miércoles, 28 de junio de 2023

 

Francisco Cascales

 

 

Epístola III (Libro II)

Al Apolo de España. Lope de Vega Carpio
(En defensa de las comedias y representación de ellas)

Muchos días ha, señor, que no tenemos en Murcia comedias; ello debe ser porque aquí han dado en perseguir la representación, predicando contra ella, como si fuera alguna secta o gravísimo crimen. Yo he considerado la materia, y visto sobre ella mucho, y no hallo causa urgente para el destierro de la representación; antes bien muchas en su favor, y tan considerables, que si hoy no hubiera comedias, ni teatros de ellas, en nuestra España, se debieran hacer de nuevo, por los muchos provechos y frutos que de ellas resultan. A lo menos a mí me lo parece.

V. m. se sirva de oírme un rato por este discursillo, y decirme lo que siente, y pasar la pluma, como tan buen crítico, por lo que fuere digno de asterisco; que siendo v. m. el que más ha ilustrado la poesía cómica en España, dándole la gracia, la elegancia, la valentía y ser que hoy tiene, nadie como v. m. podrá ser el verdadero censor.

Así como entre los romanos tuvo la representación de tragedias y comedias firme asiento y alzó cabeza, hubo teatros, hechos por el pueblo romano, según Tácito, libro XIV de sus Anales, y Ausonio, in Sapientes, donde se hiciesen estos juegos escénicos. Y aunque al principio todo el auditorio de caballeros y ciudadanos estaba indistintamente junto, después, creciendo esta arte histriónica, creció también el gusto y curiosidad de oírla; y así se hicieron separados y distintos lugares para los senadores, para los caballeros, para las mujeres y para la gente plebeya.

El imperio romano, como al peso de su potencia trajo a sí todas las naciones, también trajo todos los vicios, y de la peste de ellos quedó tocada la representación, tomando larga licencia para hacer y decir torpezas y deshonestidades, hasta representar en el tablado descaradamente concúbitos torpes con lascivos meneos, irritantes a lujuria. ¿Qué os diré?, sacaban al tablado mujeres desnudas y hombres desnudos, mujeres públicas y muchachos perdidos y sucios, que acabada la comedia llamaban a los oyentes para usar con ellos. Véanse Tertuliano, Arnobio, Cipriano, San Agustín y otros padres de la Iglesia, que reprehenden estas abominaciones. Vino a tanto extremo la desvergüenza de esto, que la ley con justa razón condenó a los representantes a graves penas, y los dió por infames y privó de oficios públicos, hasta ponerlos en predicamento de esclavos. Y algunos emperadores los desterraron de toda Italia, aunque otros los hicieron volver y honraron de manera, que fue menester poner remedio en las muchas dádivas y honras que los príncipes les hacían.

Cornelio Tácito dice que Augusto César, ya por dar contento a su gran privado Mecenas, que favorecía a un famoso bailarín llamado Batilo, ya porque él tenia particular gusto en ello, se hallaba muchas veces en los teatros, con que hacía no pequeña lisonja al pueblo. Y añade, sobre este lugar, Lipsio que el mismo Augusto inventó la representación de los pantomimos; y Suidas y Zozimo escriben que antes de Augusto no los hubo, aunque César Bulengero dice que sí los hubo.

En aquel tiempo, y antes y entonces entre los griegos, se ejercitaba mucho y de muchas maneras la representación. Había histriones, según Ravisio, thymélicos, ethólogos, chironomos, rapsodos; había representación de comedias y tragedias, y de mimos, que eran unos entremeses de risa, pero con grande disolución y lascivia; había representación de bailarines, que representaban cualquiera acción, o fuese de amores, o alguna batalla, o toma de ciudad. Como se dice de Telestes, que delante del rey Demetrio danzó el concúbito de Marte con Venus con tanta propriedad, que le dijo el rey: Haces, amigo, tan al vivo esa representacion danzando, que me parece que lo veo todo, y que lo oigo. Y las saltaciones eran en dos modos, una Pírrica o armada, y otra Eumelia o pacífica. Había otra representación de músicos, que imitaban y hacían al vivo cualquiera acción, con su varia y dulce armonía de instrumentos musicales.

Tranquilo, en la Vida de Julio César, dice que Furio Leptino, de estirpe pretoria, y Aulo Calpeno, senador, danzaron la Pírrica. Pero ¿qué hay que espantar, si lo mismo se escribe de Octaviano? Fueron todo género de representantes tan estimados en aquellos tiempos, que grandes caballeros y príncipes los acompañaban por las calles y los visitaban en sus casas muy a menudo. Séneca, al fin del libro I de las Cuestiones naturales, dice estas palabras: "No se vacía la casa del representante Pilades y de Batilo; aguardan unos que salgan otros; en la escuela desta arte se ejercitan discípulos, y salen grandes maestros; por toda la ciudad, en cada casa suena el tablado de los bailarines; aquí danzan hombres, allí mujeres; y todos contienden sobre quién irá al lado del representante." Esta honra que usaban con los histriones caballeros y senadores, vitupera y condena el doctísimo Tertuliano en su libro De spectaculo, diciendo, en suma, que entraban en casa de los representantes hombres y mujeres: hombres, to que les daban las almas, y mujeres, que les daban los cuerpos; tanto era el deleite que sentían en aquella viciosa representación. Tácito en el libro citado dice estas palabras: "De la cantidad del salario de los representantes, llamado lucar, y contra la protervia de sus valedores se decretaron en el Senado principalmente estas cosas: Que ningún senador entrase en las casas de los pantomimos; que ningún caballero romano los acompañase por la ciudad, y que los pretores condenasen a destierro a los que los mirasen inmodestamente." Con todo eso, ni estas ni otras pragmáticas, ni esta ni otras penas pudieron refrenar el ímpetu de los aficionados a esta arte; porque en todo tiempo tuvieron los histriones grandes valedores. Roscio Galo, famosísimo representante, fue tan amado de Lucio Sila, dictador, que le hizo merced del anillo de oro, quiero decir, que le armó caballero, y Cicerón se ponía con él a contender: Cicerón a decir una cosa por más frases, y Roscio a representarla por más modos. Cicerón fue tan amigo de Esopo, histrión, que le llamaba su regalo. El emperador Nerva Cocceyo amó con grande extremo a Pílades, singular en la histriónica; Rubrio, según Plinio, fue muy estimado de Lucio Planco, tanto, que mandó se llamase Rubrio Planco; Astidamante mereció, por su arte, que se pusiese en el teatro su estatua; Nicostrato fue tan estimado entre los griegos como Roscio entre los romanos, por cuya destreza y perfección en esta arte se dice por proverbio: Yo lo haré como Nicostrato, que quiere decir, consumadamente. Citeris fue una representanta, a quien M. Antonio, después de su victoria, trajo a Roma en su coche, tirado de leones. Thymele fue la primera representanta que enseñó el arte de danzar representando, de quien los bailarines representantes se llaman thymélicos.

No trato de otros muchos de grande fama, que entre poetas y historiadores han dejado nombre excelente. Para mi propósito los dichos sobran; y aunque es verdad que todos éstos, y los demás que he callado, han merecido toda esta honra por la destreza y excelencia de su arte, por otra parte digo que la han desmerecido, y que con justa razón fueron desterrados de Tiberio y de Trajano y de otros emperadores, y vituperados de muchos varones graves y de muchos santos, y condenados por las leyes y por los cánones y decretos pontificales respecto de la torpeza y deshonestidad, y a veces arte mágica, con que en aquel tiempo representaban.

Pero agora ya la representación está castrada; ya tiene maniotas, que no la dejan salir del honesto paso; ya tiene freno en la boca, que no le consiente hablar cosa fea; ya vive tan reformada, que no hay ojos linceos de curioso que le ponga nota alguna. Gracias a Dios y a nuestro cristianísimo rey y a sus sapientísimos consejeros, que han examinado esto con tanta curiosidad y atención, que cuantas circunstancias podían agravar este caso las han mirado y previsto, prescribiendo a los representantes los términos de la representación, sometiendo a varones doctos el examen de las comedias, hasta mandar que no yendo firmadas o rubricadas del real Consejo no se puedan representar en parte ninguna.

Supuesto, pues, que hoy se representa sin deshonestidad, se danza sin movimientos irritantes y se canta tan modestamente como vemos, no ha lugar la ley que los amenaza; no ha lugar el decreto romano que los destierra; no han lugar los cánones de los pontífices que los condenan; no han lugar las reprehensiones de los santos. Concluyo, en fin, que la representación de las comedias es lícita.

Sobre esto habla largamente Homobono y el P. Mendoza en su Quodlibeto, y resuelven que oír comedias, o representarlas, o consentirlas, no es pecado mortal, no siendo las representaciones, bailes y cantares torpes y lascivos, aunque las comedias sean profanas, y aunque representen mujeres, y aunque éstas se vistan en hábito de hombres. Si bien advierte el P. Mendoza que si alguno hubiere tan flaco y fácil, que con cualquier pequeña ocasión de mujer tiene proclividad al pecado, que este tal hará mal de meterse en el peligro de pecar.

El P. Tomas Sánchez, religioso de la Compañía de Jesús, libro De matrimonio, dice y concluye que decir o escribir o oír palabras torpes y deshonestas no es intrínsecamente malo, sino indiferente; porque de las circunstancias y fin del que habla, escribe o oye, pende la bondad o malicia; que como las palabras son señales significativas del concepto, en tanto serán malas o buenas, en cuanto los conceptos son malos o buenos; y el conocimiento de las cosas torpes es indiferente, porque puede mirar, ya a buen fin, como es la investigación de la malicia moral, ya a mal fin, como al fomento de la lujuria. Y concluye también que es solamente pecado venial hablar palabras deshonestas por alguna vana causa, o por deleite del artificio y curiosidad, como no haya delectación venérea y lasciva. Y para lo dicho trae a Cayetano, a Filarco, a San Antonino, a Navarro, a Juan Hessels y a Graffis y a otros.

Pues ¿qué será no habiendo acciones, bailes, ni cantares torpes y lascivos, sino tan limitados y compuestos como hoy los vemos en las comedias? Será lo que infiere el dicho autor: que cuando las cosas que se representan no son torpes, y el modo de representar no es torpe, no pecan mortalmente los que los representan, ni los que las oyen, ni los que las consienten, ni los poetas que las escriben, ni los clérigos que asisten a oírlas, no obstante la prohibición del capítulo Clerici y el capítulo Non oportet; porque, según Cayetano, pueden lícitamente asistir cesando escándalo y menosprecio, el cual cesa hoy, a parecer del P. Tomás Sánchez.

Ya que se puede representar y oír representar con este salvoconducto de que los representantes no traen la peste contagiosa de la deshonestidad y lascivia, consideremos agora si el artificio de la representación y el de la comedia y tragedia es de algún provecho para la vida humana. ¿Cómo de alguno?, de infinitos. El P. Martín Antonio Delrío, religioso de la Compañía de Jesús, en sus comentarios sobre las tragedias de Séneca, en el prolegómeno, dice que en la tragedia se nos propone la vida y costumbres que habemos de huir y abominar, y en la comedia el género de vida que nos conviene seguir; y en confirmación de esto trae unos versos de Timocles, poeta griego, al cual citan Arsenio sobre Eurípides, y Ateneo en el libro VI, y Stobeo, cap. I, sermón 133. Traducidos suenan así:

Escúchame, te ruego, lo que quiero
Decirte en tu provecho. Ya bien sabes
Que el hombre es animal calamitoso,
Y su vida sujeta a mil molestias:
Un alivio le queda solamente
Para su bien, y es ése el mal ajeno.
Del mal ajeno toma documentos,
Del mal ajeno saca su consuelo,
Del mal ajeno forma sus costumbres:
¿La grande utilidad no consideras
Que acarrean los trágicos al hombre?
Si alguno vive pobre y afligido,
Viendo en mayor necesidad a Télefo,
Lleva con más paciencia su pobreza;
¿Otro es furioso?, de Alemeón se acuerda;
¿Otro es ciego?, consuélase con Edipo;
¿Murió tu hijo?, vuelve el rostro a Niobe;
¿Hay algún cojo? mire a Filoctetes;
¿Hay algún viejo miserable y pobre?
A Eneo represente ante los ojos.
En fin, quien considera los ajenos
Males en mayor punto de miseria,
Los suyos llevará con más paciencia.

Los poetas son cisnes que siempre cantan divinamente, águilas que se trasmontan a los cielos, ríos que en vez de agua manan candidísima leche, láminas donde se imprimen y quedan eternamente las leyes de amor, las de justicia, las de misericordia, las condiciones y preceptos de la vida humana. Vamos, vamos al teatro escénico, que allí hallará el rey un rey que representa el oficio real; adónde se extiende su potestad; cómo se ha de haber con los vasallos; cómo ha de negar la puerta a los lisonjeros; cómo ha de usar de la liberalidad, para que no sea avaro ni pródigo; cómo ha de guardar equidad, para no ser blando ni cruel. Vamos al teatro, y veremos un padre de familia, que con su vida y costumbres, y con sus consejos, sacados de las entrañas de la filosofía, nos enseña cómo habemos de gobernar nuestra casa y criar nuestros hijos.

Minturno dice, con Cicerón, que la comedia es imitación de las costumbres y imagen de la verdad. ¡Oh cielos, que sea esto certísimo, y haya quien exclame en los púlpitos, y acuse y reprehenda y condene la representación a las eternas penas del infierno! No sé con qué razón se defiende; no sé qué leyes, qué textos tiene en su favor; no sé qué espíritu le mueve la lengua. Trepidaverunt ubi non erat timor. "Temblaron de pies y manos donde no había peligro que temer." ¡Oh hombres sin hombre! ¡Oh corazones sin corazón! La comedia dice este autor que es imitación de las costumbres. Veamos esto cuán cierto sea. ¿Cuán cierto? Más que la regla de Policleto, más claro que el sol de mediodía.

Costumbres son las disposiciones del ánimo y apetitos a que naturaleza nos inclina; y como ya nos inclinamos al bien, ya al mal, por eso son las costumbres, ya buenas, ya malas; y porque el poeta es imitador de las acciones humanas, en las cuales se echan de ver y descubren las costumbres, necesariamente se ocupa en la imitación de las costumbres. El poeta es muy circunspecto y muy docto, y como tal, en sus poesías no perturba ni confunde las costumbres de los unos con las de los otros, sino que a cada uno le da sus partes y propriedades, pues en todas edades y en todos estados hay distintas costumbres. Los mozos de su naturaleza son lascivos, largos en dar y gastar, ambiciosos, coléricos, animosos, más amigos de honra que de provecho; prestos en creer, fáciles en mudarse, dados a cosas de alegría, incautos y olvidados del tiempo futuro. Al contrario, los viejos son cautos, prudentes, tímidos, de poca esperanza, avaros, templados, atentos a la guarda de la hacienda, grandes habladores, Catones en reprehender, jactanciosos y alabadores de si mismos, mal acondicionados y terribles. En fin, los poetas van discurriendo por las condiciones de todos y de todas las naciones; porque diferentemente se habla el Portugués que el Castellano, el Tudesco que el Italiano, el Ateniense que el Lacedemonio; y no solamente imita el poeta las costumbres, pero los afectos y pasiones del ánimo; por donde viene a ser el poema, ya morato, ya patético. Será morato, adonde principalmente se pintan y expresan las costumbres; será patético, donde predomina la pintura y descripción de los afectos.

Pues si tenemos en el teatro poesías que nos descubren las rayas de la naturaleza humana, y nos avisan del mal y del buen suceso que nos aguarda, y nos traen a la memoria los varios acontecimientos de la vida, y de ellos nos hacen un mapa universal, donde cada uno conoce y ve como en espejo sus costumbres, por las del otro que allí se representa, y aprende aquello que le ha de ser de provecho, y abomina aquello que le ha de ser dañoso y veneno mortal si lo toma y sigue, por el fin y paradero en que el otro vino a dar, ¿podrá decir alguno que la representación no es útil y provechosa? ¿Qué padre ve un hijo en el tablado, desbaratado y vicioso, que acaba en un infortunio, afrenta o muerte desgraciada, que no desvía el suyo de los pasos por donde aquél anduvo? ¿Qué madre ve una alcagüeta en el teatro, que entra en casa de la otra matrona en son de venderle tocas, pebetes, ungüentillos y otras buhonerías, y debajo de aquella simulada santidad trae a la hija el billete, y si puede, la habla y persuade que dé contento al galán que la sirve con vicioso intento, y no queda con esto advertida para no recibir en su casa tales viejas, tales Lamias, tales Circes? No es menester singularizarlo todo; que por las uñas se conoce el león.

Dice también que la comedia es imagen de la verdad. Dice verdad; porque, si bien los poetas, principalmente cómicos, por la mayor parte cuanto representan es fingido, y la acción que toman no pasó jamás, sino que ellos inventan el argumento y los nombres de las personas, esto hacen para representar más al vivo lo que importa a nuestras costumbres y al bien político y doméstico. Declárome: dice Aristóteles, en su Poética, capítulo VII, tratando de la diferencia que hay del historiador al poeta, que no es oficio del poeta narrar los casos sucedidos propriamente como sucedieron, sino como pudieran suceder verisímil o necesariamente. Por donde viene a ser la poesía más excelente que la historia; y la causa es, porque aquélla mira a objeto universal, y ésta particular. De aquí se echa de ver que tomando un suceso como naturaleza lo comenzó y acabó, le hallaremos muchas imperfecciones, y ésas es menester emendarlas con el arte, y perfeccionarlas de manera que no le falte circunstancia necesaria para que aquella obra parezca y sea consumada. Pues esta licencia que tiene el poeta para quitar y poner en la obra de naturaleza, se llama ficción poética; y para quitarse de este trabajo de estar emendando obras ajenas, suelen muchas veces, principalmente en poemas cómicos, fingirlo todo; porque, según los preceptos del arte, fundados en razón, salga la obra perfecta conforme a lo que el poeta pretende inducir y persuadir en favor de la buena institución nuestra. Como si quisiese movernos a la justicia, a la paz, a la guerra, a las letras, a la liberalidad, para cualquiera de estos objetos universales finge una acción particular, de donde derechamente venga a conseguir el intento que toma. Pues pregunto yo agora: ¿el poeta que esto finge, diremos que miente?, ¿diremos que dice contra la verdad? No por cierto; antes diremos que debajo de aquel argumento fingido nos pone un espejo y una imagen de la verdad. Pues en aquella acción de la paz nos representa las excelencias de la paz; y en la acción de un hombre liberal nos enseña el bien y gloria que el hombre alcanza usando bien de la liberalidad.

¿Qué no han dicho divinamente los poetas para bien nuestro?

Norunt omnia vates,
Quae sint, quae fuerint, quae post ventura trahantur.

Los poetas, dice Marón, son unos cristalinos espejos, que nos dicen la verdad de lo que pasa y ha pasado y pasará en el mundo. Descendamos, pues, al conocimiento de todas las artes y de todas las ciencias. Aquí se hallará lleno y cumplido abundantemente el espacioso círculo de las cosas divinas y humanas; la verdadera enciclopedia de los griegos, los filósofos platónicos y socráticos, la escuela de los epicúreos y las cavilaciones de los subtiles sofistas. Hallaránse en los trágicos y cómicos poemas, cuanto más en los heroicos, sus opiniones, sus proposiciones y axiomas. Aquí los astrólogos verán sus ascendentes, sus triplicidades y sus horóscopos con grande cuenta y verdadero discurso tocados. Aquí los retóricos conocerán las flores de la elocuencia, sus tropos y figuras, el modo de enseñar, de deleitar y de vencer, moviendo mejor que en Demóstenes y mejor que en M. Tulio. Aquí el ingenioso arquitecto se holgará de ver termas, coliseos, anfiteatros, arcos, puentes, templos, casas magníficas desde la planta y montea, hasta echar la clave al edificio con su justa simetría y corresponsión de partes, con todo género de colunas, desde el plinto hasta el capitel, más bien que del ingenio monstruoso de Polión tratadas y compuestas. ¿Qué no hay aquí, que tenga el mundo desde donde nace hasta donde muere el sol, desde el austro Líbico hasta las Cabrillas y Pastor del cielo? Pues la frasis de la poesía es la más limpia, más gallarda, más florida, más cortesana que habló el mejor pico de oro de Roma vencedora y de la docta Atenas. Si éstas no son utilidades, donde se representa la noticia de todas las cosas, ¿cuáles lo son?, ¿cuáles?

No quiero sepultar en silencio la viva y natural acción de los representantes, que con ella levantan las cosas caídas, despejan las obscuras, engrandecen las pequeñas, dan vida a las muertas. Las partes de la elocuencia son cinco: invención, disposición, elocución, memoria y acción. Ésta tiene en las oraciones (así lo dice Quintiliano) admirable virtud y dominio, porque no importa tanto que las cosas que decimos sean calificadas, cuanto el modo con que se pronuncian. Que de la manera que yo oigo la cosa, de esa manera me persuado y me muevo. Si me dicen el concepto flojamente, flojamente se me encaja, y al contrario. Y así digo que no hay razón tan fuerte, que no pierda sus fuerzas si no es ayudada con la animosa acción del que dice; y los afectos del ánimo es fuerza que relinguen y desmayen si no los sopla el viento de la voz, si no los favorece el semblante del rostro, si no los anima el movimiento de las partes del cuerpo. Tratando de esto particularmente Fabio, dice así: "Documento sunt scenici actores, etc." Esto que he dicho, dice, se echa de ver en los representantes escénicos, los cuales aun a los más excelentes poetas les añaden tanta gracia y los realzan de manera, que aquellas mismas poesías que les oímos, cuando las leemos nos agradan infinitas veces menos, y cebados de la buena acción nos hacen oír con gusto vilísimas raterías, y hacen que nos agraden poetas que puestos en nuestra librería no nos acordamos de ellos, y en los teatros son celebrados con grande copia y frecuencia de gente.

Nadie sintió como Demóstenes la potestad de la acción. Este gran orador, siendo preguntado que cuál era la más excelente y primera parte de la elocuencia, respondió que la acción; vuelto a preguntar que cuál era la segunda, replicó que la acción; y preguntado que cuál era la tercera, dijo que la acción. De donde coligieron que, no sólo juzgaba Demóstenes que la acción era la más principal, pero que ella era la que daba la victoria de la causa. Y el mismo Demóstenes era famosísimo en las acciones. Y así, habiendo leído los Rodios una oración de Demóstenes, le dijeron a su gran orador Esquines que les parecía admirable, y respondióles: ¿Pues qué os pareciera si la oyérades a él mismo?, dando a entender que una cosa buena, bien representada es mejor. Hablando Cicerón de la acción, dice que esta poderosa parte de la elocuencia la tiene el orador prestada y tomada del representante, cuya es de derecho, y del arte histriónica aprende el orador sus acciones, salvo que tiene algunas la histriónica que no convienen a la gravedad del orador, y éstas son las acciones mímicas, que son las que se usan en los entremeses o en los graciosos y vejetes de la comedia.

El representante, pues, sabe muy por menudo todo el oficio de la acción; la cual dice Quintiliano agudamente que es elocuencia del cuerpo; y así por todos los miembros dél va dando preceptos. De la cabeza dice que, así como ella es la parte principal en el cuerpo, lo es también en la acción, y que ha de tenerla el que dice, derecha, no baja como bestia, no torcida hacia tras como estrellero; pero si quiere significar arrogancia, la puede levantar; si tristeza, bajar; si dolor, inclinarla. El movimiento de la cabeza sea conforme a lo que dice, si niega, si concede; y corresponda con la acción de las manos; y el aspecto y semblante siga la significación de la cosa con moderación, porque el demasiado afecto es vicioso. Con el semblante nos mostramos humildes, bravos, blandos, tristes, alegres, soberbios y benignos. Lo primero que miramos en el que habla es el semblante; con éste amamos, con éste aborrecemos, y con éste entenderemos muchas cosas antes de hablar. La ceja, el soberbio y el que se admira la levanta, el que está triste la baja. Las narices hincha el airado; la honestidad pide los ojos serenos, la vergüenza bajos, la ira encarnizados, el dolor llenos de agua, el amor risueños y lascivos; y para no ser prolijo, no hay parte en el cuerpo que carezca de acción sujeta a las leyes de la histriónica.

Pues si sabemos por lo dicho que la acción es la que predomina en el oficio del orador, del predicador, de cualquiera que habla, y la victoria de lo que dice consiste en la acción, ¿quién negará el provecho de esta arte? Parece que basta lo dicho en abono de la poesía y de la representación; sólo querría desatar un lazo a mi parecer gordiano, y es éste: ¿cómo se puede creer que las tragedias y comedias son útiles y buenas, pues Platón expele de su república a los trágicos, cómicos y mímicos poetas, como a personas indignas del comercio humano? Espanta el rigor de Platón; pero no le espanta al indagador de la Natura, Aristóteles. Platón, como tan docto, sabía que el poeta es imitador de las acciones buenas y malas y de las costumbres buenas y malas de los hombres, y que cuanto más perfecto es el poeta, tanto más perfectamente trata la imitación dicha; y coligía que, en cuanto imitaba malas acciones y malas costumbres, damnificaba la república y era de mal ejemplo, y por esto no admitía poetas que se obligasen a esto, sino a aquellos, solamente, que cantasen los hechos insignes, las obras santas y alabanzas de los buenos, y grandezas de Dios.

A esto satisface Aristóteles en su Poética, diciendo que cuando el poeta saca al tablado un ladrón, un homicida cruel, una alcagüeta taimada, un mancebo vicioso, un perjuro, un rey tirano, y otras personas de mal ejemplo, que si esperamos hasta el plaudiste y hasta la solución de la fábula, veremos el mal fin en que éstos paran; el merecido castigo que del cielo tienen; las desgracias en que se ven en el discurso de su vida hasta la muerte. Y considerando esto, de la misma manera que el buen ejemplo del virtuoso me incita a los actos de virtud, así el desastrado fin de éstos me espanta y aparta del vicio y de los caminos por donde se perdieron. De modo que no menos me enseña el malo con su fin desastrado, que el bueno con la gloria que alcanza de la virtud. Éste me llega a su trato, aquél me aparta del suyo; éste me pone amor en su buen ejemplo, aquél me pone temor con sus infortunios, y ambos, en fín, hacen en mí un mismo efecto, que es llevarme al camino de la salvación. ¿Los padres de la Compañía y otros religiosos no predican sermones que llaman de ejemplos?, ¿qué ejemplos son éstos? Unos de hombres viciosos, que acabaron en mal o se convertieron milagrosamente; otros de hombres virtuosos, que con su vida y costumbres edificaron muchas almas. ¿Qué otra cosa hacen los poetas con sus imitaciones de buenos y malos?, ¿no hacen lo mismo? Luego Platón no tuvo suficiente causa para la expulsión de los poetas, ni nadie para la expulsión de las comedias.

Últimamente, digo que no sólo la comedia enseña, pero que también deleita, ya con la imitación de las acciones y costumbres buenas, como habemos visto, y con las malas y con las lastimosas. Esto con un símil quedará verificado. Cuando un toro en el coso arrebata a un hombre, y con los cuernos le echa por los aires, le da una y otra cornada, le despedaza bramando, y le mata cruelmente, ¿hay dolor que se compare a éste?, ¿hay ojos que no se hagan fuentes, viendo tan lastimoso espectáculo? Pues si un pintor con vivas colores, o un poeta con su verdadera imitación, pintase aquel triste caso tan propriamente, que me pareciese a mí que veía otra vez aquella crueldad, la genuina imitación del pintor o del poeta, ¿no me agradaría? Sin duda. Luego también agrada el histrión representando lo malo como lo bueno, lo lastimoso como lo alegre. Cuanto más que, fuera de que el principal deleite de la poesía nos viene por la imitación, tiene mil ayudas de costa para lo delectar: tiene los inopinados acontecimientos; tiene la tela del argumento tejida de varios enredos; tiene el artificio secreto que por debajo mina los corazones; tiene la diversidad de las personas; tiene las descripciones de los países, de los ríos, de los jardines, de los páramos y soledades; tiene la conexión y solución de la fábula; tiene la mudanza de una en otra fortuna, y tiene más que nadie sabrá decir. Y así lo dejo, porque callando lo reverencio más, y en el pensamiento celebro lo que no he dicho por cortedad de ingenio.

Nuestro Señor a v. m. guarde. Murcia y Julio 5 [1617].

Cartas filológicas, 1634

https://www.ensayistas.org/antologia/XVII/cascales/cascales1.htm

 

Autores a través de los siglos:
Siglo XVII

Francisco Cascales

 

 

Epístola Primera (Libro III)

A Doña Antonia Valero de Eslava
(Con una instrucción para las doncellas que han de ser casadas)

Mándame v. m., señora doña Antonia, como tan deseosa de sacar su hija espejo de mujeres, en quien se vean las partes y costumbres cuales se requieren en la doncella que ha de ser casada, que tome a mi cargo esta empresa. Muchas causas tengo de rehusarla: la primera, ser mi señora doña Antonia Caxa de Miota hija de v. m. y del señor licenciado Antonio de Miota, que con esto es fuerza presuman su bondad y virtud los que no la conocen, y la prediquen y alaben los que tienen noticia de sus costumbres. La segunda, que cuando hubiera necesidad de documentos, el señor licenciado, como padre y como tan docto, debiera hacer esto, y lo hiciera por excelencia. Las demás causas dejo, porque al fin he de obedecer mandándomelo v. m., y porque quedaré yo muy glorioso de haber hecho este servicio al señor licenciado, con quien yo me honro tanto. Pero será esto, no poniendo los ojos en mi señora doña Antonia Caxa, que su merced es ejemplo de doncellas, sino tomando este asunto en general, y enseñando a la doncella que ha de ser casada cómo se ha de prevenir para este estado y gobernar en él.

El primero y más principal documento es que sea buena cristiana; y ésta es la basa fundamental, así de éste como de todos los demás estados. Si la doncella es más hermosa que el sol, y trae en dote el Potosí, y si es más dulce y agradable que las sirenas, no lleva nada si no lleva buen alma. Ejercítese en actos de caridad, sea muy devota, sea muy aficionada a los pobres; que tiene Dios en ellos puestos los ojos, y recibe a su cuenta lo que a ellos se les da; hágase a los ayunos que manda la Iglesia; ame las práticas y sermones y aprovéchese de ellos; tenga sus horas diputadas para rezar, y no sea escrupulosa ni libre, que el medio en muchas cosas es aprobado; frecuente la confesión, frecuente las devociones, y todo esto bajo la obediencia de sus padres; que a pesar de ellos, la doncella, aun a cosas de virtud, no ha de salir de los lumbrales de su casa, ni pasarle por el pensamiento. De esta manera concupiscet rex decorem ejus; de esta manera cobrará opinión su virtud. Y aunque dijo el satírico: Probitas laudatur et alget, lo cierto es que Dios nunca falta a los suyos, y que los pone en las alas de la fama, para que todos tengan noticia de las virtuosas y santas doncellas, y de todos sean, como margaritas preciosas, apetecidas y buscadas. Con elegancia lo dijo el insigne poeta Pontano en aquellos versos del Pégaso:

Nec vero monumenta hominum intestata reliquit
Juppiter, at caelo illustrans vestigia famae,
Virtutisque aperire viam ad nova nomina jussit.
Pegasus hinc caelo micat; 
etc.

No dejó el gran Tonante sepultadas
Las insignes hazañas de los hombres,
Antes mandó que en el celeste globo
Luciesen las pisadas de la fama,
Y abrir de la virtud mandó el camino
Para mayor renombre y gloria suya:
Por eso luce el Pégaso en el cielo.

Esté, demás de esto bien ocupada la doncella. ¡Oh qué buen documento! Mientras está ocupada la mujer, doncella o casada, no se acuerda de los gustos y deleites humanos; que éstos llevan los pensamientos tras sí y las anegan en las turbias aguas de la torpeza. ¡Qué bien decía Architas Tarentino que en el reino del deleite no podía estar ni vivir la virtud! Antes, si la doncella se divierte a pretensiones de casada, el ejercicio corporal que lleva entre manos la hace olvidar y la enajena de aquella imaginación, que si bien no es torpe, pues va dirigida al matrimonio, ese cuidado no ha de ser suyo, sino de sus padres y principalmente de Dios, cui omnia vivunt.

La aguja y la rueca son las armas de la mujer, y tan fuertes, que armada con ellas resistirá al enemigo más orgulloso de quien fuere tentada. La labor, la ocupación apaga los ardores de la concupiscencia. Bien lo advierte Terencio en el Andria:

Primum haec publice vitam parce ac duriter
Agebat, lana ac tela vietem quaeritans.
Sed postquam accessit pretium pollicens
Unus et item alter (ita ut ingenium est omnium
Hominum ab labore proclive ad luvidinem)

Accepit conditionem.

"Al principio esta mujer vivía una vida templada y con clausura, sustentándose de la lana y de la tela, de hilar y tejer; mas así como abrió la puerta a mancebos enamorados, que le prometían y daban (como, en efecto, el engenio humano se deja llevar fácilmente del trabajo al ocio y deleite), rindióse al vicio."

La doncella honesta siga y espere la voluntad del padre; que cuando no llegue a ser casada, más perfecto es el estado de la virgen; y si lo fuere, dé primero a entender que sale de casa de sus padres violentada. Y acuérdese del uso de los Romanos en el matrimonio, que cuando llegaba la desposada a casa del marido, rehusaba el salir hasta que la arrebataban, y por fuerza la entraban en el coche sin tocar sus pies en los umbrales. Y de este uso da Plutarco dos causas: la una, porque van de mala gana donde han de perder la flor virginal; la otra, porque dan a entender que no hubieran salido de sus casas, ni dejado a sus padres si no fueran forzadas. An eo invitae ingredi videri volunt, ubi pudicitiam sunt amissurae? an quod potius signum est, ipsam non sua sponte domum exituram, nec suos relicturam fuisse, nisi cogeretur, quemadmodum vi coacta ingressa esset?

El mismo Plutarco dice que en Beocia llevan a la desposada en un coche, y que en llegando a la casa del marido, queman el eje, significando que ha de quedar allí sin esperanza de volver: Tamquam eo sublato, quod eam asportaturum fuerat. Faltando el coche en que había de volver.

Notable es también lo que dice San Isidoro, en sus Etimologias, declarando la de uxor, que quiere decir "casada": Uxores vocatae quasi unxiores. Moris enim erat antiquitus, ut nubentes puellae simul venirent ad limen mariti, et postes, antequam ingrederentur, ornarentur laneis vittis, et oleo ungerentur: "Era, dice, costumbre antigua que las desposadas viniesen con sus maridos a su casa, y que encima de la puerta se colgasen unas vendas de lana untadas con aceite," y por aquella unción se decían uxores. Pero la significación de aquellos vellones de lana era, que de allí adelante su ocupación había de ser el lanificio, de que tanto se preció Aragne, y tanto Minerva, y no menos deben preciarse todas las buenas casadas.

Dame la mujer ociosa, te la daré perdida. El áncora firme y segura de la castidad es la ocupación; ésta divierte los malos pensamientos, ésta es una puerta cerrada a todos los vicios. El amor, poderoso dueño de las almas (como se ve y prueba con ejemplos de no pocos santos, cuanto más de gente viciosa), no tiene fuerza contra los ocupados. Otia si tollas, periere Cupidinis arcus. Como dice Luciano, en el diálogo de Venus y Cupido: Amor numquam aditum ad Minervam, aut Musas habere potat, quia hae semper occupatae, illa gravi fronte animoque in expugnabili est: "EI amor, dice, no tiene entrada, ni a Minerva, ni a las Musas, porque éstas están siempre ocupadas, y aquélla tiene rostro grave y zahareño y inexpugnable."

Y esta ocupación no sólo ha de ser de la aguja empleada en la costura de camisas, en la vainilla, deshilados, cortados, labores, plumajes, bordados, redes, tocas, garbines y otros aderezos; pero también en algunos géneros de guisados, así ordinarios como extraordinarios, para el día (que se ofrecen algunas ocasiones de éstas) de fiesta, de convite, de enfermedades, en que son servidos los enfermos con varios sainetes y regalos; en fin, cosas pertenecientes a la obligación de casados. Que no es razón vaya la doncella a poder de su marido, ignorante y bozal en las cosas de su familia.

Ya imagino casada a mi señora doña Antonia Caxa, y con estas partes que hemos dicho y otras superiores. Agora el amor debido a su esposo la haga una misma cosa con él: estímele, ámele, agrádele.

Si tuviere algunas imperfecciones, súplaselas con su discreción; si fuere iracundo, si algo duro, si algo intratable, lleve con paciencia aquel rigor, guste de su humor, parézcale bien aquella extrañeza, y verá en qué pocos días le vence, le trae a la mano, y hace dél cuanto quiera. "No hay cosa tan dura que con el tiempo no se ablande": Nil adeo durum est, quod non mitescere possit. En fin, con estos medios vendrá a unirse con él, de manera que no se halle el uno sin el otro, y que estén contentos en casa, fuera de ella, en la ciudad, en la granja, en España, en la India y en el postrero rincón del mundo. Eso mismo, por otro lenguaje, dijo Marcial a su amigo Manio, lib. X, epigrama XX:

Ducit ad auriferas quod me Salo Celtiber oras,
Pendula quod patriae visere tecta libet;
Tu mihi simplicibus, Mani, dilectus ab annis,
Et praetextata cultus amicitia;
Tu facis in terris, quo non est alter Iberis
Dulcior, et vero dignus amore magis.
Tecum ego vel sicci Getula mapalia Paeni,
Et poteram Scithicas hospes amare casas.
Si tibi mens eadem, si nostri mutua cura est,
In quocunque loco Roma duobus erit.

El casamiento es, o cielo o infierno. Si el marido y la mujer se conforman, es cielo; y si viven discordes, infierno. Manden a la memoria los casados estas décimas, que hizo un buen marido a su mujer, contentos en el estado:

Ya, mi Julia, vengo a ser,
Con el título de esposo,
El hombre más venturoso
Que ha nacido de mujer.
Debo al cielo agradecer,
Que me da gloria en la tierra,
Y paz sin temor de guerra;
Porque guerra entre casados
Es vida de condenados,
Si vida el infierno encierra.

Pirro, que glorioso almete
Ostenta y viste loriga,
Armas, furia, Marte siga;
A mí dulce paz compete.
Esa tu rostro promete.
Siendo de ti prometida,
Espero verla cumplida;
Y con tal salvo conduto
Podré pasar a pie enjuto
El mar Rojo de esta vida.

Naciendo Cristo enarbola
Bandera de paz al punto,
Y cercano a ser difunto,
Dió la paz y encomendóla.
Y Judas, con ella sola,
Contra su Dios se abalanza,
Y efectuó su esperanza;
Que al beso de paz, con ser
Falso, se dejó prender.
¡Oh lo que la paz alcanza!

De la guerra y rebelión
Nunca se espera salud;
De la paz, gloria, quietud,
Amor y conformación.
Por esta perfecta unión
Dios y el amor nuestro a una
Cada cual nos importuna:
El amor nuestro, importuno,
A hacer de dos cuerpos uno,
Y Dios de dos almas una.

Adonde hay concordia, allí
Todo cuadra y viene al justo,
Todo es un color, un gusto,
Un querer, un no y un sí;
Lo que quiero para mi,
Eso quiero para vos:
Ésta es vida, aquí está Dios;
Lo demás es acabar,
Porque no puede durar
Reino diviso entre dos.

¿Qué nos dicen, Julia hermosa,
Cuando nos juntan las manos?
¿Qué? Que seamos hermanos,
Que seamos una cosa.
Texto es éste que sin glosa
Se deja bien entender,
Porque el marido y mujer
Uno de otro es la mitad,
Que vuelto en conformidad,
Una cosa viene a ser.

Vivamos, Julia, vivamos
En esta unión venturosa,
Y esta maraña amorosa
Cual parra y olmo tejamos;
Y al crecer del tiempo vamos
También creciendo en amor,
Que ni le turbe el temor,
Ni le inquiete la pena,
En la conjugal cadena
Siempre enlazados mejor.

Ambos podemos tirar
Deste indisoluble lazo,
Que cuanto más le adelgazo,
Menos se puede quebrar.
Labróle Dios, y al labrar
Le infundió gracia tan fuerte,
Que sólo puede hacer suerte
De alguna flaqueza en él
La necesidad cruel,
Por otro nombre la muerte.

Y si, como dije primero, hallare la nueva esposa en su marido algunos resabios de la vida soltera, acuérdese de lo que dice Séneca el trágico de su Hércules furioso en persona de Juno:

Et posse caelum viribus vinci suis
Didicit ferendo.

Y sabe bien el valeroso Alcides
Que sufriendo podrá vencer el cielo.

Si le diere algunas ocasiones de celos, no se dé por entendida la honesta casada, ni dé lugar que presuma su marido que tal sabe; y si a los ojos de ella se ofreciere el testimonio de su mala andanza, represéntele la ofensa que hace a Dios con la grave torpeza, y a la gente con el mal ejemplo; y con honestas y piadosas razones le procure apartar, sin voces y alborotos, sino en secreto y a solas. Y cuando de esta manera no pueda reducirle, encomiéndele a Dios, rezando y pidiendo a Dios con lágrimas le traiga a su servicio, y verá de esta manera una gran mudanza y reformación de costumbres; que Dios en un momento obra tan fuertemente en un alma, que de pedernal y bronce la vuelve derretida cera. Y le verá tan trocado, que no sepa cómo regalar a su esposa, cómo contentarla, cómo unirse con ella sin miedo de enajenarse para siempre de ella, ni recelarse de ella, todo ocupado en amarla y corresponderla. Y se entristecerá de verla triste, de oírle sus suspiros, y confiará en ella presente y ausente; en la guerra estará sin ella, y estará como con ella seguro. ¡Qué bien pintó este pensamiento Stacio Papinio, en el libro III de las Silvas, hablando con Claudia, su mujer!

Quid mihi maesta die, sociis quid noctibus uxor
Anxia pervigili ducis suspiria cura?
Non metuo, ne laesa fides, aut pectore in isto
Alter amor, nullis in te datur ire sagittis.
Audiat intesto licet haec Rhamnusia vultu,
Non datur, et si egomet patrio de littore raptus
Quattuor emensis per bella, per aequora lustris
Errarem; tu mille procos intacta fugares,
Non intertextas commenta retezere telas,
Sed sine fraude palam thalamosque armata negasses.

Léase toda la carta; que toda es un retrato de perfectos casados. ¡Oh, dirá alguno que en este tiempo tan disoluto pone grima tratar de casamiento la mujer, cuando los hombres viven tan desenfrenadamente! Por esa misma causa conviene dar estado a la mujer, y quitarla de las ocasiones, no sólo de vecinos conocidos, pero [de] la comunicación de parientes; pues, como dice Ovidio: Non hospes ab hospite tutus. La mujer con el abrigo del marido, el marido con la paz y conformidad de la mujer, no tienen que buscar pan de trastrigo; pueden vivir sosegados y contentos, como los del tiempo de Saturno, cuando los hombres habitaban en las frías espeluncas, y ésas eran sus casas, y su fuego y chimenea; y cuando el ganado y sus dueños se recostaban a una misma sombra; y cuando la montañesa casada le hacia a su marido el lecho de ramos de árboles, de rastrojo y heno, de pieles de fieras. Diferente era ésta que Cintia y la que tan agramente lloró la muerte de su dulce gorrioncillo; y bien diferente, pues sólo se ocupaba en dar a sus hijuelos los pechos rebosando leche, y muchas veces más horrible que su propio marido regoldando bellota. Léase la VI sátira de Juvenal:

Credo pedicitiam Saturno rege moratam
In terris, visamque diu, cum frigida parvas
Praeberet splunca domos, ignemque Laremque,
Et pecus, et dominos communis clauderet umbra;
Silvestrem montana thorum cum sterneret uzor
Frondibus et culmo, vicinarumque ferarum
Pellibus; aut similis tibi Cynthia, nec tibi, cujus
Turbarit nitidos extinctus passer ocellos:
Sed potanda ferens infantibus ubera magnis,
Et saepe horridior glandem ructante marito.

Habiendo visto mi señora doña Antonia en este papel su propria imagen, si no bosquejada tan al vivo como su merced es, a lo menos con todo aquel primor que el pincel de mi deseo pudo. Será ya tiempo que tome estado, pues la anima a ello el casto amor que Papinio introduce en el epitalamio de Stela y Violantila:

Ergo age junge thoros, atque otia deme jusentae.
Quas ego non gentes, quae non face corda jugavit?
Alituum pecudumque mihi, durique ferarum
Non renuere greges, ipsum in connubia terrae
Aethera, cum pluviis rarescunt nubila, solvo:
Sic rerum series mundique revertitur aetas; etc.

Cásate, acaba ya el ocioso lazo,
Suelta a tu juventud verde y florida.
¿Qué gentes y qué almas no he ligado
A mis coyundas yo? ¿qué grey de fieras
Libre está de mi yugo? Al mismo cielo
Le caso con la tierra, cuando en agua
Copiosa rompen las espesas nubes;
Con este casamiento se renueva
La edad del mundo y orden de las cosas.

Cásese, en fin, mi señora doña Antonia; que yo aseguro que cuando después de largos años la llame Dios a su gloria, le venga muy al justo el epitafio que hizo Sidonio Apolinar a una gran matrona. "¡Oh esplendor del linaje, honra del marido, prudente, casta, honesta, severa, dulce, digna de ser imitada de las ancianas! Tú juntaste con la afabilidad de tus costumbres lo entre sí contrario y discorde, por haber tenido por compañeras de tu vida libertad grave y honestidad graciosa":

O splendor generis, decus mariti,
Prudens, casta, decus, severa, dulcis,
Atque ipsis senioribus sequenda.
Discordantia, quae solent putari,
Morum commoditate copulasti.
Nam vitae comites bonae fuerunt
Libertas gravis et pudor facetus.

Con esto ceso, y a v. m. suplico perdone mis faltas, que confieso humilde y dé mis besamanos al señor licenciado Antonio Martínez de Miota, y al señor Pedro Valero, a quien soy por extremo afecto. Nuestro Señor a v. m. guarde mil años.

Cartas filológicas, 1634

https://www.ensayistas.org/antologia/XVII/cascales/index.htm

 

"Meditaciones sobre Los cantares"

Meditación Primera: profundidad de las palabras de Dios; estilo de Dios;
admirar y meditar los misterios; sobre el "Bésame"

"Béseme el Señor con el beso de su boca,
porque más valen tus pechos que el vino", etc.

1. He notado mucho que parece que el alma está —a lo que aquí da a entender— hablando con una persona, y pide la paz de otro. Porque dice: "Béseme con el beso de su boca" [Cantares I, I]. Y luego parece que está diciendo a con quien está: "Mejores son tus pechos" [Cantares I, I]. Esto no entiendo cómo es, y no entenderlo me hace gran regalo; porque verdaderamente, hijas, no ha de mirar el alma tanto, ni la hacen mirar tanto, ni la hacen tener respeto a su Dios las cosas que acá parece podemos alcanzar con nuestros entendimientos tan bajos, como las que en ninguna manera se pueden entender. Y ansí os encomiendo mucho que, cuando leyerdes algún libro y oyerdes sermón, u pensáredes en los misterios de nuestra sagrada fe, que lo que buenamente no pudiéredes entender, no os canséis ni gastéis el pensamiento en adelgazarlo; no es para mujeres, ni aun para hombres muchas cosas.

2. Cuando él Señor quiere darlo a entender, Su Majestad lo hace sin travajo nuestro. A mujeres digo esto. Y a los hombres, que no han de sustentar con sus letras la verdad, que a los que el Señor tiene para declaránoslas a nosotras, ya se entiende que lo han de travajar, y lo que en ello ganan. Mas nosotras con llaneza tomar lo que el Señor nos diere; y lo que no, no nos cansar, sino alegrarnos de considerar qué tan gran Dios y Señor tenemos, que una palabra suya terná en sí mil misterios, y ansí su principio no entendemos nosotras. Ansí, si estuviere en latín u en hebraico u en griego, no era maravilla; mas en nuestro romance, ¡qué de cosas hay en los salmos del glorioso rey David que, cuando nos declaran el romance sólo, tan escuro nos queda como el latín! Ansí que siempre os guardad de gastar el pensamiento con estas cosas, ni cansaros, que mujeres no han menester más que para su entendimiento bastare; con esto las hará Dios merced. Cuando Su Majestad quisiere dárnoslo sin cuidado ni travajo nuestro, lo hallaremos sabido. En lo demás, humillarnos y —como he dicho— alegrarnos de que tengamos tal Señor, que aun palabras suyas dichas en romance nuestro no se pueden entender.

3. Pareceros ha que hay algunas en estos Cánticos que se pudieran decir por otro estilo. Según es nuestra torpeza, no me espantaría. He oído a algunas personas decir que antes huían de oírlas. ¡Oh, válame Dios, qué gran miseria es la nuestra!, que como las cosas emponzoñosas, que cuanto comen se vuelve en ponzoña, ansí nos acaece, que de mercedes tan grandes como aquí nos hace el Señor en dar a entender lo que tiene el alma, que le ama y animarla para que pueda hablar y regalarse con Su Majestad, hemos de sacar miedos y dar sentidos, conforme al poco sentido del amor de Dios que se tiene.

4. ¡0h, Señor mío, que de todos los bienes que nos hicistes nos aprovechamos mal! Vuestra Majestad buscando modos y maneras y invenciones para mostrar el amor que nos tenéis; nosotros, como mal esperimentados en amaros a Vos, tenémoslo en tan poco que de mal ejercitados en esto, vanse los pensamientos adonde están siempre, y dejan de pensar los grandes misterios que este lenguaje encierra en si, dicho por el Espíritu Santo. ¿Qué más era menester para encendernos en amor suyo y pensar que tomó este estilo no sin gran causa?

5. Por cierto, que me acuerdo oír a un relisioso un sermón harto admirable, y fue lo más de él, declarando de estos regalos que la Esposa tratava con Dios. Y huvo tanta risa y fue tan mal tomado lo que dijo, porque hablava de amor (siendo sermón del Mandato, que es para no tratar otra cosa), que yo estava espantada. Y veo claro que es lo que yo tengo dicho, ejercitarnos tan mal en el amor de Dios, que no nos parece posible tratar un alma ansí con Dios. Mas algunas personas conozco yo, que ansí como estotras no sacavan bien —porque, cierto, no lo entendían, ni creo pensavan sino ser dicho de su cabeza—, estotras han sacado tan gran bien, tanto regalo, tan gran siguridad de temores, que tenían que hacer particulares alabanzas a nuestro Señor muchas veces, que dejó remedio tan saludable para las almas que con hirviente amor le aman, que entiendan y vean que es posible humillarse Dios a tanto, que no bastava su espiriencia para dejar de temer cuando el Señor les hacía grandes regalos; ven aquí pintada su siguridad.

6. Y sé de alguna que estuvo hartos años con muchos temores, y no huvo cosa que la haya asegurado sino que fue el Señor servido oyese algunas cosas de los Cánticos, y en ellas entendió ir bien guiada su alma; porque —como he dicho— conoció que es posible pasar el alma enamorada por su Esposo todos esos regalos y desmayos y muertes y afliciones y deleites y gozos con Él después que ha dejado todos los del mundo por su amor está del todo puesta y dejada en sus manos; esto no de palabra —como acaece en algunos—, sino con toda verdad, confirmada por obras.

¡Oh, hijas mías, que es Dios muy buen pagador, y tenéis un Señor y un Esposo que no se le pasa nada sin que lo entienda y lo vea! Y ansí, aunque sean cosas muy pequeñas, no dejéis de hacer por su amor lo que pudiéredes; Su Majestad las pagará; no mirará sino el amor con que las hicierdes.

7. Pues concluyo en esto, que jamás en cosa que no entendáis de la Sagrada Escritura ni de los misterios de nuestra fe os detengáis más de como he dicho, ni de palabras encarecidas que en ella oyáis que pasa Dios con el alma, no os espantéis. El amor que nos tuvo y tiene me espanta a mí más y me desatina, siendo los que somos; que tiniéndole, ya entiendo que no hay encarecimiento de palabras con que nos le muestre, que no le haya mostrado más con obras; sino cuando lleguéis aquí, por amor de mí os ruego que os detengáis un poco, pensando en lo que nos ha mostrado y lo que ha hecho por nosotras, viendo claro que amor tan poderoso y fuerte, que tanto le hizo padecer, con qué palabras se pueda mostrar que nos espanten.

8. Pues tornando a lo que comencé a decir, grandes cosas deve haver y misterios en estas palabras, pues cosa de tanto valor que (me han dicho letrados rogándoles yo que me declaren lo que quiere decir el Espíritu Santo y el verdadero sentido de ellos) dicen que los doctores escrivieron muchas esposiciones y que aun no acaban de darle, parecerá demasiada soberbia la mía —siendo esto ansí— quereros yo declarar algo. Y no es mi intento, por poco humilde que soy, pensar que atinaré a la verdad.

Lo que pretendo es que ansí como yo me regalo en lo que el Señor me da a entender, cuando algo dellos oyo, que decíroslo por ventura os consolará como a mí; y si no fuere a propósito de lo que quiere decir, tómolo yo a mi propósito, que no saliendo de lo que tiene la Iglesia y los santos (que para esto primero lo esaminarán bien letrados que lo entiendan que los veáis vosotras), licencia nos da el Señor —a lo que pienso—, como nos la da, para que pensando en la sagrada Pasión, pensemos muchas más cosas de fatigas y tormentos que allí devía de padecer el Señor de que los evangelistas escriven.

9. Y no yendo con curiosidad —como dije al principio—, sino tomando lo que Su Majestad nos diere a entender, tengo por cierto no le pesa que nos consolemos y deleitemos en sus palabras y obras: como se holgaría y gustaría el rey, si a un pastorcillo amase y le cayese en gracia, y le viese embovado mirando el brocado y pensando qué es aquello y cómo se hizo. Que tampoco no hemos de quedar las mujeres tan fuera de gozar las riquezas del Señor; de disputarlas y enseñarlas, pareciéndoles aciertan, sin que lo muestren a letrados, esto sí.

Ansí que ni yo pienso acertar en lo que escrivo —bien lo sabe el Señor—, sino como este pastorcillo que he dicho. Consuélame, como a hijas mías, deciros mis meditaciones, y serán con hartas boverías. Y ansí comienzo con el favor de este divino Rey mío y con licencia del que me confiesa.

Plega a Él que, como ha querido atine en otras cosas que os he dicho —u Su Majestad por mí, quizá por ser para vosotras—, atine en éstas. Y si no, doy por bien empleado el tiempo que ocupare en escrivir y tratar con mi pensamiento tan divina materia, que no la merecía yo oír.

10. Paréceme a mí en esto que dice al principio habla con tercera persona. Y es la mesma, que da a entender que hay en Cristo dos naturalezas, una divina y otra humana. En esto no me detengo, porque mi intento es hablar en lo que me parece podemos aprovecharnos las que tratamos de oración, aunque todo aprovecha para animar y admirar un alma que con ardiente deseo ama a el Señor. Bien sabe Su Majestad que, aunque algunas veces he oído esposición de algunas palabras de éstas y me la han dicho pidiéndolo yo—son pocas—, que poco ni mucho no se me acuerda, porque tengo muy mala memoria, y ansí no podré decir sino lo que el Señor me enseñare y fuere a mi propósito; y de este principio jamás he oído cosa que me acuerde.

11. "Béseme con beso de su boca". ¡Oh, Señor mío y Dios mío, y qué palabra esta para que la diga un gusano a su Criador! ¡Bendito seáis Vos, Señor, que por tantas maneras nos havéis enseñado! Mas ¿quién osara, Rey mío, decir esta palabra si no fuera con vuestra licencia? Es cosa que espanta, y ansí espantará decir yo que la diga nadie. Dirán que soy una necia, que no quiere decir esto, que tiene muchas significaciones, que está claro que no havíamos de decir esta palabra a Dios, que por eso es bien estas cosas no las lean gentes simple.

Yo lo confieso, que tiene muchos entendimientos; mas el alma que está abrasada de amor que la desatina, no quiere ninguno sino decir estas palabras; sí, que no se lo quita el Señor. ¡Válame Dios!; ¿qué nos espanta? ¿No es de admirar más la obra? ¿No nos llegamos al Santísimo Sacramento? Y aun pensava yo si pedía la esposa esta merced que Cristo después nos hizo. También he pensado si pedía aquel ayuntamiento tan grande, como fue hacerse Dios hombre, aquella amistad que hizo con el géñero humano. Porque claro está que el beso es señal de paz y amistad grande entre dos personas.

12. Cuántas maneras hay de paz, el Señor ayude a que lo entendamos.

Una cosa quiero decir antes que vaya adelante, y —a mi parecer— de notar (aunque viniera mejor a otro tiempo, mas para que no se nos olvide), que tengo por cierto havrá muchas personas que se llegan al Santísimo Sacramento —y plega al Señor yo mienta— con pecados mortales graves; y si oyesen a un alma muerta por amor de su Dios decir estas palabras, se espantarían y lo ternían por gran atrevimiento. Al menos estoy yo sigura que no la dirán ellos, porque estas palabras y otras semejantes que están en los Cantares, dícelas el amor; y como no le tienen, bien pueden leer los Cantares cada día y no se ejercitar en ellas; ni aun las osarán tomar en la boca, que verdaderamente aun oírlas hace temor, porque train gran majestad consigo.

Harta traéis Vos, Señor mío, en el Santísimo Sacramento; sino como no tienen fe viva, sino muerta estos tales, ven os tan humilde bajo especies de pan, no les habláis nada, porque no lo merecen ellos oír, y ansí se atreven tanto.

Ansí que estas palabras verdaderamente pornían temor en sí, si estuviesen en sí quien las dice, tomada sola la letra; mas a quien vuestro amor, Señor, ha sacado de sí, bien perdonaréis diga eso y más, aunque sea atrevimiento.

Y, Señor mío, si significa paz y amistad, ¿por qué no os pedirán las almas la tengáis con ellas?; ¿qué mejor cosa podemos pedir que lo que yo os pido, Señor mío, que me deis esta paz con "beso de vuestra boca"?

Esta, hijas, es altísima petición, como después os diré.

Edición electrónica de
Julie Anderson

["Meditación primera" de "Meditaciones sobre los Cantares" (1574). Publicado por primera vez en Bruselas en 1611, por el Padre Gracián. El título de "Meditaciones sobre los Cantares" corresponde al de la edición de Obras Completas. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1979.]

 

https://www.ensayistas.org/antologia/XVI/teresa/

  Historia. INTRODUCCIÓN. La Historia es una ciencia (disciplina prefieren decir otros) que exige una reflexión sobre su carácter como cie...