La
Biblioteca de Alejandría
Gemma ESTRUGAS MORA*
Alejandría,
el sueño de Alejandro Magno
Alejandría
ad Aegyptum, la mítica ciudad,
fuente de inspiración de tantos autores antiguos y modernos1, la primera gran
metrópolis del Mediterráneo Oriental, fue fundada en el año 331 a.C. por
Alejandro Magno, el gran monarca macedónico que extendió el mundo griego con
sus conquistas, desde el Mar Egeo hasta el Indo, desde Asia Central al Sudán, y
que había ocupado Egipto, expulsando a los invasores persas. El enclave que
elige Alejandro para la ciudad que va a llevar su nombre, es una franja de
tierra un poco inhóspita situada entre el mar y el lago Mareotis, frente a la isla de Faros y junto a la boca oriental del
Nilo, la Canopia, sobre una aldea
indígena denominada Racotis. La
leyenda, nos relata Plutarco2, atribuye su fundación en este lugar a una visión
que tuvo Alejandro en un sueño, pero su ubicación se debe seguramente a motivos
estratégicos, ya que su especial geografía favorece la construcción de
instalaciones portuarias, desde donde se puede dominar el comercio entre el
Mediterráneo oriental y occidental, en su proyecto de convertir este mar en un
mar griego.
Alejandro
fundó la ciudad y dispuso su estructura según el modelo griego hipodámico3 que
desarrolló el arquitecto Dinócrates de
Rodas. De todas maneras, Alejandro sólo estuvo de paso por Alejandría y la
ciudad conoció su período más brillante a partir del de los primeros Ptolomeos.
Los
Ptolomeos, reyes griegos en Egipto
A
partir de la muerte de Alejandro en el 323 a.C., el fabuloso imperio que había
construido se desmiembra y se reparte entre sus generales que se disputan su
herencia. El general Lagos recibe Egipto y será su hijo Ptolomeo quién se
corona rey en el año 305 a.C. Ptolomeo I
Sóter inaugura la dinastía de los Ptolomeos, también llamados Lágidas.
Estos reyes de origen griego-macedónico serán coronados como faraones y
aceptados por el clero de Amón en Tebas como una dinastía legítima,
continuadora de la línea de los antiguos faraones, pero nunca dejaron de ser
culturalmente griegos.
Estos
monarcas hacen de Alejandría su capital y la embellecen con bellos edificios:
el palacio real, el teatro, el gimnasio, los puertos, el famoso faro, que fue
considerado una de las siete maravillas de la antigüedad, y sobre todo, su
Museo y Biblioteca que fueron los que permitieron que la ciudad se convirtiera
en centro intelectual del mundo griego.
El
período más brillante culturalmente y de máxima expansión territorial de la
monarquía ptolemaica fue el reinado de los tres primeros reyes, Ptolomeo I Sóter (305-283/282 a.C.), Ptolomeo II Filadelfo (285-246 a.C.) y Ptolomeo III Evérgetes (246-221 a.C.).
A partir del cuarto Ptolomeo la dinastía va en declive y se sumerge en luchas
dinásticas y corrupción.
La
dinastía de los reyes Ptolomeos se extiende entre 305 a.C. y el 30 d.C., entre
el primer Ptolomeo y la última reina, la famosa y mítica Cleopatra VII, cuya
vida y su muerte junto a su amante romano, el general Marco Antonio, han sido
fuente de inspiración de tantas obras de arte. Efectivamente, la derrota de
Cleopatra y Marco Antonio supone el final de la dinastía griega, pero también
es el final de las dinastías faraónicas, a partir de entonces Egipto se integra
al Imperio Romano como provincia.
De
todas maneras, el Museo y la Biblioteca sobreviven a los Ptolomeos, ya que en
época romana tenemos algunas noticias que testimonian su continuidad y sabemos
que incluso gozaron de períodos de renovado esplendor y que algunos
emperadores, como Adriano, se preocuparon mucho por su mantenimiento y mejora.
Alejandría,
encrucijada de culturas
Alejandría
es una metrópolis cosmopolita y multicultural (sobre todo en el siglo III
a.C.). Es un espacio de convivencia de macedonios y griegos, judíos y egipcios,
mercenarios galos, esclavos nubios, aventureros, sabios, mercaderes y viajeros
procedentes de todas las regiones del mundo helénico.
La
minoría griega es la clase dominante y ocupa el Bruquión que es el barrio más elegante donde se sitúan los
edificios más importantes, es el barrio de los palacios. Los judíos habitan un
barrio aparte que la mayoría de los autores sitúan en la zona este de la
ciudad. La población indígena egipcia es muy importante y habita mayoritariamente
en la zona oeste, donde se había situado la aldea indígena Racotis.
En
la sociedad alejandrina podemos hablar de sincretismo cultural que queda
especialmente reflejado en el ámbito de las creencias religiosas; un caso
paradigmático es el culto al dios Serapis, dios de origen egipcio que adquiere
atributos griegos, cuyo culto en el templo de Serapeum, el templo más importante de la ciudad, será compartido
por ambos pueblos.
Este
clima de tolerancia se romperá definitivamente durante el siglo III y IV d.C.,
cuando aparecen conflictos religiosos primero con la persecución del
cristianismo y después con la imposición del cristianismo como religión
oficial.
El
Museo y su Biblioteca, su fundación
Museo
y Biblioteca van estrictamente ligados. Probablemente fueron fundados al mismo
tiempo, pero no se sabe con certeza. La palabra Museo viene de musa. Las musas son las divinidades griegas, hijas
de Zeus, protectoras de la actividad artística e intelectual. La palabra museo
tenía una significación diferente a la actual, se aplicaba a una construcción
dedicada al culto de las musas, pero también por extensión a un lugar donde
florecía la actividad poética, musical o intelectual en general. En este
sentido es aplicable a la institución creada por los reyes Ptolomeos con el
nombre de Museo. El Museo de Alejandría fue concebido por los Ptolomeos como el
lugar donde los hombres más sabios de la época podían alojarse y dedicarse al
estudio y al trabajo intelectual sin preocupaciones materiales, ya que el rey
les asignaba una pensión anual y cubría todas sus necesidades con holgura. Como
base de su trabajo intelectual, estaba la Biblioteca de consulta que aspiraba a
contener todas las obras del mundo.
Los
motivos que movieron a los Ptolomeos a poner en marcha esta ejemplar empresa no
fueron sólo sus inquietudes intelectuales, sino que seguramente buscaban
prestigio frente al resto de reinos helenísticos. Posteriormente, otros
soberanos fundarán sus propias bibliotecas que rivalizaran con la de
Alejandría; la más famosa es la de Pérgamo, que fue fundada en el siglo II a.C.
por el rey Eumenes, con la intención
de desafiar a los monarcas Ptolomeos.
En
la concepción del Museo se aúnan por un lado la tradición griega del culto a
las musas y el Liceo filosófico de Aristóteles y por otro lado, la tradición
oriental de las casas de sabiduría mesopotámicas y las casas de vida egipcias,
que son escuelas vinculadas a templos.
Las
fuentes escritas disponibles con noticias sobre el Museo y su Biblioteca son
escasas y fragmentarias y, además, muchas son citas de autores antiguos en
obras más recientes.
Las
evidencias arqueológicas tampoco nos sacan de la duda. Aunque en los últimos
años se han llevado a cabo numerosas intervenciones arqueológicas en
Alejandría, no han aportado aún datos sobre la cronología de la fundación ni
otros detalles, como podría ser su ubicación exacta y su estructura
arquitectónica.
El
primer punto polémico en relación a la historia de la Biblioteca es la
cronología de su fundación. Existen dos versiones divergentes en cuanto al
reinado en el que se produjo su fundación, las dudas son entre el rey Ptolomeo
I y Ptolomeo II. Hasta hace poco se atribuía a Ptolomeo II sobre todo basándose
en la fuente más antigua de que se dispone sobre el tema, que es la Carta de Aristeas a Filócrates4 ,
escrita hacia el siglo II a.C., seguramente por un judío alejandrino. Esta obra
relata la historia de la primera traducción del hebreo al griego de la Torah,
es la llamada de los Setenta o
Septuaginta5 , por recomendación de Demetrio
de Falero al rey Ptolomeo II. Pero aunque la carta hace referencia sin duda
a Ptolomeo II, hoy en día se considera esto un error, ya que se sabe con
seguridad que Demetrio de Falero fue asesor del rey Ptolomeo I y cayó en
desgracia, fue desterrado, durante el reinado de Ptolomeo II y no vivió mucho
tiempo después de su ascensión al trono. Por tanto, la fuente no es del todo
fiable, pero sí nos aporta un dato fundamental que es la fuerte vinculación de
Demetrio de Falero a este proyecto.
Demetrio
de Falero es un personaje muy interesante y pieza clave en la fundación del
Museo y su Biblioteca. Fue tirano en Atenas y seguidor de Aristóteles, exiliado
de Atenas fue acogido en Alejandría por el rey Ptolomeo I. Una vez convertido
en hombre de confianza del rey Ptolomeo I, interviene en la fundación del Museo
y de su Biblioteca de manera muy activa, ya que traslada de Atenas a Alejandría
sus ideas aristotélicas y la ambición de un saber universal. Suponemos que
Demetrio fue el responsable del Museo y de la Biblioteca aunque no ostenta el
título de director de manera oficial. De ahí viene la idea que Estrabón expresa en su Geografía6 de
que fue Aristóteles quien ayudó a los reyes Ptolomeos a organizar la
Biblioteca.
Otra
fuente mucho más tardía pero que también vincula la fundación de la Biblioteca
al segundo rey Ptolomeo es Juan Tzetzes7,
un estudioso bizantino del siglo XII, en su obra de comentarios a unas obras de
Aristófanes en la que seguramente
sigue a Aristeas.
Por
otro lado, la referencia más clara a la fundación por Ptolomeo I es la del
texto de Ireneo8 , un autor del s.
II d. C.
Actualmente
la mayoría de investigadores sitúan la fundación en época de Ptolomeo I Sóter,
hacia el 295 a.C.
El
edificio
La
ubicación precisa del Museo y la Biblioteca es incierta, pero se sabe con
certeza que estaría en el barrio del Bruquión,
próximo al mar y que formaba parte del complejo palaciego. Las fuentes que
tenemos sobre las características arquitectónicas del Museo son escasas y sobre
el edificio de la Biblioteca directamente no existen. Diversos autores la
mencionan, pero no la describen específicamente, lo que hace suponer que la
Biblioteca no tenía edificio propio sino que era compartido con el del Museo.
La descripción más detallada que tenemos es la de Estrabón en su Geografía,
aunque no menciona la Biblioteca:
“El Museo forma parte de los edificios
palaciegos y está formado por un pórtico para pasear, una exedra con asientos y
un gran edificio, donde está la sala común donde comen los sabios, miembros del
Museo”9 .
Sabemos pues que la Biblioteca no tenía salas de
lectura propiamente, sino que estaba constituida por una serie de salas y
pórticos, en cuyas paredes había nichos para guardar los libros. Probablemente
disponía también de algún almacén y de algún escriptorio para la copia de libros.
De
la que sí se conoce con más precisión su ubicación es la biblioteca anexa al Serapeum que parece ser que pudo ser
una biblioteca auxiliar y que, según las investigaciones arqueológicas, fue
fundada por Ptolomeo III.
Colección
y organización
La
colección de la Biblioteca de Alejandría tenía la intención de ser universal,
todo lo escrito hasta aquel momento, pero la realidad era que contenía
mayoritariamente textos griegos.
El
soporte escriptorio de las obras es el
papiro en formato rollo. El rollo está formado normalmente por diversas
hojas de papiro pegadas entre ellas. La longitud media de un rollo está entre 6
y 10 m., pero en ocasiones puede superar los 40 m. Normalmente una obra puede
ocupar diversos rollos. El papiro se enrollaba entorno a una varilla cilíndrica
de madera o metal llamada umbilicus u
ómfalos y de una de las puntas colgaba una lámina o membrana, denominada syllabus, donde se escribía el nombre
del autor y/o el título de la obra. Estos rollos podían ser almacenados en
cajas o cestas o bien envueltos en fundas de piel o papiro para asegurar su
conservación. La escritura se hacía sobre la cara en que las fibras del papiro
corrían horizontalmente y se escribía con tinta negra y roja con un instrumento
denominado cálamo que era una caña
terminada en punta. La escritura era de derecha a izquierda, normalmente en
columnas y el rollo se leía desenrollándolo horizontalmente.
Otra
de las grandes controversias en relación a la Biblioteca de Alejandría es el
número de volúmenes. No se sabe con exactitud el volumen de la colección, desde
luego esa cifra debió variar mucho a lo largo de las diferentes épocas de
existencia de la Biblioteca.
Según
la fuente más antigua, la Carta de
Aristeas10, ya mencionada, en el siglo III a.C. la Biblioteca dispondría de
unos 200.000 libros y la previsión de Demetrio era alcanzar los 500.000. El
bizantino Tzetzes11 habla de 490.000
volúmenes de la Biblioteca principal que divide en symmigeîs y amigeîs,
simples y mezclados tal vez, palabras que actualmente son de difícil
interpretación. Algunos autores dicen que los primeros son rollos que contienen
diversas obras u obras que ocupan diversos rollos o volúmenes y los segundos,
contienen una sola obra; también se puede referir a obras con varias copias o
con una sola; o podría ser incluso que se tratara de un total de 400.000
volúmenes o rollos y de 90.000 obras. Además, siempre siguiendo a Tzetzes, a
este número hay que añadir los de la biblioteca del Serapeum que contenía unos
42.800 volúmenes.
Otras
fuentes indirectas, que nos hablan de número de volúmenes, son las que
mencionan el número de libros quemados en el 47/48 a.C. en un episodio bélico
de la Guerra de Alejandría entre los egipcios y las tropas de César. Aquí las
fuentes nos hablan de una cifra entre 40.000 y 700.000 libros. Aulio Gelio12 y Amiano Marcelino13 mencionan 700.000 libros, pero en cambio otros
autores como Séneca14 y Orosio15 nos hablan de 40.000 o 400.000
volúmenes destruidos. Probablemente estos autores copian de otros y la cifra
más alta no es la correcta. ¿Pero estos libros formaban parte de la Biblioteca
y, si lo eran, eran todos los que contenía la Biblioteca o sólo una pequeña
parte?
Escolar16 hace un cálculo aproximado y dice que la
Biblioteca puedo llegar a tener unos 50.000 volúmenes o rollos que, según los
cálculos de este autor, vendría a equivaler a unos 12.500 libros actuales.
Los
métodos de adquisición de las obras con destino a la gran Biblioteca son
diversos y algunos no muy heterodoxos. Tenemos constancia de compras de libros,
por ejemplo en época de Ptolomeo sabemos por Ateneo17 que se compraron libros de Teofrasto y Aristóteles a
Neleo. También el médico Galeno18 nos habla de falsificaciones de obras que
fueron adquiridas erróneamente por la Biblioteca. La rivalidad con la
Biblioteca de Pérgamo favoreció la irrupción de falsificadores que ofrecían
falsos textos antiguos.
Otro
método de adquisición es la copia de textos, aunque muchas veces cuando se
copiaban textos la Biblioteca se quedaba con los originales, este es el caso de
los famosos libros de los barcos,
según la noticia que nos ha llegado por Galeno19. Todos los libros que se
encontraban en los barcos que llegaban a puerto eran confiscados, copiados y
las copias devueltas a sus dueños. También el mismo Galeno20 nos da cuenta de
la copia oficial de las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides prestadas
por Atenas para ser copiadas y que desenvocó en una apropiación indebida de los
originales por parte del rey Ptolomeo; éste prefirió perder los quince talentos
que había dejado en depósito y, eso sí, tuvo el detalle de devolver unas
hermosas copias.
El
donativo de libros también era habitual, por ejemplo el rey Ptolomeo II
escribió una carta a los reyes para que le enviaran todas las obras disponibles
de cualquier género.
Un
último sistema de adquisición sería a través de la traducción al griego de
obras preexistentes en otras lenguas, este es el caso de la primera traducción
al griego del texto sagrado de los judíos, la famosa Biblia de los Setenta en época del Ptolomeo II. Conocemos esta
historia por la Carta de Aristeas21, ya mencionada anteriormente, que parece
ser un relato ficticio, pero con una base histórica. También sabemos que fueron
traducidos textos iranios atribuidos a Zoroastro, textos babilónicos, caldeos y
egipcios, como por ejemplo las recopilaciones en griego de antiguas fuentes
egipcias realizadas por el sacerdote Manetón.
La
organización física de toda esta vasta colección de textos se supone que fue
por géneros y, dentro de ellos, por orden alfabético del nombre del autor. Este
modelo de organización se basa en la magna obra del poeta Calímaco, Pínakes, que
muchos ven como el inventario y catálogo de los fondos de la gran Biblioteca,
pero que en realidad era una bibliografía de la literatura griega, seguramente
elaborada a partir de las obras que se conservaban en la Biblioteca. Este
inventario constaba de 120 volúmenes o rollos de los que se han conservado
actualmente escasos fragmentos. Agrupaba las obras en secciones o géneros
(historia, tragedia, comedia, épica, filosofía, medicina, retórica, legislación
y miscelánea). Dentro de cada género, los autores estaban ordenados de manera
alfabética y de cada autor había una breve biografía y una bibliografía de sus
obras ordenada alfabéticamente. Junto al título de cada una de las obras
constaban las palabras iniciales y una indicación sobre su longitud. La obra de
Calímaco supone una novedad en el mundo griego, pero seguramente tiene sus antecedentes
en los archivos sumerios, asirios, babilónicos e hititas de tablillas de
arcilla, en los que se han encontrado algunas tablillas que son listados y
catálogos de los documentos del archivo, con indicación de las palabras
iniciales y el número de líneas.
Bibliotecarios
e ilustres usuarios
Aunque
Demetrio de Falero tiene mucha responsabilidad en la fundación y primera
organización de la Biblioteca, seguramente no fue su primer director. Según la Suda, enciclopedia bizantina
compuesta hacia finales del siglo X, utilizando materiales de época ptolemaica,
el primer director de la Biblioteca fue Zenódoto
de Éfeso, filólogo y experto en Homero, que fue director aproximadamente
entre 285 y 270 a.C. El director lo era por designación real y normalmente
asumía funciones también de preceptor del heredero del trono. El director era
un sacerdote, es en este punto donde vemos la influencia de la tradición
egipcia de las escuelas asociadas a templos. No se sabe con certeza si la
responsabilidad de dirección del Museo y de la Biblioteca recaía en la misma
persona, tampoco se sabe si el director de la biblioteca del Serapeum era la
misma persona.
Otra
fuente fundamental para el conocimiento de los directores de la Biblioteca es
un Papiro de Oxirrinco22 del siglo
II d.C. descubierto a principios del siglo XX, donde consta una relación de los
directores entre los siglos III-II a.C. Este papiro contiene seguramente
algunos errores23. Actualmente se aceptan como sucesores de Zenódoto los
siguientes hombres ilustres:
Apolonio de Rodas (director entre ca. 285-270 a.C.)
Eratóstenes de Cirene (270-245 a.C.)
Aristófanes de Bizancio (195-180 a.C.)
Apolonio de Alejandría, Eidógrafo (180-ca. 175 a.C.)
Aristarco de Samotracia (ca. 175-145 a.C.)
A
Calímaco de Cirene, autor de los
Pínakes, se le atribuía también la dirección de la Biblioteca, pero actualmente
se piensa que intervino mucho en la organización de la Biblioteca, pero no fue
director.
De
los directores posteriores tenemos escasa información aunque se supone que
durante los últimos Ptolomeos, a partir de Ptolomeo IX, el nivel de erudición
de los bibliotecarios-directores disminuye. En época romana será el emperador
quien nombre al director.
Los
usuarios principales de la Biblioteca fueron lógicamente los miembros del Museo
que eran invitados personalmente por el rey a formar parte de esta comunidad de
sabios. De todas maneras, la Biblioteca debía estar abierta a los eruditos
interesados en consultar sus fondos, si no, no se explicaría la gran atracción
cultural que generó la ciudad. Pero la biblioteca del Serapeum era más
accesible y era la que consultaban los hombres cultivados de la ciudad.
Las
relaciones entre los sabios del Museo a menudo se intuyen complicadas y con
rivalidades. Así, Timón de Flionte, un
filósofo escéptico y escritor satírico del siglo III a.C., se burla de ellos
con una descripción caricaturesca:
“Muchos están bien cebados en el populoso
Egipto, emborronadores de papiros, que se picotean incesantemente en la
pajarera de las Musas”24.
Ilustres
hombres, eruditos y sabios en todas las disciplinas habitaron en el Museo y
deambularon por los peripatos y pórticos de la Biblioteca, consultando la
colección bibliográfica que en ella se conservaba, a partir de la que
desarrollaron sus estudios filológicos y científicos e hicieron de Alejandría
el centro cultural de la antigüedad entre los siglos III a.C. al IV d.C. Este
gran ambiente cultural propició la visita de numerosos estudiosos a lo largo de
su historia. La lista de usuarios ilustres sería interminable, podemos
mencionar algunos: matemáticos como Euclides,
Arquímedes y Teón de Alejandría; geógrafos e historiadores como Manetón, Diodoro de Sicilia y Estrabón;
filósofos como Filón de Alejandría y
Plotino; poetas como Calímaco y
Teócrito; astrónomos y geógrafos como Claudio
Ptolomeo; médicos como Galeno.
Entre Calímaco y Teón de Alejandría, el que se considera como último exponente
conocido del Museo, han transcurrido unos siete siglos que son de los más
productivos culturalmente, de los más fascinantes de la historia de la
humanidad.
El
final de la Biblioteca
Si
la cronología de la fundación de la Biblioteca es un tema controvertido, no lo
es menos su desaparición. Se barajan cronologías muy dispares.
Tradicionalmente
se consideraba como fecha probable de la destrucción de la Biblioteca el año
47/48 a.C. durante un episodio bélico de la guerra que enfrentó a las tropas
romanas de Julio César, aliado con Cleopatra VII, con las tropas egipcias del
Ptolomeo XIII, comandadas por el general Aquila, por el dominio de la ciudad.
En el transcurso de la batalla, César ordenó incendiar los barcos ptolemaicos
que estaban en el puerto, el incendio de las naves avivado por el fuerte viento
se propagó a unos edificios que había junto al puerto, arsenales y almacenes de
grano y libros, y así César, aprovechando la confusión del incendio, pudo huir
con sus tropas hacia la isla de Faros.
La
alusión a esta hazaña bélica la encontramos reseñada en numerosos autores
antiguos, el mismo César en su obra autobiográfica Guerra Civil25 habla del
incendio de las naves, pero no menciona la destrucción de libros. Quienes sí lo
mencionan son: Séneca26, Plutarco27, Aulio Gelio28, Dión Casio29, Amiano
Marcelino30 y Orosio31. Algunos de ellos, como hemos visto anteriormente, incluso
dan cifras exactas de los volúmenes destruidos y hacen referencia explícita a
la destrucción de la Biblioteca.
Es
evidente que la Biblioteca continuó existiendo después de este incendio, porque
tenemos constancia de que algunos autores trabajaron en ella o la consultaron
posteriormente (como el historiador Estrabón que era casi contemporáneo y no
hace ninguna alusión al incendio o a la destrucción de libros en su descripción
de Alejandría y el Museo en su Geografía). También existen noticias en época
romana de nombramientos de directores de la Biblioteca y sabemos que el
emperador Adriano fue generoso en ayuda económica para el mantenimiento de la
colección de la Biblioteca. Por lo tanto, actualmente la teoría más aceptada,
así lo cree Canfora32, es que los rollos que se quemaron eran rollos preparados
para la exportación y no tenían nada que ver con la colección de la Biblioteca.
Báez33 apunta que pudieron ser adquisiciones recientes de la Biblioteca que
estaban pendientes de ser catalogadas.
Otra
fecha posible de destrucción sería el año 272 d.C., en época del emperador
Aureliano en las guerras contra Zenobia,
reina de Palmira, quien se había apoderado de la ciudad. Según Amiano
Marcelino, el emperador al recuperar la ciudad la arrasó y destruyó gran parte
del barrio del Bruquión, donde se hallaba la Biblioteca.
Otro
capítulo de destrucción de la ciudad tiene lugar en época de Diocleciano, en el
296 d.C., cuando éste reprimió una sublevación de la ciudad y la saqueó.
A
pesar de la existencia de todos estos episodios violentos, seguramente la
Biblioteca y el Museo sobrevivieron y el episodio final tiene lugar durante el
reinado del emperador cristiano Teodosio I (375-395 d.C.) cuando se clausuran
todos los templos paganos. Sabemos con certeza que el Serapeum y su biblioteca
fueron destruidos en el 391 por orden del obispo Teófilo. Probablemente, la
Biblioteca de Alejandría también desapareció en esa época. En ese momento
muchos intelectuales abandonan la ciudad y emigran hacia ciudades más
tranquilas, como Roma.
Una
última tendencia es atribuir la destrucción de la gran Biblioteca a los árabes,
cuando conquistaron la ciudad en el 642 d.C. Esta teoría se basa en el relato
de un historiador árabe del siglo XIII, Ibn
al-Kifti34, que describe la entrevista de Juan Filópono, filósofo cristiano, con Amr ibn alAs, conquistador de la ciudad. Durante esta entrevista,
Juan Filópono le pregunta a Amr sobre el destino de los libros de la Biblioteca
con la intención de salvarlos de la destrucción, pero Amr no se atreve a tomar
una decisión por sí solo y decide consultarlo al califa Omar I. La respuesta de
Omar es tajante, si el contenido de los libros está de acuerdo con la doctrina
del Corán son inútiles porque repiten, y si contienen algo en contra, deben
destruirse. Amr ejecutó la orden, muy a su pesar, y distribuyó los libros entre
las numerosas casas de baño como combustible tardando unos seis meses en
quemarse. Esta última indicación de la historia nos da idea del volumen ingente
de documentos que representaba.
Este
relato ha ido perdiendo credibilidad. Actualmente se refuta su veracidad porque
hay varios argumentos en su contra: el relato de Ibn al-Kifti es muy posterior
a los hechos que narra (unos 6 siglos) y además, Juan Filópono vivió en el
siglo VI y Amr lo hizo en el siglo VII, por tanto no podían haber coincidido.
Ante
toda esta confusión y baile de fechas, mi opinión es que es muy improbable que
la Biblioteca sobreviviera a las persecuciones religiosas del siglo IV d.C. que
destruyeron todo lo que les parecía pagano y herético. Es posible que
perduraran algunas colecciones de documentos. De todas maneras, es seguro que
el clima de inestabilidad política no favoreció en absoluto el mantenimiento y
conservación de las colecciones de libros que se fueron degradando y
desapareciendo gradualmente a medida que pasaba el tiempo.
De
todas maneras, no se puede probar con total seguridad ninguna cronología,
tenemos que esperar que algún día las excavaciones arqueológicas nos aporten
datos definitivos. En los últimos años, éstas han aportado nuevos elementos,
como la confirmación de que los factores naturales y geológicos han sido claves
en el declive de la ciudad: numerosos terremotos entre el siglo IV y el XIV (el
mismo faro de Alejandría fue convertido en ruinas por un seísmo muy fuerte que
tuvo lugar durante el siglo XIV), olas gigantes, inundaciones y hundimiento del
terreno de la ciudad bajo el nivel del mar, como consecuencia de la especial
ubicación de la ciudad junto al mar, en un delta.
Alejandría,
hoy
Bajo
la moderna ciudad de Alejandría, en su subsuelo y sumergidos a pocos metros en
las aguas de su costa, están los restos de la antigua metrópolis que fue la
ciudad más importante del Mediterráneo oriental. Estos restos están empezando a
salir de su letargo de dos mil años con las intervenciones arqueológicas
terrestres y subacuáticas que se están efectuando de manera intensiva desde
hace unos veinte años.
El
equipo del arqueólogo francés Jean-Yves Empereur, fundador del Centre d’Études
Alexandrins, está llevando a cabo numerosas excavaciones de urgencia en el
subsuelo de la ciudad que han puesto al descubierto necrópolis, depósitos de
agua ptolemaicos, restos palaciales, calles y templos. Las excavaciones bajo el
agua son las que han tenido más eco mediático, porque han recuperado restos
arquitectónicos y estatuas monumentales que habían formado parte del famoso
faro, que han permitido restituir hipotéticamente su estructura.
Otro
equipo en acción es el dirigido por Frank Goddio, arqueólogo autodidacta y
director del Institut Européen d’Archéologie Sous-Marine, que lleva a cabo
sobre todo excavaciones subacuáticas y ha hallado restos de estructuras
palaciales que atribuye al palacio de Cleopatra VII.
Entre
los hallazgos más recientes están los de un equipo arqueológico polaco-egipcio
que ha encontrado un complejo con salas de conferencias y auditorios datadas
cronológicamente entre el siglo V-VI d.C.35. Este hallazgo es sorprendente
porque data de una época en que la ciudad se supone que está en plena decadencia.
La
Alejandría antigua se va desvelando lentamente y la ciudad moderna intenta
recuperar el protagonismo cultural y el espíritu integrador que caracterizó la
antigua, con la fundación de una nueva Bibliotheca Alexandrina, que fue
inaugurada en octubre de 2002, con la colaboración de la UNESCO, y con el
objetivo de ser centro cultural de referencia que aúne el estudio del pasado y
las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. En la era de Internet y
la globalización, la nueva Biblioteca de Alejandría debe buscar su razón de ser
en facilitar el acceso democrático a los recursos de información y en fomentar
el desarrollo cultural de la sociedad egipcia.
Apéndice
de nombres
AMIANO
MARCELINO (ca. 330-395 d.C.): historiador romano nacido en Siria de familia
griega que escribió una historia del Imperio Romano, Res gestae, que ha llegado
hasta nosotros parcialmente.
AMR
IBN AL-'AS (s. VII d.C.): conquistador árabe de Egipto que tomó Alejandría en
el 642 y murió en el 663.
APOLONIO
DE ALEJANDRÍA, EL EIDÓGRAFO (s. II a.C.): gramático y editor. Fue director de
la Biblioteca de Alejandría como sucesor de Aristófanes de Bizancio hacia el
180 a.C.
APOLONIO
DE RODAS (ca. 295-ca. 230 a.C.): poeta y filólogo alejandrino, autor de Las
Argonáuticas. Sucesor de Zenódoto de Éfeso en la dirección de la Biblioteca de
Alejandría entre 270 y 245 a.C. Instructor de Ptolomeo III Evérgetes quien le
destituyó en su cargo de director de la Biblioteca y pasó sus últimos años en
Rodas.
ARISTARCO
DE SAMOTRACIA (ca. 217-ca. 145 a.C.): filólogo, gramático y editor de numerosos
autores. Autor junto con Aristófanes de Bizancio del Canon alejandrino, lista
selectiva de las obras literarias griegas y sus autores. Fue director de la
Biblioteca de Alejandría entre ca. 175 y 145 a.C.
ARISTÓFANES
DE BIZANCIO (ca. 257-180 a.C.): crítico y gramático griego que fue director de
la Biblioteca de Alejandría a partir de 195 a.C.
ARQUÍMEDES
(ca. 287-212 a.C.): matemático y físico griego nacido en Siracusa conocido por
el principio hidrostático que lleva su nombre.
ATENEO
(s. III d.C.): gramático griego que vivió en Egipto y fue autor de El Banquete
de los eruditos (Deipnosophistai) que incluye citas de autores antiguos e
información sobre la vida cotidiana de su época.
CALÍMACO
(ca. 310-240 a.C.): poeta, bibliógrafo y erudito nacido en Cirene. Autor de los
Pínakes, inventario crítico de la literatura griega que se ha conservado de
manera muy fragmentaria. Algunas fuentes afirmaban que había sido director de
la Biblioteca de Alejandría pero actualmente se piensa que trabajó en ella pero
no fue director.
DEMETRIO
DE FALERO (ca. 350-ca. 280 a.C.): filósofo, orador y político que fue tirano en
Atenas y después, exiliado en Alejandría fue consejero de Ptolomeo I y
preceptor de Ptolomeo II.
DIODORO
DE SICILIA (s. I a.C.): historiador griego autor de una historia universal
Bibliotheca Historica que se ha conservado incompleta. Visitó Alejandría en el
59 a.C. durante el reinado de Ptolomeo XII.
DIÓN
CASIO (ca. 150-235 d.C.): historiador romano que escribió una historia de Roma
escrita en griego.
ERATÓSTENES
DE CIRENE (ca. 276- ca. 195 a.C.): escritor, poeta, filósofo, matemático,
geógrafo y astrónomo que calculó por primera vez la circunferencia de la tierra
con bastante precisión. Fue director de la Biblioteca de Alejandría entre
aproximadamente los años 275 y 195 a.C.
ESTRABÓN
(ca. 64 a.C.-ca. 23 d.C.): historiador y geógrafo griego conocido por su
Historia en 47 libros y su Geografía en 17 libros en la que habla de
Alejandría, ciudad en la que vivió durante un período hacia el 25 a.C.
EUCLIDES
(s. IV-III a.C.): gran matemático griego, creador de una escuela matemática y
conocido por su tratado de geometría de los Elementos.
FILÓN
DE ALEJANDRÍA (s. I a.C.-I d.C.): filósofo judío que es el máximo representante
del judaísmo helenístico.
FILOPÓN,
JUAN (s. VI d.C.): filósofo, teólogo e investigador griego cristiano cuyos
escritos representan una síntesis cristiana de los pensamientos griegos.
GALENO
DE PÉRGAMO (ca. 129-ca. 216 d.C.): gran médico, escritor y filósofo griego que
estudió en Alejandría y cuyos estudios de medicina fueron de gran influencia en
la teoría y práctica médica posterior hasta bien entrado el siglo XVII.
GELIO,
AULIO (s. II d.C.): autor latino que estudió en Roma y en Atenas y cuya obra
más conocida son las Noches Áticas a partir de la que se han conservador
algunos fragmentos de obras perdidas.
IBN
AL-KIFTI, ALI (s. XII-XIII d.C.): historiador árabe que escribió una obra titulada
Crónica de hombres sabios donde relata la destrucción de la Biblioteca de
Alejandría por los árabes.
IRENEO
DE LYON (s. II d.C.): teólogo cristiano y obispo de Lyon que escribió hacia el
180 d.C. la obra Contra las herejías en contra del gnosticismo.
MANETÓN
(s. III a.C.): sacerdote egipcio que escribió una historia de Egipto en griego
a partir de la compilación de antiguos textos egipcios. Es famoso por sus
listas de faraones en los que se basa la moderna egiptología para establecer el
orden de los faraones y sus dinastías. De su obra se han conservado escasos
fragmentos a través de otros autores posteriores.
OROSIO,
PABLO (s. V d.C.): teólogo y autor de una obra histórica desde el punto de
vista cristiano, Historias contra los paganos.
OMAR
I U OMAR IBN AL-KHATTAB (ca. 586-644 d.C.): segundo califa musulmán entre 634 y
644 d.C. cuyos ejércitos conquistaron Mesopotamia y Siria y comenzaron la
conquista de Irán y Egipto. El comandante de sus ejércitos, Amr ibn al-'As,
ocupó Alejandría en el 642 d.C.
PLOTINO
(205-270 d.C.): filósofo alejandrino que vivió sobre todo en Roma y fue máximo
representante del neoplatonismo.
PTOLOMEO,
CLAUDIO (ca. 100-ca. 170 d.C.): astrónomo, matemático y geógrafo griego que
vivió en Alejandría. Conocido autor del sistema astronómico geocéntrico y autor
de una Geografía cuyos mapas se han seguido utilizando durante muchos siglos.
PLUTARCO
(46-ca. 119 d.C.): biógrafo e historiador griego. Su obra biográfica más
importante es Vidas Paralelas.
SÉNECA,
LUCIO ANEO (ca. 4 a.C.-65 d.C.): filósofo estoico, orador, político y autor de
tragedias romano de origen cordobés pero que vivió sobre todo en Roma, donde
fue un intelectual muy influyente.
TEÓCRITO
(ca. 300-260 a.C.): poeta bucólico griego nacido en Siracusa que vivió en
Alejandría durante unos años bajo la protección de Ptolomeo II.
TEÓN
DE ALEJANDRÍA (s. IV d.C.): matemático y astrónomo alejandrino. Padre de
Hipatia de Alejandría (ca. 370-415 d.C.), gran matemática y filósofa
neoplatónica, que fue asesinada brutalmente víctima de la intolerancia
religiosa.
TIMÓN
DE FLIONTE (ca. 320-ca. 230 a.C.): filósofo griego escéptico y escritor de
tragedias, comedias y poemas satíricos.
TZETZES,
JUAN (s. XII d.C.): poeta bizantino y estudioso de la antigua literatura
griega.
ZENÓDOTO
DE ÉFESO (ca. 320-ca. 240 a.C.): filólogo y editor de Homero, considerado el
primer director de la Biblioteca de Alejandría entre aproximadamente 285-270
a.C. Fue instructor de Ptolomeo II.
Cronologías
basadas en:
Britannica
Concise Encyclopedia (En línea). (London): Encyclopedia Britannica, cop. 2005.
Bibliografía
Ammien MARCELLIN.
Histoires. Texte établi et traduit par Edouard Galletier et Jacques Fontaine. Paris Les belles Letres 1968-1984. 5 vol.
ATENEO.
El Banquete de los eruditos. Introducción, trad. y notas de Lucía Rodríguez
Noriega Guillén. Madrid: Gredos, cop. 1998. 2 vol. (Biblioteca clásica Gredos;
257-258).
CÉSAR,
Gaio Julio. Memorias de la Guerra Civil. Texto revisado y traducido por
Sebastián Mariner Bigorra. 3ª ed. Madrid : C.S.I.C., 1990. 2 vol. Dión
CASIO.
Historia romana. Madrid: Gredos, cop. 2004. 2 vol. (Biblioteca clásica Gredos;
325, 326).
GELIO,
Aulio. Noches áticas. Selección y prólogo de José María de Cossío. [Traducción
del latín por Francisco Navarro y Calvo]. Buenos Aires [etc.] : Espasa-Calpe,
cop. 1952.
Irénée
DE LYON. Contre les hérésies. Édition critique par Adelin Rousseau et Louis
Doutreleau. Paris: Éditions du Cerf, 1979-2002.
Lettera di Aristea a
Filocrate. 2ª ed. Milano:
Biblioteca Universale Rizzoli, 1994.
OROSIO,
Paolo. Le Storie contro i pagani : volume II, libri V-VII. A cura di Adolf
Lippold ; traduzione de Gioachino Chiarini.Verona : Arnoldo Mondadori editore,
1976.
PLUTARCO.
Vidas paralelas: Alejandro, César, Pericles, Fabio Máximo, Alcibíades,
Coriolano. Traducción, introducción y notas de Emilio Crespo Güemes Barcelona:
Bruguera, DL 1983.
Relatos
de Alejandría. Prólogo, selección y posfacio Antonio Oviedo. Buenos Aires:
Cántaro, 2005 (Geografías literarias).
SÉNECA,
Lucio Aneo. Tratados morales. 5ª ed. Madrid : Espasa-Calpe, 1972.
STRABON.
Le Voyage en Egypte: un regard romain. Traduction de Pascal
Charvet. Commentaires de J. Yoyotte et P. Charvet. Paris: Nil Editions, 1997.
Suda
on line (En linea): byzantine lexicography. Stoa Consortium, cop. 2001.
NOTAS
*
Historiadora y bibliotecaria
1.
No sólo numerosos historiadores antiguos como por ejemplo Estrabón y Diodoro
de Sicilia también escritores modernos y contemporáneos han escrito sobre
ella, como el poeta alejandrino Kavafis, el francés Gustave Flaubert, los
ingleses Lawrence Durrell y E. M.Forster y el egipcio Naguib Mahfuz, por
citar algunos.
2.
PLUTARCO, Vida de Alejandro, 26, 1-10.
3.
Modelo urbanístico ideado por el arquitecto griego Hipodamo de Mileto (s. V
a.C.) que consiste en una cuadrícula con calles paralelas cruzadas por
perpendiculares.
4.
Carta de Aristeas a Filócrates, 9-13.
5.
Es la primera traducción al griego del Pentateuco, los cinco primeros libros
de la Biblia, y se llama de los Setenta, porque explica la leyenda, según la
Carta de Aristeas, que fue un encargo del rey Ptolomeo II, por sugerencia de
Demetrio de Falero, a 72 hombres sabios hebreos, 6 por cada una de las 12
tribus de Israel.
6.
ESTRABÓN. Geografía, XIII, 54.
7.
TZETZES, Juan. Prolegómenos a Aristófanes.
8.
Ireneo DE LYON. Contra las herejías, III, 21, 2.
9.
ESTRABÓN, Geografía, XVII,1, Traducción castellana a partir de la versión
francesa contenida en el libro: STRABON, Le Voyage en Egypte: un regard
romain, traduction de Pascal Charvet, commentaires de J. Yoyotte et P.
Charvet (Paris: Nil Editions, 1997), p. 85-87.
10.
Carta de Aristeas a Filócrates, 9-10.
11.
TZETZES, Prolegómenos a Aristófanes.
12.
Aulio GELIO, Noches áticas, VII, 17.
13.
Amiano MARCELINO, Historias, XXII, 16, 13.
14.
SÉNECA, Sobre la tranquilidad del alma, 9, 4-5.
15.
OROSIO, Historias contra los paganos, VI, 15, 31.
16.
Hipólito ESCOLAR SOBRINO, La Biblioteca de Alejandría (Madrid: Gredos, 2001),
p. 136-138.
17.
ATENEO, El Banquete de los eruditos, I, 3 A-B .
18.
GALENO, Comentario al libro Sobre la naturaleza del hombre de Hipócrates, XV.
19.
GALENO, Comentario al libro III de las Epidemias de Hipócrates, XVII.
20.
GALENO, Comentario al libro III de las Epidemias de Hipócrates, XVII II, 4.
21.
Carta de Aristeas a Filócrates, 9-11.
22. The Oxyrhynchus papyri,
edited with translations and notes by Bernard P. Grenfell and Arthur S. Hunt.
(London: Egypt Exploration Fund, 1914), Vol. X, Nº 1241.
23. Edward Alexander PARSONS,
The Alexandrian Library: glory of the hellenic world: its rise, antiquities,
and destructions (Amsterdam [etc.]: Elsevier, 1952), p. 155-160.
24.
Traducción procedente de: Rudolf PFEIFFER, Historia de la filología clásica:
desde los comienzos hasta el final de la época helenística (Madrid: Gredos,
1981), p. 183 del texto de Timón DE FLIONTE que ha perdurado hasta nosotros a
partir de Ateneo, El Banquete de los eruditos, I, 22 D.
25.
CÉSAR, Guerra Civil, III, 111.
26.
SÉNECA, Sobre la tranquilidad del alma, 9, 4-5.
27.
PLUTARCO, Vida de César, 49, 5-6.
28.
Aulio GELIO, Noches áticas, VII, 17.
29.
Dión CASIO, Historia romana, XLII, 38, 2.
30.
Amiano MARCELINO, Historias, XXII, XVI, 13.
31.
OROSIO, Historias contra los paganos, VI, 15, 31.
32.
Luciano CANFORA, La Biblioteca desaparecida (Gijón: Trea, 1998), p. 66-67.
33.
Fernando BÁEZ, Historia universal de la destrucción de libros: de las
tablillas sumerias a la guerra de Irak, 3ª ed. (Madrid: Destino, 2004), p.
61.
34.
Ali Ibn AL-KIFTI, Crónica de hombres sabios.
35. Andrew LAWLER. “Ancient
Alexandria emerges by land and by sea”, Science, vol. 307 (25 february 2005),
p. 1193.
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