EL
MITO OBRERO DEL FASCISMO
Introducción
El 1º
de mayo del año 2021, en Madrid, el sindicato Solidaridad[1], vinculado a Vox, celebraba por primera vez el día
internacional de los trabajadores. En esta concentración, separada de la
tradicional manifestación que llevan a cabo este día el resto de sindicatos y
partidos políticos de izquierdas, junto al secretario general del sindicato y
diputado de Vox por Almería Rodrigo Alonso, participó el líder ultraderechista
Santiago Abascal. En los discursos de los dos líderes se realizaron duras
críticas contra los sindicatos “tradicionales”, como Unión General de
Trabajadores (UGT) y Comisiones Obreras (CCOO), así como también contra
inmigrantes, feministas, políticos progresistas e incluso con algunos
empresarios y líderes de asociaciones empresariales como la banquera Ana Botín
y el presidente de la CEOE Antonio Garamendi.
Solidaridad
se autodefine como un sindicato patriótico, social y ajeno a la tradicional
conciencia de clase que se le atribuye a toda organización de este tipo. Es interesante
destacar el hecho de que no se esfuerzan en disimular la influencia de la
tradición “izquierdista” del falangismo. En este sentido, la proclama
abiertamente obrerista, solo los ricos pueden permitirse no tener patria,
utilizada tanto por los líderes y medios de comunicación del sindicato como por
Santiago Abascal, es original de Ramiro Ledesma, fundador, junto con Onésimo
Redondo, de las Juntas Ofensivas Nacional-Sindicalistas (JONS), partido que más
tarde se fusionó con la Falange de Primo de Rivera, dando paso a Falange
Española de las JONS.
Con una
organización como Solidaridad, Vox pretende llevar a cabo un acercamiento
ideológico a la clase obrera española. Esto se debe al hecho de que el partido
se caracteriza por tener una ideología claramente ultra-liberal en lo
económico, cuestión que dificulta utilizar un discurso abiertamente obrerista,
tal y como caracterizaba a los movimientos fascistas de principio del siglo XX
y de algunos partidos ultraderechistas de la actualidad, como por ejemplo el
Frente Nacional francés o el recientemente ilegalizado y casi extinto, Amanecer
Dorado griego[2].
Si bien
el nuevo y viejo fascismo se ha caracterizado por ser un movimiento político
muy heterogéneo, agrupando en sus filas desde aristócratas, militares,
burgueses e incluso obreros, lo que vertebra a todos ellos es la lucha sin
cuartel a todo lo que desprendiera olor a socialismo en su sentido más
amplio[3]. En ese sentido, el primer fascismo fue una
reacción a la fuerza e influencia de la que gozaban los movimientos obreros en
la Europa del primer tercio del siglo XX.
Aprovechando
la coyuntura aquí descrita, en este artículo se ha realizado una aproximación a
la ─supuesta─ vertiente obrerista
del fascismo, centrado en la Alemania, Italia y España de la primera mitad del siglo XX.
La
Italia prefascista de Benito Mussolini
El
fascismo italiano fue un movimiento profundamente transversal, en el que se dio
cabida desde aristócratas promonárquicos hasta obreros industriales, pasando
por terratenientes y la gran y pequeña burguesía. Esto no ha impedido que exista
una idea bastante generalizada de que dentro de este movimiento había una
vertiente izquierdista que velaba por los intereses de la clase obrera
italiana. Este hecho se suele reforzar con el argumento ─actualmente muy
utilizado por los liberales─ de que Benito Mussolini, antes de fundar el Partido Nacional
Fascista, llegó a militar en el
Partido Socialista Italiano[4].
Ante
este argumento, es necesario recordar cómo las escuadras fascistas lideradas
por Mussolini[5] y financiadas por los grandes industriales y
terratenientes tenían como objetivo, en los años previos a la marcha sobre Roma
(esta se produjo entre el 28 y 29 de octubre de 1922), liquidar todas las
organizaciones obreras que llevaban años operando a lo largo de Italia. El
objetivo principal de estas incursiones violentas era debilitar al máximo la
capacidad de negociación que había conseguido el movimiento obrero, gracias
precisamente a la gran organización de los partidos y movimientos de izquierdas,
así como de los sindicatos italianos.
Para
ello hizo uso, de manera simultánea, de dos dinámicas: la guerra civil de
movimientos, que de entre muchas otras acciones incluía la de reventar huelgas,
asesinar a dirigentes sindicales e incendiar periódicos de izquierdas; y la
guerra civil de posiciones, que no era otra cosa que contrarrestar, mediante la
demagogia populista, la propaganda socialista, anarquista y comunista que
atraía a millones de obreros. Todo ello con el objetivo de provocar “la
destrucción de todo el contratejido institucional laboriosamente levantado por
el movimiento obrero durante décadas”[6], culminando, 4 años después, con la marcha final de
los fascios[7] sobre Roma.
Los fascistas queman la Casa del Pueblo de Trieste en 1920
(foto: Novecento.org)
En la
retórica utilizada por los fascistas italianos era muy común el uso de la -hoy
tan manida- palabra libertad. Así proclamaban la “liberación” de la cooperativa
socialista del puerto de Génova en 1922:
[…]
¡Genoveses! En cuanto, en vez de una única cooperativa con derecho de
exclusividad, tengamos varias, las huelgas ya no serán necesarias ni tan
frecuentes, y dejarán de arruinar y desacreditar nuestro puerto. ¡Vivan las
cooperativas libres y múltiples! ¡Viva la libertad![8]
Para
los fascistas, en este caso, “libertad” significa “liberar” las relaciones
sociales entre propietarios y trabajadores, impuestas por los primeros,
mediante la organización y la lucha de clases llevada a cabo durante años por
los movimientos socialistas y anarquistas.
Es
necesario destacar que las incursiones de los escuadrones punitivos fascistas
estaban financiadas por los industriales y grandes propietarios agrícolas,
siempre con el fin de restaurar las relaciones “naturales” y “normales” que,
desde el punto de vista burgués, debe regir toda relación de capital/trabajo.[9]
Cartel de los sindicatos fascistas (foto: Fondazione
Spirito)
En este
punto hay que esclarecer cómo la justificación ideológica, más allá de la
demagogia y el populismo exacerbado, que permite a los fascistas italianos, por
un lado, hacer uso de las proclamas abiertamente obreristas, y por el otro,
luchar frontalmente contra cualquier organización del movimiento obrero, no es
otra que el relativismo epistemológico. Con esta estrategia pretendían asegurar
la negación de cualquier tipo de verdad objetiva, pilar fundamental de la
Ilustración. En palabras del propio Duce:
El fascismo es un movimiento súper
relativista porque nunca ha intentado revestir su complicada y vigorosa actitud
mental con un programa concreto, sino que ha triunfado siguiendo dictados de su
intuición individual siempre cambiante. […] Si el relativismo significa el fin
de la fe en la ciencia, la decadencia de ese mito, la ciencia, concebido como
el descubrimiento de la verdad absoluta, puedo alabarme de haber aplicado el
relativismo al análisis socialista. […] Nosotros los fascistas hemos tenido el
valor de hacer a un lado todas las teorías políticas tradicionales, y somos
aristócratas y demócratas, revolucionarios y reaccionarios, proletarios y antiproletarios,
pacifistas y antipacifistas. Basta con tener una mira fija: La nación. [10]
En este
extracto se observa como Mussolini, lejos de tener un cuerpo teórico sólido, se
nutre de las diferentes corrientes ideológicas imperantes en ese momento,
siempre y cuando le sirvieran a él y los suyos para ganarse el respaldo del
oyente de turno. Este relativismo ideológico daría pie a la existencia del
Mussolini más liberal en materia económica[11]. A finales del año 1921 escribe en su
periódico Il Popolo d’Italia: “En materia económica somos liberales en el
sentido clásico de la palabra”[12].
Antoni
Domènech, a través de Tasca, ilustra cómo en un escrito periodístico de 1920
el Duce pregonaba: “El capitalismo está a penas en el principio de su
historia […] La verdadera historia del capitalismo empieza ahora […] Hay que
abolir el estado colectivista”[13]
Y es
que, además del conjunto de declaraciones que abogaban por la libertad
económica, por sus acciones de confrontación directa y violenta con el
movimiento obrero y por la búsqueda incipiente de la restauración de las
relaciones verticales de producción entre trabajadores y propietarios, es
interesante destacar como, en la víspera de la marcha sobre Roma, los
dirigentes de la Asociación Bancaria y de la Confederación de la Industria y de
la Agricultura donaron más de 20 millones de liras para financiarla. Hecho
sumamente ilustrativo de cómo Mussolini, lejos de velar por los intereses de
los trabajadores italianos, debía el favor de su ascenso al poder a aquellos
que se beneficiaban de la sumisión y la explotación del conjunto de la clase
obrera.
Benito Mussolini con los
dirigentes de la Confederazione delle corporazioni fasciste y de la
Confederazione dell’Industria tras la firma de los acuerdos del Palazzo Vidoni
el 2 de octubre de 1925 (foto: Wikimedia Commons)
El “socialista” Hitler
Al
igual que los fascistas italianos, el partido Nacional Socialista Obrero Alemán[14] antes de llegar al poder hizo de la demagogia
populista orientada hacia las clases medias y obreras una de sus señas de
identidad. Sin embargo, cabe destacar que este partido difería sustancialmente
de los Camisas negras italianos[15] en que en sus comienzos sí contaban con un
“ala izquierda” relativamente fuerte entre sus filas. Un ejemplo de ello es el
programa del NSDAP de 1920:
El programa de la NSDAP de
1920 exigía la estatalización de todos los trust,
la abolición de todas las rentas de quienes no trabajaran y vivieran del ocio,
la destrucción de la esclavitud generada por los intereses bancarios, la
inmediata comunalización de los grandes almacenes, etc.[16]
Principios del Partido Obrero
Nacional Socialista Alemán (NSDAP). Febrero de 1920. Colección de fotos:
Bundesarchiv Bildarchiv
Es precisamente por esa
retórica abiertamente obrerista que Hitler consiguió atraer a un significativo
número de socialistas a sus filas, dándoles la esperanza de que junto a él
conseguirían realizar aquello en lo que los partidos marxistas habían fracasado[17].
Hitler, si bien utilizaba
una dialéctica aparentemente izquierdista, lejos de enfrentarse a los grandes
industriales alemanes encuadraba siempre sus discursos en contra de una
supuesta élite financiera global judía[18], que, según él, impedía que los honrados
trabajadores alemanes pudieran levantar cabeza tras las sanciones derivadas del
Pacto de Versalles. Siguiendo esa estrategia, y con el fin de poner rostro a
esos que socavaban el bienestar del pueblo, señalaba como enemigos a los
pequeños empresarios, banqueros o abogados judíos a los que les habían ido
relativamente bien los negocios en aquella época, criminalizándolos y
tachándolos de auténticos usureros sin escrúpulos.
Como se ha dicho con anterioridad,
el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán contó entre sus filas con un ala
aparentemente de izquierda obrerista y “socialista”. Se trataba de la
organización paramilitar S.A.[19]. Esta organización desapareció a causa de las
purgas realizadas durante la noche de los cuchillos
largos[20], en la que se asesinaron decenas de personas
pertenecientes a las S.A. Entre los purgados se encontraban los hermanos Otto y
Gregor Strasser, los principales representantes de esa ala obrerista del
nazismo[21].
Aun habiéndose desecho de
esa vertiente izquierdista del partido, Hitler seguía conservando, de manera
puntual, una retórica explícitamente “socialista”. Un ejemplo de ello es lo que
destaca Domènech a través de un discurso que pronunció el Führer[22] en 1941 delante de los trabajadores de una
fábrica de armas:
En esos países [las
democracias occidentales aliadas] gobierna el capital, o sea,
en último extremo, un grupo de unos centenares de hombres que poseen capitales
incalculables y que, a consecuencia de la singular construcción de la vida
estatal, son más o menos independientes y libres […] piensan ante todo en la
economía libre y al decir economía libre piensan en la libertad no sólo de
hacer capital, sino, ante todo, de emplear libremente ese capital. Lo cual
significa estar libre de la vigilancia del estado, es decir, del pueblo […]
están en posesión de todas las fábricas y de sus acciones y que en último término
gobiernan con ellas a esos pueblos. La masa no le interesa lo más mínimo.[23]
A pesar del uso de esta
oratoria que buscaba en última instancia ganarse el favor de las masas de
obreros alemanes, Hitler sabía perfectamente en beneficio de quién debían ir
dirigidas las políticas económicas del Reich. Por eso, ante una parte de la
alta burguesía alemana, no dudaba en presentarse a sí mismo con un convencido
liberal partidario de la preservación de la propiedad privada y de las
relaciones de producción “naturalmente” jerarquizadas, en las que se buscaba
que primaran “las duras leyes de selección económica de los mejores y de la
aniquilación de los más débiles”.[24]
Promesas de “trabajo
y pan” en un cartel electoral nazi de 1932
Un año después de salir de
la cárcel[25] y cuando su partido era aún una fuerza
prácticamente insignificante, Hitler se dedicó a dar conferencias ante los
grandes industriales y banqueros alemanes con el fin de ganarse su confianza,
y, por supuesto, el apoyo económico que le permitiera la financiación del
partido. En estas conferencias jamás utilizó la palabra socialismo, además
criticaba efusivamente toda intromisión del estado en los asuntos económicos de
las empresas.
Esa crítica también se
hacía extensible a los sindicatos obreros oponiéndose frontalmente a la lucha
de clases que estos promulgaban. En sus propias palabras expuestas en el Mein
Kampf:
La institución sindicalista dentro del Nacionalsocialismo
no es un órgano de lucha de clases, sino un portavoz de representación
profesional […] El sindicalismo en sí no es sinónimo de “antagonismo social”;
es el marxismo quien ha hecho de él un instrumento para su lucha de clases”[26]
No es de extrañar que,
conociendo su postura con relación a la lucha de clases y los sindicatos
obreros, entre 1929 y 1935 recibiera insumas cantidades de dinero proveniente
de una gran parte de la oligarquía económica alemana, como los Thyssen, los Krupp,
los Abs, etc. Así como los 100.000 marcos que donó para la campaña electoral de
1933 la gran empresa química IG Farben, o los 240.000 marcos que puso Friedrich
Flick, el gran industrial alemán del carbón y el acero. Hitler también
recibió el apoyo simbólico de Ludwing Grauters, el secretario de la asociación
empresarial que determinaba centralizadamente la política salarial de la gran
industria.[27]
Hitler condecora a Gustav Krupp en
1940 (foto: archivo de La Vanguardia)
Una vez Hitler llega al
poder, ilegalizadas todas las organizaciones sindicales y llevados a campos de
concentración sus líderes, se podía poder en marcha la “Ley para la ordenación
del trabajo nacional”, que provocaba una autentica dictadura del capital sobre el
trabajo en las mismas empresas además de fortalecer el poder del empresario y
la aniquilación de todas las conquistas obreras conseguidas por estos durante
la República de Weimar. Así lo ilustraba el filósofo y jurista Karl Korsch:
El mercado de trabajo moderno, colectivamente regulado,
ha sido de todas formas radicalmente liquidado en la Alemania actual. En su
lugar aparece en parte el “libre” entendimiento sobre las condiciones de
trabajo a través del contrato de trabajo individual; y en parte, la regulación
autoritaria de las condiciones de trabajo en cada empresa a través del caudillo
de la empresa […] En el III Reich nacionalsocialista ya no hay ningún tipo de
representación de los intereses de los trabajadores.[28]
Y
es que, aunque Hitler defendía un estado fuerte y autoritario que exigía pleno
control político, en los asuntos económicos se mostró siempre partidario de
delegar las decisiones a los caudillos empresariales alemanes, siempre libres
de cualquier restricción estatal o política. Este consideraba que “la intervención pública en la economía es un
instrumento peligroso […] que asfixia la eternamente creativa iniciativa
privada individual […] llevando a la cancelación de las duras leyes de la
selección económica de los mejores”.[29] En este sentido, el Führer hacía gala de su adhesión a la ideología
del darwinismo social, que, junto a la verticalización de las relaciones en el
seno de las empresas, provocaba la capitulación absoluta del conjunto de los
trabajadores alemanes.
El Nacionalsindicalismo
español
En cuanto al fascismo en
España, a partir de su vertiente nacionalsindicalista, fue evolucionando y pasó
por periodos muy distintos, algunos de ellos profundamente contradictorios en
lo referente a la articulación de sus ideas.
En este sentido, en un
primer momento, durante la II República fue un movimiento político muy marginal
que pretendía emular al fascismo italiano y, en menor medida, al
nacionalsocialismo alemán. Por lo tanto, podían articular ideas y discursos con
un marcado carácter izquierdista e incluso revolucionario ─revolucionario
en el sentido fascista, esto es, una revolución “desde
arriba”
para que realmente nada cambie.
En una segunda fase, ya
durante la ─mal llamada─ Guerra Civil ─algunos
autores, como por ejemplo el historiador hispanista Paul Preston, consideran
que es más
preciso referirse a esta contienda como la Guerra de España[30]─, el nacionalsindicalismo
abandonó algunos
de sus principios más
obreristas con el fin de unirse a tradicionalistas y conservadores con el
objetivo de ganar la guerra.
Finalmente, habría una
tercera fase en la que, tras la victoria del bando rebelde y la integración de
toda la amalgama de movimientos políticos y tendencias ideológicas bajo el
paraguas de la dictadura de Francisco Franco, el nacionalsindicalismo
originario quedaría casi reducido a folclore y la simbología característica del
movimiento, restando mucho peso a la vertiente más “izquierdista” de la primera
época.
La mayor parte del análisis
del presente artículo está centrada en la fase más temprana del
nacionalsindicalismo, prestando una especial atención a la construcción teórica
que llevaron a cabo sus tres principales figuras, esto es, José Antonio Primo
de Rivera, Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo. Esta elección se debe a que
durante este periodo dicho movimiento político conservaba aún su esencia
política original, aquella Falange Española que pretendía ganarle al anarquismo
y al marxismo la vanguardia de las aspiraciones de la clase obrera española.
Ya entrando en materia,
Miguel Ángel Perfecto, en su obra El
nacionalismo franquista[31], distingue dos fases
claramente diferenciadas en el primer nacionalsindicalismo español. La primera
de ellas la denomina como la fase Jonsista (1931-1934).
Información
sobre las JONS en el único número de El Fascio (marzo-1933)
En este periodo el fascismo
español tiene entre las propuestas de su ideario político el convertir a las
empresas en una especie de apéndice del Estado autoritario mediante la
sindicalización obligatoria de obreros y patronos. Con ello se buscaba acabar
con la lucha de clases y poner el conjunto de la economía al servicio de la
patria. El estado Nacionalsindicalista, dice este autor, buscaría disciplinar y
garantizar la producción. Es interesante destacar como en esta fase, con la
intención de crear un sindicalismo nacional, el fascismo español realizó un
intento de acercamiento con el anarco-sindicalismo ─los
colores rojo y negro de la bandera falangista están inspirados en los de la CNT─ mediante contacto
con líderes cenetistas como
Ángel Pestaña. Algunos anarcosindicalistas, como Narciso Álvarez Sotomayor y
Guillén Salaya, o un comunista como Manuel Mateo, en un momento determinado se
“cambiaran de bando” uniéndose así a los fascistas en la fundación del
sindicato falangista Central Obrera Nacional Sindicalista (CONS)[32].
El segundo ciclo se produce
tras la fusión de Falange y JONS ─dando lugar a la
Falange Española
de las JONS─ incorporando al ideario nacionalsindicalista:
Aspectos del catolicismo
social como el valor del trabajo y el sacrificio, todo ello unido a la crítica
del capitalismo rapaz. A partir de estos momentos, los aspectos más
totalitarios y estatalistas del proyecto corporativo de Ledesma se suavizan al
afirmar el derecho a la propiedad privada —eso sí, sujeta al interés social—, y
al reducir el papel del Estado convertido en un agente coordinador y
planificador de la economía.[33]
De igual modo, en las
normas programáticas de la Falange, concretamente en el punto 8, se especifica
que “el Estado
nacionalsindicalista permitirá toda iniciativa privada, compatible con el
interés colectivo, y la protegerá y estimulará”. Y en el punto 13,
“El Estado reconocerá la
propiedad privada […] y la protegerá contra los abusos del gran capital
financiero, de los especuladores y de los prestamistas”.[34]
Con estos extractos ya se
ilustra como aun existiendo una vertiente claramente obrerista, en tanto que
apela a la clase obrera como eje vertebrador del movimiento
nacionalsindicalista, está siempre queda supeditada a unos intereses superiores
impuestos de manera vertical y arbitraria. Siguiendo esa misma lógica, Maeztu
expone:
El propósito de sustituir
la lucha de clases por una organización autoritaria [fascista] no veo sino
racionalidad. Sería preferible que esta justicia social se organizase
espontáneamente, pero, a falta de esa espontaneidad, bienvenida sea la
autoridad que la imponga desde lo alto.[35]
Aun queriendo acabar con la
lucha de clases, los intelectuales fascistas no dudan en centrar las críticas
al liberalismo económico y al individualismo que este promulga, que, según
ellos, junto con la democracia parlamentaria, es el germen que crea el
escenario perfecto para el crecimiento de las ideas revolucionarias de corte
marxista y anarquista. A colación con esto último, es menester destacar las
siguientes palabras de Calvo Sotelo:
El liberalismo cree dar
plena libertad al obrero, ¡en realidad se la arrebata! Y se la arrebata porque
le priva de toda defensa al prohibirle sus asociaciones profesionales como algo
pecaminoso y hasta criminal. Se destruyen los residuos del gremio […] El
liberalismo le deja solo frente al Estado –que es burgués- y, para mayor
sarcasmo, le dice: ¡Toma, te doy la libertad! ¿Qué libertad? No la humana, que
el obrero poseía desde que Cristo sacrificó el trabajo humano; no la económica,
porque esa sarcástica libertad del trabajo es para quien necesita
trabajar, la libertad del hambre. [El liberalismo] queriendo dignificar al
trabajador, le degrada a reducir el trabajo humano a la mera condición de
mercancía, sujeta a la dura ley de oferta y la demanda.[36]
Manuel Mateos, dirigente de la
CONS, acompaña a José Antonio Primo de Rivera, Juan Antonio Ansaldo, Julio Ruiz
de Alda, Raimundo Fernández Cuesta y otros, a la salida del mitin de Falange
Española en el Cine Europa, el 12 de febrero de 1936
La crítica por parte de
algunos líderes del fascismo español no se circunscribía únicamente al
liberalismo económico y sus consecuencias sociales. Ramiro Ledesma, siguiendo
una línea intelectual modernista de su época y del propio fascismo, se mostraba
indulgente con la burguesía liberal y capitalista del momento, criticando su
forma de vida y la libertad política que estos promulgaban, cristalizada está
en una democracia parlamentaria que, según él, traslada todo el poder a los
magnates capitalistas y las oligarquías partidistas, excluyendo así a la gran
masa que ellos dicen defender. En sus propias palabras:
Las instituciones
demo-burguesas han sido elaboradas bajo la creencia de que el individuo es el
sujeto creador de la historia, todo ha de sacrificarse, comenzando por el
Estado, a la postre en medio de las instituciones y la civilización liberal
burguesa el hombre resultó maltratado, explotado y empequeñecido.[37]
También José Antonio Primo
de Rivera, en 1935, vertía duras críticas al liberalismo económico y político.
Aunque en este caso, ampliaba el marco de las críticas e introducía en la
ecuación al mismo sistema capitalista:
El fenómeno del mundo es la
agonía del capitalismo. Pues bien, de la agonía del capitalismo no se sale sino
por una urgente desarticulación del propio capitalismo: el capitalismo rural,
el capitalismo bancario y el capitalismo industrial, el capitalismo hace que
cada hombre sea un rival por el trozo de pan. Y el liberalismo, que es el
sistema capitalista en su forma política conduce a ese otro resultado que la
colectividad pierda la fe en un principio superior, en un destino común.[38]
Como se puede observar,
durante los primeros años de Falange y de las JONS era común que los dirigentes
fascistas españoles criticaran duramente al liberalismo en todas sus
vertientes. Ellos creían que era necesario reconstruir una nueva sociedad donde
los intereses superiores de la patria ─que con el tiempo
acabarían
coincidiendo con la gran burguesía que ellos decían
criticar─ no estuvieran supeditados a la acumulación de capital por parte de individuos o
empresas privadas. José Pemartín, un habitual de las publicaciones de la
revista fascista, Acción Española, destaca como el capitalismo liberal es una
concepción económica profundamente antihumana, anticristiana y antiespañola,
por lo que aboga por implantar un pensamiento económico fundamentado en los
principios de solidaridad, jerarquía y disciplina.[39]
A tal respecto, los líderes
fascistas podían llegar a comprender que los obreros en su conjunto, unidos
como clase social ─a diferencia de la teoría neoliberal, el Nacionalsindicalismo creía en la existencia de las clases
sociales─ se sintieran vilipendiados por las nuevas formas de producción y desarrollo que daban por superados
los antiguos gremios y la protección y beneficios que estos proporcionaban. Por
lo que para ellos era fundamental capitalizar toda esa rabia acumulada y
reconducirla a objetivos “superiores”.
Acto conmemorativo del acto de
unificación de Falange Española y las JONS, en el Teatro Calderón de Valladolid
el 4 de marzo de 1934
Como se ha mostrado, las
críticas al liberalismo eran una máxima en el discurso del fascismo español,
pero la alternativa social y económica que proponían estaba muy lejos de
cualquier visión revolucionaria de corte marxista o anarquista. El
Nacionalsindicalismo, emulando a la Italia fascista de Mussolini, dibujaba una
sociedad con una economía mixta, donde capital y trabajo, mediante las clases
derivadas de estas, se implicaran por igual en la producción. El objetivo
teórico era crear un estado corporativista y autoritario, con un alto control
de la economía además de un nacionalismo industrial y agrario. Ramiro Ledesma,
como dirigente de las JONS, proclamaba la necesidad de que:
El nuevo Estado no puede
abandonar su economía a los simples pactos y contrataciones que las fuerzas
económicas libren entre sí. La sindicación de las fuerzas económicas será
obligatoria, y en todo momento atenida a los altos fines del Estado.[40]
Es bajo esta premisa cuando
se vislumbra lo que posteriormente sería conocido como los “sindicatos
verticales”. Estos, de afiliación obligatoria ─tanto
para patronos como para obreros, coordinados jerárquicamente─, se encargarían de recoger los intereses de las
diferentes clases sociales, constituyéndose así en corporaciones unitarias. Se
puede sospechar que este mecanismo tenía como objetivo principal anular por
completo el gran conflicto de clases que afloraba en la sociedad española de
los años 30.
Si los dirigentes fascistas
no tenían reparos en criticar el liberalismo y sus consecuencias, no eran más
indulgentes con la crítica al marxismo y la lucha de clases que este
promulgaba. En las propias palabras de Ramiro Ledesma, refiriéndose al
Nacionalsindicalismo: “esto no tiene nada que ver con el marxismo, [el
fascismo es una] doctrina que no afecta a la producción, a la
eficacia creadora, sino tan solo a vagas posibilidades distributivas.”[41]
Esa animadversión a la
lucha de clases también se reflejaba en los puntos iniciales de la Falange,
vinculándolo además con la tan defesada indivisibilidad de España: “la lucha
de clases ignora la unidad de España porque rompe la idea de producción
nacional como conjunto […] considera a cuantos contribuyen a la producción como
interesados en una misma empresa común”.[42]
Siguiendo con esta la
crítica feroz tanto al capitalismo y como al marxismo, uno de los 27 puntos de
la Falange de 1934 decía así: “repudiamos el sistema
capitalista que se desentiende de las necesidades populares, deshumaniza la
propiedad privada. Nuestro sentido espiritual y nacional repudia también el
marxismo.”[43]
Por otro lado, la
estrategia de liquidación de la influencia del marxismo y el anarquismo en el
conjunto de los trabajadores también pasaba por crear organismos de asistencia
social. Todo con el objetivo de buscar la armonía entre clases sociales. A tal
respecto, es interesante rescatar estas palabras de Onésimo Redondo: “Es
necesario suprimir con la justicia social el pretexto o la incompleta
injustificación de la rebeldía de las masas.”[44]
Los
27 puntos de Falange
La crítica al marxismo se
realizaba desde diferentes vertientes. Al igual que el Nacionalsocialismo
alemán, que creía que todos los males de la nación se debían a una conspiración
internacional judía, el fascismo español tenía la creencia (que se alargó
durante los 40 años de dictadura) de la existencia de una conspiración
judeo-masónica-bolchevique que, materializada en los partidos comunistas,
quería acabar con la unidad de España, la civilización occidental cristiana y
la vida tal y como la conocían.[45]
En la vertiente más social,
el Nacionalsindicalismo (una vez más emulando al nacionalsocialismo alemán y al
fascismo italiano), creía en una sociedad profundamente esencialista y vertical
dirigida por los “más fuertes y capacitados”. A tal efecto, no había reparos en
hablar directamente de la búsqueda del disciplinamiento de la producción. Una
vez más, son recurrentes las declaraciones de Ramiro Ledesma: “El Estado
disciplinará y garantizará en todo momento la producción. Lo que equivale a
una potenciación considerable del trabajo. Queda todavía aun más por hacer en
pro de una auténtica y fructífera economía española.”[46]
Más allá de los eufemismos
que podían utilizar los líderes fascistas de la época, es evidente que el disciplinamiento
de la producción no sería más que el disciplinamiento de la Clase obrera y
los centros de trabajo. Hecho que se consumó una vez estos llegaron al poder.
El objetivo que decía defender
el fascismo español era el de crear un país de «productores», donde obreros,
técnicos y empresarios, de manera orgánica, y bajo la dirección del Estado
nacional, trabajarían en común por el desarrollo económico, emulando al volkgeist germánico.
En tal sentido, Ramón Serrano Suñer (un filonazi convencido) declaraba en un
discurso en Sevilla:
No queremos un Estado sin
pueblo; nosotros dirigimos al pueblo, pero queremos llevarle organizado
jerárquicamente a su Estado Nacional; hacerlo partícipe de su destino. Y el
Partido Nacional que tiene esta misión no puede ser un partido de clase, es al
menos la selección de los mejores en la fe común de la Patria que tiene incluso
la tarea ambiciosa de ganar a la gran masa de la zona roja que no se pueda
destruir”.[47]
El proyecto social de la
falange pasaba por la sustituir el conflicto social por la armonía de clases y
la nacionalización de la clase obrera e incorporación de esta al Estado, además
de la verticalidad de la sociedad y de la empresa vía sindicato vertical, la
creación de un partido único y un sistema de asistencia social fundamentado en
la caridad cristiana.
En ese sentido, el objetivo
del fascismo era el de implantar un sistema social organicista donde “los
individuos son fragmentos que quedan adscritos de alguna manera en alguna de
las partes, órganos o estamentos de este cuerpo piramidal que constituye la
sociedad. Y esta adscripción no se cuestiona.”[48]
Carnet de la CNS del año 1939
Esto se vería reflejado
también en el dirigismo del ocio de los obreros que pretendía llevar a cabo el
proyecto fascista. Emulando al Frente Alemán del Trabajo[49], el Sindicato Vertical, a través de la Obra
Sindical de Educación y Descanso[50], se ocuparía del ocio de la clase trabajadora
mediante grupos deportivos, residencias de verano, etc.
Otra de las contradicciones
que atravesaron a Falange Española a lo largo de esos años es su relación con
el campo y el campesinado. Si bien la Reforma agraria impulsada por la
República azuzó las iras de los terratenientes y los caciques españoles, además
de ser esta una de las razones principales para la sublevación de los militares
rebeldes, Falange en un principio se mostró partidaria de la expropiación de
tierras en favor de los labriegos. José Antonio Primo de Rivera, en 1934
expondrá:
Hay que elevar a todo
trance el nivel de vida del campesinado, vivero permanente de España. Para ello
adquirimos el compromiso de llevar a cabo sin contemplaciones la reforma
económica y la reforma social de la agricultura […] Hay que hacer la reforma
agraria, imponiendo a los que tienen grandes tierras el sacrificio de entregar
a los campesinos la parte que les falta.[51]
Ya en 1931, Ramiro Ledesma,
se posicionaba claramente en favor de los campesinos y contra los caciques: “Hay que
legislar para el campesino, impidiendo la explotación a que hoy se le somete y
saciarlo de tierra para defenderse de la opresión caciquil.”[52]
La contradicción falangista
con el campesinado y sus luchas no solo reside en que esa reforma agraria jamás
se produjo durante los 40 años de franquismo (es más, tras la finalización de
la guerra, devolvieron a los terratenientes las tierras expropiadas durante la
II República), sino que la población campesina más combativa fue una de las
principales víctimas de la dialéctica de puños y
pistolas que promulgaba José Antonio Primo de Rivera. Los
campesinos fueron sometidos a una persecución a sangre y fuego por parte de los
terratenientes a medida que el avance de las tropas rebeldes se iba
produciendo. Este episodio de venganza caciquil tiene un cariz especial en
Andalucía, donde los Caballistas Negros (hijos de la oligarquía andaluza),
auténticos escuadrones de la muerte a lomos de caballos, se dedicaban a dar
caza e implantar el terror entre los campesinos que habían sido partidarios de
la II República y del reparto de las tierras. A esto se referiría el mismísimo
Queipo de Llano en unas declaraciones:
He de notificar que el
alcalde Ramón de Carranza (hijo), más guerrillero que marino y que alcalde, con
una columna de Falange y de Guardia Civil, está desarrollando una brillantísima
labor. Es un bravo quien manda a un grupo de Bravos. Con lo que no estoy
conforme es que con su actuación me quita a todos los falangistas de Sevilla,
donde tan grandes servicios me prestan, pues al principio salió con un grupo de
20 muchachos, por precaución añadí fuerzas de la Guardia Civil, ya hoy opera
con cerca de 200.[53]
Asimismo, si bien José
Antonio Primo de Rivera y Ramiro Ledesma, al menos en sus escritos, decían ser
favorables a la expropiación de tierras, la mayor parte del reaccionarismo
español era profundamente contraria a esta idea. Es más, en la revista Acción Española,
se defendió explícitamente los mayorazgos andaluces. En tal respecto, Pemartín
escribió:
Es un absurdo prejuicio el
considerar que una gran concentración de propiedad territorial en una persona
[…] puede ser perjudicial para la economía en general. Dando por supuesto la
rentabilidad de la tierra, esas grandes concentraciones son, en general, beneficiosas
para la Economía Nacional […] En ese sentido, no solamente somos partidarios
decididos de la Herencia, sino que también lo somos de los Mayorazgo.[54]
Esta defensa acérrima de
los mayorazgos es profundamente problemática sobre todo teniendo en cuenta las
duras condiciones de vida a las que estaban sometidos los campesinos andaluces
en aquellos años. El caciquismo de los terratenientes y el paro debido a la imposibilidad
de poseer tierras a las que labrar, era la tónica imperante de la mayor parte
de los trabajadores del campo.
Por otro lado, es menester
destacar otra de las características del fascismo español. Y es que, a pesar de
sus proclamas antiliberales y en algunos casos incluso antiburguesas, este
estaba fundamentalmente financiados por la aristocracia y la alta burguesía
madrileña y vasca; en ese sentido, “los monárquicos deseaban que Falange se
convirtiera en una organización de milicias capaz de enfrentarse a las milicias
y sindicatos de izquierda, siguiendo el modelo italiano.”[55] Los acuerdos económicos entre la derecha
radical (monárquica, pero no solo) y el Nacionalsindicalismo, así como estos
con el fascismo italiano, vendrían a reforzar esta idea.
Tampoco se puede obviar que
la mayor parte de los afiliados de Falange Española de las JONS pertenecían a
las clases medias y medias altas, sobre todo de Madrid y Castilla. De igual
modo, el gran grueso de los afiliados provenía de los ambientes universitarios,
siendo estos mayoritariamente conservadores.
De igual forma, hay que
destacar que la gran parte de la financiación del intento de golpe de estado
del 36 y la posterior guerra derivada del fracaso de este corrió a cargo del
oligarca y banquero mallorquín Joan March Ordians. Por lo que el fascismo
español estaba lejos de convertirse en un movimiento político de obreros y para
obreros.
Una
de las “demostraciones sindicales” del 1 de mayo
Conclusiones
Algunas conclusiones que se
extraen del presente artículo es que la retórica obrerista utilizada por los
fascismos de la primera mitad del siglo XX, por una parte, obedecía a una
estrategia puramente propagandística, que tenía el fin de atraer a las masas de
obreros y campesinos a sus filas y desvincularlas así de la influencia de los
partidos y sindicatos marxistas y anarquistas. Si bien en los momentos
iniciales podía haber una cierta predisposición a defender los intereses de los
trabajadores, esta se aplacó o limitó con el transcurso de los años. Por otra
parte, la estrategia también tenía como fin “acoger al obrero” en el seno de
una sociedad fuertemente verticalizada y clasista. Pero acogerlo como subalterno
y explotable que, a pesar de los pesares, formaría parte del “gran proyecto
nacional” fascista. Esto enlazaría con otra de las características que
atraviesan al fascismo, como es la defensa del darwinismo social como elemento
vertebrador, tanto en el conjunto de la sociedad como en el seno de las
empresas. Estos buscaban dejar a la clase obrera en una situación de
subyugación respecto a la burguesía. En este sentido, al igual que el rey o el
caudillo ejercía de líder absoluto de las masas, el fascismo defendía la idea
de las empresas como el seno de una familia tradicional, donde el patrón debía
cumplir con el papel autoritario de pater familias,
desplegando así un poder absoluto sobre los trabajadores. En consecuencia, el
corpus teórico del fascismo descansa sobre la negación absoluta de la lucha de
clases y en favor de la armonización de las mismas. Bajo el pretexto de la
búsqueda de objetivos superiores, abogaban por un gran pacto de
capital/trabajo, con el fin de “elevar a los intereses de la nación por encima
de las luchas internas”. Es decir, frente a la idea de “clases en pugna”, se
impone una idea de “sociedad armónica” compuesta por sectores distintos, unos
más dignos que otros, pero que encajan a la perfección si no se trata de
alterar el statu quo y el “orden natural” ─español, italiano, alemán─ de las cosas.
Esta última idea explicaría
perfectamente la batalla encarnizada que llevaron a cabo los diferentes
movimientos fascistas contra las organizaciones obreras que, en ese momento, y
en sus respectivos países, tenían una gran influencia sobre los trabajadores,
tanto a nivel sindical como de partidos políticos. El fascismo se convirtió en
el brazo armado de la alta burguesía, buscando socavar las conquistas sociales
que el conjunto de los trabajadores había conseguido durante años de luchas.
En ese sentido, cabe
destacar que los tres fascismos se alinearon en todo momento con los intereses
de industriales y terratenientes, abandonando por completo las pretensiones
emancipadoras del conjunto de los trabajadores. No es de extrañar, por tanto,
que sendas corrientes fascistas recibieran ingentes sumas de dinero de las
altas burguesías de sus respectivos países. Dinero que utilizaron para
financiar campañas electorales así como sufragar las acciones violentas que los
propios fascistas llevaban a cabo contra los trabajadores organizados.
Finalizado el análisis del
fascismo de la primera mitad del siglo XX, hay que señalar que actualmente nos
encontramos en una contraofensiva reaccionaria que, aunque a nivel estético y
simbólico se encuentra muy alejado de este, las estrategias discursivas
utilizadas con el fin de atraer al conjunto de los trabajadores a sus filas son
muy similares. Esto cobra mayor importancia si se tienen en cuenta las
consecuencias de las políticas neoliberales impulsadas a partir de los años 70
y 80 en gran parte del mundo. Recetas económicas que han socavado la capacidad
organizativa y de lucha del conjunto de la clase obrera. Desprovista esta de
certezas y despojada de cualquier alternativa al capitalismo depredador
imperante, es fundamental que las organizaciones obreras dispongan de un acervo
de herramientas que nos permitan abordar la lucha contra el ─neo─fascismo
con las máximas
garantías
de poder lograr su derrota definitiva.
[Este
artículo es una versión adaptada del Trabajo Final del Postgrado “Análisis del
capitalismo contemporáneo: herramientas republicano-socialistas” auspiciado
por Sin Permiso y el grupo de investigación de la UB GREECS.
Agradecemos al autor, antiguo alumno del postgrado, su disposición y buena
voluntad a la hora de adaptarlo. SP]
Notas:
[1] Solidaridad es un sindicato español fundado
en septiembre del 2020.
[2] En 2020 la justicia griega dictaminó que
Amanecer Dorado era una organización criminal. La investigación se inició tras
el asesinato, en 2013, del rapero griego Fyssas Pavlos. Tras la sentencia, el
partido, que llegó a ser la tercera fuerza política del país, colapsó
económicamente llegando prácticamente a su desaparición.
[3] Entre algunas de las principales tradiciones
socialistas estarían el anarquismo/anarcosindicalismo, la socialdemocracia y el
comunismo. Estas pueden estar encuadradas dentro del corpus doctrinal del
marxismo, o no.
[4] Incluso, en 1909, llegó a dirigir el diario socialista Avvenire
del Lavoratore [Porvenir del trabajador], publicación de los socialistas
italianos emigrados a Suiza
[5] También conocido como Il Duce, término derivado
de la palabra de latín clásico, dux,
que hace referencia a un guía militar o caudillo. Este procede también del
verbo ducere, “conducir”, en este caso a un pueblo
entero.
[6] Domènech, A. (2019) El
eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista.
Madrid. Akal
[7] Seguidores del Partido Nacional Fascista de
Benito Mussolini
[8] Tasca, A. (1969) en Domènech, A.
(2019) El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la
tradición socialista. Madrid. Akal
[9] Domènech, A. (2019) El
eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista.
Madrid. Akal
[10] Mussolini, B. (1922) en Domènech, A.
(2019) El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la
tradición socialista. Madrid. Akal
[11] Domènech incluso llega a vislumbrar en este
exacerbo liberal, y no sin fundamento, trazas más que evidentes de lo que
décadas más tarde sería tipificado como neoliberalismo. Más sobre este punto en
Domènech, 2019.
[12] Tasca, A. (1969) en Domènech, A.
(2019) El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la
tradición socialista. Madrid. Akal
[13] Domènech, A. (2019) El
eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista.
Madrid. Akal
[14] NSDAP sus siglas en alemán, fue el partido
político, liderado por Adolf Hitler, activo en Alemania desde 1920 hasta 1945.
[15] Milicia vinculada al fascismo italiano cuya
indumentaria característica era la camisa negra.
[16] Rosenberg, A (1962) en Domènech, A.
(2019) El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la
tradición socialista. Madrid. Akal
[17] Es interesante señalar que Hitler utilizó
el rojo en el diseño de su bandera de manera deliberada, precisamente para
confundir y atraer a los trabajadores alemanes. El rojo en el imaginario
colectivo se identificaba con los con la Unión Soviética y los partidos
comunistas.
[18] En la actualidad, las extremas derechas de
los diferentes países, utilizan esa misma estrategia y jerga. Es común entre
estos las referencias a los “globalistas” que quieren acabar con las naciones
europeas, o el recurso a George Soros como causante de todo lo depravado y
amoral. En ese sentido, existen numerosas teorías conspiranoicas de extrema
derecha que buscan legitimar acciones violentas contra colectivos concretos.
[19] Sturmabteilung en
alemán, que se puede traducir como Sección de Asalto.
[20] También denominada como Operación Colibrí,
fue una purga política dirigida por Adolf Hitler, que se llevó a cabo en
Alemania en la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1934. Murieron como
mínimo 85 personas y hubieron cientos de arrestados acusados de ser contrarios
al régimen de Hitler.
[21] Actualmente el strasserismo es
una corriente ideológica muy marginal que combina el socialismo revolucionario
con el nacionalismo exacerbado y racista, partidarios de una supuesta “tercera
vía” al margen de la dialéctica capitalismo/comunismo.
[22] Palabra en alemán que significa “líder,
jefe, caudillo, conductor”. Así se denominaba a Adolf Hitler.
[23] Hitler, A. (1941) en Domènech, A.
(2019) El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición
socialista. Madrid. Akal
[24] Domènech, A. (2019) El
eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista.
Madrid. Akal
[25] Adolf Hitler entró en la cárcel tras su
fracaso en el intento de golpe de estado del 8 de noviembre de 1923. Fue
condenado a 5 años de los cuales únicamente cumplió 9 meses. Ese tiempo lo
aprovechó para escribir su opera prima, el Mein
Kampf. Obra que vertebraría la ideología Nacionalsocialista.
[26] Hitler, A. (2016). Mein Kamf.
Barcelona. Galabooks ediciones
[27] Domènech, A. (2019) El
eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista.
Madrid. Akal
[28] Korsch, K. (1934) en Domènech, A.
(2019) El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la
tradición socialista. Madrid. Akal
[29] Domènech, A. (2019) El
eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista.
Madrid. Akal
[30] Este autor considera que la guerra que hubo
en España entre 1936 y 1939 no se puede considerar como una Guerra Civil, ya
que los bandos enfrentados en la misma no obedecen a ese criterio. En ese
sentido el bando sublevado estaba formado por la mayor parte del ejército
español ─integradas en este, también, las tropas mercenarias moras─ y
apoyado por potencias militares extranjeras, como eran la Alemania nazi y la
Italia fascista. Al otro lado de la contienda se encontraba el bando
republicano, compuesto principalmente por las milicias civiles vinculadas a
sindicatos y partidos políticos además de los voluntarios de las brigadas
internacionales ─también hay que destacar que hubo militares que se mantuvieron
fieles a la República tras el intento de Golpe de Estado, pero estos fueron
minoría. Para más información véase Paul Preston, Un poble
traït, corrupció, incompetència, política i divisió social.
Editorial Base 2019, página 409 y ss.
[31] Perfecto, M. A. (2021). El
Nacionalismo Franquista. Catolicismo, Antiliberalismo y Fascismo.
Revista Cliocanarias, número 3.
[32] Dicho sindicato se fundó en 1934 por
iniciativa de Ramiro Ledesma. Según ellos, asumía el ideario revolucionario de
la UGT y CCOO del momento pero con un marcado carácter nacionalista.
[33] Perfecto, M. A. (2021). El
Nacionalismo Franquista. Catolicismo, Antiliberalismo y Fascismo.
Revista Cliocanarias, número 3.
[34] Primo de Rivera, J. A. (1945) en Perfecto,
M. A. (2015). El Nacionalsindicalismo Español como Proyecto Económico-Social.
UNED. Revista Espacio Tiempo y Forma, número 23.
[35] Maeztu, R. en Morodo, R. (1980). Acción
Española, Orígenes Ideológicos del Franquismo. Madrid.
Tucar Ediciones
[36] Sotelo, C. (1933) en Morodo, R.
(1980). Acción Española, Orígenes Ideológicos del Franquismo. Madrid.
Tucar Ediciones
[37] Ledesma, R. 1935 en Perfecto, M. A.
(2015). El Nacionalsindicalismo Español como Proyecto Económico-Social.
UNED. Revista Espacio Tiempo y Forma, número 23.
[38] Primo de Rivera, J. A. (1935) en Perfecto,
M. A. (2015). El Nacionalsindicalismo Español como Proyecto Económico-Social.
UNED. Revista Espacio Tiempo y Forma, número 23.
[39] Morodo, R. (1980). Acción
Española, Orígenes Ideológicos del Franquismo. Madrid.
Tucar Ediciones
[40] Ledesma, R. (1935) en Morodo, R.
(1980). Acción Española, Orígenes Ideológicos del Franquismo. Madrid.
Tucar Ediciones
[41] Ledesma, R. (1931) en Perfecto, M. A.
(2015). El Nacionalsindicalismo Español como Proyecto Económico-Social.
UNED. Revista Espacio Tiempo y Forma, número 23.
[42] Primo de Rivera, J. A. (1933) en Perfecto,
M. A. (2015). El Nacionalsindicalismo Español como Proyecto Económico-Social.
UNED. Revista Espacio Tiempo y Forma, número 23.
[43] Ibid
[44] Redondo, O. (1933) en Davila Yague, M.
(1938) El Sindicato Vertical, en Perfecto, M. A.
(2015). El Nacionalsindicalismo Español como Proyecto Económico-Social.
UNED. Revista Espacio Tiempo y Forma, número 23
[45] En este sentido, en los discursos de
Francisco Franco durante la dictadura, era muy común que apelara a luchar
contra la masonería y el judaísmo internacional que según él, pretendían acabar
con España y la civilización cristiana que esta salvaguardaba en occidente.
[46] Ledesma, R. (1931) en Perfecto, M. A.
(2015). El Nacionalsindicalismo Español como Proyecto Económico-Social.
UNED. Revista Espacio Tiempo y Forma, número 23.
[47] Serrano, R. (1940) en Perfecto, M. A.
(2015). El Nacionalsindicalismo Español como Proyecto Económico-Social.
UNED. Revista Espacio Tiempo y Forma, número 23.
[48] Casassas, D. (2022). Llibertat
Incondicional. La renda bàsica en la revolució democràtica. Tigre
de paper.
[49] DAF, por sus siglas en alemán, fue el
sindicato creado durante el III Reich tras la prohibición del resto de
sindicatos de corte marxista en 1933.
[50] Organización cultural vinculada a la
Organización Sindical Española, cuya existencia se produjo entre 1939 y 1977.
[51] Primo de Rivera, J. A. (1934) en Perfecto,
M. A. (2015). El Nacionalsindicalismo Español como Proyecto Económico-Social.
UNED. Revista Espacio Tiempo y Forma, número 23.
[52] Ledesma, R. (1931) en Perfecto, M. A.
(2015). El Nacionalsindicalismo Español como Proyecto Económico-Social.
UNED. Revista Espacio Tiempo y Forma, número 23.
[53] Queipo de Llano, G. (1936) en Maestre, A.
(2019). Franquismo S.A. Madrid. Ediciones Akal
[54] Pemartín, J. (1934) en en Morodo, R.
(1980). Acción Española, Orígenes Ideológicos del Franquismo. Madrid.
Tucar Ediciones
[55] Perfecto, M. A. (2021). El
Nacionalismo Franquista. Catolicismo, Antiliberalismo y Fascismo.
Revista Cliocanarias, número 3.
https://conversacionsobrehistoria.info/2023/03/01/el-mito-obrero-del-fascismo/













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