“ORA
ET LABORA”
LA
DULCERÍA MONACAL DE LAS MONJAS
Estimados lectores
acercándose las Navidades, es bueno enterarse, de cómo los dulces representaron
un papel primordial, como ya hemos visto el algún documento que he presentado
sobre la dulcería en Puebla. Y ahora presento sobre la dulcería en España.
Espero que se os haga agua la boca y tengáis unas bonitas navidades.
ORÍGENES
DE LA DULCERÍA MONACAL
Hace años escribí 1 que la
tradición dulcera de los conventos de monjas es difícil de precisar en cuanto a
su iniciación cronológica, pudiendo decirse que no se remonta a tiempos
primitivos, entre otras razones porque algunos de los productos utilizados y
que son indispensables en esta actividad artesana no habían llegado a
conocimiento de ellos. Téngase en cuenta que el cultivo de la caña de azúcar
será introducido en España por los árabes.
Es cierto que en el manuscrito anónimo del
siglo XII sobre la cocina hispano-magrebí 2 pueden encontrarse no pocas recetas
de confitería, de las que es posible deducir el origen de algunas de las
actuales elaboraciones mozárabes. Sin embargo, estas elaboraciones han venido
experimentando una lógica evolución con el transcurso de los tiempos.
La Universidad de Salamanca ha sacado a la luz
un interesante libro titulado Manual de
mugeres en el cual se contienen muchas y diversas recetas muy buenas
(1475-1525), libro en el que se contienen recetas tanto de cocina como de
cosméticos y medicinas y que se dirigió a mujeres de alto rango 3.
Es curioso observar que la receta de olla
morisca es seguida de otras para «hazer hojaldres» y «hazer buñuelos». En la
citada edición de la Universidad de Salamanca hay una nota que dice: «Al - Sagati avisó de los fraudes de los
vendedores en la Málaga del siglo XIII. De cómo se hacen los buñuelos dice que
la medida necesaria de aceite para freirle es tal que tienen que quedar de
manera que al apretar un buñuelo en la mano se arruga, dejando aceitada la
palma.»
Se ha dicho 4 que «durante siglos los conventos y monasterios
se rodearon de misterio. En la actualidad empiezan a ser más accesibles al
mundo laico, que acude a tan grandiosa fuente documental para saciar
curiosidades, desvelar posibles incógnitas o adquirir conocimientos
filosóficos, científicos y humanísticos. Hoy los conventos tienen una política
de puertas abiertas, para facilitar conocimiento de la historia y los hábitos
de vida de estas personas consagradas a Dios. Por ello, sus platos
tradicionales, de difícil elaboración, que garantizan un óptimo aprovechamiento
de las materias primas proporcionadas por la zona o región en la que se hallan
instalados, están considerados un agradable descubrimiento».
Sin embargo, ello no puede
estimarse como rigurosamente exacto. Existen no pocos recetarios que la
investigación ha sacado a la luz en los tiempos muy posteriores a aquellos en
que fueron escritos. El posible secretismo de las fórmulas monjiles se debe más
a la falta de interés por conocerlos que al propósito de que quedasen en
secreto.
Entre los muchos ejemplos que
pueden citarse –algunos quedarán relacionados más adelante– puede decirse que
en Portugal se conserva un manuscrito de la monja Carolina Augusta de Castro e
Silva 5 que —— en el Monasterio de Odivelo, fundado por D. Dinos, en 1205, para
la Orden de Bernardos de Císter. La monja vivió en la primera mitad del siglo
XIX y, en su recetario –«nossa ignorancia e muito grande», confesaba
refiriéndose a la cocina– se recopilan numerosas recetas de confitería en las
que puede observarse similitud con los que se encuentran en otros monasterios,
tales como el pudín de batatas, bollos de almendra, arroz con leche, etc. Como
nota curiosa señalaré que, al final del libro y después de lo que atañe al
estómago, se encuentran fórmulas para elaborar tinta para escribir, tinta para
letra romana antigua y tinta encarnada, entre otras tintas.
Los recetarios que se han
conservado, y que no son pocos, se escribían tan solo como transmisión de
enseñanzas a los novicios que sucesivamente habían de actuar en las cocinas.
Estas enseñanzas, por lo general, tenían carácter fáctico y verbal, y el que
tanto ellos como los escritos no trascendiesen fuera de los monasterios no debe
entenderse como un propósito de guardar en secreto sus elaboraciones.
El poeta José Antonio Muñoz Rojas
6 hace un relato en relación con el origen de las fórmulas utilizadas en los
conventos para la elaboración de sus dulces. Ello ya no es rigurosamente
aplicable en la actualidad, especialmente teniendo en cuenta que el volumen de
productos elaborados es mayor atendiendo a finalidades más o menos comerciales.
Hacia 1973 las monjas dominicas de Valladolid llamadas «calderonas» aprendieron
el arte de la repostería de un confitero de Villalón, conocimiento que
transmitieron a otras religiosas de la misma Orden en Palencia, así como a las clarisas
de Medina del Campo7.
El citado poeta Muñoz Rojas dice:
«Claro que la receta de esos dulces es inútil. Habría que decir: “Construya
usted un convento hacia 1600 y tanto con tantas monjas. Deje pasar un par de
siglos y que un buen día, porque le venía angosto el mundo o le dieron un
desengaño mayúsculo, se metió a monja Fulanita de tal, y que otro, ya en el
convento, para hacerle un regalo al capellán, o a la suegra del marqués vecino,
o a la sobrina que se casaba, se acuerda Dña. Fulanita de que en su casa se
hacía tal y tal dulce, y luego en otra ocasión otro, y le escribieron las
recetas a la M. Patrocinio, que era aficionada como nadie y tenía manos de
plata para la confitura, hasta que al cabo de los siglos, de la M. Patrocinio
en la M. Salvadora y de la M. Salvadora en la hermana Beatriz, no quedaba
memoria de receta, porque las monjas son una calamidad para cosa de papeles, y
se perdió, pero se guardó la costumbre, y anualmente salen a su tiempo debido
del torno a la luz del mundo, esos prodigios melifluos.»
«No,
las recetas monjiles son imposible de reproducir. Como los vinos tienen su
tierra y su madera y están, afortunadamente, fuera de tiempo y fórmula. Gracias
a Dios, y por muchos años, que nos guarda esas moradas de duración y altísima
civilización que son los conventos de clausura.»
CONCOMITANCIAS ÁRABES
No puede ignorarse las raíces
árabes de la dulcería monástica, aunque también es justo reconocer que no son
las únicas que inspiran sus elaboraciones. Los productos que se emplean
denuncian esta ascendencia, que también pudo llegar a los obradores
conventuales a través de monjas educadas en ambientes influidos de ascendencia
árabe o de servidores moriscos.
Sin embargo, hay que insistir que
la tradición arábiga no es la única.
Por supuesto que sin azúcar no hay dulces, y
el azúcar, como dice Martínez Llopis 8 , se «introducía en España desde el reino de Granada, cuyos mercaderes la
importaban de los estos islámicos que ocupaban las costas septentrionales de
África»; posteriormente, también aprendieron a elaborarlo los campesinos
granadinos cuando iniciaron el cultivo de la caña dulce en las vegas de Granada
y Motril, sin contar con el que procedía de los moriscos del Reino de Valencia,
que también cultivaban la caña dulce, particularmente en Gandía, y elaboraban
el azúcar en ingenios o molinos que denominaban «trapings», vocablo que se
transformaría en trapiches».
La almendra es otro de los
elementos integrantes de la repostería conventual, aunque existan muchos
productos exentos de ella. El turrón, de origen incierto, tiene a la almendra
como fundamento. Y hay conventos que se han especializado, hasta nuestros días,
gracia a Dios, en preparados exclusivos de almendras. El citado Martínez Llopis
se refiere a las almendras garrapiñadas diciendo: «Desde un tiempo muy lejano eran apreciadas en Madrid las “almendras
garrapiñadas” que confeccionaban en la cerca Villa de Alcalá de Henares las
religiosas del Convento de San Diego, santo sevillano cuyos milagros le
hicieron famoso. El santo vivió sus últimos años en la ciudad complutense,
donde murió y se conserva su cuerpo. Aunque posteriormente se imitaron estas
almendras por algunos confiteros, las elaboradas por las monjas, que solamente
se podían adquirir a través del torno del convento, seguían conservando su fama»
9 .
En un tratado nazarí de Granda
sobre alimentos 10, que puede datarse en 1414-1424, se encuentran dulces de
miel, manteca y almendras, dulces de sémola, azúcar, miel y almendras, una
especie de pestiño de miel y almendras, entre otros.
Según Antonio Arjona Castro 11,
«como plato de postre se consumían en Andalucía infinidad de platos a base de
azúcar, miel, leche, sémola y otras confituras […] pasteles que saboreaban los
andaluces eran: los jubaya panecillos fritos con nuevo […] los gayyata, un
pastel de queso con agua de rosas […] los buñuelos de harina y agua (isfany), las filloas de mantequilla (musammanat), las galletas rellenas de
miel, almendras mondadas con dátiles deshuesados, los pasteles de almendras
fritas en aceite, espolvoreados en azúcar y perfumados con almizcle, las tortas
de piñones, de nueces picadas con pistachos y una especie de turrón (haiwa) hecha con almendras, avellanas,
piñones y granos de sésamo». Su relación con las elaboraciones de tiempos
posteriores y con las actuales no ofrece duda.
Según Nieto Cruz 12, en los
monasterios se han conservado ricos recetarios de cocina, dado que muchos
clanes de la nobleza al ingresar en ellos se los traían desde sus casas, al
igual que hacían otras profesas llegadas desde el mundo rural a las clausuras,
en los que alternaban con las novicias procedentes de distintas localidades.
Esta diversidad geográfica y social ha dado una gran riqueza y variedad a la
cocina de los conventos. Por otra parte, las continuas comunicaciones entre
miembros de la comunidad con otros centros producía una ineludible vía de
penetración de ideas y fórmulas gastronómicas que enriquecían los productos con
nuevas experiencias y materias a emplear. No se debe olvidar la gran influencia
que tuvo en la mayoría de las fundaciones (siglos XVI-XVIII) el sustrato
musulmán en la esfera gastronómica y que tuvo su esencia en dulces que aún hoy
gozan de gran predicamento entre la clientela más encendida (bienmesabes a los
quesitos de almendra, entre otros).
En la cocina árabe actual, aún la
extendida por lugares lejanos –Cartagena de Indias, en Colombia–, encontramos
un claro enlace de su dulcería con la conventual, también de nuestros tiempos.
En el libro La cocina árabe a su alcance 13 encuentro recetas de mermelada de
duraznos, mermelada de manzana, dulce de naranja agria, dulce de higos secos,
galletas con almendras, postre de coco, bizcocho puro helado, bizcocho de moka
y otros muchos que denotan claramente su enlace con la repostería monjil.
Gallego Morell 14 abunda en la
genealogía árabe de los dulces conventuales. Es en la dulcería –dice– donde
mejor y más interesante se puede sorprender la pervivencia hasta nuestros días
de marcadas influencias moriscas. Y es curioso que esta pervivencia se perpetúa
a través de caseras industrias montadas en los conventos de clausura. Y mas aún
que esta tradición cruce el Atlántico y también surja en concretos lugares de
Hispanoamérica: el contagio de la tradición dulcera de los conventos de
Granada. Y es en este campo de la dulcería donde una vez más coinciden las
costumbres gastronómicas de Andalucía y de Toledo […]. Muy característicos de
Córdoba, zona de Toledo y de La Mancha son las flores, dulces de sartén fritos
emborrizados en miel o los hojaldres con ajonjolí, y masas de harina perfumadas
con lunares, como son las perrunas. También es de origen morisco la batata
emborrizada en almíbar de las vegas de Málaga, etc.
En definitiva, y en relación con
la concomitancia árabe de los dulces, pasteles, galletas, golosinas y bizcochos
que salen de los obradores conventuales, puede opinarse que, con independencia
de las aportaciones personales de quienes los elaboran, los productos
utilizados determinan una clara influencia. Azúcar, miel, almendra y otros
elementos son habitualmente utilizados, dando lugar a fórmulas que
necesariamente han de emparentarse.
SANTIDAD DE LA DULCERÍA
Respecto de la aceptación
religiosa del vino no existe la menor duda. Basta citar el milagro primero
entre los obrados por Jesús convirtiendo el agua en vino, y ello sin tasa y
después de que los comensales hubieran consumido todo el que el maestresala
había preparado para el banquete.
Aunque los dulces no tienen tan
rotunda aprobación religiosa, es lícito opinar que su consumo en modo alguno se
encuentra reñido con las más escrupulosas exigencias religiosas. Baste,
naturalmente, considerar que las Órdenes monásticas más rigurosas las elaboran
ampliamente.
En las recetas populares el
tiempo para su confección no se fija en minutos, sino en oraciones. Así reza
una de ellas:
Medio Kilo de azúcar blanca,
agüita del Avellano,
y al perol la calabaza.
Tres salves y un padrenuestro
y la gracia de tus manos.
La dulcería se engarza también
con las cosas santas, contribuyendo con su gozo a la celebración de fiestas y
conmemoraciones religiosas. Gasch15 recuerda que la verbena de San Juan, en
Barcelona, se ameniza con «la dulzura
tradicional y familiar de las “coques”: una golosina autóctona […]. Las
clásicas “coques” se consumen en tales cantidades, que si se pudiera
confeccionar una sala con todas las que llegan a hacerse en la noche de San
Juan se formaría una “coca” más larga que la más larga serpiente de mar que
haya podido asomar a los periódicos durante todos los veranos de su ya larga
historia». También podría citarse, entre otros, la «tortilla» del día de
San Pablo, que se repartían a las salidas de los oficios religiosos celebrados
en la Iglesia de San Pablo del Campo, en Barcelona; o los brioches de hojaldre
y chicharrones en la verbena de San Juan; el roscón tradicional en el día de
los Reyes Magos; su peso en trigo que arroja cada vecino a San Isidro el día de
su festividad el 15 de mayo, en la localidad malagueña de Periana, con el fin
de que el Santo proteja los cultivos y conceda una buena cosecha; las
rosquillas que se llevan, Cómpeta, también en Málaga, el día de San Blas, 3 de
febrero, para que en la Parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción sean bendecidas
y utilizadas para los males de garganta 16.
Independientemente de que fueran
o no elaborados en recintos monacales, siempre ha sido tradicional el bautizo
de dulces y pasteles con nombres religiosos. Así pueden citarse, a vía de
ejemplo, las yemas de San Leandro, los huesos de santo, las lenguas de obispo,
los besos de monja, las cocas de San Juan, los dormidos del Corpus, hornazos de
Pascua, huesos de San Expedito, panecillos de San Antón, alfajores de júbilo,
bollos de San Marco, rosquillas de San Isidro, suspiros de monja, yemas de
Santa Teresa, así como otros muchos que se me quedan en el tintero.
En el libro La cocina de los conventos 17 se dice que son diferentes y
graciosos los nombres que han puesto las monjas a postres populares; así,
pepitones, a pequeñas piezas de almendra molida y cruda; periquitos, de las
madres dominicas de Valladolid, a pequeñas galletas de harina, azúcar, manteca,
huevos, anís e impulsor; pastas isabeles, del Convento de Santa Isabel, de las
clarisas de Valladolid, a las preparadas con manteca, azúcar, harina, yema,
almendra, limón y canela; los almendrados, a base de almendra, azúcar y clara
de huevo, lo mismo que los amarguillos; copitos, que son los mantecados de
pequeño tamaño.
La romería de San Antón Abad
tiene también su dulce correspondiente: los panecillos de San Antón, que
algunas pastelerías madrileñas ofrecen todavía con ocasión de la fiesta rural
[…] como herencia de la dulcería árabe, aunque sirvan para festejar a santo
cristiano, que así es la mezcla de cosas de este pueblo viejo 18. Según
Busca-Isusi 19, el tocino de cielo «es un
dulce hecho solamente con azúcar, yemas de huevo, agua y corteza de limón para
aromatizar muy ligeramente. Las yemas para su confección deben proceder en caso
de posibilidad de adquisición de huevos de aldeas y de gallinas que no
consuman piensos compuestos, sino granos, especialmente de maíz».
«En
el libro de refranes del maestro González Correas… se cita el tocino de cielo,
pero llamándolo tocino del paraíso.»
En ciertas localidades es
costumbre muy arraigada que los novios, el día de su boda, hagan llegar a las
monjas alguna docena de huevos con el interesado propósito de que consigan con
sus oraciones que luzca el sol durante el enlace y éste pueda celebrarse
lucidamente. Se cuenta que, en una de estas oportunidades, los huevos enviados
por la novia fueron rechazados, ya que, con antelación, habían sido recibidos
en el convento un par de docenas procedentes de una cofradía de agricultores
interesando oraciones para que lloviese, ya que sus frutos estaban padeciendo
por falta de agua. No siempre los nombres de los dulces hacían relación con la
mística. Anota Martínez Llopis 20 que en las recetas de pastelería
hispano-arábiga, - de las que es posible disponer, se encuentran muchas que
recuerdan los actuales dulces andaluces y aún conservan sus primitivas
denominaciones: alajú, arrope, mostachón, alfajores, almojabanas, pestiños,
etc.
Digamos, por último, que los
Santos no han rehusado poner punto final a sus ágapes –no magros por cierto–
con productos pasteleros.
Luis IX, de Francia, que alcanzó
la santidad en 1248, ofrece un banquete de abstinencia, al cual asiste Santo
Tomás de Aquino. Comienza el ágape con cerezas, con un curioso plato de habas
frescas, recién desgranadas, cocidas con leche de vaca. Le sigue un postre de
anguilas, lamprea en salsa verde, tartas, pasteles, dulces y salados y arroz
con leche, con almendras y canela 21.
BREVE RECORRIDO GEOGRÁFICO
Hacer un recorrido geográfico por
los conventos y monasterios, cuyas religiosas de manera más o menos importante
se dedican a la confección de dulces, es tarea compleja y que, desde luego,
excede de la extensión concedida a este trabajo. No obstante, es posible
dedicar a ello una cierta atención destacando lo que se refiere a España, a
Portugal y a México, países en los que es posible encontrar una más
preponderante inclinación a la repostería monjil.
Un completísimo repertorio de las
labores, entre ellas las gastronómicas y dulceras, que se trabajan en los
conventos de España se encuentra en el libro de Paca Arceo 22, quien, según
declara, ha efectuado más de 400 contactos recogiendo el tesoro de 170
conventos. «Resposteras, costureras, restauradoras, pintoras, lavanderas,
bordadoras, encuadernadoras... Una ojeada por la geografía española muestra el
buen puñado de oficios que se desarrollan entre los muros de nuestros conventos»
–dice–.
En el recorrido –dígase a título
meramente enunciativo– desde el pastel llamado «chato» de frutas confitadas y
la «zamarra», dulces grandes de masa de mazapán y frutas por dentro de las
dominicas de la Santísima Trinidad, de Alicante; los «corazones de almendra» de
las clarisas de Badajoz; los «concos» de las jerónimas de Baleares; hasta la
almendrada, tartas de Santiago y brazo de gitano de las dominicas de
Pontevedra; entre otras muchas especialidades repartidas por toda España.
Según Moreta y Álvarez 23, la
dulcería popular andaluza, cuyos límites con la del resto de España son
difíciles de precisar, tiene varios rasgos que la caracterizan: mantiene una
fuerte tradición morisca, está vinculada en gran parte al calendario de fiestas
religiosas, y encuentra en los conventos de monjas el reducto en el que,
gracias a Dios, se han conservado exquisitas y centenarias fórmulas guardadas
con celo y primor.
Haciendo un recorrido por el País
Vasco puede observarse en el mismo una destacada vocación dulcera. Así en el
Monasterio Cisterciense de Santa María Barria, en Oion, se elabora el rosco de
bizcocho del císter; las monjas dominicas del Monasterio de San Juan Baustista,
en Quejana, tienen como especialidad el bizcocho de quejana, así como el dulce de
nuez y un licor también de nuez; las monjas comendadoras del Real Monasterio de
San Juan de Acre, de Salinas de Añana, hacen el pastel que llaman de San José,
las clarisas del Monasterio de la Inmaculada de Vitoria elaboran turrón,
empiñonados, pastas de té y trufas doradas; las clarisas capuchinas del
Monasterio de Ntra. Sra. del Pilar, de Bilbao, destacan por su rosquillas de
Santa Clara; también en Bilbao hacen rosquillas –y brazo de gitano– las
concepcionistas del Monasterio de la Concepción; y en Elorrio las dominicas del
Monasterio de Santa Ana las tartas «berrio-otxoa» y «aitona».
Las menciones que acabo de hacer
son tan solo una iniciación del largo recorrido conventual, con referencias a
sus respectivas dulcerías, que hace Pedro Martín en su libro Ruta de los
monasterios de Euskal-Herria. En su introducción y refiriéndose a la riqueza
que se oculta tras las rejas de clausura, dice el autor, que no fue sólo el
enorme valor artístico de muchos monasterios lo que le llamó la atención, sino
también el tesoro de la sabiduría popular guardada desde hace siglos 24.
Los conventos de clausura de
Málaga y de algunos pueblos de su provincia ofrecen un muy lucido repertorio
repostero. En Málaga capital el Monasterio de las Carmelitas Descalzas de San
José (roscos); el Monasterio Cisterciense de la Asunción de Ntra. Sra. (roscos
de almendra, de vino o bañados, borrachuelos, pasteles de gloria, suspiros de
almendra, mantecados y mantecadas, nevaditos, pastas de coco); Abadía
Cisterciense de Santa Ana (polvo de batata, cubiletes, carne de membrillo,
mantecados de canela, jalea de membrillo); Convento de Ntra. Sra. de la Paz y
Santísima Trinidad (borrachuelos, empanadillas, bolitas de coco, magdalenas).
En Antequera: el Convento de Ntra. M. Santa Clara de Belén (bienmesabe,
polvorones, alfajores); Convento de Carmelitas Descalzas (yemas, trufas, pasta
flora, bienmesabe, nevaditos, pestiños, piñonadas). En Archidona: Convento de
Jesús María del Socorro, Religiosas Mínimas (quesitos de almendras,
mostachonas, polvo de batata). En Cañete la Real: Monasterio del Santísimo
Sacramento y de Santa Teresa de Jesús (borrachuelos, tortas de Caños Santos).
En Estepona: Monasterio de Santa María del Monte Carmelo y San Elías Profeta
(pestiños con miel, brazo gitano). En Ronda: Convento de Carmelitas Descalzas
del Corazón Eucarístico de Jesús (mantecadas, magdalenas, sultanes, cortadillos
de cidra); Convento de Franciscanas de Ntra. Sra. del Patrocinio (polvorones,
roscos de vino y de huevo, borrachuelos, mazapán, cocadas, empanadillas) 25.
Don Juan Valera, en su preciosa
novela Juanita la Larga 26, nos dice
que su protagonista descollaba por sus celebérrimos bizcochos de yema que solo
hacían unas monjas de Écija, de cuyo secreto tradicional no se comprende por
qué arte o maña prodigiosa ella había sabido apoderarse.
Más adelante advierte que «toda persona que tenía buen paladar
reconocía al punto la imitación de Juana, porque carecía del “quid divinum” que
hay en los legítimos, prestándoles tan soberano sabor, que si con grosera y material
supuesto pudiésemos imaginar que los querubines, cuando bajan a la tierra con
algún mensaje de arriba, tienen el capricho o se allanan a comer algo sin duda
que no comerían otra cosa que los tales bizcochos de yema hechos por las
mencionadas monjas».
Camilo José Cela 27, cuando viaja
por Sevilla, dice que «lo más meritorio
en el Convento de Monjas de San Leandro, para su gusto, son las yemas, cuyo
secreto guardan las monjitas tan celosamente que nadie lo sabe. Hay quien
piensa que las monjas de San Leandro tienen inventado, desde tiempos antiguos,
un raro ingenio que deja caer unas finísimas meadinas de yema sobre el caldero
en que el almíbar hierve. Los hilillos en los que el huevo cuaja se pasan por
agua bendita para que las hebras se despeguen limpias sin quebrarse. Con el
almíbar en el que el huevo hiló, las monjas visten, igual que en delicados
encajes, la tiernísima carne de la yema. Sea como fuere el cómo las hacen, el
vagabundo piensa que las yemas de San Leandro son pasto angélico y manjar excesivo
para el amargo paladar del hombre»28.
El Monasterio de Santa Clara de
la Paz, de las Hermanas Clarisas de Antequera, cuenta actualmente (1995) de una
huerta de 3.000 m2 , que junto con una pequeña granja les proporciona, además
de sustento, las selectas materias primas para la elaboración de sus famosos
mantecados, que son base de la economía monacal. Además elaboran un postre de
naranja, que son cortadas en rodajas cubiertas con caramelo, con nata en el
hueco del centro y encima de todo nueces peladas.
Las monjas del Convento de San
Pablo, en Cáceres, tienen como medio de vida la elaboración de unos dulces de
fama reconocida y que apetecen como recuerdo de su visita los numerosos
turistas que recorren la extraordinaria ciudad. Destacan tanto el mazapán de
almendras como las yemas de San Pablo.
La tradición dulcera le viene de
antiguo a Toledo 29, destacando, por su popularidad, el mazapán, sobre cuyo
origen se han tejido leyendas e historias. Se dice que las monjas de San
Clemente elaboraban a golpe de mazo una pasta con almendras crudas y azúcar a
la que llamaban «pan de mazo»; para otros la palabra mazapán proviene del árabe
«mantha-han», que significa «soy sentado». En todo caso es un producto famoso
de muy buena tradición.
Las monjas benedictinas de
Santiago de Compostela –San Pablo de Antealtares– trabajan la almendra y hacen
la tarta de Santiago, brazo de gitano, pastas de té y magdalenas. Las
Carmelitas Descalzas preparan un arroz con leche que, desde hace más de 200
años, dedican a los bienhechores de la Orden; en las fiestas de Navidad las
dominicas, de Belvis, además de las pastas de té y tartas de almendras que
hacen durante todo el año.
Los conventos y monasterios de
Portugal conservan amorosamente una larga tradición dulcera. Numerosas Órdenes
religiosas femeninas siguen confeccionando toda clase de pasteles y dulces. A
modo de ejemplo 30 pueden citarse las rosquillas y pasteles del Monasterio de
Santa Clara de Vila do Conde; dulces de almendra y dulces de naranja del
Monasterio de San Manuel de Lorvao; arroz dulce y pasteles del Monasterio de
Santa Clara de Oporto; bollos de arroz del Monasterio de Santa Clara de
Amarante; pasteles de tocino de cielo del Monasterio de nuestra Señora del
Amparo de Vila Real; entre otros muchos.
En los numerosos conventos de
Puebla de los Ángeles –este es el nombre completo de Puebla de México– se ha
conservado de manera rigurosa y extendida la tradición dulcera que,
inicialmente, llegó desde España. Así, en el Convento de Santa Rosa de la Orden
Dominicana se han elaborado cocadas, turrón amarillo y leche de mamey; las
monjas de Santa Mónica de la Orden Agustina chocolates, yemas reales, dulce de
almendras, mermelada de manzana, piñonate, jamoncillo de leche, alfajores de
coco y jaleas; las monjas de Santa Teresa, de la Orden Franciscana pastel de
almendra, soletas, crema de almendras, bizcocho, turrón de ciruelas pasas,
alfajores, dulce del cielo y gelatinas de ciruela y de almendras.
Sor Andrea de la Asunción
[inventora del «mole poblano«] era una religiosa dominica distinguida, de gran
fama entre el clero y la sociedad angelopolitana, por los guisos y confituras
que preparaba. Cada platillo que salía del Convento de Santa Rosa lo
supervisaba en sabor y detalle. En el refectorio conventual se conversaba de sobremesa
acerca de los tantos que ponía en los platillos, qué personas de alcurnia le
mandaban hacer, y que siempre quedaban complacidas y satisfechas por el grato
sabor que imprimía a las más delicadas viandas 31.
CONSIDERACIÓN FINAL
Sometido este trabajo a una
determinada extensión, lo concluyo con la pena de que queda mucho por decir y
de que es abundante el material acopiado y no utilizado.
No obstante, conviene decir que
el transcurso del tiempo, de los siglos en este caso, ha determinado una
evolución radical en la tradición confitera de los monasterios y conventos de
monjas. Sus dulces se elaboraban muy parcamente para ser consumidos en el
propio cenobio; también para obsequiar a los prelados y personas que
beneficiaban con sus donativos la vida del convento y, ya en la actualidad,
como medio de ingreso que contribuye a la vida de la comunidad. Lo que
inicialmente se realizó a través de los tornos conventuales, luego pasa a los
establecimientos mercantiles, hasta llegar, en determinadas fechas, especialmente
en las de Navidad, a los llamados poco acertadamente «expoclausura» 32.
NOTAS
1. Vid. MAPELLI,
E., Gastronomía monacal, Hondarribia 1995, p. 26.
2. Traducción
española de Ambrosio Huici Mirando. Edición patrocinada por el Ayuntamiento
de Valencia, Madrid 1966.
3. Edición
Universidad de Salamanca 1955. Estudio, edición y notas de Alicia Martínez
Crespo.
4. Vid.
Introducción. La repostería de los Monasterios Academia de la Cocina
Española, Edición Nobel, Oviedo 1999, pp. 13 y 14.
5. Vid. O livro de
receitas da ultima freira de Odivelas, Introducao,actualizacao do texto e
nitas Maria Isabel de Vasconcelos Cabral, Editorial Verbo, Lisboa 2000.
6. MUÑOZ ROJAS, J.
A., «Los postres españoles», en Semana, 698 (Madrid 7 julio 1953).
7. Vid. CARBAJO,
M. J., y GARCÍA G. OCHOA, L., Los dulces de las monjas, Salamanca 1990, p.
17.
8. MARTÍNEZ
LLOPIS, M., La dulcería española. Recetario histórico y popular, Alianza
Editorial, Madrid 1999, p. 81.
9. Me permito
recomendar a quienes visiten Alcalá de Henares, lo que vale ciertamente la
pena, no dejen de llevarse una cajita o más de estas maravillosas almendras
garrapiñadas del Convento de San Diego. Tienen el único defecto de que,
después de comida la primera, no hay voluntad de poner fin a la ingesta.
10. «Un tratado
nazarí sobre alimentos». Edición, traducción y estudio con glosario por
Amador Díaz García. Ayuntamiento de Arboleas. Almería 2000.
11. «La
alimentación y la cocina en la Andalucía musulmana»: Discurso fundacional de
la Academia Cordobesa de Gastronomía, pronunciado el 17 de julio de 1983 en
el salón de actos de la Caja Provincial de Ahorros de Córdoba.
12. NIETO CRUZ,
E., Dulces de los conventos de clausura
de Málaga y su provincia, Editorial Sarriá, Málaga 1999, pp. 3 y 4.
13. FARAH, F. de
Chalelo, y NDO Y BEETA, M., La cocina árabe a su alcance, 6.ª ed., Cartagena
de Indias (Colombia 1992).
14. GALLEGO
MORELL, A., La cocina andaluza, Editorial Don Quijote, Granada 1985, p. 24.
15. GASCH, S., «La verbena de San Juan» en Guía del
goloso, Barcelona 1958, p. 69.
16. Vid. MARTÍNEZ,
M., y DÍAZ, R., Málaga insólita. Tradiciones y fiestas de los pueblos
malagueños, Málaga 2001, p. 26.
17. ACADEMIA DE LA
COCINA ESPAÑOLA, La cocina de los conventos, prólogo de Víctor Alperi,
Edición Nobel, Oviedo 1997, p. 171.
18. Vid. CORRAL,
J., Ayer y hoy de la gastronomía madrileña, Editorial El Avapies, Madrid
1987, p. 180.
19. BUSCA-ISUSI,
J. M., Antología Gastronómica, Academia Vasca de Gastronomía, Hondarribia
1993, pp. 281.
20. MARTÍNEZ
LLOPIS, M., «Los buenos alimentos de Andalucía», en El encuentro en el Sur,
sin número ni fecha, Revista, p. 59.
21. Vid. LUJÁN,
N., Historia de la Gastronomía, Plaza Janés Editores. Esplagues de Llobregat
1988, p. 62.
22. ARCEO, P., El
buen hacer de los conventos de España, Edición El País Agular, Madrid 1995.
23. MORETA LARA,
M. A., y ÁLVAREZ CURIEL, F., Recetario de dulcería andaluza, Editorial
Arguval, Málaga 1993, p. 12.
24. Vid. o.c., con
prólogo de Juan Mari Arzak, Ediciones Tartallo, Donostia 2001.
25. Vid. NIETO
CRUZ, E., Dulces de los conventos de clausura de Málaga y su provincia,
Editorial Sarria, Málaga 1999. En este libro, además de una breve reseña de
cada convento, se relacionan las recetas de sus respectivos productos
dulceros.
26. Vid. Edición
Salvat Editores-Alianza Editorial, Madrid 1970, pp. 20 y 97.
27. CELA, J. C.,
Primer viaje andaluz. Notas de un vagabundaje por Jaén, Córdoba, Sevilla,
Huelva y sus tierras, Editorial Noguer, Barcelona 1959, p. 268.
28. El relato de
Cela respecto de las yemas del Convento de San Leandro de Sevilla, continúa
diciendo que la cajita que contenía una docena de ellas «se las zampó de un
bocado antes de salir del portal».
29. Vid. GARCÍA,
J., Un convento de aromas, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Toledo
2002.
30. Vid. SARAMAGO,
A., Bocaria conventual do Norte. Historia e alquimia da farinha, Colales
Editores, Sintra 1996.
31. Vid. MONROY,
S., La típica cocina poblana y los guisos de sus religiosas, México 1945
32. Un diario de
Madrid (ABC, 12 diciembre 2003, p. 12) decía: «Gracias a esta iniciativa se han podido iniciar importantes obras
para reparar el daño, muy grave a veces, en estos históricos edificios que el
paso del tiempo y la falta de recursos económicos deterioraban cada día más y
más. Con lo recaudado en exposiciones anteriores, algunas comunidades
religiosas han podido adecuar o comprar lo imprescindible para sus obradores.
Otras han preferido restaurar magníficos retablos hechos polvo por la humedad.»
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