jueves, 31 de enero de 2019


EL INCA GARCILASO DE LA VEGA




INTRODUCCIÓN

     El objeto de este ensayo es iniciar una primera investigación acerca de la historia del Inca Garcilaso de la Vega y de sus Comentarios Reales. Para él la historia es una apasionada contemplación del destino de su pueblo, del de su misma sangre india y española. (1)Hasta que llega un momento en que la historia se nos ha convertido en autobiografía. Pero todo ello, este detener el curso de sus existencia personal para contemplarla, viene de su convicción, nacida al parecer de un desaliento extremo, de que ya se había cumplido en su fortuna una ley adversa, porque, como el mismo nos dice, “lo más de la vida es pasado” y Ya no hay para qué” (2)

     Cuando el Inca escribe los Comentarios reales hace más que servir a los cronistas españoles, como la crítica lo ha creído. Garcilaso no escribió una serie de humildes comentarios y explicaciones, sino una historia completa y detallada del Tahuantinsuyo. Es una narración cronológica desde la fundación del imperio por Manco Cápac hasta el último inca, Túpac Amaru, con la biografía de cada uno de estos incas, sus batallas y conquistas. Asimismo narra la historia de los hechos de la conquista y las luchas entre españoles e indios y las guerras civiles entre los primeros. Los relatos intercalados, las descripciones de la flora y la fauna, de las frutas propias del Perú y de las nuevas frutas y de su hibridación y aclimatación en nuevas tierras. (3)

Garcilaso de La Vega, llamado el Inca; Cuzco, actual Perú, 1539 – Córdoba, España, 1616.

     Este escritor y cronista peruano es uno de los mejores prosistas del renacimiento hispánico. Su visión del Imperio de los Incas es fundamental en la historia colonial, y en ella brinda una imagen armoniosa, artísticamente idealizada del mundo precolombino y de los primeros años. Era hijo del conquistador español Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas y de la princesa (ñusta) incaica Isabel Chimpo Ocllo, perteneciente a la corte cuzqueña. Gracias a la privilegiada posición de su padre, que perteneció a la facción de Francisco Pizarro hasta que se pasó al bando del virrey La Gasca. El Inca Garcilaso de la Vega recibió en Cuzco una esmerada educación al lado de los hijos de Francisco y Gonzalo Pizarro, mestizos e ilegítimos como él.

     En 1560, a los veintiún años se trasladó a España, donde siguió la carrera militar. Con el grado de Capitán, participó en la represión de los moriscos de Granada, y más tarde combatió también en Italia, donde conoció al filósofo neoplatónico León Hebreo. Sin derecho a usar el nombre de su padre (llevaba el de Gómez Suárez de Figueroa). Entre sus antepasados se encontraba el poeta Garcilaso de la Vega, Jorge Manrique y el marqués de Santillana.

     Se estableció en la localidad cordobesa de Montilla (1561), ciudad en la que gozó de la protección de sus parientes, y luego en Córdoba (1589), donde se vinculó a los círculos de humanistas y se dedicó al estudio y la investigación del pasado americano, y en especial del Perú. Considerado como el padre de las letras del continente, en (1605) dio a conocer en Lisboa su Historia de la Florida y jornada que a ella hizo el gobernador Hernando de Soto, título que quedó sintetizado en La Florida del Inca.

     El título más célebre del Inca, fueron los Comentarios reales, la primera parte de los cuales apareció en (1609), también en Lisboa. Escrito a partir de sus propios recuerdos de infancia y juventud, de contactos epistolares y visitas a personajes destacados del virreinato del Perú, el relato constituye, pese a los problemas de sus fuentes orales y escritas y a las incongruencias de muchas fechas, uno de los intentos más logrados, tanto conceptual como estilísticamente, de salvaguardar la memoria de las tradiciones de la civilización andina. Por esta razón  su obra maestra es considerada y se le ha reconocido como el punto de partida de la literatura hispanoamericana. La segunda parte fue publicada en Córdoba, en (1617).

"... será necesario dividamos aquellos siglos en dos edades: diremos cómo vivían antes de los Incas y luego diremos cómo gobernaron aquellos Reyes; es de saber que en aquella primera edad y antigua gentilidad unos indios había poco mejores que bestias mansas y otros mucho peores que fieras bravas". (4)
     Es de esta manera que el Inca Garcilaso de la Vega comienza su relación de la historia, el origen y las costumbres de la cultura Inca, en la compilación de su obra, en la que se manejan de manera clara las nociones occidentales de "barbarie y civilización". Esa llamada primera edad se enmarca en un contexto en el que la ley se desconoce, como el matrimonio y los lazos conyugales estables; adoraban múltiples dioses, incluso, cada quien creaba el suyo. Para el Inca Garcilaso de la Vega esto respondía más a una necesidad de diferenciación de un individuo con respecto a otro, que a un orden espiritual, pues según él, adoraron cosas inferiores a sí mismos, como en el caso de la adoración de animales.
     En este punto, es notable el paralelismo que el cronista establece entre los indios de esta primera edad y el politeísmo grecorromano, elevándolo por encima de los primeros en tanto que sus dioses representaban virtudes como la esperanza y la victoria. Sin embargo, condena ambas creencias en pos del pensamiento monoteísta que de los españoles había adquirido, y que determinó en gran medida la mirada que el Inca dio sobre el pasado prehispánico. En ambos casos, su condena es tajante y definitiva: ridiculiza todo el conocimiento que estas culturas occidentales tuvieron, al afirmar que éste no fue lo suficientemente agudo como para reconocer la presencia de un solo Dios y dejar de lado la idolatría.
"Por lo tanto, hombres y animales murieron ahogados o por falta de comida (...) Esta es la razón de que haya tan poca gente en América, y de que esa poca sea bárbara e inculta" (5)
     Tanto los líderes de algunas tribus que aún carecían de leyes para gobernarse, como las comunidades que vivieron sin ellas, desde la antropofagia hasta su mismo lenguaje, todo ese pasado (en el pensamiento de Garcilaso) formaba parte de una época oscura, de tinieblas y caos que clamaba, intrínsecamente, por la instauración del "nuevo orden". Pero para el Inca esto no sería sino los primeros pasos de una historia que habría de desarrollarse linealmente de un estadio inferior a otro superior: el triunfo de la fe cristiana.
     Ahora bien, no podemos dejar de lado la intencionalidad y los objetivos que perseguía Garcilaso de la Vega al escribir Los Comentarlos Reales, pues éstos no sólo justifican su obra, sino que, desde otro punto de vista, ponen de manifiesto la necesidad de descubrirse a sí mismo, diluido en una cultura que lo excluía (la cultura occidental), buscando encontrar sus raíces, reivindicar a los suyos, e incluso, comprender su realidad mestiza, aculturada, la identidad del nuevo americano. Garcilaso como cronista se propone:
"...contar lo que en mis niñeces oí muchas veces a mi madre y a sus hermanos y tíos y a otros de sus mayores acerca de este origen y principio, y será mejor que se sepa por las propalas palabras que los Incas lo cuentan que no por las de otros autores extraños".  (6)
     El Inca Garcilaso de la Vega se dedicó extensamente a reconstruir la historia, vida y costumbres del imperio Inca, que muchos cronistas españoles tergiversaron, unos por su modo de ver el mundo, otros por conveniencia e incluso, como justificación a los desmanes que tales personajes embistieron contra la cultura incaica (por ser ésta la que me ocupa).
CONCLUSIÓN

     El libro que ha inmortalizado y convertido en símbolo a Garcilaso, son los Comentarios Reales, cuya primera parte, dedicada al Imperio de los Incas, se publicaría asimismo en Lisboa, en 1609, cuando el Inca tenía 70 años. El Inca asegura que sólo escribió es decir, a esos parientes maternos, como Francisco Huallpa Tupac Inca Yupanqui, y los antiguos capitanes del emperador Huayna Cápac -tío de su madre-, Juan Pechuta y Chanca Rumachi, cuyas historias sobre el destruido Tahuantinsuyo maravillaron su infancia, en evocaciones que él graficó de manera fulgurante.
     Pero, pese a la solidez de sus recuerdos, a sus consultas epistolares a los cuzqueños, y al vasto cotejo que realizó con otros historiadores de Indias, como Blas Valera, (7)José de Acosta, Agustín de Zátrate o Cieza de León, los Comentarios Reales deben tanto a la ficción como a la realidad, porque embellecen la historia del Tahuantinsuyo, aboliendo en ella, como hacían los amautas con la historia incaica, todo lo que podía delatarla como bárbara -los sacrificios humanos, por ejemplo, o las crueldades inherentes a guerras y conquistas- y aureolándola de una condición pacífica y altruista que sólo tienen las historias oficiales, auto-justificadoras y edificantes. El Inca, en efecto, traductor de una obra clásica del platonismo florentino (los Diálogos de amor de León Hebreo), y lector de muchos seguidores italianos de Platón, de Marsilio Ficino a Castiglioni, estaba profundamente contaminado de la filosofía del pensador heleno, y es muy plausible que su visión de la "forma ideal del imperio" que describió tuviese tanto o acaso más que ver con la noción platónica de la república ejemplar y prototípica que con la prosaica realidad.
     Para resaltar más los logros del incario, ignora todas las culturas y civilizaciones anteriores a los Incas, o contemporáneas o las llama primitivas y salvajes, viviendo en estado de naturaleza y esperando que llueva sobre ellas, maná civilizador, la colonización de los incas, cuyo dominio paternalista, magnánimo y pedagógico. La descripción de las conquistas de los emperadores cusqueños es pocas veces guerrera; a menudo, un ritual trasplantado de las novelas de caballerías y sus puntillosos ceremoniales, en el que los pueblos, con sus curacas a la cabeza, se entregan a la suave servidumbre del Incario tan convencidos como los propios incas de la superioridad militar, cultural y moral de sus conquistadores. A veces, las violencias que éstos cometen son el correlato de su benignidad, pues las infligen en nombre del Bien para castigar el Mal, como el Inca Cápac Yupanqui, que, después de reducir pacíficamente incontables pueblos y tribus, ordena a sus generales que, en los valles costeros de "Uuiña, Camaná, Carauilli, Picta, Quellca y otros" hagan "pesquisa de sodomitas y en pública plaza quemasen vivos los que hallasen, no solamente culpados sino indiciados, por poco que fuese; asimismo quemasen sus casas y las derribasen por tierra u quemasen los árboles de sus heredades, arrancándolos de raíz porque en ninguna manera quedase memoria de cosa tan abominable" (8). Para ensalzar la civilización materna, el Inca asimila a los emperadores a la corrección política europea y a la implacable moral de la Contrarreforma
     Cuando el Inca describe los crímenes y torturas perpetradas por Atahuallpa contra los cuzqueños desaparece toda la bonhomía y pacifismo que, según los Comentarios Reales, caracterizaba al Tahuantinsuyo y su libro estalla en escenas de violencia terrible: pero ésta sirve, justamente, para destacar mas, por contraste, la vocación humana y bienhechora del Incario creado por Manco Capac frente al salvajismo inhumano de sus adversarios.
     ¿Porqué esta idílica visión del Imperio de los Incas ha alcanzado, pese a las enmiendas de los historiadores, una vigencia que ninguna de las otras, menos fantasiosas, haya merecido? A que Garcilaso fue un gran escritor, el más artista entre los cronistas de Indias, a que su palabra tan seductora y galana impregnaba todo lo que escribía de ese poder de sobornar al lector que sólo los grandes creadores infunden a sus ficciones.
     Episodios épicos, como la conquista de Chile por Pedro de Valdivia y las rebeliones araucanas, o descripciones soberbias, principalmente la evocación del Cuzco, su tierra. A la nostalgia y el sentimiento que contagian a este texto una tierna vitalidad, se suman una precisión abrumadora de datos animados por pinceladas de color que van trazando, en un inmenso fresco, la belleza y poderío de la capital del Incario, con sus templos al sol y sus conventos de vírgenes escogidas, sus fiestas y ceremonias minuciosamente reglamentadas, lo pintoresco de los atuendos y tocados que distinguían a las diferentes culturas y naciones sometidas al Imperio y viviendo en esta ciudad cosmopolita, erizada de fortalezas, palacios y barrios conformados como un prototipo borgiano, pues reproducían en formato menor la geografía de los cuatro suyos o regiones del Tahuantinsuyo: el Collasuyo, el Cuntisuyo, el Chinchaysuyo y el Antisuyo. La elegancia de este estilo está en su claridad y en su respiración simétrica y pausada, en sus frases de vasto aliento que, sin jamás perder la ilación ni atropellarse, despliegan, una tras otra, en perfecta coherencia y armonía, ideas e imágenes que alcanzan, algunas veces, la hipnótica fuerza de las narraciones épicas, y, otras, los acentos líricos de endechas y elegías. El Inca Garcilaso, que confiesa haberlo impulsado a escribir su libro, esmalta y perfecciona la realidad objetiva para hacerla más seductora sobre un fondo de verdad histórica con la que se toma libertades aunque sin romper nunca del todo con ella. La acabada artesanía de su estilo, la astucia con que su fantasía enriquece la información y su dominio de las palabras, con las que de pronto se permite alardes de ilusionista, hacen de los Comentarios Reales una de esas obras maestras literarias contra las que en vano se estrellan las rectificaciones de los historiadores, porque su verdad, antes que histórica es estética y verbal.
     El Inca esta muy orgulloso de ser indio, y se jacta a menudo de hablar la lengua de su madre, lo que, subraya muchas veces, le da una superioridad -una autoridad- para hablar de los incas sobre los historiadores y cronistas españoles que ignoran, o hablan apenas, la lengua de los nativos. Y dedica muchas páginas a corregir los errores de traducción del quechua que advierte en otros cronistas a quienes su escaso o nulo conocimiento del runa-simi conduce a error. Es posible, sin embargo, que este quechua del que se siente tan orgulloso y que se jacta de dominar, en verdad se le estuviese empobreciendo en la memoria por las escasas o nulas ocasiones que tenía de hablarlo.
     El idioma en el que dice todo esto no es el quechua sino el español, una lengua que este mestizo cuzqueño domina a la perfección y maneja con la seguridad y la magia de un artista, una lengua a la que, por sus ancestros maternos, por su infancia y juventud pasadas en el Cuzco, por su cultura inca y española, por su doble vertiente cultural, él colorea con un matiz muy personal, ligeramente exótico en el contexto literario de su tiempo, aunque de estirpe bien castiza. Hablar de un estilo mestizo sería redundante, pues todos lo son; no existe un estilo puro, porque no existen lenguas puras. Pero la de Garcilaso es una lengua que tiene una música, una cadencia, unas maneras impregnadas de reminiscencias de su origen y condición de indiano, que le confieren una personalidad singular. Y, por supuesto, pionera en nuestra literatura
     El logro extraordinario del inca Garcilaso de la Vega -dicho esto sin desmerecer sus méritos sociológicos e historiográficos-, antes que en el dominio de la Historia, ocurre en el lenguaje: es literario. De él se ha dicho que fue el primer mestizo, el primero en reivindicar, con orgullo, su condición de indio y de español, y, de este modo, también, el primer peruano o hispanoamericano de conciencia y corazón, sin embargo, no fue ésta una operación consciente, desde luego; es algo que resultó de sus intuiciones, de sus lecturas universales y de su sensibilidad generosa, y, por cierto, de ese humanismo sin fronteras que bebió de la literatura renacentista, un espíritu ecuménico muy semejante, por lo demás, a la idea de ese Imperio de los Incas que él popularizó: una patria de todas las naciones, una sociedad abierta a la diversidad humana. Llamándose "indio" a veces, y a veces "mestizo", como si fueran términos intercambiables y no hubiera en ellos una incompatibilidad manifiesta.
Por lo demás, este hombre tan orgulloso de su sangre india, que lo entroncaba con una civilización de historia pujante y altamente refinada, no se sentía menos gratificado de su sangre española, y de la cultura que heredó gracias a ella: la lengua y la religión de su padre, y la tradición que lo enraizaba en una de las más ricas vertientes de la cultura occidental. El inventario que se hizo de su biblioteca, a su muerte, es instructiva; su curiosidad intelectual no conocía fronteras.
El autor de los Comentarios Reales está en las antípodas de la visión limitada, mezquina y excluyente de cualquier doctrina nacionalista. Su idea del Perú es la de una patria en la que cabe la diversidad, en la que "se funden los contrarios", esa aptitud para abrirse a las demás culturas e incorporarlas a la propia, que tanto admiraba en sus ancestros Incas. Por eso, al final, la imagen de su persona que su obra nos ha legado es la de un ciudadano sin bridas regionales, alguien que era muchas cosas a la vez sin traicionar ninguna de ellas: indio, mestizo, blanco, hispano-hablante (e italiano-hablante), y quechua-hablante cuzqueño y montillano o cordobés; indio y español, americano y europeo. Es decir, un hombre universal.
Pero, acaso sea más importante todavía que cualquier consideración sociológica derivada de su obra, el que, gracias a la cristalina y fogosa lengua que inventó, fuera el primer escritor de su tiempo en hacer de la lengua de Castilla una lengua de extramuros, de allende el mar, de las cordilleras, las selvas y los desiertos americanos, una lengua no sólo de blancos, ortodoxos y cristianos, también de indios, negros, mestizos, paganos, ilegítimos y heterodoxos. En su retiro cordobés, este anciano devorado por el fulgor de sus recuerdos, perpetró, el primero de una vastísima tradición, un atraco literario y lingüístico de incalculables consecuencias.
 Tomó posesión del español, la lengua del conquistador y, haciéndola suya, la hizo de todos, la universalizó. Un lenguaje, como el runa-simi, que él evocaba con tanta devoción, se convertiría desde entonces, igual que el quechua, la lengua general de los pueblos del imperio de los Incas, en la lengua general de muchas razas, culturas, geografías, una lengua que, al cabo de los siglos, con aportes de hablantes y escritores de varios mundos, tradiciones, creencias y costumbres, pasaría a representar a una veintena de sociedades desparramadas por el planeta, y a cientos de millones de seres humanos, a los que ahora hace sentirse solidarios, hijos de un tronco cultural común, y partícipes, gracias a ella, de la modernidad.




CITAS
(1)     Garcilaso de la Vega “El Inca”. Comentarios reales. 2 vols. introd. y notas Ma. Dolores Bravo Arriaga. México, Secretaría de Educación Pública/Universidad Nacional Autónoma de México, 1982. (Clásicos americanos, 6). p.4.
(2)     Garcilaso de la Vega, el Inca, ca. 1540-1616. Comentarios reales. ed. al cuidado de Angel Rosenblat; pról., de Ricardo Rojas. Buenos Aires, Emece Editores, 1945. p. 216.
(3)     Fernández, Cristian. Inca Garcilaso: imaginación, memoria e identidad. Lima, UNMSM, Fondo Editorial, 2004.
(4)     Garcilaso de la Vega. Los mejores comentarios reales. Caracas, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, Colección Claves de América, 1992. p. 10.
(5)     Garcilaso de la Vega. Los mejores comentarios. op. cit., p. 77.
(6)     op. cit., p. 17.
(7)     Garcilaso de la Vega “El Inca”.Comentarios reales. 2 vols. introd.. y notas Ma. Dolores Bravo Arriaga. México, Secretaría de Educación Pública/Universidad Nacional Autónoma de México, 1982. (Clásicos americanos, 6). pp. 23-24.
(8)     op.cit., pp. 68-71.




BIBLIOGRAFÍA

Garcilaso de la Vega “El Inca”. Comentarios reales. 2 vols. introd. y notas Ma. Dolores Bravo Arriaga. México, Secretaría de Educación Pública/Universidad Nacional Autónoma de México, 1982. (Clásicos americanos, 6).

Garcilaso de la Vega, el Inca, ca. 1540-1616. Comentarios reales. ed. al cuidado de Angel Rosenblat; pról. de Ricardo Rojas. Buenos Aires, Emece Editores, 1945.

Fernández, Cristian. Inca Garcilaso: imaginación, memoria e identidad. Lima, UNMSM, Fondo Editorial, 2004. 182 p.

Garcilaso de la Vega. Los mejores comentarios reales. Caracas, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, Colección Claves de América, 1992. 450 p.



LA INTERVENCIÓN EXTRANJERA EN LA GUERRA CIVIL 

ESPAÑOLA



Las circunstancias históricas en las que se desarrolló la guerra, respondían a problemas no resueltos en la sociedad española:
·         una economía atrasada, incapaz de satisfacer las necesidades del pueblo;
·         una oligarquía terrateniente sólo preocupada por sus beneficios e incapaz de los cambios más elementales;
·         una estructura social con abismales diferencias entre pobres y ricos, con una pequeña oligarquía poderosa, unas clases bajas en continuo crecimiento, una clase media insuficiente para servir de elemento equilibrador;
·         y una polarización de la sociedad en dos bandos, la derecha y la izquierda entre las que existía una fuerte tensión.



Introducción.
            El hecho de que la guerra civil española fuese precisamente eso, una guerra, y no una crisis interna provocada por un pronunciamiento militar con pocas probabilidades de éxito, se debió a la actitud de las principales potencias europeas, que con su apoyo sistemático unas (Alemania e Italia por un lado, la URSS por el otro) y con su pasividad otras (Gran Bretaña y Francia), favorecieron y alimentaron un conflicto que por sí mismo habría tenido muy pocas posibilidades de acabar en un larga y sangrienta guerra, preludio de la Segunda Guerra Mundial.
Es indudable que las ideas que encarnaban ambos bandos, republicano y franquista, estaban absolutamente encontrados, y difícilmente podrían converger en un acuerdo. De hecho, el clima reinante en España pocas fechas antes del alzamiento del 17 de julio era tenso y anunciaba un conflicto inmediato. Pero ¿qué tipo de conflicto se habría dado en España si determinadas potencias europeas no hubiesen visto algo que les incitara a apoyar decididamente a uno de los bandos, concretamente el franquista? ¿Con qué medios técnicos contaba Franco para sostener una guerra contra la República española, dueña del oro del Banco de España, dueña de la débil industria española, y dueña del ejército español, salvo significados mandos? Franco contaba con el apoyo de un importante grupo de altos mandos militares propensos a la rebelión (algo propio de la España de los últimos 100 años), con el ejército de África, y con poco más. El material técnico-militar del que disponía era escaso comparado con el del ejército republicano. Y aunque las dificultades internas que desde el principio tuvo la República fueron sin duda muy importantes (regionalismo catalán, ambiente revolucionario), la rebelión habría sido muy posiblemente aplastada, como lo fue en su día la protagonizada por Sanjurjo en 1932 en Sevilla y Madrid. Sanjurjo era el principal dirigente de la sublevación, pero murió en un accidente de aviación el tercer día de la rebelión.
            De hecho el pronunciamiento militar fue un fracaso. Un pronunciamiento, un golpe militar basado en la sorpresa (aunque muchos mandos militares rebeldes eran sospechosos y habían sido "exiliados" en África) exigía controlar los puntos neurálgicos del país, así como los órganos de mando, administración y comunicaciones. Y esto no se logró. Fracasada la sorpresa, Franco se vio obligado a buscar apoyo exterior para su causa, tanto técnico como económico, y lo encontró en las potencias totalitarias de Europa: Alemania e Italia, que sin duda advirtieron en España intereses económicos, estratégicos, y políticos, amén de los ideológicos.
            Por su parte el principal bastión militar de la República española fue la URSS, y posteriormente el apoyo de las Brigadas internacionales.
            En principio, las potencias europeas llegaron a un acuerdo para que el conflicto español estuviese exento de la intervención de ningún país. Para esto se formó el Comité de Londres, que apadrinó la política de No-intervención, a la que se adhirieron numerosos países (incluyendo paradójicamente los que apoyaron más firmemente a uno u otro bando). Pero la No-intervención, y la Sociedad de Naciones, garante teórica de la paz mundial, demostra­ron su más absoluta ineficacia, permitiendo que la contienda española tuviese una clara participación extranjera, siendo el prólogo de la Segunda Guerra Mundial.

LAS DEMOCRACIAS OCCIDENTALES: LA NO-INTERVENCIÓN.

1) Coyuntura internacional previa al conflicto.
            Habría que remontarse a la época de Felipe II para encontrar un importante peso específico español en el concierto internacio­nal. Ciertamente, tras los Austrias mayores, el apogeo del imperio español había ido en progresiva decadencia, pasando el dominio y la presencia en la política internacional de nuestro país a un plano absolutamente secundario, casi marginal.
            La Revolución industrial llegó tarde a un país atrasado y básicamente agrario, que vio como en 1898 los últimos vestigios de su antaño floreciente y poderoso imperio caían hechos pedazos ante el auge del coloso norteamericano.
            Una de las características que posee España es su privile­gia­da posición geográfica en el plano europeo, puente entre dos importantes mares, y lugar de contacto entre dos continentes, uno de los cuales - el europeo- se había expandido sobre el otro -el africano- durante el siglo XIX y buena parte del XX.
            De hecho, las potencias europeas tenían intereses estratégi­cos en el Mediterráneo occidental." A fines del XX, Inglaterra, Francia y España, desarrollaron intereses imperialistas en el turbulento imperio de Marruecos. En 1904 un acuerdo anglo-francés reconocía la primacía de los intereses políticos y militares franceses en Marruecos" (1)
En 1912 Francia y España se repartieron dicho país. En 1914, con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial, España toma una actitud neutral, aunque en el país, según palabras de Azaña "el ambiente parecía de guerra civil, menos los tiros"[2] debido a la división de opiniones en favor de uno u otro bando. Pero evidente debilidad del país, el aislamiento internacional, provocado también por una buena dosis de orgullo español por el trato recibido por las potencias europeas en los últimos 100 años (recordemos el fracaso español en el Congreso del Viena, la pasividad franco-inglesa en la guerra hispano-norteamericana de 1898), hicieron que España observase el conflicto bélico al margen de la intervención activa.
El final de esta guerra culminó con la firma del Tratado de Versalles y la escasa benevolencia con que las potencias vencedoras trataron a las derrotadas.
            Ello generaría una serie de rencores y remordimientos, raíz y causa del ascenso del totalitarismo hitleriano, y posteriormente de la Segunda Guerra Mundial.
            Volviendo al escenario del Mediterráneo occidental, hay que señalar que en el primer tercio del siglo XX "durante décadas de acciones militares esporádicas, los intereses financieros privados de Inglaterra, Francia, Alemania y España invirtieron en el desarrollo de las minas de hierro del Riff"[3]
            Está pues, muy clara la incidencia que tenía esta zona en la política exterior de las potencias europeas, y de alguna manera, los conflictos que pudieran interferir en estos intereses debían preocupar, seguramente a los principales interesados. "Así que tanto los intereses estratégicos en el Mediterráneo occidental como los complejos intereses militares, económicos e imperialistas, involucraron a todas las grandes potencias europeas tan pronto como el status quo se vio amenazado"[4].
            Pero de lo que no cabe la menor duda era que España, en esta época, era un país débil, tanto económica como política y militarmente, y por eso, a nivel internacional, su importancia era más bien escasa. Bien es cierto que no existían motivos claros de enfrentamiento con las potencias europeas, pero un hipotético conflicto con alguna de ellas la situaría inmediatamente en clara desventaja. Claro que ya entonces se había constituido la Sociedad de Naciones, organismo internacional que garanti­zaría por vía pacífica la solución a cualquier altercado. "La República española había tomado en serio a la Sociedad de Naciones. Inscribió en la constitución de 1931 una declaración terminante, adhiriéndose a los principios del Covenant, para ajustar a ellos su política exterior. El sistema de seguridad colectiva y las obligaciones derivadas del pacto parecían llamados a resolver para España un problema capital: el de encontrarse garantizada contra una agresión no provocada sin necesidad de montar una organización militar y naval que hubiese impuesto al país una carga insoportable. Era la solución deseable para una nación desarmada, débil económicamente, pero en vías de progreso y reconstitución interior"[5]
            El problema estaba en que la diplomacia española no había más allá, confiando en la Sociedad de Naciones, y de alguna manera, en Gran Bretaña y Francia, la estabilidad internacional.
            "Obsesionada por sus problemas internos, la República no había desplegado una política exterior demasiado activa. La colaboración con Francia e Inglaterra y el apoyo al sistema de la Sociedad de Naciones no habían llevado a los gobiernos de Madrid a apuntalar la posición propia con acuerdos militares con otros países."[6]
            Así pues, según palabras del profesor Pierre Villar: "antes de julio de 1936 España apenas preocupaba a las diplomacias europeas".
            Pero la Sociedad de Naciones ya había mostrado signos de ineficacia en el conflicto de Etiopía, protagonizado por Italia, anunciando de antemano, su ulterior pasividad en la Guerra Civil.
            Así, "la guerra civil estalló sobre un orden internacional en cierta tensión. Estaba centrado en torno a la desgarrada Sociedad de Naciones, que acababa de salir con el prestigio muy quebrantado del conflicto de Etiopía, en el que se había revelado impotente. El esquema de las relaciones internacionales en Europa se veía convulsionado por la índole y el ritmo de las pretensiones revisionistas alemanas que aspiraban a trastrocar las consecuencias de la paz impuesta en Versalles al término de la Gran Guerra."[7]
            "Como tal el conflicto de España estuvo inexorablemente unido a los debates de las potencias revisionistas del Eje y a la política timorata y miope, aunque comprensible de los países democráticos, empeñados en preservar intereses vitales nacionales (rutas de comunicación, imperios). Estos implicaban una defensa no muy enérgica del status quo europeo frente a demandas alemanas o italianas que no parecían del todo irrazonables."[8]
            Sin embargo, "la Europa de la primavera de 1936 no era un continente que pareciese que fuese a enfrentarse en lo más inmediato con crisis internacionales relacionadas con España. Es más, la escena general de los comienzos del verano era relativamente tranquila.
            La remilitarización de Renania, en marzo, había supuesto, cierto es, una convulsión muy importante, pero ni Londres ni París consideraron que esta nueva infracción de Tratado de Versalles debía dar ocasión para el empleo de la fuerza"[9]
            Lo que se estaba poniendo de manifiesto era que si había alguna potencia interesada en alterar la balanza europea, incluso internacional, tras la firma del Tratado de Versalles, esas eran las potencias fascistas alemana e italiana.
            "Un segundo momento de excitación se produjo tras la victoria electoral en Francia del Frente Popular, que permitió al socialista León Blum asumir la responsabilidad gubernamental. Podría haberse pensado en un endurecimiento francés con respecto a las potencias fascistas, pero no fue así: Francia e Inglaterra accedieron al levantamiento de sanciones contra Italia (impuestas por la Sociedad de Naciones a raíz de la invasión de Etiopía)."[10]
            Pero la potencia europea que suponía un peligro práctico y real para las relaciones intraeuropeas era, sin duda, la Alemania nazi. No parecía que Italia fuese capaz de "representar por sí misma una amenaza al sistema de relaciones emanado de Versalles"[11]
            No hay que olvidar que la revolución rusa de 1917 había implantado en aquel país, ahora llamado la URSS, un sistema económico que socavaba todos los cimientos del capitalismo predo­minante en toda Europa, y que por tanto, a los ojos del mundo, Stalin representaba un peligro revolucionario claro.
            "Indudablemente, la postura británica estaba influida por el temor a la Unión Soviética. Para ciertos círculos conservadores, una Alemania potente constituía el presupuesto esencial de la salvación de Europa frente a Stalin, y para muchos ingleses el dictador georgiano era más peligroso que el propio Hitler."[12]

2) El comité de Londres y la No-intervención.

            Estallada la rebelión, Giral, presidente del gobierno, lo primero que hizo fue enviar un telegrama el 20 de julio a su colega francés, León Blum, indicándole que en España se había producido un pronunciamiento militar y que la República española precisaba urgentemente suministros y material de guerra para sofocarla.
            En Francia el partido en el poder era el Frente Popular, agrupación política de izquierdas, de corte prácticamente similar al Frente Popular que gobernaba en España, y su presidente era el socialista León Blum.
            Así, la República española lo que hacía era recurrir al país más cercano físicamente e ideológicamente, pues Portugal estaba regido por la dictadura de Salazar y difícilmente podría socorrer a la República. De hecho, sus dirigentes se manifestaron en principio a favor de los insurgentes españoles.
            Francia, por otra parte, era una potencia en Europa capaz de socorrer de forma inmediata las peticiones españolas.
            "La reacción inicial de León Blum fue completamente positiva. Sin embargo, en un viaje a Londres el 22 de julio se dio cuenta de que el gobierno inglés simpatizaba con el levantamiento."[13]
            Por otra parte a Blum no le faltaban impedimentos para realizar su, en principio deseado apoyo a la causa republicana. Para comenzar, su propio gobierno se encontraba dividido. No todos los ministros simpatizaban con la República.
            Además "Blum estaba sometido a una creciente presión no sólo de Inglaterra, sino de los gobiernos polaco y belga. Sobretodo 4 meses después de que Hitler hubiese ocupado Renania sin encontrar oposición, Blum no se podía permitir el lujo de enfrentarse a un aislamiento de Francia frente a una Alemania rearmada. Ni tampoco podía permitir que surgiera un aliado de Italia y Alemania en la frontera meridional. Por tanto propuso la fórmula de la No-Intervención, a la cual esperaba que se adhirieran todas las potencias y a que acabaría rápidamente con la guerra por falta de armamentos. El 8 de agosto cerró la frontera francesa al tráfico militar, sin esperar a conocer las verdaderas intenciones de las potencias que respaldaban a los insurgentes."[14]
            La No-Intervención tenía el objetivo de aislar el conflicto español, con la ventaja de que con esta acción Franco no recibiría suministros, y no podría derribar a la República. Pero León Blum quizás no contó con que las potencias fascistas apoyarían tan decididamente la rebelión.
            Con esta política se pretendía, en un primer momento, aislar el conflicto consiguiendo la neutralidad de todas las potencias, y posteriormente dar un segundo paso prohibiendo el envío de material de guerra a la península.
            Francia entonces prohibió la exportación de armas a España, y más tarde el tránsito de ellas por el territorio.
            "De todas las naciones europeas, Francia era la más profundamente afectada, y se halló profundamente dividida por el estallido de la guerra civil. Todos los sindicatos, tanto socialistas como comunistas, pidieron el inmediato envío de armas al gobierno Giral. La clase media liberal favorecía instintivamente la causa de la República. Pero al mismo tiempo los monárquicos y clericales se inclinaban por la causa de los insurgentes."[15]
            Pero, aunque estos últimos eran una gran minoría, "con la política de París firmemente vinculada a la del Reino Unido, Blum no estaba en condiciones de asumir audaces iniciativas en el terreno internacional sin contar con un mínimo de apoyo británico"[16]
            Así, en cuestión de días, Francia decidió dar marcha atrás a su primera intención de apoyar la causa republicana. "En un comunicado oficial, el gobierno francés declaró que había decidido suspender las exportaciones de armas con destino a España."[17]
            El gobierno francés propuso entonces la formación de un comité que se encargase de aplicar la política de no intervención. "El 4 de agosto, los británicos aceptaron, pero a condición de que lo mismo hiciesen alemanes, italianos y portugueses. Berlín, por su parte, indicó que sólo se adhería si también lo hacía la Unión Soviética, al cual reconoció el principio de no intervención el 6 de agosto, a la vez que Italia. En el consejo de ministros francés, reunido en la noche del 8 al 9, se echó marcha atrás sobre los envíos a España, prohibiendo incluso la exportación de aviones civiles.
            Una semana más tarde la sugerencia francesa se convirtió en propuesta formal franco-británica.
            A comienzos de septiembre se habían adherido a la misma Albania, Austria, Bélgica, Bulgaria, Checoslovaquia, Dinamarca, Luxemburgo, Noruega, Grecia, Holanda, Hungría, Irlanda, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Noruega, Polonia, Portugal, Rumania, Suecia, Turquía y Yugoslavia, además de las cinco grandes potencias.
            El 9 de septiembre se celebró la primera reunión, en Londres, del denominado Comité de No-Intervención."[18]
            Los EEUU tampoco tenían la intención de intervenir en la guerra de España. Deseaban mantenerse al margen, a pesar de las simpatías democráticas que sus más altos mandatarios (el presi­dente Roosevelt, por ejemplo) tenían por la República. "El 7 de agosto el departamento de Estado envió una circular a todos los cónsules recomendándoles la más estricta imparcialidad"[19]
            Pero prevalecieron los intereses privados. El gobierno norteamericano no se opuso a que la Texaco suministrara gasolina y combustibles al bando franquista, pues no se consideraban como materiales de guerra.
            "El trabajo del Comité se desarrollaría en pleno y en subcomités. El más importante fue el del presidente, compuesto por representantes de Francia y Portugal, como países más próximos a España y de los principales productores de armas: Reino Unido, Alemania, Italia, Bélgica, Suecia, Checoslovaquia y la Unión Soviética."[20]
            La Sociedad de Naciones, por otra parte, delegó en el comité de Londres la resolución del conflicto español. "El primer recurso ante la Sociedad de Naciones fue presentado formalmente por el gobierno español en diciembre de 1936.
            Tres meses antes, en la reunión mantenida por la asamblea, los delegados españoles habían expuesto los términos de la cuestión, pero sin demandar un acuerdo concreto sobre ella. La reunión extraordinaria del Consejo, pedida por el gobierno español, conforme al artículo II del Pacto, en vista de que la situación exigente en España era una grave amenaza para la paz internacional, no pudo ser denegada. La víspera de la reunión del Consejo, un comunicado de París y Londres dio a conocer que el 4 de diciembre los dos gobiernos se habían dirigido a los de Alemania, Italia, Portugal, y la URSS, pidiéndoles su cooperación para impedir todo acto de intervención extranjera en el conflicto, y de que dirigiesen a sus representantes en el Comité de Londres."[21]
            Dada la evidente presencia de fuerzas extranjeras en el territorio español, el gobierno republicano siguió insistiendo ante la Sociedad de Naciones, pero lo más que pudo conseguir fue que éste redactara una nota reconociendo la intervención de elementos extranjeros en España, y amenazando con el desbloqueo de la No-Intervención si esas fuerzas no se retiraban en "breve tiempo".
            Pero la falta de unanimidad entre los componentes de la sociedad de Naciones, la debilidad diplomática española en el ámbito internacional, así como su debilidad política y militar, y la imagen de "terror revolucionario" que existía en el mundo debido a la situación interna de la España republicana, fueron factores que contribuyeron a que la República española fuese vista con recelo en el ámbito internacional, contribuyendo a que los organismo internacionales no se pusiesen de acuerdo sobre el caso español, delegando en el Comité de Londres la situación del conflicto.
            Pero la política de no intervención "no tardo en convertirse en una mera farsa, que lastró considerablemente los esfuerzos republicanos por conseguir armas y dinero."[22] El comité de Londres sólo pudo lograr uno de sus grandes objetivos: aislar la guerra, reduciéndola a los límites españoles. En todo caso lo demás resultó un auténtico fracaso, pues Alemania e Italia no cesaron de suministrar a Franco todo el material y la ayuda que precisara durante todo el conflicto. Por otra parte, también la URSS realizó importantes envíos de material bélico a la República muchos de ellos realizados por mar.
            "Es fácil criticar la labor del comité de No-Intervención. Sin embargo, constituía una nueva aventura en el terreno de la diplomacia internacional, y lidiaba con una situación en la que un grupo importante de sus miembros perseguía objetivos que no coincidían con los que debía salvaguardar. Sólo Gran Bretaña defendió la no-intervención activamente"[23]
            "La no intervención tenía débiles fundamentos jurídicos: no resultaba de un tratado o de un acuerdo multilateral, sino de la aceptación, en mayor o menor medida, de las tres ideas centrales de la sugerencia franco-británica, y del acomodo a ellas del las legislaciones nacionales. El Foreing Office no tardó en advertir que carecía de fuerza legal internacional y no tenía ningún carácter obligatorio para los participantes. De aquí que cualesquiera de éstos pudiera retirarse del acuerdo sin violar principio alguno de Derecho Internacional."[24]
            El primer plan de actuación que diseñó el comité de Londres fue el de desplegar un cuerpo de observadores parciales que se encargarían de verificar que la no-intervención se llevará a efecto.
            "El 24 de octubre se acordó que los representantes consultasen con sus respectivos gobiernos sobre la posibilidad de designar a un grupo de observadores imparciales, estacionados en los principales puntos de entrada de España por tierra y por mar, con el fin de que informasen, cuando el comité se lo pidiera, acerca de casos específicos que supusieran vulneraciones de la no-intervención.
            El 2 de noviembre las sugerencias fueron examinadas por el Subcomité del presidente, que dio luz verde a un plan mucho más detallado, aprobado un mes más tarde en la undécima sesión plenaria del Comité. Se comunicó a los dos bandos en lucha, pero no se esperaba que fuese aceptado. Tras lo que ha pasado a la historia como primer plan de control, aleteaba, simplemente, el deseo de salvar al Comité. Se trataba, por lo demás, de un plan costoso que el Foreing Office no tenía ningún interés en financiar. Las dos respuestas españolas fueron suficientemente negativas y el plan fue abandonado." [25]
            "Durante 1937, el agente más dinámico de la política de no-intervención fue, sin duda Inglaterra, que continuó presionando a Francia para que no abandonara dicha línea de conducta, aprovechándose del temor francés a quedarse sólo frente a Hitler."[26]
            "La creciente evidencia de la masiva injerencia de las potencias del Eje y de la URSS demuestra que la no-intervención sería letra muerta si no se ejercían también restricciones sobre la llegada de efectivos a España, eufemísticamente caracterizados como "Voluntarios".
            La idea se remontaba a agosto, pero no fue retomada formalmente hasta diciembre por los gobiernos británico y francés, que chocaron con la oposición de otros los tres países. Estos, en efecto, no estaban interesados en adoptar medidas con respecto a los voluntarios hasta que no se estableciera un control sobre los suministros bélicos extranjeros.
            Tras muchas dificultades, las distintas potencias se pusieron de acuerdo el 15 de febrero para restringir la marcha a España de sus súbditos. El control entró en vigor en la noche del 20 al 21 y abarcaba el reclutamiento, tránsito o salida del territorio de los países signatarios de cualesquiera personas de origen no español con el fin de participar en la guerra. Se dictaron las disposiciones correspondientes que enrarecieron el reclutamiento de las Brigadas Internacionales, pero que no afectaron al envió de las tropas regulares alemanas, italianas o de "asesores soviéticos".
            El 6 de marzo se creó un consejo internacional de observación que debía administrar un segundo plan de control. Estaba compuesto por el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, la URSS, Grecia, Noruega, Polonia y Checoslovaquia. El control adoptaría tres modalidades: marítima, de vigilancia por patrullas navales y observación terrestre.
            La primera se basó en un cuerpo de observadores de países neutrales (Estonia, Noruega, Letonia, Holanda, Dinamarca, Turquía, Yugoslavia, Finlandia, Irlanda, y Suecia. En la tercera participarían agentes de Suecia, Noruega, Finlandia, Holanda y Letonia.
            El control marítimo entró en vigor el 19 de abril de 1937, aunque todavía no se había reclutado la totalidad de observadores necesarios.
            Las dificultades de financiación acrecentaron aún más las deficiencias del proyecto, entre las que destacaban su tardía implantación y la asignación de responsabilidades a países como Alemania e Italia que no tenían, antes al contrario, intención alguna de que el plan funcionara. Los británicos, por su parte, no deseaban ofender a las potencias del Eje, y bajo la dirección de Neville Chamberlain, que asumió la responsabilidad gubernamental desde el 28 de mayo de 1937, habían intensificado el acerca­miento a Italia con la esperanza de separarla de Alemania.
            El gobierno republicano se opuso resueltamente al control y pronto tuvieron lugar incidentes que afectaron a barcos italianos y alemanes.
            Entre el 24 y el 31 de mayo de 1937 se desbarató el segundo plan de control en un contexto de subida de tensión derivada de la creciente intervención en España del Tercer Reich, Italia y la URSS. Los dos primeros países llegaron a retirarse temporalmente de la patrulla naval, pero después lo hicieron de forma definitiva el 23 de junio. Portugal anula las facilidades concedidas y lo mismo hizo Francia a mitad de Julio.
            Tampoco parece que el plan de vigilancia terrestre parece que ofreciera mejores resultados. Con ello, la no-intervención experimentaba uno de sus más rotundos fracasos sin que pudieran impedirlo los sucesivos esfuerzos británicos y franceses." [27]
            Sin embargo, en el verano de 1937, se produjeron una serie de incidentes con submarinos italianos, que atacaron buques que aprovisionaban a la República, en especial barcos británicos. A tal efecto se convocó una conferencia en Nyon (Suiza) del 10-14 de septiembre. En dicha conferencia se acordó que todos los submarinos que atacasen buques mercantes no españoles sería atacado. Alemania e Italia no había asistido a la conferencia, pero, curiosamente, después de ella no se produjeron más ataques a mercantes.
            "Se ha afirmado que Nyon fue la única ocasión en que las potencias democráticas occidentales dieron signos de firmeza, y quizás sea cierto. Pero Nyon ha de situarse en el contexto de la enloquecida política de apaciguamiento de Chamberlain y en particular, de sus intentos por llegar a algún tipo de acomodo con Mussolini." [28]
            "La ineficacia del Comité de Londres se prolongó durante la segunda mitad de la guerra civil. Los meses finales de 1937 y la mayor parte del año siguiente transcurrieron discutiendo o tratando de poner en práctica distintas versiones de la vieja noción de retirada de combatientes extranjeros. El enfrentamiento entre las potencias del Eje y la Unión Soviética por un lado, divergencias coyunturales entre Londres y París por otro, fueron factores que incidieron sobre tal inoperacia." [29]
            "Mientras la ofensiva franquista alcanzaba incontenible, Negrín, en rápida visita a París, del 12-14 de marzo de 1938, conseguía de León Blum (que formaba un segundo gobierno efímero) la reapertura de la frontera franco-española. Pronto grandes cantidades de  material de guerra, que veían obstaculizado su tránsito se vaciaron en la España republicana." [30]
            Sin embargo Hitler comenzaba ya a mostrar sus verdaderas cartas. El 12 de marzo de 1938 se producía el Anschluss, o anexión de Austria por parte del Tercer Reich.  "El golpe del Anschluss se había preparado sobre las base de actitud favorable de Italia y la creencia por parte alemana de que las potencias democráticas no reaccionarían. Estas, en, particular Reino Unido, habían emitido demasiadas señales apaciguadoras en los meses precedentes como para que Berlín pensase lo contrario.
            Sin embargo, en una dramática sesión del Comité permanente de la Defensa Nacional del 15, los dirigentes de París rechazaron la posibilidad de intervenir directamente en España. El temor a una guerra contra Alemania e Italia, la escasa preparación militar francesa y la inseguridad que generaba el quedarse cortados del Reino Unido, desaconsejaron toda escalada de cara a la situación española." [31]
            Pero el 13 de junio de 1938 la frontera franco-catalana dejó de ser permeable. En esta época la atención internacional ya no estaba en España, sino en la agresiva política exterior alemana.
            Negrín nunca perdió la esperanza de que, ante la evidente escalada alemana en Europa, tarde o temprano las potencias europeas terminarían oponiéndole a Hitler una oposición firme. Pero los acontecimientos se sucedieron a un ritmo vertiginoso. El 29 de septiembre tuvo lugar la conferencia de Munich, que acabó con la anexión del territorio de los sudetes.
            "Para la URSS losa resultados de Munich fueron importantísimos. En el plano general implicaban, desde luego, que una vez más, y en esta ocasión con respecto a un aliado de la Unión Sovié­tica y de Francia, las potencias democráticas se habían echado a atrás. Implicaban también un golpe casi mortal a la política de seguridad colectiva e intensificaban el aislamiento del Kremlin ante una posible agresión alemana.
            Hay, desde luego, razones lógicas que explican una gran disminución del interés de Stalin por la causa republicana después de Munich. La guerra española ya no sería el detonante que indujese a una postura más firme al Reino Unido o Francia. Tampoco servía para que la atención del Eje se concentrase lejos de las fronteras soviéticas. Y no, en último término, había mostrado que el apoyo fascista a Franco no había debilitado el rearme alemán." [32]
            Todos los autores coinciden en que la solución de Munich fue el tiro de gracia que acabó con las esperanzas de la República. Poco después, el 27 de febrero de 1939 Gran Bretaña y Francia reconocen oficialmente el gobierno de Franco. El 15 de marzo de 1939 Hitler ocupa Checoslovaquia. El 1 de abril de 1939, día en que finaliza la guerra civil española, el gobierno de los EEUU también reconoce a Franco, y unos pocos meses después, el 1 de septiembre, tras la invasión de Polonia por parte de Alemania, se produce la declaración de guerra de Gran Bretaña y Francia. Comienza la Segunda Guerra Mundial.

3 Causas y consecuencias de la No-Intervención.

            Como ya hemos visto, Francia y Gran Bretaña apadrinaron la denominada política de no-intervención, encarnada en el Comité de Londres. El principal objetivo original de esta política era aislar el conflicto español y tratar de ahogarlo impidiendo la llegada de material bélico a la península. Quizás no se contaba desde el principio con la firme y decidida ayuda que Alemania e Italia prestarían a Franco, a pesar de suscribir también la política de no-intervención.
            Pero, una vez visto que las potencias fascistas y la URSS estaban interviniendo claramente en la guerra de España, ¿por qué las potencias democráticas no tomaron cartas en el asunto y trataron de frenar la internacionalización de la guerra civil española? ¿Cuáles fueron los motivos por los que dejaron pasar el tiempo sin tomar determinaciones claras al respecto?
            Gran Bretaña era la potencia democrática más fuerte en Europa. Cierto es que su gobierno era de corte conservador, pero "realmente, antes de la guerra, la política británica no tenía motivos para mirar, no ya con hostilidad, pero ni siquiera con antipatía a la República Española. Encendida la guerra, con el cortejo de horrores y desmanes que asolaron a todo el país, los que ocurrieron en el territorio republicano repercutieron, como era natural, muy desfavorablemente para el régimen en la opinión británica. Con todas las salvedades necesarias, parece que también cierto que la opinión pública británica en general no llegó a interesarse por el aspecto político de la cuestión española tan vivamente como la de otros países." [33]
            Sin embargo, destacados miembros del gobierno británico eran hostiles a la República. Cierto es que la oposición laborista y liberal al gobierno británico era favorable al final a la política de no-intervención y propugnaba claramente la salida de los combatientes extranjeros de España, pero el peso específico que la oposición británica podía tener en las decisiones políticas del gobierno de Londres era relativamente pequeño.
            "La reacción de los ingleses ante la guerra civil fue menos emocional que la de los franceses, pero dado que Inglaterra era más fuerte que Francia militarmente y estaba más interesada en la economía española, su actitud pesaba más en la balanza internacional. Los laboristas eran partidarios de los republicanos, aunque se sentían inquietos por el "izquierdismo infantil" de los socialistas de Largo Caballero y de los anarquistas.
            Pero el primer ministro, Stanley Baldwin, y la mayoría de los oficiales navales y funcionarios consulares de quienes recibieron los primeros informes eran instintivamente favorables a los insurgentes.
            Los círculos financieros de Londres tenían grandes inversiones en ambas zonas. Las minas de Río Tinto y del Riff fueron ocupadas rápidamente por los insurgentes, quienes también dominaban la zona de Andalucía desde donde se exportan los vinos más importantes desde el punto de vista comercial. Pero las minas, los altos hornos vascos, así como las instalaciones eléctricas de Cataluña que eran propiedad de los ingleses, estaban en la zona del Frente Popular. Los ingleses de todas las ideologías estaban horrorizados ante los informes de las atrocidades cometidas, aunque daban más créditos a las historias sobre el terror "blanco" o "rojo" según sus opiniones políticas. El gobierno de Baldwin, en contraste con el de León Blum, contaba con el apoyo de las clases adineradas y por eso estaba en libertad de tomar decisiones sin la amenaza de disturbios en el país. Durante las primeras semanas, la política oficial fue la de no comprometerse, junto con un disimulado deseo de una victoria rápida y no demasiado cruel de los generales." [34]
            Si unimos al "temor revolucionario" el hecho de que Stalin apoyara claramente la causa republicana, es perfectamente comprensible que la "percepción del estallido de la revolución en Europa como factor que pudiera hacer el juego de Moscú, explica en buena medida la actitud británica hacia una república "roja" desbordada." [35]
            Por otra parte, " las informaciones que llegaba al Foreign Office estaban muy sesgadas por preconcepciones antibolcheviques. Incluso Churchill, poco amigo de los dictadores, mantuvo una postura contraria a la República.
            Loa asesinatos del verano del 36 en la zona republicana despertaron numerosas simpatías hacia el gobierno de Madrid, con independencia del apoyo popular, laborista  y comunista, que pronto recibió. Sin embargo, las insinuantes conversaciones de miembros de la élite conservadora partidaria de Franco en los elegantes clubes londinenses con políticos y funcionarios tuvieron mucho más peso que las manifestaciones masivas en favor de la república." [36]
            Otro hecho que también tuvo su incidencia fue la política de intimidación del Eje, que hizo creer que cualquier medida encaminada a ayudar a la república podría desencadenar una guerra, principal peligro a evitar por parte de franceses y británicos. "El reino Unido quería, esencialmente, ganar tiempo y obstruir las tendencias expansionistas de Alemania. Entre los países sensibles a las mismas figuraban España, pero sobre todo y ante todo Checoslovaquia.
            La alta diplomacia británica nunca tuvo entre sus objetivos el apoyo a la República, y los resultados de la horadada no-intervención dependieron básicamente de las acciones de la Unión Sovié­tica, el Tercer Reich, la Italia fascista y Francia, aunque este último siempre a regañadientes." [37]
            "En el fondo, el interés del gobierno de la República no coincidía exactamente con los puntos de vista británicos en esa cuestión. Para la República era cuestión de vida o muerte que la intervención cesara antes de que sobreviniera una decisión militar de la campaña. Solamente así podría llegarse a una conclusión de la guerra menos desastrosa. Al gobierno británico lo que en definitiva le importaba era que los extranjeros no se quedasen en España por tiempo indefinido. Después no faltarían medios de establecer una buena inteligencia con el nuevo régimen español. Naturalmente, el conflicto de España era para los británicos, una parte y no la principal, del problema europeo que aspiraban a desenlazar, si era posible, dentro de la paz. Trámite utilísimo para el desenlace pacífico parecía ser el debilitamiento del Eje, atrayéndose a Italia. Para ese fin se transigió con las pretensiones de Roma. El "Gentlement Agreement" condujo a eso: las tropas italianas se retirarían de España cuando se acabase la guerra, o sea, cuando hubiera desaparecido la República." [38]
            El gobierno francés era, en principio, el más proclive -por lo menos en teoría- a ayudar a la República. La afinidad ideológica de ambos regímenes debía contribuir a ello. Sin embargo León Blum, que en principio aceptó socorrer con un primer envío de material bélico a la República, pronto se vio presionado dentro y fuera de su país.
            Desde dentro se encontró con un gobierno dividido por la causa republicana, no por hostilidad a la República, sino porque se anteponían los intereses nacionales franceses a la amistad con el gobierno de Madrid. Vistas las reticencias británicas a intervenir en España, y dada la necesidad que tenía el gobierno francés de no distanciarse del británico en política exterior para salvaguardar su propia seguridad ante el avance y el auge de las potencias fascistas es perfectamente lógico que Francia cambiara su inicial postura de apoyo a la causa republicana por una política que no llevase a un enfrentamiento directo con la Alemania nazi por la cuestión española.
            Prácticamente desde el final de la Primera Guerra Mundial, la política exterior de Francia y Gran Bretaña había ido ligadas, como potencias vencedoras de la Gran Guerra. Pero esa política se vinculó mucho más desde el asunto de la remilitarización de Renania por parte de Alemania. Para Francia era fundamental no perder, en ningún caso, el apoyo de Gran Bretaña. Para Francia era fundamental no perder, en ningún caso, el apoyo de Gran Bretaña, y esto pesaba que sus simpatías ideológicas por la República. "Por lo demás, desde Berlín el embajador André François-Poincet hizo saber que, en la opinión de los dirigentes alemanes, el gobierno francés asumiría una responsabilidad muy grande si secundaba en España las maniobras de Moscú." [39]
            "La relativa inhibición francesa se explica por numerosos factores: estaba, en primer lugar, la transposición casi mimética de las pugnas ideológicas y políticas internas a la percepción de las realidades españolas. Estaba, en segundo lugar, la oposición derechista al experimento del Frente Popular, cuyo homólogo en Madrid apelaba al francés. Había, en tercer lugar, la imagen de una España sumergida en un complot comunista y el "terror rojo". Existía, en cuarto lugar, el temor a las consecuencias de la inmediata revolución económica y social en la zona republicana. Y, finalmente, hay que destacar la opinión generalizada en la derecha francesa de que el poder gubernamental español era ilegítimo." [40]
            Las consecuencias que la política de no-intervención tuvo sobre la guerra civil fueron muy distintas. Para la República española tuvo, desde luego, consecuencias funestas. Impidió, por de pronto, a un gobierno legítimamente reconocido internacionalmente, acceder a un mercado de armamento para satisfacer las imperiosas necesidades de su mal equipado ejército. Sólo un país, la URSS, estuvo dispuesto a ayudarla, lo que creó una dependencia militar de Moscú.
            Por otro lado, el cierre de la frontera obligó a que los suministros tuviesen que venir, principalmente, por vía marítima, lo que les hacía mucho más vulnerables a los ataques del enemigo.
            Por otra parte, para el bando franquista, la política de no-intervención supuso un auténtico balón de oxígeno, puesto que significaba que su enemigo republicano tendría serias dificultades para conseguir el armamento necesario para combatir, mientras que el sabotaje de las potencias fascistas al Comité de Londres significaba el tener garantizados los abastecimientos de material y ayuda que necesitase durante el conflicto.
            "No fue sólo que en la práctica la política de no-interven­ción impidió a la República comprar armas mientras que las potencias del Eje abastecían a Franco sin interrupción ni obstáculo de ninguna clase. Fue que la práctica de la política de no-intervención negaba implícitamente la legitimidad de a autodefensa de la República y con ello contribuyó a su descrédito ante los ojos de la población española." [41]
            "En su retroceso ante las embestidas del Eje, las democracias sacrificaron a la República Española. Harían, después, lo mismo con Checoslovaquia." [42]



CITAS
[1] AZAÑA, Manuel. Causas de la guerra de España. Barcelona 1986, pág 151
[2]. AZAÑA, op. cit., pp 145-157.
[3] JACKSON, G, Op. cit., pp 230-231.
[4] JACKSON, G. Op. cit., pág 231.
[5] AZAÑA, M, Op. cit., pág 55.
[6] TUÑON DE LARA, ARÓSTEGUI, VIÑAS, CARDONA Y BRICALL, La Guerra Civil Española 50 años después. Barcelona, 1985, pág 125.
[7] TUÑON DE LARA Y ÁNGEL VIÑAS. Historia de España (Madrid Historia 16) vól 12 pág 20.
[8] TUÑON  y otros. Op. cit., pág 125.
[9] TUÑON  y otros. Op. cit., pág 126.
[10] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 127.
[11] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 127.
[12] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 128.
[13] JACKSON, G. Op. cit., pág 229.
[14] JACKSON, G. Op. cit., pág 230.
[15] JACKSON, G. Op. cit., pág 231.
[16] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 129.
[17] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 136.
[18] Historia de España, Op. cit., pág 21.
[19] JACKSON, G. Op. cit., pág 233.
[20] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 139.
[21] AZAÑA, M. Op. cit., pág 59-60.
 [22] SIGLO XX. HISTORIA UNIVERSAL. (Madrid, Historia 16). Vol 14. DE LA TORRE, R; GIL PECHARROMÁN, J; SÁNCHEZ JIMÉNEZ, J; ARÓSTEGUI, J; VIÑAS, A, MARTÍNEZ CARRERAS, J.U. Pág 102.
[23] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 156.
[24] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 139.
[25] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 166.
[26] SIGLO XX HISTORIA UNIVERSAL. Op. cit., pág 108.
[27] TUÑÓN y otros. Op. cit., págs 174-75.
[28] SIGLO XX HISTORIA UNIVERSAL. Op. cit., pág 110.
[29] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 179.
[30] SIGLO XX HISTORIA UNIVERSAL.Op. cit., pág 112.
[31] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 180-181.
[32] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 189-190.
[33] AZAÑA, M. Op. cit., pag 40-41.
[34] JACKSON, G. Op. cit., pág 232-33.
[35] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 128.
[36] TUÑÓN y otros. Op. cit., Pág 139-40.
[37] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 165.
[38] AZAÑA, M. Op. cit., pág 44.
[39] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 129.
[40] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 130.
[41] AZAÑA, M. Op. cit., pág 19. Prólogo de Gabriel Jackson. La República Española y la Guerra Civil, Barcelona, CRÍTICA, 1999.
[42] TUÑÓN y otros. Op. cit., pág 193.


Bibliografía

AZAÑA, M. Causas de la guerra de España. Barcelona 1986.
GARCÍA NIETO, Mª Carmen. Guerra civil española, 1936-39. Temas clave, vol 98, Barcelona 1985.
HISTORIA DE ESPAÑA (Madrid, Historia 16). Vol 12 escrito por TUÑÓN DE LARA y Angel Viñas.
JACKSON, G. La república española y la guerra civil (1931-1939). Barcelona, 1976.
SIGLO XX DE HISTORIA UNIVERSAL (Madrid, Historia 16) vol 14, escrito por Rosario de la Torre, Julio Gil Pecharromán, José Sánchez Jiménez, Julio Aróstegui, Angel Viñas, y José Urbano Martínez Carreras.
TUÑÓN DE LARA, ARÓSTEGUI, VIÑAS, CARDONA Y BRICALL. La guerra civil española 50 años después. Barcelona 1985.
VILAR, P. La guerra civil española. Barcelona, 1988.

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FOTOS Y CARTELES



“Cuando pasen los años y las heridas de la guerra se hayan restañado, hablad a vuestros hijos de las Brigadas Internacionales. Decidles cómo estos hombres lo abandonaron todo y vinieron aquí y nos dijeron: estamos aquí porque la causa de España es la nuestra. Millares de ellos se quedarán en tierra española. Podéis iros con orgullo pues sois historia, sois leyenda. Sois el ejemplo heroico de la solidaridad y universalidad de la democracia. No os olvidaremos, y cuando el olivo de la paz eche de nuevo sus hojas, !volved!” (La Pasionaria en la despedida a las Brigadas Internacionales. Barcelona noviembre 1938).




Brigadistas ingleses



Brigadistas alemanes










Negrín



Fotografía del actor Luis Escobar tomada en Albacete que se encontró en el álbum personal del brigadista suizo Marcel Borloz.



Miembros escoceses de las Brigadas Internacionales, durante la Guerra Civil Española, 1937




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