jueves, 11 de julio de 2019


LA EDAD MEDIA

SOCIEDAD, COSTUMBRES, VIDA, COMIDA, IGLESIA, INSTITUCIONES



Estimados lectores, voy a poner unos pequeños trabajos de varios autores sobre la vida y cultura medieval, instituciones, pensamientos, amor. Veremos como la vida era ruda, fuerte, como a través de casi diez siglos, se formó lo que somos ahora. Para que darle vueltas, gracias bien o mal, el resultado es un mundo nuevo y nosotros somos ese resultado.
            Estimados lectores podéis consultar todo esto a través de un libro que editó la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, si os interesa, claro. Pero por lo menos sabréis de donde venís.



INSTITUCIONES Y ESTRUCTURAS MEDIEVALES

La feudalidad

Al hablar de la feudalidad debemos tener en cuenta dos niveles de realidad: 1. El de la Sociedad feudal definida a partir de las relaciones económicas existentes entre el señor –laico o eclesiástico- y sus siervos, una relación que se comenzó a dar con la crisis del sistema esclavista romano en el siglo III y que en muchos países europeos perduró hasta el siglo XVIII e incluso hasta el XIX; 2. El Feudalismo, institución basada en una serie de relaciones jurídicas entre un señor y sus vasallos, todo nobles como él y que se desarrolló entre los siglos IX al XIV.

            La sociedad feudal apareció cuando el Imperio Romano dejó de ser un estado en expansión que explotaba sus tierras con mano de obra esclava barata obtenida por sus guerras de conquista. En el siglo III, los continuos golpes de Estado provocados por un ejército que ya no obtenía botines de guerra se aunaron a una crisis agrícola por la escasez de mano de obra y a un abandono masivo de las ciudades. Los señores locales aprovechaban los vacíos de poder para crear señoríos autónomos que sometían a los campesinos libres y convertían a sus antiguos esclavos en siervos, hombres semilibres, pero que debían a su señor servicios a cambio de protección. A diferencia de los antiguos esclavos, el siervo podía tener una familia y recibía una tierra en usufructo, pero curiosamente siguió llamándose del mismo modo que los esclavos: servus.
            El proceso de degradación económica, que se vio acentuado en Occidente por la llegada de los germanos, no afectó del mismo modo a la sección oriental del Imperio romano. De hecho, desde Constantino, la capital se había trasladado a Bizancio y alrededor de esa ciudad se conservaba una unidad política y administrativa gracias a una burocracia eficiente y una iglesia sometida al Estado; además de un ejército fiel que le permitió rechazar la violencia de las invasiones germánicas.
            Mientras el Oriente cristiano poseía ciudades prósperas y una economía monetaria sólida, la sociedad feudal en Occidente tenía una productividad limitada, sin sentido de la ganancia y que producía sólo lo necesario para el consumo. Los comerciantes –judíos y griegos que procedían del imperio de Oriente- abastecían de artículos de lujo al clero y a la nobleza. Los campesinos vivían al día, en una economía donde la moneda era escasa y la mayor parte de las transacciones se hacían por trueque, estaban sujetos a hambrunas y a una elevada mortandad y convivían hacinados en sus chozas junto con los animales domésticos. Los señores, aunque en condiciones de privilegio, vivían también con gran austeridad y con pocos lujos. En general toda la población moría a temprana edad, era muy endogámica, pues los matrimonios se realizaban entre familiares cercanos.
            La sociedad feudal estaba regulada por una serie de derechos y obligaciones establecidos por la costumbre. Los siervos debían trabajar en las tierras del señor, las más cercanas a los ríos, por ser las más fértiles, y debían entregar ciertos tributos en especie, como cargas de leña o de hierba. Las siervas prestaban sus servicios, sobre todo en la fabricación de textiles, en el gineceo del castillo. A los campesinos se les llamaba villanos, porque vivían en villas y tenían una relación de dependencia absoluta hacia su señor; estaban sujetos a la tierra o gleba y se transferían con ella.
            Con el renacimiento urbano y la reactivación monetaria las relaciones entre los señores y sus siervos cambiaron. Gracias al mercado urbano los campesinos podían vender sus productos y con ello mejorar sus condiciones de vida y hasta comprar su libertad. Los señores, por su parte, necesitados de dinero líquido, permutaron muchas de las prestaciones de sus siervos en especie por metálico. Esto permitió que los campesinos europeos, sobre todo aquellos que habitaban cerca de las ciudades, cambiaran su status jurídico y poco a poco se convirtieran en hombres libres. Esta situación sufriría un deterioro durante la gran crisis del siglo XIV; las epidemias y el aumento de las exigencia tributarias por parte de los señores provocaron una serie de rebeliones campesinas que serían ahogadas en sangre. A partir de entonces la palabra “villano” comenzó a tener connotaciones negativas y se contrapuso a la de noble usada con cargas positivas.
            Frente a las relaciones de señorío-servidumbre, que se inscriben en lo económico, a partir del siglo IX comenzaron a estructurarse una serie de relaciones conocidas como feudo-vasalláticas. Desde finales del siglo VIII, los miembros de la nobleza y del clero comenzaron a establecer entre sí una serie de alianzas fomentadas por el emperador Carlomagno. Para llevar a cabo sus conquistas y para organizar mejor su imperio, Carlomagno necesitaba recursos. Como en su época la moneda era escasa, el emperador encontró un buen medio para pagar los servicios militares, religiosos y administrativos que los señores le prestaban: concederles tierras o feudos. A cambio de su ayuda, de sus consejos y de su fidelidad, los nobles vasallos –condes, marqueses, obispos y abades- recibieron de su rey protección y beneficios en tierras. El contrato se sellaba con un rito, el homenaje, en el que los vasallos hacían un juramento de fidelidad ante una reliquia o sobre la Biblia y el señor les entregaba la investidura, un signo del feudo. El rito del matrimonio creado en el siglo XII se tomó de ese rito vasallático.
            Cuando Carlomagno murió y su imperio se fragmentó, los antiguos vasallos del Rey se convirtieron en señores de otros vasallos pequeños y Europa se dividió en un sinnúmero de pequeños y medianos señoríos. Estos señores eran quienes administraban justicia y tenían su mando numerosos ejércitos comandados por señores menores. Se desató entonces una gran violencia de unos señores contra otros y contra los reyes a lo que se agregó una nueva oleada de invasiones –vikingos escandinavos, húngaros y sarracenos- que sembraron en la Europa occidental el terror y el caos a lo largo del siglo IX.
            Los grandes señores feudales regían a menudo unidades nacionales, territorios que poseían una lengua, costumbres e historia comunes y que se sentían fuertemente vinculadas por un sentimiento de pertenencia a ese grupo. Después el año 1000 los reyes comenzaron a concentrar el poder político y a someter a esos señores gracias  a las alianzas matrimoniales, a la guerra y a que consiguieron convertir a todos ellos en sus vasallos. Para lograr sus objetivos los reyes buscaron el apoyo de las otras dos fuerzas políticas, la iglesia y los burgueses. En el siglo XIV el sistema vasallático desapareció, pero la palabra vasallo continuó utilizándose para nombrar a los súbditos del rey.
            La crisis del siglo XIV y la guerra de los Cien Años terminaron por debilitar a la nobleza feudal en beneficio de las monarquías en Inglaterra, Francia, Castilla, Aragón y Portugal. No pasó así en Italia y en Alemania donde las pugnas entre el Papado y el Imperio terminaron por debilitar esos dos poderes y generaron una gran fragmentación política en esas dos regiones que no se unificaron hasta el siglo XIX.

El municipio

Después del año mil Europa vivió un proceso de incremento poblacional que trajo como consecuencia la expansión de las zonas de cultivo, el mejoramiento de las técnicas agrícolas y una revolución en las tecnologías aplicadas a la producción de alimentos molinos de viento y de agua, por ejemplo-. Al aumentar la población no sólo creció la necesidad de alimentos; hicieron falta también utensilios de todo tipo.
            Con el aumento de la población y del consumo, las ciudades comenzaron a crecer y se volvieron de nuevo centros artesanales. Muchos individuos montaron en las calles de los centros urbanos un taller donde establecieron su casa y su tienda, y se aliaron con otros artesanos en asociaciones llamadas gremios; cada uno de los artículos estaba controlado por un gremio y sólo aquellos que pertenecían al gremio podían producirlo. Algunos artesanos se dedicaron a fabricar telas, sin embargo, para hacerlas era necesario tener capital, muchos empleados y un gran taller; de ahí nació la primera industria moderna, la textil.
            La otra gran actividad urbana fue el comercio. Los italianos, sobre todo los de Venecia, muy pronto llegaron a comerciar en todas las costas del Mediterráneo. Comenzaron siendo una colonia bizantina y a través de Bizancio consiguieron muchos artículos de lujo de Oriente; pero muy pronto se independizaron de Bizancio e intercambiaron directamente sus productos con los musulmanes del Norte de África y del Cercano Oriente. Los barcos venecianos salían cargados con madera, hierro y otros metales y regresaban con marfiles, oro y esclavos negros de África y con perfumes, tapetes, telas ricas y especias para condimentar las comidas. En los mares del norte de Europa los vikingos, después de cristianizarse, se dedicaron también al comercio de pieles y miel de Rusia, de trigo de Polonia, de telas de Flandes, de pescado salado de Escandinavia, de vinos y sal de Francia, de lana de Castilla, de estaño de Inglaterra. Para el siglo XIII un grupo de ciudades de Alemania organizadas en una Hansa o liga desplazaron a los vikingos en esa zona.
            Muy pronto, gracias al comercio, la moneda volvió a circular como medio de intercambio y muchas ciudades emitieron sus monedas de plata y oro. Pero muy a menudo, las monedas eran insuficientes pues había poca plata y oro, que provenía de África, llegaba en pocas cantidades; por ello se hizo necesario el nacimiento del crédito. Crédito viene de credere, creer, tener confianza en que el dinero o las mercancías prestadas iban a ser devueltas. Mucha gente que no tenía con que pagar, daba un papel firmado o dejaba una joya o un objeto en garantía por el préstamo; a cambio de la cantidad prestada, el prestamista recibía un interés, o sea, una suma mayor de la que había prestado. Al principio, la iglesia consideró que el crédito era inmoral y lo prohibió. Sin embargo, con el tiempo, la iglesia permitió que se cobrara un interés moderado y muchos cristianos se dedicaron a esa actividad y se enriquecieron. Algunos de estos prestamistas se ponían en los mercados y, además de prestar dinero, también intercambiaban monedas; como su actividad la hacían en un pequeño banco se les comenzó a llamar banqueros. Artesanos y comerciantes formaron una nueva clase social que se llamó burguesía y que rompió con la estructura tradicional de los estamentos feudales: nobleza y clero.
            En algunas regiones como el norte de Italia, Flandes, el norte de Alemania y de Francia y el este y el norte de España, las ciudades se convirtieron en centros tan importantes que lograron de los señores y obispos una serie de privilegios y el permiso de crear ayuntamientos o municipios, es decir, gobiernos autónomos. Hubo zonas, como el norte de Italia, donde esos ayuntamientos fueron tan poderosos que tuvieron sus ejércitos y lograron una total independencia de los señores. Florencia, Venecia, Génova y Milán se convirtieron en verdaderos estados que sometieron a otras ciudades menores. En otros lugares como España, Inglaterra y Francia, los ayuntamientos recibieron el apoyo de los reyes.
            La riqueza que trajo el comercio, la industria textil, la banca y las artesanías llenó las ciudades de hermosos edificios, decorados con esculturas, pinturas y objetos preciosos. De esos edificios, los más bellos eran las iglesias y las catedrales. Sus torres, arcos, columnas, estatuas y vitrales son ejemplo de uno de los estilos artísticos más bellos del occidente: el gótico.
            El comercio fue sólo unos de los procesos que llevaron a Europa a buscar nuevas rutas y expandir sus fronteras. El otro fue una guerra santa que se conoce como la Cruzada. Desde el siglo VII el Islam comenzó a apropiarse del comercio Mediterráneo, pero a fines del siglo X Bizancio logró arrebatarle las islas que constituían enclaves estratégicos en ese mar interior. Para el siglo XI el imperio islámico, que se había fragmentado en numerosos Estados era conquistado por un nuevo grupo llegado de las estepas del centro de Asia: los turcos seléucidas.
            Los turcos, recién convertidos al Islam y por eso más fanáticos que los viejos musulmanes, comenzaron a poner muchas dificultades para el paso de los peregrinos a Jerusalén y Tierra Santa. En el año 1070 los turcos derrotaron al ejército bizantino y se apoderaron del Asia Menor. Bizancio pidió ayuda a los cristianos occidentales a pesar de haberse separado de ellos quince años atrás. El papa Urbano II consideró que era un buen momento para reunificar las iglesias latina y bizantina y lanzó un llamamiento a toda la cristiandad para arrojar a los turcos del imperio bizantino y reconquistar Jerusalén y Tierra Santa. Por otro lado, el Papa tenía fuertes conflictos con el emperador de Alemania y la cruzada era una forma de desviar la atención.
            Como la población europea había crecido, muchos hombres desempleados se lanzaron a la conquista de Tierra Santa, con la promesa de obtener un rico botín. Algunos de ellos, encabezados por predicadores fanáticos y armados con palos y piedras murieron en el primer enfrentamiento contra los musulmanes. Otros, mejor armados y dirigidos por nobles que conocían bien las tácticas de guerra, lograron tomar Jerusalén en el año 1099. Durante casi cien años los cristianos vivieron en la ciudad santa, fundaron en ella un reino y pusieron un patriarca. Un sinnúmero de comerciantes, soldados, monjes, peregrinos se trasladaron a esas tierras a hacer fortuna, a pedir limosna, a rezar y a convertir al cristianismo a los musulmanes. Incluso se crearon órdenes de monjes soldados como los templarios, los teutónicos y los hospitalarios, que rezaban y guerreaban. El sultán turco Saladino la reconquistó en el año 1187. Se organizaron otras cruzadas, pero todas fueron un fracaso. Incluso la cuarta cruzada, organizada por Venecia, cambió de rumbo cuando se dirigía a Tierra santa y se fue contra Bizancio y la conquistó. Venecia saqueó la ciudad, se llevó reliquias, manuscritos, obras de arte y eliminó a su competidora en el comercio oriental. Después de eso, el Imperio Bizantino no pudo recuperarse más.
            Las ocho cruzadas que hubo no lograron lo que se propusieron. Los lugares santos no se rescataron y Bizancio no fue ayudada, es más se le perjudicó tanto que toda posibilidad de restablecer con ella la unidad de las iglesias se cerró para siempre. El comercio y las cruzadas no sólo produjeron la reactivación de la vida económica de las ciudades, también ocasionaron a la larga la salida de los europeos hacia los otros continentes.

La Iglesia

Las relaciones entre la Iglesia y el Estado estuvieron siempre enmarcadas por el hecho de ambas instituciones tenían la pretensión de ser poderes universales.
            Desde que en la época de Constantino el Imperio Romano adoptó el cristianismo, aparecieron dos concepciones de cómo debían de ser las relaciones entre ambos poderes. 1. En el Imperio Romano de Oriente se configuró el Cesaropapismo, que consideraba que la cabeza de la Iglesia era el emperador y a él correspondía elegir a los obispos; 2. En cambio, en el Occidente, a raíz de la destrucción de la unidad imperial a causa de las invasiones germánicas, el obispo de Roma tuvo una relativa independencia que le ayudó a consolidar la idea de que él era la cabeza de la iglesia universal y a él debían estar sometidos todos los obispos de la cristiandad.
            Durante algún tiempo, sin embargo, el papado tuvo que sujetarse a los poderes temporales, primero a los emperadores bizantinos, después a Carlomagno y finalmente a los otónidas. Sin embargo, a partir del siglo XI se iniciaron una serie de reformas que estructuraron el Papado como una monarquía, a imitación de lo que estaba sucediendo en Inglaterra, Francia y Castilla. En ese periodo se conformaron la curia romana, el colegio de cardenales para la elección papal y los códigos de derecho canónico; en tres siglos se reunieron seis concilios ecuménicos, se nombraron legados diplomáticos en toda Europa y el Papado pudo intervenir en la investidura de obispos y exigir el celibato forzoso de todos los sacerdotes. El papado también instrumentó nuevos medios de control: la excomunión, la cruzada contra musulmanes, cismáticos y herejes y La Inquisición –con el pretexto de acabar con las fuerzas satánicas- Esos cambios se debieron sobre todo a una serie de papas relacionados con la reforma monástica de Cluny que les dio no sólo las ideas sino también una red de relaciones en toda Europa gracias a las cuales la reforma pudo imponerse.
            En el proceso tuvieron un importante papel las pugnas entre el papado y el imperio alemán que se disputaban cuál de los dos poderes debía nombrar a los obispos, que eran autoridades a la vez civiles y religiosas. Después de la llamada querella de las investiduras el papado pudo intervenir en la investidura de obispos en todo el Occidente, aunque de hecho los reyes siguieron nombrándolos. Las monarquías tenían en los obispos y las iglesias locales uno de los ejes más sólidos para consolidar su poder frente a los señores feudales. A cambio de ello se les permitieron fueros y el tener tribunales eclesiásticos propios. El imperio bizantino desconoció estas pretensiones papales en 1054 y alegó que el obispo de Roma jamás había sido la máxima autoridad de la iglesia.
            En ese proceso de reforma el Papado tuvo el apoyo de nuevas congregaciones religiosas: 1. Premonstratenses y cartujos modelaron e institucionalizaron el ideal eremítico; 2. El Císter, otra reforma de los benedictinos, creó los capítulos generales para discutir los asuntos monásticos y puso las bases para la creación de órdenes militares; 3. Los Mendicantes –franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, etc.- dedicados a la predicación en las ciudades y con una organización piramidal que les permitía una gran movilidad y unas autoridades sujetas directamente al Papado. Con la fundación de sus ramas femeninas de rigurosa clausura se ejercieron mayores controles sobre las mujeres. En el ámbito local se consolidaron también las catedrales y sus cabildos alrededor de los obispos –canónigos regulares de San Agustín- y se impuso el celibato forzoso de todos los sacerdotes del clero secular.
            Un aspecto central en el proceso de consolidación del Papado fue la confrontación de la idea de Cruzada contra los enemigos de la fe: musulmanes, cismáticos y herejes. Esto y la creación del tribunal de la Inquisición para perseguir a los disidentes convirtieron al Papa en el paladín y guía espiritual de las fuerzas del bien. La justificación de la violencia estaba avalada por la idea presente en el Antiguo Testamento de un Dios que era el Señor de los Ejércitos, pero también se vio influida por la mística de la guerra santa islámica. Un importante catalizador del proceso fue la aparición de varias herejías denominadas pauperistas –como los valdenses y los cátaros- que consideraban que la iglesia no seguía el ideal de la pobreza evangélica y que su riqueza y poder la habían alejado de Dios. Los cátaros, además, negaban los sacramentos, el purgatorio y la presencia de Cristo en la Eucaristía, pues consideraban que la materia y lo corporal estaban en relación íntima con el mal. Para la cristiandad Occidental de esta época era necesario utilizar la violencia para acabar con las fuerzas satánicas representadas por los musulmanes, judíos, homosexuales ermitaños, cátaros y brujas. Esto dio nacimiento a una sociedad represiva, cuyo institución más representativa fue el tribunal del Santo Oficio d la Inquisición encargado a la orden dominica.

La religión como un espejo institucional

La religión como un espejo de creencias mitos y prácticas ritos tiene como finalidad transformar el Caos en Cosmos, es decir elaborar los terrores de los seres humanos frente a las fuerzas naturales y ordenar, con explicaciones convincentes –Cosmovisión-, los dos principios que mueven el universo: la creación y la destrucción, la vida y la muerte. Tales explicaciones se expresan por medio de narraciones e imágenes cargadas de símbolos y van dirigidas a impactar la emotividad. Pero las cosmovisiones sólo pueden canalizar sus creencias a través de prácticas que implican la presencia d los cuerpos. Esas prácticas se manifiestan como prohibiciones –sexuales, alimenticias- o como rituales en los cuales están incluidos los sacrificios, las peregrinaciones, el uso de amuletos, las oraciones, la danza y las imágenes de los dioses. El rito no sólo se convierte en algo cotidiano, sino que, además, sirve para solicitar a las fuerzas cósmicas la solución de las necesidades materiales y, en etapas posteriores, la promesa de una vida sin sufrimiento después de la muerte. La comunicación oral marca con sus rasgos la manera de transmitir mitos y ritos: la repetición que permite la memorización, el uso de fórmulas –ensalmos y oraciones-, la gestualidad que subraya lo que se dice, la idea de un eterno presente. En las religiones monoteístas, la escritura –llamada sagrada- traerá consigo la transformación de los mitos en dogmas y de los ritos en liturgia.
            Las creencias y las prácticas religiosas se convierten en sistemas reguladores de una sociedad por medio de un aparato institucional regido por chamanes o por sacerdotes, personas que pretender tener el aval de las fuerzas superiores, a quienes representan. Ese aparato institucional está vinculado a menudo con el poder político y militar al cual le ofrece mecanismos del control ideológico, sistemas de escritura y representación, validación divina del poder, etc. La expansión de algunas religiones en extensos territorios se debió bien a su alianza con una estructura político militar, bien a una guerra de conquista que impuso la religión del vencedor como parte de su dominación.
            Esto pasó cuando el cristianismo dejó de ser una religión de minorías para volverse una religión de masas y al ser insertada como parte del aparato ideológico e institucional del Imperio Romano. Sin embargo, el proceso de adopción de la nueva fe por las masas fue muy distinto en la zona oriental del imperio y en la occidental. Mientras en Oriente y en toda la ribera del Mediterráneo –el área más urbanizada del mundo romano y la más centralizada políticamente- el cristianismo asimiló muy pronto las antiguas religiones y se implantó con un efectivo uso de imágenes, símbolos y ritos, en cambio en Occidente, sobre todo en las regiones regidas por los grupos germánicos, celtas y eslavos –mucho más ruralizado, sumido en el caos de las invasiones y fragmentado- sólo un pequeño sector eclesiástico estaba compenetrado de un cristianismo basado en la escritura, mientras que las masas, que habían recibido en bautismo obligadas por sus señores, seguían practicando sus antiguas religiones y eran sólo nominalmente cristianos.
            Tal situación comenzó a cambiar a partir del siglo XI por varias causas: 1. Aumento de los contactos con la cristiandad bizantina, 2. Enfrentamiento con el Islam, 3. Crecimiento de las ciudades, 4. Aparición de la burguesía, 5: Consolidación de las cortes feudales, 6. La aparición de la herejía cátara, y 7. Los cambios que se daban al interior de la Iglesia occidental.
            Entre el siglo XII y el XV en la Cristiandad latina se reestructuró la predicación hacia los laicos haciendo uso de muchas de las concepciones y técnicas utilizadas por la iglesia bizantina. Los mendicantes jugaron en esto un papel fundamental. Uno de los temas centrales de la nueva concepción fue el dogma de la Encarnación. La humanidad de la segunda persona de la Trinidad, que había quedado oculta detrás de la visión apocalíptica del Cristo Juez, se recuperaba para dar lugar a los temas de la infancia y de la pasión. La Virgen María, tan presente en la iglesia bizantina, comenzó a recibir una atención inusitada en Occidente donde se convirtió en una reina, Nuestra Señora, y hasta se le declaró libre del pecado original, no sin desatar fuertes pugnas teológicas entre franciscanos y dominicos. La negación que hacía del cuerpo la herejía cátara motivó una redefinición de los dogmas sobre la corporeidad –la presencia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía, su ascensión al cielo, la asunción de la Virgen y la resurrección de todos los cuerpos el día del Juicio-.
            Para extender las nuevas concepciones entre los laicos, la iglesia occidental utilizó la imagen como una tecnología de comunicación. Este medio, restringido hasta el siglo XI en Occidente a la ilustración de libros en los monasterios, comenzó a hacerse extensivo, por influencia de Bizancio y de Cluny, como un instrumento de evangelización. Las imágenes devocionales pintadas y esculpidas llenaron los altares y se convirtieron en vehículos de emotividad y en centro de la liturgia. Otras veces sirvieron para narrar historias y se volvieron un medio didáctico insustituible. La imagen impactó también en la narración de los sueños y las visiones. En especial las mujeres, marginadas del sacerdocio y de la predicación, encontraron en ese medio una forma de imponer su presencia. Los temas de esas visiones fueron la eucaristía y la pasión, el niño Jesús, el Demonio, viajes al cielo, al infierno y al purgatorio, la sangre, la leche y el corazón.
            Un aspecto importante de la nueva tecnología fue la introducción del teatro y la transformación de la liturgia en un espectáculo desarrollando una arquitectura escenográfica para él. Un papel central de esa liturgia fue el “culto a los nuevos santos, a sus imágenes y reliquias”. Para la iglesia, los santos eran modelos de virtudes que los fieles debían de imitar; para los individuos se convirtieron en seres que otorgaban bienes, salud e hijos; las ciudades, además de protectores contra las enfermedades y las catástrofes, los consideraban sus héroes, y como tales sirvieron para cohesionar a la sociedad, y para fortalecer las identidades colectivas. En el bautismo se le daba a cada persona el nombre de un santo bajo cuya protección se ponía al recién nacido. Familias, gremios, cofradías, ciudades y países se pusieron al cuidado de uno o varios patronos celestiales. Sus fechas de celebración durante el año litúrgico les concedieron también dominio sobre las diversas actividades agrícolas y los convirtieron en patronos de las floraciones, de las vendimias, de las lluvias o de los sembradíos. Así, al relacionarlos con las fuerzas que regían el cosmos, los santos fueron poco a poco sustituyendo a los viejos dioses.
            Además del culto a los santos se introdujeron nuevas fiestas –como las celebraciones marianas, los fieles difuntos y el Corpus Christi- que, la utilización de objetos sagrados como remedios mágicos –rosarios, escapularios, medallas- sirvieron para suplantar el paganismo persistente de las masas campesinas y urbanas por un cristianismo afectivo y ritual. Desde el siglo XII la revolución en las tecnologías de la comunicación visual y la humanización del cristianismo hicieron posible que el cristianismo se convirtiera en religión de masas de Occidente.
            A la par que constituía una religiosidad dirigida a los laicos, se elaboraba también una nueva teología para uso de los eclesiásticos. En el siglo XII se tradujeron al latín las obras completas de Aristóteles; primero gracias a las traducciones hechas por los judíos desde el mundo árabe y luego desde Bizancio. Se impuso con ello una forma de razonar basada en la lógica que permitía rebatir a los herejes y organizar dogmas y prácticas dispersos. La Summa theologica del dominico Tomás de Aquino postulo que la Filosofía -la razón- podía ser un sustento valioso para la Teología -la fe- y que el conocimiento de la Naturaleza podía ser un medio para llegar a Dios. SE construyó así un edificio lógico que abarcaba tanto una explicación de los dogmas cristianos como los temas más actuales de moral práctica: el vicio, la virtud y sus adaptaciones a la realidad burguesa, al comercio y a la usura; el manejo del poder político –sobre todo el tema de las relaciones entre el Papado y la Monarquía- y la justificación de la violencia –las Cruzadas, la Reconquista y las hogueras contra los herejes-.
            La Summa aportó también una nueva visión de los sacramentos, completando el número de siete, definiéndolos como rituales propiciadores de la gracia y buscándoles su justificación bíblica, necesaria sobre todo en aquellos de más reciente creación como la confirmación y la extremaunción. Recibieron especial atención el matrimonio y la confesión. El primero, basado en un ritual vasallático, se volvió práctica obligatoria para reyes y nobles, dado que por su medio se legitimaban los linajes y se consolidaban las alianzas. Se impuso la monogamia, la exogamia –casarse fuera del núcleo familiar- y la indisolubilidad, pero la iglesia se reservó el derecho de autorizar permisos de excepción. La confesión, antes excepcional, se volvió forzosa para todo cristiano una vez al año, se catalogaron los pecados por su gravedad –mortales y veniales- o por su instrumentación e intencionalidad –pensamiento, palabra, obra u omisión- y se estipularon agravantes y atenuantes.
            Las nuevas concepciones sobre el pecado y la culpa y la presencia de la burguesía y de la riqueza urbana cambiaron también las creencias sobre el más allá. El Demonio se volvió un principio ordenador del espacio social, el maestro que guiaba a todos aquellos que estaban en contra de la Iglesia y que no obedecían sus mandatos. Asimismo se creó un nuevo espacio temporal, el purgatorio, donde debía purificarse todo cristiano antes de llegar al cielo. Por medio de cofradías y mandas testamentarias otorgadas a la Iglesia se podía ganar indulgencias para disminuir ese tiempo de purgación.
            Con el purgatorio la iglesia daba a los laicos una mayor participación en la vida religiosa, al tiempo que creaba modelos de santidad laica –reyes, nobles, mujeres, burgueses, artesanos-. La pobreza, tema implantado por el franciscanismo, se volvió virtud para quienes la buscaban voluntariamente, y la caridad y las obras de beneficencia se impusieron como medios de salvación.
            A la teología nueva se le llamó escolástica y su expansión por toda Europa se debió a las universidades, en cuyas facultades de artes y de teología se realizó la sistematización retórica y filosófica y se les enseño a los jóvenes clérigos. Influyeron también en este proceso de difusión un nuevo formato para los libros, la multiplicación de los ejemplares y nuevas reglas para su utilización, así como la existencia de una nueva lengua común el latín escrita y hablada por todos los intelectuales de la Europa Occidental.

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Rubial, Antonio, “Instituciones y estructuras medievales”, en Aurelio González y María Teresa Miaja de la Peña, Introducción a la cultura medival, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2005.

 Continuara....

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