso para la oración. No sólo las nuevas calles tomaron su nombre, sino
que las fiestas dieron una nueva vitalidad al entorno y Puebla adquirió una
nueva patrona. Año con año desde 1683, Santa Rosa se sostenía lenta pero
constantemente gracias a la existencia de un elemento fugaz y perecedero como
una vida: las religiosas que pasaban generación tras generación por sus
puertas, lograron con su religiosidad y empeño que Puebla fuera «una ciudad de
conventos».
Las monjas que vivieron
cotidiana y silenciosamente en el monasterio de Santa Rosa provenían de
diversas sectores étnicos y sociales que tuvieron como interés común el tener
al menos una hija monja entre sus miembros. Esas mujeres se habían desligado
del seno familiar para formar otra comunidad doméstica, ascética y religiosa
que rezaba incansablemente por la salvación de los hombres y, en especial, por
sus padres y hermanos. El estudio de los grupos de origen constituye un hito
importante en la historia de cada monasterio. El caso elegido para mostrar tal
proceso es el de Santa Rosa, que desde su misma fundación se presentó como la
suma de esfuerzos sociales heterogéneos en la búsqueda de un solo ideal
religioso.
«... Yo, María Theresa de Santa Catharina...»
Cuando una novicia
profesaba como monja en el convento, todo cambiaba para ella. Dejaba su pasado
atrás, abandonaba su familia y la vida mundana, que llamaban «del siglo». Un
hecho simbólico especial era el mudar el nombre con el cual había sido
bautizada y que había llevado durante casi 20 años, para adoptar uno nuevo.
Nada podía ser más representativo que asumir, aunque sea sólo parcialmente, una
nueva identidad al renunciar, principalmente a sus apellidos, a su linaje y a
sus antepasados y a recibir una herencia mayor que la que sus padres en ese
momento les asignaban, en la mayoría de los casos, como su dote. Ello estaba en
relación con la noción de la «muerte del siglo». Diez meses antes la novicia se
había separado definitivamente del núcleo familiar, y la ruptura había quedado
formalmente legalizada mediante el protocolario dictado del testamento ante el
notario en las rejas del monasterio.
Este acto materializaba,
por una parte, la idea del final humano, la despedida del cuerpo material y la
muerte social de la monja; por otro lado, expresaba la vinculación de la joven
con una nueva comunidad, misma que se encargaría en adelante de su vida y de su
muerte.
El testamento
simbolizaba algo más que un acto de derecho privado destinado a regular la
transmisión de bienes. Era, por así decirlo, un acto religioso impuesto por la
Iglesia: el final de su vida como seglar y el principio de su vida como
religiosa. La novicia confesaba su fe, reconocía sus pecados y los redimía
mediante un acto público. Dentro del mismo esquema textual se hacía notar algo
de suma importancia, que simbolizaba el cambio de «estado» definitivo de la
novicia, su «muerte para el siglo» e inclusión en una comunidad monástica, con
un nuevo nombre que se confirmaba cuando profesaba y tomaba los votos
perpetuos. De esta manera, la primera religiosa del convento de Santa Rosa que
hizo su profesión, el 12 de julio de 1740, en manos del prebendado de catedral
y vicario general del obispado Gaspar Antonio Méndez de Cisneros, fue recibida
ritualmente por la entonces priora, «quien asimismo se
reconoció en voz alta como... Yo, María Theresa de Santa
Catharina...» profesando junto a ella otras 24 fundadoras.
La designación nominal
de las religiosas correspondía a composiciones de varios elementos. El primero
de ellos por lo general correspondía al nombre de pila común con el que había
sido bautizada y el segundo al de un santo, santa o alguna advocación de un
misterio religioso, como María Lugarda de la Encarnación o Anna de la Santísima
Trinidad. Para estudiar algunos de los nombres de las religiosas del convento
hemos reconstruido el siguiente listado:
Nombre de las monjas
profesas en Santa Rosa (1683 y 1740)
| 
   María
  Antonia de San Miguel  | 
 
| 
   María
  Manuel del Espíritu Santo  | 
 
| 
   María
  de los Dolores Josefa  | 
 
| 
   María
  Ana de San Pedro  | 
 
| 
   Manuela
  Antonia de San Anselmo  | 
 
| 
   Lorenza
  Josefa de la Purísima Concepción  | 
 
| 
   Manuela
  Josefa de San Juan  | 
 
| 
   Ana
  Isabel de Candelaria  | 
 
| 
   Ana
  Josefa de San Ignacio  | 
 
| 
   M.ª
  Joaquina de San Francisco  | 
 
| 
   Ignacia
  María de San José  | 
 
| 
   Ignacia
  Gertrudis de los Dolores  | 
 
| 
   M.ª
  Gertrudis de Cristo  | 
 
| 
   Ana
  Josefa de San Pedro  | 
 
| 
   Margarita
  Josefa de la Santísima Trinidad  | 
 
| 
   Ana
  María de San Jerónimo  | 
 
| 
   María
  Francisca Javiera de San Bernardo  | 
 
| 
   María
  Teresa de Santa Catalina  | 
 
| 
   María
  Antonia San Juan Bautista  | 
 
| 
   María
  Magdalena de Jesús Nazareno  | 
 
| 
   Ana
  María Gertrudis de San José  | 
 
| 
   Clara
  María de las Llagas  | 
 
| 
   María
  Ana Águeda de San Ignacio  | 
 
| 
   Josefa
  María del Santísimo Sacramento  | 
 
| 
   Clara
  María de Santa Bárbara  | 
 
| 
   Antonia
  Rosa de Santa María  | 
 
| 
   Gertrudis
  María de San Bernardo  | 
 
| 
   M.ª
  Lugarda de la Encarnación  | 
 
| 
   María
  Manuela de Santa Rosa  | 
 
| 
   María
  Ignacia de San Cayetano  | 
 
| 
   María
  Ana de Santo Domingo  | 
 
| 
   Manuela
  M.ª Ana de San Joaquín  | 
 
| 
   Ana
  María Francisca de la Santísima Trinidad  | 
 
| 
   Ana
  María de San Juan  | 
 
| 
   Filotea
  María de San Agustín  | 
 
| 
   María
  Manuela de San Francisco  | 
 
| 
   Ana
  María del Corazón de Jesús  | 
 
| 
   María
  de Santa Inés  | 
 
| 
   Juana
  de Jesús María  | 
 
| 
   María
  Teresa de la Santísima Trinidad  | 
 
| 
   Juana
  María Micaela de San Nicolás  | 
 
| 
   María
  de San José  | 
 
| 
   Antonia
  María de San Miguel  | 
 
| 
   Ignacia
  de San José  | 
 
| 
   María
  de Carmen Agustina de San José  | 
 
| 
   Margarita
  Micaela de la Luz  | 
 
| 
   Rosa
  de Santa María  | 
 
| 
   María
  Francisca de San Juan Nepomuceno  | 
 
| 
   María
  Josefa de San Pedro  | 
 
| 
   María
  Lugarda de la Encarnación  | 
 
| 
   María
  Antonia de la Santísima Trinidad  | 
 
| 
   María
  de la Luz de San Antonio  | 
 
| 
   Antonia
  de la Paz María Guadalupe de la Santísima Trinidad  | 
 
| 
   María
  Rosalía de la Sangre de Cristo  | 
 
| 
   Josefa
  Gertrudis de San Diego  | 
 
FUENTE: ACSRP.
Libro de profesiones.
Es difícil
circunscribir de manera exacta todos los nombres a una orden religiosa en
especial, pues hubo advocaciones compartidas como la Purísima Concepción cuyo
culto fue impulsado por los franciscanos y los jesuitas y en determinado
momento también por el clero secular. Tuvo gran arraigo en Puebla pues además
de un monasterio de monjas franciscanas, la catedral compartía esa misma
dedicación, además la virgen era patrona de la ciudad desde 1619388.
Como se puede observar
en el listado, la mayoría de los segundos nombres de las monjas correspondieron
al santoral dominico, entre ellos no podía faltar el nombre de Santa Rosa en
varias formas; así, tenemos a sor Rosa de Santa María, sor María Manuela de
Santa Rosa y sor Antonia Rosa de Santa María. Como era de esperarse,
encontramos también nombres de otros santos relacionados con los predicadores,
dado que el monasterio se formó bajo su tutela. Figuraron sor María Ana de
Santo Domingo, María de Santa Inés y María Teresa de Santa Catalina.
Es notable la
influencia que ejercieron los jesuitas pues además de sobresalir como
confesores y guías espirituales de las religiosas, influyeron en la elección de
los nombres de profesas como se hizo patente con: Manuela del Espíritu Santo,
Ana Josefa y María Águeda de San Ignacio, Ana María del Corazón de Jesús y
Margarita Micaela de la Luz, entre otras. Por su parte, San Francisco, patrón
de la orden hermana de los dominicos, también estuvo presente, como en los
casos de María Joaquina de San Francisco y María Manuela de San Francisco.
Entre los nombres más repetidos aparecieron los de los apóstoles San Pedro y
San Juan, citados tres veces cada uno, tampoco faltó San Miguel, especial
patrono de la ciudad, respecto a este último, se puede apuntar que ya desde la
fundación del convento se le tenía una especial consideración. Su principal
patrocinador, Miguel Raboso de la Plaza, dejó 6 000 pesos para la celebración
de su misa anual, que se celebraba el 24 de junio en catedral, con maitines en
la noche anterior, tercia, procesión, misa cantada, procesión especial y
sermón, tal como se hacía para San Pedro en la misma basílica. Don Idelfonso
Raboso, el padre, había mandado hacer una ermita al mismo santo en el convento
de Santa Catalina; además, el ingenio que la familia tenía en ese entonces se
llamaba San Juan Bautista. Sin olvidar que la Virgen de esa advocación era
considerada por las monjas como su principal protectora.
Los nombres a los que
más recurrieron las monjas fueron San José y la Santísima Trinidad, que se
repiten en cinco ocasiones. El primero recibía un gran culto en la ciudad por
ser reconocido como uno de los patronos más antiguos e importantes; baste señalar
que la segunda parroquia más grande de Puebla estaba bajo su protección. Por su
parte, la Santísima Trinidad desde hacía más de un siglo había inspirado tal
devoción en la ciudad que existía desde 1616 un convento bajo su advocación. Igualmente,
socorrido resultó Jesús o Cristo bajo diferentes denominaciones; María Rosalía
de la Sangre de Cristo, Juana de Jesús María, María Gertrudis de Cristo.
A pesar de existir
algunas recurrencias, es significativa también la variación nominal que
obedeció a diferentes intereses como puede observarse en el cuadro 12. Como se
ha dicho, el nombre de la religiosa estaba compuesto de dos partes. En algunos
casos, la primera correspondió al de su bautizo. Ana María Pardo adoptó el de
Ana Josefa del Corazón de María, Antonia Gertrudis Bairo Millán fue María
Antonia de San Miguel, Ana Catalina Isabel Fernández tomó el de Ana Isabel de
la Candelaria, e Ignacia Gertrudis López de Herrera el de Ignacia Gertrudis de
los Dolores. De estos y otros ejemplos se desprende que, por lo general, la
mujer conservaba al menos un nombre original cuando profesaba, lo que resultaba
importante para preservar cierta identidad individual. Sin embargo, en algunos
casos fueron sustituidos por el de los santos correspondientes a los nombres de
sus padres o madres.
En el caso especial de
las carmelitas descalzas, en algunas ocasiones las mujeres que profesaban y
suplían a las que morían llegaron a adoptar uno de los nombres religiosos de la
difunta. Por ejemplo, Ignacia Teresa de San José, que en el siglo se llamó
Ignacia Roxas Cabrera, profesó el 17 de julio de 1784 en lugar de la madre
María Teresa de San José quien había fallecido el 16 de abril de 1783389.
Su transformación en
monjas significaba para ellas una nueva vida, a la que se unía parte de su
nueva identidad, ligada a la imitación, ensalzamiento o renombre del santo cuya
nominación habían adoptado. También de esta manera edificaban un parentesco o
liga espiritual entre ellas, y contribuían decisivamente a la conformación de
un sentimiento de unidad religiosa dentro del convento. El mantener su propio
nombre o el de sus padres significaba que la nueva vida era en realidad una
fusión entre la identidad familiar y la conventual.
... Ser hija legítima y de legítimo matrimonio
Cuando una aspirante a
religiosa entraba al monasterio, sabía que tenía que renunciar al mundo
exterior. Dejaba atrás la vida del siglo que hasta entonces había llevado. Los
actos que parecían ser un completo desprendimiento y casi una negación de sus
orígenes, eran en realidad complejas y continuas interacciones entre los
conventos y las familias.
Al igual que el resto
de las instituciones religiosas, los monasterios de mujeres sentaron su base en
el grupo familiar. Que éste fuera sólido, legítimo y cristiano fue antecedente
indispensable para quien pretendía ingresar a un convento, amén de demostrar no
tener ningún antecedente sospechoso de heterodoxia. Además, se debía de
garantizar la manutención de la aspirante en el monasterio mediante la dote.
Como ya se ha dicho, en algunos casos, las primeras beatas y religiosas
ingresaron sin dote en algún convento de reciente creación porque los
fundadores y benefactores, como patronos de la institución, habían dejado ya
una cantidad suficiente para su sostenimiento. En Santa Rosa, pudieron ingresar
las primeras veinticinco religiosas sin dote, pero las restantes tuvieron que
aportarla. A partir de los datos disponibles, sabemos que en 1793 había 36
monjas y es muy probable que en buena parte del siglo XVIII haya habido un
número mayor de veinticinco.
Ciertas condiciones
familiares eran imprescindibles para que una religiosa pudiera profesar.
Previamente a la toma de profesión de una monja, se le notificaba al obispo que
los requisitos para su ingreso habían sido cubiertos y entonces, el mismo
obispo emitía una comunicación formalizando los trámites y la investigación
sobre la familia de la joven aspirante. Una vez que se depositaba la dote en
las arcas del monasterio y tras mostrar que la candidata procedía de matrimonio
legítimo, se sometía a examen su vocación y era propuesta a la comunidad. Se
dejaba también claramente explícito que, al morir la religiosa, la dote pasaba
de manera definitiva a manos del convento. Así, por ejemplo, el 30 de abril de 1759
llegó al convento un escrito donde se describían los formalismos
reglamentarios:
Don Domingo Pantaleón
Álvarez de Abreu, por la Divina Gracia y de la Santa Sede Apostólica arzobispo,
Obispo de esta ciudad y obispado de la Puebla de los Ángeles, asistente del
Sacro Solio del Consejo de su Magestad:
| 
   Por quanto vía de
  depósito irregular paran en poder del mayordomo del Convento de Santa Rosa de
  Dominicas Recolectas de esta ciudad, los tres mil pesos de la dote de Sor
  María Josepha de San Ignacio, hija legítima de Juan Joseph de Malpica y de
  Anna María de Estrada, novicia para velo y choro en el sobredicho monasterio.
  Habiendo sido explorada por Nos la libre voluntad y vocación de la contenida
  en orden a hacer su sagrada y solemne Profesión de religiosa de velo y choro
  en el referido convento según lo en esa razón dispuesto por el Sacro Santo
  Universal Concilio Tridentino, sin que hubiese resultado impedimento alguno
  [...] Por tanto: ordenamos a la priora y definitorio de dominicas recolectas
  de Santa Rosa, propongan a votos de su Comunidad a la sobredicha Sor María
  Anna Josepha de San Ignacio, a efecto que siendo admitida canónicamente por
  la mayor parte de ellas haga su solemne Profesión [...] bajo condición de que
  por su muerte ha de suceder el convento en la propiedad y dominio de los
  expresados tres mil pesos de la Dote [...]390  | 
 
En este documento se especificaba que los
familiares de la religiosa ya habían entregado la dote al mayordomo. En el caso
de las religiosas que estaban por arriba del número fijado por la fundación,
era una condición que el mayordomo del monasterio recibiera con antelación el
respaldo de tal cantidad. Él era quien administraba los bienes externos ya que
las religiosas, por su carácter, no podían hacerlo por sí mismas391. Como administrador llevaba las cuentas
de todos los bienes conventuales, casas y dinero, y tenía la obligación de
entregar las cuentas al obispado para que un funcionario las revisara y les
diera el visto bueno.
Además de la dote, era
muy importante comprobar el origen familiar de las aspirantes. Se formaban
expedientes por cada religiosa, llamados «certificados de pureza», en los que
se describía la calidad del linaje de la novicia. Este requisito fue heredado
de la costumbre hispana que desde el siglo XVI justificaba su exigencia en
razón de la discriminación racial contra los españoles de origen judío,
elemento que se había convertido en un factor arraigado a la vida pública de
manera paralela al proceso de reconquista espiritual.
El culto de la limpieza
de sangre se transfirió a la legislación española392 y el derecho castellano la impulsó
en la Nueva España. Para solventar las exigencias de la limpieza de sangre, los
españoles que no poseían tales certificaciones buscaban sacar a la luz su
origen étnico como garantía de poseer antecedentes familiares con abolengo de
cristianos viejos o de origen noble o hidalgo.
La exaltación a la
nobleza del alma garantizada por el ser cristiano viejo contribuyó a difundir
entre las capas sociales no aristocráticas el sentimiento de la honra. Las
discriminaciones raciales introdujeron una división profunda entre cristianos
viejos y nuevos. Por ello el señalar el origen geográfico de las mujeres
aspirantes a profesar como monjas, fue de primordial importancia; ello
garantizaría de alguna manera la aprobación real y canónica del convento y
representaría una garantía de la salvaguarda del honor peninsular, amén de la
continuidad de una práctica religiosa de origen europeo.
Durante el siglo XVIII
en continuidad con esa práctica, el establecimiento de este vínculo entre la
familia, el grupo étnico y el convento se observó en la gran preocupación y
cuidado con que se investigaban los antecedentes de la aspirante. En estos
expedientes se incluía con frecuencia la partida de bautismo de la joven y
cuando era posible, toda la documentación que acreditara la pureza y
legitimidad del linaje393 . Don Miguel García del Valle, procurador de la
audiencia eclesiástica de esta ciudad emitió un certificado en el que constaba
que...
| 
   por derecho de Anna
  María Pérez de Tembra combiene probar y averiguar el ser como es natural de
  la villa de Córdova e hija de legítimo matrimonio de Francisco Pérez de
  Castro, Notario y Revisor de Libros por la Suprema y Actual administración de
  los diezmos de esta Santa Iglesia de dicha Villa de Córdova y Orizaba y sus
  jurisdicciones [...] y de Ignacia Tembra y Zimanes, difunta, natural que fue
  de la villa de Córdova y nieta por parte materna de don Joseph de Tembra y
  Zimanes natural del reino de Galicia y vecino actual de dicha Villa y de
  Catahalina Soto, todos los susodichos españoles [...]394  | 
 
Sin embargo, en ocasiones era imposible
reunir de manera directa y concisa todas las pruebas porque los padres o la
novicia procedían de diferentes partes de España o de la Nueva España y alguno
de los abuelos por ambas líneas ya no vivía, o resultaba que los parientes
cercanos a la monja habían vuelto a España. En estos casos se recurría a
testigos a los que se les hacía una serie de preguntas sobre los parientes y
abuelos de la religiosa. Siempre se les interrogaba por separado, y se aludía
al tiempo y la calidad de su relación con los padres de la novicia. Se
explicaba el origen de los cuestionados pidiéndoles que declarasen de dónde
eran o fueron vecinos y naturales y el tiempo que tenían de conocer a los
primeros. Con el fin de buscar las raíces familiares más antiguas, el testigo
rememoraba la antigüedad y relación de los abuelos maternos y paternos o de sus
antepasados. Sobre el núcleo familiar cercano, el cuestionamiento se orientaba
a la corroboración del estado matrimonial de los padres de la novicia; si eran
casados y velados legítimamente por la iglesia católica y si habían procreado
como hija legítima a la aspirante. Aquí se cuidaban de preguntar al testigo la
manera en que los padres se dirigían a la futura religiosa, es decir si
públicamente la reconocían como «hija». Finalmente llegaban al meollo del
interrogatorio que expresaba la preocupación clara de la Iglesia por conocer
los orígenes religiosos familiares. Se decía literalmente a los testigos:
Si saben que los
dichos, padres, abuelos paternos y maternos, y sus demás ascendientes son
cristianos viejos, limpios de toda mala raza de moros, judíos, infieles y
herejes y de los recién convertidos, y que si son sin muda de negros mulatos u
otra gente sospechosa y que no vienen ni descienden de los comprendidos en el
alzamiento en Portugal sino que todos son y descienden de gente limpia y de
limpia generación[...]395
Con la información
siguiente buscaban descubrir si ninguno de los dichos o sus ascendientes había
sido penitenciados por el santo tribunal de la inquisición, ni por otro
tribunal eclesiástico ni seglar [...] se ahondaba particularmente en el
comportamiento de la joven y la formación moral de la religiosa; «si había sido
educada bajo el santo temor de Dios, en buenas costumbres y sin dar escándalo
con el ejemplo». Certificaban, por último, que los declarantes obraban
cristianamente, de buena fe y sin estar «cohechados o amenazados».
El núcleo familiar era
para la Iglesia de la época un linaje, una sucesión de generaciones en la cual
el comportamiento u orígenes de uno de sus miembros era decisivo para todos los
demás. Era el antecedente que garantizaba el buen proceder de la religiosa,
asegurando con ello el adecuado funcionamiento del monasterio junto con la
conservación de su lugar en la sociedad. El proceder de «cristianos viejos»,
significaba no tener antecedentes de ningún grupo que hubiera estado alejado de
la ortodoxia católica o cuya fe original hubiera sido distinta del
cristianismo. El prestigio social era una garantía para obtener buenos
testigos. En pocas palabras, la familia de la monja tenía que ser reconocida y
estimada por los vecinos y personas de fiar de la Iglesia.
Los sectores pudientes
de la sociedad buscaban ligarse a los conventos de mujeres con los que se
establecía una relación recíproca a cambio de la educación religiosa y moral de
sus mujeres: el prestigio que por un lado proporcionaba el albergar hijas de
padres prominentes y por otro, el incremento del capital simbólico que adquiría
una familia mediante la fundación de un monasterio o de hacer ingresar a alguna
de sus hijas como monja.
Los Raboso de la Plaza, fundadores de Santa Rosa
El nacimiento del
convento de Santa Rosa fue producto de los esfuerzos de los dominicos,
principalmente a través de fray Bernardo de Andía, y de la tradición familiar
de los Raboso de la Plaza, no sólo por los medios materiales que aportaron sino
sobre todo porque representaban los intereses de un grupo de poblanos que se
propusieron fundar el penúltimo monasterio de la época colonial en la ciudad de
los Ángeles hacia 1740.
El caso de esta familia
muestra la evolución de la religiosidad de un hogar de acaudalados poblanos.
Cuando Miguel Raboso se refirió a los motivos que lo llevaron a fundar el
citado monasterio, si bien reconoció la gran devoción que él había sentido por
la primera santa americana, también expresó que esta peculiar inclinación la
había heredado de su padre, por lo que no era sino un continuador de la obra de
Alonso Raboso de la Plaza. Veremos algunos aspectos de la vida de este
personaje, los que condujeron a una familia a invertir parte considerable de
sus esfuerzos en tal empresa.
Alonso o Idelfonso
Raboso de la Plaza fue un español que vino de la villa de Illana, Toledo. Hijo
del capitán Diego Raboso y de Quiteria de la Plaza, en la Nueva España, ya
figura como capitán, casado con María Guevara y Fajardo. El apellido de su
esposa llegó a ser bien conocido en Puebla, pues en 1664 se cita a Juan Guevara
y Fajardo como alguacil mayor de la ciudad. Es probable que nuestro personaje
descendiera de nobles, pues a su muerte se reprodujo en sus exequias el escudo
del linaje que ostentaba. Su máximo logro fue en la burocracia, ya que llegó a
ser alguacil mayor de la ciudad. La religiosidad como fuente de prestigio
resultó clave en su carrera política; su marcado comportamiento caritativo se
manifestó en muchas obras, aun cuando no pasaba de ser un hacendado acomodado
que no pertenecía ni a la élite ni a la oligarquía del Ayuntamiento. Los actos
que narran el principio de su obra están fechados en el año de 1662, cuando...
| 
   padeció grande
  calamidad este Reyno en las semillas. Valía el mais a tres pessos [...] Abrió
  las troxes, repartió a los pobres indios y a todos los necessitados que
  venían a buscarlo, sin más intereses que remediar del común las necesidades.
  Ea, que este es bueno para padre de una República. Salga del campo, dexe la
  hera, sirva la vara [...]396  | 
 
Este tipo de actos de caridad propició el
inicio de su vida pública en el cabildo de la ciudad de Puebla. Pasó entonces
de ser un hacendado de Izúcar a miembro del Ayuntamiento de Puebla. Bien es
cierto que Alonso Raboso gozaba de un origen noble y que poseía propiedades
rurales y urbanas que hacían de él un candidato a cargo en el cabildo397, su marcada religiosidad le sirvió a su
vez para acrecentar su renombre. Parecer haber desempeñado cabalmente su
oficio, ya que:
| 
   [...] con que
  desinterés rigió la vara de su justicia! con que zelo la utilidad de su
  Respública! Llevado de este zelo común hizo la Puente que llaman de Cholula,
  tan importante a este Reyno. Aderessó las cárceles, los Hospitales, y las
  Audiencias, que aunque es verdad que esta nobilísima ciudad le libró todo el
  dinero con la liberalidad que acostumbra: pero en lo actual de su obra, suplió
  todo su gasto, por la utilidad del común. Y llevado por el zelo común, en el
  pueblo de Yzocan [Izúcar] en un río caudaloso, en que peligravan muchos
  pobres indios, y vecinos de toda la jurisdicción, hizo otra Puente muy
  costossa [...]398  | 
 
En la ciudad de los Ángeles, tuvo cuidado
de proveer todas las enfermerías de los conventos con algunas limosnas y dejó
una dotación de 2000 pesos al hospital de San Juan de Dios, para que se pusiera
a rédito y se compraran sábanas para los enfermos. Según su apologista trató,
inútilmente, de que sus limosnas no se descubrieran: «dejaba
de darla porque se la pedían en público: hasta que la mandaron le diesse en
qualquiera parte»399, aunque fue su voluntad que no se difundiesen hasta
después de su muerte.
Su más destacada labor
caritativa se reflejó en sus donaciones a la Iglesia. Otorgó 1 000 pesos para
la edificación de San Agustín de Atlixco, 300 pesos para la construcción de
parte de la cúpula de San Juan de Dios de Puebla, reconstruyó la de San
Sebastián, donó 100 pesos al convento de La Merced para la terminación de su
torre, en el de San Francisco costeó la pila del patio, y ordenó blanquear
totalmente el templo de San Antonio. Contribuyó también a la construcción de la
casa de niños expósitos de San Cristóbal. En la ciudad de México dejó una
dotación, para que todos los sábados del año se cantara la salve en el
santuario de Nuestra Señora de los Remedios. Envió a su patria, España, «gran
cantidad de pesos para que se fundase un patronato perpetuo» para beneficio de
los huérfanos pobres de su linaje. Remitió, además, una lámpara grande de plata
a la parroquia donde lo bautizaron. Entregó dotes de 200, 300, 500 y 3 000
pesos como contribución para la profesión de varias monjas.
Tuvo especial apego a
los religiosos de santo Domingo. En el convento de San Pablo, donó 117 pesos
para hacer la portería; a la capilla de Rosario regaló otros 100, además de una
cantidad igual a la casa mayor de dominicos de la ciudad para instalar puertas
en la sacristía. Las religiosas de Santa Catalina se beneficiaron
particularmente por su generosidad: durante la estancia de sus tres hijas como
profesas de velo negro y coro400 mandó construirles una importante
ermita de retiro en el monasterio; además, junto con el colateral del niño
perdido en la iglesia, mandó se aderezasen todas las oficinas interiores del
convento, «lo que le costó gran cantidad de pesos», además, hizo una dotación
de 4 000 pesos para que sus réditos se distribuyeran entre las religiosas
pobres.
A su muerte, el 11 de
abril de 1680, en el sermón fúnebre, el dominico José de Espinosa401 expresó: «Llorole este Convento de
Predicadores agradecido: pues no fuimos los menos interesados en sus
obsequios». Alonso Raboso y su esposa María Guevara fueron enterrados, por su
expresa voluntad, en el convento de Santo Domingo de Puebla.
Su especial inclinación
por los predicadores fue patente no sólo por las obras a las que contribuyó de
una manera u otra, sino también por la forma en que se expresó particularmente
el catolicismo familiar, ya que una de sus hijas adoptó por segundo nombre de
religión el de Santa Rosa, advocación muy reciente y claramente identificada
como santa criolla y patrona de América402.
La religiosidad de
Alonso Raboso de la Plaza se tradujo ante todo por su apego a la orden
dominica; después, en especial, al convento de Santa Catalina de Sena, donde
sus hijas entraron como religiosas y por la intención de fundar un nuevo
convento, con una devoción muy especial a Santa Rosa. Este último dato hace
pensar que, a pesar de su origen español, Alonso Raboso de la Plaza se había
identificado plenamente con los intereses locales y que, con la idea de
impulsar la fundación del convento, contribuyó especialmente a los mismos. La
muerte le impidió materializar tal deseo, pero su hijo sí lo realizó.
Miguel Raboso de la
Plaza, hijo de Alonso, nacido ya en Puebla, fue el heredero principal de sus
padres, iniciando por tanto su carrera con los principales bienes de la
familia: un ingenio en zúcar, varias casas en la ciudad, plata labrada,
carrozas, esclavos y el oficio que tenía su padre al morir, el de alguacil
mayor de Puebla. La fortuna se concentró en Miguel Raboso porque sus hermanas
fueron monjas y porque además de ser dotadas, recibieron cantidades menores de
dinero para asegurar dignamente su subsistencia o sostener alguna celebración
religiosa403. Además de esta herencia, Miguel había podido consolidar
su fortuna con un buen matrimonio. Al año siguiente de la muerte de su padre,
en 1681, se casó con Thomasa de Gárate, originaria de la ciudad de México e
hija del doctor Juan de Gárate y Francia, oidor de la real audiencia, y de
Antonia María de Chávez, vecina de la ciudad de Puebla. Su matrimonio duró 11
años, durante los cuales, aunque tuvo varios hijos, sólo le sobrevivió uno,
Juana Raboso, pues los demás murieron a corta edad.
Previamente a la fundación
del convento de Santa Rosa, Miguel Raboso realizó otras acciones que
contribuyeron a realzar su prestigio. En 1685, junto con el regidor Nicolás de
Victoria Salazar, fue comisionado por el ayuntamiento para comprar un terreno
donde se establecería el convento de Belén404, del que fue patrono. Pero su obra más
importante fue el patronato del convento de Santa Rosa. Por la devoción que
tenía a esa santa, comenzó a construir por su cuenta la fábrica del convento,
para lo cual compró primero el sitio donde se inició la obra405.
Su afición por los
dominicos continuó siendo patente, hasta sus últimos días y al igual que sus
padres, ordenó ser enterrado en Santo Domingo. Algunas de sus disposiciones
testamentarias revelan sus sentimientos religiosos. Aunque murió en Atlíxco, su
cuerpo fue trasladado:
| 
   a esta ciudad [...] y
  fue amortajado con el hábito de nuestro seráfico padre san Francisco y se le
  dio sepultura en el convento del Señor santo Domingo en la bóveda y sepulcro
  que le pertenece, y le acompañaron los curas capellanes, el venerable Cabildo
  de la santa Yglesia Cathedral de la ciudad, con sus religiones de ella y
  siento y sincuenta sacerdotes [...]406  | 
 
En la evolución religiosa de la familia
Raboso de la Plaza, don Miguel se empeñó en promover la beatificación de
eclesiásticos que habían tenido un desempeño especial en América y
concretamente en la ciudad de Puebla:
| 
   Mando a las mandas
  forzosas y acostumbradas con la del venerable siervo de Dios Gregorio López,
  a cuatro pesos de oro común cada una [...] mando para ayuda a la
  beatificación de los venerables siervos de Dios, el Ilustrísimo y
  Excelentísimo señor don Juan de Palafox y Mendoza, y madre Ma de Jesús,
  religiosa que fue del convento de la Limpia Concepción, de Nuestra Señora de
  nuestra ciudad de los Ángeles a veinte pesos del dicho oro a cada una, cuya
  limosna se de mis bienes [...]407  | 
 
Las mandas forzosas descritas en los
testamentos poblanos de la época son una muestra feaciente de la religiosidad
criolla local impulsada por sectores prominentes de la sociedad. Gregorio López
llegó a la Nueva España en 1562, vivió en una ermita en Zacatecas y después
viajó a la ciudad de México. Se destacó por sus conocimientos y prácticas
medicinales iniciados en Extremadura. Tuvo varios intentos de dedicar su vida
al eremitismo pero debido a su mal estado físico abandonó la vida
contemplativa. En el hospital de Oaxtepec colaboró asiduamente en la curación
de enfermos y elaboró un texto importante donde fusiona medicina europea y
americana. Finalmente radicó en Santa Fe, llevando una vida de penitencia y
soledad. Por su particular religiosidad fue incomprendido, pero salió
fortalecido de las sospechas a las que daba lugar su catolicismo, y su fama de
santo propició el inicio de causa de su beatificación. Su ejemplo en la Nueva
España había logrado hacer adeptos.
Por su parte, Juan de
Palafox y Mendoza había sido obispo de Puebla entre 1640 y 1649 y sobresalió
por sus intentos de reorganizar a la Iglesia fortaleciendo la autoridad
diocesana. A pesar de no haber nacido en Puebla, sus virtudes eran consideradas
como un orgullo por muchos poblanos; de manera especial, fue durante su
estancia en la ciudad cuando se terminaron de construir varias iglesias, entre
ellas la ilustre catedral angelopolitana. La madre María de Jesús fue una monja
de La Concepción de Puebla que obtuvo un prestigio muy amplio por su ascetismo
ejemplar y milagrosa vida. La causa de su beatificación durante mucho tiempo
constituyó una reivindicación específicamente local. Miguel Raboso mostró su
marcada inclinación por figuras representativas del nuevo mundo, en especial
por Santa Rosa cuando manifestó en su testamento la voluntad de que su única
hija, de escasos 11 años en 1692, se educara en el convento que bajo esa misma
advocación él estaba promoviendo.
Los Raboso fueron
relevantes para la ciudad de Puebla no sólo por la fundación de Santa Rosa.
También dieron su nombre a la calle donde estaba ubicada su casa, que al menos
desde 1774 se llamó calle de Raboso408. Es muy probable que, por parte de la
familia de su madre, María de Guevara Lucio y Fajardo, haya ocurrido lo mismo,
pues existe una calle de Guevara, nombrada así por Miguel de Guevara.
El caso de la familia
Raboso de la Plaza muestra la gran relevancia de la religiosidad familiar en la
fundación y promoción de los conventos y sus advocaciones. Para que pudiera
crecer y fortalecerse, el convento no sólo requirió de la voluntad de los
fundadores, sino también de otras familias poblanas cuyas hijas formaron la
parte viva y regenerarte del monasterio. Veamos algunas de las familias de las
religiosas de Santa Rosa.
... De casa y solar conocidos
El acto de ingresar a
un convento como Santa Rosa, por ejemplo, fue una de las respuestas del
comportamiento religioso familiar, que se recreó a nivel de la educación dentro
de sus hogares, propiciando la dedicación de más de un hijo o hija a la
Iglesia.
Aunque algunas de las
mujeres que ingresaban a los conventos procedían de hogares modestos o poco
conocidos, un número claramente identificable de monjas pertenecían a la élite
poblana o, como se decía en la documentación de la época, eran «de casa y solar
conocido». Las siguientes historias revelan la articulación de la religiosidad
familiar.
Sor María Gertrudis Josepha de San Miguel
Fue hija legítima del
capitán Juan Bautista Sáenz y de Leonor Godínez Maldonado, ambos muertos hacia
1693, cuando ella ingresó como novicia al entonces beaterio de Santa Rosa. Un
hermano, el presbítero, Cristóbal Sáenz Bautista, era su curador ad litem,
una hermana era también novicia en el convento de San Jerónimo; Leonor del Niño
Jesús, quien estaba por profesar cuando sor María ingresó a Santa Rosa, y otra
hermana, María Josepha de la Encarnación, era religiosa jerónima de velo y
coro.
El padre de las monjas,
Juan Bautista Sáenz, había tenido una casa de obraje en la calle que iba de
Santo Domingo al río San Francisco, frente al rastro de carnero, con valor de
2000 pesos409. En 1685 sobre dicho obraje se cargó un censo «por la dote de Josepha Sáenz, religiosa del convento de San
Jerónimo»410. Y tenía otra propiedad en esquina frente a la iglesia y
convento de La Merced, con valor de 5800 pesos. Este inmueble estaba hipotecado
con 1000 pesos en favor de la capellanía que sirvió Andrés Pérez de Victoria y
con 2000 pesos de otra capellanía que sirvió su hermano Cristóbal.
Por permuta, el valor
libre de esta casa pasó, en concepto de herencia, a sor María Gertrudis Josepha
de San Miguel el 26 de octubre de 1693. Como esta novicia religiosa estaba en
el beaterio de Santa Rosa y ahí le estaban acudiendo con «sustento, vestuario y
todo lo necesario por el Reverendo padre fray Pedro de Andía», protector de la
citada hermandad de terciarias, Josepha de San Miguel le hizo cesión de la casa
a dicho fraile, el 20 de marzo de 1694, para que como tal patrón y fundador
dispusiera de ella a su voluntad. Para 1694 Josepha de San Miguel era menor de
25 años411.
Este caso muestra que
varios miembros de una familia tuvieron vocación eclesiástica, hecho que
encontraremos en repetidas ocasiones, también ilustra que el monasterio, aunque
en algunos casos no pidiera dote, podía absorber parte de la herencia familiar
de la religiosa.
Era hija de Ignacio
Xavier Yáñez Remuzgo de Vera y Josepha Camino y Frías, vecinos de San Agustín
Tlaxco, Tlaxcala. Cuando se casaron, Josepha llevó como dote 4 000 pesos y él
aportó un capital de 20 000 pesos. Además de la religiosa412, tuvieron otros cinco hijos: Manuel,
Francisco, Josefa, Gertrudis y Joaquina. El padre de la monja, Ignacio Yáñez,
era dueño de las haciendas Mazaquiahuac y El Rosario, que había heredado por
línea paterna413. No obstante ser labrador de Tlaxcala, residía en Puebla
en 1773.
Los abuelos paternos de
sor María Ignacia fueron Francisco Yáñez Remuzgo de Vera y Thomasa Gárate y
Palacios414. En 1712 la hacienda Mazaquiahuac pertenecía a Francisco Yáñez,
labrador de Tlaxco415 y pariente de la monja, este personaje era
propietario de Nuestra Señora del Rosario, la que tenía «en
arrendamiento pro-indiviso junto con los demás herederos»416, además, por la misma fecha tenía
cuarenta caballerías de tierra laboría y un sitio de ganado menor montuoso (2
500 hectáreas)417.
Estas dos haciendas las
heredó Ignacio Yáñez, padre de la religiosa, quien además tenía que ver con
otra gran extensión agrícola, la hacienda de San Blas en Hueyotlipan, que valía
aproximadamente 25 000 pesos de la que era administrador y cuyo propietario era
uno de sus yernos. Los Yáñez y de Vera figuran también como dueños de otras
haciendas en Tlaxco: Cristóbal Yáñez poseía una hacienda y un rancho de San
Buenaventura y Antonio Ximénez de Vera, la de San Antonio Toltecapan. La
primera lindaba con Mazaquiahuac y estaba muy cerca de San Blas. El capitán
Cristóbal Yáñez Remuzgo de Vera, probable hermano de Ignacio, poseía
propiedades rurales que valían 30 000 pesos y reconocía 18 000 pesos entre una
capellanía y la dote de una monja. El yerno de Cristóbal era el capitán Antonio
Moreno Ortega, a quien en 1712 le arrendaba la hacienda y el rancho.
Antes de morir, Ignacio
Yáñez, padre de la religiosa, pidió en su testamento se dijera por su alma y
las de sus padres 200 misas de a peso cada una, mismas que fueron dichas por
los religiosos de San Francisco Totimehuacan y de San Antonio Topo yango. Las
haciendas Mazaquiahuac y El Rosario fueron heredadas por su hijo Manuel. La
religiosa de Santa Rosa profesó a los 26 años de edad. Su madrina de bautizo
fue su tía, Mariana Camino y Frías.
La familia de la futura
religiosa de Santa Rosa vivía en 1773 en la jurisdicción parroquial de San
Marcos de la ciudad de Puebla. El cura de San Marcos que la bautizó era
entonces el licenciado Lucas Yáñez, probablemente pariente cercano del padre de
la monja. Este cura era capellán del convento de Santa Rosa cuando ingresó
María Ignacia y él fue quien le tomó la profesión de votos. Es muy probable que
este presbítero haya ejercido una influencia muy importante para que la joven
haya entrado a este convento; ella, al momento de hacer su testamento
«renunció» en favor de sus padres, a los que nombró como sus universales
herederos y albaceas.
Los Yáñez Remuzgo de
Vera tenían vínculos importantes en la ciudad de Puebla. Un amigo cercano suyo
fue Eugenio González Maldonado, coronel del cuerpo de milicias urbanas del
comercio de Puebla, quien llegó a ser alcalde de la ciudad en 1764 y que
aparece como testigo en las certificaciones de legitimidad y pureza de sangre
de María Ignacia. Este personaje tuvo al menos otros dos parientes en el
Ayuntamiento poblano como regidores. Uno de ellos fue Cándido González
Maldonado, sargento mayor del regimiento de comercio y regidor honorario de la
ciudad en 1773, el cual también testificó cuando profesó la religiosa.
El apellido Yáñez
Remuzgo de Vera además de figurar en Santa Rosa, apareció también en otros
conventos de la ciudad de Puebla. Ana María de San Buena Ventura, hija de Pedro
Mendoza y Escalante y de Rosa María Yáñez Remuzgo de Vera y Guzmán ingresó en
1726 al convento de La Concepción418. Su sobrina María Micaela de San
Bernardino, lo hizo en 1738 en el mismo convento419. Ellas convivieron como religiosas con
Gertrudis de la Concepción quien profesó en 1734, mientras que su hermana
Magdalena de Jesús profesó en Santa Catalina en 1740420; junto con sus dos medias hermanas; Ana
Francisca de la Santísima Trinidad, hacia 1740, y María Josefa de la Sangre de
Cristo quien ingresó 19 años más tarde421. También en el citado monasterio dominico
profesaron, en 1736, 1741 y 1755, María Gregoria del Señor San José, Francisca
de la Santísima Trinidad y Juliana Josefa de la Santísima Trinidad, hijas de
José Ortiz de Casqueta, marqués de Altamira y vizconde de San Antonio422 y María Teresa Yáñez Remuzgo de Vera
y Guzmán423.
En total once miembros
del clan familiar Yañez Remuzgo de Vera ingresaron a dos conventos poblanos en
el siglo XVIII. En estos espacios continuaron reforzando sus lazos de
consanguinidad las hermanas, medias hermanas y primas en primero y segundo
grado. Éste es un ejemplo de una familia importante de terratenientes en
Tlaxcala y en México que muestran el comportamiento de «la gran familia»
conventual.
Sor Antonia de San Anselmo y Sor María
Rosalía424
La familia de estas
monjas era tan importante en Puebla que nominó a una de las principales calles
de la ciudad. Una de sus casas de la calle Victoria perteneció después al
convento de Santa Rosa y las referencias del número 14 nos indican que el
apellido Victoria Salazar figuraba ya en 1641 cuando el licenciado Nicolás
Victoria425 presentó su título de médico. Este hombre, abuelo de
las religiosas dominicas fue capitán y regidor, estuvo casado con Clara Úrsula
de la Hedesa Verástegui426 con quien procreó seis hijos sobrevivientes; Juan
Crisóstomo fue clérigo de órdenes menores, en 1706 dotó con 500 pesos al
convento de La Concepción para la festividad que se celebraba por el novenario
de la virgen del Carmen427 posteriormente fue capellán del citado monasterio428. Otro hijo, fray Fernando, fue religioso
descalzo de la orden de San Francisco y sus dos hijas ingresaron al convento de
La Concepción a fines del siglo XVII: María de San Nicolás (1689) y Josefa de
San Diego (1692)429. Thomas fue cura de la parroquia del Santo Ángel de Analco
en 1712, en 1725 fue vicario superintendente de los conventos de mujeres430 además de ser canónigo lectoral de
catedral entre 1712 y 1746 cuando falleció431. Sus propiedades fueron heredadas por su
hijo, el canónigo Diego Victoria Salazar y Frías, quien en 1698 fue arcediano,
vicario superintendente y juez ordinario de los conventos de religiosas de la
ciudad432, también llegó a ser deán de la catedral de Puebla en 1702,
un año antes de su muerte433 . A principios del siglo XVIII, Diego dejó dinero
para que se dotara a 10 colegialas en el colegio de Jesús María y gracias a él
aumentó el número de mujeres educandas de 12 a 22434, además de concluir la capilla séptima de
la estación del Calvario. Su actitud religiosa fue complemento del prestigio
del linaje al que pertenecía y que expresó mediante la fundación de un vínculo
en el que estableció que:
| 
   Todos los susesores
  del dicho vínculo se han de nombrar y apellidar Victoria Salazar y Frías
  desde el día que entraren en posesión y deben poner las armas del Deán en sus
  escudos y edificios [...] y cualquiera de los susesores no suseda y sea
  excuido si se Basare con mestiza, mulata, negra, china o india [...]435  | 
 
Como parte de las estrategias familiares
encaminadas a la preservación patrimonial, el hijo menor Ignacio Xavier, padre
de las monjas, fue el único integrante de este clan que contrajo nupcias. Sobre
él cayó la sucesión del vínculo pues su tío, el fundador especificó que «no podrán suceder en el vínculo clérigos de orden sacro, ni
religioso ni monja que no se puedan casar»436 . Así que como único heredero
contrajo primeras nupcias con doña María Nicolasa de Andrada y Moctezuma437 de cuya unión nació José Xavier
quien heredó su cargo de regidor en 1739438, y Anna María de Victoria Salazar y Frías
y Moctezuma quien se casó con Diego Cano y Moctezuma. Ella se encontraba como
moradora del convento de la Santísima Trinidad en 1740439. De su segundo matrimonio con Ana María
Páez de Villanueva profesaron como monjas de velo negro en Santa Rosa, sor
María Rosalía y sor Manuela Antonia de San Anselmo en 1753; José Joaquín, su
único hermano, fue clérigo y presbítero de este obispado.
La familia Victoria
Salazar tenía también gran influencia en el cabildo secular, pues Ignacio
Javier de Victoria Salazar y Frías, padre de las monjas de Santa Rosa, había
sido alcalde, en 1708 y alcalde sustituto en 1724 y finalmente alférez mayor en
1737. Su medio hermano José Manuel Victoria, ocupó el mismo cargo en 1761 y fue
regidor en 1787. La familia Victoria Salazar y Páez era una rama de este linaje
tan influyente en la región a fines del siglo XVII y principios d el XVIII.
De esta segunda unión
de Ignacio Javier, sus hijos fueron los menos favorecidos en cuanto a la
participación del capital; hacia 1750 las novicias Victoria Salazar eran
huérfanas de padre, por lo que en 1752, para poder profesar sor María Rosalía
fue dotada por su hermano José Joaquín, mientras que sor Manuela de San Anselmo
ingresó en 1753 mediante una obra pía, que había fundado a fines del siglo XVII
el regidor Domingo de la Hedesa y Verástegui, su bisabuelo.
Este último núcleo
familiar formado por los De la Hedesa-Verástegui figuró como miembro del
cabildo catedralicio. Uno de sus miembros, Pedro de la Hedesa Verástegui, como
racionero de la catedral, tomó la profesión de sus sobrinas, las hijas de Clara
Úrsula de la Hedesa y Nicolás Victoria. Es curioso notar que la viuda de
Antonio, otro De la Hedesa y Verástegui, vivía en 1715 en una casa propiedad
del convento de Santa Rosa.
Otras monjas de
apellido Victoria fueron las hijas de Isabel de Victoria y Gaspar de Sosa y
Vasconcelos que profesaron en Santa Teresa (1674) y en Santa Catalina (1658).
Este conjunto de núcleos familiares en torno a un linaje muestra un modelo de
reproducción social donde el ingreso de parientes a las filas de la religión se
asoció con la fundación de vínculos y mayorazgos.
Era hermana de Gaspar
Antonio Méndez Cisneros. Este presbítero en 1711 fue juez delegado de su
santidad para tramitar la erección y fundación formal del convento de Santa
Rosa; por la misma fecha era juez de testamentos, capellanías, diezmos y obras
pías y provisor general y vicario de los conventos de mujeres sujetos al
obispo. Ingresó al cabildo catedralicio como medio racionero en 1721, racionero
en 1730; gobernador del obispado en sede vacante entre 1737-1743, canónigo en
1748, tesorero al año siguiente hasta 1756, fecha en que fue nombrado maestrescuelas;
en 1757 fue ascendido a Chantre y murió en 1764. En diciembre de 1740 tomó
profesión a las 25 fundadoras del convento de monjas de Santa Rosa, entre
ellas, a su hermana María Antonia, quien llevaba 33 años en el beaterio. Otra
de sus hermanas profesó en el convento de Capuchinas el 19 de diciembre de 1712
con el nombre de sor Ana Joaquina. La presencia de dos personajes familiares en
torno a una fundación conventual sintetiza un esquema constante de religiosidad
familiar novohispana.
Sor Ignacia María de San José y Sor
Ignacia de la Soledad
Hijas de Ignacia
Tembra y Simanes y de Francisco Pérez de Castro, vecinos de Córdoba, el padre
de las religiosas había sido notario y revisor de libros de la inquisición, y
administrador de diezmos de la iglesia de Córdoba; su madre había muerto en
1758 cuando ellas profesaron en Santa Rosa440. El certificado de pureza de sangre de
estas religiosas centró la información sobre sus parientes maternos; sus
abuelos José Pedro Tembra y Simanes y Catalina de Soto Noguera, eran
originarios de Galicia pero residentes en Córdoba, él era miembro de la tercera
orden de San Francisco y fundador de una capellanía para el disfrute de sus
descendientes. Hasta 1760 la capellanía estuvo en manos del doctor José Tembra,
tío de las monjas, quien fue canónigo lectoral de la catedral de Valladolid,
Michoacán. Sus dos hermanas, Antonia del Corazón de Jesús y Nicolasa de San
José441, fueron monjas profesas en Santa Catalina, y posiblemente
influyeron en la decisión de hacer profesar a sus sobrinas en otro monasterio
dominico.
La familia Tembra era
propietaria de casas en Córdoba y de una ladrillera en Puebla. El padre de la
monja era amigo del capitán Ignacio de Eguren y del regidor Joaquín Burguñas.
Eguren tenía también una hija en el convento de Santa Rosa, sor Lorenza Josefa
de la Purísima Concepción. La familia Pérez de Castro y Tembra procreó, además
de las religiosas, otras dos hijas, una de las cuales, Teresa de Jesús, profesó
a los 17 años en el convento de Carmelitas Descalzas de La Soledad, quedando la
posibilidad de la reproducción familiar en la única hija que no profesó442.
Sor Manuela María Josepha de San Juan 443
En este ejemplo se muestra que el culto a
las devociones locales fue complemento de otras expresiones de religiosidad
familiar. Sor Manuela María Josefa de San Juan era hija de María Josefa Ponce
Lebrel y Aguayo y Juan Antonio Rabanillo y Sanabria, quien en sus disposiciones
testamentarias444 hizo especial énfasis en su contribución a las mandas
forzosas, dedicándolas a la beatificación y canonización de Juan de Palafox y
Mendoza, fray Sebastián de Aparicio y la madre María de Jesús, todas nuevas
devociones relacionadas en especial con Puebla, doce pesos al primero más
cincuenta pesos de limosna a cada uno de los siguientes. Dispuso además que se
le rezaren dos mil misas por su propia alma y la de sus padres445. Había fundado dos patronatos de legos
con tres mil pesos cada uno y poseía un censo impuesto en su favor, que
convirtió en misas por las ánimas del purgatorio446. Prometió su casa de San Andrés
Chalchicomula a los padres carmelitas descalzos para que fundasen en ella un
hospicio447.
El padre de Manuela
María Josefa era una persona relativamente acomodada en la ciudad de Puebla,
pues en 1747 poseía dos casas contiguas que él «mismo fabricó en la Calle del
Alguacil Mayor que hacía esquina, justo enfrente de la plazuela de san
Francisco»448. En ese mismo año obtuvo una merced de agua bajo la
condición de instalar una fuente en la plazuela. En 1748 sacó a arrendamiento
durante tres años los diezmos del partido de San Andrés Chalchicomula y en 1751
declaró poseer una hacienda de labor y ganado en Tepeaca, la que se componía de
dos sitios de ganado menor y dos caballerías de tierra, misma que se hallaba
aparejada de todo lo necesario: ganados machos de tiro, cría de ganado de
cerda, manadas de todas las edades, chinchorro de ovejas, caballos de trilla,
mulas de recua, semillas, casas de vivienda y oficinas, todas nuevas449. En 1761 declaró poseer un sitio de
ganado menor en los lindes de su hacienda, llamado Nuestra Señora de los
Dolores, el cual se hallaba libre de gravamen450. Además arrendaba otra finca llamada San
Pedro Tecamaluca en la jurisdicción de Orizaba, que era propiedad del conde Del
Valle451.
Manuela María Josefa tuvo
además por hermanos a María Josefa, Josefa Anna, Juan José, José Mariano, Rosa
Ignacia Josefa y María Ignacia y José Francisco de Jesús Rabanillo, quien fue
regidor durante varios años, obrero mayor en 1777, capitán y más tarde
depositario general del cabildo. Fue síndico del convento de San Francisco y
alcalde de la ciudad en 1773; trasladó la fuente del interior del convento a la
plazuela del mismo nombre, e intervino en la construcción de la fuente de San
Miguel.
La monja de Santa
Rosa, sor Manuela Josepha de San Juan, nació en 1737 en Chalchicomula. Ahí, el
padre de la monja tenía una hacienda llamada Santa Inés, en cuya capilla fue
bautizada la futura religiosa. Su padrino fue Juan Bautista de Navarra de
Elorza, natural del reino de Castilla. Manuela Josefa Rabanillo ingresó al
convento de Santa Rosa en 1755, cuando tenía 18 años. Otro miembro de la
familia Rabanillo, la hija de su hermana, María Ignacia Rabanillo y del capitán
Ignacio Larrasquito, profesó en San Jerónimo en 1783.
Sor María Francisca Javiera de San
Bernardo
Hija de José de Conca
y Manuela de Anzolasena Ocaña. Por línea paterna, sus abuelos fueron Gabriel de
Conca y Ortega y Josefa Sotomayor, ambos de Sevilla, España. La familia por
parte de su madre se arraigó primero en Tlaxcala y luego en la ciudad de
Puebla. El abuelo materno de la monja, Juan Bautista Anzolasena, provenía de
Vizcaya, España, y se casó con María Teresa de Ocaña, vecina de San Felipe
Ixtaquistla, Tlaxcala. Un hermano de Teresa fue Carlos Ocaña, cura de
Zongolica. Esta rama de la familia era pariente de Antonio Vizarrón, arzobispo
y virrey de la Nueva España. Uno de los miembros más prominentes de este linaje
fue Diego Anzolasena Ocaña, tío de la monja de Santa Rosa, que tenía dos
almacenes y alguna propiedad urbana. A principios de la década de 1780, la
fortuna de este personaje era un poco más de 80 000 pesos, suma considerable
para los niveles de riqueza poblanos de la época. Entre los amigos de la
familia de la monja estaban el capitán Agustín Espinosa de los Monteros, quien
conoció a los Conca Anzolasena en Ixtaquistla y testificó su posterior
avecindamiento en la ciudad; José Carmona y Tamaríz, cuya familia había tenido
tratos con los padres de la monja desde Tlaxcala, y el capitán José López
Milán, que vivía en la misma calle que los padres de la religiosa. Ana
Francisca fue bautizada en la parroquia de San Marcos en 1739, lo que indica
que sus padres ya vivían en Puebla en esa época. En 1766 tenía 27 años cuando
profesó452, su padre había muerto y un hermano estudiaba en el
colegio de jesuitas de San Ignacio.
Estas breves
biografías de algunas de las religiosas proporcionan un panorama general del
comportamiento y las estrategias de reproducción de las familias de las monjas
de Santa Rosa. Aunque sólo describimos un número reducido de ejemplos, éstos
pueden considerarse representativos de un grupo mayor de linajes conocidos en
la ciudad de Puebla, sea por su poder, sus casas, sus haciendas o por tener uno
o más miembros en el ayuntamiento o en el cabildo catedralicio. Otra
característica importante es que varias de las monjas tenían parientes en otros
conventos de la ciudad y otro tanto tenía al menos un hermano presbítero. Estos
casos nos muestran que la religiosidad puede ser vista también como un hecho
familiar que estuvo ligado al prestigio económico y social, relación que
representó para la Iglesia un sólido vínculo con la élite de la religión. Así,
las monjas poblanas, que caminaron por los oscuros pasillos de los conventos en
las procesiones, con sus rezos cuando el sol se ocultaba o cuando aún no salía,
las que cantaban en las luminosas mañanas para todos los que asistían a la misa
del convento, las que se ocultaban en uniformes hábitos y tras los gruesos
muros de los monasterios, aquellas que daban vida a los conventos, eran por su
estirpe, de «casa y solar conocidas».













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