miércoles, 18 de abril de 2018


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JUDAÍSMO



JUDAÍSMO
Una boda judía

Lo importante es el contrato matrimonial ketuba, que el rabino comenta y que contiene los deberes tradicionales del marido para con su esposa. La boda se celebra bajo el suntuoso palio nupcial, la jupá, en su origen una tienda transportable que servía de “alcoba matrimonial” (Sal 19,6) y en la que se celebraban las bodas. El rabino entona primero la antigua bendición de la copa de vino. El novio y la novia beben un sorbo de la copa común.

            Sigue el elemento central de la ceremonia. Ambos intercambian los anillos y pronuncian la promesa matrimonial.

El novio: con este anillo me eres consagrada como esposa, conforme a la ley de Moisés y del pueblo de Israel.
La novia: Soy de mi amado, y mi amado es mío. Este anillo es un símbolo de que eres mi marido y un signo de mi amor y mi respeto.

El matrimonio sólo es válido si el novio ha comprado él mismo el anillo.



El rabino repite el compromiso matrimonial del esposo y de la esposa. Los novios, añade, han prometido contribuir a la perpetuación del judaísmo y del pueblo judío, en el hogar, en la vida familiar y en todo lo que emprendan en común. Después, la ratificación solemne: “Así pues, este matrimonio ha sido contraído en el día de hoy y confirmado ante testigos según la ley del Estado de…. Y según la tradición judía.”
            Al final se le pone al novio y a la novia el chal de rezos talit, un regalo que le hacen los suegros al novio para ese día. Y sigue la bendición final: “Dios os bendiga y os proteja”. Y les dé el don más precioso, Shalom, paz en un mundo de paz.
            Tradicionalmente, la fiesta termina con la ruptura de la copa, aquí envuelta en un paño; en su origen era tal vez para ahuyentar a los malos espíritus, pero hoy se entiende como símbolo de la destrucción del templo: un recuerdo incluso en esa hora tan llena de alegría.
            Así pues, según la concepción judía, el matrimonio se entiende muy esencialmente, como institución para la perpetuación del judaísmo y del pueblo judío. En la sociedad pluricultural del hoy, ese pueblo tan pequeño se considera más en peligro que otros debido a los numerosos matrimonios mixtos y también, con frecuencia, a la apostasía. ¿Pero es necesaria la fe judía para ser judío?
            Según la concepción ortodoxa, es judío quien ha nacido de madre judía o se ha convertido al judaísmo. Sin embargo, esa definición no resuelve en modo alguno el enigma del judaísmo. No es una raza, pero ¿Qué es entonces?


·         Los judíos tienen un Estado y, en su mayoría, no son ciudadanos de él.

Son y no son un pueblo, son y no son una comunidad lingüística, son y no son una comunidad religiosa.


Vestimenta judía

Sólo una minoría, que muchas veces recibe el nombre de hasidim, “piadosos”, puede ser reconocida exteriormente como judía. Caftán, sombrero, barba, tirabuzones en las sienes son los signos de los judíos ortodoxos: de los fieles a la ley, fieles a la torá; sus mujeres se cubren el cabello natural con sombrero, pañuelo o peluca. No sólo son fieles a la “torá escrita”, a los cinco libros del Pentateuco, sino también a la torá oral, a todo lo que se considera vinculante en los comentarios de los rabinos.
            Los judíos no ortodoxos, en cambio, se cubren la cabeza con la kipa todo lo más en algún contexto religioso: siempre que se pronuncia el nombre de Dios, como signo de respeto y reverencia. No ven por qué, en la ajetreada vida diaria del mundo moderno actual, han de llevar, como los hasidim, un ropaje que data de la Polonia del siglo XVII, en especial el sombrero negro o  el casquete. Durante muchos siglos la mayoría de los judíos no llevaban ninguna ropa que los distinguiera de los demás.

Patria del pueblo judío

Fue ya desde muy temprano Canaán. En un país de tránsito, una estrecha franja en el cruce de caminos entre el Mediterráneo al oeste y el desierto sirio-arábigo al este. Al sur, Egipto, la gran potencia, y al norte la potencia rival, Mesopotamia. Es un país de desiertos, montes y pocas llanuras fértiles.
            Pero las grandes religiones del Nilo y las del Éufrates y el Tigris desaparecieron hace más de 2 000 años; en los grandes museos del mundo admiramos sus magníficos legados.

Un pueblo que no ha existido siempre


Al principio esas historias sencillísimas en torno a figuras como Abraham, Isaac y Jacob se trasmitían sólo de palabra. Y su contenido histórico es tan comprensible, o tan poco comprobable, como lo pueden ser los poemas épicos de Homero, la canción de Roldán, la saga de Guillermo Tell, etc. Ninguno de esos relatos es biografía, pero tampoco pura invención. Son sagas.
            Las sagas se caracterizan por su brevedad, por su sencillez y por su concentración en torno a pocos personajes. Por lo general tienen un núcleo histórico, aunque éste sea difícil de datar. Y tienen un fundamento histórico: precisamente a través de esos relatos bíblicos sobre los patriarcas se traslucen las condiciones socioculturales, el “sitio en la vida” Sitz im Leben, que debieron imperar en Palestina en los aproximadamente 500 años que median entre 1900 y 1400 a.C. Las conocemos por fuentes extrabíblicas, como Sinuhé el egipcio, que vivió allí, 20 siglos a.C., entre seminómadas. Esas sagas, con onomásticos frecuentes en las lenguas semíticas occidentales, encontraron su expresión escrita en el primer libro de la Biblia, el libro del Génesis. Éste fue confeccionado a partir de distintas fuentes orales, en un proceso de formación que abarcaría unos cinco siglos.
            La primera mención histórica del nombre de Israel aparece en la llamada estela de Israel del faraón Amenofis III, de la XVIII dinastía, siglo XIV a.C.

Abraham, un inmigrante

La tradición dice lo siguiente: Abraham emigró de Mesopotamia, el país de las torres, con su familia de pastores nómadas de ganado menor, como las que se ven hoy por todas partes en el Oriente Próximo: de Ur, la rica ciudad de Mesopotamia meridional, con el templo escalonado en altura zigurat consagrado a Sin, el dios de la luna.
            Según la tradición, Abraham se dirigió con su familia a la ciudad de Harán, en el norte de Mesopotamia, junto al gran recodo del Éufrates. Desde allí, a Palestina, que entonces estaba habitada por los cananeos. Así pues, Abraham no fue habitante autóctono desde el principio, sino un inmigrante que siguió siendo “forastero” hasta que murió a edad avanzada. Abraham pudo haber vivido en su época como los beduinos viven hoy en la periferia de las ciudades.
            Pero ¿por qué desempeña Abraham un papel fundamental no sólo en la Biblia hebrea sino también en el Nuevo Testamento e incluso en el Corán, donde es, después de Moisés, el personaje bíblico mencionado con más frecuencia? He aquí la razón: de él descienden todos; primero Isaac y Jacob, los antepasados de Israel y de Jesucristo. Pero luego también Ismael, el patriarca de los árabes y después de los musulmanes.
            Todos ellos reciben promesas de Dios. Israel se convertirá en un gran pueblo y tomará en posesión un país habitable. Ismael también se convertirá en un gran pueblo, y así Abraham será una bendición para todos los pueblos.
            Por eso, Abraham tiene una extraordinaria importancia ecuménica como patriarca del que proceden las tres grandes religiones, todas ellas de origen semítico y nacidas en el Próximo Oriente. En su tiempo, el patriarca conoció seguramente otros dioses subordinados al sumo Dios –el estricto monoteísmo excluyente se formó poco a poco a partir del henoteísmo-, pero no un dios malo que rivalizara con él ni una divinidad femenina que lo acompañara. Por eso, Abraham es, para las tres religiones, el primigenio representante del monoteísmo, el arquetipo de las religiones proféticas.
            Hay una hondísima diferencia entre la fe de Abraham y la religiosidad que encontramos en las religiones unitarias místicas de la India o en las religiones sapienciales de China. Porque Abraham s el hombre que no distingue a Dios dentro de sí mismo como los indios, ni tampoco por encima de sí mismo, como los chinos. No, él está, él vive ante Dios y profesa a Dios una confianza incondicional e inquebrantable, es decir, fe, incluso cuando Dios parece exigirle el sacrificio de su propio hijo. Por eso, las tres religiones abrahámicas reciben también el nombre de religiones de fe.
            La única propiedad que adquirió Abraham fue, según la Biblia, una finca junto a Hebrón, para una tumba familiar. Pero la Biblia insiste en que él no tomó ese terreno con violencia, sino que negoció con los que allí residían desde hacía siglos y cuyo derecho a la tierra él reconocía por principio.
            La tumba de Abraham se enseña hasta hoy a peregrinos y turistas judíos, cristianos y musulmanes: en Hebrón Kyriat Arba. El gran monumento actual es literalmente un edificio de las tres religiones: porque sobre la tumba de Abraham fue construida una fortaleza del rey Herodes, y encima una mezquita, transformada a su vez en basílica por los cruzados.
            Pero hoy, los musulmanes y los judíos sólo pueden visitar la tumba de Abraham y de otros patriarcas a horas diferentes y por entradas diferentes. Al mediodía y por la entrada de la izquierda, convocados por el muecín, los musulmanes: para ellos, Abraham, en árabe Ibrahim, recibió la revelación originaria tal y como está escrita, sin ninguna falsificación, en el Corán. Por la tarde llegan a la entrada de la derecha los colonos judíos, bajo severa vigilancia. El pueblo de Israel reivindica la tierra de Israel; eso está basado, para ellos, en la figura de Abraham.


En todo ello se pasa fácilmente por alto lo que tienen en común judíos y musulmanes. ¿No están emparentados étnicamente judíos y musulmanes? Ambos pueblos son semitas, tienen una lengua muy parecida. Y también los cristianos ven en Abraham el modelo de su fe. Sí, él es el padre de la fe.
            Sin embargo, en el transcurso de los siglos, las tres religiones han intentado hacer de Abraham su propiedad particular:



  • ·         Los judíos han judaizado a Abraham: la bendición para los pueblos se pone en vinculación con el pueblo y la tierra de Israel; Abraham, según ellos, sólo es antepasado del pueblo judío; él cumplió hasta el menor detalle, sin haberlos aprendido, los 613 preceptos de la torá.
  • ·         Los cristianos han cristianizado a Abraham: todas las promesas que le fueron hechas se cumplieron en Jesucristo y sólo en Jesucristo.
  • ·   Los musulmanes han islamizado a Abraham: lo consideran un musulmán ejemplar, cuyo comportamiento lo distingue de judíos y cristianos; el islam es, en el fondo, la religión más antigua.


Abraham es y sigue siendo el primer testigo por excelencia, de la fe en un solo Dios, que es el mismo para judíos, cristianos y musulmanes. Así, Abraham es la primera gran figura ejemplar de esas tres religiones, que no en vano reciben el nombre de religiones abrahámicas. Porque prescindiendo también del origen común, judíos, cristianos y musulmanes tienen, una concepción básica muy similar no sólo de Dios sino también del mundo y del hombre. Y una concepción muy similar también de la historia de la humanidad y del ser humano, pues esa historia no transcurre en ciclos cósmicos sino que avanza a través de los tiempos en dirección a un fin. Una historia en la que el Dios misteriosamente invisible actúa sin cesar. Por eso el judaísmo, el cristianismo y el islam son llamadas las tres grandes religiones éticas: porque, para las tres, el hombre depende de Dios, el misericordioso -harahman; en árabe ar-rahmani- y justo. Pero al mismo tiempo, el hombre es responsable de sus propias obras, como fiel trasunto o como vicario de Dios.

El nacimiento de Israel: El Éxodo

La familia judía celebra cada año a Moisés y la salida de Egipto. En cada oración judía matutina y vespertina se pronuncia el credo primigenio de Israel: la profesión de fe en un Dios que sacó a Israel de Egipto. Pro es sobre todo el Pesaj, la fiesta de la Pascua, donde se conmemora ese hecho fundamental de la fe judía: en la última plaga enviada al faraón, el ángel del Señor hizo morir a todos los primogénitos varones de los egipcios, pero dejó vivos a los de los israelitas. La palabra pesaj significa también ese pasar de largo de Dios, ese respetar la vida por arte de Dios.
      Parece que la fiesta nómada y la fiesta campesina de las Mazot, con la que se celebraba la primera cosecha de cereal, se fusionaron en una sola, que quedó vinculada al recuerdo de la salida de Egipto.
      Pero ¿qué sucede en la cena de Pascua de una familia judía? El cabeza de familia, vestido con la túnica blanca del sumo sacerdote, pronuncia la bendición kidush “santificación”, la invocación de Dios que “ha creado el fruto de la vid y ha santificado a Israel y a los tiempos”. En el libro del Éxodo, en el relato de la salida de Egipto, se lee: “Ese día, cuéntale a tu hijo: esto es con motivo de lo que hizo conmigo el Señor cuando salí de Egipto” (13,8). Entonces el más joven de la familia hace la pregunta tradicional: “¿En qué se distingue esta noche de todas las otras noches?”. La respuesta: “Todas las otras noches comemos pan fermentado y sin fermentar, esta noche sólo sin fermentar, esta noche sólo hierbas amargas”. Esa noche hay que leer la Hagadá, el relato del Éxodo.
      El ciclo del Éxodo bíblico, es poco claro en bastantes aspectos y, desde el punto de vista histórico, hay muchas cosas controvertidas. Sólo algunas de las tribus integrarían ese grupo del Éxodo, ese ejército de Yahvé o de Moisés. Pero, aparte de lo que haya podido ocurrir históricamente, el recuerdo de que una vez, en tiempos pasados, el pueblo fue liberado de la esclavitud de Egipto es, hasta el día de hoy, fundamental para la idea que tiene de sí mismo el pueblo entero de Israel. Por eso, en el centro de la celebración de la Pascua está el relato del Éxodo leído por el padre de familia. Pues él marca el nacimiento del pueblo de Israel.
      Ya está servida la cena de Pascua: un brazo de cordero asado, un huevo, frutos de primavera y las mazot, panes que quedaron sin fermentar por lo precipitado dela huida. El acto de partir esos panes así como el vino que se ofrece recuerda a los cristianos la última cena de Jesús, de la que muchos suponen que tuvo lugar durante la celebración de la Pascua.
      Pero característico de la Pascua judía es el hecho de no sólo se comen panes sin fermentar. También se ofrecen hierbas amargas. Éstas deben recordar la amargura de la esclavitud en Egipto. Una amargura que todos ponen de manifiesto, después de haberlas comido, haciendo un gesto de repugnancia.
      Se beben cuatro copas de vino. Se llena una quinta copa pero ésta no se vacía. Es la “copa de Elías”, que alude a la esperada liberación definitiva de Israel. Por eso se abre la puerta: en cada Pascua se espera otra vez el retorno de Elías, quien precederá a la llegada de Moisés, que está delante de la puerta.

Moisés

Pero la gran figura simbólica del pueblo de Israel no es Elías sino Moisés. Él, el mensajero de Dios, caudillo del pueblo, promulgador de la ley, incluso vicario de Dios, es una figura carismática de extraordinaria complejidad. Un caudillo que irradia autoridad y que sin embargo no lucha. Un portador de la revelación que es sin embargo un ser humano con debilidades. Un fundador de un culto que, sin embargo, no ofrece personalmente sacrificios.
      Las religiones han intentado, cada una por su parte, hacer también de Moisés su propiedad exclusiva: lo han “judaizado” como rabí Moisés, “cristianizado como “arquetipo de Cristo”, “islamizado” como “precursor de Muhammad”.
      Moisés es el hombre típicamente profético, en el espíritu de una religión semítica-próximooriental de fe y esperanza. Esa religión ve en Dios un , una realidad que habla al hombre y que espera de él una respuesta, una responsabilidad. La vocación de Moisés como libertador de su pueblo sucede desde una zarza ardiente que, sin embargo, no arde. A la pregunta de quién le estaba llamando, Moisés recibió de Dios Yahvé la misteriosa respuesta: ehyeh asher ahyeh, “estoy aquí como él que estaré aquí” (Ex 3,14). Es decir: estaré con vosotros, dirigiendo, ayudando, fortaleciendo y liberando. La fe en ese Dios s el fundamento permanente del pueblo de Israel: un Dios, vivido no como déspota, como amo de sus esclavos, sino como libertador y salvador.

La Alianza del Sinaí

El actual monte Sinaí es un antiquísimo espacio cultural. Se han encontrado en él palabras grabadas en la piedra, procedentes de esclavos semitas del faraón que trabajaban en las minas de cobre y malaquita del Sinaí. Y esas inscripciones son los ejemplos más antiguos del alfabeto cananeo-fenicio –adoptado también por los griegos- de 22 letras.
      Pero, en su contenido, la tradición del Sinaí quiere expresar que se trata de una relación muy especial de Yahvé con las huestes de Yahvé. Allí está la base de esa relación especial entre Dios e Israel que posteriormente recibirá el nombre de “alianza” berit. “Seréis para mí un reino de sacerdotes y un pueblo santo” (Ex 19,6). Estamos aquí, en verdad, en el centro y en el fundamento de la religión judía. No hay fe israelita, ni Biblia hebrea, ni religión judía, sin esa profesión de fe, formulada cada vez con más claridad, sin esa “fórmula de la alianza”: “Yahvé es el Dios de Israel e Israel es su pueblo”.
      La alianza del Sinaí se entiende, a justo título, como un pacto exclusivo, vinculante para ambas partes, entre Dios y ese pueblo, pacto por el que Israel se separa claramente de los mitos naturales de las religiones politeístas de su entorno. Sin embargo, la alianza del Sinaí no debe hacer olvidar la precedente alianza más general de Abraham, que incluye también a los hijos de Ismael, y por supuesto la alianza aún más antigua, perfectamente universal, de Noé.
      Porque la alianza hecha con Noé, fue una alianza con toda la creación. Es válida para hombres y animales, para circunciso e incircuncisos, no conoce diferencia de razas, de clases  ni de castas, y ni tan siquiera de religiones. Su signo no es, como en la alianza de Abraham, la circuncisión sino el arco iris, que cubre con su bóveda toda la tierra, todos los hombres y todos los pueblos.
      Esa alianza universal ya comportó, según la Biblia, claras obligaciones para la humanidad entera, para que ésta subsistiera y no fuese destruida. A la alianza con la humanidad corresponde una ´tica para la humanidad. Ese orden de subsistencia podría considerarse una ética fundamental mínima de respeto a la vida: no asesinar y no comer la carne de animales vivos. He aquí la justificación del no matar: “Porque Dios creó al hombre a su imagen” (Gen 9,6). Si, cada hombre es, según las primeras páginas de la Biblia, “imagen y semejanza de Dios” (Gen 1,26). Y por eso, Adán, no es el primer judío, como tampoco es el primer cristiano ni el primer musulmán. Adán es simplemente “el hombre”: Adán, el arquetipo de todos los seres humanos.

Israel, al principio una comunidad tribal

No sabemos exactamente cómo se produjo la gradual ocupación del país. Como quiera que fuere, poco a poco va surgiendo una comunidad de destino de las tribus de Israel. En el siglo XII, las familias y los clanes familiares, las aldeas, las tribus de los israelitas todavía viven en una constelación general premonárquica, preestatal. Una libre federación de tribus con un orden patriarcal, con ancianos, con varios santuarios de Yahvé y un sacerdocio de Yahvé.
      Cuando hay un peligro común, aparecen salvadores carismáticos sofetim “jueces”. Pero no hay ni aparato administrativo ni ejército profesional. La primitiva organización de Israel en los primeros siglos no es un Estado sino una sociedad tribal.
      No obstante, en vista de la amenaza exterior (filisteos) y de los problemas en el interior, las tribus de Israel acaban por adoptar también una institución que ya está establecida desde hace mucho tiempo en los pequeños Estados vecinos: la monarquía. El primer rey, Saúl (1012-1004, inicia ese cambio, el paso de una organización preestatal a otra estatal. Pero Saúl fracasa en el terreno personal y en el militar.
      Fue el judío David, de Belén (1004-965), el primer compañero de lucha de Saúl, después perseguido por éste, quien hace de esa sociedad tribal un Estado. Con él, triunfa definitivamente el reino de la época monárquica. Con él comienza la historiografía propiamente dicha.
      David, un hombre con carisma, con energía y visión de futuro, fue un gran político, un gran general y un excelente organizador. Con extraordinaria firmeza y visión política consigue unir por largo tiempo los reinos del norte y del sur, Israel y Judá. Convierte en capital a Jerusalén, la ciudad conquistada a los jebuseos, y la colina de Sión n su residencia: “la ciudad de David”. Pero desde luego ni la puerta de Sión que hoy se enseña ni la torre de David provienen de aquella época.
      La nueva capital, por otra parte, apenas habría adquirido el carácter sagrado que conserva hasta hoy si David, para consolidar sabiamente su dominación, no hubier llevado a su ciudad en solemne procesión, con música y danza, un arca transportable, la sagrada “arca de Dios”, símbolo de la alianza de las tribus y de la presencia de Yahvé. Allí construye después una tienda-santuario. Y además de la administración militar y civil organiza la administración sacerdotal cananea. Sí, por obra del rey Davis, Yahvé pasa a ser una especie de divinidad oficial en Jerusalén. Por obra de David, Jerusalén se convierte para todo Israel y para todo Judá en el centro cultural, en una ciudad santa única en su género.

Los profetas, en oposición a sacerdotes y reyes

Solo setenta años después de la entronización de David, hacia el año 927, se produce una funesta división del reino. La imagen que había ofrecido el fastuoso reinado de su hijo Salomón, constructor del primer templo, había sido demasiado estridente. Salomón con toda su gloria vivía como un potentado oriental, con una gran corte (harén), con una gran actividad constructora y armamentística. Las consecuencias fueron duros trabajos forzados y empobrecimiento de las masas.
      Tras la muerte de Salomón se separa el reino septentrional de Israel, con la nueva capital Samaria, del reino meridional de Judá –con la antigua capital Jerusalén-. Y desde entonces ambos reinos coexisten como vecinos, a veces emparentados mediante alianzas matrimoniales, a veces sumidos en luchas fratricidas, hasta que primero se hunde el reino del norte, y después el del sur.
      En total, la época monárquica, con el reino primero unido y luego dividido, dura sólo 400 años. Es al mismo tiempo la época del profetismo clásico, que caracteriza de modo singular la religión israelita frente a todas las otras religiones. ¡En qué religión se levantarían tan valerosamente los profetas contra reyes y sacerdotes!
      Estamos hablando de las grandes figuras proféticas como Isaías, Jeremías o Ezequiel, que se ven a sí mismos como hijos de Dios que han recibido un llamamiento especial. Ellos reciben directamente la orden de Dios y s la transmiten al pueblo. Esos heraldos no vaticinan nada sobre un futuro lejano sino que son guardianes, amonestadores, controladores y exhortadores para el presente.
      La crítica profética, expresada siempre enérgicamente, va dirigida contra la incredulidad y la soberbia del pueblo, contra el ritualizado servicio religioso de los sacerdotes, contra la falta de equidad en la administración de justicia de los gobernantes. Pero esos profetas también anuncian la salvación para algunas personas y para el pueblo. En cualquier caso, no hacen llamamientos a guerras santas, sino que predican sin cesar contra la guerra y a favor de la paz entre los pueblos. Además de todo eso, sostienen una lucha constante para defender la fe en Dios único, que no tolera a su lado otros poderes ni otras figuras.
      Impresiona sobre todo el empeño de los profetas por implantar una ética básica: las exigencias humanas de justicia, veracidad, fidelidad, paz y amor son presentadas como exigencias del propio Dios. No hay servicio a Dios sin servicio a los hombres: esa convicción de base la debe Israel sobre todo a sus profetas. Sí, las potentes voces de los profetas siguen resonando hasta la actualidad.

Desaparición de los dos reinos y fin de la monarquía

Algunos profetas –llamados por eso profetas del infortunio- anunciaron la inminente caída de ambos reinos. Y en efecto, ya en 722 los Asirios conquistan el reino septentrional de Israel, deportan a los habitantes a Mesopotamia e instalan su propia gente en Samaria y alrededores, de forma que desde entonces vive allí una población mixta –los samaritanos- menospreciada por los judíos del reino del sur.
      Menos de un siglo y medio después, en 587-586, también es conquistado por los neobabilonios el reino meridional de Judá; Jerusalén es tomada por asalto y saqueada. El templo salomónico, junto con el arca de la alianza, es pasto de las llamas.
      El profeta Jeremías había llamado la atención sobre la inutilidad de una sublevación contra la gran potencia babilónica, pero nadie escucha sus advertencias. Es perseguido, incluso encarcelado, como reo de alta traición, durante el asedio de Jerusalén. Los babilonios lo liberan, pero los rebeldes le obligan a emigrar a Egipto, donde muere.
      Sin embargo, toda la clase dirigente israelita es deportada a Babilonia, junto con el rey, que muere allí. Había llegado el final de la monarquía davídica, el final de una era. El pueblo judío iba a perder por espacio de dos milenios y medio, la autonomía político estatal. Vienen a continuación los casi cincuenta años de gola exilio en Babilonia (586-538).

Israel, una teocracia

Desde el exilio de Babilonia, el judaísmo vive repartido entre la patria y la diáspora (dispersión). De ésta parten ahora nuevos e importantes impulsos. Porque la mayoría de los judíos sigue viviendo casi siempre fuera de su patria. No quieren retornar a ella porque se encuentran mejor en la diáspora.
      Pero ya en Babilonia se preparó el nuevo postexilio:

·         Es ahora cuando quedan establecidos, como signos distintivos de los judíos frente a otros pueblos:
1.      La circuncisión,
2.      El sabbath y
3.      Los preceptos sobre la pureza y la comida.
La circuncisión estaba muy extendida en el mundo antiguo, por ejemplo en Egipto, pero no precisamente entre los babilonios; hoy sigue siendo usual incluso en ambientes laicos judíos.
·         Es ahora cuando se compilan sistemáticamente las diversas tradiciones:
1.      Los relatos hagadá y
2.      Las leyes halajá “modo de vida”.

¿Y el poder político? Éste lo tendrán ahora durante 200 años los Persas, después Alejandro Magno y sus sucesores, finalmente los Romanos. Israel ya no posee un reino. En cambio consigue tener, después de la cautividad, un segundo templo y, vinculada a él, una completa jerarquía del templo en esa Jerusalén que ahora es considerada el único centro del culto. En ese segundo templo ya no está el arca de la alianza. Pero sí hay algo nuevo, un gran candelabro de siete brazos menorah que pasa a ser un importante motivo del arte figurativo religioso judío y, desde 1948, el emblema del nuevo Estado de Israel.
            El judaísmo pasa a ser una religión del libro con un canon muy preciso de escritos. Ese canon consta de:

·         Ley/preceptos tora,
·         Profetas newiim y de
·         Escritores ketuwim
Todos los cuales forman juntos la Biblia hebrea (conforme a las letras iniciales de las tres partes: tenaj).

            La forma de gobierno de los judíos durante la dominación de los persas, de Alejandro Magno y de los romanos era la teocracia: un gobierno de Dios, en el que, sin embargo, Dios ya no reina, como en tiempos de la monarquía, sobre el Estado, que es pagano, sino sólo sobre la comunidad de los que creen en Yahvé. Ésta la ejercen, en concreto,

  • ·         por un lado el sacerdocio –hierocracia de una Gran Asamblea o Sanedrín y de un sumo sacerdote-
  • ·         por otro lado la Ley de Dios nemocracia.

La destrucción de Jerusalén y el Templo

Pero los zelotes querían conseguir de nuevo, frente a una gran potencia como Roma y mediante una revolución de todo el pueblo, la independencia nacional de Israel, que había sido alcanzada en el siglo II a.C. bajo los Macabeos. Las ideas revolucionarias de los zelotes prosperaron gracias a la esperanza apocalíptica en el reino mesiánico, muy generalizada. Pero el Apocalipsis tiene lugar de una manera distinta a la que ellos esperan:
·         Los judíos pierden la primera guerra judeo-romana (66-70). Resultado: unos 600 mil judíos muertos, Jerusalén asolada, el templo reducido a cenizas, la menorah llevada en triunfo por Tito a través de Roma, reproducida allí en su arco de triunfo, pero desaparecida después del ataque de los vándalos.
·         Los judíos pierden también la segunda guerra judeo-romana (132-135). El resultado es igual: 850 mil judíos muertos, Jerusalén arrasada, todos los judíos obligados bajo pena de muerte a abandonar el país. Se construye incluso una nueva ciudad helenística consagrada a Júpiter Capitolino: Aelia Capitolina en lugar de Jerusalén. La teocracia ha llegado a su definitivo final.
La religión fue la que dio al pueblo  sin patria una nueva patria espiritual. Para los judíos ortodoxos es importante hasta hoy lo siguiente:

·         El altar destruido es sustituido por los rollos de la torá, y el culto en el templo, por la oración, las buenas obras y el estudio de la torá.
·         El sacerdocio hereditario es sustituido por los intérpretes de la ley, los rabinos, y la dignidad hereditaria de sacerdotes y levitas, por la dignidad del rabino adquirida mediante doctos estudios.

Las mujeres habían tenido gran importancia como madres de familia y profetisas. Sin embargo, ahora están subordinadas en muchos aspectos a los hombres y separadas de ellos en la oración y durante el culto. No obstante, el hombre y la mujer son iguales ante Dios. Ambos pueden meter en las hendiduras del muro occidental del templo sus peticiones escritas.
            En lugar del templo de Jerusalén aparecen ahora por doquier las “sinagogas”: un nuevo tipo de asambleas, rezos y actividades de la comunidad. Se difundieron por Palestina, Babilonia, África del Norte y Europa.

LA EDAD MEDIA JUDÍA

Torá, rabinos, sinagogas: estos son los pilares de la larga Edad Media judía, que comienza ya en el siglo I-II y se prolongará hasta el siglo XVIII. El judaísmo que toma cuerpo antes y después de la destrucción del segundo templo en el año 70 estaba completamente consolidado hacia el año 600. La esperanza mesiánica está ahora vinculada a la estricta obediencia a la ley con sus 613 preceptos mizvot.

La pertenencia a la nación queda ahora pospuesta a la pureza ritual-moral frente a todas las naciones, de las que los judíos se aíslan más que nunca. De eso se encarga ya de por sí la exigencia de la comida ritualmente pura kosher. Se añade a ello la vieja prohibición de la carne de cerdo y de ingerir a la vez, en la misma comida, productos de leche y carne. Al principio los propios judíos consideraron muy oportuno vivir en un barrio propio gueto. Allí estudian y discuten juntos en la sinagoga. Estudiar se convierte en finalidad de la vida; leer las escrituras y los comentarios.
            Resumiendo: tras la destrucción del segundo templo y la desaparición del sistema teocrático, aparece un nuevo sistema rabínico-sinagogal para esa Edad Media judía que no fue interrumpida por ninguna Reforma y que no terminaría hasta la llegada de la Ilustración moderna. En los primeros siglos, el centro del judaísmo es otra vez Babilonia, hasta que la invasión de los mongoles puso fin al califato de Bagdad en 1258. Entre los siglos VIII y IX hay un auge del judaísmo en España, bajo los califas de Córdoba. Y, por último, otro periodo de florecimiento en los siglos X-XI en Europa central, sobre todo en Alemania.

El judaísmo ortodoxo

Los judíos están ahora obligados a vivir en el gueto. Y para esa vida son importantes dos cosas:
1.      Los rabinos, los doctores de la ley, son ahora el poder dominante en el judaísmo. Y lo son exclusivamente los de la corriente piadosa=farisaica, por ser el único grupo intrajudaico que sobrevivió a las catástrofes de los años 70 y 135. La forma de vida segregada-farisaica pasa a ser la forma de vida rabínica por excelencia. Y el rabí se convierte en norma y modelo de la comunidad de fieles.
  •       Los rabinos son los que comentan incesantemente la torá –el Pentateuco o cinco libros de Moisés-
  •       Durante el servicio religioso, la torá es venerada como una reina, vestida de seda, con adornos y corona de plata. Cada sábado se lee una cincuentaicuatroava parte, para que en un año se haya oído toda la torá.


            Así durante los primeros siglos posteriores, junto a la primitiva torá escrita, bíblica, aparece otra oral: primero la mishná, que abarca toda la ley religiosa de la tradición oral, la halajá, y después la gemará, que comenta por su parte la mishná. Ambas forman juntas el Talmud.
            El judaísmo rabínico se interesa menos por la fe correcta ortodoxia, que por un obrar correcto ortopraxia, acorde a la ley. El gran número de preceptos y de prohibiciones de la torá, escrita y oral, deben ser cumplidos forzosamente por ser revelación divina: el descanso del sabbath y los preceptos sobre la pureza y la comida, así como los relativos a la oración y al servicio religioso.

Doctrina esotérica judía: LA CÁBALA

Los sufrimientos y el estado de ánimo son en gran parte responsables de que las masas de judíos, sobre todo después de la expulsión de España en 1492, se entreguen al estudio d la doctrina esotérica o cábala. Es una forma judía de tiempo atrás, de la gnosis, que aspira a conocer los secretos de la divinidad. Pues estos son el auténtico contenido de la torá. Es más; algunos cabalistas tratan incluso de llevar hasta el éxtasis, al estado de gozo de la plenitud de Dios. El movimiento cabalista alcanza su apogeo entre los siglos XIV y XVII y adquiere cada vez más rasgos mesiánicos. Pero fue precisamente la vinculación con el mesianismo judío lo que contribuyó en gran medida a su hundimiento. Porque dos pseudomesias consecutivos que tuvieron muchísimos adeptos acabaron convirtiéndose al islam. Así, la cábala no llegó a crear un nuevo paradigma propio en el judaísmo.
            Lo que aún queda de piedad cabalística se concentra, en los hasidim los piadosos, de Europa oriental. Los hasidim están desengañados del seco rabinismo y consideran la oración y la unión con Dios en la vida diaria más importante que el aburrido estudio de la torá. Por eso profesan una religiosidad más sentimental, de fervor y alegría, acompañada a menudo de éxtasis, milagros y visiones. Hasta hoy están muy generalizadas entre los hasidim las ceremonias alegres y ruidosas en sinagogas propias y una oración o meditativa que se dirige con frecuencia a las letras de la Biblia. En todo ello tienen también una importante función las personas que han sufrido y se han salvado, los justos y santos.

Ilustración judía: MOSES MENDELSSOHN

Precisamente ese judaísmo “piadoso” medieval se enfrenta al desafío de la modernidad europea, que comienza, pujante, en el siglo XVII con la renovación de la filosofía, de la ciencia y de la concepción del Estado. Sin duda, se hace notar en Europa occidental y central más que en el este de Europa, más retrasado éste en lo político y lo social.
            Desde el principio, los judíos son parte activa de esta modernidad, colaborando en el establecimiento de la economía colonial moderna, en el desarrollo de un moderno sistema europeo económico y financiero, en la realización práctica del Estado moderno y también en la fundamentación de una filosofía racional moderna. Sin embargo, la expulsión de la sinagoga de Amsterdam en 1656 del joven filósofo Baruch Spinoza, precursor de la crítica moderna de la Biblia y representante de un nuevo concepto universal de Dios, es sintomático de la crisis de la ortodoxia judía.
            En el siglo XVIII, aparece por fin un hombre que puede reivindicar, ajusto título, su doble pertenencia al judaísmo y a la modernidad: es el filósofo, escritor y crítico Moses Mendelssohn, que se convierte en el iniciador, en el símbolo y el ídolo de la forma específica judía de la Ilustración haskala. Ésta irradia desde Berlín hasta el centro y nordeste de Europa. Memdelssohn es el primer judío realmente moderno. Con tanta prudencia como apasionamiento, defiende el judaísmo como la religión de la razón, que él trata de asociar con una fiel observancia de los deberes y ritos tradicionales judíos.
            Así, con su ilustrada filosofía judía de la religión y empleando el idioma alemán, Moses Mendelssohn prepara la integración de los judíos en la sociedad alemana; es más, él encara en su persona tal integración. Fomenta la incorporación de la cultura occidental al judaísmo y aboga porque en las escuelas los jóvenes judíos estudien materias de cultura general. Mendelssohn es amigo de Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) y sirve de modelo para su Natán el sabio.
            Mendelssohn escribe para Lessing una apología póstuma que lleva a término pocos días antes de su muerte en 1786. Tres años después llega por fin el cambio político: pero no en Berlín sino en París.

La salida del Gueto

La revolución francesa aporta a los judíos el ilimitado derecho de ciudadanía: será el modelo para toda Europa. El ilimitado derecho de ciudadanía concedido por decisión parlamentaria no vale para los judíos en cuanto comunidad religiosa, pero si en cuanto ciudadanos individuales.
            Esto ratifica después Napoleón, que convoca un Grand Sanhédrin y consigue imponer con su ejército, al principio también en Alemania, el Código Civil llamado de Napoleón. Allí se daría la tercera fructífera interacción en la historia universal –después de la judeo-helenística en Alejandría y de la judeo-musulmana en España entre la cultura judía y otra cultura ajena. Y por fin, con la entrada en Roma del ejército de liberación italiano caen también los muros del gueto de los Estados Pontificios: en 1870, inmediatamente después de la definición de la infalibilidad del Papa.
            Solo en el este de Europa la Ilustración es aún ajena a las masas, que siguen la influencia del hasidismo. Eso iba a acarrear, debido a progromos “matanzas” en Ruso y a medidas coercitivas en Rusia, Rumania y Polonia, nuevas migraciones de judíos: esta vez de nuevo hacia el oeste, a Europa occidental y, finalmente, a Estados Unidos.
            Por tanto, desde el siglo XIX los judíos están plenamente confrontados con el espíritu de la modernidad. Es precisamente en Alemania donde tiene lugar el gran debate por la reforma del judaísmo. El antiguo movimiento judío de retorno a la Biblia de los caraítas –kara´im, leer, muy difundido entre los siglos IX y XII, no había logrado triunfar, con su riguroso ascetismo, sobre el estado rabínico: no llegó a haber una Reforma judía que hubiera podido ser la condición previa para una Ilustración judía. Pero ahora sucede lo contrario, la Ilustración racional es la condición previa para una reforma religiosa del judaísmo: nace una ciencia histórico-crítica del judaísmo, y los estudiantes judíos se incorporan en masa a las profesiones liberales que ahora se les permite ejercer, como la abogacía y la medicina; al funcionariado siguen sin tener acceso.

El debate de las tendencias

Precisamente en Estados Unidos aparecen, como ya antes en Alemania, fuertes corrientes opuestas: un judaísmo ortodoxo, uno secularizado y, mediando entre ambos, uno conservador.

Actualmente hay que distinguir cuatro grandes grupos:

1.      Los ortodoxos, los guardianes de la tradición, que consideran revelados por Dios todos los preceptos religiosos y por eso sostienen que la práctica religiosa es inmutable. Muchos de esos ortodoxos –sobre todo los que proceden del este de Europa- siguen viviendo espiritualmente en la Edad Media y todavía hoy van por las calles de Nueva York, de Londres y Berlín vestidos como la población rural polaca dl siglo XVII.

2.      Los reformadores o liberales, que están perfectamente integrados en la modernidad: el judaísmo reformado quiere reconciliarse con la modernidad. Considera fundamental el mensaje de los profetas. Por eso rechaza muchas tradiciones arcaicas y lleva a cabo profundos cambios en el servicio religioso y en la forma de vida. No solo toman de los cristianos la homilía, el púlpito, la sotana, el órgano, el coro. Tampoco exigen que los hombres se cubran la cabeza, y las mujeres pueden ordenarse rabinas.

3.      Los conservadores, que tratan de unir ortodoxia y espíritu ilustrado. Esos judíos conservadores son receptivos frente a la modernidad, pero al mismo tiempo quieren conservar la práctica religiosa tradicional y en especial la lengua hebrea en el culto. Aceptan y consideran positivos los retos espirituales y materiales de la modernidad, pero no quieren renunciar a la tradición sino continuar con ella.

4.      Los no religiosos: en Alemania y en Europa oriental, en Estados Unidos al principio. No quieren pertenecer a ninguna sinagoga, no quieren saber nada de prácticas religiosas y celebran las fiestas en el mejor de los casos por tradición: socialistas, agnósticos, ateos, más tarde sionistas. Sienten aversión por la ortodoxia rígidamente legalista, han interiorizado la crítica europea de la religión, de ahí que rechacen toda religión. Su judaísmo ya no está vinculado a la fe en Dios, sino cada vez más a la fe sionista en un Estado de Israel.

Judaísmo entre secularismo y fundamentalismo

La mayor parte de los judíos hoy siguen viviendo como una minoría entre una población mayoritariamente cristiana o musulmana, dependen de ella y su gobierno y por eso necesitan, pese a todo, el diálogo. De todos modos,, muchas veces ha habido un intercambio de orden espiritual.
            En la sinagoga Beit Daniel de Tel Aviv s aspira a un judaísmo d base religiosa pero acorde con la época, arraigado en la fe del Dios uno, tal como lo expresa el Schema Israel,
Escucha Israel”: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, sólo el Señor
            Al final del servicio religioso, los rollos dela torá son enrollados, cubiertos y guardados. Anochece en Tel Aviv. Nadie sabe en este momento cual será el final del Kulturkampf entre laicos y religiosos.
            Lo único cierto es que esta gente también tiene anhelo de paz, de amistad, de amor y de una vida feliz. El judaísmo, esa religión de continuidad, vitalidad y dinamismo, encontrará sin duda, aquí y fuera de aquí, el camino hacia un futuro en el que se viva lo que afirma día tras día una de sus palabras más genuinas: Shalom, paz de Dios para el pueblo y para los pueblos.

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Küng, Hans, En busca de nuestras huellas. La dimensión espiritual de las religiones del mundo, México, Mondadori, DeBolsillo, 2ª edición, 2013.

Historia Universal, el origen de las grandes religiones, Perú, Salvat Ediciones, vol. 7, 2005.

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