viernes, 29 de abril de 2022

 

HISTORIA DEL EDIFICIO DEL PALACIO DE LA INQUISICIÓN

 

L a Inquisición llegó a las Indias Occidentales en 1569, y no es sino hasta el año de 1571 que se establece en la capital de la Nueva España. Los primeros inquisidores llegan a la ciudad de México y se aposentan en unas casas vecinas al convento de Santo Domingo, que inicialmente pertenecieron a la familia Guerrero, casas que existían desde 1560, y de las cuales no sabemos lo que sucedió entre 1560 y 1571, fecha en que se estableció el Tribunal con la llegada de los tres primeros inquisidores.

     Según lo asienta un documento del 14 de julio de 1578, estas casas fueron compradas a Juan Velázquez de Salazar para instalar de una forma definitiva las dependencias del Tribunal, las cárceles y, a instancias de ellos mismos, la residencia de los inquisidores.

     Sobre la historia de los edificios que el Tribunal ocupaba en esa época, sólo se tienen noticias hasta el año de 1604, cuando el inquisidor don Alonso de Peralta, mandó realizar trabajos, según consta el 18 de mayo del mismo año, para establecer la huerta de la Inquisición y hacer modificaciones al edificio. Los trabajos principales se realizaron en la Sala y en la Cámara del Secreto del Santo Oficio y consistieron en el blanqueado de los muros, cenefas de ornamentación en ésta sala y en la Audiencia, y arreglos diversos. Informa de la compra y confección de telas de terciopelo negro con la cenefa que protegía la

https://www.local.mx/cultura/antiguo-palacio-inquisicion-museo-medicina-mexicana/


Cámara del secreto.


Fondo reservado de la Bilbioteca "Dr. Nicolás León" de la Facultad de Medicina, sala de Audiencias.

misma y de los escudos de la Inquisición hechos  de los mismos materiales. En lo que se refiere a los arreglos de la portería del edificio, también se pinta la cenefa alta y baja, con “buena ejecución”;

Fuente: tuerceleelcuelloaclio.com

Las de la nueva capilla y el retablo, que costó más de 1 500 pesos, son obra de Baltasar de Echave Orio, según lo afirma el doctor Francisco de la Maza.(1) Informa también de los magníficos retablos colaterales de la capilla y el que nos ocupa…

     …era de madera, con sus columnas de obra corintia revestida de talla, los frisos de dicho retablo también revestido de talla con un banco, figuras de San Ildefonso y su historia en el tablero principal y sobre el otro cuerpo tiene un crucifijo, el cual remata arriba con una tarja y dentro de ella el Espíritu Santo…

     Sobre los pasadizos, informa de los trabajos para que los inquisidores pudiesen bajar a las cárceles secretas. Sin embargo, lo que puede descartarse como obra importante es la fabricación de:


Fuente: enemigosdelabiblia.galeon.com

“Álzate oh Dios y defiende tu causa”

     “Un escudo grande que ocupa casi todo el ancho del dosel con las armas reales con su corona imperial, y encima de la corona un crucifijo con un cartón revolado que acompaña al crucifijo con hermosura y gracia, con la letra en el que se pone el Santo Oficio en sus armas y a los lados tienes dos ángeles grandes, el de la mano derecha con un ramo de oliva y el de la mano izquierda con una espada; en una mano tienen dos insignias y en las otras dos manos dos rótulos revolados con sus letras.”

     La suma de las obras que se realizaron por don Alfonso de Peralta hasta antes de la gran inundación de 1629 ascendió a cincuenta y tres mil setecientos veinte pesos, cantidad que si la comparamos con el costo total del Palacio edificado por Pedro de Arrieta 107 años después, que fue de ciento ochenta y siete mil seiscientos sesenta y tres pesos, nos informa de la importancia de los trabajos realizados, pues la erogación, representa, 28.4 por ciento del costo del Palacio.

     Por esta época el edificio ocupaba ya más de la mitad de la calle de la Perpetua (actual Rep. de Venezuela), casi toda la primera calle de los Sepulcros de Santo Domingo (actual Rep. de Brasil) y buena parte de las de Cocheras (actual Rep. de Bolivia). Las obras se realizaron a mediados del siglo XVIII y fueron trazadas por el maestro Bartolomé Bernal.

www.skyscrapercity.com

Casimiro Castro y Juan Campillo, de la Colección México y sus alrededores: Plaza de Santo Domingo. www.skyscrapercity.com

Un monumento como entidad aislada tiene un valor en si mismo debido a sus cualidades artísticas e históricas, lo que representa un valor parcial. Sin embargo, el concepto de plaza, barrio o centro histórico se vincula al monumento como un todo. La plaza de Santo Domingo y sus relaciones sociales, económicas y culturales con el medio ambiente tiene una incidencia directa con el Palacio de la Escuela de Medicina, realidades que deben tomarse en cuenta si se pretende obtener una restauración integral.

     El esquema racionalista en el trazado de la Ciudad de México, reticular, conforme a su herencia imperial, conservó de la cultura prehispánica solamente las dimensiones monumentales de la Plaza Mayor; en cambio, la plaza de Santo Domingo se identifica mucho más con las de villas y ciudades de Castilla que se construyeron en las postrimerías de la Edad Media. La complementación en el equilibrio de sus volúmenes y su desarrollo rectangular hacia el norte nos hace retener esa serie de valores nominados por la riqueza y sobriedad de sus fachadas, mismas que favorecen la intimidad de sus interiores en la medida que respeta ampliamente la escala del individuo constructor y habitante. La plaza, parte integrante de la ciudad, va gestando una evolución cuyas bases quedan incluidas dentro del periodo baroco, en una época en que la forma de la ciudad cambia más despacio que la mentalidad de sus habitantes.(2)

     A través de estos cambios lentos, casi imperceptibles, la sociedad novohispana va a normar el surgimiento de la naciente y nueva conciencia urbana, y se convertirá a la larga en la preocupación central del hombre, hoy estadísticamente urbanizado. El instrumento que le confiere su valor y que atañe por lo tanto al trazado y a la composición de la plaza, no es otro que el de la perspectiva, en este nuevo concepto, los volúmenes quedan verdaderamente implantados y a la vez unidos por la plaza misma, cuya arquitectura queda incorporada al nuevo sentido espacial del siglo XVIII. El esquema de sus calles y del barrio colonial presupone la contemplación del mundo desde un ojo único que abarca todo el panorama. Es, por lo tanto, una visión centralista que coincide con el absolutismo político, orden generado que preludia las posteriores luchas de independencia. La ciudad se ha convertido en la expresión de una realidad política, la sociedad se va formando, y su población criolla, nacida alrededor de los setecientos, va a construir un medio notablemente homogéneo, representando así esa conciencia colectiva, y según una opinión en el seno de la colectividad: “esta época va a dotar a México de un profundo sentido de identidad nacional, quizá no todavía en la esfera política, pero sí en el plano de lo cultural”.(3)

     La plaza de Santo Domingo nos parece como el triunfo del conjunto y la unidad al cumplirse fielmente los tres principios fundamentales de un urbanismo clásico según Pierre Lavedan; línea recta, perspectiva monumental y uniformidad.(4)

     De la iglesia y convento de los dominicos, el modesto oratorio llamado Capilla del Señor de la Expiración, la cúpula y linternilla, es el más integrado en el entorno y el único edificio que subsiste del antiguo convento. La barda atrial, en cuyo recinto estaban comprendidas la portería, una capilla y el templo, fue derribada en el año de 1861, perdiendo la continuación de las calles de los Sepulcros de Santo Domingo (Rep. de Brasil) y de La Perpetua (Rep. de Venezuela). La nueva iglesia que conocemos hoy en día fue consagrada el 3 de abril de 1736; la capilla del Rosario terminada en 1690, fue demolida junto con el convento para dar paso a la calle de Leandro Valle, en el mismo año de 1861. La fundación del convento data sin embargo del año de 1539 y era uno de los más grandes y suntuosos de la época: la primera iglesia fue dedicada al culto en 1565 pero después de la inundación de 1716 la iglesia se hundió y tuvo que ser reconstruida.

     Igualmente, el edificio porticado que se encuentra en la acera poniente de la plaza de Santo Domingo corresponde a su época más antigua. En la acera oriente digno es de destacar el edificio de la Aduana Nueva o Aduana Real construido por el arquitecto Joseph Eduardo de Herrera, y desde luego el edificio que nos ocupa: el antiguo Palacio de la Inquisición.

     Para estas épocas, mediados del siglo XVIII, la plaza de Santo Domingo era muy importante, siempre llena de coches de sitio y de carruajes que se enfilaban hacia el camino de tierra adentro (rumbo a los reales de minas) o a los de ultramar (hacia Veracruz y Acapulco). Las carretas que se alquilaban para

Fuente: Planta y descripción de la Imperial ciudad de México en el año de 1760 (vista parcial). Corresponde al plano original que fue trazado por Carlos López de Troncoso y que se cree fue grabado por Diego Franco en 1760. El original de la vista en perspectiva de la Ciudad de México que se muestra se encuentra en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec. Según consta en el calce del original este plano se “hallará en la Librería de Zúñiga y Ontiveros”. Santo Domingo aparece con la letra L. http://www.mexicomaxico.org/Tenoch/TlatPlano1760.htm

mudar muebles y los carretones que llevaban las mercancías a la aduana multiplicaban el número de carros que venían de un lado para otro. La plaza de Santo Domingo era desde el punto de vista civil, la más importante de la Nueva España. Otro aspecto considerable es que era la única vía de acceso a la Villa de Guadalupe, tan concurrida siempre por los devotos. Además, los virreyes hacían su entrada por esa calzada cuando venían a tomar posesión del mando, de ahí que también se llamase “calle real”. A principios del siglo XVII, el desarrollo urbano de la ciudad es testimonio de cómo el auge colonial ha enriquecido su propia sociedad. Bernardo de Balbuena hablo de su grandeza, describiéndola como una ciudad construida en una delgada capa de tierra sobre el agua de los lagos, que la refrescaban con su brisa y hacían agradable el clima, a pesar de estar asentada en el trópico. Acerca de su sociedad, enumeró y detalló a cada uno de los grupos sociales que la constituían, encomiando la opulencia, el colorido y detalles de los jinetes y sus cabalgaduras. Asimismo describió la variedad de mercancías que llegaban a ella procedentes de todo el mundo y elogió la dichosa paz en que se vivía.(5)

     En cuanto a su arquitectura, las calles bien trazadas y los templos eran comparables a los de una ciudad renovada, de formas clásicas; elegantes, con edificios, torres y calzadas amplias, cruzadas por gentes de remotos países y diferentes lenguas.

La construcción del Palacio por Pedro de Arrieta (1732-1737)

En los inicios del siglo XVIII, comenzaba a prepararse el terreno a grandes acontecimientos dentro del marco cultural de la Ilustración mexicana, debido a la eficaz explotación de los recursos económicos de la Colonia y una nueva fase de recuperación demográfica. En este periodo se verá reflejada la conciencia colectiva y la opinión de una sociedad de cuyo desarrollo fueron testimonio sus propias obras arquitectónicas como, por ejemplo, las importantes transformaciones que tuvieron lugar en la plaza de Santo Domingo.

     La Inquisición participó plenamente de la expansión en que se vieron envueltas todas las instituciones del virreinato. Su florecimiento se multiplicó en dicho periodo y fue en ese momento cuando, después de sucesivas adaptaciones de las viejas instalaciones y ante las crecientes necesidades de la institución (reformas, algunas de ellas realizadas por el maestro Bartolomé Bernal, quien terminó las cárceles llamadas de penitencia, con 18 celdas y viviendas del alcaide), el Tribunal del Santo Oficio solicitó al arquitecto criollo don Pedro de Arrieta; los primeros planos para construir un edificio.

     Pedro de Arrieta, maestro del arte de arquitectura, proyectó y construyó el nuevo edificio del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de la Nueva España, inició su construcción en 1732 y la terminó en 1736. Hizo dos proyectos, el primero lo entregó el día 2 de mayo de 1724 y fue enviado al Consejo Supremo de la Inquisición de España, y aunque lo autorizaron bajo restricciones nunca se construyó. En los planos de 1723, Arrieta había decidido seguir el lineamiento anterior abriendo la puerta principal hacia la calle real de Santo Domingo, hoy República de Brasil.

     Ocho años después, presentó el proyecto definitivo la mañana del 9 de junio de 1732, rindió su declaración jurada ante los inquisidores Navarro, Tagle y Clavijo, a quienes les explicó las ventajas de su nueva propuesta arquitectónica, entregó las cuatro fojas de su texto y los planos de las plantas arquitectónicas. Los señores inquisidores aprobaron este proyecto, su autorización sirvió de base a la construcción del edificio que hoy conocemos ubicado en la calle de República de Brasil 33, esquina con República de Venezuela, en la plaza de Santo Domingo del Centro Histórico de la Ciudad de México.(6).

     Autos(7)

Relación jurada presentada en el Santo Oficio

de la Ciudad de México el 9 de junio de 1732,

a los señores inquisidores Navarro, Tagle y Clavijo.

“Pedro de Arrieta”, Maestro Mayor de las obras materiales de este Santo Oficio, en obedecimiento del decreto de V.S. de veintiséis del pasado y debajo del juramento que se me manda y a mi leal saber y entender digo: que las ventajas de la traza que nuevamente tengo ideada y cuatro mil pesos más, prescindiendo de la compra de las dos casas contiguas del Mayorazgo, que hoy apodrán ser asequibles en nueve o diez mil pesos por las circunstancias que expresaré, con las cuales se puede perfeccionar, para lo cual la presento aunque no está perfectamente puesta en limpio, pero bastante para que V.S. las comprenda, y cuadrándole, las mande reducir a toda perfección, y para eso represento a V.S. que el mucho tiempo que ha pasado me ha dado campo a discurrir los inconvenientes que resultan de la primera planta, por habérseme estrechado a que la idease sin alargarme a más buque que las dos viviendas actuales de V.S. y a las oficinas y piezas comunes del tribunal, secreto, , fisco, sacristía y demás, por cuya razón no pude dar cada cosa en su lugar, como requiere el arte y el gobierno de V.S. procurando que la casa del alcaide y provedor y la cocina de proveduría estén con inmediación a Cárceles Secretas, la de Ayudante de Alcaide, cerca de la puerta principal de la calle, y así respectivamente las demás, y principalmente las Salas de Audiencia, para el manejo, secreto y separado, así para los reos que vengan a ellas de cárceles, como para los testigos que vienen de fuera, todo lo cual me parece se salva con dicha nueva planta, sin extenderme por la calle real de Santo Domingo más que hasta topar con la casa que llaman de la Penitencia, sin que su longitud, con esta adicción, sea más que de sesenta y siete varas; por la calle de la Perpetua hasta topar con la Cárcel de la Penitencia, dejando junto a ella hueco de ocho o diez varas, así para poder dar luces al oriente a la casa del señor Inquisidor que ahí viva, como para libertarle del bullicio y mala vecindad que puede haber con el tiempo en dicha cárcel de la Penitenciaría, y por la parte del norte, tomando unas doce varas de los corrales de dicho mayorazgo para poder ampliar dicha planta segunda, y que el patio principal goce de cuadrado perfecto, porque en la primera planta no lo gozaba pues quedaba en figura prolongada, incógnito y con ninguna perfección, quedando en arte como pide semejante fábrica, con que al mismo tiempo se excusan recodos para el pasadizo alto y de comunicación de dichas salas a las cárceles secretas, y el callejón bajo, para que dichos alcaldes y proveedor vayan con independencia a sus viviendas, que quedan suficientes,  como también la de V.S. para que con alguna comodidad se comuniquen entre si y tengan tránsito a dichas salas, y al mismo tiempo se consigue dejar un patio capaz para que se ofrezca en algún día de auto, y para lo mismo y mayor lucimiento de decencia, he discurrido ochavar la esquina de hacia la plazuela de Santo Domingo y dar en ella la puerta principal, en que podía ostentar y ser cosa notable su arquitectura, gozándose así por esquina como la parte del poniente y parte del sur, que son las dos calles que coge dicha Inquisición y por inmediación a la puerta principal de Santo Domingo, donde se celebran todas las funciones de este Santo Tribunal, y al mismo tiempo, desembocara directamente en dicha plazuela de Santo Domingo, con lo que parecerá que el Tribunal está en dicha plazuela, y se subsanará en parte el defecto de no haber comprado estos años pasados la casa antigua a la Aduana Nueva, que compraron y están al presente labrando las monjas de la Encarnación, con la cual y haber conseguido cerrar dicha calle de la Perpetua, hubiera aventajado esta Inquisición pasarse a plazuela, como parecía conveniente a su desembarazo y mayor distinción, si estar atareadas sus entradas y salidas a las estrecheces y angustias de una calle, cuyo inconveniente se salva en mucha parte; y por lo que mira a lo común, con lo que llevo propuesto y discurro acertado y mucho menos costoso, mediante que dicha casa de la Encarnación costó veintisiete mil y más pesos y las referidas del mayorazgo, podrán hoy verosímilmente cogerse por cosa de diez mil pesos, con cuyo gasto se ocurre a lo que llevo dicho, y a que esta Inquisición quedará sin registro ninguno, y más siendo por esta parte el tránsito o paso por donde han de ir los reos a la audiencia, recalando

www.guiadelcentrohistorico.com

también la Segunda Sala y la Sacristía; siendo también de considerar que por dicho costado del Norte, tiene este Tribunal posesiones suyas, más arriba y más abajo. Y celebrando ventas con dicho Mayorazgo se evita dicho registro, y viene a quedar como cuadro perfecto hasta donde termina dicha Cárcel de la Penitencia y el mucho buque para casa de Ministros, otros, y así como el fisco tiene otros efectos,  se pudiera hacer de que tenía ese más, y se podría traducir en cinco por ciento de dos tercios, o poco menos, una vez que se labrasen casas y se pusieren, si quiera, como hoy están las dos de dicho Mayorazgo quien las ha desamparado estos días, no porque estén inservibles, sino por la desgracia de haberle muerto un vago de…los,  por cuya razón podría ser, que algunos días no habría quien quiera alquilárselas, y mientras no se le olvide el estrago será menos dificultoso….

Pedro de Arrieta

Rúbrica

El dictamen de sus colegas, los arquitectos Miguel Joseph de Rivera y Antonio Álvarez, maestros en el arte de la arquitectura y alarifes mayores de esta ciudad, enumeran y relatan las ventajas y cualidades de este nuevo proyecto, haciendo hincapié en la ubicación de la puerta, pues goza de ambas calles. Encomian igualmente la amplitud de las piezas y el costo reducido que tendría el nuevo proyecto, concluyendo con el dictamen aprobatorio.

     Al día siguiente y en la audiencia de la mañana, los señores peritos arquitectos informaron a los miembros del Tribunal que consideraban con la debida reflexión el estado actual de ese Real Fisco y que aprobaban la nueva planta pue representaba el maestro Arrieta, lo cual sugerían se pusiese en limpio y con toda perfección para poderla ejecutar.

     Treinta y seis años dura Pedro de Arrieta como maestro mayor de las obras del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición.  El señorial edificio que construye Arrieta funcionó como sede del Tribunal solamente 83 años, que debe confrontarse con los 100 que tuvo como Escuela de Medicina. La construcción duró escasos cinco años. Para desarrollar los trabajos, era necesario cambiar las salas de audiencia, tribunal y oficinas, a la antigua Casa de los Inquisidores, en los edificios que miraban a la calle de Cocheras, actual República de Colombia. Los trabajos de obra se iniciaron el 1° de diciembre de 1732; sin embargo, el Tesorero Real informó a los señores inquisidores que, desde el 4 de septiembre del mismo año hasta la fecha del inicio de la obra, habían reunido materiales y herramientas consistentes en piedra de chiluca, piedra dura, cal, estacas, 3 docenas de cubos, 3 docenas de huacales, escaleras, andamios etc., cuyo importe ascendía a la cantidad de 1 314 pesos.

Decadencia y ocaso del Tribunal de la Inquisición

Desde su inauguración hasta el año de 1793, el Palacio no tuvo mantenimiento alguno, de manera que para esta fecha se requiere hacer reparos en varias partes del edificio. El primer director de arquitectura de la Academia de San Carlos, don Antonio González Velázquez, es requerido por los inquisidores de entonces, señores Mier, Bergora y Prado, para dictaminar sobre los requerimientos del edificio. La disposición precisaba que el reconocimiento de los trabajos debía de hacerse en presencia del señor tesorero. El costo estimado para los trabajos urgentes, por el director de Arquitectura, ascendía a 11 000 pesos, según consta en un documento del 6 de febrero de 1793. Cinco años después, los señores inquisidores solicitan nuevamente al arquitecto Antonio González Velázquez, “reconozco el estado de los arcos del Tribunal y exponga en su informe, con juramento, si éstos amenazan ruina del edificio”(8).

     La importancia del neoclasicismo, que como una revolución destruyó altares barrocos e impuso una nueva moda, obligó a los principales artistas de la época a no sustraerse al movimiento. De la misma manera, en un animoso deseo de notoriedad, el primer y flamante director de Arquitectura dictamina bajo juramento:

²         Ilustrísimo Señor: Consecuente del anterior discurso hecho del Santo Tribunal de la Inquisición por el Tesorero, y lo decretado por Usted, he pasado a reconocer con la mayor atención el claustro alto y bajo que circundan el patio principal del Tribunal, y en efecto he advertido las coarteaduras que expresa el Tesorero, las que provienen de la ridícula forma de los arcos, siendo tan precisa su ruina como extraño el que hayan resistido desde su construcción hasta el día, lo que se debe a que algunos de ellos tiene por casualidad las paredes interiores del edificio favoreciendo su empuje, pero como esto no es en todos, ni puesto de propósito; y como convendría que estuviese, debe esperarse, que pues ya se insinuó (con cuarteaduras fijas de un asiento extraordinario por falta de estribos) siga hasta su total exterminio, y en su consecuencia no sólo todo el claustro entero alto, y bajo, padecerá notablemente, sino parte de las habitaciones pues faltando a el claustro sus apoyos angulares o de los extremos, es indispensable su ruina por la naturaleza de una serie de arcos contenerse naturalmente unos a otros, y resultar su fuerza total en el último por lo que siempre a éste se le da un pilar más robusto que los intermedios, y siendo aquí todo lo contrario, pues ninguno tiene, se infiere por consecuencia precisa la enunciada ruina.

     Propúsose el arquitecto Pedro de Arrieta hacer una cosa nueva, dando la entrada por un ángulo, pero en el claustro le faltó el arte, y le consiguió no sólo ridículo, sino poco firme habiendo seguramente invertido en ello un doble de lo que costaría una buena construcción y mejor forma por lo desmedido de las piedras que en consecuencia necesitó, y se deja de manifiesto en la composición.”(9).

El dictamen del director de Arquitectura de la Academia es demoledor, pues acusa a don Pedro de Arrieta de ser culpable de las grietas existentes en el edificio, debido a su mal diseño. Con seguridad, el académico recién llegado de España desconocía por completo el comportamiento del subsuelo de la ciudad, con mayor razón, setenta años después de sus construcción.

     González Velázquez hace dos proyectos para, según él, reparar el daño. Sobre el primero afirma que quedaría siempre ridículo, asimétrico y no con la seguridad que se requiere. El segundo, un poco más costoso (4 500) pesos, consistía en ochavar todo el patio en lo alto y lo bajo, “presentando un aspecto noble, simétrico y hermoso en todas sus partes, en cuyo caso desaparece todo el defecto y ridiculez”.

www.vebidoo.es

Por fortuna ninguno de los dos proyectos fue aceptado, y solamente se le despachó libramiento por 300 pesos, correspondiente a los honorarios de los últimos tres años.

     La decadencia en que cayó el Tribunal de la Inquisición al finalizar el siglo XVIII fue tal, que los propios inquisidores ignoraban por completo el estado de las construcciones y en particular de las cárceles. En virtud de reparaciones indispensables realizadas en 1803, durante una visita que tuvo lugar el primero de julio del mismo año, los mismos inquisidores expresaron que “han quedado asombrados al reconocer el martirio en que han vivido los miserables encarcelados”

     Diez años después, las presiones insurgentes se hacían cada vez más intensas con todo lo que esto implicaba: una mayor madurez política de la Nueva España, debido a una creciente participación de la sociedad mexicana en su gobierno. Como consecuencia de las reuniones de las Cortes de Cádiz, se le comunicó al virrey Félix María Calleja un manifiesto y le fue extendido en decreto del 6 de marzo de 1813 para ser impreso y leído tres domingos consecutivos en todas las parroquias de todos los pueblos de la Nueva España. En él se informaba de las indagaciones hechas por las Cortes españolas sobre la historia de los tribunales de la Inquisición y su manera de enjuiciar, y se aclaraban los fundamentos y razones que se tenían para abolir la Inquisición: ya es tiempo, expresaron las Cortes, “de os diga sin rebozo la verdad, y que se corra el velo con que la falsa política cubre sus designios”. En el decreto se daba a conocer la sustitución de la Inquisición por los Tribunales Protectores de la Religión.

     Esta acción correspondió a la primera clausura formal del Tribunal. Sin embargo, ya desde antes, la mala conciencia del gobierno real que presidía Fernando VII ordenó por decreto del 22 de febrero de 1813, quitar, borrar o destruir todos los cuadros, pinturas e inscripciones en las iglesias, claustros y conventos, o en otro cualquier paraje público de la monarquía, en que estuvieran consignados los castigos, ya que “estos medios con que se conserva la memoria de los castigos impuestos por la Inquisición, irrogan infamia a las familias de los que sufrieron, y aún dan ocasión a que las personas del mismo apellido se vean expuestas a mala nota”.(10)

     Desde la clausura definitiva de la Inquisición el 31 de mayo de 1820, hasta el año de 1854,el edificio se sujetó a diversos usos: en el cuerpo principal del Palacio, antes destinado a residencia de los señores inquisidores, salas de audiencia y de juzgados, fue establecida la Renta de la Lotería. El Departamento de Cárceles se convirtió en cuarteles. Posteriormente, el inmueble sirvió de Cámara del Congreso General y en 1833 funcionó como Tribunal de Guerra y Marina. Posteriormente albergó al Palacio de Gobierno del recién fundado Estado de México; más tarde funcionó en él la Escuela Lancasteriana denominada “El Sol” y en 1841 el Seminario Conciliar.(11)

     Las luchas de independencia proporcionaron un receso en los avatares históricos del Palacio, y precipitaron su caída en el abandono. Lo que en el Palacio había sucedido en los años anteriores, así como la fantasía popular que hacia exagerar su vergüenza, motivaron que el gobierno de la naciente república lo pusiera en venta por almoneda.

     Varios fueron los avisos publicados por el gobierno. El 15 de diciembre de 1838 salía a remate, junto con una hacienda que había sido propiedad de la Compañía de Jesús, ubicada en el municipio de Chalco. Posteriormente se publicaron otros: en el quinto, aparecía por primera vez el valor estimado del palacio, cuyo precio era de 112 231 pesos, para rematarse el 18 de diciembre del mismo año. Al no haberse presentado postor alguno, se volvió a practicar un avalúo cuyo precio anunciado era de 215 470 pesos. Se volvió a anunciar en cuatro ocasiones más; la última, el 18 de febrero de 1839. Así salió a remate al día siguiente con el anuncio del precio del inmueble de 116 258 pesos, 4 reales y 7 granos, como base de la puja; el ofrecimiento sólo fue de 77 505 pesos, 5 reales, 2 granos, o sea, dos terceras partes.(12)

     En 1841 el arzobispo Manuel Posada y Garduño compra el edificio al gobierno “en muy bajo precio”; instala en él el Seminario Conciliar, hasta que nuevamente es vendido por el propio arzobispado a la Escuela de Medicina.

NOTAS

[1] Maza, Francisco de la, El Palacio de la Inquisición, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, vol. 9 de Ediciones del IV Centenario de la Univ. de México, 1951.

2 Salamanca, Flavio G., “Historia del Edificio del Palacio de la Inquisición”, en Leyendas y Tradiciones, la Unam y sus recintos históricos, Recop. Itzel Vega Morales, México, DGIRE-UNAM, 2007, p. 47.

3 Op. Cit., p. 47.

4 Lavedan, Pierre, ¿Qu´est-ce que l´urbanisme? Introduction à l´histoire de l´urbanisme, París, Laurens, 1926.

5 Balbuena, Bernardo de, La grandeza mexicana, estudio preliminar de Luis Adolfo Domínguez, México, Ed. Porrúa, 1985, (Col. Sepan Cuantos, n° 200).

6 Paz Arellano, Pedro, La arquitectura de un rito, tesis entregada el 30/03/03 y aprobada el 02/05/03, México, UAM-I 53, año 23, julio-diciembre de 2002, pp. 331-349.

7OP. cit., pp. 335-338.

8 Salamanca, op. cit., p. 55-56.

9 Op. cit.

10 Blásquez Miguel, Juan, La Inquisición en América, 1569-1820, Rep. Dominicana, Editora Corripio, 1994.

11 Salamanca, Op. cit., p. 56.

12 Op. cit. p. 56.

 

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

www.skyscrapercity.com

http://www.mexicomaxico.org/Tenoch/TlatPlano1760.htm

www.guiadelcentrohistorico.com

www.vebidoo.es

Balbuena, Bernardo de, La grandeza mexicana, estudio preliminar de Luis Adolfo Domínguez, México, Ed. Porrúa, 1985, (Col. Sepan Cuantos, n° 200).

Blásquez Miguel, Juan, La Inquisición en América, 1569-1820, Rep. Dominicana, Editora Corripio, 1994.

 

Lavedan, Pierre, ¿Qu´est-ce que l´urbanisme? Introduction à l´histoire de l´urbanisme, París, Laurens, 1926.

 

Maza, Francisco de la, El Palacio de la Inquisición, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, vol. 9 de Ediciones del IV Centenario de la Univ. de México, 1951.

 

Paz Arellano, Pedro, La arquitectura de un rito, tesis entregada el 30/03/03 y aprobada el 02/05/03, México, UAM-I 53, año 23, julio-diciembre de 2002

 

Salamanca, Flavio G., “Historia del Edificio del Palacio de la Inquisición”, en Leyendas y Tradiciones, la Unam y sus recintos históricos, Recop. Itzel Vega Morales, México, DGIRE-UNAM, 2007.




 




 






 











domingo, 24 de abril de 2022

 

Los celtíberos

 

Los celtíberos

Orígenes

Pueblos celtíberos

Los arévacos

Los pelendones

Los belos

Los titos

Los lusones

Construcciones

Economía

Sociedad

Ritos funerarios

El ejército celtíbero

Armamento

Orígenes

Se conocen como celtíberos a una cultura de mestizaje que se dio en la península ibérica entre los celtas del norte y los íberos del levante. La mayor parte de los pueblos que ocupaban el centro de la península justo antes de la conquista romana pertenecían a esta cultura.

Habitaban el sector oriental de la meseta y uno de sus centros básicos era la actual provincia de Soria, pero se extendían mucho más al sur, alcanzando parte de Teruel y casi toda la provincia de Cuenca. Para los romanos esta tierra tenía un clima duro y era económicamente pobre. Vinculados a una economía ganadera, explotaron el hierro del Moncayo y zonas próximas, desarrollando una depurada metalurgia del hierro.

Al principio, los autores clásicos utilizaron este término para referirse a todos los pueblos celtas de Iberia. Más tarde, a medida que la conquista progresaba territorialmente, el término de celtíberos se empleó para agrupar a ciertos pueblos celtas, pero excluyendo a otros, como por ejemplo los berones. Los autores clásicos de esta etapa ceñían el término celtíbero a dos grandes ámbitos principales. El primero, formado por los arévacos, y tal vez los pelendones, controlando la Celtiberia Ulterior (provincia de Soria, la mayor parte de la de Guadalajara, hasta el nacimiento del río Tajo, la mitad oriental de la de Segovia y el sureste de Burgos). Entre sus ciudades destacan Secontia (Sigüenza), Numantia (Numancia), Uxama, Termes y Clunia. El segundo ámbito es la tierra de los titos, bellos y lusones o Celtiberia Citerior (pobladores de las tierras en torno a los ríos Jalón, alto Tajuña, Jiloca y Huerva), con ciudades como Segeda, Bílbilis (Calatayud), Tierga, Botorrita o Complega.


Posible extensión de la Celtiberia

 

Pueblos celtíberos

La confusión de las fuentes clásicas fue compartida por los investigadores modernos, que han usado el término celtíbero con diferentes significados. En la actualidad son habitualmente considerados celtíberos los arévacos, titos, belos, lusones y pelendones, y más ocasionalmente vacceos, carpetanos, olcades y lobetanos.


Los arévacos

Los primeros datos que de los arévacos se conocen fueron suministrados por el historiador griego Estrabón, ya que en los datos anteriores, transmitidos por Polibio y Livio, simplemente se habla genéricamente de las tribus celtíberas, que adquirieron pronto gran importancia por sus guerras con Roma.

Los arévacos construían sus poblados sobre cerros para organizar una fácil defensa, rodeados de uno, dos y hasta tres recintos amurallados. Se sabe con certeza que habitaron en los lugares de Osma (Uxama Argaela o Argaela, según el autor griego Ptolomeo) y Sepúlveda.

Se dedicaban a la agricultura y pertenecían a la más poderosa de todas las tribus celtíberas, extendiéndose sus poblados por casi toda la franja sur del Duero mesetario. Sus núcleos eran tan independientes entre ellos, cuantas eran las diferentes comarcas en que la misma estructura geográfica les dividía. Eran pueblos todavía groseros y rústicos, regidos por distintos régulos o caudillos, sin unidad entre sí y casi sin comunicaciones.

Cifraban su gloria en perecer en los combates y consideraban como afrentoso morir de enfermedad. Parece ser que este pueblo no enterraba a sus muertos, sino que quemaba los cuerpos, ya que en sus lugares de asentamiento se han encontrado necrópolis de incineración; sin embargo, para los que perecían en combate no consideraban digno el quemar sus restos, los cuales hacían descansar en cuevas, en fosas primero y posteriormente en urnas.

Adoraban al dios Lug, divinidad de origen celta, al cual festejaban en las noches de plenilunio, bailando en familia a las puertas de sus casas. También rendían culto a sus muertos y a un tal «Elman», o «Endovéllico», según atestiguan algunas inscripciones. Tenían por costumbre dejar sus iconos, o imágenes de los dioses, en cuevas situadas en abruptos peñascales, a veces se trataba de las mismas grutas donde descansaban sus antepasados, y solían acudir a ellas en grupo, en días señalados para la ocasión. En estos lugares veneraban a sus divinidades y les solicitaban favores, dejándoles sus exvotos.

Su vestimenta se componía de una ropilla negra u oscura, hecha de lana de sus ganados, a la que estaba unida una capucha o capuchón con la cual se cubrían la cabeza cuando no llevaban el casco que estaba adornado con plumas o garzotas. Al cuello solían rodearse un collar. Una especie de pantalón ajustado completaba su sencillo uniforme.


Arévacos. Eran el mayor pueblo celtíbero a la izquierda un guerrero a la derecha mapa

Su habilidad en el arte de forjar las armas. Se presentaban a batalla en campo raso: interpolaban la infantería con la caballería, la cual en los terrenos ásperos y escabrosos echaba pie a tierra y se batía con la misma ventaja que la tropa ligera de infantería. El cuneas (cuña), u orden de batalla triangular de los arévacos, se hizo famoso entre los celtíberos y temible entre los guerreros de la antigüedad.

Las mujeres se empleaban también en ejercicios varoniles y ayudaban a los hombres en la guerra. Se veían obligados, para pelear, a dejar guardados sus cereales en silos o graneros subterráneos donde se conservaban bien los granos durante largo tiempo.

Sobre el año 200 AC, el general cartaginés Aníbal quiso mostrarse señor de Hispania antes de medir sus fuerzas con Roma, y a este fin, y para ejercitar sus tropas e imponer obediencia y respeto entre los celtíberos, llevó sus armas al interior de la Península. Así se internó con dos expediciones consecutivas en tierra de los arévacos, talando los campos y rindiendo su capital, Numancia, cuyos habitantes obligó a huir con sus mujeres e hijos a las vecinas sierras, de donde luego les permitió volver bajo palabra de que servirían a los cartagineses con lealtad.

Cuando regresaba de estas expediciones a Cartagena (Cartago Nova) con el botín, los naturales de la meseta reunidos en bastante número se atrevieron a acometerle a las orillas del río Tajo y aún le desordenaron la retaguardia y rescataron gran parte del botín. Triunfo que los antiguos hispanos pagaron caro al siguiente día, en que Aníbal les hizo ver bien a su costa cuán superiores eran las tropas disciplinadas y aguerridas a una multitud falta de organización, por briosa que fuese, que por lo visto lo eran en verdad.

Con la llegada de los romanos, Numancia, una de las ciudades arévacas, protagonizaría una resistencia heroica al invasor. Tras las campañas de Tiberio Graco en el 180 AC y la firma de unos tratados con los pueblos indígenas, entre ellos los arévacos, Hispania conocería un periodo de relativa calma. Pero esta calma no duraría siempre. En el 153 AC, los segedanos debido al incremento de su población, decidieron ampliar las murallas; acto que no sería bien visto por Roma, que rompería los acuerdos, comenzando así las denominadas guerras celtíberas. Los segedanos, que aún no tenían terminadas sus murallas, se refugiaron en Numancia. El cónsul Quinto Fulvio Nobilior fue enviado a Hispania para sofocar la rebelión.

Los pelendones

Los pelendones fueron un pueblo celtibérico que habitaba la región de las fuentes del Duero, es decir, norte de la provincia de Soria, sureste de la de Burgos y quizá el sureste de la de La Rioja. Por el sur limitaban con los arévacos y por el norte con los berones y autrigones. Las fuentes también utilizan el nombre de cerindones para denominarles. Según Apiano estaban emparentados con los arévacos y los numantinos. Los arévacos los empujaron hasta la zona norte de Soria.

Los pelendones, también nombrados como cerindones en algunos textos, llegaron hacia el siglo VIII-VII AC, con el primer gran movimiento celta. Se instalaron en las zonas norteñas del Sistema Ibérico precedidos por los beribraces (o bebriaces en la Galia, quizás emparentados) que lo harían desde el Levante hasta el límite con la Meseta.

Procedían al parecer de la zona belga o Bajo Rin, eran un pueblo eminentemente ganadero, y en menor medida agrícola. Tenían un gran conocimiento sobre la metalurgia, especialmente del bronce, pues la elaboración y el trabajo del hierro era incipiente en esos momentos y se desarrollaría plenamente hacia el siglo IV AC.

Se asentaron especialmente en lugares elevados desde donde dominaban con la vista pastos y valles. Regidos por un consejo de ancianos y una estructura de clanes familiares, estos asentamientos se sitúan a corta distancia entre sí dominando un territorio comunal. Acostumbran al rito de la incineración, depositando las cenizas del difunto en vasijas de arcilla o urnas. Otros de sus ritos son el culto a las «cabezas cortadas» y la exposición de sus guerreros muertos a las aves. Aunque su estructura es patriarcal (consejo de ancianos, jerarquía guerrera), las mujeres desarrollan un papel fundamental, al menos, en igualdad con los hombres: recibían herencias, elegían a sus esposos, eran alfareras, tejedoras, comparten las labores del ganado y, si era preciso, guerrean.

En España se inscriben dentro de la llamada Cultura de los Castros sorianos, lugares parcialmente protegidos a los que se añadían defensas artificiales como murallas, y series de «piedras hincadas» que dificultaban las agresiones desde los accesos más débiles. A este tipo de construcción se la considera característica de este pueblo. Su muralla, que puede alcanzar los cuatro o cinco metros de altura, es única y está construida adaptándose al terreno con una cara interior y otra exterior de piedras más o menos regulares, rellenándose el espacio entre ellas de piedras más pequeñas y de tierra. En algunos casos se rematan con torreones y estructuras de madera.

Dentro de su demarcación, podían coincidir viviendas de tipo circular y rectangular, o casas adosadas a la muralla, o entre sí, formando espacios centrales o plazas. Estaban construidas a partir de un pequeño muro de unos cincuenta centímetros, sin cimentar, sobre el que se edifica una estructura de adobe y madera, para concluir en un tejado vegetal impermeable que filtra el humo de la hoguera. En estas viviendas se distinguen generalmente tres espacios, separados por tabiques de tablas o ramajes. En el centro se sitúa la estancia-cocina-dormitorio, espacio de la vida familiar, alrededor del hogar. Más allá, está la despensa donde se guardan los alimentos en grandes tinajas de barro sobre altillos. El espacio con más luz era la entrada, y en él se realizan las labores diarias, como el tejido en telares verticales o la molienda.

Como portadores de la cultura celta, poseían sus propias deidades a las que adoraban desde lugares naturales destinados para ello, pues no se han registrado templos. Su mitología está inspirada en la naturaleza: el sol, la luna, el agua, árboles y animales. Estrabón nos habla de una «deidad innominada», a la que rinden culto las noches de luna llena, «danzando a las puertas de sus casas». Se identifica con la propia luna. Otras deidades están emparentadas con la cultura gala, o la irlandesa. La deidad Lug (sol, luz) sería la más importante de acuerdo a su concepción religiosa, una especie de Júpiter en los romanos (estos lo asimilaron a Mercurio). Sobre él no faltan referencias etimológicas y toponímicas en el noroeste peninsular, incluidas las ermitas de Santa Lucía.

Son representativos: Cernunnos (bosque, caza, ciervo), Epona (difuntos, caballo), Ayron (profundidades, agua), Las Matres, en número de tres manteniendo la triplicidad céltica (fecundidad, tierra nutricia, agua). Tenían animales de culto como el toro y el caballo; de mal fario como el cuervo; o sagrado como el buitre que subía al cielo el alma de los muertos en combate. Los pelendones se describen como adoradores, en especial, del dios Belenos (Belen de los galos), del que se desprendería su denominación de belendones y posteriormente pelendones.

Sus principales ciudades eran Visontion y Savia. La capital se hallaba en Kontrebia Leukade (Aguilar del Río Alhama, Rioja).


Pueblos celtiberos. Izquierda dos guerreros celtiberos con el manto a sagum autor Dionisio Álvarez Cueto. Derecha situación de los pueblos celtiberos fuente Celtiberia.net

Los belos


Los belos eran un pueblo que habito la provincia de Soria, antes de la ocupación romana, se extendía por la zona noreste. Se trata de un pueblo celta llegado a la península con las invasiones del siglo VI y establecido en el alto valle del Duero, desde donde ocuparía el valle Alto del río Jalón, por lo tanto, en la actualidad correspondería a las comarcas de Arcos de Jalon, y Medinaceli.

Son mencionados por las fuentes romanas en relación con los arévacos, lusones y titos.

Una ciudad importante es Nertóbriga que emite moneda de bronce en el siglo III AC, en la que aparece un jinete lancero. La más destacada, sin embargo, es Sekaisa (Segeda), que acuña moneda en torno al siglo II AC. En el 154 AC amplió su territorio provocando las Guerras Celtibéricas.

Su capital era Segeda, que comúnmente se sitúa en el yacimiento de Belmonte, próximo a Calatayud, ya que en él se encontraron monedas ibéricas con el rótulo Secaisa. La situación, sin embargo, no está clara, pues parece que Belmonte se halla fuera del territorio belo.

Ocupaban el valle del Jalón, desde la confluencia con el río Piedra; por el sur limitarían con la Sierra Solorio hasta Sierra Ministra, y por el norte, con las de la Mata, Muedo, el extremo sur de la de Miñana y la sierra de Almantes. Estos límites no son del todo seguros, sobre todo los que les separarían de titos y lusones. Pertenecerían a este pueblo las ciudades de Segeda, Attacum, Arcobriga y Ocilis (tal vez Medinaceli).

Por los pactos de hospitalidad, puede que los belos, lusones y algunos más viviesen todos juntos. Así pues se puede entender a los autores clásicos cuando nos hablan de estas tribus en el sentido que cada cual o que cada uno les llama como quiere y las sitúa a todas en un mismo sitio.

Cuando los romanos conquistaron lo que actualmente es la provincia de Teruel se encontraron con dos grupos étnicos diferentes: los íberos y los celtíberos.


Los belos y titos, que habían buscado refugio en los arévacos, infligieron una grave derrota al ejército romano, pero, con los restos del mismo, Nobilior aún estuvo en condiciones de poner cerco a Numantia (Numancia).

El nombre de Belos quizá provenga del latín “ Bellum” que quiere decir “guerra”, es posible que estas gentes, en la mayoría, fuesen todos guerreros.


Otras fuentes nos señalan que están emparentados con los arévacos, lusones y vacceos por el tronco común de los belovacos de la Galia.

Así, el territorio occidental de la actual provincia de Teruel debió estar ocupado por los celtíberos belos, siendo Damaniu, en Hinojosa de Jarque, la ciudad que marcaría el límite con la zona ibérica.


Guerreros celtíberos: izquierda Pablo Outeiral derecha Dionisio Álvarez

Los titos

Los titos fueron un pueblo celtíbero que siempre aparece subordinados a los belos, de los que quizás fuesen clientes. Su localización, muy imprecisa, puede estar en el valle medio del río Jalón, hacia Alhama de Aragón y alcanzando a las parameras de Molina, junto con los belos. Este pueblo que aparece citado en las fuentes clásicas contribuyendo a las guerras de resistencia contra Roma.

Firmaron en el 179 AC, los pactos de Graco y entraron en guerra con Roma, junto con los belos y los arévacos, en la segunda guerra celtíbera, que terminaría con la destrucción de Numancia en el 133 AC. A partir de entonces desaparece, como pueblo, de las fuentes.


Guerreros celtíberos (1). Los de la izquierda con tela acolchada y escudo redondo, a la derecha con casco tipo Monteforino con carrilleras, manto sagum o sago, y cota de malla respectivamente.

Los lusones

Los lusones fueron un pueblo celtíbero, localizado en el alto Tajuña, al noreste de Guadalajara, y según Estrabón en las fuentes del Ebro y el Tajo.


Se cree que la ciudad de Lutia era su capital, siendo sus ciudades más importantes: fueron Bursau (Borja?), Turiasu (Tarazona?) y Carabis.

Al estar asentados en la misma zona que los titos y bellos, su economía posee las mismas características. La base es la agricultura pues están en una tierra muy fértil. Cosechas de cebada, cereales y olivo. En la ganadería se da la cría de cerdos, cabras y ovejas. Como es rica la ganadería se da una industria textil próspera, fabrican el sagum o sayo, utilizado, aparte de como prenda, también como tributo.

Cerámica caracterizada por temas decorativos a bandas con círculos y semicírculos. En metalurgia se sabe de la existencia de oro en el río Jalón y de hierro en el Moncayo. Plinio el Viejo elogia las armas fabricadas aquí. De producción de plata apenas hay noticias.

Construcciones

Construyeron sus poblados y ciudades en puntos elevados de fácil defensa envolviendo el contorno con un único lienzo de muralla adaptado a las irregularidades del terreno. Con el tiempo aparecieron los torreones cuadrados o circulares, con preferencia en las puertas para posteriormente generalizarse en todo el recinto. A veces realizaron fosos delante de la muralla.

Los celtíberos vivían en distintos tipos de asentamientos, que las fuentes antiguas denominan polis o urbescivitatesvici y castella.

  • Las urbes eran del tipo de la ciudad-estado antigua; con un núcleo urbano más o menos desarrollado y un entorno agrario dependiente de él.
  • Las civitates eran organizaciones políticas indígenas autónomas que podían tener o no una configuración urbana.
  • Los vici y castella eran los asentamientos menores y corresponden a los poblados y castros característicos de estos pueblos que documenta la arqueología.

Urbe celtíbera rodeada de muralla con torreones, a veces tenían foso

 

Las casas se pegan a la pared interna de la muralla. Los celtíberos se establecieron lugares elevados y visibles, que refuerzan con murallas, torres defensivas y fosos. En el interior, las viviendas se organizan en torno a una calle o espacio central.


Poblado celtíbero. Se aprecia la actividad diaria

 

Las casas celtibéricas presentaban una planta rectangular, con una superficie de entre 40 y 50 metros cuadrados. Los muros se asentaban en un zócalo de piedra sobre el que se levantaban muros de adobe o tapial. A continuación se realizaba un entramado de postes a intervalos regulares sobre el que se colocaba una estructura de madera que sostenía la cubierta vegetal, dispuesta a una o dos aguas. El interior de los muros se enlucía con barro y paja y el suelo se pavimentaba con arcilla o tierra apisonada. Las viviendas estaban divididas en 3 estancias (de fuera hacia dentro):

  • La primera, a la que se accedía desde la calle por una pequeña puerta, era la más luminosa y se destinaba a actividades domésticas y artesanales (fabricación de vestidos, molienda, etc.).
  • A continuación, la habitación más grande tenía el hogar en el centro o en un lateral y a su alrededor se disponían bancos corridos para descansar y comer. En las paredes se colocaba la vajilla en estanterías y muebles.
  • La última estancia estaba dedicada a almacenar aperos y ser despensa de alimentos.

Casa celtíbera, tenía tres estancias la primera para actividades domésticas y artesanales, la segunda para hogar y la tercera como almacén y despensa

Otras viviendas disponían de pequeños corrales adosados a las viviendas o de bodegas-cuevas bajo el suelo de la primera habitación y con el fin de almacenar y conservar alimentos.

Economía

La economía celtibérica se basaba en la agricultura, la ganadería, la minería, la metalurgia, la caza, la pesca y la recolección de frutos secos:

Agricultura: la pobreza del suelo, la altura y el duro clima la hacían difícil, reduciéndose al cereal de secano (trigo y cebada) y, en menor medida, las legumbres, los frutales y la vid. Las labores agrícolas se realizaban con arado de reja tirado por yuntas de bueyes, con hoces para la siega y con horcas para la trilla. También se dedicaban a la recogida de frutos secos de los bosques cercanos (nueces y bellotas).

Ganadería: era la que representaba su riqueza. Se centraba en las ovejas y cabras (50 %), destinadas a la obtención de lana y derivados de la leche; vacas (20 %) como fuerza de tracción y para aprovechar su leche, piel, cuero y cuernos; y en menor medida, cerdos (5-10 %). Otros animales empleados por los celtíberos son los destinados al arrastre y al transporte de cargas y personas (bueyes, asnos, mulos y caballos). Finalmente, la caza de ciervos, corzos, jabalíes, liebres, conejos, osos y lobos, complementaba la explotación ganadera.

Minería: en el Sistema Ibérico se explotaron las minas de plata, plomo, cobre y hierro, destinados todos ellos a la fabricación de instrumentos diversos (armas, utensilios agrícolas y artesanales, adornos, monedas, etc.).

La metalurgia: se concentró en el trabajo del hierro, para la fabricación de utensilios cotidianos (tijeras, azadas, hoces, cuchillos, etc.) y armas (espadas, puñales, lanzas y escudos); y del bronce, destinado al adorno (fíbulas o imperdibles, broches de cinturón, pulseras, placas decorativas o pectorales y brazaletes).

Se sabe que los celtíberos eran buenos fabricantes de espadas; armas que causaron el asombro de los romanos por su flexibilidad. A base de golpes en frío y de calor en el centro consiguieron tres cuerpos, dos duros y uno en medio, más blando.


Celtíberos mirando un castro.

Sociedad

La sociedad celtibérica con el paso del tiempo fue adoptando una estructura más jerarquizada. Al principio se agrupaban en tribus y clanes:

  • Los clanes (gentilitates) agrupaban a individuos unidos por lazos de parentesco o de sangre (antepasado común) que compartían un territorio, unos deberes y derechos y unas prácticas religiosas que obligaban a todos.
  • Las tribus (gentes) eran organizaciones superiores.

Los más privilegiados en estos grupos eran los guerreros, quienes ostentaban el poder político y cuya misión era defender a los demás individuos. Además se establecieron relaciones de igualdad entre los individuos, clanes o tribus a través de instituciones como el hospitium entre clanes y la devotio entre individuos.

Con el desarrollo de las ciudades, la sociedad celtibérica evolucionó, y el poder político recayó sobre la asamblea de ancianos (seniores) y la asamblea de los jóvenes (iuniores). Además aparecen las figuras de los legados o heraldos (enviados para negociar la paz), los magistrados, y los líderes o jefes militares (elegidos por la Asamblea para hacer frente a la guerra).

Los íberos eran monógamos, siendo las muchachas las que elegían a su esposo, empezando por los más valientes. El pelo de los celtíberos se llevaba largo, como los celtas, al contrario que los íberos, que solían tenerlo corto. En el calzado los celtíberos adoptaron el uso de la sandalia ibérica.


Ritual celtíbero. Se aprecia un jefe con un báculo y una sacerdotisa. Al fondo un guerrero con una corneta.

Ritos funerarios

Los escritores de la antigüedad han transmitido un doble ritual de enterramiento entre los celtíberos; según Silio Italico


Los celtíberos consideran un honor morir en el combate y un crimen quemar el cadáver del guerrero así muerto; pues creen que su alma remonta a los dioses del cielo, al devorar el cuerpo yacente el buitre”. Según Eliano refiriéndose a los vacceos “…dan sepultura en el fuego a los que mueren de enfermedad…, más a los que pierden la vida en la guerra… los arrojan a los buitres, que estiman como animales sagrados«.

El ritual de la exposición de cadáveres. Este segundo ritual, destinado a los que morían en combate, consistía en depositar sus cadáveres en determinados lugares, para que fueran comidos por los buitres, considerados como intermediarios (psicopompos) entre el mundo de los humanos y el de los dioses. Al mismo tiempo que descarnaban su cuerpo transportaban su espíritu directamente a la deidad celeste. Este ritual era considerado más puro que la incineración, ya que evitaba el contacto con la tierra.


Ritual celtíbero de la exposición de cadáveres. Los que caían en combate eran dejados en lugares para que fuesen devorados por los buitres. Autora Sandra Delgado

 

El ritual de la incineración. Era el ritual más usual, consistía en la incineración del cadáver con su ajuar en una pira funeraria o “ustrinum”. Una vez finalizada la cremación, se recogían, previamente seleccionadas, las cenizas y restos óseos del difunto, introduciéndolos en un hoyo o, previamente, en una urna o vasija de cerámica. Junto a esta se depositaba al ajuar u objetos personales del difunto, compuesto de armas, elementos de adorno y utensilios.

Las tumbas eran agrupadas en necrópolis o cementerios, podían estar señalizadas al exterior con una piedra o estela o una cubierta tumular.


Entierro de un príncipe celtíbero. Autora Sandra Delgado

 

Característico de las tumbas celtibéricas es la inutilización intencionada de los objetos personales o ajuar del difunto. Las armas, útiles o adornos depositados en las tumbas aparecen doblados e inutilizados intencionadamente; con esta práctica se trataba de evitar la separación del difunto de sus objetos personales, a través de su “muerte ritual”, de esta manera su espíritu acompañaba al difunto al Más Allá, como exponentes de su propia identidad.

La existencia, en algunas tumbas, de restos óseos de animales jóvenes (cordero o potro) ha sido interpretada como la porción de carne del banquete funerario perteneciente al difunto. También, en menor medida, se han encontrado en las necrópolis celtibéricas enterramientos simbólicos o cenotafios, en donde los animales sustituyen al cuerpo del difunto cuando este fuera imposible de recuperar.

El ejército celtíbero

Los celtíberos estaban organizados para luchar en grupos a pie y a caballo. La caballería estaba entre el 20 y el 25% del total, eran más importantes que otros pueblos, y por supuesto el ejército romano que representaba del 10 al 14%. Los jinetes tenían fama de ser rápidos, hábiles y fuertes como sus caballos. Su equipo era ligero, pequeño escudo circular o caetra; dardos que eran muy buenos a 40 metros de longitud, espada corta y casco. Dice Plutarco, que eran expertos en montañismo, ligero y rápido, hasta el punto que tiene Livio de que «la dureza del lugar hacía innecesario acelerar a los celtíberos, cuya costumbre es atacar en las batallas a pie«.

La caballería y la infantería se mezclaban para la guerra, utilizaban como los íberos la táctica del «concursare» que consistían en fingir una huida y cuando el enemigo se desorganizaba, giraban y los atacaban o bien les conducían a una emboscada. Esto se apartaba del concepto de guerra de cualquier ejército regular y, por tanto, del romano, lo que llevó a los historiadores antiguos a hablar de indisciplina y grupos de bandidos.

Los jinetes cuando era necesario, actuaban como auxiliares de la infantería, desmontaban y actuando como tales, en ocasiones también el jinete iba acompañado de un soldado de infantería. Solo en tiempos difíciles se agruparon en formación de cuña. En 195 AC, cerca de Toledo, «la cuña atacó en mayor número y en filas apretadas, presionando más contra los romanos«. El paso del río se realizó nadando con pieles infladas, que se pusieron la ropa y los escudos estaban encima.

Según Livio, 4.000 infantes y 200 caballos eran una legión completa y el número de legiones que nunca pasaran de 8, es decir, unos 35.000 soldados en la zona en el 181 AC. Desde entonces se produjo un fuerte descenso, no solo debido a la disminución de la población a causa de la guerra, sino también porque cada vez más población fue controlada por los romanos. En el 153 AC, se dice que en Numancia había unos 20.000 infantes y 5.000 jinetes (se refiere a numantinos y segetanos juntos), en el 143 AC, se mencionan 8.000 y, en 137 AC, solo 4.000 (referido a Numancia).


Ejército celtíbero en las proximidades de Numancia. Autor Ángel Benito Gastañaga

 

La caballería no buscaba el choque, se movía rápido, y atacaba lanzando venablos, se retiraba e insistía en el hostigamiento sin empeñarse en acciones en fuerza.

A veces los jinetes celtíberos llevaban un combatiente, que descabalgaba al llegar a la zona de lucha. Otras veces, el jinete descabalgaba y sujetaba las bridas con una clavija y combatía como un infante.

Los jinetes, al igual que los infantes, vestían habitualmente túnica corta, escudo colgado en el lado derecho del pecho del caballo, tahalí para la espada, una o dos lanzas y a veces casco. Según Estrabón: “cría toda la Iberia cabras y caballos monteses en abundancia…”, “los de Celtiberia son moteados o pintados de varios colores, y si los trasladan a la Hispania Ulterior mudan de color…”, “en agilidad y destreza para las carreras aventajan a los demás pueblos”. Silio Itálico se refiere a los caballos que cría Uxama: “…son fuertes para la guerra, en la que resisten largos años, y con su bravura apenas sufren el freno u obedecen a la voluntad del jinete”. Estos aprovechaban las inmejorables características de los caballos celtibéricos, adiestrándoles a subir por fuertes pendientes y a hincarse o detenerse de inmediato cuando convenía.

El perfeccionamiento en el adiestramiento de los caballos queda bien reflejado en las necrópolis celtibéricas, donde son frecuentes los duros y fuertes bocados de doma, de largas camas rectas, frenos partidos, con rienda y falsa rienda, serretas, serretones y filetes partidos.

Las evidencias arqueológicas muestran que los primeros ejemplares de herradura aparecen en túmulos funerarios del centro peninsular, lo que podría indicar que los celtíberos fueron sus inventores.


Caballería celtíbera siglo II AC. Autor Ángel Benito Gastañaga

Armamento

Polibio dice: «Casi todos los celtíberos, por así decir, combaten como peltastas, armados a la ligera por su bandolerismo, los lusitanos, usan jabalina, honda y puñal. Con los infantes está mezclada también la caballería, siendo los caballos adiestrados en subir sierras y arrodillarse con facilidad, cuando esto hace falta y se les manda».

Las armas ofensivas cambiaron con el tiempo. En el periodo temprano hasta el 500 AC, emplearon solo lanzas y jabalinas. Hasta el 350 AC, llevaban las espadas rectas de antenas y puñales, utilizaban el soliferrum junto con las lanzas y jabalinas. A partir del 350 AC ya no vuelven a utilizar el soliferrum, siendo sustituido por la falarica más parecida a las pilum romana, y empiezan a verse las falcatas, ambos de influencia íbera, también se emplea la gladius y la espada larga tipo Tène.

A partir del 200 AC, solo se utiliza la espada larga tipo Tène y puñales, junto con la falarica y las lanzas.


Guerreros celtíberos en el 134 AC, cerca de Numancia. Se aprecia las diferencias unos llevan discos pectorales, otro cota de malla y otros dos con cota de escamas, y uno sin protección. Autor Ángel García Pinto

 

Livio, con motivo de la narración del sitio de Sagunto describe la falarica «..usaban los saguntinos un arma arrojadiza llamada falarica, cuya asta era de abeto y redonda en toda su extensión, excepto en el extremo, donde se colocaba el hierro: éste, cuadrado, como en el pilum, estaba rodeado de una estopa empapada en pez. El hierro era largo, de tres pies, para poder traspasar la armadura y el cuerpo. Pero aún en el caso de quedar clavado en el escudo y no penetrar en el cuerpo, llenaba de terror, pues como se lanzaba encendida la estopa y su carrera avivaba su llama, obligaba al soldado a despojarse de sus armas y exponerse indefenso a los golpes siguientes….«

Philón describe asimismo la forja de las armas celtibéricas: «..para probarlas, agarraban con la derecha la empuñadura y con la otra mano la punta, colocaban luego la hoja transversal sobre la cabeza, tiraban luego para abajo de ambas extremidades hasta que se tocaban con los hombros y luego las soltaban. La hoja permanecía recta, aunque esta prueba se repitiera varias veces. Esta flexibilidad se debía a que el hierro era muy puro y estaba bien trabajado al fuego. Se forjaba en frío y no a martillazos, combinando la acción del fuego y del frío»


Guerreros celtíberos (2) luchando con romanos. Autor Pablo Outeiral

 

Marcial alaba las armas celtíberas »…por la buena calidad de su hierro, que venía del Moncayo, muchas de las cuales se forjaron en Bílbilis, ya que el agua fría del Salo (Jalón) era a propósito para su temple». En otro párrafo se ocupa del puñal ibérico, forjado en Bílbilis con el hierro del Moncayo y el agua fría del Salo (Jalón)».


Evolución de las armas ofensivas celtíberas: espadas, puñales, lanzas y jabalinas

Las armas defensivas eran el escudo redondo o caetra, de 50 cm de diámetro hecho de cuero o madera, propio de la infantería ligera de ascendencia celta y el largo ovalado de procedencia íbera empleado por la infantería pesada o escutari; la mayoría de los cascos eran de cuero salvo los de los jefes que estaban realizados en bronce y adornados; las corazas debieron ser de lino y, en ocasiones muy raras, de cota malla o bien de escamas, la protección más empleada eran los pectorales de discos de bronce.


Evolución de las armas defensivas celtíberas: cascos, escudos y pectorales.

Los celtíberos se organizaban para pelear en grupos de a pie y a caballo (entre el 20 y el 25 % del total). La infantería llevaba pertrechos ligeros: caetra, dardo, honda, espada corta y casco. Eran expertos en escalar montañas, ligeros y rápidos. Los caballos celtibéricos eran fuertes y resistentes y estaban adiestrados para hincarse de inmediato.

Diodoro describe a los celtíberos así:


«los celtíberos son crueles en sus costumbres hacia los malhechores y enemigos, pero honorables y humanos con los extranjeros. A aquellos que llegan ante ellos los invitan a detenerse en sus casas y disputan entre sí por la hospitalidad, y aprueban a todo aquel que atiende a los extranjeros, considerándolo amado por los dioses»….»Llevan sayos negros y ásperos, de una lana parecida al pelo de las cabras salvajes. Algunos celtíberos se arman con escudos galos; otros, en cambio, llevan cyrtias redondas, llevan también en las piernas arrolladas grebas de pelo y en la cabeza, cascos de bronce adornados con crestas de color escarlata. Usan espadas de dos filos fabricadas en hierro excelente y puñales de un palmo de longitud de los cuales se sirven en los combates cuerpo a cuerpo. Tienen un modo peculiar de preparar las armas que utilizan para su defensa. Entierran láminas de hierro y las dejan hasta que, con el tiempo, la parte débil del hierro, consumida por la herrumbre, se separa de la parte más dura, de ésta hacen espadas excelentes y los demás objetos concernientes a la guerra. Las armas así fabricadas cortan todo lo que se les pone: ni escudo, ni casco, ni hueso resisten a su golpe, por la extraordinaria dureza de su hierro.«


Guerreros celtíberos 133 AC, están atacando las fortificaciones de asedio de Numancia, el infante está lanzando una falarica. Autor Angus McBride

 

» los celtíberos suministraban para la lucha no sólo excelentes jinetes, sino también infantes que destacaban por su valor y capacidad de sufrimiento. Están vestidos con ásperas capas negras, cuya lana recuerda el fieltro. En cuanto a las armas, algunos de ellos llevan escudos ligeros, similares a los de los celtas, y otros grandes escudos redondos del tamaño del aspis griego. En sus piernas y espinillas trenzan bandas de pelo y cubren sus cabezas con cascos broncíneos, adornados con rojas cimeras. Llevan también espadas de doble filo, forjadas con excelente acero, y puñales de una cuarta de largo para el combate cuerpo a cuerpo. Emplean una técnica peculiar en la fabricación de sus armas; entierran piezas de hierro y las dejan oxidar durante algún tiempo, aprovechando sólo el núcleo, de forma que obtienen , mediante nueva forja, espadas magníficas y otras armas. Un arma así fabricada corta cualquier cosa que se encuentre en su camino, por lo que no hay escudo, casco o cuerpo que se resiste a sus golpes, por la excepcional calidad del hierro. Son muy hábiles en luchar de dos modos diferentes: primero atacan a caballo y, en caso de ser rechazados, desmontan y atacan de nuevo como soldados de infantería. Según sus normas habituales son extremadamente cueles con los criminales y enemigos, aunque con los forasteros son compasivos y honrados; los extranjeros que vinieron a vivir entre ellos, todos los invitaron a parar en sus casas, rivalizando entre ellos para prodigarles hospitalidad, y los extranjeros que fueron atendidos por éstos, los elogiaban y los consideraban amigos de los dioses…..«

«En cuanto a su alimentación, se sirven de toda clase de carnes, que abundan entre ellos, y como bebida poseen una combinación de vino y miel…«


Jinetes celtiberos luchando con un jinete romano: el de la izquierda es un jefe con casco de bronce, caetra y falcata, el de la derecha es un guerrero con lanza casco de cuero. Autor Angus McBride para Osprey










































  Historia. INTRODUCCIÓN. La Historia es una ciencia (disciplina prefieren decir otros) que exige una reflexión sobre su carácter como cie...