jueves, 19 de abril de 2018


FASCISMO Y CATOLICISMO EN ITALIA (1)



Es inevitable preguntarse por qué y cómo el fascismo ha pasado a la Historia como el primer movimiento revolucionario de los tiempos modernos capaz de hacer las paces con la religió y establecer un sólido acuerdo de cooperación con la Iglesia. O incluso, en ciertos países, especialmente el mundo de habla luso-hispana, como un fenómeno esencialmente católico, lo que supone una total paradoja con respecto a los orígenes, la ideología y la esencia del movimiento.
Es preciso, indagar sobre las raíces ideales y la naturaleza ideológica del fascismo, para tratar de entender su compleja y ambigua relación con el fenómeno religioso, con el catolicismo y con las instituciones eclesiásticas:
¿De dónde provenían los fascistas y cuáles eran sus referentes intelectuales?
(1) Savarino, Franco y Andrea Mutolo, Los orígenes de la Ciudad del Vaticano, Estado e Iglesia en Italia 1913-1943,  México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, Asociación Mexicana de Promoción y Cultura Social, A.C., 2007, pp. 51-76.

 De acuerdo con el historiador Zeev Sterhell, el fascismo deriva de una escisión del movimiento socialista que converge con el nacionalismo y con el futurismo en una nueva síntesis revolucionaria. La guerra proporciona un terreno fértil para expandir a esta nueva síntesis entre las masas, que aquí adquieren esas experiencias de acción, sangre, hermandad y gloria que alimentarán los mitos fundadores de los fascismos en los años posbélicos.(2)
(2)Sternhell, El nacimiento de la ideología fascista, Madrid, Siglo XXI, 1994; Savarino, Franco, “La ideología del fascismo entre pasado y presente”, en F. Savarino et. al. (coords.), Diálogos entre la historia social y la historia cultural, México, ENSH/AHCALC, 2005, pp. 253-272.
 En sus primeras manifestaciones políticas, el fascismo se expresa en la acción directa y en la defensa apasionada de un ideal de “comunidad”, que se identifica con las ideas de estirpe y de nación. El nacionalismo radical es una componente ideológica esencial del fascismo, igual que el populismo, que se manifiesta tanto en su doctrina como en su estilo. La ideología fascista, sin embargo, no cabe en ninguna de estas categorías, no es simplemente socialista, nacionalista o populista o la suma de estos: es algo realmente sui generis, y constituye un fenómeno a parte de la historia política.
Frente a la religión cristiana, el fascismo es, ante todo, “laico”, es decir: reconoce la división categórica entre los asuntos de Dios y los del César. No pretende intervenir en la religión tradicional del pueblo o en los asuntos eclesiásticos, y mantiene una distancia prudente de todo lo relacionado con argumentos religiosos.(3) Siendo una ideología “laica” el fascismo, delante de la iglesia, manifiesta una desconfianza radical, que raya en anticlericalismo.
(3)Mussolini es descrito, en 1934, como “un laico puro quien comprende y siente el lado humano –e histórico en general- de la religión y nunca ha dejado entrever un interés en cuestiones dogmáticas, es más, ha procurado cuidadosamente evitarlas […]” Carlini, Armando, “Filosofia e religione nel pensiero di Mussolini”, en Nuova Antología, fasc. 1483, 1 gennaio 1934, pp. 57-79.
 En los años iniciales del movimiento (1919-1921) los católicos organizados formaban parte de la lista de enemigos “antinacionales” que eran atacados por los milicianos fascistas. Durante este periodo tan agitado “eran cotidianas las devastaciones –por parte de los fascistas de las cooperativas y ligas populares, de los círculos católicos; la destrucción de los sindicatos blancos y de las organizaciones obreras católicas”.(4) Algunos jefes fascistas, como Roberto Farinacci, (5) hacían, incluso, alarde de su ateísmo y antipatía por el clero católico.
(4)Jemolo, Arturo Carlo, Chiesa e Stato in Italia dalla unificazione ai giorni nostri, Turín, Einaudi, 1981, p. 196.
(5) Roberto Farinacci (Isernia 1892-Vimercate 1945) fue uno de los personajes más destacados de la Italia fascista. Interventista en 1915, participó en la fundación de los “Fasci di Combattimento” en 1919. Encabezó el movimiento fascista en la provincia de Cremona, que domino como ras durante muchos años. Inscrito a la masonería, será uno de los jefes fascistas más anticlericales durante el Régimen. Diputado en 1921, fue secretario del PNF de 1925 a 1926. Fue director del periódico IL Regime Fascista. De ideas radicales, abogó por la alianza de Italia con Alemania. En 1943 se unió a la RSI. Murió fusilado en 1945 por la guerrilla antifascista.
 El historiador Arturo Carlo Jemolo señala, al respecto, que “el fascismo es por instinto anticlerical. Los pocos intelectuales que tiene provienen del sindicalismo o bien, por las vías literarias, del futurismo, y se han alimentado, tal vez por vías colaterales, de Nietzsche y Sorel: todas proveniencias que los vuelven hostiles a la Iglesia”.(6)
(6)Jemolo, A., op. cit., p. 185.
Para los creadores del Estado italiano en el siglo XIX, así como, posteriormente, para los nacionalistas y los fascistas, el problema de la Iglesia no es solamente el temporalismo, la Cuestión romana  o las expresiones “reaccionarias” de alguno que otro pontífice o alto prelado, sino la contradicción inherente entre el principio nacional y el universalismo de la Iglesia. En Italia esta contradicción se manifiesta de manera más pronunciada que en otros países, por la presencia poderosa del Papa en el Vaticano.
Algunos fascistas acarician la idea de solucionar el problema, expulsando, sin más, al Papa de Italia. Otros más razonables, se limitan a reclamarle a la Iglesia, que se muestre, ante todo, italiana:

“Cuando nosotros le pedimos a la Iglesia que se convierta en italiana, no le pedimos, se entiende, que se convierta en nacional. Esto marcaría su fin. La universalidad es su atmósfera. Nosotros le pedimos de vivir en la realidad histórica de la nación italiana, así como vive en la realidad de todas las demás naciones. Su universalidad es comprensible y vital solo si vive contemporáneamente en cada organismo nacional”.(7)
(7)Giuseppe Bottai (Roma 1895-Roma 1952) uno de los jefes más destacados del movimiento fascista, será más tarde fundador y director de la revista Critica Fascista, y Ministro de Educación del Régimen.
 Si consideramos sus lados más extremos e intransigentes, “clericalismo y fascismo estaban muy distanciados ideológicamente. Los clericales extremistas y los fascistas extremistas reconocían esta diferencia, y permanecían hostiles unos a otros hasta el final”. (8)
(8)Tannenbaum, E. R., La experiencia fascista. Sociedad y cultura en Italia (1922-1945), Madrid, Alanza, 1975, p. 253.
 Los principios del fascismo son realmente algo que se aleja marcadamente del universo de valores cristianos.(9) Algunos fascistas están plenamente conscientes de la alteridad radical que supone su universo de valores, con respecto a la tradición cristiana, y lo explicitan en forma teórica. Julius Evola culpa a la religión cristiana de la decadencia de Occidente y aboga por un regreso a la “Tradición mediterránea”, es decir, la restauración del paganismo.
(9)“El fascismo era exaltación de la violencia, de la guerra, de aquellas doctrinas de lo irracional, de la belleza del gesto, del momento fugaz, de la manifestación del impulso vital, del fortalecimiento del individuo, que representaban justo el antítesis de la doctrina cristiana” Jemolo, op. cit., p. 191. Armando Carlini escribía, en 1934 –hablando de Mussolini-  que “ningún hombre parece más ajeno a la actitud ascética y mística propia de las lamas verdaderas y profundamente religiosas […]: la moral del fascismo fundado por él es toda una exaltación de principios fundamentalmente paganos”, en op. cit., p. 60.
 Uno de los puntos más controvertidos de esta visión criptopagana, para los creyentes cristianos, era el culto del Estado absoluto. Un culto que derivaba del idealismo hegeliano, reinterpretado en un sentido casi místico. Lo que Pío XI denunciará en 1931 con la acertada expresión statolatría pagana era realmente un concepto que, de ser realizado, llevaría a un rechazo del derecho natural y a una devoción por las instituciones políticas incompatible con el cristianismo. Para entender la relevancia de este aspecto, es suficiente citar las palabras de Mussolini y de Gentile (10) para definir el fascismo en 1932:
(10)Giovanni Gentile (Castelvetrano 1875-Florencia 1944), filósofo idealista e intelectual protagónico de la cultura italiana, en la primera mitad del siglo XX. Nacido en una familia de clase media, se tituló en filosofía teorética en 1902. Fue profesor universitario en Palermo entre 1906 y 1914, luego en Pisa hasta 1919 y, finalmente, en Roma. Fue amigo de Benedetto Croce, con quien compartió la filosofía idealista de derivación hegeliana. La variante gentiliana del idealismo se denomina “actualismo”. En 1922 inicia su compromiso político, al ser nombrado Ministro de Educación Nacional en el gobierno fascista. Como ministro, promueve una vasta reforma del sistema educativo italiano que lleva su nombre. En 1923 se inscribe al Partido fascista y, en 1925, es el autor del “Manifiesto de los intelectuales fascistas”, en apoyo al régimen. Asume, entonces, el liderazgo de los intelectuales italianos, es patrocinador de numerosas iniciativas culturales y educativas. Dirige la Enciclopedia italiana y llama a colaborar en la misma también a intelectuales no fascistas. En 1929 se opone a los Pactos lateranenses, convencido de que eran un desafío al estado laico. Sus obras son condenadas por la Iglesia en 1934. Durante la guerra se declaró católico, y exhorta a los italianos a la unidad nacional. Es asesinado en 1944 en Florencia por la guerrilla antifascista.
“[…] para el fascista, todo está en el Estado, y nada de humano o de espiritual existe, y menos tiene valor, fuera del Estado. En este sentido el fascismo es totalitario, y el Estado fascista, síntesis y unidad de todo valor, interpreta, desarrolla y fortalece toda la vida del pueblo.

[…] El Estado fascista, la forma más alta y poderosa de la personalidad, es fuerza, pero una fuerza espiritual. Esta sintetiza todas las formas de la vida moral e intelectual del hombre. […] Es forma y norma interior, y disciplina de toda la persona; penetra la voluntad y la inteligencia. Su principio […] cala en lo profundo y se incrusta en el corazón del hombre […]: es el alma del alma”. (11)
(11)Mussolini, Benito, La dottrina del Fascismo. Con una storia del Movimento fascista di Gioacchino Volpe, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, 1934., pp. 5 y 7. En español: B. Mussolini, El fascismo, Buenos Aires, TOR, 1933.
 Para el fascismo, el individuo existe y tiene sentido solo dentro de una comunidad determinada, concebida orgánica e históricamente en las formas de estirpe y de nación, que tiene su máxima síntesis en el Estado.
            La ideología fascista, en suma, supone un reto formidable para el cristianismo al proponerse como un sistema alternativo de ideas, creencias y prácticas de vida, on un talante pagano, e incluso anticristiano,  en aspectos doctrinarios fundamentales. Sus premisas, sus referentes ideales y su misticismo peculiar parecen casi todos incompatibles y distantes de la religión reveleda.

El fascismo es una ideología en movimiento y en perenne construcción, dotada de una plasticidad asombrosa. Absorbe tradiciones ideales heterogéneas que tardan años en asentarse, y más tiempo aún en expresarse en una síntesis capaz de detonar sus implicaciones más radicales. Su formulación y sus ajustes están, además, influenciados por el carácter, las ideas y las elecciones de su máximo líder carismático: Mussolini.
            En el campo religioso el fascismo resulta ser, por encima de todo, pragmático y ecléctico, es decir: se enfrenta a la Iglesia y a la religión cristiana sin verdaderos dogmas, con una actitud relativamente abierta y disponible o, en todo caso, más flexible con respecto al liberalismo o al socialismo. Si índole nacionalista y populista lo lleva a incluir el catolicismo dentro de las características peculiares de los italianos que merecían ser valoradas. Entre quienes sufrieron la experiencia de la guerra existía, en efecto, la percepción difusa de que existía “una unión natural del catolicismo con la italianidad.
            Es más, el fascismo comparte algunos de sus fundamentos ideológicos con la religión católica y concuerda con ésta en una visión del mundo fundada sobre los principios y virtudes de la solidaridad. La autoridad, la jerarquía, el orden, la obediencia, la sumisión, la trascendencia, la espiritualidad. Destacan en particular dos elementos con similitudes notables:
1.      El del bien común. Fascismo y catolicismo concuerdan en la noción de que existe un “bien” de la sociedad superior a toda división interna o interés particular.
2.      Corporación. Coinciden, en la preferencia por un modelo corporativo de sociedad, que traen su inspiración principal en la Rerum Novarum de León XIII, es decir, una propuesta cooperativa y solidarista que superara los modelos sociales conflictivos clasistas e individualistas entonces predominantes.
 Los católicos italianos, por lo general, estaban conscientes de que el corporativismo fascista no era precisamente idéntico al de Santo Tomás de Aquino y de León XIII, pero reputaban que, con el tiempo, se produciría una convergencia.

En 1932 Mussolini y Gentile escribieron:
“[…] la vida, tal como la concibe el fascista, es seria, austera, religiosa: enteramente librada en el mundo sostenido por las fuerzas morales y responsables del espíritu. El fascismo desprecia la vida “cómoda”.

El fascismo es una concepción religiosa que considera al hombre en su relación inmanente con una ley superior con una voluntad objetiva que trasciende del individuo particular y lo eleva, convirtiéndolo en miembro consciente de una sociedad espiritual. Todo aquel que ante la política religiosa del Régimen fascista se ha detenido en consideraciones de mera oportunidad, demuestra no haber comprendido que el fascismo, además de ser un sistema de gobierno es también, y sobre todo, un sistema de pensamiento. (12)
(12) Mussolini, La dottrina… op. cit., p. 3
 El fascismo restituye el honor a las potencias ideales del alma y derrumba el materialismo histórico. Reclama la humanidad hacia una forma de idealismo operante, por el cual la vida recupera un valor religioso de misión y de apostolado, que tiene como principios rectores la humildad, la pureza y el sacrificio, como predicaron San Francisco, dante y Mazzini. Y tiene como meta la grandeza de la Patria, que ha de ser conducida a un grado de civilización superior con respecto a las demás naciones. (13)
(13)Meletti, Vincenzo, Civiltá fascista. Per la gioventú, per gl´insegnanti, per il popolo, Florencia, La Nuova Italia, 1933, p. 10.
 Existen otros dos valores relacionados entre sí, que suponen una virtual coincidencia de la ideología fascista con la doctrina católica:
1.      El del sacrificio. En el fascismo, significa que el hombre se supera y trasciende su condición limitada al renunciar a bienes importantes –incluyendo la vida- a favor de los máximos bienes comunes: la conservación de la familia, la defensa de la patria, el triunfo de la revolución, la grandeza nacional, la gloria imperial, etc.
2.      El de frugalidad. Quiere ser un memento  a la persona, para que no se deje deslumbrar con los placeres de la vida cómoda, es decir, el opulento estilo de vida burgués –el consumismo, diríamos hoy-. Es un recordatorio de que, en una comunidad existe una más profunda escala de valores, una jerarquía de ideales, donde el hedonismo, el disfrute de la riqueza mundana, resulta más bien despreciable, pues lleva al egoísmo, a la mezquindad y a la merma del impulso vital.
 El ideal de frugalidad, de la austeridad, significaba también la esperanza de una vida más satisfactoria, liberada de las frustraciones de las promesas incumplidas de las ideologías materialistas.

Un punto de encuentro fundamental es la fe misma. La ideología fascista supone, para los militantes, una fe de naturaleza casi religiosa. El Estado fascista, por su lado, reconoce –igual que la Iglesia-, el valor de las creencias, de los mitos, de los símbolos y de los rituales de masas. El fascismo promueve cultos y rituales parecidos a los católicos, y utiliza el poder psicológico del simbolismo para organizar a los militantes y atraer al pueblo, elaborando un aparato místico y ritual. Los fascistas tienen un sentido peculiar de lo sagrado, que se expresa en una sensibilidad y en una “pietas” que pertenecen indiscutiblemente a la esfera de la religiosidad:
Religión es el sentido del misterio manifiesto en formas determinadas. Esla obra humana que se sustenta en una concepción moral. Los dogmas que pueden reducirse a una sola verdad fundamental, y los ritos que pueden ser un solo gran rito, son la expresión esencial de la religión. Ahora un pueblo, o mejor una milicia, que enfrenta la muerte por un mandamiento, que acepta la vida en su concepto purísimo de misión y la ofrece en sacrificio, posee verdaderamente ese sentido de misterio que es el motivo fundamental de la religión, y afirma verdades que no descienden de razonamientos humanos, sino que son dogmas de una fe. De este modo, son ritos de religión los silencios recogidos de los <<camisas negras>> alrededor d sus hermanos que han abandonado la lucha terrenal, y son ritos de una religión los rezos que los fascistas cumplen junto con los sacerdotes de una iglesia, cuando circunstancias de significado particular reclaman la celebración pública del sacrificio y a invocación a Dios”.(14)
(14) Zama, Piero, Fascismo e religione, Milán, Imperia, 1923, pp. 12-13.
 En 1930 se fundó en Milán, incluso, -con el patrocinio de Arnaldo Mussolini- una “Escuela mística fascista”, precisamente para remover y profundizar las vertientes ideológicas espirituales de la Revolución fascista.

            El fascismo, es el primer movimiento político moderno que introduce consciente y sistemáticamente elementos religiosos, místicos y simbólicos en la cultura y en la práctica política, hasta convertirlos en experiencias efectivas de gobierno. De acuerdo con Emilio Gentile, el fascismo “fue el primer movimiento político del siglo XX que llevó el pensamiento mítico al poder, consagrándolo como forma superior de expresión política de las masas”.(15)
(15)Gentile, Fascismo…, op. cit., p. 149.
 Esta constatación ha llevado a este y otros investigadores a definir el fascismo como una “religión política”. (16)
(16)Emilio Gentile, en síntesis, sostiene que el fascismo:
1.       Fue caracterizado por una forma religiosa expresada en términos de lenguaje y ritual;
2.       Fue una forma de totalitarismo sacralizado que pretendía glorificar la nación y crear al “hombre nuevo”; y
3.       Asumió muchas de las funciones sociales de la religión tradicional.
Es preciso señalar que muchos de estos aspectos religiosos eran ya conocidos en la experiencia nacionalista pre-fascista. Fueron, además, mucho más destacados en el nacionalsocialismo alemán, que en el fascismo italiano.

Con respecto a su concepción mítica, el fascismo es selectivo y creativo, es decir: busca el pasado y en la tradición nacional aquéllos elementos susceptibles de convertirse en herramientas eficaces para impulsar el proyecto de palingenesia nacional.
·         El saludo romano –considerando más viril y marcial-, así, sustituye al saludo burgués;
·         El calendario de fiestas oficiales incluye a la fundación de Roma (21 de abril);
·         Las fechas de la era fascista (que comienza en 1922) se escriben con números romanos;
·         Los símbolos del fascio littorio y del águila imperial de Roma se reproducen en todos lados como nuevos iconos nacionales;
·         La arquitectura imita a los edificios de la antigua Roma;
·         Los camisas negras se agrupan en “centurias”, “cohortes” y “legiones”;
·         Mussodux (duque, caudillo; “duce” en italiano).
 Hay también fascistas –pero son la minoría- que hacen caso omiso del cristianismo y apuntan directamente a la Roma pagana. “Romanidad es paganidad”.

 Pagana y cristiana, o más bien síntesis y superación de ambas, la Roma fascista es diferente de la Iglesia. En palabras de Pío XI la “mano de Dios” había fijado la sede del Papa en “esta Roma que, de ser capital del maravilloso pero angosto Imperio Romano, era hecha por Él la capital del mundo entero, como sede de una soberanía divina que, al sobrepasar todos los límites entre naciones y Estados, abraza a todos los hombres y a todos los pueblos”. (17)La Iglesia, en suma, consideraba a Roma como la sede eminente del Magisterio universal cristiano. El fascismo, en cambio, apuntaba a la misión civilizadora e imperial de la Ciudad Eterna, en tanto capital histórica y espiritual del pueblo italiano. En ambas visiones, sin embargo, se reconocía un fondo común de admiración y respeto hacia la gran civilización pretérita.
(17)Encíclica Urbi arcano Dei, 23 de diciembre de 1922.
 Mussolini antes de asumir el poder, en 1921, se expresó de esta forma frente a una reunión de las milicias fascistas:
Elevemos […] nuestro pensamiento a Roma que es una de las pocas ciudades del espíritu que existen en el mudo, porque en Roma, entre esas siete colinas tan cargadas de historia, se ha producido uno de los más grandes prodigios espirituales que la historia recuerda, es decir, una religión oriental […] se ha convertido en una religión universal que ha revivido bajo otra forma a ese Imperio que las legiones consulares de Roma habían empujado hasta el extremo límite de la tierra”. (18)
(18) Discurso de Mussolini a los fascistas friulanos del 20 de septiembre de 1922, en Susmel, Edoardo/Duilio Susmel (eds.), Opera Omnia di Benito Mussolini, Florencia, La Fenice, 36 tomos, tomo XVIII, 1956, 1951-1962.
 La idea de echar mano a la religión para potenciar la Revolución fascista era clara para Mussolini, y condicionaba su visión política. El Duce amaba citar a Nietzche, sin embargo, reprobaba el anticristianismo escéptico del filósofo alemán. Apreciaba, en cambio, a Maquiavelo, quien había sugerido al Príncipe no ignorar a la fe religiosa, sino servirse de ella como instrumentum regni. A pesar de sus transcursos anticlericales y anticristianos, el dictador italiano llegó a admirar sinceramente a la Iglesia católica y a la religión cristiana –convertida en “católica” en Roma- por su arraigo en las masas, su potencia, su difusión universal y su capacidad de perdurar en el tiempo, atributos que la calificaban como una de las grandes hazañas de la humanidad.
            En 1922 había definido el Papa como un emperador romano cuyo dominio político y espiritual se extendía a cuatrocientos millones de personas, diseminados en cada rincón de la tierra, al punto que se puede decir que el Imperio católico, que tiene su capital en Roma, es el más vasto y el más viejo imperio del mundo. La fuerza, el prestigio, la fascinación milenaria y duradera del catolicismo están, por supuesto, en el hecho de que el catolicismo no es la religión de una sola nación o de una sola raza, sino la religión de todos los pueblos y de todas las razas. La fuerza del catolicismo –lo dice la palabra misma- está en su universalismo. El mundo laico –concluye Mussolini- no ha creado y no puede crear nada que pueda ni remotamente alcanzar a la enorme potencia espiritual del catolicismo. (19)
(19)“Vaticano, Il Popolo d´Italia, 22 gennaio 1922, en E. Susmel y D. Susmel (eds.), Opera Omnia…, op. cit., tomo XVIII, 1955, pp. 16-18.
 Años más tarde, reiterando sus críticas al laicismo y al racionalismo, volvió sobre el tema de la potencia cristiana. Reconoció que sólo la fe es capaz de mover montañas […], no así la razón. Ésta es un instrumento, pero nunca podrá ser el motor de la muchedumbre; y al comparar a Jesús con Julio César, dijo que el fundador del cristianismo fue superior al caudillo romano, porque había provocado un movimiento que duraba dos mil años con cientos de millones de adeptos y consecuencias culturales incalculables. (20)
(20)Ludwig, Emil, Conversaciones con Mussolini, México, Editorial Latinoamericana, 1957, pp. 127 y 178.
 Las consonancias entre fascismo y catolicismo son evidentes, por supuesto, también delante de sus enemigos comunes. Ambos luchan contra el individualismo, el materialismo, la masonería, el protestantismo, el liberalismo, la anarquía y el bolchevismo. La percepción de que el fascismo era el enemigo de sus enemigos fue justamente la que empujó a muchos católicos hacia el nuevo movimiento. (21) 
(21)Tannenbaum, La experiencia fascista…, op. cit., p. 242.
 Además el fascismo, igual que el catolicismo:
ü  Refuta el utilitarismo económico,
ü  Desconfía de la democracia,
ü  Rechaza el espíritu burgués, y
ü  Comparte con el mundo católico la idea que la sociedad moderna había tomado el rumbo equivocado a raíz de la revolución de 1789.
 Fascismo y catolicismo rechazan por completo una visión agnóstica y secularista de la esfera pública, con la separación entre lo público y lo privado. Buscan, en cambio, funda uno el Estado católico y el otro el Estado cristiano: estados donde la religión desempeña un papel civil fundamental para la sociedad orgánicamente entendida.

Las tareas civiles de la religión, en efecto, suponen un elemento de convergencia central del fascismo con el catolicismo en un sentido cultural amplio. El resultado es un catolicismo pragmático en virtud del cual “hombres íntimamente irreligiosos e incluso ateos o agnósticos, al mismo tiempo que niegan el contenido metafísico y dogmático de la religión católica, admiten a esta como realidad histórica, como organización y como factor político”. (22)
(22)Eschmann, E.W., El Estado Fascista en Italia, Santiago de Chile, Ediciones Ercilla, 1936 (1930), p. 74.
 Gentil explica su idea de la importancia de la religión para el Estado fascista –y reafirma al mismo tiempo, la laicidad y la supremacía de éste- en un escrito de 1935:
“La conciencia que actúa en la realidad del Estado, es la conciencia en su totalidad, con todos los elementos de los cuales resulta. Moralidad y religión, elementos esenciales de toda conciencia, no pueden, por esto, faltar en ella, pero no pueden no ser subordinados a la autoridad y ley del Estado, fusionadas en él, absorbidas. El hombre que en lo profundo de su voluntad es voluntad del Estado en la síntesis de los dos términos de autoridad y libertad –cada uno de los cuales actua sobre el otro y determina su desarrollo-, es el hombre que en esta voluntad resuelve poco a poco sus problemas religiosos y morales. El Estado, privado de estas determinaciones y de estos valores, volvería a ser un poco mecánico, y como tal despojado de aquel valor al cual él pretende políticamente. Aut Caesar, aut nihil. 

De aquí el carácter exquisitamente político de las relaciones entre el Estado fascista y la Iglesia. El Estado fascista italiano, adherente a la masa de los italianos, o no es religioso o es católico. No puede no ser religioso, porque lo absoluto que él confiere al propio valor y a la propia autoridad, no se entiende sin relación a un Absoluto divino. Religión que tenga una base, aún una raíz y un sentido para la masa del pueblo italiano, y en la cual pueda acoplarse este sentimiento religioso del absoluto de que, voluntad de la patria, no hay más que una, salvo que no se quisiera estúpidamente en este caso, no desarrollar aquello que está en la conciencia, pero que al arbitrio, introduce aquello que no está. Y católico no se es, sino viviendo en la Iglesia y bajo su disciplina. Por lo tanto, necesidad política y reconocimiento político a los fines de la realización del Estado mismo. La política eclesiástica del Estado italiano debe resolver el problema de mantener intacta y absoluta su soberanía, también frente a la Iglesia, sin contradecir la conciencia católica de los italianos, ni a la Iglesia, a la cual, por tanto, ésta conciencia está subordinada. 

Problema arduo también éste, ya que la concepción trascendente sobre la cual se rige el sistema de la Iglesia católica contradice el carácter inmanente de la concepción política del Fascismo […]” (23) 
(23) Gentile, G., Origini e dottrina del fascismo, Roma, Librería del Littorio, 1929, republicado en R. De Felice, Autobiografía del fascismo, op. cit., 2004, pp. 247-271
 El jurista Carlo Costamagna, precisa, a este propósito que el beneficio que la sociedad recibe de la religión, depende de la laicidad. (24)
(24)Costamagna, Carlo, Dottrina del fascismo, Editrice “La Tavola Rotonda”, 1982 (1940), p. 227. Carlo Costamagna (Quiliano 1880-Pietra Ligure 19665) fue un distinguido jurista, docente de la Universidad de Roma y director de la revista Lo Stato. Fue también magistrado y senador en 1943.
 El artículo de Antonio Pagliaro en el “Diccionario de Política” del Partido Fascista, dice:
 “[…] la religión positiva asume, en el marco de la política, y del Estado como forma concreta de ésta, un doble valor. El primero es el del medio de elevación espiritual de las masas, en tanto la religión estimula al hombre a liberarse de la miseria de los instintos egoístas, para reconocerse en sus similares; y esta es una solidaridad que el Estado tiene que considerar de la máxima importancia. Pero además de esto la religión, en las formas históricas en que se ha determinado, es un elemento mismo de la nación, es decir, de aquel valor cabal en que descansa el Estado moderno como organización civil. Las formas concretas de la religión, la organización de la Iglesia, los ritos, la ética de la acción terrenal, reflejan la historia del pueblo en que fueron creadas. En la nación, que es conciencia de una solidaridad histórica, sentimiento de una comunión de espíritus, la religión expresa la forma particular con la cual un pueblo ha traducido en formas terrenas el sentimiento de la relación entre hombre y Dios, a través de la historia”.
 El movimiento fascista en marcha hacia el poder buscaba en la iglesia un aliado político y un referente prestigioso para su consolidación en un régimen totalitario. Su actitud hacia la Iglesia “fue inspirada más por el realismo político que por el fanatismo ideológico, realizando lo que se podría llamar una estrategia sincrética de convivencia, que apuntaba a asociar el catolicismo en el proyecto totalitario”. (25)
(25)Gentile, Il culto…, op. cit., pp. 136-137.
 De hecho, aunque las ambiciones y las metas del fascismo fueran totalitarias, éste resultó ser, una vez convertido en Régimen, una formación política más bien autoritaria, absolutista y paternalista, que encontraba sus límites objetivos y contrapesos, ante todo, en el carácter, en las idiosincrasias y en las tradiciones arraigadas del pueblo italiano. Era contenido, además, entre dos grandes fuerzas organizadas:
   Integrada por la monarquía y el ejército, era laica, originada e inspirada en el Risorgimento, 
La otra, la Iglesia, era confesional y teocrática, ajena al Risorgimento y, en gran medida, todavía contraria a éste. (26)
(26) Maranini, Giuseppe, Historia del poder en Italia. 1848-1967, México, UNAM, 1985, p. 295.
 “Con la monarquía y la Iglesia, Mussolini, que tenía sensibilidad política, advirtió la oportunidad y la necesidad de lograr una integración, no sólo por la fuerza organizada que representaban aquéllas dos instituciones, dentro del Estado y fuera de éste, sino también, como fuente de legitimidad. La legitimidad histórica en lo que se refería a la monarquía; la gracia de Dios en lo que se refería a la Iglesia. Para quien se presentaba a los italianos como el hombre de la providencia, venido a rescatar e integrar la herencia de la revolución nacional, ayudaba mucho la consagración real y la bendición pontificia”. (27)
(27) Ibid., pp. 295-296.
 En lo que respecta a la legitimidad histórica, la relación positiva con la iglesia proporcionaba una convergencia entre la dimensión laica y la eclesiástica, pues el fascismo se presentaba, a la vez, como la fuerza que cumplía cabalmente con las metas nacionales del Risorgimento, y que restituía a la Iglesia su dignidad y su lugar eminente para el pueblo italiano.

            La legitimidad obtenida de la Iglesia como institución, era reforzada con la que proporcionaba la religión misma, pues, el fascismo reconocía al catolicismo como una componente histórica vital de la identidad nacional italiana. El significado de este doble reconocimiento a la Iglesia, fue señalado por Paolo Romano en la revista Crítica Fascista:
“La política religiosa del fascismo […] no tiene el propósito de solucionar la Cuestión Romana, más bien busca reconocer el valor actual de la vida religiosa del pueblo italiano y la función histórica de la Iglesia católica para la grandeza y la potencia delante de sí misma y del mundo”. (28)
(28) Romano, P., “Un anno di política vaticana”, en Crítica Fascista, anno VI, n° 1, 1° gennaio 1929, pp. 8-10.
 Mussolini está perfectamente consciente de la relevancia política que tenía esta legitimidad histórica. Sin ella, le habría resultado difícil obtener los consensos de masas que tuvo durante su dictadura. El jefe del fascismo, reconocía que era imposible emprender un proyecto revolucionario y totalitario en Italia sin el apoyo fundamental de la Iglesia y de la religión, o peor, contra de ellas. Mussolini aclaró éste punto en un artículo publicado en 1934 en el periódico francés Le Figaro:

Toda la historia de la civilización occidental desde el Imperio Romano hasta nuestros días […] nos muestra que cada vez que un Estado entra en conflicto con la religión, siempre el Estado sale derrotado en la lucha. Un combate contra la religión es un combate contra lo inalcanzable, contra lo intangible; es una guerra abierta al espíritu donde éste es más profundo y más íntimo; y ya está comprobado que durante una lucha semejante las armas que puede usar el Estado, aun las más filosas, resultan impotentes a provocar heridas mortales a la Iglesia. Ésta […] se sale siempre victoriosa de los conflictos más encarnizados”. (29)
(29)“Stato e Chiesa”, Le Figaro, 18 de diciembre de 1934.
 El mundo católico vio en el fascismo a un movimiento político que, finalmente, se alejaba de la nefasta tradición liberal y socialista.

            Por su lado, la Iglesia consideraba al fascismo como un fenómeno transitorio, propio de una época determinada que abría, finalmente, la posibilidad de: derrotar a algunos de sus enemigos históricos, solucionar la vieja Cuestión Romana, establecer un concordato y acercarse a un modelo de sociedad corporativa, libre del legado de la Revolución francesa.
1.      derrotar a algunos de sus enemigos históricos,
2.      solucionar la vieja Cuestión Romana, 
establecer un concordato y acercarse a un modelo de sociedad corporativa, libre del legado de la Revolución francesa.
 Para la Iglesia, el fascismo era atractivo en un sentido amplio, sobre todo por su pragmatismo y elasticidad ideológica, que removían cualquier obstáculo serio al diálogo, que pudiera derivar de un historial de consignas rígidas y memorias hostiles. Al convertirse el fascismo en un interlocutor fuerte, entre 1921 y 1923, la Iglesia fue cada vez más empujada, o mejor dicho, obligada, a buscar un acomodamiento y abrir las negociaciones.


BIBLIOGRAFÍA

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Zama, Piero, Fascismo e religione, Milán, Imperia, 1923.








miércoles, 18 de abril de 2018


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JUDAÍSMO



JUDAÍSMO
Una boda judía

Lo importante es el contrato matrimonial ketuba, que el rabino comenta y que contiene los deberes tradicionales del marido para con su esposa. La boda se celebra bajo el suntuoso palio nupcial, la jupá, en su origen una tienda transportable que servía de “alcoba matrimonial” (Sal 19,6) y en la que se celebraban las bodas. El rabino entona primero la antigua bendición de la copa de vino. El novio y la novia beben un sorbo de la copa común.

            Sigue el elemento central de la ceremonia. Ambos intercambian los anillos y pronuncian la promesa matrimonial.

El novio: con este anillo me eres consagrada como esposa, conforme a la ley de Moisés y del pueblo de Israel.
La novia: Soy de mi amado, y mi amado es mío. Este anillo es un símbolo de que eres mi marido y un signo de mi amor y mi respeto.

El matrimonio sólo es válido si el novio ha comprado él mismo el anillo.



El rabino repite el compromiso matrimonial del esposo y de la esposa. Los novios, añade, han prometido contribuir a la perpetuación del judaísmo y del pueblo judío, en el hogar, en la vida familiar y en todo lo que emprendan en común. Después, la ratificación solemne: “Así pues, este matrimonio ha sido contraído en el día de hoy y confirmado ante testigos según la ley del Estado de…. Y según la tradición judía.”
            Al final se le pone al novio y a la novia el chal de rezos talit, un regalo que le hacen los suegros al novio para ese día. Y sigue la bendición final: “Dios os bendiga y os proteja”. Y les dé el don más precioso, Shalom, paz en un mundo de paz.
            Tradicionalmente, la fiesta termina con la ruptura de la copa, aquí envuelta en un paño; en su origen era tal vez para ahuyentar a los malos espíritus, pero hoy se entiende como símbolo de la destrucción del templo: un recuerdo incluso en esa hora tan llena de alegría.
            Así pues, según la concepción judía, el matrimonio se entiende muy esencialmente, como institución para la perpetuación del judaísmo y del pueblo judío. En la sociedad pluricultural del hoy, ese pueblo tan pequeño se considera más en peligro que otros debido a los numerosos matrimonios mixtos y también, con frecuencia, a la apostasía. ¿Pero es necesaria la fe judía para ser judío?
            Según la concepción ortodoxa, es judío quien ha nacido de madre judía o se ha convertido al judaísmo. Sin embargo, esa definición no resuelve en modo alguno el enigma del judaísmo. No es una raza, pero ¿Qué es entonces?


·         Los judíos tienen un Estado y, en su mayoría, no son ciudadanos de él.

Son y no son un pueblo, son y no son una comunidad lingüística, son y no son una comunidad religiosa.


Vestimenta judía

Sólo una minoría, que muchas veces recibe el nombre de hasidim, “piadosos”, puede ser reconocida exteriormente como judía. Caftán, sombrero, barba, tirabuzones en las sienes son los signos de los judíos ortodoxos: de los fieles a la ley, fieles a la torá; sus mujeres se cubren el cabello natural con sombrero, pañuelo o peluca. No sólo son fieles a la “torá escrita”, a los cinco libros del Pentateuco, sino también a la torá oral, a todo lo que se considera vinculante en los comentarios de los rabinos.
            Los judíos no ortodoxos, en cambio, se cubren la cabeza con la kipa todo lo más en algún contexto religioso: siempre que se pronuncia el nombre de Dios, como signo de respeto y reverencia. No ven por qué, en la ajetreada vida diaria del mundo moderno actual, han de llevar, como los hasidim, un ropaje que data de la Polonia del siglo XVII, en especial el sombrero negro o  el casquete. Durante muchos siglos la mayoría de los judíos no llevaban ninguna ropa que los distinguiera de los demás.

Patria del pueblo judío

Fue ya desde muy temprano Canaán. En un país de tránsito, una estrecha franja en el cruce de caminos entre el Mediterráneo al oeste y el desierto sirio-arábigo al este. Al sur, Egipto, la gran potencia, y al norte la potencia rival, Mesopotamia. Es un país de desiertos, montes y pocas llanuras fértiles.
            Pero las grandes religiones del Nilo y las del Éufrates y el Tigris desaparecieron hace más de 2 000 años; en los grandes museos del mundo admiramos sus magníficos legados.

Un pueblo que no ha existido siempre


Al principio esas historias sencillísimas en torno a figuras como Abraham, Isaac y Jacob se trasmitían sólo de palabra. Y su contenido histórico es tan comprensible, o tan poco comprobable, como lo pueden ser los poemas épicos de Homero, la canción de Roldán, la saga de Guillermo Tell, etc. Ninguno de esos relatos es biografía, pero tampoco pura invención. Son sagas.
            Las sagas se caracterizan por su brevedad, por su sencillez y por su concentración en torno a pocos personajes. Por lo general tienen un núcleo histórico, aunque éste sea difícil de datar. Y tienen un fundamento histórico: precisamente a través de esos relatos bíblicos sobre los patriarcas se traslucen las condiciones socioculturales, el “sitio en la vida” Sitz im Leben, que debieron imperar en Palestina en los aproximadamente 500 años que median entre 1900 y 1400 a.C. Las conocemos por fuentes extrabíblicas, como Sinuhé el egipcio, que vivió allí, 20 siglos a.C., entre seminómadas. Esas sagas, con onomásticos frecuentes en las lenguas semíticas occidentales, encontraron su expresión escrita en el primer libro de la Biblia, el libro del Génesis. Éste fue confeccionado a partir de distintas fuentes orales, en un proceso de formación que abarcaría unos cinco siglos.
            La primera mención histórica del nombre de Israel aparece en la llamada estela de Israel del faraón Amenofis III, de la XVIII dinastía, siglo XIV a.C.

Abraham, un inmigrante

La tradición dice lo siguiente: Abraham emigró de Mesopotamia, el país de las torres, con su familia de pastores nómadas de ganado menor, como las que se ven hoy por todas partes en el Oriente Próximo: de Ur, la rica ciudad de Mesopotamia meridional, con el templo escalonado en altura zigurat consagrado a Sin, el dios de la luna.
            Según la tradición, Abraham se dirigió con su familia a la ciudad de Harán, en el norte de Mesopotamia, junto al gran recodo del Éufrates. Desde allí, a Palestina, que entonces estaba habitada por los cananeos. Así pues, Abraham no fue habitante autóctono desde el principio, sino un inmigrante que siguió siendo “forastero” hasta que murió a edad avanzada. Abraham pudo haber vivido en su época como los beduinos viven hoy en la periferia de las ciudades.
            Pero ¿por qué desempeña Abraham un papel fundamental no sólo en la Biblia hebrea sino también en el Nuevo Testamento e incluso en el Corán, donde es, después de Moisés, el personaje bíblico mencionado con más frecuencia? He aquí la razón: de él descienden todos; primero Isaac y Jacob, los antepasados de Israel y de Jesucristo. Pero luego también Ismael, el patriarca de los árabes y después de los musulmanes.
            Todos ellos reciben promesas de Dios. Israel se convertirá en un gran pueblo y tomará en posesión un país habitable. Ismael también se convertirá en un gran pueblo, y así Abraham será una bendición para todos los pueblos.
            Por eso, Abraham tiene una extraordinaria importancia ecuménica como patriarca del que proceden las tres grandes religiones, todas ellas de origen semítico y nacidas en el Próximo Oriente. En su tiempo, el patriarca conoció seguramente otros dioses subordinados al sumo Dios –el estricto monoteísmo excluyente se formó poco a poco a partir del henoteísmo-, pero no un dios malo que rivalizara con él ni una divinidad femenina que lo acompañara. Por eso, Abraham es, para las tres religiones, el primigenio representante del monoteísmo, el arquetipo de las religiones proféticas.
            Hay una hondísima diferencia entre la fe de Abraham y la religiosidad que encontramos en las religiones unitarias místicas de la India o en las religiones sapienciales de China. Porque Abraham s el hombre que no distingue a Dios dentro de sí mismo como los indios, ni tampoco por encima de sí mismo, como los chinos. No, él está, él vive ante Dios y profesa a Dios una confianza incondicional e inquebrantable, es decir, fe, incluso cuando Dios parece exigirle el sacrificio de su propio hijo. Por eso, las tres religiones abrahámicas reciben también el nombre de religiones de fe.
            La única propiedad que adquirió Abraham fue, según la Biblia, una finca junto a Hebrón, para una tumba familiar. Pero la Biblia insiste en que él no tomó ese terreno con violencia, sino que negoció con los que allí residían desde hacía siglos y cuyo derecho a la tierra él reconocía por principio.
            La tumba de Abraham se enseña hasta hoy a peregrinos y turistas judíos, cristianos y musulmanes: en Hebrón Kyriat Arba. El gran monumento actual es literalmente un edificio de las tres religiones: porque sobre la tumba de Abraham fue construida una fortaleza del rey Herodes, y encima una mezquita, transformada a su vez en basílica por los cruzados.
            Pero hoy, los musulmanes y los judíos sólo pueden visitar la tumba de Abraham y de otros patriarcas a horas diferentes y por entradas diferentes. Al mediodía y por la entrada de la izquierda, convocados por el muecín, los musulmanes: para ellos, Abraham, en árabe Ibrahim, recibió la revelación originaria tal y como está escrita, sin ninguna falsificación, en el Corán. Por la tarde llegan a la entrada de la derecha los colonos judíos, bajo severa vigilancia. El pueblo de Israel reivindica la tierra de Israel; eso está basado, para ellos, en la figura de Abraham.


En todo ello se pasa fácilmente por alto lo que tienen en común judíos y musulmanes. ¿No están emparentados étnicamente judíos y musulmanes? Ambos pueblos son semitas, tienen una lengua muy parecida. Y también los cristianos ven en Abraham el modelo de su fe. Sí, él es el padre de la fe.
            Sin embargo, en el transcurso de los siglos, las tres religiones han intentado hacer de Abraham su propiedad particular:



  • ·         Los judíos han judaizado a Abraham: la bendición para los pueblos se pone en vinculación con el pueblo y la tierra de Israel; Abraham, según ellos, sólo es antepasado del pueblo judío; él cumplió hasta el menor detalle, sin haberlos aprendido, los 613 preceptos de la torá.
  • ·         Los cristianos han cristianizado a Abraham: todas las promesas que le fueron hechas se cumplieron en Jesucristo y sólo en Jesucristo.
  • ·   Los musulmanes han islamizado a Abraham: lo consideran un musulmán ejemplar, cuyo comportamiento lo distingue de judíos y cristianos; el islam es, en el fondo, la religión más antigua.


Abraham es y sigue siendo el primer testigo por excelencia, de la fe en un solo Dios, que es el mismo para judíos, cristianos y musulmanes. Así, Abraham es la primera gran figura ejemplar de esas tres religiones, que no en vano reciben el nombre de religiones abrahámicas. Porque prescindiendo también del origen común, judíos, cristianos y musulmanes tienen, una concepción básica muy similar no sólo de Dios sino también del mundo y del hombre. Y una concepción muy similar también de la historia de la humanidad y del ser humano, pues esa historia no transcurre en ciclos cósmicos sino que avanza a través de los tiempos en dirección a un fin. Una historia en la que el Dios misteriosamente invisible actúa sin cesar. Por eso el judaísmo, el cristianismo y el islam son llamadas las tres grandes religiones éticas: porque, para las tres, el hombre depende de Dios, el misericordioso -harahman; en árabe ar-rahmani- y justo. Pero al mismo tiempo, el hombre es responsable de sus propias obras, como fiel trasunto o como vicario de Dios.

El nacimiento de Israel: El Éxodo

La familia judía celebra cada año a Moisés y la salida de Egipto. En cada oración judía matutina y vespertina se pronuncia el credo primigenio de Israel: la profesión de fe en un Dios que sacó a Israel de Egipto. Pro es sobre todo el Pesaj, la fiesta de la Pascua, donde se conmemora ese hecho fundamental de la fe judía: en la última plaga enviada al faraón, el ángel del Señor hizo morir a todos los primogénitos varones de los egipcios, pero dejó vivos a los de los israelitas. La palabra pesaj significa también ese pasar de largo de Dios, ese respetar la vida por arte de Dios.
      Parece que la fiesta nómada y la fiesta campesina de las Mazot, con la que se celebraba la primera cosecha de cereal, se fusionaron en una sola, que quedó vinculada al recuerdo de la salida de Egipto.
      Pero ¿qué sucede en la cena de Pascua de una familia judía? El cabeza de familia, vestido con la túnica blanca del sumo sacerdote, pronuncia la bendición kidush “santificación”, la invocación de Dios que “ha creado el fruto de la vid y ha santificado a Israel y a los tiempos”. En el libro del Éxodo, en el relato de la salida de Egipto, se lee: “Ese día, cuéntale a tu hijo: esto es con motivo de lo que hizo conmigo el Señor cuando salí de Egipto” (13,8). Entonces el más joven de la familia hace la pregunta tradicional: “¿En qué se distingue esta noche de todas las otras noches?”. La respuesta: “Todas las otras noches comemos pan fermentado y sin fermentar, esta noche sólo sin fermentar, esta noche sólo hierbas amargas”. Esa noche hay que leer la Hagadá, el relato del Éxodo.
      El ciclo del Éxodo bíblico, es poco claro en bastantes aspectos y, desde el punto de vista histórico, hay muchas cosas controvertidas. Sólo algunas de las tribus integrarían ese grupo del Éxodo, ese ejército de Yahvé o de Moisés. Pero, aparte de lo que haya podido ocurrir históricamente, el recuerdo de que una vez, en tiempos pasados, el pueblo fue liberado de la esclavitud de Egipto es, hasta el día de hoy, fundamental para la idea que tiene de sí mismo el pueblo entero de Israel. Por eso, en el centro de la celebración de la Pascua está el relato del Éxodo leído por el padre de familia. Pues él marca el nacimiento del pueblo de Israel.
      Ya está servida la cena de Pascua: un brazo de cordero asado, un huevo, frutos de primavera y las mazot, panes que quedaron sin fermentar por lo precipitado dela huida. El acto de partir esos panes así como el vino que se ofrece recuerda a los cristianos la última cena de Jesús, de la que muchos suponen que tuvo lugar durante la celebración de la Pascua.
      Pero característico de la Pascua judía es el hecho de no sólo se comen panes sin fermentar. También se ofrecen hierbas amargas. Éstas deben recordar la amargura de la esclavitud en Egipto. Una amargura que todos ponen de manifiesto, después de haberlas comido, haciendo un gesto de repugnancia.
      Se beben cuatro copas de vino. Se llena una quinta copa pero ésta no se vacía. Es la “copa de Elías”, que alude a la esperada liberación definitiva de Israel. Por eso se abre la puerta: en cada Pascua se espera otra vez el retorno de Elías, quien precederá a la llegada de Moisés, que está delante de la puerta.

Moisés

Pero la gran figura simbólica del pueblo de Israel no es Elías sino Moisés. Él, el mensajero de Dios, caudillo del pueblo, promulgador de la ley, incluso vicario de Dios, es una figura carismática de extraordinaria complejidad. Un caudillo que irradia autoridad y que sin embargo no lucha. Un portador de la revelación que es sin embargo un ser humano con debilidades. Un fundador de un culto que, sin embargo, no ofrece personalmente sacrificios.
      Las religiones han intentado, cada una por su parte, hacer también de Moisés su propiedad exclusiva: lo han “judaizado” como rabí Moisés, “cristianizado como “arquetipo de Cristo”, “islamizado” como “precursor de Muhammad”.
      Moisés es el hombre típicamente profético, en el espíritu de una religión semítica-próximooriental de fe y esperanza. Esa religión ve en Dios un , una realidad que habla al hombre y que espera de él una respuesta, una responsabilidad. La vocación de Moisés como libertador de su pueblo sucede desde una zarza ardiente que, sin embargo, no arde. A la pregunta de quién le estaba llamando, Moisés recibió de Dios Yahvé la misteriosa respuesta: ehyeh asher ahyeh, “estoy aquí como él que estaré aquí” (Ex 3,14). Es decir: estaré con vosotros, dirigiendo, ayudando, fortaleciendo y liberando. La fe en ese Dios s el fundamento permanente del pueblo de Israel: un Dios, vivido no como déspota, como amo de sus esclavos, sino como libertador y salvador.

La Alianza del Sinaí

El actual monte Sinaí es un antiquísimo espacio cultural. Se han encontrado en él palabras grabadas en la piedra, procedentes de esclavos semitas del faraón que trabajaban en las minas de cobre y malaquita del Sinaí. Y esas inscripciones son los ejemplos más antiguos del alfabeto cananeo-fenicio –adoptado también por los griegos- de 22 letras.
      Pero, en su contenido, la tradición del Sinaí quiere expresar que se trata de una relación muy especial de Yahvé con las huestes de Yahvé. Allí está la base de esa relación especial entre Dios e Israel que posteriormente recibirá el nombre de “alianza” berit. “Seréis para mí un reino de sacerdotes y un pueblo santo” (Ex 19,6). Estamos aquí, en verdad, en el centro y en el fundamento de la religión judía. No hay fe israelita, ni Biblia hebrea, ni religión judía, sin esa profesión de fe, formulada cada vez con más claridad, sin esa “fórmula de la alianza”: “Yahvé es el Dios de Israel e Israel es su pueblo”.
      La alianza del Sinaí se entiende, a justo título, como un pacto exclusivo, vinculante para ambas partes, entre Dios y ese pueblo, pacto por el que Israel se separa claramente de los mitos naturales de las religiones politeístas de su entorno. Sin embargo, la alianza del Sinaí no debe hacer olvidar la precedente alianza más general de Abraham, que incluye también a los hijos de Ismael, y por supuesto la alianza aún más antigua, perfectamente universal, de Noé.
      Porque la alianza hecha con Noé, fue una alianza con toda la creación. Es válida para hombres y animales, para circunciso e incircuncisos, no conoce diferencia de razas, de clases  ni de castas, y ni tan siquiera de religiones. Su signo no es, como en la alianza de Abraham, la circuncisión sino el arco iris, que cubre con su bóveda toda la tierra, todos los hombres y todos los pueblos.
      Esa alianza universal ya comportó, según la Biblia, claras obligaciones para la humanidad entera, para que ésta subsistiera y no fuese destruida. A la alianza con la humanidad corresponde una ´tica para la humanidad. Ese orden de subsistencia podría considerarse una ética fundamental mínima de respeto a la vida: no asesinar y no comer la carne de animales vivos. He aquí la justificación del no matar: “Porque Dios creó al hombre a su imagen” (Gen 9,6). Si, cada hombre es, según las primeras páginas de la Biblia, “imagen y semejanza de Dios” (Gen 1,26). Y por eso, Adán, no es el primer judío, como tampoco es el primer cristiano ni el primer musulmán. Adán es simplemente “el hombre”: Adán, el arquetipo de todos los seres humanos.

Israel, al principio una comunidad tribal

No sabemos exactamente cómo se produjo la gradual ocupación del país. Como quiera que fuere, poco a poco va surgiendo una comunidad de destino de las tribus de Israel. En el siglo XII, las familias y los clanes familiares, las aldeas, las tribus de los israelitas todavía viven en una constelación general premonárquica, preestatal. Una libre federación de tribus con un orden patriarcal, con ancianos, con varios santuarios de Yahvé y un sacerdocio de Yahvé.
      Cuando hay un peligro común, aparecen salvadores carismáticos sofetim “jueces”. Pero no hay ni aparato administrativo ni ejército profesional. La primitiva organización de Israel en los primeros siglos no es un Estado sino una sociedad tribal.
      No obstante, en vista de la amenaza exterior (filisteos) y de los problemas en el interior, las tribus de Israel acaban por adoptar también una institución que ya está establecida desde hace mucho tiempo en los pequeños Estados vecinos: la monarquía. El primer rey, Saúl (1012-1004, inicia ese cambio, el paso de una organización preestatal a otra estatal. Pero Saúl fracasa en el terreno personal y en el militar.
      Fue el judío David, de Belén (1004-965), el primer compañero de lucha de Saúl, después perseguido por éste, quien hace de esa sociedad tribal un Estado. Con él, triunfa definitivamente el reino de la época monárquica. Con él comienza la historiografía propiamente dicha.
      David, un hombre con carisma, con energía y visión de futuro, fue un gran político, un gran general y un excelente organizador. Con extraordinaria firmeza y visión política consigue unir por largo tiempo los reinos del norte y del sur, Israel y Judá. Convierte en capital a Jerusalén, la ciudad conquistada a los jebuseos, y la colina de Sión n su residencia: “la ciudad de David”. Pero desde luego ni la puerta de Sión que hoy se enseña ni la torre de David provienen de aquella época.
      La nueva capital, por otra parte, apenas habría adquirido el carácter sagrado que conserva hasta hoy si David, para consolidar sabiamente su dominación, no hubier llevado a su ciudad en solemne procesión, con música y danza, un arca transportable, la sagrada “arca de Dios”, símbolo de la alianza de las tribus y de la presencia de Yahvé. Allí construye después una tienda-santuario. Y además de la administración militar y civil organiza la administración sacerdotal cananea. Sí, por obra del rey Davis, Yahvé pasa a ser una especie de divinidad oficial en Jerusalén. Por obra de David, Jerusalén se convierte para todo Israel y para todo Judá en el centro cultural, en una ciudad santa única en su género.

Los profetas, en oposición a sacerdotes y reyes

Solo setenta años después de la entronización de David, hacia el año 927, se produce una funesta división del reino. La imagen que había ofrecido el fastuoso reinado de su hijo Salomón, constructor del primer templo, había sido demasiado estridente. Salomón con toda su gloria vivía como un potentado oriental, con una gran corte (harén), con una gran actividad constructora y armamentística. Las consecuencias fueron duros trabajos forzados y empobrecimiento de las masas.
      Tras la muerte de Salomón se separa el reino septentrional de Israel, con la nueva capital Samaria, del reino meridional de Judá –con la antigua capital Jerusalén-. Y desde entonces ambos reinos coexisten como vecinos, a veces emparentados mediante alianzas matrimoniales, a veces sumidos en luchas fratricidas, hasta que primero se hunde el reino del norte, y después el del sur.
      En total, la época monárquica, con el reino primero unido y luego dividido, dura sólo 400 años. Es al mismo tiempo la época del profetismo clásico, que caracteriza de modo singular la religión israelita frente a todas las otras religiones. ¡En qué religión se levantarían tan valerosamente los profetas contra reyes y sacerdotes!
      Estamos hablando de las grandes figuras proféticas como Isaías, Jeremías o Ezequiel, que se ven a sí mismos como hijos de Dios que han recibido un llamamiento especial. Ellos reciben directamente la orden de Dios y s la transmiten al pueblo. Esos heraldos no vaticinan nada sobre un futuro lejano sino que son guardianes, amonestadores, controladores y exhortadores para el presente.
      La crítica profética, expresada siempre enérgicamente, va dirigida contra la incredulidad y la soberbia del pueblo, contra el ritualizado servicio religioso de los sacerdotes, contra la falta de equidad en la administración de justicia de los gobernantes. Pero esos profetas también anuncian la salvación para algunas personas y para el pueblo. En cualquier caso, no hacen llamamientos a guerras santas, sino que predican sin cesar contra la guerra y a favor de la paz entre los pueblos. Además de todo eso, sostienen una lucha constante para defender la fe en Dios único, que no tolera a su lado otros poderes ni otras figuras.
      Impresiona sobre todo el empeño de los profetas por implantar una ética básica: las exigencias humanas de justicia, veracidad, fidelidad, paz y amor son presentadas como exigencias del propio Dios. No hay servicio a Dios sin servicio a los hombres: esa convicción de base la debe Israel sobre todo a sus profetas. Sí, las potentes voces de los profetas siguen resonando hasta la actualidad.

Desaparición de los dos reinos y fin de la monarquía

Algunos profetas –llamados por eso profetas del infortunio- anunciaron la inminente caída de ambos reinos. Y en efecto, ya en 722 los Asirios conquistan el reino septentrional de Israel, deportan a los habitantes a Mesopotamia e instalan su propia gente en Samaria y alrededores, de forma que desde entonces vive allí una población mixta –los samaritanos- menospreciada por los judíos del reino del sur.
      Menos de un siglo y medio después, en 587-586, también es conquistado por los neobabilonios el reino meridional de Judá; Jerusalén es tomada por asalto y saqueada. El templo salomónico, junto con el arca de la alianza, es pasto de las llamas.
      El profeta Jeremías había llamado la atención sobre la inutilidad de una sublevación contra la gran potencia babilónica, pero nadie escucha sus advertencias. Es perseguido, incluso encarcelado, como reo de alta traición, durante el asedio de Jerusalén. Los babilonios lo liberan, pero los rebeldes le obligan a emigrar a Egipto, donde muere.
      Sin embargo, toda la clase dirigente israelita es deportada a Babilonia, junto con el rey, que muere allí. Había llegado el final de la monarquía davídica, el final de una era. El pueblo judío iba a perder por espacio de dos milenios y medio, la autonomía político estatal. Vienen a continuación los casi cincuenta años de gola exilio en Babilonia (586-538).

Israel, una teocracia

Desde el exilio de Babilonia, el judaísmo vive repartido entre la patria y la diáspora (dispersión). De ésta parten ahora nuevos e importantes impulsos. Porque la mayoría de los judíos sigue viviendo casi siempre fuera de su patria. No quieren retornar a ella porque se encuentran mejor en la diáspora.
      Pero ya en Babilonia se preparó el nuevo postexilio:

·         Es ahora cuando quedan establecidos, como signos distintivos de los judíos frente a otros pueblos:
1.      La circuncisión,
2.      El sabbath y
3.      Los preceptos sobre la pureza y la comida.
La circuncisión estaba muy extendida en el mundo antiguo, por ejemplo en Egipto, pero no precisamente entre los babilonios; hoy sigue siendo usual incluso en ambientes laicos judíos.
·         Es ahora cuando se compilan sistemáticamente las diversas tradiciones:
1.      Los relatos hagadá y
2.      Las leyes halajá “modo de vida”.

¿Y el poder político? Éste lo tendrán ahora durante 200 años los Persas, después Alejandro Magno y sus sucesores, finalmente los Romanos. Israel ya no posee un reino. En cambio consigue tener, después de la cautividad, un segundo templo y, vinculada a él, una completa jerarquía del templo en esa Jerusalén que ahora es considerada el único centro del culto. En ese segundo templo ya no está el arca de la alianza. Pero sí hay algo nuevo, un gran candelabro de siete brazos menorah que pasa a ser un importante motivo del arte figurativo religioso judío y, desde 1948, el emblema del nuevo Estado de Israel.
            El judaísmo pasa a ser una religión del libro con un canon muy preciso de escritos. Ese canon consta de:

·         Ley/preceptos tora,
·         Profetas newiim y de
·         Escritores ketuwim
Todos los cuales forman juntos la Biblia hebrea (conforme a las letras iniciales de las tres partes: tenaj).

            La forma de gobierno de los judíos durante la dominación de los persas, de Alejandro Magno y de los romanos era la teocracia: un gobierno de Dios, en el que, sin embargo, Dios ya no reina, como en tiempos de la monarquía, sobre el Estado, que es pagano, sino sólo sobre la comunidad de los que creen en Yahvé. Ésta la ejercen, en concreto,

  • ·         por un lado el sacerdocio –hierocracia de una Gran Asamblea o Sanedrín y de un sumo sacerdote-
  • ·         por otro lado la Ley de Dios nemocracia.

La destrucción de Jerusalén y el Templo

Pero los zelotes querían conseguir de nuevo, frente a una gran potencia como Roma y mediante una revolución de todo el pueblo, la independencia nacional de Israel, que había sido alcanzada en el siglo II a.C. bajo los Macabeos. Las ideas revolucionarias de los zelotes prosperaron gracias a la esperanza apocalíptica en el reino mesiánico, muy generalizada. Pero el Apocalipsis tiene lugar de una manera distinta a la que ellos esperan:
·         Los judíos pierden la primera guerra judeo-romana (66-70). Resultado: unos 600 mil judíos muertos, Jerusalén asolada, el templo reducido a cenizas, la menorah llevada en triunfo por Tito a través de Roma, reproducida allí en su arco de triunfo, pero desaparecida después del ataque de los vándalos.
·         Los judíos pierden también la segunda guerra judeo-romana (132-135). El resultado es igual: 850 mil judíos muertos, Jerusalén arrasada, todos los judíos obligados bajo pena de muerte a abandonar el país. Se construye incluso una nueva ciudad helenística consagrada a Júpiter Capitolino: Aelia Capitolina en lugar de Jerusalén. La teocracia ha llegado a su definitivo final.
La religión fue la que dio al pueblo  sin patria una nueva patria espiritual. Para los judíos ortodoxos es importante hasta hoy lo siguiente:

·         El altar destruido es sustituido por los rollos de la torá, y el culto en el templo, por la oración, las buenas obras y el estudio de la torá.
·         El sacerdocio hereditario es sustituido por los intérpretes de la ley, los rabinos, y la dignidad hereditaria de sacerdotes y levitas, por la dignidad del rabino adquirida mediante doctos estudios.

Las mujeres habían tenido gran importancia como madres de familia y profetisas. Sin embargo, ahora están subordinadas en muchos aspectos a los hombres y separadas de ellos en la oración y durante el culto. No obstante, el hombre y la mujer son iguales ante Dios. Ambos pueden meter en las hendiduras del muro occidental del templo sus peticiones escritas.
            En lugar del templo de Jerusalén aparecen ahora por doquier las “sinagogas”: un nuevo tipo de asambleas, rezos y actividades de la comunidad. Se difundieron por Palestina, Babilonia, África del Norte y Europa.

LA EDAD MEDIA JUDÍA

Torá, rabinos, sinagogas: estos son los pilares de la larga Edad Media judía, que comienza ya en el siglo I-II y se prolongará hasta el siglo XVIII. El judaísmo que toma cuerpo antes y después de la destrucción del segundo templo en el año 70 estaba completamente consolidado hacia el año 600. La esperanza mesiánica está ahora vinculada a la estricta obediencia a la ley con sus 613 preceptos mizvot.

La pertenencia a la nación queda ahora pospuesta a la pureza ritual-moral frente a todas las naciones, de las que los judíos se aíslan más que nunca. De eso se encarga ya de por sí la exigencia de la comida ritualmente pura kosher. Se añade a ello la vieja prohibición de la carne de cerdo y de ingerir a la vez, en la misma comida, productos de leche y carne. Al principio los propios judíos consideraron muy oportuno vivir en un barrio propio gueto. Allí estudian y discuten juntos en la sinagoga. Estudiar se convierte en finalidad de la vida; leer las escrituras y los comentarios.
            Resumiendo: tras la destrucción del segundo templo y la desaparición del sistema teocrático, aparece un nuevo sistema rabínico-sinagogal para esa Edad Media judía que no fue interrumpida por ninguna Reforma y que no terminaría hasta la llegada de la Ilustración moderna. En los primeros siglos, el centro del judaísmo es otra vez Babilonia, hasta que la invasión de los mongoles puso fin al califato de Bagdad en 1258. Entre los siglos VIII y IX hay un auge del judaísmo en España, bajo los califas de Córdoba. Y, por último, otro periodo de florecimiento en los siglos X-XI en Europa central, sobre todo en Alemania.

El judaísmo ortodoxo

Los judíos están ahora obligados a vivir en el gueto. Y para esa vida son importantes dos cosas:
1.      Los rabinos, los doctores de la ley, son ahora el poder dominante en el judaísmo. Y lo son exclusivamente los de la corriente piadosa=farisaica, por ser el único grupo intrajudaico que sobrevivió a las catástrofes de los años 70 y 135. La forma de vida segregada-farisaica pasa a ser la forma de vida rabínica por excelencia. Y el rabí se convierte en norma y modelo de la comunidad de fieles.
  •       Los rabinos son los que comentan incesantemente la torá –el Pentateuco o cinco libros de Moisés-
  •       Durante el servicio religioso, la torá es venerada como una reina, vestida de seda, con adornos y corona de plata. Cada sábado se lee una cincuentaicuatroava parte, para que en un año se haya oído toda la torá.


            Así durante los primeros siglos posteriores, junto a la primitiva torá escrita, bíblica, aparece otra oral: primero la mishná, que abarca toda la ley religiosa de la tradición oral, la halajá, y después la gemará, que comenta por su parte la mishná. Ambas forman juntas el Talmud.
            El judaísmo rabínico se interesa menos por la fe correcta ortodoxia, que por un obrar correcto ortopraxia, acorde a la ley. El gran número de preceptos y de prohibiciones de la torá, escrita y oral, deben ser cumplidos forzosamente por ser revelación divina: el descanso del sabbath y los preceptos sobre la pureza y la comida, así como los relativos a la oración y al servicio religioso.

Doctrina esotérica judía: LA CÁBALA

Los sufrimientos y el estado de ánimo son en gran parte responsables de que las masas de judíos, sobre todo después de la expulsión de España en 1492, se entreguen al estudio d la doctrina esotérica o cábala. Es una forma judía de tiempo atrás, de la gnosis, que aspira a conocer los secretos de la divinidad. Pues estos son el auténtico contenido de la torá. Es más; algunos cabalistas tratan incluso de llevar hasta el éxtasis, al estado de gozo de la plenitud de Dios. El movimiento cabalista alcanza su apogeo entre los siglos XIV y XVII y adquiere cada vez más rasgos mesiánicos. Pero fue precisamente la vinculación con el mesianismo judío lo que contribuyó en gran medida a su hundimiento. Porque dos pseudomesias consecutivos que tuvieron muchísimos adeptos acabaron convirtiéndose al islam. Así, la cábala no llegó a crear un nuevo paradigma propio en el judaísmo.
            Lo que aún queda de piedad cabalística se concentra, en los hasidim los piadosos, de Europa oriental. Los hasidim están desengañados del seco rabinismo y consideran la oración y la unión con Dios en la vida diaria más importante que el aburrido estudio de la torá. Por eso profesan una religiosidad más sentimental, de fervor y alegría, acompañada a menudo de éxtasis, milagros y visiones. Hasta hoy están muy generalizadas entre los hasidim las ceremonias alegres y ruidosas en sinagogas propias y una oración o meditativa que se dirige con frecuencia a las letras de la Biblia. En todo ello tienen también una importante función las personas que han sufrido y se han salvado, los justos y santos.

Ilustración judía: MOSES MENDELSSOHN

Precisamente ese judaísmo “piadoso” medieval se enfrenta al desafío de la modernidad europea, que comienza, pujante, en el siglo XVII con la renovación de la filosofía, de la ciencia y de la concepción del Estado. Sin duda, se hace notar en Europa occidental y central más que en el este de Europa, más retrasado éste en lo político y lo social.
            Desde el principio, los judíos son parte activa de esta modernidad, colaborando en el establecimiento de la economía colonial moderna, en el desarrollo de un moderno sistema europeo económico y financiero, en la realización práctica del Estado moderno y también en la fundamentación de una filosofía racional moderna. Sin embargo, la expulsión de la sinagoga de Amsterdam en 1656 del joven filósofo Baruch Spinoza, precursor de la crítica moderna de la Biblia y representante de un nuevo concepto universal de Dios, es sintomático de la crisis de la ortodoxia judía.
            En el siglo XVIII, aparece por fin un hombre que puede reivindicar, ajusto título, su doble pertenencia al judaísmo y a la modernidad: es el filósofo, escritor y crítico Moses Mendelssohn, que se convierte en el iniciador, en el símbolo y el ídolo de la forma específica judía de la Ilustración haskala. Ésta irradia desde Berlín hasta el centro y nordeste de Europa. Memdelssohn es el primer judío realmente moderno. Con tanta prudencia como apasionamiento, defiende el judaísmo como la religión de la razón, que él trata de asociar con una fiel observancia de los deberes y ritos tradicionales judíos.
            Así, con su ilustrada filosofía judía de la religión y empleando el idioma alemán, Moses Mendelssohn prepara la integración de los judíos en la sociedad alemana; es más, él encara en su persona tal integración. Fomenta la incorporación de la cultura occidental al judaísmo y aboga porque en las escuelas los jóvenes judíos estudien materias de cultura general. Mendelssohn es amigo de Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) y sirve de modelo para su Natán el sabio.
            Mendelssohn escribe para Lessing una apología póstuma que lleva a término pocos días antes de su muerte en 1786. Tres años después llega por fin el cambio político: pero no en Berlín sino en París.

La salida del Gueto

La revolución francesa aporta a los judíos el ilimitado derecho de ciudadanía: será el modelo para toda Europa. El ilimitado derecho de ciudadanía concedido por decisión parlamentaria no vale para los judíos en cuanto comunidad religiosa, pero si en cuanto ciudadanos individuales.
            Esto ratifica después Napoleón, que convoca un Grand Sanhédrin y consigue imponer con su ejército, al principio también en Alemania, el Código Civil llamado de Napoleón. Allí se daría la tercera fructífera interacción en la historia universal –después de la judeo-helenística en Alejandría y de la judeo-musulmana en España entre la cultura judía y otra cultura ajena. Y por fin, con la entrada en Roma del ejército de liberación italiano caen también los muros del gueto de los Estados Pontificios: en 1870, inmediatamente después de la definición de la infalibilidad del Papa.
            Solo en el este de Europa la Ilustración es aún ajena a las masas, que siguen la influencia del hasidismo. Eso iba a acarrear, debido a progromos “matanzas” en Ruso y a medidas coercitivas en Rusia, Rumania y Polonia, nuevas migraciones de judíos: esta vez de nuevo hacia el oeste, a Europa occidental y, finalmente, a Estados Unidos.
            Por tanto, desde el siglo XIX los judíos están plenamente confrontados con el espíritu de la modernidad. Es precisamente en Alemania donde tiene lugar el gran debate por la reforma del judaísmo. El antiguo movimiento judío de retorno a la Biblia de los caraítas –kara´im, leer, muy difundido entre los siglos IX y XII, no había logrado triunfar, con su riguroso ascetismo, sobre el estado rabínico: no llegó a haber una Reforma judía que hubiera podido ser la condición previa para una Ilustración judía. Pero ahora sucede lo contrario, la Ilustración racional es la condición previa para una reforma religiosa del judaísmo: nace una ciencia histórico-crítica del judaísmo, y los estudiantes judíos se incorporan en masa a las profesiones liberales que ahora se les permite ejercer, como la abogacía y la medicina; al funcionariado siguen sin tener acceso.

El debate de las tendencias

Precisamente en Estados Unidos aparecen, como ya antes en Alemania, fuertes corrientes opuestas: un judaísmo ortodoxo, uno secularizado y, mediando entre ambos, uno conservador.

Actualmente hay que distinguir cuatro grandes grupos:

1.      Los ortodoxos, los guardianes de la tradición, que consideran revelados por Dios todos los preceptos religiosos y por eso sostienen que la práctica religiosa es inmutable. Muchos de esos ortodoxos –sobre todo los que proceden del este de Europa- siguen viviendo espiritualmente en la Edad Media y todavía hoy van por las calles de Nueva York, de Londres y Berlín vestidos como la población rural polaca dl siglo XVII.

2.      Los reformadores o liberales, que están perfectamente integrados en la modernidad: el judaísmo reformado quiere reconciliarse con la modernidad. Considera fundamental el mensaje de los profetas. Por eso rechaza muchas tradiciones arcaicas y lleva a cabo profundos cambios en el servicio religioso y en la forma de vida. No solo toman de los cristianos la homilía, el púlpito, la sotana, el órgano, el coro. Tampoco exigen que los hombres se cubran la cabeza, y las mujeres pueden ordenarse rabinas.

3.      Los conservadores, que tratan de unir ortodoxia y espíritu ilustrado. Esos judíos conservadores son receptivos frente a la modernidad, pero al mismo tiempo quieren conservar la práctica religiosa tradicional y en especial la lengua hebrea en el culto. Aceptan y consideran positivos los retos espirituales y materiales de la modernidad, pero no quieren renunciar a la tradición sino continuar con ella.

4.      Los no religiosos: en Alemania y en Europa oriental, en Estados Unidos al principio. No quieren pertenecer a ninguna sinagoga, no quieren saber nada de prácticas religiosas y celebran las fiestas en el mejor de los casos por tradición: socialistas, agnósticos, ateos, más tarde sionistas. Sienten aversión por la ortodoxia rígidamente legalista, han interiorizado la crítica europea de la religión, de ahí que rechacen toda religión. Su judaísmo ya no está vinculado a la fe en Dios, sino cada vez más a la fe sionista en un Estado de Israel.

Judaísmo entre secularismo y fundamentalismo

La mayor parte de los judíos hoy siguen viviendo como una minoría entre una población mayoritariamente cristiana o musulmana, dependen de ella y su gobierno y por eso necesitan, pese a todo, el diálogo. De todos modos,, muchas veces ha habido un intercambio de orden espiritual.
            En la sinagoga Beit Daniel de Tel Aviv s aspira a un judaísmo d base religiosa pero acorde con la época, arraigado en la fe del Dios uno, tal como lo expresa el Schema Israel,
Escucha Israel”: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, sólo el Señor
            Al final del servicio religioso, los rollos dela torá son enrollados, cubiertos y guardados. Anochece en Tel Aviv. Nadie sabe en este momento cual será el final del Kulturkampf entre laicos y religiosos.
            Lo único cierto es que esta gente también tiene anhelo de paz, de amistad, de amor y de una vida feliz. El judaísmo, esa religión de continuidad, vitalidad y dinamismo, encontrará sin duda, aquí y fuera de aquí, el camino hacia un futuro en el que se viva lo que afirma día tras día una de sus palabras más genuinas: Shalom, paz de Dios para el pueblo y para los pueblos.

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Küng, Hans, En busca de nuestras huellas. La dimensión espiritual de las religiones del mundo, México, Mondadori, DeBolsillo, 2ª edición, 2013.

Historia Universal, el origen de las grandes religiones, Perú, Salvat Ediciones, vol. 7, 2005.

  Historia. INTRODUCCIÓN. La Historia es una ciencia (disciplina prefieren decir otros) que exige una reflexión sobre su carácter como cie...