sábado, 30 de marzo de 2024

 

LA MUY NOBLE Y LEAL

CIUDAD DE MÉXICO

La sociedad novohispana de la ciudad de México


El ensordecedor y agobiante tañer de las campanas, los gritos de los vendedores ambualantes, las picardías de los mestizos y mulatos y las conversaciones náhuatl, en angoleño y en castellano llenaban, día a día,las plazas, los canales y las calles de la ciudad de México. Hombres y mujeres, vestidos de acuerdo con su condición étnica y social, deambulaban por ella paseando sus odios, sus amores, sus esperanzas, sus deseos y sus frustraciones. Los caballeros españoles, vestidos a la usanza de la península, llevaban ricas casacas y sombreros y portaban espadas, más por adorno que por protección; sus damas, con amplios y estorbosos vestidos, paseaban siempre en lujosos palanquines cargados por esclavos enjoyados o en carruajes. Mestizas y mulatas, al no estar sujetas a la moda española, se vestían con alegres colores, con faldas de grandes vuelos y corpiños de atrevidos escotes; sus hombres, buscando parecerse a los españoles, usaban ropa que imitaban a la de éstos. Los indios, en cambio, llevaron siempre los pantalones y camisas de manta que les impusieron los frailes desde el siglo XVI, mientras que sus mujeres, con sus hupiles y refajos, cargaban a los niños a la espalda con sus rebozos. En una sociedad como la novohispana, el vestido era sólo uno de los muchos símbolos que denotaban la necesidad de remarcar las diferencias y los estratos. La estabilidad y el mantenimiento del orden y de las jerarquías dependían de la conservación de esos símbolos.

         En las fiestas religiosas y civiles, en las procesiones, en las ceremonias dentro de las iglesias y en algunos espectáculos como las corridas de toros, las diferencias entre los distintos grupos sociales se hacían aún más evidentes. En la procesión del día del Corpus Christi, por ejemplo, abrían el cortejo los gremios y cofradías en orden de importancia, seguidos por las órdenes religiosas, los miembros del tribunal de la Inquisición, los representantes del cabildo civil, del Consulado de Comerciantes y de la universidad; el arzobispo y su Cabildo, el virrey y sus oídores de la Audiencia, representantes de la autoridad, cerraban el cortejo y representaban la cabeza de ese cuerpo de Cristo que era la sociedad. La desigualdad, el orden jerárquico y la estabilidad eran considerados no sólo elementos socialmente útiles, sino también cualidades impuestas por Dios tanto al hombre como al universo.

         La vida cotidiana manifestó así los criterios que definieron la estratificación social en la ciudad de México, y en general en la Nueva España, a lo largo de los siglos coloniales: el jurídico-teológico, el racial y el económico.

         El primer elemento de diferenciación, sancionado por las leyes civiles y religiosas, era el estamental. Desde la Edad Media, el Estado y la Iglesia consideraron que Dios había instituido tres órdenes sociales inmutables: clérigos, nobles y campesinos. Con el tiempo el término “orden” comenzó a definirse a partir de los privilegios, con los que los trabajadores fueron desplazados y en su lugar se colocaron los nuevos ricos, los burgueses. El Estado protegió a los estamentos privilegiados con leyes especiales, fueros, exenciones tributarias y, a veces, juzgados propios.

         Además del criterio estamental, la sociedad colonial, como la medieval, se regía a partir del Corporativismo. Las corporaciones era el medio por el cual los individuos podían hacer valer sus derechos ante el Estado y recibir asistencia social. El gremio, la cofradía, el consulado, la orden religiosa, el cabildo o la comunidad indígena eran las instancias de representación social. Mediante ellas, las autoridades podían vigilar el cumplimiento de obligaciones fiscales y legales, dirimir disputas y vigilar la observancia de estatutos internos. Quien no pertenecía a una o varias corporaciones estaba marginado del orden social.

         Paralelamente a las estructuras jurídicas medievales, y con el mismo peso que ellas, funcionaron en la sociedad novohispana los criterios étnicos, nacidos desde el momento mismo de la Conquista. Desde principios del siglo XVI los misioneros y la corona española pusieron en práctica una política racial segregacionista al crear dos repúblicas autónomas e independientes entre sí, sujetas a distintas leyes, tribunales y autoridades religiosas y civiles: de indios y la de españoles. La protección de los primeros contra los abusos y el mal ejemplo de los segundos fue el pretexto para tal separación y, aunque pronto tal afán paternalista se vio frustrado, la sociedad colonial quedó marcada por el prejuicio racial. La existencia de esas dos “repúblicas” se marcó incluso en la geografía urbana en dos distintas zonas de habitación. En la ciudad de México-Tenochtitlan los españoles recibieron los solares del centro mientras que a los indios se les confinó en los cinco barrios periféricos.

         El paso del tiempo mostró lo absurdo de esa separación pues las dos repúblicas se mezclaron y ambos grupos invadieron mutuamente sus áreas urbanas. Por otro lado la llegada de esclavos negros y filipinos y las mezclas raciales crearon situaciones no contempladas por la primera política separatista. Finalmente, en el siglo XVIII, una nueva distribución en cuarteles y la desaparición de las “parroquias de indios” terminaron con una distinción legal que hacía mucho tiempo había dejado de ser real. No obstante, el prejuicio racial siguió siendo una parte integrante de la conciencia colectiva y el color de la piel marcó a menudo, como había sucedido desde el siglo XVI, la condición social.

         En la base de la pirámide étnica se encontraban los indios; sus comunidades, sujetas durante el siglo XVI a los trabajos, al alcoholismo y a las epidemias que las diezmaron brutalmente, sufrieron en el siglo XVII los embates disgregadores de las haciendas que absorbieron sus tierras comunales. Masas de emigrantes de distintas regiones (mixtecos, huastecos, otomíes, mazahuas, entre otros), llegaban a la ciudad de México en busca de mejores condiciones de vida y se sumaban a los numerosos indios de habla náhuatl, descendientes de los antiguos mexicas, que la habitaban. El proceso de ladinización, es decir de asimilación de la lengua y de la cultura de los españoles, fue homogeneizando a los distintos grupos, aunque algunos, como los mixtecos, lograron mantener su identidad, e incluso consiguieron la creación de una parroquia especial para ellos en la Iglesia de santo Domingo y bajo la tutela de un tribunal especial en la Audiencia. Sin embargo, su situación real era deplorable. Las leyes paternalistas les prohibían usar armas, anduviera caballo y vestirse a la española, con lo que se acentuaba y remarcaba su situación de miseria y la explotación.

         En apariencia, los esclavos africanos y asiáticos estaban en peor situación que los indios, pues llegaron a América en calidad de mercancía. Sin embargo, por su alto costo, en las ciudades vivían una situación real mucho más privilegiada. Como capataces, artesanos o trabajadores domésticos, los esclavos disfrutaban de libertades e incluso del derecho de quejarse a las autoridades por malos tratos. Por medio del ahorro o gracias al testamento de un amo dadivoso, muchos fueron liberados y procuraron asimilarse al resto de la población. Este proceso se vio favorecido, además, porque a partir de la segunda mitad del siglo XVII, a raíz de la guerra con Portugal, el tráfico de africanos se redujo notablemente.

         La disminución de negros y filipinos, al igual que la de los indios, tuvo también otra causa: el mestizaje. Desde el siglo XVI, la falta de mujeres blancas y la escasez de esclavas negras propiciaron una intensa comunicación sexual con las mujeres indígenas. En la mayoría de los casos, los hijos nacidos de esas relaciones eran ilegítimos, por lo que el término mestizo fue usado como sinónimo de bastardo. Tal ilegitimidad propició una serie de prohibiciones hacia afromestizos e indomestizos (como recibir las órdenes sacerdotales, ocupar cargos públicos, desempeñar algunos oficios, sobre todo los que manejaban metales, etc.) y mucha discriminación. A menudo se les denominaba con el epíteto gente vil y despreciable y se les daban nombres infamantes como mulato, coyote, salta atrás, no te entiendo. Tal discriminación motivó que muchos mestizos biológicos se definieran a sí mismo como españoles, cuando el color de su piel o el reconocimiento de su progenitor se los permitía; o bien se asimilaban a la comunidad idígena de sus madres.

         En la cúspide de la pirámide étnica se encontraban los blancos. Entre ellos, sin embargo, también había marcadas diferencias; la principal procedía del lugar de nacimiento que los clasificaba en criollos, los blancos nacidos en América, y peninsulares, aquellos emigrantes de España y Portugal. Desde fines del siglo XVI el número de criollos había aumentado considerablemente y los peninsulares comenzaron a atacarlos tachándolos de relajados, jugadores, ineptos y flojos; por su prejuicio racial atribuían todo esto a la convivencia con los indios y a que sus nodrizas indígenas les transmitían esas características con la leche que los amamantaban: Pero más que la discriminación verbal, a los criollos les afectaba la marginación de los puestos rectores de la política, sobre todo de las alcadías mayores y corregimientos, mediante los cuales se controlaba la mano de obra y el tributo indígena. Sin embargo, al pertenecer al grupo blanco, los criollos tenían todos los privilegios y los derechos de los españoles, entre otros el de la educación. A mediados del siglo XVI, los criollos comenzaron a desarrollar una actitud de resentimiento contra la corona y sus funcionarios porque les estaban quitando los privilegios y encomiendas que habían heredado de sus padres, los conquistadores. A fines del siglo un incipiente orgullo patrio los llevó a exaltar su tierra y a sus habitantes y a exigir ser considerados españoles de primera. A lo largo del siglo XVII y en el XVIII ese sentimiento se convirtió en una conciencia de ser diferentes, reforzada por la grandeza del pasado azteca y los prodigios realizados en su territorio por las imágenes milagrosas y de varones y mujeres santos.

         A pesar del crecimiento incesante del grupo criollo, los peninsulares nunca llegaron a desaparecer. En un flujo constante arribaron a Nueva España a lo largo de los tres siglos de dominación española. Algunos, sobre todo los extremeños, los andaluces y los castellanos, terminaron por asimilarse a la sociedad colonial y a mezclarse con ella. Otros, como los vascos y los portugueses (judíos conversos y criptojudíos en su mayoría) formaron unidades muy cerradas. Finalmente, la población blanca de la ciudad de México se redondeaba con un reducido número de europeos, casi todos procedentes de las zonas dominadas por España, como Italia y Flandes, o de algún país católico. Clérigos, comerciantes y profesionales de esas regiones podían pasar a América tan sólo si traían un permiso especial de la corona.

         En 1570 la ciudad de México tenía alrededor de ochenta mil habitantes. De ellos dieciocho mil eran de origen europeo, un número casi igual de procedencia africana y unos treinta mil indígenas; estos cálculos nos dan un poco más de diez mil personas mestizas. Para principios del siglo XIX, más del 70 por ciento de los ciento treinta y siete mil habitantes que tenía la capital del virreinato pertenecían a este grupo. La ciudad de México era un crisol del mestizaje, modelo de lo que había pasado en todo el territorio a lo largo de trescientos años.

         Los criterios jurídico y étnico se remarcaban con un tercer elemento de diferenciación social: el económico. El estatus y las manifestaciones externas del lujo que daba la posesión de riqueza contrastaban con las condiciones de miseria y los niveles mínimos de subsistencia de grandes sectores de la población urbana.

         La principal fuente de riqueza que caracterizó desde el siglo XVI a lo que llamaremos la aristocracia blanca fuer la propiedad territorial y el control de la mano de obra indígena. Al principio, los beneficiados fueron los conquistadores y sus descendientes que gracias a las mercedes de tierras y a las encomiendas de indios se convirtieron en el grupo dominante. Sin embargo, de ellos tan sólo unos pocos lograron mantener ese estatus; la corona, con sus leyes restrictivas y con la creación de una burocracia de corregidores, pasó a manos de ellos el control de las comunidades indias. Poco a poco los encomenderos fueron sustituidos por una nueva clase terrateniente de hacendados descendientes de colonos y funcionarios. Convertidos, gracias al acaparamiento de haciendas, en los principales proveedores de granos, pulque, azúcar y carne a las ciudades, la nueva clase terrateniente ingresó pronto en las filas de la aristocracia. Criollos en su mayoría, los terratenientes estuvieron marginados de los puestos de control político, auque pudieron ejercerlo por medio del cabildo y de las alianzas y relaciones con la burocacia virreinal. Sobre todo a través del Ayuntamiento de la ciudad de México, este grupo encontró no solo una forma de representación y un ámbito de poder, sino también un medio de controlar el abasto urbano.

         Con el fin de evitar la fragmentación del patrimonio y conservar sus linajes, los terratenientes se sometieron a la institución del mayorazgo. Con sólo demostrar que se poseían tierras suficientes, que la sangre familiar no tenía antecedentes judíos o musulmanes y pagando los derechos correspondientes, la corona se comprometía a mantener la herencia de las propiedades familiares en el hijo mayor y, a falta der él, en sus hermanos menores o en el pariente colateral más cercano.

         A fines del siglo XVII, poco más de un centenar de familias criollas en toda Nueva España acaparaban las tierras más fértiles y afianzaba su patrimonio a los linajes por medio del mayorazgo. De estas familias tan sólo unas cuantas obtuvieron un título condal o un marquesado. A fines del siglo XVI únicamente había dos de esos títulos; el marqués del Valle de Oaxaca y el Conde de Santiago de calimaya; para fines del XVII su número se había elevado a dieciocho y eran ya más de sesenta para principios del XIX. Estos títulos, que otorgaba la corona por servicios prestados al rey y a la comunidad, traían  aparejada una serie de privilegios como el de usar un escudo de armas y tener un lugar destacado en los actos públicos; pero también conllevaban gastos como los pagos por derecho de lanzas a cambio de no tener que ir a España a luchar al lado del rey. Esta alta nobleza criollas, desmilitarizada y con un fuerte sentimiento del honor y de la pureza de sangre, pretendía remontar sus linajes hasta los visigodos, aunque sus oscuros orígenes no daban para mucho. Su carácter nobiliario no estaba reñido, sin embargo, con un cierto gusto por los negocios, y algunos no tenían incluso escrúpulos en alquilar accesorias en sus palacios o en vender directamente los productos de sus haciendas. Para el siglo XVIII hasta hubo terratenientes mineros que se convirtieron en prósperos empresarios.

         La segunda actividad que generó enormes fortunas en Nueva España fue el comercio. Para el siglo XVI, las actividades mercantiles difícilmente encajaban en la mentalidad aristocrática de los terratenientes lo que a fines de la centuria un grupo de emigrados de orígenes modestos comenzó a provecharse de la necesidad de abastecer de artículos europeos a la capital y otras ciudades, sobre todo a los reales de minas. Al principio funcionaron como representantes de las casas comerciales de Sevilla, pero muy pronto se independizaron de ellas. La apertura de la ruta del pacífico y el control del comercio asiático a partir de 1570, junto con el régimen de monopolio que la corona fomentaba, propiciaron su rápido enriquecimiento; así como la creación del Consulado de Comerciantes de la Ciudad de México en 1592, los mercaderes novohispanos desplazaron muy pronto a los andaluces en el manejo de artículos de importación y exportación. Al crecer las demandas de mercancías y los controles fiscales –como la prohibición de comerciar con el Perú-, los comerciantes buscaron otras vías de aprovisionamiento –como el contrabando-, lo que aumentó aún más sus fortunas.

         En las feria de Jalapa y Acapulco, estos mercaderes conseguían artículos de Europa, sobre todo vino, aceite y textiles y los objetos suntuarios del Oriente; a cambio de ellos plata, cueros y tintes, como la cochinilla, salían hacía los centros económicos capitalistas. Por medio de agentes en las ciudades del interior y en los reales de minas los comerciantes enviaban herramientas, bastimentos al norte y textiles novohispanos a Guatemala y a Perú; asimismo, recibían objetos de lujo, como muebles laqueados de Michoacán, huipiles de Oaxaca, imágenes estofadas de Guatemala o cacao de Maracaibo. Propietarios o accionistas de embarcaciones transoceánicas y dueños de recuas de mulas, eran los principales transportistas; gracias al manejo del dinero y de libranzas, se convirtieron en los más importantes prestamistas y abastecedores de crédito; con el centro de la armada de barlovento, creada para proteger los galeones españoles de los ataques piratas, se apropiaron del comercio del caribe. Durante varias décadas del siglo XVII, el comercio tuvo que hacer frente a una profunda crisis, reflejo de la que vivía el sistema capitalista naciente en Europa; esto obligó a los comerciantes a buscar nuevas formas de aplicar sus capitales; se convirtieron en socios capitalistas de empresas mineras y textiles, y aplicaron sus fortunas a la compra de tierras. Los comerciantes tuvieron también acceso al poder político mediante el soborno y, por medio de los corregidores y alcaldes mayores, al control de los mercados indígenas.

         A partir de la segunda mitad del siglo XVII, a raíz del crecimiento minero y de la recuperación comercial, algunos mercaderes de la ciudad de México se dedicaron a la compra de lingotes de plata en los centros mineros y los convertían en moneda en la Casa de Moneda de la capital. Al mismo tiempo abastecían de mercancías y de capitales a la minería y se convertían en los primeros empresarios.

         Finalmente, gracias al apoyo en armas y dinero que daban para aplacar las continúas rebeliones indígenas en el norte y el sureste, obtuvieron nombramientos de capitanes de milicias. Para el siglo XVIII, con la creación de un ejército regular y de una clase militar profesional, los comerciantes tuvieron que compartir este privilegio con los militares de carrera.

         A pesar de sus logros y riqueza, la profesión de comerciante no fue considerada como un oficio noble sino hasta fines del sigloXVII. Por un lado, los terratenientes criollos veían como advenedizos a estos peninsulares nuevos ricos; por otro lado, las fortunas comerciales rara vez sobrevivían a dos generaciones y fue difícil afianzarlas a linajes; finalmente, un buen número de comerciantes pertenecían a grupos cerrados como los vascos o los judíos portugueses, que no estaban interesados en mezclarse con los criollos. De hecho la comunidad judía, perseguida y casi exterminada por el tribunal del Santo Oficio desde mediados del siglo XVII, tuvo que ocultar su origen.

         No fue sino hasta el siglo XVIII, con el triunfo del espítitu burgués e ilustrado, del que fue un reflejo las Reformas Borbónicas, que los comerciantes llegaron a tener un ascendente en la aristrocacia y comenzaron a emparentar con los terratenientes y a adquirir títulos nobiliarios.

         El tercer sector aristocrático novohispano procedía de las esferas de la alta burocracia. Desde mediados del siglo XVI la corona española creó un cuerpo de funcionarios para enfrentar a los encomenderos, cuyos intereses eran muy distintos a los del rey. En un principio, los cargos más altos fueron conferidos a hombres destacados por su nobleza o sus conocimientos y pericia en los asuntos de gobierno. Virreyes y oídores, enviados siempre desde España, ocuparon sus cargos temporalmente y no echaron raíces en los territorios coloniales. Sin embargo, con el tiempo los funcionarios menores comenzaron a ser necesarios en las esferas de gobierno, justicia y hacienda, y para su elección empezaron a intervenir otros elementos distintos a los méritos, como eran el pago de favores o de servicios y las necesidades financieras de la corona.

         En efecto, a partir de Felipe II la venta de cargos se convirtió en un monopolio de la corona, un medio más de enfrentar la atroz bancarrota en la que estaba sumida España después de sus interminables guerras europeas.

         En su época, los cargos de escribanía, policía, municipio y casas reales de moneda fueron arrebatados a las aristocracias locales y puestos a subasta pública; con ello se evitaba que virreyes y gobernadores los utilizaran como premios para sus partidarios, pero también se introducía la corrupción y la venalidad; quien compraba un cargo buscaba desquitar su costo, y esto no se podía hacer con los míseros salarios que daba la corona, sino con los negocios y la venta de favores auspiciados por la función pública. Con el tiempo muchos cargos de las oficinas de gobernación, incluso la Secretaría Mayor, de Justicia y de Hacienda se pusieron a la venta. A partir de 1670 se subastaron los corregimientos y alcaldías mayores, encargados de cobrar los tributos en las comunidades indígenas. En el XVII el sistema se había hecho tan extenso que se creaban cargos con el único objetivo de venderlos, siendo muchos de ellos meramente honoríficos.

         Al principio, los cargos vendidos eran vitalicios, pero después algunos se convirtieron en heredables y fueron transmitidos por testamento como parte del patrimonio. Además, como los cargos podían renunciarse en favor de otra persona, la venta privada de éstos se convirtió en una práctica común, así como el oficio de corredor de cargos. Para comprar uno, muchos echaban mano de préstamos, que a menudo eran cobrados con favores.

         Para muchos segundones de la aristocrascia, la compra de cargos públicos se convirtió en una buena salida, sobre todo en un medio en el que las opciones se reducían a las que daba la carrera eclesiástica. Así, muchos criollos tuvieron acceso a un ámbito de poder.

         Para todos los grupos de la aristocracia era fundamental demostrar la nobleza de su linaje a través de un fuerte  sentimiento de honor. En España ese sentimiento estaba muy relacionado con la pureza de sangre, es decir, con el orgullo de no tener antepasados cercanos de origen judío, musulmán o pagano. Pero el honor no bastaba para ser aristócrata, era necesario también mostrar un nivel de vida acorde con el papel social que se tenía. Era propio del estatus aristocrático tener un palacio urbano y una casa de campo en San Agustín de las Cuevas (Tlalpan), en san Ángel o en Tacubaya; poseer esclavos y sirvientes, carruajes y palanquines, ropa suntuosa, joyas y objetos de lujo; ser titular de una capilla funeraria familiar en algún templo y del patronazgo de un convento; dotar huérfanas y ayudar con limosnas a hospitales y orfanatos por medio de cláusulas testamentarias; pertenecer a las instituciones más destacadas del virreinato y a las cofradías más exclusivas; obtener un título de cualquiera de las órdenes de caballería españolas, Santiago, Calatrava o Alcántara, o un nombramiento de capitán de milicias; ocupar un lugar de honor en los oficios religiosos, en el teatro y en los otros; practicar la equitación o la caza; invitar y ser invitado a tertulias, banquetes,bailes, paseos y saraos; sostener un numeroso séquito, una clientela, de parientes y allegados, los llamados paniaguados. (Persona que servía en una casa y recibía del dueño de ella habitación, alimento y salario)

         El estatus se mantenía además con una buena política matrimonial, mediante la cual no solo se entablaban realciones familiares con los otros miembros del grupo, sino también se afianzaba el futuro del linaje. El único matrimonio válido era el eclesiástico y sólo los hijos de la unión bendecida por la Iglesia eran considerados legítimos.

         El papel de la mujer dentro del medio aristocrático era  el de una pieza en el juego de las relaciones y los compromisos. Matrimonio y convento eran sus únicas opciones; el recato, la piedad y la sumisión sus mayores valores. Su encerrada rutina doméstica sólo se rompía con la salida a misa y a ciertas diversiones. Considerada como menor de edad, la mujer no podía entrar a la universidad ni ocupar cargos públicos y tenía restringidos sus derechos jurídicos. Desde temprana edad su padre elegía el estado que debía tomar, y en todos los casos estaba obligado a pagar una dote, que entre la aristocracia solía sobrepasar los 5 000 pesos. Como casada, estaba sujeta a su marido, y como monja al obispo; tan sólo las viudas gozaban de una cierta independencia.

         Los hijos, varones y hembras, estaban también sujetos a la autoridad absoluta del padre, quien decidía en dónde y qué debían estudiar sus vástagos; la instrucción primaria estaba a cargo de maestros privados o de escuelas amigas; los varones tenían la opción de seguir una carrera estudiando primero en los bachilleratos de los jesuitas y después en la universidad; a las mujeres se les daba una preparación en las tareas manuales que las haría buenas amas de casa, a menudo en un convento bajo el cuidado de alguna parienta monja. Del padre de la familia aristócrata dependía también una numerosa clintela de ahijados, sobrinos, hijos bastardos y paniaguados.

         Además del matrimonio, la aristocracia afianzaba sus vínculos a través del compadrazgo y de la entrada de alguno de sus miembros a las instituciones eclesiásticas. Pero sobre todo se cohesionaba imitando el modelo social que era la corte virreinal: Con la llegada de un nuevo virrey y de su consorte, y con la primera recepción en palacio, se desplegaba toda una gama de valores estéticos y morales y normas de comportamiento. Las modas en el vestido, en el peinado, en las joyas, las formas de comer y bailar, la poesía y el teatro, todo se veía afectado por la corte. Esta aristocracia provinciana, que jamás había conocido las cortes europeas, podía probar en este espejo un reflejo de lo que nunca llegaría a  ser, pero que se esforzaba denodadamente en conseguir.

         Para proveer los artículos de lujo y los servicios que requería el estatus de la aristocracia y las necesidades de la Iglesia se movilizaba un considerable número de personas, muchas de las cuales pertenecían a lo que denominaremos las capas medias. A ellas pertenecían grupos de procedencia, intereses y actividades muy heterogéneas, por lo que no constituían propiamente una clase. Además, a diferencia de la aristocracia, formada exclusivamente por blancos, en estos grupos había criollos, mestizos y mulatos.

         El sector más extendido de estas capas era el de los comerciantes minoristas de todo tipo, propietarios de un negocio. En el siglo XVII había en la ciudad de México una docena de panaderías, numerosas tiendas de ropa y tabernas, varios expendios de alimentos (cacahueterías donde se vendía chocolate, almuercerías, pulperías o tiendas de abarrotes), tres imprentas, una librería y una tienda de anteojos.

         Un segundo sector lo formaban los artistas y artesanos de lujo. Maestros pintores, escultores y arquitectos, sastres, guanteros, orfebres, doradores, sombrereros, entre otros. Varios de ellos llegaron a tener bajo su mando un número considerable de oficiales asalariados, de aprendices y de esclavos. Algunos diversificaron sus actividades, compraron casas y talleres y se convirtieron en empresarios asociándose con comerciantes y burócratas, con lo que ascendieron socialmente. Los más, sin embargo, mantuvieron una situación desahogada pero sin traspasar las barreras de su clase, aunque la mayoría promovía a sus hijos hacia otras profesiones mejor remuneradas o hacia la Iglesia.

         Toda actividad artesanal estaba regulada por statutos gremiales que estipulaban quienes podían obtener el grado de maestros para pertenecer a estas corporaciones; los gremios controlaban la cantidad, la calidad y el precio de los productos y, los artículos de lujo, limitaban la incorporación de nuevos miembros por medio de elevados costos para los exámenes de maestría y otros requisitos económicos. Además, sólo aquellos que poseían un taller podían pertenecer a un gremio, con lo cual el número de agremiados se reducía aún más. Todo esto, y una cerrada trama de vínculos familiares y de compadrazgos, impedían a muchos el acceso a estos gremios. Sin embargo, aunque al principio el artesanado de lujo estuvo controlado por los europeos, que influyeron en la misión de leyes que segregaban a los grupos de color, con el tiempo todos los gremios llegaron a tener gente de origen mestizo y mulato.

         Un tercer sector de las capas medias era el de los profesionales liberales, médicos, abogados y miembros de la baja burocracia, muchos sacerdotes regulares y seculares y egresados de la Facultad de Teología o de los colegios de religiosos y numerosas monjas. Finalmente formaban este grupo los medianos propietarios y arrendadores de tierras eclesiásticas y la llamada nobleza indígena, cuyos miembros para el siglo XVIII eran ya, casi todos, plebeyos y mestizos.

         En general, las capas medias tendían a imitar las formas de vida, valores y comportamientos de la aristocracia, aunque sus ingresos eran a menudo una limitación para poder sostener tal estatus. Así, el matrimonio eclesiástico era considerado una necesidad social, pero las dotes no pasaban de 500 pesos; en las funciones religiosas, en los toros y en el teatro debían conformarse con ocupar un lugar secundario; sólo ingresaban a las cofradías gremiales, asistenciales o profesionales cuyas cuotas módicas podían pagar sin sacrificio y que les permitieran participar en las celebraciones religiosas y civiles y obtener los beneficios de seguridad social y gastos funerarios que ellas ofrecían; finalmente sus casas, mobiliario y vestido correspondían al monto de sus ingresos.

         Aunque había artistas, artesanos, comerciantes y nobles indígenas que poseían una casa propia, en general las familias de las capas medias habitaban en casas de vecindad, en apartamentos arrendados a maestros de arquitectura o a conventos de monjas o de religiosos o en accesorias que bordeaban las partes bajas de hospitales, conventos y colegios. Conforme crecía la ciudad, las casas de vecindad se fueron extendiendo por los barrios indígenas y se convirtieron en centros de convivencia de todas las etnias y grupos sociales. En ellas alternaban las capas medias con los grupos marginados.

         Sin embargo, los que habitaban en un cuarto de azotea o en los patios interiores de una vecindad no eran los miembros más miserables de las capas modestas. Casi todos eran artesanos de artículos de primera necesidad (zapateros, carpinteros, talabarteros), cuya casa funcionaba como habitación, taller y tiernda, y que disfrutaban de la estabilidad que les daba el conocimiento de un oficio... Otros eran oficiales asalariados que trabajaban para un artesano de lujo o vendedores ambulantes, mujeres en su mayoría, que vivían de la venta de comida en los puestos del mercado; madres solteras o amancebadas que mantenían a sus hombres desempleados o alcohólicos; hechiceras, curanderas, parteras, prostitutas empleadas en los burdeles oficiales; guardias de los regimientos de mulatos ocupados en la vigilancia y el control de las rebeliones. Fuera de ellos, la mayor parte de los marginados eran desempleados o subempleados: peones asalariados de la construcción, albañiles, carpinteros o canteros, jornaleros esporádicos en las obras públicas, en el desagüe y en la limpieza de las acequias; asalariados en los obrajes de Mixcoac, en los molinos, en las panaderías; aprendices en talleres artesanales que recibían como pago de su trabajo techo y comida; servidumbre masculina y femenina de las casas de los ricos y de los conventos; vendedores de pan duro, de ropa usada sustraída a menudo a los cadáveres de los cementerios, ladrones y mendigos; gente, en fin, que deambulaban entre el desempleo y la ocupación esporádica, que vivía en chozas de adobe en los barrios indígenas de Santiago Tlatelolco y San Juan Tenochtitlan, en casuchas de madera levantadas contra los muros de las iglesias y conventos o a la interperie. Los más afortunados, los sirvientes y los aprendices, tenían un techo seguro en las casas de sus amos.

         Existía demás una numerosa población flotante que, sujeta a los vaivenes de la agricultura, se trasladaba desde los pueblos aledaños a la ciudad y deambulaba por sus calles ofreciendo de puerta en puerta petates, tierra para las macetas, leña, chichicuilotes.

         Para principios del siglo XIX, más del 70 % de la población de la ciudad pertenecía a estos grupos marginales. Sujetos al azote continuo de las epidemias y del hambre y acosados por las riñas callejeras, los asesinatos, la embriaguez y la violencia institucional, blancos y mestizos, negros e indios pobres se rebelaron en 1624 y en 1692 contra las autoridades virreinales y quemaron los edificios públicos de la Plaza Myor. Para paliar la miserias la Iglesia y el Estado crearon alhóndigas, hospitales y orfanatos y distribuyeron en los momentos difíciles alimentos y ropa entre los necesitados. Sin embargo el problema rebasaba los límites, y también los intereses, de la caridad pública y privada.

         Los valores y el comportamiento de estos grupos distaban mucho de los que tenía la aristocracia y las capas medias. Sin patrimonios ni linajes que mantener, el matrimonio por la Iglesia no constituía una necesidad, por lo que eran comunes el amancebamiento, la bigamia y los hijos ilegítimos. Aunque había cofradías de mulatos y artesanales, la mayor parte de los marginados no participaban de los beneficios corporativos. En cuanto a las diversiones, los bailes nocturnos, las fiestas públicas, religiosas y civiles, los juegos de azar y las peleas de gallos eran las principales formas de esparcimiento. A cambio del sentido del honor y de la moral religiosa, los marginados poeseían una rica cultura mágica: la magia curativa les daba soluciones para las necesidades del presente, la magia erótica y adivinatoria les proporcionaba esperanzas para el porvenir.

         El terreno de la magia fue uno de los ámbitos de comunicación donde los diversos grupos sociales encontraron un lenguaje común. La vida cotidiana de los aristócratas y de las capas medias se vio influida profundamente por una cultura popular que tenía sus raíces en el mundo indígena y africano. Junto con la magia, la comida de sabor fuerte, la música rítmica y un español cargado de nauatlismos fueron algunos de los elementos populares que permearon todos los grupos sociales.

         Este fenómeno fue posible gracias a una intensa convivencia cotidiana. La nodriza mestiza que trasmitía tradiciones indígenas a los niños criollos; el patrón que apadrinaba al hijo de su obrero; el ama que hacía uso de un remedio mágico facilitado por la curandera india; el rico señor que daba empleo a los hijos tenidos con su amante mulata. En esos ámbitos, en lo doméstico, en lo emotivo, las diferencias jurídicas, étnicas y económicas se hacían a un para dar lugar a los vínculos  afectivos. Al final todos, ricos y pobres, compartían un espacio común, un espacio que sufrían y disfrutaban, un espacio que era su ciudad, la muy grande y leal México-Tenochtitlan.

 

BIBLIOGRAFÍA

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jueves, 21 de marzo de 2024

 

Historia de los Cátaros

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En la Edad Media existían clases, aun entre los trovadores y juglares provenzales, los primeros eran a la vez cantores del amor cortés y cantautores, muchos de ellos de procedencia noble e incluso eclesiástica, tanto cristianos como cátaros , en cambio los juglares eran de orígenes mas modestos, cantando composiciones ya escritas por los trovadores, incluso se dedicaban, a la vida circense, lanzadores de cuchillos, equilibristas, dándose el caso de estar a veces al servicio de los señores, o como bufones de palacio, normalmente su vivir era bohemio, teniendo ambos en común, el propósito de ir explicando historias a las gentes del Languedoc y en su misma lengua, de pueblo en pueblo, y de castillo en castillo, una especie de corresponsales de la época.

Los cátaros aceptaban el amor cortés de los trovadores, como algo natural en la idealización de las relaciones amorosas, no obstante existía cierta contradicción en cuanto a los cátaros , sobre este tema, ya que las damas desde pequeñas eran educadas en esta sublimación amorosa con respecto a los hombres, y ser corteses con todo el mundo, mas aun cuando los trovadores mencionaban a las damas “divinas hermosuras del cuerpo femenino”, el principio moral de los cátaros les inclinaban a decir que el atractivo físico era un ente del diablo “cosa impura ante Dios”, sin embargo cuando la dama se convertía en creyente cátara , los “buenos hombres” aceptaban esta dedicación carnal del feminismo, con lo que les era permitido a las mujeres cátaras , gozar sexualmente cuanto quisieran, a condición, eso si, que después de cada una de sus dedicaciones carnales extramatrimoniales, se confesaran de inmediato.

Existía una concienciación por parte de los católicos, declarando que esas entregas amorosas las cuales eran idealizadas por los trovadores,constituían un libertinaje, pero no dejaban escapar la ocasión cada vez que se les presentase, los cátaros en esta cuestión no fueron menos, teniendo en cuenta que los ejemplos vividos a su alrededor, por parte de sus propios maridos, parientes, otros caballeros, escuderos, y gentes de otras índoles, haciendo de estas prácticas amorosas, como la cosa más natural del mundo.

Esta manera de ver la vida amorosa, fue implantada por los trovadores en todo el Languedoc, o Provenza, como fue su denominación posterior, a tenor eso si, del sentir de las gentes, ya católicos o cátaros, es por ello que fueron tan bien acogidos los trovadores, puesto que a parte de informarles con noticias de otros lugares, las gentes los sentían muy próximos a causa de compartir su misma filosofía amorosa.

La creación de la poesía romántica, fue sin duda obra de los cátaros, en su mayor parte, inexistente con anterioridad, pero que ha sobrevivido y perdurado hasta llegar a nuestros días, desaparecieron los cátaros, pero quedaron sus obras, rescatadas de los archivos, que la Inquisición no pudo destruir. Fueron los trovadores junto con los cátaros, los que propiciaron la sublimación del erotismo, teniendo en cuenta que estos poetas sin ser eclesiásticos, surgieron de los monasterios y conventos, siendo personas de una gran cultura, en una época con pocas libertades de pensamiento, pudiéndose apoyar precisamente en los cátaros, que en aras de esa libertad, les facilitaron en su desarrollo poético.

Hubieron grandes trovadores, como el cátaro Pierre Corbián, insignes poetas, Guilhem Figuiera, Jaufre Rudel, el Uc de Saint-Circ. Es conocida la historia de Adelaida casada con el señor de Pera, gobernador de Albí, la cual fue amante del vizconde de Saint-Antoine llamado Ramón Jordán, su fama se extendió por toda Occitania, creando una corte de “Amor platónico”, que a pesar de ser cátara y aspirante a “Perfecta” no fue impedimento para cortejarla el rey Alfonso “El Casto”,de Aragón y Conde de Barcelona, tuvo la cátara Adelaida su poeta trovador, como amor platónico, llamado Arnaut de Maruelh, que toda su vida suspiró por ella, cantando su esplendorosa belleza, y aquejado de intensa melancolía, hasta su vejez, cuando comprendió que nunca conseguiría materializar su pasión, hacia su querida Adelaida.

Vida y costumbres de los Cátaros

El valor literal de la palabra “cátaros”, proviene de la lengua griega, que significa “los puros”, tal y como se denominaban ellos mismos, por lo tanto es todo aquel conjunto basado en antiguas creencias, que los cátaros adoptaron para si mismos, y que tanto las jerarquías como sus discípulos hicieron propias, intentando adecuarlas a las nuevas épocas que les tocaron vivir, pero con un ascetismo y un estricto cumplimiento, propias de los primeros cristianos, que surgieron tras las predicaciones de Jesucristo.

Protofeminismo entre los cátaros

No sería justo eludir el importante papel de la mujer cátara que tuvo en esta sociedad, `por otro lado tan patriarcal y misógina como lo fue en la Edad Media. Aun a pesar de la escasa documentación que sobre este tema nos ha llegado hasta nosotros, causada por la limitada atención de que eran objeto las mujeres, relegándolas al papel que se les imponían en una sociedad donde el feminismo era visto como algo susceptible en su papel reproductivo, y sumisión al hombre, al que debían obedecer y someterse. Como mucho era la dueña de su casa de puertas a dentro, sin participar en las decisiones que estaban supeditadas al padre de la familia, cuando no a un hermano, o siguiendo dicha sumisión, al marido. Que entre las familias de cierto rango, la mujer podía aspirar al matrimonio, o bien al ingreso de alguna orden religiosa, como último recurso, en caso de verse abocada a la soltería.

Todas estas particularidades han sido reflejadas gracias a la documentación existente por parte de la Inquisición u otros estamentos eclesiásticos, que sin ser especialmente abundantes, si se hayan en mayor abundancia al ser comparados con los obtenidos a través de los propios cátaros, puesto que es limitada la documentación conservada por los cátaros que pudo llegar hasta nuestros días.

A todo ello se han de hacer resaltar las investigaciones modernas actuales, en donde empieza a despuntar un mayor interés sobre estos temas, frenados siempre por el desapego hacia la mujer, no dándoles tanta importancia con respecto al hombre, por lo que muchos historiadores han pasado de puntillas sobre ello.

Aun así, existen autores que si se han atrevido en dar a conocer por medio de sus trabajos, las particularidades de las distintas mujeres que influyeron en la vida social del Medievo y en especial del mundo cátaro, dándoles la importancia que el feminismo se merecía.

Cabe destacar a prestigiosos historiadores, estudiosos en el tema de la mujer tanto en el catarismo como temas afines a ellos:

René Nelli, en su obra “Los cátaros en el Languedoc en el siglo XIII.

Paul Labal “Los cátaros, herejía y crisis”.

Anne Brenón, paleóloga eminente, fundadora de la revista “Heresis”, perteneciendo entre los años 1982 al 1998, a la institución “Centre nacional d’études cathares René Nelli” y profesora de la “Universidad de Warwick de Coventry (Reino Unido), siendo autora de una publicación el año 1997 en “El mundo de los trovadores”.

Las mujeres cátaras gozaban al igual que los hombres del privilegio de ser “perfectas” con el nombre de “buenas damas” pudiendo administrar los sacramentos propios del catarismo como el “consolamentum” o bien el “melioramentum” bendición que se otorgaba para un “buen final” en el ocaso físico de algún fiel cátaro.

Existen en la actualidad estudios dedicados a las “buenas damas” sobre las cuales se han descrito la gran importancia que tuvieron muchas de las mujeres cátaras, autor de estos modernos descriptivos femeninos se encuentran a Nariri Mertinengo en su “Las trovadoras poetisas del amor cortés” (1997) o bien Anne Brenon ya nombrada más al principio, con su obra “Las mujeres cátaras” la cual, esta misma autora, ya hace revelaciones en la existencia de mujeres organizadas en obispados, formando comunidades femeninas reunidas en conventos, así como las sedes de diáconos, en sitios muy concretos como lo fueron Carcasona, Albí, Tolosa o Limoux.

La imagen de igualdad de la mujer con respecto al hombre nos viene dada por el autor Jean-Claude Genel (1999), matizando no obstante en la diferenciación con que se hace en la actualidad. Se da también una breve pincelada en la afirmación de que las mujeres disfrutaban en igualdad de derechos y obligaciones que los hombres. Se hacia patente la importancia relacionada entre las mujeres cátaras y los trovadores los cuales idealizaban a estas a veces sublimemente en referencia al “amor cortés”, dando gran importancia al amor virtuoso, ya como amor cortesano. Con ello se fue desarrollando una relación mujer-trovador, los cuales exigía un amor libre y puro, desprendiéndose por otra parte de la pecaminosa carne tanto dentro del matrimonio como fuera de el, tal y como era concebido por la doctrina cátara, con la libertad de pecar según el catarismo o amar según los trovadores, sintiendo la libertad sin ataduras en las mujeres cátaras. Por otra parte no podían existir grandes ataduras de estas mujeres hacia los trovadores, al ser estos unos personajes en continuo movimiento, de castillo en castillo, en los cuales a parte del amor cortés, también cantaban las historias y noticias que se producían en toda la geografía por ellos recorrida. En fin, que en cierta manera eran los telediarios de la época.

De todas formas existe un debate, en el cual muchos historiadores ponen en duda que la igualdad de las mujeres respecto al hombre dentro del catarismo, no era de una manera total y absoluta, seguía existiendo un cierto misogismo que impedía, por decirlo así, una integración femenina igualitaria. Si bien es verdad que las mujeres de la alta sociedad, tenían unas facilidades más amplias que pudieran existir entre las clases inferiores a ellas.

Destacaremos una serie de personajes femeninos, de los que nos hablan historiadoras como María Milagros Rivera, en su obra “La diferencia sexual en la historia (2005), o historiadores como A. Guirdham en su “La gran herejía” (998) donde trata este tema del feminismo.

En otro apartado sobre este interesante tema de la mujer cátara, daré a conocer varias de estas cátaras, que aun a riesgo de sus vidas y contra cierta oposición dentro y fuera (sobre todo), de la herejía cátara, mujeres que supieron hacerse valer y aun a contribuir en la comunidad cátara un papel tan importante, y en ocasiones decisivo, como pudiera tener sus homólogos masculinos.

Este conjunto de mujeres cátaras, por su relevancia especial han podido significarse y obtener su reconocimiento histórico serian: Beatriz de Plannisoles, Esclaramonda de Foix y Loba de Pennautier, de las cuales se harán patentes en unas breves biografías.

Rituales esenciales de los Cátaros

Existen entre los cátaros una serie de rituales, necesarios estos que sin ser precisamente dogmas de fe, como sería de obligado cumplimiento en la doctrina de los cristianos católicos, si, son observados por todos aquellos creyentes que moralmente han de seguir la creencia de su fe y, sobre todo la utilización de un “Pathos” suficientemente creíble ante sus obispos o hacia la multitud presente en tales ritos, como forma de reafirmación en la fe que han aceptado profesar.

El más importante de estos ritos es sin duda el “Consolamentum”, ya nombrado brevemente en varias ocasiones, pero que aquí es preciso reseñar como una importante ceremonia en el mundo de los cátaros, por lo que responde al único “sacramento” dualista de esta religión herética. Por lo que el “consolamentum” era por así decirlo la síntesis correspondiente al bautismo, la confirmación, la ordenación e incluso la extremaunción practicada por los católicos. Suponía la constatación de un creyente cátaros en su paso hacia una estancia superior jerárquica, que les confería el título de “Perfecto”, ello se conseguía por la simple imposición de manos, que otro “perfecto” efectuaba sobre el nuevo aspirante, el cual a su vez tenía la potestad de transmitir el “consolamentum” a otro creyente que voluntariamente lo solicitase. Este libre asentimiento que se adquiría, representaba no obstante un camino no exento de unas obligaciones muy comprometedoras en su cumplimiento, debía vivir una vida completamente entregada a los demás, de un comportamiento intachable, ascetismo total, y observando las reglas que adquiría propias de su fe, rezos continuados, ayunos frecuentes, abstenerse de toda práctica sexual. En cuanto al alimento, no debían comer carne ni todo lo derivado de ella, como huevos, leche, mantequilla, ya que todos estos productos significaban el resultado de la reproducción sexual, totalmente prohibidos por el catarismo, al significar en ellos, estar poseídos por el diablo. Si en cambio podían beber vino moderadamente y la ingesta de pescado, ya que, según las creencias del medievo, los peces se reproducían espontáneamente en el seno del agua.

Cualquier transgresión de todas estas normas de estricto cumplimiento, significaba para el “perfecto” la pérdida del “consolamentum” al mismo tiempo que lo perdían todos aquellos que este transgresor hubiera impuesto este sacramento a otros creyentes. Tan solo podían recuperarlo, si accedían de nuevo al “ consolamentum ”, ya que rechazaban la idea católica, de que un sacramento siempre es válido aunque el oficiante sea indigno, en el catarismo , sus representantes en todo momento habían de ser merecedores intachables de sus cargos. El “consolamentum” también se administraba a toda clase de creyentes en los últimos momentos de su vida, a fin de conformarlos, perdonar sus pecados y por lo tanto salvar sus almas.

Un primer rito llamado “Melioramentum” (mejoramiento) tal como la misma palabra da a entender, se pedía a los simpatizantes del catarismo, como a sus neófitos, un compromiso de buena voluntad, por el cual se les exhortaba en la práctica de la humildad, la caridad, así como el perdón de las ofensas recibidas por el prójimo y sobre todo la veracidad sobre sus acciones, virtud esta tan valorada entre los cátaros. Consistía el rito del “ melioramentum ” al considerar que los Creyentes estaban en posesión de Satanás , por lo que no podían rezar a Dios , hasta no pertenecer al catarismo , suplicando al “ Perfecto ” por cuanto entonaban las plegarias en posición arrodillada, con las palmas tocando el suelo o bien estas sobre un banco, efectuando tres inclinaciones de cabeza acompañadas por un “ Benedicite ” (bendícenos), pronunciando la siguiente fórmula: “Señor, o buen cristiano, o buena señora (si era una Perfecta ) con la bendición del Señor o con la tuya, y reza a Dios por nosotros” en la tercera inclinación de cabeza diciendo “ Señor , rezad a Dios por este pecador porque lo libre de una muerte maléfica y lo conduzca a buen fin. Ante lo cual el Perfecto asentía en la primera y segunda plegaria, extendiéndose en la tercera aludiendo al “Consolamentum” diciendo: “Recemos a Dios para que haga de ti un buen cristiano y te conduzca a un buen fin”.

El rito del “Apparellamentum” es descrito como una fórmula que mensualmente se utilizaba, a cargo de los diáconos. Consistía esta ceremonia en unas confesiones colectivas y públicas, describiendo las faltas que pudieran cometer los “Perfectos”, en donde se pronunciaban ocasionalmente ante los obispos.

En la manera occitana del “ Apparellamentum ” se requería de un Pathos lo bastante retórico, no tanto para impresionar a los asistentes, como ante los representantes del catarismo , pero si para dar un aire solemne a las fórmulas contenida en ellos, estos eran: “Comparemos ante Dios y ante vosotros y ante la orden de la Santa Iglesia para recibir el Servicio, el perdón y la penitencia para todos nuestros pecados”, dando exhaustivamente toda clase de pormenores de las faltas cometidas, sus miserias, imperfecciones, corrupciones, y cuantos pecados pudieran existir, prometiendo actos de arrepentimiento, como ayunos, plegarias, obediencias sin olvidarse de nada y recordando ante Dios “La salvación de todos los justos, gloriosos, cristianos” “Benditos antepasados que descansan en paz y hermanos aquí presentes”. Que por cierto, no se diferenciaban mucho en estos actos de contrición practicados por los cristianos católicos.

También hemos de hacer notar que todo lo concerniente tanto a los ritos de la religión cátara, como otras variadas noticias llegadas hasta nosotros, no se han descubierto por la Inquisición, la cual obviaba estos aspectos de la herejía, y aun se despreocuparon en indagar por medio de los testigos que eran interrogados. Por lo que estos conocimientos son debidos a los documentos que escaparon a la destrucción, ya que los cátaros predicaban ampliamente sus conocimientos sin esconder sus creencias e incluso debatían con los católicos las diferentes opiniones en reuniones asamblearias.

La Burguesía cátara

Ya al término del siglo XIII, cuando es casi aniquilado el movimiento cátaro, surge un periodo de cierta bonanza hacia los cátaros, aun a pesar de inmiscuirse la política entre ellos, en donde toman un mayor partido los burgueses, principalmente en la ciudad de Carcassone, pasando de la lucha armada, al poder político, donde la Inquisición ya no es la fuerza preponderante de antaño.

Aunque la burguesía tuvo desde el principio de la cruzada contra los cátaros, pensamientos anticlericales, como anti inquisitoriales, se inclinó en los finales de esos turbulentos tiempos, por la doctrina catara rechazando los burgueses el sentido financiero (contrario a ellos) del Vaticano, mas aun, en cuanto que este apoyaba la política jacobina de Francia.

Era precisamente la ciudad de Carcassone, la representante principal de la clandestinidad herética de los cátaros, que se afianzaba principalmente entre la burguesía, en donde a escondidas, de la siempre vigilante Inquisición, se reunían en “circa noctem” (a la caída de la noche) a fin de recibir el consolamiento de los moribundos o de las gentes que deseaban obtener esa gracia catara. Personajes importantes como el clérigo Blazy, el notario Paul Floris, o el rico carnicero Perre Gary, entre muchos otros.

El resultado de esta clandestinidad fue de carácter conspiratorio, precisamente representados por gente culta, lo contrario a los católicos, estos nuevos cataros burgueses eran la flor y nata de la sociedad, abogados, notarios, médicos, incluso militares, englobando a numerosos clérigos, como los párrocos de Ilhes, de Pennautier, de Villardonnel, el vicario diácono de Caunes, un monje de la Abadía de Sans Morlane, y tantos otros que se unieron a la nobleza catara , citando entre ellos a la Dama de Sallès-Cabardès, Dama Jordana, hija de Jourdain de Saissac, o bien los “franceses” del Castillo de Cabaret .

En una fecha no precisada del año 1285, los cónsules se reúnen en la casa del oficial diocesano Guillaume Brunet, en donde ante una numerosa asistencia, deben tratar de asuntos tan importantes, como el hecho de que la Inquisición, mantenía una larga lista de todos aquellos personajes que habían abrazado la causa de los cataros. Estaban dispuestos a conseguir tan preciada relación, proponiendo al hereje relapso Lagarrigue , antiguo perfecto, realizara la sustracción del referido documento, aprovechando que éste se había pasado al lado de los católicos, cosa por otro lado normal en la Edad Media , que por diversas razones existía gente proclive hacia el lado opuesto a sus primitivas creencias.

Propusieron para tan peligrosa gestión a un pariente de Lagarrigue llamado Arnau Matha, que además era su amigo, intentándole convencer en volver a sus creencias cataras, y aprovechando ser el hombre de confianza del inquisidor de Carcassone, para que tuviese a bien apoderarse de la tan temida lista. Fueron muchas veces por las que los cónsules y el mismo Matha, quisieron convencer a Lagarrigue para sus fines, hasta que tras renovados esfuerzos lograron persuadirle de ello, Lagarrigue pidió cien libras con el fin de poder corromper al notario de la Inquisición; le fue dada dicha cantidad, pero reclamó otras cien libras, para dárselas al funcionario, una vez en su poder la relación pedida por los cónsules.

El fin primordial de los cónsules en el apoderamiento del referido inventario, era a parte de proceder a su destrucción, tener una base firme en la elaboración de una serie de apelaciones que presentarían ante Roma , y de esta forma dejar sin efecto las acusaciones de que eran objeto los cataros de Carcassone , apoyándose en Derecho.

Pero a la hora de encomendar al anónimo notario la sustracción de los registros de la Inquisición , este se encontraba de viaje, por lo que hubo que recurrir al substituto del mismo, que resultó ser analfabeto, siendo designado al Maestre Bernat Agasse , fiel seguidor del catarismo , para ayudar a encontrar los documentos en litigio.

Se supone que Lagarrigue, por temor a ser condenado a muerte, informó a los inquisidores Jean Galand y Vigorous sobre los propósitos de los cónsules, dando al traste con la paciente trama en conseguir el anhelado documento. A pesar de todo ello no hubo gran represión sobre los cataros, permitiendo a los burgueses seguir con sus gestiones jurídicas, procurando, eso si, no hacer ninguna alusión sobre la herejía catara.

Vida y muerte en la religión catara

La Inquisición en los últimos tiempos de la cruzada contra los cátaros, tenía una fijación contra ellos en lo referente a la “endura”, considerada como el suicidio cataro, ya que era una prohibición en todas las religiones monoteístas. Pero no es una exacta afirmación, ya que esta forma de suicidio tan solo era efectuada en casos muy excepcionales, cuando la muerte de un cátaro, era inminente o bien la enfermedad padecida resultaba incurable y mortal. Por lo que los cátaros para evitar mayores padecimientos, se abandonaban completamente, dejando de ingerir alimentos, aun así la endura fue una leyenda que sus enemigos aprovecharon en contra de los cátaros. Por otra parte el término “endura” se prestaba a confusiones, ya que su significado no estaba claro, puesto que podía expresarse, como un padecimiento o sufrimiento, precisamente el mismo que experimentó Jesucristo cuando se retiró al desierto, con el fin de meditar y rechazar las tentaciones del demonio, tal y como se da a entender en varios escritos de exegetas sobre la palabra “endura”.

Teniendo en cuenta que en la Edad Media, la longevidad humana se situaba entre los 35 y 40 años de edad, con pocas posibilidades de curación ante cualquier tipo de enfermedad, puesto que la medicina aun era muy primitiva, al no aceptar el cristianismo, el desarrollo ni el intento de cualquier avance científico, aceptando las enfermedades o accidentes como castigo por los pecados cometidos, y en todo caso era: “la voluntad de Dios”, los cátaros no aceptaban esta manera de ver las cosas, considerando una falta de libertad del individuo.

La muerte en la Edad Media en el ámbito religioso, era el paso ineludible por medio del cual el espíritu era liberado a la vida eterna, también lo era entre los cátaros , con gran diferencia con respecto del cristianismo romano, siendo vista por estos de forma mucho menos dramática, la Iglesia siempre mantenía la espada de Damocles pendiente sobre las cabezas de sus feligreses, en el temor al fuego eterno, de no seguir los dictados que a fuerza de dogmas y terribles amenazas infernales, caería inexorablemente sobre ellos, lo que les hacía vivir en un constante temor al castigo divino, contrastando con la creencia de los cátaros , en una vida preparatoria para el tránsito final, como algo lógico y natural.

La visión católica de aquellos momentos, en cierto modo aterrorizaba a las gentes, puesto que toda aquella persona distanciada del dictado eclesiástico, podía abocar al individuo al fuego eterno, en contraste con los cátaros , los cuales si bien estaban sujetos a ciertos mandatos por sus obispos, no existía otro compromiso para sus fieles, que el producir actos de buena fe hacia el prójimo sin importar su credo, ni posición social, cuyo logro cátaro era, recibir al final de su vida el “consolamiento” siéndoles perdonados todas sus faltas y pecados.

Existían similitudes, entre católicos y cátaros , en cuanto a creencias sobre el alma, la cual permanecía en el cuerpo durante tres o cuatro días, hasta lograr su total liberación con la ascensión a los cielos, por cuanto en todas las casas donde se velaba a un muerto, desprendían del tejado una o dos tejas, a fin de que el espíritu del finado pudiera salir libremente a traves de ellas, estas y otras costumbres fueron decayendo entre los cátaros con el tiempo, tampoco estos mostraban su dolor como hacían las gentes de la Edad Media, arrancándose los cabellos, o gritando desesperadamente para mostrar su luto, en eso los cátaros lo tenían bien claro, el cuerpo pertenecía al “Mal” por cuanto la muerte les liberaba de lo material, en un tránsito gozoso, al fin dejaban de sufrir las penalidades que la vida les hubiera deparado, con lo cual, el alma cátara purificada por sus buenas obras y el consolamiento, accedía hacia el Reino de Dios.

Era especialmente chocante para los que no fueran cátaros, la forma de aceptar el suplicio del fuego en la hoguera, a ella se sometían incluso entonando cánticos, puesto que para los cátaros era inconcebible ceder en sus creencias, aun sabiendo el final tan doloroso, los cátaros preferían el sacrificio, que la pérdida de sus almas, similitud esta comparable a los primeros cristianos, enfrentados a la muerte en los circos romanos.

La reencarnación en la religión de los cátaros, consistia al igual que otras religiones orientales, en la transmigración del alma tras la muerte, pudiendo adoptar el sexo contrario al que pertenecian en vida, o bien seguir sin este cambio sexual, otra originalidad en las creencias de los cátaros , consistia en la pérdida de la clase social y por tanto la transmisión hereditaria, haciéndoles a todos los cátaros iguales entre si.

Formas de reconocer a los Cátaros

Los inquisidores tenían una norma peculiar con el fin de reconocer a los cátaros al objeto de poderlos descubrir y detener:

Entre las diferentes maneras de localizar a los cátaros , fijaban la atención en los rostros de las personas, que al verlos delgados y pálidos, eran catalogados como cátaros , ello podría darse en un principio a los cátaros artesanos, los cuales trabajaban intensamente en lugares cubiertos, sin ver la luz del sol, y sus dietas eran principalmente muy frugales y vegetarianas.

Los inquisidores con el propósito de asegurarse la caza de los cátaros, al ser estos detenidos, eran obligados a ser examinados por un médico católico, con el propósito de averiguar si su estado físico, era debido, a alguna enfermedad, mala alimentación o deterioro por razón en el excesivo esfuerzo del cátaro en su trabajo cotidiano.

Otra forma de descubrir su identidad, era el estado higiénico de un individuo, puesto que los cátaros tenían costumbre de lavase diariamente, algo inconcebible en la Edad Media, donde un caballero que se pasaba el tiempo guerreando, tenía a gala y como forma de virilidad, permanecer con las mismas ropas en las campañas bélicas, durante varias semanas.

El aseo personal, era considerado cosa de judíos y árabes, que incluso se perfumaban, por lo tanto los cátaros eran fácilmente descubiertos por tal motivo.

Resultaba peligroso para un cátaro , negarse a matar una gallina, un cerdo u otro cualquiera animal, puesto que la religión cátara tenía prohibido sacrificar a todo tipo de criatura, en la creencia de que a la muerte de un astrong>cátaro su alma podría transmigrar (metempsicosis) a un hombre, una mujer e incluso a un animal que estuvieran vivos.

En los primeros tiempos, pudiéramos decir “dorados” de los cátaros , existían otras formas de identidad fácilmente apreciables hacia todo aquel interesado en su persecución, como lo eran la Inquisición y todo su terrible aparato, cosa que los cátaros se percataron de ello, teniendo necesidad de ir cambiando sus costumbres mas visibles evitando con ello sus detención en lo posible.

Los cátaros caminaban en parejas, debido a la posible ayuda que uno al otro pudieran proporcionarse, evitando con ello que el otro cayese en alguna mala tentación, pero con el tiempo también era esa una forma de identidad de los cátaros, con lo que se les detenía, juntos tal y como habían vivido, eran llevados a la hoguera y juntos morían quemados, otra costumbre que los cátaros debieron suprimir o disimular al máximo. Los buenos hombres, debían llevar barba, y pelo largo, teniendo necesidad de modificar su aspecto claramente cátaro, rapándose la barba y cortándose el pelo, por lo que los cátaros por lo tanto adoptaron el hábito de cubrirse la cabeza con la capucha de sus mantos, pareciéndose a los comerciantes y peregrinos, ya que un buen cátaro nunca podía ser confundido con gentes de otra religión que no fuera la suya.

Los Perfectos vestían con ropas negras, un bonete sobre sus cabezas, y como identificación cátara de su ordenación, un fino hilo de lino ceñía su cintura, y colgando de tal cinturón una bolsa donde guardaban el Evangelio de San Juan, así como una marmita para sus frugales comidas, aunque a finales del siglo XIV, por el recrudecimiento de las persecuciones a que eran sometidos los cátaros, estos tuvieron que cambiar sus ropas por el color azul, mas común entre las demás gentes.

Armonia catara en el medio ambiente

En la Edad Media, tanto los campesinos del Languedoc como los del resto de Europa, su existencia estaba muy ligada a la magia negra, y a las supersticiones, entre otras cosas, era mala suerte cruzarse con una comadreja, las mujeres dudosas de su fertilidad, obligaban a sus maridos beber una porción de su sangre menstrual, asimismo las suegras ofrecían encantamientos para hacer fértiles a los maridos de estas, tales costumbres no eran admitidas por los cátaros en su religión, no obstante los círculos de amistad con los campesino eran bien patentes, tampoco los cátaros tenían propiedades privadas a fin de evitar confiscaciones por parte de la Inquisición, así que el anonimato cátaro se conseguía mezclándose con las gentes del campo o ciudades.

El mundo cátaro estaba bien delimitado, en cuanto a sus deberes, Los Perfectos ofrecían sus consejos a fin de no maltratar a los animales, y las Perfectas, se ocupaban de aleccionar sobre las labores agrícolas a las mujeres, puesto que eran estas las encargadas en los trabajos del campo.

Los cátaros convivían sin problemas entre la población, llevando a cabo sus obligaciones religiosas, tanto los Perfectos como Perfectas, debían interrumpir el sueño nocturno seis veces a fin de rezar el “Pater”, así como sus penitencias en el ayuno, consistente en la sola ingestión de pan y agua tres veces por semana, las comidas normales de los cátaros consistían en una composición alimentaria exenta de carne y grasas animales, y en pocas cantidades, solamente eran mas abundantes cuando algún no cátaro era invitado a la mesa.

Los vecinos de los cátaros les llamaban “los buenos hombres de las grandes pausas” ya que los Perfectos, proveedores de gran cultura, se dirigían a los no creyentes de forma directa sin, precipitarse, con gran cuidado, sobre todo si eran preguntados los cátaros sobre alguna cuestión, para lo cual se tomaba un tiempo en pensar la respuesta, con la idea de dar una contestación mas acertada posible, midiendo sus palabras pausadamente, siendo además costumbre de los cátaros tras sus adicionales comentarios a las gentes, ser estos sumamente modestos con frases como; “es posible”, “tal vez sea así”, “si Dios nos lo consiente”, “espero que Dios nos ayude”.

Con respecto al trato con las mujeres los cátaros, al considerarlas como seres pecaminosos procedentes del “Mal” jamás debían tener contacto físico con ellas, puesto que comiendo o durmiendo debían hacerlo separadamente. Tan solo cuando la Inquisición fue arreciando en su cruzada contra los cátaros , en ocasiones para no levantar sospechas sobre los que continuamente les vigilaban, accedían a dormir con su supuesta mujer, simulando un matrimonio normal, pero eso si, vestidos completamente, e incluso besarse en la boca públicamente a fin de alejar toda sospecha que pudieran tener como cátaros .

Una de las singulares costumbres de los cátaros en caso de encontrar por el camino una bolsa con dinero o joyas, tenían la obligación de investigar quien eran sus dueños, para devolverles lo extraviado, de no averiguarlo, debían entregar lo hallado a la autoridad más próxima del lugar.

De encontrar un cátaro un animal vivo atrapado en una trampa, debían liberarlo, y en compensación hacia el cazador, al cual no podían perjudicar por tal pérdida, dejaban una moneda junto a la trampa.

Otra peculiaridad de los cátaros , consistía en respetar la vida tanto de animales como personas a cualquier precio, por lo que si durante un viaje eran atacados por algún bandido, incluso si empleaban armas en ello, los cátaros habían de poner en práctica todas sus dotes persuasivas con el fin de hacerles ver su mala acción, y hacerles desistir en el empeño, de no conseguir los cátaros que los ladrones renunciaran en robarles, debían no oponer resistencia alguna, y mucho menos herirles o matarles, sabiendo que por ello pudiesen perder la vida.

De igual manera, si en el monte topaban con algún animal peligroso, los cátaros debían evitarlo en lo posible, y ahuyentarlo, de lo contrario, aun a costa de ser atacados o devorados por la bestia, no se les permitía matarla.

Los cátaros tenían buena organización referente a la propia supervivencia, permitiéndoselo sus buenas dotes de comerciantes, o mediante los oficios que dominaban perfectamente, incluso existían médicos, escribanos e incluso cambistas y pequeños banqueros, llegando en ocasiones los cátaros a mover respetables cantidades de dinero, pero lo que mas abundaban eran los oficios, de cesteros, zapateros o curtidores, facilitando por este motivo el trato directo hacia las gentes que les rodeaban, todo ello en cuanto a los Perfectos.

Las Perfectas cátaras a parte de sus obligaciones religiosas, se dedicaban a ir por las ferias vendiendo toda clase de artículos de mercería, agujas de coser, hilos, bordados o pieles.

Naturalmente que los cátaros , vieron en gran manera reducidas sus actividades cuando las persecuciones, y las cruzadas organizadas por la Inquisición arreciaron, y fueron haciéndose mas violentas, aun así podían contar con sus vecinos, dándoles a veces soporte de forma incondicional, aunque supusiera un peligro para sus vidas,escondiéndolos con eficacia de los numerosos espías que la Inquisición tenía apostados en todas partes, con el propósito final de quemar el mayor número posible de cátaros .

Vida espiritual de los Cátaros

Como es sabido la fascinación de los cátaros le viene inspirada por las diversas corrientes de las antiguas religiones que tuvieron sus orígenes en Zoroastro, real o imaginario pero que desprende una verdad filosófica bien aceptada por los cátaros.

Esta filosofía se basa en los dos principios que existen entre el Cielo y la Tierra, el Bien y el Mal, aceptados por los cátaros (en este caso) basándose en la existencia de una intermediación entre estos dos elementos naturales, llamados “Inmortales Benéficos”, pudiendo alcanzar tales beneficios espirituales, para lo cual los cátaros debían practicar la Virtud, y la Piedad con el fin de ejercitar buenas obras por medio de la bondad, la verdad,los buenos pensamientos, y tolerancia hacia el prójimo, requisitos estos imprescindibles, para obtener los “Inmortales Beneficios” tras estas prácticas indispensables, los cátaros salvaban el alma para la vida eterna.

Los cátaros tenían muy claros los dos principios dualistas del Bien y del Mal, para los cuales trabajaban toda la vida, en la creencia que las almas humanas eran consideradas como partículas luminosas, procedentes del Padre de la Grandeza, del principio luminoso o Dios Bueno, que en origen (estas almas) eran prisioneras de la Tinieblas, por estar en posesión de la tierra y lo material de la vida, por lo que los cátaros debían practicar pensamiento y acciones buenas, de lo contrario serian castigados.Los cátaros también eran conocidos como los «Buenos hombres».

Estas ideas filosóficas las quisieron transmitir los cátaros a todo ser viviente de la tierra, pero tales doctrinas chocaban frontalmente con la ortodoxia del cristianismo, tan apegado a los bienes temporales o el poder de decisión sobre todas las gentes, reyes, gobernantes del estamento religioso, arraigando ya desde la época de Carlomagno,como poder teocrático hasta tiempos bien recientes.

Los cátaros y su doctrina fueron en general bien acogidos, tanto por la nobleza como el pueblo llano, que veían en las formas de vida de los cátaros, un acercamiento espiritual hacia los primeros siglos del cristianismo, por la pureza de sus costumbres cátaras en comparación a la vida austera de los primitivos cristianos, admirando su pacifismo, su tolerancia y el trato hacia el prójimo, frente a las convulsiones de una época tan belicosa como fue la Edad Media.

Aun así el poder político-religioso, consideraban a los cátaros herejes, de falsa bondad, contrarios en definitiva a sus ambiciones, y temerosos de perder la preponderancia tan solo legitimada por la Iglesia, y los grandes señores de la guerra, que veían la pérdida de su dominio sobre el pueblo en su binomio Estado-Iglesia.

Los cátaros en un principio gozaban de más libertad en el Languedoc, practicando con el ejemplo el amor hacia el prójimo, la búsqueda de la paz a toda costa, y la ayuda a sus semejantes sin recibir nada a cambio, granjeándose las simpatías de las gentes y señores. Posteriormente tuvieron que ser mucho más discretos en la práctica de su religión, al arreciar la acción inquisitorial, y por ende las persecuciones de que fueron objeto.

La vida de los cátaros era sencilla, sin bienes terrenales mas que los necesarios para la subsistencia, la oración y el trabajo, eran sus armas para poder llegar al final con absoluta paz, preparándose toda la vida para la muerte a la cual no temían, con este sencillo bagaje los cátaros podían redimirse accediendo así a la vida eterna., como felicidad que toda alma debía alcanzar.

Por la sencillez de los cátaros , poseían estos una sobria organización representada por los Perfectos, o jefes de su iglesia en donde existían obispados al mando de los mismos, en las principales ciudades del Languedoc, Lombers, Lavaur, Carcassona, Albí, Tolosa, Narbona, acompañados los Perfectos por los diáconos, con los cuales regían las sedes episcopales, y eran sus ayudantes, tanto en la administración como la organización de la predicación a que estaban obligados, este primer grupo de cátaros eran los responsables de cumplir sus reglas religiosas mas estrictas, el rezo diario, el celibato, y dar el “Consolamiento” a los moribundos para poder acceder a la vida eterna. El ingreso de los cátaros en la comunidad se realizaba por medio de la imposición de manos, aun que aceptaban su particular Nuevo Testamento, no admitían el bautismo.

En el obispado de los cátaros, los obispos de cada demarcación poseían otros ayudantes auxiliares del obispo llamados Hijo mayor e Hijo menor, con gran prestigio, no tan solo entre los creyentes sino también entre los simpatizantes de los cátaros.

Aunque se ha especulado mucho sobre las grandes riquezas de los cátaros, lo que si ha sido relevante entre ellos, fue la sencillez de sus casas donde moraban, ya que a diferencia de los católicos, siempre se distinguieron, al no poseer monasterios ni ostentosas mansiones, puesto que sus vidas cotidianas trascurrían en casas sencillas como eran las de sus vecinos, mercaderes o campesinos la cual cosa, era bien vista por los señores feudales del Languedoc.

Destacable de la religión cátara, es sin duda, el que la mujer aunque de procedencia noble, podía ser nombrada «Perfecta», con sus funciones exactamente iguales que la de los hombres, diferenciadas este carácter de los católicos, en cuanto al trato discriminatorio que en general estas tenían.

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Resurgir de los Cátaros

Su origen surge principalmente del personaje mitológico llamado Zoroastro o Zarathustra , citado ya por Nietzsche, como religión iraniana, se cree en los comienzos del siglo VI antes de Cristo, aunque algunos historiadores lo sitúan cuatro o cinco siglos hacia atrás. Fundamentalmente de creencia dualista, con dos diferenciaciones, representadas por el Bien –Ormuz o Ahura Mazda- y el Mal –Ahriman o Angra Mainyu- denominándose por ello en un principio Mazdeísmo, que a través de los tiempos fueron recogidas estas doctrinas por diversos pueblos o etnias, existiendo relaciones secretas entre todos estos movimientos maniqueístas, como por ejemplo las creencias de los bogomilitas búlgaros, -publicanos de la iglesia de Drugrutia con prácticas idénticas entre si.

Se presume que una de ellas, la de los esenios, provinentes de Asia Menor, fueron grupos de judíos ascetas, posiblemente del siglo I antes de Cristo, considerándose así mismos como los “sacerdotes puros”, considerando el libro sagrado de la Biblia, como un conjunto de mensajes esotéricos que debían interpretar correctamente, con el fin de encontrar la clave del futuro y por este medio llegar al “Mesías” que tanto influenció posteriormente en las corrientes occidentales, donde una de sus ramas cobró auge, pasando a llamarse principalmente cátaros .

Este conjunto de doctrinas, afincó sus raíces por Europa, y concretamente, a Occitania , ya en el siglo XII, se inició un gran crecimiento de la herejía, los valdenses , -llamados los pobres de Lión- después los bribones, junto con la denominación de albigenses en el mismo siglo, esta última denominación se debió por su afincamiento, y crecimiento de sus diócesis principales de Albi , Tolosa y Carcasona , siendo la primera ciudad, Albi , el núcleo desde donde irradiaron hacia el resto del territorio sur de Francia.

En un primer momento se conoció el movimiento emprendido contra ellos como la “cruzada albigense”, al ser la villa de Albi, el foco de expansión de esta herejía, posteriormente sería conocida por todos, hasta llegar a nuestros días como la doctrina de los “Cátaros”, o “Buenos Hombres”.

Doctrina de los Cátaros

 

Los cátaros consideraban a la Iglesia de Roma, desorientada y perdida en su primitiva esencia, con que los primeros cristianos vivían su Fe, con sencillez, pobreza y humanismo, que según los cátaros , había perdido en gran manera, convirtiéndose en una religión, prepotente, intransigente, cuyos fieles vivían en continuo temor al castigo divino por cualquier falta o desvío de sus actos, que pudiera reportarles la condenación de sus almas, estaban los cristianos obligados bajo pena de excomunión, obediencia ciega hacia los dogmas que la Iglesia, consideraba inamovibles.

En un principio fue difícil la investigación de los cátaros, debido a la persecución sufrida, que los diezmó físicamente, destruyendo además en gran manera todo documento que pudiera dar alguna luz realista sobre esta herejía.

Aun así se han descubierto libros cátaros, “El libro de los dos principios “como “El Ritual Occitano” “El Ritual latino”. Pero el principal de todos ellos es el dicho anteriormente “El libro de los dos principios”, a parte de esto la bibliografía sobre el tema hasta ahora es muy escasa, debido en parte a la destrucción sistemática de todos sus escritos y libros, por parte de los cruzados.

Gracias al descubrimiento de “El libro” por el dominico Dondaine en Florencia, publicado por primera vez en 1939, se pueden extraer conocimientos cátaros de una forma fehaciente, lo mismo se puede decir del “Anónimo” por el mismo investigador, cuyos manuscritos se encuentran en la Biblioteca Nacional de París, publicados por Cristina Thouzellier en 1961.

Cruzada contra los Cátaros

La cruzada fue la maquinaria que los católicos utilizaron, a fin de suprimir la herejía de los cátaros, para ello se creó el ejército de los cruzados, que los componían, según las cifras de la época, veinte mil caballeros armados, con mas de doscientos mil, entre villanos, y agricultores, sin contar para la lucha contra los cátaros, de los burgueses, clérigos armados. Todas estas cifras tampoco son fiables del todo, puesto que, los propios interesados, las desvirtuaban en su propio beneficio, los cátaros eran los únicos que no inflaban su participación en las luchas y batallas, al ser el comportamiento defensivo, en la herejía de los cátaros.

Con el fin de crear un ambiente de terror hacia los cátaros, los cruzados empleaban la táctica de arrasar todo cuanto encontraban a su paso, con ello conseguían el alimento para las tropas cruzadas, en los mismos lugares de lucha, y sobre todo el hacerse con toda clase de botín, en especial de los supuestos tesoros que, guardaban celosamente en sus castillos.

Se ha de tener en cuenta, que sobre la misión de los nobles cruzados en la persecución de los herejes cátaros, con el propósito de erradicar la herejía cátara, se sobreponía el interés de los mercenarios, y cazadores de fortuna, cuya casi única preocupación consistía en diezmar las posesiones de los cátaros, para su enriquecimiento personal, con la excusa de preservar la religión romana.

Para este fin guerrero de los cruzados, contra los castillos cátaros, se construían, catapultas, con que poder lanzar grandes piedras contra las murallas de los cátaros, recluidos en sus castillos y poder así resistir el máximo posible el asedio de que eran objeto por parte de lo cruzados.

El ejército cruzado, contra los cátaros, se puso por primera vez en marcha el día de San Juan del año 1209, bajando por el Roine, al mando de Arnau Amalric, guerrero de una gran crueldad, contra el vizconde Trencavell de Montpelier, y Ramón Roger.

Posteriormente, frente a los cátaros, designaron a Simón de Montfort, de humilde origen, pero un gran soldado cruzado, que organizó el ejército contra los herejes cátaros, actuando contra los cátaros de una forma violentísima, sin ninguna compasión hacia el vencido.

El final de la persecución contra los cátaros, fue su total aniquilación, y diáspora de los pocos cátaros que pudieron sobrevivir.

Ejércitos cruzados contra los Cátaros

En contra de la herejía de los cátaros, se forma un gran ejército cruzado a orillas del río Roine, entre Lyón y Valence, si hacemos estricto caso de las cifras de sus componentes, siempre con la tendencia secular en la exageración de estas, diremos que según Guillén de Tudela, la cruzada contra los cátaros, se componía de 20.000 caballeros bien armados, mas de 200.000 soldados entre villanos, campesinos, a parte de los burgueses y personajes eclesiásticos.

Al frente de este numeroso ejército cruzado contra los cátaros, grandes señores, caballeros, mercenarios con derecho a botín, violar y arrasar todo cuento pudieran a su paso. Los villanos y campesinos no combatientes eran los encargados de la intendencia del ejército, víveres, aprovisionamiento de armas, así como el consabido grupo de prostitutas, para el entretenimiento de la soldadesca.

Toda esta máquinaria de cruzados anti cátaros , se pone en marcha el día de San Juan del año 1209, descendiendo por el Roine, hasta Montpelier, el 14 de julio del mismo año, forzándose conversaciones para la rendición de los cátaros, entre el legado papal Arnau Amalric y el vizconde Ramón Roger Trencavell, sin éxito.

Otro ejército cruzado contra los cátaros, va penetrando por Carcí, ante Casseneuil, cerca de Agen, dirigido por el belicoso arzobispo de Burdeos.

Las tropas cruzadas se detienen frente a la ciudad cátara de Beziers, el día 22 de julio de 1209, donde el obispo católico de Beziers Renaud de Montreyroux intenta parlamentar con Arnau Amalric, proponiéndole la entrega de 222 cátaros de la ciudad, pero los habitantes de ésta ciudad, se niegan en redondo.

Sucede que un grupo de soldados insulta a los cátaros posicionados tras las murallas, por lo que propicia una imprudente salida de una patrulla, para castigar a los provocadores, lo que aprovechan los cruzados para colarse por la puerta abierta de Beziers, invadiendo rápidamente toda la ciudad cátara, es tanto el ímpetu de los asaltantes, que no pueden impedir los cátaros , el incendio, destrucción, pillaje, y el degüello de todo lo que encuentran a su paso, hombres, mujeres, ancianos, y niños, ante lo horroroso del espectáculo, alguien le pregunta Amalric, como distinguir los cátaros del resto de los habitantes, pronunciándose aquella cruelísima frase del legado papal, “matadlos a todos, y Dios ya separará a los buenos”.

El día 3 de agosto siguiente, las tropas cruzadas atacan la ciudad cátara de Carcasona, que aun de sus dobles murallas, y lo inexpugnable de su asalto, permanece en la mente de todos, el violento fin de la ciudad cátara de Beziers, más aun cuando un traidor aconseja a Ramón Roger Trencavell, la salida a campo abierto con 100 caballeros para enfrentarse a Arnau Amalric, siendo todos hechos prisioneros, y asaltada Carcasona.

No corrió la misma suerte que la ciudad cátara de Beziers, al interceder por sus habitantes, Pedro el Católico de Aragón, y hasta el mismo Inocencio III, prohibiendo pasar a degüello a sus gentes, puesto que su deseo era juzgar por medio de la Inquisición a los cátaros existentes.

Desde este momento Amalric, cede el mando al terrible vizconde Simón de Montfort, quedando toda Occitania a su merced, con las tropas que el rey de Francia Felipe Augusto le facilitó, para el exterminio de los cátaros.

Aunque las tropas de los cruzados, hicieron uso de la obligada cuarentena, para licenciarse, a Simón de Montfort le quedaban aun efectivos con el propósito de seguir los ataques contra los cátaros , asolando todo el Languedoc , castillos cátaros como, Bram, Minerva, Termes, Cabaret, Lavaur, Puillorenç, Les Cassés, Montferrand, Motgey, incendia Altarriba, pasa a degüello a Pamis (a pesar de la prohibición papal) Foix en 1212, conquistan a sangre y fuego Agen, Castelsarrasin, Moissac, Montalbán, todas estas victorias de los cruzados , van seguidas otras tantas hogueras, que son encendidas para quemar vivos a los cátaros y sus simpatizantes.

Un hecho importante de la cruzada contra los cátaros , tiene lugar en la Batalla de Muret y el asalto a la ciudad, por Simón de Montfort contra Pedro el Católico, pero eso merece un capítulo a parte, por la relevancia que significo esta acción contra los cátaros .

Simón de Montfort, a parte sus crueldades, era un guerrero eficiente, cosa que a Inocencio III, le conviene, y Felipe Augusto le cede el dominio de las tierras cátaras de toda Occitania, a satisfacción de Montfort, siendo recibido por el rey de Francia en la población de Melun, agradeciéndole los servicios prestados a la corona, sin mas reconocimiento.

Por parte de los cátaros, experimentan un breve resurgir de sus cenizas, cuando el hijo de Ramón VI, asedia la plaza de los cruzados en Bellcaire en la Provenza, obteniendo una victoria que hace renacer las esperanzas de los cátaros, al ser derrotados los cruzados, lo que anima a Ramón VI, hacerse fuerte en Tolosa, acudiendo Simón de Montfort, y entablándose una furiosa batalla para recuperar la ciudad para los cruzados.

En el sitio de Tolosa defendida por los cátaros , una catapulta lanzada desde las murallas una gran piedra, que da de lleno en la cabeza de Simón de Montfort, muriendo casi instantáneamente, destrozándole el yelmo, la cota de malla y con ello la cabeza en varios pedazos, cayendo Montfort del caballo, la alegría en el bando cátaro es indescriptible, al poder eliminar a su mas encarnizado enemigo, el 2 de junio del año 1218, la leyenda dice que una enorme piedra es lanzada desde las almenas de Tolosa por varias mujeres cátaras , implicadas en la lucha, dando fin al su terrible enemigo.

Le sucede en la persecución de los cátaros Amalaric de Montfort, hijo de Simón, pero la verdad es que durante un tiempo, los cátaros obtienen resonantes victorias, comandados por Ramón VII, hijo de Ramón VI, por lo que es llamado a la ciudad de Meaux en 1229, proponiéndosele su rendición, a cambio de perdonar su vida, la de su familia junto con la de todos los tolosanos, que no acepta, solamente al morir prematuramente Ramón VII, el rey de Francia toma el dominio de toda la región cátara de Tolosa.

Los cátaros , son nuevamente perseguidos por la Inquisición con más ahínco si cabe, volviendo a la costumbre de los cruzados , en la implantación de las hogueras, que consumirán a centenares de Buenos Hombres y cuantos cátaro hallasen en su camino, por lo que en el año 1244, cae el castillo cátaro de Montsègur ultimo reducto de los cátaros , y en 1255 el castillo de Queribús, terminando de esta manera la persecución de los cátaros por la cruzada, y la diáspora de los pocos que han podido salvarse de estas terribles persecuciones.

Creación de la Inquisición contra los

 Cátaros

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Hacia el siglo VI d.C, no existían grandes grupos heréticos, como lo serian posteriormente los cátaros, tan solo ciertos personajes eclesiásticos que diferían sobre algunos aspectos del cristianismo, terminando estos normalmente, con la pena de excomunión.

Tan solo a partir del año 1100, la Iglesia empezó a controlar de manera eficiente a sus feligreses, por lo que la herejía de los cátaros, siendo ya conocida, no ofrecía de momento peligro para Roma.

Pero a partir de esta fecha del siglo XII, cuando los cátaros, se organizan mejor y conquistan grandes masas de simpatizantes a su causa. Es cuando empieza la preocupación y movilización eclesiástica, mirando con otros ojos, ya muy distintos, hacia el fenómeno de los cátaros, empeñados en de atajar, sin grandes éxitos.

En un principio solo el estamento civil toma cartas en los asuntos heréticos como el de los cátaros, juzgando con pocas garantías a varios de sus miembros, enviándolos a la hoguera, sin contar con la opinión ni beneplácito de la iglesia dogmática romana.

La línea pacífica para la conversión de los cátaros se inicia a finales del siglo XII, sobre todo por Santo Domingo y San Francisco, pero con poco éxito, como ya apuntábamos

La iglesia católica empieza a organizarse legalmente, con el fin de atajar la herejía de los cátaros , imponiendo en 1184 llamada “Inquisición Episcopal”, por la decretal “Ad abolendam”, con pena del fuego, para herejes cátaros impenitentes o reincidentes, utilizando instrumentos jurídicos, en 1199, se añade la confiscación de bienes para los cátaros , apareciendo sobre la mitad del siglo XIII, ya en el año 1231 por medio de la decretal “Ile humani generis” se establece la “Inquisición Pontificia, disposiciones inquisitoriales, con procedimientos tales como, la tortura en temas de fe, manteniendo en secreto el nombre de los testigos, para evitar represalias, pero todas estas medidas contra los cátaros , necesitaban el apoyo secular, a fin de cumplir las penas que Roma, por los medios mas fáciles y rápidos ejercían su ministerio.

Ya el papa Inocencio III, con el total apoyo del rey de Francia Felipe Augusto, empieza a crear un frente común en contra de los cátaros , bien sea por disposiciones claramente inquisitoriales desde principios del siglo XII y de una manera clara en pleno siglo XIII.

Inocencio III instituye la “Santa Inquisición” como instrumento jurídico a fin de poner término a la herejía cátara, por medio de procedimientos legales ajustados a leyes precisas, a fin de juzgar a todo aquel que cometiere cualquier desviación de los dogmas católicos, y delitos contra la fe cristiana, y en este aspecto los cátaros tenían todas las de perder.

Los Cátaros en Cataluña

Tras la eliminación de los cátaros en el sur de Francia, muchos de ellos se expandieron por Europa, y también arraigaron en España, especialmente en Cataluña.

En consecuencia a la derrota de los cátaros, por la acción de la cruzada contra ellos y la Inquisición, los restos de esta comunidad cátara, emprendieron la diáspora, por varios países de Europa, afincándose en pequeños grupos, que pudieron sobrevivir gracias a sus dotes de comerciantes, artesanos y también su dinero.

España fue uno de los destinos de los derrotados cátaros , en Aragón, Valencia y sobre todo en Cataluña, por la similitud del idioma y por ser el pueblo catalán de carácter, mas liberar y abierto a todas las culturas, no en balde ha sido siempre tierra de paso e influencia, por los griegos, romanos, y visigodos principalmente.

El gran inconveniente desde el punto de vista histórico, ha sido la escasa documentación existente del paso de los cátaros por Cataluña, tan solo noticias aisladas, de algunos historiadores, tales como Jordi Ventura i Subirats, Esteve Albert, Pere Catalá i Roca, y mas recientemente Roquebert, Brenon o Jesús Mestre i Godes, los cuales han aportado noticias interesantes de los escasos vestigios que los cátaros nos han dejado, teniendo en cuenta que la Inquisición catalana, era una de las mas activas en este territorio; Pero aun así las dificultades encontradas por los cátaros huidos, estos supieron ganarse la confianza de las gentes, y sobre todo ser muy cautos en lo referente a llamar la atención, adquiriendo las costumbres y formas de vivir de cada población, sin tener que abandonar sus prácticas religiosas.

Tenemos el ya descrito y trágico paso del último “Perfecto” cátaro Gillem Belibaster, desde Tolosa hasta Morella, en donde existió una importante colonia cátara, tejedores, cambistas y comerciantes en general.

Aunque en un principio el rey Jaime I, contemporizó con los cátaros, posteriormente se vio presionado por la Inquisición, convenciéndolo para perseguir la herejía cátara, y donde jugó un gran papel el jurista dominico Raimundo de Peñafort, apoyando a la Inquisición, en contra de los cátaros.

Juegan un gran papel en Castellbó por su afinidad cátara el Vizconde Arnau, hermano de Esclaramunda de Foix casada con Ramón Niort, de mucha influencia cátara en la ciudad de Foix, por tal motivo el Obispo de la Seu d’Urgell, enemigo acérrimo de los cátaros , promueve un proceso inquisitorial contra Arnau, su hijo Guillem Ramón Josa, junto con su hija Ermenssenda, culminando dicho proceso en la iglesia de Santa Catarina de Barcelona, por lo que ordenó el obispo exhumar los cadáveres de todos ellos, quemando públicamente sus restos.

Un hecho curioso es de que no existieron en Cataluña, mujeres con el rango de “Perfectas”, puesto que el catarismo no arraigó lo suficiente, como sucedió en Occitania, al existir una atenuada cohesión entre los cátaros , al ser unas comunidades, ya de por sí débiles, y llamadas a desaparecer en poco tiempo

Existió un núcleo cátaro en Ciurana (cerca de Girona), donde celebraban sus ritos de la religión cátara, e incluso con el Perfecto Guillem de San Melé, se reunían semanalmente en la Iglesia de Sant Pau del Camp de Barcelona.

Otras colonias de los cátaros, se instalaron en Tortosa, Prades, Cornudella del Montsant, Arbolí, La Seu, Gósol, Josa, Tor de Querol. Visitable por el viajero es la Torre del Castillo de Gósol, y el impresionante castillo roquero de Morella del siglo XIII, situado sobre la “Mola” de origen íbero, con reformas hechas a través de los siglos, en el centro de su castillo se conserva un aljibe de la época romana, es notable la Torre de la Pardalea, la mayor importancia de Morella, se debe sobre todo a las guerras carlistas del siglo XIX, al estar inmerso en las luchas desarrolladas de su entorno, puesto que los cátaros , no utilizaron Morella como baluarte de resistencia militar, por el contrario, fue quizás el asentamiento, mas seguro y prolongado que pudieron encontrar, debido a su lejanía con Francia.

No hay que confundir con el otro tratado de igual nombre ”La cena secreta” del conocido novelista Javier Sierra, el cual se apoya en el cuadro de la “Última cena” de Leonardo da Vinci, en donde reseña novelescamente una interpretación del famoso cuadro escandalizando a los doctores de la Iglesia Católica.

La “Cena secreta” aquí relatada forma parte de los textos doctrinales de los cátaros IV, que sin ser escritos por ellos mismos, son manifiestos conocidos públicamente de una gran importancia, que nos han llegado hasta nosotros; También se conocen estos documentos por el nombre de “Preguntas de Juan” el cual habría formulado una serie de interrogantes formulados por el santo y dirigidos a Jesucristo en una “Cena santa del reino de los cielos”.También es conocido el documento cátaro como “La ascensión de Isaïas”.

Versión de Carcassone.

Versión idealizada que corresponde a la Creación, donde se hace una exposición muy pormenorizada, comenzando por la rebelión de Satanás, influyendo sobre diversos otros ángeles a fin de intentar engañar a Dios de su verdadera intención de oponerse al Creador, por lo que son todos ellos condenados y proscritos. Seguidamente bajo la égida del Génesis da una explicación de la creación de la cual surge Adán el primer hombre, seguido de Eva la primera mujer, a través de la cual Satán le influye a cometer desobediencia, perdiendo por ello a toda la humanidad. En consecuencia a tras tantas tribulaciones no obstante Dios promete que llegado el fin del mundo, resarcirá a los humanos que hayan sido fieles a sus mandatos la vida eterna prometiendo la gloria el disfrute en la contemplación del Creador junto con Jesucristo a su diestra, condenando a los ángeles caídos y a toda humanidad que con ellos han sido partícipes de todas las maldades castigándoles con el sufrimiento eterno.

Traducción de Viena:

Corresponde ello a las preguntas que hacen el evangelista y Apóstol Juan a Jesucristo en la “Cena secreta del reino de los cielos”. En donde el Salvador le da a entender a Juan que alguien le traicionará, ya que Satanás entrará en el cuerpo de Judas, toda vez el ángel caído prometerá la dominación del mundo con tal de que toda la humanidad se someta a todos sus mandatos.

Juan insiste en preguntarle a Dios sobre el diablo, los motivos de este en el intento de atraerse a Adán y Eva. En consecuencia Satán pretendría hacer suyo el mandato por el cual dominaría la tierra con la tentación implícita de que esta sería la fuerza empleada para oponerse a Dios, perdiendo por ello a toda la humanidad. Valiéndose Satanás de la serpiente a fin de conseguir la desobediencia hacia el Creador. Todo ello dando todo lujo de detalles con el fin de conseguir su maleficio fines en la prosecución del dominio del mundo.

El Salvador le expresa a Juan tras la pregunta de como se puede salvar la humanidad tras el pecado cometido por la humanidad, haciéndole saber este que por todo ello Dios permite que su hijo se presente en la tierra como única alternativa en la Redención de todos las gentes de buena voluntad, con la ayuda del bautismo, sin el cual la salvación no es posible ganar el perdón ni el disfrute de la vida eterna.

Juan también le repregunta a Jesucristo sobre el día del Juicio Final, el cual le explica muy detalladamente, la salvación de todas las gentes a las cuales se las juzgarán y se abrirá todos los libros de la tierra para juzgar las obras malas como las buenas, y por ello serán salvados o condenados; Los ángeles caídos serán precipitados al abismo tenebroso de sus horrendos pecados precipitándolos hacia el averno, que para ellos estará dispuesto por toda la eternidad.

El libro de los dos principios:

Este libro comprende; el “Tratado del libre arbitrio” el cual dice que dará conocimiento a todas aquellas gentes ignorantes de la verdadera fe, explicándoles a través de los testimonios de las divinas escrituras, argumentos fehacientes con el auxilio del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

El presente tratado a su vez está dividido en los siguientes ejemplos:

Los dos principios:

Se rechaza la teoría del principio único como aseguran los ignorantes, los cuales argumentan que eran buenos o bien malos, como dijo Cristo en evangelio de San Mateo, en que todo árbol que fuera malo no daría buena fruta, un árbol bueno no podría dar mal fruto, en conclusión existen dos principios por la fuerza de la razón y en el correcto discernimiento (Mit.,VII, 17-18).

De la verdad de Dios:

Reflejado en San Pablo en la “Epístola a los Romanos” (Ro.,XI, 33) que dice: “La causa primera está por encima del todo lo que se pueda decir”

Que Dios conoce todo de toda la eternidad

La cual dice que Dios conoce todas las cosas de toda la eternidad, el pasado, el presente y el futuro, incluso antes de que producirse este (Heb.,IV,13).

De la bondad, la santidad y la justicia de Dios:

Las tres principales cualidades de Dios, están probadas en los asertos anteriores ya señalados, por lo que nadie debe dudar de ellos. O como bien dice uno de los salmos que califican al Creador, es “Dios y juez igualmente justo fuerte y paciente!: ¿se enfada cada día? (Sal., XXIV, VII,12).

De la Omnipotencia de Dios:

Todo poderoso porque su palabra está llena de poder sin posible duda al expresarnos “¿Por qué haces eso así?” (Ec.,VII,3-4).

Primera proposición contra nuestros adversarios:

Es innegable que a la vista de la naturaleza divina de Dios, el cual conoce todo lo creado por él tanto antes de ser creado, lo presente creado y el venidero futuro por crear, ya que todo suceso pretérito, presente y futuro lo tiene previsto por si mismo-.

De la imposibilidad:

Dios sabedor por causa de su Providencia, que sabiéndolo todo en si mismo, por tanto al crear los ángeles sabía que unas legiones de ellos caerían en la maldad, y que al ser creados todo el conjunto de los ángeles prebeyó la transformación de una parte de ellos en demonios en pro de la libertad de la que les concedió; por razón de los dos principios que ya fueron establecidos, el Bien y el Mal.

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