LA
EDAD MEDIA
SOCIEDAD,
COSTUMBRES, VIDA, COMIDA, IGLESIA, INSTITUCIONES
Estimados
lectores, voy a poner unos pequeños trabajos de varios autores sobre la vida y
cultura medieval, instituciones, pensamientos, amor. Veremos como la vida era
ruda, fuerte, como a través de casi diez siglos, se formó lo que somos ahora.
Para que darle vueltas, gracias bien o mal, el resultado es un mundo nuevo y
nosotros somos ese resultado.
Estimados lectores podéis consultar
todo esto a través de un libro que editó la Facultad de Filosofía y Letras de
la UNAM, si os interesa, claro. Pero por lo menos sabréis de donde venís.
INSTITUCIONES Y ESTRUCTURAS MEDIEVALES
La feudalidad
Al hablar de la
feudalidad debemos tener en cuenta dos niveles de realidad: 1. El de la
Sociedad feudal definida a partir de las relaciones económicas existentes entre
el señor –laico o eclesiástico- y sus siervos, una relación que se comenzó a
dar con la crisis del sistema esclavista romano en el siglo III y que en muchos
países europeos perduró hasta el siglo XVIII e incluso hasta el XIX; 2. El
Feudalismo, institución basada en una serie de relaciones jurídicas entre un
señor y sus vasallos, todo nobles como él y que se desarrolló entre los siglos
IX al XIV.
La sociedad feudal apareció cuando el
Imperio Romano dejó de ser un estado en expansión que explotaba sus tierras con
mano de obra esclava barata obtenida por sus guerras de conquista. En el siglo
III, los continuos golpes de Estado provocados por un ejército que ya no
obtenía botines de guerra se aunaron a una crisis agrícola por la escasez de
mano de obra y a un abandono masivo de las ciudades. Los señores locales
aprovechaban los vacíos de poder para crear señoríos autónomos que sometían a
los campesinos libres y convertían a sus antiguos esclavos en siervos, hombres
semilibres, pero que debían a su señor servicios a cambio de protección. A
diferencia de los antiguos esclavos, el siervo podía tener una familia y
recibía una tierra en usufructo, pero curiosamente siguió llamándose del mismo
modo que los esclavos: servus.
El proceso de degradación económica,
que se vio acentuado en Occidente por la llegada de los germanos, no afectó del
mismo modo a la sección oriental del Imperio romano. De hecho, desde
Constantino, la capital se había trasladado a Bizancio y alrededor de esa
ciudad se conservaba una unidad política y administrativa gracias a una
burocracia eficiente y una iglesia sometida al Estado; además de un ejército
fiel que le permitió rechazar la violencia de las invasiones germánicas.
Mientras el Oriente cristiano poseía
ciudades prósperas y una economía monetaria sólida, la sociedad feudal en
Occidente tenía una productividad limitada, sin sentido de la ganancia y que
producía sólo lo necesario para el consumo. Los comerciantes –judíos y griegos
que procedían del imperio de Oriente- abastecían de artículos de lujo al clero
y a la nobleza. Los campesinos vivían al día, en una economía donde la moneda
era escasa y la mayor parte de las transacciones se hacían por trueque, estaban
sujetos a hambrunas y a una elevada mortandad y convivían hacinados en sus
chozas junto con los animales domésticos. Los señores, aunque en condiciones de
privilegio, vivían también con gran austeridad y con pocos lujos. En general
toda la población moría a temprana edad, era muy endogámica, pues los
matrimonios se realizaban entre familiares cercanos.
La sociedad feudal estaba regulada
por una serie de derechos y obligaciones establecidos por la costumbre. Los
siervos debían trabajar en las tierras del señor, las más cercanas a los ríos,
por ser las más fértiles, y debían entregar ciertos tributos en especie, como
cargas de leña o de hierba. Las siervas prestaban sus servicios, sobre todo en
la fabricación de textiles, en el gineceo del castillo. A los campesinos se les
llamaba villanos, porque vivían en villas y tenían una relación de dependencia
absoluta hacia su señor; estaban sujetos a la tierra o gleba y se transferían
con ella.
Con el renacimiento urbano y la
reactivación monetaria las relaciones entre los señores y sus siervos
cambiaron. Gracias al mercado urbano los campesinos podían vender sus productos
y con ello mejorar sus condiciones de vida y hasta comprar su libertad. Los
señores, por su parte, necesitados de dinero líquido, permutaron muchas de las
prestaciones de sus siervos en especie por metálico. Esto permitió que los
campesinos europeos, sobre todo aquellos que habitaban cerca de las ciudades,
cambiaran su status jurídico y poco a poco se convirtieran en hombres libres.
Esta situación sufriría un deterioro durante la gran crisis del siglo XIV; las
epidemias y el aumento de las exigencia tributarias por parte de los señores
provocaron una serie de rebeliones campesinas que serían ahogadas en sangre. A
partir de entonces la palabra “villano” comenzó a tener connotaciones negativas
y se contrapuso a la de noble usada con cargas positivas.
Frente a las relaciones de señorío-servidumbre, que se inscriben en
lo económico, a partir del siglo IX comenzaron a estructurarse una serie de
relaciones conocidas como feudo-vasalláticas.
Desde finales del siglo VIII, los miembros de la nobleza y del clero comenzaron
a establecer entre sí una serie de alianzas fomentadas por el emperador
Carlomagno. Para llevar a cabo sus conquistas y para organizar mejor su
imperio, Carlomagno necesitaba recursos. Como en su época la moneda era escasa,
el emperador encontró un buen medio para pagar los servicios militares,
religiosos y administrativos que los señores le prestaban: concederles tierras
o feudos. A cambio de su ayuda, de sus consejos y de su fidelidad, los nobles
vasallos –condes, marqueses, obispos y abades- recibieron de su rey protección
y beneficios en tierras. El contrato se sellaba con un rito, el homenaje,
en el que los vasallos hacían un juramento de fidelidad ante una reliquia o
sobre la Biblia y el señor les entregaba la investidura, un signo del feudo. El
rito del matrimonio creado en el siglo XII se tomó de ese rito vasallático.
Cuando Carlomagno murió y su imperio
se fragmentó, los antiguos vasallos del Rey se convirtieron en señores de otros
vasallos pequeños y Europa se dividió en un sinnúmero de pequeños y medianos
señoríos. Estos señores eran quienes administraban justicia y tenían su mando
numerosos ejércitos comandados por señores menores. Se desató entonces una gran
violencia de unos señores contra otros y contra los reyes a lo que se agregó
una nueva oleada de invasiones –vikingos escandinavos, húngaros y sarracenos-
que sembraron en la Europa occidental el terror y el caos a lo largo del siglo
IX.
Los grandes señores feudales regían
a menudo unidades nacionales, territorios que poseían una lengua, costumbres e
historia comunes y que se sentían fuertemente vinculadas por un sentimiento de
pertenencia a ese grupo. Después el año 1000 los reyes comenzaron a concentrar
el poder político y a someter a esos señores gracias a las alianzas matrimoniales, a la guerra y a
que consiguieron convertir a todos ellos en sus vasallos. Para lograr sus
objetivos los reyes buscaron el apoyo de las otras dos fuerzas políticas, la
iglesia y los burgueses. En el siglo XIV el sistema vasallático desapareció,
pero la palabra vasallo continuó utilizándose para nombrar a los súbditos del
rey.
La crisis del siglo XIV y la guerra
de los Cien Años terminaron por debilitar a la nobleza feudal en beneficio de
las monarquías en Inglaterra, Francia, Castilla, Aragón y Portugal. No pasó así
en Italia y en Alemania donde las pugnas entre el Papado y el Imperio
terminaron por debilitar esos dos poderes y generaron una gran fragmentación política
en esas dos regiones que no se unificaron hasta el siglo XIX.
El municipio
Después del año
mil Europa vivió un proceso de incremento poblacional que trajo como
consecuencia la expansión de las zonas de cultivo, el mejoramiento de las
técnicas agrícolas y una revolución en las tecnologías aplicadas a la
producción de alimentos molinos de viento y de agua, por ejemplo-. Al aumentar
la población no sólo creció la necesidad de alimentos; hicieron falta también
utensilios de todo tipo.
Con el aumento de la población y del
consumo, las ciudades comenzaron a crecer y se volvieron de nuevo centros
artesanales. Muchos individuos montaron en las calles de los centros urbanos un
taller donde establecieron su casa y su tienda, y se aliaron con otros
artesanos en asociaciones llamadas gremios;
cada uno de los artículos estaba controlado por un gremio y sólo aquellos que
pertenecían al gremio podían producirlo. Algunos artesanos se dedicaron a
fabricar telas, sin embargo, para hacerlas era necesario tener capital, muchos
empleados y un gran taller; de ahí nació la primera industria moderna, la
textil.
La otra gran actividad urbana fue el
comercio. Los italianos, sobre todo
los de Venecia, muy pronto llegaron a comerciar en todas las costas del
Mediterráneo. Comenzaron siendo una colonia bizantina y a través de Bizancio
consiguieron muchos artículos de lujo de Oriente; pero muy pronto se
independizaron de Bizancio e intercambiaron directamente sus productos con los
musulmanes del Norte de África y del Cercano Oriente. Los barcos venecianos
salían cargados con madera, hierro y otros metales y regresaban con marfiles,
oro y esclavos negros de África y con perfumes, tapetes, telas ricas y especias
para condimentar las comidas. En los mares del norte de Europa los vikingos,
después de cristianizarse, se dedicaron también al comercio de pieles y miel de
Rusia, de trigo de Polonia, de telas de Flandes, de pescado salado de
Escandinavia, de vinos y sal de Francia, de lana de Castilla, de estaño de
Inglaterra. Para el siglo XIII un grupo de ciudades de Alemania organizadas en
una Hansa
o liga desplazaron a los vikingos en esa zona.
Muy pronto, gracias al comercio, la
moneda volvió a circular como medio de intercambio y muchas ciudades emitieron
sus monedas de plata y oro. Pero muy a menudo, las monedas eran insuficientes
pues había poca plata y oro, que provenía de África, llegaba en pocas
cantidades; por ello se hizo necesario el nacimiento del crédito. Crédito viene
de credere, creer, tener confianza en
que el dinero o las mercancías prestadas iban a ser devueltas. Mucha gente que
no tenía con que pagar, daba un papel firmado o dejaba una joya o un objeto en
garantía por el préstamo; a cambio de la cantidad prestada, el prestamista
recibía un interés, o sea, una suma mayor de la que había prestado. Al
principio, la iglesia consideró que el crédito era inmoral y lo prohibió. Sin
embargo, con el tiempo, la iglesia permitió que se cobrara un interés moderado
y muchos cristianos se dedicaron a esa actividad y se enriquecieron. Algunos de
estos prestamistas se ponían en los mercados y, además de prestar dinero,
también intercambiaban monedas; como su actividad la hacían en un pequeño banco
se les comenzó a llamar banqueros.
Artesanos y comerciantes formaron una nueva clase social que se llamó burguesía
y que rompió con la estructura tradicional de los estamentos feudales: nobleza
y clero.
En algunas regiones como el norte de
Italia, Flandes, el norte de Alemania y de Francia y el este y el norte de
España, las ciudades se convirtieron en centros tan importantes que lograron de
los señores y obispos una serie de privilegios y el permiso de crear
ayuntamientos o municipios, es decir, gobiernos
autónomos. Hubo zonas, como el norte de Italia, donde esos ayuntamientos
fueron tan poderosos que tuvieron sus ejércitos y lograron una total
independencia de los señores. Florencia, Venecia, Génova y Milán se
convirtieron en verdaderos estados que sometieron a otras ciudades menores. En
otros lugares como España, Inglaterra y Francia, los ayuntamientos recibieron
el apoyo de los reyes.
La riqueza que trajo el comercio, la
industria textil, la banca y las artesanías llenó las ciudades de hermosos
edificios, decorados con esculturas, pinturas y objetos preciosos. De esos
edificios, los más bellos eran las iglesias y las catedrales. Sus torres,
arcos, columnas, estatuas y vitrales son ejemplo de uno de los estilos
artísticos más bellos del occidente: el gótico.
El comercio fue sólo unos de los
procesos que llevaron a Europa a buscar nuevas rutas y expandir sus fronteras.
El otro fue una guerra santa que se conoce como la Cruzada. Desde el siglo VII el Islam comenzó a apropiarse del
comercio Mediterráneo, pero a fines del siglo X Bizancio logró arrebatarle las
islas que constituían enclaves estratégicos en ese mar interior. Para el siglo
XI el imperio islámico, que se había fragmentado en numerosos Estados era
conquistado por un nuevo grupo llegado de las estepas del centro de Asia: los
turcos seléucidas.
Los turcos, recién convertidos al
Islam y por eso más fanáticos que los viejos musulmanes, comenzaron a poner
muchas dificultades para el paso de los peregrinos a Jerusalén y Tierra Santa.
En el año 1070 los turcos derrotaron al ejército bizantino y se apoderaron del
Asia Menor. Bizancio pidió ayuda a los cristianos occidentales a pesar de
haberse separado de ellos quince años atrás. El papa Urbano II consideró que
era un buen momento para reunificar las iglesias latina y bizantina y lanzó un
llamamiento a toda la cristiandad para arrojar a los turcos del imperio
bizantino y reconquistar Jerusalén y Tierra Santa. Por otro lado, el Papa tenía
fuertes conflictos con el emperador de Alemania y la cruzada era una forma de
desviar la atención.
Como la población europea había
crecido, muchos hombres desempleados se lanzaron a la conquista de Tierra
Santa, con la promesa de obtener un rico botín. Algunos de ellos, encabezados
por predicadores fanáticos y armados con palos y piedras murieron en el primer
enfrentamiento contra los musulmanes. Otros, mejor armados y dirigidos por
nobles que conocían bien las tácticas de guerra, lograron tomar Jerusalén en el
año 1099. Durante casi cien años los cristianos vivieron en la ciudad santa,
fundaron en ella un reino y pusieron un patriarca. Un sinnúmero de
comerciantes, soldados, monjes, peregrinos se trasladaron a esas tierras a
hacer fortuna, a pedir limosna, a rezar y a convertir al cristianismo a los
musulmanes. Incluso se crearon órdenes de monjes soldados como los templarios,
los teutónicos y los hospitalarios, que rezaban y guerreaban. El sultán turco
Saladino la reconquistó en el año 1187. Se organizaron otras cruzadas, pero
todas fueron un fracaso. Incluso la cuarta cruzada, organizada por Venecia,
cambió de rumbo cuando se dirigía a Tierra santa y se fue contra Bizancio y la
conquistó. Venecia saqueó la ciudad, se llevó reliquias, manuscritos, obras de
arte y eliminó a su competidora en el comercio oriental. Después de eso, el
Imperio Bizantino no pudo recuperarse más.
Las ocho cruzadas que hubo no
lograron lo que se propusieron. Los lugares santos no se rescataron y Bizancio
no fue ayudada, es más se le perjudicó tanto que toda posibilidad de
restablecer con ella la unidad de las iglesias se cerró para siempre. El
comercio y las cruzadas no sólo produjeron la reactivación de la vida económica
de las ciudades, también ocasionaron a la larga la salida de los europeos hacia
los otros continentes.
La Iglesia
Las relaciones
entre la Iglesia y el Estado estuvieron siempre enmarcadas por el hecho de ambas
instituciones tenían la pretensión de ser poderes universales.
Desde que en la época de Constantino
el Imperio Romano adoptó el cristianismo, aparecieron dos concepciones de cómo
debían de ser las relaciones entre ambos poderes. 1. En el Imperio Romano de
Oriente se configuró el Cesaropapismo, que consideraba que la cabeza de la
Iglesia era el emperador y a él correspondía elegir a los obispos; 2. En
cambio, en el Occidente, a raíz de la destrucción de la unidad imperial a causa
de las invasiones germánicas, el obispo de Roma tuvo una relativa independencia
que le ayudó a consolidar la idea de que él era la cabeza de la iglesia
universal y a él debían estar sometidos todos los obispos de la cristiandad.
Durante algún tiempo, sin embargo,
el papado tuvo que sujetarse a los poderes temporales, primero a los
emperadores bizantinos, después a Carlomagno y finalmente a los otónidas. Sin
embargo, a partir del siglo XI se iniciaron una serie de reformas que
estructuraron el Papado como una monarquía, a imitación de lo que estaba
sucediendo en Inglaterra, Francia y Castilla. En ese periodo se conformaron la
curia romana, el colegio de cardenales para la elección papal y los códigos de
derecho canónico; en tres siglos se reunieron seis concilios ecuménicos, se nombraron
legados diplomáticos en toda Europa y el Papado pudo intervenir en la
investidura de obispos y exigir el celibato forzoso de todos los sacerdotes. El
papado también instrumentó nuevos medios de control: la excomunión, la cruzada
contra musulmanes, cismáticos y herejes y La Inquisición –con el pretexto de
acabar con las fuerzas satánicas- Esos cambios se debieron sobre todo a una
serie de papas relacionados con la reforma monástica de Cluny que les dio no
sólo las ideas sino también una red de relaciones en toda Europa gracias a las
cuales la reforma pudo imponerse.
En el proceso tuvieron un importante
papel las pugnas entre el papado y el imperio alemán que se disputaban cuál de
los dos poderes debía nombrar a los obispos, que eran autoridades a la vez
civiles y religiosas. Después de la llamada querella
de las investiduras el papado pudo intervenir en la investidura de obispos
en todo el Occidente, aunque de hecho los reyes siguieron nombrándolos. Las
monarquías tenían en los obispos y las iglesias locales uno de los ejes más
sólidos para consolidar su poder frente a los señores feudales. A cambio de
ello se les permitieron fueros y el tener tribunales eclesiásticos propios. El
imperio bizantino desconoció estas pretensiones papales en 1054 y alegó que el
obispo de Roma jamás había sido la máxima autoridad de la iglesia.
En ese proceso de reforma el Papado
tuvo el apoyo de nuevas congregaciones religiosas: 1. Premonstratenses y
cartujos modelaron e institucionalizaron el ideal eremítico; 2. El Císter, otra
reforma de los benedictinos, creó los capítulos generales para discutir los
asuntos monásticos y puso las bases para la creación de órdenes militares; 3.
Los Mendicantes –franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, etc.-
dedicados a la predicación en las ciudades y con una organización piramidal que
les permitía una gran movilidad y unas autoridades sujetas directamente al
Papado. Con la fundación de sus ramas femeninas de rigurosa clausura se
ejercieron mayores controles sobre las mujeres. En el ámbito local se
consolidaron también las catedrales y sus cabildos alrededor de los obispos
–canónigos regulares de San Agustín- y se impuso el celibato forzoso de todos
los sacerdotes del clero secular.
Un aspecto central en el proceso de
consolidación del Papado fue la confrontación de la idea de Cruzada contra los
enemigos de la fe: musulmanes, cismáticos y herejes. Esto y la creación del
tribunal de la Inquisición para perseguir a los disidentes convirtieron al Papa
en el paladín y guía espiritual de las fuerzas del bien. La justificación de la
violencia estaba avalada por la idea presente en el Antiguo Testamento de un
Dios que era el Señor de los Ejércitos, pero también se vio influida por la
mística de la guerra santa islámica. Un importante catalizador del proceso fue
la aparición de varias herejías denominadas pauperistas
–como los valdenses y los cátaros- que consideraban que la iglesia no seguía el
ideal de la pobreza evangélica y que su riqueza y poder la habían alejado de
Dios. Los cátaros, además, negaban los sacramentos, el purgatorio y la
presencia de Cristo en la Eucaristía, pues consideraban que la materia y lo
corporal estaban en relación íntima con el mal. Para la cristiandad Occidental
de esta época era necesario utilizar la violencia para acabar con las fuerzas
satánicas representadas por los musulmanes, judíos, homosexuales ermitaños,
cátaros y brujas. Esto dio nacimiento a una sociedad represiva, cuyo
institución más representativa fue el tribunal del Santo Oficio d la
Inquisición encargado a la orden dominica.
La religión como un espejo institucional
La religión como
un espejo de creencias mitos y
prácticas ritos tiene como finalidad
transformar el Caos en Cosmos, es decir elaborar los terrores de los seres
humanos frente a las fuerzas naturales y ordenar, con explicaciones
convincentes –Cosmovisión-, los dos principios que mueven el universo: la
creación y la destrucción, la vida y la muerte. Tales explicaciones se expresan
por medio de narraciones e imágenes cargadas de símbolos y van dirigidas a
impactar la emotividad. Pero las cosmovisiones sólo pueden canalizar sus
creencias a través de prácticas que implican la presencia d los cuerpos. Esas
prácticas se manifiestan como prohibiciones –sexuales, alimenticias- o como
rituales en los cuales están incluidos los sacrificios, las peregrinaciones, el
uso de amuletos, las oraciones, la danza y las imágenes de los dioses. El rito
no sólo se convierte en algo cotidiano, sino que, además, sirve para solicitar
a las fuerzas cósmicas la solución de las necesidades materiales y, en etapas
posteriores, la promesa de una vida sin sufrimiento después de la muerte. La
comunicación oral marca con sus rasgos la manera de transmitir mitos y ritos:
la repetición que permite la memorización, el uso de fórmulas –ensalmos y
oraciones-, la gestualidad que subraya lo que se dice, la idea de un eterno
presente. En las religiones monoteístas, la escritura –llamada sagrada- traerá
consigo la transformación de los mitos en dogmas y de los ritos en liturgia.
Las creencias y las prácticas
religiosas se convierten en sistemas reguladores de una sociedad por medio de
un aparato institucional regido por chamanes o por sacerdotes, personas que
pretender tener el aval de las fuerzas superiores, a quienes representan. Ese
aparato institucional está vinculado a menudo con el poder político y militar
al cual le ofrece mecanismos del control ideológico, sistemas de escritura y
representación, validación divina del poder, etc. La expansión de algunas
religiones en extensos territorios se debió bien a su alianza con una
estructura político militar, bien a una guerra de conquista que impuso la
religión del vencedor como parte de su dominación.
Esto pasó cuando el cristianismo
dejó de ser una religión de minorías para volverse una religión de masas y al
ser insertada como parte del aparato ideológico e institucional del Imperio
Romano. Sin embargo, el proceso de adopción de la nueva fe por las masas fue
muy distinto en la zona oriental del imperio y en la occidental. Mientras en
Oriente y en toda la ribera del Mediterráneo –el área más urbanizada del mundo
romano y la más centralizada políticamente- el cristianismo asimiló muy pronto
las antiguas religiones y se implantó con un efectivo uso de imágenes, símbolos
y ritos, en cambio en Occidente, sobre todo en las regiones regidas por los
grupos germánicos, celtas y eslavos –mucho más ruralizado, sumido en el caos de
las invasiones y fragmentado- sólo un pequeño sector eclesiástico estaba
compenetrado de un cristianismo basado en la escritura, mientras que las masas,
que habían recibido en bautismo obligadas por sus señores, seguían practicando
sus antiguas religiones y eran sólo nominalmente cristianos.
Tal situación comenzó a cambiar a
partir del siglo XI por varias causas: 1. Aumento de los contactos con la
cristiandad bizantina, 2. Enfrentamiento con el Islam, 3. Crecimiento de las
ciudades, 4. Aparición de la burguesía, 5: Consolidación de las cortes
feudales, 6. La aparición de la herejía cátara, y 7. Los cambios que se daban
al interior de la Iglesia occidental.
Entre el siglo XII y el XV en la Cristiandad
latina se reestructuró la predicación hacia los laicos haciendo uso de muchas
de las concepciones y técnicas utilizadas por la iglesia bizantina. Los
mendicantes jugaron en esto un papel fundamental. Uno de los temas centrales de
la nueva concepción fue el dogma de la Encarnación. La humanidad de la segunda
persona de la Trinidad, que había quedado oculta detrás de la visión
apocalíptica del Cristo Juez, se recuperaba para dar lugar a los temas de la
infancia y de la pasión. La Virgen María, tan presente en la iglesia bizantina,
comenzó a recibir una atención inusitada en Occidente donde se convirtió en una
reina, Nuestra Señora, y hasta se le declaró libre del pecado original, no sin
desatar fuertes pugnas teológicas entre franciscanos y dominicos. La negación
que hacía del cuerpo la herejía cátara motivó una redefinición de los dogmas
sobre la corporeidad –la presencia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía, su
ascensión al cielo, la asunción de la Virgen y la resurrección de todos los
cuerpos el día del Juicio-.
Para extender las nuevas
concepciones entre los laicos, la iglesia occidental utilizó la imagen como una
tecnología de comunicación. Este medio, restringido hasta el siglo XI en
Occidente a la ilustración de libros en los monasterios, comenzó a hacerse
extensivo, por influencia de Bizancio y de Cluny, como un instrumento de
evangelización. Las imágenes devocionales pintadas y esculpidas llenaron los
altares y se convirtieron en vehículos de emotividad y en centro de la
liturgia. Otras veces sirvieron para narrar historias y se volvieron un medio
didáctico insustituible. La imagen impactó también en la narración de los
sueños y las visiones. En especial las mujeres, marginadas del sacerdocio y de
la predicación, encontraron en ese medio una forma de imponer su presencia. Los
temas de esas visiones fueron la eucaristía y la pasión, el niño Jesús, el
Demonio, viajes al cielo, al infierno y al purgatorio, la sangre, la leche y el
corazón.
Un aspecto importante de la nueva
tecnología fue la introducción del teatro y la transformación de la liturgia en
un espectáculo desarrollando una arquitectura escenográfica para él. Un papel
central de esa liturgia fue el “culto a los nuevos santos, a sus imágenes y
reliquias”. Para la iglesia, los santos eran modelos de virtudes que
los fieles debían de imitar; para los individuos se convirtieron en seres que
otorgaban bienes, salud e hijos; las ciudades, además de protectores contra las
enfermedades y las catástrofes, los consideraban sus héroes, y como tales
sirvieron para cohesionar a la sociedad, y para fortalecer las identidades
colectivas. En el bautismo se le daba a cada persona el nombre de un santo bajo
cuya protección se ponía al recién nacido. Familias, gremios, cofradías,
ciudades y países se pusieron al cuidado de uno o varios patronos celestiales.
Sus fechas de celebración durante el año litúrgico les concedieron también
dominio sobre las diversas actividades agrícolas y los convirtieron en patronos
de las floraciones, de las vendimias, de las lluvias o de los sembradíos. Así,
al relacionarlos con las fuerzas que regían el cosmos, los santos fueron poco a
poco sustituyendo a los viejos dioses.
Además del culto a los santos se
introdujeron nuevas fiestas –como las
celebraciones marianas, los fieles difuntos y el Corpus Christi- que, la
utilización de objetos sagrados como remedios mágicos –rosarios, escapularios,
medallas- sirvieron para suplantar el paganismo persistente de las masas
campesinas y urbanas por un cristianismo afectivo y ritual. Desde el siglo XII
la revolución en las tecnologías de la comunicación visual y la humanización
del cristianismo hicieron posible que el cristianismo se convirtiera en
religión de masas de Occidente.
A la par que constituía una
religiosidad dirigida a los laicos, se elaboraba también una nueva teología
para uso de los eclesiásticos. En el siglo XII se tradujeron al latín las obras
completas de Aristóteles; primero gracias a las traducciones hechas por los
judíos desde el mundo árabe y luego desde Bizancio. Se impuso con ello una
forma de razonar basada en la lógica que permitía rebatir a los herejes y
organizar dogmas y prácticas dispersos. La Summa theologica del dominico Tomás
de Aquino postulo que la Filosofía -la razón- podía ser un sustento valioso
para la Teología -la fe- y que el conocimiento de la Naturaleza podía ser un
medio para llegar a Dios. SE construyó así un edificio lógico que abarcaba
tanto una explicación de los dogmas cristianos como los temas más actuales de
moral práctica: el vicio, la virtud y sus adaptaciones a la realidad burguesa,
al comercio y a la usura; el manejo del poder político –sobre todo el tema de
las relaciones entre el Papado y la Monarquía- y la justificación de la
violencia –las Cruzadas, la Reconquista y las hogueras contra los herejes-.
La Summa aportó también una
nueva visión de los sacramentos, completando el número de siete, definiéndolos
como rituales propiciadores de la gracia y buscándoles su justificación
bíblica, necesaria sobre todo en aquellos de más reciente creación como la
confirmación y la extremaunción. Recibieron especial atención el matrimonio y
la confesión. El primero, basado en un ritual vasallático, se volvió práctica
obligatoria para reyes y nobles, dado que por su medio se legitimaban los
linajes y se consolidaban las alianzas. Se impuso la monogamia, la exogamia
–casarse fuera del núcleo familiar- y la indisolubilidad, pero la iglesia se
reservó el derecho de autorizar permisos de excepción. La confesión, antes
excepcional, se volvió forzosa para todo cristiano una vez al año, se
catalogaron los pecados por su gravedad –mortales y veniales- o por su
instrumentación e intencionalidad –pensamiento, palabra, obra u omisión- y se
estipularon agravantes y atenuantes.
Las nuevas concepciones sobre el
pecado y la culpa y la presencia de la burguesía y de la riqueza urbana
cambiaron también las creencias sobre el más allá. El Demonio se volvió un
principio ordenador del espacio social, el maestro que guiaba a todos aquellos
que estaban en contra de la Iglesia y que no obedecían sus mandatos. Asimismo
se creó un nuevo espacio temporal, el purgatorio, donde debía purificarse todo
cristiano antes de llegar al cielo. Por medio de cofradías y mandas
testamentarias otorgadas a la Iglesia se podía ganar indulgencias para
disminuir ese tiempo de purgación.
Con el purgatorio la iglesia daba a
los laicos una mayor participación en la vida religiosa, al tiempo que creaba
modelos de santidad laica –reyes, nobles, mujeres, burgueses, artesanos-. La
pobreza, tema implantado por el franciscanismo, se volvió virtud para quienes
la buscaban voluntariamente, y la caridad y las obras de beneficencia se
impusieron como medios de salvación.
A la teología nueva se le llamó escolástica
y su expansión por toda Europa se debió a las universidades, en cuyas
facultades de artes y de teología se realizó la sistematización retórica y
filosófica y se les enseño a los jóvenes clérigos. Influyeron también en este
proceso de difusión un nuevo formato para los libros, la multiplicación de los
ejemplares y nuevas reglas para su utilización, así como la existencia de una
nueva lengua común el latín escrita y
hablada por todos los intelectuales de la Europa Occidental.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Rubial, Antonio,
“Instituciones y estructuras medievales”, en Aurelio González y María Teresa
Miaja de la Peña, Introducción a la
cultura medival, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2005.
Continuara....
No hay comentarios:
Publicar un comentario