La vulva es
bella: de la vagina dentata a la adoración del yoni
¿Podría el lector o lectora coger un
bolígrafo y garabatear un pene y unos testículos en algún post-it cercano? Y
ahora, ¿podría dibujar una vulva, con sus labios mayores y menores y su capucha
clitoral? La escritora Mithu
M. Sanyal, autora de Vulva,
la revelación del sexo invisible, llevó a cabo un experimento similar
con un buen número de mujeres, hallando que muy pocas sabían dibujar una vulva
reconocible y anatómicamente correcta. Su conclusión: «con la salvedad de las
ilustraciones médicas, solo vemos imágenes de la vulva como productos de las
industrias del porno y de la higiene».
La vulva es representada en el imaginario
colectivo occidental como una ausencia, un hueco, un agujero, un espacio en
blanco: «para la simbolización del sexo de la mujer, el imaginario solo provee
una ausencia allí donde en otros casos hay un símbolo muy destacado», en
palabras de Lacan.
El clítoris y los labios se tornan invisibles, solo se tiene en cuenta la
apertura vaginal considerada como una ausencia.
Cuando sí se admite la existencia de la vulva, es tratada por los imbéciles con
asco, prevención o rechazo; es ocultada y sumergida por mitos como su supuesta
fealdad o mal olor… Grabad estas palabras en piedra: un coño limpio huele de
maravilla. Cuando una compañía alemana sacó al mercado un perfume vaginal llamado Vulva, pudieron leerse en la
red miles de comentarios infantiles y llenos de aspavientos ridículos… Y ya solo la sugerencia o metáfora de la
vulva causa polémica al aparecer en el espacio público, como en este
objetivamente nada obsceno cartel del 12º Festival de Cine Erótico de Barcelona.
El laberinto de referencias artísticas,
mitológicas y religiosas al coño resulta apasionante y divertido de
desentrañar, así que he convencido (no sé cómo) a los responsables de Jot Down para que acojan
un artículo vulvar en su seno. Un viaje que empezará con una pregunta a la que
durante siglos los filósofos han estado dando vueltas… ¿Qué es un coño?
1. Un coño no es un pene ausente
“Lo que yo tenía y era
bueno al tacto no tenía nombre. Solo los niños tenían algo afuera, así que yo
no podía tener mi clítoris y al mismo tiempo ser una niña”. Paciente de la
psicoanalista Harriet
Lerner.
En las sociedades occidentales el varón ha
sido tradicionalmente la medida de todas las cosas, y por tanto los genitales
femeninos han sido patéticamente descritos como variantes subdesarrolladas de
los genitales “completos”, los masculinos. El mismísimo Galeno escribió: “Al
estar mutilada, la mujer es menos perfecta y completa que el hombre en relación
con las partes que asisten a la reproducción”. Alberto Magno asocia
la femineidad a problemas durante el embarazo que impiden el desarrollo del
pene, de lo que deduce que “la mujer no es en su naturaleza un ser humano, sino
un nacimiento fallido”.
Aparentemente incapaz de imaginar una mujer
sin algún tipo de falo, el anatomista del siglo XVI Andreas Vesalius representó
en De humani corporis
fabrica los genitales femeninos como un enorme pene invertido del que la vulva sería el glande. No
tiene desperdicio la explicación de Prospero
Bergarucci, discípulo de Vesalius, para esta extraña
configuración anatómica: “A sabiendas de la inconstancia y soberbia de la
mujer, y para contrarrestar así su permanente anhelo de dominio, la naturaleza
le dejó las partes sexuales en su interior para que, cada vez que esta piense
en su presunta carencia, deba volverse más pacífica, más obediente y finalmente
más pudorosa que cualquier otra criatura en el mundo”. Si Dios hubiera querido
enseñar humildad al varón le hubiera invertido el escroto, podría deducirse
siguiendo ese tren de pensamiento.
Cuando se admite que las mujeres carecen de
falo, surge la idea de que les gustaría tenerlo. Según Sigmund Freud, las niñas
entre tres y cinco años descubren que no tienen pene y que han sufrido una
castración (de nuevo la vulva permanece aparentemente invisible) y adquieren
“envidia del pene”, especialmente el del padre; un ansia inconsciente que solo
puede verse satisfecha dando a luz un niño como sustituto del falo.
Si los labios de la vulva han permanecido
ausentes del imaginario colectivo occidental durante siglos, el pobre clítoris
ha llegado a ser tratado directamente como una deformidad. Barbara Walker cuenta
una anécdota tristemente significativa en The Woman’s Encyclopedia of Myths and Secrets:
«Durante un proceso por brujería en 1593, el esbirro a cargo del examen (un
hombre casado), descubrió por primera vez un clítoris y lo identificó como una
marca del diablo. Era ‘un pequeño trozo de carne, sobresaliente como una
tetilla, de media pulgada de largo, escondido en un lugar muy secreto que era
indecoroso mirar’. (…) Mostró la cosa a varios espectadores, que no habían
visto jamás algo así».
Aunque casi sería mejor esta ignorancia que un
reconocimiento que desemboque en prácticas como la ablación del clítoris y/o de
parte de los labios de la vulva, animalada que persigue eliminar “las partes
masculinas” de los genitales femeninos (es decir, dejar solo el agujero
penetrable y eliminar lo que no se comprende) y limitar el acceso de la mujer
al placer sexual para aumentar su docilidad. Y a quien le parezca algo
exclusivo de culturas exóticas, que se fije en esta frase algo repulsiva de
Freud: “cuando una mujer llega a la edad adulta y entra en la femineidad, el
clítoris debería ceder su sensibilidad e importancia, parcial o completamente,
a la vagina”. Lo que no sea un túnel, una vaina, un receptáculo
para el pene del varón, sencillamente no debe existir o debe ser secundario.
Muchos ven en este rechazo hacia la vulva el origen de bastantes labiaplastias,
intervenciones de cirugía estética en que mujeres avergonzadas de sus labios
vaginales los remodelan o mutilan para reducirlos.
Ya paro, que me indigno. En cualquier caso, lo
primero que debe hacerse para revertir el proceso de invisibilización de algo
es nombrarlo con precisión. Pero, ¿cómo podemos llamar a la rosa?
El nombre de la rosa
“Los maridos debieran
seguir un curso
por correspondencia
si no se atreven a hacerlo personalmente
sobre los órganos genitales de la mujer
hay una gran ignorancia al respecto
quién podría decirme por ejemplo
qué diferencia hay entre vulva y vagina
sin embargo se consideran con derecho
a casarse
como si fueran expertos en la materia”
Nicanor Parra,
Sermones y prédicas del Cristo
de Elqui
En textos médicos antiguos se usa la palabra
vulva para referirse indistintamente a los labios, la vagina, el útero o todo
junto: lo triste es que duren imprecisiones similares siglos más tarde. Resulta
sorprendente la extendida confusión entre vagina (el tubo interno de membrana
mucosa) y vulva (los genitales externos). En la famosa obra teatral Monólogos de la vagina se
usan indistintamente ambos términos, lo que llevó a la psicoanalista Harriet Lerner a
lamentarse: «¿Existe una repentina amnesia feminista en relación con la
diferencia entre la vulva y la vagina? (…) Dudo que los hombres toleraran una
supuesta celebración de su sexualidad en que se confundiesen los testículos con
el pene».
En 1980 Lerner fundó el Club Vulva con el
objetivo de prevenir las consecuencias de este tipo de confusiones. Lerner pone
el ejemplo de un texto de educación sexual de los setenta en que, si bien los
genitales masculinos se describen detalladamente, se omite cualquier referencia
a los labios o al clítoris, mencionándose solamente «apertura vaginal, vello
púbico, ovarios y útero». Los genitales quedan reducidos a las partes
involucradas en la reproducción y el agujero en que el hombre envaina su
espada.
La palabra vulva (“envoltura”), del
latín volvere,
no está teniendo demasiado éxito a pesar de ser mi favorita particular, junto a
la más imprecisa “coño”. Muchos consideran “vulva” un término médico o técnico,
cuando no lo es más que pene o testículo; otros se limitan a hacer chistes
diciendo que vulva suena a marca de coches sueca. Sin embargo vulva es una
palabra preciosa: su V repetida remite al triángulo genital, al vello púbico y
a V de Vendetta.
Bueno, esto último quizás no. Pero en cualquier caso es mejor que las
alternativas…
Y es que muchos nombres para el genital
femenino van asociados a la vergüenza o la ocultación, ya desde el sinus pudoris (cueva de
la vergüenza) o el inhonesta usados
por Isidoro de
Sevilla. En alemán los labios mayores y menores son Schamlippen, literalmente
“labios de la vergüenza”, y el triángulo público es el Schamdreieck, “triángulo de
la vergüenza”. Eso cuando se utiliza un nombre cualquiera y no se ocultan los
genitales femeninos como “las partes” o el “allí abajo” que recuerda Gloria Steinem: «‘Allí
abajo’, esas eran las palabras —pronunciadas raras veces y en voz baja— con que
las mujeres de mi familia llamaban a los órganos sexuales femeninos, tanto
internos como externos».
Ante estas alternativas, en este artículo
reivindicaré tres palabras: “vulva”, “coño” y “yoni”, nombre sánscrito que,
como veremos más adelante, tiene implicaciones tántricas y religiosas.
En la
Yoniversity puede encontrarse un recopilatorio de nombres
de la rosa en varios idiomas. Es un mito que los esquimales utilicen cien
palabras para designar a la nieve (son más bien diez o doce), pero sí existen
27 nombres árabes llenos de matices para los genitales femeninos. En el manual
erótico del siglo XVI The
Perfumed Garden se recogen desde el genérico el feurdj (“abertura,
valle”) hasta los muy específicos el
deukakk (“aplastador”) para referirse al yoni capaz de apretar
y comprimir el pene durante el coito, el
harr (“cálido”) para el que emite un intenso calor propio,
o el hacene (“hermosa”)
para la vulva de una simetría y belleza tales que hace imposible dejar de
mirarla fijamente.
Lo que nos lleva a una pregunta
desasosegante: si mirar fijamente el Sol puede dejarte ciego… ¿puede resultar
peligroso mirar directamente un coño?
3. En las fauces de la vagina dentata
“¿Tan misterioso es esto?
¡Es mi vagina, no la esfinge!” Miranda, en Sexo en Nueva York
Freud hablaba del miedo a la castración que
experimentan los niños al darse cuenta por primera vez que las niñas no tienen
pene: confieso que no he visto una mejor demostración de ese pánico primordial
que en esta escena de Dragon
Ball en que Son Goku descubre la vulva
de Bulma. En cualquier caso, no hace falta mucho psicoanálisis
para deducir que muchos hombres sienten miedo por lo intrínsecamente femenino.
En lo simbólico los atributos masculinos se asocian traidicionalmente a
obeliscos apolíneos y a la razón, mientras que los femeninos han sido vistos
como propios de la oscuridad irracional, el miedo o el asco. En palabras de la
investigadora feminista Toril
Moi: «El falo es entendido a menudo como una forma completa,
homogénea y sencilla, en contraste con el caos aterrador del genital femenino».
La materialización más evidente del miedo a
la castración es la imagen de la vagina como grieta peligrosa y sangrienta
armada de dientes afilados: la vagina
dentata. Este símbolo aparece en cuentos y leyendas de todo el
mundo como una clara advertencia: el sexo de la mujer es
peligroso y puede castrar al varón o inutilizarlo. Un mito
antiquísimo vigente hoy en día en películas como la
reciente Teeth, con un
giro irónico-terrorífico que convierte la dentata en arma de autodefensa.
A veces no es necesario ni siquiera penetrar
esa vagina letal, basta con mirarla. En una leyenda árabe recordada por Catherine Blackledge en Story of V, el sultán de
Damasco pierde la vista al observar una vagina
dentata que le arranca los ojos (!) de un mordisco. Al
personaje popular de Peeping Tom se le caen literalmente los ojos al suelo tras
espiar a la desnuda Lady Godiva. Todos los espectadores que vieron la desnudez
de la santa Epistene durante su martirio perdieron la vista…
En varios cuentos africanos el final feliz
llega cuando el héroe usa palos o lanzas (instrumentos fálicos, en definitiva)
para arrancar los dientes de la vulva mordedora, en una metáfora evidente de la
ruptura de la voluntad de la mujer y su transformación en criatura inofensiva y
apta para el matrimonio. De forma menos literal pero con el mismo trasfondo,
en La fierecilla domada de Shakespeare Petruchio
le arranca a Catalina los dientes de su intelecto y su sarcasmo, domesticándola
hasta convertirla en una cuasilobotomizada criatura que acaba recomendando a
las mujeres que “pongan sus manos, como señal de obediencia, a los pies de sus
maridos”.
Otras visiones de la dentata sitúan su origen
en el hecho de que tras eyacular el hombre queda exhausto, exprimido,
“devorado” por la mujer vista como una vampira de energía vital. Dice Camille Paglia en Sexual Personae (polémico
libro que merecería un artículo para él solo): “la vagina dentada no es una
alucinación sexista: cada pene es disminuido por cada vagina, del mismo modo en
que la humanidad, varón y hembra, es devorada por la Madre Naturaleza”. Paglia
ejemplifica esta identificación natural con un fragmento de A contrapelo, de Huysmans, en que «un
hombre es atraído magnéticamente hacia los muslos abiertos de la madre
naturaleza, hacia las ensangrentadas profundidades de una flor carnívora de
hojas afiladas como sables».
Es curioso este pánico primordial masculino hacia
los dientes simbólicos de la vagina… y que sin embargo esté tan extendido
(afortunadamente) el gusto por la felación realizada por una boca repleta de
dientes auténticos. Pero la simbología de la fellatio (que la hay, y mucha) queda para
otro artículo futuro, si no me devora antes alguna dentata o me echan
de Jot Down por
pervertido.
La adoración del yoni
“Su parte inferior es el
altar sacrificial,
su vello la hierba sagrada,
su piel el origen del soma.
Los labios de su yoni son el fuego central.
Muchos mortales atraviesan el mundo sin virtudes,
especialmente los que practican la unión sexual sin saber esto.“
Brihad Aranyika Upanishad, VI
En contraste con el pánico de la dentata, los genitales
femeninos han sido vistos también como lugares sagrados y curativos. Existen
mitos y leyendas en varias tradiciones en los que la exhibición de la vulva en
un momento crítico ha ahuyentado a los demonios, resucitado a los muertos o
incluso salvado al mundo. En el artículo Strip/Tease del especial aniversario de Jot Down hablé del mito
de Baubo, la diosa que salvó a Deméter de la desesperación contándole chistes
obscenos, riendo y mostrándole su vulva
sanadora. Inanna, la diosa sumeria del amor y la guerra, estaba
muy orgullosa de sus genitales. En los Himnos
a Inanna podemos leer: “la diosa lanzó gritos de júbilo por su
vulva, tan hermosa de contemplar, y se felicitó a sí misma por su belleza”.
Inanna también aportó su granito de arena al debate sobre el nombre de la rosa
al declamar: “Mi vulva, el cuerno, la Barca Celestial llena de deseo como la
joven luna”.
El poder apotropaico (es decir, protector)
del coño se manifiesta en las Sheela-na-gigs,
esculturas de mujeres con una sonrisa maníaca en la cara y las manos abriendo de par en par los labios de la vulva. Se
encuentran en iglesias románicas y castillos, especialmente en Irlanda, y su
situación estratégica frente a puertas y ventanas sugiere que protegen contra
el mal y la muerte.
El culto religioso a la vulva (o, hablando
con propiedad, al yoni) se encuentra extendido en muchas sectas hindús, en
general en relación con el masculino lingam. El yoni de la Gran Diosa Kali
manifiesta el poder generador de la naturaleza. En palabras de Ajit Mookerjee, director
del Museo de Arte de Nueva Delhi, en Kali,
the feminine force: “El yoni es alabado como un lugar sagrado, un
punto de transferencia de fuerzas sutiles, la puerta de entrada a los misterios
cósmicos. En las esculturas, la diosa es representada yaciendo sobre su
espalda, las piernas abiertas para el culto, o con los pies muy separados
mientras su adorador bebe bajo el arco de sus piernas el yoni-tattva, la
esencia sagrada. (…) En el yoni-puja o ritual de la vulva, la vulva de una
mujer viviente o su representación
en piedra, madera, pintura o metal son adorados como símbolo de la
diosa».
Merece la pena detenerse en este ritual
del yoni-puja y comprender que es un rito religioso, desprovisto
de contenido directamente sexual, a pesar de que una de las formas de
celebrarlo es bebiendo cinco líquidos derramados en la vulva de una
sacerdotisa. Sobre el yoni de la mujer se vierten consecutivamente agua, yogur,
miel, leche y aceite, que son recogidos con un cuenco situado entre sus muslos.
El contacto íntimo con la vulva purifica estas sustancias, que representan los
cinco elementos de la cosmología hindú, antes de ser consumidas por los
asistentes al ritual.
El Ambubachi
Mela es un festival realizado en Assam en honor de la
menstruación anual de la diosa tántrica Kamakhya, un aspecto de Kali. Durante
las celebraciones se depositan ofrendas a la diosa frente a una abertura vulvar
abierta en la roca de la que mana un riachuelo subterráneo. Los peregrinos
tocan esta agua sagrada de yoni y beben de ella… En esta misma familia de
rituales se engloba el segundo nacimiento, un ritual similar al bautismo en que
los creyentes pasan a través de un gigantesco yoni de madera o piedra, tras lo
que se consideran renacidos a un nuevo mundo espiritual.
Parece que al fin estamos en el buen camino:
la vulva como señal sagrada, pliegue cálido y acogedor del cosmos, puerta entre
estados de conciencia… Ya podemos declamar que la vulva es bella.
5. La vulva es bella
“Eduquemos a una generación
sin chistes de babosas y pescados, con respeto por los ciclos mensuales
femeninos en lugar de asco, vergüenza y dogmas religiosos. Regalémonos más
imaginería genital femenina en mitos, arte, joyería, libros…” Kirsten Aderberg
Todo el arte de la humanidad empezó con el
dibujo de un coño. Durante unas excavaciones recientes en la cueva francesa de
Abri Castanet se encontraron diseños vulvares grabados en la pared de roca hace
37.000 años: el arte rupestre más antiguo del mundo. Estos
grabados, junto a otros similares hallados en las cuevas de Fontainebleau o la
aparición de estatuillas de Venus como la de Willendorf o
la de Hohle Fels, con
la vulva muy acentuada, han sido interpretados como elementos de rituales de
fertilidad y adoración de Diosas Madre primitivas.
Para encontrar hoy en día vulvas grabadas en
las paredes no tenemos que irnos muy lejos: el escultor británico Jamie McCartney ha
sacado recientemente 400 moldes de yeso de otras tantas vulvas, pertenecientes
a mujeres de entre 18 a 76 años, y las ha expuesto en diez enormes paneles que
forman un muro de nueve metros de largo, bautizado con cierta rechifla
como Great Wall of Vagina (en
realidad son vulvas y no vaginas, pero la precisión le fastidiaba el chiste).
Esta exposición itinerante se presenta como un muestrario de vulvas, una
celebración de su enorme variedad y de su belleza intrínseca. Un proyecto a
priori cautivador pero no carente de críticas: la frialdad blanca del yeso no
parece combinar con la carnosa suavidad rosada de las vulvas originales.
Entre los grabados paleolíticos y las
esculturas de McCartney tenemos unos cuantos siglos de expresiones artísticas
de los genitales femeninos que me gustaría al menos mencionar. Rastrear
falos resulta sencillo en el arte occidental, pero no ocurre lo mismo con las
representaciones explícitas de vulvas más allá de algún fresco pompeyano o algún estudio
anatómico-forense de Leonardo Da Vinci. Un motivo recurrente a
partir de la época clásica es la venere
pudica (de pudere,
“avergonzarse”): la diosa tapándose pechos y vulva con las manos, avergonzada
de su desnudez, como en la Afrodita de Praxíteles o El nacimiento de Venus de Botticelli.
Dado que el genital femenino se oculta y
escamotea, se redescubren constantemente otros símbolos: copas, triángulos,
rosas u otras plantas como las flores genitales de Araki o Georgia O’Keefe,
espirales, entradas de cuevas, laberintos (imagino a Borges sobresaltándose),
valles… y
corazones. Dice Gloria
Steinem: “La forma que llamamos ‘corazón’ —que en su simetría
se parece mucho más a la vulva que al órgano asimétrico cuyo nombre lleva— es
probablemente un símbolo remanente del genital femenino. Siglos de dominación
masculina lo han despojado de su poder y reducido al romanticismo”. La Goulue, bailarina de
cancan que aparece en varios cuadros de Toulouse-Lautrec, llevaba un corazón rojo
bordado en su ropa interior, y lo descubría obscena y juguetonamente al
levantar las piernas durante el baile. Esta identificación entre corazón y
vulva está presente en todo tipo de iconografía moderna.
Para pasar de los símbolos a la
representación explícita del coño en la pintura occidental tenemos que
desplazarnos a 1866, año en que Gustave
Courbet pintó por encargo El Origen del Mundo. Esta vulva en primer plano y encuadre forzado a
la que no se puede asociar un rostro (lo que crea a la vez intriga y sensación
de universalidad) lleva más de un siglo dejando un rastro de censuras,
escándalos y polémicas, la última tan reciente como octubre de 2011, en Facebook.
Tanto pudor europeo contrasta con el
despreocupado arte tradicional japonés, en particular con los shunga o “dibujos de
primavera”, grabados abiertamente pornográficos producidos en su mayoría entre
los siglos XVII y XIX. Muchos artistas dibujaron shunga sin que fuera
visto como una deshonra o una vergüenza, entre ellos el mismísimo Hokusai con
imágenes tan potentes como esta. Tanto el pene como la vulva eran
representados de forma explícita, exagerada y anatómicamente clara.
En occidente hubo que esperar a los siglos
XIX y XX y a Klimt, Picasso o Schiele (o a
fotógrafos como Helmut
Newton o Robert
Mapplethorpe) para encontrar representaciones más o menos
explícitas de genitales femeninos. Por supuesto, podemos encontrar ejemplos de
representaciones vulvares en el arte moderno: del amor lésbico de Suzanne Bellivet a la claridad de Álvaro Pemper o el hiperrealismo de John Currin. Taschen editó el libro de
fotografía definitivo para fanáticos del coño como yo: The big book of pussy, con
más de 400 imágenes de vulvas de todas las formas, colores y tamaños. Una de
las fotógrafas incluidas en el recopilatorio, Frannie Adams, es autora
de obras tan vulvófilas como Pussy
Portraits, una serie de fotos de coños
retratados junto a las caras de sus dueñas.
En el terreno de la performance y las artes
plásticas alternativas una generación de artistas rompió el tabú de la vulva
sobre el escenario. Una de estas pioneras fue Shigeo Kubota, que pintó
cuadros en 1965 usando sangre menstrual y su vagina como soporte para el
pincel. Diez años más tarde, Carolee
Schneemann en Interior
Scroll se desnudó sobre el escenario y extrajo de su vagina un
larguísimo rollo de papel del que leería uno de sus incendiarios poemas… Una
estrategia de poesía genital que seguirían años más tarde, fisting mediante,
artistas como Diana
Torres, pornoterrorista. Por su parte, Judy Chicago revolucionaría
en los setenta el arte abstracto con sus formas vulvares y su instalación The Dinner Party,
homenaje a 39 mujeres importantes de la historia.
Llega un punto en que arte plástico,
feminismo, performance y divulgación vulvar se unen de la mano: Annie Sprinkle y su
ginecología casera de espéculo y autodescubrimiento, Marina Abramovic y su
descacharrante repaso a la
sexualidad balcánica, el documental Viva la vulva en
que Betty Dodson discute
con un grupo de mujeres la apariencia de sus vulvas y cómo estimularlas… Y estaría
tentado de añadir a Maude Lebowski y su pintura vaginal aérea si no fuera un
personaje de ficción.
Termino el recorrido con un par de
recomendaciones para quien quiera leer más: el imprescindible ensayo Vulva, la revelación del sexo invisible de Mithu. M. Sanyal, y el libro Vulva
Empowerment: vulvas in History, Art, Mithology and Society,
de Kirsten Anderberg. También
es interesante y poético este artículo de Rodrigo Martínez Andrade La vulva como metáfora, afortunado título que me sugiere la palabra
vulváfora. Y, en otro estilo, tengo que recomendar Coños, de Juan Manuel de Prada,
como mirada masculina y coñona (nunca mejor dicho) al mundo de la vulva. Un
libro salvaje y divertidísimo que nunca entenderé cómo ha podido surgir de la
misma persona que ahora sostiene que la pornografía va matando el alma.
Y ya que sale el tema de la mirada masculina:
soy un hombre que acaba de escribir sobre coños, pero no pretendo ser uno de
esos irritantes perdonavidas que, en palabras de Gloria Steinem,
«pretenden saber más del cuerpo de las mujeres que las mujeres mismas». Lanzo
pues al aire dos peticiones a las mujeres lectoras de este artículo:
complementad la información parcial que aquí aparece y, sobre todo, animaos a
escribir, en justa reciprocidad, un artículo sobre penes, varitas mágicas,
bastos, pollas, obeliscos, herramientas, falos…
https://www.jotdown.es/2012/12/la-vulva-es-bella-de-la-vagina-dentata-a-la-adoracion-del-yoni/
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