domingo, 12 de diciembre de 2021

 

La leyenda del Moro Valiente


Durante años, a comienzos del siglo pasado, en el Marruecos español, una familia de feroces criminales asoló en campo fronterizo dejando gran intranquilidad y desasosiego entre los habitantes de la zona entre Ceuta y Tetuán. Esta es la historia de un sangriento asesino, es la leyenda del moro valiente.

 

La muerte del primitivo Valiente, un criminal sin escrúpulos que tuvo un final acorde con su azarosa existencia, dejó el embrión de su maldad en sus tres hijos, más criminales y cobardes que su padre y que durante años se encargaron de mantener y acrecentar esa reputación y mantener un estado continuo de alarma ya que ni moros ni hebreos podían circular con tranquilidad entre Ceuta y Tetuán sin exponerse a ser saqueados y asesinados brutalmente. Incluso el moro que se encargaba de llevar la correspondencia entre las dos localidades era también objeto de sus atropellos, siendo el segundo de los hermanos el encargado de mantener incomunicadas ambas plazas, quien a la muerte de su padre había tomado las riendas del clan.

 

El ganado que pastaba en zona neutral, los pescadores que se acercaban a las costas, todo era objeto de asalto sin que la política pasiva de nuestros gobiernos pusiese coto a sus desmanes. La débil conducta del gobierno español dio alas a las actuaciones de este clan y sus seguidores que pronto se les quedo pequeña su zona de actividad y decidieron probar hasta dónde eran capaces de poner en jaque a las autoridades españolas y a la guarnición de la plaza sin que les inquietase en absoluto la figura del representante de su gobierno en el campo fronterizo, Sidy Abraham Ben Said, quien carecía de las fuerzas que, según el Tratado de Wad-Ras, debía mantener el Sultán para mantener el orden en la frontera.

 

Una demostración del poder que ejercía el moro Valiente en el territorio era el hecho de que llegó a imponer tributos a los habitantes de la zona, a los que pastaban sus ganados, cortaban leña o pescaban en la costa del campo marroquí. Estas acciones resultaban vejatorias a la autoridad local de la plaza que le llegó a prohibir la entrada a la misma junto a todos sus seguidores. Esta medida le sirvió para incrementar sus tropelías y abusos e incluso hacer fuego sobre las parejas de la Guardia Civil que vigilaban los límites del territorio español.

 

Con el transcurso del tiempo las autoridades de la plaza hicieron borrón y cuenta nueva y volvieron a admitir al moro Jameido, que así se llamaba el moro Valiente, en el recinto de Ceuta, rodeándole de atenciones y considerando que en su reputación, cimentada en crímenes y robos, podía inspirarse la política que España quería desarrollar en la zona.

 

Jameido A-Bulaix, segundo hermano de los moros «Valientes», muerto por El Hach Mohamed
en el sitio del territorio moro de Fuente del Conejo en 1907, con sus principales partidarios

Pero las “hazañas” de este tipo de personajes no caen en el olvido, como se pretendía, sino que enseguida aparecen otros osados sin escrúpulos capaces de derrocar al primitivo tirano y ocupar su puesto. Así que no tardó en aparecer otro moro, tan osado y tan valiente como el Jameido, decidido a disputarle el poder de la misma manera que en su tiempo  había utilizado él. El Jameido cayó en una emboscada de su oponente y fue brutalmente asesinado por el mismo procedimiento que utilizó en la forja de su reputación como valiente.

 

El Hach Mohamed, se convirtió en el nuevo cabecilla y cumplió mejor con las promesas que le hizo al general Aldave, así el camino entre Ceuta y Tetuán dejó de ser el objeto de ataque de los moros y se restableció el tráfico de personas y ganado en la frontera del campo marroquí.

 

Pero quedaba El Arbi, el último de la familia, que temeroso de ser víctima de El Hach, huyó de Beni-Msala y se refugió en Ceuta, instalándose en la Almadraba, barrio de pescadores muy próximo a los límites. El general Aldabe le concedió el asilo y protección que había solicitado a condición de que territorio español fuera para ellos neutral y sagrado. El Arbí pronto pagaría la generosidad española con  deslealtad.

 

Kad-dur ben Alí Saide, primer teniente retirado de la compañía de moros tiradores; el xerif de Wazan,
Mohamed A-Bulaix, hermano mayor de los tres moros «Valientes», fallecido de muerte natural
 y dos periodistas de Ceuta

Una mañana, El Arbi, agazapado en el campo español tras un desmonte, cerca de los límites, esperó a su rival y por la espalda le pegó un balazo. Como era conocedor de la reacción del general Aldave huyó a Beni-Msala donde reunió a sus antiguos seguidores para continuar con la “herencia” familiar. Pide al general Aldave la entrega de los miembros de su familia retenidos en la plaza a lo que éste se niega enérgicamente instando a los Beni-Msala a la entrega inmediata del asesino para que responda ante las autoridades españolas del crimen cometido cuando gozaba de su protección. Los moros dieron un sinfín de pretextos alegando que no podían cogerle, pero el general, que conocía bien a los moros, no admitió sus excusas y les prohibió la entrada en la plaza considerándolos cómplices del criminal.

 

El moro Valiente, encerrado en su casa, que había fortificado, durante el día, salía por la noche a hostigar a las parejas de la Guardia Civil que vigilaban la frontera y a robar ganado a los colonos. El general Aldabe estaba dispuesto a terminar con esta situación pero la prudencia le aconsejó a que esperase el momento propicio para ello. Pronto se presentó la oportunidad esperada cuando los habitantes de Ceuta están tranquilos ajenos a lo que ocurría en el campo exterior, se recibe en el Gobierno Militar la noticia de la brutal agresión al oficial de la Guardia Civil Sr. Blanco, cuando se encontraba de servicio recorriendo el arroyo de las Bombas. Ocultos y amparados por la oscuridad los secuaces del Valiente dispararon sobre el oficial sin que, afortunadamente, le alcanzaran con sus proyectiles pero no pudiendo repeler el ataque al caer del caballo que montaba y salir éste huyendo.

 

Dos horas más tarde del atentado, el general Aldabe había trasmitido las órdenes oportunas y las fuerzas se encontraban armadas y preparadas. Todo estaba preparado y decidido con una rapidez admirable. El plan del general consistía en cercar el aduar de Beni-Msala y destruir el refugio del moro Valiente, acabando de una vez por todas con los crímenes que asolaban el  territorio.

 

El aduar de Beni-Msala, feudo de la familia, está formado por unas doscientas chozas en la parte alta de un estrecho valle en la zona montañosa que rodea la playa de los Castillejos. No era posible llegar a Beni-Msala por este desfiladero, había que hacerlo por las alturas por un terreno sinuoso, quebrado y montañoso.

 

Las fuerzas se dividieron en dos columnas. La primera, por la derecha al mando del coronel don Luis Serreta, estaba formada por el regimiento de Infantería del Serrallo con su sección de ametralladoras, la batería de montaña y una sección de zapadores minadores. La segunda, al mando del coronel don José Borredá, estaba formada por el regimiento de Ceuta con su sección de ametralladoras y que debía recorrer la zona comprendida entre Ceuta y la playa de los Castillejos, ascendiendo posteriormente hasta Beni-Msala para envolver el terreno del aduar.

 

Croquis de la expedición de castigo de Beni-Msala

El mando de todas la fuerzas, unos dos mil hombres, le fue encomendado al bizarro general Zubia que gozaba de un merecido prestigio, y como ayudantes, al comandante don José Priego y al capitán don Juan Molina, ambos de Estado Mayor, y al capitán de Infantería don José Ruiz. La vanguardia la mandaba el teniente coronel jefe de las milicias don José Nofuentes y estaba compuesta por los tiradores moros del Rif y 50 hombres del regimiento del Serrallo.

 

Antes de amanecer, los tiradores moros del Rif escalan las alturas para tomar posiciones y proteger el avance de las columnas impidiendo la posibilidad de emboscadas. A las cinco de la mañana salió la primera columna de la Almadraba y a continuación la segunda hasta el arroyo de las Bombas, dejando entre las dos columnas un batallón de reserva y continuando hasta los Castillejos. La primera continúo su ruta hasta el Boquete de Anyera. A las ocho de la mañana se establecían los soldados en las cimas dominantes del aduar. Se ordenó al coronel Barredá subir desde los Castillejos a cubrir el flanco izquierdo de las posiciones. La batería de montaña se situó en una altura desde la que dominaba la casa del moro Valiente. Las ametralladoras se situaron en un cerro desde el que batían las avenidas del poblado. Las fuerzas de Infantería y la compañía de moros flanqueaban las avenidas de la Almarza. El general Aldave se situó con su Cuartel General en el fuerte Príncipe Alfonso desde el que se comunicaba directamente con el Gobierno Militar y con el general Zubia.

Vivienda del moro «Valiente»

Un numeroso grupo de moros, viendo la situación de las fuerzas españolas, se presentó al general Zubia implorando clemencia y alegando ser ajeno a las fechorías del Valiente. Les concedió dos horas para desalojar sus viviendas. En una loma cercana se divisó a un grupo de moros entre los que se encontraba el Valiente, allí se dirigieron las granadas y el feroz bandido incapaz de sostener su valentía ante nuestros cañones, huyó aterrorizado llevándose consigo su terrorífica leyenda.

 

La artillería centró ahora el fuego sobre la casa del Valiente, que fue alcanzada de lleno. El general ordenó el avance de la sección de Ingenieros que, al mando del teniente Orsinaga, protegida por una compañía del regimiento del Serrallo, al mando del capitán Cañamaque, reconoció la casa y forzó la entrada. En las habitaciones no se encontraron ni muebles ni objetos de ningún tipo. El teniente Orsinaga mandó colocar ocho cargas de dinamita que hicieron volar el edificio. Las tropas se reunieron en una sola columna y regresaron a sus cuarteles sin haber sufrido ni una sola baja.

 

Con esta operación el general Aldave puso fin a la leyenda del moro Valiente y acabó con las intenciones de que algún otro “Valiente” intentara de nuevo continuar el reguero de crímenes que había dejado esta brutal familia en la zona fronteriza del campo marroquí. 

 

Un caso de Regulares

Regulares ocupando una posición

Hoy voy a contar un caso que contaba el capitán Juan Valdés Martel cuando estaba destinado como 2º Teniente en el Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Larache nº 4, al mando de la 3ª Sección de la 1ª Compañía del primer Tabor, durante las clases de preparación que recibían los nuevos oficiales recién llegados a Marruecos, antes de incorporarse a los distintos cuerpos de destino, a modo de enseñanza práctica a tener presente.

 

En mayo de 1916 todas las columnas de operaciones del territorio de Larache se encontraban en Regaia con objeto de realizar una acción combinada con las fuerzas de Ceuta y Tetuán sobre las Kabilas de Wad-Ras y Anyera en apoyo a la labor político-guerrera del Raisuni, que por aquel entonces era aliado nuestro, para unir al territorio.

 

El teniente Valdés tenía en su sección a dos indígenas de la Kabila de  Beni‑Mestara, de la zona montañesa bajo control francés, una de las más indómitas de Marruecos, que se había unido a las tropas españolas unos días de su partida a Regaia. Estos indígenas eran fuertes, serios y obedientes, tenían unos 25 años y planta de buenos soldados.

 

El teniente recelaba de ellos, conociendo su procedencia y su carencia de toda garantía personal y económica, suponía que su alistamiento se debía a la intención de desertar con el armamento. Los nombró camilleros de la sección y ordenó a sus hombres que los vigilasen constantemente, supervisando el mismo la vigilancia sobre ellos.

 

Participa su compañía en la operación del Azib del Hach el‑Arbi, sobre Wad‑Ras y la de Sidi Talha sobre Anyera. En Sidi Talha murieron un cabo y seis soldados de la compañía que salieron a hacer la descubierta de la avanzadilla El Borch, guarnecida por la 1ª sección. Durante toda la operación los susodichos cabileños no dieron ningún motivo de sospecha. Al tener bajas en la unidad, ambos dejaron de ser camilleros para coger un fisil y se incrementó la vigilancia sobre ellos.

 

El 29 de junio los regulares de Larache tomaban el Zoco del Tzein de Melusa, mientras las fuerzas de Ceuta ocupaban el Biutz y  la compañía del teniente Valdés quedó en aquella posición de guarnición. Al día siguiente se dispuso que una avanzadilla de la sección de Valdés ocupara una altura que dominaba la zona y la guarneciera con un sargento y veinte hombres. Para el cometido eligió a los veinte soldados más bravos y aguerridos, ya que tras los sucesos de Sidi Talha en la que sufrieron bajas sin hacer ninguna al enemigo, la moral estaba un poco decaía, y con ellos era consciente de que tales acontecimientos no les habrían dejado ningún tipo de huella.

Regulares en avanzadilla

 

El teniente con los otros 18 hombres, entre los que se encontraban los dos Beni‑Mestara, salió a realizar la descubierta dejando en el recinto al sargento con el resto de hombres. Ahora es cuando viene el caso:

 

“La avanzadilla, por la disposición topográfica de su emplazamiento, había de mantener durante el día tres centinelas en el exterior, los cuales, por tratarse de lugar tan avanzado y próximo al enemigo, eran dobles y Valdés dio la orden de que aquellos dos individuos no formaran nunca un puesto ellos solos.

Al quinto día y cuando faltaba poco para anochecer y por consiguiente para retirar el servicio exterior, se encontraba el teniente dando unos anticipos de su dinero particular a los soldados libres de servicio porque llevaban varios días sin cobrar la «muña», ya que no había llegado de Larache el dinero de la compañía, cuando las voces del cabo de guardia le hicieron salir rápidamente al exterior. Os podéis imaginar lo que había ocurrido. El cabo, por un olvido, había puesto juntos de centinela a los dos cabileños, en contra de la orden del teniente Valdés, y éstos se habían escapado.

Salió Valdés con varios hombres a buscarlos, dispuesto a cazarlos a tiros si lograba darles alcance. Fue inútil, como buenos montañeses y con los minutos de ventaja que les llevaban, en aquel terreno quebrado y cubierto de bosque, fueron más que suficientes para que escaparan. Como era de noche y tenía que mantener el puesto en la línea avanzada, tuvo que regresar a  él y dar parte a  de la deserción a sus superiores.”

 

Cabileños en la defensa de una posición avanzada

 

La lección que les quería dar a los nuevos oficiales es que a pesar del cariño o aprecio que les había cogido a los cabileños, que habían sufrido peligros y penurias a su lado, toda precaución sobre el indígena de tierras lejanas y guerreras que no ofrece garantías materiales, es poca. A pesar de las precauciones que había tomado, sufrió el fracaso de la deserción por culpa de una clase descuidada en sus cometidos. La enseñanza es que las clases tienen que ser buenas y hay que exigirles mucho sin lo cual, por grande que sea el celo que pongamos de nuestro lado, siempre estaremos vendidos.

 

 

Y como moraleja final: “El oficial no puede hacer, en ocasiones, de sargento y de cabo, pero sí que tiene que conseguir que sus sargentos y cabos sean excelentes”.


Regulares de Larache no. 4
















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