martes, 5 de septiembre de 2017

CRISTIANISMO, PLATONISMO Y ARISTOTELISMO EN LA EDAD MEDIA

El Estudio de los sistemas de pensamiento es, sin duda, uno de los elementos fundamentales hacia las culturas que nos rodean, la formación de las diversas culturas es predominante, para poder llevar a cabo un análisis certero de dichas estructuras mentales.

Cristianismo y platonismo
En el caso de la Edad Media occidental, dos elementos confluyen para la configuración inicial del sistema de pensamiento: el cristianismo y el platonismo. El lugar central que ocupa para los cristianos la búsqueda es supremo por excelencia, Dios hace posible afirmar que, durante la Edad Media, el desarrollo espiritual del Occidente bárbaro no sólo es profundamente cristiano, sino preocupado de forma casi exclusiva por el desarrollo de las ideas teológicas acerca de la Trinidad, es decir la expresión cabal de la naturaleza divina. A partir de la aceptación del cristianismo por Constantino, y sin contar el paréntesis que significa el breve movimiento de regreso a Platón encabezado en el Imperio Romano de Occidente por Juliano el Apóstata, la religión cristiana se fue convirtiendo además en una herramienta política que asentó su poder espiritual. Cabe destacar además que el platonismo que impregnan las reflexiones de  gran parte de los padres de la Iglesia no está inspirado directamente en las ideas de Platón, sino más bien en la de sus sucesores, llamados neoplatónicos, como Filón, Plotino, Porfirio y Proclo.
     Dos de los representantes más destacados de la tradición neoplatónica cristiana son san Agustín y el pseudo-Dionisio Areopagita. Del primero sabemos que, como bien dice Gilson en su libro clásico La filosofía en la Edad Media, tenía tanta conciencia del parecido del concepto bíblico de essentia con “El que es inmutable” de Platón que llegó a plantearse la posibilidad de que Platón hubiera conocido algunos de los textos del Antiguo Testamento; después de una vida de disolución, su encuentro con Plotino y el neoplatinismo le proporcionó la solución que buscaba para dos problemas que lo atormetaban desde la infancia: la naturaleza de Dios y el problema del mal. (Gilson, 1989). El pseudo Dionisio Aeropagita, autor del siglo V d. C. que se hizo pasar por uno de los cristianos convertidos por san Pablo en Atenas, nos transmitió un corpus de textos que operó una importantísima cristianización de la filosofía neoplatónica, con una teología positiva, negativa y mística, oponiéndose de forma contundente a la metafísica aristotélica.
     Aunque no es de origen cristiano, la mística –término que procede del verbo “cerrar la boca”, lo cual nos remite a un mundo de silencio y secreto- que conocemos en el Occidente se formó sin duda en los moldes filosófico-culturales de la filosofía platónica y, sobre todo, neoplatónica. Así, para Plotino, el Uno, que no tiene esencia propia, crea las almas individuales que tiene como único propósito volverse a unir al Uno; para ello, es necesario que se deshagan de los sentidos y apetitos mundanos, para ascender al grado cognitivo, en el que se ve más allá de las apariencias de las cosas, y de allí llegar al éxtasis, momento en que se puede contemplar al Uno.

     Después de las reflexiones llevadas a cabo en el siglo IX por Juan Escoto Erígena, profesor en la escuela del palacio de Carlos el Calvo, se inicia en los territorios del norte de Europa occidental un movimiento de mística especulativa que se centra en grupos de mujeres de clase media que permanecían solteras o eran ya viudas y vivían con austeridad, rezando y aportando juntas servicios a la comunidad. Estas recluidas voluntarias, de las que la Iglesia se desentendía porque, al no ser religiosas, no tomaban voto ninguno, se llamaban beguinas y fueron desarrollando una mística de la esencia que consistía, en el regreso del alma a su realidad primera y original, que es Dios. Del mismo modo el flamenco Jan Ruysbroeck, también llamado el nuevo Dionisio o el “Doctor divino”, define en su Casamiento espiritual la experiencia mística como una degustación anticipada de la vida beatificada, que se alcanza cuando el hombre encuentra en Dios a su ejemplar eterno y contempla todas las cosas en la unidad de la luz divina. (Godinas, 2005)

Aristotelismo
Al contrario de lo que pasó con Platón y los neoplatónicos, mucho más cercanos del mensaje cristiano al tener claro que era imposible perseguir un bien inalcanzable mientras uno no se liberase de las ataduras corporales.
     El problema de la adopción de las ideas aristotélicas no estribaba tanto en las obras lógicas –las Categorías, De interpretatione, los Tópicos y las Primeras analíticas- de Aristóteles, sino en los textos relacionados con la metafísica y los tratados sobre ciencias naturales. La llegada del Aristóteles metafísico y filósofo natural al Occidente, alrededor del siglo XII, se dio por tutas azarosas. En efecto, el estado de conservación del corpus aristotélico –los diálogos, de los que sólo se conservan fragmentos; las notas personales de investigaciones, y los manuales, que, si bien se destinaban a sus estudiantes y seguidores, no siempre eran obras bien armadas- y el exilio en el que vivió el filósofo en los últimos meses de su vida, cuando tuvo que huir de Atenas para refugiarse en Calcis tras la muerte de su protector Alejandro Magno, implicó problemas en la difusión de los materiales. (Godinas, 2005, 21) Sabemos que cristianos nestorianos tradujeron a Aristóteles al árabe, por medio del cual se dio a conocer el Oriente islámico e influyó en la obra de dos filósofos cuya importancia en la transmisión de la obra del estagirita fue fundamental para el Occidente latino hasta el Renacimiento: Avicena (Ibn Sinâ) en el siglo XI y Averroes (Ibn Rushd) en el XII.
     Traducido al latín en el siglo XII, Avicena ejerció una influencia profunda en todo el Occidente medieval. De hecho, el Libro de las leyes del arte de sanar Kitâb al-Shifa, conocido en latín como Canon medicinae- circuló antes que el corpus aristotélico. El Avicena latinus, es decir las obras de Avicena traducidas en latín por la escuela de traductores de Toledo en el siglo XII, incluía la mayor parte de los tratados en los que Avicena comentaba los tratados metafísicos y naturales aristotélicos: toda la Metaphysica en el Liber de philosophia prima sive scientia divina, los tratados naturales en el Liber de animalibus, el Liber de caelo et mundo, el Liber de generationes et corruptione, los Meteoros, etc. Más que comentarios, lo que Avicena hace en sus tratados es parafrasear, lo cual impone una mayor distancia con respecto al texto aristotélico que en comentarios posteriores, como por ejemplo los de Averroes. La resolución que causó Avicena en los estudios cosmológicos, psicológicos y metafísicos de su época no encontró obstáculos hasta la reacción teológica de Al Ghazâlî, discípulo suyo pero su principal opositor en la segunda mida del siglo XI, marcada por la llegada al poder de los turcos y una actitud antifilosófica evidente. (Avicena, 1999, 1968-1972)
     El cordobés Averroes, siglo y medio más tarde, también médico, fue considerado el mayor comentarista de Aristóteles y recibió incluso de los latinos el título de Commentator. Sus comentarios se pueden clasificar en tres categorías: los Comentarios extensos, los Comentarios medios y los Cometarios abreviados, conocidos en latín como epitomes. Cabe destacar que los comentarios abreviados son los textos más personales de Averroes, en los que habla en su nombre, combinando fuentes de las más diversas, griegas o árabes, insertando en ellos un gran número de críticas a sus antecesores. Los comentarios extensos, en cambio, fijaron las reglas del comentario literal: en efecto, su adopción por Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII los convirtió en la base de la hermenéutica escolástica. Y es que antes de Averroes, como era el caso en Avicena, los comentarios de textos filosóficos parecían más paráfrasis que comentarios propiamente dichos.
     Salvo la Política, de la que, como él mismo señala, no había llegado ninguna traducción al árabe en los años setenta del siglo XII, Averroes comento a todo Aristóteles. Y fue tal el éxito de sus comentarios, que casi se tradujeron a principios del siglo XIII no sólo al latín, sino también al hebreo. De algunas obras, como las Segundas analíticas, la Física, el De Caelo, el De Anima y la Metaphisica se conservan los tres tipos de comentarios. (Guerrero, 1998) La política de los soberanos almohades impidió sin duda que la actividad filosófica de Averroes tuviera continuación en la España musulmana, pero su éxito en Occidente fue muy grande.
     Para matizar la idea que podríamos tener de que, una vez vuelto a descubrir a Aristóteles, toda la filosofía del siglo XIII es aristotélica. Sin embargo, no se pueden perder de vista tres factores muy importantes. En primer lugar, si tomamos en cuenta lo azarosa que fue su transmisión, podemos afirmar que un aristotelismo puro, son tantas las influencias que se unieron a los textos del estagirita que conviene más bien hablar de un aristotelismo neoplatónico al que se adhirieron incluso elementos que proceden de la filosofía hermética y otras fuentes. En segundo lugar, cabe destacar que la noción de aristotelismo como tal no existió nunca en la Edad Media. En efecto, el sistema de reflexión escolástico funciona de modo doctrinal, centrado en los antecedentes y las consecuencias del elemento de la doctrina que se está analizando, lo cual implica una visión histórica y exenta de toda preocupación filológica por la filiación real de las auctoritates a las que se alude.
Universidad
Pero para entender el alcance de las obras de dos de los mayores comentadores de la obra de Aristóteles en el siglo XIII, Alberto Magno y Tomás de Aquino, conviene primero tener una idea de cómo se dio y cuál fue el significado profundo del desarrollo de las universidades. La universitas es en realidad, a la zaga del movimiento de agrupación en gremios de las profesiones que fue necesaria para poner orden tras el crecimiento exponencial de las ciudades en el siglo XII, una universitas magistrorum et scholarium, es decir una comunidad de individuos que tienen en común su interés por el estudio. En un principio la universitas, heredera de las concepciones pedagógicas de los studia generalia del siglo anterior, a su vez inspiradas en las reformas carolingias de Alcuino, los Padres de la Iglesia y algunos teóricos de la Antigüedad grecolatina, no tenía más gobierno que el de los principales interesados: Bolonia era una universidad regida por la comunidad estudiantil, a la que pertenecía el rector; por el contrario, en el sur de Francia y la Península Ibérica, si bien los estudiantes controlaban algunos cargos universitarios, los colegios de doctores estaban integrados en el gobierno universitario. Cabe destacar además que muy pronto se planteó el problema de la jurisdicción para estas comunidades de estudiantes a menudo revoltosos. Parecía a todos más conveniente la adscripción a la jurisdicción eclesiástica, menos severa en caso de abusos contra las buenas costumbres; a cambio, los estudiantes tenían la obligación de tomar las órdenes menores. Sin embargo, el mayor logro consistió en obtener, dentro de este marco de la Iglesia y basándose en preceptos del derecho romano, cierta autonomía jurisdiccional para su corporación, la cual les garantizaba por un lado, el monopolio en la colación de los grados universitarios y en la organización de los estudios y, por el otro, el reconocimiento por parte delos poderes públicos; este último era de suma importancia, pues le otorgaba la posibilidad de figurar como institución, de usar un sello, etc. Además de estas universidades, como París, Bolonia, Oxford y Montpellier, pronto se verá nacer universidades creadas por el papa o el emperador, las cuales recibían desde el inicio su bula o carta fundacional, como fue el caso en Nápoles, Toulouse o Salamanca; a parte de este problema de origen, el funcionamiento era el mismo. (Godinas, 2005, 24)
     ¿Qué se estudiaba en estas universidades medievales? Heredaron de la pedagogía anterior tres elementos que fueron decisivos para la configuración de los planes de estudio:
En primer lugar: encontramos la clasificación de las disciplinas, definidas en su mayor parte de las auctoritates, las cuales dieron su nombre a las distintas facultades (teología, medicina, leyes, artes liberales). Esto permite explicar por qué, si bien la dialéctica inherente al pensamiento filosófico estaba presente como trasfondo de todas las reflexiones sobre el saber –y a pesar de la petición explícita del papa Gregorio IX en 1228 de que la Filosofía no pase de ser una ancilla theologiae (esclava de la Teología)- no existió nunca en la Edad Media una “facultad de filosofía”. A pesar de ello, en la práctica se puede observar el funcionamiento cuasi autónomo de ciertas disciplinas dentro de las facultades tradicionales, como el arte notarial en la facultad de leyes o la cirugía en la de medicina.
En segundo lugar: se heredó la noción de jerarquía según la cual el carácter más o menos religioso de cada una de las disciplinas, su utilidad social y su dignidad intelectual determinaba su posición y su importancia dentro de las universidades. Así, la facultad de teología llegaba siempre en primer lugar, seguida de las facultades de derecho y de medicina; en último lugar encontramos siempre la facultad de artes.
En tercer lugar: es el método de enseñanza, el cual se mantuvo casi sin cambios hasta la Edad Moderna. Abelardo, con su Sic et non, había dado la pauta al sacar la dialéctica de la facultad de artes (como parte del trívium, que incluía también el estudio de la gramática y de la retórica) para introducirla en el estudio de la teología, demostrando como la dialéctica hacia posible que se rebasaran las contradicciones aparentes de la Biblia. La lengua para el debate escolástico era el latín, del cual se exigía un conocimiento no sólo gramaticalmente correcto, sino también apoyado en el conocimiento dialéctico y de la retórica. Los ejercicios según los cuales se organizaba la enseñanza eran, por un lado, la lectio y por el otro, la disputatio. (Jakubecki, 2012, 31-38)
     La lectio consistía en la lectura comentada de textos por parte del maestro o de alguno de sus ayudantes. Durante la lectio, el maestro explicaba la littera, es decir el valor literal del término, e ilustraba su sensus, es decir el significado profundo de los elementos que conforma el discurso. Este trabajo exegético implicaba por lo tanto una profunda interacción entre el maestro o lector y los auctores, los predecesores a los cuales la auctoritas de la que gozaban confería un reconocimiento jurídico, siendo los primeros meros expositores de las sentencias de los últimos. De ahí el reflejo de esta costumbre bajo la forma de glosas, que llenaron los márgenes de los textos medievales e incluso llegaron a confundirse con el texto mismo de los autores, para gran desesperación de los humanistas. Así, los que estudiaban derecho civil tenían que trabajar con las grandes glosas al Corpus iuris civilis –la colección de textos legales compliada por Justiniano- como la de Accursius. En las clases de derecho canónico, en cambio, los textos comentados eran el Decretum de Graciano ya las compilationes anqtiquae, y colecciones de decretos de diversos papas. Los futuros médicos comentaban el Ars medicinae, compilación hecha por Constantino el Africano de las obras de Hipócrates y Galeno, y el Canon de Avicena. Los teólogos, además de la Biblia, debíand e conocer las Sentencias de Pedro Lombardo y la Historia Scholastica de Pedro Comestor. (Jakubecki, 2012, 31-38)
     La disputatio, en cambio, era un debate oral conducido según las reglas de la lógica aristotélica. Se trata de un método de enseñanza presidido por el maestro en el que se exigía la aportación y el examen por parte de los estudiantes de argumentos de razón y de autoridad que se oponían alrededor de un problema teórico o práctico. La base de la disputatio es la quaestio sobre la que se basa la discusión y que exige una resolución, sea a favor o en contra; por ello no es de extrañar que la mayor parte de los tratados escolásticos tengan la quaestio como elemento principal de diviso textus. (Jakubecki, 2012, 31-38)
Alberto Magno y Tomás de Aquino
Con Alberto de Lavingen, también conocido como Alberto de Colonia o Alberto Magno, culmina el proceso que se inició en Toledo en el siglo XII. Su objetivo filosófico se puede expresar con las mismas palabras de Boecio: “transmitir a Aristóteles a los latinos”. Ningún aspecto de la filosofía grecoárabe es ajeno a este pensador cuya obra abarca todos los campos de la teología y de la filosofía. Comentó toda la obra de Aristóteles, intentando en muchos lugares complementarla con su propio pensamiento; esto lo acerca más a Avicena que a Averroes e hizo que desde muy temprano se le considerara más como Auctor que como maestro, dándole su propia auctorias.La aportación fundamental de Alberto Magno al pensamiento es sin duda la distinción definitiva que introduce entre filosofía y teología, reivindicando el derecho a la especulación filosófica. Para él, la verdad filosófica se concentra en la armonía de Platón con Aristóteles. Por ello, al describir el alma casa ambas vertientes filosóficas al afirmar que ésta es una substancia intelectual y que ser forma del cuerpo no pertenece a su esencia sino a su función, dando la razón a Platón por lo que respecta la naturaleza del alma, pero también a Aristóteles por lo que toca a su forma externa. (Le Goff, 1986) (Boecio, 1955) (Verger, 1993)
     Santo Tomás de Aquino fue alumno de Alberto Magno en 1245, decidido unirse a los dominicos a pesar de la oposición materna, cursaba los primeros años de la carrera de teología en París. Prueba viva de su búsqueda incansable la síntesis entre fe y razón, entre teología y filosofía, su obra cubre todoslos géneros filosóficos y literarios entonces conocidos: comentarios sobre la obra de Aristóteles, comentarios de la Sagrada Escritura, tratados, opúsculos, quaestiones disputatas y, sobre todo, dos “sumas”, una filosófica –la Summa contra gentiles y la otra teológica, su Summa theologie. (Aquino, 1989) El desarrollo de la filosofía tomista se ve regido por una doble condición: la distinción entre razón y fe, y la necesidad de su concordancia. Para Santo Tomás la única aptitud que podemos adoptar consiste en llevar lo más lejos posible la interpretación racional de las verdades de la fe, en ascender por la razón hacia la revelación y volver a descender desde la revelación hacia la razón. Así llegamos como él a la conclusión de que Dios, si bien no es el Acto puro de pensamiento que presidía el mundo de Aristóteles, se puede entender como el Acto puro de existir que ha creado de la nada el mundo cristiano de los individuos actualmente existentes. (Chesterton, 1985)
     Con Alberto Magno y Tomás de Aquino no termina la filosofía medieval. Sin embargo, los podemos considerar como una culminación puesto que en su obra encontramos, por primera vez de forma explícita, la voluntad de fundir las tres fuentes del pensamiento medieval: la revelación del cristianismo, la unión mística del (neo) platonismo y la búsqueda de la verdad defendida por la filosofía material aristotélica.

BIBLIOGRAFÍA
Gilson, Etienne, La filosofía en la Edad Media desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV, trad. de Arsenio Palacios y Salvador Caballero, Madrid, Gredos, 1989.
Godinas, Laurette, “Modelos del pensamiento medieval: Cristianismo, Platonismo y Aristotelismo”, en Aurelio González y María Teresa Miaja de la Peña, edit., Introducción a la Cultura Medieval, México, Secretaría de Extensión Académica de la F de F y Letras de la UNAM, 2005.
Avicena, El canon de medicina, San Antonio, Biblioteca Médica P.I. de la Universidad de Texas, 1984, 14 volúmenes.
Guerrero, Rafael Ramón, La metafísica en Averroes, Madrid, Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, n° 15, Servicio de publicaciones, Universidad Complutense de Madrid,1998.
Jakubecki, Natalía, Los inicios del pensamiento escolástico: el sic et non de Pedro Abelardo, Buenos Aires, Revista española de Filosofía Medieval, 19, ISSN: 1133-0902, 2012.
Pedro Abelardo, Sic et non: A critical edition, Ed. Blanche B. Boyer and Richard Mckeon, Chicago, The University of Chicago Press, 1976.
Le Goff, Jacques, Los intelectuales en la Edad Media, Barcelona, Gedisa, 1986.
Verger, Jacques, Les universités au Moyen Âge, París, Quadige-PUF, 1993.
Severino Boecio, La consoloación de la filosofía, Barcelona, Edit. Montaner y Limón, 1955.
Chesterton, Gilbert Keith, Santo Tomás de Aquino, Madrid, Espasa-Calpe, 1985.
Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, ed. dirigida por los Regentes de Estudios de las Provincias Dominicanas en España, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1989.


HISTORIA DEL EDIFICIO DEL PALACIO DE LA INQUISICIÓN

L a Inquisición llegó a las Indias Occidentales en 1569, y no es sino hasta el año de 1571 que se establece en la capital de la Nueva España. Los primeros inquisidores llegan a la ciudad de México y se aposentan en unas casas vecinas al convento de Santo Domingo, que inicialmente pertenecieron a la familia Guerrero, casas que existían desde 1560, y de las cuales no sabemos lo que sucedió entre 1560 y 1571, fecha en que se estableció el Tribunal con la llegada de los tres primeros inquisidores.
     Según lo asienta un documento del 14 de julio de 1578, estas casas fueron compradas a Juan Velázquez de Salazar para instalar de una forma definitiva las dependencias del Tribunal, las cárceles y, a instancias de ellos mismos, la residencia de los inquisidores.
     Sobre la historia de los edificios que el Tribunal ocupaba en esa época, sólo se tienen noticias hasta el año de 1604, cuando el inquisidor don Alonso de Peralta, mandó realizar trabajos, según consta el 18 de mayo del mismo año, para establecer la huerta de la Inquisición y hacer modificaciones al edificio. Los trabajos principales se realizaron en la Sala y en la Cámara del Secreto del Santo Oficio y consistieron en el blanqueado de los muros, cenefas de ornamentación en ésta sala y en la Audiencia, y arreglos diversos. Informa de la compra y confección de telas de terciopelo negro con la cenefa que protegía la

 Fondo reservado de la Bilbioteca "Dr. Nicolás León" de la Facultad de Medicina, sala de Audiencias.
Cámara del secreto
misma y de los escudos de la Inquisición hechos  de los mismos materiales. En lo que se refiere a los arreglos de la portería del edificio, también se pinta la cenefa alta y baja, con “buena ejecución”;
 Fuente: tuerceleelcuelloaclio.com 


Las de la nueva capilla y el retablo, que costó más de 1 500 pesos, son obra de Baltasar de Echave Orio, según lo afirma el doctor Francisco de la Maza.[1] Informa también de los magníficos retablos colaterales de la capilla y el que nos ocupa…

     …era de madera, con sus columnas de obra corintia revestida de talla, los frisos de dicho retablo también revestido de talla con un banco, figuras de San Ildefonso y su historia en el tablero principal y sobre el otro cuerpo tiene un crucifijo, el cual remata arriba con una tarja y dentro de ella el Espíritu Santo…
     Sobre los pasadizos, informa de los trabajos para que los inquisidores pudiesen bajar a las cárceles secretas. Sin embargo, lo que puede descartarse como obra importante es la fabricación de:
Fuente: enemigosdelabiblia.galeon.com
“Un escudo grande que ocupa casi todo el ancho del dosel con las armas reales con su corona imperial, y encima de la corona un crucifijo con un cartón revolado que acompaña al crucifijo con hermosura y gracia, con la letra en el que se pone el Santo Oficio en sus armas y a los lados tienes dos ángeles grandes, el de la mano derecha con un ramo de oliva y el de la mano izquierda con una espada; en una mano tienen dos insignias y en las otras dos manos dos rótulos revolados con sus letras.”
     La suma de las obras que se realizaron por don Alfonso de Peralta hasta antes de la gran inundación de 1629 ascendió a cincuenta y tres mil setecientos veinte pesos, cantidad que si la comparamos con el costo total del Palacio edificado por Pedro de Arrieta 107 años después, que fue de ciento ochenta y siete mil seiscientos sesenta y tres pesos, nos informa de la importancia de los trabajos realizados, pues la erogación, representa, 28.4 por ciento del costo del Palacio.
     Por esta época el edificio ocupaba ya más de la mitad de la calle de la Perpetua (actual Rep. de Venezuela), casi toda la primera calle de los Sepulcros de Santo Domingo (actual Rep. de Brasil) y buena parte de las de Cocheras (actual Rep. de Bolivia). Las obras se realizaron a mediados del siglo XVIII y fueron trazadas por el maestro Bartolomé Bernal.

Casimiro Castro y Juan Campillo, de la Colección México y sus alrededores: Plaza de Santo Domingo. www.skyscrapercity.com
Un monumento como entidad aislada tiene un valor en si mismo debido a sus cualidades artísticas e históricas, lo que representa un valor parcial. Sin embargo, el concepto de plaza, barrio o centro histórico se vincula al monumento como un todo. La plaza de Santo Domingo y sus relaciones sociales, económicas y culturales con el medio ambiente tiene una incidencia directa con el Palacio de la Escuela de Medicina, realidades que deben tomarse en cuenta si se pretende obtener una restauración integral.
     El esquema racionalista en el trazado de la Ciudad de México, reticular, conforme a su herencia imperial, conservó de la cultura prehispánica solamente las dimensiones monumentales de la Plaza Mayor; en cambio, la plaza de Santo Domingo se identifica mucho más con las de villas y ciudades de Castilla que se construyeron en las postrimerías de la Edad Media. La complementación en el equilibrio de sus volúmenes y su desarrollo rectangular hacia el norte nos hace retener esa serie de valores nominados por la riqueza y sobriedad de sus fachadas, mismas que favorecen la intimidad de sus interiores en la medida que respeta ampliamente la escala del individuo constructor y habitante. La plaza, parte integrante de la ciudad, va gestando una evolución cuyas bases quedan incluidas dentro del periodo baroco, en una época en que la forma de la ciudad cambia más despacio que la mentalidad de sus habitantes.[1]
     A través de estos cambios lentos, casi imperceptibles, la sociedad novohispana va a normar el surgimiento de la naciente y nueva conciencia urbana, y se convertirá a la larga en la preocupación central del hombre, hoy estadísticamente urbanizado. El instrumento que le confiere su valor y que atañe por lo tanto al trazado y a la composición de la plaza, no es otro que el de la perspectiva, en este nuevo concepto, los volúmenes quedan verdaderamente implantados y a la vez unidos por la plaza misma, cuya arquitectura queda incorporada al nuevo sentido espacial del siglo XVIII. El esquema de sus calles y del barrio colonial presupone la contemplación del mundo desde un ojo único que abarca todo el panorama. Es, por lo tanto, una visión centralista que coincide con el absolutismo político, orden generado que preludia las posteriores luchas de independencia. La ciudad se ha convertido en la expresión de una realidad política, la sociedad se va formando, y su población criolla, nacida alrededor de los setecientos, va a construir un medio notablemente homogéneo, representando así esa conciencia colectiva, y según una opinión en el seno de la colectividad: “esta época va a dotar a México de un profundo sentido de identidad nacional, quizá no todavía en la esfera política, pero sí en el plano de lo cultural”.[2]
     La plaza de Santo Domingo nos parece como el triunfo del conjunto y la unidad al cumplirse fielmente los tres principios fundamentales de un urbanismo clásico según Pierre Lavedan; línea recta, perspectiva monumental y uniformidad.[3]
     De la iglesia y convento de los dominicos, el modesto oratorio llamado Capilla del Señor de la Expiración, la cúpula y linternilla, es el más integrado en el entorno y el único edificio que subsiste del antiguo convento. La barda atrial, en cuyo recinto estaban comprendidas la portería, una capilla y el templo, fue derribada en el año de 1861, perdiendo la continuación de las calles de los Sepulcros de Santo Domingo (Rep. de Brasil) y de La Perpetua (Rep. de Venezuela). La nueva iglesia que conocemos hoy en día fue consagrada el 3 de abril de 1736; la capilla del Rosario terminada en 1690, fue demolida junto con el convento para dar paso a la calle de Leandro Valle, en el mismo año de 1861. La fundación del convento data sin embargo del año de 1539 y era uno de los más grandes y suntuosos de la época: la primera iglesia fue dedicada al culto en 1565 pero después de la inundación de 1716la iglesia se hundió y tuvo que ser reconstruida.

     Igualmente, el edificio porticado que se encuentra en la acera poniente de la plaza de Santo Domingo corresponde a su época más antigua. En la acera oriente digno es de destacar el edificio de la Aduana Nueva o Aduana Real construido por el arquitecto Joseph Eduardo de Herrera, y desde luego el edificio que nos ocupa: el antiguo Palacio de la Inquisición.
     Para estas épocas, mediados del siglo XVIII, la plaza de Santo Domingo era muy importante, siempre llena de coches de sitio y de carruajes que se enfilaban hacia el camino de tierra adentro (rumbo a los reales de minas) o a los de ultramar (hacia Veracruz y Acapulco). Las carretas que se alquilaban para 
Fuente: Planta y descripción de la Imperial ciudad de México en el año de 1760 (vista parcial). Corresponde al plano original que fue trazado por Carlos López de Troncoso y que se cree fue grabado por Diego Franco en 1760. El original de la vista en perspectiva de la Ciudad de México que se muestra se encuentra en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec. Según consta en el calce del original este plano se “hallará en la Librería de Zúñiga y Ontiveros”. Santo Domingo aparece con la letra L. http://www.mexicomaxico.org/Tenoch/TlatPlano1760.htm


mudar muebles y los carretones que llevaban las mercancías a la aduana multiplicaban el número de carros que venían de un lado para otro. La plaza de Santo Domingo era desde el punto de vista civil, la más importante de la Nueva España. Otro aspecto considerable es que era la única vía de acceso a la Villa de Guadalupe, tan concurrida siempre por los devotos. Además, los virreyes hacían su entrada por esa calzada cuando venían a tomar posesión del mando, de ahí que también se llamase “calle real”. A principios del siglo XVII, el desarrollo urbano de la ciudad es testimonio de cómo el auge colonial ha enriquecido su propia sociedad. Bernardo de Balbuena hablo de su grandeza, describiéndola como una ciudad construida en una delgada capa de tierra sobre el agua de los lagos, que la refrescaban con su brisa y hacían agradable el clima, a pesar de estar asentada en el trópico. Acerca de su sociedad, enumeró y detalló a cada uno de los grupos sociales que la constituían, encomiando la opulencia, el colorido y detalles de los jinetes y sus cabalgaduras. Asimismo describió la variedad de mercancías que llegaban a ella procedentes de todo el mundo y elogió la dichosa paz en que se vivía.[1]
     En cuanto a su arquitectura, las calles bien trazadas y los templos eran comparables a los de una ciudad renovada, de formas clásicas; elegantes, con edificios, torres y calzadas amplias, cruzadas por gentes de remotos países y diferentes lenguas.
La construcción del Palacio por Pedro de Arrieta (1732-1737)
En los inicios del siglo XVIII, comenzaba a prepararse el terreno a grandes acontecimientos dentro del marco cultural de la Ilustración mexicana, debido a la eficaz explotación de los recursos económicos de la Colonia y una nueva fase de recuperación demográfica. En este periodo se verá reflejada la conciencia colectiva y la opinión de una sociedad de cuyo desarrollo fueron testimonio sus propias obras arquitectónicas como, por ejemplo, las importantes transformaciones que tuvieron lugar en la plaza de Santo Domingo.
     La Inquisición participó plenamente de la expansión en que se vieron envueltas todas las instituciones del virreinato. Su florecimiento se multiplicó en dicho periodo y fue en ese momento cuando, después de sucesivas adaptaciones de las viejas instalaciones y ante las crecientes necesidades de la institución (reformas, algunas de ellas realizadas por el maestro Bartolomé Bernal, quien terminó las cárceles llamadas de penitencia, con 18 celdas y viviendas del alcaide), el Tribunal del Santo Oficio solicitó al arquitecto criollo don Pedro de Arrieta; los primeros planos para construir un edificio.
     Pedro de Arrieta, maestro del arte de arquitectura, proyectó y construyó el nuevo edificio del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de la Nueva España, inició su construcción en 1732 y la terminó en 1736. Hizo dos proyectos, el primero lo entregó el día 2 de mayo de 1724 y fue enviado al Consejo Supremo de la Inquisición de España, y aunque lo autorizaron bajo restricciones nunca se construyó. En los planos de 1723, Arrieta había decidido seguir el lineamiento anterior abriendo la puerta principal hacia la calle real de Santo Domingo, hoy República de Brasil.
     Ocho años después, presentó el proyecto definitivo la mañana del 9 de junio de 1732, rindió su declaración jurada ante los inquisidores Navarro, Tagle y Clavijo, a quienes les explicó las ventajas de su nueva propuesta arquitectónica, entregó las cuatro fojas de su texto y los planos de las plantas arquitectónicas. Los señores inquisidores aprobaron este proyecto, su autorización sirvió de base a la construcción del edificio que hoy conocemos ubicado en la calle de República de Brasil 33, esquina con República de Venezuela, en la plaza de Santo Domingo del Centro Histórico de la Ciudad de México.[1]
     Autos[2]
Relación jurada presentada en el Santo Oficio
de la Ciudad de México el 9 de junio de 1732,
a los señores inquisidores Navarro, Tagle y Clavijo.
“Pedro de Arrieta”, Maestro Mayor de las obras materiales de este Santo Oficio, en obedecimiento del decreto de V.S. de veintiséis del pasado y debajo del juramento que se me manda y a mi leal saber y entender digo: que las ventajas de la traza que nuevamente tengo ideada y cuatro mil pesos más, prescindiendo de la compra de las dos casas contiguas del Mayorazgo, que hoy apodrán ser asequibles en nueve o diez mil pesos por las circunstancias que expresaré, con las cuales se puede perfeccionar, para lo cual la presento aunque no está perfectamente puesta en limpio, pero bastante para que V.S. las comprenda, y cuadrándole, las mande reducir a toda perfección, y para eso represento a V.S. que el mucho tiempo que ha pasado me ha dado campo a discurrir los inconvenientes que resultan de la primera planta, por habérseme estrechado a que la idease sin alargarme a más buque que las dos viviendas actuales de V.S. y a las oficinas y piezas comunes del tribunal, secreto, , fisco, sacristía y demás, por cuya razón no pude dar cada cosa en su lugar, como requiere el arte y el gobierno de V.S. procurando que la casa del alcaide y provedor y la cocina de proveduría estén con inmediación a Cárceles Secretas, la de Ayudante de Alcaide, cerca de la puerta principal de la calle, y así respectivamente las demás, y principalmente las Salas de Audiencia, para el manejo, secreto y separado, así para los reos que vengan a ellas de cárceles, como para los testigos que vienen de fuera, todo lo cual me parece se salva con dicha nueva planta, sin extenderme por la calle real de Santo Domingo más que hasta topar con la casa que llaman de la Penitencia, sin que su longitud, con esta adicción, sea más que de sesenta y siete varas; por la calle de la Perpetua hasta topar con la Cárcel de la Penitencia, dejando junto a ella hueco de ocho o diez varas, así para poder dar luces al oriente a la casa del señor Inquisidor que ahí viva, como para libertarle del bullicio y mala vecindad que puede haber con el tiempo en dicha cárcel de la Penitenciaría, y por la parte del norte, tomando unas doce varas de los corrales de dicho mayorazgo para poder ampliar dicha planta segunda, y que el patio principal goce de cuadrado perfecto, porque en la primera planta no lo gozaba pues quedaba en figura prolongada, incógnito y con ninguna perfección, quedando en arte como pide semejante fábrica, con que al mismo tiempo se excusan recodos para el pasadizo alto y de comunicación de dichas salas a las cárceles secretas, y el callejón bajo, para que dichos alcaldes y proveedor vayan con independencia a sus viviendas, que quedan suficientes,  como también la de V.S. para que con alguna comodidad se comuniquen entre si y tengan tránsito a dichas salas, y al mismo tiempo se consigue dejar un patio capaz para que se ofrezca en algún día de auto, y para lo mismo y mayor lucimiento de decencia, he discurrido ochavar la esquina de hacia la plazuela de Santo Domingo y dar en ella la puerta principal, en que podía ostentar y ser cosa notable su arquitectura, gozándose así por esquina como la parte del poniente y parte del sur, que son las dos calles que coge dicha Inquisición y por inmediación a la puerta principal de Santo Domingo, donde se celebran todas las funciones de este Santo Tribunal, y al mismo tiempo, desembocara directamente en dicha plazuela de Santo Domingo, con lo que parecerá que el Tribunal está en dicha plazuela, y se subsanará en parte el defecto de no haber comprado estos años pasados la casa antigua a la Aduana Nueva, que compraron y están al presente labrando las monjas de la Encarnación, con la cual y haber conseguido cerrar dicha calle de la Perpetua, hubiera aventajado esta Inquisición pasarse a plazuela, como parecía conveniente a su desembarazo y mayor distinción, si estar atareadas sus entradas y salidas a las estrecheces y angustias de una calle, cuyo inconveniente se salva en mucha parte; y por lo que mira a lo común, con lo que llevo propuesto y discurro acertado y mucho menos costoso, mediante que dicha casa de la Encarnación costó veintisiete mil y más pesos y las referidas del mayorazgo, podrán hoy verosímilmente cogerse por cosa de diez mil pesos, con cuyo gasto se ocurre a lo que llevo dicho, y a que esta Inquisición quedará sin registro ninguno, y más siendo por esta parte el tránsito o paso por donde han de ir los reos a la audiencia, recalando también la Segunda Sala y la Sacristía; siendo también de considerar que por dicho costado del Norte, tiene este Tribunal posesiones suyas, más arriba y más abajo. Y celebrando ventas con dicho Mayorazgo se evita dicho registro, y viene a quedar como cuadro perfecto hasta donde termina dicha Cárcel de la Penitencia y el mucho buque para casa de Ministros, otros, y así como el fisco tiene otros efectos,  se pudiera hacer de que tenía ese más, y se podría traducir en cinco por ciento de dos tercios, o poco menos, una vez que se labrasen casas y se pusieren, si quiera, como hoy están las dos de dicho Mayorazgo quien las ha desamparado estos días, no porque estén inservibles, sino por la desgracia de haberle muerto un vago de…los,  por cuya razón podría ser, que algunos días no habría quien quiera alquilárselas, y mientras no se le olvide el estrago será menos dificultoso….
Pedro de Arrieta
Rúbrica

El dictamen de sus colegas, los arquitectos Miguel Joseph de Rivera y Antonio Álvarez, maestros en el arte de la arquitectura y alarifes mayores de esta ciudad, enumeran y relatan las ventajas y cualidades de este nuevo proyecto, haciendo hincapié en la ubicación de la puerta, pues goza de ambas calles. Encomian igualmente la amplitud de las piezas y el costo reducido que tendría el nuevo proyecto, concluyendo con el dictamen aprobatorio.
     Al día siguiente y en la audiencia de la mañana, los señores peritos arquitectos informaron a los miembros del Tribunal que consideraban con la debida reflexión el estado actual de ese Real Fisco y que aprobaban la nueva planta pue representaba el maestro Arrieta, lo cual sugerían se pusiese en limpio y con toda perfección para poderla ejecutar.
     Treinta y seis años dura Pedro de Arrieta como maestro mayor de las obras del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición.  El señorial edificio que construye Arrieta funcionó como sede del Tribunal solamente 83 años, que debe confrontarse con los 100 que tuvo como Escuela de Medicina. La construcción duró escasos cinco años. Para desarrollar los trabajos, era necesario cambiar las salas de audiencia, tribunal y oficinas, a la antigua Casa de los Inquisidores, en los edificios que miraban a la calle de Cocheras, actual República de Colombia. Los trabajos de obra se iniciaron el 1° de diciembre de 1732; sin embargo, el Tesorero Real informó a los señores inquisidores que, desde el 4 de septiembre del mismo año hasta la fecha del inicio de la obra, habían reunido materiales y herramientas consistentes en piedra de chiluca, piedra dura, cal, estacas, 3 docenas de cubos, 3 docenas de huacales, escaleras, andamios etc., cuyo importe ascendía a la cantidad de 1 314 pesos.
Decadencia y ocaso del Tribunal de la Inquisición
Desde su inauguración hasta el año de 1793, el Palacio no tuvo mantenimiento alguno, de manera que para esta fecha se requiere hacer reparos en varias partes del edificio. El primer director de arquitectura de la Academia de San Carlos, don Antonio González Velázquez, es requerido por los inquisidores de entonces, señores Mier, Bergora y Prado, para dictaminar sobre los requerimientos del edificio. La disposición precisaba que el reconocimiento de los trabajos debía de hacerse en presencia del señor tesorero. El costo estimado para los trabajos urgentes, por el director de Arquitectura, ascendía a 11 000 pesos, según consta en un documento del 6 de febrero de 1793. Cinco años después, los señores inquisidores solicitan nuevamente al arquitecto Antonio González Velázquez, “reconozco el estado de los arcos del Tribunal y exponga en su informe, con juramento, si éstos amenazan ruina del edificio”[1]
     La importancia del neoclasicismo, que como una revolución destruyó altares barrocos e impuso una nueva moda, obligó a los principales artistas de la época a no sustraerse al movimiento. De la misma manera, en un animoso deseo de notoriedad, el primer y flamante director de Arquitectura dictamina bajo juramento:

²         "Ilustrísimo Señor: Consecuente del anterior discurso hecho del Santo Tribunal de la Inquisición por el Tesorero, y lo decretado por Usted, he pasado a reconocer con la mayor atención el claustro alto y bajo que circundan el patio principal del Tribunal, y en efecto he advertido las coarteaduras que expresa el Tesorero, las que provienen de la ridícula forma de los arcos, siendo tan precisa su ruina como extraño el que hayan resistido desde su construcción hasta el día, lo que se debe a que algunos de ellos tiene por casualidad las paredes interiores del edificio favoreciendo su empuje, pero como esto no es en todos, ni puesto de propósito; y como convendría que estuviese, debe esperarse, que pues ya se insinuó (con cuarteaduras fijas de un asiento extraordinario por falta de estribos) siga hasta su total exterminio, y en su consecuencia no sólo todo el claustro entero alto, y bajo, padecerá notablemente, sino parte de las habitaciones pues faltando a el claustro sus apoyos angulares o de los extremos, es indispensable su ruina por la naturaleza de una serie de arcos contenerse naturalmente unos a otros, y resultar su fuerza total en el último por lo que siempre a éste se le da un pilar más robusto que los intermedios, y siendo aquí todo lo contrario, pues ninguno tiene, se infiere por consecuencia precisa la enunciada ruina.
     Propúsose el arquitecto Pedro de Arrieta hacer una cosa nueva, dando la entrada por un ángulo, pero en el claustro le faltó el arte, y le consiguió no sólo ridículo, sino poco firme habiendo seguramente invertido en ello un doble de lo que costaría una buena construcción y mejor forma por lo desmedido de las piedras que en consecuencia necesitó, y se deja de manifiesto en la composición.”[1]

El dictamen del director de Arquitectura de la Academia es demoledor, pues acusa a don Pedro de Arrieta de ser culpable de las grietas existentes en el edificio, debido a su mal diseño. Con seguridad, el académico recién llegado de España desconocía por completo el comportamiento del subsuelo de la ciudad, con mayor razón, setenta años después de sus construcción.
     Gonzáñez Velázquez hace dos proyectos para, según él, reparar el daño. Sobre el primero afirma que quedaría siempre ridículo, asimétrico y no con la seguridad que se requiere. El segundo, un poco más costoso (4 500) pesos, consistía en ochavar todo el patio en lo alto y lo bajo, “presentando un aspecto noble, simétrico y hermoso en todas sus partes, en cuyo caso desaparece todo el defecto y ridiculez”.



Por fortuna ninguno de los dos proyectos fue aceptado, y solamente se le despachó libramiento por 300 pesos, correspondiente a los honorarios de los últimos tres años.
     La decadencia en que cayó el Tribunal de la Inquisición al finalizar el siglo XVIII fue tal, que los propios inquisidores ignoraban por completo el estado de las construcciones y en particular de las cárceles. En virtud de reparaciones indispensables realizadas en 1803, durante una visita que tuvo lugar el primero de julio del mismo año, los mismos inquisidores expresaron que “han quedado asombrados al reconocer el martirio en que han vivido los miserables encarcelados”
     Diez años después, las presiones insurgentes se hacían cada vez más intensas con todo lo que esto implicaba: una mayor madurez política de la Nueva España, debido a una creciente participación de la sociedad mexicana en su gobierno. Como consecuencia de las reuniones de las Cortes de Cádiz, se le comunicó al virrey Félix María Calleja un manifiesto y le fue extendido en decreto del 6 de marzo de 1813 para ser impreso y leído tres domingos consecutivos en todas las parroquias de todos los pueblos de la Nueva España. En él se informaba de las indagaciones hechas por las Cortes españolas sobre la historia de los tribunales de la Inquisición y su manera de enjuiciar, y se aclaraban los fundamentos y razones que se tenían para abolir la Inquisición: ya es tiempo, expresaron las Cortes, “de os diga sin rebozo la verdad, y que se corra el velo con que la falsa política cubre sus designios”. En el decreto se daba a conocer la sustitución de la Inquisición por los Tribunales Protectores de la Religión.
     Esta acción correspondió a la primera clausura formal del Tribunal. Sin embargo, ya desde antes, la mala conciencia del gobierno real que presidía Fernando VII ordenó por decreto del 22 de febrero de 1813, quitar, borrar o destruir todos los cuadros, pinturas e inscripciones en las iglesias, claustros y conventos, o en otro cualquier paraje público de la monarquía, en que estuvieran consignados los castigos, ya que “estos medios con que se conserva la memoria de los castigos impuestos por la Inquisición, irrogan infamia a las familias de los que sufrieron, y aún dan ocasión a que las personas del mismo apellido se vean expuestas a mala nota”.[1]
     Desde la clausura definitiva de la Inquisición el 31 de mayo de 1820, hasta el año de 1854,el edificio se sujetó a diversos usos: en el cuerpo principal del Palacio, antes destinado a residencia de los señores inquisidores, salas de audiencia y de juzgados, fue establecida la Renta de la Lotería. El Departamento de Cárceles se convirtió en cuarteles. Posteriormente, el inmueble sirvió de Cámara del Congreso General y en 1833 funcionó como Tribunal de Guerra y Marina. Posteriormente albergó al Palacio de Gobierno del recién fundado Estado de México; más tarde funcionó en él la Escuela Lancasteriana denominada “El Sol” y en 1841 el Seminario Conciliar.[2]
     Las luchas de independencia proporcionaron un receso en los avatares históricos del Palacio, y precipitaron su caída en el abandono. Lo que en el Palacio había sucedido en los años anteriores, así como la fantasía popular que hacia exagerar su vergüenza, motivaron que el gobierno de la naciente república lo pusiera en venta por almoneda.
     Varios fueron los avisos publicados por el gobierno. El 15 de diciembre de 1838 salía a remate, junto con una hacienda que había sido propiedad de la Compañía de Jesús, ubicada en el municipio de Chalco. Posteriormente se publicaron otros: en el quinto, aparecía por primera vez el valor estimado del palacio, cuyo precio era de 112 231 pesos, para rematarse el 18 de diciembre del mismo año. Al no haberse presentado postor alguno, se volvió a practicar un avalúo cuyo precio anunciado era de 215 470 pesos. Se volvió a anunciar en cuatro ocasiones más; la última, el 18 de febrero de 1839. Así salió a remate al día siguiente con el anuncio del precio del inmueble de 116 258 pesos, 4 reales y 7 granos, como base de la puja; el ofrecimiento sólo fue de 77 505 pesos, 5 reales, 2 granos, o sea, dos terceras partes.[3]
     En 1841 el arzobispo Manuel Posada y Garduño compra el edificio al gobierno “en muy bajo precio”; instala en él el Seminario Conciliar, hasta que nuevamente es vendido por el propio arzobispado a la Escuela de Medicina.

BIBLIOGRAFÍA

Balbuena, Bernardo de, La grandeza mexicana, estudio preliminar de Luis Adolfo Domínguez, México, Ed. Porrúa, 1985, (Col. Sepan Cuantos, n° 200).
Blásquez Miguel, Juan, La Inquisición en América, 1569-1820, Rep. Dominicana, Editora Corripio, 1994.

Lavedan, Pierre, ¿Qu´est-ce que l´urbanisme? Introduction à l´histoire de l´urbanisme, París, Laurens, 1926.

Maza, Francisco de la, El Palacio de la Inquisición, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, vol. 9 de Ediciones del IV Centenario de la Univ. de México, 1951.

Paz Arellano, Pedro, La arquitectura de un rito, tesis entregada el 30/03/03 y aprobada el 02/05/03, México, UAM-I 53, año 23, julio-diciembre de 2002

Salamanca, Flavio G., “Historia del Edificio del Palacio de la Inquisición”, en Leyendas y Tradiciones, la Unam y sus recintos históricos, Recop. Itzel Vega Morales, México, DGIRE-UNAM, 2007,




[1] Blásquez Miguel, Juan, La Inquisición en América, 1569-1820, Rep. Dominicana, Editora Corripio, 1994.
[2] Salamanca, Op. cit., p. 56.
[3] Op. cit. p. 56.

[1] Op. cit.


[1] Salamanca, op. cit., p. 55-56.


[1] Paz Arellano, Pedro, La arquitectura de un rito, tesis entregada el 30/03/03 y aprobada el 02/05/03, México, UAM-I 53, año 23, julio-diciembre de 2002, pp. 331-349.
[2] OP. cit., pp. 335-338.

[1] Balbuena, Bernardo de, La grandeza mexicana, estudio preliminar de Luis Adolfo Domínguez, México, Ed. Porrúa, 1985, (Col. Sepan Cuantos, n° 200).

[1] Salamanca, Flavio G., “Historia del Edificio del Palacio de la Inquisición”, en Leyendas y Tradiciones, la Unam y sus recintos históricos, Recop. Itzel Vega Morales, México, DGIRE-UNAM, 2007, p. 47.
[2] Op. Cit., p. 47.
[3] Lavedan, Pierre, ¿Qu´est-ce que l´urbanisme? Introduction à l´histoire de l´urbanisme, París, Laurens, 1926.

[1] Maza, Francisco de la, El Palacio de la Inquisición, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, vol. 9 de Ediciones del IV Centenario de la Univ. de México, 1951.
Fuente: tuerceleelcuelloaclio.com
 

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