lunes, 29 de julio de 2019

Cap. 2 LA EDAD MEDIA

SOCIEDAD, COSTUMBRES, VIDA, COMIDA, IGLESIA, INSTITUCIONES



Estimados lectores, voy a exponer unos pequeños trabajos de varios autores con temas sobre la vida y cultura medieval, instituciones, pensamientos, amor. Veremos como la vida era ruda, fuerte, como a través de casi diez siglos, se formó lo que somos ahora. Para que darle vueltas, gracias bien o mal, el resultado es un mundo nuevo y nosotros somos ese resultado.
            Estimados lectores podéis consultar todo esto a través de un libro que editó la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, si os interesa, claro. Pero por lo menos sabréis de donde venís.


EL ARTE ROMÁNICO

Con la fundación de la orden de Cluny a principios del siglo X en la región de Borgoña (Francia), que responde a la necesidad de una profunda renovación dentro de la vida monacal benedictina, se abre para la cultura y el arte medievales una nueva y rica etapa que dejó su huella no sólo en el desarrollo del pensamiento filosófico cristiano sino en la multitud de creaciones y manifestaciones artísticas que engalanan, hasta la fecha, la vasta geografía europea. No obstante la crítica situación que vivió Europa Occidental durante el siglo X con la crisis interna del Imperio Carolingio y las constantes invasiones de los vikingos, los cluniacenses fueron paulatinamente extendiendo su dominio y fundaciones de modo que para finales de siglo, cuando comienza la recuperación europea, el monasterio de Cluny se ha convertido ya en una fuerza extraordinaria dentro de la Iglesia.
            En el terreno del arte, surge el estilo Románico que recoge el legado de la Antigüedad romana –como su nombre lo indica, conserva influencias y reminiscencias del arte romano permeadas en algunos sitios por el cedazo de lo germano- y que con un profundo contenido cristiano, va a presentarse como un estilo que refleja los ideales, objetivos, metas y dignidad de la vida monástica; aunque encontramos también manifestaciones civiles, son las religiosas la que le dan ser y vida a este estilo, es el Románico un arte esencialmente religioso que nace con un espíritu renovador en lo estructural y en lo decorativo, refleja en sus expresiones ese movimiento de renovación que los cluniacenses protagonizan dentro de la iglesia. Éstos crearon el Románico como la forma plástica perfecta en la cual materializar su Regla.
            El Románico nace con una profunda vocación y sentido didácticos, busca un periodo de formas e imágenes que respondan a la necesidad de mostrar la verdad de la fe, la historia de la salvación y las vidas de todos aquellos santos que han contribuido a lo largo de la historia del cristianismo, a la trasmisión y vivencia de esa fe. Su forma de expresión es espontánea, libre, intelectual y hondamente espiritual; crea su propio lenguaje donde lo espiritual está por encima de lo temporal, por ello el símbolo será la suprema expresión de esa realidad metafísica, sus valores estéticos no estarán en lo visible, material e inmediato sino en lo que vibra en el interior, en lo invisible. Al mirar las obras del Románico no debemos buscar como están representadas las formas, los temas o las figuras, sino que representan, el aspecto externo pasa a un segundo o tercer plano; es lo invisible lo único que tiene realidad y verdad, no en balde lo definimos como el arte de lo invisible.
            Aunque en un principio el término Románico se empleó para denominar al arte que había sucedido al romano, de ahí el nombre, hoy el término enriquece su significado pues también se hace derivar de las lenguas romances, ya que su tiempo coincide con el triunfo de éstas y la aparición de una literatura nacional.
            Este nuevo estilo tuvo un gran desarrollo en toda Europa, aunque los territorios más alejados y en cada lugar adquirió características propias, incluso podemos hablar de diferentes escuelas dentro de cada región. Además el estilo pasó por distintas fases de desarrollo y estuvo en constante evolución. En términos generales podemos hablar de un estilo que nace en Francia en los primeros años del siglo X y cuyo desarrollo y madurez, evolucionó en los distintos territorios europeos, abarcó hasta principios del siglo XIII.
            Existen varias causas que justifican la creación, expansión y desarrollo de este arte, pero entre ellas señalaremos tres que consideramos de vital importancia:
En primer lugar, está la reforma benedictina en un principio. La primera gran reforma a la Regla de San Benito de Nurcia (siglo VI) desemboca en la fundación de la Orden de Cluny cuyo primer monasterio se construye en 910, en los territorios que para ese fin, cede el duque de Aquitania en tierras de la Borgoña a los benedictinos reformadores. La difusión de este movimiento de los “monjes negros” como se les llamaba por el color de su hábito, transformó monasterios benedictinos y no benedictinos, a la vez que se fundaron otros nuevos. Para el siglo XI Cluny se había convertido en el faro espiritual de Europa y además contribuía a hacer presente la autoridad del Papado en casi todos los territorios de la Cristiandad; sabemos que para fines de este siglo, contaba con cerca de dos mil monasterios y vastísimos territorios patrimoniales adquiridos por donaciones reales o de nobles.
            La segunda reforma a la Regla de San Benito iniciada por San Roberto de Molesmes y cuyo principal promotor fue San Bernardo, dio vida a la Orden del Cister. Su primer monasterio se funda en 1112 en Citeaux y aunque no tuvo la misma difusión que la de los cluniacenses, si llegó a contar con numerosas fundaciones y a tener una gran fuerza en el seno de la iglesia.
            Los monasterios de estas dos órdenes, principalmente los de Cluny, fueron focos activos e importantes para el desarrollo de la cultura: en sus bibliotecas se guardarán, entre otros, los acervos clásicos de obras griegas y romanas; de sus scriptorium saldrán las traducciones y manuscritos de obras filosóficas, teológicas y religiosas, algunos, ilustrados con magníficas miniaturas elaboradas en los talleres establecidos en ellos y en sus iglesias, se venerarán reliquias traídas de lugares santos o de santos patronos, por lo cual serán visitadas por lugareños y peregrinos.
            A ser el arte Románico la expresión más fiel del monacato, logró un gran desarrollo y difusión a través de las fundaciones cluniacenses y cistercienses, y no sólo en cuanto a arquitectura se refiere, sino a los programas escultóricos y pictóricos que integran estas obras, así como a las llamadas artes menores como la miniatura y la eboraria (tallas en marfil).
En segundo lugar tenemos las peregrinaciones a Santiago de Compostela, sin lugar a dudas el centro principal de peregrinaje debido a que Roma resultaba muy peligrosa por la inseguridad de sus caminos y Jerusalén estaba tomada por los turcos selyúcidas. El descubrimiento de la tumba del Apóstol había sucedido a principios del siglo IX y para el siglo XI, el culto a Santiago había trascendido fronteras y la peregrinación se planteaba como una práctica religiosa casi obligada para todo cristiano.
            La ruta más frecuentada fue el llamado Camino Francés que estaba integrado por cuatro rutas: 1. La Vía Turonensis que partía de París y Orleáns; 2. La Vía per Sanctum Leonardum que se inciaba en Vèzelay; 3. La Vía Podiensis que salía de Le Puy y; 4. La Vía Aegidiana o Tolosana que aunque partía de Arles tenía como punto central Toulouse. Tres de ellas entraban a España por Roscenvalles (Reino de Navarra) y una lo hacía por Somport (Reino de Aragón). En Puente la Reina las cuatro confluían y los peregrinos marchaban por un solo camino hasta Santiago de Compostela.
            A lo largo de estas rutas se fueron estableciendo paradas obligadas para los peregrinos que hicieron necesaria la construcción de toda una infraestructura que no sólo tenía que ver con las necesidades espirituales – monasterios e iglesias con reliquias y santos a venerar para ganar gracias e indulgencias- sino también con las temporales: hospedaje y comida. Así el Camino Francés con sus cuatro rutas contiene los edificios más representativos del arte Románico, las creaciones más espectaculares e innovadoras de este estilo que sin duda fueron la admiración de propios y extraños desde aquella época.
            En tercer lugar debemos mencionar a los creadores y constructores de estas obras que contribuyeron en mucho, a su desarrollo y difusión. Se conocen pocos de nombres de maestros albañiles y escultores, aunque sabemos que la mayoría de las veces, fueron los propios monjes los que se encargaban de su realización. Sin embargo, tenemos noticias de talleres ambulantes de maestros canteros que eran contratados y dirigidos por el abad o por alguno de los monjes conocedor del arte de construir, entre estos talleres destacan los de maestros lombardos quienes trabajaron por toda Europa.
            Por lo que se refiere a la arquitectura, los edificios monásticos serán la manifestación más lograda de este estilo. La relación que existe entre las órdenes monacales y el orden arquitectónico en punto de partida esencial para el estudio del Románico, por lo tanto, el conocimiento de la vida interna de los monjes, de su programa de vida, trabajo y Reglas, resulta indispensable para comprender estos grandiosos conjuntos arquitectónicos. En el centro de la vida monacal está el anhelo por abandonar el mundo para iniciar la vida de oración, penitencia, ayuno, austeridad y trabajo en el seno de una comunidad, de ahí que en los edificios percibamos el orden, silencio, austeridad y ascetismo arquitectónicos, así como la paz de Dios, todos ellos elementos que se desprenden de las Reglas. El monasterio intenta reflejar aquí en la tierra, el orden la claridad y perfección de la Civitas Dei, esa ciudad de Dios entendida como fortaleza y lugar estratégico, de gruesos muros y pocos vanos que protegía y aislaba a los monjes en su mundo interior.
            A todas las actividades de los monjes se les daba un significado superior, un sentido simbólico en orden a la salvación, todo ese simbolismo se verá reflejado en la arquitectura y en las partes que constituyen el monasterio, a saber:

La Iglesia, que por ser la Casa de Dios será el lugar más importante, monumental y lujoso, el que domine a todo el monasterio.
La Sala Capitular, estará destinada a la lectura de la Regla porque después de las Sagradas Escrituras, la Regla constituía el principal objeto de la meditación monástica.
El Refectorio, tercero en jerarquía, será el sitio donde el monje reciba el alimento tanto corporal como espiritual, la lectura de la palabra de Dios.
La Fuente, donde se lavaban los monjes.
El Claustro, lugar de meditación.
La Biblioteca y El Scriptorium como lugares de lectura y trabajo, y los
Dormitorios, lugar de descanso.

El Románico en España

Dentro del estudio del estilo Románico, el caso de España es muy peculiar porque sólo la mitad septentrional de la Península adopta el estilo, la otra vive en una realidad distinta con la presencia de los musulmanes y su cultura, por lo tanto, partimos de una realidad singular que no es aplicable a otros sitios de Europa.

            Si bien es cierto que, en la segunda mitad del siglo X las expediciones devastadoras de Almanzor pusieron en jaque a los reinos cristianos y reforzaron la presencia y poder del Califato de Córdoba, estos no duró mucho tiempo; para finales del siglo éste se encuentra sumido en una crisis muy fuerte tanto política como económica. Alrededor del año 1035 el estado musulmán de Al-Andalus se disgrega y aparecen una serie de reinos independientes –las primeras Taifas- unos más fuertes que otros y debido a las luchas constantes entre ellos para lograr la supremacía, no sólo consiguieron debilitar al sistema en general, sino su posición frente a los reinos de León y Navarra. Éstos aprovechan la situación para extenderse territorialmente mientras los reyes d taifas piden ayuda a los almorávides del norte de África.
            El reinado de Sancho III el Mayor en Navarra (1005-1035), quien logró reinar sobre casi todos los territorios cristianos peninsulares y eclipsó al reino de León, inaugura una nueva etapa de cambios transcendentes para la historia del Norte de la Península. Fue un hombre de gran talento y cultura, con una extraordinaria visión política, que aprovechó las circunstancias del momento para lograr la apertura hacia Europa; abrió las puertas a la Orden de Cluny a la que favoreció y apoyó para su establecimiento en el reino, asimismo las concesiones feudales de sus dominios fueron parte del éxito de su política. Aconseja a sus hijos las alianzas matrimoniales con princesas francas para que la cultura carolingia penetrara principalmente en Pamplona, capital del reino. Por otro lado, restauró y consolidó las edificaciones e iglesias del Camino de Santiago, así como la seguridad para los peregrinos; sometió a la Iglesia hispana a las directrices de Roma mediante la imposición de la liturgia romana sobre la hispana de tradición visigoda, con esta medida buscaba la unificación, el reconocimiento y el apoyo del papado. En este sentido, Sancho logró entusiasmar al Papa con la idea de la cruzada, así la Reconquista se asimilaba a las cruzadas contra el Islam, y las expediciones estarían apoyadas por gentes venidas de Europa, principalmente de Francia.
            Su europeísmo se vio favorecido por la situación de sus dominios a ambos lados del Pirineo, territorios que dominaban las dos puertas a Europa por el alto valle de Aragón: el puerto de Somport y el puerto de Roncesvalles y además, porque su política cultural miraba a Europa, por ello se considera que puso las bases para la entrada del arte Románico a la Península. Cabe señalar que muchos clérigos franceses llegaron a ocupar puestos clave en la iglesia hispana y fueron grandes promotores del Románico.
            Como paradoja histórica, el año 1035 es una fecha importante para la historia de España: por un lado, el Califato recibe su acta de defunción y con ellos la pérdida paulatina de fuerza y presencia de lo musulmán en el sur peninsular, por otro lado, se emiten las actas de nacimiento de dos reinos que lucharán por el protagonismo en los siguientes siglos, me refiero a Castilla y Aragón. Con el reparto del reino entre sus herederos, según la costumbre patrimonial de la monarquía, Sancho rompía la unión que él mismo había logrado de sus territorios: García, el primogénito, heredaba el trono de navarra; Fernando, el reino de León y el Condado de Castilla con los que creó su propio reino; Gonzalo, las tierras del Sobrarbe y la Ribagorza, a su muerte prematura estas pasarán a manos de su hermano Ramiro a quien le tocó el pequeño territorio de Aragón y con ellos fundó el otro reino.
            Los hijos y nietos de Sancho continuarán con la política de apertura a Europa, principalmente con Francia. Para 1085 Alfonso VI de Castilla, nieto de Sancho el Mayor, con el apoyo de algunos nobles franceses, logró arrebatar a los musulmanes la ciudad de Toledo, con ello los dominios cristianos avanzaban hacia el sur. No obstante sufrir el año siguiente un revés de manos de los almorávides, las fronteras con Castilla se mantuvieron más o menos fijas.
            En el noreste de la Península, Cataluña que había mantenido constante contacto y relación política con el reino franco, aunque en sus territorios se conservaba una fuerte conciencia de hispanidad relacionada con el antiguo reino visigodo, se encontraba fragmentada en una serie de condados que dificultaban la acción conjunta; sin embargo, compartía con los reinos de León y Navarra la tendencia a la reconquista de los territorios ocupados por los musulmanes.
            Las relaciones comerciales entre Al-Andalus y Francia se habían establecido a través de Cataluña y los mercaderes judíos resultaron los más beneficiados, su principal asentamiento se encontraba en Montjuich, en Barcelona. En el Pirineo catalán se encontraban las otras dos puertas de entrada a la Península: Cerdaña y Perthus, además de otro paso natural, el del Bidasoa.
            A principios del siglo XI con Ramón Berenguer I, el Condado de Barcelona se independiza de la monarquía franca y para la segunda mitad del siglo, el largo reinado de Ramón Berenguer I el Viejo, permitió la consolidación de Cataluña mediante la sumisión de todos los condados al gobierno de Barcelona, a partir de ese momento, el Condado de Barcelona dirigirá los destinos de la región.
            Cataluña no sólo tendrá puesta la mirada en su vecino Aragón y sus esfuerzos en recuperar tierras al Islam, sino que a través de los Pirineos mantendrá relaciones con Europa y de cara al Mediterráneo, las empresas comerciales catalanas competirán con las italianas aunque constantemente toparán con el problema de los piratas musulmanes de las islas Baleares.
            Para la España cristiana, dividida en reinos y condados, generalmente hostiles entre sí, la afirmación paneuropea por lo que se refiere a la ideología y cultura es una cuestión de interés común. Los reyes, nobles y habitantes de dominios patrimoniales y de ciudades, ven en el arte Románico más que un estilo constructivo y ornamental, una forma de sentirse ligados a Europa, un instrumento de acercamiento. Con esta firme convicción, el Románico es aceptado en los reinos hispánicos.
            Los antecedentes de este estilo en la Península hay que buscarlos en el Arte Asturiano y en el Mozárabe de los siglos IX y X. 1. En el caso del Arte Asturiano, algunas de sus estructuras y elementos anuncian y son premonitorios de las soluciones románicas, de tal suerte que preparan el camino para la llegada del Románico, por ellos también se le denomina Arte Prerrománico Asturiano. 2. En cuanto al Arte Mozárabe, su desarrollo en territorios del reino de León, territorios de repoblación, hoy plantea la revisión del término, y se ha presentado la propuesta de llamar Arte Mozárabe sólo al realizado en tierras de Al-Andalus y arte de la Repoblación al que se hizo principalmente en León. Este estilo que recibió la influencia de lo asturiano una vez llegado al norte, presenta también algunas características que lo vinculan con el Románico.
            Las vías de penetración del Románico en España son dos: (1) a través de los Pirineos hacia Cataluña y (2) por el reino de Navarra siguiendo la ruta de Santiago de Compostela. En su periodo de formación presenta dos corrientes: (2.1) la de los canteros lombardos que extienden sus fórmulas y soluciones por el sur de Francia, Cataluña y Aragón y (2.2) la que nace en Francia con una mayor vitalidad y desemboca en el gran románico de fines del siglo XI y siglo XII, que encontramos en Navarra y Castilla. En un principio, los reinos hispanos participan con carácter receptivo de las novedades que les vienen del exterior, pero muy pronto comenzaron a aportar lo propio, a darle su carácter personal y peculiar, así como a macar diferencias por regiones y a crear escuelas.
            La Marca Hispánica –zona situada entre los Pirineos y el Ebro, en particular el área catalana- fue muy receptiva a la primera etapa del Románico, se llenó de iglesias con aparejo lombardo, de austera sencillez, con poca ornamentación entre la que destacan arquillos y bandas lombardas. Sobresalen las Iglesias pirenaicas de San Clemente y Santa María de Taull. En cambio, en los grandes centros de otros reinos como Jaca, León y Santiago de Compostela, fueron permeables al románico francés de procedencia del Languedoc.
            Muy importante es señalar que existe una serie de peculiaridades sumamente originales en el Románico de España, de las cuales solo se enumeran algunas, como la traducción del estilo al ladrillo que crea una modalidad en Castilla la Vieja (Santiago del Arrabal en Toledo); el empleo de pórticos laterales, como en las iglesias de Segovia y su comarca (San Martín y San Millán en Segovia), elemento desconocido en el Románico francés; el empleo de disposiciones y elementos de procedencia musulmana que creó un estilo o modalidad, según como quiera verse denominado Románico-Mudéjar (San Tirso de Sahagún). No podemos olvidar esta influencia musulmana que será importante en el desarrollo del románico hispano, incluso en románico francés se ve beneficiado con algunas fórmulas derivadas de esta mezcla de culturas. Sobresale por su bóveda musulmana de arcos entrecruzados la iglesia del Santo Sepulcro de Torres del Río en Navarra.
            Existen dos modelos de Iglesias románicas hablando en general, uno de ellos es el llamado iglesia de peregrinación, que en un principio se aplicó al de los edificios señeros de esta arquitectura, al de las grandes realizaciones que fueron pocas por costosas, y que hoy se ha decidido utilizarlo mejor para las iglesias más sencillas y pequeñas pero de las que existen muchos ejemplares por la gran difusión que tuvo en el Camino de Peregrinación. Su punto de partida es Cluny II, es decir, la segunda iglesia que se construyó para ese monasterio francés. Se caracteriza por una planta de tres naves con cabecera tripartita, o sea, con tres capillas absidales semicirculares, lo que conocemos como cabecera benedictia, cabecera precedida por un tramo de bóveda y con un transepto no acusado en planta pero sí el alzado. DE piedra sillar con muros gruesos y pocos vanos; las naves de igual altura y techadas con bóvedas de cañón con arcos fajones, aunque en un principio ostentaron techumbres de madera, el ábside con bóveda de cuarto de esfera. La escultura se encuentra en ménsulas y capiteles y con el tiempo invadirá espacios como los tímpanos de las portadas.
            El otro modelo lo encontramos en iglesias monumentales, ubicadas en puntos clave del Camino francés, se trata de las iglesias de Santa Fe de Conques, San Marcial de Limoges, San Martín de Tours, San Saturnino de Toulouse y Santiago de Compostela. El modelo rival de ellas era San Pedro de Roma y el primer intento se llevó a feliz término en la iglesia de Cluny III. El modelo consiste en una planta de cruz latina, de tres o cinco naves, con girola, capillas absidales y otras en el transepto, con tribuna aprovechando la diferencia de altura entre la nave central y las laterales, iglesia totalmente abovedada. La escultura invade las portadas, y encontramos verdaderas “Biblias de piedra”.
            Los núcleos más importantes y brillantes del Románico en España son los relacionados con las grandes fundaciones monacales y también con las capitales o centros de peregrinación. Entre los edificios más destacados, algunos del Camino Francés, están: la catedral de Jaca, el monasterio de San Salvador de Leyre, la catedral de Pamplona, la iglesia de Santa María la Real de Sangüesa, el monasterio de Santa María de Ripoll, el monasterio de Santo Domingo de Silos en Burgos, San Pedro de Arlanza, también en Burgos, San Martín de Frómista en Palencia, la catedral de Palencia, el monasterio de San Isidoro de León, la Catedral Vieja de Salamanca, la catedral de Zamora, la colegiata de Santillana del Mar y la catedral de Santiago de Compostela.

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Aviles Moreno, Guadalupe, “Instituciones y estructuras medievales”, en Aurelio González y María Teresa Miaja de la Peña, Introducción a la cultura medieval, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2005.


COMIDA, FIESTA Y VESTIDO EN LA EDAD MEDIA


Durante la Edad Media la gran mayoría de la población de Europa se encontraba en lo que actualmente entendemos como pobreza extrema: apenas con los mínimos recursos para sobrevivir y enfrentada a la muerte como una realidad cotidiana. Por ejemplo, durante el siglo X una cuarta parte de los niños que nacían moría antes de los cinco años y casi la mitad del total antes de llegar a la pubertad.

            La vida de los campesinos, es decir, de la mayoría de la población, será sumamente austera. Los hombres vestían un faldón, un tipo de chaleco forrado de piel de conejo (que para los más ricos podía ser de gato) y se cubrían la cabeza con un sombrero o gorro de tela. Las mujeres por lo general se vestían con dos túnicas superpuestas y un manto. Para las faenas agrícolas tenían muy pocas herramientas de hierro, pues la gran mayoría de sus utensilios eran de madera, así, por ejemplo era muy común trabajar la tierra con arados provistos de una reja de madera endurecida al fuego con lo cual el rendimiento de las siembras era muy bajo.
            La comida básica era escasa: algunos vegetales, granos de cereal y caza menor y una hogaza de pan. Pero por otra parte la sociedad medieval era una sociedad comunitaria y solidaria, en la cual la pobreza era la condición común. Más de una familia habitaba una misma casa, varios dormían en una misma cama.
            Todavía hacia el año 1000 la característica de Europa era el de ser un mundo rústico, salvaje, acechado por el hambre que no tiene suficiente tecnología para explotar la tierra. Comer abundantemente todo el año era privilegio de algunos monjes y sacerdotes, y algunos nobles poderosos. En esencia era un mundo que se consideraba pecador y tenía miedo de sus propias debilidades.
            El siglo XI es el momento en que empieza a cambiar esta situación, es el momento en que terminan las invasiones del Islam, de los vikingos, de los primeros sarracenos, etc., y surge el arte románico. Es un mundo donde existe un gran contraste, por un lado nobles vestidos con telas multicolores y escoltados por caballeros armados con brillantes armaduras y por otro lado campesinos dependiendo de la tierra y viviendo pobremente en casas donde se mezclaban los hombres y los animales y el color pardo manchado de la ropa, era el dominante.

LA COMIDA

La nobleza del siglo XI estaba unida por una misma fe y compartía los mismos ritos, lenguaje y la misma herencia cultural, y por lo tanto sus usos sociales y hábitos gastronómicos eran los mismos.
            El comportamiento gastronómico de los integrantes de una colectividad es el resultado de una actitud ante la comida, determinada en primer lugar por presupuestos religiosos o ideológicos, pero este comportamiento también está determinado por una multitud de factores que pueden ser medioambientales, económicos, políticos, sociales o de la misma tradición culinaria.
            La tradición alimenticia en la Europa moderna, tiene su sustrato básico en la tradición medieval que se había conformado a partir de la cultura gastronómica romana apoyada en los cereales, la vid y el olivo, y en menor grado la ganadería ovina y caprina (más para queso que para carne), la horticultura y la pesca con el añadido parcial de la tradición germánica y del mundo celta-bárbaro; la caza y la pesca, recolección de frutos silvestres y ganadería que como era en el bosque era sobre todo porcina. Esta tradición bárbara implicaba en vez de vino, leche agria, sidra o cerveza (cervogia, la cual carecía de lúpulo y era espesa y con cuerpo), y en vez de aceite, mantequilla y tocino. Su presencia en la tradición posterior será fundamentalmente en el aspecto de las carnes ya que la mantequilla y la cerveza tuvieron una importancia muy relativa en España y los demás países mediterráneos antes de la época contemporánea en que la industrialización ha facilitado la difusión y consumo de muchos productos que no encontraban habitualmente en la tradición culinaria. No hay que olvidar, especialmente en el caso de España,desde donde después se difundieron a otros países europeos, la presencia en los hábitos alimenticios medievales de la tradición judía y árabe, esta última especialmente importante por la introducción de una gran variedad de productos vegetales como las berenjenas, las alcachofas, las lentejas, los chícharos o guisantes, las habas, rábanos y diversos tipos de lechugas, la calabaza, el azafrán o la sandía.
            Más allá de la cultura gastronómica o simplemente de lo que se encuentra para comer, el hambre y la comida son dos caras de una misma moneda. En buena parte de la Edad Media, especialmente en el siglo XIV, la sequía, pestes y las consiguientes hambrunas fueron algo que casi se podía considerar como habitual. Por otra parte el contraste entre los grupos privilegiados de los estamentos superiores y muchos sectores del estamento inferior era radical pues se pasaba de los platos complejos, abundantes y refinados de la alta nobleza y clerecía, a lo escaso de sopas, y bodrios de los sectores marginales y mendigos de las ciudades y campesinos pobres.
            El hambre fue un hecho recurrente a lo largo de los siglos medievales, ya Gregorio de Tours, en su Historia Francorum en el siglo VI, comenta de esta manera la carestía del año 591: “Hubo aquel año una intensa hambre en toda la Galia. Muchos hombres hicieron pan con pepitas de uva, con candelillas de avellano, algunos incluso con raíces de helecho prensadas; las ponían a secar y las molían mezclándolas con un poco de harina.” En general la carestía se refería no sólo al ámbito agrícola sino también al silvestre especialmente a los bosques.
            Muy pronto las bebidas alcohólicas como el vino o la cerveza son parte esencial de la alimentación por su aportación calórica y así encontramos que en el siglo IX se establece la correspondencia de las cantidades de vino o cerveza que podían consumir los monjes en los diversos periodos del año. En general hay una gran diferencia, probablemente debida al clima, en las raciones alimenticias entre los monasterios del norte europeo y los mediterráneos. En el norte, cuando no era ayuno, las raciones diarias podían a cinco o seis mil calorías.
            Por otra parte también hay una oposición entre un modelo nobiliario y un modelo monástico. Por ejemplo, Eginardo habla del menú de Carlomagno: cuatro platos sin contar los asados, pero lo define como moderado en el comer y sobre todo beber. También hay que tomar en cuenta que las prohibiciones religiosas relacionadas con la comida (substitución de carne por pescado o queso), afectaba a la población durante más de 150 días al año.
            Una de las maneras para conservar la comida en aquella época era la salazón, así la carne se guardaba en toneles llenos d salmuera, con lo que podía durar varios meses. En este sentido las poblaciones cerca del mar tenían la ventaja que podían obtener la sal hirviendo el agua. Se necesitaba cerca de 8 kilos de sal para conservar 80 kilos de carne. La sal absorbía el agua de la carne o el pescado e impedía la formación de microorganismos que hacían que la carne se pudriera. Otro sistema de conservación era el ahumado. Por su parte las legumbres y frutas se secaban al sol y los productos lácteos se conservaban en forma de quesos.
            El cultivo de los cereales es fundamental para la alimentación en el mundo medieval. Ya en el mundo romano se privilegiaba el consumo del trigo, pero a partir del siglo III su cultivo decae por difícil y bajo rendimiento, y se substituye por otros cereales de calidad inferior, pero más resistentes y rentables como la avena, cebada, farro, espelta, mijo, el panizo, el sorgo y sobre todo el centeno que es el cereal más cultivado hasta los siglos X y XI. Anteriormente este cereal se había destinado principalmente a la alimentación del ganado. Sin embargo, hay una gran diferencia social en la manera de consumir los cereales y así se diferencia entre el pan blanco, preferido en el ámbito nobiliario, y el negro más común entre los campesinos. Por ejemplo, en Francia, el pan de avena es una vilissima torta, y en cambio en la región alemana al mismo tiempo de pan se le da el apelativo de pulchrum (hermoso) indicando su valoración y buena acogida. En general se puede decir que el mundo mediterráneo se mantiene más apegado al modelo romano del trigo y prefiere y valora el pan blanco.
            También hay diferencias que implican niveles sociales y valoraciones de prestigio entre l pan fermentado con levadura (leudado), el pan hecho en horno o entre las cenizas (torta), o entre el consumo de cereales en forma de pan y el consumo en otras formas como la pulmenta (harinas de cereales cocidas), sopas y gachas.
            En los distintos estamentos la comida más importante del día era la cena. Con respecto a la comida campesina medieval, ésta se podría sintetizar de la siguiente manera:
            Los cereales, son la base de la alimentación popular: panificados o en forma de gachas o papillas llamadas (Frumento). Los cereales principales que forman la base de la comida campesina son la cebada, el centeno y un tipo de trigo llamado –escanda-. En el sur de Europa también es bastante común el consumo de mijo. Por su parte la avena se usa habitualmente para hacer sopas y “bodrios” (especie de caldo pobre hecho con los sobrantes del pan).
            La sopa, en esta época fue su triunfo. Era muy común el preparar ollas, potajes y caldos laborados con habas, huevos, chícharos o guisantes, calabaza, hinojos y, sobre todo, arroz que se sazonaba con canela, jengibre, azafrán, ajo o agraz (naranja agria).
            Los potajes, se consumían frescos o secos o cocidos, incluso hechos en harina, el cañamón, alubias, lentejas, castañas y bellotas. Entre los vegetales, los más comunes eran los ejotes (diversas vainas verdes de leguminosas), la cebolla, el ajo, diversos tipos de nabos, poros (puerro), calabazas, zanahorias y rábanos.
            La leche, se consumía de manera habitual en forma de quso y en este sentido los más frecuentes eran de leche de oveja.
            Proteínas animales, se consumía pescado salado o ahumado (arenques); carne de cerdo en salazón y ahumada. En el ámbito rural medieval, los peces de río tienen importancia más no como mercado, y destacan el lucio, poco apreciado por los romanos, la trucha, los esturiones, las anguilas y también el salmón, la lamprea, la carpa, los gobios, barbos y cangrejos de río.
Los condimentos más comunes en la preparación de los alimentos en el estamento del pueblo llano eran el ajo, la mostaza, el perejil y la menta. Era raro comer la carne n fritura o en asado, lo más común era prepararla como estofado o guiso con salsa a base de miga de pan, agraz (vinagre o naranjas ácidas), cebolla, nuez, tomillo y a veces pimienta o canela, especias que podían alcanzar un precio muy alto. El tocino (lardo) se usaba tanto para obtener manteca como para suavizar las carnes y dar sabor a las verduras.
Los condimentos más usados en la cocina d los niveles superiores de los siglos XV-XVI eran los siguientes:

Especias


Jengibre: Tiene un sabor ligeramente picante y muy aromático y combina bien con platos dulces y salados. Probablemente fue la especia favorita de la Edad Media (tras la pimienta), aunque en el Renacimiento fue desplazada por la canela. Se usa la raíz pelada y picada o en polvo de ésta.
Canela: Probablemente la especie favorita del Renacimiento. Tiene propiedades antisépticas y, sobretodo, es muy aromática.
Pimienta: probablemente la negra, aunque la blanca y la verde pueden también haber sido utilizadas ya que proceden de la misma planta.
Clavos de olor: durante la Edad Media, el clavo se empleó, además, para intentar aligerar los olores fétidos, así durante el siglo XIII, sobretodo la nobleza. Usaba las llamadas manzanas de ámbar que contenían clavo, e igualmente se empleaba el aceite de clavo, conseguido mediante destilación, que conservaba muchas de las propiedades de la planta, entre ellas: germicidas, antisépticas y carminativas.
Cardamomo o Granos de Paraíso: Semilla de sabor muy fuerte pero refrescante. Su empleo en la Europa medieval vendrá a través de las Cruzadas y a partir de 1359 San Juan de Arce y Rodas lo exportan hacia Europa.
Nuez Moscada: Aromática y algo picante se usaba en platos dulces y salsas de todo tipo.
Flor de Macís: Es la cáscara de la nuez moscada, de sabor parecido a dicha nuez, pero más amargo.
Semillas de Cilantro o culantro: lo que parecen semillas son en realidad las frutas de la planta seca. Tienen un sabor diferente al de las hojas.

Hierbas

Quizás las más usadas fueran el perejil (también se usaba la raíz), el cilantro y la menta/hierbabuena. Pero también eran muy usadas la mejorana y la salvia. Otras hierbas aromáticas usadas en la cocina medieval son: ajedrea, hinojo, orégano, mostaza, ruda y tomillo y el azafrán que daba aroma, sabor y color a caldos y salsas.
El sabor predominante en la cocina era el agridulce. El azúcar con agraz (jugo de uvas verdes, ácidas o naranjas) o vinagre o jugo de naranjas (amargas) es una combinación favorita. Los limones también se usaban pero menos que las naranjas.
En la cocina medieval también tienen un gran papel la leche de almendras (agua batida junto con almendras machacadas y aromatizadas), el agua de rosas y el vino.
El consumo popular de frutas era exclusivamente de manzanas y peras y las frutas silvestres como: zarzamoras, ciruelas, nísperos, serbas, arándanos, nueces, avellanas y algarrobo. También se consumían higos, uvas, cerezas, sandías, melocotones, melones, naranjas, limones membrillos y granadas. Los frutos secos más importantes eran almendras, avellanas, castañas, nueces, piñones y pistaches.
La comida se acompañaba con vino (por lo general áspero y espeso que había que diluir), la cerveza es de producción y consumo local en el norte de Europa, la sidra de manzana o pera es de consumo muy rústico, también en las zonas norteñas, así como el aguardiente de granos e hidromiel, y se finalizaba con una tisana o infusión de hierbas aromáticas como la verbena, la menta o el romero.
Los cubiertos, en la mesa los alimentos se consumen con medios muy limitados ya que los platos se limitan a escudillas de barro y en su defecto se utilizan hogazas de pan cortadas en rodajas. Cada una de ellas servirá de plato y se empapará con la salsa. Por lo general casi no se utilizaban los cubiertos, los más importantes eran las cucharas de madera y cuchillos. Así la ensalada no debía trocearse, las hojas se presentaban enteras y bien aliñadas y el comensal las tomaba con los dedos.
Por el contrario en una comida más formal en el estamento de la nobleza, lo primero que se presenta en la mesa es la fruta, a modo de entremeses. Según Ruperto de Nola famoso cocinero en el siglo XV y XVI, el orden de los platos para una comida era el siguiente: fruta, potaje, asado, otro potaje, algo cocido (excepto si es manjar blanco, que se sirve tras la fruta), empanadas dulces fritas y otra fruta.
La comida cortesana apelaba a la fantasía y a la imaginación de su tradición gastronómica y se hacían platos de pan para servir la comida coloreada con perejil (verde), azafrán (amarillo), sándalo (rojizo), heliotropo (azul), violeta (morado) o sangre (negro).
Una comida en la corte podía estar formada por nueve platos: salsa, sopa, pastel, carne, pescado, ave, vegetales, flores o frutas, y terminar como cierre con una escultura comestible de fantasía.
Al revés que la comida campesina, la comida nobiliaria se elaboraba con abundancia d carnes de animales de diverso tipo:
Aves de corral: gansos, pollos, gallos, pichones, pavos, cisnes.
Animales de corral: cerdos.
Caza: gamos, ciervos, corzos, rebecos, jabalíes, liebres, perdices, codornices, faisanes, cormoranes, urogallos, grullas, garzas, alcaravanes.
Exóticos: ballenas, morsas, focas, marsopas, tiburones, delfines, castores, osos.
Pescados: salmón, anguila, lamprea, lucio, trucha, bacalao, arenque.
También se comían ostras cocidas y algunos mariscos o crustáceos aunque eran poco apreciados.
Durante casi toda la Edad Media no se come carne de caballo y el pato es considerado poco comestible. Hasta mediados del XIII el bovino se destinó casi para labores del campo.
En este ámbito los postres eran habituales: pasteles (tortas, tartas, buñuelos, alfajores); la fruta exótica: chabacanos (albaricoques), melones, dátiles, naranjas dulces, higos, azúcar de caña.
Un menú de una comida medieval podría estar compuesto por los siguientes platillos:
Sopa dorada, rebanadas tostadas de pan, con salsa de azúcar, vino blanco, yemas de huevo y agua de rosas. Una vez bien empapadas, se freían y se agregaban nuevamente agua de rosas; espolvoreándolas con azúcar y azafrán para darle el color dorado.
Manzanas rellenas, manzanas, carne de cerdo, cebolla, pimienta, nueces.
Pudín de cuello de cisne, hígado, corazón, perejil, caldo de pollo, macís, clavos, azafrán, pimienta, huevos, chícharos o guisantes.
Faisán en jalea, el ave guisada con sus menudencias, naranjas, dátiles, romero, albahaca, eneldo, pimienta, canela y cerveza.
Lechuga en leche de almendras, lechuga, leche de almendras, cebollas, caldo de carnero y queso.
Crema de rosas, pétalos de rosa blanca, harina de arroz, leche de almendras, canela, jengibre, dátiles, piñones, crema, azúcar.
Pimentón o Hipocrás, vino tinto calentado con azúcar, jengibre, canela, pimienta larga o blanca, clavo, nuez moscada, granos de paraíso y mejorana.
Todo lo que tenía que ver con la alimentación y la salud en el mundo medieval se recogía en los Regimina sanitatis, muchos de origen clásico (Hipócrates y Galeno) y otros traducidos del mundo árabe Liber Almansoris. Muy importante en la tradición medieval es el De regimine sanitatis de Arnaldo de Vilanova (1238-1311).
Con respecto a los libros de cocina en el ámbito hispánico destacan el Llibre de Coch de Ruperto de Nola y Arte cisoria o tratado del Arte de cortar del cuchillo de Enrique de Villena, y en Francia el Viander (1300) de Guillaume Tirel, cocinero de Carlos V, y Le ménagier de París (1393).

LA FIESTA


Durante la Edad Media, fue el momento de mayor fervor del cristianismo y cuando se celebraron las irreverentes fiestas de los Locos y del Asno y del Obispillo, y la representación de misterios y los sermones burlescos del domingo de Pascua. En este momento, la seguridad de los creyentes en su religión era tal que las cosas serias se distinguían tan claramente que no les afectaba la vecindad de las burlas. Posteriormente, a finales de la Edad Media, la ambigüedad de las cosas serias no soportó a la vecindad.
            Por otra parte, el inicio del año es diferente del inicio del año calendárico, además, el tiempo se puede medir en relación con grandes sistemas como el Año del Señor o con el sistema local: el año correspondiente del reinado del monarca en turno. También cada época del año corresponde a un sentimiento, así es el júbilo por la llegada del Redentor de la Navidad; el desenfreno del Carnaval; la represión de la Cuaresma como periodo de penitencia; la tristeza de la Semana Santa; la esperanza y la alegría de las fiestas de la primavera; mayo como el ms del amor y la guerra; la alegría festiva del verano y las cosechas; y la tristeza de las fiestas de difuntos.

La fiesta popular

            Las Fiestas de Navidad y Año Nuevo con sus distintas manifestaciones relacionadas con la devoción eran muy importantes. En torno a ellas surgen elementos festivos que han perdurado hasta nuestros días como los Nacimientos debidos a San Francisco de Asís. La parte más importante era la Misa del Ángel o de Gallo en la noche del 24 de Diciembre, al amanecer la misa del pastor y la misa de la palabra divina.
            Fiesta del Asno, Fiesta de Locos (Asinaria Festa, festum stultorum, festa follorum, festum baculi). Entre Navidad y Epifanía los subdiáconos bailaban y cantaban canciones obscenas en el coro, comían salchichas, se ponían los ornamentos sagrados al revés, jugaban a las cartas y los dados, ponían suelas viejas o excrementos en el incensario o introducían un asno en la iglesia. Esta fiestas se celebraban hacía el 28 de diciembre día de los Inocentes y San Nicolás.
            El Carnaval: desde Navidad o desde Reyes, aunque también podía realizarse desde el día de San Antón, San Blas o desde la Candelaria. Los días anteriores también podían celebrarse y eran conocidos como Jueves Gordo, Domingo de Piñata y Martes de carnaval. Se caracterizan por las mascaradas y los combates rituales.
            Mayas: con el pelele de Mayo, Santiago el Verde (día 1°), la Santa Cruz (día 3), San Gregorio (día 9), Santa Quiteria (día 22). Básicamente se festeja con enramadas, árboles decorados y hogueras.
            San Juan: 24 de junio muy relacionada con San Pedro, el 29 de junio. Fiesta al aire libre en correspondencia con las fuerzas de la Naturaleza en el solsticio de verano. La noche festiva estaba relacionada con creencias mágicas y se celebraba con enramadas, fuentes y hogueras.
            Pentecostés: Quincuagésima después de la Ascensión.
            Todos Santos: también los Fieles Difuntos, 1 y 2 de noviembre. Señala el final de las faenas agrícolas y se corresponde con la Fiesta de la matanza del cerdo (San Martín) en la que se preparaban las carnes embutidas, curadas, saladas o ahumadas para el invierno.

La Fiesta en la Corte

            Además de las mencionadas Fiestas de Navidad –que incluyen Año Nuevo, Pentecostés y Todos Santos y Difuntos, en torno a la Corte se celebraban como actividades festivas, banquetes, torneos y cacerías.

Torneos y formas similares

            Están documentados en la cuenca del Loira y el Mosela desde el siglo XI. N muchas ocasiones tuvieron la oposición de la iglesia por tratarse de esfuerzos fútiles que desviaban a los caballeros nobles de la actividad guerrera y de las Cruzadas. A su alrededor se llevaban a cabo juegos de cartas y dados. La festividad de Pentecostés señalaba el inicio de la temporada de torneos que terminaban antes de la Navidad. Podía haber torneos especiales de Pascua y de Todos los Santos. En un principio fue una actividad característica de las zonas de las marcas (territorios fronterizos).
            Se puede considerar que los torneos, también llamados justas, era una especie de deporte militar medieval en el cual los jóvenes caballeros, de forma individual o en grupos, entraban en combate con el propósito de mostrar su valor y destreza en el uso de las armas. El torneo se celebraba, por regla general, por invitación de un señor noble y la costumbre indicaba que quien hacia este anuncio fuera un heraldo, aunque esto no siempre se llevaba a cabo de manera tan ceremoniosa y los juglares podían ser un medio de difusión d este tipo de festejos. Antes de iniciar el torneo los participantes en la justa hacían gala de sus escudos de armas en los que se representaban su origen o hazañas legendarias que habían dado lugar a su linaje y que se comprometían a defender con valentía.  Los caballeros con estandarte eran los jefes de equipo los cuales estaban identificados por un sentido regional. Los trofeos que obtenían los ganadores eran los arneses, caballos y armas de los derrotados que podían rescatarlos mediante joyas, oro o dinero. En muchos casos los competidores tenían una relación asalariada con algún señor. En una jornada de un torneo se podían enfrentar dos bandos formados, por ejemplo, por Angevinos, Bretones, Poitou y Manceau, contra Francia, Champagne, Normandía e Inglaterra. O bien Norte contra Sur.
            El combate tenía lugar en un área abierta en la que se situaban los pabellones de los contendientes divididos por lo general en equipos que podían representar un señorío. Por lo general se combatía a caballo en grupo;  el torneo de dos caballeros justando a caballo en singular combate no existe antes dl siglo XIV. En la fiesta del torneo participan heraldo, jueces de armas, público de nobles, damas y doncellas y pueblo llano. Es después de mediados del siglo XIII que se usan las armas “corteses”: espadas y lanzas emboladas que teóricamente no hacían daño, sin embargo, estos combates no estaban exentos de peligro y en muchas ocasiones concluían con la muerte o con graves heridas de los contendientes. Los torneos estuvieron especialmente en boga durante los siglos XII, XIII y XIV, que son también los tiempos del auge de la caballería. Hacia el 1500 los cambios en los usos de la vida social y en las guerras europeas transformaron el carácter de las justas: dejaron de ser combates de la nobleza para formar parte de la pompa general de los Estados. Lógicamente el desarrollo de las armas de fuego contribuyó a convertir los torneos en un acontecimiento obsoleto.
            En buena parte de la Edad Media no podía haber una fiesta “cortés” completa sin simulacros de torneos: escaramuzas de adargas y juegos de cañas (una carrera entre varias cuadrillas de jinetes que se asaetean unas a otras con lanzas de caña, el objeto era esquivarla o desviarlas con la adarga o escudo e impactar al contrario con la propia) y el estafermo (figura giratoria que se golpeaba con la lanza y que al girar violentamente podía derribar al caballero con unas bolas de madera o sacos de arena.
            Otra actividad que podemos considerar festiva dentro del mundo caballeresco cortesano a pesar de su seriedad son los llamados pasos (combates corteses por una dama), d los cuales la literatura nos ha dejado algunos muy célebres como: “Pas del´arbe de Charlemagne”, “Pas de la joyeuse garde”, “Pas de la Belle Palerine”, “Pas de la Fontaine de Pleurs” y el “Pas du pin aux pommes d´or”. En estos encuentros, parecidos a los torneos, se combatía con un código cortés y era una forma de festejo guerrero amoroso en el cual el caballero podía llevar el velo, el tocado, la manga de su dama u otra prenda como símbolo de su vasallaje amoroso.
            En España, en tiempos de Juan II y don Álvaro de Luna, el caballero don Suero de Quiñones llevo a cabo un “passo honroso” entre el 10 de julio y el 9 de agosto de 1434 en el pueblo del Hospital de Órbigo entre León y Astorga. El “passo honroso” fue un combate caballeresco en el cual don Suero, enamorado de doña Leonor de Tovar, por la cual había prometido que todos los jueves del año llevaría una argolla al cuello, símbolo de esclavitud, y sólo sería liberado de esta promesa al romper trescientas lanzas con cuanto caballero cruzase por el camino a la salida del Hospital de Órbigo. En el encuentro murió el caballero Asbert de Claramunt y don Suero llevó el lazo azul símbolo de fidelidad a Santiago de Compostela.
            Esta actividad inicia una tradición alegórica y en ella aparece el código de colores de gran presencia en la literatura en el cual, por ejemplo, el color leonado simbolizaba dominio; el leonado oscuro: aflicción; el verde claro: esperanza naciente; el verde oscuro: esperanza perdida y el azul: fidelidad.

La cacería

            La cacería no era sólo una forma de conseguir alimentos o una práctica que hoy podríamos llamar deportiva sino que tenía una componente festiva. Era una forma de reunión y de celebración de la nobleza cortesana en la cual se ponía de manifiesto en unos casos la habilidad del caballero con las armas, en otros su valor y en unos más era una cuestión de prestigio y estatus. Había varios tipos y técnicas de caza. La más noble era la que se realizaba por medio de aves y es conocida como cetrería, en la cual se podían usar distintas especies de aves, entre ellas: gerifalte, sacre, neblí, baharí, montano, borní, alfaneque, tagarote, azor, aleto, gavilán, esmerejón, alcotán y cernícalo.
            Por el contrario la montería era una forma de cacería más agresiva y de más arrojo y fuerza. Es básicamente la caza del jabalí con lanza y venablos o de ciervos con perros y lanzas.

Los juegos

            En torno a la corte también se desarrollan otras actividades de ingenio o de azar que tienen un sentido recreativo y que son los juegos de salón entre los que destaca el Ajedrez que tiene su origen en la India y llegó a Europa entre los años 700 y 900, a través de la conquista de España por el Islam. Durante la Edad Media donde más se practicó fue en España e Italia de acuerdo con las reglas árabes (descritas en diversos tratados de los que fue traductor Alfonso X el Sabio), los Dados, los juegos de cartas: francesa y española (de origen hindú), las Tablas (antepasado del backgamon), el “tres en línea” y las Damas, que se originó en el siglo XII, probablemente en el sur de Francia.

EL VESTIDO

Durante la Edad Media, quizá más que en otras épocas, el vestido expresa claramente el nivel social de quien lo usa y tiene correspondencia con el sistema de valores. La literatura nos ha conservado muchos ejemplos de la apariencia particular de los caballeros y cómo sus galas y armaduras, caballos y armas reflejan su personalidad y sirven para exaltar sus virtudes e incluso para recordar sus hazañas. Lo mismo se podría decir de aquellos caballeros antagónicos de los héroes, que representan en muchas ocasiones los antivalores de la caballería y por lo tanto su desmesura y apariencia horrible o tenebrosa corresponden y representan lo negativo de sus actitudes.
            Por ejemplo, el vestido de sir Gauvain es muestra del refinamiento y cortesía de este caballero más que de su valor guerrero o capacidad con las armas: “Gauvain, se calzó espuelas de oro sobre las calzas cortas de seda muy ricamente bordadas; las bragas blanquísimas y muy suaves; la camisa de lino, algo corta y amplia, llena de pequeños pliegues, y se colocó sobre los hombros un manto forrado de piel de veros: muy ricamente se atavió.” (El caballero de la espada, ed. Riquer, 3-4).
            Pero en la vida real medieval existieron los ricos atavíos mencionados en las novelas, baste recordar, por ejemplo, los ropajes que mandó hacer Leonor de Aquitania para que usara su hijo, el rey Ricardo, Corazón de León, tan cortés y refinado como apasionado y valiente, en su boda con Berenguela de Navarra: “una túnica de brocado de seda rosa, bordada de medias lunas de plata, un sombrero escarlata con plumas de ave sujetas por un broche de oro, un tahalí de seda del que pendía la vaina de oro y plata de sus espada.” (Pernoud, Leonor de Aquitania, 198).
            Este lujo y elegancia puede contrastarse con el que pudo vestir en vida el escribano del Parlamento de París y rico canónigo de Notre Dame, Nicolás de Blaye (muerto en 1419), quien al morir dejó en su guardarropa, entre otras muchas prendas: una hopalanda violeta pardo forrada de vero fino, con caperuza de cofia corta de forro igual, una hopalanda corta verde pardo forrada de pluma negra y un gran abrigo bermellón de Bruselas abierto por un lado y forrado de vero fino con caperuza del mismo forro. (Favier, Francois Villon, 80). Este era un lujo que va mucho más sobre las prendas de abrigo, los forros, etc., a fin de cuentas un lujo más burgués, lógico en quien no tiene que cortejar a las damas, ni demostrar su cortesía, valor o habilidad guerrera.
            Obviamente, si así era con el vestido de los caballeros, con el de las damas era especialmente importante pues como dijo Guibert de Nogent: “La belleza de la mujer un espejo directo e inmediato, aunque imperfecto y perecedero, de la infinita e inmutable belleza de Dios” (Pernoud, La mujer en el tiempo de las catedrales, 113). Ejemplo de esta importancia se encuentra en el vestido que obsequió Luis I de Anjou a su esposa la duquesa María hacia 1374 que era “todo de terciopelo violeta, bordado de arbolitos, cada uno de los cuales tiene tres hojas de oro […] los tallos de esos arbolitos y sus ramas, tres en cada árbol, están bordados con perlas bastante grandes […] estos arbolitos salen de un terreno verde bordado con diferentes sedas o hilos de oro […] en la punta de cada rama hay tres perlas en trébol, y bajo ellas una piedrecita de vidrio rojo engastada […]” (Pernoud, La mujer en el tiempo de las catedrales, 105).
            La moda o difusión y predominio de un modelo determinado de vestir ya era un fenómeno conocido en la Edad Media que implicaba a las figuras destacadas de la sociedad y así, quizá fue la misma Leonor de Aquitania quien introdujo una de las modas más conocidas de aquel tiempo: “la de los vestidos de mangas largas, que a veces llegaban al suelo y se abrían sobre un forro de seda para dejar libre el antebrazo, ceñido estrechamente, de raso claro, poniendo de relieve la finura de la muñeca” (Pernaud, Leonor de Aquitania, 55). Pero durante la Edad Media al parejo con la moda surgieron los ordenamientos que limitaban y codificaban la expresión social del vestuario por razones morales o de decoro: “ninguna rica hembra u otra mujer en la ciudad de Bolonia en los pueblos y en todo el territorio se atreva […] a vestir pieles y cualquier traje que tenga una cola por el suelo más larga que tres cuartos de brazo.” (Estatutos boloñeses de finales del siglo XIII. Fumagalli, Solitudo Carnis, 73).
            Los colores de la ropa también eran significativos de un nivel social o grupo, así, en España, las cortes de 1252 prohíben a los moros usar “paños bermejos, verdes y sanguíneos”, pero este tipo de prohibiciones no se limitaban a aquellos que eran ajenos al grupo social dominante pues por su parte los clérigos no podían usar colores vivos y los escuderos tenían prohibido vestir de color verde, morado, naranja, rosado, sanguíneo y tinto. Tal vez por facilidad técnica los colores populares de paño durante la Edad Media fueron el cárdeno (amoratado azulado), el verde y el conocido como tinto (rojo muy oscuro). Por su parte, el verde sobresalía en los paños flamencos y el verde oscuro fue muy apreciado y utilizado por los reyes.
            El tinte o colorante más apreciado es la grana, extraída desde la Antigüedad de un molusco (después del siglo XV, substituido por la cochinilla americana) de color rojo intenso, después fue importante la gualda, planta mucho más abundante que teñía de un color amarillo brillante y en combinación daba incluso azules. El negro intenso también fue apreciado. Otro colorante muy difundido fue el índigo que teñía de azul.
            La lana fue el material más usado para las telas en forma de paño y sarga. La seda, principalmente como brocado y después tafetas y cendal, fue siempre una tela de lujo, primero era traída de Oriente y Persia. Más tarde los árabes introducen el “gusano de seda” en España y Sicilia, iniciando la producción local de este tipo de telas. Completan el panorama textil medieval el famoso lino de tanto de Flandes, como de cambrai y el algodón egipcio. Como elemento fundamental de abrigo, las pieles de castor, zorro, ardilla, marta, marta cebellina, visón y armiño.
            El vestido medieval estaba constituido por las siguientes piezas:
            Prendas interiores: camisa (especie de camisón cuya tela, para el siglo XV ya era muy fina y con bordados e incluso encajes) y bragas o calzones que en el siglo XV con la moda de las calzas, eran muy pequeñas, pues en épocas anteriores estas prendas cubrían parte de los muslos.
            Sobre estas prendas se colocaban las calzas (parte inferior del cuerpo) y el jubón (parte superior) que eran prendas forradas y muy ajustadas, poco flexibles y unidas por agujetas con puntas metálicas o de cuero. Un hombre en calzas y jubón se consideraba “desnudo”.
            Los jubones se forraban con varios lienzos, los llamados “jubones fornidos” iban forrados con algodón o borra. Como las mangas y el cuello sobresalían de las prendas que cubrían, se hacían con una tela distinta y mejor y de otro color. El cuello era tieso y duro, con varias telas pespunteadas y engrudo.
            Las calzas eran de paño (tela de lana muy tupida y con el pelo más corto cuanto más fino es el tejido. Los de mejor calidad procedían de Flandes y de Brabante, también eran famosos los paños de Arras y Brujas), cordellate (tejido basto de lana cuya trama forma cordoncillo, que se elaboraba en Murcia y Valencia, pero también en Londres) o estameña (tejido de lana sencillo hecho de estambre). Las calzas, según las épocas cubrían el muslo y la pierna si eran ceñidas, y el muslo solamente si eran holgadas. Se trata de las “medias calzas” de las que deriva el nombre posterior que llega hasta nuestros días de “medias”.
Después venían las prendas para vestir a cuerpo: prendas cortas, que no cubrían las piernas y sayos como faldas largas abiertos en el frente o por los costados para poder cabalgar. El traje corto era más apropiado para jóvenes, pero también se usaba, independientemente de la edad cuando los caballeros iban armados. Las prendas cortas podían ser entalladas o plegadas y recibían los nombres de ropa, ropilla, ropeta, jaqueta y sayuelo.
            El sayo era un traje entallado a la cintura y ajustado al torso con falda larga (podía llegar desde la rodilla hasta el suelo, en cuyo caso recibían el nombre de sayones) que se ponía sobre el jubón.
            Los trajes de encima: los que permitían capa y las ropas de cubrir, que no permitían nada encima. Eran la “ropa” (“ropones) cuando llegaban al suelo), sayo holgado que se ajustaba a la cintura con el cinturón y podían forrarse de piel, que si era de cordero recibían el nombre de zamarros , y cuando estaban abiertas por delante de arriba abajo se les llamó balandranes (en los siglos XVI y XVII este nombre indicará específicamente la ropa de los letrados).
            El paletoque prenda formada por dos piezas de tela unidas por los hombros de las cuales una caía al frente y otra por detrás (como un escapulario), las mangas, podía tenerlas o no, eran anchas y trapezoidales. Cuando era corta (como la de los heraldos) recibía el nombre de jornea o huca.
            Entre la población rural el equivalente del paletoque era el capote que añadía una “capilla” o capuchón para protegerse de la lluvia o el “capotín” que era un capote con mangas.
            Entre las ropas de cubrir también se cuentan el capuz y el tabardo, especie de manto de amplias capas, muchas veces peludas con capucha o con mangas meramente decorativas ya que los brazos se sacaban por dos aberturas laterales. También era muy usado el gabán, un traje holgado con mangas y capuchón.
            En la época cuando se trataba de prendas de corte sencillo sin mangas se refieren a la prenda femenina como manto y a la masculina como capa.
            La cabeza se cubría por lo general con bonetes (más bien como adorno que se podía llevar junto con el sombrero y estaba hecho casi siempre de lana, aunque también los había de telas finas como seda o terciopelo) también existía la galota, bonete con dos puntas para proteger las orejas, sombreros (para proteger del agua y del sol) caracterizados por tener “ruedo”, “ala” y adornos de borlas, plumas, etc., tocas (tela que se podía usar a modo de turbante sobre la cabeza) y capirotes (el conocido cucurucho rematado en punta de las damas) una variedad de los cuales era el papahígo (capuchón con una abertura para el óvalo de la cara.
            Los zapatos podían ser cerrados, abiertos, abotinados, con cuerdas o con borlas. Básicamente había dos tipos de calzado:
            Calzados altos: borcehuíes (hechos de badana o de cuero ligero teñido de colores, una especie de funda para las piernas y pies que admitía un segundo calzado), botas (las cuales de los anteriores se diferenciaban en que no eran tan flexibles, pero más resistentes) y estivales  (un tipo de botas más amplias).
            Calzados sin talón: los cuales se llevaban conjuntamente con zapatos y calzados altos: galochas (sin punta y sin talón con suela de hueso o de madera arqueada), alcorques (con suela de corcho los cuales fueron muy populares y solían forrarse de terciopelo o seda), pantufos (sin talón pero con punta) y chinelas (calzado ligero con suela delgada de cuero).

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González, Aurelio, “Instituciones y estructuras medievales”, en Aurelio González y María Teresa Miaja de la Peña, Introducción a la cultura medieval, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2005.

           


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