jueves, 7 de diciembre de 2017

LA HISTORIA DE MESOAMÉRICA
En la región que llamamos Mesoamérica hay diversos paisajes, desde las cumbres nevadas hasta las costas tropicales. En general, el clima y las condiciones naturales de la región son favorables para la vida humana. Cuando comenzó a poblarse, la región era más húmeda que ahora. Mesoamérica En muchos lugares que hoy son bastante secos, como el Valle de México, había bosques, lagos y pantanos. Abundaban los animales para la cacería y la pesca, y muchas plantas que podían recolectarse. La disponibilidad de agua, la fertilidad de la tierra y la variedad de plantas, ayudaron a que surgiera una agricultura muy productiva, de la que vivía una población más numerosa y densa que la de otros lugares de América. La diversidad de los climas y de los productos naturales de Mesoamérica propició desde épocas muy antiguas el intercambio comercial y cultural entre zonas apartadas. Aunque cada civilización mesoamericana tuvo rasgos propios, el comercio, las migraciones y las expediciones militares difundieron la influencia de los pueblos más avanzados. Por eso hay costumbres, creencias y formas de trabajo que son comunes a todos los pueblos de Mesoamérica. La evolución de las civilizaciones mesoamericanas es larga y complicada. Para entender mejor esa historia, los especialistas la han dividido en tres periodos, tres épocas en que los pobladores de la región comparten más o menos el mismo nivel de desarrollo cultural. Estos periodos son:
  • El Formativo o Preclásico abarca desde 1800 a.C., cuando se extienden las aldeas agrícolas permanentes, hasta 200 d.C.
  • El Clásico abarca del año 200 al 800. Es el tiempo de esplendor de numerosas ciudades independientes (por eso las llamamos, como a las griegas, ciudades-Estado), en las que se construyeron grandes centros ceremoniales.
  • El Posclásico comprende desde el año 800 hasta la llegada de los españoles. Al principio de este periodo, las ciudades más importantes de Mesoamérica fueron abandonadas o destruidas. Después se fundaron otras y finalmente surgió el gran señorío mexica, que dominaba gran parte de Mesoamérica a principios del siglo XVI, cuando Europa y América entraron en contacto.
Durante los siglos previos a la llegada de los primeros occidentales al territorio que denominados Mesoamérica sus sociedades experimentan un profundo cambio. Diversos investigadores han incidido en el hecho de que factores de muy diversa índole impulsaron dicho fenómeno hacia 1150-1200 d. C. en esta área cultural. De entre ellos, la articulación de las pequeñas unidades sociopolíticas que llamamos en lengua náhuatl altepemeh (sing. altepetl) en una compleja dinámica de interacción, vinculación y subordinación hacia entidades político-territoriales de gran escala.[1] Aunado a este fenómeno de fragmentación y concentración modular de unidades políticas, la Mesoamérica Posclásica asistió al desarrollo de vastas redes de comercio a larga distancia.

Sin lugar a dudas, el Centro de México es el área mesoamericana cuya larga historia prehispánica es la mejor conocida. Es un territorio compuesto por cuatro unidades geográficas enlazadas por sus tradiciones: el Valle de Morelos al sur, el Valle de Puebla-Tlaxcala al oriente, la Cuenca de México al centro y el Valle de Toluca al occidente. Éstas son grandes extensiones de tierras fértiles que en épocas prehispánicas contaron con importantes sistemas fluviales y lacustres. La Cuenca de México desempeñó un papel protagónico en la historia mesoamericana debido, a su posición central, a su considerable extensión y riqueza y diversidad de sus ecosistemas.
     El Preclásico del Centro de México, se puede dividir en tres grandes momentos: el Temprano (2500-1250 a.C.), caracterizado por aldeas agrarias; el Medio (1250-600 a.C.) en el que surgen numerosos centros regionales, y el Tardío, que se inicia con la transformación de algunos centros en capitales protourbanas y finaliza con el crecimiento de una ciudad de poder suprarregional: Teotihuacán.
     De acuerdo con los estudios de Christine Niederberguer, “las sociedades del Preclásico Temprano eran igualitarias, de economía plenamente agrícola y se distribuían en aldeas muy semejantes entre sí (…). Las poblaciones mejor conocidas de aquel entonces son Chalcatzingo en el Valle de Amatzinac, Morelos, y Loma Terremote, El Arbolillo, Tlatilco, Tlapacoya y Coapexco en la Cuenca”.[1]
     Los restos de producción alfarera más antigua en el Centro de México provienen del Valle de Tehuacán, en Puebla (fase Purrón), y podrían remontarse a 2300 a.C., de acuerdo con los fechamientos de Richard S. MacNeish.[2] Esta cerámica de superficies tan ásperas que le han valido la designación inglesa de pox potery, contrasta con la bellísimas piezas de alfarería de un milenio más tarde, producidas en  Tlatilco y Tlapacoya.
     A partir de 1250 a.C., año en que se ha fijado el inicio del Preclásico Medio. Dos de los fenómenos más importantes de este periodo fueron un considerable aumento de población y el desarrollo de técnicas de intensificación agrícola. También, existen indicios de sistemas de terrazas y de canalización, así como, indicios de chinampas en zonas pantanosas de los lagos. Es preciso reconocer que la mayor parte de la agricultura seguía dependiendo de las lluvias estacionales.
     En el Preclásico Medio: el espacio adquiere otro sentido con el surgimiento de centros regionales que agrupan a su alrededor numerosas aldeas satélites. Esto permite suponer la conformación de estructuras políticas y administrativas complejas que se fueron integrando en un sistema de intercambio panmesoamericano.[3] Destacan en la Cuenca sitios como Tlapacoya en la ribera lacustre, Tlatilco en el somonte y Coapexco en las estribaciones del Iztaccíhuatl.
     En estas poblaciones residía un nuevo grupo social, que no estaba dedicado en forma directa a la producción de alimentos. Los beneficios que la elite emergente obtuvo por medio de una desigual distribución de prestigio, poder, bienes y servicios son evidentes hoy en los restos arqueológicos: representaciones cerámicas de individuos ricamente ataviados o con atributos de mando, y tumbas suntuosas no sólo de adultos, sino de niños, lo que evidencia el estatus adquirido por el sólo nacer dentro de un linaje privilegiado.

En el nuevo orden jerárquico eran los gobernantes quienes tenían en sus manos la organización de la producción especializada, el intercambio con regiones distantes y la redistribución de los productos foráneos.
     Otro elemento que define al Preclásico Medio es la gran cantidad de figurillas de cerámica, predominan las figuras femeninas de “caderas amplias”, que han sido asociadas a la fertilidad de la tierra. También las representaciones de individuos de dos cabezas o de dos caras,, así como jugadores de pelota y contorsionistas. Es en Chacatzingo donde se conserva el conjunto más importante de imágenes religiosas, bajorrelieves de estilo olmeca esculpidos en las faldas de un cerro. Los personajes humanos o divinos, los felinos rampantes, los animales fantásticos y los motivos fitomorfos de calabazas y bromelias.
     El Preclásico tardío se inicia en esta área hacia 600 a.C. con la desaparición de lo Olmeca. Este periodo, que acabaría hacia 150 d.C. se caracteriza por la transformación de algunos centros regionales en capitales protourbanas que no sólo concentran el poder, sino que son verdaderos imanes de población. En el Valle de Puebla, diversos centros se desarrollaron al grado de formar capitales con plataformas templarias, plazas, calles, sistemas de drenaje y juego de pelota.
     Según Sanders et al., “Cuicuilco, establecida en las márgenes occidentales de Lago de Xochimilco, contó con la fuerza económica y política suficiente para erigir un enorme complejo de edificios públicos, en torno a un templo con basamento en forma de cono truncado, que llegó a medir aproximadamente 135 m de diámetro y 25 de altura. Entre el 650 y el 300 a.C., la cuenca tenía 80 000 habitantes, de los cuales entre 5 000 y 10 000 ocupaban Cuicuilco, en los dos siglos subsecuentes cuando la Cuenca contaba con 140 000, Cuicuilco al menos había doblado su población.[1]
     En la última parte del Preclásico Tardío, Cuicuilco desaparece, probablemente antes de las erupciones del Xite. Teotihuacán, se convierte no sólo en el poder absoluto de la Cuenca, sino que lleva su influencia más allá de los límites regionales. Entre 100 a.C. y 150 d.C. casi 80 000 personas residían en esta capital, es decir de 80 a 90% del total de la Cuenca, Tal concentración humana permitiría la erección de las pirámides del Sol y de la Luna.
     Con el Clásico en el Centro de México, Teotihuacán fue la ciudad mesoamericana por antonomasia. Precisamente entre 300 y 100 a.C. Cuicuilco deja de ser el único centro de poder en la región, pues Teotihuacán la dobla en número de habitantes.
     El Valle de Teotihuacán tiene una extensión de 505 km2, lo que significa menos de 6.5% de la superficie total de la cuenca.[2] Rico en tierras aluviales, se beneficia de flujos de agua, entre ellos los ríos San Juan, San Lorenzo y Huixulco. Además, en época prehispánica el Lago de Texcoco llegaba a las fértiles planicies de Acolman.
     A su potencial agrícola se sumaba el recurso mineral que era la obsidiana. Del cerro Olivares, cerca de Otumba, procedía la obsidiana gris veteada; en tanto que la verde se sacaba de un pequeño volcán al oeste de Tulancingo, y de las minas de la Sierra de las Navajas, cerca de Pachuca.
     Otras dos condiciones para el desarrollo urbano fueron, por una parte, la posición privilegiada de su valle como lugar de paso en la ruta comercial directa entre el Golfo y la Cuenca y, por otra, las numerosas cuevas, que sacralizadas, convirtieron la zona en un prestigiado Santuario. Precisamente, la Pirámide del Sol fue levantada a fines del Preclásico sobre una de estas cuevas, se trata de una cavidad que consta de un túnel de acceso de 100 metros de longitud y de una cámara tetralobulada.
     Gracias a los estudios realizados por Rene Millon se conoce la secuencia histórica de la urbe y de su entorno rural desde su gestación hasta su ocaso. Para “Miccaotli (150-250 d. C.), la primera fase del Clásico, Teotihuacán puede considerarse una verdadera ciudad. No creció en extensión pero si en densidad y complejidad. En la fase siguiente, Tlamimilolpa (250-400), aumentó la población. Se construyeron la Plaza de la Pirámide de la Luna, el Templo de los Caracoles Emplumados y el Gran Conjunto. Xolalpan (400-550), fue la fase de mayor esplendor, con unos 125 000 habitantes.”[3] Millon afirma que hacia el año 600 Teotihuacán se había convertido en la sexta ciudad más grande del mundo en cuanto al número de habitantes.
     La última fase del Clásico teotihuacano fue Metepec (550-650). La población decreció en esta fase en 85 000 habitantes. Existen indicios de que el centro de la ciudad fue incendiado y saqueado. Por lo menos 147 edificios fueron los dañados por el fuego.
     Hacia el año 600 Teotihuacán mostraba una asombrosa regularidad, lograda a partir de dos ejes ortogonales que ordenaban el espacio urbano. El Camino o la Calzada de los Muertos era el eje principal y corría de sur a norte hasta desembocar en la Plaza de la Pirámide de la Luna. El otro eje, orientado de este a oeste y con más de 5 km de longitud, seguía el cauce modificado del río San Juan, flanqueando al norte la Ciudadela y el Gran Conjunto. Las calles eran rectas y cubrían el sistema de abastecimiento de agua potable y red de drenaje y alcantarillado que descargaba en el río San Juan.
     Hoy día no hay la menor duda de que Teotihuacan fue una ciudad pluriétnica, dividida espacialmente en conjuntos habitacionales que facilitaban tanto la cohesión de los grupos étnicos como la conservación de sus especificidades lingüísticas y culturales. Hay que advertir, además, que una organización de esta naturaleza simplificaría la administración central, la captación de tributos, el reclutamiento laboral para obras colectivas y el control del Estado, como lo ha sugerido Millon.

     En este contexto cabría preguntarse cuál era la etnia mayoritaria y si ésta detentaba el poder. Durante varias décadas se han sugerido diversos pueblos como los principales componentes de la ciudad: otomíes, nahuas, totonacos, mazatecos o popolocas.
     Otro problema polémico tiene que ver con el tipo de organización política capaz de articular las relaciones entre los heterogéneos componentes de la sociedad teotihuacana. A diferencia de las unidades políticas del Clásico maya, compuestas por grupos relativamente uniformes e integrados en torno a gobiernos de linaje, Teotihuacán debió de haber ejercido sobre su propia población un dominio de índole territorial. En pocas palabras, Teotihuacán no pudo erigir su poderío sobre la tradicional estructura de parentesco. El resultado fue,  en cambio,  que encima de todos los linajes de la urbe se colocara una élite gobernante.
 Mesoamérica Posclásica asistió al desarrollo de vastas redes de comercio a larga distancia. El aumento demográfico que se detecta en ciertas zonas de Mesoamérica –como el México Central-[1] conllevó un incremento en el consumo de bienes tan necesarios como la sal, la obsidiana, la cerámica utilitaria o los tejidos. De este modo, el comercio cubrió necesidades domésticas que interactuaban con un sistema de abasto de escala internacional.[2] En el sistema comercial de la Mesoamérica Posclásica estos bienes de subsistencia circulaban juntamente con productos de lujo, como pieles y plumas preciosas, piedras verdes, cacao, copal, orfebrería de oro, plata o cobre y objetos de turquesa. A parte de ser artículos que podían ser requeridos por el tributo de las élites, éstos mismos se podían adquirir en ciertos mercados o –tianquizqueh- que caracterizaban la vida económica pública de las sociedades mesoamericanas del Horizonte Posclásico. Tal parece haber sido el caso que encontramos documentado en México-Tlatelolco, Cholula o Cozumel.[3]
     No obstante, no podemos olvidar que las restricciones tecnológicas relativas al transporte en Mesoamérica limitaban el movimiento masivo de ciertos productos. En este sentido, el acceso a las principales rutas comerciales, así como a ciertos centros de intercambio internacional, podía asegurar el abastecimiento de mercancías de necesidad básica y de prestigio.
     Mercaderes especializados en el comercio a larga distancia como los pochtecah del Valle de México, los ppolomob yucatecos y los maya-putum de Tabasco-Campeche viajaban a Xicalanco (Costa del Golfo), Xoconochco (Costa del Pacífico en Guatemala), la Bahía Chetumal (Belice), Nito y Naco (Golfo de Honduras, Coaixtlahuaca (Oaxaca, México), o Huejutla (Hidalgo, México), con motivo de conseguir estos preciados bienes.[4]
     Hemos de presuponer que en estos enclaves comerciales de encuentro multiétnico los mercaderes locales negociarían con los comerciantes extranjeros. Todo ello es sintomático de la existencia de una economía compleja altamente comercializada para este momento. Los mercados, los diferentes tipos de tratantes y los diversos medios que fungían como moneda de cabio eran ejes esenciales en su funcionamiento.[5]
     En consecuencia, podemos apreciar que las elites locales de las sociedades de la Mesoamérica Posclásica mostraron una clara preocupación por salvaguardar ciertos aspectos de la economía política, tales como las tasas y rentas particulares, el tributo o el comercio. Este hecho las llevó a interactuar en muy diversos niveles con unidades sociopolíticas mayores o inferiores. Dicha arena de actuación política promovió un intrincado marco de alianzas y lealtades entre señores. En un mundo en constante crecimiento demográfico como era Mesoamérica en los siglos XV y XVI con anterioridad al proceso de Conquista los sistemas de aprovisionamiento y las esferas de consumo fueron puntos clave para entender las estrategias de actuación económica.
     Entre los años 650 y 750 d. C. se inicia una de las transformaciones más significativas de la historia mesoamericana: Teotihuacán pierde la primacía política y económica, que había mantenido durante 5 siglos. Hay indicios de que al final de la fase Metepec son quemados y destruidos ritualmente los edificios de la zona nuclear.
     Si el peso de Teotihuacán en su época de esplendor fue tan grande, no es de extrañar que su colapso haya tenido repercusiones en prácticamente toda Mesoamérica. Así, se eclipsan una a una ciudades tan prestigiadas como La Quemada, Monte Albán, Palenque y Tikal. Sobreviene, un proceso de desintegración sociopolítica importante. El proceso concluyó con el colapso de dichos sistemas, la declinación de la población y la involución a formas de integración política menos complejas.
     Nuevos centros de poder político y económico y de influencia cultural surgieron en las áreas del sur y norte de la Cuenca. En Cholula, en el valle de Puebla, se construyó una enorme ciudadela con plazas y edificios públicos. A partir del 950 d. C., la mayor parte de esta área fue incorporada a la base de la gran pirámide de Cholula, que superó en volumen a la Pirámide del Son de Teotihuacan. La adopción del estilo de cerámica Cholula en sitios en el norte de la Cuenca sugiere que Cholula podía haber controlado el área. Una amplia zona deshabitada sirvió de barrera separando los sitios del sur de la Cuenca de los de la sección norte, la cual probablemente era controlada por los toltecas.
     Al noroeste de Teotihuacan, Tula daba los pasos previos a su inmensa fama. Robert H. Cobean y Alba Guadalupe Mastache opinan que “durante la fase Prado (700-900) se establecieron en el área grupos coyotlatelcas norteños que tuvieron Magoni como centro principal. Gracias nuevos procesos de inmigración, el área se tornó un verdadero crisol étnico y cultural durante la fase Corral (800-900). Tula Chico, el mayor asentamiento de esta fase, se extendía entre 3 y 5 km.”[6]
     La capital tolteca fue fundada muy cerca de lo que había sido el sitio de Chingú en el estado de Hidalgo- desde donde los teotihuacanaos explotaron por siglos las calizas de la región. En el Posclásico, Tula disfrutó de prósperos campos de cultivo, irrigado por un complejo sistema de canales.
     Tras la desaparición de Chingú se inicia una época prototolteca. En una primera fase llamada Prado (700-800), se asientan en las lomas grupos que a juzgar por su cerámica procedían del noroeste. En efecto, la cerámica forma un complejo híbrido en el cual es importante el tipo Coyotlatelco –motivos geométricos de cruces, grecas y puntos rojos sobre un fondo bayo- posiblemente relacionado con las élites del norte de Mesoamérica, sobre todo del Bajío, Zacatecas y Jalisco. Después, en la fase Corral (800-900), hay una ocupación pluriétnica y masiva. Tras ella viene la fase Corral Terminal (900-950), durante la cual se suma a la cerámica Coyotlatelco la llamada Mazapa. Después se llega a la fase Tollan (950-1150), identificada con el apogeo y con el tiempo de los toltecas. Tras esta fase que inicia con un proceso de decadencia que desemboca en el abandono definitivo del centro urbano. El colapso corresponde al principio de la fase Fuego (1150-1350). Hay indicios de destrucción, muchos edificios fueron quemados.[7]
     Tula fue una ciudad de tamaño medio y sus edificios públicos no eran impresionantes o bien construidos. Cubría unos 9 km y su población era de 30 mil a 66 mil habitantes. Otros 60 mil campesinos ocupaban las aldeas y los caseríos de la región vecina. La aparente pobreza estética de Tula puede atribuirse a los aztecas, quienes se llevaron muchas de las obras de arte del sitio a su propia ciudad capital. La estructura más grande fue completamente destruida y la pirámide B era un templo de plataforma escalonada, la parte del techo se sostenía con columnas de piedra, en algunas se tallaron guerreros, en otras había representaciones de serpientes emplumadas con sus colas levantadas. Las piedras talladas de Tula muestran tzompantlis, las estacas para tortura sobre las cuales los toltecas, al igual que los aztecas, ponían los cráneos de los que habían sido sacrificados. El estilo de arte tolteca ha sido atribuido algunas veces a los estilos contemporáneos desarrollados por los Cholulas de Puebla y los mixtecas en Oaxaca, pero deriva de la tradición teotihuacana. El arte teotihuacano incluye algunas representaciones de guerreros, y un mural de la ciudad que muestra un sacerdote con un cuchillo y un corazón sangrante, sugiere que a veces se realizaban sacrificios humanos.[8]

Tula creció rápidamente entre el 750 y el 950 d. C. La evidencia arqueológica y legendaria indica que la ciudad absorbió emigrantes del norte y del sur. Desde la árida frontera noroeste vinieron los chichimecas, simples agricultores aldeanos, considerados como bárbaros. El otro gran grupo fueron los nonoalca, los cuales eran artesanos, sacerdotes.
     El imperio tolteca desapareció a mediados del siglo XII, y Tula fue destruido y quemado alrededor del 1168 d. C. Un factor que contribuyó a esto fue la llegada de gran número de inmigrantes.
     En el siglo del caos que siguió al colapso de Tula, los refugiados toltecas y los inmigrantes chichimecas se extendieron hacia el sur dentro del área de la Cuenca de México, donde se casaron con los habitantes locales. Las nuevas poblaciones formaron unos 50 estados débiles, cuyas dinastías decían descender de los toltecas, y adoptaron la ideología de los linajes con autoridad divina. Los pequeños estados centrales estaban por lo general en áreas que habían estado deshabitadas anteriormente.
     Los últimos inmigrantes chichimecas que llegaron a la Cuenca fueron los tenochca o mexica, a los que conocemos con el nombre de aztecas. Parecen haber comenzado como una tribu de agricultores semicivilizados, forzados por la sequía o la sobrepoblación a dejar su pueblo natal de Aztlan, el cual estaba más o menos localizado al oeste de México. Las gentes de Colhuacan les permitieron quedarse como siervos en su territorio, pero cuando los mexicas sacrificaron a una princesa de Colhuacan que les había sido ofrecida como esposa para su jefe, por lo tanto fueron expulsados.
 Hablando un poco de Aztlan, por una parte está ligada al mito, identificada total o parcialmente con el sitio materno de origen, y como tal confundida o considerada vecina de las míticas Chicomóztoc (El Lugar de las Siete Cuevas), Culhuacan (el Lugar de los Antepasados), Cemícac Mixtitlan Ayauhtitlan (El que Siempre está entre Nubes y Nieblas). Allí vivía un pueblo casi desconocido que recibía el nombre de azteca. Los mexicas, cansados de la explotación, escaparon en busca de mejores condiciones de vida. Los emigrantes dejan de llamarse aztecas para retomar su verdadera identidad como mexitin o mexicas, los protegidos por el dios llamado Mexi o Huitzilopochtli.
     Viajaban agrupados en colectividades llamadas calpultin, cada uno de estos portaba la imagen de su patrono particular y tenía su propio jefe. Y se establecieron en el Lago de Texcoco. Los fundadores destinaron el centro de la isla a la erección del Templo de Huitzilopochtli y Tláloc; dividieron el escaso territorio insular en cuatro segmentos y en cada uno delimitaron los barrios donde se asentarían los calpultin. Una parte de ellos no quedaron contentos con esto y se dividieron hacia 1337, y fundaron, la gemela y rival México-Tlatelolco.
     Hacia 1371 se rompió el precario equilibrio en la zona, y los tepanecas aumentaban sus dominios. Los mexicas se convirtieron en aliados de los tepanecas. Años más tarde, bajo el gobierno de Huitzilopochtli, México-Tenochtitlan conquistó para beneficio propio a los culhuas, el pueblo del que provenía su linaje gobernante.
     La excan tlatoloyan tenía como función dirimir contiendas entre las distintas entidades políticas que caían bajo su jurisdicción, pero también se atribuía la de vigilar la seguridad de su región e incorporar a los estados que eran renuentes a formar parte de la coalición. Con este pretexto, las tres capitales encabezaron un proceso de expansión militar encaminado a controlar: primero, la cuenca lacustre y segundo, un extenso territorio circundante. Otra de sus funciones era fomentar la ayuda mutua entre las tres capitales. Gracias a ello, México-Tenochtitlan pudo construir un albarradón de 12 km de extensión y 20 m de ancho que la libraba de las afluencias intempestivas de las aguas salobres.[1]
     Tras la muerte de Motecuhzoma Ilhuicamina, en 1469, se suceden en elpoder tres hermanos que continúan la expansión de la Triple Alianza (excan tlatoloyan). Axayácatl, Tízoc y Ahuítzotl.
     Tras la muerte de Ahuítzotl, en 1502, la elección del nuevo tlatoani recayó en un hombre severo, religioso y, identificado con los intereses de la nobleza: Motecuhzoma Xocoyotzin. Fue un periodo de esplendor que hizo del nombre del tlatoani un sinónimo de magnificencia.
     El complejo urbano alcanzó en su tiempo una población estimada entre 150 mil y 300 mil habitantes. Pero le tocó la triste suerte de enfrentar la invasión europea.
     En su apogeo, tras dos siglos de ganar terreno al lago, las dos ciudades de México, ocupaban una extensión de 13.5 km2. Las dos estaban surcadas por amplias calzadas y canales que obedecían a una traza reticular. Tenochtitlan se dividía en cuadrantes urbanos. Los cuadrantes en barrios, ocupados por templos, plazas, escuelas, viviendas y predios. En el centro de la ciudad, estaban los palacios de la nobleza y el palacio real con el tlatoani y su familia.

CONCLUSION

La imposición en el ámbito mesoamericano de los teotihuacanos no fue de carácter netamente militar. Por ejemplo, las guerras eran endémicas entre los mayas y las hazañas militares eran muy importantes para sostener para sostener a las élites en el gobierno. Y, no es remoto que los teotihuacanos hayan intervenido con frecuencia en las contiendas regionales de las áreas con que establecieron relaciones, e incluso que fomentaran los conflictos políticos en provecho propio. También es posible que eventualmente hicieran por sí uso de las armas con el propósito de imponer su sistema económico o en defensa de sus intereses. Su poder se ejerció a través del control de las redes de comercio, y sus objetivos fueron básicamente mercantiles. Otro aspecto es de la difusión cultural. Durante varios siglos, la influencia de Teotihuacán se dejó sentir en toda Mesoamérica. Los teotihuacanos difundieron estilos y modas, los cuales fueron reproducidos por todos lados como parte de las estrategias o manifestaciones artísticas en los territorios que ingresaban a sus dominios.
      Al igual que el mundo clásico mesoamericano, el Posclásico recibió la visible marca de las sociedades del Centro de México. Aunque los flujos de personas, bienes e ideas transitaron en todos los sentidos, la huella sucesiva de toltecas y mexicas fue profunda en Mesoamérica. Es cierto que en cada área la repercusión fue diferente; pero ninguna quedó exenta de contactos pacíficos o antagónicos, directos o indirectos, con Tula y México-Tenochtitlan.
     En lo que a Tula respecta, hoy en día nadie pone en duda el papel que desempeñó durante los primeros siglos del Posclásico. Paradójicamente y en contraste con la importancia de esta urbe, aún no se ha podido precisar cuál era su zona de dominio directo, con cuáles centros entabló relaciones comerciales y de qué naturaleza fueron los nexos con distantes capitales de Oaxaca, Yucatán y los altos de Guatemala. Paul Kirchhoff, empleando como fuente la Historia, pictografía colonial del siglo XVI, Kirchhoff reconstruyó una hipotética esfera tributaria tolteca. Según este modelo, “Tula Xicocotitlan fungía como el centro de centros. Ejercía su poder, en primer término, sobre un territorio dividido en cuatro secciones dependientes, ocupadas por los cuetlaxtecas, los cozcatecas, los cuitlapiltzincas y los nonoalcas. A una escala mayor, Tula habría sido el núcleo de un vasto territorio tributario dividido en cuatro territorios, cada uno de ellos gobernados por una cabecera: Teotenango, al sur; Colhuacan, al oeste; Tulancingo, al este, y una cabecera de nombre desconocido. También Tula habría dejado sentir durante siglos su influjo comercial. Al parecer, la ciudad controló varas rutas de primer orden que tenían como destinos la Huasteca, el centro de Veracruz, Morelos, Querétaro, el septentrión mesoamericano y algunos puntos de la costa del Pacífico, desde Chiapas hasta el mar de Cortés.”[1]
     En lo referente a la configuración de las plazas principales de Chichén Itzá y Tula, Lindsay Jones ha señalado “similitudes en la orientación de los monumentos; en la articulación pirámide-templos elevados sobre un patio abierto, rectangular, en forma de anfiteatro; en la posición correlativa del juego de pelota, el tzompantli y las tribunas; en la presencia de amplios recintos columnados (El Palacio Quemado en Tula y el Grupo de las Mil Columnas en Chichén), y en la existencia de edificios casi idénticos (la pirámide de Tlahuizcalpantecuhtli en la ciudad tolteca y el Templo de los Guerreros en la peninsular).”[2]
     Los paralelismos no se limitan a la arquitectura; se extienden a otras expresiones culturales como los artefactos, la pintura mural y, la escultura. En los dos sitios se encuentran esculturas de bulto, como los atlantes que sostienen dinteles o altares, imágenes como chacmool, columnas en forma de serpientes emplumadas y portaestandartes.
     Para evaluar la presencia tolteca en Chichén Itzá –y en toda Mesoamérica- se debe determinar qué es lo zuyuano; distinguir entre los zuyuano y lo propiamente tolteca, y se debe ubicar el valor de lo tolteca dentro de la esfera de lo zuyuano. Lo zuyuano no corresponde ni a una etnia, ni a una lengua, ni a una región precisa. Además, sus límites temporales preceden y rebasan con varios siglos el esplendor de Tula. Las órdenes militares zyuanas cohesionadas por un culto común; el gobierno de un soberano que encarnaba la fuerza del dios Serpiente Emplumada y el poder real legitimado tras una ceremonia de consagración en santuarios identificados como el mítico lugar de origen. En cuanto a las creencias, los zuyuanos aseguraban que sus antepasados primordiales procedían de un mismo lugar que recibía, entre otros nombres, Tollan, Zuyuá y Tulán-Siwán.
     Y Tollán, era la ciudad ubérrima, la del cielo surcado por las aves de más precioso plumaje. En ella el gobernante Quetzalcóaltl ocupaba cuatro casas de cuatro colores, símbolos de los cuatro árboles por los que circulaba el tiempo. Era este el lugar donde se ordenaba el mundo, y Quetzalcóatl era la fuente del orden, de la unidad humana y del poder.
     En cuanto a los mexicas, podemos ver que su política fue fluctuante. En buena parte de su historia hicieron grandes esfuerzos para enlazarse con los toltecas. Establecieron, vínculos dinásticos directos con los culhuas, descendientes de los toltecas; por otro, emprendieron excavaciones sistemáticas en las ruinas de Tula con el fin de conocer sus estilos arquitectónicos y escultóricos para reproducirlos en México-Tenochtitlan, y exhumaron desde cerámica hasta monolitos. Este enlace con lo tolteca, les permitió erigirse como legítimos sucesores al establecerse la última de las excan tlatoloyan, institución supuestamente instaurada en Tula. Así, la acción política mexica y su ideología se ajustaron a las normas zuyuanas.
     Sin embargo, los dominios de la Triple Alianza pronto trascendieron la esfera regional, hasta alcanzar una enorme extensión. Así, llegó a dominar, por el norte, hasta Xilotépec; por el noroeste topó con el río Pánuco, bajando por la costa del Golfo desde Tuxpan hasta el Lago de Catemaco; por el oeste lindó con tarascos; por el suroeste, abarcó la costa del Pacífico, del río Balsas a la región de Tlapa; por el sur alcanzó Coyolapan, en Oaxaca, donde se inciaba una ruta protegida hasta el Soconusco. Fuera de sus fronteras, quedaban, Meztitlán al norte, los tarascos, al este, Yopitzingo y Tututepec al sur, Coatlicámac al suroeste, Tlaxcala y Teotilán.[3]
     Este incremento desmedido, más la imposición de los mexicas sobre los otros dos miembros de la excan tlatoloyan, tuvo como consecuencia una transformación de la ideología zuyuana, acompañada de la exacerbación de los sacrificios humanos. Los mexicas se consderaron los hijos predilectos del Quinto Sol, y declararon que su destino era alimentar con sangre al astro para perpetuar la existencia del mundo. Al sentirse en la cumbre, los mexicas predicaron que había llegado el momento de su dios Huitzilopochtli, padre adoptivo que recibía bajo su amparo a todos los dioses patronos del mundo y a los pueblos por ellos protegidos.
     La ideología del dios que “adopta” pueblos por la fuerza de las armas iniciaba un cambio político interrumpido por la Conquista.

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[1] Kirchhoff, Paul, “El Imperio tolteca y su caída”, en Mesoamérica y el Centro de México, Jesús Monjarás-Ruiz, Rosa Brambila y Emma Pérez-Rocha (recops.), México, INAH, 1985, pp.249-272.
[2] Jones, Lindsay, Twin City Tales. A Hermeneutical Reassessment of Tula and Chichén Itzá, Niwot, University of Colorado Press, 1995.
[3] López Austin, op. Cit., p. 296.


[1] López Austin, op. Cit., p. 215.


[1] Smith, Michael E., (2003ª: 57-59) plantea la posibilidad de un rápido y sostenido crecimiento poblacional en el Altiplano Central  de México durante los dos últimos siglos Prehispánicos que habría alcanzado su techo en 4 millones de habitantes en 1519.
[2] Berdan y Smith, vol. XXV/099 (Zamora [México], 2004): 19-20.                                 
[3]Durán, 1971: 278. Díaz del Castillo, 1999 [1575]: 260-263. Cortés, 2000 [1520]: 139-140. De Landa, 2001 [1566]: 97. Muñoz Camargo, 2001 [1585].

[4]Berdan et al ii, 2003: 101, 103-104.           

[5] Rovira Morgado, Rosenda, Revista de Indias, 2010, vol. LXX, n° 249, 525-550, ISSN: 0034-8341/revindias. 2010.017
[6] Mastache F., Alba Guadalupe, y Robert H. Cobean, “Tula”, en Mesoamérica y el Centro de México, Jesús Monjarás-Ruis, Rosa Brambila y Emma Pérez-Rocha (recops.), México, INAH, 1985, pp. 273-307.
[7] López Austin, op. Cit., pp. 200-202.
[8] Fiedel, Stuart J., Prehistoria de América, Barcelona, CRÍTICA, GRIJALBO MONDADORI, 1996, pp. 332-334.


[1] Sanders, et al., The Basim of Mexico: Ecological Processes in the Evolution of a Civilization, Nueva York, Academiz Press, 1979.
[2] López Austin, Op. cit., p. 116.
[3] Millon, Rene, “Teotihuacan: City, State, and Civilization”, en Supplement to the Handbook of Middle American Indians, Victoria Reifler Bricker (ed.), vol. 1, Austin, University of Texas Press, 1981, pp. 198-243.


[1] Niederberger, Christine, “Early Sedentary Economy in the Basin of Mexico”, en Science, vol. 203, 1979, pp. 131-142.
[2] MacNeish, Richard S., The Prehistory of Tehuacan Valley, 5 vols., Austin, University of Texas Press, 1970.
[3] López Austin, Alfredo y Leonardo López Luján, El pasado indígena, México, COLMEX, FHA, FCE, 2005, p. 85.



[1] Rojas, 21 (Madrid, 1991): 145-169. Carrasco, 1996: 589-590. Lockhart, 1999: 160. Smith y Berdan, 2000: 285. Smith, 2005: 420.

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