La
Casa de Comercio de los
Marqueses
de Comillas (1844-1920) 1
El análisis de la
trayectoria vital y empresarial de los dos primeros marqueses de Comillas
resulta de singular interés por un doble motivo: (1) en la medida que es una dinastía empresarial
creada exnovo por Antonio López y López (Comillas, 1817 Barcelona, 1883),
cántabro de origen humilde que bastió, partiendo de la nada, el mayor
conglomerado empresarial de la España de su tiempo, permite indagar sobre los
mecanismos en los que pudo cimentarse la progresión patrimonial de un individuo
considerado paradigma del hombre hecho así mismo; y (2) dado que la sucesión al
frente del conglomerado a la muerte de su fundador no sólo no resultó
traumática sino que culminó con éxito, pude ilustrarnos sobre los instrumentos
que permitieron la continuidad en las prácticas de dirección al frente de lo
que se ha denominado grupo Comillas. De hecho, al primer marqués de Comillas le
sucedió su hijo Claudio López Brú (Barcelona 1853-Madrid, 1925) tanto en la
ostentación del título nobiliario como en la propiedad de la mayor parte de sus
predios –rústicos o urbanos-, y, lo que interesa resaltar, en la cabeza de
dicho grupo.
Los principales ejes van a ser: sobre que herramientas
edificaron los Comillas su patrimonio familiar y empresarial; y de qué
instrumentos se sirvieron para perpetuar el dominio familiar de un conglomerado
bastido sobre sociedades de responsabilidad limitada.
La utilidad de las Sociedades Personalistas
Antonio López y López adolescente se vio forzado a
marchar a Cuba, al parecer huyendo de la justicia. Antes había dejado su
trabajo como dependiente de un pequeño comercio regentado por una tía materna
en Lebrija (Sevilla). Tras emplearse en negocios por cuenta ajena en alguna
ciudad cubana, al alcanzar la mayoría de edad civil a los 25 años, decidió
invertir sus escasos ahorros para establecerse de forma independiente. En las Crónicas de Santiago de Cuba Emilio
Bacardí (2) apunta que Antonio
López y López se inscribió en la matrícula de comerciantes de dicha ciudad en
marzo de 1844. López había alquilado una de las casas de Andrés Brú Puñet , un
catalán instalado en Cuba lustros antes, sita en la calle Santo Tomás, 26,
donde instaló un baratillo o tienda de toda clase de géneros de inferior
calidad. Su escaso capital le forzó a buscar financiación externa tanto para la
compra del género como para el desarrollo de su negocio. El asturiano Domingo
Antonio Valdés, instalado en la vecina ciudad de Guantánamo, fue quien le facilitó
los recursos líquidos necesarios. En total, en noviembre de 1847 la deuda de
López con Valdés superaba los 20.000 pesos (o sea, las 100.000 pesetas).
Entonces el de Comillas creyó llegado el momento de dar un giro en su camino:
aprovechando las buenas relaciones que tenía con Andrés Bru decidió pedirle la
mano de una de sus hijas, movido tanto por la dote como por la posibilidad de
convencer a su suegro para que financiase sus proyectos (3).
A principios de 1848, Antonio López debió trasladarse a Barcelona,
ciudad donde residía la familia Brú desde hacía dos años. Hasta entonces López
había girado bajo su nombre propio, identificando su patrimonio personal con su
negocio. No obstante, al planificar el viaje a la península decidió transformar,
en noviembre de 1847, su Casa de Comercio en la sociedad colectiva Valdés y
López. Convirtió entonces su mercería de la calle Santo Tomás en su aportación
a la nueva empresa, bajo la forma de una comandita de 12.000 pesos fuertes, e
incorporó a su hermano Claudio con 8.000 pesos y a Domingo A. Valdés con 40.000
pesos como socios gestores. Las deudas de López con Valdés se transformaron en
parte de la aportación al capital de éste último. La nueva sociedad Valdés y
López se inscribió en la matrícula de comerciantes de Santiago de Cuba, el 3 de
febrero de 1848.(4)
La boda de Antonio López, celebrada en la ciudad condal
en noviembre de 1848, permitió al cántabro sumar una dote de 9.000 pesos en
efectivo e incorporar a su familia política como socios de su compañía: su
suegro Andrés Bru Puñet como comanditario y su cuñado Andrés Bru Lassus como
socio industrial. Regresó a Cuba en mayo de 1849 y semanas más tarde,
concretamente el 24 de julio, Valdés se retiró de la firma santiaguera,
quedando como socios los hermanos López, que nombraron entonces a la empresa
Antonio López y Hermano (5). Con un capital
mayor, López pudo ampliar el horizonte de negocio d la empresa: incorporándose
de forma intersticial en el negocio ilegal de la trata de esclavos, primero; y,
después, en la compra de tierras de labor. El 2 de marzo de 1850 Antonio
solicitó, junto con su antiguo socio Domingo Valdés, permiso para establecer
una línea de vapores entre Guantánamo y Santiago de Cuba; servicio del que se
ocupó el vapor General Armero. Todo
parece indicar que ese buque fue utilizado para la trata de esclavos en el
oriente cubano. No en vano su puesta en marcha coincidió con un aumento del
número de esclavos vendidos por Antonio López y Hermano. Así, el importante
margen comercial de la trata permitió a la sociedad ampliar sus actividades,
adquiriendo en poco más de dos años –entre diciembre de 1850 y enero de 1853-,
cuatro ingenios y otros tantos cafetales.
A lo largo de su estancia en Cuba, López se sirvió de
tres formas jurídicas diferentes para encauzar su iniciativa; tres herramientas
que tenían, no obstante, un denominador común: se trataba de sociedades
personalistas. Primero, inscribió su negocio bajo su propio nombre (Antonio
López y López), después decidió compartir el riesgo con su hermano y con otro
socio capitalista (Valdés y López) y, por último, decidió crear una sociedad
regular colectiva (Antonio López y Hermano). Como correspondía a este tipo de
sociedades personalistas, en los tres casos López debía responder de los
riesgos de su negocio con su propio patrimonio, lo cual no fue óbice para que,
en los nueve años que mediaron entre 1844 y 1853, el capital de su casa de
comercio se multiplicase varias veces, superando ese último año las 500.000
pesetas.
No parece que el caso de los López sea excepcional sino,
más bien, paradigmático. En La Habana, a mediados del siglo XIX, el marco
societario en el que se desarrollaba el mundo del comercio estaba marcado por
las estructuras jurídicas más tradicionales. Así, de las 104 casas de comercio
que giraban en la capital cubana en 1863 un 31% eran, en realidad, comerciantes
que giraban a título particular mientras que un 48% -es decir, 50 compañías-
habían adoptado la forma de una sociedad colectiva. Otras siete compañías eran
sociedades familiares, catorce eran sociedades accidentales formadas por la
unión de dos comerciantes y sólo una tenía la forma de una sociedad anónima: el
Banco de Comercio (6). En esos años, el
peso de las estructuras tradicionales en el ámbito mercantil de la capital
catalana era aún más abrumador que en la capital cubana. De las 246 casas de
comercio instaladas en Barcelona en 1863, un total de 127 eran comerciantes que
giraban bajo su propio nombre. El porcentaje de sociedades tradicionales sube
hasta el 84% si contabilizamos las empresas mercantiles de carácter familiar o
las 35 sociedades accidentales constituidas entre dos o tres socios que habían
decidido mancomunar su giro. De hecho, no había una sola sociedad anónima en el
mundo mercantil y únicamente 38 casas de comercio giraban como sociedades
regulares colectivas.(7)
El 29 de julio de 1853 tuvo lugar, en Santiago de Cuba,
la primera liquidación de la firma Antonio López y Hermano: Los socios optaron
por no protocolizar el contenido del acuerdo, como tampoco habían otorgado la
preceptiva escritura de constitución de la sociedad, lo que era relativamente
habitual entre los agentes del mundo del comercio a mediados del siglo XIX.
Ambos hechos complicaron aún más las disputas familiares que se produjeron tras
la muerte del suegro de López entre el de Comillas y sus cuñados. Nombrado
consultor testamentario por Andrés Bru Puñet en su lecho de muerte, Antonio
gestionó la venta de los bienes inmuebles que su suegro mantenía en Cuba, con
el objeto de invertir después en Cataluña el producto de las ventas. Sus
cuñados aducían que, por el contrario, la principal voluntad del difunto era
que su madre usufructuase los bienes. Además, según su familia política, López
jugaba con el caudal mueble del difunto Andrés y con el producto de las ventas
de las casas de Santiago de Cuba, en lugar de ponerlo todo en poder de la
viuda.(8)
Para entonces, el de Comillas, su mujer y sus tres
primeros hijos había abandonado la gran Antilla para instalarse en Barcelona.
Tras un periodo de tiempo dedicado al estudio de diversos proyectos, López
decidió constituir una sociedad regular colectiva, que bautizó Antonio López y
Compañía, dedicada principalmente a la navegación de vapores. Creada en Madrid
en enero de 1857, aunque con sede social en Alicante y Barcelona, el ascendente
de López sobre la nueva firma era tan grande como lo había sido sobre la Casa
santiaguera. Si bien cuatro de los seis socios eran gerentes –Antonio López, su
hermano Claudio, Patricio Satrústegui y su hermano Joaquín M. Satrústegui) los
estatutos dejaron claro que la iniciativa empresarial correspondía
exclusivamente a Antonio López. Su ascendente sobre la compañía creció a la par
que ésta se desarrollaba; al reconstituirse en 1868 el poder de López sobre los
demás socios había aumentado hasta el punto que “convinieron en no fijar
término alguno a la Sociedad reservando ese derecho al jefe Don Antonio López y
López, que hará la liquidación y quién además podrá libremente separar a
cualquiera de los socios”(9).
De hecho, López utilizó la sociedad colectiva en su
exclusivo provecho, hasta el punto que resulta difícil discriminar adonde
llegaba su iniciativa y su responsabilidad y donde empezaba la empresa; así se
aprecia, por ejemplo, en su participación accionarial en otras compañías. Es
conocido que Antonio López se consolido como el máximo accionista de uno de los
grandes bancos catalanes, el Crédito Mercantil, del que llegó a tener en 1870,
12.000 acciones (10). No en vano, López
participó en las Juntas de Accionistas del 6 de marzo y 22 de mayo de ese año,
en las cuales se le reconocía como el legítimo propietario de esos títulos. Sin
embargo, cuando un año más tarde el Crédito Mercantil canjee unas dehesas de
Navalmoral de la Mata a cambio de dichas acciones lo hizo con la sociedad A.
Lópz y Cía., y no con el marqués de Comillas. La cosa se complica un poco más
si tenemos presente que, dos años después, las fincas pasaron a ser de
propiedad exclusiva de Antonio López.(11)
Un hecho similar se reprodujo en la creación del Banco
Hispano-Colonial, en 1876: tampoco en ese caso la participación de Antonio
López se produjo a título individual sino que tuvo lugar por medio de su
empresa, que aportó nada menos que 10.250.000 pesetas, es decir, un 13,7 por
100 del capital inicial. Es decir, que la supuesta participación accionarial
del marqués de Comillas en el Hispano Colonial recogía, de hecho, la
participación de la sociedad A. López y Cía., de la cual ni era el único
gerente, ni el único socio capitalista. Esta identificación entre López y la
Compañía, patente mientras la firma naviera giró bajo la forma jurídica de una
sociedad colectiva (1857-1881), se mantuvo incluso tras su transformación en
una sociedad anónima: la nueva Trasatlántica. No en vano, cuando Alfonso XII le
preguntó sobre su disponibilidad a recibir la Grandeza de España Antonio López
afirmaba en su carta de respuestas: “Aceptaría reconocido la Grandeza de España
como blasón inestimable de la Marina de que forma parte mi empresa de correos
trasatlántica y la aceptaré con orgullo”. No resulta arriesgado afirmar, como
ha hecho Luís Díez de Pinedo, que “Son Antonio López es la historia de la
Compañía Trasatlántica” (12).
Iniciativa personal y responsabilidad limitada
Las limitaciones de las
sociedades colectivas para poder captar capital con el que financiar proyectos
de cierta envergadura forzaron al marqués de Comillas a transformar en 1881 la
sociedad colectiva en una sociedad de responsabilidad limitada, en una sociedad
anónima: la Compañía Trasatlántica. Amén de otros beneficios, el cambio en la
naturaleza jurídica de la empresa permitió a Comillas obtener ganancias
adicionales. Había sido práctica habitual que la firma Antonio López y Cía.,
participase comanditando las sociedades que actuaban con los consignatarios de
sus vapores en los principales puertos de las líneas –singularmente, Ángel B.
Pérez y Cía., en Santander; J. Bueno y Cía., en Santiago de Cuba, y Samá
Sotolongo y Cía., hasta 1876, y M. Calvo y Cía., desde 1876, en La Habana). A
partir de su transformación en sociedad anónima, el capital antes representado
por A. López y Cía., en sus firmas consignatarias no pasó a engrosar el activo
de la nueva Trasatlántica sino que se transformó en la participación individual
del marqués de Comillas en cada una de esas firmas. Un capital realmente
destacable: 500 mil pesetas en M. Calvo y Cía., y otras 500 mil pesetas en
Ángel B. Pérez y Cía. A título de ejemplo cabe retener que la participación de
los Comillas en esta última compañía les supuso unos beneficios que, entre 1883
y 1890, se acercaron a las 200 mil pesetas.
La transformación de la naviera en Compañía Trasatlántica
coincidió con la constitución, como tal, del conglomerado empresarial Comillas.
Entre octubre de 1880 y enero de 1883 el primer marqués de comillas transformó
el Banco Hispano Colonial en un verdadero banco de negocios; lo utilizo para
ampliar sus relaciones tanto con el Banco de Castilla –y subsidiariamente con
el banco de París y de los Países Bajos- como con el Crédito Mercantil, que
presidió a partir de 1881; lo usó, asi mismo, para financiar la creación de la
Compañía General de tabacos de Filipinas, cuya partida de nacimiento lleva
también la fecha de 1881; y, por último, se constituyó como uno de los grandes
accionistas de la compañía ferroviaria Norte, de la que era vicepresidente
desde 1878 y a la que quiso implicar en la compra de unas minas hulleras de
Asturias, operación que debió cerrar su hijo tras su repentina e inesperada
muerte, en enero de 1883 (13).
Es obvio que este proceso se desarrolló a partir de
sociedades anónimas. Sin embargo, el marco jurídico de estas empresas no fue
óbice para que los Comillas dirigiesen su marcha. De hecho, los contemporáneos
percibían la profunda relación entre los López y esas firmas; hasta el punto
que la muerte del primer marqués de Comillas produjo una caída generalizada en
la cotización de los títulos de las firmas de la corporación.
En su edición del 18 de enero, la Gaceta de Cataluña afirmaba: “el fallecimiento de D. Antonio López
produjo una gran sensación en la Bolsa. Las acciones del Banco Hispano Colonial
bajaron ayer desde 80 a 75, terminando luego en 76´35, y las de la Compañía
General de tabacos de Filipinas, que se cotizaban a 76 bajaron a 72” (14). Para evitar caídas
mayores, los consejos de administración del Hispano Colonial, de la
Trasatlántica, del Crédito Mercantil y de Tabacos de Filipinas nombraron pronto
a su hijo y sucesor en el marquesado de Comillas, Claudio López Bru, como
Presidente respectivo de cada una de ellas. De la misma manera, el segundo
Marqués de Comillas pasó automáticamente a ocupar la Vicepresidencia del Norte.
La herencia recibida con 29 años de edad por Claudio reflejaba el innegable
control que su padre había ejercido sobre esas compañías. Un control
fundamentado en varios instrumentos: en primer lugar, y de forma destacada, su
propia cartera de acciones. En segundo lugar, la participación como accionistas
de todas esas empresas de personas vinculadas a él por relaciones diversas. En
tercer lugar, el dominio del Banco Hispano Colonial. Y, por último, el
establecimiento de un núcleo estable de alta burguesía catalana cuyos nombres y
apellidos se repiten en los Consejos de Administración de las referidas
empresas.
Las mandas testamentarias del primer Marqués de Comillas
parecían obligar a una cierta disgregación de su patrimonio. De entrada, su
viuda, Luisa Bru, podía reclamar a la muerte de su marido la quinta parte de la
herencia, en virtud que la promesa que López había establecido en los capítulos
matrimoniales pactados en 1849. Por otro lado, López establecía que el resto
del caudal hereditario debía acabar repartiéndose entre sus dos hijos Claudio e
Isabel, por partes iguales. No obstante, el propio López instituyó un fideicomiso
que beneficiaba exclusivamente a su hijo Claudio: en el mismo se establecía que
la totalidad de los bienes raíces de la herencia debían pasar a manos de aquél
que le sucediese como Marqués de Comillas, es decir, a su hijo Claudio.(15)
Claudio fue, igualmente, el encargado de manejar el
activo de la sociedad mercantil familiar tras la defunción del primer Marqués
de Comillas, en julio de 1888. Claudio y su madre crearon “una sociedad
accidental o de cuentas en participación… para continuar las operaciones
mercantiles de la casa de comercio de D. Antonio López que, por mutuo
consentimiento de aquellos, había venido funcionando después del fallecimiento
de éste, bajo el sólo nombre de Don Claudio López y Bru” (16). El establecimiento
de esta sociedad civil fue la herramienta que evitó la disgregación del
patrimonio mercantil acumulado por el primer Marqué de Comillas. Su viuda,
Luisa Bru, no sólo aportaba su porción hereditaria, sino que, en su condición
de usufructuaria del 80 por 100 restante, quiso que fuese su hijo Claudio quién
siguiese administrando el haber familiar. De hecho, Antonio López había
dispuesto que la decisión de su cuerpo hereditario no debía producirse hasta
después del fallecimiento de su viuda. En 1890, madre e hijo acordaron que la
duración de la sociedad de cuentas en participación se alargaría 10 años más; y
cuando se agotó ese plazo, en 1900, ambos volvieron a renovar la sociedad.
Esa sociedad civil –o de cuentas de participación-
conformada por la marquesa viuda de Comillas y su hijo Claudio para continuar
en la casa de comercio de Antonio López aparece como la verdadera sociedad del
grupo Comillas. Sociedad holding en
el sentido más literal del término, es decir, de sociedad tenedora de las
acciones, en la cual se fundamentaba el control familiar sobre las diferentes
compañías analizadas. Sociedad tenedora que permitió además a los marqueses de
Comillas: (1) contar con las carteras de otros accionistas muy cercanos; y (2)
contar con el saldo de las cuentas corrientes de dichos accionistas: el hermano
del primer marqués, por ejemplo, Claudio López y López, tenía al morir en 1888
un saldo positivo de 2.313.405 pesetas, mientras que su yerno Joaquín del
Piélago acreditaba, dos años después, un total de 433.368 pesetas a su favor.
La cuenta corriente de la marquesa viuda de Comillas, Luisa Bru, ascendía en
1905, en el momento de su fallecimiento, a 504.300 pesetas. Incluso Eloísa
López, criada de la familia y antigua esclava de Antonio en Cuba –del cual
había tomado su apellido- tenía al morir en 1900 un saldo de 118.815 pesetas,
depositadas en la casa de Claudio López Bru, al que además hizo su heredero.
Cantidades considerables que se sumaban al patrimonio de los Comillas,
aumentando su capacidad operativa y financiera.
Un cercano núcleo de inversores optó por financiar las
empresas que surgían a iniciativa de los López, depositando generalmente sus
acciones en la casa de comercio de los Comillas. Así, a imagen y semejanza de
los López, aunque a menor escala, determinados Administradores o Empleados de
las compañías del grupo eran tenedores de títulos de todas o casi todas las
empresas del conglomerado, depositadas a menudo en la sociedad holding
regentada por Claudio López Bru: constituían un núcleo d accionistas cuyos
títulos estaban, así mismo, bajo el control indirecto de los Comillas. Este fue
el caso, entre otros, de Santiago García Pinillos, de Claudio López y López, de
Joaquín de Piélago, de Carlos Barrie Labros, de Carlos Calderón vasco, de
patricio Satrústegui y de su hermana Ventura Satrústegui. Mención especial
merece Alfonso XIII cuyo comportamiento inversor vuelve a reflejar la misma
pauta –es decir, la dedicación de una parte considerable de su patrimonio
personal a comprar, casi de manera exclusiva, títulos de las empresas
vinculadas al “holding”-. En efecto, igual que el resto de inversores cercanos
a los Comillas, el rey no solamente fue un accionista destacado del Hispano
Colonial sino que además, como ha recogido Guillermo Gortázar (17) “participó en varias
empresas en las que el banco tenía asimismo una vinculación directa”.
El control que el Marqués de Comillas llegó a tener sobre
los valores depositados en su casa de comercio podía ser total: así sucedió con
la cartera de Ventura Satrústegui. En una manda testamentaria de 10 de
diciembre de 1891, Ventura solicitaba: “Quiero que si le parece bien al Excmo.
Sr. Marqués de Comillas D. Claudio López, en cuyo poder existe mi haber en
varias acciones y obligaciones diferentes, en unos diez años mis hijos no
dispongan del capital, disfrutando sólo de lo que produce según corresponda a
cada uno” (18).
Desde 1888 y hasta 1920 la casa de comercio de C. López
Bru, no sufrió mayor modificación que la provocada por la muerte de su madre en
1905, con el consiguiente reparto de su haber
hereditario. Al llegar 1920, cuando el segundo marqués contaba ya con 66
años, éste acordó modificar significativamente la estructura jurídica de la
misma. Su decisión se produjo poco después que el Crédito Mercantil –banco muy
vinculado a la familia desde su fundación en 1863, del cual el propio Claudio
era presidente- se dejase absorber en 1920 por el Banco de Barcelona. Una
operación realizada al parecer contra su voluntad y que se saldó con un fracaso
estrepitoso: el Banco de Barcelona se declaró en quiebra sólo unos meses
después de la fusión (19). El marqués de
Comillas quiso responder a la desaparición del Crédito Mercantil con la
reiteración de las mismas prácticas que habían caracterizado su labor al frente
del conglomerado empresarial que dirigía. Sus diferencias con algunos d sus
administradores del Mercantil le hicieron replegarse a su círculo más íntimo.
Creó en Barcelona la Banca López Bru, constituida para –continuar los negocios
mercantiles y de banca de la casa C. López Bru-. Por otro lado, cabe
interpretar la transformación de la vieja compañía familiar en una Casa de
Banca en forma de sociedad anónima no únicamente como un efecto directo de la
desaparición del Crédito Mercantil, sino también como una expresión de la
pérdida de influencia del segundo marqués sobre el Hispano Colonial. En
contrapartida, en la nueva Banca López Bru estableció un reducido Consejo de
Administración compusto solamente por cinco personas: Claudio, como Presidente;
y como consejeros su sobrino Juan Antonio Güell López (conde de Güell), su
primo Santiago López y Díaz de Quijano (marqués de Casa Quijano), Enrique
Satrústegui Barrie (barón de Satrústegui y su apoderado en Madrid, Javier Gil
Becerril. La continuidad se expresó en el domicilio de la Banca López Bru, que
no fue otro que la residencia de los Comillas en las Ramblas de Barcelona. (20)
Estableciendo el capital social del nuevo banco en 25
millones de pesetas, dividido en 50 mil acciones de 500 pesetas cada una. No
obstante, solamente pusieron en circulación 30 mil acciones, por valor de 15
millones de pesetas, dejando en cartera los 20 mil títulos restantes. La vida
del nuevo Banco estuvo marcada por una extraordinaria prudencia, lo que se
expresa en su abultado fondo de reserva: establecido inicialmente en un 20% del
capital inicial -3 millones de pesetas-, sus administradores decidieron dedicar
un 25% d los beneficios brutos de cada ejercicio a incrementar las reservas
estatutarias; consiguiendo así que, apenas cuatro años después de su creación, las
mismas alcanzasen el 30% del capital desembolsado.
Con toda seguridad, la partida “cartera” de la nueva
entidad recogía, entre otros, los títulos de los cuales había sido tenedor el
marqués de Comillas hasta 1920. Así, los 15 millones de pesetas a que ascienden
los títulos del Banca López Bru en 1922 deben considerarse como una estimación
aproximada del volumen que había alcanzado su cartera particular de valores
industriales. Significativamente, la cartera del Hispano Colonial en esa fecha
solamente se valoraba en un millón de pesetas más. Por otro lado, es necesario
destacar la intensa actividad crediticia de Claudio, de la que da fe la partida
“créditos”. Cabe pensar que hasta 1920, el marqués de Comillas había dedicado,
igualmente, parte de sus recursos propios a otorgar préstamos a particulares.
Así, los 4,5 millones de pesetas que sumaba dicha partida en 1922 –o los más de
6 millones en 1924- parecen recoger esa herencia. No en vano, en 1911 el
marqués de Comillas figuraba como socio de número de la Asociación de Banqueros
de Barcelona y de la Agrupación de Banqueros de Cataluña y Baleares, entidades
que agrupaban a los banqueros-particulares en esos ámbitos respectivos. (21)
A partir de 1920, Claudio quiso concentrar su actividad
financiera por medio de la nueva Banca: un ejemplo; la custodia de valores. La
función de custodia de valores ejercida por el Hispano Colonial había
permitido, precisamente, a los Comillas ampliar su evidente dominio sobre las
empresas de la corporación en las dos décadas finales del siglo XIX. Las cosas,
sin embargo, habían cambiado hasta el punto que, en 1922, el Hispano Colonial
recibió en depósito títulos por valor, únicamente, de 40 millones de pesetas
mientras que la Banca López Bru, ese mismo año, acreditaba en idéntica partida
más de 70 millones de pesetas en acciones.
Conclusión
El estudio de la
trayectoria empresarial de los dos primeros marqueses de Comillas sugiere que,
que las sociedades personalistas devinieron un instrumento extraordinariamente
útil para garantizar el enriquecimiento personal. En una primera etapa, la
actividad de negocios del primer marqués se cimentó exclusivamente sobre este
tipo de estructura jurídica: Antonio López y López (1844-1847), Valdés y López
(1847-1849), Antonio López y Hermano (1849-1863) y Antonio López y Compañía
(1857-1881). La necesidad de captar capital para financiar la expansión de las
actividades de la corporación hizo que los Comillas se sirviesen adecuadamente
d sociedades de responsabilidad limitada sobre las que, sin embargo,
mantuvieron un acusado dominio. De nuevo, fueron instrumentos empresariales de
carácter tradicional los que aseguraron dicho control.
Resulta especialmente significativo que, a la muerte de
Antonio López, su viuda y su hijo optasen por constituir una sociedad de
cuentas en participación- o sea, una sociedad civil, no mercantil- como
herramienta fundamental para garantizar la integridad de los intereses
familiares. Esto sucedió en 1888 y, sólo treinta y dos años después, en 1920,
Claudio decidió transformar su casa de comercio en una sociedad por acciones,
bajo su nombre propio: la Banca López Bru. Hasta entonces y desde 1844, el
éxito empresarial de los Comillas se había cimentado sobre el uso de sociedades
personalistas, es decir, sociedades supuestamente tradicionales. En ese
sentido, según José Ramón García López (22) la idea de que la vigencia de las sociedades
personalistas durante el siglo XIX se explica por sus “cualidades (…) su
funcionalidad y [su] adaptabilidad a las condiciones de la época (…) la
estructura organizativa de las sociedades personalistas era extremadamente ágil
y contrastaba con las más pesadas de las sociedades anónimas”. Así, no debe interpretarse
la escasez de sociedades de responsabilidad limitada como un factor que, por sí
sólo, explica el atraso económico español del periodo. (23)
De hecho, la trayectoria de otros empresarios, sugiere
que las lecciones extraídas del análisis de los Comillas no son privativas de
este caso; al contrario, comportamientos similares se reproducen en esos otros
hombres de negocio, asimismo representativos de trayectorias empresariales
exitosas. Juan Manuel Urquijo, por ejemplo, pudo hacer un verdadero “holding”
financiero partiendo de una sociedad de crédito, fundada en 1870 bajo la forma
de una sociedad regular colectiva. La Casa
de los Urquijo mantuvo esa forma jurídica durante cuarenta y ocho años,
cambiando únicamente de denominación –Urquijo Hermanos, desde 1879; Urquijo y
Cía., desde 1883-. Solamente en 1918, los Urquijo transformaron la sociedad
familiar en una sociedad de responsabilidad limitada, el Banco Urquijo, sobre
el cual la familia siguió manteniendo el control (24). También tanto el
enriquecimiento personal de Horacio Echevarrieta con su iniciativa empresarial
se dio a partir de la casa Echevarrieta y Larrínaga, una sociedad constituida
bajo la forma de una comunidad de bienes que resultó muy funcional para canalizar
los proyectos de sus socios. Por último la trayectoria de Ramón de la Sota,
estudiada por Eugenio Torres, ofrece varios puntos de contacto con los
Comillas: a pesar de las diferencias con Claudio López Bru, Sota compartió con
el empresario catalán un uso adecuado de sociedades personalistas, por ejemplo,
la naviera Sota y Aznar, capaz de conjugar el control directo de la firma con
la financiación necesaria para su marcha (25).
En definitiva, tanto Sota como Echevarrieta, Urquijo o
Comillas utilizaron para la gestión de sus patrimonios sociedades supuestamente
tradicionales (comunidades de bienes, sociedades regulares colectivas,
sociedades de cuentas en participación…) en las que cimentaron el conjunto de
sus iniciativas empresariales; unas iniciativas que podemos considerar
exponentes del éxito económico en sectores tan diversos como variopintos. Es
más, el uso de estas sociedades tradicionales no les impidió, sin embargo,
constituir verdaderos “holdings” empresariales cuya vida cabalgó a través de
los siglos XIX y XX.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Rodrigo y Alharilla,
Martín, “La Casa de Comercio de los Marqueses de Comillas (1844-1920):
Continuidad y cambio en el capitalismo español”, en H. Casado Alonso y R.
Robledo Hernández (eds.), Fortuna y
Negocios: Formación y Gestión de los Grandes Patrimonios (siglos XVI-XX),
Valladolid, Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, Universidad
de Valladolid (España), 2002, Serie: Historia y Sociedad, N° 102, pp. 251-274.
(2) Bacardí Moreau, E., Crónicas de Santiago de Cuba Santiago de
Cuba, Tipografía Arroyo Hermano, 1925, vol. II, p. 357.
(3) Brú, F., La verdadera vida de Antonio López y López
por su cuñado Francisco Brú, Barcelona, Tipografía Leodegario Obradors,
1885, p. 45. Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba (en adelante,
AHPSC), Escribanía de Giró, protocolo 276, fols. 145 y ss.
(4) Archivo Nacional de Cuba
[en adelante, ANC], Intendencia General de Hacienda, leg. 971, núm. 39,
inscripción 969.
(5) AHPSC, Escribanía de Soler
y Regüeiferos, protocolo 603, 1849, 24 de julio de 1849, fol. 132; y 8 de
agosto de 1849, fol. 137.
(6) Revista Comercial y Precio Corriente, La Habana, 30 de agosto de
1863, p. 1.
(7) El Consultor. Nueva Guía de Barcelona, 1863.
(8) Bru, La verdadera vida
de…, op. cit. Una sucinta muestra de
las disputas familiares en: Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona [en
adelante, AHPB], Ramón de Miquelerena, 7 de enero de 1858: el portavoz de los
hermanos Bru Lassús afirmaba que “V. Sr. D. Antonio López y López se ha
incorporado de la herencia y se resiste a entregarla, pues habiéndose
presentado al efecto de recogerla el legítimo apoderado de Da. Luisa Lassús de
Bru que a V. requiere y habiéndosele instado por otros medios de disolución,
Vd. sin embargo con sus excusas permiten que pasen días y días, va ganando
tiempo, y no verifica como debe la entrega de una herencia que tan injustamente
retiene”.
(9) Archivo Histórico de
Protocolos de Madrid, Sebastián Carbonell, 11 de enero de 1857; Archivo
Histórico Provincial de Alicante, Protocolos Notariales, José Cirer y Palou, 28
de abril de 1868.
(10) Rodrigo y Alharilla, M.,
“La Societat de Crèdit Mercantil (1863-1883)”, en Roca I. Albert, J. (Coord.) La formació del cinturó industrial de
Barcelona, Barcelona, Institut
Municipal d´Història i Proa, 1997, pp. 183-197.
(11) AHBP, Miguel Martí y
Sagristá, 6 de marzo de 1870, 22 de mayo de 1870 y 27 de mayo de 1871.
(12) Díez de Pinedo, Luís, “La
Compañía Trasatlántica”, en Revista
General de marina, agosto 1989, pp. 143-165; Maura, Duque de, Pequeña historia de una grandeza. El marquesado
de Comillas, Barcelona, José Porter, 1949, p. 93.
(13) Rodrigo y Alharilla, M., Los marqueses de Comillas, 1817-1925.
Antonio y Claudio López, Madrid, LID Editorial Empresarial, pp. 99-118 y
147-164.
(14) Homenaje que la ciudad de Barcelona tributó a la memoria del Excmo. Sr.
D. Antonio López y López, Marqués de Comillas, Barcelona, Imprenta
Peninsular, 1883.
(15) AHPB, Luís Gonzaga Soler
y Pla, 1883, 1ª parte, 25 de enero de 1883, fols. 308-375.
(16) Así lo expresaban al producirse la división de
herencia de Luisa Bru Lassús, fallecida en octubre de 1905. Señalaban así
mismo, que “Don Claudio se había hecho cargo del activo-pasivo de la misma
sociedad Claudio López Bru con arreglo al balance de 31 de diciembre de 1887”,
Arxiu Nacional de Catalunya, fondo Güell-Comillas, 1.2.11.
(17) Gortázar, Guillermo, Alfonso XIII, hombre de negocios:
persistencia del antiguo régimen, modernización económica y crisis política,
1902-1931, Madrid, Alianza, 1986, p. 57. Si en 1915 Alfonso XIII tenía
118.250 pesetas en acciones del Hispano Colonial, en 1931 la familia real tenía
747 títulos valorados en 388.440 pesetas. En esa fecha, el rey y los infantes
tenían 98 obligaciones de la Compañía Trasatlántica. Por otro lado, cuando la
sociedad anónima Artigas y Cía., emitió obligaciones en 1916 para salvar su
delicada situación financiera, el Banco Hispano Colonial, el Crédito Mercantil
y la Compañía Trasatlántica suscribieron títulos por valor de 105.000 pesetas
–el 27% del total-, contribuyendo decisivamente a la pervivencia de esa
sociedad en la que el rey había comprometido 1.900.000 pesetas, o sea, la mitad
de todas sus inversiones en España.
(18) Notaría de José Ángel
Herrero Velarde (San Sebastián), Manuel de Joaquín Elósegui, 19 de febrero de
1894.
(19) Muñoz, J., El fracaso de la burguesía financiera
catalana. La crisis del Banco de Barcelona, Madrid, Endymion, 1988.
(20) Anuario Español de la Banca, 1922-1923, p. 507.
(21) Tedde de Lorca, P., “La
banca privada española durante la Restauración, 1874-1914”, en Tortella,
Gabriel (dir.) La banca española en la
Restauració, Madrid, Servicio de Estudios del Banco de España, 1974, p.
401.
(22) García López, J.R., “El
sistema bancario español del siglo XIX: ¿Una estructura dual?” Nuevos
planteamientos y nuevas propuestas”, en Revista
de Historia Económica, año VII, núm. 1, pp. 111-132.
(23) Tortella Casares, G. “El
principio de responsabilidad limitada y el desarrollo industrial de España:
1829-1869”, en Moneda y Crédito, núm.
104, pp. 69-84.
(24) Díaz Hernández, O., Los marqueses de Urquijo. El apogeo de una
saga poderosa y los inicios del Banco Urquijo, 1870-1931, Pamplona, EUNSA,
1998.
(25) Torres Villanueva, E., Ramón de la Sota, 1857-1936. Un empresario
vasco. Madrid, LID Editorial Empresarial, 1998.
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