jueves, 31 de enero de 2019


EL INCA GARCILASO DE LA VEGA




INTRODUCCIÓN

     El objeto de este ensayo es iniciar una primera investigación acerca de la historia del Inca Garcilaso de la Vega y de sus Comentarios Reales. Para él la historia es una apasionada contemplación del destino de su pueblo, del de su misma sangre india y española. (1)Hasta que llega un momento en que la historia se nos ha convertido en autobiografía. Pero todo ello, este detener el curso de sus existencia personal para contemplarla, viene de su convicción, nacida al parecer de un desaliento extremo, de que ya se había cumplido en su fortuna una ley adversa, porque, como el mismo nos dice, “lo más de la vida es pasado” y Ya no hay para qué” (2)

     Cuando el Inca escribe los Comentarios reales hace más que servir a los cronistas españoles, como la crítica lo ha creído. Garcilaso no escribió una serie de humildes comentarios y explicaciones, sino una historia completa y detallada del Tahuantinsuyo. Es una narración cronológica desde la fundación del imperio por Manco Cápac hasta el último inca, Túpac Amaru, con la biografía de cada uno de estos incas, sus batallas y conquistas. Asimismo narra la historia de los hechos de la conquista y las luchas entre españoles e indios y las guerras civiles entre los primeros. Los relatos intercalados, las descripciones de la flora y la fauna, de las frutas propias del Perú y de las nuevas frutas y de su hibridación y aclimatación en nuevas tierras. (3)

Garcilaso de La Vega, llamado el Inca; Cuzco, actual Perú, 1539 – Córdoba, España, 1616.

     Este escritor y cronista peruano es uno de los mejores prosistas del renacimiento hispánico. Su visión del Imperio de los Incas es fundamental en la historia colonial, y en ella brinda una imagen armoniosa, artísticamente idealizada del mundo precolombino y de los primeros años. Era hijo del conquistador español Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas y de la princesa (ñusta) incaica Isabel Chimpo Ocllo, perteneciente a la corte cuzqueña. Gracias a la privilegiada posición de su padre, que perteneció a la facción de Francisco Pizarro hasta que se pasó al bando del virrey La Gasca. El Inca Garcilaso de la Vega recibió en Cuzco una esmerada educación al lado de los hijos de Francisco y Gonzalo Pizarro, mestizos e ilegítimos como él.

     En 1560, a los veintiún años se trasladó a España, donde siguió la carrera militar. Con el grado de Capitán, participó en la represión de los moriscos de Granada, y más tarde combatió también en Italia, donde conoció al filósofo neoplatónico León Hebreo. Sin derecho a usar el nombre de su padre (llevaba el de Gómez Suárez de Figueroa). Entre sus antepasados se encontraba el poeta Garcilaso de la Vega, Jorge Manrique y el marqués de Santillana.

     Se estableció en la localidad cordobesa de Montilla (1561), ciudad en la que gozó de la protección de sus parientes, y luego en Córdoba (1589), donde se vinculó a los círculos de humanistas y se dedicó al estudio y la investigación del pasado americano, y en especial del Perú. Considerado como el padre de las letras del continente, en (1605) dio a conocer en Lisboa su Historia de la Florida y jornada que a ella hizo el gobernador Hernando de Soto, título que quedó sintetizado en La Florida del Inca.

     El título más célebre del Inca, fueron los Comentarios reales, la primera parte de los cuales apareció en (1609), también en Lisboa. Escrito a partir de sus propios recuerdos de infancia y juventud, de contactos epistolares y visitas a personajes destacados del virreinato del Perú, el relato constituye, pese a los problemas de sus fuentes orales y escritas y a las incongruencias de muchas fechas, uno de los intentos más logrados, tanto conceptual como estilísticamente, de salvaguardar la memoria de las tradiciones de la civilización andina. Por esta razón  su obra maestra es considerada y se le ha reconocido como el punto de partida de la literatura hispanoamericana. La segunda parte fue publicada en Córdoba, en (1617).

"... será necesario dividamos aquellos siglos en dos edades: diremos cómo vivían antes de los Incas y luego diremos cómo gobernaron aquellos Reyes; es de saber que en aquella primera edad y antigua gentilidad unos indios había poco mejores que bestias mansas y otros mucho peores que fieras bravas". (4)
     Es de esta manera que el Inca Garcilaso de la Vega comienza su relación de la historia, el origen y las costumbres de la cultura Inca, en la compilación de su obra, en la que se manejan de manera clara las nociones occidentales de "barbarie y civilización". Esa llamada primera edad se enmarca en un contexto en el que la ley se desconoce, como el matrimonio y los lazos conyugales estables; adoraban múltiples dioses, incluso, cada quien creaba el suyo. Para el Inca Garcilaso de la Vega esto respondía más a una necesidad de diferenciación de un individuo con respecto a otro, que a un orden espiritual, pues según él, adoraron cosas inferiores a sí mismos, como en el caso de la adoración de animales.
     En este punto, es notable el paralelismo que el cronista establece entre los indios de esta primera edad y el politeísmo grecorromano, elevándolo por encima de los primeros en tanto que sus dioses representaban virtudes como la esperanza y la victoria. Sin embargo, condena ambas creencias en pos del pensamiento monoteísta que de los españoles había adquirido, y que determinó en gran medida la mirada que el Inca dio sobre el pasado prehispánico. En ambos casos, su condena es tajante y definitiva: ridiculiza todo el conocimiento que estas culturas occidentales tuvieron, al afirmar que éste no fue lo suficientemente agudo como para reconocer la presencia de un solo Dios y dejar de lado la idolatría.
"Por lo tanto, hombres y animales murieron ahogados o por falta de comida (...) Esta es la razón de que haya tan poca gente en América, y de que esa poca sea bárbara e inculta" (5)
     Tanto los líderes de algunas tribus que aún carecían de leyes para gobernarse, como las comunidades que vivieron sin ellas, desde la antropofagia hasta su mismo lenguaje, todo ese pasado (en el pensamiento de Garcilaso) formaba parte de una época oscura, de tinieblas y caos que clamaba, intrínsecamente, por la instauración del "nuevo orden". Pero para el Inca esto no sería sino los primeros pasos de una historia que habría de desarrollarse linealmente de un estadio inferior a otro superior: el triunfo de la fe cristiana.
     Ahora bien, no podemos dejar de lado la intencionalidad y los objetivos que perseguía Garcilaso de la Vega al escribir Los Comentarlos Reales, pues éstos no sólo justifican su obra, sino que, desde otro punto de vista, ponen de manifiesto la necesidad de descubrirse a sí mismo, diluido en una cultura que lo excluía (la cultura occidental), buscando encontrar sus raíces, reivindicar a los suyos, e incluso, comprender su realidad mestiza, aculturada, la identidad del nuevo americano. Garcilaso como cronista se propone:
"...contar lo que en mis niñeces oí muchas veces a mi madre y a sus hermanos y tíos y a otros de sus mayores acerca de este origen y principio, y será mejor que se sepa por las propalas palabras que los Incas lo cuentan que no por las de otros autores extraños".  (6)
     El Inca Garcilaso de la Vega se dedicó extensamente a reconstruir la historia, vida y costumbres del imperio Inca, que muchos cronistas españoles tergiversaron, unos por su modo de ver el mundo, otros por conveniencia e incluso, como justificación a los desmanes que tales personajes embistieron contra la cultura incaica (por ser ésta la que me ocupa).
CONCLUSIÓN

     El libro que ha inmortalizado y convertido en símbolo a Garcilaso, son los Comentarios Reales, cuya primera parte, dedicada al Imperio de los Incas, se publicaría asimismo en Lisboa, en 1609, cuando el Inca tenía 70 años. El Inca asegura que sólo escribió es decir, a esos parientes maternos, como Francisco Huallpa Tupac Inca Yupanqui, y los antiguos capitanes del emperador Huayna Cápac -tío de su madre-, Juan Pechuta y Chanca Rumachi, cuyas historias sobre el destruido Tahuantinsuyo maravillaron su infancia, en evocaciones que él graficó de manera fulgurante.
     Pero, pese a la solidez de sus recuerdos, a sus consultas epistolares a los cuzqueños, y al vasto cotejo que realizó con otros historiadores de Indias, como Blas Valera, (7)José de Acosta, Agustín de Zátrate o Cieza de León, los Comentarios Reales deben tanto a la ficción como a la realidad, porque embellecen la historia del Tahuantinsuyo, aboliendo en ella, como hacían los amautas con la historia incaica, todo lo que podía delatarla como bárbara -los sacrificios humanos, por ejemplo, o las crueldades inherentes a guerras y conquistas- y aureolándola de una condición pacífica y altruista que sólo tienen las historias oficiales, auto-justificadoras y edificantes. El Inca, en efecto, traductor de una obra clásica del platonismo florentino (los Diálogos de amor de León Hebreo), y lector de muchos seguidores italianos de Platón, de Marsilio Ficino a Castiglioni, estaba profundamente contaminado de la filosofía del pensador heleno, y es muy plausible que su visión de la "forma ideal del imperio" que describió tuviese tanto o acaso más que ver con la noción platónica de la república ejemplar y prototípica que con la prosaica realidad.
     Para resaltar más los logros del incario, ignora todas las culturas y civilizaciones anteriores a los Incas, o contemporáneas o las llama primitivas y salvajes, viviendo en estado de naturaleza y esperando que llueva sobre ellas, maná civilizador, la colonización de los incas, cuyo dominio paternalista, magnánimo y pedagógico. La descripción de las conquistas de los emperadores cusqueños es pocas veces guerrera; a menudo, un ritual trasplantado de las novelas de caballerías y sus puntillosos ceremoniales, en el que los pueblos, con sus curacas a la cabeza, se entregan a la suave servidumbre del Incario tan convencidos como los propios incas de la superioridad militar, cultural y moral de sus conquistadores. A veces, las violencias que éstos cometen son el correlato de su benignidad, pues las infligen en nombre del Bien para castigar el Mal, como el Inca Cápac Yupanqui, que, después de reducir pacíficamente incontables pueblos y tribus, ordena a sus generales que, en los valles costeros de "Uuiña, Camaná, Carauilli, Picta, Quellca y otros" hagan "pesquisa de sodomitas y en pública plaza quemasen vivos los que hallasen, no solamente culpados sino indiciados, por poco que fuese; asimismo quemasen sus casas y las derribasen por tierra u quemasen los árboles de sus heredades, arrancándolos de raíz porque en ninguna manera quedase memoria de cosa tan abominable" (8). Para ensalzar la civilización materna, el Inca asimila a los emperadores a la corrección política europea y a la implacable moral de la Contrarreforma
     Cuando el Inca describe los crímenes y torturas perpetradas por Atahuallpa contra los cuzqueños desaparece toda la bonhomía y pacifismo que, según los Comentarios Reales, caracterizaba al Tahuantinsuyo y su libro estalla en escenas de violencia terrible: pero ésta sirve, justamente, para destacar mas, por contraste, la vocación humana y bienhechora del Incario creado por Manco Capac frente al salvajismo inhumano de sus adversarios.
     ¿Porqué esta idílica visión del Imperio de los Incas ha alcanzado, pese a las enmiendas de los historiadores, una vigencia que ninguna de las otras, menos fantasiosas, haya merecido? A que Garcilaso fue un gran escritor, el más artista entre los cronistas de Indias, a que su palabra tan seductora y galana impregnaba todo lo que escribía de ese poder de sobornar al lector que sólo los grandes creadores infunden a sus ficciones.
     Episodios épicos, como la conquista de Chile por Pedro de Valdivia y las rebeliones araucanas, o descripciones soberbias, principalmente la evocación del Cuzco, su tierra. A la nostalgia y el sentimiento que contagian a este texto una tierna vitalidad, se suman una precisión abrumadora de datos animados por pinceladas de color que van trazando, en un inmenso fresco, la belleza y poderío de la capital del Incario, con sus templos al sol y sus conventos de vírgenes escogidas, sus fiestas y ceremonias minuciosamente reglamentadas, lo pintoresco de los atuendos y tocados que distinguían a las diferentes culturas y naciones sometidas al Imperio y viviendo en esta ciudad cosmopolita, erizada de fortalezas, palacios y barrios conformados como un prototipo borgiano, pues reproducían en formato menor la geografía de los cuatro suyos o regiones del Tahuantinsuyo: el Collasuyo, el Cuntisuyo, el Chinchaysuyo y el Antisuyo. La elegancia de este estilo está en su claridad y en su respiración simétrica y pausada, en sus frases de vasto aliento que, sin jamás perder la ilación ni atropellarse, despliegan, una tras otra, en perfecta coherencia y armonía, ideas e imágenes que alcanzan, algunas veces, la hipnótica fuerza de las narraciones épicas, y, otras, los acentos líricos de endechas y elegías. El Inca Garcilaso, que confiesa haberlo impulsado a escribir su libro, esmalta y perfecciona la realidad objetiva para hacerla más seductora sobre un fondo de verdad histórica con la que se toma libertades aunque sin romper nunca del todo con ella. La acabada artesanía de su estilo, la astucia con que su fantasía enriquece la información y su dominio de las palabras, con las que de pronto se permite alardes de ilusionista, hacen de los Comentarios Reales una de esas obras maestras literarias contra las que en vano se estrellan las rectificaciones de los historiadores, porque su verdad, antes que histórica es estética y verbal.
     El Inca esta muy orgulloso de ser indio, y se jacta a menudo de hablar la lengua de su madre, lo que, subraya muchas veces, le da una superioridad -una autoridad- para hablar de los incas sobre los historiadores y cronistas españoles que ignoran, o hablan apenas, la lengua de los nativos. Y dedica muchas páginas a corregir los errores de traducción del quechua que advierte en otros cronistas a quienes su escaso o nulo conocimiento del runa-simi conduce a error. Es posible, sin embargo, que este quechua del que se siente tan orgulloso y que se jacta de dominar, en verdad se le estuviese empobreciendo en la memoria por las escasas o nulas ocasiones que tenía de hablarlo.
     El idioma en el que dice todo esto no es el quechua sino el español, una lengua que este mestizo cuzqueño domina a la perfección y maneja con la seguridad y la magia de un artista, una lengua a la que, por sus ancestros maternos, por su infancia y juventud pasadas en el Cuzco, por su cultura inca y española, por su doble vertiente cultural, él colorea con un matiz muy personal, ligeramente exótico en el contexto literario de su tiempo, aunque de estirpe bien castiza. Hablar de un estilo mestizo sería redundante, pues todos lo son; no existe un estilo puro, porque no existen lenguas puras. Pero la de Garcilaso es una lengua que tiene una música, una cadencia, unas maneras impregnadas de reminiscencias de su origen y condición de indiano, que le confieren una personalidad singular. Y, por supuesto, pionera en nuestra literatura
     El logro extraordinario del inca Garcilaso de la Vega -dicho esto sin desmerecer sus méritos sociológicos e historiográficos-, antes que en el dominio de la Historia, ocurre en el lenguaje: es literario. De él se ha dicho que fue el primer mestizo, el primero en reivindicar, con orgullo, su condición de indio y de español, y, de este modo, también, el primer peruano o hispanoamericano de conciencia y corazón, sin embargo, no fue ésta una operación consciente, desde luego; es algo que resultó de sus intuiciones, de sus lecturas universales y de su sensibilidad generosa, y, por cierto, de ese humanismo sin fronteras que bebió de la literatura renacentista, un espíritu ecuménico muy semejante, por lo demás, a la idea de ese Imperio de los Incas que él popularizó: una patria de todas las naciones, una sociedad abierta a la diversidad humana. Llamándose "indio" a veces, y a veces "mestizo", como si fueran términos intercambiables y no hubiera en ellos una incompatibilidad manifiesta.
Por lo demás, este hombre tan orgulloso de su sangre india, que lo entroncaba con una civilización de historia pujante y altamente refinada, no se sentía menos gratificado de su sangre española, y de la cultura que heredó gracias a ella: la lengua y la religión de su padre, y la tradición que lo enraizaba en una de las más ricas vertientes de la cultura occidental. El inventario que se hizo de su biblioteca, a su muerte, es instructiva; su curiosidad intelectual no conocía fronteras.
El autor de los Comentarios Reales está en las antípodas de la visión limitada, mezquina y excluyente de cualquier doctrina nacionalista. Su idea del Perú es la de una patria en la que cabe la diversidad, en la que "se funden los contrarios", esa aptitud para abrirse a las demás culturas e incorporarlas a la propia, que tanto admiraba en sus ancestros Incas. Por eso, al final, la imagen de su persona que su obra nos ha legado es la de un ciudadano sin bridas regionales, alguien que era muchas cosas a la vez sin traicionar ninguna de ellas: indio, mestizo, blanco, hispano-hablante (e italiano-hablante), y quechua-hablante cuzqueño y montillano o cordobés; indio y español, americano y europeo. Es decir, un hombre universal.
Pero, acaso sea más importante todavía que cualquier consideración sociológica derivada de su obra, el que, gracias a la cristalina y fogosa lengua que inventó, fuera el primer escritor de su tiempo en hacer de la lengua de Castilla una lengua de extramuros, de allende el mar, de las cordilleras, las selvas y los desiertos americanos, una lengua no sólo de blancos, ortodoxos y cristianos, también de indios, negros, mestizos, paganos, ilegítimos y heterodoxos. En su retiro cordobés, este anciano devorado por el fulgor de sus recuerdos, perpetró, el primero de una vastísima tradición, un atraco literario y lingüístico de incalculables consecuencias.
 Tomó posesión del español, la lengua del conquistador y, haciéndola suya, la hizo de todos, la universalizó. Un lenguaje, como el runa-simi, que él evocaba con tanta devoción, se convertiría desde entonces, igual que el quechua, la lengua general de los pueblos del imperio de los Incas, en la lengua general de muchas razas, culturas, geografías, una lengua que, al cabo de los siglos, con aportes de hablantes y escritores de varios mundos, tradiciones, creencias y costumbres, pasaría a representar a una veintena de sociedades desparramadas por el planeta, y a cientos de millones de seres humanos, a los que ahora hace sentirse solidarios, hijos de un tronco cultural común, y partícipes, gracias a ella, de la modernidad.




CITAS
(1)     Garcilaso de la Vega “El Inca”. Comentarios reales. 2 vols. introd. y notas Ma. Dolores Bravo Arriaga. México, Secretaría de Educación Pública/Universidad Nacional Autónoma de México, 1982. (Clásicos americanos, 6). p.4.
(2)     Garcilaso de la Vega, el Inca, ca. 1540-1616. Comentarios reales. ed. al cuidado de Angel Rosenblat; pról., de Ricardo Rojas. Buenos Aires, Emece Editores, 1945. p. 216.
(3)     Fernández, Cristian. Inca Garcilaso: imaginación, memoria e identidad. Lima, UNMSM, Fondo Editorial, 2004.
(4)     Garcilaso de la Vega. Los mejores comentarios reales. Caracas, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, Colección Claves de América, 1992. p. 10.
(5)     Garcilaso de la Vega. Los mejores comentarios. op. cit., p. 77.
(6)     op. cit., p. 17.
(7)     Garcilaso de la Vega “El Inca”.Comentarios reales. 2 vols. introd.. y notas Ma. Dolores Bravo Arriaga. México, Secretaría de Educación Pública/Universidad Nacional Autónoma de México, 1982. (Clásicos americanos, 6). pp. 23-24.
(8)     op.cit., pp. 68-71.




BIBLIOGRAFÍA

Garcilaso de la Vega “El Inca”. Comentarios reales. 2 vols. introd. y notas Ma. Dolores Bravo Arriaga. México, Secretaría de Educación Pública/Universidad Nacional Autónoma de México, 1982. (Clásicos americanos, 6).

Garcilaso de la Vega, el Inca, ca. 1540-1616. Comentarios reales. ed. al cuidado de Angel Rosenblat; pról. de Ricardo Rojas. Buenos Aires, Emece Editores, 1945.

Fernández, Cristian. Inca Garcilaso: imaginación, memoria e identidad. Lima, UNMSM, Fondo Editorial, 2004. 182 p.

Garcilaso de la Vega. Los mejores comentarios reales. Caracas, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, Colección Claves de América, 1992. 450 p.


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