EL
INCA GARCILASO DE LA VEGA
INTRODUCCIÓN
El objeto de este ensayo es iniciar una
primera investigación acerca de la historia del Inca Garcilaso de la Vega y de
sus Comentarios Reales. Para él la historia es una apasionada contemplación del
destino de su pueblo, del de su misma sangre india y española. (1)Hasta
que llega un momento en que la historia se nos ha convertido en autobiografía.
Pero todo ello, este detener el curso de sus existencia personal para
contemplarla, viene de su convicción, nacida al parecer de un desaliento extremo,
de que ya se había cumplido en su fortuna una ley adversa, porque, como el
mismo nos dice, “lo más de la vida es pasado” y Ya no hay para qué” (2)
Cuando el Inca escribe los Comentarios reales hace más que servir a
los cronistas españoles, como la crítica lo ha creído. Garcilaso no escribió
una serie de humildes comentarios y explicaciones, sino una historia completa y
detallada del Tahuantinsuyo. Es una
narración cronológica desde la fundación del imperio por Manco Cápac hasta el
último inca, Túpac Amaru, con la biografía de cada uno de estos incas, sus
batallas y conquistas. Asimismo narra la historia de los hechos de la conquista
y las luchas entre españoles e indios y las guerras civiles entre los primeros.
Los relatos intercalados, las descripciones de la flora y la fauna, de las
frutas propias del Perú y de las nuevas frutas y de su hibridación y
aclimatación en nuevas tierras. (3)
Garcilaso
de La Vega, llamado el Inca; Cuzco, actual Perú, 1539 – Córdoba, España, 1616.
Este escritor y cronista peruano
es uno de los mejores prosistas del renacimiento hispánico. Su visión del
Imperio de los Incas es fundamental en la historia colonial, y en ella brinda
una imagen armoniosa, artísticamente idealizada del mundo precolombino y de los
primeros años. Era hijo del conquistador español Sebastián Garcilaso de la Vega
y Vargas y de la princesa (ñusta) incaica Isabel Chimpo Ocllo, perteneciente a
la corte cuzqueña. Gracias a la privilegiada posición de su padre, que
perteneció a la facción de Francisco Pizarro hasta que se pasó al bando del
virrey La Gasca. El Inca Garcilaso de la Vega recibió en Cuzco una esmerada
educación al lado de los hijos de Francisco y Gonzalo Pizarro, mestizos e
ilegítimos como él.
En 1560, a los veintiún años se trasladó a
España, donde siguió la carrera militar. Con el grado de Capitán, participó en
la represión de los moriscos de Granada, y más tarde combatió también en
Italia, donde conoció al filósofo neoplatónico León Hebreo. Sin derecho a usar
el nombre de su padre (llevaba el de Gómez
Suárez de Figueroa). Entre sus antepasados se encontraba el poeta Garcilaso
de la Vega, Jorge Manrique y el marqués de Santillana.
Se estableció en la localidad cordobesa de
Montilla (1561), ciudad en la que gozó de la protección de sus parientes, y
luego en Córdoba (1589), donde se vinculó a los círculos de humanistas y se
dedicó al estudio y la investigación del pasado americano, y en especial del
Perú. Considerado como el padre de las letras del continente, en (1605) dio a
conocer en Lisboa su Historia de la
Florida y jornada que a ella hizo el gobernador Hernando de Soto, título
que quedó sintetizado en La Florida del
Inca.
El título más célebre del Inca, fueron los
Comentarios reales, la primera parte
de los cuales apareció en (1609), también en Lisboa. Escrito a partir de sus
propios recuerdos de infancia y juventud, de contactos epistolares y visitas a
personajes destacados del virreinato del Perú, el relato constituye, pese a los
problemas de sus fuentes orales y escritas y a las incongruencias de muchas
fechas, uno de los intentos más logrados, tanto conceptual como
estilísticamente, de salvaguardar la memoria de las tradiciones de la
civilización andina. Por esta razón su
obra maestra es considerada y se le ha reconocido como el punto de partida de
la literatura hispanoamericana. La segunda parte fue publicada en Córdoba, en
(1617).
"... será necesario
dividamos aquellos siglos en dos edades: diremos cómo vivían antes de los Incas
y luego diremos cómo gobernaron aquellos Reyes; es de saber que en aquella
primera edad y antigua gentilidad unos indios había poco mejores que bestias
mansas y otros mucho peores que fieras bravas". (4)
Es de esta manera que el Inca Garcilaso de
la Vega comienza su relación de la historia, el origen y las costumbres de la
cultura Inca, en la compilación de su obra, en la que se manejan de manera
clara las nociones occidentales de "barbarie y civilización". Esa
llamada primera edad se enmarca en un contexto en el que la ley se desconoce,
como el matrimonio y los lazos conyugales estables; adoraban múltiples dioses,
incluso, cada quien creaba el suyo. Para el Inca Garcilaso de la Vega esto
respondía más a una necesidad de diferenciación de un individuo con respecto a
otro, que a un orden espiritual, pues según él, adoraron cosas inferiores a sí
mismos, como en el caso de la adoración de animales.
En este punto, es notable el paralelismo
que el cronista establece entre los indios de esta primera edad y el politeísmo
grecorromano, elevándolo por encima de los primeros en tanto que sus dioses
representaban virtudes como la esperanza y la victoria. Sin embargo, condena
ambas creencias en pos del pensamiento monoteísta que de los españoles había
adquirido, y que determinó en gran medida la mirada que el Inca dio sobre el
pasado prehispánico. En ambos casos, su condena es tajante y definitiva:
ridiculiza todo el conocimiento que estas culturas occidentales tuvieron, al
afirmar que éste no fue lo suficientemente agudo como para reconocer la
presencia de un solo Dios y dejar de lado la idolatría.
"Por
lo tanto, hombres y animales murieron ahogados o por falta de comida (...) Esta
es la razón de que haya tan poca gente en América, y de que esa poca sea
bárbara e inculta" (5)
Tanto los líderes de algunas tribus que
aún carecían de leyes para gobernarse, como las comunidades que vivieron sin
ellas, desde la antropofagia hasta su mismo lenguaje, todo ese pasado (en el
pensamiento de Garcilaso) formaba parte de una época oscura, de tinieblas y
caos que clamaba, intrínsecamente, por la instauración del "nuevo
orden". Pero para el Inca esto no sería sino los primeros pasos de una
historia que habría de desarrollarse linealmente de un estadio inferior a otro
superior: el triunfo de la fe cristiana.
Ahora bien, no podemos dejar de lado la
intencionalidad y los objetivos que perseguía Garcilaso de la Vega al escribir Los
Comentarlos Reales, pues éstos no sólo justifican su obra, sino que, desde
otro punto de vista, ponen de manifiesto la necesidad de descubrirse a sí
mismo, diluido en una cultura que lo excluía (la cultura occidental), buscando
encontrar sus raíces, reivindicar a los suyos, e incluso, comprender su
realidad mestiza, aculturada, la identidad del nuevo americano. Garcilaso como
cronista se propone:
"...contar
lo que en mis niñeces oí muchas veces a mi madre y a sus hermanos y tíos y a
otros de sus mayores acerca de este origen y principio, y será mejor que se
sepa por las propalas palabras que los Incas lo cuentan que no por las de otros
autores extraños".
(6)
El Inca Garcilaso de la Vega se dedicó
extensamente a reconstruir la historia, vida y costumbres del imperio Inca, que
muchos cronistas españoles tergiversaron, unos por su modo de ver el mundo,
otros por conveniencia e incluso, como justificación a los desmanes que tales
personajes embistieron contra la cultura incaica (por ser ésta la que me
ocupa).
CONCLUSIÓN
El libro que ha
inmortalizado y convertido en símbolo a Garcilaso, son los Comentarios Reales,
cuya primera parte, dedicada al Imperio de los Incas, se publicaría asimismo en
Lisboa, en 1609, cuando el Inca tenía 70 años. El Inca asegura que sólo
escribió es decir, a esos parientes maternos, como Francisco Huallpa Tupac Inca
Yupanqui, y los antiguos capitanes del emperador Huayna Cápac -tío de su
madre-, Juan Pechuta y Chanca Rumachi, cuyas historias sobre el destruido
Tahuantinsuyo maravillaron su infancia, en evocaciones que él graficó de manera
fulgurante.
Pero, pese a la solidez
de sus recuerdos, a sus consultas epistolares a los cuzqueños, y al vasto
cotejo que realizó con otros historiadores de Indias, como Blas Valera, (7)José de Acosta,
Agustín de Zátrate o Cieza de León, los Comentarios Reales deben tanto a la
ficción como a la realidad, porque embellecen la historia del Tahuantinsuyo,
aboliendo en ella, como hacían los amautas con la historia incaica, todo lo que
podía delatarla como bárbara -los sacrificios humanos, por ejemplo, o las
crueldades inherentes a guerras y conquistas- y aureolándola de una condición
pacífica y altruista que sólo tienen las historias oficiales,
auto-justificadoras y edificantes. El Inca, en efecto, traductor de una obra
clásica del platonismo florentino (los Diálogos de amor de León Hebreo), y lector
de muchos seguidores italianos de Platón, de Marsilio Ficino a Castiglioni,
estaba profundamente contaminado de la filosofía del pensador heleno, y es muy
plausible que su visión de la "forma ideal del imperio" que describió
tuviese tanto o acaso más que ver con la noción platónica de la república
ejemplar y prototípica que con la prosaica realidad.
Para resaltar más los
logros del incario, ignora todas las culturas y civilizaciones anteriores a los
Incas, o contemporáneas o las llama primitivas y salvajes, viviendo en estado
de naturaleza y esperando que llueva sobre ellas, maná civilizador, la
colonización de los incas, cuyo dominio paternalista, magnánimo y pedagógico.
La descripción de las conquistas de los emperadores cusqueños es pocas veces guerrera;
a menudo, un ritual trasplantado de las novelas de caballerías y sus
puntillosos ceremoniales, en el que los pueblos, con sus curacas a la cabeza,
se entregan a la suave servidumbre del Incario tan convencidos como los propios
incas de la superioridad militar, cultural y moral de sus conquistadores. A
veces, las violencias que éstos cometen son el correlato de su benignidad, pues
las infligen en nombre del Bien para castigar el Mal, como el Inca Cápac
Yupanqui, que, después de reducir pacíficamente incontables pueblos y tribus,
ordena a sus generales que, en los valles costeros de "Uuiña, Camaná,
Carauilli, Picta, Quellca y otros" hagan "pesquisa de sodomitas y en
pública plaza quemasen vivos los que hallasen, no solamente culpados sino
indiciados, por poco que fuese; asimismo quemasen sus casas y las derribasen
por tierra u quemasen los árboles de sus heredades, arrancándolos de raíz
porque en ninguna manera quedase memoria de cosa tan abominable" (8). Para ensalzar la
civilización materna, el Inca asimila a los emperadores a la corrección
política europea y a la implacable moral de la Contrarreforma
Cuando el Inca describe
los crímenes y torturas perpetradas por Atahuallpa contra los cuzqueños
desaparece toda la bonhomía y pacifismo que, según los Comentarios Reales,
caracterizaba al Tahuantinsuyo y su libro estalla en escenas de violencia
terrible: pero ésta sirve, justamente, para destacar mas, por contraste, la
vocación humana y bienhechora del Incario creado por Manco Capac frente al
salvajismo inhumano de sus adversarios.
¿Porqué esta idílica
visión del Imperio de los Incas ha alcanzado, pese a las enmiendas de los
historiadores, una vigencia que ninguna de las otras, menos fantasiosas, haya
merecido? A que Garcilaso fue un gran escritor, el más artista entre los
cronistas de Indias, a que su palabra tan seductora y galana impregnaba todo lo
que escribía de ese poder de sobornar al lector que sólo los grandes creadores
infunden a sus ficciones.
Episodios épicos, como
la conquista de Chile por Pedro de Valdivia y las rebeliones araucanas, o
descripciones soberbias, principalmente la evocación del Cuzco, su tierra. A la
nostalgia y el sentimiento que contagian a este texto una tierna vitalidad, se
suman una precisión abrumadora de datos animados por pinceladas de color que
van trazando, en un inmenso fresco, la belleza y poderío de la capital del
Incario, con sus templos al sol y sus conventos de vírgenes escogidas, sus
fiestas y ceremonias minuciosamente reglamentadas, lo pintoresco de los
atuendos y tocados que distinguían a las diferentes culturas y naciones
sometidas al Imperio y viviendo en esta ciudad cosmopolita, erizada de
fortalezas, palacios y barrios conformados como un prototipo borgiano, pues
reproducían en formato menor la geografía de los cuatro suyos o regiones del
Tahuantinsuyo: el Collasuyo, el Cuntisuyo, el Chinchaysuyo y el Antisuyo. La
elegancia de este estilo está en su claridad y en su respiración simétrica y
pausada, en sus frases de vasto aliento que, sin jamás perder la ilación ni
atropellarse, despliegan, una tras otra, en perfecta coherencia y armonía,
ideas e imágenes que alcanzan, algunas veces, la hipnótica fuerza de las
narraciones épicas, y, otras, los acentos líricos de endechas y elegías. El
Inca Garcilaso, que confiesa haberlo impulsado a escribir su libro, esmalta y
perfecciona la realidad objetiva para hacerla más seductora sobre un fondo de
verdad histórica con la que se toma libertades aunque sin romper nunca del todo
con ella. La acabada artesanía de su estilo, la astucia con que su fantasía
enriquece la información y su dominio de las palabras, con las que de pronto se
permite alardes de ilusionista, hacen de los Comentarios Reales una de esas
obras maestras literarias contra las que en vano se estrellan las
rectificaciones de los historiadores, porque su verdad, antes que histórica es
estética y verbal.
El Inca esta muy
orgulloso de ser indio, y se jacta a menudo de hablar la lengua de su madre, lo
que, subraya muchas veces, le da una superioridad -una autoridad- para hablar
de los incas sobre los historiadores y cronistas españoles que ignoran, o
hablan apenas, la lengua de los nativos. Y dedica muchas páginas a corregir los
errores de traducción del quechua que advierte en otros cronistas a quienes su
escaso o nulo conocimiento del runa-simi conduce a error. Es posible, sin
embargo, que este quechua del que se siente tan orgulloso y que se jacta de
dominar, en verdad se le estuviese empobreciendo en la memoria por las escasas
o nulas ocasiones que tenía de hablarlo.
El idioma en el que
dice todo esto no es el quechua sino el español, una lengua que este mestizo
cuzqueño domina a la perfección y maneja con la seguridad y la magia de un
artista, una lengua a la que, por sus ancestros maternos, por su infancia y
juventud pasadas en el Cuzco, por su cultura inca y española, por su doble
vertiente cultural, él colorea con un matiz muy personal, ligeramente exótico
en el contexto literario de su tiempo, aunque de estirpe bien castiza. Hablar
de un estilo mestizo sería redundante, pues todos lo son; no existe un estilo
puro, porque no existen lenguas puras. Pero la de Garcilaso es una lengua que
tiene una música, una cadencia, unas maneras impregnadas de reminiscencias de
su origen y condición de indiano, que le confieren una personalidad singular.
Y, por supuesto, pionera en nuestra literatura
El logro extraordinario
del inca Garcilaso de la Vega -dicho esto sin desmerecer sus méritos
sociológicos e historiográficos-, antes que en el dominio de la Historia,
ocurre en el lenguaje: es literario. De él se ha dicho que fue el primer
mestizo, el primero en reivindicar, con orgullo, su condición de indio y de
español, y, de este modo, también, el primer peruano o hispanoamericano de conciencia
y corazón, sin embargo, no fue ésta una operación consciente, desde luego; es
algo que resultó de sus intuiciones, de sus lecturas universales y de su
sensibilidad generosa, y, por cierto, de ese humanismo sin fronteras que bebió
de la literatura renacentista, un espíritu ecuménico muy semejante, por lo
demás, a la idea de ese Imperio de los Incas que él popularizó: una patria de
todas las naciones, una sociedad abierta a la diversidad humana. Llamándose
"indio" a veces, y a veces "mestizo", como si fueran
términos intercambiables y no hubiera en ellos una incompatibilidad manifiesta.
Por lo demás, este hombre tan orgulloso de su sangre india, que lo
entroncaba con una civilización de historia pujante y altamente refinada, no se
sentía menos gratificado de su sangre española, y de la cultura que heredó
gracias a ella: la lengua y la religión de su padre, y la tradición que lo
enraizaba en una de las más ricas vertientes de la cultura occidental. El
inventario que se hizo de su biblioteca, a su muerte, es instructiva; su
curiosidad intelectual no conocía fronteras.
El autor de los Comentarios Reales está en las antípodas de la
visión limitada, mezquina y excluyente de cualquier doctrina nacionalista. Su
idea del Perú es la de una patria en la que cabe la diversidad, en la que
"se funden los contrarios", esa aptitud para abrirse a las demás
culturas e incorporarlas a la propia, que tanto admiraba en sus ancestros
Incas. Por eso, al final, la imagen de su persona que su obra nos ha legado es
la de un ciudadano sin bridas regionales, alguien que era muchas cosas a la vez
sin traicionar ninguna de ellas: indio, mestizo, blanco, hispano-hablante (e
italiano-hablante), y quechua-hablante cuzqueño y montillano o cordobés; indio
y español, americano y europeo. Es decir, un hombre universal.
Pero, acaso sea más importante todavía que cualquier consideración
sociológica derivada de su obra, el que, gracias a la cristalina y fogosa
lengua que inventó, fuera el primer escritor de su tiempo en hacer de la lengua
de Castilla una lengua de extramuros, de allende el mar, de las cordilleras,
las selvas y los desiertos americanos, una lengua no sólo de blancos, ortodoxos
y cristianos, también de indios, negros, mestizos, paganos, ilegítimos y
heterodoxos. En su retiro cordobés, este anciano devorado por el fulgor de sus
recuerdos, perpetró, el primero de una vastísima tradición, un atraco literario
y lingüístico de incalculables consecuencias.
Tomó posesión del español,
la lengua del conquistador y, haciéndola suya, la hizo de todos, la universalizó.
Un lenguaje, como el runa-simi, que él evocaba con tanta devoción, se
convertiría desde entonces, igual que el quechua, la lengua general de los
pueblos del imperio de los Incas, en la lengua general de muchas razas,
culturas, geografías, una lengua que, al cabo de los siglos, con aportes de
hablantes y escritores de varios mundos, tradiciones, creencias y costumbres,
pasaría a representar a una veintena de sociedades desparramadas por el
planeta, y a cientos de millones de seres humanos, a los que ahora hace
sentirse solidarios, hijos de un tronco cultural común, y partícipes, gracias a
ella, de la modernidad.
CITAS
(1) Garcilaso de la Vega “El Inca”.
Comentarios reales. 2 vols. introd. y notas Ma. Dolores Bravo Arriaga.
México, Secretaría de Educación Pública/Universidad Nacional Autónoma de
México, 1982. (Clásicos americanos, 6). p.4.
(2) Garcilaso de la Vega, el Inca,
ca. 1540-1616. Comentarios reales. ed. al cuidado de Angel Rosenblat;
pról., de Ricardo Rojas. Buenos Aires, Emece Editores, 1945. p. 216.
(3) Fernández, Cristian. Inca
Garcilaso: imaginación, memoria e identidad. Lima, UNMSM, Fondo
Editorial, 2004.
(4) Garcilaso
de la Vega. Los mejores comentarios reales. Caracas, Venezuela,
Biblioteca Ayacucho, Colección Claves de América, 1992. p. 10.
(5) Garcilaso
de la Vega. Los mejores comentarios. op. cit., p. 77.
(6) op.
cit., p. 17.
(7) Garcilaso
de la Vega “El Inca”.Comentarios reales. 2 vols. introd.. y notas Ma.
Dolores Bravo Arriaga. México, Secretaría de Educación Pública/Universidad
Nacional Autónoma de México, 1982. (Clásicos americanos, 6). pp. 23-24.
(8) op.cit.,
pp. 68-71.
|
BIBLIOGRAFÍA
Garcilaso de la Vega “El Inca”. Comentarios
reales. 2 vols. introd. y notas Ma. Dolores Bravo Arriaga. México, Secretaría
de Educación Pública/Universidad Nacional Autónoma de México, 1982. (Clásicos
americanos, 6).
Garcilaso de la Vega, el Inca,
ca. 1540-1616. Comentarios reales. ed. al cuidado de Angel Rosenblat;
pról. de Ricardo Rojas. Buenos Aires, Emece Editores, 1945.
Fernández, Cristian. Inca
Garcilaso: imaginación, memoria e identidad. Lima, UNMSM, Fondo Editorial,
2004. 182 p.
Garcilaso de la Vega. Los
mejores comentarios reales. Caracas, Venezuela, Biblioteca Ayacucho,
Colección Claves de América, 1992. 450 p.
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