domingo, 27 de julio de 2025

 

Inmigración europea y artesanado en América Latina (1814-1914) Notas sobre algunos temas y problemas, a modo de presentación

El dossier reúne siete artículos y una entrevista, articulados en torno al tema artesanado y migraciones en América Latina. La referencia temporal es la centuria comprendida entre la abolición de la organización gremial a fines de la colonia y la primera guerra mundial. Si bien el eje de estudio es latinoamericano, la historiografía europea presenta una larga tradición en el tema y concurre a esclarecer y enriquecer la perspectiva latinoamericana. Este criterio justifica la presencia de los dos primeros artículos: Artesanos y organización de la producción manufacturera en las ciudades de Castilla de la Edad Moderna”, autoría de José Nieto Sánchez y “Artesanos y política en Madrid durante el resistible ascenso del liberalismo (1808-1833”, de Álvaro París Martín.

Integran el dossier dos trabajos sobre el sector, en países con importantes centros urbanos y tradición en actividad artesanal, como lo fueron México y Colombia. Respecto al primero, el aporte de Miguel Orduña Carson “Las organizaciones de trabajadores en el México decimonónico vistas por Ignacio Manuel Altamirano, un liberal republicano”.

En cuanto a Colombia, el estudio de Sergio Paolo Solano D. “Artesanos, jornaleros y formas concentradas de trabajo: el Apostadero de la Marina de Cartagena de Indias (Nuevo Reino de Granada) en el tránsito entre los siglos XVIII y XIX”. A los precedentes, se suman dos artículos sobre el Río de la Plata: el de Nelson Pierrotti –“La inmigración europea y el arte de enseñar oficios en los orígenes de la industria manufacturera uruguaya (1726-1860)”- localizado en el puerto de Montevideo; y el de Vanesa Teitelbaum – “Movilizaciones, dirigentes y conformación de una trama asociativa en el mundo del trabajo artesanal (Tucumán, 1890-1910)”- que aborda la experiencia de los trabajadores del sector artesanoindustrial en el norte argentino.

Finalmente, Pablo Rocca aporta un enfoque desde el campo de las letras con el artículo “Libros, esclavos y otras mercancías (Jaime Hernández y la trama cultural de la República entre 1834 y 1844)”.

Estas notas introductorias, proponen una reflexión a partir de la “selección” de varios temas y problemas, no necesariamente los principales, pero claramente ineludibles: inmigración europea e innovación; el papel de los artesanos en la democratización de las sociedades latinoamericanas; la crisis de la organización gremial y el mutualismo; la relación entre taller artesanal y economía capitalista; la innovación y la enseñanza artesano-industrial. Las notas no se detienen en el análisis de los artículos que prologan, y únicamente aluden a ellos cuando abordan algunos de los temas y problemas aquí propuestos.

Artesano e inmigrante: ¿un binomio innovador?

En las últimas décadas, los estudios sobre artesanado y orígenes de la industria -tanto en Europa como en América Latina, Estados Unidos y Australia-, han reparado en el papel cumplido por los movimientos migratorios. Capel reconoce que la inmigración es “consustancial a la ciudad” y que no puede ignorarse su rol en el crecimiento económico y la innovación. En el siglo XVIII, Madrid fue destino de flujos de población, parte de los cuales ingresó al universo de los artesanos que no constituía un coto cerrado (Nieto Sánchez, 2012). En 1850, el 60 % de los habitantes que residían en las ciudades más importantes de Inglaterra, eran inmigrantes y de los que entonces tenía Londres, sólo la mitad habían nacido en la capital (Capel, 1997). En Paris, hacia 1846, los extranjeros (belgas, alemanes, italianos, españoles y otras nacionalidades) representaban el 12,96% de su población, con una elevada presencia de artesanos (Grandjonc, 1974). Sennet tiene en cuenta la propensión de los artesanos medievales y del renacimiento a migrar de un centro urbano a otro, y al respecto privilegia el caso de los orfebres (Sennet, 2009). Observación que Schultz extiende a los menestrales ambulantes modernos que facilitaron el intercambio técnico entre las distintas regiones europeas como algo “cotidiano” que llegó “hasta cada rincón y aldea” (Schultz, 2001).

Tan importante fue el flujo del campo a la ciudad, de una ciudad a otra, como las corrientes migratorias transoceánicas. Se estima que entre 1846 y 1932 partieron hacia ultramar unos 60 millones de europeos con diferentes destinos: 34,2 millones hacia los Estados Unidos, poco más de 7 millones hacia Argentina y Uruguay; 5,2 a Canadá; 4,4 a Brasil; 3,5 a Australia y Nueva Zelandia; algo menos de un millón a Cuba (Bacci, 2001). En Europa escaseaban los recursos naturales, pero abundaba la fuerza de trabajo, en tanto Argentina, Australia, Brasil, Canadá, Estados Unidos y Nueva Zelanda, disponían de importantes recursos naturales, pero carecían de suficientes trabajadores cualificados. Las disparidades en materia de ingresos per cápita entre los países europeos periféricos y Australia, Canadá, Estados Unidos y otros países de la América Latina en el período 1870-1913, se convirtieron en un incentivo importante para las migraciones transatlánticas (O’Rourke & Williamson, 2006).

Las migraciones han concurrido al crecimiento urbano y la expansión de los mercados internos, no sólo favoreciendo el consumo de productos tradicionales y nuevos, sino propiciando el desarrollo de actividades artesanales, industriales, y el incremento del comercio. En esta perspectiva, algunos autores atribuyen a la inmigración un papel decisivo en el proceso de desarrollo económico de las ciudades del siglo XIX y en los inicios de la industria. Allan Pred (1966), Hirschman y Mogford (2009), entre otros autores, han puesto énfasis en el papel de los inmigrantes europeos respecto a la innovación técnica en el sistema productivo norteamericano, o en aspectos culturales que les conciernen (Gabaccia, 1999 y 2000; (Laurie, 1989).

Clara Lida ha reclamado una mayor atención al papel de la emigración española a México por ser indiscutible su aporte al crecimiento económico del país receptor en los siglos XIX y XX (Lida, 1991). El papel de la inmigración europea en los inicios de la industria colombiana, aunque sin la masividad que, en otros países latinoamericanos, no fue menos importante (Capelli, 2003; Safford, 1965).

La inmigración concurrió a valorizar el trabajo manual en sociedades con fuertes prejuicios, como aquellas que durante varias centurias se sustentaron en el trabajo esclavo. Es el caso de Brasil durante el siglo XIX, donde los inmigrantes desarrollaron el comercio, la artesanía y la pequeña industria en las ciudades de Rio de Janeiro, Sâo Paulo, y otras menores como Caxias do Sul (Dean, 1989; Herédia, 1997).

Otro tanto puede observarse en el cono sur de América. Ezequiel Gallo, enfatiza en la presencia masiva de inmigrantes que trastocó “el equilibrio demográfico y regional” en Argentina, y concluye que el papel de los inmigrantes dentro de la estructura ocupacional fue “crucial y, posiblemente, sin parangón en el mundo”. Este autor, precisa que, a nivel empresarial el 68,4% de los propietarios de comercios, el 68,7% de los industriales y el 31,9% de los agropecuarios habían nacido fuera de la Argentina (Gallo, 1992).

En Uruguay, Montevideo fue el principal centro urbano y mercado del país, pero puertos fluviales como Salto, se beneficiaron de la radicación de europeos. Italianos, pero también españoles, franceses, alemanes, eran los principales propietarios de talleres e industrias y era muy alta la proporción de europeos entre los trabajadores del sector (Jacob, 1981; Millot y Bertino, 1996; Beretta Curi, 2003, 2011, 2013 y 2014).

En Chile, Santiago y Valparaíso fueron los principales centros que recibieron inmigrantes, aunque también Concepción, La Serena y la región austral de ese país. El censo levantado por la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA) en 1895, indica que el 61% de la industria chilena se ubicaba en la capital (1.502 establecimientos) y en Valparaíso (417) y en ellos, el peso de los europeos era indiscutible. En 1914, la propiedad de establecimientos industriales correspondía en un 50,3% a extranjeros, 43,2% a chilenos y 4,6% eran de propiedad mixta (Baldomero, 1993; Mazzei de Grazia, 1993; Navarro y Baldomero, 2005; Favero, 1999; Bernedo Pinto, 1999). Su presencia dominante y dinámica contrasta con su escaso interés por radicar en el país: entre 1889 y 1907, llegaron 55.000 europeos a Chile, en tanto para ese mismo período Argentina recibió más de dos millones (Collier y Sater, 1994). En esta línea argumental, Estrada observa que, pese a su disminuido volumen, la participación de europeos en la actividad industrial en Valparaíso tuvo “una repercusión sobresaliente y totalmente desproporcionada” respecto a sus aportes demográficos (Estrada, 1993, 102;)

Si bien el desempeño en el sector artesanal y en la industria también incluyó a migrantes de la región, fueron los europeos en posición dominante, quienes impactaron en el medio urbano con la instalación de talleres y establecimientos fabriles. Artesano (o trabajador con cierta cualificación) e inmigrante, se presenta en los países latinoamericanos como un binomio dinámico en los procesos de modernización que se registraron entre 1870 y 1914. A tal punto fue relevante su presencia, que parece apropiado considerar al inmigrante como un agente innovador.

Los artesanos y sus luchas por la democratización de la sociedad

Los artesanos fueron activos participantes en los procesos de democratización de las sociedades de las que eran parte. Su centralidad en el ciclo revolucionario europeo de fines del XVIII y hasta mediados del XIX ha sido un persistente objeto de estudio. No obstante, esta historia no registra unanimidades, y algunos sectores de artesanos fueron captados por realistas y conservadores. Es ilustrativo el artículo de Álvaro París Martín para Madrid - “Artesanos y política en Madrid durante el resistible ascenso del liberalismo (1808-1833”)-, en este número de Theomai. La fragmentación del mundo artesanal y el proceso de proletarización de los artesanos, arroja luz sobre sus actitudes políticas, ya que tanto el liberalismo como el absolutismo contaron en Madrid con importantes bases de apoyo popular. En sus palabras, puede resumirse esta realidad: “Si el liberalismo como cultura política se fraguó en los cafés, en la Milicia Nacional y en torno a la lectura de la prensa periódica; el ultrarrealismo popular tuvo como escenario las plazas, los mercados populares y las tabernas”. El caso madrileño que propone Álvaro Paris no sólo ilustra sobre los avatares del liberalismo en España, sino que arroja luz sobre el complejo y contradictorio proceso de implantación del liberalismo, tanto en Europa como en América Latina.

Por otra parte, debe tenerse en cuenta que los núcleos consolidados de los maestros artesanos, que habían generado vínculos con el sector mercantil, miraron con inquietud la radicalización del pensamiento y la actividad política de los menestrales, a la vez que cerraron filas en posiciones cada vez menos democráticas. Tampoco resulta extraño si se tiene en cuenta que el taller y el gremio no habilitaron instancias democráticas, al menos para la mayoría de los artesanos. De todos modos, estas situaciones fueron menos generalizadas y no opacan el protagonismo artesanal en las luchas sociales que conmovieron la historia europea y latinoamericana.

Los artesanos constituían un sector significativo de la población urbana en Hispanoamérica. Sus dificultades para sobrevivir luego de la crisis colonial, los llevó a desarrollar diversas estrategias, construir alianzas e influir en fracciones de las clases dirigentes que buscaban ampliar sus cuotas de poder. Estas circunstancias fueron aprovechadas por los artesanos para la construcción de ciudadanía y ampliación de los derechos electorales.

En una extensa investigación sobre la construcción de la democracia en América Latina (aún inédita), Lucía Sala refiere a las primeras décadas de historia de los estados nacionales, cuando el sector más radical del liberalismo (tildado como "jacobino" y hasta "rojo") expresó coincidencias con los artesanos, compartiendo en oportunidades “la utopía de una república de pequeños productores urbanos y rurales” (Sala, 2005). Los artesanos resistieron los objetivos conservadores de instaurar repúblicas censitarias, y encontraron serias dificultades para que su acción política plasmara en constituciones con mayores niveles de democratización.

 En Guatemala, el reconocimiento de una ciudadanía sin restricciones entre 1820 y 1848 no garantizó el ascenso social de los artesanos, cuya participación se vio afectada por la crisis económica del sector (Sagastume, 2012). La existencia de la esclavitud hasta mediados del siglo XIX en la mayoría de los países latinoamericanos (la abolición en Brasil fue en 1888), y el hecho de que numerosos esclavos eran artesanos, concurrió a prolongar más allá de la historia colonial, el prejuicio descalificador y la desvalorización del trabajo manual. En Cuba, América Central y en las repúblicas andinas, parte importante de la actividad artesanal estaba en manos de indios, mestizos y negros libertos, incorporándose el problema de la “raza” como una variable en la construcción de la ciudadanía, como aportan los estudios de Quintero Rivera para Puerto Rico (1990), Irurozqui para Bolivia (1999) y Solano para Cartagena (2013).

Los artesanos desarrollaron diversas estrategias encaminadas a la construcción de ciudadanía y de repúblicas democráticas. Sergio Solano ha abordado el desempeño de los artesanos de Cartagena de Indias cuando, en las postrimerías de la colonia, aprovecharon “los intersticios ofrecidos por las reformas del Estado colonial” -concretamente el servicio miliciano- y los desencuentros entre militares y elites, para ganar espacios, tema en el que profundiza en el artículo “Artesanos, jornaleros y formas concentradas de trabajo: el Apostadero de la Marina de Cartagena de Indias (Nuevo Reino de Granada) en el tránsito entre los siglos XVIII y XIX” que forma parte de este dossier. Durante la república, se beneficiaron de “los recursos introducidos por la democracia liberal republicana”: la posibilidad de contar con una prensa que los expresara, la participación en las elecciones públicas, la integración de las guardias nacionales, el desarrollo de “sociabilidades modernas”, así como la “apropiación de diversos elementos de la cultura política liberal”. De este modo buscaron ensanchar su presencia política y el reconocimiento social (Solano, 2013). En Nueva Granada, los artesanos desempeñaron un importante papel en la formación de la Guardia Nacional y fueron protagonistas de la agitada vida político-social (Flórez Bolívar y Solano, 2010). Mediante las “sociedades democráticas” se dotaron de organizaciones activas, conciencia de clase y autonomía, buscando alianzas con otros sectores y con el Partido Liberal (Sowell, 1987). Indudablemente, la crisis del artesanado generó a sus miembros dificultades para articular con otros segmentos de la sociedad: la democracia llevada a la práctica de la participación popular generó alarma entre los liberales, de modo que “en su praxis social y política, el ideario liberal terminó siendo conservador” (Flórez Bolívar, 1987). En Guatemala, en 1824, los artesanos fueron habilitados a incorporarse a las milicias y al ejército como tropa y como oficiales. Para Sagastume, el incremento del número de soldados y oficiales de origen artesano sugiere que el oficio de las armas constituía “no sólo una forma de sobrevivir, sino también un mecanismo de ascenso social, especialmente para los oficiales mestizos y mulatos” (Sagastume, 2007). Si se considera otro escenario más lejano, se constata algunas estrategias similares. La crisis final del régimen colonial en el Río de la Plata -anticipada con las invasiones inglesas de 1806-1807-, requirió de la participación popular para asegurar la defensa del virreinato, habilitándose prácticas nuevas para el reclutamiento militar, la elección de oficiales, y otras novedades que cuestionaban el orden imperante. Esa plebe activa se reclutó entre la masa de artesanos y asalariados urbanos (Johnson, 2011).

El dilema de las elites gobernantes desde la constitución de los Estados nacionales y hasta fines del XIX transitó entre la protección a la producción local –representada por el taller artesanal tradicional u otras formas de concentración de esa mano de obra- o propiciar el desarrollo de empresas “modernas” asociadas a las corrientes inmigratorias europeas. En el correr del siglo XIX e inicios del XX, los artesanos latinoamericanos se debilitaron como grupo social. La mayor parte de ese colectivo se vio sometido a condiciones de vida crecientemente degradantes, e impelido a integrar la masa de asalariados sin cualificación, a la vez que muchos de ellos devinieron obreros de la naciente industria. En un contexto de creciente empobrecimiento de los asalariados urbanos, el debilitamiento del sector artesanal facilitó la implantación de las repúblicas oligárquicas.

 ¿Qué sobrevivió del artesano y del mundo del trabajo en que estaba inmerso, en el complejo proceso de desarrollo capitalista de las repúblicas latinoamericanas?; ¿qué de su dignidad de trabajador independiente y de su ética?; ¿cuán conflictivo el punto de encuentro entre artesanos y obreros industriales? Las interrogantes involucran el destino de una forma de trabajo y su transición, así como su insolvencia en el desarrollo del capitalismo latinoamericano. No obstante, la crisis de esta forma de producción no restó protagonismo a los artesanos, en las luchas sociales y políticas que persiguieron una mayor democratización de las sociedades latinoamericanas. Por el contrario, líderes de las organizaciones de trabajadores, dirigentes de las sociedades de resistencia y connotadas personalidades del anarquismo y de los partidos socialistas latinoamericanos, se reclutaron en sus filas.

Crisis del régimen gremial y mutualismo

Luego de la independencia, los artesanos fueron afectados en diferente grado, por medidas que, en su conjunto, concurrieron a la desregulación del régimen corporativo y a la desprotección de los trabajadores del sector, así como de su producción frente a la competencia de las manufacturas europeas. Ante esta nueva realidad que se configuraba, el mutualismo fue una respuesta extendida en todas partes y registrada con cierto éxito, ya que hundía sus raíces en el viejo sistema de gremios y cofradías, conservando varios de los servicios que estas instituciones ofrecían a sus miembros.

Tempranamente, en las ciudades de México, Puebla, Oaxaca, los artesanos organizaron mutualidades. Como advierte Sordo Cedeño, las sociedades de socorros mutuos no sólo fueron “un intento serio de los artesanos por mejorar su condición y enfrentar unidos los momentos de crisis” sino que permitieron “la larga supervivencia de este sector productivo” (Sordo Cedeño, 1983). En Zacatecas, el deterioro de la producción artesanal fue un estímulo a las formas asociativas, constituyéndose las principales en el correr de una década: Sociedad de Socorros Mutuos de Canteros y la Unión Mutua de Mineros de Zacatecas en 1869; Gran Círculo de Obreros de Zacatecas, en 1878 (Amaro, s/d). Varios autores han reparado en la atención que se ha otorgado al movimiento obrero, relegando a un segundo plano el papel de los artesanos. Para Illades resulta sorprendente esta perspectiva, ya que los artesanos constituían el sector más numeroso de los trabajadores urbanos y “dirigieron y marcaron las pautas organizativas de las asociaciones de trabajadores que se formaron en México en la segunda mitad del siglo XIX” (Illades, 1991). A su vez, este historiador destaca que las sociedades de socorros mutuos adoptaron criterios amplios para reclutar a sus afiliados, recurriendo a una “noción general de trabajo”, permitiendo definir una condición común por encima de las manifestaciones particulares, como era la de los “oficios” que sería excluyente de amplios contingentes de trabajadores. Por otra parte, el largo camino recorrido por los artesanos les permitió conservar durante varias décadas un predominio en la dirección y orientación de este movimiento asociativo respecto a otros trabajadores y obreros de la industria (Illades, 1995).

Orduña Carson, en un artículo que se publica en este número de Theomai -“Las organizaciones de trabajadores en el México decimonónico vistas por Ignacio Manuel Altamirano, un liberal republicano”- precisa dos limitaciones importantes de las mutualidades mexicanas, que puede ser extendida a otras de la América Latina: no contaban con los mecanismos estatales que tenían los gremios, ya que “no pudieron regular las relaciones laborales y productivas” y, por el otro, “su mantenimiento económico dependía exclusivamente de las cuotas de sus integrantes”. En la nueva correlación de fuerzas sociales, el pensamiento liberal consagró la igualdad ante la ley –extensiva a las relaciones entre capital y trabajo- de lo cual resultó, advierte Orduña Carson, que al “negar la distinción social, también negó las diferentes responsabilidades morales que, según el modelo del Antiguo Régimen, cada uno tenía”. El liberalismo, que casi en todas partes, contó con el concurso de los artesanos, desarrolló un discurso orientado a promover su “regeneración moral”, en el entendido que se trataba de individuos que buscaban “promover sus intereses individuales en el marco de la ley”, respetando las desigualdades sociales y las distinciones jerárquicas. Resultando de esta relación que, sin un sustento económico y sin una abierta participación en la vida pública, las mutualidades no pudieron mantener sus organizaciones “como atributo de su soberanía”.

En Chile, una de las primeras mutualidades fundadas fue la Sociedad de Artesanos “La Unión” de Santiago (1862); pero la crisis económica de mediados de la década de 1870 y el inicio de la Guerra del Pacifico, crearon las condiciones para multiplicar estas iniciativas, en un contexto de gran debilitamiento de los trabajadores (Grez Toso, 1994; Illanes, 2003). La radicalización de las posturas de los artesanos alimentó programas más ambiciosos de sus sociedades mutuales, logrando plasmar con distinto éxito, proyectos de escuelas de artesanos en Santiago y en La Serena (Godoy, 1994; Fuentes, 2009).

Las organizaciones mutuales fueron un camino que transitaron no únicamente los artesanos. En sociedades que no contaron con una importante tradición de oficios y gremios en el período colonial, como fue el caso de Montevideo, las mutualidades fueron iniciativas de inmigrantes llegados de ultramar y de asalariados de las nuevas industrias. De 1870 dataría la primera mutual, la de tipógrafos (Zubillaga y Balbis, 1985). En Argentina, particularmente en Buenos Aires, el mutualismo también fue iniciativa de artesanos inmigrantes (Baily y Scarli, 1982; Falcón, 1988; González Bernaldo, 2013). Vanesa Teitelbaum, en el artículo que integra este dossier - “Movilizaciones, dirigentes y conformación de una trama asociativa en el mundo del trabajo artesanal (Tucumán, 1890-1910)”- da cuenta del proceso asociativo en el norte argentino, con la participación de colectivos de inmigrantes provenientes de ultramar. El artículo rescata otras dimensiones del mutualismo –que no se redujo únicamente a “proteger y socorrer a sus miembros ante la enfermedad, la invalidez y el fallecimiento”-, incorporando actividades de “naturaleza social, cultural y de entretenimiento” ya que “funcionaron también como asociaciones sociales, culturales, educativas y recreativas”. Al igual que en otros países de América Latina, los artesanos cumplieron un papel relevante en estas tramas asociativas, que se caracterizaron en el período por la heterogeneidad de las fuerzas sociales convocadas.

Junto a las mutualidades, que perduraron por varias décadas, se fortalecerían gradualmente las formas asociativas de clase, vertebradas en torno a programas bien diversos: desde puntuales reivindicaciones (por proteccionismo, garantías al trabajo, mejoras salariales, entre otras) al cuestionamiento del orden social y las propuestas por la construcción de una nueva sociedad. Ambos formatos convivieron por largo tiempo e incluso el espíritu mutualista animó otras iniciativas en el marco de las organizaciones de clase; pero, en tanto el mutualismo en sí, fue una respuesta de los artesanos, no tenía futuro, del mismo modo que no tenía futuro la clase que lo impulsó.

Taller artesanal y economía capitalista

En Europa los artesanos conservaban una presencia relevante en los procesos productivos urbanos al iniciar la desregulación del sistema gremial. En algunas ciudades representaban el 20 % de la población total registrada, en tanto en otras se elevaba hasta el 80 %. En Castilla unas pocas ciudades tenían una “dedicación artesanal importante” y, a mediados del siglo XVIII el porcentaje de población artesana respecto a la población trabajadora de las principales ciudades oscilaba entre el 22,2 % de Cuenca y el 71,1 % de Segovia. (Nieto, 1999). El artículo de Nieto Sánchez publicado en este número de Theomai –“Artesanos y organización de la producción manufacturera en las ciudades de Castilla de la Edad Moderna”- da cuenta de algunas “claves de la racionalidad artesana”, ante las críticas de que su práctica económica era carente de lógica y, por lo tanto, destinada a fracasar en una economía de mercado capitalista. El autor sostiene que los artesanos se guiaban por una “racionalidad tradicional” pero que “sus experiencias en algunos sectores con la integración vertical, la combinación horizontal y, sobre todo, las economías de escala revelan que sus negocios eran más flexibles de lo que parece”.

En el mundo hispanoamericano -durante los tres siglos de dominio colonial-, talleres y gremios se multiplicaron y el número de artesanos fue relativamente elevado. Pese a la crisis del régimen gremial desde fines de la colonia y de los criterios liberales que se abrieron camino luego de la independencia, el sector artesanal conservó una fuerte presencia en América Latina.

El padrón de la ciudad de Guatemala, de 1794, registraba al sector artesanal como la principal actividad ocupacional (34.9%), conservando luego de la independencia su importancia, ya que hacia 1830 reclutaba cerca de un tercio de la población trabajadora (Sagastume Paiz, 2007). Gazmuri estima –en base a diversas fuentes y al censo de 1854– que, a mediados del siglo XIX, el número de varones artesanos en Santiago de Chile superaba los 6.000 individuos (Gazmuri, 1998). Para otras ciudades hispanoamericanas también las estimaciones son altas: Bogotá contaría a mediados del XIX con unos 4.000 artesanos (Jaramillo Uribe, 1976) y, en 1846, de la población económicamente activa de Colombia el 17,5 % eran artesanos (Meisel, 2011). Un cuarto de siglo más tarde, las personas dedicadas a las prácticas artesanales representaban algo menos del 23% de la población colombiana, con una participación muy elevada de las mujeres (Orlando Melo, 1979).

La ciudad de México registraba unos 11.200 artesanos, según el relevamiento de 1842 (Pérez Toledo, 1996). En ella, el pequeño taller “era mayoritario dentro del mundo de la producción manufacturera”, en tanto la fuerza de trabajo se encontraba “pulverizada en una inmensa lista de oficios que, aunque especializados aún, tendían a perder su calificación en medio de un crónico desempleo” (Pérez Toledo e Illades, 1998, 77). A partir del Padrón Municipal de 1850, López Monjardin recrea las características de los talleres artesanales en la Ciudad de México: pequeñas unidades, generalmente a cargo de un maestro -no eran muchos los que daban empleo a uno o dos trabajadores asalariados-, con escasas posibilidades de acumulación. El taller artesanal de mediados del siglo XIX representaba “una unidad productiva de transición” entre el sistema gremial —abolido formalmente en 1814— y las fábricas modernas que empezaron a generalizarse en el Porfiriato. Este taller artesanal excepcionalmente se convirtió en una fábrica moderna, no logró concentrar un número importante de trabajadores, ni llegó a incorporar avances tecnológicos, razones por las que fue paulatinamente desplazado como forma de producción. No obstante, “las relaciones sociales que en él se desarrollaron contribuyeron a crear las bases para la expansión del trabajo urbano asalariado” (López Monjardin, 1979). En la rama del textil, los talleres fueron duramente golpeados en los años siguientes a la independencia. Es interesante la observación de Illades respecto a que, si bien el capital subordinó al trabajo, “éste continuaba teniendo una forma artesanal”. Por otra parte, el creciente deterioro de los niveles de vida, obligó a los artesanos de la ciudad de México a incorporar a su familia como mano de obra al mercado de bienes y servicios (Illades, 1990). En 1865, el 20% de los establecimientos de la ciudad de México correspondían a la rama textil, segunda en importancia luego de la tabacalera, coexistiendo organizaciones productivas del período colonial con trabajo domiciliario, talleres y medianas empresas (Trujillo Bolio, 2000). El desarrollo de la industria, sin embargo, no eliminó el taller. A partir de un censo obrero-industrial de 1921-1922, Sordo Cedeño destaca la perdurable relevancia del trabajo artesanal en la ciudad de México, donde se registraban 3.620 talleres (Sordo Cedeño, 1983).

Las medidas liberales que se fueron implantando en las nuevas repúblicas profundizaron la descomposición del mundo artesanal, procesándose rápidamente una mayor diferenciación social en su seno. Sin embargo, la resistencia del artesanado a las políticas libre-cambistas no encontró unanimidad y las fracciones más prósperas, casi en todas partes, buscaron acuerdos y ventajas en desmedro de la clase.1 Es ilustrativa al respecto la situación que se registró en Perú, entre las décadas de 1830 y 1870: los maestros sastres más ricos negociaron exitosamente un contrato que les aseguró el monopolio de la confección de uniformes para el ejército y la gendarmería de la ciudad. El negocio con el Estado fue compartido con los comerciantes quienes “habilitaron” a los sastres con las telas, capital y herramientas (Monsalve, 2011).

El empobrecimiento de un vasto sector de artesanos en las sociedades latinoamericanas, no fue resultado únicamente de las políticas liberales en materia de comercio exterior, como dan cuenta diversos estudios realizados para Colombia (Ocampo, 1990) y México (Carbajal, 2013), aún cuando la protección a la producción nacional fue uno de sus reclamos insistentes. Un caso extremo se habría registrado en Chile, en cuanto el proyecto de la elite privilegió el amparo a una industria moderna -facilitando la importación de herramientas y maquinarias industriales, y propiciando la llegada de mecánicos, técnicos e ingenieros europeos- en desmedro de un artesanado “criollo”, pulverizado y pauperizado (Grez Toso, 1998; Salazar, 2012). Algo similar, pero con efectos dramáticos menores, ocurrió en Perú, cuando en 1845, los representantes por Ayacucho y Cuzco propusieron un proyecto de ley para proteger a los antiguos talleres artesanales y obrajes, pero, los diputados por Lima lograron imponer una ley para el fomento de las industrias modernas (Monsalve, 2011).

La crisis del régimen artesanal se fue resolviendo en favor del capital mercantil, que se convirtió en dominante tanto en calidad de proveedor de manufacturas importadas, como asumiendo el control de nuevos “formatos” de la producción artesanal – el control del trabajo doméstico o la concentración de artesanos en un local- o bien procesando la instalación del sistema fabril. Esa crisis se expresó por una sostenida agitación en las ciudades, protagonizadas por artesanos y jornaleros no cualificados. En la segunda mitad del siglo, varios países latinoamericanos recibieron inmigrantes europeos. Un número importante de estos recién llegados tenían oficio o algún tipo de cualificación, buscaba generar un ahorro para retornar al lugar de origen o para iniciar un trabajo independiente en el país de destino. Una mentalidad moderna y la experiencia urbana previa, los situó en condiciones ventajosas frente a los trabajadores locales. Este “punto de encuentro” entre artesanos locales e inmigrantes cualificados o semi-cualificados, es uno de los temas desigualmente abordados por la historiografía latinoamericana. Hacia fines del XIX aún sobrevivía un sector de trabajadores urbanos independientes que no contaban con local propio y realizaban el trabajo en su domicilio. Constituían un sector heterogéneo, nutrido principalmente por quienes sobrevivían de los viejos cuadros artesanales, por trabajadores con escasa cualificación, e inmigrantes que buscaban ascender socialmente. Es dificultoso cuantificar este sector de trabajadores independientes “aislados”, ya que en general, los registros coloniales y los censos del siglo XIX dan cuenta de las profesiones y los establecimientos productivos, pero no del trabajo domiciliado. Su número debió ser un tanto elevado en la Lima colonial (Quiroz, 2006) como en la ciudad de México a mediados del siglo XIX (Pérez Toledo, 1996). A partir de los datos del censo de 1884, en Montevideo se estima en algo menos de 7.000 trabajadores independientes: costureras, cigarreros, carpinteros, zapateros, y otros (Millot y Bertino, 1996). El censo argentino de 1895 cifraba en 155.000 las personas empleadas en la industria, y Dorfman las estima en más del doble, si se integran la actividad artesanal y de la pequeña industria (Dorfman, 1983).

El artesano y el taller perduraron en todas partes, pero parece no haber dudas de que, hacia el 900, este taller y su titular poco tienen que ver con el artesano y el taller de las primeras décadas republicanas. De éstos, poco y nada subsistía. En ambos contextos, taller y artesano refieren a manualidad y herramienta, pero a fines del XIX -al menos dominante en los países del cono sur-, los talleres son unidades funcionales a una economía capitalista.

Es interesante seguir el desempeño de un importante sector de “talleristas” en los países del sur de América y Brasil (entre fines del XIX y la primera década del XX): recién “despegados” de la masa de trabajadores asalariados y en tránsito a un “formato” de pequeños empresarios. Las posibilidades de ahorro a partir del salario y la disponibilidad de un paquete de conocimientos, destrezas, experiencias previas, y una mentalidad moderna, hicieron de esta nueva clase el soporte de un sector de la “industria” muy próxima al artesanado. La mayoría permaneció en esa franja de pequeños y medianos productores – aunque algunos individuos devinieron en figuras principales del sector industrial luego del 900-, y de su seno surgieron iniciativas para constituir las primeras agremiaciones patronales: el Club Industrial en Argentina, la Liga Industrial en Uruguay, la Sociedad de Fomento Fabril en Chile. El tema ha sido objeto de enfoques diferentes y controvertidos sobre la etapa inicial de estas instituciones que serían relevadas, más tarde, por otras corporaciones claramente industrialistas (Chiaramonte, 2012; De Vos, 1999; Schvarzer, 1991; Vargas Cariola, 1976; Beretta Curi 1998 y 2013).

Artesanado, innovación y enseñanza

En las últimas décadas, los historiadores han revalorizado el papel de los gremios e incluso, se los reconoce como instituciones capaces de hacer lugar a la innovación en el proceso que conducía a la revolución industrial (Epstein y Prak, 2008), si bien esta perspectiva no es compartida por todos, y se ha generado polémica al respecto (Ogilvie, 2004). Sennett observa que “nos equivocaríamos si imagináramos que los artesanos medievales se resistían por completo a la innovación, pero su trabajo artesanal cambiaba lentamente como resultado del esfuerzo colectivo” (Sennet, 2010). Para Schultz el artesanado reaccionó de diversas maneras ante las innovaciones y pudo oponer iniciales resistencias, pero la innovación no fue desconocida y pudo generar inventos propios (Schultz, 2001, 89). Tres décadas atrás, Piore y Sabel rescataban las potencialidades de la flexibilidad en ciertas actividades artesanales, cuestionando la producción en serie como la ruta ineludible (Piore & Sabel, 1984). Nuevos enfoques reparan en la dinámica de los gremios y la actividad artesanal proyectándose sobre otras dimensiones de la vida social urbana. Romero Marín, refiriendo al declive de la actividad gremial en Barcelona -entre fines del siglo XVIII e inicios del XIX-, entiende que los artesanos “no revolucionaron, en el sentido industrial del término, sus modos de producir”, pero fueron activos partícipes en el “proceso general de modernización de la ciudad”, y propone que “deberíamos plantearnos el rango y amplitud del concepto de eficiencia económica en períodos y lugares diversos” (Romero-Marín, 2014).

La innovación no estuvo desvinculada de la enseñanza de los oficios. Sennet distingue entre la enseñanza explícita que el maestro impartía al aprendiz, y la enseñanza tácita que el aprendiz podía incorporar si era atento a la manualidad de su maestro, y reparaba en los más pequeños detalles del trabajo que no eran objeto de explicación (Sennet, 2009). Las instancias de innovación surgieron en el taller y se incorporaban al aprendizaje. La innovación lo mismo que la difusión, fueron procesos relativamente lentos en el universo artesanal europeo, porque también lentamente se incorporaron al aprendizaje. En América Latina, las elites dirigentes percibieron el estancamiento de la actividad artesanal como resultado de su apego a rutinas que no hacían lugar a la introducción de nuevas herramientas y técnicas, ni capaz de generar novedades propias. La interpretación de Nieto Arteta para Colombia –los artesanos estaban en condiciones de devenir una clase industrial moderna- ha sido cuestionada y, en palabras de Vega Cantor: “el artesanado colombiano estaba tan distante del capitalismo industrial como los peones y agregados de las haciendas existentes a lo largo y ancho de la Colombia decimonónica” (1990, 51). Solano matiza la situación para el Caribe colombiano; si bien considera “prácticamente inexistentes los casos en lo que se vea que algunos maestros se convirtieran en manufactureros e industriales” pero al mismo tiempo reconoce que en determinadas áreas, como el de la actividad mecánica vinculada al desarrollo portuario -es el caso de Barranquilla- se habilitó la introducción de algunas innovaciones (Solano, 2012, 116). La innovación en el sector artesano-industrial latinoamericano y anterior a 1914, es un tema escasamente tratado por la historiografía. En las primeras décadas del Uruguay independiente, fueron pocas las novedades registradas en este sector y, recién hacia el 900, la presencia de la inmigración europea hará lugar a la incorporación de nuevas tecnologías simples, adaptación de herramientas complejas y máquinas, o el diseño de dispositivos sencillos para aplicar a la producción (Beretta Curi, 1996). En Argentina, la actividad artesano-industrial se concentraba principalmente en Buenos Aires y Rosario; estaba orientada a satisfacer el consumo masivo de una sociedad en crecimiento y lentamente se abrían espacios para la innovación (Dorfman, 1983; Schvarzer, 1996). Un caso interesante presenta las provincias argentinas de San Juan y Mendoza, donde la actividad vitivinícola indujo el desarrollo de actividades artesanales e industriales (diseño, adaptación y reparación de maquinaria para la bodega y el viñedo), gestión asociada a la inmigración europea (Pérez Romagnoli, 2000).

Nelson Pierrotti, en el artículo que integra este número de Theomai -“La inmigración europea y el arte de enseñar oficios en los orígenes de la industria manufacturera uruguaya (1726-1860)”- da cuenta de la presencia europea en la enseñanza de los oficios en Montevideo. Si bien los artesanos no fueron muy numerosos ni sus actividades demasiado diversificadas para el pequeño mercado que abastecían, el puerto de Montevideo fue el principal estímulo a las actividades productivas. Pierrotti se detiene en la formación de los aprendices durante la colonia y las primeras décadas del siglo XIX y destaca el valor referencial de estos artesanos en una época caracterizada por la falta de “maestros de primeras letras y hasta de religión” por lo que “la figura del maestro-artesano siempre estuvo a la vista y en todo momento, se erigía en claro referente educacional y social”.

Aun está pendiente en la historiografía latinoamericana el reconocimiento del tránsito de la enseñanza de los oficios en el taller del artesano a los procesos de aprendizaje en el taller moderno o en la industria. En todas partes, luego de la supresión de los gremios, estos espacios laborales albergaron una formación elemental, donde se adquirían ciertas nociones y habilidades para tareas específicas, pero sin conocimiento cabal de la totalidad del proceso productivo. Un tratamiento particular merece las llamadas Escuelas de Artes y Oficios, que se fueron creando, en la segunda mitad del siglo XIX, en la mayoría de las repúblicas latinoamericanas. La iniciativa radicó en el Estado, en la Iglesia y en algunas instituciones laicas. En los últimos años, la historiografía ha incluido el tema en las agendas de investigación, aunque aun los resultados son parciales, ya que el énfasis se ha puesto principalmente en estas instituciones como instrumentos de disciplinamiento social (Padilla, 1998; Barrientos y Corvalán, 1997; Bailón, 2012; Ayuso y Arata, 2009; Castillo, 2012; Heuguerot, 2002).

A modo de cierre

Como en toda selección, los cinco temas considerados han dejado fuera otros no menos importantes. Para finalizar esta presentación, puede ser oportuno listar otros –sin agotar una posible agenda de temas y problemas- que son igualmente referencias centrales para la América Latina, y que están ausenten en este dossier:

1) El papel del trabajo doméstico y la protoindustria;

2) el desarrollo artesano-industrial y el crédito: tanto la presencia del capital mercantil en el sector desde fines del período colonial, el crédito informal para el sector artesano industrial en las redes étnicas, y la creación de las instituciones de crédito surgidas de esas mismas redes;

3) el taller como espacio de producción, haciendo lugar a un estudio minucioso de los materiales y las técnicas aplicadas tanto como a los aportes efectivos de la inmigración en este aspecto;

4) el taller, la flexibilidad en la producción y sus posibilidades reales de hacer lugar a la innovación;

5) la enseñanza para el taller y la industria, lo que implica el estudio de las escuelas europeas que fueron tomadas como referencia y cómo se proyectaron en la organización de estos centros; el contenido curricular; el reclutamiento y los antecedentes de sus cuadros docentes; el modelo de trabajador que se proponían; la relación de estas instituciones formadoras de mano de obra con los sectores patronales y, en qué medida, estas instituciones respondían a los requerimientos del sector productivo; la inserción laboral de los jóvenes; la articulación entre la formación curricular y la capacitación informal en el taller y la fábrica;

6) la constitución de las primeras asociaciones de artesanos e industriales y la plasmación de los primeros programas industrialistas.

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https://www.redalyc.org/pdf/124/12441581001.pdf


 

DE LOS GREMIOS A LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS:
EL ARTESANADO MEXICANO, 1814-1853
[ 1 ]

https://www.mexicodestinos.com/blog/13-magistrales-artesanias-mexicanas-que-los-chinos-jamas-podran-igualar/

 A la memoria de Carlos Pereyra

No sabemos qué sociedad o qué extravío o qué enfermedad de la moderna civilización, ha corrompido allá en Europa las inteligencias para dar lugar a la secta del socialismo; pero lo cierto es que esa secta existe allá para mengua de la época y desgracia de los pueblos.

"Doctrinas anárquicas", El Universal, 1 de junio de 1850.

Con sorpresa y desaprobación, como lo muestran las líneas anteriores, fue recibida por la prensa capitalina la acción violenta de los artesanos en defensa del trabajo, el jornal y, más aún, de una forma de vida en proceso de extinción. Flotaba todavía en el ambiente el temor generado por el paro de los trabajadores reboceros de Guadalajara, Jalisco, atribuido por El Universal al efecto corrosivo de las ideas socialistas en el seno de las nacientes sociedades de artesanos.

El proceso que llevó a los artesanos novohispanos, primero, y mexicanos, después, a crear sociedades mutualistas fue largo y complejo. En el presente ensayo intentaremos reconstruir las líneas generales que condujeron a la antigua corporación -organizada en gremios- a la acción colectiva dentro de una sociedad que configuraba nuevos actores sociales.

Del planteamiento anterior surge una primera pregunta: ¿el artesanado libre constituyó una clase social? Nuestra respuesta, que trataremos de probar a lo largo de este artículo, es afirmativa. Lo cual no quiere decir que haya nacido como tal el 8 de junio de 1813, fecha en que las Cortes de Cádiz decretaron la libertad de trabajo e industria, sino que se formó como clase después de un largo proceso de acción e identificación de los intereses comunes de los distintos productores particulares.

Edward Palmer Thompson, al estudiar los orígenes de la acción colectiva del propietario británico, apunta que la clase surge cuando algunos grupos de hombres con experiencias sociales comunes articulan sus intereses, diferenciados y muchas veces opuestos, a los de otras colectividades. La experiencia de clase guarda una estrecha relación con la manera como se vinculan los individuos en la esfera productiva y se expresa como conciencia de clase cuando encarna en tradiciones, ideas, sistemas de valores y formas institucionales. [ 2 ]

Como el propio historiador británico ha reconocido, esta caracterización de la clase social (pensada para una sociedad capitalista), hay que tomarla con precaución cuando se estudian las sociedades preindustriales, ya que en éstas los grupos sociales no se conciben a sí mismos ni a sus conflictos y luchas en términos de clase, sino de estados, jerarquías, órdenes, etcétera.[ 3 ] Para el estudio del México decimonónico esta consideración resulta fundamental, dado que rasgos de modos de producción distintos se encontraban mezclados y muchas veces confundidos.

Ahora bien, hablando de los artesanos mexicanos ¿qué orientación tenían sus demandas y luchas? Una primera respuesta podría ser la siguiente: los artesanos adoptaron como uno de los ejes de su acción la lucha contra la política económica de tipo librecambista, que ponía en desventaja sus productos en relación con las manufacturas de los centros capitalistas. En la primera parte de este escrito haremos algunas reflexiones sobre la decadencia de los gremios de artesanos y el impacto del libre cambio dentro de este grupo de trabajadores.

Otro problema fundamental encarado por los artesanos fue la expansión del capitalismo en algunos sectores productivos -por ejemplo, en los textiles-, lo que propició el desplazamiento de estos productores o su absorción por la naciente industria.

Dado el desarrollo marginal del capitalismo en México durante este periodo, el artesanado no se vio afectado en su conjunto por la expansión incipiente del modo de producción capitalista. Vocero de los afanes industrializadores fue Esteban de Antuñano, quien declaraba: " Dios e industria fabril independiente por ilustrada y en progreso, nada más necesita México para ser grande en agricultura y comercio [...] rica y por rica, numerosa, ordenada (por el espíritu público), fuerte, sabia, y por todo, digna ¡gran nación!"[ 4 ] En la segunda parte de este trabajo trataremos de ver cómo el proyecto industrializador, iniciado en la década de los treinta del siglo XIX, afectó al artesanado. También se intentará precisar si el conjunto de los trabajadores urbanos es propiamente artesanal o si ya existen algunos núcleos proletarios.

El socialismo utópico funcionó como sustrato ideológico de las sociedades mutualistas que comenzaron a desarrollarse en México a partir de la sexta década del siglo pasado. Aunque en la prensa se habló repetidamente de fourierismo, en realidad las ideas en boga constituían una mezcla poco elaborada de distintas doctrinas y escuelas, genéricamente conocidas como socialistas. Las primeras organizaciones artesanales no sólo constituyeron instancias de lucha contra la introducción de productos manufacturados en el exterior, sino centros de educación, capacitación y ahorros. [ 5 ] Las sociedades de artesanos funcionaron, de hecho, como verdaderos núcleos de socialización y generalización de la experiencia de estos productores.

La Sociedad Mercantil y de Seguridad de la Caja de Ahorros de Orizaba, fundada en 1839, es una de las primeras sociedades de artesanos de la cual se tiene noticias. [ 6 ] En 1843 se sentaron las bases para la formación de la junta de Fomento de Artesanos y hacia 1850 ya funcionaba la Sociedad de Artesanos de Guadalajara. No obstante que algunas de estas sociedades contaron con el favor oficial, conforme se fueron desarrollando entraron frecuentemente en conflicto con las autoridades gubernamentales. Sobre este particular los editores de El Universal comentaron:

“¿Acaso han servido para algo estas ridículas asociaciones, que se han formado de algún tiempo para acá, con el pretexto de favorecer a esta clase? ¡Oh! los escándalos de esta ciudad, los disturbios de Azcapotzalco, la sublevación de Jilhú, el motín de Guadalajara y otros mil desórdenes que han ocurrido en diferentes puntos de la república son los amargos frutos que han dado esas sociedades, imitaciones serviles de las que allá en Francia sólo valen para hacer que los pobres pierdan lastimosamente el tiempo y se acostumbren a la ociosidad.[ 7 ]

En la tercera parte de este artículo hablaremos de las sociedades de artesanos y de los primeros conflictos en el campo laboral. Hecha esta apretada síntesis de los puntos a tratar, entremos en materia.

Leyes nuevas, instituciones viejas

La mañana del 7 de enero de 1814 los habitantes de la Nueva España tuvieron oportunidad de conocer el bando publicado con esa fecha por Félix María Calleja, que afectaba particularmente a una de las corporaciones coloniales: los gremios de artesanos. Dicho bando disponía que:

1º. Todos los españoles y extranjeros avecindados o que se avecinen en los pueblos de la monarquía podrán libremente establecer las fábricas o artefactos de cualquiera clase que les acomode, sin necesidad de permiso ni licencia alguna, con tal de que se sujeten a las reglas de policía adoptadas o que se adopten para la salubridad de los mismos pueblos. 2º. también podrán ejercer libremente cualquiera industria u oficio útil, sin necesidad de examen, título o incorporación a los gremios respectivos, cuyas ordenanzas se derogan en esta parte. [ 8 ]

Dorothy Tanck, después de seguir con atención los debates del cabildo de la ciudad de México, plantea que, con el decreto de 1814, quedaron abolidos los gremios. [ 9 ] En un segundo momento, el 29 de junio de 1815, la Corona dictó una nueva disposición que restableció la citada corporación. Esta última, emitida en plena restauración absolutista, era ambigua, ya que a la vez que reinstauraba los gremios, combatía los monopolios y permitía la libertad de industria, siempre y cuando quien la ejerciera contara con la capacidad necesaria para el efecto.[ 10 ] Posteriormente, con el triunfo del pronunciamiento de Riego en 1820, cobró vigor de nueva cuenta el decreto gaditano, llevando una vez más a las autoridades del cabildo de la ciudad de México a proclamar la anulación de dicha corporación.[ 11 ] La autora documenta cómo, no obstante los cambios en la legislación metropolitana, los gremios quedaron abolidos de facto en la ciudad de México con el decreto de Calleja.

Visto desde otro ángulo, se podría pensar que la disposición de 1814 no abolió los gremios, sino que les restó poder. Los gremios de artesanos gozaban del privilegio de realizar en exclusividad determinadas actividades económicas, además de monopolizar el trabajo. Esta segunda atribución comprendía, no sólo el proceso productivo, sino también la capacitación y calificación de la mano de obra (incluyendo, claro está, la exclusividad del examen y el poder para determinar quién era apto o no). En 1814 se atacaron frontalmente estos privilegios de los gremios de artesanos, pero de allí no se sigue que éstos quedasen al margen de la ley.

En las décadas posteriores, los gremios continuaron existiendo, como lo muestra la historia del gremio de plateros. Carrera Stampa ha señalado que:

En realidad, a pesar de estas disposiciones, los gremios siguieron subsistiendo e influyendo cada vez más pobremente en la vida económica y social del país, ya que al hacerse independiente siguieron prevaleciendo los mismos métodos y procedimientos sustancialmente, con que esta parte de la industria había vivido. [ 12 ]

La libertad de trabajo e industria, consagrada en el decreto, facilitaba el desarrollo de un mercado libre de medios de producción y mano de obra, precondiciones para la implantación del capitalismo. Consecuencia de la libertad de trabajo fue la aparición de un nuevo sujeto social: el artesano libre, es decir, el artesano desligado de la corporación gremial.

Como es bien sabido, la ley y su práctica no siempre viven en armonía. En la Nueva España, las disposiciones de Calleja generaron confusión entre autoridades y artesanos. Para ilustrar esta situación tomaremos como ejemplo dos casos de artesanos poblanos.[ 13 ] El 15 de junio de 1815, Miguel Romano, oficial herrador nacido en Puebla y residente en esa ciudad, declara estar apto para presentar el examen de maestro "y necesitando según las ordenanzas dar información de mi legitimidad y limpieza de sangre", solicita que sean recibidos en el cabildo dos testigos que darán razón de su limpieza de sangre y "digan lo que les constare acerca de mi manejo y circunstancias: y recibida que sea dicha información y dándose por bastante se libere el billete de estilo a los examinadores, para que lo ejecuten con mi persona". El 16 de junio, los maestros que practicaron el examen dieron fe de la aptitud y características físicas del herrador poblano. Miguel Romano ya podía ejercer como maestro. [ 14 ]

El examen practicado al artesano poblano se ajustaba plenamente a lo estipulado en la ordenanza de herradores y albéitares, promulgada en 1709 por el duque de Alburquerque. En otras cosas en ella se disponía:

Que los exámenes, que se hicieren sean en el banco del maestro mayor más antiguo, y constando de la suficiencia, jurarán el examen en la secretaría de Cabildo; o de albéitar, o de herrador, conforme supiere, y use sólo de lo que fuere examinado, y llevará cada maestro mayor por el examen una dobla que son ocho pesos.[ 15 ]

La pureza de sangre del examinado, confirmada por sus testigos, era un requisito para formar parte del gremio de herradores y albéitares. Incluso los aprendices tenían que ser "españoles limpios, sin mácula".[ 16 ]

Un ejemplo opuesto. Durante varios años el gremio de pañeros de la ciudad de Puebla entabló una disputa con las autoridades por el pago de la media annata, impuesto por el derecho de examen, por derecho de veedores o por tener tienda.[ 17 ] El 3 de diciembre de 1815, la autoridad competente determinó que el diferendo no procedía porque los gremios no habían sido restablecidos en la Nueva España. Por otra parte, agregaba que un real decreto con fecha de 4 de mayo de 1815 había derogado algunas de las disposiciones emanadas de Cádiz, pero no las referentes a los gremios.[ 18 ] Lo viejo y lo nuevo se mezclaban y no había claridad sobre cómo proceder.

Según Ciro Cardoso, a partir de 1814, las relaciones entre los gremios tendieron a volverse fundamentalmente económicas, a la vez que el taller y la residencia del artesano se disociaban:

Mientras que en la época colonial sólo podía ser maestro de un oficio el que probara el dominio del mismo a través de un examen, la abolición de éste permitió el surgimiento de "maestros" que ignoraban del todo su profesión, pero disponían del capital suficiente para alquilar un local y pagar a oficiales y jornaleros. Por otra parte, el aprendizaje, antes estrictamente reglamentado, ahora era cuestión de contrato -escrito o verbal- entre el aprendiz (o sus padres) y el maestro. [ 19 ]

En los gremios que monopolizaban los sectores productivos de punta -textiles por ejemplo- la preponderancia de lo "económico", es decir, lo específicamente capitalista, sobre lo "corporativo", se había afirmado desde tiempo atrás.[ 20 ] La producción de textiles de algodón brinda un claro ejemplo de ello.

En la elaboración de manufacturas de algodón, los comerciantes adelantaban la materia prima a los productores para después monopolizar el producto terminado; así, los primeros habían comenzado a controlar los talleres artesanales. [ 21 ] De esta manera, el mercado y sus reglas erosionaban el privilegio corporativo. Por otra parte, desde la segunda mitad del siglo XVIII algunos gremios comenzaron a dominar a otros. Esta relación se entablaba, sobre todo, entre los gremios que elaboraban productos que a su vez servían como insumos dentro de los procesos productivos de otros gremios. [ 22 ]

La política económica -en particular la arancelaria- adoptada tras la Independencia representó un duro golpe para algunos segmentos del artesanado. Los productores textiles, por ejemplo, sufrieron el fuerte embate de las manufacturas británicas. Hay que recordar que la ley aduanal expedida el 15 de diciembre de 1821 abrió los puertos mexicanos a los barcos de todas las naciones, fijó un impuesto de veinticinco por ciento ad valorem a todas las mercancías que llegaran a territorio nacional y prohibió la importación de algunos productos. [ 23 ]

En 1822 se incrementó del ocho al doce por ciento la tarifa de las alcabalas; pero como los textiles nacionales fueron exceptuados de pagar el cuatro por ciento, aumentó su competitividad en relación con las manufacturas importadas. Dos años después se reformó la ley aduanal de 1821, incrementándose la lista de artículos cuya importación no estaba permitida:

Este paso, sin embargo, no debe tomarse como una prueba de que el gobierno estaba plenamente comprometido a tener como norma el fomento de la industria de transformación. De los artículos que quedaron prohibidos, una tercera parte eran alimentos, con excepción de los tejidos de lana baratos, no había textiles en la lista. Fueron los sastres, más bien que los fabricantes de tejidos, quienes resultaron protegidos. [ 24 ]

El 16 de noviembre de 1827 se promulgó un nuevo arancel para las aduanas marítimas y de frontera. Éste, en lugar de cerrar, abría en mayor medida el mercado mexicano a los artículos extranjeros. El algodón en bruto y el hilo de algodón podían ahora introducirse al país legalmente. [ 25 ]

Aunque la legislación aduanal de estos años no era abiertamente librecambista, ya que fijaba aranceles, a veces altos, a los productos de importación y establecía prohibiciones, la desigualdad de los precios de mercado (por ejemplo, de los textiles), era tal que, no obstante, el arancel, las mercancías mexicanas no podían competir con las importadas. Por otra parte, mediante el contrabando, penetraban muchos productos extranjeros al territorio nacional. La política aduanera obedecía a la consideración siguiente: una protección muy elevada a los artículos mexicanos desalentaba las importaciones y, con ello, los ingresos fiscales de un Estado en bancarrota quedarían drásticamente mermados. [ 26 ]

Los talleres artesanales dedicados a la producción de textiles fueron severamente golpeados durante la primera década de vida independiente, muchos desaparecieron y otros quizá fueron absorbidos por los más poderosos.[ 27 ] Un fragmento del diálogo entre doña Clara Verdad y doña Juana Valiente ("Ya los pobres artesanos de hambre y miseria ladramos") da razón de este clima desolador: "me alegro [dice la primera] que usted conozca y saque por consecuencia que el origen y la causa de las crecidas miserias de todos los artesanos es la admisión indiscreta de efectos que perjudican a los hijos de América".[ 28 ]

Recientemente Silvia M. Arrom ha planteado que los artesanos fueron un componente fundamental de la muchedumbre que asaltó El Parián -lugar donde tenía asiento el gran comercio de la ciudad de México- la noche del 4 de diciembre de 1828.[ 29 ] Vicente Guerrero, quien contaba con una base social "plebeya", expidió una ley francamente favorable a ciertos grupos de artesanos; los tejidos de algodón de consumo generalizado y algunos productos elaborados con metal ya no podían ingresar a territorio nacional. Para la mala fortuna de los artesanos, la invasión dirigida por el brigadier Barradas, primero, y el conflicto con Anastasio Bustamante, después, orillaron al presidente a posponer la aplicación de la ley, con la intención de hacerse recursos mediante la vía fiscal. [ 30 ]

Acciones como la de El Parián reflejaron, entre otras cosas, la desesperación en que vivían algunos segmentos del artesanado ante su acelerado proceso de empobrecimiento. Hay que destacar que, con el motín, estos trabajadores dieron uno de sus primeros pasos dentro de la acción colectiva.

Los productores textiles que, como hemos visto, desde los tiempos coloniales habían sufrido el embate del capital comercial, durante la primera década de vida independiente resintieron la política arancelaria gubernamental y, en los años treinta, tuvieron que encarar otro problema: un proyecto industrializador de perfil capitalista.

El taller y la fábrica

¿Quién es un artesano? Una respuesta posible indicaría que se trata de un pequeño productor (de mercancías o servicios) cuyo proceso de trabajo incluye una división de actividades escasa o nula y unos instrumentos de producción poco desarrollados. Por lo general, los artesanos controlarían el proceso de trabajo y la circulación de sus productos.[ 31 ] La incipiente división del trabajo redunda en una baja productividad porque: "un artesano que ejecuta sucesivamente los diversos procesos parciales en la producción de una obra debe cambiar ora de lugar ora de instrumento. El paso de una operación a otra interrumpe el curso de su trabajo y genera poros, por así decirlo, en su jornada laboral".[ 32 ]

Términos como productividad e intensidad del trabajo nos remiten a otros aspectos de la vida artesanal, tales como el uso del tiempo. El mundo del artesano está asociado a peregrinaciones, santos patronos y festividades y, por el contrario, es ajeno a la división entre trabajo y vida, propia de las sociedades industriales maduras. [ 33 ] De la misma manera, para el artesano, casa y taller representaban una unidad espacial en la cual transcurría su existencia.

El proyecto industrializador de la década de los treinta violó ese universo artesanal al atacar la manera "arcaica" como los artesanos utilizaban el tiempo, es decir, su tiempo. Eran muchos los días feriados y, por ende, el esfuerzo modernizador del gobierno mexicano se encaminó a reducir su número. En 1836 se obtuvo del papa Gregorio XVI el consentimiento para que los mexicanos trabajaran de lunes a sábado y los días festivos se redujesen a dieciséis. La disposición papal se dio a conocer en México tres años después. [ 34 ]

Como ha señalado E. P. Thompson, "las clases ociosas empezaron a descubrir el 'problema' [...] del ocio de las masas".[ 35 ] Precisamente fue esa "gente bien" la que manifestó la queja, en la ciudad de Puebla, que los artesanos no trabajaban los lunes y propuso:

que el celoso perfecto de esta capital pudiera dirigir una circular a todos los maestros de obradores y talleres, notificándolos con apercibimiento serio de pena pecuniaria, diesen un parte semanario de las faltas que los días lunes tuviesen sus oficiales, a las casas en que se encuentren trabajando, para que dicha autoridad informada de la falta pudiese imponerles una pena que no bajase de uno, dos o cuatro meses de trabajos forzados de campo en una finca sin distinción ni consideración alguna, sin que parezca dura la pena, pues para un mal que ha creado tan profundas raíces, es indispensable que remedios y preservativos sean tales que ataquen y contenga de un golpe, y para de una vez, ése tan pernicioso cuanto incorregible abuso.[ 36 ]

El proyecto industrializador oficial, materializado en 1830 con la creación del Banco de Avío, a la vez que propugnaba un desarrollo industrial de corte capitalista, operaba con pautas semejantes a las instituciones coloniales del mismo tipo. Charles H. Hale ha destacado el paralelismo existente entre el Banco de Avío de 1830 y el Banco de Avío del Tribunal de Minería, creado en la década de los setenta del siglo XVIII: "en cada caso, una parte de los ingresos gubernamentales provenientes de la industria en cuestión se destinaría a fines de fomento".[ 37 ]

El capital inicial del Banco de Avío provendría del arancel impuesto a las mercancías de algodón extranjeras, cuya importación había quedado prohibida con el decreto del 22 de mayo de 1829. Paradójicamente, se adoptaba una política liberalizante para crear una industria mecanizada que crecería al amparo oficial. Hacia 1837, se adoptaron medidas proteccionistas, sobre todo en materia de textiles. [ 38 ]

Aunque los préstamos otorgados por el Banco de Avío (1830-1842) incluyeron diversos sectores productivos, el grueso de ellos se concentró en la industria textil. Ahora bien ¿qué consecuencias tuvo para el artesanado el proyecto industrializador?

En los textiles, el impacto mayor de la mecanización industrial recayó sobre la hilatura: "si una hilandera con los métodos tradicionales lograba hilar cuatro madejas diarias, la introducción de dos husos mecánicos permitió a un obrero hilar ochenta madejas diarias. Esta brutal diferencia de productividad desplazó completamente a los antiguos hilanderos".[ 39 ]

Una de las fábricas beneficiadas por los préstamos provenientes del Banco de Avío fue la fábrica de hilados de algodón La Constancia Mexicana, fundada en Puebla en 1835 por Esteban de Antuñano. El establecimiento operaba con energía hidráulica y producía hilo grueso, el cual, posteriormente, era trabajado en los telares manuales de los artesanos.[ 40 ] Los hilanderos tenían una relación salarial con la empresa, en tanto que los tejedores eran formalmente independientes, ya que el fabricante les proporcionaba la materia prima y éstos vendían a un precio determinado la pieza tejida.[ 41 ]

En suma, en el tejido el capital subordinaba al trabajo, pero éste continuaba teniendo una forma artesanal. En la hilatura, por el contrario, la relación entre el productor directo y el fabricante ya era propiamente capitalista (el obrero vendía su fuerza de trabajo al patrón a cambio de un salario).

Juan Carlos Grosso señala, con base en el estudio de la estructura laboral de Puebla, que el artesanado no fue un componente fundamental de la fuerza de trabajo fabril de las primeras décadas de la centuria pasada.[ 42 ] Por esto y por lo que hemos planteado en el apartado anterior, podemos plantear con Hale que: "a los artesanos, en general, les preocupaba más la amenaza inminente presentada por la supresión de las prohibiciones [es decir, la política arancelaria] que la amenaza potencial del desplazamiento por máquinas".[ 43 ]

En algunos casos, la presencia de "enclaves industriales" permitió el desarrollo colateral de algunas actividades artesanales. Alrededor de la fábrica textil veracruzana de nombre Cocolapan -propiedad primero de Lucas Alamán, después de Juan de Dios Pérez y más adelante de Manuel Escandón- floreció un mercado abierto a los zapateros, molineros y jaboneros locales. [ 44 ]

La acción colectiva

Al tomar en las manos el primer número de vuestro semanario, dejad ese aire tímido, y confiad en el celo de vuestros amigos, empeñados en comunicaros los cortos conocimientos que han adquirido en una gran parte de su vida dedicada a la educación. No temáis que la lectura de este periódico os haya de causar una nueva molestia: no lo miréis como otra de vuestras indispensables tareas, ni os retiréis a la vista de las punzantes espinas que rodean el tallo de las rosas. [ 45 ]

Con estas líneas, la redacción del Semanario Artístico convocaba a los artesanos a mejorar su nivel intelectual y su capacitación técnica. Dos años antes se había formado la Dirección General de la Industria Nacional, encabezada por Lucas Alamán, y el 2 de octubre de 1843 (por decreto del presidente Antonio López de Santa Anna) se sentaron las bases para la creación de la junta de Fomento de Artesanos, siendo aquél su órgano de prensa.

El decreto estipulaba que la Dirección General de la Industria Nacional financiaría la educación de veinticuatro alumnos, uno por cada departamento, a los cuales se les ofrecerían clases prácticas de fundición y parqué, labrado y torneado de metales y maderas e hiladuría y tejido de lino. Para ser aprendiz era menester: "saber leer y escribir, y [tener] elementos de aritmética: y que los padres, tutores o encargados de los jóvenes, firmen y afiancen la permanencia en el aprendizaje por un número de años, conforme al reglamento que formará la misma dirección".[ 46 ]

El interés gubernamental iba en el sentido de capacitar a los artesanos y dar con ello mayor competitividad a sus productos. Los artesanos, por su parte, si bien aceptaban los objetivos gubernamentales y la tutela oficial, los trascendieron al impulsar, por un lado, la organización por oficio y, por el otro, la creación de juntas de artesanos en el interior del país. En el artículo segundo de las "Bases generales para la formación de los estatutos de la junta de Fomento de Artesano", se hacían explícitos los objetivos de la organización:

Será objeto de esta institución proteger en lo general a todos los artesanos mexicanos, nativos o nacionalizados, que hubiere en el territorio de la república; segundo, fomentar el adelanto y perfección de todas las producciones artísticas que se fabrican en el país, o en lo sucesivo se establecieren o fabricaren por artistas mexicanos, generalizando los mejores métodos que para ello se adoptaren.[ 47 ]

Los artesanos que se incorporaban a la institución tenían que pagar una cuota de inscripción (artículo 15) y una mensualidad (artículo 17). Parte de estos fondos se destinaría a una caja de beneficencia, creada con la intención de facilitar dinero al artesano, o a la familia, en su caso, por muerte, enfermedad, casamiento o bautizo de los hijos. [ 48 ]

A lo largo de la década de los cuarenta del siglo XIX se verificaron distintos actos de protesta, tanto de artesanos como de obreros, reivindicando unos y otros los valores propios del mundo artesanal. Es así que en el año de 1846 las obreras tabacaleras de la ciudad de México protestaron contra la introducción de maquinaria moderna, la cual desplazaría a una parte de las operarias. En la industria tabacalera ya tenían tiempo de haber sentado sus reales las relaciones capitalistas; sin embargo, las razones argüidas por las trabajadoras para oponerse a la instalación de máquinas eran del más puro corte artesanal: argumentaban que la uniformidad de la producción mecanizada impediría adecuar el labrado de cada puro a la situación específica del tabaco y, peor aún, con la producción en serie quedaría cancelada la variedad de puros necesaria para satisfacer la diversidad de gustos de los consumidores.[ 49 ]

En 1849 los artesanos productores de carruajes y muebles sufrieron a causa de la política fiscal gubernamental, al decidirse la baja del arancel a los artículos que ellos fabricaban. Estos artesanos -mexicanos y extranjeros- afirmaban ser aproximadamente ocho mil y habitaban en los barrios capitalinos que se extendían de la calle de Zuleta hasta la Ciudadela, y de la de San Francisco y la Alameda al Salto del Agua. Se leía en su queja que:

Sus productos rivalizan sin duda alguna con los mejores de esta clase fabricados en otros países, y por cierto no hay motivo para preferir estos últimos a los primeros; los gastos de estos establecimientos son de consideración y las ganancias muy moderadas: hay invertidos en ellos un capital enorme, cuyo capital se puede considerar de antemano como perdido, tan luego como se verifique la proyectada rebaja de derechos; en seguida se verán estos establecimientos desaparecer unos tras otros porque no podrán competir por más tiempo con los productos extranjeros importados bajo unos derechos tan reducidos [...]. Con la falta de los establecimientos todos los operarios y dependientes de ellos se encuentran sin trabajo y lo que es todavía peor, sin ocasión de emplear aquellos conocimientos y habilidades propias de su oficio, pero inútiles para cualquier otro. [ 50 ]

En el virtuosismo del trabajador detallista del que hablara Marx, radicaba a la vez la fuerza y la debilidad de los artesanos. [ 51 ] La destreza para realizar su trabajo a veces resultaba sorprendente, pero al cambiar de oficio sus conocimientos previos resultaban casi inútiles. Probablemente, como respuesta a la disposición gubernamental sobre carruajes y muebles, un grupo de carroceros encabezado por Juan Cano destruyó cincuenta coches extranjeros en marzo de 1850. [ 52 ]

Artesanos y obreros poseían por aquellos años una visión similar de sus intereses sociales, situación que los llevó en ocasiones a formar un solo bloque. Claro ejemplo de ello lo constituyó el movimiento de los trabajadores reboceros de Guadalajara, verificado en 1850.

Uno de los personajes de esta historia fue un comerciante mexicano de nombre Sotero Prieto. Hacia 1837, Prieto estuvo en Cádiz, en donde participó en uno de los primeros grupos fourieristas organizados en España por Joaquín Abreu, de quien se decía era su amigo. A su regreso a México intervino en la creación de varios grupos socialistas en Tampico y Guadalajara, lugar este último en donde publicó hacia 1846 ó 1847 un periódico titulado La Linterna de Diógenes. [ 53 ] Quizá también tuvo relación con Prieto la edición de El Socialista, publicado a principios de 1849 en la capital tapatía. Esta revista tuvo una corta vida, ya que a finales de febrero de 1849 dejó de circular. [ 54 ] En la entrega del 10 de enero del mismo año, se señalaban las ventajas de la doctrina socialista:

aunque puedan frustrarse las exaltadas esperanzas del socialismo  acerca del complejo funcionamiento de la humana sociedad, es incuestionable, sin embargo, que infinitos son los bienes que aguardan al género humano con la nueva asociación, no sólo de personas sino de sentimientos e intereses, a la que llama la doctrina societaria.[ 55 ]

En 1850, gracias al fermento ideológico existente, se formó la Sociedad de Artesanos de Guadalajara, cuyos estatutos fueron redactados por Vicente Ortigosa y Sotero Prieto. La sociedad sostenía el principio según el cual " es posible organizar una sociedad en que la mayoría esté beneficiada".[ 56 ] Se definía contraria al comunismo porque éste "representa la uniformidad de un solo color que pronto privaría del uso de la vista, como el comunismo matando toda aspiración del individuo acabaría muy pronto con la sociedad".[ 57 ]

Esta organización pretendía operar como una sociedad por acciones, que prestaría dinero a los artesanos para comprar materias primas y reuniría los fondos necesarios para formar una casa garantista. Se planteaba que, con la acción concertada de los artesanos, se podían atemperar los efectos nocivos de la introducción ilegal de artículos extranjeros. [ 58 ]

Con inquietud y a manera de presagio, publicado en la ciudad de México, lanzó el siguiente juicio sobre la recién fundada asociación: "no sólo será ineficaz para lograr el objeto que se han propuesto sus autores, sino que tal vez se convertirá en un germen de peligros para el orden y la tranquilidad pública".[ 59 ]

El 16 de abril de 1850, en la Fábrica de Rebozos de Seda de Tarel y Compañía de Guadalajara, se informó a los trabajadores que, a causa de la introducción de nuevas máquinas, el salario de los maestros sería rebajado. Ante ello, un grupo de trabajadores suspendió labores y en la tarde del día siguiente se apostó en la entrada del establecimiento. El Universal informó lo siguiente:

Voy a poner a ustedes al tanto de una ocurrencia que antes de ayer a las seis de la tarde hubo en la fábrica de rebozos de Tarel. Éste es un establecimiento perteneciente a tres señores franceses, en el que se ocupan de 400 a 500 almas entre chicos y grandes. En dicho establecimiento hay oficiales mexicanos que ganan desde 10 reales hasta 2 pesos diarios, al paso que otros ganan un real y real y medio; los primeros ocupaban dos días para hacer un rebozo hace poco tiempo; hoy lo hacen en uno; una parte de éstos y los más pesados ocupan un día y horas, hasta día y medio. Este adelanto es debido a la nueva maquinaria que han puesto los dueños del establecimiento. [ 60 ]

Días después, los patrones comunicaron a los trabajadores:

que iban a rebajar los sueldos de los maestros, para en parte mejorar la suerte de las gentes que ganaban sueldos muy miserables. Los artesanos en general se incomodaron, generalmente hablando, protestaron no volver a trabajar más en el establecimiento, pero otros volvieron a continuar sus trabajos: al salir éstos el martes de su trabajo, los aguardaban los que no habían querido trabajar con palos y piedras: los franceses, dos, salieron a la defensa; uno de éstos fue insultado y amenazado, tiró un tiro al aire, huyó el insultador, éste tropezó y cayó, el francés con un palo le hirió la cabeza. En este estado apareció a caballo el comandante del resguardo de esta aduana don Ignacio Bernal, acompañado de otro a caballo; éste exclamó (habló Bernal) "Pueblo soberano ¿cómo te dejas atropellar? A las armas, ciudadanos, mueran los gringos". El pueblo correspondía diciendo: "mueran los gringos y los ricos, fuego al establecimiento". Los franceses huyeron; uno se salvó bajo un puentecito, metido de agua hasta medio cuerpo; el otro se salvó habiéndose metido a un tendajón, pero al cerrar la puerta para librarse de la muerte, el lépero que lo seguía más de cerca dejó el puñal clavado en la puerta. La reunión era mayor de dos mil almas, entre hombres, mujeres y muchachos; todos pedían la muerte de aquellos infelices y la de los ricos; todos pedían el incendio del establecimiento, debido todo a las doctrinas que algunos han esparcido aquí. [ 61 ]

Más adelante, el relator identifica a los "agitadores":

si el gobierno no toma parte activa en este negocio, los furrieristas [sic] nos van a traer entre los gritos se repetían, los de "vivan los artesanos de Guadalajara, que están sostenidos por hombres de importancia que están a su cabeza". En este estado de cosas llegó el jefe político don Jesús Camareno, quien obró con la velocidad del rayo; logró tranquilizar aquellas gentes, habiendo traído preso a palacio al francés que había herido al paisano, se trajo consigo al paisano herido, otra persona de respeto salvó al infeliz francés, que estaba amparado debajo del puente. La pacificación fue debida exclusivamente al jefe político; con éste vino toda la multitud hasta las inmediaciones de palacio, en donde les persuadió que se retirasen a sus casas; media hora después se repitió el tumulto, el jefe echó mano de la tropa, vista ésta el pueblo se retiró, veinticinco soldados con un oficial de confianza cuidaron toda la noche el establecimiento, no ocurrió novedad.[ 62 ]

Finalmente se logró la conciliación:

el artesano herido se presentó ayer a monsieur Dupart confesando que había obrado mal, instigado por otros personajes, pedía que se le perdonase y se le diese en qué trabajar. Dupart ofreció acceder a todo con tal que el artesano hiciese al señor jefe político una confesión tan sencilla y franca como la que le acababa de hacer a él. Todo sigue en paz, los pobres franceses están tan asustados que sólo a muy pocas personas que merecen su absoluta confianza no les niegan todo lo que ha sucedido. [ 63 ]

Se pueden destacar varias cosas del hecho relatado. En primer lugar, la solidaridad con los maestros por parte de los grupos de trabajadores menos favorecidos. También llama la atención que los trabajadores -no obstante ser obreros- eran considerados artesanos y, por ello, continuaban en uso las categorías laborales antiguas: maestro, oficial, etcétera. Un tercer punto en el cual habría que poner atención es la amenaza de incendiar la fábrica, vinculada con la introducción de la nueva maquinaria. Desde nuestro punto de vista, los trabajadores de Tarel no eran enemigos de las máquinas, sino que plantearon la destrucción del establecimiento con la intención de arribar a una negociación. [ 64 ] Por último, destaca la relación entre la Sociedad de Artesanos y la muchedumbre enardecida. Aunque los paristas no eran artesanos sino obreros, en la acción convergieron los miembros de la Sociedad de Artesanos y los trabajadores de la fábrica. En ese pequeño campo de batalla en que se convirtió la factoría, luchó la multitud, formada por las clases productoras, contra los propietarios (apoyados por la fuerza pública). El conflicto entre las clases era evidente.

Durante la década de los cincuenta las acciones de los artesanos tuvieron un carácter defensivo. La caída de su nivel de vida obligó a los artesanos de la ciudad de México a incorporar a su familia al mercado de bienes y servicios, a la vez que éstos combinaron el ejercicio del oficio con la realización de otras actividades remunerativas.[ 65 ] En febrero de 1850, los artesanos de la república se dieron a la tarea de reunir firmas para enviar una representación al Congreso de la Unión, solicitando que no se gravaran sus jornales.[ 66 ] Al año siguiente, más de seis mil artesanos dirigieron una representación al Congreso, pidiendo se suspendiera la importación de manufacturas extranjeras:

La voz, que ahora se eleva a la representación nacional, no es el interés aislado de los numerosos individuos que suscribimos, sino la de las necesidades de la clase trabajadora, que por falta de ocupación sufre, padece y camina tal vez a la desesperación. Están ya cerrados muchos talleres, y los demás en decadencia. [ 67 ]

La experiencia acumulada con la formación de la Junta de Fomento de Artesanos, decantó al mediar el siglo en nuevas formas de organización artesanal. El "asociacionismo" de nuevo cuño, a diferencia del promovido por la junta, tenía un cariz radical y pretendía alejarse de la tutela oficial. La Sociedad Particular de Socorros Mutuos -fundada en 1853- agrupó a los trabajadores del ramo de sombrerería y constituyó la primera expresión de este nuevo asociacionismo. Su perfil era claramente clasista ya que llamaba a su seno "a todos los pobres a fin de que en las contiendas políticas permanezcan alejados de la miseria y de la muerte”. [ 68 ]

En suma, la organización de los obreros concebía a la sociedad escindida en bloques e identificaba a los miembros de cada uno de ellos, distinguiendo los intereses específicos de unos y otros. Dentro de este marco, la política, entendida como la disputa por obtener o preservar el poder, no concernía a los artesanos. En el pasado, éstos habían luchado por causas ajenas, por intereses e ideales que no les pertenecían. Ahora, su tarea era reconstruir y preservar, con base en la solidaridad y la ayuda mutua, su mundo, el cual había sido sacudido por fuerzas extrañas y violentas que apenas comenzaban a comprender.

 NOTAS

[ 1 ] Agradezco los comentarios de las profesoras Clara E. Lida y Josefina Z. Vázquez.

[ 2 ] E. P. Thompson, La formación histórica de la clase obrera, Inglaterra: 1780-1832, 3 v., prólogo de Josep Fontana y traducción de Ángel Abad, Barcelona, Laia, 1977 (Ediciones de Bolsillo), v. 1, p. 8. Para una crítica del concepto de clase social desarrollado por Thompson, vid. Perry Anderson, Teoría, política e historia. Un debate con E. P. Thompson, traducción de Eduardo Terrén, Madrid, Siglo XXI, 1985, 241 p., p. 35. Ellen Meiksins hace algunas observaciones al planteamiento de Thompson en el artículo "El concepto de clase en E. P. Thompson", Cuadernos Políticos, n. 36, abril-junio de 1983, p. 87-105. Carlos Pereyra realiza una crítica a las concepciones economicistas sobre las clases sociales en Configuraciones: teoría e historia, México, Edicol, 1979, 204 p. (Filosofía y Liberación Latinoamericana, 21), p. 147-149.

[ 3 ] E. P. Thompson, Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial, prólogo de Josep Fontana y traducción de Eva Rodríguez, Barcelona, Crítica, 1979, 319 p. (Historia, 7), p. 36-37

[ 4 ] Esteban de Antuñano, Economía política en México. Insurrección industrial, Puebla, Imprenta Antigua en el Portal de las Flores, 1845, 10 p., p. 6. Las cursivas son del autor. Archivo General de la Nación, Gobernación, c. 7, f. 265. En las fuentes de archivo y hemerográficas se ha modernizado la ortografía.

[ 5 ] Francisco González Hermosillo, "Estructura y movimientos sociales (1821-1880)", en Ciro Cardoso (coordinación), México en el siglo XIX (1821-1910). Historia económica y de la estructura social, México, Siglo XXI, 1980, 526 p., p. 249-250.

[ 6 ] Leticia Barragán, Rina Ortiz y Amanda Rosales, "El mutualismo en el siglo XIX", Historia Obrera, n. 10, octubre de 1977, p. 2-14, p. 2.

[ 7 ] "La prensa periódica y los artesanos", El Universal, 19 de junio de 1850, p. 1.

[ 8 ] El bando reproduce textualmente el decreto de las Cortes de Cádiz del 8 de junio de 1813, Centro de Estudios de Historia de México Condumex, fondo XLI -1, ind. 960.

[ 9 ] Doroty Tanck, "La abolición de los gremios", en Elsa Cecilia Frost, Michael C. Meyer y Josefina Zoraida Vázquez (compiladores), El trabajo y los trabajadores en la historia de México, México-Tucson, El Colegio de México-University of Arizona Press, 1979, XII -954 p., p. 314-321. Manuel Carrera Stampa, Los gremios mexicanos. La organización gremial en Nueva España, 1521-1861, prólogo de Rafael Altamira, México, EDIAPSA, 1954, XII - 399 p., p. 275-276.

[ 10 ] Doroty Tanck, "La abolición de los gremios", en Elsa Cecilia Frost, Michael C. Meyer y Josefina Zoraida Vázquez (compiladores), El trabajo y los trabajadores en la historia de México, México-Tucson, El Colegio de México-University of Arizona Press, 1979, XII -954 p., p. 320. Según la autora, el decreto no circuló en la Nueva España.

[ 11 ] Doroty Tanck, "La abolición de los gremios", en Elsa Cecilia Frost, Michael C. Meyer y Josefina Zoraida Vázquez (compiladores), El trabajo y los trabajadores en la historia de México, México-Tucson, El Colegio de México-University of Arizona Press, 1979, XII -954 p., p. 320.

[ 12 ] Manuel Carrera Stampa, Los gremios mexicanos. La organización gremial en Nueva España, 1521-1861, prólogo de Rafael Altamira, México, EDIAPSA, 1954, XII -399 p., p. 277. Juan Felipe Leal y José Woldenberg, Del Estado liberal a los inicios de la dictadura porfirista (1867-1884), México, Siglo XXI, 1980, 301 p. (La Clase Obrera en la Historia de México, 7), p. 153.

[ 13 ] En 1818 un regidor del cabildo de la ciudad de México planteó que en Puebla y Querétaro ya habían sido restituidos los gremios. Doroty Tanck, "La abolición de los gremios", en Elsa Cecilia Frost, Michael C. Meyer y Josefina Zoraida Vázquez (compiladores), El trabajo y los trabajadores en la historia de México, México-Tucson, El Colegio de México-University of Arizona Press, 1979, XII -954 p., p. 321.

[ 14 ] Archivo del Antiguo Ayuntamiento de la Ciudad de México, Artesanos y Gremios, v. 383, leg. 3, exp. 33.

[ 15 ] Juan Francisco del Barrio Lorenzot, El trabajo en México durante la época colonial. Compendio de los tres tomos de la compilación nueva de la muy noble e insigne y muy leal e imperial ciudad de México, prólogo de Genaro Estrada, México, Secretaría de Gobernación, 1920, VI -318, p., ils., p. 154-155.

[ 16 ] Juan Francisco del Barrio Lorenzot, El trabajo en México durante la época colonial. Compendio de los tres tomos de la compilación nueva de la muy noble e insigne y muy leal e imperial ciudad de México, prólogo de Genaro Estrada, México, Secretaría de Gobernación, 1920, VI -318, p., ils., p. 155.

[ 17 ] Manuel Carrera Stampa, Los gremios mexicanos. La organización gremial en Nueva España, 1521-1861, prólogo de Rafael Altamira, México, EDIAPSA, 1954, XII -399 p., p. 208-213.

[ 18 ] Sobre aprobación de las ordenanzas del gremio de paños de la ciudad de Puebla, Archivo General de la Nación, Secretaría del Virreinato, Fondo Industria y Comercio, t. 1, exp. 9. Los paños se producían en los obrajes, los cuales, a diferencia de los talleres artesanales, elaboraban todo el producto y empleaban una cantidad considerable de mano de obra. Los obrajes también se regían por las ordenanzas gremiales. Jorge González Angulo y Roberto Sandoval Zarauz. "Los trabajadores industriales en Nueva España, 1750- 1810", en Enrique Florescano et al.De la colonia al imperio, México, Siglo XXI, 1981, 350 p., p. 200-201.

[ 19 ] Ciro Cardoso, "Las industrias de transformación (1821-1880)", en Ciro Cardoso et al.México en el siglo XIX (1821-1910), México, Nueva Imagen, 1980, 526 p., p. 163-164.

[ 20 ] La primacía de lo económico es propio de la sociedad burguesa. Henri Lefévbre, "Forma, función y estructura en El capital", en Henri Lefévbre et al.Estructuralismo y marxismo, México, Grijalbo, 1970, 155 p., p. 17.

[ 21 ] Linda Ivette Colón, "La manufactura textil mexicana antes de la fundación del Banco de Avío (1830)", Revista Mexicana de Ciencias Políticas Y Sociales, n. 83, enero-marzo de 1976, p. 9-70, p. 9. Alejandra Moreno Toscano, "Los trabajadores y el proyecto de industrialización (1810-1867)", en Enrique Florescano et al.De la Colonia al Imperio, México, Siglo XXI, 1981, 350 p., p. 322.

[ 22 ] Jorge González Angulo y Roberto Sandoval Zarauz, "Los trabajadores industriales en Nueva España, 1750- 1810", en Enrique Florescano et al.De la Colonia al Imperio, México, Siglo XXI, 1981, 350 p., p. 203-204.

[ 23 ] Robert A. Potash, El Banco de Avío en México. El fomento de la industria, 1821-1846, 2a. ed., traducción de Graciela Salazar y José R. Rodríguez, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, 294 p., p. 32.

[ 24 ] Robert A. Potash, El Banco de Avío en México. El fomento de la industria, 1821-1846, 2a. ed., traducción de Graciela Salazar y José R. Rodríguez, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, 294 p., p. 41. Cabe apuntar que la prohibición incluía también algunos artículos de algodón, lino y seda. Lista de los géneros, frutos y efectos de procedencia extranjera, cuya importación se prohíbe en el territorio de la federación mexicana por decreto del Soberano Congreso de 20 de mayo de 1824, México, Imprenta del Supremo Gobierno, 1824, 6 p., p. 1-6. Archivo General de la Nación, Gobernación, c. 1, f. 31.

[ 25 ] Los artículos de importación prohibida pueden verse en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, 34 v., México, s. e., 1876-1904, v. 2, p. 29-30.

[ 26 ] Bárbara A. Tenenbaum, México en la época de los agiotistas, 1821-1857, traducción de Mercedes Pizarro, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, 236 p., cuadros, p. 35-65.

[ 27 ] Linda Ivette Colón, Los orígenes de la burguesía y del Banco de Avío, México, Ediciones El Caballito, 1982, 216 p., p. 69.

[ 28 ] Luis Chávez Orozco, La agonía del artesanado, México, Centro de Estudios Históricos del Movimiento Obrero, 1977, 110 p. (Cuadernos Obreros, 17), p. 38-39.

[ 29 ] Silvia M. Arrom, "Popular politics in Mexico City. The Parian riot, 1828", Hispanic American Historical Review, n. 68, Summer of 1988, p. 258.

[ 30 ] Robert A. Potash, El Banco de Avío en México. El fomento de la industria, 1821-1846, 2a. ed., traducción de Graciela Salazar y José R. Rodríguez, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, 294 p., p. 66.

[ 31 ] Juan Felipe Leal y José Woldenberg, Del Estado liberal a los inicios de la dictadura porfirista (1867-1884), México, Siglo XXI, 1980, 301 p. (La Clase Obrera en la Historia de México, 7), p. 121.

[ 32 ] Karl Marx, El capital, 5a. ed., 8 v., México, Siglo XXI, 1979 (Biblioteca del Pensamiento Socialista), t. I, v. 2, p. 414. Los subrayados son del autor.

[ 33 ] E. P. Thompson, Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial, prólogo de Josep Fontana y traducción de Eva Rodríguez, Barcelona, Crítica, 1979, 319 p. (Historia, 7), p. 288.

[ 34 ] Robert A. Potash, El Banco de Avío en México. El fomento de la industria, 1821-1846, 2a. ed., traducción de Graciela Salazar y José R. Rodríguez, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, 294 p., p. 236. Hay que recordar que el tiempo de trabajo del obrero pertenece al patrón.

[ 35 ] E. P. Thompson, Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial, prólogo de Josep Fontana y traducción de Eva Rodríguez, Barcelona, Crítica, 1979, 319 p. (Historia, 7), p. 285.

[ 36 ] El Monitor Republicano, 11 de febrero de 1849, p. 4. En cursivas en el original. Friederich J. Shaw, "The artisan in Mexico City", en Elsa Cecilia Frost, Michael C. Meyer y Josefina Zoraida Vázquez (compiladores), El trabajo y los trabajadores en la historia de México, México-Tucson, El Colegio de México-University of Arizona Press, 1979, XII -954 p., p. 414.

[ 37 ] Charles A. Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-1853, 7a. ed., traducción de Sergio Fernández y Francisco González, México, Siglo XXI, 1985, VIII-348 p., p. 277. El Banco de Avío fue el primer banco de fomento que se creó en el México independiente. Pretendía reunir un fondo de un millón de pesos con la intención de ayudar a los particulares en la compra de maquinaria e impulsar la industrialización del país. Lucas Alamán fue uno de los artífices del proyecto industrializador y, de hecho, el organizador del Banco de Avío. David Brading hace hincapié en la matriz mercantilista de la política económica impulsada por Alamán, Los orígenes del nacionalismo mexicano, 3a. ed., traducción de Soledad Loaeza, México, Era, 1985, 138 p., p. 114.

[ 38 ] La lista de los artículos cuya importación estaba prohibida se puede consultar en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, 34 v., México, s. e., 1876-1904, v. 3, p. 313-314.

[ 39 ] Alejandra Moreno Toscano, "Los trabajadores y el proyecto de industrialización (1810-1867)", en Enrique Florescano et al.De la Colonia al Imperio, México, Siglo XXI, 1981, 350 p., p. 333. La introducción de maquinaria estuvo acompañada por el arribo de trabajadores especializados de otros países, México, Secretaría de Relaciones Interiores y Exteriores, Memoria, Imprenta del Águila, 1832, 35 p., anexos, p. 20-21.

[ 40 ] Dawn Keremitsis, La industria textil mexicana en el siglo XIX, México, Secretaría de Educación Pública, 1973, 247p. (SEP/Setentas, 67), p. 22-23.

[ 41 ] Juan Carlos Grosso, "Estructura productiva y fuerza de trabajo en el área del municipio de Puebla (siglo XIX)", en Mario Cerutti (coordinador), El siglo XIX en México, México, Claves Latinoamericanas, 1985, 239 p., p. 217. Igual sucedía en la ciudad de México. Vid. Frederich J. Shaw, "The artisan in Mexico City", en Elsa Cecilia Frost, Michael C. Meyer y Josefina Zoraida Vázquez (compiladores), El trabajo y los trabajadores en la historia de México, México-Tucson, El Colegio de México-University of Arizona Press, 1979, XII-954 p., p. 414.

[ 42 ] Juan Carlos Grosso, "Estructura productiva y fuerza de trabajo en el área del municipio de Puebla (siglo XIX)", en Mario Cerutti (coordinador), El siglo XIX en México, México, Claves Latinoamericanas, 1985, 239 p., p. 213.

[ 43 ] Charles A. Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-1853, 7a. ed., traducción de Sergio Fernández y Francisco González, México, Siglo XXI, 1985, VIII-348 p., p. 278.

[ 44 ] Escandón también era dueño de La Escoba, situada a 20 km de Guadalajara, Dawn Keremitsis, La industria textil mexicana en el siglo XIX, México, Secretaría de Educación Pública, 1973, 247 p. (SEP/Setentas, 67), p. 62. Robert A. Potash, El Banco de Avío en México. El fomento de la industria, 1821-1846, 2a. ed., traducción de Graciela Salazar y José R. Rodríguez, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, 294 p., p. 229.

[ 45 ] Seminario Artístico, 9 de febrero de 1844, p. 5.

[ 46 ] Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, 34 v., México, s. e., 1876-1904, v. 4, p. 612.

[ 47 ] Semanario Artístico, 9 de febrero de 1844, p. 5.

[ 48 ] Semanario Artístico, 16 de marzo de 1844, p. 3-4.

[ 49 ] Arturo Obregón, Las obreras tabacaleras de la ciudad de México, México, Centro de Estudios Históricos del Movimiento Obrero, 1982, 136 p., ils. (Cuadernos Obreros, 25), p. 67.

[ 50 ] El Monitor Republicano, 9 de agosto de 1849, p. 3.

[ 51 ] Karl Marx, El capital, 5a. ed., 8 v., México, Siglo XXI, 1979 (Biblioteca del Pensamiento Socialista), t. I, v. 2, p. 413.

[ 52 ] Ana María Prieto, "Cronología de las luchas y organizaciones en el siglo XIX", Historia y crónicas de la clase obrera en México, México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 1981, 191 p., p. 15.

[ 53 ] Jordi Maluquer, El socialismo en España, 1833-1868, Barcelona, Crítica, 1977, 410 p., p. 166-167.

[ 54 ] El Monitor Republicano, 9 de marzo de 1849, p. 4. Jaime Olveda señala que el periódico apareció por primera vez en enero de 1849. "El monopolio rebocero Guadalajara-Zamora", Relaciones, n. 8, otoño de 1981, p. 94-114, p. 97-98.

[ 55 ] Publicado en El Monitor Republicano, 20 de enero de 1849, p. 3. En cursivas en el original.

[ 56 ] Reglamento de la compañía de artesanos de Guadalajara, Guadalajara, Imprenta de Manuel Brambila, 1850, 35 p., p. 5. En cursivas en el original. Luis Pérez apunta que Sotero Prieto, junto con Manuel Escandón, fundó la fábrica textil La Escoba (Reglamento de la compañía de artesanos de Guadalajara, 2a. ed., 3 v., Guadalajara, Gráfica, 1951, v. 2, p. 363).

[ 57 ] Reglamento de la compañía de artesanos de Guadalajara, Guadalajara, Imprenta de Manuel Brambila, 1850, 35 p., p. 8.

[ 58 ] Reglamento de la compañía de artesanos de Guadalajara, Guadalajara, Imprenta de Manuel Brambila, 1850, 35 p., p. 12.

[ 59 ] "Compañía de artesanos", El Universal, 7 de abril de 1850, p. 1.

[ 60 ] El Universal, 1 de mayo de 1850, p. 4.

[ 61 ] El Universal, 1 de mayo de 1850, p. 4.

[ 62 ] El Universal, 1 de mayo de 1850, p. 4.

[ 63 ] Jaime Olveda señala que el periódico apareció por primera vez en enero de 1849. "El monopolio rebocero Guadalajara-Zamora", Relaciones, n. 8, otoño de 1981, p. 94-114, p. 95, apunta que "para 1844 vivían en esta ciudad alrededor de 20 [franceses] y lo mismo se dedicaban al comercio que a los oficios o a profesiones como la medicina o en el magisterio".

[ 64 ] Eric J. Hobsbawn, Trabajadores. Estudios sobre la historia de la clase obrera, traducción de Ricardo Pochtar, Barcelona, Crítica, 1979, 434 p. (Historia, 12), p. 19.

[ 65 ] Frederich J. Shaw, "The artisan in Mexico City", en Elsa Cecilia Frost, Michael C. Meyer y Josefina Zoraida Vázquez (compiladores), El trabajo y los trabajadores en la historia de México, México-Tucson, El Colegio de México-University of Arizona Press, 1979, XII-954 p., p. 406.

[ 66 ] El Universal, 25 de febrero de 1850, p. 4.

[ 67 ] Representación dirigida al Congreso de la Unión por 6 124 artesanos pidiendo protección para el trabajo de los nacionales, México, Tipografía de Vicente G. Torres, 1851, 62 p., p. 3. Archivo del Antiguo Ayuntamiento de la Ciudad de México, Artesanos y Gremios, v. 383, leg. 3, exp. 34.

[ 68 ] José C. Valadés, El socialismo libertario mexicano (siglo XIX), prólogo y recopilación de Paco Ignacio Taibo II, Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1984, 174 p. (Renovación, 5), p. 12.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), Ricardo Sánchez Flores (editor asociado), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 13, 1990, p. 27-45.

https://moderna.historicas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/68866/68873



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