martes, 30 de abril de 2019


MELCHOR GASPAR DE JOVELLANOS

ROMERIAS DE ASTURIAS

LOS VAQUEROS DE ALZADA

Amigo y señor: habiendo hablado de tantas cosas serias, permítame usted que le hable una vez siquiera de cosas alegres y entretenidas, y le dé alguna idea de las únicas diversiones que conoce el pueblo de este país. Tengo indicado mi dictamen acerca de la escasa suerte de nuestros labradores, y es justo que ahora diga algo de la única recreación que se la hace llevadera.

            Ya inferirá usted que no le voy a hablar de teatros o espectáculos magníficos, pues por la misericordia de Dios no se conocen en este país. Las comedias, los toros y otras diversiones tumultuosas y caras, que tanto divierten y tanto corrompen a otros pueblos reputados por felices, son desconocidas aún en las mayores poblaciones de esta provincia.
            Se puede decir que el pueblo no tiene en Asturias más diversiones que sus romerías, llamadas así porque son unas pequeñas peregrinaciones que en días determinados y festivos hace a los santuarios de la comarca, con motivo de la solemnidad del santo titular que se celebra en ella. De estas romerías voy a hablar a usted, o por mejor decir, se las voy a describir, para darle de ellas la más viva idea que me sea posible. ¡Ojalá pudiese inspirarle también alguna parte de aquellas deliciosas sensaciones que tantas veces excitó mi alma el espectáculo de la inocencia pura y sencilla! Espectáculo tanto más digno de la atención de la filosofía, cuanto más relación tiene con el interés general de estos pueblos, y cuanto más influye en la felicidad personal de sus individuos.
            Por lo común se escoge para escena de estas religiosas concurrencias el sitio más llano, frondoso y agradable de las inmediaciones de la ermita, y en él se colocan a la redonda las tiendas, los comestibles, los toneles de sidra y vino, y todo el restante aparato de regocijo y fiesta.
            Como el mayor número de estas romerías es por el verano, desde la víspera empiezan a concurrir al sitio acostumbrado todos los buhoneros, tenderos y vendedores de frutas y licores, y aún algunos de los romeros, que forman debajo de los árboles sus pabellones para pasar la noche y guarecerse en el siguiente día de los rayos del sol, o bien de las lluvias, que aquí son frecuentes y repentinas en todas las estaciones. Se pasa toda la noche en baile y gresca a la orilla de una gran lumbrada que hace encender el mayordomo de la fiesta, resonando por todas partes el tambor, la gaita, los cánticos y gritos de algazara y bullicio, que son los precursores de la diversión esperada.
            Con el primer rayo de la aurora, salen a poblar los caminos los que vienen a la ermita atraídos de la devoción, de la curiosidad o del deseo de divertirse. La mayor parte de esta concurrencia matutina es de gente aldeana, que viene lo mejor ataviada que su pobreza le permite; pero con una gran prevención de sencillez y buen humor, que son los más seguros fiadores de su contento. Sobre todo, la gente moza echa en estos días el resto, y se adereza y engalana a mil maravillas; porque ha de saber usted que suelen ser éstas las únicas ocasiones en que se ven y se hablan los amantes, y aún en las que se suele zurcir y apalabrar muchas bodas.
            Cuantos vienen a la romería, entran luego que llegan y pueden a la ermita a hacer sus preces, y es, sin duda, admirable la sencilla devoción que se nota en estas pobres gentes. Porque siendo así que la efigie que representa al santo titular suele ser una figura enana o extremadamente lánguida o esbelta, de forma y escultura gótica, mal estofada y corroída por todas partes de la polilla y las carcomas, vería usted cómo nuestras buenas y devotas aldeanas, postradas en su presencia, la cabeza inclinada, y cruzadas las manos, imploraban de ella el alivio de sus necesidades y aflicciones con su fervor y confianza.
            Después de rendido este culto, todo el mundo se da a la negociación y al tráfico. Cada romería viene a ser una feria general, donde se venden ganados, ropas y alhajas, cifrándose en ella casi todo el comercio interior que se hace en este país fuera de los mercados semanales; y en ello gozan de un gran beneficio sus moradores, porque estando su población dispersa y dividida en pequeños caseríos, sería muy gravosa a la gente aldeana la necesidad de ocurrir a los pueblos agregados, que son muy pocos y distantes entre sí, para surtirse de los objetos de consumo que no se venden en sus comarcas. Reservan, pues, para el tiempo de las romerías el tráfico y surtimiento d sus necesidades, uniendo así la utilidad y regocijo, que son los dos primeros objetos de la felicidad de un pueblo.
            En fin, las visitas a la ermita, la misa, la procesión y la compra de géneros comestibles llenan el espacio de la mañana, y van acercando la hora de la comida, que no es como entre nuestros perezosos cortesanos muy entrada la tarde, sino precisamente cuando el sol, subido a lo más alto del cielo, señala la mitad de su carrera luminosa. Entonces sí que es ver aquel gran concurso, dividido en diferentes ranchos, colocarse a la sombra de algún árbol frondoso a la orilla d un río, de un arroyo o fuente cristalina, para hacer sus comidas. La frugalidad y la alegría presiden a ellas. La leche, el queso, la manteca, las frutas verdes y secas, buen pan y buena sidra son la materia ordinaria de estos banquetes, y los hacen tan regalados y sabrosos, que no hay alguno de los convidados que no pudieran cantar con el Horacio español:

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.


Fotografía de Daniel Álvarez Fervienza (1896).
Después de haber sesteado un rato por los lugares amenos y sombríos de aquel contorno, se empiezan a disponer las danzas, que sirven de ocupación al resto de la tarde. Estas danzas n son menos sencillas y agradables que los demás regocijos del día. Cada sexo forma las suyas separadamente, sin que haya ejemplo de que el desarreglo o la licencia los hayan confundido jamás. El filósofo ve brillar en todas partes la inocencia de las antiguas costumbres, y nunca esta virtud es más grata a sus ojos que cuando la ve unida a cierta especie de placeres que la corrupción ha hecho en otras partes incompatible con ella.
            Aunque las danzas d los hombres se parecen en forma a las de las mujeres, hay entre unas y otras ciertas diferencias bien dignas de notarse. Seméjanse en unirse todos los danzantes en rueda, asidos de las manos, y girar en rededor con un movimiento lento y compasado, al son del canto, sin perder ni interrumpir jamás el sitio ni la forma. Son una especie de coreas a la manera de las danzas de los antiguos pueblos, que prueban tener su origen en los tiempos más remotos y anteriores a la invención de la gimnástica. Pero cada sexo tiene su poesía, sus cantos y sus movimientos peculiares, de que es preciso dar alguna razón.
            Los hombres danzan al son de un romance de ocho sílabas, cantado por alguno de los mozos que más se señalan en la comarca por su clara voz y su buena memoria; y a cada copla o cuarteto del romance responde todo el coro con una especie de estrambote, que consta de dos solos versos o media copla. Los romances suelen ser de guapos y valentones, pero los estrambotes contienen siempre alguna deprecación a la Virgen, a Santiago, San Pedro u otro santo famoso, cuyo nombre sea asonante con la media rima general del romance.
            Esto me ha hecho presumir que tales danzas vienen desde el tiempo de la gentilidad, y que en ellas se cantarían entonces las alabanzas a los héroes, interrumpidas y alternadas con himnos a los dioses. Lo cierto es que su origen es muy remoto, que el depravado gusto de las jácaras es muy moderno, y que la mezcla de ellas con las súplicas a los santos es tan monstruosa, que no pudieron nacer en un mismo tiempo ni derivarse de una misma causa.
            Tampoco sería extraño presumir que estas danzas eclesiásticas, y que tienen cierto sabor a los usos y estilos litúrgicos de la media edad, pudieron ser traídas acá por los romeros que en ella venían a peregrinar por este país; pues ya sabe usted que las romerías de San salvador en Oviedo fueron en algún tiempo muy frecuentadas, y aún de ellas dura todavía algún resto. Lo cierto es que esta mezcla de devoción, regocijo y francachela, tiene parecer muy conforme el espíritu de los siglos supersticiosos, y al carácter de aquellos devotos vagabundos que con título de piedad andaban por entonces de santuario en santuario, dados a la vida libre y a la holganza, comiendo, bebiendo y saltando por el rey de Francia.
            Comoquiera que sea, estas danzas varoniles suelen rematar muchas veces en palos, única arma de que usa nuestro pueblo; y como nunca la sueltan, vería usted a todos los danzantes con su garrote al hombro, que sostienen con dos dedos de la mano izquierda, libres los otros para enlazarse en rueda, seguir danzando en ella con gran mesura y seriedad. Sucede, pus, frecuentemente que, en medio de la danza, algún valentón caliente de cascos empieza a vitorear a su lugar o su concejo. Los del concejo confinante, y por lo común rival, vitorean al suyo; crece la competencia y la gritería, y con la gritería la confusión; los menos valientes huyen; el más atrevido enarbola su palo; le descarga sobre quien mejor le parece, y al cabo se arma tal pelea de garrotazos, que pocas veces deja de correr sangre, y alguan se han experimentado más tristes consecuencias.

Para remediar estos abusos, alguna vez ha pensado el gobierno en prohibir el uso de los palos; pero ¡pobre país si esto sucediera! Los hombres, naturalmente tímidos y amantes de su conservación, gustan de llevar consigo alguna prevención, alguna defensa contra los insultos que los amenazan: Prohibido el uso de los palos, entrará, sin duda, el de las navajas y cuchillos, armas mortíferas que hacen a otros pueblos insidiosos y vengativos, y enervan y extinguen el valor y la verdadera bizarría.
            Ni por este uso debe usted de tachar a mis paisanos de bárbaros. Semejantes escenas, además de interesar en gran manera la curiosidad por cuanto hieren fuertemente la imaginación de los espectadores, son muy del gusto de los pueblos no corrompidos por el lujo, y en cierto modo están unidas a la condición misma de nuestra humanidad. Dejemos, pues, a los pueblos frugales y laboriosos sus costumbres, por rudas que nos parezcan, y creamos que la nobleza del carácter en que tienen su origen merece por lo menos esta justa condescendencia.
            Pro las danzas asturianas ofrecen ciertamente un objeto, sino más raro, a lo menos más agradable y menos fiero que las que acabamos de describir. Su poesía se refiere a un solo cuarteto o copla de ocho sílabas, alternando con un largo estrambote, o sea estribillo, en el mismo género de versos, que se repite a ciertas y determinadas pausas. Del primer verso de este estribillo, que empieza:
Hay un galán de esta villa,

vino el nombre con que se distinguen estas danzas. El objeto de esta poesía es ordinariamente el amor o cosa que diga relación a él. Tal vez se mezclan algunas sátiras o invectivas, pero casi siempre alusivas a la misma pasión, pues ya se zahiere la inconstancia de algún galán, ya la presunción de alguna doncella, ya el lujo de unos, ya la nimia confianza de otros, y cosas semejantes.
            Lo más raro, y lo que más que todo prueba la sencillez de las costumbres de estas gentes, es que tales coplas se dirigen muchas veces contra determinadas personas; pues aunque no siempre se las nombra, se las señala muy claramente, y de forma que no pueda dudarse del objeto de la alabanza o la invectiva. Aquella persona que más sobresale en el día de la fiesta por su compostura  o por algún caso de sus amores; aquel suceso que es más reciente y notable en la comarca; en fin, lo que en aquel día ocupa principalmente los ojos y la atención del concurso, eso es lo que da materia a la poesía de nuestros improvisantes asturianos. Ya ve usted si les será fácil indicar las personas sin nombrarlas expresamente. Supongo que para estas exposiciones no se valen nuestras mozas de ajena habilidad. Ellas son las poetisas, así como las compositoras de los tonos, y en uno y otro género suele su ingenio, aunque rudo y sin cultivo, producir cosas que no carecen de numen y de gracia. Pondréle a usted dos ejemplos, entre mil que pudiera señalar y si no entiende el dialecto, tenga paciencia, que otros le entenderán.
            En una de estas romerías a que concurrió cierto amigo mío, se había presentado una fea que, entre otros adornos, llevaba una redecilla muy galana y color muy sobre saliente. Al instante fue notada de las mozas, que le pegaron esta banderilla:

Quítate la rede negra
y ponte la colorada,
para que llucia la rede
lo que non llu la tó cara.
           
En otra romería corrían muchos rumores acerca del susto que daba a un recién casado el galanteo que con su mujer traía cierto caballerete de la Quintana. El novio, que por la cuenta era espantadizo, andaba no poco cabizbajo con esta sospecha. Se hizo público su cuidado, y al punto mis trovadoras soltaron su vena, le consolaron con esta copla:

El que tien la mujer guapa
cabo  cas de los señores,
más trabajo tien con ella
que en cavar y fer borrones.

También este uso puede tener muy fundada apología. En ninguna parte hiere tanto la sátira como donde es grande la corrupción de las costumbres, o porque allí se aguzan más sus dardos, o porque allí está el hombre más necesitado de tener corrido el velo de sus imperfecciones. Al contrario, la inocencia es tan tarda en sospechar el mal como pronta y franca en decirle. Pero cuando le dice no le insulta, no le acrimina, ni, por decirlo así, le condena. Otra coplita bien singular probará a usted la sencillez de corazón con que nuestras asturianas cometen esta especie de imprudencia.
            Era yo bien niño cuando el ilustrísimo señor don julio Manrique de Lara, obispo entonces de Oviedo, se hallaba en su deliciosa quinta de Contrueces, inmediata a Gijón, el día de San Miguel. Celebrábase allí aquel día una famosa romería, y las mozas, como para festejar a su ilustrísima, formaron su danza debajo de los mismos balcones de palacio. El buen prelado, que estaba en conversación con sus amigos, cansado del gurigay y la bulla de las cantiñas, dio orden para que hicieran retirar de allí las danzas. Sus capellanes fueron ejecutores del decreto, que se obedeció al punto; pero las mozas, mudando de sitio, bien que no tanto que no pudiesen ser oídas, armaron de nuevo su danza, cantando y recantando de esta nueva letra, que su ilustrísima celebró y oyó con gusto desde su balcón gran parte de la tarde:

El señor obispo manda
que s´acaben los cantares;
primero s´an d´acabar
obispos y capellanes.

Los estribillos con que se alternan estas coplas son una especie de retahíla que nunca he podido entender; pero siempre tienen sus alusiones a los amores y galanteos, o a los placeres y ocupaciones de la vida rústica. Los tonos son siempre tiernos y patéticos, y compuestos sobre la tercera menor. Llevan la voz de ordinario tres o cuatro mozas de las de más gallarda voz y figura, colocadas a la frente del coro, y las otras van repitiendo ya la mitad de la copla, ya el estribillo, a cuyo compás giran todas sin interrupción sobre un mismo círculo, pero con lentos, uniformes y bien acordados pasos. Entre tanto resuena en torno una dulce armonía que, penetrando por aquellos opacos y silenciosos bosques, no pueden oírse sin emoción ni entusiasmo.
No constan estas danzas, como nuestros modernos bailes, de fuertes y afectadas contorsiones, propias para expresar unas pasiones violentas y artificiosas, sino de movimientos lentos y ordenados, que indican las tranquilas afecciones de un corazón inocente y sensible. Si ésta es o no una ventaja para los pueblos que la melindrosa corrupción tiene por bárbaros, no parece un problema difícil de resolver. En estos entretenimientos se va pasando la tarde, y ya cerca de su fin, llegan de refresco a la romería las damas y caballeros del contorno, que jamás dejan de participar de estas fiestas populares.
No saldrá d su casa una señora sin el séquito de muchos caballeros acompañantes que para el caso tienen o buscan los mejores caballos y atavíos, y forman una vistosa y lucida comitiva. DE estas cuadrillas, al que dan el nombre de tropas, suelen acudir algunas veces cuatro o seis, y aumentan a un mismo tiempo el concurso, la curiosidad y la diversión del día.
Este es precisamente el punto en que más hierve el bullicio y la alegría de los concurrentes. Por todas partes se descubren objetos varios, y a cuál más agradables a la vista. A una parte de canta y se danza, a otra se tira a la barra, se juega y retoza; aquí se trata de amores, allí se habla de intereses y contratos; éstos beben, aquéllos riñen, los otros corren, y en fin, reina sobre toda la escena un espíritu de unión, de alegría y de júbilo que todo lo anima, todo lo pone en movimiento, y se entra sin arbitrio en los más fríos y desprevenidos corazones.


SOBRE EL ORIGEN Y COSTUMBRES DE LOS

VAQUEROS DE ALZADA EN ASTURIAS

Amigo y señor: Si yo hubiese de hablar a usted de los vaqueros de alzada, que han de ser objeto de esta carta, según las ideas y tradiciones populares recibidas acerca de ellos, o si pudiese conformarme con lo que el vulgo cree de su origen, carácter y costumbres, pudiera ciertamente hacerle una pintura muy nueva y agradable de estas notables gentes; pero no lograría fijar, como deseo, las opiniones que las ensalzan o envilecen. Tal suele ser la fuerza de todas las creencias populares: corren sin tropiezo largos años, sostenidas por la común preocupación, hasta que la buena o mala crítica de los escritores las desvanece o las autoriza. Más cuando las plumas callan, como en esta materia, el tiempo las fortifica y perpetúa, y entonces el que quiera ser creído, no tiene más que adoptarlas e irse tras ellas.
Sin embargo, usted puede haber conocido que mi correspondencia dista igualmente del deseo de adquirir gloria por medio de relaciones vanas y portentosas que de la ridícula pretensión de agradar temporizando con los errores y falsos principios. Mi método se ha reducido hasta aquí a observar cuanto puedo, según la rapidez de mis correrías, y a exponer a usted mi modo de pensar sin sujeción ni disimulo; y si alguna vez alabo o vitupero, es solo cuando la vista del bien o el mal hacen que el corazón gobierne la pluma y le dicte sus sentimientos. Sin embargo, esta carta no dejará por eso de ser curiosa, porque ni callaré lo que normalmente se cree de los vaqueros, ni dejaré de exponer mi sentir acerca de ellos, por más que se aleje del de muchos que los tratan y observan continuamente más de cerca. Ello es que hay hartos puntos en que su modo de vivir y sus usos no se conforman con los del restante pueblo de Asturias; pero las señales que los distinguen no bastan para atribuirles remoto ni diferente origen. Veamos, pues, de dónde dimanan, y por qué, teniendo una misma derivación, tienen tan diferentes costumbres. Semejantes indagaciones, hechas obre objetos propios y vecinos, deben ser preferidas a las que se emplean sobre tantos otros extraños y remotos: yo veo que decía muy bien un elocuente escritos que los españoles habían sido más curiosos de conocer las cosas ajenas que diligentes de conocer las propias. Profecto dum nostra fastidimus aut negligimus, inniamus alienis. (Alfonsus Santius, de Rebis Hispaniae, L. 7, C. 5.)
Otro empezaría informando a usted de lo que es este pueblo en la opinión, para examinar después lo que parece en la realidad. Yo seguiré el método contrario; diré primero lo que son, y de ahí podrá usted inferir lo que fueron.
Vaqueiros de Alzada llaman aquí a los moradores de ciertos pueblos fundados sobre las montañas bajas y marítimas de este principado, en los concejos que están a su ocaso, cerca del confín de Galicia. Llámanse vaqueiros porque viven comúnmente de la cría de ganado vacuno; y de alzada, porque su asiento no es fijo, sino que alzan su morada y residencia, y emigran anualmente con sus familias y ganados a las montañas altas. Las poblaciones que habitan, si acaso merecen este nombre, no se distinguen con el título de villa, aldea, lugar, feligresía ni cosa semejante, sino con el de braña, cuya denominación peculiar a ellas significa una pequeña población habilitada y cultivada por estos vaqueiros.
La palabra braña pudiera dar ocasión a muchas reflexiones si, buscando su origen en alguna de las antiguas lenguas, quisiésemos rastrear por ella el de los pueblos que probablemente la trajeron a Asturias. Pero este modo de averiguar los orígenes de gentes y naciones es muy falible y expuesto a grandísimos errores. Bástele a usted saber que braña vale tanto en el dialecto de Asturias como en la media latinidad brannam, lugar alto y empinado, según a autoridad de Decange. (1)
(1)     Tomando la voz del plural, así como las antiguas palabras buena, otrueba, seña y claustro, que no se derivaron de bonus, opus, signum, claustrum, sino de las plurales bona, opera, signa, claustra.

El vecindario de cada braña es por lo común muy reducido, pues fuera de alguna otra que llega a 50 hogares, están por lo común entre 20 y 30, y aun las hay de 16, 14, 8 y 6 vecinos solamente. Se hallan brañas en los concejos de Pravia, Salas, Miranda, Coto de Lavio, Tineo, Valdés y Navia; y aunque en otros más interiores se conocen también son allí raras, no permitiéndolas la naturaleza del suelo, ni el género de vida y cultivo a que son dados sus moradores, o bien por haberse convertido éstos en labradores al uso común del país, perdiendo el nombre de brañas y vaqueiros, como hoy se ve en las de Ordereies y Corollos, del concejo de Pravia.
Los vaqueiros viven, como he dicho, de la cría de ganados, prefiriendo siempre el vacuno, que les da su nombre, aunque crían también alguno lanar y caballar. Las demás ocupaciones son subsidiarias, y sólo tomadas para suplemento de su subsistencia. Tan cierto es que el interés, este gran móvil a que obedece el hombre en cualquiera situación, no ha inspirado todavía a estas gentes sencillas otro deseo que el de suplir a sus primeras y menos dispensables necesidades.


Vaqueiros siglo XIX

La riqueza, pues, cifrada en esta granjería pecuaria, no proveería a una gran multiplicación de estos vaqueiros, si no buscasen el aumento de sus ganados, origen de su subsistencia, por dos medios igualmente seguros: uno, el de trashumar con ellos por el verano a las montañas altas del mismo principado y del reino de León, y otro, el de cultivar prados de guadaña para asegurar con el heno que producen el alimento de sus ganados durante el invierno.
En este punto son nuestros vaqueiros muy dignos de alabanza, pues con laudable afán abren sus prados, aunque sea en las brañas más ásperas, los cercan de piedra, los abonan con mucho y buen estiércol, divierten hacia ellos todas las aguas que pueden recoger, y siegan y embolagan su heno con grande aseo y perfección. No hay, créalo usted, no puede presentarse objeto más agradable a la vista de un caminante que esta muchedumbre de pequeños prados, presentados a ella como otras tantas alfombras de un verde vivísimo, tendidas aquí y allí sobre las suaves lomas en que están situados los pueblecitos, interrumpidas por las cercas y chozas, y pobladas de variedad de ganados que pastan sus hierbas y cruzan continuamente por ellas.
Es verdad que estos ganados son pequeños; sus ovejas me parecieron un medio entre las merinas y las churras comunes, acaso porque la corta emigración que hacen anualmente, o bien la sola excelencia de las hierbas que pastan puso la finura de sus lanas en medio de las otras dos clases. Sus bueyes y caballos son también de corto tamaño y valor, cifrándose éste, más que en la calidad, en el número, y pudiendo aplicárseles muy bien lo que Tácito dijo de los que criaban pueblos del Norte: Pecorum fecunda (terra) sed plerumque improcera: ne armentis quidem sus honor aut gloria frontis: numero gaudent, eaeque solae, et gratisimae opes sunt.
Sus casas, si es que cuadra este nombre a las chozas que habitan, son por la mayor parte de piedras, y aunque pequeñas, bien labradas y cubiertas, sin división alguna interior, sirven a un mismo tiempo de abrigo a los dueños y a sus ganados, como si estas gentes se hubiesen empeñado en remedar hasta en esto a los de aquella dichosa edad. (2)
(1)     Cum frígida parvas
Praeberet spelunca domos, ignemque, larenque
Et pecus, et dominos communi clauderet umbra.
Juvenal, Satyr., 6.

En estas casas o chozas pasan el invierno los vaqueiros y las vacas, mantenidas con el heno que tienen recogido, mientras cubren todo el suelo las nieves, que ni son abundantes ni durables en él; porque la mayor parte de las brañas, sobre ser bajas, están cercanas a la costa: los aires marítimos templan considerablemente la atmósfera, y la humedad del vendaval los deshace en un punto.
A la venida del verano, y éste es el segundo medio para la multiplicación de sus ganados, se ponen en movimiento todos estos pueblos para buscar los montes altos de León y sus frescas hierbas. Estuvo en algún tiempo arreglado el día de la partida y de la vuelta de San Miguel a San Miguel, esto es, desde el 8 de mayo al 29 de septiembre. Ya en esto como en todo son libres, y así como atrasan su vuelta hasta San Francisco, suelen retardar su partida hasta San Antonio. Llegado este plazo, alzan y abandonan del todo sus casas y heredades, y cada familia entera, hombres y mujeres, viejos y niños, con sus ganados, sus puercos, sus gallinas, y hasta sus perros y gatos, forman una caravana y emprende alegremente su viaje, llevando consigo su fortuna y su patria, si así decirse puede de los que nada dejan de cuanto es capaz de interesar a un corazón no corrompido por el lujo y las necesidades de opinión. Otra cosa bien digna de notarse en estas expediciones es que el ganado vacuno sirve también para el transporte aun con preferencia a los caballos o rocines. Vería usted que sobre las mullidas y entre los mismos cuernos de los bueyes y vacas, suelen ir colocados, no sólo los muebles y cacharros, sino también los animales domésticos y hasta los niños, inhábiles para tan largo camino. No conociendo el uso de los carros, ni permitiéndolos la aspereza de los lugares que habitan ni la altura de los vericuetos que atraviesan, fían sus prendas más caras a la mansedumbre de aquellos animales que la Providencia crió para íntimos compañeros del hombre, y en cuya índole dócil y laboriosa colocó la Naturaleza en el mejor símbolo de la unión y felicidad doméstica.
En las montañas, su vida se acerca más al estado primitivo, pues ni tienen casas, haciendo la estación menos necesaria el abrigo, ni se afanan mucho por su subsistencia, hallando en la leche de sus ganados un abundante y regalado alimento. Sin embargo, como el principal motivo de esta emigración sea la escasez de pastos, las familias de aquellas brañas cuyos términos son más anchos y fecundos no mudan sus hogares, o tal vez se parten quedando algunos individuos con cierto número de cabezas, y trashumando los demás a las montañas con el restante armentio, que así llaman a la colección de sus ganados. En ambos casos, llegados al sitio, se adelantan los más robustos, vuelven a hacer la siega de los prados, y ponen en bálagos la hierba, en lo que tienen muy grande esmero, como he podido observar por mí mismo. A la entrada de octubre vuelve la caravana con su fortuna y penates, y colocándolos en el hogar primitivo, pasan allí la cruda estación, más guarecidos y no menos libres y dichosos.
Créame usted,  amigo mío, estas gentes lo serían del todo, y su independencia sería la medida de su felicidad, si con tantas precauciones no los forzase todavía la necesidad a buscar en otros medios d subsistir una fortuna más amarga y ganada con mayor afán.
Hay algunos que a la cría de ganados juntan el cultivo de las patatas, y los que así lo hacen, apenas conocen otro alimento que este fruto y la leche; más como no sea dado a todos los vaqueiros la proporción de este cultivo, porque o la esterilidad o la estrechez del suelo lo rehusa, los que carecen de tan buen auxilio tiene que comprar maíz, pues viven de boroña o de una especie de polentas hechas con la harina de este grano. Para hacer estas compras, es indispensable poseer algún sobrante del producto de sus granjerías; y vea usted aquí el origen del continuo afán en que viven, y el estímulo de un rudo e incesante trabajo.
Sea, pues, por la fuerza de esta necesidad, o tal vez por codicia, que suele tardar poco en ganar los corazones de los hombres, nuestros vaqueiros se meten en el invierno y aún en el verano a traficantes, comprando en los puertos y mercados de la costa pescados, frutas secas, granos y legumbres para venderla en otros de tierra adentro. Para esto sólo apetecen, y apenas tiene otro uso, su ganado caballar. Entre tanto, el cuidado de prados y armentio queda al cargo de viejos y mujeres. De aquí viene que algunos hayan juntado mayores conveniencias. De aquí la tal cual desigualdad de fortuna que hay entre ellos. De aquí la mutua dependencia, el orgullo, la pereza, y otros vicios de que acaso habrá ocasión de hablar más adelante.
Sin embargo, es menester confesar que, si hay un pueblo libre sobre la tierra, lo es éste sin disputa, no porque no esté como lo demás sujeto a las leyes generales del país, sino porque su pobreza le exime de las civiles, y su inocencia de las criminales. Aún los reglamentos económicos no tienen jurisdicción sobre él, porque cultiva sólo para existir, y trafica con el mismo fin, y sólo en los mercados libres. La aspereza de sus problemas aleja de él los molestos instrumentos de la justicia, y su rudeza natural, los sorteos y los enganchadores para la guerra. Considerado como una gran familia acogida a la sombra del gobierno, vive en cierta especie de sociedad separada, sin ser a nadie molesto ni gravoso, y si no parte las miserias, tampoco los honores, comodidades y recreos del restante vecindario. ¡Dichoso si fuese capaz de conocer la libertad que debe al cielo, y mucho más dichoso si supiese apreciar este bien que el lujo va desterrando de la superficie del mundo!
Yo he pretendido rastrear si estos pueblos en sus bodas, bautismos y funerales tenían algunos ritos y ceremonias domésticas que, abriendo campo a la conjetura, me guiasen hasta su origen; más nada hallé que despertase mi razón. Ello es que, profesando una religión que no ha fiado al arbitrio de sus creyentes el rito ni la forma de sus misterios, no podía perecer el mío un empeño muy vano. Sin embargo, no es raro que en semejantes pueblos se descubran algunos vestigios de su antigua religión y costumbres; indicios de que suele sacar gran partido la filosofía, pero que a mí me dejaron en la misma oscuridad.
Los matrimonios de los vaqueiros, más que al bien de las familias, parecen dirigidos al de los mismos pueblos. Cuando alguno se contrae, todos los moradores concurren alegre a la celebridad, acompañando a los novios a la iglesia y de allí a su casa, siempre en grandes cabalgatas, y festejando con escopetazos al aire y gritos y algazara aquel acto de júbilo y solemnidad públicos, como si el interés fuese común y dirigido a la prosperidad de una sola y gran familia. Hay quien diga que el convite general de este día se sirve un pan o bolo, que a manera de eulogia (3) se reparte en trozos a los convidados, y reservándose un parte muy señalada para la novia, se le hace comer en público, graduando de melindre las resistencias de la honestidad. Grosera e indecente costumbre, si la fama es cierta, que no supone grande aprecio de la modestia y el pudor, pero que por lo mismo dista mucho de la primitiva inocencia, y hace sospechar que a la sombra del regocijo pudo introducirla el descaro entre los brindis y risotadas del convite.
(2)     Eulogia, término de liturgia; vale bendición. De aquí clamar los griegos eulogia al pan que, separado de la porción que guardaban para consagrar, daban a los que no habían comulgado. En esta última acepción emplea Jovellanos la palabra.
Para solemnizar los entierros se congrega también toda la braña; otro general convite reúne a sus vecinos en el oficio de consolar a los dolientes. Colocado el cadáver al frente de la mesa, recibe en público la última despedida, y en ella el último de los obsequios inventados por la Humanidad. Todos asisten después a presencial el funeral, y dicho el último responso, los concurrentes, empezando por los más allegados, van echando en la huesa un puñado de tierra, y dejando al sepulturero la continuación de este oficio, se vuelven a sus casas pausados y silenciosos. En los días próximos llevan los parientes y dejan sobre la sepultura algunas viandas, prefiriendo aquellas de que más gustó en vida el soterrado. Costumbre antigua derivada de la gentilidad y común a otros pueblos, y que se tolera mirando estos dones como ofrendas hechas a la iglesia por vía de sufragio. Tal es el modo que tienen estas gentes de llorar sus finados; y si entre ellos son prolongados el dolor y la tristeza, verdaderas pruebas de su sensibilidad, son al mismo tiempo muy breves los lamentos y las lágrimas, que tan mal se componen con la constancia varonil.
También son públicos sus bautismos, como si en ellos se solemnizase el nacimiento y al regeneración espiritual de un hermano común: así es que estos pueblos representan a cada paso la imagen de aquellas primitivas sociedades que no eran más que una gran familia, unida por vínculos tan estrechos, que hacían comunes los intereses y los riesgos, los bienes y los males.
Se pretende finalmente que para experimentar la robustez y sanidad de sus jóvenes destinados al matrimonio, para asegurar la recíproca fe de los contratos, para prevenir o alejar los males y desgracias, y para indagar y predecir los tiempos convenientes a sus faenas rústicas, se valen estos pueblos de ciertas fórmulas y signos, de cierta observación de los astros, y de ciertas palabras misteriosas que el vulgo tiene por ensalmos y malas artes, y en que acaso ellos mismos, ilusos, creen encerrada alguna virtud desconocida y poderosa. Pero ¿qué vale todo esto a los ojos de la filosofía? La superstición ha sido siempre la legítima de la ignorancia, y los pueblos tienen más o menos en razón de su mayor o menor ilustración. Yo no veo aquí que otra cosa que aquella especie de vanas y supersticiosas creencias de que también abundan en otros pueblos de nuestras más cultas provincias, modificadas de este o el otro modo, pero siempre derivadas de un mismo origen, estos es, de costumbres tan antiguas, que tocan en los tiempos más obscuros y bárbaros, y que no ha podido borrar del todo la luz de la verdadera fe, o porque, bebidas en la niñez es muy difícil deshacer su impresión, o acaso porque, familiarizados con tales objetos, ni echamos de ver su fealdad, ni aplicamos a su remedio todo el desvelo que merecen. Tanta unión, tan fraternal concordia como se advierte entre los individuos de cada braña, debiera persuadir que su espíritu común las unía y enlazaba a todas muy estrechamente. No es así: cada pueblo reducido a sus términos y contento con su sola sociedad, vive separado de los demás, sin que entre ellos se advierta relación, inteligencia, trato ni comunicación alguna. Acaso por esto no han podido hasta ahora vencer la aversión y desprecio con que generalmente son mirados. Nunca se congregan, jamás se confabulan, no conocen la acción ni el interés común; y de ahí es que, defendiéndose por partes, siempre separados y nunca reunidos, la resistencia de cada uno no puede vencer el influjo de los aldeanos, que conspiran a una a menospreciarlos y envilecerlos.
Esto, amigo mío, esto son los vaqueiros en sí mismos; ahora debe usted ver qué cosa sea esta desestimación en que los tiene el restante pueblo de Asturias. Pero ¿acaso necesita usted que le diga yo su origen para inferirle? Separados de los demás aldeanos por su situación, su género de vida y sus costumbres, tratándolos allí como vendedores extraños, que sólo acuden a engañarlos y llevarles el dinero, era infalible que hubiesen de empezar aborreciéndolos y acabar teniéndolos en poco. Cierto aire astuto y ladino en sus tratos, cierto tono arisco en sus conversaciones, cierta rudeza agreste, efecto de una vida montaraz y solitaria, debieron concurrir también a aumentar el desprecio de los aldeanos, que al cabo han venido a mirarlos y tratarlos como a gentes de menos valer y poco dignas de su compañía.
Un abuso bien extraño nació de esta aprensión, y es que en algunas parroquias se haya dividido la iglesia en dos partes por medio de una baranda o pontón de madera que la atraviesa y corta de un lado a otro. En la parte más próxima al altar se congregan los parroquianos de las aldeas, como en la más digna, a oír los oficios divinos, y en la parte inferior los de las brañas: distinción odiosa y reprensible entre hijos de una misma madre y participante de una misma comunión, pero que la vanidad ha llevado más allá de la muerte, no concediendo a los vaqueiros difuntos otro lugar que el que pueden ocupar vivos, y notándolos como de infames hasta en el sepulcro. Gracias a la simplicidad de estas gentes, que les hace menospreciar tan vanas distinciones, y de quienes pudiera también decirse lo que Tácito de los germanos: Monumentorum arduum et oppresum honorem ut gravem defunctio adspernantur. Tan bárbara costumbre era digna, por cierto, de desterrarse del país culto, a quien infama harto más que a las familias que la sufren, pues la razón, llamada a pronunciar su voto, no podrá vacilar un punto entre el vano orgullo que la inventó y la sencilla generosidad que la desprecia.
Comoquiera que sea, ésta y semejantes distinciones han levantado otra barrera más insuperable entre los dos pueblos, que será eterna mientras la religión y la filosofía no venza el desprecio de los que ofenden y el desvío de los ofendidos. Entre tanto toda alianza, toda amistad, todo enlace están cortados entre unos y otros. Los vaqueiros no tienen más mujeres a que aspirar que las de sus brañas, y la virtud, la belleza y las gracias de la mejor de sus doncellas, no serían jamás merecedoras de la mano de un rústico labriego. Viene de aquí que apenas haya matrimonio a que no preceda una dispensa, ora la hagan necesaria los antiguos vínculos de la sangre, ora los recientes parentescos, que suelen hacer comunes el uso anticipado de los derechos conyugales. ¿Quién diría que entre unos pueblos tan pobres, tan distantes y desconocidos, había de hallar una pingue hipoteca la codicia de los curiales?
Esta necesidad va estrechado más y más entre sí el amor recíproco de los vaqueiros de cada braña, y alejándolos más y más cada día de los aldeanos. Por eso la misma separación, hecha ya de necesidad en la iglesia, se observa por sistema recíproco en toda clase de concurrencias, donde los vaqueiros que juntan el acaso hacen rancho aparte, formando en aquel sólo punto causa común en los acaecimientos de cada particular, unidas entonces por la necesidad las fuerzas, cual si estuviesen en una guerra abierta y con el enemigo al ojo. Triste argumento de lo que puede entre los hombres la preocupación, cuando, recibida en la niñez, ha pasado a idea habitual y borrado aquella natural simpatía con que los hombres, se atraen, se buscan y se complacen en tratarse y solazarse juntos.
La gente aldeana, acaso para cohonestar su desprecio, ha atribuido a estos vaqueiros un origen infecto, y los malos críticos menos disculpables en su ignorancia, han pretendido autorizar este rumor fijándole. Pero ¡cuán vanas, cuán infundadas son las opiniones en que se han dividido!
Dicen algunos que estos hombres descienden de unos esclavos romanos fugitivos, apoderados de las brañas de Asturias; pero la historia no sólo no conserva rastro alguno de esta emigración, sino que la resiste. Los esclavos que tan valerosamente pelearon bajo la conducta de Espartaco en los últimos tiempos de la república, fueron por fin vencidos y muertos por Licinio Craso. De su ejército, que había crecido hasta ciento veinte mil combatientes, sólo escaparon vivos cinco mil, que al fin exterminó Pompeyo. Floro describe su fin con su elegancia acostumbrada, diciendo: Tandem exceptione facta, dignan viris obiere mortem, et quod sub gladiatore duce oportuit, sine missione pugnatum est. Spartacus ipse in primo admine fortissime dimicans quasi superator occisus est. L. 3, cap. 20. Conque no pudieron ser estos esclavos los que vinieron a poblar nuestras brañas. Por otra parte, es constante que los astures no fueron sujetados hasta el tiempo de Augusto, y aun entonces la victoria sólo pudo comprender a los augustanos, esto es, a los que estaban de montes allende, en lo que hoy es el reino de León, hasta la villa de Ezla, que es sin disputa el Astura de que habla Floro. Sí, pues, los trasmontanos no cedieron al ímpetu de los ejércitos de Augusto, menos podrían ceder a un corto número de esclavos. Aunque se quiera considerarlos como acogidos por humanidad, esta emigración no puede suponerse anterior a aquel emperador, porque entonces los esclavos habrían hallado un asilo más próximo en los astures cimontanos no subyugados todavía, ni posterior, porque después fueron unos y otros amigos de los romanos, unos rendidos a sus armas y otros a sus negociaciones. Fuera de que Plinio supone en unos y otros astures,  doscientos cuarenta mil habitantes, todos libres e ingenuos, y esto prueba que no había entre ellos tales colonias de esclavos. No tiene, pues, la menor verosimilitud esta opinión acerca del origen de los vaqueiros.
Menos inverosímil sería, aunque no menos infundada, la que derivase estos pueblos de aquellos esclavos moros que se rebelaron contra sus dueños en tiempos del rey de Asturias Don Aurelio. Ya sus antecesores habían hecho grandes conquistas, y los esclavos por entonces no eran la riqueza menos apreciable del botín. Debía, por consiguiente, de haber en Asturias gran número de esclavos moros, , y esto mismo convence al arrojo de conspirar contra sus dueños y emprender una guerra servil que el príncipe hubo de refrenar por sí mismo. Pero al fin en esta guerra venció Don Aurelio, y los esclavos que salvasen la vida no recibirían ciertamente la libertad en premio de su conspiración. Agrégase a esto que el Cronicón de Don Alfonso, llamado de Sebastiano, no asegura que los esclavos fueron vencidos, sino que los redujo a su primitiva esclavitud. No es, pues, posible que estos esclavos saliesen de su condición a ser fundadores de nuevas colonias.
Pero yo confieso de buena fe no ser éstas las opiniones más válidas acerca del origen de los vaqueiros; que descienden de árabes o de moriscos es lo que cree el vulgo, y lo que algunos han pretendido persuadir como más probable; más, ¡cuán varios, cuán inconstantes están en señalar la ocasión y la época de esta emigración!
Dicen unos que al tiempo de la conquista de Granada vinieron a refugiarse a Asturias muchos de aquellos moros; pero la historia enseña que a los que se sometieron a los pactos den vencedor, que fueron, por cierto, muchos, se los dejó tranquilos en sus mismos hogares, y es increíble que los no sometidos, en lugar de seguir a sus jefes y de pasar a África, corriesen tantas leguas por un país enemigo a buscar en los montes de Asturias una suerte más áspera e incierta que la que perdían. Otro tanto se puede decir a los que suponen que los moros de esta emigración eran de los levantados en la Alpujarra en tiempos de Felipe II, cuyas circunstancias hacen todavía más increíble su retirada a Asturias; pues aunque al fin de aquella guerra civil consta que fueron muchos expelidos de sus pueblos y dispersos por las provincias interiores, nadie ha dicho hasta ahora que viniesen a estas montañas, ni hay razón alguna de autoridad ni de analogía que pueda favorecer a esta opinión. Así que no es creíble que de estos moriscos hubiese venido uno siquiera a refugiarse a este país.
La última de todas las opiniones supone que una porción de moriscos huidos al tiempo de la general expulsión que se hizo de ellos en el principio del siglo pasado, fueron los que poblaron las brañas; pero ¿cuánto tiempo antes había en Asturias brañas y vaqueiros? Muchedumbre de escrituras de arriendo y foro anteriores a aquella época lo atestiguan. Por otra parte, ¿qué conveniencia hay, qué analogía entre el genio, las ocupaciones, el traje, los usos y costumbres de estos dos pueblos? Por fortuna, la historia de esta cruel e impolítica expulsión está escrita con el mayor cuidado; sin lo que dicen de ella los historiadores generales y provinciales, la describieron con gran exactitud Bleda y Azuar. No hay un rastro, no hay un solo indicio de que se hubiese escapado a Asturias ninguno de estos infelices expatriados. Y ¿qué buscarían en Asturias? Forzados a dejar su patria y sus hogares, cualquiera región del mundo les debía ser más dulce que el suelo ingrato que los arrojaba de sí. La época es reciente: ¿por qué no se señala una memoria, un documento escrito del establecimiento de estos advenedizos? Las brañas son muchas en número, sus moradores muchísimos; pero probablemente son, pocos más o menos, los que fueron muchos años ha; porque los pueblos que no aran ni siembran, que no conocen manufacturas ni artefactos, que viven sólo de la cría de sus ganados, no pueden multiplicarse como otros donde la población crece en razón de lo que se aumentan las subsistencias.
¿Cómo, pues, es posible que un país hubiese admitido tantas bandadas de gentes extrañas sin que quedase alguna memoria de su establecimiento? Si se admitieron por lástima y humanidad, ¿quién lo hizo, dónde se firmaron, dónde se encierran los pactos de su admisión? Y si ganaron sus brañas a punta de lanza, ¡cómo es que no ha quedado vestigio, memoria ni tradición alguna de este suceso? Desengañémonos: el intento de dar a estas gentes un origen distinto del que tienen los demás pueblos de Asturias, es tan ridículo, que me haría serlo también si me detuviese más de propósito a desvanecerle.
No se me oponga lo que se ha escrito pocos años ha sobre el origen de los maragatos. El hombre, el traje, la ocupación y el círculo preciso en que están confinados estos pueblos, ofrecían un campo vastísimo a las conjeturas, y tentaban, por decirlo así, la erudición de los literatos para que se ocupasen en ordenarlas. Y al cabo, ¿cuál ha sido el efecto de esta investigación, aunque emprendida por uno de nuestros mayores sabios? Fuera de la etimología del nombre, ¿qué hay de probable en la curiosa disertación del reverendo Sarmiento? Harto más fruto puede esperarse del defensor de los chuetas, agotes y vaqueiros, que dirigieron sus raciocinios contra la bárbara preocupación que los envilece, siguió principios más conocidos y seguros, e hizo un servicio más importante al público y más grato a la Humanidad.
Algunos han querido inferir del traje y lengua de los vaqueiros la singularidad de su origen, pero con igual extravagancia. Su traje, compuesto de montera, sayo, jubón, cinto, calzón ajustado, medias de punto o de paño, y zapatos o albarcas, llamadas coricies, por ser el cuero su materia, es en todo conforme al de los demás aldeanos, fuera de la casaca o sayo; éste tiene la espalda cortada en cuchillos, que terminan en ángulo agudo al talle, y el de los aldeanos se acerca más a la forma de nuestras chupas. Pero reflexiónese que el corte de este último, que no es otro que el de una casaca o chupa a la francesa, es de reciente introducción, e infiérese de ahí, que el de los vaqueiros es el primitivo, nunca alterado por el uso, y probablemente el que llevaron en lo antiguo todos los labradores asturianos.
La lengua de los vaqueiros es enteramente la misma que la del todo el pueblo de Asturias; las mismas palabras, la misma sintaxis y mecanismo del dialecto general del país. Alguna diferencia en la pronunciación de tal cual sílaba, algún otro modismo, frase o locación peculiar a ellos, son señales tan pequeñas, que se pierden de vista en la inmensidad de una lengua, y no merecen la atención del curioso observador. Lejos de ayudar este artículo para probar lo que se quiere, yo aseguro que él solo basta para establecer sólidamente la identidad del origen con los demás pueblos, cuyo dialecto, derivado de unos mismos y comunes orígenes, hablan y conservan.
No negaré yo que es muy posible que estas familias establecidas en las brañas sean ramas de las que ocupan hoy la maragatería. Los vaqueiros van por el verano hacia el país de los Leitariegos, vecino al de los maragatos, y las montañas que habitan por el invierno son una serie derivada del monte de Leitariegos, que caminan siempre en declive hacia el mar. En el género de vida y ocupaciones, distan poco entrambos pueblos: uno y otro viven de la cría de ganados; uno y otro se ocupan de la arriería; uno y otro aborrece los enlaces de los restantes aldeanos, y es tenido en poco de ellos. La diferencia del traje y nombre es lo único que los distingue, y en cuanto al primero nada prueba, por ser la cosa más expuesta a vicisitudes y mudanzas, y menos el segundo, pues pudieron unos conservar el nombre del país que habitan, y los otros tomar el de la profesión en que se ocupan.
He dicho a usted que hay también vaqueiros en los concejos interiores de Asturias, y tales son los que viven en la Focella, Salienza, Torrestío y Cogollo. En todos parecidos a los otros, dados como ellos a la cría de ganados, trashumando como ellos por el verano a los puertos altos, y vistiendo y viviendo en todo como ellos, la única diferencia qu los distingue es que ni trafican ni son temidos en tan poco de los aldeanos sus vecinos, con quienes, no sólo tratan, sino que alternan en el goce de oficios públicos, honores y derechos sin distinción alguna. Son también empadronados por nobles, cosa que no sucede a los de la costa, si se exceptúa a la familia de los Gayos, única que tiene ejecutoriada su hidalguía en las brañas de hacia el mar. Prescindiendo, pues, de estas distinciones, que son puramente accidentales y de opinión, es claro que unos y otros deben de tener un mismo origen.
Cae, pues, de una vez todo el principio de las conjeturas y de las preocupaciones, y cae por sí mismo. Yo creo que la diferencia entre unos y otros vaqueiros nace de la diferencia del suelo que unos y otros habitan. El de estos últimos es todo igual, y por consiguiente, distan menos en su situación, en sus ocupaciones y en su trato con los aldeanos que en el de las otras brañas, donde hay tierras altas y bajas, y los aldeanos, dados sólo al cultivo, viven más separados de los vaqueiros. Pero sea la que quiera la causa, ellos es que, conociéndose en Asturias unos vaqueiros de igual origen, traje, carácter y ocupaciones, que viven fraternalmente con los aldeanos sus vecinos, es claro que sólo una preocupación irracional y digna de ser despreciada, combatida y desterrada por las gentes de talento, pudo producir la nota que se achaca a los aldeanos, y que, como he dicho, hace más agravio a los pueblos que la imponen que a los que la sufren.
Basta por hoy de vaqueiros: otro día hablaremos de artes. Salude usted entre tanto a los amigos comunes, y crea que lo soy suyo muy de veras.
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Jovellanos, Melchor Gaspar de, “de Cartas a varias personas, Romerías de Asturias, Los vaqueiros de  alzada”, en Costumbristas españoles, estudio preliminar y selección de textos por E. Correa Calderón, Madrid, Aguilar, S.A., 1950, Tomo I, Autores correspondientes a los siglos XVII, XVIII y XIX.




martes, 23 de abril de 2019


EL CAMINO DE SANTIAGO




En torno al siglo X las diferencias entre la España cristiana y Al-Andalus no podían ser mayores. Los pequeños reinos del Norte no se atrevían siquiera a soñar con una comparación que no resultara odiosa: en Córdoba estaba instalada la capital de un califato que aparecía ante el resto del mundo musulmán como una de sus regiones más brillantes. Los intercambios comerciales en todo el Mediterráneo habían extendido la fama de los hispano-musulmanes propagando la certeza de que el extremo occidental del Islam se encontraba definitivamente consolidado. Sólo algunos hostigamientos fronterizos revelaban la presencia de un enemigo que, de momento, no representaba una amenaza digna de tener en cuenta.
            Pero algo empezaba a perfilarse justo donde menos se podía esperar. La noticia del descubrimiento de la tumba de Santiago se extendió rápidamente por las tierras del Cantábrico, traspasando los Pirineos y dando pie a la convicción de que era necesario aventurarse hasta la lejana Galicia para consolidar sus territorios y asegurar el paso hacia Compostela. Todo el Occidente se hizo responsable del culto a los restos del Apóstol, viendo la necesidad imperiosa de mantener a raya a los demasiados cercanos infieles. A partir de entonces el avance hacia el sur de la Península era ya un hecho que, aunque todavía iba a requerir algunos cientos d años, empezaba a verse claro en el horizonte.
            La peregrinación supuso, además, la llegada de un nuevo ambiente cultural, importantísimo a la hora de consolidar la fascinante personalidad de los reinos cristianos. El arte románico, la lírica provenzal, las leyendas que narraban las gloriosas gestas de unos guerreros míticos, las músicas que se mezclaban a los acentos de las lenguas romances y, en general, todos los rasgos que acabarían completando el perfil de la Edad Media Cristiana tomaron cuerpo en el Camino de Santiago. Con el paso del tiempo, la decadencia de la cultura medieval arrastraría consigo la costumbre de las peregrinaciones, que inicia su declive en los momentos en que el Renacimiento inicia su arrogante condena de la sociedad precedente. El Camino, la progresiva conquista de la Península y el auge de la civilización cristiana medieval son fenómenos inseparables en los que, en ocasiones, resulta difícil delimitar el terreno de las causas y los efectos.

Del Descubrimiento de la tumba de Santiago

Santiago, el hijo de Zebedeo y hermano de Juan el Evangelista, pescador del lago Tiberiades, se había convertido en el siglo XI, por obra y gracia de la imaginación popular, en un caballero “matamoros”, para derivar, algunos años más tarde, en un modesto peregrino cubierto con sombrero de ala ancha y munido de bordón y calabaza. Al Apóstol, según las narraciones de los primeros años de la cristiandad, se le había adjudicado la lejana tierra hispana para su evangelización. Después de un fracaso que se traduciría en un cortísimo número de discípulos, volvió a Jerusalén, donde sufrió martirio a manos de Herodes, quien, además, prohibió enterrar su cuerpo decapitado. Durante la noche, sin embargo un grupo de cristianos recogieron sus restos y los llevaron hasta la orilla del mar, donde encontraron un barco sin tripulación, pero dispuesto a navegar. Allí depositaron, en un sepulcro de mármol, el cuerpo del Apóstol, que fue conducido por un ángel a través del mar hasta el lejano reino de los astures. Según la versión más difundida, el sarcófago remontó el curso del río Ulloa, deteniéndose junto a Iria Flavia, la capital de la Galicia romana, precisamente en un lugar ocupado por un antiguo compostum –cementerio- que, con el tiempo, acabaría convirtiéndose en Compostela.
            El cuerpo del Apóstol permaneció ignorado en aquel lejano rincón de la cristiandad hasta que, en los primeros años del siglo IX, una luz sobrenatural indicó a un piadoso eremita la situación del enterramiento. Así, el paraje que había ocupado un cementerio de la época romana pasa a ser conocido en los escritos medievales como Campus Stellae, es decir, Campo de la Estrella, que a partir de entonces va a ser el significado de Compostela.



Según la leyenda medieval europea, Santiago se apareció a Carlomagno hacia el año 800 y le instó a seguir la Vía Láctea para llegar al sitio donde se encontraba enterrado. En ese lugar, designado Campus Stellae (Compostela), se fundaría la ciudad de Santiago en el s. IX. La leyenda quedó consolidada al ser recogida en el Códice Calixtino del s. XII que se conserva en la catedral compostelana.

La arqueología ha demostrado la existencia real de las tumbas romanas; la aparición de la estrella que, como en el caso de los Reyes Magos, indicó un enclave escogido sólo ha quedado registrada en las bienintencionadas crónicas; pero en cualquier caso, las dos interpretaciones no se excluyen mutuamente.
            Pero las leyendas no terminan con el descubrimiento de la tumba de Santiago. Desde que el obispo Teodomiro dio por bueno el hallazgo del solitario monje edificando un templo sobre el sepulcro, los prodigios, los milagros y las apariciones se multiplicaron, dando lugar a una extensísima colección de historias destinadas a dar valor a los guerreros que combatían contra los avances de Al-Andalus, y también a levantar los ánimos de los peregrinos, que muy pronto empezaron a trazar con su lenta marcha el Camino de Santiago.



Iglesia de Santiago. La Coruña
Esta puerta es abocinada, formada por tres arquivoltas apuntadas sostenidas columnas acodilladas de fustes lisos situadas encima de un alto basamento.

Iglesia de San Martiño, Noia. Portada exterior, Apóstoles en las jambas de la puerta.



El Códice Calixtino

Posiblemente, con el apoyo de la Orden de Cluny, un clérigo francés llamado Aimerico Picaud, compuso en la primera mitad del siglo XII cinco volúmenes que reunían todas las historias referidas al Apóstol, además de una buena cantidad de indicaciones prácticas para los peregrinos. El Liber Sacti Jacobi (conservado en la Catedral compostelana) pasó a la historia como Códice Calixtino por haber aparecido envuelto en una mentira: según su autor, el Papa Calixto II habría enviado los escritos al patriarca de Jerusalén y al arzobispo de Santiago para su revisión. Reforzando la idea de que el libro había sido redactado por mandato divino, el propio Calixto advierte a ambos que, tras haber escapado indemne a durísimas pruebas, recibió el visto bueno mediante una aparición. Pero la orden sobrenatural, se extendía también a la necesidad de denunciar “los crímenes de los malos hospederos del Camino de mi Apóstol”, por lo que, tras narrar detalladamente la vida y los hechos del Santo, el autor describe las rutas que, atravesando Francia, convergían en la Catedral de Santiago. Esta “Guía del Peregrino”, incluida en el Códice, es, por supuesto, una ayuda muy valiosa para los viajeros actuales, no sólo a la hora de localizar el itinerario exacto del Camino, sino para intentar reconstruir la contradictoria atmósfera del aquel larguísimo viaje en pos de las reliquias.


De orígenes inciertos, este manuscrito compuesto por algo más de doscientos pergaminos y dividido en cinco libros y dos anexos, fue copiado en varias ocasiones, siendo una de estas transcripciones la custodiada en la capital compostelana.

El primer pergamino es el más extenso y recoge una serie de textos litúrgicos específicamente creados para ser interpretados en la propia Catedral.

A este le siguen el conocido como Libro de los Milagros, donde se narran los veintidós milagros realizados por el Apóstol antes de beatificarse.
La tercera parte ilustra la labor de evangelización de Santiago y sus discípulos, así como su posterior muerte y traslado de sus restos, tras ser martirizado, al conocido como Campus Stellae, en la actual Iria Flavia.
A este le sigue la conocida como Crónica de Turpín,  donde a lo largo de veintiséis capítulos se recogen distintas gestas de personajes como Carlomagno o el rey moro Aigolando. En él se relatan sucesos tan relevantes como la batalla de Roncesvalles o la aparición del Apóstol al conquistador Carlomagno,  infundiéndole fuerza y valor ante la incursión musulmana.
Por último, pero no por ello menos importante, se encuentra la famosa Guía de los Peregrinos. Aquí se enumeran una serie de consejos a futuros peregrinos, tales como lugares en donde pernoctar, donde comer y por supuesto, precauciones a tener en consideración durante el Camino.
Además, anexa a esta parte se encuentra la auténtica joya de todo el conjunto: el corpus polifónico. Se trata de la primera muestra escrita de este tipo de polifonía, representándose las notas musicales sobre un tetragrama y utilizando notación diastemática o por intervalos.
En el resto del Códex también encontraremos música, sobre todo en el libro primero, pero siendo esta de carácter monódico.

Las Peregrinaciones

Albergue de peregrinos. Cofradía de la Santísima Trinidad de Arre.
Interesados ponerse en contacto en: cofradiatrinidadarre@gmail.com


Desde luego, el itinerario señalado por la guía no era el único que seguían los peregrinos. Prácticamente todas las vías de comunicación existentes en el momento sirvieron para acceder al lugar santo de Compostela, aunque si es preciso advertir que son las rutas señaladas en el Códice las que gozaron de más popularidad y las que acogieron a un número mayor de peregrinos. Sin ser en absoluto los únicos, los francos constituían un buen porcentaje entre los fieles que acudían a Compostela, y fue el llamado camino francés –el que unía los Pirineos con Galicia- el que se erigió finalmente en el Camino de Santiago por antonomasia.
            El hallazgo de la tumba de un Apóstol era motivo más que suficiente para promover largas y penosas peregrinaciones recompensadas con indulgencias y con el propio aprendizaje que entrañaba el camino. Sin embargo, intervinieron factores ajenos al descubrimiento en el hecho de que en poco tiempo el Finisterre gallego se convirtiera en una de las capitales dl mundo cristiano. Las peregrinaciones, un rito de santificación común a otras religiones, habían alcanzado ya en los siglos II y III un auge bastante notable en Belén y Jerusalén. Cuando Constantino el Grande mandó edificar, en el año 326, la iglesia del santo Sepulcro, y se descubre, casi al mismo tiempo, la Vera Cruz, puede decirse que el cristianismo había incorporado plenamente la tradición de los viajes purificadores a sus costumbres.
El flujo de visitantes en los Santos Lugares se mantuvo con altibajos, alcanzando su máximo esplendor en el milenario de la Pasión, el año 1033, ya que la conversión de Hungría abría una vía terrestre mucho menos azarosa que la navegación por el Mediterráneo, siempre amenazada por el Islam y los piratas. Pero en 1078 los turcos se adueñan del Santo Sepulcro y cortan repentinamente el tráfico de peregrinos. En adelante serán los cruzados los únicos que pretendan entrar, por la fuerza, en Jerusalén.

El nacimiento del Románico





Muralla romana, Puerta de Santiago, Lugo


Siresa, Iglesia de San Pedro. Siglo IX, como parte d un monasterio visigótico a los pies de una antigua calzada romana.

Además de ser el agente de una nueva prosperidad, totalmente desconocida en la España cristiana, el Camino se reveló como un vehículo cultural de primer orden al poner las bases para el nacimiento de un arte puesto directamente al servicio de la peregrinación.
             De la mano de la Orden de Cluny llegó el nuevo arte del mundo cristiano –el románico-, que supondría con relativa facilidad el sustrato de arte autóctono, bien representado por el foco asturiano y por la cultura mozárabe. Los antiguos hábitos estéticos serían rápidamente sustituidos por los programas que traían consigo los artistas llegados por el Camino con el encargo de ir perfilando el tipo de iglesia más adecuado para la peregrinación. En nuestro país el arte románico fue tomando cuerpo tan íntimamente ligado al fenómeno del Camino de Santiago, que resulta imposible ignorar a uno cuando se contempla al otro. Entre la Catedral de Jaca y la de Santiago se extiende una buena parte del repertorio hispano.

Catedral de Santiago de Compostela

Entre la Catedral de Jaca y la de Santiago se extiende una buena parte del repertorio hispano. El otro foco importante –el catalán- tiene, de hecho, una personalidad propia a pesar de pertenecer al mismo tronco artístico.
            Quizá lo más representativo es precisamente el tipo de iglesia de peregrinación –magníficamente plasmado en la Catedral compostelana-, caracterizado por sus grandes dimensiones y por su disposición orientada a permitir el movimiento de grandes masas de fieles en el interior del templo. Las naves se prolongan y se multiplican también en anchura, los brazos del crucero alcanzan dimensiones muy considerables, y la cabecera se desarrolla con un pasillo semicircular que da paso a las capillas situadas en disposición radial con respecto al presbiterio. En cuanto a la altura, se corresponde con la magnitud del espacio abarcado por el edificio. Sobre las naves laterales discurre una segunda planta que proporcionaba una excelente tribuna cuando en las naves ya no quedaba lugar para acoger a los peregrinos. El coro, situado en torno al presbiterio, permitía a los canónigos concentrarse en el ritual aun cuando todo el templo rebosara de fieles, no siempre respetuosos con las buenas maneras y el silencio exigido en las ceremonias.
            Pero no es posible definir el arte románico resumiéndolo en sus aspectos más funcionales. El carácter simbólico impregnaba todos los elementos de una iglesia, convirtiéndola en una traducción inmediata de las historias edificantes y las escenas bíblicas que interesaban en cada momento traer a la memoria del peregrino. Los artistas medievales recurrieron a todas las fuentes conocidas para dar forma a los programas impuestos por el constructor, desde los modelos que proporcionaba el arte clásico hasta los más rudimentarios del arte bárbaro procedente de las culturas germánicas y celtas, pasando por las sugerentes metáforas aparecidas en el Corán y por las exóticas influencias orientales traídas por los cruzados y los musulmanes españoles, de manera que rastrear el origen de cada capitel o de cada portada puede obligar al estudioso a abarcar todas las civilizaciones del mundo conocido en aquella época.

Los Peregrinos

Pero no todos los que emprendían el viaje lo hacían llevados por impulsos tan elevados. Con cierta frecuencia, la peregrinación era una pena impuesta por algún crimen cometido o incluso una manera de ganar dinero, ya que hubo casos en que el reo prefería enviar a Compostela a una pobre con gastos pagados y con el compromiso de dedicar a la salvación de su cliente una parte de la penitencia. El hecho de injuriar a un enemigo calificándole de “aborto, bastardo, brujo, ladrón, asesino e incendiario” podía merecer la expiación del Camino.
            Para alcanzar la categoría de peregrino santiaguista no hacía falta nada. En un principio, lo que más adelante se convertiría en el uniforme, perfectamente tipificado a fuerza de aparecer en todas la representaciones, no era más que al hábito normal en cualquier viajero. Un ropón corto para que no entorpeciera la marcha, una capa y un sombrero capaz de repeler tanto el calor como la lluvia constituían sólo la forma más razonable de afrontar el largo viaje. El bordón era sencillamente el bastón en el que apoyarse en los tramos difíciles y proporcionaba una eficaz defensa contra los lobos y los maleantes. La esportilla o zurrón, preferentemente de piel de ciervo, era ya una exigencia del hábito de peregrino, puesto que en ningún caso debía ir cerrado en demostración de buena fe. Y, por último, la concha de vieira ponía ya la nota inequívoca en el uniforme que había de franquear el paso en las hospederías. La calabaza, por su parte, era una ligera cantimplora generalmente sujeta al bordón o a la cintura del peregrino.


A lo largo del trayecto, en las principales ciudades y en los puertos más escarpados fueron apareciendo las instituciones hospitalarias fundadas por reyes y órdenes religiosas, y también por particulares que dejaban en su testamento alguna manda para socorrer a los santiaguistas. Sin embargo, a veces era preciso recurrir a las posadas, ya que, en general, el flujo de peregrinos se concentraba en algunas épocas del año y las hospederías se saturaban. Viajar en solitario era francamente peligroso, y lo más habitual era emprender l camino en compañía de un grupo capaz de intimidar a los bandoleros que, apostados en las cunetas, exigían un peaje a todo el que se aventurase por su territorio.

El encuentro con Santiago


Poco antes de alcanzar la meta, a la vista de Compostela, los peregrinos solían sumergirse en un río para dejar atrás todas las impurezas y los sinsabores del camino. A su llegada, debían velar toda la noche en la Catedral, entonando cánticos que acompañaban con instrumentos de todo tipo. Cítaras, liras, tímpanos, trompetas, violas, ruedas británicas y galaicas y salterios aparecen citados en un texto medieval que advierte también que “no hay lenguas ni dialectos cuyas voces no resuenen allí”. Al amanecer, antes de la primera misa del día, se hacían las ofrendas bajo las instrucciones de un clérigo políglota que repetía en varias lenguas el ritual, estableciendo rigurosas distinciones entre las destinadas al santo y las que debían engrosar el arca del templo.
            Cuando el viaje ha llegado a su fin, la absolución es ya un hecho. En circunstancias normales, la tercera parte de los pecados cometidos quedan automáticamente perdonados. Si el peregrino acude a Compostela en un año cuya festividad de Santiago coincida con un domingo, la indulgencia es plenaria siempre que exista la debida contrición. Además de esta circunstancia había otras ocasiones en que era posible redimir la pena equivalente a cuarenta o a doscientos días de purgatorio. En definitiva, se trataba de una compleja casuística relacionada con el rito d la purificación en que culminaba el interminable viaje.

Las Ciudades del Camino

Sin embargo no todos los peregrinos completaban el itinerario de ida y vuelta. La necesidad de consolidar los territorios conquistados a los musulmanes llevó a los reyes cristianos a conceder franquicias y privilegios a todos los extranjeros que quisieran establecerse en las ciudades del Camino. Las antiguas villas habitadas por agricultores y pastores empezaban a convertirse en auténticas ciudades en las que circulaba la moneda y se intercambiaban mercancías manufacturadas. En el siglo XIII, Burgos era una de las principales potencias comerciales de la Península, con el control de los puertos del Cantábrico, y, en general, las ferias y mercados instaurados en el siglo anterior continuaron su marcha ascendente aprovechando el flujo de visitantes que proporcionaba el Camino de Santiago.
            Los conflictos acompañaron desde el primer momento al asentamiento de los colonos. Lo normal –sobre todo en Navarra y Aragón- era que los nuevos habitantes se instalaran agrupados en barrios, a veces tajantemente separados de sus vecinos por tapias y cercas. Hispanos, francos, judíos, mozárabes y también mudéjares formaban asentamiento cuya complejidad podía ser a veces fuente de rivalidades, pero también causa de una interesante variedad cultural. A esta última hay que añadir las visitas constantes de juglares y teatros ambulantes que se encargaban de difundir la lengua y la lírica de Provenza y la competencia que pronto empezaron a hacerles los “juglares a lo divino” del Mester de Clerecía, dedicados a cantar las alabanzas de Dios y los santos en lengua romance.
            Aquellas ciudades, nacidas directamente del camino, empezaron por ser una simple sucesión de edificios a ambos lados de la ruta de los peregrinos. A los hospitales y los templos les sucedieron las posadas, las tiendas, las herrerías y los talleres que atendían a sus necesidades configurando muy pronto una “calle mayor” en torno a la cual se iría generando el tejido urbano. Villas como Santo Domingo de la Calzada o Puente la Reina serían los ejemplos más claros de este tipo de asentamientos, a veces herederos de un campamento romano y a veces surgidos, prácticamente de la nada.



 Las etapas del Camino

La Guía del Peregrino contenida en el Códice Calixtino, indica, con toda exactitud, las cuatro vías principales que atravesaban Francia de parte a parte y la que cruzaba el norte de España desde los Pirineos a Galicia. Existían dos puntos de partida para el trayecto español que convergían cerca de Pamplona. A partir de ahí, el camino continuaba unificado, aunque sufrió, con el paso del tiempo, algunas modificaciones. También contó con ramales procedentes de una vía costera que gozó de bastante popularidad en algunas épocas. A continuación, proponemos al viajero el trayecto que se refería a los tiempos en que la peregrinación avanzaba a pie o a lomos de caballería.
            Desgraciadamente, no hay espacio y sería muy largo de describir las otras rutas de Santiago. La más antigua, procedente también de Francia, atravesaba el País Vasco, Cantabria y Asturias, entrando en Galicia por Lugo. Los peregrinos procedentes de otros países del Mediterráneo iniciaban el recorrido visitando, en Cataluña, Monserrat, Santes Creus y Poblet y continuaban por Los Monegros hasta Zaragoza. Desde allí acudían a Logroño, en donde se incorporaban al “camino francés”. Por su parte, los peregrinos que vivían en territorio islámico solían utilizar la Vía de la Plata, una calzada romana que volvió a manos cristianas a mediados del siglo XIII, con la toma de Sevilla, Córdoba y Jaén.

Camino de Santiago: Mapa de todas las Rutas

El itinerario atravesaba en este caso Extremadura, Salamanca –en donde se unían los procedentes de Portugal- y Zamora. A partir de aquí continuaban por Verín y Orense, y otros se unían al Camino en Astorga. En cuanto a los santiaguistas llegados por mar desde las islas británicas y los países escandinavos, desembarcaban, si no se lo impedían los piratas, en los puertos de Padrón, Noya y La Coruña.

De Somport a Puente la Reina

Entre el Somport y la ciudad de Jaca seguía un trayecto semejante al trazado actual de la carretera N-330. A un kilómetro aproximadamente, del puesto fronterizo estuvo enclavado el Hospital de Santa Cristina (1)

1)Antiguo centro medieval de peregrinos en el puerto de Somport (1.635 m), en la ruta aragonesa del Camino Francés. A 850 km de Santiago. Famoso por ser destacado en el Codex Calixtinus (s. XII). Se conservan vestigios de sus ruinas al inicio de la bajada del puerto, en la vertiente española, donde estuvo situado.
El casi legendario hospital de Santa Cristina prestó una ayuda fundamental durante la Edad Media a los peregrinos que, camino de Compostela, acababan de culminar la dificilísima subida a la cordillera de los Pirineos por el puerto de Somport. La Guía del peregrino (libro V) del Calixtinus lo destaca entre los que considera los tres grandes hospitales del mundo, junto con el de Jerusalén, que atendía a los caminantes a Tierra Santa, y el Mont-Joux, en la cordillera de los Alpes, fundado por San Bernardo y destinado a quienes se dirigían a Roma. “Estos tres hospitales están colocados en sitios necesarios; son lugares santos, casas de Dios, reparación de santos peregrinos, descanso de los necesitados, consuelo de los enfermos, salvación de los muertos, auxilio de los vivos”, resalta retóricamente, pero sin duda con un gran fondo de verdad, Aymeric Picaud, previsible autor de esta guía. Como se observa, los centros citados están vinculados con cada una de las tres grandes peregrinaciones históricas cristianas.
La construcción del hospital de Santa Cristina en la vertiente española del Summo Portu, como lo llama expresivamente el Calixtinus, se llevó a cabo poco después del año 1000. Una leyenda oral atribuye su fundación a los peregrinos francos Sineval y Arnobio, que, acosados una noche en este lugar por la nieve y los lobos, prometen crear en él un refugio si salen con vida. Tras quedarse dormidos, rendidos finalmente por el cansancio, despertaron debido al vuelo de una paloma en un hermoso día. Cumplieron su promesa, concluye la leyenda.
Muy bien dotado. La realidad dice que este hospital lo impulsaron como priorato los reyes aragoneses desde tiempos de Pedro I y, por el lado francés, los vizcondes de Bearn, especialmente Gastón IV el Cruzado, que se cita como su fundador. En sus tiempos, a finales del siglo XI y primera mitad del XII, periodo en el que es citado en el Calixtintus, contó con recursos muy considerables. De él llegaron a depender unas cuarenta iglesias en Francia y Aragón. Estaba administrado por canónigos regulares.
Santa Cristina entró en decadencia en el siglo XIII y acabó desapareciendo a principios del XVII a causa del auge del paso de peregrinos por Roncesvalles -ya desde el siglo XII-, las disputas político-religiosas entre hugonotes y católicos y la decadencia de la peregrinación desde el XVI. Sus piedras, como las del vecino castillo de Candanchú, también ocupado por momentos en la protección de los peregrinos, fueron utilizadas para obras como la línea de ferrocarril, por lo que apenas se conservan vestigios. Ha habido algunos intentos de rescatar su memoria.

Ruinas del Hospital de Santa Cristina de Somport.

Precisamente en este punto confluyen el camino y la carretera, prosiguiendo, a través de Candanchú y Canfranc, hasta el Castiello de Jaca, en donde el primero ascendía hasta el centro urbano. Muy pronto, cruzando el puente de Torrijos y dejando a su derecha la ermita de San Cristóbal, entraba en Jaca, una de las principales etapas del Camino.

Lo primero que aparece ante el viajero es la magnífica fortaleza de Jaca construida en el siglo XVI por encargo de Felipe II.


Fortaleza de Jaca en forma de Pentágono, siglo XVI.


A la izquierda, dentro ya del tejido urbano medieval –conviene entrar por la Calle Mayor-, se alza la Catedral, una pieza clave de nuestro románico, ya que en ella quedaría plasmada una buena parte de los elementos del arte del Camino de Santiago. Fue concebida en el siglo XI como la obra más ambiciosa de su época y con un evidente respeto hacia los modelos de la arquitectura romana.  La portada principal, al fondo de un espacioso atrio, presenta un magnífico crismón (el monograma de Cristo) flanqueado por dos leones y rodeado de inscripciones que explican al peregrino el significado de aquellas imágenes. La entrada, situada en la fachada meridional, reúne una magnífica colección d capiteles tallados con una delicadeza totalmente nueva en el arte medieval.
            Antes de abandonar la catedral conviene que el viajero retenga en su memoria un motivo decorativo geométrico –el ajedrezado- que será constante en todo el Camino. El Museo Diocesano de Arte Sacro merece una visita detallada.



Significado del crismón:
"En esta escultura lector encontrarás la solución"
"P Padre, A Engendrado, Doble es el Espíritu Santo"
"Realmente los Tres son el Señor Son Uno e Iguales"


Catedral de San Pedro, Jaca, siglo XI

A nueve kilómetros de Jaca, en dirección a Pamplona –C-134-, encontrará el viajero la desviación que conduce a Santa Cruz de la Serós y al monasterio de San Juan d la Peña. Al llegar a Santa Cruz de la Serós aparece, a la izquierda, la pequeña iglesia de San Caprasio, un desnudo y hermético edificio del románico más primitivo. Poco más adelante se alza la iglesia de Santa María, una muestra del mismo arte.

Santa Cruz de la Serós (Huesca). Iglesia de san Caprasio, siglo IX.

Entre los dos templos arranca la carretera que asciende hasta San Juan de la Peña, remontando un valle formado, en parte, por imponentes paredes de piedra. El monasterio, literalmente incrustado en una enorme roca, es una de las visitas obligadas del camino aragonés.


Aunque su construcción abarca desde el arte visigodo hasta el renacentista, la iglesia y el claustro son dos magníficos exponentes de la arquitectura medieval totalmente irrepetibles por estar parcialmente excavado el templo y totalmente cubierto por la roca el claustro. Los capiteles de este último narran la vida de Jesús y algunas escenas del Génesis. De vuelta a la carretera de Pamplona, el camino proseguía por el curso del río Aragón hasta el embalse de Yesa. A la derecha queda Berdún, el último pueblo aragonés, elevado sobre un montículo y buena representación del arte medieval. Inmediatamente, el paisaje se hace más abrupto, presidio por las ladras erosionadas que rodean el embalse. Junto a la orilla se conserva el pueblo abandonado de Tiermas, mencionado en la “Guía del Peregrino” con una referencia a los baños termales de la época romana todavía en uso cuando el clérigo Picaud realizó la peregrinación.
            La siguiente etapa del camino viene señalada en el Monasterio de Leyre, al que se accede por una desviación de cuatro kilómetros. El enorme conjunto –con una hospedería regentada por los frailes- conserva en la cripta una de las muestras más antiguas del románico. Fue en sus primeros tiempos un solitario cenobio benedictino que llegaría a albergar a la corte navarra.
            Además de la cripta –fechada en el siglo X- y del templo construido sobre ella, en Leyre, conviene detenerse ante la portada occidental, también presidida por un crismón y dotada de excelentes relieves escultóricos, algunos d los cuales representan, animales quiméricos, y extrañas personas con orejas de conejo o cuernos. Antes de abandonar el monasterio, recordamos al viajero que fue en estos parajes donde ocurrió la bonita historia de San Virila, un monje que permaneció embelesado escuchando el canto de un ruiseñor, perdiendo la noción del tiempo. Cuando volvió en sí y retornó al monasterio, se comprobó que habían transcurrido trescientos años.


Consagrado en 1057. En el siglo XIX vivió en el olvido hasta que los monjes benedictinos de Santo Domingo de Silos restauraron la vida monástica entre sus muros, en 1954. En 1979 se convirtió en una abadía autónoma.

            Cruzando el cauce del Aragón se llega muy pronto hasta Sangüesa, dejando a la izquierda el castillo de Javier. Sangüesa a unos ocho kilómetros de la carretera nacional, presenta al viajero una de las mejores portadas románicas del Camino. La fachada sur de Santa María la Real reúne, en una abigarrada composición, una magnífica serie de imágenes cargada de contenido simbólico.


Llamamos la atención sobre las estatuas-columna que flanquean la entrada, entre las que figura un excepcional Judas ahorcado (el primero por la derecha). La iglesia de Santiago, de los siglos XII y XIII está presidida por una imagen gótica del Apóstol y dos peregrinos arrodillados. Antes de abandonar Sangüesa conviene visitar también las iglesias de San Salvador y San Francisco siglo XIII, el Palacio Real y el del Duque de Granada, un buen ejemplo del gótico civil.
            Una carretera comarcal de cinco kilómetros une Sangüesa con la N-240. Una vez aquí, el Camino cruzaba el río Irati y se adelantaba en la Foz de Lumbier, salvada del que un puente hoy sólo quedan los arranques. La carretera prosigue hacia Pamplona, aunque conviene detenerse en Monreal, en donde culmina la segunda etapa del Camino de Jaca. Desde aquí hasta Puente la Reina el viajero tiene todavía una interesante visita en la iglesia de Eunate. Para llegar a ella es preciso tomar a la izquierda la carretera local que conduce a Tiebas, y desde allí dirigirse hacia Punta la Reina. Poco después de la Venta de Campanas, el Camino se desviaba a la izquierda en busca de la solitaria iglesia. En la actualidad, una carretera asfaltada conduce hasta Eunate, última visita antes de alcanzar Puente la Reina.
            Eunate es uno de los templos funerarios que jalonaban el Camino de Santiago, y quizá por su carácter no se aventurado emparentar su disposición general con la de la iglesia del santo Sepulcro de Jerusalén, que se convertiría, a lo largo de la Edad Media, en el paradigma d este tipo de edificios.

Iglesia de Santa María de Eunate. Románico siglo XII 
El nombre de Eunate, en euskera significa "cien puertas" en alusión directa a la arquería o claustro que rodea el perímetro de la iglesia. Ehun = "cien"; Ate = "puerta".

Otra teoría sobre su nombre, indica que el nombre original de Eunate, sería Onate que en euskera querría decir "la buena puerta" (Ona Ate), en referencia a que la iglesia sería una puerta de acceso a unos niveles superiores de paz espiritual. 

De Roncesvalles a Puente la Reina

La otra primera etapa del Camino de Santiago, más breve y probablemente más utilizada, coincide aproximadamente con la carretera C-135, que une la frontera de Améguy con Pamplona, y con la N-111, que prolonga el viaje hasta Puente la reina.

Su identidad se va forjando sobre todo en la Edad Media con la derrota de Roldán (778) y el comienzo de las peregrinaciones a Santiago (s.IX).

La primera visita es la que recorre el pueblo de Valcarlos, escenario de las hermosas leyendas contenidas en la “Canción de Roldán” y cuyo nombre evoca la presencia de Carlomagno. A unos veinte kilómetros, cruzando el Puerto de Ibañeta –en donde un monje tañía las campanas para indicar el camino a los peregrinos-, aparece ya la hospedería de Roscenvalles, cuya estampa actual debe mucho a la reconstrucciones y ampliaciones de fines del siglo XVI, aunque su fundación se remonta al primer tercio del siglo XII.

Casa de los Beneficiados y Colegiata de Roncesvalles

            La Colegiata, muy restaurada, fue uno de los primeros ejemplos del arte gótico en España. En ella se conserva, una imagen mariana de fines del siglo XIII, que, según, una leyenda piadosa, apareció milagrosamente señalada por un ciervo que lucía una estrella en su cornamenta.

Roncesvalles ha entrado en la literatura épica europea con todos los honores a través de la Chanson de Roland y en la épica europea religiosa como etapa importante en el medieval Camino de Santiago: tras el paso por los inclementes Pirineos, los peregrinos pueden descansar en una hospedería fundada en el siglo XII.
Todo el caserío de la villa de Roncesvalles gira en torno de la Real Colegiata de Santa María, bellísimo templo gótico construido en los primeros años del siglo XIII por arquitectos del rey Sancho el Fuerte que siguieron el modelo del gótico rural francés e introdujeron numerosas novedades arquitectónicas.

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De esta época se conserva la Capilla del Espíritu santo –también conocida como el “Silo de Carlomagno”-, y del siglo XIII, la Capilla de Santiago, ambas situadas a la salida, hacia el sur, del conjunto hospitalario.
            Burguete, Espinal y Viscarret ponían término a la primera etapa española del Camino d Santiago. La siguiente se prolongaba hasta Pamplona acompañando el cauce del Arga y atravesando pueblos como Zubiri, Larrasoaña, Zuriarin y Villava. Todos ellos fueron el escenario de la peregrinación y cumplieron con el deber de la hospitalidad. En Trinidad de Arre –junto a Villava- hubo un pequeño hospital dependiente del d Roncesvalles.

Capilla del Espíritu Santo y Santiago, también conocido como búnker de Carlomagno en Roncesvalles.


Pamplona requiere una visita atenta. El viajero tiene ante sí una de aquellas ciudades formadas por la adición de un núcleo de colonos francos a una antigua villa. La Navarrería y los burgos de San Cemín y de San Nicolás siguen manteniendo hoy el trazado que se fue tejiendo al hilo de las peregrinaciones y de las prebendas encaminadas a facilitar la repoblación de Navarra. Contó con cuatro hospitales para santiaguistas y, en general, puede decirse que toda la ciudad fue creciendo en torno a las necesidades del Camino.


Catedral de Pamplona ubicada sobre el promontorio del Casco Antiguo de Pamplona, en idéntico lugar en que se asentó la Pompaelo romana, se encuentra la Catedral de Santa María, obra culminación del gótico de los siglos XIV y XV. Este emblemático monumento es el que más reliquias histórico-artísticas atesora de la ciudad. En ella se coronaron los reyes, se reunieron las Cortes y durante tres siglos tuvo su sede la Diputación del Reino.

La sobriedad de su fachada neoclásica, obra de Ventura Rodríguez, contrasta con la estética gótica del interior del templo, cuya nave central, de 28 metros de altura, alberga el bello sepulcro de Carlos III de Navarra y su esposa Leonor de Castilla. Pero la verdadera joya de esta Catedral es su claustro, considerado como uno de los más exquisitos del gótico universal, y de obligada visita para cualquier visitante.


Interior de la Catedral de Pamplona, Navarra
Ya en el interior, la planta de cruz latina cuenta con tres naves, capillas entre los contrafuertes y cabecera con capillas que forman la girola. El grandioso y austero templo está cubierto con bóvedas de crucería, ventanas de tracerías flamígeras y dos rosetones.
En la nave central se encuentra el Mausoleo a los Reyes de Navarra Carlos III el Noble y Leonor de Trastámara, obra de soberbio valor artístico realizada en alabastro por Johan Lome de Tournai. El conjunto escultórico se completa con 28 figuras plorantes de nobles y alto clero que rodean a los reyes yacentes, sobre una cripta que guarda restos de monarcas y príncipes enterrados.
Preside el templo la talla de madera revestida en plata de Santa María la Real. Ante esta virgen románica del siglo XII, la más antigua de las imágenes marianas conservadas en Navarra, se coronaban, bautizaban y bendecían los reyes navarros.
El retablo de Caparroso (1507), el lienzo de Fray Luis Ricci (1632), ambos en la girola, o el Santo Cristo crucificado, obra maestra de Juan de Anchieta (siglo XVI), que se encuentra nada más entrar a la izquierda, son las obras artísticas más sobresalientes del recinto religioso.

            Además de la Catedral, gótica –que sustituye a una románica-, conviene visitar la iglesia de San Cemín, presidida por una imagen de Santiago; la de Santo Domingo y la de San Nicolás. A partir de aquí el Camino seguía una línea cercana a la N-111, que atravesaba Cizur Menor, Zariquiegui que mantiene un tramo del camino empedrado en dirección al Alto del Perdón y Muruzábal hasta alcanzar Obanos.

Encomienda sanjuanista de Cizur Menor a 5 km., de Pamplona



            Puente la Reina debe su nombre al puente edificado por doña Mayor, en el siglo XI, para facilitar el paso de los peregrinos. La iglesia de Santiago, con una hermosa talla del Apóstol con hábito de peregrino, y la del Crucifijo y, en general, todo el casco urbano merecen una tranquila visita. A la salida, el Puente de los Peregrinos constituye una de las mejores piezas de la ingeniería medieval.

Fundada en el siglo XII por Alfonso I el Batallador, conserva de manera admirable su inicial trama urbana. Su estructura urbanística es todo un ejemplo de “pueblo-calle”, una villa construida en función de su calle principal y no alrededor de un castillo protector.

De Puente la Reina a Santo Domingo de la Calzada

Poco después de cruzar el río Arga, el Camino se dirige hacia el centro de Cirauqui, transcurriendo muy cerca de la actual carretera a Estella.

Crismón en la clave del arco interior. Es un crismón circular trinitario de siete brazos Con aro marco, P con tilde de cruz en el interior, Omega y Alfa invertidas, signo relacionado con aspectos funerarios y S invertida .

Cirauqui conserva en la iglesia de San Román bastantes recuerdos de la peregrinación. A unos 500 metros del Camino cruzaba el río Salado precisamente en un lugar señalado por la “Guía del Peregrino” como muy peligroso para las caballerías. Según Picaud, solía haber algunos maleantes junto a la orilla animando a los peregrinos para que abrevasen a sus mulas. Inmediatamente éstas enfermaban y morían, ya que al parecer, estas aguas eran venenosas y los facinerosos se apresuraban a desollarlas para aprovechar su piel.

En el Camino de Santiago, entre Puente la Reina y Estella, se encuentra el pueblo de Cirauqui. El caserío, encerrado entre murallas, se escalona en la colina coronada por la iglesia parroquial de San Román. Esta villa perteneció al monasterio de San Millán de la Cogolla en el s. XII. En el s. XIII era señorío de la familia Gil de Bidaurre. En 1320, Felipe II el Largo, rey de Navarra y Francia, dio el patronato de San Román a la iglesia Catedral de Pamplona.

            En Lorca y Villatuerta se conservan algunos restos de la peregrinación en las iglesias y el hospital de Lorca, y en la ermita de San Miguel, en la segunda. En este lugar murió el 26 de noviembre de 1150, el rey García IV de Pamplona.

 Lorca

Estella


San Pedro de la Rúa
A caballo de los siglos XI y XIII surgió el primer templo románico de Estella: San Pedro de la Rúa. San Pedro de la Rúa surgió pues en el centro del barrio de los francos sobre la plaza de San Martín. Desde 1256 tiene rango de Iglesia Mayor de Estella y aquí juraron fueros y privilegios el Emperador Carlos en 1523 y Felipe II en 1592.

Iglesia del santo Sepulcro

Iglesia Santa María Jus del Castillo, en la antigua judería. Antigua Sinagoga. S. XII-XIII

Monasterio de Iranzu, en el muncipio de Abárzuza (Navarra)

Palacio de los Reyes de Navarra

            Aunque en el siglo XI ya existía una pequeña población llamada Lizarra, pude decirse que la ciudad actual nace directamente vinculada a la peregrinación, ya que fue el rey Sancho Ramírez quien decidió que aquella villa debía convertirse en un próspero burgo destinado a llamarse Estella, probablemente en honor de la estrella que había señalado el sepulcro de Santiago. Además del palacio de los Reyes de Navarra edificio románico-,,el viajero debe conocer las iglesias de San Pedro de Lizarra, San Pedro de la Rúa, del Santo Sepulcro, de San Miguel, de Santa María Jus del Castillo y de San Juan, así como la ermita del Rocamor y la de Puy, ambas relacionadas con el culto jacobeo en Francia.
            El itinerario prosigue por la N-111 en dirección a Logroño. El monasterio de Irache y el ruinoso castillo de San Esteban, en Villamayor de Monjardín, son también recuerdos de la mejor época de las peregrinaciones.


Monasterio de Irache.

A unos 20 km.,  de Estella se encuentra Los Arcos, una villa desarrollada a ambos lados del Camino. La ruta de los peregrinos, en el casco urbano coincide con la calle de San Antón y deja a sus paso las plazas del Pozo, de las Frutas, y de Santa María.


Torres del Río, a siete km., es la siguiente parada. En esta villa se alza una interesante iglesia funeraria de planta octogonal erigida por la Orden del Santo Sepulcro y probablemente en relación con el modelo de Jerusalén. Una bóveda de tipo califal hace suponer la intervención de mudéjares en la obra y, en todo caso, subraya el aire oriental del conjunto.

Iglesia del santo Sepulcro, Torre del Rio.

Viana está ya muy cerca y presenta también una disposición general dependiente del Camino que atravesaba la villa de Este a Oeste entrando por la puerta de Estella. La iglesia de Santa María con una magnífica portada renacentista, las ruinas de la de San pedro, y las hermosas fachadas blasonadas merecen un paseo atento.


La Rioja está a dos pasos. Al cabo de unos 10 km., el viajero encontrará el viejo puente de piedra de origen jacobeo que da paso a Logroño, una ciudad cuyo casco antiguo conserva su atmósfera de ambiente medieval.

Puente de piedra que da paso a Logroño



Albergue de la Parroquia de Santiago el Real, Logroño
La iglesia de Santiago el Real constituye una de las paradas de los peregrinos. Fechado en el siglo XVI, es el templo más vinculado a la ciudad. En él se reunía el concejo municipal y se guardaba el archivo. La fachada, concebida a modo de arco del triunfo (siglo XVII), está decorada con dos esculturas del santo, uno con hábitos de peregrino y un Santiago Matamoros.
La iglesia consta de una única nave en salón, sin columnas y de amplias dimensiones.
Retablo mayor del s. XVII, relicario del XVIII; también destacan su órgano, rejería e imagen de la patrona de la ciudad, la Virgen de la Esperanza.
Junto a la iglesia encontramos la fuente de Santiago, también llamada «de los peregrinos», ya que aquí podían pararse a descansar y refrescarse.



Catedral de Logroño, Santa María la Redonda.

La Rúa Vieja y la Calle Mayor fueron las que utilizaron los peregrinos para atravesar esta villa, no sin antes detenerse ante la iglesia de Santiago el Real –con una imagen del siglo XVII que representa la aparición del Apóstol en Clavijo-, la de Santa María del palacio, la de San Bartolomé, del siglo XIII estas dos y la Catedral de Santa María de la Redonda, un hermoso templo gótico coronado por dos torres barrocas.
            Aunque fuera del camino, conviene recordar que Clavijo está sólo a 17 km. Aquí venció Ramiro I de Asturias al cordobés Abderramán II el 23 de mayo de 844 y, según la leyenda, la intervención milagrosa de Santiago “matamoros” fue decisiva.
            La N-120 continúa el itinerario jacobeo, aunque sólo de una manera aproximada. Los peregrinos, al salir de Logroño, tomaban la vía de Fuenmayor o bien se desviaban en dirección a Entrena, es decir que llegaban a Navarrete por dos caminos algo más largos que la actual carretera. Poco antes de entrar, a la derecha, quedan las ruinas de un antiguo hospital del siglo XII. La Calle Mayor, pasando junto a la iglesia de la Asunción, sigue el mismo trazado que impuso la peregrinación. A la salida, el viajero encontrará la portada del hospital que quedó atrás presidiendo el cementerio de Navarrete. Se trata de una obra románica en la que aparece representada una leyenda del ciclo de Roldán, quien por cierto, gozó en estas tierras de especial popularidad. Cerca de aquí, en un lugar llamado el “Poyo de Roldán”, se dice que tenía su castillo el gigante Ferragut, descendiente de Goliat, quien guardaba prisioneros a unos caballeros cristianos. Roldán, desde un cerro vecino, lanzó una piedra de dos arrobas a la frente del gigante mientras éste dormía a la puerta de su fortaleza, liberando así a los guerreros.

Poyo de Roldán”

Nájera fue una etapa del Camino a partir del año 1030 en que Sancho el Grande decide desviar el itinerario de los peregrinos. Su hijo García IV mandó edificar el monasterio de Santa María y un albergue, fijando ya su carácter de ciudad de peregrinaciones.

Monasterio de Santa María, Nájera

El Camino cruzaba el Najerilla y se desviaba a la izquierda para pasar frente a Santa María la Real, un magnífico templo gótico edificado sobre otro anterior a principios del siglo XV. El claustro y el sepulcro de Doña Blanca, el de Diego López de Haro, el Panteón de los Reyes y el Coro son piezas maestras de su época.

De nuevo recordamos al viajero que se encuentra relativamente cerca de dos santuarios San Millán de la Cogolla y Valvanera, que, ajenos a la peregrinación, si tuvieron un enorme peso en la España cristiana medieval. A la salida de Nájera, el Camino seguía en línea recta hacia Azofra. En la actualidad, lo más confortable es seguir la carretera tomando la desviación a la izquierda que conduce hasta, un pueblo que contó con un hospital y una iglesia –la de San Pedro- destinada a dar sepultura a los peregrinos.
            Poco después de Azofra, el Camino coincidía con el trazado de la carretera que conduce hasta Santo Domingo de la Calzada a 13 kilómetros, una de las etapas más importantes del Camino, que atravesaba la villa de parte a parte, aunque la construcción de la Catedral y el Sepulcro del Santo se alzarían justamente en medio de la vía interrumpiendo el paso de los peregrinos.

trata de una de las catedrales con más historia de todas de las que hay en España. La original románica, fue construida en el año 1098. Es una iglesia muy popular debido a que se trata de un punto clave de peregrinaje en el Camino de Santiago. La catedral contiene en su interior los restos de Santo Domingo. Santo Domingo, no era de buena familia, y ningún claustro lo quería en sus filas por no tener estudios ni nombre que le avalase. Sin embargo, llegó a ser mano derecha del Obispo de Ostia (quien le haría sacerdote) y acabó siendo uno de los referentes del catolicismo. Fue un excelente ingeniero que dedicó su vida a realizar obras para facilitar el paso de los peregrinos por estas tierras; tendió un puente que salva el río Oja y la calzada que une su ciudad con Redecilla, levantó una iglesia y un hospital (convertido hoy en parador de turismo)

La cripta fue realizada en 1938, y alberga el sepulcro relicario del santo fundador. Unas escaleras proporcionan el acceso a la cripta, una vez en ellas encontramos un gran arco que da paso al Sepulcro relicario, flanqueando este arco encontramos las esculturas de San Pedro y San Juan, son de la época tardo románica. Tras el sepulcro, otra escultura, en donde se representa al santo fundador con un cautivo liberado a sus pies.

En un brazo del crucero, frente al sepulcro del Santo, el gallo y la gallina ocupan un lugar preeminente en la catedral; se trata del Sacro Gallinero, una peculiar obra del gótico del siglo XV.
“Santo Domingo de la Calzada donde cantó la gallina después de asada”

Una de las leyendas más extendidas del Camino es precisamente la que se refiere a un milagro obrado por el Santo unos trescientos años después de su muerte. Al parecer, un muchacho que viajaba con sus padres hacia Compostela rechazó los ofrecimientos de una de las criadas de la posada en que se alojó, la cual escondió en su equipaje una copa de plata para vengarse, acusándole de robo. El juez condenó al inocente a la horca, y sus padres marcharon a visitar la tumba del Apóstol. A su vuelta se detuvieron ante el patíbulo, descubriendo que su hijo se encontraba vivo y en buena salud. Fueron inmediatamente a avisar al corregidor, al que encontraron dispuesto a sentarse a la mesa ante un gallo y una gallina bien cocinados. Su incredulidad le hizo exclamar que, si el joven estaba vivo, aquellas aves se podrían a cantar en su plato y, en efecto, “en santo Domingo de la Calzada cantó la gallina después de asada”. Desde entonces en la catedral sigue habiendo un gallo y una gallina de plumaje blanco en memoria de aquel portento.
            La Catedral es un magnífico edificio iniciado a mediados del siglo XII y concluido ya en época gótica, que conserva, entre otras valiosas obras de arte, el mausoleo del santo y un retablo mayor que conviene observar con atención. La hospedería que fundara Santo Domingo fue reconstruida en el siglo XIV y transformada recientemente en Parador de Turismo.

De Santo Domingo de la Calzada a Sahagún

Esta etapa, algo más larga que la anterior, transcurre en buena parte por la N-120.
            Todavía en La Rioja, la calzada de Santo Domingo atraviesa Grañón por la calle de Santiago y la Calle Mayor. Inmediatamente, el itinerario entra en tierras de Burgos, por Redecilla del Camino que tuvo también un hospital de peregrinos y conserva el trazado de la peregrinación en la Calle Mayor, un eje en cuyo centro se alza la iglesia. A dos km., está Castildelgado, en donde se fundó en el siglo XII un hospital y la iglesia de Nuestra Señora la Real del Campo.


Poco más adelante a la izquierda, el viajero encontrará Viloria, cuna de Santo Domingo. La iglesia conserva la pila en la que fue bautizado el Santo.



Belorado, a ocho kilómetros fue también una villa formada por un núcleo castellano y otro franco, y estuvo también dotada de hospital para peregrinos. Las iglesias de Santa María y San Pedro conservan imágenes de Santiago representado como caminante y guerrero.
            Tosantos, Villambistía y Espinosa del camino son también etapas de la ruta compostelana. A la salida de éste último, a la derecha de la carretera, el conserva el ábside de San Felices, procedente de un monasterio mozárabe fundado en el siglo IX.

Santa Maria de Belorado

Muy cerca está ya Villafranca de Montes de Oca, cuyo nombre evoca el origen franco de sus primeros pobladores. Fue muy conocida en la Edad Media y aparece citada en algunas crónicas de la peregrinación, principalmente por la existencia del Hospital de la Reina –o de San Antonio Abad-. La iglesia de Santiago, conserva una pila de agua bendita formada por la cocha más grande de las que se encuentran a lo largo del Camino. A la salida de la población, junto a la ermita de la Virgen de Oca, encontrará el viajero un manantial utilizado por los romeros medievales.


Ubicado en el antiguo hospital de peregrinos, mandado construir en el siglo XIV (1377) por la Reina de Castilla Doña Juana Manuel, esposa del Rey Enrique II, para el servicio de los pobres y de las personas que pasaban por Villafranca Montes de Oca.

Pila de agua bendita, la concha de una vieira gigante, dicen que fue traída de Filipinas.

Ermita de la Virgen de Oca.

A 12 km., se encuentra en monasterio de San Juan de Ortega.

En el siglo XII San Juan de Ortega (Juan de Quintanaortuño), discípulo de Santo Domingo de la Calzada, se consagró a reparar la calzada de los peregrinos y fundó el Monasterio, que hoy lleva su nombre, para acoger a los caminantes en los Montes de Oca. Para ello estableció una comunidad de Canónigos Regulares, en el lugar donde más tarde sería enterrado. Así lo demuestra un bello sepulcro románico, al que Isabel la Católica añadió un mausoleo.
A partir de aquí, el Camino se dirige a Burgos por varios itinerarios, ninguno de los cuales coincide exactamente con el trazado de la actual carretera. La entrada en la ciudad la efectuaban los peregrinos por la calle de las Calzadas y proseguía por la de San Juan, la de los Avellanos y la de Fernán González, hasta desembocar en la catedral, cuya construcción iniciada en 1221, pudieron seguir los santiaguistas, que año tras año se detenían en Burgos. Sin poder detallar todos los tesoros artísticos que guarda este magnífico templo gótico, advertimos al viajero que encontrará algunos recuerdos de la peregrinación con la Capilla de Santiago como su mayor exponente. Además de la Catedral, el viajero tiene muchas visitas prácticamente obligadas en Burgos. La iglesia de San Lesmes, contiene el sepulcro del santo titular, un monje de origen francés que vivió dedicado a los deberes de la hospitalidad con los peregrinos.
El Cimborrio.
Todos los burgaleses conocen su leyenda, que afirma que en la Edad Media, un acaudalado comerciante de origen burgalés, en uno de sus viajes por Alta Mar, encontró casualmente un arcón en el que se encontraba la divina imagen del Crucificado. Recogiéndola de las aguas, la llevó hasta su Burgos natal y allí la depositó en el convento de los Agustinos, afirmándose que las campanas “doblaron por sí solas a la entrada del Cristo en la Iglesia”. Desde entonces la fama milagrosa del Señor se extendió y el pueblo burgalés lo incardinó en el centro de su devoción. Con la exclaustración del convento agustino con las reformas de los gobiernos liberales, el Cristo pasó a la Catedral de Burgos, en donde se conserva y se venera hasta hoy.
El llamado SANTO CRISTO DE BURGOS es una talla del siglo XIV y de autor anónimo que ha inspirado un elevado número de réplicas y cuadros que se encuentran en varios países, hasta el punto de que ha pasado de ser el Cristo de San Agustín a conocerse como el Cristo de Burgos
El Santo Cristo de Burgos pertenece al grupo iconográfico constituido por los crucifijos articulados, cuya característica principal es su capacidad para mover los brazos y piernas. La existencia de estas imágenes se explica en relación con la liturgia medieval, concretamente con las ceremonias que se celebraban el Viernes Santo.
Los  análisis que se realizaron hace unos años, permitieron determinar que el pelo y las uñas de la escultura son naturales y, la leyenda dice que crecen constantemente. La imagen, realizada en madera, como se ha dicho es articulada y cada una de las articulaciones está cubierta de piel curtida de animal, igual que la herida del costado, lo que contribuye a su originalidad. En sus pies, cinco huevos de avestruz traídos a Burgos desde África por un comerciante local.

El Santísimo Cristo de Burgos.

Sin olvidar también el Alcázar, la iglesia de Santa Águeda o la Casa del Cordón, no dudamos en aconsejar la visita a la cartuja de Miraflores y al monasterio de las Huelgas Reales.

Santiago en la catedral de Burgos

Sepulcro en la Cartuja de Miraflores

El Retablo Mayor es una de las joyas del arte europeo tardogótico. Fue a finales de diciembre de 1499, cuando Gil de Siloe dejó definitivamente asentado esta majestuosa obra de la Cartuja de Miraflores.


EL MONASTERIO DE LAS HUELGAS REALES  fue fundado por los reyes don Alfonso y doña Leonor bajo la advocación y dedicada a Santa María, en 1180, y tuvo como finalidad la de servir de descanso o reposo (“huelga”) a los monarcas tanto en vida como tras la muerte, ya que se hicieron depositar en sus naves los sepulcros de ambos y de varios miembros de la familia regia, otra finalidad era la que fuera lugar de retiro espiritual de las damas de la alta sociedad y nobleza.
No obstante hay otra teoría que señala que el edificio se alzó en una finca dedicada a la cría de animales no destinados al consumo o a la caza, es decir, a animales “de huelga”, de ahí el nombre del monasterio.  Este conjunto, como en su fundación hace 700 años, está compuesto de iglesia, monasterio y dependencias de clausura para monjas cistercienses.

Saliendo de Burgos en dirección a Madrid, y desviándose bastante del Camino, el viajero encontrará el monasterio de Santo Domingo de Silos, cuyo claustro es quizá una de las piezas más estudiadas de nuestra cultura románica por resumir una larga serie de influencias exóticas y también por constituir uno de los repertorios en que tomó cuerpo con innegable originalidad el arte medieval.

Hodie si vocem eius audieritis, nolite obdurare corda vestra (ex Regula Sancti Benedicti, Prologus)

Claustro románico de Silos


Monasterio Santo Domingo de Silos

De nuevo en Burgos, conviene salir en dirección a Palencia y desviarse, al cabo de un breve trecho, por la N-120, siguiendo los indicadores de León. Muy pronto se llega a Tardajos y Rabé de las Calzadas. Desde aquí el Camino alcanza Hornillos, prosiguiendo hasta Hontanar y Castrojeriz. Para el viajero actual, lo más sencillo es dar algunos rodeos entrando y saliendo de la N-120 por las carreteras comarcales que arrancan de ella.

            Al cabo de once km., arranca a la izquierda la desviación hacia Hontanar. A la salida hacia Castrojeriz se encuentra el convento de San Antón, edificio gótico en el que se atendían a los caminantes. Castrojeriz está ya muy cerca. A los pies del cerro que corona el castillo, el pueblo traza la misma línea curva que seguían los peregrinos bordeando la colina. En la antigua colegiata de Santa María del Manzano, se conserva un apreciable tesoro artístico, en el que destaca la talla medieval de la Virgen titular, el retablo mayor dieciochesco, un óleo de Carduccio de principios del siglo XVII que representa a San Jerónimo y una espléndida copia del Descendimiento del Bronzino. La iglesia de Santo Domingo y la de San Juan merecen una visita.
            A la siguiente etapa del Camino se llega por las carreteras comarcales que unen Castrojeriz con Frómista. Itero del Castillo, a la sombra de una vieja fortaleza; el puente que cruza el Pisuerga e Itero de la Vega, son hitos de la ruta compostelana. En esta última población se venera un Santiago peregrino en la ermita de la Piedad. En Bobadilla del camino también muy cerca, conviene visitar la iglesia de Santa maría, de los siglos XV y XVI. Finalmente, Frómista aparece ante el viajero como una de las etapas que conviene recorrer con cierta calma. La iglesia de San Martín es uno de los mejores ejemplos del románico jacobeo. En ella se observa, formando bandas horizontales, el ajedrezado que, inaugurado en Jaca, llegaría a ser casi una seña de identidad del arte de la peregrinación. Por lo demás, puede ser considerada como uno de los prototipos del arte medieval hispano.

Colegiata de Santa María del Manzano, Castrojeriz
Fundada en el siglo IX y reconstruida en estilo románico ojival, gótico de transición, a comienzos del siglo XIII (1214). En el siglo XV sus bóvedas fueron reformadas al estilo gótico. En el siglo XVIII, se construyeron la capilla de la Virgen del Manzano, la cripta para enterramiento de los condes un nuevo ábside y la elevación de la torre, de estilo neoclásico. Se encuentra en la localidad de Castrojeriz, Burgos, España.

Situada en pleno Camino Jacobeo, Frómista es referente obligado en el románico palentino y español merced a su iglesia de San Martín. Es la iglesia del monasterio benedictino que fundara doña Mayor, condesa de Castilla y viuda de Sancho III el Mayor rey de Navarra. Existen documentos de 1066, "mandas testamentarias", en las que la citada doña Mayor lega fondos para su edificación.
El estilo de Frómista representa la plenitud del modelo Jaqués, edificada con un claro programa y sin interrupciones, lo que se aprecia en la coherencia de sus volúmenes. Junto con Santiago de CompostelaSan Isidoro de León y Jaca  representa la cumbre del arte románico español del S XI.
Los monarcas encabezados por el ya desaparecido Sancho III el Mayor: Sancho IV en Navarra, Ramiro I y Sancho Ramírez en Aragón y Navarra, Fernando I y Alfonso VI en León y Castilla son los que en acertada expresión de García Guinea edificaron por si mismos o por sus familiares el "Románico Dinástico", el más importante y bello románico del S XI español

Santa María del Castillo –con un espléndido retablo mayor-, San Pedro y la ermita de Santiago son otras tantas huellas de la grandeza de Frómista, en donde confluía el ramal del Camino que descendía desde Santander por Reinosa y Cervatos. El antiguo hospital de Palmeros ha sido convertido en hospedería.

            Una carretera comarcal de 13 km., une Frómista con Villalcázar de Sirga. En Población de campos donde hubo también un hospital de peregrinos, quedan dos ermitas románicas. Villovieco y Villarmentero de Campos conservan recuerdos jacobinos en la iglesia de Santa María y en la de San Martín de Tours. Más adelante se encuentra Villalcázar de Sirga, tal como se la conoce en las crónicas medievales, un pueblo presidido por la iglesia de Santa María la Blanca.

Iglesia de Santa María la Blanca, Villalcázar de Sirga.




La iglesia de Santa María la Blanca de Villalcázar de Sirga (Palencia, Castilla y León, España), es un templo-fortaleza cuya construcción se inició a finales del siglo XII, en la transición del románico al gótico, y se terminó en el siglo XIV. Constituye uno de los tesoros más impresionantes del Camino de Santiago, del que ha sido uno de sus centros religiosos más importantes, y estuvo vinculado a la Orden del Temple, muy presente en la zona y encargada de la protección de los peregrinos.

Carrión de los Condes a siete km., es una de esas viejas ciudades del reino de León que han sabido mantener casi intacta una cierta atmósfera épica. Pero el recuerdo del Camino es también palpable en muchos rincones. La ruta jacobea atravesaba Carrión describiendo una línea quebrada. Al entrar desde Frómista queda a la izquierda, en primer lugar el convento de Santa Clara, procedente del siglo XIII.


Convento de Santa Clara, siglo XIII.
Hay una tradición que cuenta que el monasterio de Santa Clara de Carrión fue fundado en 1231 por unos discípulos de Santa Clara de Asís, con ocasión de un peregrinaje a Compostela. En 1255 el papa Alejandro IV (1254-1261) autorizó el traslado de esa comunidad a un lugar más cerca de la población. Mencía López de Haro, sobrina de Fernando III de Castilla se encargó de facilitar ese traslado, haciéndose cargo, como protectora del cenobio, de la compra de una antigua iglesia y adaptarla para la comunidad de las clarisas. Una bula del papa Clemente IV, de 1266, daba el visto bueno al traslado.

Románico siglo XII
Muy cerca se encuentra Santa María del Camino.

A la salida de Carrión conviene detenerse en el monasterio de San Zoilo, y dedicar una atenta visita al magnífico claustro plateresco, una de esas piezas del Renacimiento español que adaptan las líneas del gótico a una composición totalmente ajena a los gustos medievales.

En el año 948 el abad Teodomiro, que vivía en el actual emplazamiento con una pequeña comunidad de monjes, concluye la redacción del libro del Becerro o de fundación de cenobio que recibe el nombre de San Juan Bautista o San Juan tras el Puente.
Este monasterio cambió de advocación en el siglo XI con la llegada desde Córdoba de las reliquias del mártir San Zoilo por los Condes de Carrión, Don Gómez Díaz y su mujer la infanta de León Doña Teresa Peláez, los cuales promueven la construcción del monasterio, que  en 1076 ceden a la orden de Cluny.
El monasterio fue centro religioso y político de 1º orden donde se celebraron concilios y Cortes. También sirvió como residencia de reyes, incluso algunos fueron armados allí caballeros. Ya en la Edad Media fue centro de peregrinación.
A partir de mediados del s. XIII y durante  dos centurias, diversas circunstancias provocaron su declive económico y espiritual. A partir de mediados del s. XV, el Monasterio de San Zoilo se independiza de Cluny y se integra en la congregación Benedictina de San Benito el Real de Valladolid. Por aquella época se destruye el claustro antiguo y se construye el actual con la pretensión de grabar en la piedra el transcurso y la importancia de los Benedictinos a través de los siglos y de la historia.

La iglesia de Nuestra Señora de Belén, gótica, debe de ser también visitada. Fuera ya de la ciudad, el viajero descubrirá a la derecha las ruinas de la abadía de Benevívere, fundada en el siglo XII y muy ligada a las necesidades de la peregrinación. Sin abandonar la N-120, el trayecto hasta Sahagún (43 km.) atraviesa algunos enclaves interesantes, Calzadilla de la Cueza, Ledigos, Terradillos de Templarios y Moratinos son poblaciones que nacieron y se desarrollaron al hilo de la devoción jacobea, y en todas ellas se conservan recuerdos de la Edad Media.
            En Sahagún terminaba la séptima etapa de la guía contenida en el Códice Calixtino y que correspondía a los Santos Facundo y Primitivo. El autor de la guía situaba aquí uno de los episodios más conocidos de la leyenda de Carlomagno, protagonizado por el emperador y el gigante musulmán Aigolando. Se decía que las lanzas de los guerreros cristianos florecieron en las riberas del Cea. Quizá las hileras de chopos inspiraron esta versión mágica. Normalmente, las supuestas gestas de Carlomagno tenían como marco aquellos lugares en que se había asentado la Orden francesa de Cluny. Sahagún no es una excepción, ya que su esplendor medieval dependía en gran medida de la abadía de San Facundo, fundada por los “monjes negros” en el siglo XII y hoy reducida a unas pobres ruinas. Las iglesias de San Tirso y San Lorenzo, que se cuentan entre lo mejor de la arquitectura de los mudéjares; San Juan, La Trinidad y la iglesia de la Peregrina son lo más destacable de esta antigua ciudad, que figuró entre las más prósperas y bulliciosas del Camino. A unos cinco km., del casco urbano fuera de la ruta de Santiago, se encuentra San Pedro de las Dueñas, un buen edificio románico.

De Sahagún a Villafranca del Bierzo

            El primer tramo del Camino en la provincia de León transcurre por una ruta sólo relativamente apta para automóviles que une Bercianos del Real Camino Francés y el Burgo Ranero con la N-601 a la altura de Mansilla de las Mulas. Los viajeros que prefieren las carreteras asfaltadas pueden ir por la nacional que une León y Valladolid saliendo de Sahagún en dirección a Mayorga y tomar a la derecha las sucesivas derivaciones que desembocan en los pueblos de la peregrinación. A Bercianos del Real Camino se puede llegar, sin embargo, directamente desde Sahagún.
            En Mansilla de las Mulas todavía está en pie una parte de las murallas medievales. Fue una ciudad profundamente ligada a la peregrinación y contó en otros tiempos con cuatro hospitales, dos conventos y siete iglesias.

Plaza de Mansilla de las Mulas

Ermita de la Virgen de Gracia. Se construye en 1220 y se cierra al culto en 1787. Data de finales del  siglo XIV y su imagen comenzó a venerarse en esa misma época. Era un edificio pobre y pequeño, de planta rectangular, de tapial y adobe, y un pobre campanario.

A partir de aquí, el trayecto hasta León coincide con la N-601, aunque conviene desviarse poco después de abandonar el casco urbano hacia el monasterio mozárabe de San Miguel de Escalada a 12 kim. La Iglesia de San Miguel de Escalada esta sita en un lugar donde ya había algún tipo de culto en el s. IV y V del cual se han hallado restos arqueológicos y que luego fue reutilizado en época visigoda.
La fundación del Monasterio de Escalada se podría fechar en el 913 en que un grupo de monjes que huían del Califato Cordobés, encabezados por el Abad Alfonso y protegidos por la corona astur, se establecieron ahí e iniciaron el proceso de reconstrucción del antiguo templo y de construcción de las dependencias monásticas. Ubicado en el Camino de Santiago, San Miguel fue construido en un plazo de tiempo cortísimo para la época, apenas 12 meses; y ello fue debido a la reutilización de materiales y elementos arquitectónicos de época romana y visigoda, y a que en su construcción  la mano de obra fueron los mismos monjes y algunos seglares que se trasladaron con sus familias a tierras de Escalada y colaboraron con ellos. Apoyados por Garci I que les entrego nuevas tierras la iglesia fue consagrada por el Obispo Genadio de Astorga, artífice también de la construcción de la iglesia de Santiago de Peñalba.


La siguiente visita es ya León, en donde culmina la octava etapa del Códice Calixtino y una de las principales ciudades de la Edad Media cristiana. Nuestro consejo para reconstruir el itinerario de los santiaguistas consiste en dejar el coche poco después de pasar el Puente del Castro y penetrar en el casco antiguo por la calle Miguel Castaño hasta la iglesia de Santa Ana. Poco más adelante se alzan la iglesia de Santa María del Mercado y el convento de la Concepción. Se trata de un convento de monjas concepcionistas fundado en León por iniciativa de Leonor de Quiñones, persona vinculada a la corte de la reina Isabel de Portugal, esposa de Juan II de Castilla. Cuando la reina murió, la fundadora se retiró para vivir en comunidad con otras mujeres,. Más adelante, en 1516, fundó el convento en su casa familiar en León, el establecimiento recibió bienes y beneficios que le permitieron su desarrollo e incluso fundó desde aquí las casas nuevas de Ponferrada (1524) y Villafranca del Bierzo (1543).

Convento de la Concepción, León.

La Rúa –una bonita calle medieval- desemboca en la plaza de San Marcelo, un hermoso conjunto presidido por la iglesia del mismo nombre. Desde aquí, el Camino prosigue hacia la Catedral y, haciendo un quiebro a la izquierda, hasta la Colegiata, un templo cuya visita representaba para los peregrinos uno de los principales hitos del largo viaje.
            La Catedral requeriría explicaciones muchos más extensas, de las que pueden contener estas páginas. Baste decir que constituye el ejemplo más purista del gótico en tierra española. Fue construida en el siglo XIII, casi como una lección constructiva del nuevo arte que sustituía los pesados muros de piedra por grandes vitrales que transmitían al interior una expresiva iluminación. Llamamos la atención del viajero sobre la imagen de Santiago que figura a la izquierda de la Virgen Blanca, en la portada principal. La tradición exige que los peregrinos posen sus manos sobre la desgastada columnilla que le sirve de pedestal.
            La Colegiata de San Isidoro es, a su vez, el monumento más completo del arte románico. El viajero retrocede más de un siglo con respecto a la Catedral para encontrar en el Panteón Real un espléndido museo de pinturas murales y una muestra de la arquitectura y escultura románica. La Puerta del Perdón, finalmente esculpida por el mismo maestro Esteban, era para los peregrinos, la última imagen de la Colegiata. Desde allí salían por la calle de la Renueva y se dirigían hacia el convento de San Marcos, un palacio renacentista en cuya decoración aparecen las conchas de vieira como una imagen emblemática que había de resultar bastante familiar a los santiaguistas. Un Santiago matamoros decora el cuerpo central de la bellísima fachada. El hospital para peregrinos, mucho menos suntuoso, aparece junto al convento que edificaron, en tiempos de los Reyes católicos, los caballeros de la Orden de Santiago.


La Virgen Blanca, a su izquierda Santiago


Las vidrieras de la catedral de León, que comenzaron a realizarse en el siglo XIII, son resultado de un trabajo que se prolongó durante cientos de años. Y aunque apenas se conserva documentación sobre dicho trabajo, se cree que los primeros vidrieros que trabajaron en la catedral eran franceses.

Por otro lado están los Rosetones: el de la fachada occidental, que hace referencia al Juicio Final y se sitúa justo por donde se pone el sol; la del transepto del Evangelio, que muestra a Jesucristo rodeado de doce reyes del Antiguo Testamento; y la dl transepto de la Epístola, que representa a la Virgen María junto a diversos símbolos marianos.

Colegiata de San Isidoro, León.

La primera edificación conocida, ubicada ya en el mismo solar que hoy ocupa, adosada a la muralla romana de la Legio VII Gemina en su lado noroeste, fue un monasterio fundado por el rey Sancho I de León hacia el año 956 para albergar los restos de san Pelayo, niño mártir en Córdoba en el año 925, construido junto a otro templo dedicado a san Juan Bautista para alojar la supuesta reliquia de la mandíbula del santo, seguramente un baptisterio, quizá fundado a mediados del siglo IX, durante el reinado de Ordoño I, sobre un solar en el que podría haber estado un templo romano dedicado a Mercurio. 
De todos modos, Sancho I murió sin haber logrado el traslado de los restos del santo desde Córdoba a León, siendo su hermana, doña Elvira Ramírez, la que, por fin, lo consiguiera. Regente durante la minoría de edad de don Ramiro III, abadesa del monasterio femenino de San Salvador de Palat del Rey de la ciudad, sede del Infantado de León, opta por trasladar la comunidad al nuevo cenobio, momento en el que el Infantado cambia su denominación por el de San Pelayo.

Panteón Real de San Isidoro, León

Puerta del Cordero
Esculpido en mármol blanco representa el sacrificio de Isaac con el cordero místico sujeto por dos ángeles y a ambos lados otros dos ángeles portadores de los símbolos de la Pasión de Cristo. En la Hispania mozárabe era muy común representar esta escena en lugar de la de Cristo crucificado. A la derecha se observa a Sara en la puerta de la tienda y los dos sirvientes que tomó Abraham, uno montado a caballo y otro que se descalza, porque va a pisar un lugar sagrado. Abraham también descalzo escucha la voz que llega del cielo, simbolizada en la “Dextera Domini”. El cordero del sacrificio está en un matorral y detrás de él un ángel que habla. Es una representación que concuerda con el texto del Génesis, exceptuando la figura de Sara. En el lado izquierdo hay otras dos figuras del Génesis: Ismael, representado como tirador de arco, y su madre Agar.

Puerta del Perdón.
Atribuida al maestro Esteban, recibe este nombre por servir de entrada a los peregrinos que se dirigían a Santiago. Tiene una organización arquitectónica simple con abocinados y con arcos de rosca. Las arquivoltas no tienen decoración, excepto la última que está decorada con taqueado jaqués. En el Tímpano aparece una decoración fragmentada. Lo normal es que desarrolle una escena pero esta tiene varias, como si fueran viñetas separadas pero todas relacionadas con la Pasión de Jesucristo.

Convento de San Marcos, hoy Parador,  León

Cruzando el Bernesga, el viajero encontrará la N-120 en dirección a Astorga. Los 40 km., de este tramo transcurren cómodamente por la carretera, que deja a su paso los pueblos de la ruta de Santiago. El Santuario de la Virgen del Camino –un edificio moderno- aparece en primer lugar, aunque la devoción que le dio origen es posterior a los mejores tiempos de la peregrinación.

Santuario de la Virgen del Camino.

A la altura del Hospital de Órbigo se descubre, a la derecha, el puente de Órbigo, uno de los más importantes de la ruta.

Puente de Órbigo. Se trata de un puente del siglo XIII que sirvió y sirve aún de paso hacia Santiago de Compostela en la ruta de los peregrinos. La leyenda cuenta que en este puente un caballero leonés se enfrentó en duelo a los extranjeros que quisieran atravesarlo para deshacer una promesa de esclavitud con su amada Doña Leonor, por la que tendría que ayunar cada jueves y llevar al cuello una pesada argolla de hierro. Debía romper 300 lanzas. No lo logró pero los jueces de la Justa recompensaron a Don Suero liberándole de su argolla. Por ese motivo, el puente es conocido como “Passo Honroso”.

Astorga queda muy cerca rodeada de murallas contó, según las crónicas medievales, con 22 hospitales para peregrinos dispuestos a acoger a los que llegaban por el “camino francés” y los procedentes de la “vía de la plata” y de Portugal. Hoy sólo se conserva el llamado “Hospital de Astorga”, situado junto a la catedral, un templo gótico precedido de una imponente fachada barroca.

Palacio Episcopal de Astorga Proyectada por Antonio Gaudí es una de los atractivos de la capital de la Maragatería. La obra fue empezada por el genio de Reús pero no la pudo acabar ya que fue apartado del proyecto al morir el obispo que le contrató. La obra fue finalizada por Ricardo García de Guereta.

Farmacia del Hospital de San Juan Bautista

Retablo Catedral de Astorga

El Palacio Episcopal y la Catedral desde fuera de la muralla 
La Muy Noble, Leal y Benemérita Astorga, situada en un cerro entre los ríos Tuerto y Jerga a unos cuarenta kilómetros al oeste de León, es diócesis arzobispal desde mediados del siglo III, en tiempos del obispo Basílides, la capital tradicional de la comarca de la Maragatería y sus arrieros, Su origen fue un campamento militar de la Legio X Gemina romana, asentado en ese enclave para proteger el territorio conquistado a los astures tras las Guerras Cántabras que terminó derivando en capital administrativa del conuentus Asturum de la provincia Tarraconensis, aunque más tarde, con la organización del territorio realizada por Augusto entre los años 24 y 14 aC., terminadas las conquistas en el noroeste peninsular, pasó a formar parte de la provincia Gallaecia y fue convertida entre el 15 y 20 dC. en Asturica Augusta por su importancia comercial debido a la explotación de las minas de oro de La Médulas, pues en ella se concentraba el metal hasta su traslado a Emerita Augusta a través de la Vía de la Plata y a los puertos del sur de la península para terminar llegando a Roma, por su importancia estratégica al estar atravesada por las vías que la unían con Braga, Lugo, Zaragoza, Zamora, Salamanca… y por su importancia política como residencia del legado jurídico y del procurador provincial.

Virgen de la Milagrosa en el trascoro

La Arqueta de san Genario fue regalada por Alfonso III y su esposa, la reina Jimena, en el siglo X a este obispo de Astorga enterrado en San Miguel de Escalada y es una de las piezas más destacadas conservadas de orfebrería prerrománica. Tiene alma de madera con forma de prisma rectangular con tapa de artesa y está chapada en plata y plata sobredorada con arcos de medio punto que alojan ángeles, formas vegetales y los símbolos de los evangelistas Lucas y Juan en una Adoración del Cordero místico según modelos tomados de miniaturas del siglo X. También cuenta con una inscripción en la que se lee “ADEFONSVS REX / SCEMENA REGINA”, los nombres de los donantes.
Cerca de la iglesia de San Pedro arranca la carretera comarcal de unos 50 km., que conduce a Ponferrada por Santa Colomba, atravesando el Valle del Silencio y, que coincide casi exactamente con el Camino.

Buscando un lugar lejos del ruido del mundo fue como llegaron hasta aquí los monjes, hace ya más de mil años. Fundación tras fundación, llegó a ser tal el número de monasterios y tan activa la vida religiosa, que la zona ha merecido el título de Tebadia Berciana.
A su paso por la maragatería, Valdeviejas, Rabanal del Camino y Foncebadón (por la calle Real superponiéndose a la ruta jacobea en estos dos últimos) conservar algún resto medieval y merecen un paseo entre sus viejas casas, que podrían servir para ambientar las historias del Códice Calixtino. A la salida de Foncebadón se alza la Cruz de Ferro sobre un montón de piedras al que una tradición que se remonta a la época romana requiere que los caminantes arrojen una piedra más. El Acebo conserva en su parroquia una interesante imagen de Santiago peregrino. En Molinaseca sigue habiendo una calle Real y un antiguo hospital. Más adelante, muy cerca, el viajero encuentra ya Ponferrada.
            El origen de esta ciudad está precisamente en la Puente Ferrada que mandó construir un obispo en el siglo XI para franquear el paso de los peregrinos. Más adelante, entre los siglos XI y XIV, se alzaría el castillo de los templarios, también junto al Sil, probablemente para reforzar la seguridad del Camino.

Puente romano sobre el río Boeza, Ponferrada
Castillo de los Templarios, Ponferrada

A finales del siglo XV, los Reyes Católicos ordenaron edificar el Hospital de la Reina cerca de la fortaleza. La Basílica de Nuestra Señora de la Encina se inició algo más tarde para conmemorar una aparición de la Patrona del Bierzo; el convento de las concepcionistas, siglo XVI, la Torre del Reloj y el Ayuntamiento acabarían configurando una próspera ciudad del Camino.

Según la tradición, la imagen actual de la Virgen de la Encina la trajo Santo Toribio, cuando era arcediano, desde Jerusalén a Astorga en el año 442. Estuvo en la capital de la diócesis hasta las invasiones sarracenas, cuando en el siglo VIII por miedo a que cayera en manos de los infieles la ocultaron en una encina del bosque berciano, donde permanecería varios siglos hasta que, a finales del siglo XII, unos hombres que estaban cortando madera para la construcción de la fortaleza templaria de Ponferrada la encontraron al talar uno de los árboles. Y allí, en el mismo lugar, le construyeron un templo que pusieron bajo su devoción, convirtiéndose desde entonces en la patrona de la villa.

Desde Ponferrada hasta Villafranca del Bierzo, 21 km., la ruta prosigue por la N-VI. En Cacabelos conviene visitar la ermita de San Roque (un santo peregrino, aunque no de Compostela, sino de Roma), la iglesia de Santa María y el santuario de la Quinta Angustia.
La fachada es enteramente de piedra, y en el interior se encuentran las imágenes de San Roque, San Gil de Casayo y San Herberto de Cerdeña, realizadas en madera policromada y procedente del Monasterio de Carracedo.
En su interior destaca también un interesante retablo de san Roque del siglo XVIII y un importante número de esculturas y pinturas.
En Villafranca del Bierzo termina la última etapa antes de alcanzar la tierra gallega. Villafranca es otra de las ciudades nacidas de la peregrinación, repoblada con francos y puesta bajo la sombra de un monasterio de Cluny. Cuando los peregrinos enfermos alcanzaban la iglesia de Santiago en el siglo XII, a la entrada del burgo, podían considerarse acreedores del jubileo, aunque, desde luego, también los que podían continuar el viaje debían detenerse en este oratorio.
Los peregrinos proseguían, con la fortaleza a su izquierda, hasta alcanzar la calle del Agua y salir de Villafranca por el puente que cruza el Burbia. En el casco urbano fueron surgiendo iglesias y hospitales: San Francisco, la Colegiata de Santa María del siglo XVI, el convento de la Anunciada, el de San Nicolás, y el Hospital de Santiago, hoy convertido en el Colegio de la Divina Pastora, merecen la visita de los viajeros.
De Villafranca del Bierzo a Santiago
A la salida de Villafranca del Bierzo, el viajero se encuentra ya prácticamente en la tierra gallega. El Camino remontaba el curso del Valcarce, entre la sierra de Ancares y la del Caurel; una pez traspasado el puerto de Piedrafita los peregrinos se consideraban ya a las puertas de la meta. Y precisamente en ese punto la peregrinación se separa de las carreteras nacionales para discurrir por comarcales que dejan a su paso aldeas y pueblos todavía inmersos en un paisaje medieval. Pereje, Trabadelo, Portela, Ambasmestas, Vega de Valcarce, Ruitelán, Herrerías y otros pequeños núcleos son una excelente manera de entrar en contacto con el espíritu medieval de la peregrinación. Poco después de remontar el puerto, el viajero encontrará el Cebreiro, en donde se conserva un núcleo de pallozas –primitivas viviendas muy semejantes a las que formaban los castros celtas- y también un bonito templo prerrománico fechado en los siglos IX y X. En él se conserva un cáliz, conocido generalmente como “el Santo Grial gallego”, en el que se realizó un milagro muy divulgado entre los peregrinos. Merece la pena también detenerse ante la imagen románica de Santa María la Real.

Santo Grial Gallego
            La misma carretera que trajo hasta aquí al viajero prosigue la ruta jacobea por Liñares, Hospital da Condesa y Padornelo hasta el Alto do Poio. Fonfría del Camino, Biduelo y Triacastela cerraban la oncena etapa. La siguiente se iniciaba en el monasterio de Samos uno de los centros culturales más conocidos en los primeros tiempos de la Edad Media.
            Sarria, presidida por una ruinosa fortaleza, conserva en su Calle Mayor un buen escenario del Camino. La iglesia del Salvador, románica y gótica, el Hospital de San Antonio y el convento de mercedarios constituyen lo más notorio entre las huellas de la peregrinación. Las iglesias de Barbadelo y Paradela, merecen una visita especial.
Abadía Benedictina de San Julián de Samos

Iglesia de Santiago de Barbadelo

Una preciosa Iglesia situada a tres kilómetros de Sarria, dependiente de este municipio. Dedicada al Apóstol Santiago, sus orígenes datan del siglo X-XI puesto que en el lugar se encontraba un monasterio. Junto a este monasterio se alzó la iglesia. A día de hoy es conservada parte de su originalidad románica pese a que en el siglo XVIII se sustituyó su ábside original por otro con formas rectangulares. Podríamos resaltar varias características de esta Iglesia como el torreón de la fachada, la portada que conserva su origen románico o los capiteles de las columnas y su pintoresca decoración.

Iglesia del Salvador

Nos encontramos en el centro de Sarria, cerca de los restos del Castillo de Sarria. Allí nos toparemos con una pequeña iglesia parroquial con rasgos de estilo románico y elementos góticos del siglo XIII. En su fachada destacan las portadas al igual que en su muro norte. La fachada está coronada con una espadaña del año 1860, y del mismo año se data la fuente situada en la misma plaza, conocida como Fuente de San Salvador.
Portomarín, un pueblo de origen medieval cuyos monumentos han sido trasladados con el resto de la ciudad a un nuevo enclave, ya que el primitivo quedó sumergido en el embalse del Miño. Las iglesias de San Pedro y San Nicolás, románicas, son lo más relevante de esta importante escala en el Camino.
            Desde aquí nuestro consejo es tomar la C-535 hasta enlazar con la regional que conduce a Lugo. Al cabo de unos 10 km., arranca, a la izquierda, la C-547, que conducirá al viajero directamente hasta Santiago. A 15 km., se encuentra Palas do Rei, se supone que el nombre de Palas de Rei procede de Pallatium Regis (palacio real) ya que fue la residencia del monarca visigodo Witiza a principios del s. VIII. (entre los años 702 y 710) y donde habría matado al Duque de Galicia, Favila, padre de Don Pelayo.
Iglesia de San Tirso, Palas do Rei
En Melinde conviene visitar la iglesia de Santa María, la iglesia del antiguo hospital de Sancti Spiritus y la portada de San Pedro. Arzúa es la siguiente población importante, también dotada de un antiguo hospital situado junto a la iglesia de la Magdalena. Lavacolla, el lugar que hoy ocupa el aeropuerto, aparece citado en la guía de Picaud como el “lavamentula” donde los peregrinos se lavaban preparándose ya para entrar en la ciudad del Apóstol.
Santiago de Compostela
La entrada en Santiago fue algo tan deslumbrante durante toda la Edad Media como en nuestros días. Con la excepción de la desabrida crónica que nos dejó el refinado Cosme de Médicis, que, como buen humanista del renacimiento, despreciaba lo medieval calificándolo de bárbaro e ignorante, todos los testimonios recogidos se deshacen en emocionados elogios. Médicis, sin embargo, describe la ciudad como “pequeña, fea y, en su mayor parte, construida con madera”, dejándonos, de paso, la primera mención de la lluvia sobre Compostela. Hoy Santiago sigue siendo, como en los mejores tiempos del Camino, un escenario magnífico, entrañable y rezumante de vitalidad y uno de los mejores recuerdos del urbanismo medieval. Desgraciadamente no es posible detallar aquí cada uno de los rincones de esta vieja ciudad que guarda un bellísimo anecdotario plagado de intrigas políticas, picardías de estudiantes pobres, historias heroicas y agudas observaciones de literatos más o menos bohemios. El viajero que llega desde los Pirineos debe dirigirse lo más rápidamente posible hacia la Catedral, situándose en la plaza de la Puerta del Camino y tomando la calle de las Casas Reales, en donde se alza la capilla de la Azabachería –que deja a un lado la Casa de la Troya-, y ya muy pronto se alza la catedral.
            La primera fachada que presenta el templo es precisamente la que preside la praza da Acibechería en donde los mercaderes esperaban a los santiaguistas con sus cargamentos de zurrones de piel de ciervo, calabazas y vieiras. La fachada actual es una composición dieciochesca de Ferro Caaveiro reformada en clave academicista por Ventura Rodríguez. Frente a ella se alza la de Santa Martiño Pinario y, a un lado, el pequeño frontis del Palacio Arzobispal, adosado a la Catedral. Las dos fachadas son también del siglo XVIII aunque el palacio construido por el obispo Gelmírez hacía 1120 se conserva casi completo detrás del muro barroco.
En español, plaza de la Azabachería. Es una de las cuatro plazas que circundan la catedral de la ciudad de Santiago de Compostela. Está situada ante la puerta norte de la basílica, conocida como A Acibechería -La Azabachería- y el Paraíso -durante la Edad Media- entre otras denominaciones. Se trata de una pequeña plaza de origen medieval que desde principios del siglo XVIII se funde con la contigua praza da Inmaculada.
A pesar de sus cortas dimensiones y a que, a veces, se solapa bajo la denominación de praza da Inmaculada es, desde el punto de vista del peregrino, la más significativa plaza jacobea compostelana: en ella se abre la puerta por la que han entrado históricamente en la basílica los peregrinos del Camino Francés. Fue el punto de conexión con la catedral y el sepulcro de Santiago para los caminantes medievales. Desde el siglo XVI, pero sólo durante los años santos, muchos escogen también el simbólico acceso de la Puerta Santa, abierta en la praza da Quintana en esa centuria.
Debido a su función trascendental, la Azabachería fue la primera plaza urbanizada de la ciudad. Su nombre actual -se constata hacia finales del s. XVI- se debe a que en esta zona -y en la calle inmediata con la misma denominación- se concentraban los artesanos del azabache que elaboraban con este negro y hermoso lignito todo tipo de joyas y esculturas para los peregrinos.
Hasta finales de la Edad Media se referían a este lugar como la puerta septentrional, francígena o de Francia, ya que era la habitual de los peregrinos del Camino Francés: “Cuando nosotros, los de nación francesa, queremos entrar en la basílica del Apóstol, entramos por la puerta septentrional”, señala tajante el libro V del Codex Calixtinus(s. XII) atribuido al poitevino Aymeric Picaud. Se la designó en algún otro momento como la plaza de los cambios, porque en ella actuaban los cambiadores de moneda para los peregrinos.
Iglesia del que fue monasterio de San Martiño Pinario. La fachada majestuosa, de finales del siglo XVI, extraordinario retablo de piedra. También en el entorno y la plaza de San Martiño, con las escaleras de finales del siglo XVIII, del barroco compostelano, con sus balaustradas curvas.
Palacio Episcopal
S. XII. Románico.

Apoyado en el costado norte de la Catedral, y hacia la Praza do Obradoiro, se levanta este Palacio Episcopal mandado construir por el arzobispo Diego Xelmírez para sustituir a la antigua residencia episcopal derribada durante las revueltas. En el siglo XVIII se le añadió un nuevo piso sobre los dos iniciales, que desentona de la primitiva construcción románica, y que obligó a reforzar los muros con una nueva fachada a modo de contrafuerte. 
Desde aquí conviene pasar a la plaza de la Quintana, un espacio amplio y despejado dividido por una escalinata en la Quintana dos Vivos y la Quintana dos Mortos. Donde se podía acceder directamente a la Corticela, la parroquia de los peregrinos, que, en un principio, era un edificio independiente de la Catedral, aunque hoy se accede a él desde el interior del templo.
El austero convento de San Pelayo de Antealtares y la florida portada barroca de la Casa del Tránsito cierran también esta plaza, a la que se abre la Catedral por la Puerta Santa p de los Perdones, la que sólo se franquea en los años santos compostelanos. La puerta está precedida por una portada flanqueada de imágenes románicas. Junto a ella se encuentra una más sencilla que da paso a la dependencia donde se guardan los “ocho gigantones” que simbolizan a los peregrinos de todas las nacionalidades.


Una escalera desciende hasta la plaza de las Platerías, presidida por una airosa fuente barroca de aire italianizante y una altísima torre realizada en el siglo XVII por Domingo de Andrade. La Puerta de las Platerías es una buena composición románica. Las imágenes del Rey David de la creación de Adán y la mujer adúltera (condenada por su esposo a besar todos los días la calavera de su amante) quedarán en la memoria del viajero entre las mejores obras de la escultura medieval.
Plaza de las Platerías
Puerta de las Platerias. Se edificó entre 1103 y 1117 y contiene, además de los relieves románicos originales, otros procedentes de una puerta que nunca se llegó a edificar y de la fachada del Paraíso. La fachada de las Platerías sufrió un incendio en 1117 durante un ataque de los burgueses contra Diego Gelmírez y otro a mediados del siglo XV. En 1884 Antonio López Ferreiro colocó en esta portada una serie de estatuíllas que procedían del coro del Maestro Mateo. La fachada de las Platerías debe su nombre a los obradores de plata que existían en el lugar.
La Plaza del Obradoiro
Á esquerda da imaxe vese o Hostal dos Reis Católicos, á fronte a fachada do Obradoiro da Catedral e á dereita o Colexio de San Xerome.
El mejor escenario de Compostela y, sin duda, uno de los mejores paisajes urbanos que el viajero pueda conocer. Nuestro consejo, en primer lugar, consiste en situarse en el centro del vasto rectángulo y abarcar cada uno de sus lados. La escasa altura de los otros edificios no hace más que subrayar el impulso ascendente de la fachada barroca, concebida por Casas y Novoa en 1738 como un enorme retablo flanqueado por dos imponentes torres. La fachada más antigua de esta plaza es la del Hostal de los Reyes Católicos, edificado en la primera década del siglo XVI, según planos de Enrique Egas que definieron el arte plateresco en un estudiado equilibrio entre la sencillez del conjunto de líneas horizontales y la abigarrada portada dispuesta en calles verticales.
Hostal de los Reyes Católicos.

Enfrente se alza el Colegio de San Jerónimo, edificio del siglo XVII, aunque presidido por una portada de fines del XV profundamente enclavada en un más que tardío gusto románico.

Pórtico medieval del Colegio de San Jerónimo, en el lado meridional de la Plaza del Obradoiro. Originalmente fue un colegio universitario dedicado a estudiantes sin recursos y alumnos de Artes. En la actualidad es la sede del Rectorado de la Universidad de Santiago de Compostela. El pórtico fue construido en el siglo XV y originalmente formaba parte del Hospital de los Reyes católicos. En la parte izquierda hay representaciones escultóricas de San Francisco de Asís, San Juan y Santiago. En la derecha aparecen San Pedro, San Pablo y Santo Domingo. En el tímpano hay una imagen de la Inmaculada Concepción, acompañada por Santa margarita, a la izquierda y Santa catalina a la derecha. La arquivolta está presidida en su centro por una imagen de la Virgen y el Niño, rodeados por diez santos y santas.
http://www.outono.net/elentir/2014/05/11/santiago-portico-del-colegio-de-san-jeronimo/

El Palacio Rajoy, cuyas obras se iniciaron en 1766, cierra uno de los lados mayores de la plaza con una extensa fachada clasicista. El cuerpo central, cuyas proporciones encajan perfectamente en los ideales de la arquitectura romana y renacentista, está presidido por un frontón en el que se labró un relieve que representa la aparición de Santiago en la batalla de Clavijo.
La Catedral, su interior es mucho más explícito sobre la época de su construcción, por lo que conviene ahora hacer memoria. El edificio actual sustituye a una pequeña basílica de tres naves, de fines del siglo IX, que, unos cien años más tarde, fue destruida por Almanzor. Sólo la tumba del Apóstol fue respetada en aquella incursión musulmana. Era 1078 el obispo Peláez encarga el nuevo templo a los maestros Bernardo el Viejo y Roberto, quizá de origen francés. En 1105, Gelmírez consagra las capillas de la girola y tres de las del crucero poco antes de que una insurrección popular dañara lo ya edificado. Una vez reanudada las obras, prosiguieron hasta el año 1128, en que se dieron por terminadas, aunque todavía estaba por hacer el magnífico Pórtico de la Gloria. Sin embargo, las adiciones y reconstrucciones abarcarían hasta la época barroca, aunque desde luego, sin llegar a afectar a la estructura general del templo.

El primer contacto con el interior del templo es el Pórtico de la Gloria, una obra maestra del arte medieval compuesta por el maestro Mateo en el siglo XII. El Pórtico es un estrecho recinto cubierto por unas precoces bóvedas de crucería y enteramente dedicado a plasmar un apretado compendio de la teología cristiana. Los tres arcos que dan paso a las naves sustentan una serie de bellísimas imágenes distribuidas calculadamente para componer un mensaje. En el centro, presidiendo todo, aparece Santiago reposando los pies sobre dos cachorros de león. La columna que lo sustenta tiene grabado el árbol genealógico de Jesucristo. En la parte inferior aparece el “santo dos croques, probablemente un autorretrato del maestro Mateo, respetuosamente arrodillado, que recibe su nombre de la tradición, que exige que los peregrinos apoyen su frente sobre la del supuesto “santo”. Profetas y apóstoles franquean el arco central, en cuyo tímpano aparece un Cristo sedente rodeado por los cuatro evangelistas, los 24 ancianos del Apocalipsis y una fila de ángeles portadores de los símbolos de la Pasión. Los arcos laterales sustentan una alegoría de la Sinagoga, imágenes de profetas, de dragones y animales quiméricos y una escena compuesta por el Salvador acompañado por Adán y Eva (a la izquierda), así como los bustos de Dios Padre e Hijo y las alegorías de los vicios que acechan al mundo pagano, en el arco de la derecha. Antes de entrar en el templo conviene visitar también la cripta que tuvo que construir Mateo para asegurar la cimentación de su espléndido Pórtico.

Pórtico de la Gloria. Finales del siglo XII. Relieve que originalmente estuvo policromado con llamativos y brillantes. Mármol y Granito. Maestro Mateo y sus discípulos.

Quizá lo más impresionante, tanto para los peregrinos medievales como para los visitantes de hoy, sea precisamente la magnitud de las naves. La ajustada correspondencia entre las formas y sus funciones, la sencillez de líneas, todas ellas derivadas de la sabia utilización del arco de medio punto, y las proporciones entre las dimensiones de la planta y la altura alcanzada por los muros son, sin embargo, lo que siempre han subrayado los estudiosos a la hora de buscar explicaciones a la impresión de equilibrio y magnificencia de esta Catedral que, con la de Toulouse, ha figurado siempre a la cabeza de las iglesias de peregrinación Todas las capillas, los retablos, el coro y cada uno de sus rincones merecen ser visitados con atención, aunque, desde el punto de vista de la peregrinación, existe un lugar que nadie debe soslayar: la cripta que guarda los restos del Apóstol en urna de plata. El Claustro, cuya traza actual responde a un proyecto de Juan de Álava continuado por Rodrigo Gil de Hontañón en un tardío estilo gótico; el Museo de la Catedral, la sala Capitular y, desde luego, el Botafumeiro deben figurar igualmente en el recorrido de la catedral.
Y fin del trayecto.

Altar de Santiago

Urna de Santiago

El Botafumeiro sigue un calendario de celebraciones litúrgicas en las que entra en funcionamiento como parte de la misa. Fuera de estas fechas, debe ser solicitado con antelación y debe ser costeado por particulares.

Fechas fijas en las que entra en funcionamiento:

6 de enero: Epifanía.
Domingo de Resurrecciónr (39 días después de Pascua). 
23 de mayo: Aniversario de la Batalla de Clavijo.
Pentecostés (50 días después de Pascua).
25 de julio: Festividad de Santiago Apóstol.
15 de agosto: Asunción.
1 de noviembre: Todos los Santos.
Festividad de Cristo Rey (domingo anterior al primero domingo de Adviento).
8 de diciembre: Inmaculada Concepción.
25 de diciembre: Navidad.
30 de diciembre: Traslación del Santo Apóstol.

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El Camino de Santiago, España, Edit. Fournier, IMPROTUR, SECRETARÍA GENERAL DE TURISMO, M.T.T.C., Colección. Viajes y Cultura, 1987.





































































































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