martes, 5 de septiembre de 2017

CRISTIANISMO, PLATONISMO Y ARISTOTELISMO EN LA EDAD MEDIA

El Estudio de los sistemas de pensamiento es, sin duda, uno de los elementos fundamentales hacia las culturas que nos rodean, la formación de las diversas culturas es predominante, para poder llevar a cabo un análisis certero de dichas estructuras mentales.

Cristianismo y platonismo
En el caso de la Edad Media occidental, dos elementos confluyen para la configuración inicial del sistema de pensamiento: el cristianismo y el platonismo. El lugar central que ocupa para los cristianos la búsqueda es supremo por excelencia, Dios hace posible afirmar que, durante la Edad Media, el desarrollo espiritual del Occidente bárbaro no sólo es profundamente cristiano, sino preocupado de forma casi exclusiva por el desarrollo de las ideas teológicas acerca de la Trinidad, es decir la expresión cabal de la naturaleza divina. A partir de la aceptación del cristianismo por Constantino, y sin contar el paréntesis que significa el breve movimiento de regreso a Platón encabezado en el Imperio Romano de Occidente por Juliano el Apóstata, la religión cristiana se fue convirtiendo además en una herramienta política que asentó su poder espiritual. Cabe destacar además que el platonismo que impregnan las reflexiones de  gran parte de los padres de la Iglesia no está inspirado directamente en las ideas de Platón, sino más bien en la de sus sucesores, llamados neoplatónicos, como Filón, Plotino, Porfirio y Proclo.
     Dos de los representantes más destacados de la tradición neoplatónica cristiana son san Agustín y el pseudo-Dionisio Areopagita. Del primero sabemos que, como bien dice Gilson en su libro clásico La filosofía en la Edad Media, tenía tanta conciencia del parecido del concepto bíblico de essentia con “El que es inmutable” de Platón que llegó a plantearse la posibilidad de que Platón hubiera conocido algunos de los textos del Antiguo Testamento; después de una vida de disolución, su encuentro con Plotino y el neoplatinismo le proporcionó la solución que buscaba para dos problemas que lo atormetaban desde la infancia: la naturaleza de Dios y el problema del mal. (Gilson, 1989). El pseudo Dionisio Aeropagita, autor del siglo V d. C. que se hizo pasar por uno de los cristianos convertidos por san Pablo en Atenas, nos transmitió un corpus de textos que operó una importantísima cristianización de la filosofía neoplatónica, con una teología positiva, negativa y mística, oponiéndose de forma contundente a la metafísica aristotélica.
     Aunque no es de origen cristiano, la mística –término que procede del verbo “cerrar la boca”, lo cual nos remite a un mundo de silencio y secreto- que conocemos en el Occidente se formó sin duda en los moldes filosófico-culturales de la filosofía platónica y, sobre todo, neoplatónica. Así, para Plotino, el Uno, que no tiene esencia propia, crea las almas individuales que tiene como único propósito volverse a unir al Uno; para ello, es necesario que se deshagan de los sentidos y apetitos mundanos, para ascender al grado cognitivo, en el que se ve más allá de las apariencias de las cosas, y de allí llegar al éxtasis, momento en que se puede contemplar al Uno.

     Después de las reflexiones llevadas a cabo en el siglo IX por Juan Escoto Erígena, profesor en la escuela del palacio de Carlos el Calvo, se inicia en los territorios del norte de Europa occidental un movimiento de mística especulativa que se centra en grupos de mujeres de clase media que permanecían solteras o eran ya viudas y vivían con austeridad, rezando y aportando juntas servicios a la comunidad. Estas recluidas voluntarias, de las que la Iglesia se desentendía porque, al no ser religiosas, no tomaban voto ninguno, se llamaban beguinas y fueron desarrollando una mística de la esencia que consistía, en el regreso del alma a su realidad primera y original, que es Dios. Del mismo modo el flamenco Jan Ruysbroeck, también llamado el nuevo Dionisio o el “Doctor divino”, define en su Casamiento espiritual la experiencia mística como una degustación anticipada de la vida beatificada, que se alcanza cuando el hombre encuentra en Dios a su ejemplar eterno y contempla todas las cosas en la unidad de la luz divina. (Godinas, 2005)

Aristotelismo
Al contrario de lo que pasó con Platón y los neoplatónicos, mucho más cercanos del mensaje cristiano al tener claro que era imposible perseguir un bien inalcanzable mientras uno no se liberase de las ataduras corporales.
     El problema de la adopción de las ideas aristotélicas no estribaba tanto en las obras lógicas –las Categorías, De interpretatione, los Tópicos y las Primeras analíticas- de Aristóteles, sino en los textos relacionados con la metafísica y los tratados sobre ciencias naturales. La llegada del Aristóteles metafísico y filósofo natural al Occidente, alrededor del siglo XII, se dio por tutas azarosas. En efecto, el estado de conservación del corpus aristotélico –los diálogos, de los que sólo se conservan fragmentos; las notas personales de investigaciones, y los manuales, que, si bien se destinaban a sus estudiantes y seguidores, no siempre eran obras bien armadas- y el exilio en el que vivió el filósofo en los últimos meses de su vida, cuando tuvo que huir de Atenas para refugiarse en Calcis tras la muerte de su protector Alejandro Magno, implicó problemas en la difusión de los materiales. (Godinas, 2005, 21) Sabemos que cristianos nestorianos tradujeron a Aristóteles al árabe, por medio del cual se dio a conocer el Oriente islámico e influyó en la obra de dos filósofos cuya importancia en la transmisión de la obra del estagirita fue fundamental para el Occidente latino hasta el Renacimiento: Avicena (Ibn Sinâ) en el siglo XI y Averroes (Ibn Rushd) en el XII.
     Traducido al latín en el siglo XII, Avicena ejerció una influencia profunda en todo el Occidente medieval. De hecho, el Libro de las leyes del arte de sanar Kitâb al-Shifa, conocido en latín como Canon medicinae- circuló antes que el corpus aristotélico. El Avicena latinus, es decir las obras de Avicena traducidas en latín por la escuela de traductores de Toledo en el siglo XII, incluía la mayor parte de los tratados en los que Avicena comentaba los tratados metafísicos y naturales aristotélicos: toda la Metaphysica en el Liber de philosophia prima sive scientia divina, los tratados naturales en el Liber de animalibus, el Liber de caelo et mundo, el Liber de generationes et corruptione, los Meteoros, etc. Más que comentarios, lo que Avicena hace en sus tratados es parafrasear, lo cual impone una mayor distancia con respecto al texto aristotélico que en comentarios posteriores, como por ejemplo los de Averroes. La resolución que causó Avicena en los estudios cosmológicos, psicológicos y metafísicos de su época no encontró obstáculos hasta la reacción teológica de Al Ghazâlî, discípulo suyo pero su principal opositor en la segunda mida del siglo XI, marcada por la llegada al poder de los turcos y una actitud antifilosófica evidente. (Avicena, 1999, 1968-1972)
     El cordobés Averroes, siglo y medio más tarde, también médico, fue considerado el mayor comentarista de Aristóteles y recibió incluso de los latinos el título de Commentator. Sus comentarios se pueden clasificar en tres categorías: los Comentarios extensos, los Comentarios medios y los Cometarios abreviados, conocidos en latín como epitomes. Cabe destacar que los comentarios abreviados son los textos más personales de Averroes, en los que habla en su nombre, combinando fuentes de las más diversas, griegas o árabes, insertando en ellos un gran número de críticas a sus antecesores. Los comentarios extensos, en cambio, fijaron las reglas del comentario literal: en efecto, su adopción por Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII los convirtió en la base de la hermenéutica escolástica. Y es que antes de Averroes, como era el caso en Avicena, los comentarios de textos filosóficos parecían más paráfrasis que comentarios propiamente dichos.
     Salvo la Política, de la que, como él mismo señala, no había llegado ninguna traducción al árabe en los años setenta del siglo XII, Averroes comento a todo Aristóteles. Y fue tal el éxito de sus comentarios, que casi se tradujeron a principios del siglo XIII no sólo al latín, sino también al hebreo. De algunas obras, como las Segundas analíticas, la Física, el De Caelo, el De Anima y la Metaphisica se conservan los tres tipos de comentarios. (Guerrero, 1998) La política de los soberanos almohades impidió sin duda que la actividad filosófica de Averroes tuviera continuación en la España musulmana, pero su éxito en Occidente fue muy grande.
     Para matizar la idea que podríamos tener de que, una vez vuelto a descubrir a Aristóteles, toda la filosofía del siglo XIII es aristotélica. Sin embargo, no se pueden perder de vista tres factores muy importantes. En primer lugar, si tomamos en cuenta lo azarosa que fue su transmisión, podemos afirmar que un aristotelismo puro, son tantas las influencias que se unieron a los textos del estagirita que conviene más bien hablar de un aristotelismo neoplatónico al que se adhirieron incluso elementos que proceden de la filosofía hermética y otras fuentes. En segundo lugar, cabe destacar que la noción de aristotelismo como tal no existió nunca en la Edad Media. En efecto, el sistema de reflexión escolástico funciona de modo doctrinal, centrado en los antecedentes y las consecuencias del elemento de la doctrina que se está analizando, lo cual implica una visión histórica y exenta de toda preocupación filológica por la filiación real de las auctoritates a las que se alude.
Universidad
Pero para entender el alcance de las obras de dos de los mayores comentadores de la obra de Aristóteles en el siglo XIII, Alberto Magno y Tomás de Aquino, conviene primero tener una idea de cómo se dio y cuál fue el significado profundo del desarrollo de las universidades. La universitas es en realidad, a la zaga del movimiento de agrupación en gremios de las profesiones que fue necesaria para poner orden tras el crecimiento exponencial de las ciudades en el siglo XII, una universitas magistrorum et scholarium, es decir una comunidad de individuos que tienen en común su interés por el estudio. En un principio la universitas, heredera de las concepciones pedagógicas de los studia generalia del siglo anterior, a su vez inspiradas en las reformas carolingias de Alcuino, los Padres de la Iglesia y algunos teóricos de la Antigüedad grecolatina, no tenía más gobierno que el de los principales interesados: Bolonia era una universidad regida por la comunidad estudiantil, a la que pertenecía el rector; por el contrario, en el sur de Francia y la Península Ibérica, si bien los estudiantes controlaban algunos cargos universitarios, los colegios de doctores estaban integrados en el gobierno universitario. Cabe destacar además que muy pronto se planteó el problema de la jurisdicción para estas comunidades de estudiantes a menudo revoltosos. Parecía a todos más conveniente la adscripción a la jurisdicción eclesiástica, menos severa en caso de abusos contra las buenas costumbres; a cambio, los estudiantes tenían la obligación de tomar las órdenes menores. Sin embargo, el mayor logro consistió en obtener, dentro de este marco de la Iglesia y basándose en preceptos del derecho romano, cierta autonomía jurisdiccional para su corporación, la cual les garantizaba por un lado, el monopolio en la colación de los grados universitarios y en la organización de los estudios y, por el otro, el reconocimiento por parte delos poderes públicos; este último era de suma importancia, pues le otorgaba la posibilidad de figurar como institución, de usar un sello, etc. Además de estas universidades, como París, Bolonia, Oxford y Montpellier, pronto se verá nacer universidades creadas por el papa o el emperador, las cuales recibían desde el inicio su bula o carta fundacional, como fue el caso en Nápoles, Toulouse o Salamanca; a parte de este problema de origen, el funcionamiento era el mismo. (Godinas, 2005, 24)
     ¿Qué se estudiaba en estas universidades medievales? Heredaron de la pedagogía anterior tres elementos que fueron decisivos para la configuración de los planes de estudio:
En primer lugar: encontramos la clasificación de las disciplinas, definidas en su mayor parte de las auctoritates, las cuales dieron su nombre a las distintas facultades (teología, medicina, leyes, artes liberales). Esto permite explicar por qué, si bien la dialéctica inherente al pensamiento filosófico estaba presente como trasfondo de todas las reflexiones sobre el saber –y a pesar de la petición explícita del papa Gregorio IX en 1228 de que la Filosofía no pase de ser una ancilla theologiae (esclava de la Teología)- no existió nunca en la Edad Media una “facultad de filosofía”. A pesar de ello, en la práctica se puede observar el funcionamiento cuasi autónomo de ciertas disciplinas dentro de las facultades tradicionales, como el arte notarial en la facultad de leyes o la cirugía en la de medicina.
En segundo lugar: se heredó la noción de jerarquía según la cual el carácter más o menos religioso de cada una de las disciplinas, su utilidad social y su dignidad intelectual determinaba su posición y su importancia dentro de las universidades. Así, la facultad de teología llegaba siempre en primer lugar, seguida de las facultades de derecho y de medicina; en último lugar encontramos siempre la facultad de artes.
En tercer lugar: es el método de enseñanza, el cual se mantuvo casi sin cambios hasta la Edad Moderna. Abelardo, con su Sic et non, había dado la pauta al sacar la dialéctica de la facultad de artes (como parte del trívium, que incluía también el estudio de la gramática y de la retórica) para introducirla en el estudio de la teología, demostrando como la dialéctica hacia posible que se rebasaran las contradicciones aparentes de la Biblia. La lengua para el debate escolástico era el latín, del cual se exigía un conocimiento no sólo gramaticalmente correcto, sino también apoyado en el conocimiento dialéctico y de la retórica. Los ejercicios según los cuales se organizaba la enseñanza eran, por un lado, la lectio y por el otro, la disputatio. (Jakubecki, 2012, 31-38)
     La lectio consistía en la lectura comentada de textos por parte del maestro o de alguno de sus ayudantes. Durante la lectio, el maestro explicaba la littera, es decir el valor literal del término, e ilustraba su sensus, es decir el significado profundo de los elementos que conforma el discurso. Este trabajo exegético implicaba por lo tanto una profunda interacción entre el maestro o lector y los auctores, los predecesores a los cuales la auctoritas de la que gozaban confería un reconocimiento jurídico, siendo los primeros meros expositores de las sentencias de los últimos. De ahí el reflejo de esta costumbre bajo la forma de glosas, que llenaron los márgenes de los textos medievales e incluso llegaron a confundirse con el texto mismo de los autores, para gran desesperación de los humanistas. Así, los que estudiaban derecho civil tenían que trabajar con las grandes glosas al Corpus iuris civilis –la colección de textos legales compliada por Justiniano- como la de Accursius. En las clases de derecho canónico, en cambio, los textos comentados eran el Decretum de Graciano ya las compilationes anqtiquae, y colecciones de decretos de diversos papas. Los futuros médicos comentaban el Ars medicinae, compilación hecha por Constantino el Africano de las obras de Hipócrates y Galeno, y el Canon de Avicena. Los teólogos, además de la Biblia, debíand e conocer las Sentencias de Pedro Lombardo y la Historia Scholastica de Pedro Comestor. (Jakubecki, 2012, 31-38)
     La disputatio, en cambio, era un debate oral conducido según las reglas de la lógica aristotélica. Se trata de un método de enseñanza presidido por el maestro en el que se exigía la aportación y el examen por parte de los estudiantes de argumentos de razón y de autoridad que se oponían alrededor de un problema teórico o práctico. La base de la disputatio es la quaestio sobre la que se basa la discusión y que exige una resolución, sea a favor o en contra; por ello no es de extrañar que la mayor parte de los tratados escolásticos tengan la quaestio como elemento principal de diviso textus. (Jakubecki, 2012, 31-38)
Alberto Magno y Tomás de Aquino
Con Alberto de Lavingen, también conocido como Alberto de Colonia o Alberto Magno, culmina el proceso que se inició en Toledo en el siglo XII. Su objetivo filosófico se puede expresar con las mismas palabras de Boecio: “transmitir a Aristóteles a los latinos”. Ningún aspecto de la filosofía grecoárabe es ajeno a este pensador cuya obra abarca todos los campos de la teología y de la filosofía. Comentó toda la obra de Aristóteles, intentando en muchos lugares complementarla con su propio pensamiento; esto lo acerca más a Avicena que a Averroes e hizo que desde muy temprano se le considerara más como Auctor que como maestro, dándole su propia auctorias.La aportación fundamental de Alberto Magno al pensamiento es sin duda la distinción definitiva que introduce entre filosofía y teología, reivindicando el derecho a la especulación filosófica. Para él, la verdad filosófica se concentra en la armonía de Platón con Aristóteles. Por ello, al describir el alma casa ambas vertientes filosóficas al afirmar que ésta es una substancia intelectual y que ser forma del cuerpo no pertenece a su esencia sino a su función, dando la razón a Platón por lo que respecta la naturaleza del alma, pero también a Aristóteles por lo que toca a su forma externa. (Le Goff, 1986) (Boecio, 1955) (Verger, 1993)
     Santo Tomás de Aquino fue alumno de Alberto Magno en 1245, decidido unirse a los dominicos a pesar de la oposición materna, cursaba los primeros años de la carrera de teología en París. Prueba viva de su búsqueda incansable la síntesis entre fe y razón, entre teología y filosofía, su obra cubre todoslos géneros filosóficos y literarios entonces conocidos: comentarios sobre la obra de Aristóteles, comentarios de la Sagrada Escritura, tratados, opúsculos, quaestiones disputatas y, sobre todo, dos “sumas”, una filosófica –la Summa contra gentiles y la otra teológica, su Summa theologie. (Aquino, 1989) El desarrollo de la filosofía tomista se ve regido por una doble condición: la distinción entre razón y fe, y la necesidad de su concordancia. Para Santo Tomás la única aptitud que podemos adoptar consiste en llevar lo más lejos posible la interpretación racional de las verdades de la fe, en ascender por la razón hacia la revelación y volver a descender desde la revelación hacia la razón. Así llegamos como él a la conclusión de que Dios, si bien no es el Acto puro de pensamiento que presidía el mundo de Aristóteles, se puede entender como el Acto puro de existir que ha creado de la nada el mundo cristiano de los individuos actualmente existentes. (Chesterton, 1985)
     Con Alberto Magno y Tomás de Aquino no termina la filosofía medieval. Sin embargo, los podemos considerar como una culminación puesto que en su obra encontramos, por primera vez de forma explícita, la voluntad de fundir las tres fuentes del pensamiento medieval: la revelación del cristianismo, la unión mística del (neo) platonismo y la búsqueda de la verdad defendida por la filosofía material aristotélica.

BIBLIOGRAFÍA
Gilson, Etienne, La filosofía en la Edad Media desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV, trad. de Arsenio Palacios y Salvador Caballero, Madrid, Gredos, 1989.
Godinas, Laurette, “Modelos del pensamiento medieval: Cristianismo, Platonismo y Aristotelismo”, en Aurelio González y María Teresa Miaja de la Peña, edit., Introducción a la Cultura Medieval, México, Secretaría de Extensión Académica de la F de F y Letras de la UNAM, 2005.
Avicena, El canon de medicina, San Antonio, Biblioteca Médica P.I. de la Universidad de Texas, 1984, 14 volúmenes.
Guerrero, Rafael Ramón, La metafísica en Averroes, Madrid, Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, n° 15, Servicio de publicaciones, Universidad Complutense de Madrid,1998.
Jakubecki, Natalía, Los inicios del pensamiento escolástico: el sic et non de Pedro Abelardo, Buenos Aires, Revista española de Filosofía Medieval, 19, ISSN: 1133-0902, 2012.
Pedro Abelardo, Sic et non: A critical edition, Ed. Blanche B. Boyer and Richard Mckeon, Chicago, The University of Chicago Press, 1976.
Le Goff, Jacques, Los intelectuales en la Edad Media, Barcelona, Gedisa, 1986.
Verger, Jacques, Les universités au Moyen Âge, París, Quadige-PUF, 1993.
Severino Boecio, La consoloación de la filosofía, Barcelona, Edit. Montaner y Limón, 1955.
Chesterton, Gilbert Keith, Santo Tomás de Aquino, Madrid, Espasa-Calpe, 1985.
Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, ed. dirigida por los Regentes de Estudios de las Provincias Dominicanas en España, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1989.


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