LA
EDUCACIÓN DE LOS INDÍGENAS Y LAS BIBLIOTECAS
ACADÉMICAS EN EL NUEVO MUNDO
(1502-1535)
La orden franciscana fue la primera
orden en llegar a la Nueva España, y se estableció en Tlatelolco dedicándole la
fundación a Santiago. Aquí se estableció en 1536 el Imperial Colegio de la
Santa Cruz para la enseñanza de indígenas nobles. Primeramente, los
franciscanos instalaron en Tlatelolco una humilde capilla que fue sustituida en
1540 y nuevamente en el siglo XVII por el templo actual.
El
desarrollo de la imprenta por medio del empleo de tipos metálicos móviles, a
mediados del siglo XV, produjo cambios extraordinarios en todos los aspectos de
la sociedad europea. El libro impreso, menos costoso para ser reproducido en
grandes cantidades que los manuscritos, permitió el rápido y amplio crecimiento
de la alfabetización, y en consecuencia, de la educación.
Para proveer de los recursos
necesarios a la investigación en los centros de enseñanza, se establecieron las
bibliotecas académicas. Ahí los estudiantes podían consultar y copiar los
libros, así como los manuscritos.
Las bibliotecas académicas, cuyos
acervos bibliográficos no sólo eran de libros religiosos sino también seglares,
dieron pie para la gran revolución intelectual en Europa, durante el siglo XVI.
Paralelo al desarrollo de la
imprenta, la educación y el establecimiento de las bibliotecas académicas, el
descubrimiento y la colonización de las Américas por España, abrieron, a su
vez, nuevos caminos para el conocimiento, y con ello, la necesidad de
reconsiderar los valores culturales y sociales de la época.
La necesaria relación con los
indígenas y la obligada aculturación de éstos a la vida ibérica en lo
espiritual y material, requirió de la creación de sistemas educativos
especialmente diseñados para el efecto.
Sin embargo, los sistemas empleados
sólo fueron experimentales y resultaron ser muy problemáticos, pues si la
instrucción correctamente aplicada podría lograr una aculturación pacífica, la
incontrolada, en cambio, podría dar resultados negativos. De ahí que la Corona
pusiera especial atención al seleccionar a los encargados de impartir la
enseñanza a los indígenas.
El aprendizaje del español y del
catecismo por medio de gráficas, ceremonias y fiestas fue el método más
empleado en la aculturación y conversión de los nativos. Sin embargo, el
sistema no pudo crear un grupo de indígenas letrados, capaz de expandir, entre
sus congéneres, los conocimientos de la civilización occidental, ni de lograr,
siquiera, algo que lo acercara a una igualdad educativa con el ibérico.
Consciente pues la Corona de que un
grupo de indígenas educado en los valores cristianos sería de gran utilidad
para la aculturación de los nativos y su integración al Imperio, a principios
del siglo XVI, puso en marcha un programa para instruir en la lectura y la
ortografía a los hijos de los caciques y nobles indígenas. [1]
[1] Kobayashi,
José María, La educación como conquista
(empresa franciscana en México), México, El Colegio de México, 1974, p.
221.
Para alcanzar estos objetivos, los libros
resultaron ser indispensables, más para evitar confusión o mala interpretación
por parte de las personas que no tenían todavía una buena formación y amplios
conocimientos acerca dela cultura cristiano-española, o que no estuviesen
intelectualmente preparadas para hacer las distinciones necesarias entre lo
aceptable y lo no aceptable, fue menester vigilar el contenido y la
distribución de los impresos con mucha cautela. Así, en tan temprana fecha como
1501 fueron requeridas licencias para la transportación de libros al Nuevo
Mundo, como la Real Cédula expedida a favor del fraile Alonso de Espinar,
permitiéndole el envío de breviarios, biblias, gramáticas y un Flos Sanctorum a Santo Domingo, lugar en
el que un año después de 1502, los franciscanos iniciaron la instrucción en
materia de lectura y ortografía a grupos de tres o cuatro hijos de caciques. [2]
[2]
Torre Revello, José, El libro, la
imprenta y el periodismo en América, Buenos Aires, Universidad Rioplatense,
1940, p. 206; Kobayashi, op. cit., p.
223.
En 1508, la Casa de Contratación permitió
al franciscano Alonso de Espinar el envío, para los alumnos indígenas de éste,
de dos mil cartillas a Santo Domingo, y hacia 1513, el dominico fray Pedro de
Córdoba obtuvo licencia para transportar treinta ejemplares de la Gramática, de Antonio de Nebrija,
también a Santo Domingo. [3]
[3] Kobayashi, op. cit., p. 226; Torre Revello, op. cit., p. 206.
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Una base sólida para el sistema educativo
propuesto por Alonso de Espinar fue creada el 23 de enero de 1513, en el capítulo
VIII de las Leyes de Burgos, el cual estipulaba que la enseñanza a los pequeños
indígenas fuese por un periodo de cuatro años. Con este fin, y en el mismo año
de 1513, fray Hernando de Xuárez fundó un colegio franciscano en Santo Domingo.
[4]
[4] Ibid.,
p. 206; Torre Revello, op. cit., p.
226.
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La expansión del poderío español, desde
las Antillas al continente, y la conquista de México-Tenochtitlan por Hernán
Cortés en 1521 trajo consigo nuevos requerimientos para la aculturación de los
nativos. Las clases altas de la muy sofisticada y bien estructurada sociedad de
los mexicanos demostraron niveles más elevados de cultura, y el sencillo
sistema de catecismo y ceremonias no resultaría ser el más adecuado para su
conversión, amén de lo que se les negaría su reconocimiento como miembros
privilegiados de la sociedad azteca.
Altamente comprensivos de este problema,
los frailes franciscanos Pedro de Gante, Juan de Tecto y Juan de Aora
aprendieron el náhuatl e iniciaron las clases de ortografía y lectura para
alumnos selectos en Texcoco, hacia 1523. [5]
[5] Ibid,
p. 230.
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Al año siguiente, en sus Ordenanzas del 20 de marzo, Cortés dictó
la instrucción especial para los hijos de caciques y de nobles, y en 1523, la
apertura del Colegio de San Francisco de México brindó facilidades para
realizar estudios superiores. [6]
[6] Ibid.,
pp. 235 y 247.
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Similares inquietudes sobre la educación
de los indígenas fueron expresadas por el oidor Rodrigo de Albornoz en una
carta a la Corona, fechada el15 de diciembre de 1525. En la misiva, Albornoz
solicitaba el apoyo real para el establecimiento de un colegio para impartir
estudios de gramática, filosofía y otras materias, y el 9 de noviembre de 1526
se emitió una Real Cédula que autorizaba la instrucción de veinte caciques, que
luego serían llevados a España. [7]
[7] Ibid.,
pp. 235, 247 y 300; Zepeda Rincón, Tomás, La
educación pública en la Nueva España en el siglo XVI, México, [s.e.],
1972, pp. 89-1902.
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Sin embargo, este plan fracasó y en 1527
el Colegio de San José de los Naturales fu inaugurado por Pedro de Gante en San
Francisco,[8] en el
cual se mantuvo un régimen monástico con clases en latín, castellano, gramática
y filosofía, combinadas con las de catecismo y liturgia.
[8] Kobayashi, op. cit., p. 247; Zepeda Rincón, op. cit., pp. 51 y 59.
No obstante lo anterior, los únicos
libros disponibles en el colegio pertenecían sólo a los frailes, y en
consecuencia, gran parte de la enseñanza se dio a través del dictado y de la
transcripción verbatim a cuadernos,
formados éstos de varios pliegos de papel cosido.
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El nombramiento de fray Juan de Zumárraga
como obispo de México –el primero- en 1527, y su llegada a la ciudad de México
el 6 de diciembre de 1528, produjo grandes y positivos cambios en Nueva España.[9] Preparado, humanista, ampliamente
instruido, Zumárraga tomó un papel activo en la expansión de la tarea iniciada
por su correligionarios. Ejemplo de su alta estimación por la enseñanza fue su
biblioteca que, pese a haber dejado un número considerable de volúmenes en
España, era lo suficientemente grande como para llevar, en efecto, el nombre de
biblioteca.[10]
[9]
Greenleaf, Richard E., Zumárraga and
the mexican Inquisition, Washington, Academy of American Franciscan
History, 1961, pp. 26-41.
[10] Carreño, Alberto María, “La primera
biblioteca del continent Americano”, en Divulgación
histórica, núm. 4, 8-15 de junio de 1943, pp. 428-431; Silvio Zavala,
“Letras de Utopía”, en Cuadernos
americanos, núm. 2, marzo-abril de 1943, pp. 148-151; Richard E.
Greenleaf, Zumárraga an his family, Washington,
Academy of American Franciscan History, 1979, pp. 123-127 y 129-131; Alberto
María Carreño, “The books of Don Fray Juan de Zumárraga”, en The Americas, núm. 5, January, 1949,
pp. 311-330.
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Hacia 1531, Juan de Zumárraga pudo
reportar a la Corona que cada convento en la Nueva España –con dormitorio,
refectoría y capilla- mantenía programas educativos, y que la enseñanza de la
doctrina cristiana, de la artesanía y de la economía básica eran ampliamente
difundidas entre los jóvenes indígenas de uno y otro sexo.[11]
[11] Kobayashi, op. cit., p. 247; Joaquín García Icazbalceta, Don Fray Juan de Zumárraga, t. II,
México, Porrúa, 1947, pp. 264-271.
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Zumárraga, sin embargo, como sabio y
bibliófilo, concibió la aculturación ideal a través de la ordenación de un
clero nativo, preparando éste en un seminario especial. Y durante un viaje que
hizo a España, de julio de 1532 a octubre de 1534, y en el que fue consagrado
obispo –en Valladolid, el 27 de abril de 1533- solicitó a la Corona los
permisos necesarios para el establecimiento de ese seminario especial, dotado
de biblioteca, prensa tipográfica y fábrica de papel.[12]
[12] Kobayashi, op. cit., p. 300; García Icazbalceta, … Zumárrga, t. III, pp. 9-49; José Toribio Medina, La imprenta en México, t. I, Santiago
de Chile, ed. Del autor, 1912.
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El 25 de julio de 1525, Juan Cromberger,
impresor de Sevilla, mediante Real Cédula, fue autorizado para que en forma
exclusiva exportara libros a las posesiones españolas en las Américas, siendo
la mayoría de los impresos obras seglares, especialmente de caballería, que
entre los conquistadores alcanzaron gran popularidad.
Preocupada la Corona de que la literatura
caballeresca fuese a tener efectos negativos entre la población nativa, el 4 de
abril de 1531 dictaminó la prohibición de su venta, en especial del libro el Amadís de Gaula. Sin embargo, esta
disposición tenía como objetivo impedir a los libreros el obtener más
ganancias, en compensación por las limitadas ventas de obras religiosas.[13]
[13]
Torre Revello, op. cit., pp. 37-38,
apéndice III; Colección de documentos
inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas
posesiones españolas de América y Oceanía, núm. 42, Madrid, Frías y Cía.,
1864-1884, p. 466..
El
problema fue solucionado, en parte, por una Real Cédula dada en Toledo el 21 de
mayo de 1534, en respuesta a la petición de Zumárraga del año anterior,
autorizando el gasto de la quinta parte del diezmo, por un lapso de tres años,
para el establecimiento de una biblioteca de consulta en la catedral
metropolitana de México.[14]
[14] Alberto María Carreño, “La
primera biblioteca…”, op. cit., pp.
428-429.
También,
durante la ausencia de Zumárraga, Pedro de Gante con la ayuda de fray Arnaldo
de Basacio extendió la enseñanza del latín y gramática al Colegio de San
Francisco, y el 8 de agosto de 1533, Sebastián Ramírez de Fuenleal, obispo de
Santo Domingo y presidente de la Audiencia, respaldó a Zumárraga al dirigir a
la Corona un memorial, solicitando ayuda para los salarios de los maestros, así
como la oportunidad para ofrecer clases de latín a jóvenes indígenas, en vista
de que muchos de ellos habían demostrado extraordinarias capacidades.[15]
[15] Borgia Steck, Francis, El primer Colegio de América, Santa Cruz de
Tlatelolco, México, Centro de Estudios Franciscanos, 1944, p. 5.
Al
volver a la Nueva España, Zumárraga, junto con Sebastián Ramírez de Fuenleal,
inició los planes para el establecimiento de este seminario especial. La
llegada a México del primer virrey don Antonio de Mendoza, el 15 de octubre de
1535, significó la aportación necesaria de los fondos del proyecto.[16]
[16] Kobayashi, op.
cit., p. 300; Borgia Steck, op. cit.,
p. 9; Robert Ricard, The spiritual
conquest of Mexico, Berkely, University of California Press, 1966, p. 221;
Francisco Morales, The spiritual Ethnic
and social bacjground of the Franciscan friars in seventeenth century Mexico,
Washinton, Academy of American Franciscan History, 1973., pp. 24-34.
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LA
BIBLIOTECA DEL COLEGIO IMPERIAL DE SANTA CRUZ DE TLATELOLCO (1536-1571)
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Tlatelolco,
centro comercial precortesiano de Tenochtitlan, con su iglesia de Santiago,
construida en 1527, fue el lugar seleccionado para edificar el nuevo colegio y
seminario. Se abrieron programas educativos ahí en 1534, bajo los auspicios del
comisario general franciscano fray Jacobo de Testera, en tanto que el primer
provincial de la Orden, fray García de Cisneros, favoreció la localidad porque
aliviaría al Colegio de San Francisco de la enseñanza del latín.[17]
(17) Kobayashi, La educación como…., op. cit., pp. 292-297.
Bajo las provisiones de una Real
Cédula del 8 de diciembre de 1535, el virrey Antonio de además las normas para la selección –de 80 a
100- de los más prometedores hijos de caciques, entre los diez y doce años,
para su matriculación.[18]
[18] Zepeda Rincón, La educación pública…, op. cit., pp.
89-102.
El
6 de enero de 1536, el virrey Antonio de Mendoza, los frailes Juan de
Zumárraga, Sebastián Ramírez de Fuenleal, García de Cisneros, Bernardino de
Sahagún, Arnaldo de Basacio y otros dignatarios más oyeron misa en la iglesia
de San Francisco, oficiada por el tesorero de ésta, el doctor Rafael de
Cervanes. Después, en solemne procesión, salieron para el barrio de Tlatelolco,
donde los frailes Alonso de Herrera y Pedro de Rivera dirigieron unas palabras
antes de la inauguración formal del Colegio Imperial de Santa Cruz, por el
virrey Antonio de Mendoza.[19]
[19] Mendieta, Gerónimo de, Historia eclesiástica indiana, México,
Porrúa, 1971, pp. 414-418; Torquemada, Juan de, Monarquía indiana, t. III, México, Pofrrúa, pp. 113-115 y 442;
García Icazbalceta, ed., Códice franciscano siglo XVI, México,
Salvador Chávez Hayhoe, 1941, pp. 62-65; Chavero, Alfredo, “Colegio de
Tlatelolco”, en Boletín de la Real
Academia de la Historia, núm. 40, 1902, pp. 517-529; Carreño, Alberto
María, “El Colegio de Tlatelolco y la educación indígena en el siglo XVI”, en Divulgación Histórica, núm. I, 1940, pp.
196-202; Zepeda Rincón, La educación
pública…, op. cit., pp. 89-102; Borgia Steck, El primer colegio de…, op. cit., p. 13; Ricard, Robert, The spiritual conquest of Mexico, Berkeley,
University of California Press, 1966, p. 218; Sahagún, Bernardirno de, Historia general de las cosas de la Nueva
España, t. III, México, Porrúa, 1956, pp. 165-168.
Luego
de una comida ofrecida por fray Juan de Zumárraga en la refectoría, el propio
obispo –quien tras de su viaje a España había traídos más libros- donó varios
volúmenes para el nuevo colegio, iniciando con ellos la formación de la primera
biblioteca académica de las Américas.[20]
[20] Borgia Steck, op.
cit., pp. 34-35.
El colegio contaba con dormitorios y
salas de estudio, en un edificio provisional de adobe, adyacente a la iglesia de
Santiago. Los seminaristas compartieron la refectoría y la capilla con los
frailes del convento. Seleccionados por Zumárraga de entre los mejore
estudiantes de San Francisco, cada uno de los sesenta jóvenes recibió un baúl
para su ropa, libros y un hábito distintivo en color azul, y aunque el guardián
de Santiago, Arnaldo de Basacio, fue destinado a servir de rector, fueron los
propios seminaristas quienes seleccionaron, de entre ellos mismos, a un monitor
para mantener el orden y asegurar el cuidado de los bienes del colegio.[21]
[21] Zepeda Rincón, op. cit., pp. 89-102; Ricard, op.
cit., pp. 218-219; Borgia Steck, op.
cit., pp. 25-28.
El carácter de exclusividad del citado colegio se evidenció en una Real Cédula del 14 de
julio de 1536, dirigida al virrey Antonio de Mendoza, reiterándole los peligros
de la literatura de caballería y todo tipo de obra seglar. Dicha Cédula
recordaba la prohibición que pesaba sobre los indígenas de poseer tales
impresos. Sin embargo, la disposición no fue aplicada a los seminaristas del
colegio.[22]
El 24 de noviembre de 1536,
Zumárraga reportó a la Corona que el colegio estaba logrando el éxito deseado.
Detallaba que lo cedía a la Monarquía, poniéndolo directamente bajo el
Patronato Real, como el Colegio Imperial de Santa Cruz.[23]
[22] Torre Revello, op. cit.
[23] García Icazbalceta, Don fray Juan de…, op. cit., pp.
119-123; Ricard, op. cit., p. 221.
Seis días después, Zumárraga, junto
con Francisco Marroquín, de Guatemala y Juan López de Zárate, de Oaxaca,
solicitó a la Corona ayuda para la construcción de un edificio, cuyas
instalaciones tuviesen un lugar apropiado para la biblioteca, pues los libros,
en el inmueble provisional, se estaban dañando por la humedad.[24] En respuesta a la petición, una Real
Cédula del 23 de agosto de 1538 concedió el dinero necesario para la
construcción de un edificio de piedra de cantera, de dos plantas, la alta para
biblioteca, dormitorio y oficinas, y la baja para salas de uso general.[25]
[24]Icazbalceta, Zumárraga…, op. cit., t. III, pp.
94-122; Kobayashi, op. cit., pp.
387-291.
[25] Ricard, op.
cit., p. 221; Kobayashi, op. cit., p.
347.
Cabe señalar que el reclutamiento de
prometedores seminaristas aumentó el número de colegiales a setenta en 1537,
aunque un año después la cifra disminuyó a sesenta. Los estudios –con duración
de tres años- de lectura, ortografía, música, retórica, lógica, filosofía y
teología fueron impartidos –en latín- por fray Arnaldo de Basacio, quien hacia
1538 estuvo auxiliado por fray Juan de Gaona. Dos años después, en 1540,
Bernardino de Sahagún, Andrés de Olmos, Juan Focher y Francisco de Bustamante
también impartieron clases en el colegio. Estos frailes fueron auxiliados por
Miguel, originario de Cuautitlán, alumno excepcional, quien inició el sistema
de lectores nativos en gramática.[26]
[26] Gerónimo de Mendieta, op. cit., p.447; Alfonso Zahar Vrgara,
“Fray Juan de Gaona y el Colegio de Santa Cruz en el barrio de Tlatelolco”, en Filosofía y Letras, núm. 26, UNAM, 1947,
pp. 265-286 (De Gaona era propietario de una buena biblioteca, entre cuyo
material se encontraban libros de Erasmo, Platón y los Padres de la Iglesia. Al
marchar a la Nueva España dejó su biblioteca en el convento franciscano de
Burgos); Georges Baudot, “La biblioteca de los evangelizadores de México”, en Historia Mexicana, núm. 68, abril-junio
de 1968, pp. 610-617.
La
colecta de limosnas por parte de los alumnos para la compra de libros y el
establecimiento de la imprenta en la Nueva España, por medio de un contrato
entre Cromberger y Juan Pablos el 12 de julio de 1539, agregaron nuevos títulos
a la biblioteca del colegio en las áreas de gramática, teología, filosofía,
comentarios, clásicos, manuales, sermones y homilías.[27]
[27] Medina, José Toribio, La imprenta en México, t. I, Santiago de
Chile, ed. Del autor, 1912; Román Zuláica Gárate, Los franciscanos y la imprenta en México en el siglo XVI, México,
Pedro Robredo, 1939, p. 61.
En 1539, Zumárraga ordenó y costeó
la impresión de su Doctrina, al mismo
tiempo que el Papa Pablo III decretó una bula extendiendo así los poderes de
expurgación de la Inquisición castellana al Nuevo Mundo. Con esto se ampliaba
el control sobre la producción y la circulación de los impresos. [28]
[28] Toribio Medina, op. cit., p. 1; Torre Revello, op. cit., pp. 105-106.
Pese a sus buenos inicios, el
Colegio Imperial de Santa Cruz no quedó al margen de los detractores. El
proceso por idolatría a Carlos de Texcoco, ex colegial, y su ejecución, levantó
dudas sobre la prudencia de aportar educación superior y por ello un más alto
nivel social a los indígenas. Juan de Gaona decía que los indígenas no estaban
preparados para el sacerdocio, y hasta el propio Zumárraga, en una carta que
envió a la Corona, de fecha 17 de abril de 1540, decía que los alumnos ern más
inclinados al matrimonio que al celibato, desilusión que causó la transferencia
de la renta de dos casas del colegio al Hospital del Amor de Dios.[29]
[29] García Icazbalceta, …Zumárraga, t. III, pp. 187-206 y 209-217;
Morales , Francisco, Ethnic and social
background of the franciscan friars in seventeenth century Mexico,
Washintong, Acadmy of American Franciscan History, 1973, pp. 24-34; Hanke,
Lewis, “The contribution of bishop Juan de Zumárraga to Mexican culture”, en The Americas, núm. 5, January, 1949, pp.
275-282; Arróniz, Othón, Teatro de
evangelización en Nueva España, México, UNAM, 1979, p. 101.
Una
abierta hostilidad hacía el colegio la inició el escribano real Jerónimo López,
en una carta que envió a la Corona en 1541, y en la cual detallaba los peligros
de la educación para los nativos. En tanto, los frailes dominicos Domingo de la
Cruz y Diego de Betanzos hicieron saber al rey la oposición de su Orden a la
ordenación del clero indígena.
Como si no hubiesen sido suficientes
estas críticas, una epidemia de fiebre, en 1545, cobró la vida de Miguel, de
Cuautitlán, y de Juan Badiano creó tanta necesidad de sacerdotes que Bernardino
de Sahagún y Juan de Gaona fueron transferidos, y sólo por medio de una
dotación de 10 mil pesos, autorizada por Real Cédula, fue posible la
continuación del colegio, con aproximadamente 150 alumnos. [30]
[30] Zepeda Rincón, op. cit., pp. 89-102; Ricard, op.
cit., p. 219; Borgia Steck, op.cit., p.
61-67; Arróniz, op. cit., p.101;
Kobayashi, op. cit., p. 313.
La retirada del apoyo directo de Zumárraga fue más evidente
en el testamento del propio obispo. Dejó dicho que la mayoría de su biblioteca
fuese entregada al Convento de san Francisco y una parte a la hospedería de
Durango. [31]
[31] Carreño, Alberto María,
“La primera biblioteca del continente americano, en Divulgación Histórica, núm. 4, 8-15 de junio de 1943, p. 429.
El 10 de agosto de 1547, Zumárraga
ordenó a Hortuño de Avendaño para que entregara al fraile Francisco del
Castillo, residente en Burgos, 82 volúmenes, entre los cuales se encontraban
obras de autores como Dionisio, Hugo de Sancto Claro, Scotus, Lira, Raulin y
otros. Un año más tarde, el obispo giró instrucciones al propio De Avendaño
para que entregara a las beatas de Durango 18 catecismos, 50 cartillas de
lectura y cuatro libros, así como 14 impresos adicionales a Del Castillo, con
el permiso para que éste pudiese escoger para sí los que quisiera, y los
restantes repartirlos en los conventos franciscanos de Bilbao, Bermeo y Yzaro.
También unos libros de oraciones y catecismos fueron destinados al abad de
Uribe. [32]
[32] Zumárraga también dejó
dinero para el pago de su cuenta a la viuda de Crombrger; Richard E. Grrenleaf,
Zumárraga and his family, Washinton,
Academy of American Franciscan History, 1979, pp. 114-115; 123-127 y 129-130.
Estos obsequios de más de 150
volúmenes, considerados como una parte insignificante de la biblioteca de
Zumárraga, hacen pensar que la colección completa del obispo alcanzó
probablemente la cifra de 400 volúmenes, al día de su muerte, el 3 de junio de
1548. Dado que muchos de los libros enviados al Convento de San Francisco eran
de mayor utilidad en otras bibliotecas, muchos de los impresos fueron
distribuidos a otros conventos franciscanos en Nueva España, incluyendo al de
Tlatelolco, con lo cual el acervo de la biblioteca de éste aumentó. [33]
[33] Carreño, A.M., “La primera
biblioteca…”, op. cit., p. 430.
El traslado de libros fue muy
preciso para el mantenimiento de la biblioteca, considerando las restricciones
impuestas por las Reales Cédulas; una, del 13 de septiembre de 1543 dada en
Valladolid, reiterando la de Ocaña de 1531; otra, del 28 de noviembre de 1548,
requiriendo la confiscación de todos los confesionarios, prohibiendo la
impresión o venta sin licencia previa del Consejo de Indias, y una más, del 5
de septiembre de 1550, dirigida a la casa de Contratación, solicitando el
registro de todos los libros enviados al Nuevo Mundo, con una descripción de su
contenido. [34]
[34] Medina, José Toribio, Historia de la imprenta en los antiguos
dominios españoles de América y Oceanía, t. 1. Santiago de Chile, Fondo
Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, 1958, pp. 20 y 22-24.
Sin embargo, por 1550 el colegio
estaba en decaimiento, y sólo por la ayuda del virrey saliente Antonio de
Mendoza fue posible restaurar los edificios. El recibo de esta ayuda –producto
de las rentas de dos estancias de ganado- fue acusado el 9 de enero de 1552 por
el rector Pablo Nazareno, señor de Xaltocan y sobrino de Moctezuma, el
consejero Martín Exidio y el lector Antonio Valeriano. [35]
[35] Códice Mendieta: documentos franciscanos. Siglos XVI y XVII, t.II,
Guadalajara, Edmundo Aviña Levy, 1971, pp. 241-250.
El decreto del Concilio Mexicano de
1555, que prohibió la ordenación del clero indígena, eliminó definitivamente la
función original del colegio. No obstante lo sucedido, gracias al auxilio del
virrey Luis de Velasco, a las limosnas, herencias y rentas fue posible la
continuación del colegio como centro de estudios superiores, con muchos de los
alumnos asistiendo diariamente. La habilidad de los estudiantes por el latín se
puso en evidencia sin tardanza alguna. Destacaron, Miguel de Cuautitlán, y Juan
Badiano, ambos víctima de la epidemia de 1545, cuya fluidez en el latín el
náhuatl, aparte de sus vastos conocimientos sobre las instituciones indígenas,
los hicieron muy valiosos como traductores e informantes.
Otra prueba de la capacidad de los
nativos para efectuar estudios superiores, fue el trabajo concluido en 1552,
sobre plantas medicinales, Libellus de
medicinalibus indorum herbis, de Juan Badiano y Martín de la Cruz. Esta
obra sentó un precedente para otros estudios que los alumnos del Colegio
Imperial de Santa Cruz hicieron en los años siguientes.
El nuevo papel del colegio como centro de
investigación en la cultura y lingüística indígenas, establecido por Bernardino
de Sahagún, Juan de Gaona y Alonso de Molina, contribuyó a la expansión de la
biblioteca, pues se incorporaron obras en náhuatl, otomí, purépecha y maya.
Habían escrito esos libros, entre otros, Pedro de Gante, Alonso Rangel, Luis
Villalpando, Toribio de Benavente, Maturino Gilberti, así como los propios
Bernardino de Sahagún, Juan de Gaona y Alonso de Molina. [36]
[36] Ramírez Aparicio, Manuel, Los conventos suprimidos en México,
México, J.M. Aguilar, 1861, pp. 434-447.
Encabezado
por el gran latinista Antonio Valeriano, originario de Azcapotzalco, un cuerpo
de traductores e informantes sobre cultura indígena produjo dramas religiosos,
en náhuatl, para facilitar la aculturación. Dicho equipo colaboró con Maturino
Gilberti en la preparación de su Gramática,
publicada en 1559, y con Juan de Gaona y Alonso de Medina, en los estudios que
estos realizaron. Formaron parte de este cuerpo de trabajo, Hernando de Rivas,
originario de Texcoco, Martín Exidio, Martín Jacobita, Bernardo Jerónimo,
Antonio Ramírez, José de Castañeda, Gregorio de Medina, Mateo Sánchez,
Bonifacio Maximiliano y Diego del Grado, estos dos últimos nativos de
Tlatelolco, Mateo Severiano, procedente de Xochimilco, y Pedro Juan Antonio.
Cabe señalar que el propio Pedro Juan Antonio, hacia 1568, viajó a España para
continuar sus estudios en Salamanca. [37]
[37] Borgia Steck, op. cit., pp.; Arróniz, op. cit., pp. 103-104; Ricard, op. cit., p. 221; Kobayashi, op. cit., pp. 362-365; José Luís Becerra
López, La organización de los estudios en
la Nueva España, México, [s.e.], 1963, pp. 74-78.
Los
trabajos de traducción no fueron descuidados. Francisco Bautista, originario de
Contreras, tradujo de Tomás de Kempis, Imitación
de Cristo, y del autor Diego de Estella, Vanidades del mudo; Pedro de Gante hizo lo mismo con el Flos Sanctorum. Ade,ás, obras como las Fábulas de Esopo y De consolatione philosphiae de Bocio, también fueron traducidas.
Pese a estas evidentes muestras de
buena actividad docente del colegio, el aumento de la censura y el control
sobre los libros limitaron el crecimiento de la biblioteca. El 26 de noviembre
de 1554 una Real Cédula ordenó el establecimiento de licencias individuales y
el pago de impuestos a quienes imprimieran y vendieran libros relacionados con
las Indias, y el 21 de septiembre de 1556, los controles se extendieron al
grado de prohibir la posesión de impresos si antes no habían sido examinados
por el Consejo de Indias. Cuatro años después, la Corona ordenó la confiscación
de todos los libros relacionados con las Indias que no tuvieran licencia del
Propio Consejo.
La
publicación del Index librorum
prohibitorium, impreso en Roma en 1559 por Antonio Blado, señaló el
principio, por la parte de la Iglesia, de una censura formalizada y total.
Hasta los prelados más distinguidos tuvieron problemas con la censura. El 3 de
noviembre de 1559, el arzobispo dominico Alonso de Montúfar decretó que la
edición de 1553 de la Doctrina de
Zumárraga fuese confiscada, en tanto que el 3 de diciembre del mismo año,
Maturino Gilberti inició la defensa de sus Diálogos,
editados en lengua tarasca, para evitar su confiscación; controversia que no se
resolvió sino hasta 1588. [38]
[38] González Obregón, Luis, Libros y libreros en el siglo XVI, México,
AGN,, 1914, pp. 1-47.
Y pese a la censura, Juan Pablos
continuó la impresión de obras de franciscanos, dominicos y agustinos en la
ciudad de México, y fiel a la costumbre del siglo XVI, las vendía directamente
en su taller. Por su parte, Bartolomé Torres estableció una librería en la
ciudad de México, aunque sus ventas se limitaban a libros impresos en Europa. [39]
[39] Toribio Medina, La imprenta en México, op. cit., pp. 1-39.
La
censura no terminó ahí. En 1571, el arzobispo Pedro Moya de Contreras, por
medio de edictos, ordenó que toda aquella persona que recibiera impresos
debería entregar al Santo Oficio un inventario de los mismos, para su revisión.
Y hacia 1572, el comisario de San Juan de Ulúa recibió instrucciones para que
inspeccionara la carga y equipaje, con la intención de hallar ediciones
prohibidas. Se le ordenó también que tomara testimonio a los capitanes de
navíos acerca de la posesión de libros prohibidos entre los pasajeros y
tripulantes. [40]
[40] Leonard, Irving A., Los libros del conquistador, México,
FCE, 1953, pp. 145-152.
La muerte del virrey Luis de Velasco
en 1564 ocasionó una gran pérdida en el auxilio directo al colegio. Además, una
deficiente y corrupta administración de parte de los mayordomos nombrados éstos
por el virreinato, ahondó en la decadencia del centro educativo. Y si a esto se
agrega la censura, la restricción de la enseñanza –siguiendo las normas
establecidas por el Concilio Tridentino (1545 y 1563)- y el establecimiento del
santo Oficio de la Inquisición en la Nueva España, el 29 de enero de 1570, se
entiende por qué a fines de 1571 las actividades académicas se habían reducido
en el Colegio Imperial de Santa Cruz, quedando éste virtualmente cerrado.
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CENTRO
DE INVESTIGACIÓN ETNOGRÁFICA Y LINGÜÍSTICA
1572-1605
El
regreso en 1572 de Bernardino de Sahagún a Santa Cruz en calidad de supervisor,
cuando el rector y el guardián eran Antonio Roldán y Martín Jacobita,
respectivamente, llevó a una nueva dimensión al colegio.
Bernardino de Sahagún, auxiliado por
el gran lingüista y guardián de Santiago, Alonso de Molina, amplió las
facilidades para realizar estudios en el colegio, además de que prosiguió sus
investigaciones sobre las culturas indígenas.
En
esta tarea fue valiosamente auxiliado por sus alumnos, entre los que destacaban
Alonso de Verjerano originario de Cuautitlán, Agustín de la Fuente, Martín
Jacobita, Severino Bernabé Velásquez, Andrés Leonardo, San Buenaventura y
otros. [41]
[41] Garibay, Ángel María, Historia de la literatura náhuatl, t.
II, México, Porrúa, 1953-1954, pp. 63-88; Miguel León-Portilla, Estudios de historia novohispana, t. I,
México, UNAM, 1966, pp. 13-70; Borgia Steck, El primer colegio… op. cit., pp. 43-59; Códice Mendieta, op. cit., pp. 253-258; Kobayashi, La educación…, op. cit., pp. 365-386;
Angélico Chávez, The Oroz Codex,
Washinton, Academy of American Franciscan History, 1972, p. 152; Arróniz, Teatro de…, op. cit., pp. 103-104.
Cabe
señalar que el 18 de julio de 1572, el virrey Martín Enríquez de Almansa ordenó
al mayordomo del colegio, Tomé López, que hiciera una contabilidad de los
gastos y haberes de la institución. Las cuentas demostraron la compra de dos
vocabularios, en castellano y náhuatl, recién impresos en 1571, por un valor de
16 pesos; la compra fue autorizada por Alonso de Molina, autor de los
vocabularios. No fue esta la primera contabilidad. Ya antes, el 18 de julio de
1567, el virrey Marqués de Falces ordenó al mayordomo Diego Ruiz realizara una
contabilidad. El mayordomo informó de la compra de un Salterio por la cantidad
de 30 pesos. Tiempo después, el 11 de febrero de 1568, apuntó la compra de una
nueva edición del Flos Sactorum, en
14 pesos.
El 31 de julio de 1572, el mayordomo
López preparó un inventario completo de los bienes del colegio. Informó:
personal adscrito; 65 alumnos, un rector y dos repetidores; biblioteca: 61
volúmenes. Ambrosio Calepino, Vocabulario; Nebrija, Vocabulario; Nebrija,
Arte de Gramática; San Jerónimo, Epístolas, Apiano de Beliz; Filosofía
Natural; Cayo Plinio; Santo Tomás de Aquino; Historia Imperial; Catolicón; Alonso de Molina, Vocabulario en lengua castellana y mexicana;
Quintiliano; Plutarco; Gabriel Biel, Repertorio
general de teología; Despauterio, De
latinidad, Vocabulario eclesiástico; Martiniano, Gramática; Siliceo, Lógica,
Santa Biblia; Catón, Epístolas Opus
Regli; Marco Antonio,; Mediavilla, Rechardos, Dialéctica de filosofía; San Pablo, Epístolas; Mantuano, Epístolas,
Nuevo Testamento; Salustio, Aureli, De
Latinidad; Tulio Cicerón, Oraciones;
Bautista, Mantuano; Jasón, Contentus
Mundi, Manual espiritual; Salustio, Latinidad,
Proxinasmata de lógica; Despauterio, Arte
de canto llano; Campomani, Cosmografía;
Saludio, Silva de varia lección,
Destrucción de Troya. [42]
[42] Códice Mendieta…, op. cit., pp. 250-258; el 4 de noviembre de 1568,
el Papa Pío V emitió una bula ordenando la excomunión de todas las personas que
sacaran y retuvieran libros de las bibliotecas franciscanas y las convirtieran
a su uso propio; Rafael Salas, Marcas de
fuego de las antiguas bibliotecas mexicanas, México, Monografías
Bibliográficas Mexicanas, 1925, p. 1.
Durante
el mismo periodo, la Inquisición inició audiencias y procesos relativos a los
libros impresos en la Nueva España. Textos en lenguas indígenas escritos por
Alonso de Molina, Bernardino de Sahagún, Domingo de la Anunciación y Juan de la
Cruz fueron escudriñados en 1572. El 12 de enero de este año, Juan Ortiz, y
tres días después Pedro Ocharte, yerno de Juan Pablos, fueron juzgados por
haber impreso algunas obras, cuyo contenido cuestionaba la doctrina religiosa.
Aunque ambos impresores fueron absueltos, sus procesos se prolongaron hasta el
7 de noviembre de 1572 y el 1 de marzo de 1574, respectivamente.
Mientras tanto, el 27 de agosto de
1573, el Papa Gregorio XIII decretó la censura y expurgación sobre los libros
que cuestionasen, los libros religiosos. [43]. En consecuencia, este decreto implicó la
revisión de todas las bibliotecas conocidas en la Nueva España, así como la
elaboración de sus obligados inventarios, de acuerdo a su contenido, dueños,
fuesen éstos particulares o corporativos, y la expurgación o confiscación de
las obras prohibidas.
[43] González Obregón, Libros y libreros… op. cit., pp. 85-247.
La revisión consistía en tachar o
cortar los renglones proscritos. Fueron censurados, entre otros, la Biblia, comentarios de Fero y Crisóstomo
y la Doctrina de Zumárraga. La
terminación de esta censura inicial fue reportada por el dominico Domingo de
Salazar del santo Oficio, el 20 de diciembre de 1574. [44]
[44] Torre Revello, op. cit., pp. 105-106; González Obregón, op. cit., pp. 471-495.
Durante 1572 y 1573, Alonso de
Molina y Bernardino de Sahagún supervisaron la reparación y expansión del
colegio. Aunque el Convento de Santiago Tlatelolco y el Colegio Imperial de
Santa Cruz emplearon la práctica de marcar sus libros con sellos distintivos
–en los cortes superiores e inferiores de los impresos con un fierro al rojo
vivo-, la biblioteca sufrió pérdidas por robo y por la venta de material
bibliográfico que hicieron los mayordomos Tomé López y Gaspar de Bañares,
quienes sirvieron a la institución de 1572 a 1574. [44] Debido a estas irregularidades, el virrey
Enríquez ordenó un inventario en 10 de noviembre de 1574, y nombró a Diego Ruiz
como nuevo mayordomo. El inventario contó con 74 volúmenes; 13 más que los
clasificados dos años antes, aparte de que reflejó una notable disparidad de
títulos. Fueron agregados: Divi Ambrosii, Opera;
Divi Agustini, De civitate Dei; Titus
Livius; Santo Antoni Florentini, Chronica;
Divi Cipriani, Opera, Libri
Paralipomenon, Postilla totius anni; Boecius, Se Consolacioni; Aristóteles, Lógica;
Diógenes, De vitis; Prudnti, Opera; Plutarchi, Opuscula; Alonso de Veracruz, Lógica;
Titilmani, Dialectica; Flavi Josephi,
De Antiquitatibus, Duo libri Parthenices
mariani; Luís Vives; Aesopo, Hymnorum
cum comentariis; Chaves, Repertorio;
Sancii, Lógica; Aristóles, Dialectica, Contextus seu epítome, Seduli
duo; Sabelicus; Petri Criniti, De
disciplina; Tatareti, Lógica;
Juvenal, Gerson, Virgilio.
[44] Códice Mendieta…, op. cit., pp. 255-258.
Al
mismo tiempo, Bernardino de Sahagún declaró que los siguientes libros fueron
considerados inútiles y que fueron vendidos para obtener fondos: Apiano, por un
peso y cuatro reales; Repertorio, 5
pesos; dos Nuevos Testamentos, 2
pesos; Vita Christi, 3 pesos;
Despauterio, De Latinidad, un peso y
dos reales; Cosmografía, 6 tomines; Varia lección, un peso; Destrucción de Troya, 6 reales.
Sin embargo, quedó sin explicación
la falta de una Biblia Vocabulario,
de Alonso de Molina; un Nebrija, Vocabulario;
una Gramática; una Filosofía; una Santa
Vite; un Salustio; una Vita Christi; un Arte de canto llano y dos San
Pablo, Espístolas. Bernardino de
Sahagún hizo saber que “se informó de los indios que están en el dicho colegio,
que tienen a cargo cosas de él, que se habían hecho los libros, los cuales
dijeron que se habían gastado por ser viejas y que otros se habían perdido”. Se
pasó por alto la ausencia de obras de Biel, Martiniano, Marco Antonio, Aureli,
Tulio Cicerón y un Manual Espiritual,
títulos consignados en el inventario de 1572. Pese a ello, el nuevo inventario
incluyó una lista de herramientas y prensas empleadas en la encuadernación,, el
primer arte, por cierto, que se enseñó en el colegio.
En
1574, Juan Fajardo partió a España con la intención de comprar libros, y el 21
de julio de 1576, el librero Alonso Losa vendió a Pedro García 130 títulos,
entre los que se incluían obras de Pinto, Fero, Aquino, Azpilicueta, Nebrija,
Basilio, Durando, Titelmann, Soto y Kempis, mientras que el 22 de diciembre del
mismo año, por medio de su agente Pedro Calderón, Losa pidió a Dieo de Mexía,
de Sevilla, 282 títulos. [45]
[45] José Toribio Medina, La imprenta…, op. cit., CCXIX; Irving
A., Leonard, Los libros del…, op. cit., pp.
175 y 271-289.
Aunque el colegio sufrió grandes
pérdidas de alumnos durante la epidemia de 1576, las labores de investigación y
de publicaciones no terminaron. Prosiguieron la enseñanza de la escritura y la
lectura a unos 200 ó 300 niños, en un centro establecido por Bernardino de
Sahagún, bajo la supervisión del provincial Pedro Oroz y de Francisco de las
Navas, guardián de Santiago.
Mientras que en lo general los
estudios del colegio se limitaron a la enseñanza dela lectura y la escritura a
los pequeños indígenas.
En respuesta a una Real Cédula del
16 de agosto de 1572 que autorizaba la recopilación de datos y la preparación
de una historia de los indios de las Américas, Bernardino de Sahagún, con la
ayuda del lector Antonio Valeriano, Hernando de Rivas, Agustín de la Fuente y
otros, preparó su monumental obra Historia
de las cosas de la Nueva España, acerca de la cual informó a la Corona el
26 de marzo de 1578, y de la que remitió cuatro volúmenes. [46]
[46] José Toribio Medina, op. cit.; Reales Cédulas del 26 de junio
de 1578, 19 de octubre de 1591 y 15 de mayo de 1596 dieron comisiones a Juan
López de Velasco, Arias de Loyola y Antonio de Herrera, respectivamente, como
cronistas de Indias para la preparación de una historia general de las Indias.
La publicación de Rhetorica Christiana en 1579 de Diego de
Valadés, nacido en Tlaxcala en 1533 y lector en Santa Cruz desde 1553 hasta su
ordenación en 1555, contribuyó a la fama del colegio, siendo la primera obra
que llegó a Europa de un autor americano. [47] La pérdida de libros de la biblioteca del
colegio parecía no tener fin. El recibo de libros no registrados por Francisco
de Velasco resultó en su confiscación y traslado al impresor Pedro Balli el 29
de julio de 1580, en tanto que Sahagún tuvo que comprar al propio Balli una Biblia y una Concordancia por un valor de 24 pesos. [48]
[47] Kobayashi, op. cit., pp. 385-386.
[48] González Obregón, op. cit., pp. 250-254; Códice Mendieta…, po. Cit., p. 266.
La biblioteca del colegio fue
inventariada de nuevo el 8 de marzo de 1582 por órdenes del virrey Conde la
Coruña. Bajo la supervisión de Pedro de Requena, el mayordomo Pedro Cuadrado
anotó 61 volúmenes. Se incluían ahora obras como Rubrici Capitulorum; Logia Magistri; Doctrina Christiana y otras
más. Se informó también de la ausencia o pérdida de obras de autores como
Vives, Nebrija, Calepino, Ambrosii, Santo Antonii Florentinii y algunos más.
Evidentemente, la pérdida de ejemplares
era ya muy obvia por que Pedro Cuadrado declaró que no tenía responsabilidad
alguna por los libros faltantes, al decir que mientras recibió los oficialmente
catalogados, otros estaban en poder de Sahagún y de los alumnos. Tres años
después, se destinaron fondos para el sueldo de un guardalibros, pues las
pérdidas habían aumentado considerablemente. [49]
[49] Códice Mendieta…, op. cit., pp.267-270.
El control y la censura de libros,
continuó. El 11 de diciembre de 1585 [50] Diego Navarro Maldonado fue procesado
porque recibió unos libros prohibidos que Benito Boyer, de Medina del Campo, le
había enviado; el proceso terminó el 14 de octubre de 1586. No obstante la
censura, tanto conventos como libreros continuaron recibiendo grandes
cantidades de impresos, como los llegados en 1585 a los franciscanos de la
ciudad de México.
[50] González Obregón, op. cit., pp. 254-217; Torre Revello, op. cit.
Aunque la muerte de Sahagún el 5 de
febrero de 1590 señaló el fin de los grandes estudios de etnohistoria
realizados en el colegio, Pedro Oroz continuó los trabajos en lingüística,
hasta su muerte en 1597. La labor de investigación fue continuada y ampliada
por el nuevo guardián, Juan Baptista, nativo de la Nueva España, quien junto
con Antonio Valeriano, Agustín d la Fuente, Pedro de Gante, Diego Adriano, Juan
Bernardo, de Huejotzingo, Esteban Bravo de Texcoco y Francisco Contreras de
Bautista de Cuernavaca, produjo varias obras dramáticas en náhuatl e inició la
preparación de su Confesionario y
Advertencias, en dos volúmenes. [51]
[51] Toribio Medina, op. cit., pp. 98, 152 y 163; Angélico
Chávez, op. cit., pp. 37 y 368;
Arróniz, op. cit., pp. 103-108.
Hacia el año de 1597 fue establecida
en Tlatelolco una imprenta. Y lo hcieron la viuda de Pedro Ocharte, el hijo menor de éste,
Melchor, y su medio hermano Luis, nieto de Juan Pablos. El maestro de
tipografía fue Cornelio Adrián César, quien instruyó en el arte de imprimir a
Diego Adriano y Agustín de la Fuente; ambos, en el lapso de 1599 a 1601
produjeron el Confesionario y las Advertencias de Juan Baptista, en la
imprenta del colegio. [52]
[52] Beristáin de Souza, José
Mariano, Biblioteca hispano americana
septentrional, México, Fuente Cultural, 1947, t. I, p. 73, t. II, p. 390,
t.IV, p. 214, t. V, p. 83.
No obstante la expansión de las
artes gráficas en la Nueva España, a finales del siglo XVI muchos libros,
siguieron llegando provenientes del Viejo Mundo. Los franciscanos recibieron
trece cajas de libros en 1597. Dos años después, Pedro de Avendaño y Estenaga
recibió 244 volúmenes; por su parte, Diego Navarro Maldonado, el 13 de julio de
1599, recibió 531 volúmenes, Sebastián Cetina, desde Europa, despachó con
destino a la Nueva España, 99 volúmenes el 14 de julio del mismo año de 1599.
El
2 de junio de 1600, Pedro de Avendaño y Estenaga recibió 41 volúmenes más;
cuatro días después, Baltasar Rodríguez, recibió 55 volúmenes. El mismo año de
1600, el 17 de junio, el doctor Sancho Sánchez de Muñón de la catedral de
México, recibió, para las escuelas, 585 ejemplares, entre las cuales había
misales, devocionarios, novenas y manuales. Y el más grande envío hasta esa
fecha, 678 títulos, lo recibió Martín Ibarra de Veracruz, el 5 de julio,
despachado por Luis de Padilla de Sevilla.
A fines del siglo XVI, el Colegio Imperial
de Santa Cruz, pese a sus tribulaciones, continuó la tradición franciscana de
los estudios de lingüística y etnología. Juan Baptista, enseño el náhuatl a
Juan de Torquemada, y siguiendo el ejemplo de Sahagún, Jacobo de Mendoza
Tlaltenzin, Alfonso Izehuezcatocatzin y Pablo Nazareno sirvieron de informantes
a Fernando Alvarado Tezozomoc, Juan Bautista, Alonso de Zorita y Fernando de
Alba Ixtlilxóchitl, cuyas obras permanecen como clásicos de la etnología e
historia mexicanas.
Pero así como la negativa a la
ordenación de un clero indígena señaló el fin de las esperanzas de Zumárraga,
medio siglo antes, la muerte de Antonio Valeriano puso punto final en el
Colegio Imperial de Santa Cruz a los estudios superiores, no obstante que Juan
Baptista continuó de guardián hasta su muerte en 1613. Si el Colegio Imperial
de Santa Cruz, reducido a escuela de primeras letras al entrar el siglo XVII,
hubiese logrado su meta original, la ordenación de un clero indígena, es muy
probable que la historia de la Nueva España hubiera tomado un curso totalmente
diferente. [53]
[53] Beristáin de Souza, op. cit., t. V, p. 83; Ricard, op. ct., pp. 221 y 233-235, 288 y 308.
EPÍLOGO
No
obstante la censura para imprimir y distribuir libros, hubo sin embargo, un
fluir constante de volúmenes de la Península Ibérica a tierras americanas.
Cerca de 782 títulos, en forma completa o expurgada, llegaron al virreinato por
vías legales durante el siglo XVI, en tanto que muchos ejemplares prohibidos,
que versaban sobre los clásicos o de caballería, llegaron de contrabando, que
algunos particulares traían consigo mismos o bien ocultos entre varias
mercancías. [54]
[54] Torre Revello, op. cit., pp. 211-245; J.T. Medina, op. cit. t. I, passim; González Obregón,
op. cit., pp. 351-446.
Si
se toman en cuenta los aproximadamente 200 títulos impresos en Nueva España
durante el siglo XVI, es probable que una buena biblioteca tuviera, en la
ciudad de México, hacía 1600, unos mil títulos en su acervo.
El Colegio Imperial de Santa Cruz de
Tlatelolco estuvo abandonado y en ruinas a mediados del siglo XVII, y su
biblioteca, por muchos años olvidada y trágicamente robada, fue trasladada al
Convento de Santiago Tlatelolco, donde permaneció hasta 1834. En este año,
tropas de algunos ejércitos utilizaron los libros como colchones, lo que
evidentemente perjudicó el material bibliográfico. Posteriormente, el acervo
fue remitido a la también gran biblioteca del Convento de San Francisco. [55]
[55] Teixidor, Felipe, Ex libris y bibliotecas de México,
México, SER, 1931, pp. 379-388; Elisa Vargas Lugo, Claustro franciscano de Tlatelolco, México, SER (Colecc. del
Archivo Histórico Diplomático Mexicano, tercera época, serie Obras Especiales,
núm. 3), 1975, pp. 28-44.
Aunque los libros mantenían las
marcas de fuego que originalmente se les puso en Tlatelolco, en San Francisco
fueron catalogados de acuerdo a su contenido. Por ejemplo, a los libros de
metafísica y escolástica, les fueron colocadas en el lomo las siglas ESC; de
historia, HIS; jurisprudencia, JUR; miscelánea, MIS; moral, MOR; sermones PRE;
varios (literatura seglar), VAR y sobre comentarios y Padres de la Iglesia,
EXO. Además, también les colocaron otras letras que indicaban la sección y el
número de acuerdo al estante y al volumen. Biblioteca del Colegio Imperial de
Santa Cruz de Tlatelolco, SC; Biblioteca del Convento de Santiago Tlatelolco,
T; Inventariado en 1572, 1574 y 1582, I; Incunable, IC. [56]
[56] Maynard, Geiger, “The library of the Apostolic
College of San Fernando, Mexico, in the eighteenth century”, en The Americas, núm. 7, April, 1951, pp.
425-434.
Como todos los bienes eclesiásticos, la biblioteca del Convento
de San Francisco se vio afectada por las Leyes de Reforma de mediados del siglo
XIX. El 17 de septiembre de 1856, el presidente Ignacio Comonfort decretó la
nacionalización de todos los bienes de los franciscanos, en tanto que, el 12 de
agosto de 1859, el Convento de san Francisco, junto con sus muebles y su
biblioteca, fue puesto en venta. [57] Y aunque oficialmente los libros fueron
incorporados al acervo de la Biblioteca Nacional, la falta de cuidado de
administradores y mayordomos ocasionó grandes pérdidas en el material
bibliográfico.
[57] Segundo calendario de la familia enferma para el año de 1861, México,
Crónica Federal, 1860, pp. 29 y 32.
En 1861, por ejemplo, varios libros
de San Francisco fueron sacados del convento y transportados en carros, pero
durante el recorrido algunos ejemplares cayeron al suelo, de donde fueron recogidos
y después vendidos. [58]
[58] Teixidor, op. cit., pp. 392-393; Jesús Ihmoff
Cabrera, Catálogo de incunables de la
Biblioteca nacional de México, México, UNAM, 1968.
Debido
a la violencia generada por la Guerra de Reforma y la Intervención francesa, muchos
de los libros de los ex conventos fueron adquiridos por bibliófilos como
Joaquín García Icazbalceta, y por instituciones como la más antigua librería de
la ciudad de México de aquellos años, la de Francisco Abadiano. [59]
[59] Mathes, W. Michael, “Abibliophile´s dream: Adolph
Sutro in Mexico”, en The Book Club of
California Quarterly News-Letter, XLV, 1980, pp. 74-75.
La dispersión de las grandes bibliotecas franciscanas causó
pérdidas incalculables de ejemplares raros y únicos, aunque en 1859, un
inventario levantado por el gobierno reportó que el número de volúmenes tomados
de San Francisco ascendía a 16,477.
Por su parte, muchos de los
particulares que adquirieron libros, les quitaron las marcas de fuego y los
reencuadernaron para eliminar cualquier indicio de su procedencia, en tanto que
los ejemplares que compró Francisco Abadiano quedaron tal y como fueron
adquiridos, en fideicomiso para la Iglesia. Al morir Abadiano, en 1883, la
librería pasó a manos de su hijo Eufemio, quien no vio la necesidad de
conservar los libros de los ex conventos y los puso en venta. Al principio no
tuvo éxito, pero años después, en 1889, logró vender la existencia total de la
Librería Abadiano a Adolph Sutro, de la ciudad de San Francisco, California,
por una cantidad desconocida. [60]
[60] Mathes, op. cit., p. 75.
Se sabe que muchos de los libros de
Tlatelolco fueron vendidos por Abadiano antes de que su hijo Eufemio hiciera el
trato con Sutro. Este, interesado en abrir una biblioteca para investigaciones
en la ciudad de San Francisco, almacenó sus compras en diferentes inmuebles del
centro de la urbe, hasta no construir un edificio que albergara la biblioteca.
Pero la muerte frustó los deseos de Sutro en 1898. Sus libros, mientras tanto,
continuaron almacenados. Luego, en 1906, el terremoto que prácticamente destruyó
la ciudad de San Francisco afectó casi a la mitad de sus 250 mil volúmenes que
constituían su colección. Afortunadamente, Sutro había almacenado los libros
que compró en México en uno de los edificios que se libró dela destrucción,
pues no hay indicio alguno de pérdida o daño de ejemplares.
Para
que el sueño de Adolpf Sutro no quedase en el olvido, sus herederos donaron al
estado de California el resto de la colección. Las autoridades californianas,
con ese material bibliográfico, fundaron la Sutro Branch de la Biblioteca
Estatal de California en San Francisco, en 1917. [61]
[61] Dillon, Ricahrd H., The anatomy of library, Sacramento, California, State Printing
Office, 1957, passim.
Cabe señalar que los ejemplares del siglo
XVI de la biblioteca de Tlatelolco que se conservan en la Sutro Library son
europeos, mientras que las ediciones mexicanas de ese siglo no se encuentran.
Pero si la producción literaria de los franciscanos en la Nueva España durante
el siglo XVI comprendió casi un 25% de los títulos impresos, y si muchos
escritores estuvieron relacionados con el Colegio Imperial de Santa Cruz, es
difícil concebir la idea de que esas ediciones no se encontraran en la Biblioteca
de Tlatelolco. Es muy probable que estos impresos mexicanos, que lograron
sobrevivir hasta 1861, o bien fueron adquiridos por Joaquín García Icazbalceta,
quien los reencuadernó o fueron vendidos por Francisco Abadiano antes de la
compra hecha por Sutro.
Los inventarios del siglo XVI que
muestran un máximo de 74 volúmenes en la biblioteca de Tlatelolco son
evidentemente incompletos, si se toma en cuenta la declaración de Pedro
Cuadrado en 1582, sobre los libros que estaban en poder de Sahagún y de los
alumnos. Por ello, al calcular el número y contenido de volúmenes de la
biblioteca en 377 volúmenes, de 335 títulos, de esos impreso del siglo XVI
existentes en la Sutro Library con la marca de fuego de Santiago o Santa Cruz
de Tlatelolco, los hemos incluido, así como los impresos mexicanos que se
encontrarían en cualquier biblioteca académica franciscana en Nueva España hasta
antes de 1601.
Aunque más elevados que las cifras
de los inventarios, los cálculos no son excesivos si se comparan con los 678
títulos que Luis de Padilla envió, desde Sevilla a Veracruz a Martín Ibarra el
5 de julio de 1600; con los 1,502 volúmenes inventariados en la biblioteca de
Melchor Pérez de Soto, obrero mayor de la catedral de México en 1655, [62] o bien, con los aproximadamente 575 mil
títulos impresos en Europa y América entre 1450 y 1636. [63]
[62] Jiménez Rueda, Julio, Documento para la historia de la cultura de
México, México, AGN, 1947, pp. 3-94.
[63] Iguíniz, Juan B., El libro, México, Porrúa, 1946, p. 82.
Edición
de 1569, De sacrorum hominum continentia,
el autor es Miguel de Medina
Gracias
a la compra, en masa, que Sutro hizo y a las marcas de fuego en los cortes de
los libros, esta primera biblioteca académica de las Américas queda
sustancialmente intacta.
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