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JUDAÍSMO
JUDAÍSMO
Una
boda judía
Lo importante es el
contrato matrimonial ketuba, que el rabino comenta y que
contiene los deberes tradicionales del marido para con su esposa. La boda se
celebra bajo el suntuoso palio nupcial, la jupá, en su origen una tienda transportable
que servía de “alcoba matrimonial” (Sal 19,6) y en la que se celebraban las
bodas. El rabino entona primero la antigua bendición de la copa de vino. El
novio y la novia beben un sorbo de la copa común.
Sigue el elemento central de la ceremonia. Ambos
intercambian los anillos y pronuncian la promesa matrimonial.
El novio: con este anillo me eres consagrada como
esposa, conforme a la ley de Moisés y del pueblo de Israel.
La novia: Soy de mi amado, y mi amado es mío. Este
anillo es un símbolo de que eres mi marido y un signo de mi amor y mi respeto.
El matrimonio sólo es
válido si el novio ha comprado él mismo el anillo.
El rabino repite el
compromiso matrimonial del esposo y de la esposa. Los novios, añade, han
prometido contribuir a la perpetuación del judaísmo y del pueblo judío, en el
hogar, en la vida familiar y en todo lo que emprendan en común. Después, la
ratificación solemne: “Así pues, este
matrimonio ha sido contraído en el día de hoy y confirmado ante testigos según
la ley del Estado de…. Y según la tradición judía.”
Al final se le pone al novio y a la novia el chal de
rezos talit, un regalo que le hacen los suegros al novio para ese
día. Y sigue la bendición final: “Dios os
bendiga y os proteja”. Y les dé el
don más precioso, Shalom, paz en un mundo de paz.
Tradicionalmente, la fiesta termina con la ruptura de la
copa, aquí envuelta en un paño; en su origen era tal vez para ahuyentar a los
malos espíritus, pero hoy se entiende como símbolo de la destrucción del
templo: un recuerdo incluso en esa hora tan llena de alegría.
Así pues, según la concepción judía, el matrimonio se
entiende muy esencialmente, como institución para la perpetuación del judaísmo
y del pueblo judío. En la sociedad pluricultural del hoy, ese pueblo tan
pequeño se considera más en peligro que otros debido a los numerosos
matrimonios mixtos y también, con frecuencia, a la apostasía. ¿Pero es
necesaria la fe judía para ser judío?
Según la concepción ortodoxa, es judío quien ha nacido de
madre judía o se ha convertido al judaísmo. Sin embargo, esa definición no
resuelve en modo alguno el enigma del judaísmo. No es una raza, pero ¿Qué es
entonces?
·
Los judíos tienen un Estado y, en su
mayoría, no son ciudadanos de él.
Vestimenta
judía
Sólo una minoría, que
muchas veces recibe el nombre de hasidim, “piadosos”, puede ser
reconocida exteriormente como judía. Caftán, sombrero, barba, tirabuzones en
las sienes son los signos de los judíos ortodoxos: de los fieles a la ley, fieles a la torá;
sus mujeres se cubren el cabello natural con sombrero, pañuelo o peluca. No
sólo son fieles a la “torá escrita”, a los cinco libros
del Pentateuco, sino también a la torá oral, a todo lo que se
considera vinculante en los comentarios de los rabinos.
Los judíos no ortodoxos, en cambio, se cubren la cabeza
con la kipa todo lo más en algún contexto religioso: siempre que se
pronuncia el nombre de Dios, como signo de respeto y reverencia. No ven por
qué, en la ajetreada vida diaria del mundo moderno actual, han de llevar, como
los hasidim,
un ropaje que data de la Polonia del siglo XVII, en especial el sombrero negro
o el casquete. Durante muchos siglos la
mayoría de los judíos no llevaban ninguna ropa que los distinguiera de los
demás.
Patria
del pueblo judío
Fue ya desde muy
temprano Canaán. En un país de tránsito, una estrecha franja en el cruce de
caminos entre el Mediterráneo al oeste y el desierto sirio-arábigo al este. Al
sur, Egipto, la gran potencia, y al norte la potencia rival, Mesopotamia. Es un
país de desiertos, montes y pocas llanuras fértiles.
Pero las grandes religiones del Nilo y las del Éufrates y
el Tigris desaparecieron hace más de 2 000 años; en los grandes museos del mundo
admiramos sus magníficos legados.
Un
pueblo que no ha existido siempre
Al principio esas
historias sencillísimas en torno a figuras como Abraham, Isaac y Jacob se
trasmitían sólo de palabra. Y su contenido histórico es tan comprensible, o tan
poco comprobable, como lo pueden ser los poemas épicos de Homero, la canción de
Roldán, la saga de Guillermo Tell, etc. Ninguno de esos relatos es biografía,
pero tampoco pura invención. Son sagas.
Las sagas se caracterizan por su
brevedad, por su sencillez y por su concentración en torno a pocos personajes.
Por lo general tienen un núcleo histórico, aunque éste sea difícil de datar. Y
tienen un fundamento histórico: precisamente a través de esos relatos bíblicos
sobre los patriarcas se traslucen las condiciones socioculturales, el “sitio en
la vida” Sitz im Leben, que debieron imperar en Palestina en los
aproximadamente 500 años que median entre 1900 y 1400 a.C. Las conocemos por
fuentes extrabíblicas, como Sinuhé el egipcio, que vivió allí, 20 siglos a.C.,
entre seminómadas. Esas sagas, con onomásticos frecuentes en las lenguas
semíticas occidentales, encontraron su expresión escrita en el primer libro de
la Biblia, el libro del Génesis. Éste fue confeccionado a partir de distintas
fuentes orales, en un proceso de formación que abarcaría unos cinco siglos.
La primera mención histórica del nombre de Israel aparece
en la llamada estela de Israel del faraón Amenofis III, de la XVIII dinastía,
siglo XIV a.C.
Abraham,
un inmigrante
La tradición dice lo
siguiente: Abraham emigró de Mesopotamia, el país de las torres, con su familia
de pastores nómadas de ganado menor, como las que se ven hoy por todas partes
en el Oriente Próximo: de Ur, la rica ciudad de Mesopotamia meridional, con el
templo escalonado en altura zigurat consagrado a Sin, el dios de
la luna.
Según la tradición, Abraham se dirigió con su familia a
la ciudad de Harán, en el norte de Mesopotamia, junto al gran recodo del
Éufrates. Desde allí, a Palestina, que entonces estaba habitada por los
cananeos. Así pues, Abraham no fue habitante autóctono desde el principio, sino
un inmigrante que siguió siendo “forastero” hasta que murió a edad avanzada.
Abraham pudo haber vivido en su época como los beduinos viven hoy en la periferia
de las ciudades.
Pero ¿por qué desempeña Abraham un papel fundamental no
sólo en la Biblia hebrea sino también en el Nuevo Testamento e incluso en el
Corán, donde es, después de Moisés, el personaje bíblico mencionado con más
frecuencia? He aquí la razón: de él descienden todos; primero Isaac y Jacob,
los antepasados de Israel y de Jesucristo. Pero luego también Ismael, el
patriarca de los árabes y después de los musulmanes.
Todos ellos reciben promesas de Dios. Israel se
convertirá en un gran pueblo y tomará en posesión un país habitable. Ismael
también se convertirá en un gran pueblo, y así Abraham será una bendición para
todos los pueblos.
Por eso, Abraham tiene una extraordinaria importancia
ecuménica como patriarca del que proceden las tres grandes religiones, todas
ellas de origen semítico y nacidas en el Próximo Oriente. En su tiempo, el
patriarca conoció seguramente otros dioses subordinados al sumo Dios –el estricto monoteísmo excluyente se formó
poco a poco a partir del henoteísmo-, pero no un dios malo que rivalizara
con él ni una divinidad femenina que lo acompañara. Por eso, Abraham es, para
las tres religiones, el primigenio representante del monoteísmo, el arquetipo
de las religiones proféticas.
Hay una hondísima diferencia entre la fe de Abraham y la
religiosidad que encontramos en las religiones unitarias místicas de la India o
en las religiones sapienciales de China. Porque Abraham s el hombre que no
distingue a Dios dentro de sí mismo
como los indios, ni tampoco por encima de
sí mismo, como los chinos. No, él está, él vive ante Dios y profesa a Dios una confianza incondicional e
inquebrantable, es decir, fe, incluso cuando Dios parece
exigirle el sacrificio de su propio hijo. Por eso, las tres religiones
abrahámicas reciben también el nombre de religiones de fe.
La única propiedad que adquirió Abraham fue, según la
Biblia, una finca junto a Hebrón, para una tumba familiar. Pero la Biblia
insiste en que él no tomó ese terreno con violencia, sino que negoció con los
que allí residían desde hacía siglos y cuyo derecho a la tierra él reconocía
por principio.
La tumba de Abraham se enseña hasta hoy a peregrinos y
turistas judíos, cristianos y musulmanes: en Hebrón Kyriat Arba. El gran
monumento actual es literalmente un edificio de las tres religiones: porque
sobre la tumba de Abraham fue construida una fortaleza del rey Herodes, y
encima una mezquita, transformada a su vez en basílica por los cruzados.
Pero hoy, los musulmanes y los judíos sólo pueden visitar
la tumba de Abraham y de otros patriarcas a horas diferentes y por entradas
diferentes. Al mediodía y por la entrada de la izquierda, convocados por el
muecín, los musulmanes: para ellos, Abraham, en árabe Ibrahim, recibió la
revelación originaria tal y como está escrita, sin ninguna falsificación, en el
Corán. Por la tarde llegan a la entrada de la derecha los colonos judíos, bajo
severa vigilancia. El pueblo de Israel reivindica la tierra de Israel; eso está
basado, para ellos, en la figura de Abraham.
En todo ello se pasa
fácilmente por alto lo que tienen en común judíos y musulmanes. ¿No están
emparentados étnicamente judíos y musulmanes? Ambos pueblos son semitas, tienen
una lengua muy parecida. Y también los cristianos ven en Abraham el modelo de
su fe. Sí, él es el padre de la fe.
Sin embargo, en el transcurso de los siglos, las tres
religiones han intentado hacer de Abraham su propiedad particular:
- · Los judíos han judaizado a Abraham: la bendición para los pueblos se pone en vinculación con el pueblo y la tierra de Israel; Abraham, según ellos, sólo es antepasado del pueblo judío; él cumplió hasta el menor detalle, sin haberlos aprendido, los 613 preceptos de la torá.
- · Los cristianos han cristianizado a Abraham: todas las promesas que le fueron hechas se cumplieron en Jesucristo y sólo en Jesucristo.
- · Los musulmanes han islamizado a Abraham: lo consideran un musulmán ejemplar, cuyo comportamiento lo distingue de judíos y cristianos; el islam es, en el fondo, la religión más antigua.
Abraham
es y sigue siendo el primer testigo por excelencia, de la fe en un solo Dios,
que es el mismo para judíos, cristianos y musulmanes. Así, Abraham es la
primera gran figura ejemplar de esas tres religiones, que no en vano reciben el
nombre de religiones abrahámicas. Porque prescindiendo también del origen
común, judíos, cristianos y musulmanes tienen, una concepción básica muy
similar no sólo de Dios sino también del mundo y del hombre. Y una concepción
muy similar también de la historia de la humanidad y del ser humano, pues esa
historia no transcurre en ciclos cósmicos sino que avanza a través de los
tiempos en dirección a un fin. Una historia en la que el Dios misteriosamente
invisible actúa sin cesar. Por eso el judaísmo, el cristianismo y el islam son
llamadas las tres grandes religiones éticas: porque, para las tres, el hombre
depende de Dios, el misericordioso -harahman; en árabe ar-rahmani-
y justo. Pero al mismo tiempo, el hombre es responsable de sus propias obras,
como fiel trasunto o como vicario de Dios.
El nacimiento de Israel: El Éxodo
La
familia judía celebra cada año a Moisés y la salida de Egipto. En cada oración
judía matutina y vespertina se pronuncia el credo primigenio de Israel: la
profesión de fe en un Dios que sacó a Israel de Egipto. Pro es sobre todo el Pesaj,
la fiesta de la Pascua, donde se conmemora ese hecho fundamental de la fe
judía: en la última plaga enviada al faraón, el ángel del Señor hizo morir a
todos los primogénitos varones de los egipcios, pero dejó vivos a los de los
israelitas. La palabra pesaj significa también ese pasar de largo de Dios, ese respetar la vida por arte de Dios.
Parece que la fiesta nómada y la fiesta
campesina de las Mazot, con la que se celebraba la primera cosecha de cereal, se
fusionaron en una sola, que quedó vinculada al recuerdo de la salida de Egipto.
Pero ¿qué sucede en la cena de Pascua de
una familia judía? El cabeza de familia, vestido con la túnica blanca del sumo
sacerdote, pronuncia la bendición kidush “santificación”, la
invocación de Dios que “ha creado el
fruto de la vid y ha santificado a Israel y a los tiempos”. En el libro del
Éxodo, en el relato de la salida de Egipto, se lee: “Ese día, cuéntale a tu hijo: esto es con motivo de lo que hizo conmigo
el Señor cuando salí de Egipto” (13,8). Entonces el más joven de la familia
hace la pregunta tradicional: “¿En qué se
distingue esta noche de todas las otras noches?”. La respuesta: “Todas las otras noches comemos pan
fermentado y sin fermentar, esta noche sólo sin fermentar, esta noche sólo
hierbas amargas”. Esa noche hay que leer la Hagadá, el relato del Éxodo.
El ciclo del Éxodo bíblico, es poco claro
en bastantes aspectos y, desde el punto de vista histórico, hay muchas cosas
controvertidas. Sólo algunas de las tribus integrarían ese grupo del Éxodo, ese
ejército de Yahvé o de Moisés. Pero, aparte de lo que haya podido ocurrir
históricamente, el recuerdo de que una vez, en tiempos pasados, el pueblo fue
liberado de la esclavitud de Egipto es, hasta el día de hoy, fundamental para
la idea que tiene de sí mismo el pueblo entero de Israel. Por eso, en el centro
de la celebración de la Pascua está el relato del Éxodo leído por el padre de
familia. Pues él marca el nacimiento del pueblo de Israel.
Ya está servida la cena de Pascua: un
brazo de cordero asado, un huevo, frutos de primavera y las mazot, panes que quedaron sin fermentar
por lo precipitado dela huida. El acto de partir esos panes así como el vino
que se ofrece recuerda a los cristianos la última cena de Jesús, de la que
muchos suponen que tuvo lugar durante la celebración de la Pascua.
Pero característico de la Pascua judía es
el hecho de no sólo se comen panes sin fermentar. También se ofrecen hierbas
amargas. Éstas deben recordar la amargura de la esclavitud en Egipto. Una
amargura que todos ponen de manifiesto, después de haberlas comido, haciendo un
gesto de repugnancia.
Se beben cuatro copas de vino. Se llena
una quinta copa pero ésta no se vacía. Es la “copa de Elías”, que alude a la esperada liberación definitiva de
Israel. Por eso se abre la puerta: en cada Pascua se espera otra vez el retorno
de Elías, quien precederá a la llegada de Moisés, que está delante de la puerta.
Moisés
Pero
la gran figura simbólica del pueblo de Israel no es Elías sino Moisés. Él, el
mensajero de Dios, caudillo del pueblo, promulgador de la ley, incluso vicario
de Dios, es una figura carismática de extraordinaria complejidad. Un caudillo
que irradia autoridad y que sin embargo no lucha. Un portador de la revelación
que es sin embargo un ser humano con debilidades. Un fundador de un culto que,
sin embargo, no ofrece personalmente sacrificios.
Las religiones han intentado, cada una por
su parte, hacer también de Moisés su propiedad exclusiva: lo han “judaizado”
como rabí
Moisés, “cristianizado como “arquetipo de
Cristo”, “islamizado” como “precursor
de Muhammad”.
Moisés es el hombre típicamente profético,
en el espíritu de una religión semítica-próximooriental de fe y esperanza. Esa
religión ve en Dios un tú, una realidad que habla al hombre
y que espera de él una respuesta, una responsabilidad. La vocación de Moisés
como libertador de su pueblo sucede desde una zarza ardiente que, sin embargo,
no arde. A la pregunta de quién le estaba llamando, Moisés recibió de Dios
Yahvé la misteriosa respuesta: ehyeh asher ahyeh, “estoy aquí como él que estaré aquí” (Ex
3,14). Es decir: estaré con vosotros, dirigiendo, ayudando, fortaleciendo y
liberando. La fe en ese Dios s el fundamento permanente del pueblo de Israel:
un Dios, vivido no como déspota, como amo de sus esclavos, sino como libertador
y salvador.
La Alianza del Sinaí
El
actual monte Sinaí es un antiquísimo espacio cultural. Se han encontrado en él
palabras grabadas en la piedra, procedentes de esclavos semitas del faraón que
trabajaban en las minas de cobre y malaquita del Sinaí. Y esas inscripciones
son los ejemplos más antiguos del alfabeto cananeo-fenicio –adoptado también
por los griegos- de 22 letras.
Pero, en su contenido, la tradición del
Sinaí quiere expresar que se trata de una relación muy especial de Yahvé con
las huestes de Yahvé. Allí está la base de esa relación especial entre Dios e
Israel que posteriormente recibirá el nombre de “alianza” berit. “Seréis para mí un reino de sacerdotes y un
pueblo santo” (Ex 19,6). Estamos aquí, en verdad, en el centro y en el
fundamento de la religión judía. No hay fe israelita, ni Biblia hebrea, ni
religión judía, sin esa profesión de fe, formulada cada vez con más claridad,
sin esa “fórmula de la alianza”: “Yahvé
es el Dios de Israel e Israel es su pueblo”.
La alianza del Sinaí se entiende, a justo
título, como un pacto exclusivo, vinculante para ambas partes, entre Dios y ese
pueblo, pacto por el que Israel se separa claramente de los mitos naturales de
las religiones politeístas de su entorno. Sin embargo, la alianza del Sinaí no
debe hacer olvidar la precedente alianza más general de Abraham, que incluye
también a los hijos de Ismael, y por supuesto la alianza aún más antigua,
perfectamente universal, de Noé.
Porque la alianza hecha con Noé, fue una
alianza con toda la creación. Es válida para hombres y animales, para
circunciso e incircuncisos, no conoce diferencia de razas, de clases ni de castas, y ni tan siquiera de religiones.
Su signo no es, como en la alianza de Abraham, la circuncisión sino el arco
iris, que cubre con su bóveda toda la tierra, todos los hombres y todos los
pueblos.
Esa alianza universal ya comportó, según
la Biblia, claras obligaciones para la humanidad entera, para que ésta
subsistiera y no fuese destruida. A la alianza con la humanidad corresponde una
´tica para la humanidad. Ese orden de subsistencia podría considerarse una
ética fundamental mínima de respeto a la vida: no asesinar y no comer la carne
de animales vivos. He aquí la justificación del no matar: “Porque Dios creó al hombre a su imagen” (Gen 9,6). Si, cada hombre
es, según las primeras páginas de la Biblia, “imagen y semejanza de Dios” (Gen
1,26). Y por eso, Adán, no es el primer judío, como tampoco es el primer
cristiano ni el primer musulmán. Adán es simplemente “el hombre”: Adán, el
arquetipo de todos los seres humanos.
Israel, al principio una comunidad
tribal
No
sabemos exactamente cómo se produjo la gradual ocupación del país. Como quiera
que fuere, poco a poco va surgiendo una comunidad de destino de las tribus de
Israel. En el siglo XII, las familias y los clanes familiares, las aldeas, las
tribus de los israelitas todavía viven en una constelación general
premonárquica, preestatal. Una libre federación de tribus con un orden
patriarcal, con ancianos, con varios santuarios de Yahvé y un sacerdocio de
Yahvé.
Cuando hay un peligro común, aparecen
salvadores carismáticos sofetim “jueces”. Pero no hay ni aparato administrativo ni ejército
profesional. La primitiva organización de Israel en los primeros siglos no es
un Estado sino una sociedad tribal.
No obstante, en vista de la amenaza
exterior (filisteos) y de los problemas en el interior, las tribus de Israel
acaban por adoptar también una institución que ya está establecida desde hace
mucho tiempo en los pequeños Estados vecinos: la monarquía. El primer rey, Saúl
(1012-1004, inicia ese cambio, el paso de una organización preestatal a otra
estatal. Pero Saúl fracasa en el terreno personal y en el militar.
Fue el judío David, de Belén (1004-965),
el primer compañero de lucha de Saúl, después perseguido por éste, quien hace
de esa sociedad tribal un Estado. Con él, triunfa definitivamente el reino de
la época monárquica. Con él comienza la historiografía propiamente dicha.
David, un hombre con carisma, con energía
y visión de futuro, fue un gran político, un gran general y un excelente
organizador. Con extraordinaria firmeza y visión política consigue unir por
largo tiempo los reinos del norte y del sur, Israel y Judá. Convierte en
capital a Jerusalén, la ciudad conquistada a los jebuseos, y la colina de Sión n su residencia: “la ciudad de
David”. Pero desde luego ni la puerta de Sión que hoy se enseña ni la torre de
David provienen de aquella época.
La nueva capital, por otra parte, apenas
habría adquirido el carácter sagrado que conserva hasta hoy si David, para
consolidar sabiamente su dominación, no hubier llevado a su ciudad en solemne
procesión, con música y danza, un arca transportable, la sagrada “arca de
Dios”, símbolo de la alianza de las tribus y de la presencia de Yahvé. Allí
construye después una tienda-santuario. Y además de la administración militar y
civil organiza la administración sacerdotal cananea. Sí, por obra del rey
Davis, Yahvé pasa a ser una especie de divinidad oficial en Jerusalén. Por obra
de David, Jerusalén se convierte para todo Israel y para todo Judá en el centro
cultural, en una ciudad santa única en su género.
Los profetas, en oposición a
sacerdotes y reyes
Solo
setenta años después de la entronización de David, hacia el año 927, se produce
una funesta división del reino. La imagen que había ofrecido el fastuoso
reinado de su hijo Salomón, constructor del primer templo, había sido demasiado
estridente. Salomón con toda su gloria vivía como un potentado oriental, con
una gran corte (harén), con una gran actividad constructora y armamentística.
Las consecuencias fueron duros trabajos forzados y empobrecimiento de las
masas.
Tras la muerte de Salomón se separa el
reino septentrional de Israel, con la nueva capital Samaria, del reino
meridional de Judá –con la antigua capital Jerusalén-. Y desde entonces ambos
reinos coexisten como vecinos, a veces emparentados mediante alianzas
matrimoniales, a veces sumidos en luchas fratricidas, hasta que primero se
hunde el reino del norte, y después el del sur.
En total, la época monárquica, con el
reino primero unido y luego dividido, dura sólo 400 años. Es al mismo tiempo la
época del profetismo clásico, que caracteriza de modo singular la religión
israelita frente a todas las otras religiones. ¡En qué religión se levantarían
tan valerosamente los profetas contra reyes y sacerdotes!
Estamos hablando de las grandes figuras
proféticas como Isaías, Jeremías o Ezequiel, que se ven a sí mismos como hijos
de Dios que han recibido un llamamiento especial. Ellos reciben directamente la
orden de Dios y s la transmiten al pueblo. Esos heraldos no vaticinan nada
sobre un futuro lejano sino que son guardianes, amonestadores, controladores y
exhortadores para el presente.
La crítica profética, expresada siempre
enérgicamente, va dirigida contra la incredulidad y la soberbia del pueblo,
contra el ritualizado servicio religioso de los sacerdotes, contra la falta de
equidad en la administración de justicia de los gobernantes. Pero esos profetas
también anuncian la salvación para algunas personas y para el pueblo. En
cualquier caso, no hacen llamamientos a guerras santas, sino que predican sin
cesar contra la guerra y a favor de la paz entre los pueblos. Además de todo
eso, sostienen una lucha constante para defender la fe en Dios único, que no
tolera a su lado otros poderes ni otras figuras.
Impresiona sobre todo el empeño de los
profetas por implantar una ética básica: las
exigencias humanas de justicia, veracidad, fidelidad, paz y amor son
presentadas como exigencias del propio Dios. No hay servicio a Dios sin
servicio a los hombres: esa convicción de base la debe Israel sobre todo a sus
profetas. Sí, las potentes voces de los profetas siguen resonando hasta la
actualidad.
Desaparición de los dos reinos y
fin de la monarquía
Algunos
profetas –llamados por eso profetas del
infortunio- anunciaron la inminente caída de ambos reinos. Y en efecto, ya
en 722 los Asirios conquistan el reino septentrional de Israel, deportan a los
habitantes a Mesopotamia e instalan su propia gente en Samaria y alrededores,
de forma que desde entonces vive allí una población mixta –los samaritanos-
menospreciada por los judíos del reino del sur.
Menos de un siglo y medio después, en
587-586, también es conquistado por los neobabilonios el reino meridional de
Judá; Jerusalén es tomada por asalto y saqueada. El templo salomónico, junto
con el arca de la alianza, es pasto de las llamas.
El profeta Jeremías había llamado la
atención sobre la inutilidad de una sublevación contra la gran potencia
babilónica, pero nadie escucha sus advertencias. Es perseguido, incluso
encarcelado, como reo de alta traición, durante el asedio de Jerusalén. Los
babilonios lo liberan, pero los rebeldes le obligan a emigrar a Egipto, donde
muere.
Sin embargo, toda la clase dirigente
israelita es deportada a Babilonia, junto con el rey, que muere allí. Había
llegado el final de la monarquía davídica, el final de una era. El pueblo judío
iba a perder por espacio de dos milenios y medio, la autonomía político
estatal. Vienen a continuación los casi cincuenta años de gola exilio en Babilonia (586-538).
Israel, una teocracia
Desde
el exilio de Babilonia, el judaísmo vive repartido entre la patria y la
diáspora (dispersión). De ésta parten ahora nuevos e importantes impulsos.
Porque la mayoría de los judíos sigue viviendo casi siempre fuera de su patria.
No quieren retornar a ella porque se encuentran mejor en la diáspora.
Pero ya en Babilonia se preparó el nuevo
postexilio:
·
Es ahora cuando quedan establecidos,
como signos distintivos de los judíos frente a otros pueblos:
1. La
circuncisión,
2. El
sabbath y
3. Los
preceptos sobre la pureza y la comida.
La circuncisión estaba muy extendida en
el mundo antiguo, por ejemplo en Egipto, pero no precisamente entre los
babilonios; hoy sigue siendo usual incluso en ambientes laicos judíos.
·
Es ahora cuando se compilan
sistemáticamente las diversas tradiciones:
1. Los
relatos hagadá y
2. Las
leyes halajá “modo de vida”.
¿Y el poder político? Éste
lo tendrán ahora durante 200 años los Persas,
después Alejandro Magno y sus sucesores, finalmente los Romanos. Israel ya no
posee un reino. En cambio consigue tener, después de la cautividad, un segundo
templo y, vinculada a él, una completa jerarquía del templo en esa Jerusalén
que ahora es considerada el único centro del culto. En ese segundo templo ya no
está el arca de la alianza. Pero sí hay algo nuevo, un gran candelabro de siete
brazos menorah que pasa a ser un importante motivo del arte figurativo
religioso judío y, desde 1948, el emblema del nuevo Estado de Israel.
El judaísmo pasa a ser una religión
del libro con un canon muy preciso de escritos. Ese canon consta de:
·
Ley/preceptos tora,
·
Profetas newiim y de
·
Escritores ketuwim
Todos los cuales forman juntos la Biblia hebrea
(conforme a las letras iniciales de las tres partes: tenaj).
La forma de gobierno de los judíos durante la dominación
de los persas, de Alejandro Magno y de los romanos era la teocracia: un gobierno de
Dios, en el que, sin embargo, Dios ya no reina, como en tiempos de la
monarquía, sobre el Estado, que es pagano, sino sólo sobre la comunidad de los
que creen en Yahvé. Ésta la ejercen, en concreto,
- · por un lado el sacerdocio –hierocracia de una Gran Asamblea o Sanedrín y de un sumo sacerdote-
- · por otro lado la Ley de Dios nemocracia.
La
destrucción de Jerusalén y el Templo
Pero los zelotes
querían conseguir de nuevo, frente a una gran potencia como Roma y mediante una
revolución de todo el pueblo, la independencia nacional de Israel, que había
sido alcanzada en el siglo II a.C. bajo los Macabeos. Las ideas revolucionarias
de los zelotes prosperaron gracias a la esperanza apocalíptica en el reino
mesiánico, muy generalizada. Pero el Apocalipsis tiene lugar de una manera
distinta a la que ellos esperan:
·
Los judíos pierden la primera guerra
judeo-romana (66-70). Resultado: unos 600 mil judíos muertos, Jerusalén
asolada, el templo reducido a cenizas, la menorah llevada en triunfo por Tito
a través de Roma, reproducida allí en su arco de triunfo, pero desaparecida
después del ataque de los vándalos.
·
Los judíos pierden también la segunda
guerra judeo-romana (132-135). El resultado es igual: 850 mil judíos muertos,
Jerusalén arrasada, todos los judíos obligados bajo pena de muerte a abandonar
el país. Se construye incluso una nueva ciudad helenística consagrada a Júpiter
Capitolino: Aelia Capitolina en lugar de Jerusalén. La teocracia ha llegado
a su definitivo final.
La
religión fue la que dio al pueblo sin
patria una nueva patria espiritual. Para los judíos ortodoxos es importante
hasta hoy lo siguiente:
·
El altar destruido es sustituido por los
rollos de la torá, y el culto en el templo, por la oración, las buenas obras y
el estudio de la torá.
·
El sacerdocio hereditario es sustituido
por los intérpretes de la ley, los rabinos, y la dignidad hereditaria de sacerdotes
y levitas, por la dignidad del rabino adquirida mediante doctos estudios.
Las mujeres habían
tenido gran importancia como madres de familia y profetisas. Sin embargo, ahora
están subordinadas en muchos aspectos a los hombres y separadas de ellos en la
oración y durante el culto. No obstante, el hombre y la mujer son iguales ante
Dios. Ambos pueden meter en las hendiduras del muro occidental del templo sus
peticiones escritas.
En lugar del templo de Jerusalén aparecen ahora por
doquier las “sinagogas”: un nuevo tipo de asambleas, rezos y actividades de la
comunidad. Se difundieron por Palestina, Babilonia, África del Norte y Europa.
LA
EDAD MEDIA JUDÍA
Torá, rabinos,
sinagogas: estos son los pilares de la larga Edad Media judía, que comienza ya
en el siglo I-II y se prolongará hasta el siglo XVIII. El judaísmo que toma
cuerpo antes y después de la destrucción del segundo templo en el año 70 estaba
completamente consolidado hacia el año 600. La esperanza mesiánica está ahora
vinculada a la estricta obediencia a la ley con sus 613 preceptos mizvot.
La pertenencia a la
nación queda ahora pospuesta a la pureza ritual-moral frente a todas las
naciones, de las que los judíos se aíslan más que nunca. De eso se encarga ya
de por sí la exigencia de la comida ritualmente pura kosher. Se añade a ello
la vieja prohibición de la carne de cerdo y de ingerir a la vez, en la misma
comida, productos de leche y carne. Al principio los propios judíos
consideraron muy oportuno vivir en un barrio propio gueto. Allí estudian y
discuten juntos en la sinagoga. Estudiar se convierte en finalidad de la vida;
leer las escrituras y los comentarios.
Resumiendo: tras la destrucción del segundo templo y la
desaparición del sistema teocrático, aparece un nuevo sistema rabínico-sinagogal
para esa Edad Media judía que no fue interrumpida por ninguna Reforma y que no
terminaría hasta la llegada de la Ilustración moderna. En los primeros siglos,
el centro del judaísmo es otra vez Babilonia, hasta que la invasión de los mongoles
puso fin al califato de Bagdad en 1258. Entre los siglos VIII y IX hay un auge
del judaísmo en España, bajo los califas de Córdoba. Y, por último, otro
periodo de florecimiento en los siglos X-XI en Europa central, sobre todo en
Alemania.
El
judaísmo ortodoxo
Los judíos están ahora
obligados a vivir en el gueto. Y para esa vida son importantes dos cosas:
1.
Los rabinos, los doctores de la ley, son
ahora el poder dominante en el judaísmo. Y lo son exclusivamente los de la
corriente piadosa=farisaica, por ser el único grupo intrajudaico que
sobrevivió a las catástrofes de los años 70 y 135. La forma de vida
segregada-farisaica pasa a ser la forma de vida rabínica por excelencia. Y el
rabí se convierte en norma y modelo de la comunidad de fieles.
- Los rabinos son los que comentan incesantemente la torá –el Pentateuco o cinco libros de Moisés-
- Durante el servicio religioso, la torá es venerada como una reina, vestida de seda, con adornos y corona de plata. Cada sábado se lee una cincuentaicuatroava parte, para que en un año se haya oído toda la torá.
Así durante los primeros siglos posteriores, junto a la
primitiva torá escrita, bíblica, aparece otra oral: primero la mishná,
que abarca toda la ley religiosa de la tradición oral, la halajá, y después la gemará,
que comenta por su parte la mishná. Ambas forman juntas el Talmud.
El judaísmo
rabínico se interesa menos por la fe
correcta ortodoxia, que por un obrar correcto ortopraxia, acorde a la ley. El gran número de preceptos y de
prohibiciones de la torá, escrita y oral, deben ser cumplidos forzosamente por
ser revelación divina: el descanso del sabbath y los preceptos sobre la pureza
y la comida, así como los relativos a la oración y al servicio religioso.
Doctrina
esotérica judía: LA CÁBALA
Los sufrimientos y el
estado de ánimo son en gran parte responsables de que las masas de judíos,
sobre todo después de la expulsión de España en 1492, se entreguen al estudio d
la doctrina esotérica o cábala. Es una forma judía de tiempo atrás, de la gnosis,
que aspira a conocer los secretos de la divinidad. Pues estos son el auténtico
contenido de la torá. Es más; algunos cabalistas tratan incluso de llevar hasta
el éxtasis, al estado de gozo de la plenitud de Dios. El movimiento cabalista
alcanza su apogeo entre los siglos XIV y XVII y adquiere cada vez más rasgos
mesiánicos. Pero fue precisamente la vinculación con el mesianismo judío lo que
contribuyó en gran medida a su hundimiento. Porque dos pseudomesias
consecutivos que tuvieron muchísimos adeptos acabaron convirtiéndose al islam.
Así, la cábala no llegó a crear un nuevo paradigma propio en el judaísmo.
Lo que aún queda de piedad cabalística se concentra, en
los hasidim
los piadosos, de Europa
oriental. Los hasidim están desengañados del seco rabinismo y consideran la
oración y la unión con Dios en la vida diaria más importante que el aburrido
estudio de la torá. Por eso profesan una religiosidad más sentimental, de
fervor y alegría, acompañada a menudo de éxtasis, milagros y visiones. Hasta
hoy están muy generalizadas entre los hasidim las ceremonias alegres y ruidosas
en sinagogas propias y una oración o meditativa que se dirige con frecuencia a
las letras de la Biblia. En todo ello tienen también una importante función las
personas que han sufrido y se han salvado, los justos y santos.
Ilustración
judía: MOSES MENDELSSOHN
Precisamente ese judaísmo
“piadoso” medieval se enfrenta al desafío de la modernidad europea, que
comienza, pujante, en el siglo XVII con la renovación de la filosofía, de la
ciencia y de la concepción del Estado. Sin duda, se hace notar en Europa occidental
y central más que en el este de Europa, más retrasado éste en lo político y lo
social.
Desde el principio, los judíos son parte activa de esta
modernidad, colaborando en el establecimiento de la economía colonial moderna,
en el desarrollo de un moderno sistema europeo económico y financiero, en la
realización práctica del Estado moderno y también en la fundamentación de una
filosofía racional moderna. Sin embargo, la expulsión de la sinagoga de
Amsterdam en 1656 del joven filósofo Baruch Spinoza, precursor de la crítica
moderna de la Biblia y representante de un nuevo concepto universal de Dios, es
sintomático de la crisis de la ortodoxia judía.
En el siglo XVIII, aparece por fin un hombre que puede
reivindicar, ajusto título, su doble pertenencia al judaísmo y a la modernidad:
es el filósofo, escritor y crítico Moses Mendelssohn, que se convierte
en el iniciador, en el símbolo y el ídolo de la forma específica judía de la
Ilustración haskala. Ésta irradia desde Berlín hasta el centro y nordeste
de Europa. Memdelssohn es el primer judío realmente moderno. Con tanta
prudencia como apasionamiento, defiende el judaísmo como la religión de la razón,
que él trata de asociar con una fiel observancia de los deberes y ritos
tradicionales judíos.
Así, con su ilustrada filosofía judía de la religión y
empleando el idioma alemán, Moses Mendelssohn prepara la integración de los judíos
en la sociedad alemana; es más, él encara en su persona tal integración. Fomenta
la incorporación de la cultura occidental al judaísmo y aboga porque en las
escuelas los jóvenes judíos estudien materias de cultura general. Mendelssohn
es amigo de Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) y sirve de modelo para su Natán
el sabio.
Mendelssohn escribe para Lessing una apología póstuma que
lleva a término pocos días antes de su muerte en 1786. Tres años después llega
por fin el cambio político: pero no en Berlín sino en París.
La
salida del Gueto
La revolución francesa
aporta a los judíos el ilimitado derecho de ciudadanía: será el modelo para
toda Europa. El ilimitado derecho de ciudadanía concedido por decisión parlamentaria
no vale para los judíos en cuanto comunidad religiosa, pero si en cuanto
ciudadanos individuales.
Esto ratifica después Napoleón, que convoca un Grand
Sanhédrin y consigue imponer con su ejército, al principio también en
Alemania, el Código Civil llamado de Napoleón. Allí se daría la tercera fructífera
interacción en la historia universal –después de la judeo-helenística en
Alejandría y de la judeo-musulmana en España entre la cultura judía y otra
cultura ajena. Y por fin, con la entrada en Roma del ejército de liberación
italiano caen también los muros del gueto de los Estados Pontificios: en 1870,
inmediatamente después de la definición de la infalibilidad del Papa.
Solo en el este de Europa la Ilustración es aún ajena a
las masas, que siguen la influencia del hasidismo. Eso iba a acarrear, debido a
progromos
“matanzas” en Ruso y a
medidas coercitivas en Rusia, Rumania y Polonia, nuevas migraciones de judíos:
esta vez de nuevo hacia el oeste, a Europa occidental y, finalmente, a Estados
Unidos.
Por tanto, desde el siglo XIX los judíos están plenamente
confrontados con el espíritu de la modernidad. Es precisamente en Alemania
donde tiene lugar el gran debate por la reforma del judaísmo. El antiguo
movimiento judío de retorno a la Biblia de los caraítas –kara´im, leer,
muy difundido entre los siglos IX y XII, no había logrado triunfar, con su
riguroso ascetismo, sobre el estado rabínico: no llegó a haber una Reforma judía
que hubiera podido ser la condición previa para una Ilustración judía. Pero
ahora sucede lo contrario, la Ilustración racional es la condición previa para
una reforma religiosa del judaísmo: nace una ciencia histórico-crítica del judaísmo,
y los estudiantes judíos se incorporan en masa a las profesiones liberales que
ahora se les permite ejercer, como la abogacía y la medicina; al funcionariado
siguen sin tener acceso.
El
debate de las tendencias
Precisamente en Estados
Unidos aparecen, como ya antes en Alemania, fuertes corrientes opuestas: un
judaísmo ortodoxo, uno secularizado y, mediando entre ambos, uno conservador.
Actualmente hay que
distinguir cuatro grandes grupos:
1.
Los ortodoxos,
los guardianes de la tradición, que consideran revelados por Dios todos los
preceptos religiosos y por eso sostienen que la práctica religiosa es
inmutable. Muchos de esos ortodoxos –sobre todo los que proceden del este de
Europa- siguen viviendo espiritualmente en la Edad Media y todavía hoy van por
las calles de Nueva York, de Londres y Berlín vestidos como la población rural
polaca dl siglo XVII.
2.
Los reformadores o liberales,
que están perfectamente integrados en la modernidad: el judaísmo reformado
quiere reconciliarse con la modernidad. Considera fundamental el mensaje de los
profetas. Por eso rechaza muchas tradiciones arcaicas y lleva a cabo profundos
cambios en el servicio religioso y en la forma de vida. No solo toman de los
cristianos la homilía, el púlpito, la sotana, el órgano, el coro. Tampoco
exigen que los hombres se cubran la cabeza, y las mujeres pueden ordenarse
rabinas.
3.
Los conservadores,
que tratan de unir ortodoxia y espíritu ilustrado. Esos judíos conservadores
son receptivos frente a la modernidad, pero al mismo tiempo quieren conservar
la práctica religiosa tradicional y en especial la lengua hebrea en el culto. Aceptan
y consideran positivos los retos espirituales y materiales de la modernidad,
pero no quieren renunciar a la tradición sino continuar con ella.
4.
Los no religiosos:
en Alemania y en Europa oriental, en Estados Unidos al principio. No quieren
pertenecer a ninguna sinagoga, no quieren saber nada de prácticas religiosas y
celebran las fiestas en el mejor de los casos por tradición: socialistas, agnósticos,
ateos, más tarde sionistas. Sienten aversión por la ortodoxia rígidamente
legalista, han interiorizado la crítica europea de la religión, de ahí que
rechacen toda religión. Su judaísmo ya no está vinculado a la fe en Dios, sino
cada vez más a la fe sionista en un Estado de Israel.
Judaísmo
entre secularismo y fundamentalismo
La mayor parte de los
judíos hoy siguen viviendo como una minoría entre una población
mayoritariamente cristiana o musulmana, dependen de ella y su gobierno y por
eso necesitan, pese a todo, el diálogo. De todos modos,, muchas veces ha habido
un intercambio de orden espiritual.
En la sinagoga Beit Daniel de Tel Aviv s aspira a un judaísmo
d base religiosa pero acorde con la época, arraigado en la fe del Dios uno, tal
como lo expresa el Schema Israel,
“Escucha Israel”: “Escucha,
Israel, el Señor es nuestro Dios, sólo el Señor”
Al final del servicio religioso, los rollos dela torá son
enrollados, cubiertos y guardados. Anochece en Tel Aviv. Nadie sabe en este
momento cual será el final del Kulturkampf entre laicos y
religiosos.
Lo único cierto es que esta gente también tiene anhelo de
paz, de amistad, de amor y de una vida feliz. El judaísmo, esa religión de
continuidad, vitalidad y dinamismo, encontrará sin duda, aquí y fuera de aquí,
el camino hacia un futuro en el que se viva lo que afirma día tras día una de
sus palabras más genuinas: Shalom, paz de Dios para el pueblo y
para los pueblos.
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Küng, Hans, En busca de nuestras huellas. La dimensión
espiritual de las religiones del mundo, México, Mondadori, DeBolsillo, 2ª edición,
2013.
Historia
Universal, el origen de las grandes religiones,
Perú, Salvat Ediciones, vol. 7, 2005.
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