El Café Nuevo de la calle Alcalá 10
Resumen: En este artículo tratamos de ubicar este
singular establecimiento madrileño del que apenas quedan datos, testigo de uno
de los períodos cruciales del siglo XIX, acabada la Década Ominosa tras el
fallecimiento de Fernando VII; resaltando además el importante papel que
jugaron estos locales de ocio de masas y apasionado debate político en aquel
singular momento histórico, en que se emprendía la construcción del nuevo
estado liberal dando el golpe definitivo al caduco régimen estamental; papel
que en parte han venido jugando los cafés a lo largo del tiempo hasta la
actualidad .
INTRODUCCIÓN
Tras la redacción del apunte
biográfico de Antonio Ramonich Barceló (1790-1848), -padre de mi
tatarabuelo Gabriel-, nos llamó la atención la alusión a la existencia en el
Madrid post-absolutista, tras la muerte de Fernando VII (1784-1833), de un café
donde la clientela propagaba sus ideas políticas liberales, aún a riesgo de ser
delatado a la policía y encarcelado, como ocurrió en este caso.
Era un tiempo en que estos locales conocidos
como cafés y botillerías concentraban
reuniones de gente en torno a diversidad de tertulias, entre las que destacaron
las taurinas, las literarias y las políticas; llamadas éstas últimas, tertulias
patrióticas.
Las ideas surgidas con los cambios sociales que
propiciaron la caída del Antiguo Régimen, se
abrieron paso a través de estos lugares de reunión en aquella España a caballo
de los siglos XVIII y XIX.
Eran locales en principio solo aptos para hombres,
donde las mujeres no eran bien recibidas, o se criticaba su presencia; aunque
pasado un tiempo llegaran a disponer de saloncitos privados exclusivos para
señoras.
Desde finales del siglo XVIII ya se anuncian en la
prensa los incipientes cafés como ámbitos donde se
sirve la exótica bebida, que irán dando el relevo a las tradicionales botillerías donde
se elaboraban y servían bebidas heladas y refrescos (RAE).
El café en nuestro país resultaba
por entonces un producto novedoso aunque ya era conocido en media Europa, cuyo
nombre derivaba de la palabra turca kahve.
Llegado a la península ibérica desde Oriente, y más
tarde producido en las colonias americanas, comienza a degustarse en un
principio en las casas de comidas, pasando paulatinamente a
servirse en estos establecimientos específicos que vamos a tratar.
CAFÉS DEL ANTIGUO MADRID
Como ya hemos visto, esta infusión venida
de Oriente ya había tenido acogida en la Europa continental bastantes décadas
antes, y la llegada a España se produce desde mediados del siglo XVIII. Los
nuevos establecimientos que lo sirven desplazarán a botillerías y fondas, donde
se servían otro tipo de bebidas o refrescos.
Los establecimientos recibirán el mismo nombre de
la bebida que sirven, Cafés, y comienzan a marcar un nuevo
modelo de relación social en esa sociedad
emergente, que pugna por abrirse paso entre los estrechos márgenes clasistas
del pasado, hacia un modelo menos estamental y más interclasista.
La nueva sociedad burguesa busca acomodo en los nuevos tiempos
que corren, camino de la mesocracia, -el gobierno de las clases
medias-, la nueva fórmula de poder político que acabará imponiéndose bastante
más de un siglo después si bien la oligarquía financiera continuará detentando
los resortes del poder económico.
En los cafés de la época van a
fraguarse los cambios políticos, culturales y artísticos del siglo XIX, que
marcarán definitivamente el salto hacia otro modelo de sociedad, pues actúan
como foros abiertos para el debate, difusión de las ideas e intercambio de novedades.
«Ir a tomar café», será expresión
común de integración en la vida social y darse a conocer, que
brindará además la oportunidad de formar grupos de afinidad para
la tertulia o para el juego.
Muchas de las sociedades patrióticas y
liberales abolidas por el régimen absolutista, surgieron en torno a
estas más que populosas estancias.
El dramaturgo Leandro Fdez. de Moratín situaba
en uno de estos novedosos locales la acción de su comedia satírica
titulada La Comedia Nueva o El Café que, estrenada en 1792,
rememoraba el café situado en la Fonda de San Sebastián de la calle Atocha,
donde él mismo mantenía una tertulia.
A finales del siglo XVIII eran famosas en Madrid
algunas botillerías, como la de Canosa, la del Lobo, la de Pombo,
que terminaron reconvirtiéndose en cafés, salto que fueron dando otras muchas.
Desde 1780 podemos seguir a través de la prensa la
proliferación de este tipo de locales. Café de las Cuatro Naciones, 1812, en
Carrera San Jerónimo, trasladado luego a Fuencarral 3; Café de Levante, Alcalá 15;
Café Imperial, 1788, calle Abada; Café del Recreo, 1809, Ancha de Peligros 9;
Café de la Cruz de Malta, 1805, calle Caballero de Gracia; Café Cruz, 1818,
Cruz 23; Café de San Luis, calle Montera; Café del Parnasillo, calle Príncipe;
Café de Sólito, -frecuentado por Larra-, en calle Príncipe; Café del Siciliano,
1812, Carrera de San Jerónimo; Café de Los Dos Amigos, 1827, calle Alcalá; Café
de la Aduana, 1813, calle Alcalá; Café de Venus, 1815, calle Atocha; Café del
Carmen, 1820, calle Alcalá; Café Patriótico, 1821, calle Hortaleza; Café de la
Victoria ó Lorencini, 1811, Pta. del Sol, -donde se fundó la Sociedad
«Liberales de Lorencini»-; Café Santa Ana, 1818, en esa misma plaza; Café del
Turco; Café de Apolo; Café de Bayona; Café del Sol, 1825, Horno de la Mata 13;
Café La Fontana de Oro, calle de La Victoria; Café Platerías, en calle del
mismo nombre; Café de Correos, Pta. del Sol; Café de Tívoli, 1821, Paseo del
Prado; Café de La Europa, 1822; Café Cervantes, 1812, Alcalá 50; Café de la
Bolsa, Pza. del Ángel; Café El Gato Negro, calle Príncipe; Café Suizo, 1845,
calle Sevilla; y un largo etcétera hasta casi el centenar.
Todos ellos forman parte de una primera
época, cuando las vanguardias politizadas ocupaban
estos establecimientos para promover sus ideas.
Este impasse duró hasta el
advenimiento de Isabel II, cuando mínimamente se normalizó la vida política de
modo más democrático, comparado con el período fernandino absolutista anterior.
La segunda época de estos
establecimientos podría situarse a partir de la Revolución de 1868,
llamada La Gloriosa, cuando los cafés comienzan a
adquirir otros tintes pasando a ser umbral de tertulia y sala de exposiciones,
santuario de literatos, escultores, pintores y poetas. Cuna de la vida
bohemia, ensoñación de una forma de vida idealizada, errante, sin arraigos,
desligada de obligaciones y consagrada al Arte. Aquella que representaban
los zíngaros o bohemios, itinerantes de pueblo en pueblo, con sus
carretas y espectáculos circenses a cuestas.
Para algunos significaba una huida, una
forma de escapismo de los agobiantes corsés impuestos por la sociedad burguesa
y el liberalismo económico, tejidos en torno al mundo del trabajo y al despotismo
de fábrica.
Estos artistas trataban de salir
adelante vendiendo a duras penas su producción artística, soñando con el
triunfo y reconocimiento público. La meta de este peregrinaje culminaba
en París, lugar mítico por excelencia donde se consagraba este
particular modo de vida, verdadero crisol de estilos artísticos y vanguardias.
Artistas y bohemios se hospedaban en chiscones y
buhardillas y pasaban las noches deambulando por cafés y cabarets, ofreciendo
sus pinturas a coleccionistas y marchantes. Son cafés que pasarán a la historia
por sus singulares clientelas y afamadas tertulias, que han llegado hasta
nuestro tiempo: Les Deux Magots, Café de Flore, La Rotonde, Deux Moulins, La
Mairie, etc.
Del mismo modo, los cafés madrileños de esta
segunda hornada, como el Universal, el Lisboa, el Levante, el Fornos, van a
adoptar también esos nuevos tintes acogiendo tanto a escritores como a
pintores, facilitando sus simposios y tertulias. El Café Nuevo de la
Montaña, de la Puerta del Sol, será célebre por la tertulia de Valle
Inclán. El Café de Pombo, en la calle Carretas, por la tertulia de
Gómez de la Serna y del pintor Solana, el Café de Madrid, por la de
Jacinto Benavente, y así otros muchos, como La Granja del Henar, el Café de las
Salesas, el Gran Café de Gijón, el Café Comercial, el Café de Lyon, el Café de
Ruiz, el Café Manuela y otro largo etcétera…
EL CAFÉ NUEVO DE LA CALLE ALCALÁ 10
Como decíamos al inicio, la primera alusión al
Café Nuevo conocida por nosotros, aparece en el aval firmado
por el juez de primera instancia, D. Bernardo de la Torre y Peña,
en pro de Antonio Ramonich y de su significada actuación en el contexto de la
lucha en pro de la constitucionalidad liberal.
Por el grabado conservado en
la Biblioteca Nacional, pudimos saber que se encontraba en la
madrileña calle de Alcalá.
Pero poco más podríamos aportar si no fuera por
la hemeroteca histórica donde ojeando la prensa de la época
hemos ido sonsacando retales sueltos de su pasado.
En la leyenda del grabado se le nombra
expresamente: Cafe Nuevo; y sigue una apostilla: «Los
carlistas lo llaman: de la Revolución, los moderados: del Movimiento, y los
exaltados: del Patriotismo».
Hay además como una pequeña nota añadida a lapicero
que parece indicar: «Café de los Dos Amigos». Hemos de aclarar que es una
incorrección y que ese otro café se encontraba en la misma acera pero un poco
más allá, cerca del cruce con la calle de Sevilla actual, antigua calle Ancha
de los Peligros.
«El Café Nuevo fue lugar de escándalo, nido de
liberales y lugar de continuas disputas verbales que incluso llegaron a las
manos»; dice el autor de una guía moderna sobre los cafés
del Antiguo Madrid.
Algo así afirmaba también Federico Sainz de
Robles, en su obra «Historia y Estampas de la Villa de Madrid», 1932-1933,
2 tomos, sobre el Café Nuevo: «En él protestaban contra el que
mandase pues era el palenque de la acción revolucionaria y el escenario de la
oratoria demoledora. El jefe político de Madrid (Director de Seguridad de
entonces) cerraba el local y detenía a la clientela cada vez que iba a
producirse una revuelta callejera».
Con certeza, se sabe que muchos soplones de la
policía se movían por estos conciliábulos, y de sus denuncias venían acarreadas
las represalias que periódicamente recaían sobre los espontáneos
oradores, conduciéndolos a diversas temporadas de cárcel en las casas-galera existentes
en la ciudad o en la mismísima Cárcel de Villa madrileña.
Lo que hay de cierto, es que, fue una época
convulsa, y que los cafés eran locales amplios, idóneos para reunirse y hacer
proselitismo, lo que daba pie a frecuentes desencuentros entre la clientela y a
alguna que otra encarnizada riña.
ALGUNAS FECHAS
CLAVE DE SU HISTORIA
27.09.1833: La publicación Revista
Española anuncia la apertura de un nuevo café
en Madrid, en la calle de Alcalá n.º 10,
llamado Café Nuevo, describiendo su gran amplitud y bella distribución
de su interior, señalando que quizás se trate del mejor café que encierra
Madrid en ese momento. La autoría de la obra se debe al arquitecto D.
Juan de Blas Molinero, consumado autor de numerosos proyectos
de reforma y obra nueva en esta Villa.
15.01.1834: Diario
Avisos de Madrid anuncia que S.M. la Reina ha dado permiso a
la Compañía de Reales Sitios para que dé cuatro bailes de máscaras en
el Café Nuevo de la calle Alcalá.
28.01.1834: La Revista
Española anuncia un baile de máscaras autorizado en
el Café Nuevo.
1835: Un visitante
procedente de La Habana, Antonio Carlos Ferrer y Herrera (1812-1877),
en su Grand tour por el Viejo Continente culminando
estudios de abogacía, pasaba unos días por Madrid.
En la memoria escrita de este periplo nos comenta
lo concurrido de los cafés de Madrid, destacando en verano el de Las Cuatro
Naciones, en el Prado; y en invierno, el Nuevo, en la calle
Alcalá, además del Lorencini, en la Puerta del Sol. «Porrazos y
gritos para llamar, murmullo de las conversaciones, disputas y altercados, arpa
del piamontés que divierte rasgueando el Trágala y el Himno de Riego, es la
tónica imperante, y más que todo, el continuo entrar y salir de las señoras,
colocadas delante de uno, al lado o de frente, hace que se pasen las horas sin
sentirlo. A las nueve la escena queda desierta; desde antes la han abandonado
los que se van a visitas, tertulias o diversiones».
13.01.1836: Anuncia la
prensa, que, «se ha prohibido a los oficiales del 4.º Regimiento de la
Guardia Nacional que vayan al Café Nuevo, asegurando al tiempo, que el deseo de
todos es que la Guardia Nacional vuelva a depender de la autoridad civil, ya
que las circunstancias excepcionales de otras provincias no se han dado en
Madrid«.
12.08.1836: Motín de
La Granja de San Ildefonso contra María Cristina de Borbón,
llamado también Motín de los sargentos, que obligaron a la reina
regente a poner en vigor la Constitución de 1812 y a nombrar un gobierno
liberal progresista.
George Borrow, (1803-1881),
apodado «Don Jorgito el inglés», de la Sociedad Bíblica británica, autor
de «La Biblia en España», se encontraba en la Villa en esos
días y cuenta de primera mano estos sucesos en el Capítulo 14,
añadiendo un episodio acaecido en el Café Nuevo:
«Hay en la calle de Alcalá, de Madrid, un café
famoso capaz para varios cientos de personas. En la tarde de aquel mismo día
estaba yo sentado en el café, consumiendo una taza del oscuro brebaje, cuando
sonaron en la calle ruidos y clamores estruendosos; causábanlos los nacionales,
que volvían de su expedición. A los pocos minutos entró en el café un grupo de
ellos; iban de dos en dos, cogidos del brazo y pisaban recio a compás. Dieron
la vuelta al espacioso local, cantando a coro con fuertes voces la siguiente
bárbara copla: ¿Qué es lo que abaja/ por aquel cerro?/ Tarararara/ Son los
huesos de Quesada,/ que los trae un perro./ Tarararara. Pidieron después un
gran cuenco de café y, colocándolo sobre una mesa, los nacionales se sentaron
en torno. Hubo un momento de silencio, interrumpido por una voz tonante: ¡El
Pañuelo! Sacaron un pañuelo azul, en el que llevaban algo envuelto, lo
desataron y aparecieron una mano ensangrentada y tres o cuatro dedos
seccionados, con los que revolvían el contenido del cuenco. ¡Tazas, tazas!,
gritaron los nacionales…»
23.08.1836: El
Español presenta la siguiente noticia: «La Reina
constitucional Isabel II hizo un recorrido en carretela
descubierta por el paseo del Prado. Una formación militar acompañada de músicos
desfiló a su paso. Cuando pasaban frente al Café Nuevo, subiendo la
calle Alcalá, salió el público de éste a la calle a vitorear con entusiasmo el
paso de la comitiva».
27.04.1837: Según notifica
el Alcalde Primero Presidente, Víctor López Molina, la 6ª Sección de
Quintas está situada en la calle Alcalá Nº 10, casa del Café Nuevo,
cuarto 3º Izda.
23.06.1843: El
Heraldo menciona el Café Nuevo haciendo referencia a un asunto
secundario: Cuando alguien extravía algún objeto de valor, se suele anunciar en
la prensa que aquella persona que lo encuentre lo entregue en tal café, donde
se le gratificará.
29.09.1844: Diario
Avisos de Madrid notifica un atentado con explosivo en
el Café Nuevo. El autor, Diego Muñoz, ha sido capturado por haber
dado fuego a un compuesto de pólvora en el portal inmediato al Café Nuevo. Llevado
a la Cárcel de Corte ha sido puesto a disposición del Sr. Juez competente.
1845: Por varios
medios de prensa se notifica, que el Café Nuevo de calle Alcalá 10, se
da en arriendo con todos sus enseres y pertenencias.
03.12.1845: Un anuncio
de El Español señala, que el Sr. Salamanca (Marqués de
Salamanca) ha comprado la casa del Café Nuevo de la calle
Alcalá por 80.000 duros, para ubicar en ella la Bolsa de Madrid,
institución comercial creada en 1831, que tuvo diversas ubicaciones: plazuela
del Ángel, calle de Carretas, calle del Desengaño, etc.
No debió de salir bien la operación inmobiliaria, y
la propiedad fue traspasada a una sociedad mercantil de crédito y
seguros llamada Compañía General del Iris.
Respecto a la Bolsa: En 1893 se construyó el Palacio
de la Bolsa, desde donde se dirige el Mercado de Valores en
la actualidad.
12.01.1846: El
Tiempo informa que el local del Café Nuevo es ofrecido en
arrendamiento por la Compañía General del Iris.
Según esta misma noticia, su Director Gral. Actual
es D. Joaquín de Fagoaga, cuyo amplio historial familiar puede
consultarse en la Real Academia de la Historia. También ocupó este cargo, D.
Felipe Fernández de Castro, en momento posterior, que sería juzgado por
desfalco años después. Son arquetipo de personajes de la época, cargados de
títulos nobiliarios y propiedades, que habían participado desde la esfera de la
política en desamortizaciones, empresas estatales, operaciones inmobiliarias y
financieras, cosechando grandes fortunas.
15.08.1846: Nota de prensa:
Ha sido aprobado por el Ayuntamiento, un plan urbanístico titulado: Proyecto
de apertura de un nuevo pasaje entre calle Alcalá y Carrera de San
Jerónimo. Lo promueve la Compañía General del Iris, que ha comprado
varios solares anexos y edificios adyacentes al Café Nuevo.
22.09.1847: Un año
después, El Español notifica que ha sido abierto un nuevo
pasaje en la calle Alcalá con salida a Carrera San Jerónimo, a cargo
de la Sociedad del Iris, propietaria del edificio donde se encontraba el Café
Nuevo, y a su vez, compradora de la casa que existía a espaldas de este
edificio; creándose tres galerías comerciales que se han
denominado: de Madrid, de Londres y de París.
22.09.1847: El Eco
del Comercio hace igualmente extensa descripción del pasaje comercial
creado por la Compañía del Iris tras la compra de la gran casa de calle Alcalá
y la casa posterior que da a Carrera San Jerónimo.
23.09.1847: El
Español repite esta noticia haciendo una profusa descripción del nuevo
pasaje comercial.
24.09.1847: El
Espectador publica la noticia anterior, resaltando que se trata
de pasajes comerciales puestos de moda.
1850: Tres años
después, Pedro Felipe Monlau, en «Madrid en la mano»,
guía de la ciudad publicada en 1850, aporta su visión de los cafés como lugares
de diversión y esparcimiento, especie de tertulias generales y locutorios
públicos, donde se toma por la mañana el café con leche y sus tostadas con
manteca; por la tarde el digestivo café y la insidiosa copita; y por la noche
el frigidísimo quesito, el piramidal sorbete, el tónico ponche o la bulliciosa
cerveza. Añade, que de 25 años a esta parte se ha ganado mucho, pues se puede
ir uno con su señora sin que nadie se escandalice. Los cafés más frecuentados
en ese momento son: el Café del Espejo en el malogrado pasaje del Iris,
el de Los Dos Amigos, el de Levante, el Suizo, la Iberia, la Nueva Iberia, la
Perla, el Español, el Café de Correos, la Joven Esmeralda, el de Pombo, el del
Príncipe y el Café Venecia. Añade que, además de sesenta cafés formales, hay en
Madrid cafetines y juegos de billar, además de los cafés particulares bajo el
nombre de casinos, círculos y tertulias.
De esa alusión al Café del Espejo,
-también llamado Café del Iris-, deducimos que no debió resultar
tan exitoso el nuevo pasaje comercial como era de esperar y el nivel de
ganancias no llegó a cubrir mínimamente las expectativas de la empresa
inversora.
La quiebra definitiva de la sociedad del Iris se
produjo en el mes de diciembre de 1866, momento en que se reinaugura el
establecimiento con el nombre de Café de Madrid, del que
presentamos la siguiente imagen pintada en 1921 por el pintor madrileño Muñoz
Morillejo. Su nuevo propietario será Tomás Isern, dueño además del Gran Bazar de
carrera de San Jerónimo entre los números 5-7-9. Actualmente se conserva
la Casa Isern en el n.º 16, con vuelta a calle del Pozo; bello
edificio neogótico cuya construcción encargó él mismo en 1866.
LOCALIZACIÓN Y PLANOS
Para ubicar el lugar en que se asentó el Café Nuevo
y describir su entorno, publicamos una secuencia de planos parciales de épocas
diversas.
La primera imagen es un montaje de las hojas 13-14
del plano de Madrid de Pedro Texeira de 1656, donde señalamos,
recuadrado en rojo, el solar donde casi dos siglos más tarde se establecería
el Café Nuevo.
Este plano de Madrid fue grabado en Amberes, y
representa fielmente en perspectiva caballera orientada al mediodía, la planta
urbana de la ciudad y alrededores. El conjunto lo forman veinte hojas de
56 x 55 cm.
Podemos apreciar la Fuente de la Puerta del
Sol (43), rematada con la figura de mármol llamada popularmente la
Mariblanca, entre dos hileras de barracas dedicadas a la venta
de carne y de fruta, y la iglesia-hospital del Buen Suceso (LIX),
que arranca de 1438 y Felipe II reformó en 1590. Tras diversas reedificaciones
y ampliaciones, fue finalmente derribada en 1854.
El convento de la Victoria (VI) se
alza enfrente de la iglesia-hospital, y su nombre verdadero fue San Francisco
de Paula de los Mínimos. Fundado en 1561, fue derribado en 1836 con la
desamortización de Mendizábal.
Al igual que la calle de Alcalá ocupa la antigua
vía que saliendo por la puerta del Sol de la cerca madrileña,
conducía hasta la localidad complutense, la carrera de San Jerónimo señala el
camino que llevaba al Prado de Atocha y al Prado
de los Jerónimos, monasterio que se alzó en 1505.
El siguiente plano, del francés Nicolás de
Chalmandier, fue encargado por Carlos III en 1761, al comienzo de su
reinado (1759-1788).
Dibujado siguiendo el modelo de Texeira, fue
grabado en París y consta de cuatro hojas, representando los edificios notables
en perspectiva.
El plano de Espinosa de los Monteros (1769),
se apoyó en los trabajos para la Planimetría General de Madrid, ordenada por
el Marqués de la Ensenada, en los que había intervenido personalmente.
Los números arábigos indican el
número de orden de las manzanas, que aún hoy día se observan
grabados en azulejos, en algunas esquinas. La numeración romana indica
el número de casas que comprendía cada manzana.
Podemos ver que la manzana donde
se situó el Café Nuevo era la número 265, y que esta manzana
constaba de XXV casas.
El plano de Madrid de Tomás López (1785),
incluía en su parte inferior el callejero de la ciudad. Sigue el modelo de
Espinosa de los Monteros incluyendo la numeración de manzanas. Estos planos,
del autor y su hijo, se venden en la calle de Atocha, casa nueva de Santo
Thomás, cuarto principal, número 3; según viene anunciado en el mismo plano.
Este otro plano, delineado por los ingenieros del
ejército francés, se alzó con motivo del ataque a la ciudad, señalando las
direcciones de tiro artillero y posición de baterías y tropas, el día 3
de diciembre de 1808. Se aprecia en él la Casa del Correo, la Aduana, la
iglesia del Buen Suceso y el Convento de la Victoria, que configuran este ala
oriental de la Puerta del Sol.
Junto al edificio de la Aduana, partían algunos de
los coches de caballos y carretelas que transportaban mercancías y
viajeros a diversos puntos del norte y noroeste peninsulares,
por lo que la zona siempre estaba rebosante de transeúntes y saturada de fondas, casas
de comidas y botillerías.
En el plano de Madoz y Coello, de 1848,
se aprecia el Pasaje del Iris, resultante de la abertura a las dos calles, al
igual que en el de Ibáñez Ibero, de 1875, donde puede verse el
solar completo de este pasaje.
Para hacernos una idea de lo que era la calle de
Alcalá en su arranque desde la Puerta del Sol, podemos contemplar también la
impresionante maqueta que el ingeniero y cartógrafo
militar León Gil de Palacio creó de la ciudad de Madrid, a
escala 1:432, en el año 1830.
Esta maqueta, que se conserva en el Museo
de Historia de Madrid, sito en la calle de Fuencarral, ha sido retirada
temporalmente de la exposición al público por trabajos de restauración,
que, iniciados en enero de 2022, culminarán en el mes de diciembre según el
plan de actuación previsto.
La imagen siguiente, de la
Puerta del Sol, que se conserva en la Biblioteca Nacional, se asemeja a un
apunte o boceto donde se han suprimido transeúntes y carruajes, lo que llega a
producir el efecto visual raro de una ciudad vacía tras una gran nevada…
Esta otra vista que mostramos de los inicios de la calle
Alcalá y Carrera de San Jerónimo, pertenece a un dibujo realizado en 1851
desde globo
aerostático. La imagen completa abarca hasta más allá del
Retiro, donde se puede apreciar la torre de señales ópticas y el trazado
ferroviario de Madrid-Aranjuez por el que circula un trenecillo. Se conserva
también en el Museo de
Historia de Madrid.
Podemos apreciar un escuadrón de caballería
escoltando una carroza, varios coches de caballos, una multitud de feligreses
saliendo de la iglesia, enjambres de ciudadanos deambulantes, algunos sobre
monturas, y la gran fila de simones, berlinas, calesas, faetones u otros coches
de alquiler, que esperan clientela en la acera derecha de la Carrera de San
Jerónimo. Toda la escena en movimiento, fue captada a duras penas por el
dibujante subido en globo, apresurándose a captar el máximo posible de
detalles.
La iglesia del Buen Suceso fue
derribada en 1854, tres años después. Su reloj fue trasladado a la Casa del
Correo y en su solar se alzó un nuevo edificio que alojaría el Grand Hotel de
París, inmortalizado en la fotografía de Jean Laurent (1863).
Bajo el Grand Hotel de París, en la
planta baja, estaba el Café Nuevo de la Montaña, donde Ramón
M.ª de Valle-Inclán tras discutir y enfrentarse al periodista Manuel
Bueno Bengoechea, se hizo una herida en el antebrazo. Era el día 24 de julio de
1899, y a resultas de la gangrena que se le formó, hubo que amputarle el brazo
tres semanas después.
LA MILICIA NACIONAL
Ligada profundamente al período histórico que
analizamos, vamos a comentar brevemente en qué consistía esta institución
armada.
La Milicia Nacional fue un cuerpo de ciudadanos
armados, instituido por las Cortes de Cádiz, conforme a la Constitución
liberal de 1812, que tuvo un papel significativo durante la Guerra de
Independencia.
Disponía de secciones de infantería y escuadrones
de caballería, a los que eran adscritos los ciudadanos voluntarios según su
nivel de rentas o posición social, admitiéndose en caballería a los más
pudientes que podían costearse las monturas.
Fue suspendido por Fernando VII en 1814, y
recuperado nuevamente durante el Trienio Liberal (1820-1823),
aunque el Rey absolutista volvió a promulgar su abolición durante la Década
Ominosa (1823-1833).
Al fin restablecido durante el reinado de
Isabel II, fue causa de enfrentamiento entre el Partido Moderado,
que aspiraba a disolverlo y sustituirlo por un cuerpo armado profesional
(Guardia Civil), y el Partido Progresista, que deseaba mantenerlo a
toda costa.
Finalmente fue abolido durante la
Restauración, con Alfonso XII, en 1874.
El liberalismo español concibió
este cuerpo como instrumento del mantenimiento del orden y la seguridad.
Contradictoriamente, igual protagonizaba motines que los reprimía;
como aconteció con el golpe absolutista del 7 de julio de
1822, cuando la Guardia Real se alzó contra el régimen legal, reteniendo al
gobierno, para instaurar a Fernando VII como Rey absoluto. En este día
sostuvieron importantes enfrentamientos armados en la Plaza Mayor de
Madrid donde una calle y una placa recuerdan esa fecha y episodio.
Para unos, era un garante de la «Patria
Armada». Para otros, significaba un organismo donde se infiltraba la «hez
del pueblo» que aprovechando el uniforme cometía excesos y abusos.
EL CORREGIDOR DE MADRID: JOAQUÍN
VIZCAÍNO MARQUÉS VIUDO DE PONTEJOS (1790-1840)
Finalmente, queremos esbozar en breves pinceladas,
el retrato de un personaje de la época, por lo significativo de la labor
desempeñada desde las instituciones locales, llevado por su espíritu
progresista de liberal e ilustrado.
Se trata del que fuera corregidor de Madrid entre
los años 1834-1836, D. Joaquín Vizcaíno Martínez, Marqués
Viudo de Pontejos (1790-1840), que a muchos sonará por el
nombre de una calle, de una plaza, de un paseo y de algunas efigies alzadas en
su memoria.
Hijo de una familia natural de Vicálvaro,
nació en La Coruña, -donde su padre ejercía el cargo de fiscal-, iniciando la
carrera militar en la Guardia de Corps en Aranjuez, asistiendo a todos los
acontecimientos previos a la Guerra de Independencia allí acontecidos, e
interviniendo como capitán de Caballería en numerosas acciones de guerra, desde
el primer sitio de Zaragoza a los combates de Valencia y Sagunto, contra el
ejército francés.
Paulatinamente irá abandonando su carrera militar,
trasladándose a Madrid para su boda en 1817, con la doblemente viuda Duquesa de
Pontejos, Dña. Mariana Pontejos y Sandoval, hasta que, iniciado el Trienio
Liberal (1820-1823), solicita el ingreso en el Escuadrón de Caballería
de la Milicia Nacional.
La irrupción del cuerpo de ejército expedicionario
francés, llamado de los Cien Mil Hijos de San Luis, apoyando
la causa absolutista de Fernando VII, dio al traste con el período liberal
arrojando al exilio a miles de ellos, -cuando no a horcas y
presidios-, como fue el caso de este marqués y su esposa, que deambularon por
Francia y Reino Unido hasta 1832 cuando una tibia amnistía propició su regreso
a Madrid.
Fallecida su esposa en 1834, es nombrado este mismo
año Corregidor de la Villa, cargo desde el que emprenderá una
tenaz labor de transformación de infraestructuras urbanas, remoción de
instituciones, creación de servicios y otras actuaciones tendentes a modernizar
la ciudad de Madrid.
Vamos a citar algunas, por dar a conocer el peso
que tuvieron sus iniciativas, aconsejado muchas veces por otro madrileño
ilustre: su gran amigo Ramón de Mesonero Romanos.
Se creó una nueva división interior para mejorar la
gestión fraccionando la urbe en cinco distritos y cincuenta barrios. Se alzó un
nuevo plano topográfico de la Villa incluyendo accidentes exteriores, detalles
de subterráneos, canalizaciones, aguas potables, alcantarillado, comunicaciones
y caminos secretos. Se modificó el empedrado de calles y ensanche de aceras,
elevando estas sobre la calzada. Desaparición de cajones y tinglados de venta
en las plazuelas. Rotulación de las vías públicas en las entradas y salidas de
las mismas. Numeración de calles, pares a la derecha e impares a la izquierda,
partiendo de la Puerta del Sol. Alumbrado público de reverbero, a base de
aceite y con reflector de latón acoplado al farol para aumentar su efecto.
Organización de los cuerpos de bomberos, serenos, aguadores y faroleros.
Erección estatua de Cervantes. Inauguración mercado de los Mostenses. Apertura
del paseo de la Fuente Castellana o Isabel II. Reglamentación de horarios y
recogida de basuras con transporte en carros cerrados. Conversión del convento
de San Bernardino en Casa de beneficencia para mendigos. Creación de la Caja de
Ahorros y Monte de Piedad para beneficio de las clases más humildes. Creación
del primer mercado cerrado en plazuela de San Ildefonso. Instalación de Baños
públicos. Plantación de arbolado. Inauguración del paseo de las Delicias.
Mejora de condiciones de habitabilidad e higiénicas en cárceles y hospitales.
Establecimiento del primer gasómetro para iluminación de calle del Príncipe y
carrera de San Jerónimo. Participación en la fundación del Ateneo y del Casino
de Madrid. Alumbrado de la plaza de Oriente. Creación de Parvularios. Reforma
de la plaza Mayor. Etc.
Junto a tantas luces hubo también alguna sombra y
entre los datos biográficos que ofrece la Real Academia de la Historia aparece
uno relativo a que, necesitando saldar una deuda personal, tomó prestados
24.000 reales de las arcas municipales, cerrándose las diligencias judiciales
abiertas tras la reposición de la cantidad sustraída.
En el año 1836, y con una salud bastante frágil,
fue destituido de su cargo y se pasó a la política por corto espacio de tiempo;
falleció casi endeudado en 1840, a los 50 años, en su casa de la carrera de San
Jerónimo n.º 15 ubicada en el palacio de Miraflores, obra de Pedro
Ribera (1731), que en época moderna se ha llamado Edificio Atlántida.
Mesonero Romanos, su amigo, nos dejó una buena
imagen de él, de su carácter enérgico y de su enorme simpatía capaz de ganarse
al vecindario. Madrid era una ciudad desaseada y ruidosa; más aún, Carlos M.ª
de Castro la tachaba de mal dispuesta, insalubre y triste, que ya José
Bonaparte había intentado transformar abriendo plazas y avenidas. Aún sin
grandes conocimientos ni estudios superiores, nuestro buen alcalde, -el
corregidor de entonces-, logró grandes progresos para ella en el corto espacio
de tiempo que pudo gobernar, y el pueblo madrileño le quedaría hondamente
agradecido.
CONCLUSIÓN
Adentrarse en el siglo XIX supone descubrir muchas
de las claves que han tejido nuestra historia posterior.
Comentaba la prensa de los últimos días el gran desconocimiento del
pasado que tienen las generaciones más jóvenes, causa de desaliento de los más
conscientes y de honda satisfacción en los que ven en ello oportunidad de
medrar en la vida política, ya se llamen de izquierdas o de derechas, desde esa
práctica en auge del populismo.
Tenemos que ser conscientes del enorme potencial
que proporciona el conocimiento de la historia para conjurar
futuras amenazas y situaciones adversas.
El pueblo que no conoce su historia está condenado
a repetirla, es la famosa frase que todos conocemos, y pocos
ponemos en práctica para aprender de los errores del pasado.