martes, 31 de marzo de 2020


VIDA URBANA EN LA EDAD MEDIA






La vida urbana en la Edad Media en Europa fue prácticamente inexistente. La mayoría de las ciudades romanas quedaron convertidas sólo en centros de administración eclesiástica y pasaron a formar parte del señorío territorial de un señor feudal, laico o religioso. Muy pocas personas vivían en ellas.

Sin embargo, a partir del siglo XII esta situación cambió. Como consecuencia del aumento demográfico, del desarrollo económico y de la necesidad de los mercaderes de establecerse en un lugar fijo, las ciudades recobraron su importancia.

Entonces, las viejas ciudades romanas o antiguos burgos volvieron a poblarse y a su lado, aparecieron nuevos burgos: de la fusión entre los antiguos y los nuevos burgos nació la ciudad medieval. A los pobladores de las ciudades medievales, se los llamó burgueses.
Este gran desarrollo urbano llegó a su máximo esplendor en el siglo XIII en el que algunas ciudades como, por ejemplo, París. Milán, Venecia y Florencia, alcanzaron los 100 000 habitantes.

El nacimiento de las ciudades, vida urbana en la Edad Media

Los diferentes estímulos

                “Ciudades nacidas al despertar comercial, pero también del progreso agrícola del Occidente, que empezaba a alimentar mejor en víveres y en hombres a los centros urbanos. No queda otro recurso que atribuir el nacimiento y el progreso de las ciudades medievales a un complejo conjunto de estímulos y en particular, a grupos sociales diversos (…) Las regiones más fuertemente urbanizadas del Occidente medieval (…) son regiones a las que convergen grandes rutas comerciales: Italia del Norte (…); Alemania del Norte y Flandes (…). Pero esas regiones son al mismo tiempo, las que poseen las llanuras más ricas, las que disfrutan de los progresos más seguros de la rotación trienal, las que emplean con mayor extensión el arado y el caballo de labor.”
J. Le Goff, La civilización del Occidente medieval.

La población urbana

Las ciudades medievales eran, en su mayoría, pequeñas: pocas superaban los 10 000 habitantes y no muchas tenían más de 5 000 habitantes. En las ciudades más pequeñas se concentraba y luego, se distribuía la producción agrícola de los alrededores. Las ciudades más grandes abarcaban un territorio mayor: servían a varias pequeñas, o a todo un país. Así, por ejemplo, Londres, con 40 000 habitantes hacia el siglo XIII, era el principal punto de confluencia de los productos ingleses, y el distribuidor de las importaciones que llegaban a Inglaterra procedentes de otros países.
Comerciantes de la Edad Media

La ciudad medieval

Con el renacimiento comercial, las ciudades se convirtieron en centro de atracción de muchas personas de diferente condición social y económica.

Un lugar atractivo

Las ciudades medievales atrajeron a una enorme cantidad de mercaderes que se establecieron en ellas y que con el tiempo, llegaron a dominarlas. La mayoría estaba situada cerca de un río, del mar o de un camino importante. Este hecho las convirtió en centros comerciales.
Las ciudades también se convirtieron en centros de atracción para los campesinos que buscaban mejores oportunidades. Algunos siervos llegaron a ellas huyendo de los señores feudales. Los campesinos libres lo hicieron atraídos por la creciente actividad artesanal y comercial.
Con ello, estos campesinos se convirtieron en artesanos. Ellos pasaron a ser la mano de obra de la industria destinada, por un lado, a satisfacer las necesidades de una población urbana cada vez mayor, y por otro, a generar artículos que pudieran ser comercializados fuera.
Por último, en algunos casos como, por ejemplo, en muchas ciudades del sur de Francia y en la mayoría de las ciudades italianas, los señores feudales abandonaron sus castillos para residir en las ciudades, dedicándose, también, al comercio.

Entonces, las ciudades se volvieron centros de consumo, de producción artesanal y, a la vez, de redistribución.

Pedraza de Segovia, ciudad medieval

Un aspecto particular

A pesar de que cada ciudad medieval tenía rasgos propios, la mayoría compartía ciertas características.
Eran recintos amurallados, lo que aseguraba su paz. Como los antiguos burgos también tenían murallas, fue muy frecuente que las ciudades tuviesen dos murallas: la antigua y la nueva. Sus puertas se cerraban en la noche y se abrían de nuevo en la mañana.
En su interior, las casas casi siempre tenían tres pisos: el primero, construido de piedra, servía de taller y de tienda; el segundo y el tercero, en cambio, se usaban como vivienda y eran de madera. El uso de este material en las viviendas ocasionaba frecuentes incendios en las ciudades.
Entre los edificios urbanos destacaban las iglesias, el palacio episcopal, y más tarde, el palacio comunal, que fue la sede administrativa de la ciudad. En el centro de la ciudad o cerca de una de sus puertas de acceso solía encontrarse la plaza del mercado, donde se desarrollaba la actividad comercial.
Las calles eran estrechas y por ello, oscuras. No había sistemas de alcantarillado por lo que las ciudades solían tener malos olores. La gente se abastecía de agua en pozos y canales.
Con el paso del tiempo, las ciudades perdieron sus murallas, los barrios se especializaron por el oficio de sus habitantes y comenzaron a crecer desordenadamente.

Industria y mercaderes

El renacimiento de la artesanía

EI atractivo que las ciudades medievales ejercieron sobre los campesinos la liberación del campo, a partir del siglo XII, cierta cantidad de mano de obra que trabajó en la industria urbana. En la Edad Media la industria no contaba con grandes maquinarias y su producción era limitada, es decir, era de tipo artesanal. Por eso a los obreros se los llamó artesanos. Los artesanos medievales del siglo XII retornaron a las viejas técnicas olvidadas y aprendieron, a la vez de los artesanos del Islam y de Bizancio. A diferencia de Europa occidental, estas regiones contaron con una industria muy desarrollada a lo largo de toda la Edad Media.

Orfebrería en la Edad Media

Un fenómeno migratorio

            “El principal papel de la ciudad en la Baja Edad Media consistía en la atracción que ejercía el mundo exterior. La fuerza de esta atracción variaba en proporción directa con la importancia de la ciudad. El horizonte de las grandes ciudades era internacional, el de las pequeñas simplemente regional. Pero es importante hacer notar que la zona de atracción de la gran mayoría de las ciudades medievales se limitaba al territorio circundante (…) C. E. Perrin al estudiar la ciudad de Metz en el siglo XIII calcula que la mayor parte de los inmigrantes que llegaban a ella procedían de distancias menores de 40 km. P. Wolff observó un fenómeno semejante en Toulouse.
J. Le Goff, La civilización del Occidente medieval.

Los mercaderes en las ciudades

EI poderío económico de los mercaderes estuvo estrechamente vinculado al desarrollo de las ciudades que fueron sus centros de negocios. En el siglo XIII, las ciudades estaban dominadas por ellos.
Los grandes mercaderes, a los que a veces se unieron los nobles, ocuparon los puestos de gobierno y constituyeron un patriciado urbano, que controló la vida municipal y que no encontró oposición violenta hasta 
la crisis del siglo XIV.

Este patriciado también monopolizó la dirección económica de las ciudades.

Mercader en la Edad Media

Burgueses y burguesía

El papel protagónico en el desarrollo de las ciudades lo tuvieron sus habitanteslos burgueses. Bajo este nombre pasó a designarse a todas aquellas personas cuya riqueza se basaba en el dinero y no en la tierra.

El enriquecerse con dinero y no dedicarse a actividades rurales, distinguió a los burgueses de los campesinos y de la nobleza feudal. Por eso formaron una nueva clase social: la burguesía.
La aparición de la burguesía rompió el rígido esquema de la sociedad feudal de órdenes. La mayoría de los burgueses no pertenecía a ninguno de los órdenes. Ellos eran mercaderes, y artesanos especializados en diversos trabajos: panaderos, herreros y carpinteros, entre otros oficios.

Libertades urbanas y burguesas

Algunas ciudades acogieron a los señores feudales. En esos casos, la nobleza invirtió su riqueza en el comercio, se dedicó personalmente a los negocios y acaparó los cargos políticos de la ciudad. De esta manera la nobleza se aburguesó.

En otras ciudades, en cambio, los mercaderes plebeyos acapararon el poder y, al hacerlo, buscaron liberarse del control que ejercía sobre ellos la nobleza. Sus ciudades estaban en las tierras de algún señor feudal. Para resolver este problema, algunos mercaderes optaron por aliarse a los nobles casándose con ellos o comprándoles sus títulos de nobleza. En esos casos fueron los burgueses los que se ennoblecieron.

Sin embargo, generalmente, los burgueses se libraron del dominio feudal emprendiendo sublevaciones y contratando mercenarios que forzaron a la nobleza a renunciar a sus derechos.
En otros casos, recurrieron al apoyo de los reyes, a quienes les interesaba doblegar a la nobleza.
A cambio de apoyo financiero, las ciudades recibieron de los monarcas cartas de libertades que las colocaban directamente bajo la autoridad real -sustrayéndolas del control de los señores-, las autorizaban a administrar justicia por sí mismas y otorgaban libertad personal a sus habitantes.
También obtuvieron de los monarcas el derecho de autogobernarse, lo que posibilitó la formación de gobiernos comunales, que recibieron diversos nombres: ayuntamiento, señorío o comuna.
Los privilegios otorgados a las ciudades debilitaron los esquemas feudales.

La Iglesia no vio con buenos ojos el rápido ascenso de la burguesía. Sus ocupaciones encaminadas a acumular dinero fácil fueron consideradas por los clérigos síntomas de avaricia. Por eso, pasaron a formar parte de una lista de oficios deshonrosos. Por otro lado, los intereses que algunos mercaderes cobraban por sus préstamos fueron calificados de usura.

Con el tiempo, sin embargo, la Iglesia se volvió más tolerante con los burgueses, que eran muy religiosos, y convino en que eran necesarios para la sociedad.

Alcaldía medieval de Bamberg en Alemania

La crisis del orden feudal

Con el comercio y el lento cambio de una sociedad rural a una urbana, las relaciones sociales se transformaron y el sistema feudal entró en crisis. Como cada día la economía se orientaba más al dinero, la tierra comenzó a perder el valor que tenía dentro del régimen feudal. Entonces surgió una nueva noción de riqueza: la riqueza comercial, que consistía en dinero o en productos comercializables estimables en dinero.

Como la clase feudal fue muy conservadora, la mayoría quedó al margen de este desarrollo económico. Por otro lado, las libertades otorgadas a las ciudades mermaron, también, el sistema feudal.

La vida en la ciudad

Las ciudades medievales fueron muy activas. Al contrario de lo que sucedía en el campo, la división de tareas caracterizó la vida económica urbana y la vida cultural recobró importancia.

El trabajo y los gremios

Los habitantes de la ciudad se especializaban en un oficio y compraban en el mercado lo que no producían. Los artesanos de un mismo oficio y los comerciantes se agruparon en gremios.
Los gremios fijaban los procedimientos de fabricación, las normas laborales, las horas de trabajo y los salarios. También aseguraban la destreza en el oficio: se accedía al grado de oficial tras un aprendizaje de diez años, como mínimo, en el taller de un maestro.

Así, los productos eran semejantes en calidad y en precio. Nadie podía ejercer un oficio si no pertenecía al gremio respectivo. Los gremios eran muy poderosos y, frecuentemente, se enfrentaron con violencia por el control de la ciudad.


Construcción de una ciudad medieval

Las diferencias sociales

Al principio, había igualdad en la ciudad: la sociedad urbana contrastaba con la jerarquización feudal. Con el tiempo se acentuaron las diferencias entre ricos y pobres y nació el concepto de ciudadanía: para ser ciudadano y obtener las ventajas urbanas, había que tener recursos para pagar un impuesto especial a la comuna y poseer una casa en la ciudad.

Ciudadanos eran los más prósperos: los que se dedicaron a la industria textil, la más importante en la Edad Media, y los mercaderes de paños y objetos de lujo. En el nivel más bajo estaban los trabajadores marginados que no accedían a la ciudadanía y se excluían de los gremios.

La vida cultural

Como las actividades urbanas requerían nuevos conocimientos como, por ejemplo, llevar libros de cuentas, escribir cartas o redactar inventarios, los burgueses fundaron las primeras escuelas laicas. Así, la actividad intelectual dejó de ser exclusiva del clero.

También se fundaron las primeras universidades, que introdujeron al sistema antiguo de enseñanza estudios de leyes y de teología y otras disciplinas como, por ejemplo, la medicina.

Una nueva espiritualidad

Desde el punto de vista religioso, el contraste entre ricos y pobres provocó una necesidad de reforma. De esta manera surgieron en el siglo XIII las órdenes mendicantes: franciscanos y dominicos.
Ambas adoptaron una moral basada en la austeridad y se instalaron en las ciudades, relacionándose con sus problemas. Sus ocupaciones principales fueron la prédica y la enseñanza.

Más trabajo y nuevas aspiraciones

Las reglas del trabajo

                “Nadie puede ser tejedor de lana si antes no ha comprado el oficio del Rey (…) cada uno puede tener en su mansión dos telares (…) y cada hijo de maestro tejedor puede tener dos en la casa de su padre mientras que esté soltero y si él sabe trabajar con sus manos. Cada maestro puede tener en su casa un aprendiz, no más (…) y nadie debe empezar a trabajar antes de levantar el sol, bajo pena de una multa de doce dineros para el maestro y seis para el oficial. Los oficiales deben cesar el trabajo desde que el primer toque de vísperas haya sonado, pero deben arreglar sus cosas después de estas vísperas.” E. Boileau.



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La Biblioteca de Alejandría


 Gemma ESTRUGAS MORA*




Alejandría, el sueño de Alejandro Magno

Alejandría ad Aegyptum, la mítica ciudad, fuente de inspiración de tantos autores antiguos y modernos1, la primera gran metrópolis del Mediterráneo Oriental, fue fundada en el año 331 a.C. por Alejandro Magno, el gran monarca macedónico que extendió el mundo griego con sus conquistas, desde el Mar Egeo hasta el Indo, desde Asia Central al Sudán, y que había ocupado Egipto, expulsando a los invasores persas. El enclave que elige Alejandro para la ciudad que va a llevar su nombre, es una franja de tierra un poco inhóspita situada entre el mar y el lago Mareotis, frente a la isla de Faros y junto a la boca oriental del Nilo, la Canopia, sobre una aldea indígena denominada Racotis. La leyenda, nos relata Plutarco2, atribuye su fundación en este lugar a una visión que tuvo Alejandro en un sueño, pero su ubicación se debe seguramente a motivos estratégicos, ya que su especial geografía favorece la construcción de instalaciones portuarias, desde donde se puede dominar el comercio entre el Mediterráneo oriental y occidental, en su proyecto de convertir este mar en un mar griego.
Alejandro fundó la ciudad y dispuso su estructura según el modelo griego hipodámico3 que desarrolló el arquitecto Dinócrates de Rodas. De todas maneras, Alejandro sólo estuvo de paso por Alejandría y la ciudad conoció su período más brillante a partir del de los primeros Ptolomeos.

Los Ptolomeos, reyes griegos en Egipto

A partir de la muerte de Alejandro en el 323 a.C., el fabuloso imperio que había construido se desmiembra y se reparte entre sus generales que se disputan su herencia. El general Lagos recibe Egipto y será su hijo Ptolomeo quién se corona rey en el año 305 a.C. Ptolomeo I Sóter inaugura la dinastía de los Ptolomeos, también llamados Lágidas. Estos reyes de origen griego-macedónico serán coronados como faraones y aceptados por el clero de Amón en Tebas como una dinastía legítima, continuadora de la línea de los antiguos faraones, pero nunca dejaron de ser culturalmente griegos.
Estos monarcas hacen de Alejandría su capital y la embellecen con bellos edificios: el palacio real, el teatro, el gimnasio, los puertos, el famoso faro, que fue considerado una de las siete maravillas de la antigüedad, y sobre todo, su Museo y Biblioteca que fueron los que permitieron que la ciudad se convirtiera en centro intelectual del mundo griego.
El período más brillante culturalmente y de máxima expansión territorial de la monarquía ptolemaica fue el reinado de los tres primeros reyes, Ptolomeo I Sóter (305-283/282 a.C.), Ptolomeo II Filadelfo (285-246 a.C.) y Ptolomeo III Evérgetes (246-221 a.C.). A partir del cuarto Ptolomeo la dinastía va en declive y se sumerge en luchas dinásticas y corrupción.
La dinastía de los reyes Ptolomeos se extiende entre 305 a.C. y el 30 d.C., entre el primer Ptolomeo y la última reina, la famosa y mítica Cleopatra VII, cuya vida y su muerte junto a su amante romano, el general Marco Antonio, han sido fuente de inspiración de tantas obras de arte. Efectivamente, la derrota de Cleopatra y Marco Antonio supone el final de la dinastía griega, pero también es el final de las dinastías faraónicas, a partir de entonces Egipto se integra al Imperio Romano como provincia.
De todas maneras, el Museo y la Biblioteca sobreviven a los Ptolomeos, ya que en época romana tenemos algunas noticias que testimonian su continuidad y sabemos que incluso gozaron de períodos de renovado esplendor y que algunos emperadores, como Adriano, se preocuparon mucho por su mantenimiento y mejora.

Alejandría, encrucijada de culturas

Alejandría es una metrópolis cosmopolita y multicultural (sobre todo en el siglo III a.C.). Es un espacio de convivencia de macedonios y griegos, judíos y egipcios, mercenarios galos, esclavos nubios, aventureros, sabios, mercaderes y viajeros procedentes de todas las regiones del mundo helénico.
La minoría griega es la clase dominante y ocupa el Bruquión que es el barrio más elegante donde se sitúan los edificios más importantes, es el barrio de los palacios. Los judíos habitan un barrio aparte que la mayoría de los autores sitúan en la zona este de la ciudad. La población indígena egipcia es muy importante y habita mayoritariamente en la zona oeste, donde se había situado la aldea indígena Racotis.
En la sociedad alejandrina podemos hablar de sincretismo cultural que queda especialmente reflejado en el ámbito de las creencias religiosas; un caso paradigmático es el culto al dios Serapis, dios de origen egipcio que adquiere atributos griegos, cuyo culto en el templo de Serapeum, el templo más importante de la ciudad, será compartido por ambos pueblos.
Este clima de tolerancia se romperá definitivamente durante el siglo III y IV d.C., cuando aparecen conflictos religiosos primero con la persecución del cristianismo y después con la imposición del cristianismo como religión oficial.

El Museo y su Biblioteca, su fundación

Museo y Biblioteca van estrictamente ligados. Probablemente fueron fundados al mismo tiempo, pero no se sabe con certeza. La palabra Museo viene de musa. Las musas son las divinidades griegas, hijas de Zeus, protectoras de la actividad artística e intelectual. La palabra museo tenía una significación diferente a la actual, se aplicaba a una construcción dedicada al culto de las musas, pero también por extensión a un lugar donde florecía la actividad poética, musical o intelectual en general. En este sentido es aplicable a la institución creada por los reyes Ptolomeos con el nombre de Museo. El Museo de Alejandría fue concebido por los Ptolomeos como el lugar donde los hombres más sabios de la época podían alojarse y dedicarse al estudio y al trabajo intelectual sin preocupaciones materiales, ya que el rey les asignaba una pensión anual y cubría todas sus necesidades con holgura. Como base de su trabajo intelectual, estaba la Biblioteca de consulta que aspiraba a contener todas las obras del mundo.
Los motivos que movieron a los Ptolomeos a poner en marcha esta ejemplar empresa no fueron sólo sus inquietudes intelectuales, sino que seguramente buscaban prestigio frente al resto de reinos helenísticos. Posteriormente, otros soberanos fundarán sus propias bibliotecas que rivalizaran con la de Alejandría; la más famosa es la de Pérgamo, que fue fundada en el siglo II a.C. por el rey Eumenes, con la intención de desafiar a los monarcas Ptolomeos.
En la concepción del Museo se aúnan por un lado la tradición griega del culto a las musas y el Liceo filosófico de Aristóteles y por otro lado, la tradición oriental de las casas de sabiduría mesopotámicas y las casas de vida egipcias, que son escuelas vinculadas a templos.
Las fuentes escritas disponibles con noticias sobre el Museo y su Biblioteca son escasas y fragmentarias y, además, muchas son citas de autores antiguos en obras más recientes.
Las evidencias arqueológicas tampoco nos sacan de la duda. Aunque en los últimos años se han llevado a cabo numerosas intervenciones arqueológicas en Alejandría, no han aportado aún datos sobre la cronología de la fundación ni otros detalles, como podría ser su ubicación exacta y su estructura arquitectónica.
El primer punto polémico en relación a la historia de la Biblioteca es la cronología de su fundación. Existen dos versiones divergentes en cuanto al reinado en el que se produjo su fundación, las dudas son entre el rey Ptolomeo I y Ptolomeo II. Hasta hace poco se atribuía a Ptolomeo II sobre todo basándose en la fuente más antigua de que se dispone sobre el tema, que es la Carta de Aristeas a Filócrates4 , escrita hacia el siglo II a.C., seguramente por un judío alejandrino. Esta obra relata la historia de la primera traducción del hebreo al griego de la Torah, es la llamada de los Setenta o Septuaginta5 , por recomendación de Demetrio de Falero al rey Ptolomeo II. Pero aunque la carta hace referencia sin duda a Ptolomeo II, hoy en día se considera esto un error, ya que se sabe con seguridad que Demetrio de Falero fue asesor del rey Ptolomeo I y cayó en desgracia, fue desterrado, durante el reinado de Ptolomeo II y no vivió mucho tiempo después de su ascensión al trono. Por tanto, la fuente no es del todo fiable, pero sí nos aporta un dato fundamental que es la fuerte vinculación de Demetrio de Falero a este proyecto.
Demetrio de Falero es un personaje muy interesante y pieza clave en la fundación del Museo y su Biblioteca. Fue tirano en Atenas y seguidor de Aristóteles, exiliado de Atenas fue acogido en Alejandría por el rey Ptolomeo I. Una vez convertido en hombre de confianza del rey Ptolomeo I, interviene en la fundación del Museo y de su Biblioteca de manera muy activa, ya que traslada de Atenas a Alejandría sus ideas aristotélicas y la ambición de un saber universal. Suponemos que Demetrio fue el responsable del Museo y de la Biblioteca aunque no ostenta el título de director de manera oficial. De ahí viene la idea que Estrabón expresa en su Geografía6 de que fue Aristóteles quien ayudó a los reyes Ptolomeos a organizar la Biblioteca.
Otra fuente mucho más tardía pero que también vincula la fundación de la Biblioteca al segundo rey Ptolomeo es Juan Tzetzes7, un estudioso bizantino del siglo XII, en su obra de comentarios a unas obras de Aristófanes en la que seguramente sigue a Aristeas.
Por otro lado, la referencia más clara a la fundación por Ptolomeo I es la del texto de Ireneo8 , un autor del s. II d. C.
Actualmente la mayoría de investigadores sitúan la fundación en época de Ptolomeo I Sóter, hacia el 295 a.C.



El edificio

La ubicación precisa del Museo y la Biblioteca es incierta, pero se sabe con certeza que estaría en el barrio del Bruquión, próximo al mar y que formaba parte del complejo palaciego. Las fuentes que tenemos sobre las características arquitectónicas del Museo son escasas y sobre el edificio de la Biblioteca directamente no existen. Diversos autores la mencionan, pero no la describen específicamente, lo que hace suponer que la Biblioteca no tenía edificio propio sino que era compartido con el del Museo. La descripción más detallada que tenemos es la de Estrabón en su Geografía, aunque no menciona la Biblioteca:
“El Museo forma parte de los edificios palaciegos y está formado por un pórtico para pasear, una exedra con asientos y un gran edificio, donde está la sala común donde comen los sabios, miembros del Museo”9 .
Sabemos pues que la Biblioteca no tenía salas de lectura propiamente, sino que estaba constituida por una serie de salas y pórticos, en cuyas paredes había nichos para guardar los libros. Probablemente disponía también de algún almacén y de algún escriptorio para la copia de libros.
De la que sí se conoce con más precisión su ubicación es la biblioteca anexa al Serapeum que parece ser que pudo ser una biblioteca auxiliar y que, según las investigaciones arqueológicas, fue fundada por Ptolomeo III.
Colección y organización
La colección de la Biblioteca de Alejandría tenía la intención de ser universal, todo lo escrito hasta aquel momento, pero la realidad era que contenía mayoritariamente textos griegos.
El soporte escriptorio de las obras es el papiro en formato rollo. El rollo está formado normalmente por diversas hojas de papiro pegadas entre ellas. La longitud media de un rollo está entre 6 y 10 m., pero en ocasiones puede superar los 40 m. Normalmente una obra puede ocupar diversos rollos. El papiro se enrollaba entorno a una varilla cilíndrica de madera o metal llamada umbilicus u ómfalos y de una de las puntas colgaba una lámina o membrana, denominada syllabus, donde se escribía el nombre del autor y/o el título de la obra. Estos rollos podían ser almacenados en cajas o cestas o bien envueltos en fundas de piel o papiro para asegurar su conservación. La escritura se hacía sobre la cara en que las fibras del papiro corrían horizontalmente y se escribía con tinta negra y roja con un instrumento denominado cálamo que era una caña terminada en punta. La escritura era de derecha a izquierda, normalmente en columnas y el rollo se leía desenrollándolo horizontalmente.
Otra de las grandes controversias en relación a la Biblioteca de Alejandría es el número de volúmenes. No se sabe con exactitud el volumen de la colección, desde luego esa cifra debió variar mucho a lo largo de las diferentes épocas de existencia de la Biblioteca.
Según la fuente más antigua, la Carta de Aristeas10, ya mencionada, en el siglo III a.C. la Biblioteca dispondría de unos 200.000 libros y la previsión de Demetrio era alcanzar los 500.000. El bizantino Tzetzes11 habla de 490.000 volúmenes de la Biblioteca principal que divide en symmigeîs y amigeîs, simples y mezclados tal vez, palabras que actualmente son de difícil interpretación. Algunos autores dicen que los primeros son rollos que contienen diversas obras u obras que ocupan diversos rollos o volúmenes y los segundos, contienen una sola obra; también se puede referir a obras con varias copias o con una sola; o podría ser incluso que se tratara de un total de 400.000 volúmenes o rollos y de 90.000 obras. Además, siempre siguiendo a Tzetzes, a este número hay que añadir los de la biblioteca del Serapeum que contenía unos 42.800 volúmenes.
Otras fuentes indirectas, que nos hablan de número de volúmenes, son las que mencionan el número de libros quemados en el 47/48 a.C. en un episodio bélico de la Guerra de Alejandría entre los egipcios y las tropas de César. Aquí las fuentes nos hablan de una cifra entre 40.000 y 700.000 libros. Aulio Gelio12 y Amiano Marcelino13 mencionan 700.000 libros, pero en cambio otros autores como Séneca14 y Orosio15 nos hablan de 40.000 o 400.000 volúmenes destruidos. Probablemente estos autores copian de otros y la cifra más alta no es la correcta. ¿Pero estos libros formaban parte de la Biblioteca y, si lo eran, eran todos los que contenía la Biblioteca o sólo una pequeña parte?
Escolar16 hace un cálculo aproximado y dice que la Biblioteca puedo llegar a tener unos 50.000 volúmenes o rollos que, según los cálculos de este autor, vendría a equivaler a unos 12.500 libros actuales.
Los métodos de adquisición de las obras con destino a la gran Biblioteca son diversos y algunos no muy heterodoxos. Tenemos constancia de compras de libros, por ejemplo en época de Ptolomeo sabemos por Ateneo17 que se compraron libros de Teofrasto y Aristóteles a Neleo. También el médico Galeno18 nos habla de falsificaciones de obras que fueron adquiridas erróneamente por la Biblioteca. La rivalidad con la Biblioteca de Pérgamo favoreció la irrupción de falsificadores que ofrecían falsos textos antiguos.
Otro método de adquisición es la copia de textos, aunque muchas veces cuando se copiaban textos la Biblioteca se quedaba con los originales, este es el caso de los famosos libros de los barcos, según la noticia que nos ha llegado por Galeno19. Todos los libros que se encontraban en los barcos que llegaban a puerto eran confiscados, copiados y las copias devueltas a sus dueños. También el mismo Galeno20 nos da cuenta de la copia oficial de las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides prestadas por Atenas para ser copiadas y que desenvocó en una apropiación indebida de los originales por parte del rey Ptolomeo; éste prefirió perder los quince talentos que había dejado en depósito y, eso sí, tuvo el detalle de devolver unas hermosas copias.
El donativo de libros también era habitual, por ejemplo el rey Ptolomeo II escribió una carta a los reyes para que le enviaran todas las obras disponibles de cualquier género.
Un último sistema de adquisición sería a través de la traducción al griego de obras preexistentes en otras lenguas, este es el caso de la primera traducción al griego del texto sagrado de los judíos, la famosa Biblia de los Setenta en época del Ptolomeo II. Conocemos esta historia por la Carta de Aristeas21, ya mencionada anteriormente, que parece ser un relato ficticio, pero con una base histórica. También sabemos que fueron traducidos textos iranios atribuidos a Zoroastro, textos babilónicos, caldeos y egipcios, como por ejemplo las recopilaciones en griego de antiguas fuentes egipcias realizadas por el sacerdote Manetón.
La organización física de toda esta vasta colección de textos se supone que fue por géneros y, dentro de ellos, por orden alfabético del nombre del autor. Este modelo de organización se basa en la magna obra del poeta Calímaco, Pínakes, que muchos ven como el inventario y catálogo de los fondos de la gran Biblioteca, pero que en realidad era una bibliografía de la literatura griega, seguramente elaborada a partir de las obras que se conservaban en la Biblioteca. Este inventario constaba de 120 volúmenes o rollos de los que se han conservado actualmente escasos fragmentos. Agrupaba las obras en secciones o géneros (historia, tragedia, comedia, épica, filosofía, medicina, retórica, legislación y miscelánea). Dentro de cada género, los autores estaban ordenados de manera alfabética y de cada autor había una breve biografía y una bibliografía de sus obras ordenada alfabéticamente. Junto al título de cada una de las obras constaban las palabras iniciales y una indicación sobre su longitud. La obra de Calímaco supone una novedad en el mundo griego, pero seguramente tiene sus antecedentes en los archivos sumerios, asirios, babilónicos e hititas de tablillas de arcilla, en los que se han encontrado algunas tablillas que son listados y catálogos de los documentos del archivo, con indicación de las palabras iniciales y el número de líneas.

Bibliotecarios e ilustres usuarios

Aunque Demetrio de Falero tiene mucha responsabilidad en la fundación y primera organización de la Biblioteca, seguramente no fue su primer director. Según la Suda, enciclopedia bizantina compuesta hacia finales del siglo X, utilizando materiales de época ptolemaica, el primer director de la Biblioteca fue Zenódoto de Éfeso, filólogo y experto en Homero, que fue director aproximadamente entre 285 y 270 a.C. El director lo era por designación real y normalmente asumía funciones también de preceptor del heredero del trono. El director era un sacerdote, es en este punto donde vemos la influencia de la tradición egipcia de las escuelas asociadas a templos. No se sabe con certeza si la responsabilidad de dirección del Museo y de la Biblioteca recaía en la misma persona, tampoco se sabe si el director de la biblioteca del Serapeum era la misma persona.
Otra fuente fundamental para el conocimiento de los directores de la Biblioteca es un Papiro de Oxirrinco22 del siglo II d.C. descubierto a principios del siglo XX, donde consta una relación de los directores entre los siglos III-II a.C. Este papiro contiene seguramente algunos errores23. Actualmente se aceptan como sucesores de Zenódoto los siguientes hombres ilustres:
Apolonio de Rodas (director entre ca. 285-270 a.C.)
Eratóstenes de Cirene (270-245 a.C.)
Aristófanes de Bizancio (195-180 a.C.)
Apolonio de Alejandría, Eidógrafo (180-ca. 175 a.C.)
Aristarco de Samotracia (ca. 175-145 a.C.)
A Calímaco de Cirene, autor de los Pínakes, se le atribuía también la dirección de la Biblioteca, pero actualmente se piensa que intervino mucho en la organización de la Biblioteca, pero no fue director.
De los directores posteriores tenemos escasa información aunque se supone que durante los últimos Ptolomeos, a partir de Ptolomeo IX, el nivel de erudición de los bibliotecarios-directores disminuye. En época romana será el emperador quien nombre al director.
Los usuarios principales de la Biblioteca fueron lógicamente los miembros del Museo que eran invitados personalmente por el rey a formar parte de esta comunidad de sabios. De todas maneras, la Biblioteca debía estar abierta a los eruditos interesados en consultar sus fondos, si no, no se explicaría la gran atracción cultural que generó la ciudad. Pero la biblioteca del Serapeum era más accesible y era la que consultaban los hombres cultivados de la ciudad.
Las relaciones entre los sabios del Museo a menudo se intuyen complicadas y con rivalidades. Así, Timón de Flionte, un filósofo escéptico y escritor satírico del siglo III a.C., se burla de ellos con una descripción caricaturesca:
“Muchos están bien cebados en el populoso Egipto, emborronadores de papiros, que se picotean incesantemente en la pajarera de las Musas”24.
Ilustres hombres, eruditos y sabios en todas las disciplinas habitaron en el Museo y deambularon por los peripatos y pórticos de la Biblioteca, consultando la colección bibliográfica que en ella se conservaba, a partir de la que desarrollaron sus estudios filológicos y científicos e hicieron de Alejandría el centro cultural de la antigüedad entre los siglos III a.C. al IV d.C. Este gran ambiente cultural propició la visita de numerosos estudiosos a lo largo de su historia. La lista de usuarios ilustres sería interminable, podemos mencionar algunos: matemáticos como Euclides, Arquímedes y Teón de Alejandría; geógrafos e historiadores como Manetón, Diodoro de Sicilia y Estrabón; filósofos como Filón de Alejandría y Plotino; poetas como Calímaco y Teócrito; astrónomos y geógrafos como Claudio Ptolomeo; médicos como Galeno. Entre Calímaco y Teón de Alejandría, el que se considera como último exponente conocido del Museo, han transcurrido unos siete siglos que son de los más productivos culturalmente, de los más fascinantes de la historia de la humanidad.

El final de la Biblioteca


Si la cronología de la fundación de la Biblioteca es un tema controvertido, no lo es menos su desaparición. Se barajan cronologías muy dispares.
Tradicionalmente se consideraba como fecha probable de la destrucción de la Biblioteca el año 47/48 a.C. durante un episodio bélico de la guerra que enfrentó a las tropas romanas de Julio César, aliado con Cleopatra VII, con las tropas egipcias del Ptolomeo XIII, comandadas por el general Aquila, por el dominio de la ciudad. En el transcurso de la batalla, César ordenó incendiar los barcos ptolemaicos que estaban en el puerto, el incendio de las naves avivado por el fuerte viento se propagó a unos edificios que había junto al puerto, arsenales y almacenes de grano y libros, y así César, aprovechando la confusión del incendio, pudo huir con sus tropas hacia la isla de Faros.
La alusión a esta hazaña bélica la encontramos reseñada en numerosos autores antiguos, el mismo César en su obra autobiográfica Guerra Civil25 habla del incendio de las naves, pero no menciona la destrucción de libros. Quienes sí lo mencionan son: Séneca26, Plutarco27, Aulio Gelio28, Dión Casio29, Amiano Marcelino30 y Orosio31. Algunos de ellos, como hemos visto anteriormente, incluso dan cifras exactas de los volúmenes destruidos y hacen referencia explícita a la destrucción de la Biblioteca.
Es evidente que la Biblioteca continuó existiendo después de este incendio, porque tenemos constancia de que algunos autores trabajaron en ella o la consultaron posteriormente (como el historiador Estrabón que era casi contemporáneo y no hace ninguna alusión al incendio o a la destrucción de libros en su descripción de Alejandría y el Museo en su Geografía). También existen noticias en época romana de nombramientos de directores de la Biblioteca y sabemos que el emperador Adriano fue generoso en ayuda económica para el mantenimiento de la colección de la Biblioteca. Por lo tanto, actualmente la teoría más aceptada, así lo cree Canfora32, es que los rollos que se quemaron eran rollos preparados para la exportación y no tenían nada que ver con la colección de la Biblioteca. Báez33 apunta que pudieron ser adquisiciones recientes de la Biblioteca que estaban pendientes de ser catalogadas.
Otra fecha posible de destrucción sería el año 272 d.C., en época del emperador Aureliano en las guerras contra Zenobia, reina de Palmira, quien se había apoderado de la ciudad. Según Amiano Marcelino, el emperador al recuperar la ciudad la arrasó y destruyó gran parte del barrio del Bruquión, donde se hallaba la Biblioteca.
Otro capítulo de destrucción de la ciudad tiene lugar en época de Diocleciano, en el 296 d.C., cuando éste reprimió una sublevación de la ciudad y la saqueó.
A pesar de la existencia de todos estos episodios violentos, seguramente la Biblioteca y el Museo sobrevivieron y el episodio final tiene lugar durante el reinado del emperador cristiano Teodosio I (375-395 d.C.) cuando se clausuran todos los templos paganos. Sabemos con certeza que el Serapeum y su biblioteca fueron destruidos en el 391 por orden del obispo Teófilo. Probablemente, la Biblioteca de Alejandría también desapareció en esa época. En ese momento muchos intelectuales abandonan la ciudad y emigran hacia ciudades más tranquilas, como Roma.
Una última tendencia es atribuir la destrucción de la gran Biblioteca a los árabes, cuando conquistaron la ciudad en el 642 d.C. Esta teoría se basa en el relato de un historiador árabe del siglo XIII, Ibn al-Kifti34, que describe la entrevista de Juan Filópono, filósofo cristiano, con Amr ibn alAs, conquistador de la ciudad. Durante esta entrevista, Juan Filópono le pregunta a Amr sobre el destino de los libros de la Biblioteca con la intención de salvarlos de la destrucción, pero Amr no se atreve a tomar una decisión por sí solo y decide consultarlo al califa Omar I. La respuesta de Omar es tajante, si el contenido de los libros está de acuerdo con la doctrina del Corán son inútiles porque repiten, y si contienen algo en contra, deben destruirse. Amr ejecutó la orden, muy a su pesar, y distribuyó los libros entre las numerosas casas de baño como combustible tardando unos seis meses en quemarse. Esta última indicación de la historia nos da idea del volumen ingente de documentos que representaba.
Este relato ha ido perdiendo credibilidad. Actualmente se refuta su veracidad porque hay varios argumentos en su contra: el relato de Ibn al-Kifti es muy posterior a los hechos que narra (unos 6 siglos) y además, Juan Filópono vivió en el siglo VI y Amr lo hizo en el siglo VII, por tanto no podían haber coincidido.
Ante toda esta confusión y baile de fechas, mi opinión es que es muy improbable que la Biblioteca sobreviviera a las persecuciones religiosas del siglo IV d.C. que destruyeron todo lo que les parecía pagano y herético. Es posible que perduraran algunas colecciones de documentos. De todas maneras, es seguro que el clima de inestabilidad política no favoreció en absoluto el mantenimiento y conservación de las colecciones de libros que se fueron degradando y desapareciendo gradualmente a medida que pasaba el tiempo.
De todas maneras, no se puede probar con total seguridad ninguna cronología, tenemos que esperar que algún día las excavaciones arqueológicas nos aporten datos definitivos. En los últimos años, éstas han aportado nuevos elementos, como la confirmación de que los factores naturales y geológicos han sido claves en el declive de la ciudad: numerosos terremotos entre el siglo IV y el XIV (el mismo faro de Alejandría fue convertido en ruinas por un seísmo muy fuerte que tuvo lugar durante el siglo XIV), olas gigantes, inundaciones y hundimiento del terreno de la ciudad bajo el nivel del mar, como consecuencia de la especial ubicación de la ciudad junto al mar, en un delta.

Alejandría, hoy

Bajo la moderna ciudad de Alejandría, en su subsuelo y sumergidos a pocos metros en las aguas de su costa, están los restos de la antigua metrópolis que fue la ciudad más importante del Mediterráneo oriental. Estos restos están empezando a salir de su letargo de dos mil años con las intervenciones arqueológicas terrestres y subacuáticas que se están efectuando de manera intensiva desde hace unos veinte años.
El equipo del arqueólogo francés Jean-Yves Empereur, fundador del Centre d’Études Alexandrins, está llevando a cabo numerosas excavaciones de urgencia en el subsuelo de la ciudad que han puesto al descubierto necrópolis, depósitos de agua ptolemaicos, restos palaciales, calles y templos. Las excavaciones bajo el agua son las que han tenido más eco mediático, porque han recuperado restos arquitectónicos y estatuas monumentales que habían formado parte del famoso faro, que han permitido restituir hipotéticamente su estructura.
Otro equipo en acción es el dirigido por Frank Goddio, arqueólogo autodidacta y director del Institut Européen d’Archéologie Sous-Marine, que lleva a cabo sobre todo excavaciones subacuáticas y ha hallado restos de estructuras palaciales que atribuye al palacio de Cleopatra VII.
Entre los hallazgos más recientes están los de un equipo arqueológico polaco-egipcio que ha encontrado un complejo con salas de conferencias y auditorios datadas cronológicamente entre el siglo V-VI d.C.35. Este hallazgo es sorprendente porque data de una época en que la ciudad se supone que está en plena decadencia.
La Alejandría antigua se va desvelando lentamente y la ciudad moderna intenta recuperar el protagonismo cultural y el espíritu integrador que caracterizó la antigua, con la fundación de una nueva Bibliotheca Alexandrina, que fue inaugurada en octubre de 2002, con la colaboración de la UNESCO, y con el objetivo de ser centro cultural de referencia que aúne el estudio del pasado y las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. En la era de Internet y la globalización, la nueva Biblioteca de Alejandría debe buscar su razón de ser en facilitar el acceso democrático a los recursos de información y en fomentar el desarrollo cultural de la sociedad egipcia.

Apéndice de nombres

AMIANO MARCELINO (ca. 330-395 d.C.): historiador romano nacido en Siria de familia griega que escribió una historia del Imperio Romano, Res gestae, que ha llegado hasta nosotros parcialmente.
AMR IBN AL-'AS (s. VII d.C.): conquistador árabe de Egipto que tomó Alejandría en el 642 y murió en el 663.
APOLONIO DE ALEJANDRÍA, EL EIDÓGRAFO (s. II a.C.): gramático y editor. Fue director de la Biblioteca de Alejandría como sucesor de Aristófanes de Bizancio hacia el 180 a.C.
APOLONIO DE RODAS (ca. 295-ca. 230 a.C.): poeta y filólogo alejandrino, autor de Las Argonáuticas. Sucesor de Zenódoto de Éfeso en la dirección de la Biblioteca de Alejandría entre 270 y 245 a.C. Instructor de Ptolomeo III Evérgetes quien le destituyó en su cargo de director de la Biblioteca y pasó sus últimos años en Rodas.
ARISTARCO DE SAMOTRACIA (ca. 217-ca. 145 a.C.): filólogo, gramático y editor de numerosos autores. Autor junto con Aristófanes de Bizancio del Canon alejandrino, lista selectiva de las obras literarias griegas y sus autores. Fue director de la Biblioteca de Alejandría entre ca. 175 y 145 a.C.
ARISTÓFANES DE BIZANCIO (ca. 257-180 a.C.): crítico y gramático griego que fue director de la Biblioteca de Alejandría a partir de 195 a.C.
ARQUÍMEDES (ca. 287-212 a.C.): matemático y físico griego nacido en Siracusa conocido por el principio hidrostático que lleva su nombre.
ATENEO (s. III d.C.): gramático griego que vivió en Egipto y fue autor de El Banquete de los eruditos (Deipnosophistai) que incluye citas de autores antiguos e información sobre la vida cotidiana de su época.
CALÍMACO (ca. 310-240 a.C.): poeta, bibliógrafo y erudito nacido en Cirene. Autor de los Pínakes, inventario crítico de la literatura griega que se ha conservado de manera muy fragmentaria. Algunas fuentes afirmaban que había sido director de la Biblioteca de Alejandría pero actualmente se piensa que trabajó en ella pero no fue director.
DEMETRIO DE FALERO (ca. 350-ca. 280 a.C.): filósofo, orador y político que fue tirano en Atenas y después, exiliado en Alejandría fue consejero de Ptolomeo I y preceptor de Ptolomeo II.
DIODORO DE SICILIA (s. I a.C.): historiador griego autor de una historia universal Bibliotheca Historica que se ha conservado incompleta. Visitó Alejandría en el 59 a.C. durante el reinado de Ptolomeo XII.
DIÓN CASIO (ca. 150-235 d.C.): historiador romano que escribió una historia de Roma escrita en griego.
ERATÓSTENES DE CIRENE (ca. 276- ca. 195 a.C.): escritor, poeta, filósofo, matemático, geógrafo y astrónomo que calculó por primera vez la circunferencia de la tierra con bastante precisión. Fue director de la Biblioteca de Alejandría entre aproximadamente los años 275 y 195 a.C.
ESTRABÓN (ca. 64 a.C.-ca. 23 d.C.): historiador y geógrafo griego conocido por su Historia en 47 libros y su Geografía en 17 libros en la que habla de Alejandría, ciudad en la que vivió durante un período hacia el 25 a.C.
EUCLIDES (s. IV-III a.C.): gran matemático griego, creador de una escuela matemática y conocido por su tratado de geometría de los Elementos.
FILÓN DE ALEJANDRÍA (s. I a.C.-I d.C.): filósofo judío que es el máximo representante del judaísmo helenístico.
FILOPÓN, JUAN (s. VI d.C.): filósofo, teólogo e investigador griego cristiano cuyos escritos representan una síntesis cristiana de los pensamientos griegos.
GALENO DE PÉRGAMO (ca. 129-ca. 216 d.C.): gran médico, escritor y filósofo griego que estudió en Alejandría y cuyos estudios de medicina fueron de gran influencia en la teoría y práctica médica posterior hasta bien entrado el siglo XVII.
GELIO, AULIO (s. II d.C.): autor latino que estudió en Roma y en Atenas y cuya obra más conocida son las Noches Áticas a partir de la que se han conservador algunos fragmentos de obras perdidas.
IBN AL-KIFTI, ALI (s. XII-XIII d.C.): historiador árabe que escribió una obra titulada Crónica de hombres sabios donde relata la destrucción de la Biblioteca de Alejandría por los árabes.
IRENEO DE LYON (s. II d.C.): teólogo cristiano y obispo de Lyon que escribió hacia el 180 d.C. la obra Contra las herejías en contra del gnosticismo.
MANETÓN (s. III a.C.): sacerdote egipcio que escribió una historia de Egipto en griego a partir de la compilación de antiguos textos egipcios. Es famoso por sus listas de faraones en los que se basa la moderna egiptología para establecer el orden de los faraones y sus dinastías. De su obra se han conservado escasos fragmentos a través de otros autores posteriores.
OROSIO, PABLO (s. V d.C.): teólogo y autor de una obra histórica desde el punto de vista cristiano, Historias contra los paganos.
OMAR I U OMAR IBN AL-KHATTAB (ca. 586-644 d.C.): segundo califa musulmán entre 634 y 644 d.C. cuyos ejércitos conquistaron Mesopotamia y Siria y comenzaron la conquista de Irán y Egipto. El comandante de sus ejércitos, Amr ibn al-'As, ocupó Alejandría en el 642 d.C.
PLOTINO (205-270 d.C.): filósofo alejandrino que vivió sobre todo en Roma y fue máximo representante del neoplatonismo.
PTOLOMEO, CLAUDIO (ca. 100-ca. 170 d.C.): astrónomo, matemático y geógrafo griego que vivió en Alejandría. Conocido autor del sistema astronómico geocéntrico y autor de una Geografía cuyos mapas se han seguido utilizando durante muchos siglos.
PLUTARCO (46-ca. 119 d.C.): biógrafo e historiador griego. Su obra biográfica más importante es Vidas Paralelas.
SÉNECA, LUCIO ANEO (ca. 4 a.C.-65 d.C.): filósofo estoico, orador, político y autor de tragedias romano de origen cordobés pero que vivió sobre todo en Roma, donde fue un intelectual muy influyente.
TEÓCRITO (ca. 300-260 a.C.): poeta bucólico griego nacido en Siracusa que vivió en Alejandría durante unos años bajo la protección de Ptolomeo II.
TEÓN DE ALEJANDRÍA (s. IV d.C.): matemático y astrónomo alejandrino. Padre de Hipatia de Alejandría (ca. 370-415 d.C.), gran matemática y filósofa neoplatónica, que fue asesinada brutalmente víctima de la intolerancia religiosa.
TIMÓN DE FLIONTE (ca. 320-ca. 230 a.C.): filósofo griego escéptico y escritor de tragedias, comedias y poemas satíricos.
TZETZES, JUAN (s. XII d.C.): poeta bizantino y estudioso de la antigua literatura griega.
ZENÓDOTO DE ÉFESO (ca. 320-ca. 240 a.C.): filólogo y editor de Homero, considerado el primer director de la Biblioteca de Alejandría entre aproximadamente 285-270 a.C. Fue instructor de Ptolomeo II.

Cronologías basadas en:

Britannica Concise Encyclopedia (En línea). (London): Encyclopedia Britannica, cop. 2005.


Bibliografía

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CÉSAR, Gaio Julio. Memorias de la Guerra Civil. Texto revisado y traducido por Sebastián Mariner Bigorra. 3ª ed. Madrid : C.S.I.C., 1990. 2 vol. Dión
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GELIO, Aulio. Noches áticas. Selección y prólogo de José María de Cossío. [Traducción del latín por Francisco Navarro y Calvo]. Buenos Aires [etc.] : Espasa-Calpe, cop. 1952.
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Suda on line (En linea): byzantine lexicography. Stoa Consortium, cop. 2001.




NOTAS
* Historiadora y bibliotecaria
1. No sólo numerosos historiadores antiguos como por ejemplo Estrabón y Diodoro de Sicilia también escritores modernos y contemporáneos han escrito sobre ella, como el poeta alejandrino Kavafis, el francés Gustave Flaubert, los ingleses Lawrence Durrell y E. M.Forster y el egipcio Naguib Mahfuz, por citar algunos.
2. PLUTARCO, Vida de Alejandro, 26, 1-10.
3. Modelo urbanístico ideado por el arquitecto griego Hipodamo de Mileto (s. V a.C.) que consiste en una cuadrícula con calles paralelas cruzadas por perpendiculares.
4. Carta de Aristeas a Filócrates, 9-13.
5. Es la primera traducción al griego del Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia, y se llama de los Setenta, porque explica la leyenda, según la Carta de Aristeas, que fue un encargo del rey Ptolomeo II, por sugerencia de Demetrio de Falero, a 72 hombres sabios hebreos, 6 por cada una de las 12 tribus de Israel.
6. ESTRABÓN. Geografía, XIII, 54.
7. TZETZES, Juan. Prolegómenos a Aristófanes.
8. Ireneo DE LYON. Contra las herejías, III, 21, 2.
9. ESTRABÓN, Geografía, XVII,1, Traducción castellana a partir de la versión francesa contenida en el libro: STRABON, Le Voyage en Egypte: un regard romain, traduction de Pascal Charvet, commentaires de J. Yoyotte et P. Charvet (Paris: Nil Editions, 1997), p. 85-87.
10. Carta de Aristeas a Filócrates, 9-10.
11. TZETZES, Prolegómenos a Aristófanes.
12. Aulio GELIO, Noches áticas, VII, 17.
13. Amiano MARCELINO, Historias, XXII, 16, 13.
14. SÉNECA, Sobre la tranquilidad del alma, 9, 4-5.
15. OROSIO, Historias contra los paganos, VI, 15, 31.
16. Hipólito ESCOLAR SOBRINO, La Biblioteca de Alejandría (Madrid: Gredos, 2001), p. 136-138.
17. ATENEO, El Banquete de los eruditos, I, 3 A-B .
18. GALENO, Comentario al libro Sobre la naturaleza del hombre de Hipócrates, XV.
19. GALENO, Comentario al libro III de las Epidemias de Hipócrates, XVII.
20. GALENO, Comentario al libro III de las Epidemias de Hipócrates, XVII II, 4.
21. Carta de Aristeas a Filócrates, 9-11.
22. The Oxyrhynchus papyri, edited with translations and notes by Bernard P. Grenfell and Arthur S. Hunt. (London: Egypt Exploration Fund, 1914), Vol. X, Nº 1241.
23. Edward Alexander PARSONS, The Alexandrian Library: glory of the hellenic world: its rise, antiquities, and destructions (Amsterdam [etc.]: Elsevier, 1952), p. 155-160.
24. Traducción procedente de: Rudolf PFEIFFER, Historia de la filología clásica: desde los comienzos hasta el final de la época helenística (Madrid: Gredos, 1981), p. 183 del texto de Timón DE FLIONTE que ha perdurado hasta nosotros a partir de Ateneo, El Banquete de los eruditos, I, 22 D.
25. CÉSAR, Guerra Civil, III, 111.
26. SÉNECA, Sobre la tranquilidad del alma, 9, 4-5.
27. PLUTARCO, Vida de César, 49, 5-6.
28. Aulio GELIO, Noches áticas, VII, 17.
29. Dión CASIO, Historia romana, XLII, 38, 2.
30. Amiano MARCELINO, Historias, XXII, XVI, 13.
31. OROSIO, Historias contra los paganos, VI, 15, 31.
32. Luciano CANFORA, La Biblioteca desaparecida (Gijón: Trea, 1998), p. 66-67.
33. Fernando BÁEZ, Historia universal de la destrucción de libros: de las tablillas sumerias a la guerra de Irak, 3ª ed. (Madrid: Destino, 2004), p. 61.
34. Ali Ibn AL-KIFTI, Crónica de hombres sabios.
35. Andrew LAWLER. “Ancient Alexandria emerges by land and by sea”, Science, vol. 307 (25 february 2005), p. 1193.





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