viernes, 19 de octubre de 2018



Las circunstancias históricas en las que se desarrolló la guerra, respondían a problemas no resueltos en la sociedad española:
·         una economía atrasada, incapaz de satisfacer las necesidades del pueblo;
·         una oligarquía terrateniente sólo preocupada por sus beneficios e incapaz de los cambios más elementales;
·         una estructura social con abismales diferencias entre pobres y ricos, con una pequeña oligarquía poderosa, unas clases bajas en continuo crecimiento, una clase media insuficiente para servir de elemento equilibrador;
·         y una polarización de la sociedad en dos bandos, la derecha y la izquierda entre las que existía una fuerte tensión.



LA INTERVENCIÓN EXTRANJERA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA



Introducción.
            El hecho de que la guerra civil española fuese precisamente eso, una guerra, y no una crisis interna provocada por un pronunciamiento militar con pocas probabilidades de éxito, se debió a la actitud de las principales potencias europeas, que con su apoyo sistemático unas (Alemania e Italia por un lado, la URSS por el otro) y con su pasividad otras (Gran Bretaña y Francia), favorecieron y alimentaron un conflicto que por sí mismo habría tenido muy pocas posibilidades de acabar en un larga y sangrienta guerra, preludio de la Segunda Guerra Mundial.
Es indudable que las ideas que encarnaban ambos bandos, republicano y franquista, estaban absolutamente encontrados, y difícilmente podrían converger en un acuerdo. De hecho, el clima reinante en España pocas fechas antes del alzamiento del 17 de julio era tenso y anunciaba un conflicto inmediato. Pero ¿qué tipo de conflicto se habría dado en España si determinadas potencias europeas no hubiesen visto algo que les incitara a apoyar decididamente a uno de los bandos, concretamente el franquista? ¿Con qué medios técnicos contaba Franco para sostener una guerra contra la República española, dueña del oro del Banco de España, dueña de la débil industria española, y dueña del ejército español, salvo significados mandos? Franco contaba con el apoyo de un importante grupo de altos mandos militares propensos a la rebelión (algo propio de la España de los últimos 100 años), con el ejército de África, y con poco más. El material técnico-militar del que disponía era escaso comparado con el del ejército republicano. Y aunque las dificultades internas que desde el principio tuvo la República fueron sin duda muy importantes (regionalismo catalán, ambiente revolucionario), la rebelión habría sido muy posiblemente aplastada, como lo fue en su día la protagonizada por Sanjurjo en 1932 en Sevilla y Madrid. Sanjurjo era el principal dirigente de la sublevación, pero murió en un accidente de aviación el tercer día de la rebelión.
            De hecho el pronunciamiento militar fue un fracaso. Un pronunciamiento, un golpe militar basado en la sorpresa (aunque muchos mandos militares rebeldes eran sospechosos y habían sido "exiliados" en África) exigía controlar los puntos neurálgicos del país, así como los órganos de mando, administración y comunicaciones. Y esto no se logró. Fracasada la sorpresa, Franco se vio obligado a buscar apoyo exterior para su causa, tanto técnico como económico, y lo encontró en las potencias totalitarias de Europa: Alemania e Italia, que sin duda advirtieron en España intereses económicos, estratégicos, y políticos, amén de los ideológicos.
            Por su parte el principal bastión militar de la República española fue la URSS, y posteriormente el apoyo de las Brigadas internacionales.
            En principio, las potencias europeas llegaron a un acuerdo para que el conflicto español estuviese exento de la intervención de ningún país. Para esto se formó el Comité de Londres, que apadrinó la política de No-intervención, a la que se adhirieron numerosos países (incluyendo paradójicamente los que apoyaron más firmemente a uno u otro bando). Pero la No-intervención, y la Sociedad de Naciones, garante teórica de la paz mundial, demostra­ron su más absoluta ineficacia, permitiendo que la contienda española tuviese una clara participación extranjera, siendo el prólogo de la Segunda Guerra Mundial.



LAS DEMOCRACIAS OCCIDENTALES: LA NO-INTERVENCIÓN.

1) Coyuntura internacional previa al conflicto.

            Habría que remontarse a la época de Felipe II para encontrar un importante peso específico español en el concierto internacio­nal. Ciertamente, tras los Austrias mayores, el apogeo del imperio español había ido en progresiva decadencia, pasando el dominio y la presencia en la política internacional de nuestro país a un plano absolutamente secundario, casi marginal.
            La Revolución industrial llegó tarde a un país atrasado y básicamente agrario, que vio como en 1898 los últimos vestigios de su antaño floreciente y poderoso imperio caían hechos pedazos ante el auge del coloso norteamericano.
            Una de las características que posee España es su privile­gia­da posición geográfica en el plano europeo, puente entre dos importantes mares, y lugar de contacto entre dos continentes, uno de los cuales - el europeo- se había expandido sobre el otro -el africano- durante el siglo XIX y buena parte del XX.
            De hecho, las potencias europeas tenían intereses estratégi­cos en el Mediterráneo occidental." A fines del XX, Inglaterra, Francia y España, desarrollaron intereses imperialistas en el turbulento imperio de Marruecos. En 1904 un acuerdo anglo-francés reconocía la primacía de los intereses políticos y militares franceses en Marruecos" (1)
En 1912 Francia y España se repartieron dicho país. En 1914, con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial, España toma una actitud neutral, aunque en el país, según palabras de Azaña "el ambiente parecía de guerra civil, menos los tiros"[2] debido a la división de opiniones en favor de uno u otro bando. Pero evidente debilidad del país, el aislamiento internacional, provocado también por una buena dosis de orgullo español por el trato recibido por las potencias europeas en los últimos 100 años (recordemos el fracaso español en el Congreso del Viena, la pasividad franco-inglesa en la guerra hispano-norteamericana de 1898), hicieron que España observase el conflicto bélico al margen de la intervención activa.
El final de esta guerra culminó con la firma del Tratado de Versalles y la escasa benevolencia con que las potencias vencedoras trataron a las derrotadas.
            Ello generaría una serie de rencores y remordimientos, raíz y causa del ascenso del totalitarismo hitleriano, y posteriormente de la Segunda Guerra Mundial.
            Volviendo al escenario del Mediterráneo occidental, hay que señalar que en el primer tercio del siglo XX "durante décadas de acciones militares esporádicas, los intereses financieros privados de Inglaterra, Francia, Alemania y España invirtieron en el desarrollo de las minas de hierro del Riff"[3]
            Está pues, muy clara la incidencia que tenía esta zona en la política exterior de las potencias europeas, y de alguna manera, los conflictos que pudieran interferir en estos intereses debían preocupar, seguramente a los principales interesados. "Así que tanto los intereses estratégicos en el Mediterráneo occidental como los complejos intereses militares, económicos e imperialistas, involucraron a todas las grandes potencias europeas tan pronto como el status quo se vio amenazado"[4].
            Pero de lo que no cabe la menor duda era que España, en esta época, era un país débil, tanto económica como política y militarmente, y por eso, a nivel internacional, su importancia era más bien escasa. Bien es cierto que no existían motivos claros de enfrentamiento con las potencias europeas, pero un hipotético conflicto con alguna de ellas la situaría inmediatamente en clara desventaja. Claro que ya entonces se había constituido la Sociedad de Naciones, organismo internacional que garanti­zaría por vía pacífica la solución a cualquier altercado. "La República española había tomado en serio a la Sociedad de Naciones. Inscribió en la constitución de 1931 una declaración terminante, adhiriéndose a los principios del Covenant, para ajustar a ellos su política exterior. El sistema de seguridad colectiva y las obligaciones derivadas del pacto parecían llamados a resolver para España un problema capital: el de encontrarse garantizada contra una agresión no provocada sin necesidad de montar una organización militar y naval que hubiese impuesto al país una carga insoportable. Era la solución deseable para una nación desarmada, débil económicamente, pero en vías de progreso y reconstitución interior"[5]
            El problema estaba en que la diplomacia española no había más allá, confiando en la Sociedad de Naciones, y de alguna manera, en Gran Bretaña y Francia, la estabilidad internacional.
            "Obsesionada por sus problemas internos, la República no había desplegado una política exterior demasiado activa. La colaboración con Francia e Inglaterra y el apoyo al sistema de la Sociedad de Naciones no habían llevado a los gobiernos de Madrid a apuntalar la posición propia con acuerdos militares con otros países."[6]
            Así pues, según palabras del profesor Pierre Villar: "antes de julio de 1936 España apenas preocupaba a las diplomacias europeas".
            Pero la Sociedad de Naciones ya había mostrado signos de ineficacia en el conflicto de Etiopía, protagonizado por Italia, anunciando de antemano, su ulterior pasividad en la Guerra Civil.
            Así, "la guerra civil estalló sobre un orden internacional en cierta tensión. Estaba centrado en torno a la desgarrada Sociedad de Naciones, que acababa de salir con el prestigio muy quebrantado del conflicto de Etiopía, en el que se había revelado impotente. El esquema de las relaciones internacionales en Europa se veía convulsionado por la índole y el ritmo de las pretensiones revisionistas alemanas que aspiraban a trastrocar las consecuencias de la paz impuesta en Versalles al término de la Gran Guerra."[7]
            "Como tal el conflicto de España estuvo inexorablemente unido a los debates de las potencias revisionistas del Eje y a la política timorata y miope, aunque comprensible de los países democráticos, empeñados en preservar intereses vitales nacionales (rutas de comunicación, imperios). Estos implicaban una defensa no muy enérgica del status quo europeo frente a demandas alemanas o italianas que no parecían del todo irrazonables."[8]
            Sin embargo, "la Europa de la primavera de 1936 no era un continente que pareciese que fuese a enfrentarse en lo más inmediato con crisis internacionales relacionadas con España. Es más, la escena general de los comienzos del verano era relativamente tranquila.
            La remilitarización de Renania, en marzo, había supuesto, cierto es, una convulsión muy importante, pero ni Londres ni París consideraron que esta nueva infracción de Tratado de Versalles debía dar ocasión para el empleo de la fuerza"[9]
            Lo que se estaba poniendo de manifiesto era que si había alguna potencia interesada en alterar la balanza europea, incluso internacional, tras la firma del Tratado de Versalles, esas eran las potencias fascistas alemana e italiana.
            "Un segundo momento de excitación se produjo tras la victoria electoral en Francia del Frente Popular, que permitió al socialista León Blum asumir la responsabilidad gubernamental. Podría haberse pensado en un endurecimiento francés con respecto a las potencias fascistas, pero no fue así: Francia e Inglaterra accedieron al levantamiento de sanciones contra Italia (impuestas por la Sociedad de Naciones a raíz de la invasión de Etiopía)."[10]
            Pero la potencia europea que suponía un peligro práctico y real para las relaciones intraeuropeas era, sin duda, la Alemania nazi. No parecía que Italia fuese capaz de "representar por sí misma una amenaza al sistema de relaciones emanado de Versalles"[11]
            No hay que olvidar que la revolución rusa de 1917 había implantado en aquel país, ahora llamado la URSS, un sistema económico que socavaba todos los cimientos del capitalismo predo­minante en toda Europa, y que por tanto, a los ojos del mundo, Stalin representaba un peligro revolucionario claro.
            "Indudablemente, la postura británica estaba influida por el temor a la Unión Soviética. Para ciertos círculos conservadores, una Alemania potente constituía el presupuesto esencial de la salvación de Europa frente a Stalin, y para muchos ingleses el dictador georgiano era más peligroso que el propio Hitler."[12]

2) El comité de Londres y la No-intervención.

            Estallada la rebelión, Giral, presidente del gobierno, lo primero que hizo fue enviar un telegrama el 20 de julio a su colega francés, León Blum, indicándole que en España se había producido un pronunciamiento militar y que la República española precisaba urgentemente suministros y material de guerra para sofocarla.
            En Francia el partido en el poder era el Frente Popular, agrupación política de izquierdas, de corte prácticamente similar al Frente Popular que gobernaba en España, y su presidente era el socialista León Blum.
            Así, la República española lo que hacía era recurrir al país más cercano físicamente e ideológicamente, pues Portugal estaba regido por la dictadura de Salazar y difícilmente podría socorrer a la República. De hecho, sus dirigentes se manifestaron en principio a favor de los insurgentes españoles.
            Francia, por otra parte, era una potencia en Europa capaz de socorrer de forma inmediata las peticiones españolas.
            "La reacción inicial de León Blum fue completamente positiva. Sin embargo, en un viaje a Londres el 22 de julio se dio cuenta de que el gobierno inglés simpatizaba con el levantamiento."[13]
            Por otra parte a Blum no le faltaban impedimentos para realizar su, en principio deseado apoyo a la causa republicana. Para comenzar, su propio gobierno se encontraba dividido. No todos los ministros simpatizaban con la República.
            Además "Blum estaba sometido a una creciente presión no sólo de Inglaterra, sino de los gobiernos polaco y belga. Sobretodo 4 meses después de que Hitler hubiese ocupado Renania sin encontrar oposición, Blum no se podía permitir el lujo de enfrentarse a un aislamiento de Francia frente a una Alemania rearmada. Ni tampoco podía permitir que surgiera un aliado de Italia y Alemania en la frontera meridional. Por tanto propuso la fórmula de la No-Intervención, a la cual esperaba que se adhirieran todas las potencias y a que acabaría rápidamente con la guerra por falta de armamentos. El 8 de agosto cerró la frontera francesa al tráfico militar, sin esperar a conocer las verdaderas intenciones de las potencias que respaldaban a los insurgentes."[14]
            La No-Intervención tenía el objetivo de aislar el conflicto español, con la ventaja de que con esta acción Franco no recibiría suministros, y no podría derribar a la República. Pero León Blum quizás no contó con que las potencias fascistas apoyarían tan decididamente la rebelión.
            Con esta política se pretendía, en un primer momento, aislar el conflicto consiguiendo la neutralidad de todas las potencias, y posteriormente dar un segundo paso prohibiendo el envío de material de guerra a la península.
            Francia entonces prohibió la exportación de armas a España, y más tarde el tránsito de ellas por el territorio.
            "De todas las naciones europeas, Francia era la más profundamente afectada, y se halló profundamente dividida por el estallido de la guerra civil. Todos los sindicatos, tanto socialistas como comunistas, pidieron el inmediato envío de armas al gobierno Giral. La clase media liberal favorecía instintivamente la causa de la República. Pero al mismo tiempo los monárquicos y clericales se inclinaban por la causa de los insurgentes."[15]
            Pero, aunque estos últimos eran una gran minoría, "con la política de París firmemente vinculada a la del Reino Unido, Blum no estaba en condiciones de asumir audaces iniciativas en el terreno internacional sin contar con un mínimo de apoyo británico"[16]
            Así, en cuestión de días, Francia decidió dar marcha atrás a su primera intención de apoyar la causa republicana. "En un comunicado oficial, el gobierno francés declaró que había decidido suspender las exportaciones de armas con destino a España."[17]
            El gobierno francés propuso entonces la formación de un comité que se encargase de aplicar la política de no intervención. "El 4 de agosto, los británicos aceptaron, pero a condición de que lo mismo hiciesen alemanes, italianos y portugueses. Berlín, por su parte, indicó que sólo se adhería si también lo hacía la Unión Soviética, al cual reconoció el principio de no intervención el 6 de agosto, a la vez que Italia. En el consejo de ministros francés, reunido en la noche del 8 al 9, se echó marcha atrás sobre los envíos a España, prohibiendo incluso la exportación de aviones civiles.
            Una semana más tarde la sugerencia francesa se convirtió en propuesta formal franco-británica.
            A comienzos de septiembre se habían adherido a la misma Albania, Austria, Bélgica, Bulgaria, Checoslovaquia, Dinamarca, Luxemburgo, Noruega, Grecia, Holanda, Hungría, Irlanda, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Noruega, Polonia, Portugal, Rumania, Suecia, Turquía y Yugoslavia, además de las cinco grandes potencias.
            El 9 de septiembre se celebró la primera reunión, en Londres, del denominado Comité de No-Intervención."[18]
            Los EEUU tampoco tenían la intención de intervenir en la guerra de España. Deseaban mantenerse al margen, a pesar de las simpatías democráticas que sus más altos mandatarios (el presi­dente Roosevelt, por ejemplo) tenían por la República. "El 7 de agosto el departamento de Estado envió una circular a todos los cónsules recomendándoles la más estricta imparcialidad"[19]
            Pero prevalecieron los intereses privados. El gobierno norteamericano no se opuso a que la Texaco suministrara gasolina y combustibles al bando franquista, pues no se consideraban como materiales de guerra.
            "El trabajo del Comité se desarrollaría en pleno y en subcomités. El más importante fue el del presidente, compuesto por representantes de Francia y Portugal, como países más próximos a España y de los principales productores de armas: Reino Unido, Alemania, Italia, Bélgica, Suecia, Checoslovaquia y la Unión Soviética."[20]
            La Sociedad de Naciones, por otra parte, delegó en el comité de Londres la resolución del conflicto español. "El primer recurso ante la Sociedad de Naciones fue presentado formalmente por el gobierno español en diciembre de 1936.
            Tres meses antes, en la reunión mantenida por la asamblea, los delegados españoles habían expuesto los términos de la cuestión, pero sin demandar un acuerdo concreto sobre ella. La reunión extraordinaria del Consejo, pedida por el gobierno español, conforme al artículo II del Pacto, en vista de que la situación exigente en España era una grave amenaza para la paz internacional, no pudo ser denegada. La víspera de la reunión del Consejo, un comunicado de París y Londres dio a conocer que el 4 de diciembre los dos gobiernos se habían dirigido a los de Alemania, Italia, Portugal, y la URSS, pidiéndoles su cooperación para impedir todo acto de intervención extranjera en el conflicto, y de que dirigiesen a sus representantes en el Comité de Londres."[21]
            Dada la evidente presencia de fuerzas extranjeras en el territorio español, el gobierno republicano siguió insistiendo ante la Sociedad de Naciones, pero lo más que pudo conseguir fue que éste redactara una nota reconociendo la intervención de elementos extranjeros en España, y amenazando con el desbloqueo de la No-Intervención si esas fuerzas no se retiraban en "breve tiempo".
            Pero la falta de unanimidad entre los componentes de la sociedad de Naciones, la debilidad diplomática española en el ámbito internacional, así como su debilidad política y militar, y la imagen de "terror revolucionario" que existía en el mundo debido a la situación interna de la España republicana, fueron factores que contribuyeron a que la República española fuese vista con recelo en el ámbito internacional, contribuyendo a que los organismo internacionales no se pusiesen de acuerdo sobre el caso español, delegando en el Comité de Londres la situación del conflicto.
            Pero la política de no intervención "no tardo en convertirse en una mera farsa, que lastró considerablemente los esfuerzos republicanos por conseguir armas y dinero."[22] El comité de Londres sólo pudo lograr uno de sus grandes objetivos: aislar la guerra, reduciéndola a los límites españoles. En todo caso lo demás resultó un auténtico fracaso, pues Alemania e Italia no cesaron de suministrar a Franco todo el material y la ayuda que precisara durante todo el conflicto. Por otra parte, también la URSS realizó importantes envíos de material bélico a la República muchos de ellos realizados por mar.
            "Es fácil criticar la labor del comité de No-Intervención. Sin embargo, constituía una nueva aventura en el terreno de la diplomacia internacional, y lidiaba con una situación en la que un grupo importante de sus miembros perseguía objetivos que no coincidían con los que debía salvaguardar. Sólo Gran Bretaña defendió la no-intervención activamente"[23]
            "La no intervención tenía débiles fundamentos jurídicos: no resultaba de un tratado o de un acuerdo multilateral, sino de la aceptación, en mayor o menor medida, de las tres ideas centrales de la sugerencia franco-británica, y del acomodo a ellas del las legislaciones nacionales. El Foreing Office no tardó en advertir que carecía de fuerza legal internacional y no tenía ningún carácter obligatorio para los participantes. De aquí que cualesquiera de éstos pudiera retirarse del acuerdo sin violar principio alguno de Derecho Internacional."[24]
            El primer plan de actuación que diseñó el comité de Londres fue el de desplegar un cuerpo de observadores parciales que se encargarían de verificar que la no-intervención se llevará a efecto.
            "El 24 de octubre se acordó que los representantes consultasen con sus respectivos gobiernos sobre la posibilidad de designar a un grupo de observadores imparciales, estacionados en los principales puntos de entrada de España por tierra y por mar, con el fin de que informasen, cuando el comité se lo pidiera, acerca de casos específicos que supusieran vulneraciones de la no-intervención.
            El 2 de noviembre las sugerencias fueron examinadas por el Subcomité del presidente, que dio luz verde a un plan mucho más detallado, aprobado un mes más tarde en la undécima sesión plenaria del Comité. Se comunicó a los dos bandos en lucha, pero no se esperaba que fuese aceptado. Tras lo que ha pasado a la historia como primer plan de control, aleteaba, simplemente, el deseo de salvar al Comité. Se trataba, por lo demás, de un plan costoso que el Foreing Office no tenía ningún interés en financiar. Las dos respuestas españolas fueron suficientemente negativas y el plan fue abandonado." [25]
            "Durante 1937, el agente más dinámico de la política de no-intervención fue, sin duda Inglaterra, que continuó presionando a Francia para que no abandonara dicha línea de conducta, aprovechándose del temor francés a quedarse sólo frente a Hitler."[26]
            "La creciente evidencia de la masiva injerencia de las potencias del Eje y de la URSS demuestra que la no-intervención sería letra muerta si no se ejercían también restricciones sobre la llegada de efectivos a España, eufemísticamente caracterizados como "Voluntarios".
            La idea se remontaba a agosto, pero no fue retomada formalmente hasta diciembre por los gobiernos británico y francés, que chocaron con la oposición de otros los tres países. Estos, en efecto, no estaban interesados en adoptar medidas con respecto a los voluntarios hasta que no se estableciera un control sobre los suministros bélicos extranjeros.
            Tras muchas dificultades, las distintas potencias se pusieron de acuerdo el 15 de febrero para restringir la marcha a España de sus súbditos. El control entró en vigor en la noche del 20 al 21 y abarcaba el reclutamiento, tránsito o salida del territorio de los países signatarios de cualesquiera personas de origen no español con el fin de participar en la guerra. Se dictaron las disposiciones correspondientes que enrarecieron el reclutamiento de las Brigadas Internacionales, pero que no afectaron al envió de las tropas regulares alemanas, italianas o de "asesores soviéticos".
            El 6 de marzo se creó un consejo internacional de observación que debía administrar un segundo plan de control. Estaba compuesto por el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, la URSS, Grecia, Noruega, Polonia y Checoslovaquia. El control adoptaría tres modalidades: marítima, de vigilancia por patrullas navales y observación terrestre.
            La primera se basó en un cuerpo de observadores de países neutrales (Estonia, Noruega, Letonia, Holanda, Dinamarca, Turquía, Yugoslavia, Finlandia, Irlanda, y Suecia. En la tercera participarían agentes de Suecia, Noruega, Finlandia, Holanda y Letonia.
            El control marítimo entró en vigor el 19 de abril de 1937, aunque todavía no se había reclutado la totalidad de observadores necesarios.
            Las dificultades de financiación acrecentaron aún más las deficiencias del proyecto, entre las que destacaban su tardía implantación y la asignación de responsabilidades a países como Alemania e Italia que no tenían, antes al contrario, intención alguna de que el plan funcionara. Los británicos, por su parte, no deseaban ofender a las potencias del Eje, y bajo la dirección de Neville Chamberlain, que asumió la responsabilidad gubernamental desde el 28 de mayo de 1937, habían intensificado el acerca­miento a Italia con la esperanza de separarla de Alemania.
            El gobierno republicano se opuso resueltamente al control y pronto tuvieron lugar incidentes que afectaron a barcos italianos y alemanes.
            Entre el 24 y el 31 de mayo de 1937 se desbarató el segundo plan de control en un contexto de subida de tensión derivada de la creciente intervención en España del Tercer Reich, Italia y la URSS. Los dos primeros países llegaron a retirarse temporalmente de la patrulla naval, pero después lo hicieron de forma definitiva el 23 de junio. Portugal anula las facilidades concedidas y lo mismo hizo Francia a mitad de Julio.
            Tampoco parece que el plan de vigilancia terrestre parece que ofreciera mejores resultados. Con ello, la no-intervención experimentaba uno de sus más rotundos fracasos sin que pudieran impedirlo los sucesivos esfuerzos británicos y franceses." [27]
            Sin embargo, en el verano de 1937, se produjeron una serie de incidentes con submarinos italianos, que atacaron buques que aprovisionaban a la República, en especial barcos británicos. A tal efecto se convocó una conferencia en Nyon (Suiza) del 10-14 de septiembre. En dicha conferencia se acordó que todos los submarinos que atacasen buques mercantes no españoles sería atacado. Alemania e Italia no había asistido a la conferencia, pero, curiosamente, después de ella no se produjeron más ataques a mercantes.
            "Se ha afirmado que Nyon fue la única ocasión en que las potencias democráticas occidentales dieron signos de firmeza, y quizás sea cierto. Pero Nyon ha de situarse en el contexto de la enloquecida política de apaciguamiento de Chamberlain y en particular, de sus intentos por llegar a algún tipo de acomodo con Mussolini." [28]
            "La ineficacia del Comité de Londres se prolongó durante la segunda mitad de la guerra civil. Los meses finales de 1937 y la mayor parte del año siguiente transcurrieron discutiendo o tratando de poner en práctica distintas versiones de la vieja noción de retirada de combatientes extranjeros. El enfrentamiento entre las potencias del Eje y la Unión Soviética por un lado, divergencias coyunturales entre Londres y París por otro, fueron factores que incidieron sobre tal inoperacia." [29]
            "Mientras la ofensiva franquista alcanzaba incontenible, Negrín, en rápida visita a París, del 12-14 de marzo de 1938, conseguía de León Blum (que formaba un segundo gobierno efímero) la reapertura de la frontera franco-española. Pronto grandes cantidades de  material de guerra, que veían obstaculizado su tránsito se vaciaron en la España republicana." [30]
            Sin embargo Hitler comenzaba ya a mostrar sus verdaderas cartas. El 12 de marzo de 1938 se producía el Anschluss, o anexión de Austria por parte del Tercer Reich.  "El golpe del Anschluss se había preparado sobre las base de actitud favorable de Italia y la creencia por parte alemana de que las potencias democráticas no reaccionarían. Estas, en, particular Reino Unido, habían emitido demasiadas señales apaciguadoras en los meses precedentes como para que Berlín pensase lo contrario.
            Sin embargo, en una dramática sesión del Comité permanente de la Defensa Nacional del 15, los dirigentes de París rechazaron la posibilidad de intervenir directamente en España. El temor a una guerra contra Alemania e Italia, la escasa preparación militar francesa y la inseguridad que generaba el quedarse cortados del Reino Unido, desaconsejaron toda escalada de cara a la situación española." [31]
            Pero el 13 de junio de 1938 la frontera franco-catalana dejó de ser permeable. En esta época la atención internacional ya no estaba en España, sino en la agresiva política exterior alemana.
            Negrín nunca perdió la esperanza de que, ante la evidente escalada alemana en Europa, tarde o temprano las potencias europeas terminarían oponiéndole a Hitler una oposición firme. Pero los acontecimientos se sucedieron a un ritmo vertiginoso. El 29 de septiembre tuvo lugar la conferencia de Munich, que acabó con la anexión del territorio de los sudetes.
            "Para la URSS losa resultados de Munich fueron importantísimos. En el plano general implicaban, desde luego, que una vez más, y en esta ocasión con respecto a un aliado de la Unión Sovié­tica y de Francia, las potencias democráticas se habían echado a atrás. Implicaban también un golpe casi mortal a la política de seguridad colectiva e intensificaban el aislamiento del Kremlin ante una posible agresión alemana.
            Hay, desde luego, razones lógicas que explican una gran disminución del interés de Stalin por la causa republicana después de Munich. La guerra española ya no sería el detonante que indujese a una postura más firme al Reino Unido o Francia. Tampoco servía para que la atención del Eje se concentrase lejos de las fronteras soviéticas. Y no, en último término, había mostrado que el apoyo fascista a Franco no había debilitado el rearme alemán." [32]
            Todos los autores coinciden en que la solución de Munich fue el tiro de gracia que acabó con las esperanzas de la República. Poco después, el 27 de febrero de 1939 Gran Bretaña y Francia reconocen oficialmente el gobierno de Franco. El 15 de marzo de 1939 Hitler ocupa Checoslovaquia. El 1 de abril de 1939, día en que finaliza la guerra civil española, el gobierno de los EEUU también reconoce a Franco, y unos pocos meses después, el 1 de septiembre, tras la invasión de Polonia por parte de Alemania, se produce la declaración de guerra de Gran Bretaña y Francia. Comienza la Segunda Guerra Mundial.
3 Causas y consecuencias de la No-Intervención.

            Como ya hemos visto, Francia y Gran Bretaña apadrinaron la denominada política de no-intervención, encarnada en el Comité de Londres. El principal objetivo original de esta política era aislar el conflicto español y tratar de ahogarlo impidiendo la llegada de material bélico a la península. Quizás no se contaba desde el principio con la firme y decidida ayuda que Alemania e Italia prestarían a Franco, a pesar de suscribir también la política de no-intervención.
            Pero, una vez visto que las potencias fascistas y la URSS estaban interviniendo claramente en la guerra de España, ¿por qué las potencias democráticas no tomaron cartas en el asunto y trataron de frenar la internacionalización de la guerra civil española? ¿Cuáles fueron los motivos por los que dejaron pasar el tiempo sin tomar determinaciones claras al respecto?
            Gran Bretaña era la potencia democrática más fuerte en Europa. Cierto es que su gobierno era de corte conservador, pero "realmente, antes de la guerra, la política británica no tenía motivos para mirar, no ya con hostilidad, pero ni siquiera con antipatía a la República Española. Encendida la guerra, con el cortejo de horrores y desmanes que asolaron a todo el país, los que ocurrieron en el territorio republicano repercutieron, como era natural, muy desfavorablemente para el régimen en la opinión británica. Con todas las salvedades necesarias, parece que también cierto que la opinión pública británica en general no llegó a interesarse por el aspecto político de la cuestión española tan vivamente como la de otros países." [33]
            Sin embargo, destacados miembros del gobierno británico eran hostiles a la República. Cierto es que la oposición laborista y liberal al gobierno británico era favorable al final a la política de no-intervención y propugnaba claramente la salida de los combatientes extranjeros de España, pero el peso específico que la oposición británica podía tener en las decisiones políticas del gobierno de Londres era relativamente pequeño.
            "La reacción de los ingleses ante la guerra civil fue menos emocional que la de los franceses, pero dado que Inglaterra era más fuerte que Francia militarmente y estaba más interesada en la economía española, su actitud pesaba más en la balanza internacional. Los laboristas eran partidarios de los republicanos, aunque se sentían inquietos por el "izquierdismo infantil" de los socialistas de Largo Caballero y de los anarquistas.
            Pero el primer ministro, Stanley Baldwin, y la mayoría de los oficiales navales y funcionarios consulares de quienes recibieron los primeros informes eran instintivamente favorables a los insurgentes.
            Los círculos financieros de Londres tenían grandes inversiones en ambas zonas. Las minas de Río Tinto y del Riff fueron ocupadas rápidamente por los insurgentes, quienes también dominaban la zona de Andalucía desde donde se exportan los vinos más importantes desde el punto de vista comercial. Pero las minas, los altos hornos vascos, así como las instalaciones eléctricas de Cataluña que eran propiedad de los ingleses, estaban en la zona del Frente Popular. Los ingleses de todas las ideologías estaban horrorizados ante los informes de las atrocidades cometidas, aunque daban más créditos a las historias sobre el terror "blanco" o "rojo" según sus opiniones políticas. El gobierno de Baldwin, en contraste con el de León Blum, contaba con el apoyo de las clases adineradas y por eso estaba en libertad de tomar decisiones sin la amenaza de disturbios en el país. Durante las primeras semanas, la política oficial fue la de no comprometerse, junto con un disimulado deseo de una victoria rápida y no demasiado cruel de los generales." [34]
            Si unimos al "temor revolucionario" el hecho de que Stalin apoyara claramente la causa republicana, es perfectamente comprensible que la "percepción del estallido de la revolución en Europa como factor que pudiera hacer el juego de Moscú, explica en buena medida la actitud británica hacia una república "roja" desbordada." [35]
            Por otra parte, " las informaciones que llegaba al Foreign Office estaban muy sesgadas por preconcepciones antibolcheviques. Incluso Churchill, poco amigo de los dictadores, mantuvo una postura contraria a la República.
            Loa asesinatos del verano del 36 en la zona republicana despertaron numerosas simpatías hacia el gobierno de Madrid, con independencia del apoyo popular, laborista  y comunista, que pronto recibió. Sin embargo, las insinuantes conversaciones de miembros de la élite conservadora partidaria de Franco en los elegantes clubes londinenses con políticos y funcionarios tuvieron mucho más peso que las manifestaciones masivas en favor de la república." [36]
            Otro hecho que también tuvo su incidencia fue la política de intimidación del Eje, que hizo creer que cualquier medida encaminada a ayudar a la república podría desencadenar una guerra, principal peligro a evitar por parte de franceses y británicos. "El reino Unido quería, esencialmente, ganar tiempo y obstruir las tendencias expansionistas de Alemania. Entre los países sensibles a las mismas figuraban España, pero sobre todo y ante todo Checoslovaquia.
            La alta diplomacia británica nunca tuvo entre sus objetivos el apoyo a la República, y los resultados de la horadada no-intervención dependieron básicamente de las acciones de la Unión Sovié­tica, el Tercer Reich, la Italia fascista y Francia, aunque este último siempre a regañadientes." [37]
            "En el fondo, el interés del gobierno de la República no coincidía exactamente con los puntos de vista británicos en esa cuestión. Para la República era cuestión de vida o muerte que la intervención cesara antes de que sobreviniera una decisión militar de la campaña. Solamente así podría llegarse a una conclusión de la guerra menos desastrosa. Al gobierno británico lo que en definitiva le importaba era que los extranjeros no se quedasen en España por tiempo indefinido. Después no faltarían medios de establecer una buena inteligencia con el nuevo régimen español. Naturalmente, el conflicto de España era para los británicos, una parte y no la principal, del problema europeo que aspiraban a desenlazar, si era posible, dentro de la paz. Trámite utilísimo para el desenlace pacífico parecía ser el debilitamiento del Eje, atrayéndose a Italia. Para ese fin se transigió con las pretensiones de Roma. El "Gentlement Agreement" condujo a eso: las tropas italianas se retirarían de España cuando se acabase la guerra, o sea, cuando hubiera desaparecido la República." [38]
            El gobierno francés era, en principio, el más proclive -por lo menos en teoría- a ayudar a la República. La afinidad ideológica de ambos regímenes debía contribuir a ello. Sin embargo León Blum, que en principio aceptó socorrer con un primer envío de material bélico a la República, pronto se vio presionado dentro y fuera de su país.
            Desde dentro se encontró con un gobierno dividido por la causa republicana, no por hostilidad a la República, sino porque se anteponían los intereses nacionales franceses a la amistad con el gobierno de Madrid. Vistas las reticencias británicas a intervenir en España, y dada la necesidad que tenía el gobierno francés de no distanciarse del británico en política exterior para salvaguardar su propia seguridad ante el avance y el auge de las potencias fascistas es perfectamente lógico que Francia cambiara su inicial postura de apoyo a la causa republicana por una política que no llevase a un enfrentamiento directo con la Alemania nazi por la cuestión española.
            Prácticamente desde el final de la Primera Guerra Mundial, la política exterior de Francia y Gran Bretaña había ido ligadas, como potencias vencedoras de la Gran Guerra. Pero esa política se vinculó mucho más desde el asunto de la remilitarización de Renania por parte de Alemania. Para Francia era fundamental no perder, en ningún caso, el apoyo de Gran Bretaña. Para Francia era fundamental no perder, en ningún caso, el apoyo de Gran Bretaña, y esto pesaba que sus simpatías ideológicas por la República. "Por lo demás, desde Berlín el embajador André François-Poincet hizo saber que, en la opinión de los dirigentes alemanes, el gobierno francés asumiría una responsabilidad muy grande si secundaba en España las maniobras de Moscú." [39]
            "La relativa inhibición francesa se explica por numerosos factores: estaba, en primer lugar, la transposición casi mimética de las pugnas ideológicas y políticas internas a la percepción de las realidades españolas. Estaba, en segundo lugar, la oposición derechista al experimento del Frente Popular, cuyo homólogo en Madrid apelaba al francés. Había, en tercer lugar, la imagen de una España sumergida en un complot comunista y el "terror rojo". Existía, en cuarto lugar, el temor a las consecuencias de la inmediata revolución económica y social en la zona republicana. Y, finalmente, hay que destacar la opinión generalizada en la derecha francesa de que el poder gubernamental español era ilegítimo." [40]
            Las consecuencias que la política de no-intervención tuvo sobre la guerra civil fueron muy distintas. Para la República española tuvo, desde luego, consecuencias funestas. Impidió, por de pronto, a un gobierno legítimamente reconocido internacionalmente, acceder a un mercado de armamento para satisfacer las imperiosas necesidades de su mal equipado ejército. Sólo un país, la URSS, estuvo dispuesto a ayudarla, lo que creó una dependencia militar de Moscú.
            Por otro lado, el cierre de la frontera obligó a que los suministros tuviesen que venir, principalmente, por vía marítima, lo que les hacía mucho más vulnerables a los ataques del enemigo.
            Por otra parte, para el bando franquista, la política de no-intervención supuso un auténtico balón de oxígeno, puesto que significaba que su enemigo republicano tendría serias dificultades para conseguir el armamento necesario para combatir, mientras que el sabotaje de las potencias fascistas al Comité de Londres significaba el tener garantizados los abastecimientos de material y ayuda que necesitase durante el conflicto.
            "No fue sólo que en la práctica la política de no-interven­ción impidió a la República comprar armas mientras que las potencias del Eje abastecían a Franco sin interrupción ni obstáculo de ninguna clase. Fue que la práctica de la política de no-intervención negaba implícitamente la legitimidad de a autodefensa de la República y con ello contribuyó a su descrédito ante los ojos de la población española." [41]
            "En su retroceso ante las embestidas del Eje, las democracias sacrificaron a la República Española. Harían, después, lo mismo con Checoslovaquia." [42]

CITAS
[1] AZAÑA, Manuel. Causas de la guerra de España. Barcelona 1986, pág 151
[2]. AZAÑA, op. cit., pp 145-157.
[3] JACKSON, G, Op. cit., pp 230-231.
[4] JACKSON, G. Op. cit., pág 231.
[5] AZAÑA, M, Op. cit., pág 55.
[6] TUÑON DE LARA, ARÓSTEGUI, VIÑAS, CARDONA Y BRICALL, La Guerra Civil Española 50 años después. Barcelona, 1985, pág 125.
[7] TUÑON DE LARA Y ÁNGEL VIÑAS. Historia de España (Madrid Historia 16) vól 12 pág 20.
[8] TUÑON  y otros. Op. cit., pág 125.
[9] TUÑON  y otros. Op. cit., pág 126.
[10] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 127.
[11] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 127.
[12] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 128.
[13] JACKSON, G. Op. cit., pág 229.
[14] JACKSON, G. Op. cit., pág 230.
[15] JACKSON, G. Op. cit., pág 231.
[16] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 129.
[17] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 136.
[18] Historia de España, Op. cit., pág 21.
[19] JACKSON, G. Op. cit., pág 233.
[20] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 139.
[21] AZAÑA, M. Op. cit., pág 59-60.
 [22] SIGLO XX. HISTORIA UNIVERSAL. (Madrid, Historia 16). Vol 14. DE LA TORRE, R; GIL PECHARROMÁN, J; SÁNCHEZ JIMÉNEZ, J; ARÓSTEGUI, J; VIÑAS, A, MARTÍNEZ CARRERAS, J.U. Pág 102.
[23] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 156.
[24] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 139.
[25] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 166.
[26] SIGLO XX HISTORIA UNIVERSAL. Op. cit., pág 108.
[27] TUÑÓN y otros. Op. cit., págs 174-75.
[28] SIGLO XX HISTORIA UNIVERSAL. Op. cit., pág 110.
[29] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 179.
[30] SIGLO XX HISTORIA UNIVERSAL.Op. cit., pág 112.
[31] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 180-181.
[32] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 189-190.
[33] AZAÑA, M. Op. cit., pag 40-41.
[34] JACKSON, G. Op. cit., pág 232-33.
[35] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 128.
[36] TUÑÓN y otros. Op. cit., Pág 139-40.
[37] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 165.
[38] AZAÑA, M. Op. cit., pág 44.
[39] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 129.
[40] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 130.
[41] AZAÑA, M. Op. cit., pág 19. Prólogo de Gabriel Jackson. La República Española y la Guerra Civil, Barcelona, CRÍTICA, 1999.
[42] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 193.

Bibliografía
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GARCÍA NIETO, Mª Carmen. Guerra civil española, 1936-39. Temas clave, vol 98, Barcelona 1985.
HISTORIA DE ESPAÑA (Madrid, Historia 16). Vol 12 escrito por TUÑÓN DE LARA y Angel Viñas.
JACKSON, G. La república española y la guerra civil (1931-1939). Barcelona, 1976.
SIGLO XX DE HISTORIA UNIVERSAL (Madrid, Historia 16) vol 14, escrito por Rosario de la Torre, Julio Gil Pecharromán, José Sánchez Jiménez, Julio Aróstegui, Angel Viñas, y José Urbano Martínez Carreras.
TUÑÓN DE LARA, ARÓSTEGUI, VIÑAS, CARDONA Y BRICALL. La guerra civil española 50 años después. Barcelona 1985.
VILAR, P. La guerra civil española. Barcelona, 1988.
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El caso estadounidense.

            El país norteamericano adolecía de una legislación sobre la pauta a seguir en estos casos, como el que, en julio de 1936, se presentaba al mundo entero.
            Las opiniones (sobre la intervención o no en el conflicto hispano) dividas desde el principio de la conflagración, se vieron exaltadas considerablemente tras el anuncio de la posible venta de aviones al gobierno de Madrid, la cual finalmente se realizó.
            Esta tensa situación hizo que la Casa Blanca se decantase a favor del denominado embargo moral, semejante a la política seguida por el gobierno de Londres.
            Esta decisión fue tomada debido a que la "subversión bolchevique", como ha sido denominada por LITTLE la idea existente sobre la ayuda rusa al gobierno español, podría hacer peligrar los intereses norteamericanos en la Península.
            Existían algunos productos que no fueron englobados en la lista del embargo y que se utilizaron para traficar, vendiéndolos (hay que hacer referencia al comercio de la Texas Oil Company,Texaco) a los sublevados.

La postura de México.

            Puede considerarse como singular el comportamiento del gobierno mejicano, con su presidente Lázaro Cárdenas a la cabeza.
            Desde el principio se mostró partidario de proporcionar ayuda a los republicanos, como lo demuestra el embajador de español en Méjico, Félix Gordón Ordás, en el que comunicaba a Madrid la excelente predisposición del gobierno iberoamericano a proporcionar suministros a las autoridades de Madrid.
            Aunque en principio se pensó en la posibilidad de adquirir aviones, finalmente se decidió, debido a su mayor disponibilidad por fusiles y municiones.
             Esta entrega se hizo dentro de un clima de "entusiasmo" tal que ni siquiera se estableció un precio para el material (25.000 fusiles de 7,5mm y veinte millones de cartuchos).
            México anunció públicamente la obligación que existía de ayudar a la República: "...vender pertrechos y prestar ayuda moral -e incluso material- a un gobierno amigo, legítimamente constituido, está perfectamente ajustado a las normas de ética que presiden la vida de relación internacional, obrar de otro modo equivaldría a conceder implícita beligerancia a una insurrección militar."
El caso ruso.

A)   Introducción.

            Tras la anterior y breve relación de las posturas de diversos países en relación con la posibilidad de suministrar ayuda a la República, quiero referirme más detenidamente a la actuación soviética en el suelo español.
            El estallido de la insurrección cogió tan desprevenido a la Unión Soviético como lo había hecho con las restantes potencias europeas.
            Debido a la pronta intervención en el conflicto de las potencias fascistas, las autoridades soviéticas no parecían dispuestas a entrometerse en un conflicto que no podría ocasionarles más que problemas. Las razones que les invitaba a tomar esta decisión eran varias:
            - Preferían que fuesen las potencias democráticas las que, con su intervención, fuesen blanco de una futura agresión por parte de la Alemania nazi.
            - El conflicto interno que se estaba produciendo en la cúpula del poder soviético y que, poco tiempo después, daría lugar a las cruentas purgas de 1937.
            - También existían problemas diplomáticos, no en el sentido de que hubiesen malas relaciones entre ambos países, sino que no existían relaciones entre ambos. Esta situación se resolvió en agosto de 1936.
            - Miedo que les producía a los soviéticos las dificultades que tendría el gobierno de Madrid para pagar los suministros. Este problema será resuelto de la forma que será descrita con posterioridad.
            - Un triunfo republicano haría aumentar las antipatías hacia los bolcheviques.
            - Los esfuerzos realizados por Litvinov, ministros de asuntos exteriores, para crear un frente antifascista se quedarían en nada.
            Sin embargo, a pesar de este deseo de neutralidad, existía en el Kremlim una cierta preocupación, captada hábilmente por los representantes occidentales destinados en Moscú, sobre los acontecimientos españoles, que les obligaba a escoger entre ayudar al PCE o mantenerse al margen ( lo que era sinónimo de condenarles).
            La URSS tenía varios argumentos para la intervención que se oponían a los anteriores:
            Supondría el poder acallar las acusaciones, que se hacían en círculos troskistas, de que Stalin había traicionado a la revolución.
            Podría existir la posibilidad de que mantenerse al margen de la contienda española produjese una pérdida de credibilidad de las izquierdas.
            La creciente ayuda de Italia y Alemania a los rebeldes implicaba una respuesta "inmediata".
            Las razones a favor de la intervención pesaron más que las que proponían la neutralidad, por lo que puede decirse, sin temor a equivocarse, que la Unión Soviética ayudó a la República, no por mero altruismo, sino a causa de unos intereses bien definidos.
            Este cambio de actitud queda claramente expresado en el telegrama que Stalin envió a Díaz, secretario general del PCE, el 15 de octubre de 1936:
            "Los trabajadores de la Unión soviética sólo cumplen con su deber cuando prestan ayuda a las masas revolucionarias españolas. Son conscientes de que la liberación de España de la persecución de los reaccionarios fascistas no es asunto privado de los españoles, sino causa universal de toda la humanidad avanzada y progresista. Saludos fraternales."

B)   Ayuda material.

            Tras unos meses de inestabilidad política y de continuos avances nacionales, se constituye en septiembre de 1936 un gobierno presidido por Largo Caballero, en el que, por primera vez en España había varios comunistas entre sus miembros.
            Las inmediatas medidas que se tomaron estaban encaminadas a la reorganización del ejército, aunque dando por supuesto que serían insuficientes para poder equipararse al ejército del general Franco, sobre todo en equipamiento bélico.

            Apelaron al único país que podía concederle la ayuda necesaria, la URSS.
            Contar con la mayor parte de las reservas de oro constituyó una importante ventaja para la República. Pudo enviar como medida de seguridad importantes cantidades de oro a Francia. Posterior­mente enviaría otros cargamentos a Rusia, que serían utilizados para pagar los suministros soviéticos, tema del que haré más amplia mención en otro apartado.
            Estas importaciones se hicieron sin tener en cuenta el recién creado comité de no-intervención, que prohibía la venta de armas a cualquiera de los dos contendientes. Las entregas de material provocaron el desagrado de potencias como Italia y Alemania, que acusaron a la Unión Soviética de violar las normas establecidas por el comité. Esta claro que, con esta acusación lo único que se intentaba era desacreditar a la nación eslava, pues existen pruebas fehacientes de que la ayuda de las potencias totalitarias habían comenzado con anterioridad a la rusa.
            La noticia de la llegada de suministros provenientes del país comunista fue conocida rápidamente por el mando nacional, quien, a fines del año 36 anunció que se reservaba el derecho de hundir los convoyes provenientes de Rusia con ayuda para el gobierno de Madrid.
            Hacia mediados de octubre las adquisiciones a la URSS aumentaron considerablemente, como lo deja patente la carta del encargado de negocios alemán, Sr Voelckers, al director interino del departamento político, Von Weizsëker, fechada el 16 de octubre, en la que le anunciaba la llegada al puerto de Cartagena de un cargamento de cincuenta tanques de cuatro plazas con sus correspondiente tripulaciones y personal técnico.
            Este aumento hizo pensar a los representantes alemanes (y no sólo a los alemanes) que Rusia manejaba la política española y pretendía hacer del territorio peninsular una "provincia" más englobándola dentro de su esfera de influencia.
            A estos datos hay que añadir los proporcionados por el embajador de Francia en España, Monsierur Herbette; derivados de un telegrama que envió a Monsierur Delbos, ministro de asuntos exteriores, en el que notifica la llegada masiva, a partir de la segunda mitad de septiembre de cargamentos soviéticos:
            "El cargamento de los barcos enviados desde el 15 de septiembre al 12 de octubre contenía, según Lessuyer, 6000 toneladas de material de guerra, alrededor de 44 toneladas de carburantes, 8000 toneladas de trigo y 2747 toneladas de otros artículos alimenticios".
            Por último quisiera hacer un recuento, a modo de ejemplo, de varios cargamentos rusos llegados a los puertos de la costa valenciana y levantina, unos de los pocos que se mantuvieron en poder del gobierno republicano hasta el final de la contienda.
            De un telegrama enviado por el cónsul alemán en Barcelona, se han obtenido datos sobre la llegada a un puerto de Cartagena de veinte aviones rusos, entre cazas, que son denominados "de combate" y bombarderos, con sus tripulaciones, amén de técnicos y montadores. Asimismo se sabe de la existencia de un tanque. Como anécdota hay que señalar la mala disposición del personal ruso a aceptar la colaboración del gobierno español, razón por la cual vinieron con sus propios vehículos y su personal especializado.
            Los documentos alemanes constituyen una fuente de información sobre los suministros que se hicieron por parte de las autoridades soviéticas para las fuerzas gubernamentales. Keller, embajador alemán en Ankara, nos facilita una interesante relación:
            Hace mención del "Karl Lepin" con veinte camiones blindados, cuatro cañones, quinientas toneladas de munición, mil toneladas de víveres. El "Transbal" transportba de camino a Cartagena y Barcelona cuarenta camiones, doce coches blindados y diez cañones. Menciona también al "Shalter", "Kubán"al "Vaarlam Avasanov" entre otros.
            Hubo, por supuesto, más transportes de víveres y material bélico desde los puertos rusos hasta los españoles.

El problema de los pagos. (El envío de oro a Moscú).

            Durante estos envíos se produjo el transporte de buena parte de las reservas del oro que poseía el estado español a Rusia, para prevenir que cayesen en manos  de los nacionales. Fueron en total quinientas diez toneladas de oro aleado. Estos fondos fueron utilizados para pagar los suministros rusos.
             A partir de 1937 comenzaron los pagos de la República a Rusia por los abastecimientos bélicos.
            El contrato con la Unión Soviética estipulaba que los pagos debían realizarse al contado y con divisas; sin este requisito se interrumpirían las entregas. Esta medida era obviamente desfavorable a la República, pero en la situación en que se encontraba no tenía otra oportunidad mejor.
            La amortización de las entregas que se realizó con el oro enviado a Moscú, cubría el espacio de tiempo correspondido desde el comienzo de la ayuda rusa hasta 1937.
            El primer pago ascendió a 35,84 millones de dólares y se abonaron al Gosbank, y se referían a los suministros entregados en el último trimestre de 1936.
            Hay que anotar, asimismo, según el archivo de Negrín, ministro de economía, un segundo pago de 22,6 millones de dólares, que parecen estar asociados con las entregas soviética efectuadas hasta la segunda mitad de 1937.
            Todos estos pagos, así como los posteriores, hasta agosto de 1937, se fueron realizando conforme a las órdenes de venta de oro efectuadas por Negrín.
            Las dos primeras órdenes dieron como consecuencia los tres primeros pagos de 35,84, 22,6 y 15,32 millones de dólares respectivamente.
            Las tres siguientes corresponden a 31,8 millones de dólares y están fechadas el 20, 21 y 26 de mayo.
            Por último hay que hablar de las órdenes de 15 de agosto y de 15 de septiembre en las que se destinaron al pago más de 24 millones de dólares.
            Todos los abonos de los restantes envíos se realizaron gracias a unos créditos, que después de grandes esfuerzos, se consiguieron de las autoridades moscovitas, aunque existen autores, como Jesús Salas Larrazábal, que niegan la existencia de estos créditos, que se consiguieron, según Ángel Viñas, para evitar desprenderse de la totalidad de las reservas auríferas depositadas en la capital moscovita.
            Durante el período anteriormente citado (último trimestre de 1936 hasta agosto de 1937) la ayuda rusa puede ser definida como importante, o quizás, mejor, como considerable, pues en algunos productos, como fusiles y ametralladoras, recibió un 60% y un 70% del global que se recibiría en toda la contienda.
            El descenso del apoyo soviético ha sido visto por los historiadores como consecuencia de tres actitudes por parte del Kremlim:
- Rusia se dio cuenta de la imposibilidad de desprenderse de más equipo bélico sin correr el riesgo de que se resintiese su aparato defensivo.
- Existe la posibilidad de que Stalin hubiese considerado que su ayuda se hizo para tapar el vacío dejado por Francia e Inglaterra, y detuvo sus envíos en el momento en que ambas potencias estuvieron en condiciones de ayudar a la República.
- Existía la generalizada creencia, dentro del entorno interna­cional, de que Franco, gracias a las ayudas de los países fascistas, iba a ganar pronto la guerra; por lo que parecería una idea inteligente el no malgastar material en una causa que estaba abocada al fracaso casi desde el comienzo de conflicto.
            Sin embargo, como he dicho anteriormente, la ayuda rusa no desapareció, sino que disminuyó.

Balance de la aportación económica de la Unión Soviética.

            La Unión Soviética puede considerarse como el único suministrador de material militar del ejército republicano, debido a que, aunque también existieron aportaciones de otros países, no se pudieron comparar con la ayuda de aquella. A modo de "disculpa" hay que hacer mención del cuantioso esfuerzo que realizaron otros países para la creación de las Brigadas Internacionales.
            Además de superar a los suministros enviados por los diversos países en ayuda a la República, es de destacar que también superaron a los de los países fascistas, sobre todo en el campo de la aviación.
            El número de aparatos italianos es inferior al ruso, así como los de procedencia alemana, sólo si se suman las cantidades de las potencias fascistas el número sobrepasa al de aparatos soviéticos. Sin embargo, si hacemos un recuento de los totales, añadiendo las aportaciones de otros países, el resultado es favorable al gobierno republicano: 1324 frente a 1253.
            A pesar de esta diferencia, la mayor experiencia del bando nacional y su mejor equipo hicieron que la victoria se decantase a su favor.

Ayuda humana.

            La Unión Soviética envió también, además de suministros bélicos, personal especializado que se puso bajo las órdenes de la República.
            Dentro de este personal hay que destacar los denominados asesores militares.
            Este colectivo estaba formado por militares de alta gradua­ción, principalmente generales.
            Su actuación ha sido exagerada en muchas ocasiones, ya que hay autores que consideran a los consejeros soviéticos como los principales organizadores de las más importantes ofensivas republicanas (como Brunete, en la que Gunther Dhams afirma que había más extranjeros que españoles), o en la batalla de Guadalajara, en la que se concede el mérito al general Pavlov.
            Contrariamente a esto, esta demostrado que varias ofensivas gubernamentales fueron canceladas debido a las reticencias de los asesores rusos.
            La idea, ampliamente extendida, de que hubo una mala convivencia entre soviéticos y españoles es falsa, aunque hubo alguno de ellos que se hizo antipático, como Kulic, debido a su intransigencia y su incapacidad.
            Esta buena convivencia era inexistente a la hora de relacionarse con un colectivo integrante de las milicias populares, los anarquistas. Existía un odio feroz entre ambos grupos. Los rusos nunca intentaron esconder estos sentimientos, e iniciaron contra ellos una campaña destinada a desprestigiarlos. Llegaron incluso a negarse a facilitarles material, a pesar de que podían poner en peligro alguna operación.
            Los anarquistas, por el contrario, más que odio sentían desprecio (no comprendían como teniendo un carácter tan ordenancista pudieran integrar el "Ejército del Pueblo") y se dedicaban a gastarles bromas pesadas, como conducirles hasta las líneas enemigas en el frente. Se ha llegado a decir, y existen casos no aclarados y dudosos, de asesores rusos asesinados por los anarquistas y jefes o dirigentes de este grupo muertos por orden de aquéllos.
            Los generales soviéticos pueden encuadrarse en dos grupos: los inteligentes, que se aprestaron a colaborar sin reticencias con las autoridades españolas, y aquellos que, guiándose por una soberbia y tozudez inútiles, que les hacía creerse unos grandes generales capaces de resolver todo sin ayuda, desdeñaban el ofrecimiento de los mandos republicanos.
            El resultado es obvio: las acciones realizadas por el primer grupo fueron mucho más brillantes y alcanzaron el éxito en un porcentaje mucho mayor que las del segundo, que cuando se enfrentaba al enemigo no cosechaba más que rotundos y humillantes fracasos.
            El idioma era el mayor obstáculo que les impedía relacionarse con sus colegas. Muy pocos consiguieron aprender correctamente el español y muy escaso era el número de ellos que dominaba otras lenguas más comunes, como el francés o el inglés. Era necesario el concurso de los intérpretes, conocidos como "preiboches". Solían ser mujeres y su número era elevado.
            Muchos de los asesores trataron de pasar desapercibidos. Para ello vestían de paisano o con uniformes españoles. Era muy corriente verlos con boina tanto es así que:
            "Siempre que se ven fotografías de jefes republicanos hablan­do con alguien de aspecto militar y que lleve boina debe sospecharse que se trata de un militar soviético, mientras no se demuestre lo contrario.".
            Otra forma de pasar inadvertidos era hacer creer que procedían de otro país distinto al suyo, eligiendo preferentemente los iberoamericanos. Utilizaban como seudónimos diminutivos españoles, tanto es así que muchos de ellos fueron conocidos como "mejicanos".
            Tuvieron un gran apoyo por parte del Partido Comunista Español (PCE), que les trataba con deferencia y humildad, rayando en ocasiones el servilismo, sobre todo cuando se encontraban ante alguien que había atacado el Palacio de Invierno de los zares o había intervenido en alguna acción importante en la guerra civil rusa. Esta actitud se reflejó en acciones que realizaron los comunistas españoles en contra de su voluntad, como por ejemplo en el caso Nin.
            Nin, que fue secretario de Troski, y posteriormente jefe del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), partido considerado troskista, fue detenido y conducido a paradero desconocido (fusilado). En un principio el partido comunista, en especial José Díaz en calidad de secretario general, se interesó por su paradero. Sin embargo, cuando la noticia llegó a oídos de los ministros comunistas, y asimismo a la jerarquía del partido, no intentaron hacer llegar la verdad, no a la opinión pública, que ya tenía una somera idea de lo estaba sucediendo, sino a sus compañeros de gabinete (a esto me refiero cuando decía que hubo momentos en los que el PCE ayudó a los consejeros rusos en contra de su propia voluntad).
            Para concluir he de decir que la aportación rusa en el plano estratégico fue escasa. Su excesivo conservadurismo y sus reticencias a emplear grandes masas de reservas no constituyó una buena política. Uno de sus mayores equívocos fue el de no utilizar en su máximo rendimiento a las grandes masas de tanques, pues consideraban que la orografía española constituía un obstáculo para ello. El ataque alemán contra la Unión Soviética en 1941 les demostraría su equivocación.
            A pesar de todo lo que hicieron a favor del comunismo y de las izquierdas, los enviados de Stalin a España perderían pronto su confianza. La mayor parte de ellos, incluidos miembros del cuerpo diplomático perecieron en las purgas estalinistas.

Méjico y su aportación.

            El gobierno mejicano siempre estuvo dispuesto a colaborar con la República en su lucha contra los rebeldes.
            Así, a la petición formulada desde Madrid para la compra de material bélico, respondió afirmativamente, aduciendo que sería injusto no hacerlo.
            No se integró, evidentemente, en Comité de No-Intervención, basándose en que dicho comité no constituía más que una ayuda indirecta a los rebeldes; asimismo se apoyó en el tercer artículo de la "Convención sobre derechos y deberes de los estados en caso de luchas civiles", suscrito en la VI conferencia iberoamericana (La Habana, febrero de 1928).
            Dicho artículo estipulaba lo siguiente:
            "Prohibir el tráfico de armas y material de guerra, salvo cuando fueran destinadas al gobierno, mientras no esté reconocida la beligerancia de los rebeldes, caso en el cual se aplicarán las reglas de la neutralidad".
            Méjico, tomando como base el anterior artículo, no reconoció la beligerancia del ejército del general Franco, y resolvió ayudar en todo lo posible al gobierno presidido por Manuel Azaña.
            Para refrendar esta política de ayuda y amistad se pidió al gobierno de Madrid que derogase el decreto que prohibía la importación de garbanzo. También consiguió del gobierno español que se retirase de diversos productos mejicanos, como el café, los recargos sobre derechos de importación, que se había fijado en el 10%.
            Aparte de suministrar armas ligeras con sus respectivas municiónes, el país iberoamericano se convirtió en una especie de intermediario entre países acogidos al comité de No-Intervención y que deseaban comerciar con la España republicana, como Estados Unidos y Francia.
            A este respecto hay que hacer mención de la carta enviada por el presidente Cárdenas al embajador en su país, Félix Gordón Ordás, en la cual se afirmaba el deseo de su nación de servir de intermediario, pero sólo en el caso de que el país vendedor supiese el destino final de sus productos.
            Se refería concretamente a 18 aviones americanos, que por lo que parece desprenderse del documento son aquellos que dieron lugar a que Estados Unidos adoptase una posición de embargo moral para combatir la subversión bolchevique.
            Otros de los aspectos en que colaboró Méjico con el gobierno republicano fue con su apoyo moral, a base de defender la causa gubernamental española en las esferas mundiales (baste recordar las diversas intervenciones del secretario de estado mejicano para la Sociedad de Naciones en el citado organismo).
            Por último quiero hacer mención de la ayuda humanitaria mejicana acogiendo a exiliados españoles.
            Esta iniciativa, como dice Lázaro Cárdenas, no partió de él ni de su gobierno, sino de: "un grupo de damas mejicanas que entienden como hacer patria y que consideran que el esfuerzo que Méjico debería hacer para aliviar la situación de millares de huérfanos no debería detenerse entre las dificultades que se presentasen.".
            Los primeros niños, en número de 500 llegaron a Veracruz el 7 de junio de 1937, a bordo del vapor "Mexique".
            El general Cárdenas, en su discurso de bienvenida, les ofreció su afecto y les instó a ser felices en su nuevo país para que cuando fuesen mayores regresasen a la patria que les vio nacer pero llevándose el hermoso recuerdo del México que les vio crecer.
            El gobierno mejicano dio importantes facilidades a aquellas empresas o instituciones que trabajasen a favor de una mayor comodidad de estos huérfanos.
            Se crearon escuelas, sufragadas totalmente por el estado iberoamericano, como la Escuela Industrial "España-Méjico", destinadas a la formación cultural y profesional de los refugia­dos.

Las Brigadas Internacionales.

Inicios.

            Hasta hace pocos años ha existido una polémica sobre si el movimiento brigadista nació de forma espontánea, o si, por el contrario, fueron creadas a instancia de un país o de un organismo internacional (concretamente la URSS y la Internacional Comunista, conocida por Komitern).
            Como defensor de la primera postura nos encontramos a André Marty, jefe supremo de los brigadistas, que en el discurso de despedida del contingente internacional (noviembre de 1938) declaró:
            "... la corriente de voluntarios surgió espontáneamente, como fruto de la admiración de la lucha del pueblo español y de odio al fascismo".
            Sin embargo, estudios más recientes y detallados, como los de Hugh Thomas, demuestran la paternidad del Komitern en la idea de crear un colectivo de personas de todos los países que quisieran ayudar a la República en su lucha contra los nacionales. Esta idea constituyó el embrión de las futuras Brigadas Internacionales.
            El hecho concreto tuvo lugar con el denominado acuerdo de Praga (21 de junio de 1936).
            El primer paso antes del acuerdo consistió en una reunión que se celebró en Moscú, a la que asistieron representantes del Komitern y del Profitern (rama sindical de la Internacional Comunista), en la que se tomó la decisión de ayudar a la República de una manera encubierta, como quiere indicar la frase "Poddalshe ot artilleriskovo ognial" (mantenerse fuera del alcance de los cañones).
            Tras esta primera sesión se aceptó la propuesta de volverse a reunir, pero en una ciudad diferente; en esta próxima reunión se adjudicaría la misión de organizar todo el proyecto al Profitern. La ciudad escogida para ello fue Praga, y tuvo lugar el 26 de julio.
            Una de sus disposiciones estipulaba que se crearía un fondo de ayuda para la República española, compuesto por mil millones de francos franceses.
            Se eligió un comité organizador, compuesto por los secretarios de los partidos comunistas de Italia, Francia y España, a los que se unieron Dolores Ibarruri, más conocida como la "Pasionaria", destacada dirigente comunista, y Largo Caballero, quien iba a ser elegido presidente del gobierno republicano español poco tiempo después (es significativa la frialdad que mostrará posteriormente con los jefes y representantes de las Brigadas Internacionales).
            Este proceso continuó con una intensa campaña para conseguir ayudas de la comunidad internacional. Como consecuencia de ella el 20 de agosto de 1936 se pudo poner a disposición del gobierno de Madrid 35 millones de francos franceses.
            También comenzó a trabajar en el empeño el movimiento antifascista internacional, que envió a varios de sus dirigentes a suelo español.
            En la Península, el recientemente nombrado embajador soviético en España, Moses Rosemberg, afirmó, dada la situación en que se encontraba el país, que sería más conveniente la formación de un ejército propiamente dicho, bien organizado, que la de un pequeño contingente de tropas (había salido a relucir la cifra de 5000 hombres), adiestrado por el Komitern. A principios de septiembre dio una respuesta afirmativa a la propuesta.
            Se eligió a Maurice Thorez, secretario del Partido Comunista francés, como representante de la Internacional comunista en las conversaciones con las autoridades españolas, que por supuesto debían estar informadas de todos los detalles en todo momento.
            La idea tropezó en un principio con la oposición de Largo Caballero, pues el político español anhelaba que las tropas extranjeras fueran englobadas en las milicias populares, bajo el mando directo de militares españoles. Tras una larga pugna se acordó que las futuras Brigadas Internacionales podrían organizarse con autonomía propia y con mandos extranjeros, que, sin embargo deberían estar en contacto con el Estado Mayor del ejército gubernamental.
            Fue elegido como jefe absoluto de las Brigadas Internacionales André Marty, secretario del Komitern y miembro comunista en el parlamento francés. Igualmente se designó como base en España de los voluntarios la ciudad de Albacete, ya que estaba "fuera del alcance de los cañones.".
            En el tema de la aviación Moscú no tuvo, en un primer momento, reparo alguno en aceptar como jefe de las fuerzas aéreas a André Malraux, el célebre escritor francés, que ya estaba operando en España, pero posteriormente se adjudicará este cometido a pilotos de nacionalidad rusa.
            En la Península existió desde un principio un gran rechazo por parte de los anarquistas hacia los voluntarios internacionales (quizás debido a que la URSS tenía gran parte de culpa de su creación, o por su conocida y abierta rivalidad que existía entre comunistas y anarquistas, que comenzó desde tiempos de Bakunin y Marx, a raíz de la I Internacional Socialista)
            En las zonas cercanas a la frontera francesa, una de las principales vías de acceso de los brigadistas, que estaban en manos anarquistas, se llegó incluso a detener a parte de aquellos acusándoles de espionaje. En otra ocasión, concretamente durante la ofensiva de Belchite, dispararon contra ellos, alegando después que les había confundido con el enemigo.

Francia, base de coordinación y recluta.

            La organización central de las Brigadas se estableció en París. Se crearon diversos centros para diversificar el trabajo y hacer que no estuviera concentrado en un mismo lugar.
            Por ese motivo nació el comité de París, y el llamado comité de Coordinación, que fue miras de sospechas y críticas. Parece ser que su misión consistía en confundir al comité de No-Intervención, falsificando documentación destinada a los voluntarios. Poseía como es lógico, unos archivos en donde se guardaban los documentos verdaderos de cada miliciano.
            El principal centro de reclutamiento estaba ubicado en la Maison des Sindycats (Casa de los Sindicatos), que funcionaba como Foyer du Comite de Defense du Peuple Espagnol (Hogar del comité Nacional de Defensa del pueblo español).
            A la hora del reclutamiento, los voluntarios solían acudir con sus familiares, llevando incluso a sus hijos. Los que habían conseguido algo de material también lo llevaban consigo.

El tráfico de voluntarios.

            La enorme campaña propagandística antes mencionada dio lugar a que hubiese una gran afluencia de hombres dispuestos a luchar en España.
            En un primer momento el paso a la Península se hizo abiertamente, dentro de la legalidad, para que, debido a las normas del Comité de No-Intervención, se pasase a hacerlo de una forma encubierta y clandestina.
            Entre los voluntarios, la mayoría de los cuales eran de nacionalidad francesa, abundaban los fuera de la ley, los exiliados y los perseguidos por la justicia de sus países. Dentro de este grupo hay que hacer especial mención de los procedentes de las dictaduras totalitarias. Estos hombres pasaron por verdaderas odiseas para, primero salir de su país, y luego llegar a Francia.
            Una vez hecha la recluta se dividía a los brigadistas en pequeños grupos y eran enviados a España siguiendo una de las dos vías de acceso que había elegido para ello: por mar, partiendo de Marsella, o por tierra, pasando por Perpignan y Portbou. En esta última vía se puede añadir como paso el lugar llamado El Pertús.
            Al comienzo de la guerra este paso estaba dominado por los anarquistas, y debido a las tensiones con el movimiento brigadista se eligió al anteriormente citado de Portbou. Cuando los comunistas se hicieron dueños de la zona fue utilizada de la misma manera como vía de acceso.
            Tras atravesar la frontera, se reunían los grupos dispersos en el Castillo de Figueras, para ser trasladados posteriormente a Albacete, lugar elegido como base general en suelo republicano.
Albacete base general.

            A partir del 15 de octubre se empezaron a organizar, bajo la supervisión de Luigi Gallo (comisario general de las Brigadas Internacionales) las primeras compañías. Para esta misión se creó un comité compuesto por el militar alemán Khele, y varios políticos entre otros.
            Una vez creado este comité fueron a presentarse al gobierno, pero debido a las reticencias de Largo Caballero sobre la creación de este contingente militar, la reunión se celebró dentro de un gélido ambiente. La sesión terminó con la notificación del jefe de gobierno español de que en adelante cualquier asunto referente a las Brigadas Internacionales debería ser tratado con el delegado de gobierno en Levante, Diego Martínez del Barrio.
            Dada la gran afluencia de voluntarios, el comité organizador se vio desbordado por la situación y obligado a transformarse en comité militar.
            Este nuevo organismo estaba compuesto por las mismas personas que el anterior, amén de la incorporación de André Marty. La primera tarea del comité fue la de organizar el Estado Mayor, nombrando como comandante del mismo a Vidal, hombre de su confianza, que se ocupó directamente de la disciplina y de la instrucción militar, aspectos que se echaban de menos en los voluntarios.
            Estos, antes de la creación de cuarteles propiamente dichos, fueron alojados en la plaza de toros, que estaba a las afueras de la ciudad, para pasar finalmente al edificio de la Guardia Republicana (nombre que se le había dado a la Guardia Civil).
            La artillería tuvo su sede central en Almansa. Utilizaban la iglesia parroquial como almacén de cañones, y a la de los franciscanos, que había sido abandonada tras la proclamación de la república en 1931, como garaje.
            El cuartel estaba ubicado en la capilla de las agustinas. Como comandante de la plaza fue nombrado el francés Etienne.
En 1938, debido al peligro que existía de un posible corte de comunicaciones que existía de un posible corte de comunicaciones con la zona catalana, la base de artillería fue trasladada a Barcelona.
            La caballería, aunque su importancia había disminuido tras la 1ª Guerra Mundial (1914-1918) continuaba teniendo unidades en la mayoría de los ejércitos, y fue concentrada primero en el edificio de la Guardia Republicana para pasar después a la localidad de La Roda. Sus primeras unidades (animales) eran desechos de otros grupos, posteriormente recibirían caballos en mejores condiciones.
            El entrenamiento nunca fue bien visto por los voluntarios, que argumentaban contra ello que estaban allí para luchar y no para marcar el paso. Algunos ni siquiera tenían conocimientos militares, y los que los tenían procedían de diferentes ejércitos. Se luchó mucho para convencer a los más recalcitrantes de la necesidad de la instrucción. Los ejercicios eran supervisados por Luigi Gallo, André Marty, y el comandante Vidal, encargado de clarificar y distribuir a cada recluta en las diferentes armas.
            Los jefes, tras haber sido desechada la idea de que fueran elegidos por los propios soldados, se nombraron sopesando su cualificación y preparación. Como ayudante de cada jefe de Brigada se nombró a un comisario, de entre los que destacaba Luigi Gallo, uno por cada jefe.
            Tenía la obligación de mantener la moral de sus hombres, recordar los objetivos de la guerra, y ayudar a resolver los problemas cotidianos que pudieran surgir.
            Cuando ya había comenzado las acciones de los brigadistas, se estipuló que para ingresar en el colectivo internacional era necesario que cada candidato hiciese un juramento, en francés (que había sido elegido, dada la poca aptitud de los soldados para aprender español, idioma oficial de las Brigadas Internacionales), cuya primera estrofa decía:
            "Soy un voluntario de las Brigadas Internacionales porque admiro profundamente el valor y el heroísmo del pueblo español en su lucha contra el fascismo internacional".
            Respecto a la paga, no está muy claro cual era la cuantía del sueldo que recibían, aunque parece que era similar a la del gobierno gubernamental.
            Al principio existía en este aspecto igualdad entre soldados y oficiales, pero a partir de la batalla de Torrelodones se abandonó esta medida, recibiendo los oficiales otras compensaciones (uniformes), lo que dio lugar a revueltas que fueron acalladas con amenazas.
            Continuando con el tema monetario, hay que decir que aparte de la ayuda proveniente de los diversos países, el movimiento brigadista aceptó el dinero ofrecido por el gobierno republicano, una amplia donación, y que contó, como venía sucediendo cuando se tocaban asuntos referentes al contingente extranjero, con la oposición del presidente largo Caballero. Aparte de lo que hicieron llegar al movimiento, como organismo, se hizo llegar una cantidad, un sueldo supletorio, a cada voluntario, aunque nunca era recibida entera.

Conclusión.

            Las Brigadas Internacionales surgieron debido a dos motivos:
- El interés de la URSS.
- El deseo de los voluntarios de luchar contra el fascismo.

            Su gesto, al que algunos historiadores han calificado de ejemplar, no obtuvo el premio que deseaban, arrancar de España esa lacra que comenzaba a extenderse por Europa. No consiguieron más que ayudara contener algo que si no desde el principio, si al poco tiempo, todo el mundo sabía pero que muy pocos querían admitir: la victoria del general Franco.
            La ofensiva de Madrid y la batalla de Gudalajara, de la que algunos autores dicen que se trata de una batalla casi exclusivamente entre italianos, sirvieron para que quedasen esperanzas, Teruel fue el canto del cisne.
            Para muchos de ellos España fue un excelente campo de entrenamiento para una guerra, mucho más dura y cruel, que iba a estallar poco tiempo después.
            Para otros un lugar donde vinieron a luchar y a morir.

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“Cuando pasen los años y las heridas de la guerra se hayan restañado, hablad a vuestros hijos de las Brigadas Internacionales. Decidles cómo estos hombres lo abandonaron todo y vinieron aquí y nos dijeron: estamos aquí porque la causa de España es la nuestra. Millares de ellos se quedarán en tierra española. Podéis iros con orgullo pues sois historia, sois leyenda. Sois el ejemplo heroico de la solidaridad y universalidad de la democracia. No os olvidaremos, y cuando el olivo de la paz eche de nuevo sus hojas, !volved!” (La Pasionaria en la despedida a las Brigadas Internacionales. Barcelona noviembre 1938).









Negrín



Fotografía de Luis Escobar tomada en Albacete que se encontró en el álbum personal del brigadista suizo Marcel Borloz.





Miembros escoceses de las Brigadas Internacionales, durante la Guerra Civil Española, 1937





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