jueves, 28 de marzo de 2019


EL BARROCO EN MÉXICO*



Antecedentes



La toma de Granada y la liberación de las últimas tierras hispanas de la soberanía musulmana constituyeron la gran victoria del poder nacional unificado, lograda por los Reyes Católicos, Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán, junto con Gonzalo de Ayora y Francisco Ramírez, el artillero, transformaron el arte de la guerra combinando el empleo de las antiguas armas –dardos, lanzas, espadas y ballestas- con las de fuego –cañones, arcabuces y minas-. Esto permitió utilizar en forma hábil y flexible a la infantería, la cual se transformó en los temibles y famosos tercios, pavor de la Europa protestante.
            Con su triunfo sobre los moros, España lograba la unificación nacional e irrumpía con pujante brío en el escenario de la historia. El vigor de su pueblo se iba a manifestar no solamente en el campo de las armas, que habían recuperado para la corona de Aragón, el Rosellón y la Cerdeña, sino también en otros ámbitos. Era la época de los Cancioneros, de Juan de la Encina, d Lucas Fernández, de Fray Ambrosio Montesinos, dl Cartujano, de Álvarez Gato. Antonio de Nebrija, cronista de los Reyes Católicos, depura y fija el castellano en su Gramática. Cristóbal Colón descubre todo un Nuevo Mundo, donde iba a desplegarse durante tres siglos el Imperio más grande de todos los tiempos.
            Los progresos de la economía monetaria y las crecientes facilidades del intercambio hieren de muerte a las antiguas formas de producción y de cambio. Convertidos los servicios personales en pago del tributo en dinero, nacen nuevas relaciones entre los hombres. Emergen las monarquías y languidecen los poderes feudales. Se forman los consejos municipales bajo la tutela de las cortes reales y los obispados, que absorben las atribuciones que habían detentado los rurales. Crecen los pequeños “burgos” hasta convertirse en ciudades, y la vida civil se aglutina en torno de las catedrales y del palacio del rey. Las universidades ocupan el lugar de las viejas abadías.
            Los innumerables adelantos técnicos alcanzados en la producción metalúrgica, la manufactura textil, la navegación, las invenciones de los instrumentos astronómicos que permitían la navegación de altura y la de imprenta, así como los progresos en la investigación científica, dieron como resultado la búsqueda de la ruta más corta hacía las islas d la Especiería, que originó el descubrimiento de lo que hoy llamamos América. El centro de gravedad de la historia pasó del Mediterráneo al Atlántico, y los países ribereños del mismo, a ocupar un lugar prominente en la vida de la humanidad. Españoles y portugueses y más adelante ingleses, franceses y holandeses, colonizaron los nuevos territorios, llevando a ellos su religión, su arte y sus formas de vida.
            Al comenzar el reinado de don Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, el estilo artístico dominante en sus reinos era el gótico, entrado ya en la tercera parte de su ciclo evolutivo. Tres centurias habían corrido desde que ese estilo había entrado en España, traído de Francia, donde había nacido y desarrollado, superando al románico, del cual ha dicho Focillón, que fue la “premiere definition de l´Occident” (1) precedido del tiempo de aprendizaje que bajo Carlomagno creó el sajón.
            El románico dio por primera vez seguridad a las iglesias contra los frecuentes incendios de que hablan las crónicas, originados por rayos o por las antorchas llevadas en las procesiones, pues una vez abovedado el templo, éste logró su mayor monumentalidad. En los años de madurez del románico, del cual Höederlin dijo que era una “sagrada sobriedad” compiten la cúpula bizantina, la bóveda de medio cañón y la bóveda de crucería, formada por el cruce d dos de cañón, construida en Speyer hacia 1080, con aristas entre su calotes y luego, a partir de 1090, sobre nervaduras.
            Con la bóveda de nervios se inició el gótico, considerado como “una sagrada intranquilidad hacia Dios”, un estilo que hace brotar de la tierra, sobre sólidos cimientos, los templos que lanza hacia las alturas. Como más adelante el barroco, el nombre de gótico se usó inicialmente con sentido despectivo, ridiculizándolo como una forma de arte bárbaro, reñido con los cánones grecorromanos de la belleza y producido por los descendientes de los incultos saqueadores de Roma. El gótico desplaza el tipo de construcción propagada por el Císter.
            La belleza y audacia de las construcciones góticas hacen lucir la esbeltez d sus líneas verticales que brotan del suelo y obligan al ojo del espectador a seguirlas hacia las alturas, hasta topar con las nervaduras de las bóvedas. La ligereza de los apoyos visibles que vencen las leyes de la gravedad, hizo posible la arquitectura gótica. Anteriormente, las bóvedas se sostenían sobre vigas, y por tal razón eran muy estrechas, limitadas a la dimensión de la madera. Cuando se empleó la piedra, el arco de medio punto que privaba desde la época romana, no pudo soportar grandes pesos; se necesitaban muros de gran espesor para resistir el empuje de las bóvedas llamadas de cañón seguido. El estilo gótico lo transformó todo: usó el arco apuntado u ojival, capaz de tolerar mayores cargas que el de medio punto. Los constructores franceses descubrieron que podían construir bóvedas más amplias y hermosas. Las aristas resultantes del cruce de las bóvedas se transformaron en nervaduras capaces de resistir un abovedado  considerado hasta entonces imposible. Y las bóvedas de nervaduras con sus secciones de triángulos esféricos, como un paraguas, dieron claridad, ligereza y elegancia a las nuevas iglesias.
            La arquitectura gótica tanto en su parte activa como son los arcos, los pilares y contrafuertes, como en la parte muerta, muros, espacios intermedios de las bóvedas, logra una máxima economía de volumen. Los pilares se adelgazan hasta formar un haz de nervios que se ensambla con los arcos sustentantes de las bóvedas. El espesor de los contrafuertes está calculado para aguantar la descarga de los arcos que en ellos descansan, y los muros que dan apoyo permiten amplios ventanales en los cuales se montan las preciosas vidrieras –vitrales- y las rosas policromadas que pasman al espectador afortunado de admirarlas en las catedrales de Chartres, Reims y Nuestra Señora de París.
Dada la vigorosa regionalización expresada en los diversos reinos constituidos, el gótico en España no pudo ser uniforme, de manera que el construido en el noroeste de la península en Asturias, Galicia, León, Valladolid, Segovia y Guadalajara, el llamado gótico leonés-castellano, difiere del aragonés, del catalán, del valenciano, del andaluz y del hecho en las Baleares.
            Otra poderosa influencia se hizo sentir: el arte mudéjar salido de las manos de los moros que vivían en los reinos cristianos. La perfección técnica de los mudéjares, los exiguos estipendios que se les pagaban, la baratura de los materiales que empleaban como el ladrillo, la mampostería, la madera y el yeso, hacían apetecible su trabajo. Por otro lado, la convivencia de mahometanos y cristianos fue n ocasiones tan estrecha, que sabios musulmanes aconsejaban al rey Alfonso X, el Sabio. Otro monarca, Enrique IV, adoptó las costumbres islámicas. Alfonso XI y Pedro I edificaron sus palacios en Tordesillas y en el Alcázar de Sevilla empleando alarifes árabes y de acuerdo con sus normas arquitectónicas. En el siglo XV, los herradores moros y españoles estaban agremiados en la Cofradía de San Eloy en Segovia; en Burgos, en el siglo XIII, un moro era comisario municipal de las obras públicas, y en 1385, Ibrahim Allahar era maestro de obras en Zaragoza.
            La influencia dl arte mudéjar ha llevado a varios historiadores a manifestar que tal arte es el más genuinamente nacional de España, porque es el d mayor originalidad entre los diversos estilos históricos. El arte mudéjar aparece vigoroso en el  siglo XIII, se extiende en el XV y en algunos casos persiste hasta el siglo XVI. Soluciones constructivas y ornamentales se advierten en el periodo barroco del siglo XVIII. En Sicilia y en otras regiones italianas, así como en nuestro hemisferio como nos señala el maestro Toussaint (2) hay muestras dl mudéjar que floreció en nuestras tierras desde el sur de lo que hoy son los Estados Unidos como las misiones de la Alta California, Texas y Nuevo México, hasta Chile y Argentina, abarcando Cuba y el Brasil.
            Los arquitectos mudéjares adaptaron elementos románicos y góticos con los que les eran propios, sin despersonalizarlos. Combinaron el arco lobulado y en forma de herradura con el ojival, creando así nuevas variantes tanto en las construcciones como en el decorado de las mismas. La mano morisca construyó bellísimos campanarios, y las lacerías y los motivos geométricos se enriquecieron con las contribuciones góticas. Las yeserías alcanzaron una delicadez de encaje.
            Los Reyes Católicos, especialmente Isabel de Castilla, eran sensibles a la belleza; en medio del fragor de la lucha armada, las intrigas cortesanas y de los graves asuntos de Estado, aquella admirable mujer tenía tiempo para proteger todas las artes, hacer venir del extranjero a numerosos artistas y dotar a España de una colección de pintura única en el siglo XV. Silio Cortés nos muestra a la gran reina tomando a su servicio a todos los artistas de valía. La nómina es muy larga, pero es bueno conocer algunos nombres; Juan de Flandes, Michiel Sithium y Mechior Alemán; Gil de Siloé, quien ejecutó la tumba y el retablo de Miraflores; Juan Gues y Enrique Egas construyeron monumentos.. Asimismo, puso al servicio de nobles y obispos a Jorge Inglés, Juan Flamento, Juan de Borgoza y Francisco Ameres, como pintores; Annquin Egas, Juan y Simón de Golonia, Vigany, Diego Copin, Peter Dancart, Juan de Malinas y Rodrigo Alemán, como arquitectos y escultores. Numerosas obras pictóricas, esculturas, iglesias, conventos y edificios civiles, ostentan el yugo y las flechas símbolo de Isabel y Fernando que de 1470 a 1525, muerta ya la gran reina, demuestra el poderoso impulso que supo dar a todas las formas creativas de arte. (3) Nada extraño resulta que el historiador francés Emile Bertaux haya llamado “estilo isabelino” (4)  alas definidas modalidades artísticas que se inician en el reinado de los Reyes Católicos y se prolongan después de la muerte de ambos.
            El “estilo isabelino” es el gótico flamígero, desarrollado en Europa durante la segunda mitad del siglo XV y que en España se nutre de elementos indígenas, cobrando así auténtica responsabilidad. Se caracteriza el flamígero por la decoración de calados con adornos disimétricos, semejantes a las ondulaciones de las llamas.
            Otros elementos ornamentales que alcanzaron a reflejarse en España, ávidamente captados por los artistas fueron los que transmitían las noticias provenientes del Nuevo Mundo, las cuales aportaban elementos exóticos, estilizaciones de figuras y vegetales que asombraban a quienes las veían. Por otra parte, en la isla La Española, Bartolomé Colón, hermano del Gran Almirante, mandó erigir el primer templo del Nuevo Mundo (1503-1508), dedicado a San Nicolás de Bari, cuya construcción pertenece al estilo isabelino. Más tarde, las corrientes renacentistas alcanzaron las postrimerías de ese estilo con nuevos elementos como las formas platerescas. José Selva (5)  dice que el nombre plateresco se le aplicó al estilo introducido en la Península y que captó las nuevas formas del arte italiano, llevado a España, al parecer, por el famoso orfebre catalán Pedro Diez, quien estuvo en Roma a solicitud del papa Calixto III, regresó a su tierra a la muerte de ese pontífice acaecida en 1458 y montó un taller en Toledo, en el que hacía trabajos para la Catedral. Enrique de Egas, hijo del maestro mayor de aquel templo y arquitecto de numerosas obras de esta época, seguramente recibió influencias del orfebre Diez, de amplia y sólida fama.
            Otra fuente nos dice que don Íñigo López de Mendoza, Conde de Tendilla –pariente del primer virrey de la Nueva España- y embajador de los Reyes Católicos ante la Santa Sede, recibió en 1486 de manos del Papa Inocencio VIII una espada bendita labrada por artífices italianos. Los delfines que decoran la empuñadura aparecieron más tarde en la portada del Colegio de Santa Cruz de Valladolid, iniciado en el estilo gótico por el Cardenal Mendoza y que terminó el Conde de Tendilla ya en el nuevo estilo. Tocó al arquitecto Lorenzo Vázquez, el más representativo del mismo, romper la tradición gótico-isabelina.
            En 1528, Diego de Sagredo, capellán de la reina Juana, publicó después de un viaje a Roma y a Florencia la obra titulada Medidas del romano necesarias a los oficiales que quieren seguir las formaciones de las bases, columnas, capiteles y otros edificios antiguos, la cual es una síntesis de los conocimientos que había adquirido en Italia, e influyó poderosamente en la divulgación del plateresco. La arquitectura civil recibe la influencia de la nueva corriente, de modo que los arquitectos peninsulares la dominan pronto. La prosperidad económica da oportunidad a las casas señoriales de hacer sus palacios dentro del nuevo estilo, quizá más tosco que el de Italia, pero más vigoroso.
            El plateresco poseyó una vigorosa raigambre popular, como son las zapatas y las columnillas torneadas. En su primera fase cubre las portadas de los templos góticos con decoraciones a modo de retablo; continúa con las cresterías góticas y las ventanas con tímpano calado sobre columnillas. Los grutescos, los jarrones, los arabescos, las hojas; la fauna, la flora y las figuras humanas manejadas con gran imaginación, se juntan con los remanentes góticos, sobre todo del florido. El nuevo estilo es aceptado con entusiasmo por la arquitectura civil; las ciudades donde se empleó son Burgos, Toledo, Guadalajara, Zaragoza y Salamanca. La fachada de la sacristía de la capilla de la Universidad de Salamanca, las galerías d su patio y la escalera, son también muestras de ese hermoso estilo.
            En un bello libro Antonio Toussaint (6) nos muestra el antecedente italiano de la Cartuja de Pavía y luego los ejemplos españoles: Salamanca, Toledo, Burgos, Peñaranda de Duero, Sevilla y Granada. Mac Gregor nos dice que en México intervino un factor más: la técnica indígena de labrar la piedra hizo muchos ornatos planos, “recortados en silueta, lo que coincide con ciertas realizaciones moriscas”. (7) Este autor nos dic que el plateresco siguió usándose en Yucatán y Oaxaca durante el siglo XVII e inclusive en el XVIII.
            Fueron las órdenes religiosas de franciscanos, agustinos y dominicos las que adoptaron los estilos románico, gótico y plateresco; los frailes de San Agustín fueron quienes lo emplearon con mayor pureza. Mac Gregor señala como factores de la destrucción de numerosos monumentos religiosos y civiles la prosperidad económica del virreinato, que permitía el cambio de las modas arquitectónicas; por otra parte, la pugna entre el clero secular y el clero regular, pues el primero inventó las catedrales y las parroquias en la ciudad y poblaciones importantes, pero postergó y abandonó a su suerte los monasterios y templos que estaban anexos, llegando en ocasiones a desmantelarlos para aprovechar retablos, esculturas y cuadros de los conventos, en los templos parroquiales.
            La investigadora Elisa Vargas Lugo coincide con Mac Gregor y dice: “Entre los hechos históricos que consideramos esenciales para la comprensión de este fenómeno se cuentan: la decadencia del poderío monástico; la secularización de conventos y el predominio del clero secular; el desarrollo de las clases aristocratizantes y adineradas, especialmente aburguesadas y la influencia de las nuevas corrientes del pensamiento europeo”. (8)
                Don Antonio Toussaint nos da una buena lista de los lugares donde todavía se puede admirar el plateresco: Mérida –la Casa de los Montejo-, Puebla, Acolman, Actopan, Ixmiquilpan, Yecapixtla, Tepozotlán, Cuernavaca, Yanhuitlán, Teposcolula, Tlalmanalco, Uruapan, Zacapu, Erongarícuaro, Pátzcuaro, Morelia, Tzintzuntzan, Cuitzeo, Yuriria, Huejotzingo y la misma Ciudad de México, en Coyoacán y Xochimilco, las fachadas de la iglesia d la Santa Cruz de Atoyac.


El Nacimiento del Barroco


El año de 1569 el cardenal Alejandro Farnesio, sobrino del Papa pablo III, encargó a Iacoppo Barozzida de Vignola (1507-1573), llamado comúnmente Vignola, la construcción de la iglesia de los jesuitas romanos, denominada del Gesú. Vignola era un entusiasta de Miguel Ángel, a quien sucedió a la obra de la Basílica de San Pedro construyendo las cúpulas secundarias. Fue autor de un importante tratado de arquitectura, llamado Regla de las Cinco Ordenes, que andando el tiempo sería la base del fututo neoclasicismo. Vignola se inspiró en la iglesia de la Virgen de Monserrat levantada por Antonio Sangallo, para hacer la de los jesuitas; originada en la arquitectura gótica de Provenza, Languedoc y Cataluña, tiene una sola nave, capillas laterales que privarán en innumerables templos católicos, transepto poco saliente, ábside cuadrado, altar con retablo adosado al muro de fondo, cúpula en casquete esférico en el crucero, ventanas abiertas por encima de la cornisa interior formando lunetos en la bóveda. Esta forma de iglesias sustituye a la de planta central tan apreciada en el Renacimiento y que no retornará sino mucho después.
            La fachada de la iglesia del Gesú está constituida por dos entablamientos adosados que no tienen relación con el interior ni propósito constructivo. La cúpula está adornada con frescos de Baciccia y en su interior se encuentra el altar de San Ignacio de Loyola. Vignola no terminó la iglesia pues sólo alcanzó a construir la fachada hasta el primer entablamiento, en el cual aparecen los pilares acoplados, numerosos frontones y aberturas y nichos alternados. Pero lo interesante, y ya señalado por Víctor Manuel Villegas, es que la iglesia del Gesú tiene “en un ventanal del coro, interesantes y bellos estípites, en los que probablemente se inspiró el churriguerista Ribera para las suyas en el Puente de Toledo, en Madrid. Son pilastras con ángeles en su masa, que sostienen el capitel del orden compuesto, con alas desplegadas”. (9)
                El segundo entablamiento, menos ancho, realizado por Giacomo della Porta, está formado por un frontón triangular, flanqueado por dos ménsulas en forma de S inclinada. La fachada de la iglesia está sugerida en la disposición de la del Espíritu Santo in Sassia, de Antonio de Sangello, edificada en 1550. La fachada tuvo tal éxito, que de 1570 a 1630 todas las iglesias romanas copiaron la del Gesú: Santa María in Vallicella, San Jerónimo degli Schiavoni, el Espíritu Santo de los Napolitanos, San Andrés della Valle, Santa María della  Vittoria, San Nicolás Tolentino, San Isidoro, Los Santos Domingo y Sixto, San Juan de los Florentinos, San Ignacio y la prolongación de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, debida a Maderno; los tres últimos, sin embargo, constituyen cierta variación en la planta del Gesú, pues están dotados de naves laterales y también de cuerpos salientes y columnas.
            Giacomo della Porta levantó después la Madona dei Monti en 1580, que inicia el recurso del movimiento separando los planos, aumentando el relieve, logrando efectos pictóricos en el empleo de la luz y las sombras. La evolución se da con el empleo de numerosas columnas adosadas, como en la Chiesa Nuova dei Filippini, de Fausto Righesi.
            Carlo Maderno introduce cambios importantes en la iglesia de Santa Susana mediante el avance del eje de la fachada en tres planos escalonados sucesivos y por el desprendimiento de las columnas todavía alveoladas, en sustitución de los pilares de Vignola. En la fachada de la iglesia de los Santos Vicente y Anastasio de Roma, Martino Lunghi lleva al extremo el juego de los planos destacados en las columnas en gradación, sostienen tres frontones concéntricos en los cuales se ha roto la cornisa horizontal para no dejar más que dos partes de la misma formando un circunflejo.
            El origen del nombre barroco no es claro. Se supone derivado del término con que los joyeros designaban las perlas de forma irregular. Se atribuye a Benvenuto Cellini, quien, entre las varias artes que dominaba, se encontraba la orfebrería, la introducción del vocablo italiano barocco  o en francés baroque, como equivalente de bárbaro, extravagante e, inclusive, mal hecho. También se le hace provenir del portugués  barroco o barrueco, usado para designar una perla irregular o un nódulo esferoidal que suele encontrarse en algunas rocas. El término figura en una clasificación de silogismos del siglo XIII. En 1531 puede leerse en el inventario en francés de la herencia de Carlos V: “97 gros ajorffes dictz barroques enfilez en 7 filletz”.
            Al terminar Miguel Ángel los murales de la Capilla Sixtina, mencionaba en una carta dirigida a un amigo el lamentable estado de su cuerpo, con estas palabras: “Mi inteligencia es tan barroca como mi cuerpo que parece una caña encorvada”. (10)
                Es indudable que en su tiempo el barroco constituyó la insurgencia, la revolución del arte en todos los campos contra los estilos anteriores, mediante la búsqueda de nuevas soluciones y forzando la rígida preceptiva purista. Por otra parte, las fuerzas que habían permanecido larvadas en la sociedad medieval, maduraron al calor de las conquistas obtenidas de las minas de México y el Perú. El cisma religioso se transformó en una gigantesca revolución, la Reforma que disputa a la Iglesia Católica el dominio del mundo. Dinamarca, Noruega, Suecia e Inglaterra militan contra la Santa Sede y todo lo que representa.  El Sacro Romano imperio se disgrega. En Flandes y en los Países Bajos estalla la rebelión, así como en Portugal y Cataluña. Solimán el Magnífico domina Hungría y lleva el estandarte verde del Profeta hasta los muros d Viena. El avance turco sobre Europa es detenido para siempre n la batalla naval del estrecho de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, en la cual el soldado Miguel de Cervantes Saavedra –príncipe de la lengua española- queda lisiado de un brazo. Para celebrar la victoria, la Iglesia instituyó la fiesta del Santo Rosario. La tempestad era tan recia que Paulo II hizo grabar una medalla donde aparece asiéndose a una columna con la inscripción: “Port multa plurina restnat” y ordena a Miguel Ángel pintar el Juicio Final en el fondo de la Capilla Sixtina.
            Y esta Iglesia, amenazada de muerte, despliega una energía sobrehumana para defenderse y reconquistar el terreno perdido. Lucha no sólo en el campo de batalla, sino también en el del arte, y es tan vigoroso su esfuerzo que cubre con el barroco el ámbito cultural del mundo, durante casi dos siglos.
            En el campo del arte religioso, el barroco llena las finalidades de atraer y vislumbrar a las masas. Las nuevas iglesias no son los sombríos templos medievales, llenos de recodos, propicios a la contemplación franciscana o a la meditación tomística, sino vastas salas, claras, homogéneas, destinadas a la predicación y a la oración colectiva. Desligado de la rigidez clásica, el barroco encarna el movimiento. Lo clásico es lo inmutable, lo perfecto, ajeno al tiempo, intemporal. El barroco es el devenir.
            El estilo barroco tiene su antecedente en el gótico flamígero y, sobre todo, en el florido. En el campo de las ideas, toma su razón de ser en la aspiración del hombre por la vida trascendente: ¿qué somos, adónde vamos? Hay un hambre de eternidad, Y el barroco da al transido de angustia una anticipación del fututo, de gloria. Por esta razón, las bóvedas ya no serán las desnudas nervaduras del gótico, sino que estarán pobladas de santos, arcángeles, serafines, combas llenas de luz y de colores que por los efectos de la perspectiva y los artificios de la construcción, dan una sensación de irrealidad. El barroco es grandioso, no retrocede ante la desnaturalización de los elementos constructivos como por ejemplo las columnas, y en el caso de México, el estípite se convierte en un elemento decorativo más que sustentante. Los arquitrabes se dislocan y sobre ellos caen elementos decorativos sin función constructiva, como nubes y rosas.
            El nuevo estilo procura obtener vigorosos efectos plásticos acentuando los contrastes del claroscuro; los salientes se alargan, los huecos se rehúnden, los ángulos resaltan fuertemente. La línea curva lo domina todo, evitando las formas geométricas y definidas del Renacimiento. Continúan empleándose los órdenes grecorromanos, pero se prefiere el jónico de capiteles achatados; se usan también el corintio y el compuesto. Las ventanas adoptan perfiles curvos; n las múltiples hornacinas, en los frontones rotos de las puertas y ventanas y en las cornisas, ángeles y santos con ricas vestiduras agitadas por el viento cantan la gloria del barroco.
            El movimiento lo invade todo. Las grandes fachadas palidecen ante la suntuosidad de los interiores, donde el color y las formas invaden todo espacio. Se quiere hacer de cada iglesia un trozo del paraíso utilizando los mármoles de colores, el estuco y los oros. Los edificios suelen dotarse de bóvedas de medio cañón, reforzadas por arcos fajones que prolongan la línea vertical de las pilastras. La cúpula es el centro de ese universo de columnas, ventanas, retablos y estatuas, y allí se derrocha la pintura y la escultura. La arquitectura se desdobla, se hace fluida, incorpórea. Se multiplican los frontones y se hacen concéntricos o superpuestos. Hasta entonces el arte se había ceñido al equilibrio, a las compensaciones y a la moderación; el barroco rompe con esa tradición, no teme la independencia, la desarmonía y el equilibrio, porque es una poderosa fuerza desatada, reñida con la inmovilidad.
            Los efectos reales de la luz rivalizan con la proveniente de las claraboyas de color, como las que iluminan verticalmente la emocionante estatua de la transverberación de Santa Teresa, debida a Bernini; óculos como el del Espíritu Santo en medio de retablos deslumbrantes de la Catedral de San Pablo; linternas escondidas como las de la iglesia de Belén en Barcelona o las dobles cúpulas con ventanas escondidas en Los Inválidos de París. La razón cede el lugar a la emoción y desde las fachadas, los retablos, los púlpitos, los altares, los ábsides y las bóvedas, los vuelos angélicos, la imagen de las almas que ganan la gloria, la expresión de la misericordia divina, contrastan rudamente con la muerte definitiva, la disolución y la nada que esperan al réprobo. La vida eterna en medio de la alegría y de la luz o la sombra eterna: juego dialéctico manejado con suprema eficacia.
            Toda una pléyade de místicos que más adelante serán canonizados: San Ignacio de Loyola, San Carlos Borromeo, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y San Felipe Neri, militan activamente en la lucha contra la Reforma, San Juan de la Cruz, el eximio poeta, nos da la clave de la redención:
Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
En mi yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo,
pues sin Él y sin mi quedo,
este vivir ¿qué será?
Mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo porque no muero.
Esta vida que yo vivo
es privación de vivir,
y así es continuo morir
hasta que viva contigo,
que esta vida no la quiero,
que muero porque no muero.

            Y cuando el alma ansiosa logra la unión perfecta con Dios, exclama:
Quedéme, y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mí cuidado
entre las azucenas olvidado.

            Como las católicas, las sociedades protestantes gustaban de la representación y de la gloria. Tanto Velázquez con su Rendición de Breda y Las Meninas, como Rembrandt con su afición a las panoplias, a los turbantes, a los retratos de funcionarios municipales o las rondas de los caballeros, demuestran ambos que son tan barrocos como Rubens con sus nácares y sus rubias deslumbrantes.
            El barroco tomó del espíritu de la Contrarreforma el poder de un doble postulado: en la tierra nada es permanente, todo es frágil y perecedero; en el cielo el júbilo y el triunfo son eternos. De allí que lo terreno no sea más que una representación, una apariencia, el “gran teatro del mundo”, en palabras de Calderón de la Barca. Advenirán las pastorelas, resucitarán las antiguas tragedias, las bufonadas escatológicas, las óperas cantadas, los ballets y las piezas latinas de los jesuitas.
Nace la commedia dell´arte, poblada de personajes fantásticos y al mismo tiempo, vivos, tan pintorescos como sus trajes. La commedia dell´arte convive con el teatro regular, pero aquélla está a ras del suelo, es la pantomima y la payasada. Heredera de las comedias antiguas griegas y romanas, los comediantes se inspirarán en la vida popular, en las costumbres de los artesanos y de los campesinos, tipos fundamentales de aquella sociedad: Polichinela, el Capitán, Pantaleón, el doctor, los dos criados bufones y Arlequin y Brighela. Las mujeres son enamoradas y coquetas, intrigantes, ingenuas, cortesanas o celestinas. La commedia dell´arte pasa a Francia y contribuye, no sin sufrir persecuciones y eclipses, a que los actores franceses abandonasen el “tono demoníaco” tan ridiculizado por Moliére.
Evaristo Gherardi, actor, autor y director destacado en el siglo XVIII nos dice que la commedia dell´arte tenía una gran frescura y vitalidad, porque los comediantes no se prendían sus papeles de memoria, sino que conociendo el argumento, improvisaban, desplegando una imaginación y variedad de recursos verdaderamente asombrosa, resolviendo situaciones apuradas con un gesto, un bastonazo o una pirueta.
La lucha contra el enorme movimiento de Reforma se extiende a todos los campos. En 1537 el Consejo de Cardenales designado por Paulo III para reorganizar la Iglesia Católica, le envía una relación detallada de los males que ésta sufría: “Hemos tranquilizado nuestra conciencia con la esperanza de ver bajo Vuestro Pontificado la restauración de la Iglesia de Dios… Habéis tomado el nombre de Paulo. Nuestro deseo es que imitéis su caridad. Él fue elegido como instrumento para llevar el nombre de Cristo a los gentiles. Vos, así lo esperamos, habéis sido elegido para reavivar en nuestros corazones y en nuestros hechos aquel nombre, ha largo tiempo olvidado por los gentiles y por nosotros, el clero; para curar nuestro mal, para reunir las ovejas de Cristo en un único rebaño y para alejar de nuestra cabeza la cólera y la venganza ya inminente de Dios.” (11)
Después vino el Concilio de Trento que restaurara el poder de la Inquisición; se persiguen las llamadas herejías, se crea un Índice de los libros prohibidos; se restablecen los dogmas de la religión; se vigorizan las órdenes monásticas y se crea la de los jesuitas. Se restablecen la moral y la disciplina del clero para contener los poderes de la curia y la venta de indulgencias, y se establecen reglas para la ejecución de las diversas artes.
Emerge en esos años conflictivos de la lucha contra la Reforma un músico extraordinario: Giovanni Pierluigi de Palestrina –nombre del lugar de su nacimiento, cercano a Roma-, quien comienza como “pueri cantores” de las basílicas romanas; después fue organista, maestro de capilla y finalmente cantor pontificio. Su vida transcurre en Roma donde crea una música de hondo contenido religioso. Sus temas varían y se repiten infinitas veces, pero la habilidad técnica de Palestrina las hace siempre originales. Agobiado por apremios económicos, no se aparta de su trabajo creativo renovador de la música litúrgica, contaminada por excesivos virtuosismos técnicos que amenazan reducirla a un estéril juego melódico, desprovisto de carácter sacro. La música de Palestrina fascina por su melodía serena y calmada, por su fluir natural, logrado mediante el trenzado de las diversas voces. En los momentos de mayor plenitud expresiva, Palestrina recrea el espíritu melódico del canto gregoriano; las voces polifónicas –cuatro o cinco o más-, generan algo nuevo desde el punto de vista melódico, pero al mismo tiempo respetan la estructura de la palabra, guardan fidelidad a los textos sagrados y exaltan el más profundo sentido de la plegaria. El gran compositor alcanza la mayor claridad simplificando la línea melódica de las distintas voces, reduciendo las largas vocalizaciones sobre una sílaba, utilizando un contrapunto extremadamente simple y transparente. Palestrina no se propuso levantar grandes monumentos sonoros, sino interpretar textos sagrados tales como la misa, el motete o un himno; composiciones que persiguen determinada finalidad litúrgica al alcance de los fieles, a quienes se propone conmover con su riqueza sonora.
Cuenta la tradición que en 1562 el Concilio de Trento estudió el problema de la música sacra, gravemente contaminada del espíritu profano, lo cual llevó a varios obispos a proponer lisa y llanamente la supresión de la música polifónica en los oficios religiosos. Felizmente, Palestrina, alarmado por esa demanda, había compuesto la Misa del Papa Marcelo dedicada al pontífice reinante. La Misa escuchada por Marcelo II y numerosos cardenales hizo cambiar las opiniones adversas, y se decidió continuar empleando la música polifónica.
La producción de Palestrina fue copiosa: cien misas (de cuatro, cinco, seis, siete y ocho voces), quinientos motetes, himnos, ofertorios, lamentaciones, letanías, salmos, magnificat, tres salve reginas, canciones y madrigales espirituales y además unas cien composiciones entre madrigales y canciones profanas.
El barroco pasó de lo lineal a lo pictórico, con todas sus consecuencias; de una presentación por planos, de la profundidad de la forma cerrada, a la abierta; de la pluralidad a la unidad. Echa mano de todos los materiales: labra mármoles, prodiga el oro, la plata, el bronce, las maderas finas y los marfiles. Aprovecha los monumentos antiguos como el Panteón, la columna Trajana y el Obelisco de san Pedro y da a lo plástico su más ambicioso empuje en la Basílica Vaticana, la más grande de la Sorbona. Análogas son la de Val de Grace construida por Jules Hardouin Mansar entre 1645 y 1665, y la de San Pablo y San Luís, por Marta Ilange en 1655.
Con el Retrato de Richelieu, Philippe de Champaigne (1602-1674) introduce el tratamiento barroco de las ropas agitadas. En los pastores de Arcadia y el Rapto de San Pablo, Poussin sigue el camino de Domenichino. El jesuita Francisco Bautista encarna la transición entre la escuela herreriana y el barroco. Partidario de Vignola, construye entre 1626 y 1651 el templo de San Isidro el Real de Madrid, aun cuando el proyecto se debió al jesuita Pedro Sánchez. El nuevo estilo se imponía porque el de Herrera no ofrecía posibilidades de superación alcanzada su mayestática simplicidad.
La introducción del barroco en España se atribuye al italiano Giambattista Crescenzi. Participó en el concurso para la decoración del Panteón del Escorial y consiguió la aceptación de su proyecto; trajo entonces de su tierra a vaciadores y doradores. Pero su barroquismo sólo es apreciable en los detalles ornamentales. Junto con el arquitecto español Juan Gómez de la Mora elaboró los planos del Palacio del Buen Retiro.
Convencido del talento de Gómez de la Mora, Felipe III nombró en 1611 a Juan Gómez de la Mora “maestro trazador mayor”. Por encargo de la reina hizo la iglesia y el monasterio de monjas agustinas en Madrid. En 1612 trabajó en las Descalzas Reales y en 1615, en la iglesia de San Gil, destruida durante la guerra de Independencia. En 1617 proyectó su obra principal, el Colegio de Jesuítas de Salamanca, terminado en 1655 por García Quiñones. En 1617 presentó los proyectos de la Plaza Mayor de Madrid, que se terminó con sus soportales en 1619. Su última obra fue el proyecto de Ayuntamiento y cárcel de Madrid, hacía 1640. Gómez de Mora murió en 1648. Su dilatada obra inicia propiamente el barroco en España.
En México, el arquitecto más importante es José de Churriguera (1650-1725), quien formó escuela; entre sus discípulos figuran, amén de varios de sus familiares, los notables arquitectos Pedro Ribera, Narciso Tomé y Jerónimo de Balbás. En la vecindad de Madrid, y a petición de su amigo el poderoso don Juan de Goyeneche, levantó Churriguera, entre 1709 y 1713, un pueblo entero denominado Nuevo Bazán. Para la misma familia construyó en la calle de Alcalá el palacio que actualmente ocupa la Academia de Bellas Artes de Madrid. En Salamanca se apreciaba mucho a Churriguera, desde que en 1693 labró ahí el retablo de San Esteban. Además, hizo el magnífico remate del Colegio de Jesuitas iniciado por Gómez de la Mora y participó en la construcción de la Plaza Mayor de Salamanca.
Además de arquitecto, Jerónimo de Balbás era escultor, probablemente de ascendencia asturiana. Por 1707 le fue encargado el gran retablo del sagrario de Sevilla, considerado el más audaz y suntuoso de España, pero desafortunadamente destruido en 1824. Más adelante hizo la sillería del coro en la parroquia de Marchena y posiblemente los retablos de San Lorenzo, en Cádiz. Debemos a Cea Bermúdez, enemigo del barroco –y por eso más interesante su juicio- la información sobre el retablo antes mencionado, en su Descripción de la Catedral de Sevilla: “Costó 1.227,390 reales; gran suma para aquellos tiempos, pero muy corta si se atiende a la multitud de carros de madera que comprende, el prolijo trabajo de los oficiales y el inmenso número de panes de oro que se habrán extendido sobre su abultada hojarasca. La novedad de su disposición y ornato, su magnitud extraordinaria y las muchas estatuas que contiene, todas mayores que el natural y, trabajadas por don Pedro Duque Cornejo, que era entonces el escultor más acreditado de Sevilla, admiraron la ciudad y hasta los poetas se ocuparon de elogiarle con veros muy parecidos al retablo. Estas circunstancias y la de estar colocado en el primer templo de la metrópoli, dieron motivo a que los demás profesores le adoptasen por modelo para sus obras y que en poco tiempo las iglesias de Sevilla se viesen llenas de los despropósitos de Balbás.
“Llena el retablo todo el arco toral y ocupa todo el fondo del presbiterio, que consta de 80 pies de alto, 40 de ancho y 30 de hueco, todo revestido de pino. Rodea este inmenso recinto un zócalo de jaspe, que tiene de alto, vara y media; sobre él se levanta un basamento de madera con pedestales resaltados. Encima de ellos se levantan cuatro grandes estípites, o lo que sea,  haciendo columnas, y sobre el basamento pilastras llenas de ángeles en aptitudes de travesear. Sigue lo que quiere ser cornisa, rota e interrumpida, por mil partes, con entradas y salidas tortuosas, y remata con un cascarón que cubre todo el presbiterio. Sobre la extendida mesa del altar, que está aislada, descansa el tabernáculo de dos cuerpos con infinitas columnas, que no pertenecen a ningún orden de arquitectura. Detrás hay un arco grande que da comunicación al trasgrario con una ventana al frente; encima de este arco está otro con dos columnas en los lados, y en el centro la estatua de San Clemente, titular de esta capilla, arrodillado sobre un trono de nubes, vestido de pontificial y sostenido por ángeles mancebos. Más arriba hay otro nicho, que rompe la cornisa principal, y en el que aparece la estatua colosal de Nuestra Señora de la Concepción sobre trono de ángeles.
“Entre los dos intercolumnios laterales se descubren dos puertas adornadas con cendales y otros adornos extraños, que dan comunicación a la sacristía y a otra pieza que está al frente y, sobre ellas, dos nichos con las estatuas de San Juan Bautista y de San Juan Evangelista, que tienen por remate los escudos del señor Arias, arzobispo de la diócesis, que dicen contribuyó con limosnas para esta obra. A la entrada del presbiterio, a la de las puertas laterales y a los lados del altar se presentan unas ocho o más estatuas alegóricas, colocadas sobre repisas; otras cuatro también sobre repisas, sobre el basamento, que representan a San Pedro, Santa Justa y Santa Rufina, y otras cuatro más, asimismo sobre repisas, de los santos arzobispos de esta iglesia, colocados delante de los cuatro estípites, de manera que ninguna descansa sobre el macizo. Restan otras estatuas de mancebos colocadas encima de la cornisa en actitudes violentas, llevando torres en las manos, pozos, ciudades y otros atributos propios de la Virgen.
“Siguen después… pero ¿adónde voy con una explicación que yo mismo no comprendo, aunque estoy a la vista del propio retablo? Basta decir que no siendo suficiente espacio el inmenso de este presbiterio para que Balbás extendiese las alas de su furibunda fantasía, montó el arco toral y encaramó sobre él una espantosa y colosal estatua del Padre Eterno, con acompañamiento de ángeles, que llega hasta cerca del anillo de la media naranja, y como la escultura, pesada por su naturaleza, no le ayudase tanto como él necesitaba para explayarse por aquella elevación, imploró el auxilio de la pintura que, como más ligera, le prestó más ángeles y más resplandores, pintados en tablas recortadas por don Lucas Valdés, con lo que pudo llenar aquel vacío”. (12)
El encargo hecho a Balbán en México, el año de 1718, de los retablos del Perdón, el de los Reyes y el Mayor o Ciprés para nuestra Catedral Metropolitana, prueban su llegada a la Nueva España, cuando menos por aquel año. En 1728 hizo proyectos para la iglesia del Hospital Real y en ese mismo año fue al puerto de Acapulco a recibir la reja del Coro de la Catedral de México, que dejó instalada en 1730. Por 1738 había terminado los retablos de la Catedral y también el de la capilla del Tercer Orden en el atrio del convento de San Francisco, de lo cual dio noticia La Gaceta de México en 1732. Por otra parte, elaboró un proyecto para la Casa de Moneda que, según opinión de alguno que lo vio, “más parecía retablo de iglesia que fachada de casa”. En 1761 se encuentra en Sevilla dibujando la custodia de la Catedral.

El Barroco en México
Los conquistadores pasaron del intercambio a la conquista y luego a la explotación de los fondos mineros.
            Pronto se disipó la leyenda del oro fácil, pero quedó la realidad de la plata, si bien su extracción demandaba el sacrificio de las vidas de miles de indios, pero que al cabo de varias generaciones se extendiese el laboreo de los “reales” a toda la América española
            Lo anterior explica la dimensión del imperio hispánico en el hemisferio occidental. Sobre una inmensa superficie de 25 millones de kilómetros cuadrados, poblado por un millar de naciones que hablaban centenares de idiomas y dialectos, la dominación española duró tres centurias. Sin ejército, casi sin marina, sólo merced a una bien estructurada burocracia, la colaboración activa de la Iglesia y la explotación refinada de las contradicciones de los grupos sociales más explotados de aquella sociedad dividida en castas, pudo medrar tan largo tiempo el dominio español en la América continental.
            El hallazgo y la afanosa búsqueda de los metales preciosos lograron el milagro de la colonización. Las altísimas montañas coronadas de nieve, los torrenciales ríos, los letales pantanos, las más crueles enfermedades y las fieras y alimañas ponzoñosas, no detuvieron a los cateadores.
            Diego de Ordás, uno de los capitanes de Cortés, partió de Sanlúcar de Barrameda en 1531 con tres naves bien abastecidas y llevó al cabo la exploración del Orinoco -3 mil km., de curso- desde su desembocadura hasta muy arriba del Meta, que desde entonces comenzó a adquirir el gran renombre que tuvo de la intrincada maraña de El Dorado. Francisco Orellana, en persecución de la misma meta de Ordás, viajó desde Guayaquil hasta la boca del Amazonas -6 mil km., de recorrido-. Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que con unos cuantos compañeros caminó desde la Florida cruzando el Mississippi hasta llegar a Mazatlán, en el Pacífico, descubrió el Río de la Plata. Desviando su expedición, la condujo por selvas, a caballo, a pie, en canoa, desde la costa del Brasil frente a la isla de catalina, hasta la confluencia del Iguazú con el Paraná, y se convirtió así en el primer cristiano que admiró las cataratas, teniendo que, para “salvar un mal paso de un salto que el río Iguazú hacía, llevar por tierra las canoas una legua a fuerza de brazos”. (13)
                Fray Bartolomé de las Casas es el primero que informa sobre la actividad minera cuando nos dice que Colón llevó en su segundo viaje a la Isla Española “mucha parte de gente trabajadora… para sacar el oro de las minas”. (14) Al año siguiente, en 1494, pedía a los Reyes católicos que enviasen lavadores de oro y mineros de Almadén “para cogerlo en la arena, más los otros para cavarlo en la tierra”. (15) Los resultados fueron magros, pues el mismo Las Casas dice: “…que ninguno se halló que medrase”. (16) En Cuba no se obtuvieron mejores frutos, puesto que Cortés escribía en 1526: “Antes que tuviesen la contratación no había entre todos los vecinos de las islas –las Antillas- mil pesos de oro”. (17)
                Colón no tuvo buena suerte en la tierra continental. En su cuarto viaje llegó a las costas de Veragua y encontró algunas muestras de oro, pero ningún resultado importante ocurrió en el Golfo de Darién, ni en otras partes de Centroamérica. Realmente la minería se inició en las tierras de México. Según nos cuenta Andrés de Tapia, Cortés recibió cerca de San Juan de Ulúa entre los obsequios de Moctezuma “una rueda de oro y otra de plata”, que se asemejaban al Sol y a la Luna. Realizada la conquista, Bernal Díaz relata que “según los libros de Moctezuma, Cortés y varios de sus compañeros, mirábamos de donde traían los tributos de oro y dónde había minas”. (18)
                Las minas que se explotaron inicialmente, por 1525, fueron la de Morcillo, en el actual Jalisco, pero se abandonaron pronto; después las de Villa Espíritu santo en Compostela, Nayarit; las de Zacualpan y Sultepec, en lo que hoy es el Estado de México y Zumpango en Guerrero hacia 1530; las vetas de plata de Taxco en Guerrero por 1533, y más adelante las de Tlalpujahua en Michoacán, que produjeron una gran bonanza a mediados del siglo XVIII, explotadas por don José de la Borda, asociado con don Mariano Aldaco, y la de Amatepec, en México.
             El propio Cortés trabajó minas en Taxco, en el barrio de Cantarranas, donde instaló “con sus casas e iglesias y tres ingenios, uno de agua de moler metal con ocho mazos moliente y corriente, otro de lavar metal con sus tinas y molientes. Otro de repasar metales con su rueda y lo demás necesario”. (19) Los principales Reales de minas, o minerales como todavía se denominan a los lugares de explotación minera, siguieron descubriéndose y trabajándose con gran rapidez. Justamente el itinerario de la colonización corresponde a la de la exploración y explotación de minerales durante toda la vida del virreinato.
            Francisco Xavier de Gamboa nos describe la magnificencia del célebre minero español don Francisco de la Borda, en sus Comentarios a las ordenanzas de minería: “Y ha resplandecido siempre D. José de la Borda que puede señalársele como el primer minero del mundo por su vasta comprensión y grandes manejos en esta línea, en consorcio con su hermano D. Francisco, y por sí solo trabajando en varios Minerales, alternándosele sucesos prósperos y adversos; y últimamente en el Tasco, donde ha construido y dotado con tanta liberalidad y magnificencia la iglesia parroquial, custodiada de pedrería riquísima, ornamentos, vasos sagrados y todo el servicio de la iglesia de plata y oro, que el papa Benedicto XIV por su Breve, dado en Roma a 4 de marzo de 1754 le colmó de alabanzas y bendiciones por tal plausibles hechos en obsequio de Dios, veneración y ornato de sus templos. Y últimamente, ha escrito a la Corte el Dr. D. Manuel Antonio Rojo, Arzobispo de Manila, haber admirado tan rara y sobresaliente obra al tiempo que pasó a ofrecer, los primeros cultos en aquel templo, antes de partirse para su arzobispado, explicándose con estas voces en carta de 15 de marzo de 1750: “He abordado a Tasco para las funciones de la Dedicación de la parroquia, obra magnífica de D. José de la Borda: en la arquitectura perfecta y hermosa; en su adorno, tan completa y rica en sus preciosos muebles que dudo haya en la cristiandad otra igual; llega a un millón lo que ha erogado; pero su piedad heroica y humildad rarísima son aún mayores que sus grandes obras; ni en una lápida ni alhaja se encuentra vestigio de ser el benefactor; pero ellas por su magnificencia lo publican>>”. (20)
                Otro minero de cuya generosidad se hicieron lenguas las Gacetas, fue don Antonio Obregón y Alcocer, más tarde Conde de la Valenciana, quien en 1760 logró después de crecidos gastos e ímprobos trabajos explotar vetas muy ricas. El padre Marmolejo en sus efemérides consigna que en los años de 1789 y 1790, “las minas de Guanajuato y singularmente La Valenciana, se encuentran prosperando tan opulentamente que puede sin hipérbole decirse que causan la admiración del mundo”. (21) Humboldt, que conoció la magnitud de los trabajos, pues visitó el tiro de Nuestra Señora de Guadalupe que llegó a la profundidad de 345 metros y el pozo Señor San José a la hondura de 514 metros, rindió homenaje al minero en su Ensayo político de la Nueva España.
            Don Antonio de Obregón y Alcocer obtuvo licencia del Sumo Pontífice para edificar un templo dedicado a San Cayetano Confesor, el cual se comenzó en 1765 y se concluyó hasta 1788, ya muerto su fundador. También tenemos otro minero muy importante, el Conde de Regla en Pachuca, donó a la Corona 1 millón de pesos oro y un barco de 118 cañones. Fundó el Monte de Piedad.
            No hay exageración alguna en lo que el viajero inglés dijo de la capital de la Nueva España y del lujo de sus habitantes: “En la época de mi residencia en México, se decía que el número de los habitantes españoles llegaba a cuarenta mil, todos tan vanos y tan ricos, que más de la mitad tenía coche, de suerte que se vería por muy cierto que había en ese tiempo en la ciudad más de quince mil coches. Es refrán en el país que en México se hallan cuatro cosas hermosas: las mujeres, los vestidos, los caballos y las calles. Podría añadirse la quinta que serían los trenes de la nobleza, que son mucho más espléndidos y costosos que los de la Corte de Madrid y de todos los otros reinos de Europa, porque no se perdonan para enriquecerlos ni el oro ni la plata, ni las piedras preciosas; ni el brocado de oro, ni las exquisitas sedas de China.
            “Realzan aún más la natural hermosura de los caballos, los arneses tachonados de piedras preciosas, las herraduras de plata y cuanto pueda hacer más suntuoso y magnífico su aderezo.
            “Los hombres y las mujeres gastan extraordinariamente en el vestir, y sus ropas son por común de seda, no sirviéndose de paño, ni de camelote, ni de telas semejantes.
            “Las piedras preciosas y las perlas están allí tan en uso y tienen en eso tanta vanidad, que nada hay más de sobra que ver cordones y hebillas de diamantes en los sombreros de los señores y cintillos de perlas en los de menestrales y gente de oficio. Hasta las negras y las esclavas atezadas tienen sus joyas y no hay una que salga sin su collar y brazaletes o pulseras de perlas y sus pendientes con alguna piedra preciosa”. (22)
                El caballero italiano Juan Francisco Gemelli Carreri, gran viajero y curioso, visitó México en 1697. Sobre las dotaciones de los ricos a las parroquias, nos da interesante noticia: “En el curso de este siglo se han formado muchos de estos establecimientos-conventos. Don Melchor de Cuéllar empleó seiscientos mil pesos tanto n construir como en dotar el convento de los carmelitas que se nombra la Ermita o el Desierto, a corta distancia de México, y su mujer fundó para la misma orden un colegio que tiene el nombre de Santo Ángel. Diego del Castillo, que había venido de España muy pobre y había empezado a hacer su fortuna en el oficio de calderero, construyó el convento de los PP, de San Pedro Alcántara, el de los religiosos de San Francisco y el de Santa Inés, lo que no le impidió dejar cuando murió un millón a una doncella que había criado de limosna. José de Retes, después de haber fundado un convento de religiosas con el título de San Bernardo, dejó también un millón a su hija. Don Francisco Canales, Caballero de la Orden de Calatrava, dejó por heredar a su mujer de toda su hacienda, que era de seiscientos mil pesos, y esta señora, aunque joven, despreció todos los partidos que se le hicieron de casamiento, distribuyó todos los bienes a los pobres, se hizo religiosa en 1695 y fundó el Convento de las Capuchinas. Simón de Haro, que también vino pobre de España, fundó el de la Concepción. Álvaro de Lorenzana, asimismo pobre a su arribo, edificó el famoso convento de monjas de la Encarnación. Después una religiosa de éste convento fundó el de Balvanera. Juan Navarro Prestán ganó tanto dinero en la profesión de maestro de coches, que hizo edificar el convento de San Esteban de Molina Mosquera, después de haber construido el convento de las carmelitas, dejó todavía a su muerte cien mil pesos. Don Marcos Guevara costeó los acueductos de México, cuyas arcadas son en tan gran número, en el espacio d una legua, que el gasto debe de haber sido prodigioso… La Concepción es un célebre convento de mujeres cuyo número no pasa de ochenta y cinco, pero tienen más de cien criadas a su servicio, porque en la mayor parte de los Monasterios de la Nueva España no se vive en comunidad. Cada religiosa recibe de la mesa común conque ocurrir a su manutención, y puede tener hasta cinco o seis criadas. Los edificios y la iglesia de esta casa son magníficos. El convento de la Encarnación es de una gran grandeza, por lo que contiene más de cien religiosas y más de trescientas criadas.” (23)
                Estos observadores viajeros nos dan a conocer la opulencia de los grandes señores novohispanos que empleaban buena parte de su riqueza en engrosar las de la Iglesia, cuyo predominio en aquella sociedad era absoluto, pues tanto para esta vida como para la eterna, era menester la buena relación con ella y sus ministros, pues cualquier remiso o tibio quedaba fuera de la comunidad y, naturalmente, de la gloria eterna. No debe olvidarse, además, la función que en el terreno económico desempeñaba la Iglesia. Un testigo de la mayor excepción, don Lucas Alamán, nos dice sobre este particular: “La riqueza del clero no consistía tanto en las fincas que poseía, aunque éstas eran muchas, especialmente urbanas en las ciudades principales como Méjico, Puebla y otras, sino en los capitales impuestos a censo redimible sobre las de los particulares, y el tráfico de dinero por la imposición y redención de estos caudales, hacía que cada juzgado de capellanía, cada cofradía, fuese una especie de banco. La totalidad de las propiedades del clero tanto secular como regular, así en fincas como en esta clase de créditos, no bajaba ciertamente de la mitad del valor de los bienes raíces del país.” (24)
                Flores Caballero repite la información de Abad y Queipo, quien estimaba que la Iglesia contaba con su riqueza principal en el capital y réditos de los empréstitos que hacía a comerciantes, agricultores y mineros; que Ortiz Ayala consideraba que los bienes raíces que poseía la Iglesia no pasaban de 5 millones, pero creía que en 1804 era dueña de 45 millones en obras pías, capellanías, legados y dotaciones de conventos hipotecados sobre propiedades particulares. Mora opinaba que Humboldt equivocaba las estimaciones por no haber tomado en cuenta información de todos los obispados; creía que era necesario convenir en más del duplo, por lo que la suma no bajaba de 75 a 80 millones de “duros”, aunque incluía los ingresos de las instituciones regulares, debido a legados testamentarios que tenían el mismo objeto y motivo que las capellanías y obras pías. (25)
                No resultaba entonces extraña la conducta de aquella iglesia opulenta cuando destinaba sumas muy cuantiosas al embellecimiento de catedrales y parroquias. El Emperador Carlos V en una cédula correspondiente al año de 1544 dice al virrey: “… bien sabíamos y nos era notorio cuán grande e insigne pueblo era esa ciudad y que era la mejor de la tierra que hay en toda la provincia de esa Nueva España, y cuán justo y conveniente era que la Iglesia Catedral de ella se hiciese muy buena y suntuosa ansí para la decencia y autoridad del culto divino, como para que quepa la gente que ocurre a ella, y para la conversión de los indios e imprimir la santa fe católica en ellos, los cuales solían tener muy grandes y solemnes casas y edificios para sus ídolos y vanas idolatrías y supersticiones e para quitarles de su error e ignorancia antigua y atraerlos a la verdadera luz aprovechaba mucho la suntuosidad de las iglesias y la autoridad con que se administraban los oficios divinos, e que la Iglesia Mayor y Catedral que agora hay en esa dicha ciudad está hecha de prestado para entre tanto que se hace iglesia de propósito con la autoridad y suntuosidad de edificios y grandeza que convenga…” (26)
                En el Códice Franciscano leemos: “Mas finalmente, con el cuidado de que con ellos ponen los Religiosos, se cantan las misas y oficios divinos por la mayor parte en todas las iglesias que tienen monasterios, en canto llano y en canto de órgano, con buena consonancia, y en algunos pueblos particulares adonde hay más curiosidad y posibilidad, se hacen los Oficios de la Iglesia con tanta solemnidad y aparato de música como en muchas iglesias Catedrales de España. El canto de órgano es ordinario en cada iglesia, y la música de flautas y chirimías muy común. En muchas partes usan de dulzainas, orlas, vihuelas de arcos y de otros géneros de menestriles, y también hay ya algunos órganos, y todos estos instrumentos tañen los indios, y toda esta armonía es de grandísimo provecho entre ellos para su cristiandad, y muy necesario al ornato y aparato de las iglesias para levantarles el espíritu y moverlos a las cosas de Dios, porque su natural que es tibio y olvidadizo de las cosas interiores, ha menester ser ayudado de la apariencia exterior, y a esta causa los que los gobernaban en tiempos de su infidelidad los ocupaban lo más del tiempo en edificación de sumptuosos templos, y en adornarlos mucho de rosas y flores, demás del oro y plata que tenían, en muchos sacrificios y ceremonias, más duras y recias que las de la ley de Moisén.” (27)
                Con toda razón Ricard nos dice que con muy buen juicio proselitista para retener y hacerles gustar a los indios la práctica religiosa, era necesario darle al culto el mayor esplendor posible. La experiencia demostró que la suntuosidad no sólo ejercía embrujo sobre los indios, sino también sobre los españoles, criollos, mestizos y las diversas castas, en una palabra, sobre todos los sectores de la sociedad virreinal. (28)
                Tanto Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México, el 8 de febrero de 1537, como el virrey don Luís de Velasco el 1° de febrero de 1558, al dirigirse al Consejo de Indias informaron que el ornato y pompa de los oficios, procesiones y fiestas de todas clases, ejercían una particular fascinación sobre los indígenas. A las ceremonias siguieron las construcciones. Lebrón de Quiñones informaba en 1554 al “Príncipe Prudente” don Felipe: “grande es la soberbia y sumptuosidad de obras que en algunos monasterios en los edificios de ellos se hacían”. Cervantes de Salazar dice del de los dominicos que conoció: “El monasterio es muy grande, tiene un templo de una sola nave, de las mayores que yo he visto.” (29)
            Como se sabe, los agustinos fueron los que levantaron los monasterios e iglesias más grandiosos: “Hemos fundado muchos monasterios a nuestra forma y modo, traza y orden de vivir; están los templos adornados de campanas, imágenes y retablos, música y ornamentos, limpios y aseados, ofrecidos y dedicados al Rey del cielo e para honrarlo en culto divino”, (30) dijo Fr. Juan Pérez de Escobar en carta de 1° de abril de 1579 dirigida a Felipe II. Fray Diego de Chávez construyó un espléndido convento en Yuriria, al cual el cronista agustiniano González de la Puente comparaba con El Escorial. Tan grande fue el gasto que el virrey marqués de Falces se irritó al conocer la magnitud de los mismos.
            En la provincia de Meztitlán se construyeron dos fastuosos conventos para albergar a no más de cuatro frailes en cada uno de ellos. La casa de los agustinos en Morelia es uno de los más amplios que se construyeron, y el convento de México, del cual sólo quedan pobres restos en lo que hoy es la Biblioteca Nacional, era calificado de “sumptuosisimo” pues se le reputaba como el más rico de la Nueva España.
            La magnificencia y gastos que representaban las obras agustinas llevaron en 1570 al Capítulo de la catedral de Guadalajara a escribir al rey Felipe II que “si los religiosos de Sancto Agustín agora de nuevo hizciesen monasterio, los pocos naturales que ay se acabarían con la suntuosidad que procuran tener en estas partes de templos y casas”. (31)
                Ni los franciscanos, a quienes su seráfico fundador señaló reglas de pobreza muy severas, escaparon a la costumbre general. La Capilla de San José de los Naturales en México, tenía siete altares, un magnífico pórtico con profusión de columnas de enorme dimensión, que daba a los indios la idea de la grandiosidad de la nueva religión. Las ceremonias del culto iban casi siempre acompañadas de música y de canto. Las orquestas poseían copioso instrumental, del cual nos informa el padre Motolinía: flautas, clarins, cornetines, trompetas real y bastarda; pífanos, trombones; la jabela o flauta morisca, la chirimía, la dulzaina, el sacabuche, el orlo, el rabel, la vihuela de aro y el atabal. (32)
                La formación de músicos y cantores fue muy extendida, pues los indios aprendieron a hacer los instrumentos y a tocarlos, llegando inclusive a construir, en Michoacán, un órgano de tubos de madera, según nos informa Basalenque. (33) Los cantores, de voces educadas, ejecutaban en las lenguas indígenas, en castellano e incluso en latín toda clase de himnos, acompañamientos de misas, letanías, miserere y oficios de difuntos. Los músicos y cantores alcanzaron una situación privilegiada es sus respectivos pueblos, abusando de ella al grado de que obligaron al Concilio de 1555 a dictar severas prescripciones. Felipe II, en su cédula del 19 de febrero de 1561, trató de limitar los abusos, pero no lo logró; fue en realidad la falta de recursos lo que a la postre limitó el número de cantores y músicos.
            Las procesiones constituyeron otro de los procedimientos empleados copiosamente. En su institución mediaron muy tempranamente las cofradías, que eran las organizadoras; la primera, creada por Fray Pedro de Gante antes d que llegara Zumárraga, fue la Cofradía del Santísimo Sacramento. Las procesiones eran muy numerosas pues se celebraban casi todos los domingos y días de fiesta. Zurita quedó espantado al ver una de ellas por el gasto que suponía el hecho de que cada peregrino llevara un cirio encendido. Los agustinos hacían que cada pueblo condujera en andas doradas la escultura del santo patrono de cada barrio. El día de procesión general todos los habitantes del lugar se reunían en un sitio determinado, con sus estandartes, sus pasos y su orquesta, de donde partía un mar de luces encendidas. Las procesiones duraban todo el año y agrupaban a todas las personas, sin distinción de clases ni edades.
            Se hizo además otro cambio: las fiestas paganas se convirtieron en religiosas. El padre Acosta aconsejaba que “no es bien quitárselas a los indios, sino procurar no se mezcle superstición alguna”. Y exponía su propia experiencia: “En Tepotzotlán que es un pueblo a siete leguas de México, vi hacer el baile o mitote, que he dicho, en el patio de la Iglesia, y me pareció bien ocupar y entretener a los indios los días de fiesta, pues tienen necesidad de alguna recreación; y en aquella que es pública y sin perjuicio de nadie hay menos inconvenientes que en otras que podían hacer a sus solas, si se les quitasen éstas.” (34)
                Caso parecido es de las peregrinaciones a los santuarios. Los españoles tenían una larga experiencia con las que se realizaron durante la Edad Media y después a Santiago de Compostela, de manera que ponerlas en práctica en México no significó para ellos una novedad. La más importante es la que todavía se celebra anualmente en los primeros días de diciembre y que culmina el 12 del mismo mes, en veneración a la Virgen de Guadalupe, cuyo culto se impuso después de una acerba disputa entre el clero secular y el regular, ya que este último se oponía por considerarlo una devoción disfrazada de idolatría. No debe olvidarse que la parroquia de Guadalupe estaba servida por el clero secular y que los arzobispos Zumárraga y Montúfar lo fomentaron y favorecieron. Además del de Guadalupe, hay otros santuarios, como el de Chalma, meta de peregrinaciones anuales.
            Tanto el maestro Toussaint como, sobre todo, el doctor Justino Fernández destacan que la característica del arte barroco, fuese religioso o civil, era su grandiosidad y lujo, que no se limitaba a la capital del virreinato sino que se extendía a las grandes ciudades como Puebla, Guadalajara, Querétaro, Zacatecas, Guanajuato, Morelia, San Luís Potosí y llegaba hasta Chichuahua. “Se trata –dice el doctor Fernández- de una expresión profunda de admiración de afirmación del ser americano como diferente, singular y aún superior al de Europa misma; se trata de la necesidad espiritual de ser sí mismo y se es superior igualando y superando a Europa, que es como si  dijera: yo soy yo siendo igual a ti y aun superior a ti. Y éste es el motor y el incentivo de la estética novohispana que, claro está, es moderna. La expresión estética tiene dos periodos en el lapso que estudiamos; uno clasicista, perteneciente a conceptos renacentistas, y otro barroco, o sea perteneciente a la posterior expresión moderna.” (35)
                Fue en el campo de la creación artística donde se manifestó la nueva nación, que no es española, ni criolla, ni india, ni perteneciente a las castas, sino mexicana, fusión de razas y culturas: Se ha dicho que el barroco es la paganización del arte; en México esto significa la presencia de los dioses antiguos, de Coatlicue, con todas su implicaciones morales, filosóficas y religiosas. Y también esa paganización señala la caudalosa contribución del oriente fabuloso, ya que México era el lugar de tránsito y comercio de todo lo que China, Japón, India e Indonesia enviaban en el Galeón de Manila a la metrópoli y a la Nueva España. La sensación de esa fusión nos lo dice la voz más alta de la nueva nación que se formaba en la matriz virreinal, Sor Juana Inés de la Cruz:
¿Qué mágicas infusiones
De los indios herbolarios
De mi patria, entre las letras
El hechizo derramaron?

            Henriquez Ureña, Alfonso Reyes y Valbuena Prat, han señalado esa primera manifestación de lo que estaba naciendo: la mexicanidad espiritual.
            La robusta individualidad del barroco mexicano tomó ese carácter y esa dimensión, porque fue el primer medio de expresión de la nueva nacionalidad; todas las energías que la estaban formando, encontraron en ese estilo la mejor manera de expresarse. El barroco se diferenciaba del arte metropolitano especialmente por su riquísima variante de lo que ha dado en llamarse barroco popular, cuyos más logrados frutos son las iglesias de Tonantzintla, Tepotzotlán y Santa María Ocotlán.
            La doctora Elisa Vargas Lugo afirma que la individualidad del barroco mexicano, aunque se derive del español, como éste, a su vez del italiano, lo considera diferente al español y establece dentro del territorio mexicano diferencias regionales muy apreciables, manifestadas tanto en el empleo de determinados elementos arquitectónicos y ornamentales, como en los materiales utilizados; por ejemplo, en México el tezontle y en Puebla el ladrillo y los azulejos.
            La arquitectura religiosa de México dio soluciones propias a los problemas creados por las formas peculiares del culto. El problema principal era la afluencia masiva de neófitos de todas las edades; la respuesta puede apreciarse en la capilla abierta o “de indios", o bien “capilla posa”: construcciones levantadas en numerosos atrios, de las cuales sólo restan muestras de Calpan, Huejotzingo, Cholula, y la tercera manifestación, ampliamente estudiada por Vargas Lugo, se encuentra en las numerosas portadas religiosas que, según dicha doctora, “reflejan los cambios de las modas artísticas y la riqueza de sus constructores”. (36)
                En otra parte nos hemos ocupado del papel esencial que se le encomendaba al barroco por parte de los grandes dirigentes eclesiásticos: atraer, emocionar, convencer, conquistar. En el Nuevo Mundo, la religión católica tenía que ganar millones de almas y brazos para el trabajo. Y como recompensa de la dura vida de entonces, se prometía la bienaventuranza, la gloria eterna en la otra existencia: la verdadera, para lo cual era menester reconciliar el alma con su creador. De ahí que las fachadas y los retablos fuesen lecciones permanentes de teología, al alcance de los creyentes.
            El doctor Justino Fernández consagró buena parte de uno de sus libros al estudio del Retablo de los Reyes de la Catedral Metropolitana. Constantino Reyes Valerio ha dedicado dos destacados trabajos a una empresa similar; el primero Trilogía Barroca y en el segundo, Tepalcingo, echa a mano inclusive de diagramas e informa al lector del propósito que inspiró las fachadas de la iglesia del pueblo de Santa María Jolalpan, la del templo de San Lucas Tzicatlán y el de Santa María Tlancualpican: ofrecer una lección de religión a los creyentes. En Tepalcingo se edificó un santuario destinado al culto de Jesús Nazareno, cuya imagen es venerada en ese lugar, centro de peregrinación.
            Sobre la imaginería del imafronte de Tepalcingo, Reyes Valerio dice: “Al estudiar la imaginería del “imafronte” tepalcinca es posible darse cuenta de la sabiduría de su creador. Cada uno de los personajes y símbolos que lo integran, ha sido colocado de acuerdo con la idea directora y fielmente apegada a la intención del teólogo que lo ha manejado sabiamente, para integrar una página que sintetiza de modo perfecto la doctrina de la Iglesia, esto es: Jesucristo ha venido al mundo para restaurar en el hombre la imagen y semejanza con que fue creado y para salvarlo del pecado cometido al contravenir el mandato divino, instigado por el mal que simboliza la serpiente, que prometiera a Adán y Eva “ser como dioses, conocedores del todo, del bien y del mal”. (Génesis, III, 5) (37)
            Pero no solamente en el campo de la arquitectura, la escultura, la pintura y las artes menores, el barroco deviene en arte. Un criterio superficial y jacobino ha negado valor a la creación literaria de los siglos XVI, XVII y XVIII, por ello, resulta  urgente un estudio a fondo de la misma, pues forma parte de nuestra herencia cultural, dado que fueron los grandes escritores de esas centurias quienes nos han enseñado a escribir y hablar una de las lenguas más hermosas que ha creado el hombre y que nos comunica con todos los pueblos de habla española. Poetas hubo de muy subidos quilates; el seguir el camino de Góngora no es defecto sino virtud. Que hubo poetas malos, como malos pintores y escultores, es indudable.
            Muy tempranamente comenzaron a distinguirse los mexicanos en el campo de las letras. El doctor Juan de Cárdenas, quien más ha ahondado en este asunto, cuenta en sus Problemas y secretos maravillosos de las Indias: “el ingenio agudo, trascendido y delicado” de los criollos, su “hablar tan pulido, cortesano y curioso”, con “delicadeza y estilo retórico no enseñado sino natural”, al momento se conoce “cuál es gachupín y cuál nacido en Indias… sólo por la ventaja que en cuanto a trascender y hablar nos hace la española gente nacida en Indias a los que de España venimos”. (38)
                Se habla y se escribe el castellano, pero nutrido de voces indígenas, y la pronunciación suave de los mexicanos los iguala con los indios. El paisaje, las costumbres diferentes, trazan sus propios cauces al idioma. Góngora descubrió un nuevo continente en el idioma y lo entregó generoso a todos los hispanohablantes. Su influjo se advierte en Fray Miguel de Guevara, el poeta, autor de sonetos atribuidos a San Francisco Javier, a Santa Teresa de Jesús, a San Ignacio de Loyola y a otros autores, cuya calidad es una gloria del idioma:
No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, en tal manera
que aun cuando no hubiera cielo, yo te amara,
y aun cuando no hubiera infierno, te temiera.

No tienes que me dar porque te quiera;
porque aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

O en la de Sor Juana Inés de la Cruz gongorina, que nos dice:
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieras deseaba;

y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Basta ya de rigores, mi bien, baste;
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

Las tres fases del Barroco
El impulso que llevo a labrar ricamente y esmaltar de luces y colores las iglesias de Tepotzotlán, de Santa María Tonanzintla, de la Basílica de Ocotlán; la capilla del Rosario en Puebla; la se Santa Rosa en Qurétaro y decenas de otras más, encuentra su correspondencia en el lenguaje. México llegó a ser, como lo dijo en alguna ocasión Menéndez y Pelayo, la metrópoli de habla hispana en América.
            El maestro Manuel Toussaint dic que el barroco comprende tres fases perfectamente definidas: 1) Comenzó siendo sobrio, como importado directamente de España; 2) Luego se tornó rico, al adquirir mayor correspondencia el ornato y 3) a fines del siglo XVII alcanzó tal lujo en ciertas regiones que pude clasificarse como exuberante. (39)
El citado investigador señala que al primer tipo del barroco en nuestro país corresponden: La Iglesia de San Lorenzo; la de La Concepción; la de Balvanera, con su campanario mudéjar; la de la Encarnación; Santa Isabel, hoy desaparecida; la de San José de Gracia; la de Santa Catalina de Siena y la de Santa Clara.
            De los conventos de frailes señala la Iglesia de Santiago Tlatelolco; San Antonio Abad; la de Betlemitas; las casas de Puebla, con un bello ciprés; las de Morelia, la de Atlixco, hoy parroquia; las de Oaxaca, el Carmen Alto y el Carmen Bajo; la de Guadalajara y los eremitorios llamados Desiertos; el de los Leones y el de Tenancingo; el de Churubusco; el convento de San Martín Texmelucan; los monasterios de México, de Taxco, el de Acuilapan y el de Morelia, transformado en Santuario de Guadalupe; la de Puebla, llamada Concordia; la de Guadalajara, la de Oaxaca y la de San Miguel Allende.
            El barroco rico transcurre y se expresa con grandeza, durante los siglos XVII y XVIII. En México tenemos la iglesia de Santa Teresa la Antigua, la de San Bernardo, el templo de San Agustín, que fue recinto de la Biblioteca Nacional; San José del Real, conocido como La Profesa, porque forma parte de la casa jesuita; Corpus Christi, actual Archivo de Notarías y San Juan de Dios, templo del Hospital. Puebla fue asiento de varias construcciones barrocas: San Ildefonso, con grandes ornatos en relieve en el interior; Santo Domingo, con espléndidas yeserías; San Cristóbal y El Calvario de Tehuacán. Como característico de Puebla es el empleo del ladrillo y del azulejo, las cornisas voladas, onduladas en sus curvas, llenas de ornato.
            En Oaxaca debemos mencionar el templo de San Felipe, el de La Compañía, el de San Agustín y la iglesia de la Soledad. En Jalisco contamos con el templo de Santa Mónica; la de la Santa Cruz de las Flores, en Tlaquepaque. En la zona de Texcoco del Estado de México, hay iglesias decoradas con relieves de argamasa, como la Capilla de San Antonio, de gran sabor popular e indígena; la iglesia de la Concepción; la de la Capilla del Molino de Flores; la de Tlaichiapan y las famosas arcadas de Papalotla. También las catedrales de Durango y Chihuahua.
            Entre los conventos de la ciudad de México solo resta mencionar el claustro de los mercedarios, sito en la iglesia de San Francisco –calle Madero-, oculto por una casa moderna de la calle de Gante. El convento de Puebla es muy ricos en relieves de argamasa. El templo de la Merced n Guadalajara es superior al de Atlixco.
            La cuna del barroco exuberante es Puebla, y su exponente más elevado, la Capilla del Rosario, pequeña maravilla edificada merced a la devoción de los pescadores de perlas a la Virgen del Rosario. En Oaxaca se encuentra el templo de Santo Domingo, presenta en su bóvedas de crucero un maravilloso relieve. La Capilla del Rosario anexa al templo es una creación del arte popular, así como la capilla del santo Cristo de Tlacolula.
            Obras de arte popular e indígena son los templos de San Francisco Ecatepec y Santa María Tonanzintla, cerca de la ciudad de Puebla. El primero ofrece una fachada excepcional revestida de azulejos; su interior es hermoso, un trasunto de la Capilla del Rosario de Puebla, pero de profundo contenido popular e indígena. La iglesia de Santa María Tonanzintla posee un exterior más sencillo pero su interior cuenta con un ornato que, como ha dicho el maestro Toussaint “presenta el aspecto de una gruta maravillosa”. Es una obra única; debido al genio y a las manos indígenas, los ángeles que exornan los retablos son niños indios.  Otro magnífico templo del barroco poblano nos lo ofrece la iglesia y la capilla anexa de Acatzingo, cercana a Puebla, sobre el camino de esta ciudad a Jalapa.
            Como una prolongación del barroco poblano en el estado de Tlaxcala tenemos la basílica de Nuestra Señora de Ocotlán. La facha y las torres son una filigrana de estilo churrigueresco indígena. La capilla del Camarín, situada detrás del altar mayor, es obra de un solo artífice indígena, quien, según la tradición, le consagró toda su vida.
            Ejemplos del barroco churrigueresco son el camarín de la iglesia de Teoptzotlán, un verdadero joyel, y su gemelo, el de la iglesia de San Miguel de Allende, de principios del siglo XVIII, ambas con bóvedas sobre ricos cruzados de influencia mudéjar. La catedral de Zacatecas muestra una fachada con ornamentos a base de columnas salomónicas y una gran rosa en el centro, pero toda cubierta de finos relieves. Una de sus torres fue construida durante el virreinato y la otra posteriormente, resultando ésta última tan perfecta que no se nota la diferencia de tiempo.
            Tienen un valor especial los retablos, cuyo estípite en la época churrigueresca desplaza a otros estilos de columnas, siendo más ancha al centro que en su base. Los entablamientos se rompen hacia dentro o hacia fuera, suben o bajan, arrastrando al espectador en el vértigo creado por el artífice. Como ejemplos citaremos la iglesia franciscana de Tlalmanalco; el templo de San Agustín en Oaxaca, el del Tercer Orden de Tlaxcala;
            México tiene una enorme deuda con don José Benito de Churriguera (1650-1723) creador del estilo que lleva su nombre. Alcanzó a obtener el premio del concurso que se llevó a cabo en Madrid para erigir el catafalco de las honras fúnebres de la princesa María Luisa. El diseño fue de un barroco exaltado que tuvo un éxito enorme. Después terminó la torre de la Catedral de Salamanca comenzada por Gil de Hontañón; concluyó la Sacristía de la misma iglesia; las puertas de San Sebastián y las del edificio de San Fernando (antigua Aduana); la fachada de la iglesia de Santo Tomás en Madrid y las casas consistoriales de Salamanca.
            En México sus discípulos más destacados fueron Jerónimo de Balbás, quien hizo el Altar del Perdón de la Catedral Metropolitana y el antiguo ciprés de la misma; Francisco Antonio Guerrero y Tapia, quien compuso el Santuario de Guadalupe; Lorenzo Rodríguez, a quien se debe el Sagrario y la Santísima de la capital, y Diego Durán, quien trabajó en Santa Prisca, Guerrero.
            Don José Antonio Villaseñor y Sánchez fue quien primero reseñó las ejecución de las obras de estilo churrigueresco en México en su obra Theatro Americano, publicada por primera vez en 1746 y reimpresa en facsimilar en abril de 1852 por la Editora Nacional; el autor dice: “el altar mayor dedicado al diez de diciembre de mil setecientos cuarenta y tres, de exquisita fábrica, y arquitectura a la moderna, dispuesto por don Jerónimo de Balbás quien asimismo fabricó el Altar de los Reyes, después que dejó en Sevilla construido el retablo del Sagrario, a cuyo rico adorno ha concurrido con varias preseas de oro el Ilustrísimo Arzobispo Virrey, Dr. D. Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta.” (40)
                En 1893, el maestro Manuel Revilla, apoyándose en el Theatro Americano, defendió el estilo churrigueresco, y el arquitecto Federico Mariscal en su monumental obra publicada de 1914 a 1922 señaló, como fruto de sus investigaciones, el empleo del estípite churrigueresco en la portada del Real Colegio de San Ildefonso (el Chico), reedificado entre 1712 y 1718, y después la fachada del Colegio Grande. El 2 de septiembre de 1737 fue solemnemente inaugurado el Retablo de los Reyes de la Catedral Metropolitana debido a Jerónimo de Balbás.
En 1585 el jesuita P. Antonio de Mendoza ordenó la fundación del Colegio y Casa Profesa de Tepotzotlán, destinado a la enseñanza de la religión, retórica, la poesía y las lenguas indígenas, más la pobreza de recursos movió el ánimo del P. Visitador Diego de Avellaneda para trasladar a los alumnos del Noviciado, en 1597, al Colegio del Espíritu Santo de la ciudad de Puebla. Pero en 1606, gracias a la donación testamentaria de don Pedro Ruiz de Almada, de 25 mil pesos, fue posible edificar una casa conocida como el Patio de los Aljibes y Patio de Servicio. En 1650 se ordenó la construcción del Refectorio. El 25 de mayo de 1670 la construcción del templo consagrado a San Francisco Javier, merced a la ayuda del P. Pedro de Medina Picazo y se dedicó el 9 d septiembre de 1682. Andando el tiempo, se agregaron los edificios de la hostería, el mirador, la biblioteca y la sala de recreo de los estudiantes.
En 1755 se elaboraron los retablos de San Francisco Javier, San Estanislao de Kotska y San Luís Gonzaga, situados en el presbiterio; en 1756, los de la Virgen de Guadalupe y San Ignacio, que ocupan los brazos del crucero y, finalmente, en 1758, los de la Virgen de la Luz y de San José en el cuerpo de la Iglesia. En 1760 se inició la construcción de la fachada actual, concluida el 31 de julio de 1762, obra de las más hermosas del “churriguera mexicano”. Actualmente sirve de recinto al Museo del Virreinato.
Entre 1727 y 1730 fueron dedicados dos altares en la Iglesia de San Sebastián con motivo de la canonización de San Juan de la Cruz, hecho consignado por José Bernardo en el libro El segundo 15 de enero de la Corte Mexicana, y que dice: “uno y otro –los altares- son en todo iguales de la obra nueva y garbosa estípites en lugar de columnas”. (41)
La Iglesia del Colegio de Niñas (antiguo Convento de Capuchinas), que se erigió en 1744, cuenta con estípites gemelos en cada puerta. Don Diego Angulo señaló que: “Para la historia del estípite en la Nueva España son particularmente importantes las portadas del Convento de Capuchinas (Colegio de Niñas), que, nos ofrece todavía aunque decorada, la sencilla forma triangular del estípite miguelangelesco.” (42)
La Pintura barroca y sus antecedentes
La evolución de la pintura europea durante la Edad Media comprendió la ejecución de la pintura monumental de los frescos y del mosaico, por una parte, y la miniatura, propiedad de nobles o de prósperos comerciantes burgueses, por otra. Los manuscritos ilustrados con miniaturas eran en realidad, como ha dicho Francastel, “capillas portátiles de uso privado”. (43)
A finales del siglo XIV aparece una nueva forma de las imágenes, independientemente de la arquitectura –el fresco, el mosaico- y del manuscrito –la miniatura-, también transportable y destinado a decorar las iglesias y alas residencias de nobles y potentados: el cuadro pintado sobre tablas de madera o sobre tela. Tal forma de pintura prosperó rápidamente en Europa formándose en poco tiempo diversas escuelas que se interinfluían, pero sin perder en sus grandes artistas representativos las características qu las identifican al través del tiempo.
La pintura y el grabado europeos desempeñaron una enorme tarea catequizadora en la Nueva España. Como ha señalado Toussaint, la pintura nace en las tierras recién conquistadas por las necesidades de la evangelización de millones de indígenas, pues las decoraciones de las iglesias y los conventos ayudaban en la labor de adoctrinamiento. Al principio se hicieron mosaicos de flores incrustadas sobre esteras, llamados petatl por los indios, pero resultaron demasiado frágiles. Se empleó después la pluma, pero adolecía de los mismos defectos del primitivo petatl pues los parásitos podían destruir la obra. Entonces se recurrió a la pintura tanto mural como en tela.
Sabemos que Fray Pedro de Gante creó la primera Escuela de Artes y Oficios anexa a la capilla de San José de los Naturales, del convento grande de San Francisco de la ciudad de México, plantel donde se utilizaron grabados como modelos para las pinturas. En esa escuela se fusionaron los conocimientos y las técnicas de los tlacuilos –pintores indígenas- y de los artistas venidos de España.
La abundancia de obras y la consecuente pérdida de calidad llevaron a las autoridades eclesiásticas, reunidas en el Primer Concilio de 1555, a elaborar las Constituciones Sinodales, dadas a conocer en 1556 por Juan Pablos; en ellas se establecía que ningún pintor, fuese español o indígena, podía pintar imágenes o retablos, sin haber sido examinado por los provisores de la Iglesia. El virrey don Luís de Velasco había ordenado que los indios fuesen sometidos a examen para conocer sus capacidades; pero las disposiciones de la Iglesia, principal adquiriente de las pinturas dado su creciente poder económico y social, le permitieron someter a su crítica la pintura novohispana.
Los pintores europeos no se plegaron a las disposiciones de la Iglesia u solicitaron que se les dieran ordenanzas a su gremio, las cuales fueron pregonadas el 9 de agosto de 1557. En tales ordenanzas, amén de las disposiciones de orden religioso y administrativo, se encuentran las referentes al orden técnico; éstas demuestran un gran adelanto en el arte pictórico, pues se exigía al pintor que supiese hacer fresco y óleo, dibujar modelos desnudos y vestidos, que conociese la perspectiva, supiese pintar paños y dominar la decoración que en Europa se llamaba grutesco y en la Nueva España “pintura romana”. Las ordenanzas dividían a los pintores en cuatro grupos: 1. Imagineros, es decir, los que sabían hacer imágenes eran los de más alta categoría; 2. Doradores ; 3. Pintores al fresco, y 4. Sargueros, o sea los que pintaban en telas sin bastidor, empleadas como tapices.
Los pintores venidos de España practicaban y enseñaban nuevas técnicas. Selva nos da los nombres de los más destacados procedentes de España: Andrés de la Concha, quién al parecer había trabajado en el taller de El Escorial; los religiosos Andrés de Mata y fray Martín de Azebeido. (44) Francisco A. de Icaza en su Diccionario Autobiográfico de Conquistadores y pobladores de la Nueva España, consiga el nombre de Cristóbal Quesada, a quien comisionó el primer virrey don Antonio de Mendoza para acompañar a Francisco Vásquez de Coronado en la expedición de Cíbola y Quiviria, para pintar las cosas de la tierra. Dado el desastre de la expedición, puede conjeturarse que sí pintó algo, se perdió.
El pintor flamenco Simón Pereyns, quien llegó a México en 1566 con el virrey Gastón de Peralta, fue seguramente el animador más importante de la pintura del virreinato. Pereyns conoció en Toledo a grandes pintores españoles como Antonio Moro, Juan Fernández de Navarrete, “el mudo”, al “divino” Morales y a Alfonso Sánchez Coello, artistas todos al servicio de la Corte. En México Pereyns fue procesado y atormentado por la Inquisición, que lo condenó a pintar a su costo el retablo de Nuestra Señora de la Merced en la Catedral vieja de México. Después de cumplir su sentencia, Pereyns siguió pintando numerosas obras como los retratos de los franciscanos en Tepeaca, Huejotzingo y Tula; de los agustinos de Mixquic, Ocuila y Malinalco y, en colaboración con Concha, en la iglesia de Teposcolula; además, los cuadros que adornaron la vieja catedral de México. Su obra fue copiosa aunque desigual. Agrupó a su lado a Francisco Morales, Francisco de Zumaya, Andrés de la Concha y Juan Arrúe. Después de ese grupo viene otro formado por los pintores Alonso Vásquez, Alonso López de Herrera y Alonso Franco, precursores del gran movimiento barroco de los siglos XVII y XVIII.

La pintura Barroca

La pintura barroca cumple su función subordinándose a la arquitectura. Tal es la opinión de los maestros Manuel Toussaint, Francisco de la Maza y Justino Fernández. De la Maza dice que “las esculturas y pinturas barrocas acompañan a la arquitectura como esclavas”. (45)
                Además los pintores estaban limitados por las decisiones del Concilio de Trento y la estricta vigilancia de las autoridades eclesiásticas y civiles del virreinato, que no participaban en la atmósfera mundana de las cortes europeas, y se les restringía a copiar los grabados europeos de Martín de Vos, Rubens, Murillo, Zurbarán, Sadeler y otros artistas.
            Uno de los pintores más destacados fue Sebastián López de Arteaga, cuya obra floreció de 1635 a 1653. Destacaron también sus discípulos Luís Juárez y, sobre todo, José Juárez y sus descendientes Juan y Nicolás Rodríguez Juárez, cuyos lienzos exornan el Retablo de los Reyes de la Catedral Metropolitana. De la Maza señala a un notable pintor: Sebastián de Arteaga, una parte de cutas obras se encuentra en la Pinacoteca Virreinal. Baltasar de Echave Ibia, el “Echave de los Azules”, y su nieto Baltasar de Echave Rioja, “el mozo”, produjeron muchos cuadros. “El mozo” pintó El martirio de Pedro de Arbúes para la Inquisición de México, copia de un cuadro de Murillo; hizo además Escenas de la Vida de Santa Teresa y en la sacristía de la Catedral Metropolitana dos grandes lienzos: Triunfo de la Religión y Triunfo de la Iglesia.
            Entre los pintores del siglo XVII se destacó el dominico fray Alonso López de Herrera, por sus grandes lienzos como la Asunción y la Ascensión. A finales de dicho siglo florecen dos grandes pintores: Juan Correa y Cristóbal de Villalpando. Ambos crearon obras luminosas en las que se privilegian los dorados; resultan también notables sus paisajes azulosos o rojizos, siempre suntuosos. Animados de un propósito decorativo tan caro a la época barroca, sus figuras parecen descuidadas.
            Juan Correa fue un artista desigual. La lista de sus cuadros es muy grande. Los más importantes son: San Francisco a quien ofrece el Niño Jesús y Escena de la vida de San Francisco que se encuentra en la sacristía del templo de Aguascalientes. Un gran Calvario, propiedad de una galería de Budapest; Vida de la Virgen, en el Retablo de la capilla del Rosario de la parroquia de Azcapotzalco, CDMX; dos grandes lienzos que decoran la sacristía de la Catedral de México: Asunción de la Virgen y la Entrada de Jesús a Jerusalén. En la misma Catedral, El Apocalipsis; en la galería de pintura Santa Catarina, Dolorosa, Coro de Ángeles y Magdalena; en el templo de Tepotzotlán Adán y Eva arrojados del paraíso, La Anunciación y San Nicolás Obispo; en San Miguel de Allende hay varias telas suyas, así como en el Santuario de Atotonilco; en el Museo de Arte de Filadelfia, Estados Unidos, dos cuadros de su última época: San Gabriel y San Miguel.
            Cristóbal de Villalpando al parecer nació c.a. 1649. Se casó el 2 de julio de 1669 con María de Mendoza, hija del pintor Diego Mendoza. Tuvo dos hijos, uno de ellos, Carlos, nacido en 1680, tuvo como padrino a Baltasar de Echave y Rioja, “el mozo”. Villalpando fue más fecundo que Correa, y como éste, desigual. De Villalpando podemos mencionar dos grandes cuadros de la sacristía de la Catedral de México: La Iglesia Militante y La Iglesia Triunfante; la cúpula de la capilla de los Reyes de la Catedral de Puebla ejecutada al óleo. En el mismo templo, hay un medio punto que representa la Transfiguración y la Serpiente de metal; en la Universidad de Puebla dos magníficas telas: San Ignacio y San Francisco Javier; en la colección cabrera de Puebla una Presentación de la Virgen y unos Desposorios; en la parroquia de Cholula un San Miguel; en el colegio de Tepotzotlán veintidós telas que muestran la Vida de San Ignacio; en el museo de Guadalupe cercano a Zacatecas, una Sagrada Familia con Santa Ana y San Joaquín; en el museo local de Guadalajara, José saliendo de la Cisterna y el Triunfo de la Eucaristía, que según Toussaints es copia de Rubens; en el Carmen de San Ángel, CDMX, Santa Teresa orando; la Oración del Huerto, Ecce Homo, la Flagelación y San Juan de la Cruz; en el Museo religioso de la Catedral de México cuatro magníficos cuadros: La Anunciación, El Desposorio, la Huida a Egipto y la Adoración de los Pastores; en la antigua Iglesia de los dominicos de Azcapotzalco un retablo de Santa Teresa. Según Couto los claustros de San Francisco de México estaban decorados con cuadros de Villalpando que representaban Escenas de la Pasión, y en el Templo de La Profesa, hay varias de sus mejores pinturas: la Muerte de Tobías, Santa Teresa recibiendo el hábito de manos de la Virgen, el Sermón de la Montaña y otras. En el Museo Nacional de Guatemala existen quince cuadros de la Vida de San Francisco, los cuales decoran los claustros del convento franciscano de La Antigua. Existe una nómina copiosa de pinturas y pintores menores: la Sagrada Familia en el taller de San José, en la Catedral de México y Apostolado, en la Pinacoteca Virreinal de San Diego de México, obras de Juan Aguilera.
            Pedro Calderón ejecutó un San Antonio de Padua en el templo de Regina; una Santa Cena en el convento de San Fernando; un San Juan Nepomuceno y una Santa Ana, en Gadalajara.
            El Padre Manuel, jesuita, hizo una Purísima que está en la Galería de Pintura; una Sagrada Familia en la antigua Facultad de Medicina y en la sacristía de la parroquia de Tacuba, varios apóstoles. De fray Miguel Herrera, agustino, hay dos cuadros en el Museo de Filadelfia en EEUU; un gran lienzo de la portería del convento del Carmen en Puebla, el retrato de la niña María Josefa Aldaco y Fagoaga, en el Museo Nacional de Historia de la Catedral de Puebla.
            Francisco León hizo en el corredor de las escaleras del convento de Santo Domingo una Virgen del Rosario; una Purísima, en colección particular y en la Colección Barró la Huida a Egipto.
            Francisco Martínez, quien además doró el Retablo de los Reyes de la Catedral de México, hizo una Purísima, en el sagrario de la iglesia franciscana de Tepeji del Río; Martirio de San Lorenzo en la parte exterior del coro de la Catedral de México, dos Evangelistas, una Alegoría de la Virgen con Santísima Trinidad y varios santos que están en la galería de Pintura; varios cuadros en la Universidad de Puebla sobre la Vida de Santa Teresa y un San José en la parroquia de Singuilucan; varias telas sobre laPasión de Cristo; en la sacristía del templo de Santo Domingo de Zacatecas, ocho cuadros con el mismo tema; en el templo de La Profesa de México, algunas obras; en el Museo Nacional de Historia varios retratos, entre ellos el del Duque de Linares; dos cuadros de Nuestro Señor de la Misericordia y San José, y en la sacristía del templo de San pablo de México, el Patrocinio de Nuestra Señora de la Merced.
            Antonio Torres produjo variadas obras. Mencionaremos las más destacadas: en el templo de La Profesa de México, Vida de San Felipe Neri y una Purísima; un San Francisco y una Coronación de la Virgen en el Museo del Tesoro de la Catedral de México; en el camarín de la iglesia de San Diego en Aguascalientes, unas Ánimas; en el Colegio de Guadalupe, Zacatecas una serie de la Vida de la Virgen; en el Museo Nacional de Historia los retratos de los franciscanos, y en San Luís Potosí se encuentra dispersa buena parte de su obra.
            Debemos mencionar por último a los pintores José de la Mota y José de Mora, discípulos de Juan Correa.
            Cabe mencionar que la pintura, como la arquitectura y la escultura barrocas, se dieron también fuera de la capital de la Nueva España. El auge de la economía especialmente de la minería y del comercio, hicieron prosperar otras ciudades y provincias. Después de la Ciudad de México la más importante fue Puebla. El licenciado Francisco Pérez Salazar, investigador, nos ha enterado sobre el tema y nos dice que desde el siglo XVI aparecieron artistas en la región, entre los que destacan Nicolás de Tejeda, vecino de Puebla, y Juan Gerson, pintor indígena de Tecamachalco.
            En el siglo XVII tenemos a Jerónimo Farfán, quien realiza en Tlaxcala unos Apóstoles, para Luís Crespo; fue procesado por la Inquisición debido a su lenguaje procaz. Luís Lagarto, integrante de una familia de artistas, fue contratado para iluminar las letras de los libros del coro, escritas por Alonso Villafaña, e ilustró varios libros; fu también miniaturista, en Arcos de la Frontera, España, se conserva su Desposorio Místico de Santa Catarina, firmado con un pequeño lagarto; se conocen de este artista una Anunciación y una Virgen del Rosario, de 1616, existentes en la Galería de Pintura; dos en el Museo de don Manuel Bello y una Anunciación, propiedad del arquitecto Luís McGregor; en Sevilla una Sagrada Familia y una Concepción de 1624; en Durango, un Nacimiento de Cristo u un San Lorenzo, propiedad del licenciado Pérez Salazar. De Andrés lagarto existe una Purísima de 1622 en el Museo Nacional de Historia. Cierra la lista de los Lagarto, Francisco, cuya fama corría por 1637.
            Pedro García Torres fue el artista favorito del gran obispo don Juan de Palafox y Mendoza. Se distinguió en el siglo XVII como arquitecto, escultor y pintor. Natural de Alcoriza, Aragón, estudió en Valencia. Terminó la Catedral de Puebla proyectando la cúpula de la misma, ejecutada por el maestro Jerónimo de la Cruz; esculpió los cuatro ángeles exornan las pechinas y pintó los cuadros del altar de los Reyes. Su lealtad al obispo Palafox le acarreó persecuciones y penalidades; regresó a España con Palafox.
            Diego de Borgraf, artista flamenco, se destacó en Puebla por 1649. Son muy estimados sus cuadros Cristo atado a la columna, en la sacristía de la parroquia de Cholula; un busto de San Francisco, en el templo de la Concordia de Puebla y la Muerte de San Francisco Javier, en el templo de Analco; San Francisco que se le aparece a Santa Teresa, en la sacristía del templo franciscano de Tlaxcala, y una Concepción, que se conserva en la Universidad de Puebla, copia de un cuadro de Franco Rizzi. Pérez Salazar atribuye a Borgraf los cuadros de las naves laterales de la parroquia de San José de Puebla que representan a la Virgen entre Santa Ana y San Joaquín y la Huida a Egipto.
            A mediados del siglo XVII alcanzó fama Gaspar Conrado Flores, quien hizo tres retablos para la iglesia del convento de Santa Bárbara; existían pinturas suyas en el convento de San Agustín, pero quedaron destruidas por el incendio ocurrido ahí en 1863, cuando el ejército mexicano sitiado en Puebla, luchaba contra los franceses.
            Antonio Santander fue el jefe de una familia de pintores. De él se conservan una Crucifixión y un Descendimiento, en la capilla de La Soledad de la Catedral angelopolitana; una Concepción y un Santo, en la capilla de San Antonio; seis cuadros, muy deteriorados, que representan a los doce Hijos de Abraham, en la Academia de Bellas Artes de aquella ciudad. Hizo, además, el retrato del templo de La Concepción.
            De Juan Tinoco lo único que se sabe es lo que dicen sus obras; un Apostolado con Jesús y la Virgen, en la Academia de Bellas Artes de Puebla; una Santa Rosalía, en el templo de San Agustín; una Batalla Bíblica, en el vestíbulo de la sala capitular de la Catedral; un Patrocinio de Nuestra Señora, en la sacristía de la Concordia y un Desposorio Místico de Santa Catarina, en la colección Barrón.
            El mestizo Pascual Pérez, es un pintor desigual; su mejor obra es la Vida de San Cayetano en la capilla de San Felipe, del templo de la Concordia; en las bodegas de la Universidad están Misterios del Rosario, Santa Leocadia, Santa Bibiana, Santa Águeda, Santa Bárbara, Santa Susana, Santa Quiteria y Santa Lucía y en el pórtico de la parroquia de San José una Crucifixión y un Descendimiento.
            Cristóbal de Talavera es un artista de fines del siglo XVII y comienzos del XVIII; se conoce únicamente su Linaje espiritual de San Francisco, en la antesacristía del templo de San Francisco. Bernardino Polo fundó una generación de pintores cuyas obras son propiedad privada.
            En Michoacán la pintura florece desde los primeros tiempos del virreinato. Don Vasco de Quiroga, el insigne utopista y primer obispo de Michoacán, aprovechó la capacidad de los indígenas de Tiripetío y Pátzcuaro para que hicieran numerosas pinturas. Toussaint consigna como pintores de la región a tres frailes:  dos agustinos, Pedro y Simón Salguero y el franciscano Alberto Enríquez. De Simón Salguero da noticias fray Matías de Escobar diciendo que dejó dos retratos en el convento de Quiroga y que en el convento franciscano de Morelia “la escalera principal tiene asimismo muchos y muy buenos retratos y el Tránsito de Nuestro Padre San Agustín están sobre la cornisa”. (46)
            Oaxaca tuvo buena pintura desde el siglo XVI, cuya muestra son los frescos de los muros de los conventos de Yanhuitlán, Etla y Cuilapan. En el primer lugar trabajó Andrés de la Concha; en Cloixtlahuaca Simón Pereyns, y Juan de Arrúe en Oaxaca, Etla, Tlacochuahuaya, Huitzuco y Huajolotitlán. De Marcial Santaella existen en la Catedral de Oaxaca unos Arcángeles con Gloria y un San Cristóbal, firmados en 1726. Hay cuadros europeos de valor: dos Descendimientos flamencos, una Magdalena y una Santa Margarita; los italianos San Jerónimo, Santa Teresa, Santa Catarina y San Antonio Abad, traídos por don Pedro Otálora.
            En Querétaro, dice Carlos Sigüenza y Góngora en sus Glorias de Querétaro, Baltasar de Echave y Rioja pintó una Guadalupana en el templo de Guadalupe. DE José García, pintor y estofador del siglo XVIII, se conocen los retratos de varios Apóstoles de 1723, en el templo de San Antonio, un Cristo con la cruz a cuestas, del mismo año. En el siglo XVII, un pintor que se firmó Peralta, hizo una cabeza de San juan Bautista, un San edro, un San Ignacio y un San Francisco Javier.
            De Jalisco el pintor más importante fue Diego de Cervantes. Cinco cuadros suyos se encuentran en el Museo de Guadalajara: Purísima de 1739, San Juan de la Cruz; Virgen del Apocalipsis; siete Arcángeles y la Trinidad de 1737; además el retrato de Fray Felipe Galán, obispo de Nueva Galicia. En el Museo Michoacano de Morelia existe el retrato de Don Vasco de Quiroga y en el Museo de Pintura del Colegio de Zacatecas, el retrato de Fray José Guerra de 1730; en La Profesa de México, cuatro buenos cuadros de los Evangelistas.
            Los privilegios concedidos por la Corona española a los tlaxcaltecas como recompensa por sus servicios, deterioraron completamente el modo de vida de la población. Lejos de prosperar, entraron en decadencia y se rezagaron en relación con las demás provincias de la Nueva España. Pero como lo demuestran los murales de las pirámides de Cholula y Tizatlán y los códices posthispánicos, fue tierra de pintores antes de la Conquista. Sin embargo, durante el virreinato, sólo se tiene noticia, por 1676, del pintor Antonio Caro; parecen ser descendientes de él Manuel Caro, nacido en 1751 y su hermano Mariano, que vio la luz en 1763.
            Por los códices y los soberbios frescos de Chichén Itzá y otros lugares, sabemos que en Yucatán los mayas fueron extraordinarios pintores. Francisco de Lizana nos dice en su Historia de Yucatán que “entre los religiosos que el santo Obispo Landa truxo a esta provincia vino el padre fray Julián de Quantas; era natural de Almagro; tomó el hábito en la provincia de Castilla… amava a los indios con extremos y los enseua a pintores, doradores y entalladores… y fue causa esto de aya muchísimos de ellos que son pintores, doradores y entalladores… si bien se han perficionado con Maestros Españoles que oy ay en esta tirra, sin ygual a su destreza a los mejores del mundo”. (47) Desafortunadamente no hay lista de nombres ni de obras. Parece que la producción languideció por la severidad de la Inquisición, según informes que constan en el AGN. (48)
Decadencia de la pintura barroca

Lo barroco pareció agotarse en el curso del siglo y medio que imperó como estilo en la Nueva España. Abundó lo que Francisco de la Maza llamó “pintura bonita”, alejada de los vigorosos creadores como la dinastía de los Echave o de los Rodríguez Juárez. Hubo dos grandes pintores en el siglo XVIII, José de Ibarra y Miguel cabrera.

            Crearon talleres u obradores donde trabajaban al lado de sus discípulos, de manera que no todas las obras que se les atribuyen son de ellos, aunque lleven su firma. Ibarra era dueño de su oficio, convencional, de pincelada fácil; sabía construir sus cuadros más su repertorio es limitado y por ello se repite, se inclina por lo teatral y grandilocuente. Las obras más importantes de Ibarra están en la Galería de la Academia de San Carlos de México: Mujeres del Evangelio, una serie de láminas con escenas de la Vida de la Virgen y su autorretrato. Son suyos los cuadros que decoran el exterior del Coro de la Catedral de Puebla; doce láminas con Pasajes de la Sagrada Escritura que se encuentran en la colección Buch y algunos de la Catedral d México.
            Miguel Cabrera fue el más famoso y afortunado de su época. Nació en Santiago de Juxtlahuaca, del hoy estado de Oaxaca, el 27 de febrero de 1695. Abandonado por sus padres, fue recogido por su padrino Gregorio Cabrera, de quién adoptó el apellido. Amigo de Ibarra, quién fue más frío y mesurado, Cabrera parece haber sido influido por Villalpando, Correa y los Rodríguez Juárez. Su obra es copiosa. Fundó con sus discípulos en 1753 una academia de pintura, de la cual fue presidente perpetuo. Realizó elo famoso retrato de Sor Juana Inés de la Cruz así como escenas religiosas y de santos. Hizo importantes murales sobre las puertas de la sacristía de la parroquia de Taxco; en la sacristía del templo de Tepotzotlán; en las escaleras del templo de Guadalupe, Zacatecas; el retrato de una monja Sor María Josefa; escudos de monjas y retablos enteros. UN año antes de su muerte, en 1767, hizo el Túmulo de la Catedral de México erigido por las honras fúnebres de la reina madre Isabel de Farnesio. Caudalosa como fue su tarea, no hay iglesia o convento del virreinato que no cuente con pinturas de Cabrera. Hay muchas en colecciones particulares tanto en México como en España.
            Los discípulos más destacados de Cabrera fueron Juan Patricio Morlete Ruiz, Francisco Antonio Vallejo, José de Alcíbar y José Ventura Arnáez. Los pintores secundarios del siglo XVIII fueron: María Barrada, manuel Carcanio, José Joaquín Esquivel, Andrés Islas, Andrés López, Carlos Clemente López, José Padilla, Pedro Quintana, Pedro Sandoval y Mariano Vázquez.
            Como lo dice Zevi, el barroco crea una nueva concepción espacial en lugar de someterse a los gustos antiguos. (49) Al engendrar el barroco una nueva concepción artística con energía, fantasía y efectos escenográficos echando mano de la asimetría y de armonía orquestal de la arquitectura, la escultura, la pintura, los juegos de agua y la jardinería, forjó un nuevo mundo plástico.
            El movimiento del espacio barroco no tiene nada que ver con los estilos anteriores. Y como la experiencia espacial de la arquitectura tiene su prolongación en las calles, las plazas y plazuelas, los callejones y los jardines, lo barroco imprimió su sello a todas las ciudades importantes de la Nueva España, dándoles un carácter bello y vigoroso. En efecto, casi siglo y medio de arte barroco conformó la urbanización mexicana.
            El primer edificio que se debe mencionar es el Palacio Nacional, que con la Catedral Metropolitana, los edificios del Gobierno y los comerciales que le quedan enfrente, encuadra una de las plazas más hermosas del mundo. (50) Al Palacio Nacional y de otras dependencias, se le agregaron en el siglo XIX la llamada Puerta Mariana y sus estrechos patios correspondientes. Como una construcción independiente pero al costado del Palacio, se levantó en 1734 la Casa de Moneda cuyos planos hizo don Nicolás Peinado. Hubo de ampliarse en 1772 y se concluyeron las obras en 1782. De estilo barroco, en sus muros se empleó en tezontle; los ventanales y la suntuosa portada son obra de Bernardino Orduña. Más tarde y durante largos años, dio alojamiento al Museo Nacional de Antropología, actualmente en Chapultepec. En nuestros días la Casa de Moneda es el Museo de las Culturas.
            La Real Aduana de México, terminado en 1731, y que aún puede admirarse en la calle de Brasil. Está construido con tezontle, tiene portadas y balcones con cantería, dos soberbios patios y una escalera monumental. En la misma plaza de Santo Domingo se encuentra la que fue sede de la Inquisición. El arquitecto de la que se llamó la casa chata, por su gran portada en chaflán, fue Pedro Arrueta. Es un hermoso edificio en tezontle y cantera; lo que más de destaca es la escalera y el gran patio, cuyos arcos cruzados prolongan sus dovelas hacia abajo. El local fue usado por la Escuela de Medicina y actualmente es un centro cultural de la UNAM. Por el rumbo norte de la capital, en el antiguo barrio de Peralvillo, se conserva la vieja garita, convertida hoy en escuela.
            Otro edificio importante es el que ocupa el Gobierno del estado de Jalisco, en Guadalajara, que fue sede de la Audiencia de la Nueva Galicia. SE construyó de 1720 a 1724 y se dice que sus arquitectos fueron don Nicolás Enríquez del Castillo y don José Conique. La escalera y la Cámara de Diputados local fueron decoradas por el gran pintor José Clemente Orozco.
            El Palacio de Gobierno de Aguascalientes es una hermosa y sobria construcción que ocupó en la época virreinal el Cabildo de la ciudad. El de Morelia es un gran monumento construido todo de cantería y rematado con piezas de sabor oriental; anteriormente fue seminario. El pintor michoacano Alfredo Zalce ha enriquecido el edificio con hermosos murales.
            Los colegios dieron lugar a construcciones muy importantes, especialmente los dirigidos por los jesuitas. En primer lugar debemos mencionar el Colegio de San Ildefonso. Su fachada es majestuosa, con amplios paños de tezontle, portadas de cantera y ventanales a gran altura. SE compone de tres grandes patios, con corredores de arcos, una capilla, usada hoy como biblioteca, y un salón de actos llamado “El Generalito”, de hermosa sillería. Durante largos años fue recinto de la Escuela Nacional Preparatoria.
            Compite con el Colegio de San Ildefonso, el Colegio de San Ignacio, mejor conocido como Las Vizcaínas. Fundado por los Vascongados Ambrosio de Meave, Francisco de Echeveste y Manuel de Aldaco, fue construido de 1734 a 1767. La obra parece gemela del Colegio de San Ildefonso por su bella fachada de piedra y tezontle, sus portadas de cantera y sus patios. La crestería de pináculos y los grandes ósculos le dan un aspecto imponente. Don Pedro Bueno Basón parece haber sido el autor del proyecto, sin embargo, había muerto ya cuando se inició la construcción. SE cree que el Maestro de Obras Miguel José de Quiera realizó la edificación. La portada de la capilla, hecha por Lorenzo Rodríguez, data de 1786. La capilla conserva sus retablos churriguerescos.
            El Colegio de Cristo, fundado en 1612, se conserva en buen estado. El edificio actual data d mediados del siglo XVIII y lo más destacado es su preciosa portada barroca. Sus muros son de tezontle y la fecha de su erección es de 1780.
            A partir del siglo XVIII, los hospitales de la Nueva España, fueron reconstruidos totalmente. En San Hipólito pueden verse todavía sus muros de tezontle y el templo de ese nombre, ocupados por comercios de libros. La orden hospitalaria de San Juan de Dios, los juaninos, estableció hospitales en diversas provincias. El de México, reparado después de un incendio en 1766, muestra partes de épocas anteriores con los revestimientos mudéjares en sus muros.
            En Puebla se mantiene el Hospital de San pablo, Veytia dice que fue edificado en 1545. Tiene muros enladrillados, un bello escudo de la Catedral de Puebla y un enorme patio. El Hospital de San Juan de Dios de Atlixco ostenta sus crujías cubiertas de azulejos poblanos. El de Tehuacán no ha sido bien conservado.
            El Hospital de Belén de Guadalajara, construido por el obispo Alcalde en 1797, es de planta cruciforme, procedente de los Reyes Católicos. Después se le agregaron cuatro crujías, con lo cual tiene ocho brazos.
            De los edificios desaparecidos, en primer lugar está la antigua Real y Pontificia Universidad, construida durante el reinado de Carlos III. “Llamaba principalmente la atención una vistosa portada de tres cuerpos, con prolijos follajes de estilo churrigueresco y adornada con estatuas del Derecho Civil, Medicina, Filosofía, Teología y Derecho Canónico, con los bustos de los tres Carlos y con el escudo de las armas reales”, pero “toda esa bellísima, delicada, vistosa y costosa portada se demolió allanándose para el adorno de la jura del Señor Don Carlos IV quedando sólo formalmente de perspectiva toda la fachada, pintada con adornos del orden toscano”. (51)
                El antiguo Palacio del Cabildo, la Diputación y el Ayuntamiento, reconstruido éste último de 1720 a 1724, desapareció y en su lugar se levantaron los edificios del Gobierno del Distrito Federal, hoy CDMX. Lo mismo ocurrió con la Acordada, cárcel del tribunal del mismo nombre que se encontraba en la esquina de la avenida Juárez y Balderas. Era de tezontle, con marcos de puertas y ventanas de cantera, y gran portada en el centro, con el correspondiente escudo.
            El Hospital de Indios, el más importante por su amplitud y valor social, en cuya reconstrucción intervinieron Jerónimo de Balbás y Lorenzo Rodríguez, ha desaparecido, para dar lugar a la avenida de San Juan de Letrán, actualmente Lázaro Cárdenas. La misma suerte corrió el Hospital de los Terceros de San Francisco, que se levantaba dónde está el Palacio de Correos.

Residencias Barrocas

Varias casas de tipo barroco que se construyeron durante los siglos XVII, XVIII e inclusive XIX, persisten hasta nuestros días, supervivientes de la ola del gusto francés y norteamericano que ganaron el ánimo de los arquitectos y propietarios. Las casas barrocas se caracterizan en general por la gran portada, el zagúan con balcón arriba, en cuya parte superior estaba a veces el escudo del propietario; los barandales y las rejas de hierro forjado.  La casa debía tener espacio no sólo para las habitaciones de uso normal, sino para salones de fiestas, bailes y banquetes, e inclusive ceremonias religiosas en capillas particulares con ricas portadas, retablos y pinturas. Asombra el tamaño de los patios y el primor de las fuentes. Generalmente había dos de aquellos, el segundo con espacio para los carruajes, los caballos de tiro y de silla, habitaciones para la servidumbre y bodegas. Es curioso notar que los grandes señores hacían construir en el exterior, excepto en el frente, viviendas con salidas independientes a la calle, “accesorias” que rentaban a buen precio.
            Mencionaremos a continuación las más importantes residencias que aún se conservan:
            Casa del Marqués de Jaral de Berrio, del Marqués de Moncada, Hotel Iturbide. Es la construcción más representativa del estilo. La gran fachada cuenta con un primer piso, un entresuelo, un segundo y un tercer piso formado por dos torreones y una galería. La decoración está finamente tallada en la portada con dos atlantes. El patio es de proporciones asombrosas. La portada de la excapilla, es una filigrana. Sirvió de alojamiento a Iturbide, de ahí su nombre; actualmente es sede del museo de Banamex.
            Casa del Conde de Orizaba, también llamada de Los Azulejos, está situada en la calle Madero, número 4, y es una de las más suntuosas residencias. Al parecer la quinta condesa del Valle de Orizaba casó en Puebla y vivió ahí hasta que murió su marido en 1708, año en que volvió a la ciudad de México; como la casa estaba deteriorada, la condesa la hizo reconstruir y mejorar de acuerdo con el gusto poblano, empleándose los azulejos en la fachada, lo cual resultó un caso único. El artífice hizo un rodapié de cantera, fajas, pilastras, molduras, marcos de puertas y ventanas de la misma piedra; cornisas vigorosas, de manera que los azulejos están enmarcados en paneles que realzan el gris de la piedra. El remate es magnífico: un nicho sobre una gran portada, otro en la esquina y un pretil de línea ondulada y vasos de silueta china hechos de cerámica. El interior es imponente: una escalera monumental con lambrines de azulejos y ennoblecida a su final con un mural de José Clemnte Orozco. La portada de la que fue capilla, los grandes salones, las azoteas todo de gran riqueza.
            Casa del Conde de Miravalle, en Isabel la Católica 30. Sus muros son de tezontle; las puertas y ventanas de cantera, con almohadillas enmarcadas en paneles que realzan el gris de la piedra.
            Casa del Marqués de Prado Alegre, Madero 39. Residencia muy modificada; hoy sólo se puede ver la fachada con dos pisos y un entresuelo; una puerta muy ricamente decorada con relieves en lo alto, un gran balcón y remate para el escudo.
            Casa de Don José de la Borda, Madero, Bolívar, 16 de septiembre y Motolinía. El rico minero pensaba ocupar el espacio de una manzana entera para su residencia, propósito que no se realizó, pero varias casas de Madero y Bolívar se vieron ceñidas por un barandal corrido y paredes cubiertas de tezontle.
            Casa del Marquesado de Oaxaca. Actualmente, sede del Nacional Monte de Piedad, sito en la calle del mismo nombre, es lo que queda de las casas de Hernán Cortés. Gran edificio de tezontle con puertas y ventanas enmarcadas en cantera;  su remate y almenas resultan suntuosas. La gran propiedad fue dividida y modificada, finalmente la adquirió el Monte de Piedad en 1836.
            Casa del Conde de Calimaya, Pino Suárez 30. Es de las que se conservan en mejor estado. Su exterior tiene una gran portada con pies de garra, abajo. La crestería en forma de cañones es fascinante; cuenta con un gran patio y una fuente. Se cree que la hizo en 1779 don Francisco Guerrero y Torres. La portada de la capilla es excelente. Actualmente aloja al Museo de la Ciudad de México.
            Casa de los Marqueses de San Mateo de Valparaiso, esquina de Venustiano Carranza e Isabel la Católica. Posee un soberbio torreón, hermosa fachada y un gran patio. Es notable su escalera de doble rampa, en caracol de ojo abierto. Fue construida por don Francisco Antonio Guerrero y Torres entre 1769 y 1772. Hoy es propiedad del Banco Nacional de México.
            Casa del Conde de Heras y Soto, esquina de república de Chile y Donceles. Toussaint considera que es la residencia que cuenta con los más finos relieves de cantera. La portada con el balcón arriba y un hermoso barandal de bronce es muestra del “churrigueresco”, como el ornato de la esquina.
            Casa del Marqués de Santa Cruz de Inguanzo. Se supone que es la que lleva el número 62-A de la calle de Venustiano Carranza. Tiene dos pisos, un enorme coronamiento de arcos invertidos y grandes perillones a guisa de almenas. Sus muros son de tezontle y cantera.
            Casa del Conde de la Torre Cosío, Uruguay 90. Queda la fachada muy alterada, de su interior lo más admirable es la escalera.
            Casa del Conde de la Cortina, Uruguay 92. Contigua a la anterior. Todavía se puede apreciar su fachada, una gran puerta con balcón arriba, los marcos de puertas y ventanas de cantera con almohadillas y torreón en la esquina. Al abrirse la avenida 20 de noviembre, cortaron gran parte del edificio.
            Casa del Conde Regla. De dos pisos, construida con tezontle, gran zaguán con balcón y escudo.
.presentan un torreón en la esquina. La primera casa se enfrenta a lo que es el Museo de las Culturas, con fachada de tezontle y cantera. En la entrada de ese edificio José Guadalupe Posada instaló su último taller.
            Casa de los Mascarones, en Ribera de San Cosme. Fue la residencia campestre del Conde del valle de Orizaba; su construcción se hizo de 1766 a 1771. La fachada está formada con bellas columnas estípites terminadas en cariátides que encuadran las elegantes ventanas, muy ornamentadas.
            Fuera de la capital también se levantaron hermosas residencias. En primer lugar debemos referirnos a la ciudad de Puebla, donde las fachadas de las casas revestidas de azulejos y ladrillos, se adaptan al ambiente mudéjar de la ciudad; el interior muestra patios con corredores, sostenidos por piedras que soportan arcos rebajados, característicos de esa ciudad churrigueresca por excelencia. El mejor ejemplo es la Casa del Alfeñique, por la delicadeza de sus relieves, que justifican su nombre correspondiente al dulce mudéjar hecho de almendras y azúcar. Fue su constructor a fines del siglo XVIII don Antonio de Santa María Inchaurregui. En la actualidad aloja el Museo de la Ciudad.
            En Querétaro es necesario mencionar en primer lugar la llamada Casa del Falcón, hecha con cantera rosa, que al parecer fue propiedad del Marqués de Villa del Villar del Águila. La llamada Casa de los Perros muestra un tipo de esculturas que engalanan numerosas casas de la ciudad.
            En Oaxaca la arquitectura urbana es singular; casas bajas, robustas, dada la frecuencia de los temblores, con patios y habitaciones en los cuatro corredores. Mientras que en Morelia, las casa son esbeltas, sus patios tienen columnas finas y arcos atrevidos.
            Las casas de San Luís Potosí se acomodan al accidentado relieve montañoso. Así, las casas del viejo Real de Minas son diferentes a la demás del altiplano.

 El Barroco en otras partes
La escultura

Como opinan Toussaint, De la Maza y Justino Fernández. La escultura estuvo sometida a la arquitectura durante el apogeo del barroco churrigueresco; por ello, es un complemento decorativo, que llega en ciertos casos a ser ampuloso. Se emplearon ojos de cristal, dientes naturales y cabellos humanos, pero impuestos por el mal gusto de sacerdotes y fieles.
            Los centros de mayor producción escultórica fueron la Ciudad de México, Querétaro y Puebla; lo cual no quiere decir que no se produjera en Guadalajara, Morelia y otros lugares.
            En la capital, Jerónimo de Balbás talló los retablos del Perdón, de los Reyes y el Mayor o Ciprés, destruido a mediados del siglo XIX. Fue a Acapulco a recibir, trasladar y luego instalar, la famosa reja del coro de la Catedral Metropolitana. En 1732, hizo el retablo de la capilla de la Tercera Orden, en el atrio del convento de San Francisco en México. Volvió a España, pues por en 1761 presentó un proyecto para la Catedral de Sevilla. En la segunda mitad del siglo XVIII, se encuentra en México Isidoro Vicente Balbás. Quien realizó los portentosos retablos de Santa Prisca en Taxco y el proyecto para terminar la fachada de la Catedral de México.
            La escultura combinada con la arquitectura en las grandes tribunas voladas que rodean el Coro de la Catedral se sabe que fue obra del arquitecto José Eduardo de Herrera y de Domingo Arrieta, quizás el escultor.
            Los escultores de México, cuyos nombres se desconocen, hicieron las estatuas de Tepotzotlán y de Taxco. Los hermanos Felipe, José, Carlos e Hipólito Ureña parecen ser los autores del retablo de los Gallegos, dedicado a Santiago en la capilla de la Tercera Orden de San Francisco de México. Dorado como el de los Reyes de la Catedral por Francisco Martínez. De los hermanos Ureña son los retablos de San Francisco de Toluca dedicados en 1729, de un churriguerismo evidente, lo que hace a esos escultores anticiparse a Balbás en la introducción del churriguera en México. Vive en la capital del virreinato por 1753 don Juan de Sállagos, quien hizo retablos y esculturas. Puede decirse, finalmente que lo característico del grupo de México es su perfección en el tallado y estofado.
            En Puebla, la escultura del siglo XVIII está dominada por la familia Cora. El primero de ella, José Antonio Villegas Cora, nació en Puebla en 1713 y murió allí mismo en 1785. En el templo de San Cristóbal hay de él una Purísima, una Santa Ana y un San Joaquín firmados; en San Pablo, un San José y en San Francisco una escultura del mismo santo y una Dolorosa; en el convento de la Merced y en el del Carmen esculturas de la Virgen y además las estatuas de El Salvador y de un Patriarca. En el primero de los monasterios las de San Ignacio y San Francisco Javier. En San Matías, la estatua de este santo y en San Antonio, antes llamado Santa os de ellos fueron Ignacio Mariano de las Casas y Francisco Martínez Gudiño. Toussaint supone que habiéndose construido el convento de San Agustín, hicieron los hermosos retablos de Santa Rosa. Se les atribuye también el coro de la iglesia de Santa Clara.
            Por otra parte, Tres Guerras atribuye a Gudiño los retablos de Santa Clara. El propio Tres Guerras habla de otro escultor apellidado Roxas, de quien dice haber visto varias obras. (52)
                Del escultor Bartolico se mencionan varias esculturas es el Jesús Nazareno de las tres caídas; Zelas le atribuye un San Pedro en la sacristía del templo del mismo nombre, un San Juan Nepomuceno en la nave de la iglesia de Guadalupe y un Jesús Crucificado, de 1807, que se colocó en el templo de los Hermanos del Cordón de San Francisco. Tres Guerras habla de un grupo de cuatro arquitectos que laboraron en Querétaro y Celaya haciendo retablos: Zápiri, García Ortiz y Paz. Zápiri trabajó en los altares del frente de las naves laterales de la Catedral de Morelia y a principios del siglo XIX estaba en Mérida. De Ortiz se conoce San Agustín hecho en altorrelieve.
            En el sureste se distinguieron tres zonas: Chiapas, Campeche y Yucataán. Los escultores de allí fueron muy influidos por los guatemaltecos; pero no se saben sus nombres, lo cual demanda una investigación. En San Cristóbal de las Casas hay un Juan Diego vestido de chamula, en la iglesia de Guadalupe. En Campeche un Cristo, el de San Román en su ermita.

Orfebrería y Platería

            Como ha señalado acertadamente Anderson, la dinastía de los Borbones sacudió al Imperio español, con la magnitud de sus reformas:
La inteligencia, competencia y energía de los reyes españoles del siglo XVIII, quienes devolvieron a España su antiguo prestigio durante él, se reflejó en México con el envío de sus virreyes, los que, con excepción de Branciforte, contribuyeron en mucho al adelanto del país durante esa centuria.
La extracción de metales preciosos asumió grandes proporciones. Desde la incorporación de la Casa de Moneda de México a la Real Corona (año de 1733) hasta el año de 1790, se acuñó la enorme cantidad de $810.905,885.00.
El aumento se demuestra comparando la acuñación del año de 1733, que fue de $10.175,895.00, con la de 1791, que ascendió a $21.121,713.00, sin agregar a esta cifra dos millones de pesos, valor de la planta remitida a España por cuenta de Su Majestad, el mismo año.
De manera que el primer factor indispensable para el desarrollo del arte de la platería, esto es, la riqueza, existía. Los factores complementarios: la cultura, el fervor religioso y la exigencia de joyas y alhajas, seguían en aumento, y los descendientes de los conquistadores, ya en decadencia, demandaban aun plata labrada, en fuertes cantidades para el adorno de sus palacios. (53)

            El aumento de la demanda de plata, tanto en pasta como convertida, aumentó vigorosamente; esto llevó a diferenciar dentro del gremio de plateros a los artífices de los comerciantes. Así encontramos que los artesanos eran maestros plateros, y los que se llamaban patrones de platería se dedicaban especialmente al tráfico de los productos plateros. Muy tempranamente las autoridades virreinales dieron sus primeras ordenanzas al gremio de plateros. El virrey don Luís de Velasco estableció, el 30 de octubre de 1563: “… que ningún batihoja examinado no pueda vivir ni usar su oficio en casa y compañía de ningún mercader, ni otra persona que no sea del mismo oficio, sino que visa solo teniendo su casa y tienda de por sí en la calle de San Francisco so pena de cien pesos”. (54)
            La producción platera comenzó a diferenciarse. Los centros más importantes de concentración eran las catedrales. En primer lugar la de México, después la de Puebla y enseguida la basílica de Guadalupe; pero catedrales como la de Morelia, Oaxaca y Guadalajara cuentan con grandes tesoros, así como los santuarios de Ocotlán en Tlaxcala, del Señor de Chalma, de San Juan de los Lagos, o capillas como la del Rosario en Puebla, la Soledad en Oaxaca y la de los Remedios en el Estado de México.
            La Catedral Metropolitana posee las joyas que don José de la Borda destinaba a la parroquia de Santa Prisca en Taxco y que por apremios económicos tuvo que entregarlas a su acreedor más implacable, doña Josefa Aróstegui viuda de Fagoaga, quien más adelante las vendió al templo mayor del país en ciento dos mil cuatrocientos sesenta y seis pesos y dos tomines. Ese tesoro consistía en un juego de oro y pedrerías formado por una custodia –solo la parte alta-, copón y cáliz y un conjunto de piezas de plata. La custodia estaba ornada con 4.107 diamantes por una cara y 1.750 esmeraldas por la otra, a la que se agregaron en 1777 un pie no menos rico hecho por el platero Antonio del Castillo. El tesoro catedralicio se acrecentó más tarde con las alhajas de San Pedro y San Pablo y Tepotzotlán, que pertenecieron a los jesuitas expulsados, que compró la Junta de Temporalidades.
            La catedral de Puebla era también riquísima. Se habló de una custodia llamada “la torrecilla”, obra usada en la fiesta del Corpus que medía “una vara –más de 83 cm- y estaba adornada con diamantes y esmeraldas. Había una gran lámpara de plata mestiza hecha por Diego Larios. Además 48 blandones de vara y media cada uno; cuatro de dos varas y tres cuartos, cuatro jarras de igual medida y otras cuatro de un tercio de vara. Finalmente 25 candiles, entre ellos deis de lámparas.
            La riqueza de la Basílica guadalupana es muy grande. Romero de Terreros ha hecho la descripción de las piezas más notables que conoció. (55)
                La pieza más importante es el trono rehecho en 1703 por fray Antonio de Jura, con marco de oro para la imagen; dos candiles de oro que pesan 1.213 castellanos y una lámpara de plata con 750 marcos. La reja del coro con los balaustres y sobrepuestos de plata, obra del platero Eugenio Batán, es de 1752. El famoso santuario de Ocotlán en Tlaxcala, guarda hermosos ejemplares de plata en su altar mayor y un soberbio frontis con sus frontaleras y su sagrario. Tales obras están descritas por Pérez Salazar. (56)
                En Guanajuato existe una Virgen hecha de plata cincelada que consta de tres cuerpos simulando arquitectura, con pilastras y multitud de figuras.
            Gracias a los retratos de la época podemos conocer las joyas que portaban las damas acaudaladas; collares de tres o más hilos de perlas, con joyas colgantes; pendientes con piedras preciosas; pulseras de oro con perlas en muchos hilos; sortijas; relojes que colgaban de la cintura. Los potentados gastaban en botonaduras con piedras preciosas; cajas de oro para el rapé; oro o plata con piedras preciosas para las hebillas de los zapatos, los puños de las espadas y de los bastones. Las condecoraciones y las veneras eran joyas de piedras preciosas y esmaltes.
            Los objetos de uso domésticos hechos de plata eran braseros, fuentes, saleros, palanganas, aguamaniles, candeleros tijeras, arandelas, salvas y salvillas, azafates, tachuelas, piletas para agua bendita; tinteros compuestos generalmente de tres piezas: tintero,  poblajero y marmajero, todo sobre una bandeja también de plata. El uso de la plata era tan general que aun las casas de mediano pasar poseían plata en vajillas, cubiertos, braserillos y lavamanos.
Dorado y Estofado
El auge del barroco impuso la elaboración de grandes retablos, los cuales todavía se hacen, aunque de menor tamaño. La base de los mismos, eran de madera resistente a los parásitos y los hongos, la cual, convenientemente ensamblada, era tallada con figuras de follajes, racimos de frutos, niños, etc. Después venía el dorador, quien cubría el tallado con una fina capa de yeso para cubrir todas las asperezas que hubieran dejado los talladores. Sobre la capa de yeso se extendía otra delgadísima, denominada sisa, de color oscuro. Hoy se emplea blanco de España. Sobre esta preparación se aplicaba en frío el oro que el batihoja había reducido previamente a láminas muy delgadas.
            A las estatuas se les aplicaba la misma técnica, salvo la cabeza y las manos. Sobre el oro que cubría las figuras se grababan con un punzón diversos dibujos imitando los bordados. Después se aplicaba la pintura, a imitación del color de la tela; tal técnica se llamaba estofado. A la cara y las manos después de aplicada la capa de yeso, se le ponía pintura del color de la carne, tarea que se llamaba encarnación; podía ser mate o brillante, lo cual se lograba con bruñidores especiales.

Bronce, Latón y Cobre

El bronce no era conocido por los indígenas; fueron los conquistadores quienes lo hicieron y aplicaron a propósitos militares, pues como se sabe, los cañones de entonces eran de bronce. Hernán Cortés supo que en la región de Taxco había minas de estaño; como ya los aborígenes conocían el laboreo del cobre, se pudo hacer la aleación que permitió a los españoles fundir sus propios cañones. El bronce tuvo también aplicaciones catequizadoras: se hicieron con él campanas para los templos que se erigían sobre el enorme territorio que se iba colonizando.
            La barandilla que forma un pasillo del coro de la Catedral Metropolitana es de bronces, así como sus balaustradas, pasamanos y los ángeles que sostienen candelabros. Los hicieron José de Lemus, nuestro latonero y cobrero, ayudado por el maestro de los mismos oficios don Manuel Castillo. El trabajo se realizó en 1745.
            La reja de la Catedral de México no fue hecha aquí; sin embargo, Toussaint opina que debe ser considerada como obra del virreinato, pues el autor de los dibujos fue el prestigiado pintor Nicolás Rodríguez Juárez. El proyecto se envió a China y se realizó en Macao por artífices de allá, bajo la dirección del artista Sangley Quialó, a quien hubo de explicársele los pormenores por medio de un franciscano. Se emplearon los metales preciosos tumbago y calaín; el primero es una aleación de bronce, con gran proporción de oro, y el segundo, otra aleación más clara. Jerónimo de Balbás tuvo que viajar hasta Acapulco para recibirla, dirigir su traslado y finalmente su adaptación, pues resultó de mayor tamaño que el espacio que se le destinaba.
            El bronce también se usaba en los balcones y barandales, para quicialeras de puertas de los templos y residencias; para los chapetones de las mismas, en candelabros, ornamentos arquitectónicos que solían dorarse a fuego con oro de ley y para inscripciones. También se hacían pequeñas piezas que seguramente hemos alcanzado a mirar: tinteros de diversas formas geométricas, almireces, con relieves en la superficie, campanillas de mesa, cantoneras para los grandes libros del coro; millares de crucifijos de gran sabor popular.
            El Azófar –latón-, se empleó para diversos objetos: la gran palmatoria, el despabilador, el velón o gran candelero torneado u ochavado, que contenía aceite para el alumbrado. Por último, el cobre, relegado a la cocina, dio los cazos y el jarro chocolatero. Toussaint da a conocer la nómina de quienes hicieron campanas para las catedrales de México y de Puebla. (57)

Hierro y Forjado

El hierro forjado contribuyó también a la arquitectura barroca de aquellos años aun  cuando tal material se empleaba desde el siglo XVI tanto en templos como en edificios públicos y residencias particulares en  rejas, barrotes, barandales y otros menesteres.
            Los ejemplos más notables son las tres rejas del templo de San Francisco, Santa Clara y Santa Rosa en Querétaro, las más ricas imitaban la primitiva herrería española, según observó Romero de Terreros. Más delicadas son las rejas de Santa Prisca de Taxco. Puebla posee muchos y hermosos hierros forjados. Debemos señalar en primer lugar las rejas de su Catedral; las del pórtico de la iglesia de la Compañía; las de la parroquia de San José y una de las de Analco, hechas por Roque Jacinto Illescas en 1758.
            En la capital deben mencionarse las rejas del sagrario, de barrotes y balaustrada. Parecidas son las de la casa cercana a la mina de La Valenciana en Guanajuato. En Oaxaca no hay casa antigua que no tenga rejas, con variados dibujos. Excepto los puertos, desde México hasta los lugares más modestos se empleó el hierro, como lo demuestra la balconería de la Casa del Alfeñique de Puebla; los balcones de la casa Fernández de Jáuregui en la plaza del Marqués de la Villa del Villar del Águila y de la casa López de Calas firmadas por Juan Ignacio Vielma. En San Miguel Allende son admirables los balcones y barandales.
            Las cruces veletas también llenaron funciones decorativas, amén de señalar la dirección de los vientos. Una de las más notables es la de la Catedral de México. (58)
                Se pueden mencionar las cruces del Santuario de Ocotlán de Tlaxcala; las de San Martín Texmelucan en la Iglesia de San Francisco Ecatepec. El hierro se empleaba para hacer herraduras, frenos, espuelas, hebillas y chapetones. En Amozoc, cerca de Puebla, se hacen incrustadas de diversos materiales para animales de silla Se hacían moldes de hierro para elaborar las hostias, romanas o balanzas, tapas de jarrones, despabiladoras, trébedes y varios objetos más.
            La agricultura empleaba el hierro desde la humilde coa de los indígenas, hasta los yunques, martillos, marros, rejas, etc. La cerrajería muestra la imaginación de sus forjadores en las chapas de puertas, bisagras y chapetones de zaguanes. Una buena colección de chapas se guarda en el Museo Bello de Puebla, formado por don Salvador Miranda; le sigue en importancia la del Museo Nacional de Historia de Chapultepec.

El Mueble y la Cerámica

Muebles

Los muebles barrocos del siglo XVII se caracterizaron por sus patas en forma en forma de columnas salomónicas y ornamentos parecidos a los de los retablos entallados, La influencia morisca en tales muebles es evidente. Los muebles eclesiásticos como las grandes cajoneras se encuentran todavía en las sacristías de los templos. Sus tableros están cubiertos de relieves barrocos.
            La silla es el mueble más común e indispensable. La de asientos de tule traída de Andalucía, se sigue usando allá y aquí. En el siglo XVII tuvo un gran empleo el sillón, el cual se ve en todas las pinturas de la época. El asiento y el respaldo eran de baqueta, bordados de pita con labores muy delicadas. En el siglo XVIII la moda europea inglesa y francesa se impuso formándose en tales estilos los “ajuares”, integrados con uno o dos “sofás”, varios sillones de brazos, algunas mecedoras y unas sillas. Priva el estilo inglés Reina Ana y Chippendale.
            Las camas siguen siendo de madera de granadillo, de finas patas torneadas, pero en el siglo XVIII se las pinta de varios colores con la técnica del “maque”, e inclusive se las adorna con cuadros al óleo. Los armarios tienen paredes y puertas entableradas, que forman pequeños casetones; los hay grandes, decorados con mosaicos de maderas finas, de hueso o de concha, bellas obras de marquetería.
            Los escritorios eran grandes armarios en cuya parte media había una tapa inclinada, la cual se abría apoyándose en dos soportes que se retiraban del mismo cuerpo del mueble y así servía d mesa de escribir. A los lados tenía gavetas y cajones “secretos”. En el interior se guardaba el “recado de escribir”: papel, tinteros, marmajeros, oblajeros, plumas de ave con el corta plumas que las tajaba.
            Las cómodas aparecen en aquellos años y subsisten en los nuestros, sustituyendo con ventaja a los arcones y cofres. La cómoda es un arcón alto con varios cajones, que permite colocar en ellos la ropa y los objetos en sitios determinados. Se hicieron de maderas finas. Las casas elegantes adornaban sus muros con grandes espejos con marcos de maderas finas y entallados; los mejores eran venecianos. En los muros se colgaban también las cornucopias, que tenían varios candeleros para velas.
            El mobiliario eclesiástico, es necesario considerar las sillerías del coro de diversos templos. La más valiosa y casi intacta perteneció al antiguo templo del convento de San Agustín de México y fue trasladada al salón de actos de la Antigua Escuela Nacional Preparatoria, llamado “El Generalito”. Fue obra de Salvador Ocampo y se compone de numerosos tableros donde en relieve se representan, pasajes de la Biblia. La sillería del coro de la catedral de Durango, se asemeja mucho a la del convento agustiniano. Le sigue en importancia el coro de la Catedral de México, hecho por Juan de Rojas en 1696. Constituye una manifestación del barroco; está formado por tableros con esculturas de santos y columnillas salomónicas.
            La sillería de la Catedral de Puebla más que escultura es ensamblaje de maderas finas incrustadas. La influencia mudéjar es visible. La hizo el maestro Pedro Muñoz de 1719 a 1722.
            Lo que quedaba de la sillería del convento de San Fernando de México fu trasladada a la Basílica de Guadalupe, de la capital. Se conserva también la sillería del convento franciscano de Xochimilco. Las mesas y cajoneras de las sacristías eran y son muebles que también se elaboraron con un concepto barroco. Las mesas de grandes dimensiones no tenían siempre la misma forma; unas veces las hacían rectangulares, otras en planta de polígono o d círculo. Un ejemplar notable es la de la sacristía del santuario de Ocotlán, en Tlaxcala; otro es de la iglesia de Santa Rosa, en Querétaro, y la que se conserva en el Museo Nacional de Historia de Chapultepec. Las grandes cajoneras sirven para guardar las ropas y los ornamentos d culto. Son grandes cómodas que ocupan el espacio cercano a tres muros de las sacristías y poseen características variadas.
            Los sillones del presbiterio llegaron a ser obras de arte, como los de la parroquia de Santa Prisca de Taxco que hacen juego con el púlpito, los ambones, el tenebrario y los estantes de la sacristía. Otros tres sillones tan ricos como los mencionados antes, son los de la parroquia de Totomilhuacan en Puebla.
            La credenza, término italiano incorporado definitivamente al lenguaje ritual, es una pequeña mesa donde se colocan las vinajeras, la toalla y la “tercerilla para la misma.
            Los confesionarios llegaban a ser alardes de tallado, como el del Penitenciario de la Catedral de México, los de la Catedral de Puebla y los descubiertos en el antiguo templo del convento dominico de Teposcolula, en la Mixteca Alta de Oaxaca.
            Por sus calidades merecen ser citados los atriles y facistoles Los primeros son de dos clases: los pequeños que se ponen sobre el altar para la celebración de la misa y los de pie, que pueden instalarse en diferentes lugares. Los de la Catedral de México son plenamente barrocos. Los facistoles no son fijos, se sostienen sobre una gran base. Sobre sus atriles se colocan los grandes libros de coro. El más valioso es el de la Catedral de México, hecho en Filipinas con delicadas maderas de tíndalo y ébano, con estatuillas de marfil, donación del arzobispo de Manila doctor Manuel Rojo, quien había pertenecido a la Curia de nuestra Catedral.
Cerámica
Desde siempre el hombre necesitó recipientes para contener líquidos. Copiaron de su entorno, y de paso a elaborarlos. Los primeros colonizadores fueron grandes ceramistas. En las comunidades prehispánicas se usaban los barros que su experiencia aquilataba como buenos. Vaillant nos ilustra sobre el particular:
Los aztecas, como todos los otros pueblos del continente americano, no usaron el torno del alfarero, sino que hicieron sus vasijas con fajas de arcilla, confiando en el ojo adiestrado y en sus dedos delicados, para lograr las formas deseadas. No emplearon moldes para dar forma a sus vasijas, como se hizo ocasionalmente en épocas más recientes en Teotihuacán, ni tampoco hicieron uso, al parecer, del kabal, bloque donde los alfareros yucatecos colocaban sus vasijas, que hacían girar con sus pies para dar forma al barro crudo. (59)

            Para el acabado de sus piezas, los indígenas usaban independientemente o combinadas, las siguientes técnicas: el bruñido, es decir la acción de frotar la pieza antes de su cochura hasta sacarle brillo; el engobado, o sea el baño con tierras de colores aplicado a las piezas total o parcialmente; el esgrafiado, que consiste en el raspado después de quemada la pieza con propósitos decorativos; el pastillaje, la aplicación de pequeños trozos de barro a las superficies lisas formando figuras de adorno; el inciso o decorado por medio de cortes poco profundos en el barro cuando está en “estado de cuero”; el calado que, como el término lo indica, consiste en practicar hendiduras de diferentes formas antes d la cochura y el impreso mediante sello.
            Tales técnicas fueron modificadas después de la Conquista, cuando se introdujeron las traías de Europa. La más importante, dado que acelera el trabajo, fue el torno, invento que según Nelson probablemente se originó en Irán:
La uniformidad de muchos de los vasos hechos a mano sugiere el uso de un torno giratorio para rebajar y pulir la forma. En el norte de Irán se ha encontrado alfarería con bordes redondeados que data aproximadamente 4.000 a. de J.C., lo que puede ser indicativo del uso del primer torno de alfarero. El uso del torno se popularizó lentamente y se continuó haciendo vasos más grandes con la técnica de modelar la arcilla con las manos en un torno vertical. Es muy probable que para esta época la cerámica fuera ya una ocupación predominantemente masculina y de tiempo completo. Hacia 3.000 a. de J.C., el torno alfarero era ya muy común en el Cercano Oriente. (60)

            En cuanto a España, Llubió informa que el torno lo introdujeron otros pueblos: “La rueda o torno se empleó en nuestra península –la ibérica- hasta la llegada de los pueblos colonizadores fenicio y griego.” (61) Cambiaron formas y decoración, y se emplearon esmaltes vítreos que se conocen con los términos de mayólica, talavera o engretado. El vedrio, vidriado o barniz plúmbeo no se usé en España sino hasta el afianzamiento de la dominación musulmana en el siglo X con el Califato de Córdoba y se extendió al dividirse éste en 26 reinos de taifas en el siglo XI.
A finales del siglo XVI, por 1580 según documentación publicada por Cervantes, sabemos de la existencia y actividad de Gaspar Encinas, nuestro locero avecindado en Puebla, de 1580 a 1585. (62)
La producción novohispana se diferenciaba claramente de la española. Por ejemplo, en Puebla y México se aplicaba el color en capas gruesas quedando realzado, y los azulejos presentaban cierta convexidad en la superficie debido a que la mayor parte de la producción estaba dedicada a las cúpulas de las iglesias.
            El azulejo fue creado por los moros en España, como nos informa Guadix y Osma, citados por Llubió: (63)
Azulejos llaman en algunas partes de España, a cierta suerte de ladrillo vidriado de que suele hacer muy galanas solerías y aforros de paredes. Consta de “al” que significa en arábico “la” y de “zuleycha”, que significa este dicho ladrillo, así todo conjunto “alzuleycha” significa “la zuleycha” el dicho ladrillo vidriado. (P. Guadix).
En un contrato de 1362 firmado por Johan Albalat y Pascasio Martín, vecinos del lugar de Manises, diócesis de Valencia, ambos “maestros o séassse artífices de azulejos y obra de malicha”, se define que por “azulejo” se entinde tabla de barro cocido pintada o vidriada con los colores siguientes: azul, blanco, verde o morado (Osma, Los Maestros, doc. 2).

            En el siglo XVII la influencia mudéjar se manifiesta en los azulejos y vasijas decoradas con lazos. Se inicia la talavera en Puebla, copiada de la española, y se presentan ya las influencias de China, así como la elegante escritura cúfica. En el siglo XVIII persisten las influencias orientales en formas y decorado. Las piezas más valiosas son los lebrillos, los tibores, los jarrones, los platones, las macetas, los albanellos, o sea los botamen de los boticarios. Los azulejos son empleados profusamente en la arquitectura. Se fabrican en Puebla y México, y quizá en otros lugares.
            El azulejo fue un elemento decorativo de primer orden en las casas más relevantes que se encuentran en Puebla, como la cocina de Santa Rosa, revestida de azulejos blancos y azules. Actualmente es Museo de Cerámica. El encanto de las iglesias de Puebla se los da en buena medida la profusión de azulejos en cúpulas y fachadas. El caso más destacado es el templo de San Francisco, cuya fachada está formada por los tableros de azulejos que armonizan con el rojo de los ladrillos y el gris de la cantera.
            El templo de Guadalupe en México es atractivo por su decoración de azulejos montados sobre la fachada barroca, que describen el milagro de la aparición. Le sigue el Santuario de Nuestra Señora de la Luz por la combinación en la fachada barroca de los tableros de azulejos sobre los muros rojos. SE debe mencionar también la iglesia d San Marcos que ofrece el mismo dispositivo.
            Toussaint considera que el mejor patio de Puebla, y quizá de todo el país, es el de la Casa de los Ejercicios, anexa al templo de La Concordia, decorada con azulejos.
            Las cúpulas poblanas embellecidas con azulejos son uno de los mejores atractivos de la ciudad. Entre ellas conviene citar la de la Compañía, cuya base es cuadrada. El exterior está cubierto de azulejos del siglo XVIII. La cúpula del templo de La Soledad, decorada en blanco y negro, parece ser de la misma época. La del templo de Santa Catalina es una de las más bellas de Puebla. El palacio arzobispal posee una magnífica decoración de azulejos. Sigue el exconvento de Santa Mónica, hoy museo, de muros de ladrillos y azulejos.
            En la Ciudad de México, la casa considerada del Marquesado de Ulapa, en 5 de febrero n° 18. Dentro de la casa donde está su característica más distintiva. En el interior, en el segundo piso, se encuentran unos murales construidos con azulejos realizados en la Ciudad de México, que muestran imágenes de tamaño natural de los sirvientes, como los mayordomos, las lavanderas y los zapateros. Llama particularmente la atención uno de los murales que retrata a una mujer, se cree que se trata de la esposa de uno de sus dueños, el alférez don Nicolás Cobián y Valdés. Los murales de este tipo por lo general solían diseñarse con imágenes religiosas. La casa no está abierta al público.
            Las fuentes también se revestían de azulejos; algunas resultan monumentales, como la del que fue convento de Regina, localizada en el patio del Hospital Béistegui.

Vidrios, Tejidos y Bordados

Vidrio

Se desconoce el lugar preciso del rigen del vidrio.

Según cuenta Plinio el Viejo en su obra Historia Natural, el descubrimiento del vidrio tiene lugar en Siria por los mercaderes de natrón (material de sosa). En la ruta que realizaban hacia Egipto, quisieron preparar la comida y, para ello, necesitaron rocas donde apoyar sus ollas, así que decidieron utilizar el natrón que transportaban. Al día siguiente, comprobaron que el natrón se había fundido, y al contacto con la arena del suelo, se había convertido en un material brillante, parecido a una piedra. Este fue el origen del vidrio fabricado.
En la Edad Antigua, los egipcios y los fenicios fueron los principales fabricantes y proveedores de vidrio. Después, cuando Roma conquistó Egipto, muchos vidrieros emigraron a Roma, donde su arte fue apreciado por los patricios. Debido a este reconocimiento, se abrieron fábricas de vidrio en Hispania, Las Galias, Britania y en las provincias del Rhin. Una vez que cae el Imperio Romano, los fabricantes de vidrio se desplazan a Siria y Bizancio.
Con la llegada de la Edad Media, y gracias al comercio, los venecianos aprenden los secretos de su fabricación, que habían sido transmitidos de generación en generación. Todos los artesanos del vidrio se concentran en la isla de Murano, intentando así que no se extienda su conocimiento. Pero el conocimiento no tiene fronteras y la técnica del vidrio llega a Alemania y Bohemia, desde donde se expande al resto del mundo. Durante la Edad Media, el vidrio se convierte en un artículo de lujo, sólo al alcance de la nobleza, la burguesía y el alto clero. (64)
Mientras la arquitectura románica privó en Europa, la pintura al fresco sirvió para decorar templos y palacios. El gótico, por el contrario, abandonó o cuando menos relegó el fresco y creó los vitrales, una de las formas más hermosas de ornamentación de iglesias, palacios y residencias. Los vitrales se integraban con vidrios coloreados formando figuras que representaban santos, pasajes bíblicos, paisajes o simples decoraciones. Los pedazos de vidrio se unían con tiras de plomo, y todo el conjunto se fijaba en una armadura de hierro que se instalaba en el hueco del edificio destinado a ser ventana o puerta. Los colores primarios rojo, amarillo y azul se empleaban en los vitrales más antiguos. En el siglo XVIII se inició el uso de amarillo de plata (cloruro y sulfato de argento).
Los vitrales más conocidos son los de Nuestra Señora de París, los de la Catedral de Chartres, de la de Reims y la de Autum, en Francia; pero también se usaron en otros países.
La producción de vidrio en la Nueva España comenzó tardíamente en relación con otras artesanías. El primer taller se instaló en Puebla, según nos informa Leicht:
El primer vidriero se estableció en Puebla en 1542; llamóse Rodrigo de Espinosa y tenía su horno en la C. 5 N. 400 (Venado), quedando durante varios años el único en la Nueva España (1547). Ya en 1543 le prohibieron cortar leña a menos de dos leguas de la Ciudad, porque gastaba mucho para su oficio. Tal vez necesitaba la leña no sólo como combustible, sino que servía de la ceniza en vez del tequezquite, no sabiendo todavía aprovechar esa cosa natural de las lagunas. En un memorándun dirigido al rey en 1547, el alguacil mayor de la Ciudad dijo que en ningún otro lugar de la Nueva España florecía la industria vidriera y que se fabricaban tres clases de vidrio: blanco cristaleño, verde y azul, exportándoselo hasta Guatemala y el Perú. (65)

            Sin embargo en nuestro país no se produjeron los extraordinarios vitrales de Europa. Las puertas y ventanas de iglesias y casas se cubrían con telas pintadas, a las cuales se impregnaba de cera, y por esa razón se les llamaba encerados. Cuando se llegó a producir vidrio plano fue de dimensiones reducidas. Se llegaron a colorear e instalar en la Catedral de México. Sus formas eran geométricas y sencillas, como las describe Sariñana. (66)
                En lugar de vidrio se emplearon también láminas de mármol llamado tecali, nombre del lugar poblano donde se obtiene. Amén de Puebla, la Catedral de Morelia usa tales mármoles. La producción vidriera de los siglos XVII y XVIII no tuvo nunca pretensiones artísticas. Las piezas que han sobrevivido al correr del tiempo son, pese a los modestos propósitos a que se les destinaba, encantadoras en su sencillez, decorado, colorido y funcionalidad: grandes vasos con grabados en la superficie; frascos para vinateras; grandes capelos para resguardar imágenes religiosas; bombillas para quinqués o candeleros; los grandes frascos con agua de colores de las boticas y las que llegaban hasta las pulquerías.
Tejidos y Bordados
Mendizábal opina que los primeros materiales usados por los primeros pobladores fueron los que actualmente llamamos fibras duras fibras de agaves –magueyes, yucas, así como las tiras y torzales de pieles de animales. “La segunda etapa de las artes textiles debió ser iniciada con el aprovechamiento de la fibra blanda del algodón silvestre, que para ser aprovechado requirió el invento del huso americano (el malacatl nahua) y que por la dificultad de tejer el hilo o el cordón de esa preciosa fibra por el sistema de urdimbre colgante, trajo por consecuencia la creación de una nueva técnica, la del telar americano propiamente dicho, el que llamamos telar de cintura”. (67)
                A la llegada de los españoles y durante los primeros años del virreinato, la indumentaria indígena era como informaba Francisco de la Mezquita, Corregidor de Atlatlauaca y Mainaltepeque:
El abito y el traxe que traían en la paz eran unas mantas largas de algodón, quadradas, y atauan una punta con otra encima de uno de los ombros –el derecho-, y cubríanlos hasta los tobillos; y estas mantas eran listadas de colores, y texidas muchas labores abaxo. Tenían una como zanefa hecha de labores entretexida por ellas plumas blancas y otros colores, y para este efecto criauan unos paxaros que son de la manera de anadones, saluo que son más grandes y tienen el pico colorado, que los llaman en cuiateco DSACHA, y en mexicano CANAUCLI. Estas mantas traían los principales, y las de los machuales eran de nequen, ques un hilo que sacan de las pencas del maguey, y del hacen una tela muy grosera, y avn muchos dellos avn esto no alcanzavan y andavan en carnes con solo pañetes de nequen; y el cuerpo debaxo destas mantas tarian desnudo, y las vergüenzas tapauan con unos panetes que colgaban d un cordel que traían ceñidos; los sacerdotes traían estas mantas ceñidas al pescuezo con vn cordel y n esto se conocían. Traían orexeras y bexotes de oro los caciques y los principales, y quentas al pescuezo de chalchihuites y de oro, y por zapatos traían vnas como alpargatas saluo que por el peyne del pie no tiene cosa ninguna sino vnas cintas de cuero con que se atan a los dedos y al talon que hacen por detrás, y los principales traían estos talones muy pintados y dorados, y los macehuales no podían traerlo sino llano: llamase este calzado en cuicateco DAQUN y en mexicano CACTLES. Las mujeres traen vna vestidura que hacen de la propia manta de algodón y ciñensela por la cintura y cubrenles hasta los tobillos: llamase en cuicateco TASCAA, y estas traen, las que son principales, muy galanas y de muchos colores y texidos en ellas muchos lazos; de la cinta arriba bestian otra vestidura que en cuicateco llaman TEYOTO y en mexicano HUIPIL, ques otra manta quadrada y cosida por los lados, y abierta, por donde sacan la cabeza y los brazos: eran estos huipiles muy galanos y con la misma zanefa por abaxo que las mantas de los indios, y tanbien por la abertura por donde sacan la cabeza tiene su zanefa de colores y plumas; el propio abito traen oy saluo que los indios traen ya camisas y zarahueles y xubons de manta de algodón, ques como lienzo, y mchos traen xaquetas de paño azul y verde y asi mesmo zarahuelles de lo propio y capotes y asi ay asi mesmo de los propios zapatos y botas de cuero; y otros traen los capotes y xaqueta e zarahuelles de sayal, y no ay diferencia de los macehuales a los principales, sino que cada vno biste conforme a su posible que alcanza, y muchos por no tener ninguno andan en carnes.” (68)

            Los españoles introdujeron grandes cambios en el atuendo indígena, especialmente en los hombres, a quienes obligaron a usar camisa y calzón, por motivos religiosos y morales. En el caso de las mujeres indígenas, solamente las grandes cacicas cambiaron su manera de vestir, pero no así la mayoría de las mujeres, que aún siguen portando las prendas tradicionales con nuevos ornamentos, materiales como la lana y tintes industriales. En su obra Las Calles de México, González Obregón asegura que el siglo XVI ofrecía “el curioso espectáculo de ir,  unos, vestidos con su antigua indumentaria, sin sombreros, y otros ya con los trajes de los españoles que se habían mandado hacer los caciques ricos y las indias nobles. Al lado de ellos, los conquistadores y los afortunados encomenderos con ropas de terciopelo, cadenas y hebillas de plata u oro o con armaduras los días de gala o de los alardes y revistas”. (69)
            El bordado introducido por los primeros evangelizadores fue muy pronto ejecutado por los indígenas. La iglesia aprovechó la expansión de la técnica del bordado para las numerosas prendas eclesiásticas. Toussaint menciona ornamentos bordados por indígenas, que figuran grupos de ángeles indios que descienden formando estípites ideales, notables por el movimiento sugerente. Sobre fondo de oro se bordaron amapolas mexicanas, las cuales denuncian las manos ejecutantes.
                El lujo no era privativo de los funcionarios de la iglesia. También los seglares vestían lujosamente, según nos lo señala el P. José Mariano de Abarca, quien hace la crónica de las fiestas celebradas en México en 1747:

El vestido de todos era el mismo, de solapas y calzones de ante, guarnecidos con galones de Milán de plata, los que, por alguna distinción, llevaron los caudillos solos, bordados. Encima del calzón de ante y solapas, sacaron otros calzoncillos y medias mangas, éstas y aquellos de tela blanca, y guarnición de plata, acuchillados, por donde se divisaban los forros, cuyos colores eran los distintivos de las cuadrillas. Y así la del Señor Corregidor se distinguía en los forros y cabos verdes; la del Señor Conde de Santiago, en los forros y cabos apostillados; la del Señor Cond del Valle de Orizaba, en el color azul de entrambos; y la del Señor Marqués de Uluapa en el color de pusol de los mismos. Sobre ricas medias, sacaron todos medias botillas guarnecidas con punta de plata, y bandas cruzadas desde el hombro derecho hasta el terciado, con sus caídas de rica punta de Milán; capas cortas, como las de los Abates, de tela blanca con flores de persiana; peluquines cortos a la romana; sombreros de tres dedos de falda, con toquillas y pedradas de ricos diamantes, y al descuido una pluma d color de pusol en el lado derecho; en la cinta, terciados con guarnición de plata.
Cada caballero sacó dos lacayos, vestidos de volantes con dos camisones de olán, calzones de grana, y medias de seda, con sus toneletes de tela, guarnecidos de flueco y puntas de plata,, collares de plata de martillo; bandas guarnecidas con curiosos encajes de plata de Milán, y birretinas de terciopelo y tisú de plata, con plumas y en el frontacho, curiosamente bordadas las armas d su dueño.
El aderezo de los caballos era diverso: porque la cuadrilla del Señor Corregidor lo sacó de tela verde de plata, guarnecido con galones de plata de Milán; la del Señor Conde de Santiago, de tela azul; la del Señor Conde del Valle de Orizaba, de tela pajiza;  y la del Señor Marqués de Uluapa, de tela encarnada, guarnecidas también como la del Señor Corregidor con el mismo galón de plata de Milán. Si bien todas las sillas eran iguales, y cortadas al propósito, ni del todo bridas ni del todo vaqueras, con pretales guarnecidos de plata, cascabeles y florones también de plata de martillo, y las mantillas o anqueras con sus higas y guarniciones de los propio, las estriberas eran de lomo, y las espuelas con rodajas grandes al uso de este reino, una y otras plateadas a fuego,, sino fueron la de los cuatro caudillos, o Guías, que eran d plata de martillo…. (70)

            Por cédula de 15 de junio de 1592, que comenzó a cumplirse al año siguiente, se constituyó el Tribunal del Consulado de la Nueva España, compuesto de un prior un juez de apelaciones y un procurador radicado en Madrid. Era el tribunal de los comerciantes y tenía como tarea evitar los largos litigios en los pleitos que se suscitaran entre ellos. Ejercía funciones legislativas, administrativas, financieras y militares, pues daba leyes; cuidaba los intereses de los comerciantes; construía obras públicas como aduanas, caminos, puentes, hospitales; recaudaba impuestos y sostenía el regimiento urbano del comercio.
            Para defenderse de piratas y corsarios, las embarcaciones procedentes de España se reunían en dos flotas debidamente escoltadas, una destinada a tierra firme y otra a la Nueva España. Ambas navegaban juntas hasta la Isla de Santo Domingo, donde se separaban para llegar cada una de ellas a su destino. Iban precedidas por una nave muy velera llamada aviso, que anunciaba la llegada de las flotas y traía el correo de la Península.

Conclusión
El breve recorrido que hemos hecho sobre los antecedentes, orígenes y evolución del barroco, cuya modalidad postrera del churrigueresco alcanzó en México su expresión más grandiosa, nos permite, al concluir este trabajo, señalar lo que en nuestra opinión da un valor definido a esta forma de arte: la de ser en el siglo XVIII no sólo una gigantesca manifestación estética aún vigente, sino la expresión vigorosa de la nueva nación que se había formado en la matriz virreinal.
            Quien lo expresó de manera más cabal fue el maestro Manuel Toussaint cuando dijo que en el siglo XVIII:
“Se está forjando… un nuevo país que trata de encontrar su expresión propia en el lenguaje del arte. La encuentra, tan ajustada a sus deseos como el guante a la mano, en lo que se conoce con el nombre de Arte Barroco… la gran arquitectura religiosa del siglo XVIII es una de las manifestaciones artísticas que pueden considerarse entre las más valiosas del mundo… México ofrece estas obras como uno de sus aportes básicos al arte de la humanidad… Toda esta cultura barroca es homogénea. Acaso la más homogénea cultura que México haya producido. El arte florece al unísono con la literatura, con la oratoria sagrada, con la ciencia en su aspecto externo, con la filosofía escolástica-sofista, con las costumbres. Esta unidad, nunca antes lograda, nos enseña, nos demuestra que el país ha alcanzado su madurez. El México de hoy ha nacido es estas fechas; desde entonces ha podido desarrollar su propia personalidad, libre, espiritualmente, de la metrópoli… (hay que) exaltar a los monumentos barrocos… como a los verdaderos representantes del espíritu de México… arte churrigueresco… responde… al estado social de una colonia en brillante prosperidad… no podemos dejar de ver en la minucia d estos retablos… una remembranza del viejo arte indígena… en su espíritu… Ese “horror al vacío”… entraña un resurgimiento de la habilidad indígena, que es admirada y ensalzada como la expresión más sincera e intensa del mexicanismo en el arte. Por eso se ha considerado esta manifestación artística como la más representativa de nuestra nacionalidad ya formada… Joya inapreciable del arte barroco del siglo XVIII es la Capilla del Pocito… la entrañable supervivencia del indio que deja en todas las creaciones que su mente conciba y sus manos ejecutan un sello indeleble de tristeza, de suntuosidad minuciosa, de añoranza…” (71)

CITAS

(1)     Harold Busch y Bernard Lohse, Arquitectura del Románico en Europa, Madrid, Ediciones Castilla, 1965, p. III.
(2)     Manuel Toussaint, Arte Mudéjar en América, México, Editorial Porrúa, 1946, p. 4.
(3)     César Silio Cortés, Isabel la Católica, Fundadora de España, Madrid, Espasa-Calpe, 1973, pp. 386 y ss.
(4)     José Selva, El arte español en tiempos de los Reyes Católicos, Barcelona, Edit. Ramón Sopeña, 1963, p. 76.
(5)     Ibid., p. 105.
(6)     Antonio Toussaint, El plateresco en la Nueva España, México, Artes de México, 1971.
(7)     Luis Mac Gregor, Actopan, México, INAH, SEP, 1955, p. 59.
(8)     Elisa Vargas Lugo, Las Portadas Religiosas de México, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, INAM, 1969, p. 37.
(9)     Víctor Manuel Villegas, El gran signo formal del barroco, México, IIE, UNAM, 1956, p. 51.
(10) Gilles Lapouge, L´Universe de Michel Ange, París, Cabinet de Dessin, Seagel, 1973, p. 72.
(11) Historia de la Música, CODEX, Fascículo 8, p. 123. Fratelli Fabbri Editores, S.A.L., Milán, Italia, 1965.
(12) Ceán Bermúdez, Descripción de la catedral de Sevilla, editado en 1804 y citado por el arquitecto Víctor Manuel Villegas en su obra El Gran Signo Formal del Barroco, Imprenta Universitaria, UNAM, México, 1956, p. 1302.
(13) Alvar Núñez Cabeza de Vaca, naufragios y Comentarios, Madrid, Edit. Espasa-Calpe, 1936, p. 8.
(14) Fray Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, México, FCE, 1951, Libro I, cap. LXVI, p. 299 y ss.
(15) Idem.
(16) Idem.
(17) Hernán Cortés, Cartas de Relación.
(18) Bernal Díaz del Castillo, Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, México, Ediorial Porrúa, S.A., 1968, Cap. XCCCVII, p. 437.
(19) Archivo General de Indias de Sevilla. Manuscrito copiado por Dn. Francisco del Paso y Troncoso. Citado por Modesto Bargalló en su libro Minería y Metalurgia en la América Española Durante la Época Colonial, México, FCE, 1955, p. 57.
(20) Alejandro de Humboldt, Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España, México, Porrúa, 1966, p. 353.
(21) Tomás Gage, Nueva Relación de las Indias Occidentales o Viajes de Tomás Gage, citado por don Antonio de Valle Arizpe en su Historia de la Ciudad de México, México, Editorial Robredo, 1946, p. 324.
(22) Tomás Gage, “México en 1625”, en Antonio de Valle Arizpe, en Historia de la Ciudad de México según los relatos de sus cronistas, México, Pedro Robredo, 1946, pp. 324-326.
(23) Gemelli Careri, Juan Francisco, Viaje a la Nueva España a fines del siglo XVIII, traducido por José María Agreda y Sánchez, México, Libro Mex Editores, S. de R.L., 1955, pp. 170-173.
(24) Alamán, Lucas, Historia de Méjico, Méjico, Edit. Jus, 1968, T. 1, p. 51.
(25) Mora, Jose María Luís, México y sus revoluciones, 2ª. Edición, México, Porrúa, 1965, T. 1, pp. 453-454.
(26) Carreño, Alberto María, Un desconocido cedulario del siglo XVI perteneciente a la Catedral Metropolitana de México, México, Edic. Victoria, 1994, p. 191.
(27) Códice Franciscano, siglo XVI. Editorial Salvador Chávez Hayhoe, México, 1941, p. 58.
(28) Ricard, Robert, La Conquista espiritual de México, México, Edit. Jus, 1947.
(29) Cervantes de Salazar, Francisco, “Plaza Mayor en 1554”, en Historia de México según los relatos de sus cronistas, p. 241.
(30) Cervantes de Salazar, Francisco, México en 1554, México, Biblioteca del estudiante Universitario, 1939, p. 51.
(31) Escobar, Fray Matías de, Americana Thebaida Vilas Patrum de los Religiosos Hermitaños de N.P. San Agustín de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán, año de 1729, reimpreso en México en 1929, citado por manuel Toussaint en su obra Arte Colonial de México, Imprenta Universotaria, México, UNAM, 1962, pp. 117, 131 y 254.
(32) Memorias de Fray Toribio de Benavente o Motolinia. Memorias o Libro de las Cosas de la Nueva España y de los Naturales de ella, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1971, p. 238.
(33) Basalenque, Fray Diego, Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán, del Orden de San Agustín, México, Jus, 1963, p. 115.
(34) Acosta, P. José de, Historia Natural y Moral de las Indias, cap. XI, p. 214.
(35) Fernández, Justino, Arte Moderno y Contemporáneo de México, México, IIE de la UNAM, 1952, p. 20.
(36) Vargas Lugo, Elisa, op. cit., p. 80.
(37) Reyes Valerio, Constantino, Tepalcingo, México, Dirección de Monumentos Coloniales, INAH, 1960, pp. 28-29.
(38) México, 1591.
(39) Toussaint, Manuel,  Arte colonial de México, México, I de IE de la UNAM, 1962, p. 102.
(40) Villaseñor y Sánchez, J., Theatro Americano, México, 1748, 2ª, reimpresión, Libro Primero, pp. 52-53.
(41) Impreso en 1730.
(42) Angulo Íñiguez, Diego de, Historia del Arte Hispanoamericano, Barcelona-Madrid-Buenos Aires-México-Río de Janeiro, Salvat Editores, S.A., 1950, Tomo II, p. 565.
(43) Francastel, Pierre, Historia de la pintura francesa, Madrid, Alianza Editorial, 1970, p. 10.
(44) Selva, José, El arte en España durante los Austrias, Barcelona, Edit. Ramón Sopena, 1963, p. 146.
(45) Maza, Francisco de la, Cuarenta siglos de plástica mexicana. Arte colonial, México, Edit. Herrero, 1970, p. 22.
(46) Americana Tebaida, pp. 218 y 418.
(47) Folio 97 y vuelta.
(48) AGN, Ramo Inquisición, p. 486.
(49) Zevi, Bruno, Saber ver la arquitectura, Buenos Aires, Edit. Poseidón, 1951, p. 94.
(50) Humboldt, Alejandro de, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, México, Porrúa, 1966, p.118.
(51) Carrillo y Pérez, Ignacio, “México Católico”, citado por Toussaint en su obra El Arte Colonial de México, p. 159.
(52) Ocios de Tres Guerras. Manuscrito en la Biblioteca de la Academia de San Carlos de México, copiado por el doctor Francisco de la Maza.
(53) Lawrence, Anderson, El arte de la platería en México, México, Porrúa, 1956, pp. 136 y 224.
(54)  Carrera Stampa, Manuel, Los gremios mexicanos, México, EDIAPSA, 1954, p. 196.
(55) Romero de Terreros, Manuel, Las artes industriales en la Nueva España, México, Porrúa, 1923.
(56) Fray Carlos Céspedes Aznar “Francisco Pérez Salazar”, La plata labrada del santuario de Nuestra Señora de Ocotlán.
(57) Toussaint, Manuel, El arte colonial en México, México, IIE. UNAM, 1962, pp. 143-144.
(58) Castro de Santa, José Manuel, Diarios de sucesos notables, 1752-1754.
(59) Vaillant, G. La civilización de los Aztecas, México, FCE, 1960, p. 192.
(60) Nelson, Glenn C. Cerámica, México, CEC, 1980, p. 16.
(61) Llubió, Luís M., Cerámica medieval española, Barcelona, Editorial Labor, 1967, p.14.
(62) Cervantes, Enrique A., Nómina de loceros, México, 1938, Azulejos y loza blanca, México, 1939.
(63) Llubió, Luís M., op. cit., p. 17.
(65) Leicht, Hugo, Las calles de Puebla, México, Comisión de Promoción Cultural del Gobierno del Estado de Puebla, Compañía Editorial Continental, 1967, pp. 188 y 189.
(66) Sariñana, Isidro, Llanto de Occidente en el caso de más claro sol de España, México, 1666. Descripción de las honras fúnebres de Felipe IV.
(67) Mendizábal, Miguel Othón de, Las Artes textiles Indígenas y la Industria textil Mexicana. Las artes textiles en la época prehispánica. En Obras Completas T. VI, México, 1947, pp. 259-260.
(68) Paples de Nueva España. IV. Madrid, 1905.
(69) González Obregón, Luís, Las Calles de México, leyendas y sucedidos, con prólogo y elogios de Don Carlos González Peña, Don Rafael López y de Don Artemio de Valle-Arizpe, México, ediciones Botas, 1990.
(70) Citado por Abelardo Carrillo y Gariel, El traje en la Nueva España, México, INAH, 1959, pp. 162-165.
(71) Toussaint, Manuel, “El Arte de la Nueva España”, en México en la Cultura, editado por la SEP, México, 1946, pp. 167, 169 y 170.
·         Carrillo A., Rafael, El Arte Barroco en México, desde sus inicios, hasta el esplendor de los siglos XVII y XVIII, México, Panorama Editorial, S. A., 1982.

IMAGENES




















Santa María de Ocotlán












Templo y exconvento de San Pablo. Fue construido en la segunda mitad del siglo XVI por los agustinos, quienes tenían en mente evangelizar desde ahí a toda la región de lo que ahora es Michoacán. Su tamaño no es proporcional al pequeño poblado que lo alberga e incluso parece fortaleza quizá porque los agustinos buscaban defenderse de los chichimecas.



Basílica de San José de los Naturales






Iglesia de Santa Maria Tonantzintla construida entre los siglos XVII y XVIII


Santa María Tonantzintla




Antiguo convento de San Francisco Javier, Tepotzotlán – Camarín de la Virgen de Loreto






Atrio. Grabado. En: Fray Diego Valadés, Rethorica Chritiana, 1579


Virgen de Guadalupe “la Criollita”, obra de Miguel Cabrera. Al pie de la Virgen pone
“Non Pecit Taliter Omni Nationi”, No hizo tal cosa en esta nación.



Altar de los Reyes, Catedral Metropolitana




Santa María Jolalpan



San Lucas Tzicatlán, Puebla



Santa María Tlancualpican, Mixteca poblana


Tepalcingo, Puebla



Iglesia de San Francisco del siglo XVI, Cholula.

Iglesia San Francisco con fachada de estilo barroco y churrigueresco recubierto totalmente con loseta de talavera, atractivo de primer nivel.
El Templo de San Fernando es un templo católico ubicado en la colonia Guerrero, junto al panteón del mismo nombre. Formó parte del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de la Orden de los Franciscanos, en donde se formaban los misioneros que participaron en la evangelización de la Nueva España.
Fue construido bajo la advocación de San Fernando Rey, y es un ejemplo de Barroco novohispano.



Catedral de Guadalajara

Catedral de Zacatecas




Iglesia de la Asunción de Apan



Templo de La Enseñanza, rehecho en 1912, conforme al original.
Palacio de los marqueses del Jaral de Berrio (1779-1785)
Ex Templo de Corpus Christi (1720-1724)

Catedral Basílica de Puebla
Iglesia de Santo domingo, centro histórico.
En la esquina de Venustiano Carranza e Isabel la Católica se encuentra un maravilloso palacio (hecho de tezontle) en el que sobresale una misteriosa torre en la que está tallada la Virgen de Guadalupe. La historia de este lugar se remonta al siglo XVI, se dice que el primer dueño del predio fue uno de los pilotos del barco en el que vino Cortés.
Este edificio –construido en 1769 ­– es realmente maravilloso. Todos sus detalles son pequeñas obras de arte; desde el portón de roble de la entrada, el escudo de piedra cargado por ángeles en la parte superior, hasta el barandal adornado que delimita la azotea, todo aquí es magnífico.

Interior del anterior
Catedral de México

Arquitectura barroca
Abovedamientos cupuliformes. Se emplean bóvedas y cúpulas como cubiertas, pero es frecuente que las cúpulas sean ovaladas.


La capilla del Pocito. Una joya arquitectónica del barroco novohispano y emblema del trabajo de Francisco Antonio de Guerrero y Torres, fue la Iglesia del Pocito concluida en la última década del siglo XVIII. Actualmente, se ubica en el norte de la Ciudad de México, al pie del cerro del Tepeyac.

Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, Aguascalientes


El Templo de San Antonio combina los estilos barroco, neoclásico, gótico, árabe y ruso. AGTS.




Catedral de Durango
Esta catedral fue construida a finales del siglo XVIII bajo un estilo predominantemente barroco en su fachada, mientras que sus portadas laterales –construidas entre 1764 y 1775- son de estilo churrigueresco. La catedral inició su construcción en 1695 y se concluyó en 1844.
Destaca: En su interior, el templo resguarda una sillería que data de la Colonia, al igual que un retablo de 33 esculturas con la representación de diversos santos y la imagen de la Purísima Concepción, tallada en 1764 en una sola pieza de marfil, y que según la tradición oral fue traída de Filipinas, de acuerdo con información del INAH.


Catedral de Querétaro, estilo barroco, neoclásico (Antiguo Oratorio de San Felipe Neri)


Catedral de Morelia
Hermoso edificio de cantera rosa en cuyo interior predomina como base de la ornamentación, el orden dórico y los retablos de estilo neoclásico. Su construcción inició en 1660 y se terminó en 1744.
Destaca: El Manifestador (estilo barroco) y la pila bautismal (estilo neoclásico), ambos elaborados en plata en el siglo XVIII. El órgano existente es de principios del siglo XX y consta de 4600 flautas o voces. La imagen del Señor de la Sacristía realizada con pasta de caña de maíz del siglo XVI.


Arcadas de Papalotla, Estado de México.


La Capilla del Rosario, Puebla (barroco exuberante). Ubicada dentro del de Guzmán esta capilla es considerada la máxima joya del barroco mexicano gracias a la exquisita decoración que guarda en su interior. Su construcción data del siglo XVII y es la primera en México dedicada a Nuestra Señora del Rosario.
http://puebla.travel/es/ver-y-hacer/templos-y-ex-conventos/item/capilla-del-rosario





Casa del Marqués de Jaral de Berrio, del Marqués de Moncada u Hotel Iturbide, hoy Centro Cultural Banamex.
Fuente: https://www.pinterest.com.mx/pin/147704062756759757/?lp=true



Casa del Conde de Orizaba, también llamada de Los Azulejos
Fuente: https://www.maspormas.com/ciudad/cafeterias-en-la-ciudad-de-mexico/







Casa de don José de la Borda, Madero, Bolívar, 16 de septiembre y Motolinia.
En el segundo se encuentra un curioso balcon que se construyo para que las damas pudieran salir solas.
Fuente: https://mxcity.mx/2018/09/un-paseo-por-la-alucinante-arquitectura-de-la-calle-madero/casa-borda-oem2/


Casa del Marquesado de Oaxaca, Nacional Monte de Piedad

Casa del Conde Calimaya, Pino Suárez, 30.


Casa de los marqueses de San Mateo de Valparaiso, Venustiano Carranza e Isabel la  católica


Casa del Conde de Heras y Soto, esquina de Chile y Donceles.
http://mexicoheraldico.blogspot.com/2014/03/palacio-de-los-condes-de-heras-y-soto.html


Casa del Conde de la Torre Cosío, Uruguay 90.


En lo que hoy conocemos como Parque Lira se alzaba la casa que en el siglo XVIII perteneció al Conde de la Cortina


Casa del Conde Regla, república del Salvador 59, abandonado.


Casa del Mayorazgo de Guerrero, esquina de Zapata y Correo Mayor


Purísima Catedral de Puebla


San Cristóbal, Templo del Antiguo Hospital de la Inmaculada Concepción y Sn. Cristóbal de Niños Expósitos, Cdad. de Puebla, Pue.


Esta imagen es la más antigua del continente americano, hecha en el siglo XVI por un desconocido artesano español. Es de madera estofada y mide 27 cm. de alto. Se le sobreponen vestidos, coronas y una luna bajo sus pies.
https://es.wikipedia.org/wiki/Virgen_de_los_Remedios#Imagen_de_la_Virgen_de_los_Remedios_Naucalpan_(M%C3%A9xico)


El éxtasis de Santa Teresa (1647-1651) – Gian Lorenzo Bernini



Anónimo, Retrato de doña Juana Leandra Gómez de Parada y Fonseca Enríquez Gallo de Pardiñas y Núñez de Villavicencio de Ovando, ca. 1770-85, colección particular.
Fuente: https://www.pinterest.com.mx/pin/810577632903431669/


Anónimo novohispano, Retrato de doña Ana María de la Campa-Cos y Ceballos Villegas, II condesa de San Mateo de Valparaíso, marquesa de Jaral de Berrio, ca. 1770.



Retrato de doña Ana María Isabel Esquivel y Serruto (Tríptico de las hermanas Esquivel Serruto), 1794, colección particular.


Dentro de una exuberancia ornamental de columnas salomónicas, cornisas y chambranas, se disponen seis pinturas de nueve esculturas: En la calle central y presidiendo el retablo se hallan: la escultura a Santo Domingo de Guzmán -fundador de la orden y a cuya advocación está dedicado el templo- San Francisco de Asís y la Virgen del Rosario.
En las calles laterales se hallan imágenes de San Pedro y San Pablo, colocadas en el primer cuerpo; Santo Tomás de Aquino y San Alberto Magno, en el segundo, y Santa Teresa de Jesús y San Inés de Montepolisiano en el tercero.
"La influencia de los talleres andaluces de imaginería está latente en la calidad y la belleza de estas imágenes, donde se observa la maestría con que supieron aplicar estas enseñanzas en territorios novohispanos".
Si el retablo mayor deslumbra por su esplendor y belleza, la decoración de yeserías, esculturas y pinturas de la nave central del templo es un alarde de destreza artística en cuanto a ornamentación barroca. Bóvedas y muros están repletos de adornos que son el mejor ejemplo de horror vacui de toda la arquitectura oaxaqueña. Siguiendo un particular programa iconográfico comienza el ornato por el sotocoro, donde se encuentra un inmenso árbol genealógico de la familia de Guzmán que, partiendo de la entrada, se ramifica al interior del templo".

Santuario de Nuestra Señora de la Luz, Puebla, combinación en la fachada barroca de los tableros de azulejos sobre los muros rojos.

Casa de los Ejercicios, anexa al templo de la Concordia, Puebla

Templo de Santa Catalina, Puebla

Exconvento de Santa Mónica, Puebla, hoy museo, de muros de ladrillo y azulejos.

Casa del Marquesado de Ulapa, en 5 de febrero.
Dentro de la casa donde está su característica más distintiva. En el interior, en el segundo piso, se encuentran unos murales construidos con azulejos realizados en la Ciudad de México, que muestran imágenes de tamaño natural de los sirvientes, como los mayordomos, las lavanderas y los zapateros. Llama particularmente la atención uno de los murales que retrata a una mujer, se cree que se trata de la esposa de uno de sus dueños, el alférez don Nicolás Cobián y Valdés. Los murales de este tipo por lo general solían diseñarse con imágenes religiosas. La casa no está abierta al público.

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  Historia. INTRODUCCIÓN. La Historia es una ciencia (disciplina prefieren decir otros) que exige una reflexión sobre su carácter como cie...