EL NACIMIENTO DE LA PRIMERA
UNIVERSIDAD DE LA
COMPAÑÍA DE JESÚS
Entre
los años 1546 y 1767, fue la primera universidad de la Compañía de Jesús. En
1806, el Ayuntamiento cedió el edificio a los Padres Escolapios para abrir un
colegio, que existe desde entonces. La Iglesia se construyó entre 1605 y 137.
En los bajos del edificio podemos encontrar la Sala de Exposiciones Municipal
Coll Alas y en la plaza un conjunto escultórico que rinde homenaje a los
miembros más célebres de la familia Borja.
El Estudio general de Gandía fue aprobado por
bula de Paulo III el 4 de noviembre de 1547 y confirmado unos años después por
Carlos V y la reina Juana, en 1550. No fue una fundación aislada, ya que a
partir de la segunda mitad del siglo XV se multiplicaron los centros
universitarios en la península y en la América hispana. Cuando los reyes
católicos Isabel y Fernando ascendieron al trono sólo existían en sus reinos
cuatro universidades: Salamanca, Lérida, Valladolid y Huesca –aparte el Estudio
general de Lisboa-Coimbra en el reino de Portugal. Gerona en 1446 y Barcelona
en 1450 habían obtenido bulas y privilegios, pero tardarían años en
organizarse. Durante el reinado de estos monarcas y de sus sucesores Habsburgo
–último tercio del XV y siglos XVI y XVII– se crearon en Castilla otras quince
universidades, desde Sigüenza (1489) y Alcalá (1499) hasta Pamplona (1621),
mientras aparecían otras doce en la Corona de Aragón. Sin contar las erigidas
en América, en Manila o en territorios italianos que dominaba la monarquía.1
¿Cómo se explica esa proliferación de
centros? ¿Acaso la grandeza de las armas y las letras durante la monarquía de
los Austria requería un mayor número de universidades? ¿Era consecuencia de la
mayor población? En verdad las aulas sólo acogían a sectores sociales
determinados. La nobleza no las frecuentaba, pues su destino era el servicio de
las armas. Juan de Valdés, en el Diálogo
de la lengua, quiere convencer a un noble que éstas pueden convivir con las
letras: «No avéis oído dezir que las letras no embotan la lança». Aunque Hernán
Cortés estudiase en Salamanca, no era usual que nobles militares dedicasen su
tiempo al estudio; el conde duque de Olivares, cuando sucede a su hermano en el
mayorazgo, abandona aquellas aulas.2 Sin embargo, en la matrícula de Salamanca,
en donde se inscriben separados los nobles, los colegiales y los manteístas,
aparece un cierto número de segundones nobles e hidalgos que se encaminaban a
la carrera eclesiástica o hacia los cargos de la monarquía.
Menos aún significaban estos estudios para
los labriegos; ni siquiera para los artesanos, que aprenden sus técnicas o
habilidad en la práctica y en el trabajo, agrupados en gremios o colegios, en
una época de estricta separación de los estamentos y de analfabetismo
generalizado. Los escribanos aprendían en escuelas de primeras letras y después
en la práctica –en Bolonia hubo una escuela de notaría; en Valencia, una
cátedra.
Las universidades estaban destinadas sobre
todo a los clérigos –en especial las facultades de Teología y Cánones–, a los
legistas y a quienes aspiraban a ejercer con cierta altura la medicina, en
buena parte en manos de barberos y cirujanos romancistas. Fueron muchos los
escolares juristas que hallaron acomodo en la Iglesia o en los oficios de la
corona, desde los corregimientos a los tribunales y consejos. Existían además
oportunidades de colocación en América o en Italia. Los títulos o grados eran
requisito indispensable para la carrera de nobles segundones e hidalgos, de
escolares procedentes de estratos superiores urbanos, de clérigos que aspiraban
a beneficios y cargos eclesiásticos. Aunque la teología no se extendió a las
diversas universidades hasta el siglo XV: conocedores del prestigio de la
facultad de París, los papas no concedían su enseñanza a otros centros. Su
estudio se incrementó cuando se requirieron más teólogos en los asuntos de
Estado –en la Inquisición–, así como por las necesidades doctrinales de la
Contrarreforma. Cisneros consagró a la teología la Universidad de Alcalá de
Henares, que no impartiría en cambio leyes, pues, según Alvar Gómez, «aborrecía
por naturaleza los estudios civiles y forenses y muchos le oyeron decir en
serio que, si concibiera algo de esta disciplina en su pecho, lo vomitaría con
gusto si pudiese».3
En suma, la Iglesia requería un alto número
de clérigos, sacerdotes y frailes para evangelizar las extensas tierras
descubiertas por las monarquías de España y Portugal. Además, papas y prelados
desarrollaron una burocracia compacta, sobre todo la santa sede, en toda
Europa. Hacía falta un clero bien formado para enfrentarse a la Reforma
protestante, que se extendía por el norte. También los monarcas Habsburgo
precisaron de graduados para el entramado de su poder. Ejercieron su potestad y
regalías a través de diversos Consejos, que gobernaban sus extensos territorios
–régimen polisinodial, lo denominó Vicens Vives. En el Consejo de Estado se
reunían nobles eminentes, militares y prelados, mientras en los otros dominaban
los legistas y canonistas, los teólogos. En las chancillerías y audiencias, el
monarca ocupaba letrados y abogados, relatores procuradores y notarios –aunque
estos últimos no requerían grado. Los virreyes y los adelantados y corregidores
militares se asesoraban con letrados, así como la alta nobleza, para la
administración y justicia en sus estados señoriales.
Un elevado número de juristas se inserta en
la estructura del poder; los más son bachilleres en leyes que se atribuyen el
grado superior de licenciados.4 Hay demanda de médicos para asegurar la sanidad
pública, vigilados por el protomedicato o médicos reales;5 en el ejército, los
cirujanos son imprescindibles. También de teólogos para que mantengan la fe y
señalen al monarca el recto camino o le ayuden en los Consejos, en los
obispados, catedrales y parroquias, que dependen de su patronato.
Había necesidad de teólogos y letrados, de
médicos, pero ¿cómo financiar nuevos estudios generales? La Iglesia no cuenta
con rentas decimales disponibles ni la monarquía es capaz de sufragar su coste:
el ejército, los empleados públicos, la casa real y los intereses de
empréstitos y deudas agotaban su presupuesto. En consecuencia, van a aparecer
estudios generales con una organización y financiación distintas a las que
tenían las viejas universidades medievales.
Las universidades medievales
Para enmarcar la fundación de Gandía hemos de
retroceder unos siglos, contemplar el origen y la paulatina transformación de
las universidades. Hacia fines de la alta Edad Media habían surgido en Bolonia
y París de forma espontánea, con dos modelos diferentes.6 En los reinos y
señoríos feudales se habían formado ciudades o burgos, poblaciones de mercaderes
que logran privilegios y libertades de los monarcas y señores para sus tratos y
viajes, para elegir las autoridades de la ciudad. La sociedad feudal se hace
más compleja, los tres estados altomedievales de nobles, clérigos y campesinos
se amplían con los burgueses o habitantes de las ciudades, que gozan de una
mayor libertad. Aunque la estructura jerárquica se mantuvo durante siglos bajo
los reyes y señores feudales; mientras en la cúspide presidían el emperador y
el pontífice, cabezas de la cristiandad.
La enseñanza y los saberes pasaron de los
monasterios –señoríos eclesiásticos– a las catedrales de las ciudades. Se
fundan órdenes mendicantes de frailes dominicos o franciscanos dedicados a los
nuevos burgueses. Las escuelas catedralicias y los conventos instruyen en
nuevas disciplinas. En Castilla se advierte distinta composición entre los
inventarios de las viejas bibliotecas de los monasterios y de las catedrales:
autores más recientes, presencia de libros jurídicos... El derecho canónico,
junto al civil, se encuentra en alta proporción; interesaba a los clérigos de
aquellas escuelas catedrales, que perviven en siglos posteriores, enviando a
sus mejores escolares a los estudios generales.7
En torno a la escuela catedralicia de Nôtre
Dame de París se forma una corporación universitaria. En los años de Abelardo,
aquel genial maestro que enseñó lógica, dialéctica y teología con gran
afluencia de escolares, aún no existía. La corporación de maestros y graduados
se documenta a inicios del XIII, enfrentada al canciller o maestrescuela de la
catedral por sus exigencias en la concesión de grados y los abusos en su
jurisdicción; pretendía que le prestasen juramento de obediencia. Los maestros
y graduados se defienden, unidos en una corporación –una universidad–, que se
congrega en asamblea con su rector a la cabeza. En 1212, Inocencio III los
apoya frente a las pretensiones del canciller. Robert de Courson, delegado del
papa para resolver el conflicto, confecciona los primeros estatutos (1215),
aprobados por la asamblea, que limitan las pretensiones del canciller,
reconocen a la universidad potestad de aprobar estatutos o normas y regulan las
tasas o precio de los alojamientos. No obstante continuó la pugna con el obispo
y el canciller: Honorio III respaldó a la corporación.
La universidad aparece formada por maestros y
bachilleres de artes, venidos de diversos lugares, que se agrupan en naciones,
según la región de donde proceden, presididas por sus procuradores. Eligen
rector las cuatro naciones de artes: la francesa –de la Isla de Francia–, la
normanda, la picarda y la inglesa, que englobaba también a los originarios del
centro y norte de Europa. El núcleo esencial era la asamblea de la facultad de
Artes, que tomaba las decisiones, con el voto separado de las facultades
mayores –Leyes se había suprimido en 1219. Los maestros y graduados, aunque no
enseñasen, estaban vinculados a la universidad y al rector. Los pontífices y
los reyes de Francia protegieron desde sus comienzos a la universidad, a la
corporación.
Bolonia fue diferente.8 Estaba situada en una
zona fronteriza entre el papado y el Imperio, gobernada por la comuna, que
dependió de uno u otro poder según los tiempos. Un gramático, Irnerio,
consejero de la condesa Matilde –gibelina–, y sus primeros discípulos, empiezan
a enseñar los viejos textos jurídicos romanos. Los escolares, en el inicio,
formaban sociedades con algún maestro que les enseñase y le pagaban por medio
de colecta, alcanzando un título o grado; pronto la comuna estableció algunas
cátedras y pagó salarios. Estando Federico I Barbarroja en Italia en una de las
razzias que solían hacer los emperadores, los maestros y escolares acudieron a
él quejándose del trato que recibían. El Staufen promulgó la auténtica o
constitución Habita, por la que
protegía a los estudiantes venidos de fuera, asegurando su libertad de
movimiento y condenando a los prestamistas que los obligaban a responder
solidariamente por sus compañeros sin haber prestado caución o fianza. Federico
los sujetaba a la jurisdicción de sus maestros o del obispo –solución que había
dado Justiniano para la escuela de derecho de Beirut.
A fines del XII se documenta ya una universitas scholarium, y algo más tarde
se desdobla en dos universidades de Derecho –algo después se forma una tercera
universidad, de artistas y médicos. Las dos universidades se organizan como
corporaciones de los escolares juristas foráneos, ya que los boloñeses y
vecinos cuentan con sus autoridades y jueces, mientras los de fuera encuentran
dificultades en su estancia, en los hospedajes o en los juicios. En una de
ellas se agrupan quienes proceden de otras ciudades y estados de la península
itálica, los cismontanos, mientras
los que vienen del resto de Europa forman la otra universidad de juristas, los ultramontanos. Cada nación o grupo de
escolares de una región nombra sus procuradores y consiliarios, todas juntas en
asamblea eligen sus dos rectores, acuerdan sus estatutos... Los profesores eran
designados por los escolares y los rectores, que les señalaban también las
materias o puntos que debían explicar. Los doctores, que enseñaban y examinaban
de grado a los alumnos, se agrupan en colegios, que no forman parte de la
corporación universitaria. La comuna boloñesa interviene estableciendo normas o
estatutos, sosteniendo cátedras, sin inmiscuirse en la elección de los rectores
ni en los asuntos internos de las corporaciones. Tanto la comuna como las
universidades se decantaron por el dominio papal, el partido güelfo, y se
enfrentaron al emperador. Honorio III designaría canciller al archidiácono de
la catedral boloñesa, que colacionaba y otorgaba solemnemente los grados
concedidos por los doctores, para que tuviesen validez en toda la cristiandad.
Un tercer modelo se implantó en las
universidades inglesas, con algunos rasgos de París: se ha dicho que una
temprana emigración de maestros parisinos originó Oxford. La ejecución por
orden del rey de algunos escolares provocó un éxodo de maestros y escolares a
la vecina Cambridge, la segunda universidad. En Oxford no había rector; al
frente había un canciller, designado por el obispo de Lincoln, con jurisdicción
eclesiástica y civil, concedida por el rey. Al principio se nombraba con
aquiescencia de la universidad, después lo elegía ésta por dos años y fue
perpetuo desde el XV. Como no solía residir, ejercía sus funciones un
vicecanciller, ayudado por dos procuradores o proctors, designados por la
asamblea de Artes. Ésta, la Black
Congregation –núcleo esencial, como en París– debatía previamente los
estatutos, que después eran aprobados por el claustro de doctores y regentes o
profesores, votando por facultades, la Great
Congregation. Aparte, sobre materias docentes y finanzas decidía un
claustro de regentes de las distintas facultades.9
En las universidades inglesas, los halls o residencias de estudiantes y
los colegios tuvieron notable importancia. En los primeros, el canciller
nombraba a los principales o gobernantes, mientras los colegios, fundaciones
dotadas por prelados o nobles, eran más autónomos –Merton fue el más antiguo.
El rector del colegio (master o warden)
era nombrado por los fellows o
profesores, en algunos por el rey o bien por un patrono señalado por el
fundador. Los profesores perpetuos convivían con escolares becados y con otros
que pagaban, los porcionistas. Unos tutores nombrados por el rector ayudaban y
dirigían en su estudio a los alumnos. La enseñanza se concentró en los
colegios, mientras la universidad controlaba los grados.
En Salamanca surgió la universidad en el XIII,
en torno a la escuela catedral. El canciller o maestrescuela era el
catedralicio, como en París. Su rector se elegía por la asamblea o congregación
de maestros, doctores y escolares, un año de la nación leonesa, el siguiente de
la castellana.10 Valladolid, más tardía, siguió ese modelo,11 que podemos
calificar de mezcla de París y Bolonia, ya que agrupaba a maestros y doctores,
bachilleres y cursantes. A inicios del siglo XIV, Lérida se configuró como
universitas scholarium de fuste boloñés, según muestra el Liber constitutionum et statutorum universitatis ilerdensis, de
1300.12
Aquellas viejas universidades no fueron
organismos cristalizados. Variaron a lo largo del tiempo: las corporaciones
cedieron poder a los profesores y doctores frente a los escolares; también se
vieron cada vez más sujetas a los monarcas y autoridades. Veámoslo, por
ejemplo, en Salamanca. El último papa de Aviñón, Benedicto XIII, la reformó y
Martín V, pontífice romano tras el Cisma, la reestructuró a fondo; quería
limitar la reunión de la asamblea escolar convocada por el rector, porque
muchos encontraban excusa para vagar, iban y volvían a lugares ilícitos y se
retraían del estudio y de las buenas obras. Y lo que es peor –seguía diciendo–,
muchos, por su juventud, liberados de toda amarra, estaban dispuestos a dejar
el estudio y algunos lo abandonaban, según se veía por la experiencia, que es
maestra de la vida.13
El nuevo rector y los consiliarios serían
designados por el saliente, y sus consiliarios, ahora representantes de ocho naciones –en que se divide la península
y los territorios ultrapirenaicos–, formaban el claustro de rector. Los
escolares juraban obediencia al rector en la catedral, mientras la asamblea
abierta, que éstos dominaban, queda casi extinguida, no se reúne para elegir
rector, y los asuntos que resolvía pasan a un claustro de diputados o
definidores, en el que se reúnen diez catedráticos de propiedad y diez
delegados de la asamblea, junto con el rector y el maestrescuela. Este claustro
de diputados nombraría al maestrescuela o canciller y juez del estudio. Existía
un tercer claustro o colegio de doctores presidido por el primicerio. En el
siglo XVI, la reunión de los tres claustros formaría el claustro pleno de
doctores.14 Las viejas corporaciones de maestros y escolares adoptan una
organización claustral, con decisivo peso de los doctores. El rector y los
consiliarios siguieron siendo escolares, que mantuvieron su voto para las
cátedras durante más de dos siglos. Por otro lado, los Reyes Católicos
asumieron la designación del maestrescuela y enviaron a Salamanca y a otras
universidades los primeros visitadores o inspectores, que hacían y deshacían a
su criterio. La vieja institución, que se gobernaba por sí misma, pasa a
depender estrechamente de la monarquía. Análoga tendencia puede percibirse en
Bolonia, mientras Padua, al caer bajo el dominio de Venecia, pierde su
autonomía.15
Por lo demás, los estudios generales se
vieron rodeados de colegios mayores y menores que los engrandecen y a la vez
los limitan, a veces los asfixian. Eran fundaciones de prelados y poderosos a
favor de escolares pobres, que lograban residencia y acudían a las aulas para
cursar y alcanzar un grado. Los colegios ingleses o los parisinos –Sorbon,
Montaigu, Cocqueret...– asumieron en buena parte la enseñanza, mientras otros se
limitaron a ser residencias de estudiantes o graduados. Los halls o repúblicas
de escolares entraron en declive, los cursantes se alojaban en colegios o en
casas particulares y en pupilajes como el del dómine Cabra.
En 1364, el cardenal Gil de Albornoz había
fundado en Bolonia el colegio de San Clemente de los españoles, sin propósito
docente, que acogía a estudiantes españoles pobres. En Italia no abundaron,
aunque hubo ocho en Bolonia, siete en Pavía, en Padua doce... Ya en el XIV se
abrieron en la península Santa María en Lérida o el salmantino del Pan y
carbón. El primer colegio mayor, San Bartolomé, se erigió en 1401 por Diego de
Anaya, obispo de Salamanca. Después se fundan otros tres mayores salmantinos
–Cuenca, Oviedo y Fonseca–,16 así como Santa Cruz en Valladolid y San Ildefonso
en Alcalá de Henares.
Los nuevos estudios generales o universidades
Los monarcas apenas pudieron financiar nuevos
centros: Granada en 1531,17 México y Lima veinte años más tarde...18 Algunos
colegios se trasformaron en estudios generales y universidades, en ciudades
donde no existían; una vez fundados con alguna enseñanza en su seno,
solicitaban del papa una bula para conferir grados, quedando convertidos en
estudio general. En ellos ya no existe una corporación de escolares o graduados
como en los primeros tiempos, o al menos es sólo simbólica.
En la península, la primera universidad de
este tipo colegial –del clero secular–, fue Sigüenza, creada por el arcediano
Juan López de Medina en el colegio de San Antonio de Portacoeli, por bula de
Inocencio VIII de 1489.19 Veremos cómo la creación de Gandía y otras
universidades del clero regular seguirán ese mismo camino. Bajo la protección
de la santa sede y de la corona, López de Medina se reservó como fundador el
patronato, que a su muerte ejercerían dos personas, una designada por el deán y
la otra por cabildo de la catedral –si discrepaban decidiría el prior del
convento de jerónimos. Visitarían el establecimiento cada año y velarían por el
cumplimiento de las constituciones y el orden, así como designarían las tres
cátedras que llevaban aparejada canonjía. El canciller sería el obispo, o bien
era nombrado por él. El poder se concentra en el rector y sus consiliarios,
elegidos cada año por los trece colegiales entre ellos, que votaban además en
la elección de colegiales y las oposiciones a cátedra. El claustro de doctores,
presidido por el canciller, apenas participaba.
Más notable fue el colegio mayor de San
Ildefonso, sede y alma de la Universidad de Alcalá de Henares. Fue erigido por
el cardenal primado Francisco Ximénez de Cisneros, y facultado para enseñar y
graduar por Alejandro VI Borja en 1499. Sus constituciones de 1510, ya abierto
el estudio, fueron aprobadas por Julio II y confirmadas por la reina Juana. 20
Alcalá se concibió a imitación de París,21
como una universidad rodeada de colegios en los que residirían y aprenderían
los estudiantes, dependientes de San Ildefonso, de su rector y colegiales, de
su patrimonio y rentas. El colegio mayor albergaría treinta y tres colegiales
becarios –los años de Cristo–, quienes cada curso, la víspera de san Lucas,
elegían al rector y a tres consiliarios colegiales. El rector gozaba de amplia
jurisdicción sobre los miembros del colegio y de la universidad –análoga a la
del maestrescuela salmantino. Un muchacho de veintitantos años asumía una grave
responsabilidad. Los colegiales decidían quiénes entraban en el colegio: se
exigía tener veinte años, ser pobre, artistas o teólogos de preferencia, no ser
oriundos de Alcalá, ni casados, ni del clero regular. Averiguaban su vida,
costumbres y suficiencia; más tarde, por el estatuto de limpieza de sangre,
realizarían minuciosas informaciones genealógicas para excluir a los
descendientes de moros o judíos. Los colegiales designaban asimismo a los
capellanes y fámulos, mientras el rector y sus consiliarios aceptaban a los
porcionistas o estudiantes que pagaban su estancia, y nombraban el notario y el
receptor, un colegial encargado del dinero y las cuentas, que eran sometidas al
rector y aprobadas por los colegiales. Las constituciones admitieron que la
universidad nombrase tres consiliarios, que, junto con los designados por el
rector y los colegiales, se ocuparían de la docencia y la provisión de las
cátedras, por votos de estudiantes. Junto a él se establece el claustro pleno
de catedráticos y doctores. San Ildefonso presidía un conjunto de colegios
menores, en donde residían escolares elegidos por el rector: colegio de la
Madre de Dios para teólogos, San Pedro y San Pablo para los religiosos
franciscanos, Santa Catalina para filósofos, Santa Balbina para los sumulistas,
San Eugenio y San Isidoro para gramáticos y griegos.
El modelo cisneriano encontró en Castilla
abundantes imitaciones, aunque de menor dimensión y riqueza. Estas creaciones
del clero secular no se extendieron a la Corona aragonesa ni tampoco en América
–salvo en Santo Domingo, el colegio Gorjón.22 Una bula de Julio II de 1505
autorizó al canónigo Rodrigo Fernández de Santaella para erigir Santa María de
Jesús en Sevilla.23 En Santiago de Compostela, el arzobispo Fonseca estableció
un colegio, bajo el patronato del conde de Monterrey, que por la intervención
regia en favor de sus catedráticos y doctores se convirtió en claustral.24 El
colegio de Toledo fundado por el maestrescuela de la catedral fue autorizado a
graduar en 1520. Hubo también una universidad de este tipo en Osuna desde 1548,
fundada por don Juan Téllez de Girón, IV conde de Ureña, que se reservó el
patronato sobre el colegio. Y otras en Baeza, Oñate, Burgo de Osma, Oviedo...25
El clero regular –monjes y frailes– cumplía
un papel notable en los estudios y universidades. Desde antiguo desempeñaban
cátedras en muchas de ellas, en especial en las facultades de Teología y en
Cánones, en Artes. Pero además erigieron centros propios. Crearon colegios o
conventos cerca de las universidades para que sus miembros pudieran acudir a
las aulas y graduarse: la orden dominica, San Esteban en Salamanca o San
Gregorio en Valladolid. Abrieron otros centros docentes para la formación de
sus novicios, dando títulos particulares de presentado y maestro, sin validez
universitaria. Ahora ven un resquicio para poder tener universidades propias.
Usan una fórmula, sencilla, menos costosa: un convento o un colegio o casa de
la orden, en donde estudiaban los frailes, se abría a externos y, obtenida la
bula de la santa sede, confería grados. Con un coste mínimo quedaban
convertidos en universidad o estudio general.
La vieja orden de santo Domingo fue avanzada
en esta iniciativa, aunque los benedictinos tuvieron centros muy antiguos. En
la academia de Wittemberg, fundada por los agustinos con apoyo de Mauricio de
Sajonia, enseñó teología Martín Lutero, quien en 1517 fijó en la puerta de la
iglesia las 95 tesis que iniciaban la Reforma. En la península, Diego de Deza
organizó el colegio de Santo Tomás (1517) para novicios, y alcanzó bula para
poder graduar; en algunos periodos admitieron escolares de fuera, aunque tuvo
que enfrentarse con la colegial de Santa María de Jesús. En 1538 intentaron la
creación de una universidad en su convento de Santo Domingo, en la isla Española.
La bula de aprobación, In apostolatus
culmine, refleja con nitidez la ruta seguida, su indudable imitación de
Alcalá, al solicitarla:
universitatem scholarium quae in
uno corpore, sub diversis tamen membris, magistratuum et scholarium ad instar
dictae universitatis de Alcalá per unum regentem seu rectorem regi et gubernari
debeat, quodque illius scholares, tam saeculares quam ordinum quarumcumque
regulares et undequae venientes
[...].26
Era muy diferente de la creada por Cisneros,
aunque alude a la vieja idea de universidad como corporación, que Alcalá quiso
conservar. Siguieron fundando en la península, en Ávila o Almagro, ambas
erigidas en 1550.27 Esta última es fundación de un alto caballero de Calatrava,
orden militar a la que pertenecía esta población, quien la encomendó a los
dominicos, bajo vigilancia de la orden militar. Después otras muchas, aunque no
renunciaron a seguir rigiendo cátedras en otras universidades para explicar la
interpretación o vía propia, la tomista. Cuando vieron retroceder el número de
cátedras tomistas que tenía Salamanca, forzaron al claustro y al rey para que
las acrecentase y señalase titulares de la orden.28 En la Corona de Aragón
fundaron Solsona y Orihuela, aunque en estos reinos predominaron las
universidades municipales, sostenidas por los ayuntamientos: Gerona, Barcelona,
Valencia y Vic. Fórmula derivada de Lérida y Huesca, que no se utilizó en
Castilla.
La fundación de Francisco de Borja
En los primeros borradores de las
constituciones jesuitas se recomendaba que no hubiese «ni estudios ni lecciones
en la Compañía». La vocación docente fue un temprano descubrimiento que se
atribuye a Diego Laínez, segundo prepósito general.29 La Compañía de Jesús fue
aprobada por la bula Regimini militantis
Ecclesiae (1540) de Paulo III y regulada por la Exposcit debitum (1550) de Julio III, que alude ya a predicaciones
públicas, lecciones y todo otro ministerio de la palabra de Dios. Por la Licet debitum (1549), entre otros
privilegios, Paulo III concedió permiso al general para nombrar jesuitas que
pudieran enseñar cualquier disciplina en cualquier lugar.
La nueva orden asumió pronto la función
docente que la caracterizaría durante siglos: la enseñanza de la nobleza y las clases altas en sus colegios, que
le proporcionó fuerza e influencia sobre el poder.30 Aunque la idea inicial
hubiera sido centrarse en la defensa y propagación de la fe a través de la
predicación; no pensaban atarse a ningún lugar y por tanto a ningún colegio,
que suponía costosas instalaciones –en contra del voto de pobreza– y limitaba
su libertad de movimiento, frente al voto solemne hecho al papa de marchar
donde dispusiese.
Ignacio de Loyola enroló en la Compañía a
personas formadas en humanidades, filosofía y teología, pero advirtió la
necesidad de aceptar a jóvenes que no habían terminado sus estudios y decidió
establecer colegios, con la oportuna licencia papal.31 En un principio fueron
residencias para jesuitas formados y en formación, cerca de centros
universitarios; no impartían clases, servían sólo de alojamiento y retiro. Ya
en 1544 regentaban siete colegios, en París, Lovaina, Coimbra, Padua, Alcalá de
Henares, Valencia.32
Aunque pronto cambiaría esta situación.
Polanco, residente en el colegio de Padua, sugirió al fundador que convendría
complementar las enseñanzas que los jesuitas recibían en las aulas; mediante
conferencias, ejercicios y repeticiones en el colegio progresarían más
rápidamente, como él mismo había aprendido, mientras estudiaba filosofía en
París.33 También el padre Jay solicitaba profesores jesuitas para enseñar en
Alemania:
aunque
no es la vocación de los jesuitas enseñar en escuelas públicas o privadas, por
vía de excepción abrace este ministerio de caridad. Haciéndolo los nuestros
serán conocidos y entre los alumnos se encontrarán algunos que querrán entrar
en la Compañía.34
Por su parte, el duque de Gandía Francisco de
Borja35 andaba preocupado por la situación religiosa de su señorío, ya que
muchos de sus vasallos eran cristianos nuevos.36 Su conversión auténtica no era
sólo una cuestión religiosa, sino también política; el 23 de enero de 1544, en
carta al príncipe Felipe, expone la situación de su señorío y sus temores ante
la amenaza turca:
Muy
alto y muy poderoso señor. Ya escriuí el año pasado a V. A. lo que entendía de
los moriscos deste rreyno y cómo conocí en algunos que deseauan poner sus
mugeres e hijos y haziendas en poder de los christianos. Agora entiendo otra
cosa, porque pareçe que están más leuantados y dizen algunas cosas con más
atrevimiento de lo que suelen, poniendo en sospecha que si el armada turquesa
viene este verano por estas costas, que no saben lo que harán; y aunque esto no
lo digan en parte donde podrían ser castigados, me ha paresçido auisallo a V.
A. para que mande poner el rremedio que más cumpliere a su rreal servicio; que
ningún freno ay para ellos mejor, que saber que se haze gente en Castilla para
socorrer este rreyno, porque con el temor que tienen que los soldados que de
allá vienen no los saquehen ni los maltraten, no se osan rebullir, como se ha
visto por la esperiençia el año pasado, que se sosegaron mucho con las nuebas
de la gente de Castilla.37
Para lograr la evangelización de los vasallos
conversos fundó en Llombai un convento dominico, que no satisfizo sus
esperanzas. Su contacto con los jesuitas –por influencia de su mujer doña
Leonor de Castro–, en especial con el padre Fabro, le indujo a confiarles la
dirección espiritual de sus vasallos.38 El duque se había interesado por la
fundación del colegio jesuita de San Pablo en Valencia; en Cuaresma de 1544
acudió a esta ciudad para oír predicar al padre Araoz y le comunicó su deseo de
traer a algún jesuita que adoctrinase a los conversos de sus estados.
Pero pronto amplía su propósito y solicita de
Paulo III que asigne alguna renta eclesiástica para un colegio que quería
fundar en Gandía, encomendado a la Compañía, que unos años después sería
convertido en universidad.39 Aspiraba a que, junto a jesuitas, se educasen
hijos de sus vasallos moriscos, que fuesen «alimentados y sustentados quantos
neófitos pudiesen permitir las facultades de dicho colegio y fuesen instruidos
en la Gramática y Theología por buenos y suficientes Maestros, que también se
havían de mantener a expensas del mismo colegio, y así instruidos predicasen la
palabra de Dios y la Doctrina Evangélica, a otros neófitos rudos e ignorantes».
Necesitaba rentas para edificar y sostener el colegio, junto a la iglesia de
San Sebastián, situada a extramuros de la ciudad,40 por lo que pidió la
supresión de la parroquia de Denia y que se concedieran sus rentas a la nueva
empresa. Había quedado vacante, y proponía crear una vicaría perpetua, dotada
con una congrua porción al arbitrio del ordinario; el residuo de los réditos de
primicias, diezmos y otros emolumentos de la parroquia se destinaría durante
cincuenta años a alimentar e instruir a seis neófitos, hábiles para el estudio
de las letras; deberían ser oriundos de esta parroquia durante cincuenta años,
después el marqués de Denia podría escogerlos de otros lugares. El pontífice le
concedió la gracia por la bula de 3 de diciembre de 1544.41
Entretanto el duque escribió a Ignacio de
Loyola para encomendar a la Compañía la dirección del colegio, quien aceptó su
oferta y amplió su horizonte: «convendrá que dé cabida a toda clase de aspirantes,
porque no tienen menos necesidad los jóvenes de pura sangre españoles que los
retoños bautizados de Israel o del Islam».42 Asistirían cristianos y moriscos,
y serían educados en toda virtud y letras.
Anejadas ya algunas rentas al colegio,
todavía sin edificar, Borja pide a Ignacio de Loyola que envíe un maestro en
artes y un par de estudiantes para dar principio a la obra. Acudió el padre
Andrés de Oviedo, como superior, acompañado de diez o doce jesuitas que se
alojaron en la casa del mayordomo mayor del duque y empezaron la enseñanza en
el Palacio Ducal. El 5 de mayo de 1546 se ponía solemnemente la primera piedra
del edificio; el 10 de octubre de 1547 se votaría como primer rector del
colegio al padre Oviedo.43 Los jesuitas predicaron y enseñaron en Gandía más de
doscientos años.
Pero Francisco de Borja no se conformó con un
colegio y decidió convertirlo en estudio general o universidad, que fue
aprobado por bula de Paulo III de 4 de noviembre de 1547.44 Loyola y sus
jesuitas apoyaron la iniciativa, al ver la ocasión de lograr su primera
universidad.45 Conforme a la bula, se enseñaría lógica o dialéctica, filosofía
escolástica y positiva y otras facultades y ciencias y lenguas. El rector
perpetuo del colegio universidad sería un jesuita –elegido por el prepósito
general de la orden–, quien nombraría o removería a los lectores, maestros y
oficiales, regularía sus salarios, daría constituciones o normas para la
administración y gobierno del estudio.46 El rector era al mismo tiempo
canciller y, en consecuencia, concedía los grados tras el examen por los
maestros. La bula dispensaba al estudio general todos los privilegios y
prerrogativas que entonces gozaban o gozasen después los de París, Salamanca,
Alcalá de Henares y Valencia.
Ignacio de Loyola, por otra bula de Paulo III
de 22 de marzo de 1548, hizo relación de la gracia concedida al colegio por la
aplicación del residuo de las rentas de Denia, con la carga de alimentar e
instruir a seis neófitos, y en agradecimiento se comprometió a incrementar este
número hasta doce por tiempo de cuarenta años. Si faltaren originarios de
Denia, podían sustituirse por otros, a juicio del rector. Y estableció 8
lectores, 3 de gramática, 3 de filosofía y 2 de teología, quedando en manos del
duque quitar o añadir lectores, según las circunstancias. La bula y plan de
fundación fueron presentadas a Carlos V, quien la aprobó, junto a la reina doña
Juana, por real privilegio y carta de confirmación, fechada en Valladolid a 9
de febrero de 1550.47
El 31 de agosto de 1548, apenas cuatro meses
después de la creación, Francisco de Borja absuelve y releva al colegio de la
obligación de enseñar a vasallos moriscos y encomienda al rector, para
edificación de los fieles cristianos:
sostener doze collegiales o scholares de la
Compañía en lugar de los dichos neófitos o nuevos convertidos, lo hagan como a
ellos fuere bien visto y tomen en lugar de ellos otros hermanos. E si menester
será sobre esto supplicar a su santidad para que haga la dicha commutación o la
confirme, su señoría en dicho nombre dio su poder y vozes al dicho Rector que
es y por tiempo será, para supplicar y obtener o alcançar las dichas cosas.48
Años más tarde, el jesuita cronista Gabriel
Álvarez explicaba la decisión de rechazar a los conversos, porque «los padres no
querían dar los hijos, ni los hijos venir para ser doctrinados en letras y
cristiandad y ansí el duque alçó la mano de ello».49 Pero como por entonces la
cuestión morisca se estaba tratando en Roma y en Madrid, se pensó que no era
oportuno plantear el cambio de destino de la fundación. Había también otro
grave problema: Oviedo había castigado a «unos niños moriscos» que vivían en el
colegio, porque trataban de islamizar a otros. Acudió a Francisco de Borja para
que intercediera ante el papa y les dispensara. El recurso puso a Ignacio de
Loyola en situación incómoda; vio que se podía desencadenar una cuestión de
competencias, pues el duque se había saltado la instancia a la Inquisición
española. Finalmente, tras cartas y ruegos, se resolvió el problema; el inquisidor
general Fernando de Valdés, que conocía al duque de las cortes de Monzón,
admitió que fue tan sólo una falta de advertencia.50
Caracteres e historia del colegio universidad
El colegio de Gandía, por tanto, se trasformó
en un centro diferente al proyecto inicial que le dio origen. Sus aulas no se
destinaron a moriscos, que medio siglo después fueron expulsados de Valencia y
de toda la península.51
Su primer rector fue Andrés de Oviedo, votado
por todos los jesuitas residentes en el colegio, invitados por Loyola a
reunirse y votar hasta que se determinase por constituciones el procedimiento
de elección; en el futuro sería nombrado por el prepósito general, conforme a
la bula. La universidad jesuita fue jerárquica, sometida por entero a su
rector, quien designa y quita profesores, salvo algunos canónigos de la
colegiata, obligados a enseñar por su prebenda en el XVIII. El rector modifica
o mejora las constituciones, auxiliado por consiliarios que él elige; como
canciller confiere él mismo los grados. Visitadores enviados por el provincial
inspeccionan y mejoran su funcionamiento. En Messina, la segunda universidad
jesuita –por bula calcada de la que funda Gandía–, el senado de la ciudad
contrapesó su poder, sólo les confío la enseñanza de artes y teología, mientras
el municipio se hacía cargo de las otras facultades; pronto prescindirá de los
padres y dominará el conjunto.52 También la dominica de Orihuela estableció
equilibrios entre la orden y el ayuntamiento con una organización más
compleja.53 La jerarquía y subordinación era usual en las universidades
colegiales –Sigüenza, Alcalá...– y en las creadas por las órdenes religiosas.
En general, solían enseñar sólo artes y teología, aunque graduasen en otras
facultades, mientras Gandía fue más completa. En las explicaciones se ciñen a
su doctrina, la vía suarista en las jesuitas o la tomista en las dominicanas;
no establecen cátedras de las diversas opiniones como se acostumbraba en las
universidades mayores. Fue una universidad menor, sólo se consideraron mayores
Salamanca, Valladolid y Alcalá de Henares. No contaba con demasiados
profesores, su historia académica e intelectual fue también menor.
Los comienzos fueron difíciles, durante los
primeros años apenas hubo graduaciones. El primer doctorado fue concedido el 20
de agosto de 1550 a Francisco de Borja en teología, como prueba de
consideración y gratitud. Pero en palabras del padre Astrain, «el éxito no
correspondió en lo sucesivo a tan solemnes comienzos». Se confirmaban los
recelos de Araoz, provincial de Aragón, que previno al fundador Loyola de que
ya existía una universidad en Valencia, a tan sólo 40 millas de distancia.
Según Batllori, a pesar de su título altisonante, en la época de Gracián no fue
más que una institución reducida y provinciana, semejante a cualquier otro
colegio de la Compañía. Para darle mayor relevancia se instaría a algunos
jesuitas a graduarse en ella.
El procurador en la congregación provincial
P. Martín Pérez, elegido en 1636, escribe un memorial a Roma donde entre otras
cosas dice: «La universidad de Gandía está sin un doctor de la Compañía, ni le
ay en toda la provincia, sino uno solo, que es el P. Juan Ferrer, que vive en
Barcelona y está ya tan viejo y con tantos achaques que apenas se puede menear.
En otro memorial de la provincia de Aragón del año 1595 se propuso a nuestro
padre Claudio Acquaviva, de buena memoria [...]; respondió nuestro padre:
“Atenta la necesidad que en esta provincia ay, se nos propongan algunos,
informándonos de sus buenas partes y religión y se dará licencia”. En virtud de
esa licencia se graduaron los padres Melchior Valpedrosa, Juan Sotelo, Pedro
Gil, Antonio Garcés, Luis González y Juan Ferrer. Todos son ya muertos excepto el
P. Juan Ferrer». La respuesta del general Vitelleschi en 1637 fue: «proponga el
provincial los que se juzgan a propósito y con gusto daré licencia para que se
gradúen». Con anterioridad, en 1623, el mismo Vitelleschi había escrito al
provincial P. Continente: «no pareçe que es menester que se gradúen algunos de
los nuestros en Gandía ni en ninguna otra parte, que ya esto se a dexado en
todas partes».54
Sin duda, los jesuitas preferirían graduarse
en la Gregoriana o en universidades más prestigiadas o se contentaban con la
formación que recibían en sus colegios o seminarios.
No obstante, Gandía encontró una lucrativa
fuente de ingresos al facilitar grados a bajo coste a escolares que habían
cursado en otros centros, es decir aprovechó la fuga académica, entonces
frecuente55 –Valencia muestra también este aflujo exterior en sus inicios. El
incremento de los grados en Gandía fue progresivo y resulta evidente desde
mediados del siglo XVII hasta la supresión en 1772.56
La afluencia de estudiantes para graduarse,
procedentes de toda la península, incluso algunos extranjeros, suponía buenos
ingresos, aunque se desacreditasen los títulos. Eran fáciles y baratos, en unos
días se podían lograr dos o tres grados con un coste reducido. A muchos que no
habían cursado en sus aulas, les resultaba ventajoso desplazarse para
obtenerlos. Gregorio Mayans, por ejemplo, cursa y se examina de bachiller en
leyes y cánones en Salamanca. Vuelve a Valencia con el señuelo de las
oposiciones a cátedra que se habían convocado tras unos años de cierre por la
nueva planta, y se gradúa de doctor en leyes y después en cánones. Mientras
enseñó en Valencia llevaba a algunos discípulos a doctorarse en Gandía; en
carta a Juan Bautista Cabrera relata: «el sábado día 25 llegamos a Gandía, con
salud i sin cansancio ni molestias. El domingo se examinó el graduando más con
cortesía que con preguntas, por hallarme yo presente».57 Otros muchos
alcanzaron allí un título o lo mejoraron –de bachiller a doctor– para apoyar su
carrera eclesiástica o civil.
La Universidad de Valencia se quejaría de
esta situación. Cuando se debate la cesión a los jesuitas de las aulas de
gramática de la Universidad de Valencia, los profesores exponen al Consejo de
Castilla el abuso de Gandía: «casi los más que cursan en la escuela de
Valencia, passan a aquélla a obtener los grados».58 El pavor de Juan Bautista
Ferrer denunció las prácticas de aquella «pequeña universidad para promover en
ella la enseñanza de la filosofía y theología. Aora apenas sirve de otra cosa
que de graduarse a tropas de médicos y letrados, que no estudian en ella, con
menoscabo de esta universidad y de la salud y quietud pública».59 En 1741, en
una visita o inspección del ayuntamiento, aparecen críticas por el perjuicio
que supone el colegio de San Pablo y la de Gandía: «en la facultad de teología
se advierte muy poco concurso, nazido de la frecuenzia con que van al colegio
de San Pablo, por no tener la prezisión de ir con vestido negro, ninguna
prezisión de matrículas y fazilidad con que se confieren en Gandía los grados,
sin cursar en esta escuela».60
Incluso hay personas que buscan los
privilegios que confiere el grado. ¿Para qué quería el doctorado en leyes o en
cánones un labrador acomodado o un comerciante? La burguesía y estratos
superiores querían acercarse a la nobleza a través del grado, que les reconoce
privilegios de carácter fiscal, la posibilidad de usar el «don» u obtener algún cargo. El cancelario de Cervera expresaba sus
quejas al Consejo de Castilla, porque si se permitía a los catalanes poder
graduarse en Gandía, «serían infinitos los catalanes graduados en leyes y
cánones». El Principado estaba «poblado especialmente de labradores acomodados
y otras gentes del estado llano, aficionados al título de doctor y al porte de espada que tienen prohibido», privilegio que
llevaba también aparejado el grado, junto a la exención de determinados
impuestos o cargas, «con detrimento de los Reales Erarios y de los pobrecitos
que, en estos pechos, deberían contribuir más, porque con tantos privilegiados
sería mucho menor el número de contribuyentes».61
Se matriculaban en otras universidades y
asistían a clase –no hay exámenes de curso–, después acuden a Gandía u otra
universidad menor a graduarse. Estos escolares «fugados» no se desplazan por el
prestigio del centro o de un profesor, sino porque logran grados de forma
fácil, más baratos y tal vez, en algunos casos, sin guardar siquiera el tiempo
preciso. No era muy estricto el rigor para controlar los cursos que se exigen
por las constituciones antes del grado. Algunos ni tan siquiera se habrían
matriculado en otras universidades, han cursado filosofía o teología en
colegios y conventos.
El número de sus graduados va creciendo hasta
superar a Valencia. No cabe pensar en un incremento de matriculados que justificaría
este mayor número. Aunque no se conservan libros de matrícula, la disparidad de
origen de sus graduados refleja la fuga académica. Gandía, en la diócesis de
Valencia, recibe sobre todo graduandos de ésta y de las vecinas; otros realizan
desplazamientos más largos. Hecho, por otra parte, usual en la época; también
otras universidades menores –Sigüenza, Toledo, Ávila o Irache– captaban
estudiantes de las mayores, más rigurosas y severas; aquellos centros cumplían
la función de proporcionar grados fáciles.
En la Universidad de Valencia, el tanto por
ciento de abandono de los estudios –o tasa de mortalidad académica– era
elevado: muchos de sus matriculados en el XVIII no alcanzan a graduarse.62 No
había exámenes de curso, bastaba la asistencia para pasarlos, mientras el
control del grado implicaba una mayor dificultad. Y buscaban una salida más
fácil en la cercana Gandía, por las ventajas que ofrecía. Los grados se
obtenían con menor gasto que en Valencia o en otras universidades.63 El examen
era más fácil y no se controlaban con rigor los cursos aportados. La falta de
rigor es evidente, pues en el mismo día –o en breve tiempo– muchos se gradúan
de bachiller en artes y de bachiller y doctor en medicina, o en teología,
derecho canónico o leyes. Es decir, tres grados en una tongada. En algún caso
aparece un graduado en Gandía al año siguiente de estar matriculado de primer
curso de la facultad en Valencia; por tanto, no parece estar habilitado para
presentarse al grado, seguramente se falseaba la asistencia o pase de curso. El
graduado Vicente Martínez Marco aparece tachado de los libros de grados después
de averiguarse no sólo que había comprado la certificación de haber cursado en
Valencia, sino que además un tal Castejón se había presentado por él al examen.64
No es, por tanto, sorprendente que sus grados superen los que se colacionaban
en Valencia.65
Existe además una vía directa para comprobar
la fuga: identificando en la matrícula de Valencia a quienes después se gradúan
en Gandía. Los datos de 1742 a 1749 revelan con nitidez la fuga hacia una
graduación más fácil. Incluso cursantes en teología a veces se doctoraban en
medicina.66
Pleitos con Valencia
A los catedráticos de la Universidad de
Valencia les desagradaba la política de grados fáciles que concedían los
jesuitas, ya que minoraba sus ingresos y propinas. En 1657, la ciudad de
Valencia negaría a un doctor en leyes de Gandía su derecho a ejercer, alegando
que no poseía facultad para conceder título de abogado. El caso fue llevado
ante la Audiencia y más tarde al Consejo de Aragón, que reconoció las
facultades y privilegios que la bula de Paulo III otorgó a la universidad de
los Borja.67 Pero sobre todo se enfrentaron con el ejercicio de sus médicos, ya
que la «fuga» era muy elevada en esa facultad. Mientras en Valencia había años
en que no se doctora ninguno y los años que más nunca llegan a diez, en Gandía
desde 1653 siempre hay algún doctorado y en ocasiones pasan de treinta. En
1757, de los 35 matriculados en Valencia, 12 se gradúan en Gandía de bachiller
y doctor alrededor de 1760, en tanto que en Valencia sólo obtienen el
bachillerato dos de ellos. En 1758, de los 48 matriculados en Valencia, 20 se
doctoran en Gandía y sólo uno en Valencia.
La intervención del municipio de Valencia
sobre la práctica médica venía de antiguo.68 Desde la Edad Media nombraba
examinadores que testimoniaban los grados y conocimientos de los médicos que
querían ejercer. En el xvii realizaba este control y vigilancia el claustro de
Medicina, que, como un gremio, reunía a todos los doctores de la ciudad y sus
arrabales, profesores o no, bajo la presidencia del rector, en la capilla de la
Sapiencia, donde guardaban su archivo.69 El claustro nombraba los dos
examinadores reales que desde hacía siglos controlaban la profesión médica, que
confirmaban los jurados; tomaba acuerdos sobre la enseñanza en la facultad y
también sobre el ejercicio y la sanidad pública; promulgaba estatutos u
ordenanzas y gozaba del derecho de visitar o inspeccionar a todos los médicos
del reino para verificar sus títulos y exigirles la contribución de una libra
en favor del claustro o junta. Sólo podían ejercer los doctores graduados por
Valencia, mientras los procedentes de otras universidades debían incorporar el
grado o pedir licencia a los examinadores de la facultad, según el fuero de
cortes de 1626: «medicina ningú pot exercitar en la ciutat de Valencia, ni en
lo Regne, que no sia graduat en la present ciutat o examinat per les persones
diputades».70
En aquel claustro o gremio médico existían varios
oficios: designaba un depositario, un regente del libro mayor, otro regente del
contralibro, dos contadores, un síndico conservador y cinco electos, un
escribano –por insaculación entre notarios– y archiveros. Era una corporación
colegial o gremial, que se integraba en la junta de facultad. Los nuevos
doctores, al acceder al claustro, prometían cumplir sus acuerdos. Tenía el
claustro ingresos propios, procedentes de propinas de grado de doctor –una
libra, aunque nunca figuró en las constituciones de la universidad–, derramas
de todos los médicos del reino y aportaciones extraordinarias de sus miembros,
que fueron muchas durante estos años por los pleitos que entablaron. En un
pleito del claustro médico con el real patrimonio de 1667, la Audiencia respaldó
su privilegio de reunirse y dar estatutos en utilidad de la profesión; aunque
no podía probar su derecho como prescripción inmemorial de más de cien años, sí
al menos de treinta.71
Aquel mismo año, el rector jesuita padre José
de la Calba logró un auto de la Audiencia, aunque sin citación de parte, para
que los examinadores no pusieran embarazo alguno al ejercicio de sus graduados.
La ciudad y los examinadores se personaron en recurso de nulidad y la Audiencia
admitió que sólo podrían ejercer si incorporaban el grado en la Universidad de
Valencia o se sometían «a nuevo examen por los examinadores de esta Escuela».
Al cabo de un tiempo, el rector jesuita padre Juan Bautista Pi volvió a instar
a la Audiencia, sin mencionar la sentencia anterior, obteniendo nuevo auto, que
fue también recurrido por los examinadores por la excepción de cosa juzgada; fue admitida por el
tribunal en sentencia de 3 de septiembre de 1676, condenando en costas a la
otra parte.72
El decreto de Felipe V de 29 de junio de
1707, al abolir los Furs, cambió el
estado de las cosas: en un sentido jurídico estricto, el protomedicato
castellano debía imponerse en Valencia, sustituyendo en el control al claustro
médico y sus examinadores. Reorganizado por los Reyes Católicos, el real protomedicato
ejercía tres funciones: el examen de médicos, cirujanos y boticarios para
ejercer, la jurisdicción sobre sus crímenes o delitos, y la visita o inspección
de títulos y establecimientos. Pero el claustro médico valenciano siguió
reuniéndose y nombrando examinadores, electos y oficiales. Había descuidado sus
visitas a los médicos del reino, y en 1716 acordó con los examinadores reales,
previa licencia de la nueva Audiencia, llevar a cabo una inspección.73 El
rector y canciller de Gandía, el jesuita Nicolás Martínez, interpuso recurso de
suplicación, pues sabía que se dirigía contra sus graduados médicos –también
contra los de Orihuela. El ayuntamiento, el claustro y los examinadores reales
se personaron en juicio, oponiendo la excepción de cosa juzgada, por las dos
sentencias anteriores. Su abogado expuso, con gran lujo de opiniones y citas de
autores sobre cosa juzgada, que eran las mismas partes –otras personas, pero
con idéntica representación–, así como coincidían la cosa o asunto y la causa o
fundamento con que se pedía. Gandía se defendió alegando que no se habían
presentado los autos del proceso en que recayeron aquellas sentencias;
consideraba indispensable su presentación, a lo que contraarguyó el abogado de
Valencia que no se exigía en las causas antiguas, con más de diez años según
Mateu y Sanz, aunque Menochio exigía treinta y la Rota romana cuarenta. Las
sentencias cumplían esa antigüedad, y aunque no se hallasen los autos, se
justificaban por declaraciones juradas del archivero de palacio y de un
escribano. Los jesuitas también aducían que el padre que sostuvo aquel juicio
no tenía poder bastante. Pero sobre todo insistían en que el precepto de las
cortes de 1626 había quedado derogado por la Nueva Planta; además fue concedido
sólo al brazo real y no era fuero ni ley paccionada, por tanto no podía derogar
el privilegio pontificio y real de Gandía. Además, los privilegios desde su
creación y concesión:
havían
tenido su total observancia quietos y pacíficamente hasta el año 1626 en que
havían pasado más de setenta años, sin haverse podido demostrar exemplar
contrario a dichos privilegios y possesión continuada debiéndose considerar
obrrepticia y subrrepticia la concessión del dicho capítulo de cortes por no
haverse hecho especial mención en el de los privilegios de la dicha universidad
y haverse de entender la concessión del dicho auto hecha y expedida con la
cláusula, sin perjuicio del drecho de tercero.74
A lo que respondía Valencia que fue aprobado
en cortes para la pública utilidad y beneficio de los habitantes de la ciudad y
reino, y debe mantenerse, a pesar de la abolición de los fueros; aunque se
derogase la ley, había derechos adquiridos y la ley nueva sólo se refiere a los
casos venideros. El abogado de la universidad incluso se atrevió a citar normas
del protomedicato,75 haciendo ver que tienen el mismo fundamento que el fuero,
en cuanto vigilan que los médicos poco peritos se abstuviesen de ejercer. La
resolución quedaría en suspenso; mientras, no se podría molestar a los
graduados por Gandía.
De momento, el claustro médico no había
tropezado con el real protomedicato y siguió aprobando a sus graduados médicos
para ejercer.76 En cambio, el colegio de cirujanos despertó suspicacias al
solicitar del monarca la confirmación de sus ordenanzas en 1715, como hicieron
otros colegios, gremios y las comunidades de regantes o acequias. El Consejo y
el rey las confirmaron y mantuvieron su derecho a examinar y aprobar a los
nuevos cirujanos con un riguroso examen: tras nueve años de práctica y tres de
curso con el catedrático de Cirugía, debían defender conclusiones públicas y se
les preguntaba durante tres horas de cirugía, sobre casos prácticos y lengua
latina.77 El protomedicato, que ya había empezado a conceder títulos para
Valencia, se vio amenazado: no venían médicos de fuera ni boticarios, pero sí
cirujanos. Se litigó en el Consejo de Castilla, defendiendo el colegio sus
privilegios. El rey, en un primer momento, el 8 de enero de 1718, dispuso que
no interviniera el protomedicato sobre los títulos de cirujano del reino; pero
siguieron las presiones y por real decreto de 7 de noviembre de 1736 Felipe V
zanjaba salomónicamente la cuestión, atribuyendo al colegio los exámenes para
ejercer en la ciudad, según sus ordenanzas, pero previa licencia y posterior
expendición del título por el protomedicato; en el resto del reino se
sujetarían a examen del organismo castellano. Este decreto extendía el poder
del protomedicato a las visitas y exámenes de médicos y boticarios.78
El claustro médico, en sus reuniones, muestra
su preocupación por la pérdida de sus privilegios. Nombra un agente en Madrid,
pide fondos para gastos, y hasta se ve obligado a vender una casa que tenía. En
reunión de 31 de mayo se lee una carta del gobernador del Consejo en que da las
gracias porque los examinadores delegados por el protomedicato han tomado
posesión de sus cargos en el claustro médico; en lo demás, grados y actos,
preeminencias, el claustro podía seguir como hasta entonces. También se
acompaña de otra, del médico de cámara José Cervi, a quien se había acudido en
busca de auxilio, quien consideraba la medida adecuada e igual que para las
demás universidades castellanas.
Fernando VI, en 1747, resolvió conceder todo
el poder al protomedicato y reiterar su jurisdicción, pero dentro de la norma
de su padre. Entonces el colegio de cirujanos acudió al rey con un memorial en
que hacía ver su antigüedad y privilegios, confirmados por los reyes –incluso
sus ordenanzas por Felipe V– para que le devolviera su facultad de dar títulos para
todo el reino... o al menos que se atuviese a las reglas sentadas por su padre,
quien respetó su actuación dentro de la ciudad y alrededores. Al fin, el
monarca, en 18 de noviembre de 1749, examinados todos los antecedentes, con
informes del capitán general y del protomedicato, volvió a reiterar la solución
de su «glorioso padre (que de Dios goza) en su Real Decreto», reiterado por él,
y que los visitadores se arreglen a las normas vigentes, sin llevar derecho
alguno por las visitas o inspecciones a médicos, cirujanos y boticarios.79
Confiaba ya, por tanto, la vigilancia de estas profesiones al protomedicato.
Al hacerse cargo el protomedicato del
control, volvió la cuestión con Gandía. El 20 de enero de 1757 se comunicaba a
este tribunal que no admitiese grados de bachiller en medicina, sino los de
Salamanca, Valladolid, Alcalá, Sevilla, Granada, Valencia, Huesca y Cervera, y
no de las demás, hasta tanto que justificasen tener el número de catedráticos y
doctores que acordaban las leyes del reino. Pero el padre José Sales, de la
Compañía, recurrió en favor de los grados de bachiller en medicina de Gandía; y
vistos por el tribunal los testimonios que se presentaron, declaró, en 4 de
marzo del año 1757, que la Universidad de Gandía estaba comprendida en la clase
de las mayores a efecto de admitir sus grados80 –los jesuitas eran poderosos.
Todavía en 1762 el rector solicitaba a Carlos III que se reconocieran a los
graduados en su universidad sus privilegios y exenciones: la real cédula de 26
de agosto de 1763 ordenó guardarlos, no incluyéndoles en los repartos de cargas
concejiles ni en ninguna otra de las que están exentos los nobles, siempre y
cuando se mantuviesen con el honor correspondientes a su grado, sin ejercer
oficios incompatibles con él.
La facilidad en la obtención de los grados,
tantas veces advertida por Valencia, se adujo al decidir en 1772 el cierre de
la universidad jesuita. También pesaría que, tras la expulsión, se había
quedado sin fondos, ya que sus bienes fueron subastados para pagar pensión a
los padres y en beneficio del monarca:
ha
crecido tanto el abuso en la fácil concesión de grados en todas las facultades
y ha sido tan excesivo el número de graduandos que, por esta razón, han acudido
este verano, que ha sucedido estar 18 de ellos, a un mismo tiempo, esperando
turno, sin embargo de que se gradúa por mañana y tarde, no sólo en los días de
trabajo, sino también en los festivos. Esto es prueba evidente, de que no se
observa aquí lo mandado [...], especialmente en quanto a dar puntos con todo
rigor para la lección a las 24 horas. Ni por eso recelan los que goviernan esta
universidad, que pueda resultarles algún perjuicio, porque como todos ellos son
cómplices y los únicos sabedores de semejantes abusos, no temen pueda saberse
la verdad de lo que pasa.81
* * *
Con todo, Gandía, la fundación de Francisco
de Borja, significó un suceso notable: fue el modelo de las universidades
jesuitas, que se extendieron por todo el mundo durante los siglos de la
Contrarreforma. La segunda fue Messina, que al ser erigida en 1548 recibió una
bula idéntica, literal, aunque allí los jesuitas se encargaron tan sólo de
Artes y Teología, mientras Derecho dependía del municipio; luego los
desplazaría, prefiriendo asumir todas las enseñanzas. Más tarde en Italia
alcanzaron facultad de graduar en Milán, Palermo, Mantua... El colegio de Roma
se convirtió en la Gregoriana (1556), que superaría en alumnos a la Sapienza
–la dominica de Santo Tomás o Angélico se crea en 1727. La Sapienza, universidad medieval de la curia romana, renovada por
León X, se cerró tras el saqueo de Roma (1527), siendo restaurada por Paulo
III, a cargo de una congregación de cardenales.
La Compañía de Jesús extendió su influencia
por toda la Europa católica. La universidad portuguesa realizó en 1537 su
definitivo traslado desde Lisboa a Coimbra, donde enseñó Francisco Suárez. El
monarca João III procuró dotarla de buenos profesores, aunque algunos escolares
portugueses seguían yendo a estudiar a Salamanca y París. Los jesuitas
dominaron el Colégio das Artes, que
abría la puerta a las facultades mayores. En Évora dieron grados de artes y
derecho canónico. Abrieron además numerosos colegios para la educación de las
clases altas, como en España –el más importante, el Colegio Imperial de Madrid.
En Francia abrieron algunos elitistas –Clermont, Louis le Grand o La Flèche,
que intentó convertirse en universidad en 1603. Enrique IV dio en favor de su
enseñanza el edicto de Rouen (1603). Aunque sólo lograron universidad propia en
Pont-le Mousson (Lorena), en otras controlaron cátedras o facultades. En el
Sacro Imperio y en el Imperio austrohúngaro lograron gran fuerza, dominaron las
antiguas universidades de Colonia, Maguncia, Ingoldstadt, Friburgo... Fundaron
otras en Dilligen, Graz, Paderborn, Osnabrük, Innsbruk, Linz, Lemberg... En la
mayoría enseñaban sólo teología y artes, tenían privilegio general para graduar
en estas facultades, otorgado por Pío IV –como en América más tarde. En 1611
les fue entregado el seminario de Bamberg, que convirtieron en universidad.
Hasta la vieja universidad medieval de Praga se fusionó en 1654 con el colegio
jesuita. Mientras Cracovia, en Polonia, resistió a su influencia. Por lo demás,
cuando se interrumpió el proceso de fundación de universidades en la península,
las órdenes regulares trasladaron su esfuerzo a América. Durante el XVII se
crearon allá muchas –a veces hasta tres en una misma ciudad–, por obra de los
jesuitas, dominicos y agustinos. Una tarea nueva, junto a las misiones o
doctrinas que habían iniciado en el siglo anterior; ahora no sólo atienden al
indio, sino también a la formación del clero y los estratos españoles,
facilitando estudios y grados. Los papas autorizaron, con carácter general, a
jesuitas y dominicos a dar grados en América, siempre que el nuevo centro
estuviese separado de las dos grandes universidades reales de México y Lima por
una distancia superior a doscientas millas.82
En suma, Europa se conmocionó por la Reforma.
Las universidades padecieron y participaron en aquellos tiempos de cambio. No
sólo hubo –como siempre– guerras cruentas entre soberanos, sino también una
pugna ideológica en el seno de la religión cristiana. Los reformadores se
adueñaron de la agustina Wittemberg y de Heidelberg. Oxford y Cambridge fueron
anglicanas. Fundaron otras –la calvinista Ginebra... Buscaban exponer su
mensaje y formar su clero. Roma y el ámbito católico les hicieron frente
mediante la renovación de sus universidades, que apoyaron la barrera
intelectual entre las distintas confesiones. La unidad cristiana quedó rota.
Viejas universidades – París, como Salamanca o Colonia– mantuvieron posiciones,
al tiempo que se creaban otras por toda Europa. Las órdenes religiosas jugaron
un papel esencial con una amplia oleada creadora de colegios y universidades.
La Compañía de Jesús fue paladín en esta tarea, siempre a disposición del papa.
Pues bien, Gandía fue la primera universidad jesuita…
Mariano Peset
Pilar García Trobat
Universitat de
València
1.La bibliografía sobre universidades:
Vicente de la Fuente, Historia de las universidades, colegios y demás
establecimientos de enseñanza en España, 4 vols., Madrid, 1884-1889; Cándido
Mª Ajo y Sáinz de Zúñiga, Historia de las universidades hispánicas. Orígenes
y desarrollo desde su aparición hasta nuestros días, 11 vols., Ávila; Madrid,
1957-1979; Águeda Rodríguez Cruz, Historia de las universidades
hispanoamericanas. Período Hispánico, 2 vols., Bogotá, 1973. Sobre la época
moderna, Richard L. Kagan, Students and Society in Early Modern Spain,
Baltimore: John Hopkins University Press, 1974 (edición española: Madrid,
1981); Mariano y José Luis Peset, La universidad española (siglos xviii y
xix). Despotismo ilustrado y revolución liberal, Madrid: Taurus, 1974;
Mariano Peset, «La monarquía absoluta y las universidades», Revista de
História (Oporto), 6 (1985), pp. 145-172; «La organización de las
universidades españolas en la edad moderna», en Studi e Diritto nell’area
mediterranea in età moderna, a cura di Andrea Romano, Messina, 1993, pp.
73-122, versión más completa que en I poteri politici e il mondo
universitario (xiii-xx secolo). Atti del convegno internazionale di Madrid,
28-30 agosto 1990, a cura di Andrea Romano e Jacques Verger, Messina, 1994;
«Modelos y estatutos de las universidades españolas y portuguesas (siglos
xiii-xviii)», en Dall’università degli studenti all’università degli studi,
Messina, 1991, pp. 65-105; «Modelos y localización de las universidades
americanas en la época colonial», en La universidad ante el quinto
centenario. Actas del Congreso internacional de universidades, Madrid, 1993,
pp. 209-219. Acerca del conjunto europeo, A History of the University in
Europe, 4 vols., edición de Walter Rügg y Hilde de Rydder-Simoens, Cambridge
University Press, 1992-2004 (traducción de los dos primeros: Universidad del
País Vasco, 1995-1999). 2. John H. Elliott, El Conde-Duque de
Olivares: el político en una época de decadencia, Madrid, 1998; también el
viejo libro de Gregorio Marañón, El conde duque de Olivares: la pasión de
mandar, Madrid, 1956 (9ª edición). 3. Álvar Gómez de Toledo, De rebus gestis a
Francisco Ximenio Cisnerio..., Alcalá, 1569, citado por Marcel Bataillon,
Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI, México,
1979, p. 13, nota 11. 4. Lo detectó y analizó Jean-Marc Pelorson,
Les Letrados juristes castillans sous Philippe III. Recherches sur leur place
dans la société, la culture et l’état, Université de Poitiers, 1980. 5. Pascual Iborra, Historia del
protomedicato en España (1477-1822), Valladolid, 1987; John Tate Lanning, The
Royal Protomedicato. The Regulation of the Medical Professions in the Spanish
Empire, Duke University Press, 1985; Mariano Peset; Mariano Peset Mancebo,
«El real protomedicato y el ejercicio médico», en Historia de la Universidad
de Valencia, 3 vols., Universitat de València, 1999-2000, II, pp. 239-250
(versión en catalán: Universitat de València, 2000). 6. Sobre las universidades medievales, Heinrich
Denifle, Die Entstehung der Universitäten im Mittelalter bis 1400, Berlín,
1885; Hastings Rashdall, The Universities of Europe in the Middle Ages,
edición de F. M. Powicke y A. B. Emden, 3 vols., Oxford, 1936 (reimpresión de
Oxford: Clarendon Press, 1987); Handbuch der Quellen und Literatur der
neueren europäischen Privatrechtsgeschichte, herausgegeben von Helmut Coing,
3 tomos en 8 vols., Frankfurt: Max-Planck-Institut; Beck, 1973-1988, I. 7. Mariano Peset; Juan Gutiérrez Cuadrado, «Clérigos y
juristas en la baja edad media castellanoleonesa», Senara (Vigo), 3 (1981),
pp. 7-110, Anexo; Susana Guijarro González,
Maestros, escuelas y libros. El universo cultural de las catedrales en la
Castilla medieval, Madrid: Universidad Carlos III-Dykinson, 2004. Sobre los
primeros siglos, Pierre Riché, Études et enseignements dans l’Occident
chrétien de la fin du Ve siècle au milieu du IXe siècle, París: Picard, 1979. 8. Albano Sorbelli, Storia dell’Università
de Bologna, 2 vols., 1: Il medioevo (secolo xi-xv), 2: Luigi Simeone, L’età
moderna (1500-1888), Bologna, 1940; también Manlio Bellomo, Saggio
sull’università nell’età del Diritto commune, Catania, 1979; Storia delle
Università in Italia, 3 vols, edición de Gian Paolo Brizzi, Piero del Negro y
Andrea Romano, Messina, 2007. 9. The History of the University of Oxford, 8 vols.,
edición de T. H. Aston, Oxford, 1984-2000; A History of the University of
Cambridge, 4 vols., Cambridge University Press, 1988-2004; también Alan B.
Cobban, The Medieval Universities. Their Development and Organisation,
London: Methuen, 1975, y The Medieval English Universities: Oxford and
Cambridge to c. 1500, Berkeley: University of California, 1988. 10. Mariano Peset, «Sobre los orígenes de
la universidad de Salamanca», en Permanencia y cambio. Universidades
hispánicas (1551-2001). VIII Congreso internacional de historia de las
universidades hispánicas, México, septiembre de 2001, 2 vols., coordinado por
Enrique González y Leticia Pérez Puente, México: Universidad Nacional
Autónoma, 2005, II, pp. 31-51, así como «La corporación en sus primeros
siglos (xiii-xv)», en Historia de la Universidad de Salamanca, II:
Estructuras y flujos, 4 tomos en 5 vols., coordinador Luis Enrique
Rodríguez-San Pedro Bezares, Universidad de Salamanca, 2002-2008, II, pp. 19-35.
11. Historia de la Universidad de
Valladolid, 2 vols., Universidad de Valladolid, 1989; Mariano Alcocer
Martínez, Historia de la Universidad de Valladolid, 8 vols., Valladolid,
1918-1935. 12. Mariano Peset, «La fundación y el fuero
universitario de Lérida», Hispania, 58/2, 199 (1998), pp. 515-536; también
«Orígenes de la Universidad de Coimbra», Península. Revista de Estudos
Ibéricos (Homenagem a José Adriano de Carvalho), 0 (Oporto, 2003), pp. 75-85.
13. Constituciones de Martín V de 1422,
Bulario de la Universidad de Salamanca (1219-1549), 3 vols., por Vicente
Beltrán de Heredia, Universidad de Salamanca, 1966-1967, I, doc. 444. 14. Mariano Peset; Pilar García Trobat,
«Poderes y modelos universitarios (siglos xv-xix)», en Historia de la
Universidad de Salamanca, II, pp. 37-91. 15. L’Università di Padova: otto secoli di
storia, a cura di Piero del Negro, Padova, 2001, en especial pp. 48-58. 16. Estudioso de los colegios salmantinos
fue Luis Sala Balust, Constituciones, estatutos y ceremonias de los antiguos
colegios seculares de la Universidad de Salamanca, 4 vols., Madrid, 1964. Hoy
existen numerosos trabajos, que no vamos a enumerar. 17. Véase Enrique González González, «El
surgimiento de universidades en tierra de conquista. El caso de Granada (s.
xvi)», en Università in Europa. Le istituzioni universitarie dal medio evo ai
nostri giorni. Strutture, organizazione, funzionamento, Messina, 1995, pp.
297-325; Francisco Montells y Nadal, Historia del origen y fundación de la
Universidad de Granada, Granada, 1870; Mª del Carmen Calero Palacios;
Inmaculada Arias de Saavedra; Cristina Viñes Millet, Historia de la
Universidad de Granada, Granada, 1997. 18. Mariano Peset, La adaptación del modelo
salmantino en las fundaciones de Lima y México (1551), Universidad de
Salamanca, 2003. 19. Isidoro Montiel, Historia de la
Universidad de Sigüenza, 2 vols., Maracaibo: Universidad de Zulia, 1963; su historiografía
en Manuel Casado Arboniés, «El Colegio-Universidad de San Antonio de
Portaceli de Sigüenza en la Edad Moderna: estado de la cuestión,
historiografía y fuentes», Miscelánea Alfonso IX (2009), pp. 101-138. 20. Las constituciones las editó Ramón
González Navarro, Universidad complutense. Constituciones originales
cisnerianas (edición bilingüe y comentario). Estudio de los textos
legislativos, su evolución y sus reformas posteriores durante el siglo xvi,
traducción de los textos latinos por A. Larios y Bernaldo de Quirós, Alcalá
de Henares, 1984. Del mismo autor, Universidad y economía: el Colegio Mayor
de San Ildefonso de Alcalá de Henares (1495-1565), Universidad de Alcalá,
1998; Elena Hernández Sandoica; José Luis Peset, Universidad, poder académico
y cambio social (Alcalá de Henares, Madrid 1508-1874), Madrid, 1990; Ángel
Gil, «Visitas y reformas de la universidad de Alcalá en el siglo xvii»,
Anales Complutenses, 4-5 (1992-1993), pp. 65-134; José García Oro, Visitas a
la Universidad de Alcalá en vida del Cardenal Cisneros, Madrid, 1996. 21. Remitimos a las páginas de James K.
Farge, Orthodoxy and reform in early Reformation in France: the Faculty of
Theology of Paris, 1500-1543, Leiden: Brill, 1985, y las de Marie-Madeleine
Compère, «Les Colléges de l’Université de Paris: structures institutionnelles
et fonctions éducatives», en I collegi universitari in Europa tra il xiv e il
xviii secolo, Milano: Giuffrè, 1991, pp. 101-118. 22. Cipriano de Utrera, Universidades de
Santiago de la Paz, Santo Tomás de Aquino y seminario conciliar de la ciudad
de Santo Domingo de la Isla Española, Santo Domingo, 1932; reciente, Enrique
González González, «Cosa de poco momento. El real colegio-universidad de
Santo Domingo en la Española», en Facultades y grados. X Congreso
internacional de historia de las universidades hispánicas, 2 vols.,
Universitat de València, 2010, I, pp. 421-440. 23. José Antonio Ollero Pina, La
Universidad de Sevilla en los siglos xvi y xvii, Sevilla, 1993. 24. Salvador Cabeza de León; Enrique
Fernández Villamil, Historia de la Universidad de Santiago de Compostela, 3
vols., Santiago, 1945-1947; más reciente, Historia de la Universidad de
Santiago de Compostela, 2 vols., coordinada por Xosé Ramón Barreiros,
Santiago, 2000-2003, con notables colaboraciones de Pegerto Saavedra y María
del Pilar Rodríguez Suárez, que ha editado amplia documentación de este
centro. 25. La bibliografía más general: José
Adriano Lizarralde, Historia de la Universidad de Sancti Spiritus de Oñate,
Tolosa, 1930; Mª Soledad Rubio, El Colegio-Universidad de Osuna, 1548-1824,
Sevilla, 1976; Bernardo Bartolomé Martínez, El Colegio-Universidad de Santa
Catalina de Burgo de Osma y su tiempo, 1550-1840, Soria, 1988; Mª Encarnación
Álvarez, «La Universidad de Baeza y su tiempo (1538-1824)», Boletín del
Instituto de Estudios Giennenses, 7, 27 (1961), pp. 9-176; Inmaculada Arias
de Saavedra, «La universidad de Baeza en la edad moderna. Estado de la
cuestión y síntesis de su trayectoria», Miscelánea Alfonso IX (2009), pp.
15-43; Fermín Canella Secades, Historia de la Universidad de Oviedo y noticia
de los establecimientos de enseñanza de su distrito, Madrid, 1903-1904 (2ª
edición), facsímil de 1985; en vía de publicación: Historia de la Universidad
de Oviedo, I, editada por Jorge Uña, Carmen García y Alicia Terrón,
Universidad de Oviedo, 2008. 26. Vicente Beltrán de Heredia, «La
autenticidad de la bula In apostolatu culmine, base de la Universidad de
Santo Domingo, puesta fuera de discusión», en Miscelánea Beltrán de Heredia,
IV, Salamanca, 1973, pp. 468-500. Un buen estudio reciente, Enrique González
González, «Pocos graduados, pero muy “elegidos”: la universidad del convento
de los predicadores en la isla de Santo Domingo (1538-1693)», en prensa. 27. José Mª Herráez, Universidad y
universitarios en Ávila durante el siglo xvii, Ávila, 1995; Mariano Peset,
«Ilustración en Almagro. Una universidad de la orden de Calatrava», Hispania,
53, 183 (1993), 147-176; más amplia, D. Sánchez de la Nieta Santos, La
Universidad de Almagro. Tres siglos de historia (1574-1824), Ciudad Real,
1981. 28. Clara Inés Ramírez González, Grupos de
poder clerical en las universidades hispánicas. Los casos de Salamanca y
México: siglo xvi, tesis de doctorado, Salamanca, 1998; editada en 2 vols.,
México, 2001. 29. Javier Burrieza; Manuel Revuelta;
Teófanes Egido (coords.), Los jesuitas en España y en el mundo hispánico,
Madrid: Centro de Estudios Hispánicos e Iberoamericanos, 2004, pp. 107-108:
«no había concebido el fundador su religión como una reunión de profesores
puestos al servicio de las cátedras de la Iglesia». 30. Junto a la dirección espiritual de
reyes y señores, de sus cónyuges: el padre Nithard de doña Mariana de
Austria, o los confesores de Felipe V y Fernando VI. 31. DHSJ, II, pp. 1202-1203; Juan Nadal
Cañellas, Jerónimo Nadal: vida e influjo, Bilbao: Ediciones Mensajero, 2007,
p. 81; James Brodick, Origen y evolución de los jesuitas, 2 vols., Madrid:
Pegaso, 1953-1955. 32. Allan P. Farrell, «Colleges for extern
students opened in the lifetime of Ignatius», AHSI, 6 (1937), pp. 287-291;
Javier Palao Gil, «Los jesuitas y las universidades de la Corona de Aragón»,
y Javier Burrieza, «Los colegios de jesuitas en la Corona de Castilla»,
Miscelánea Alfonso IX (2008), pp. 159-188 y 109-157. 33. John W. O’Malley, Los primeros
jesuitas, Bilbao: El Mensajero, 1995, p. 253. 34. Nadal Cañellas, Jerónimo Nadal..., p.
82. 35. La bibliografía sobre el santo duque es
amplia; remitimos a Enrique García Hernán, Francisco de Borja, Grande de
España, Valencia; Roma, 2003, y «Algunos aspectos de la biografía de San
Francisco de Borja», en Valencianos en la historia de la Iglesia, Emilio
Callado Estella (coord.), Valencia: Facultad de Teología San Vicente Ferrer,
2008, pp. 11-135, así como la edición de sus volúmenes MHSI Borgia, VI y VII.
36. Brodick, Origen..., I, p. 186. Sanz
Forés estableció una elevada proporción entre cristianos nuevos y viejos,
cerca del 90%, que ha corregido (60-40% aproximadamente) Santiago La Parra,
Los Borja y los moriscos. (Repobladores y «terratenientes» en la Huerta de
Gandía tras la expulsión de 1609), Valencia: Edicions Alfons el Magnànim;
Generalitat, 1992. 37. MHSI Borgia, II, pp. 469-470 (carta
núm. 200). 38. Siendo virrey en Barcelona trató a los
dominicos Tomás de Guzmán y fray Michol, su confesor; pero quedó impresionado
con los jesuitas Araoz, Martín de Santa Cruz y sobre todo Fabro. Se atribuye
a la duquesa «toda la llama de amor que ardió en el corazón del marqués»
hacia la nueva orden: san Francisco de Borja, Diario Espiritual (1564- 1570),
edición crítica, estudio y notas de Manuel Ruiz Jurado, Bilbao: El Mensajero,
1997, p. 23. 39. Sobre su historia escribió el notario
Pascual Sanz y Forés, Historia del Colegio y Universidad de Gandía, Gandía,
1889; 2ª edición de J. Camarena Mahiques, 1970. Casi un siglo después,
Agapito Cabria Ruiz, Bosquejo histórico de la Universidad de Gandía, tesis
doctoral inédita, Valencia, 1972. Inició un estudio riguroso, con fuentes del
ARSI y del ARV, Antoni Borràs i Feliu, «La fundació del Col·legi i de la
Universitat de Gandia, de la Companyia de Jesús», en Primer Congreso de
Historia del País Valenciano, 4 vols., Universidad de Valencia, 1976, III,
pp. 153-164, y «El bandeig dels moriscos i el col·legi de Sant Sebastià de
Gandia. Repercussions econòmiques», en Homenaje a Vicens Vives, II,
Barcelona, 1979, pp. 67-74. Continuó Pilar García Trobat, Las temporalidades
de los jesuitas. La expulsión y ocupación de bienes en el reino de Valencia,
tesis de doctorado dirigida por Mariano Peset, Facultad de Derecho de
Valencia, 1989, edición en microficha. La autora publicó su investigación y
la amplió en otros trabajos: «Los grados de la universidad de Gandía
(1630-1772)», en Universidades españolas y americanas, Valencia, 1987, pp.
175-186; «El patrimonio de la Universidad de Gandía», en Claustros y
estudiantes, 2 vols., Valencia, 1989, I, pp. 235-254; El naixement d’una
universitat: Gandia, Gandía, 1989; «La Universidad de Gandía», en Mariano
Peset; María Fernanda Mancebo; Mario Martínez Gomis; Pilar García Trobat,
Historia de las universidades valencianas, 2 vols., Alicante, 1993, II, pp.
153-221; también «La universidad de Gandía: ¿fuga académica?», en Doctores y
escolares. II Congreso internacional de historia de las universidades
hispánicas, I, Universidad de Valencia, 1998, pp. 183-194; El patrimonio de
los jesuitas en Valencia y su desamortización, Valencia, 1999. Así como Mario
Martínez Gomis, «La Universidad de Gandía ante la reforma carolina: el
proyecto de plan de estudios de 1767», en Claustros y estudiantes, II, pp.
45-68. Las crónicas de la Compañía aluden a su fundación: Juan de Polanco,
MHSI Chronicon, I; Gabriel Álvarez, Historia de la provincia de Aragón de la
Compañía de Jesús (ms. ARSI, Arag. 29, del siglo xvii; copia en BUV, ms.
452). Más tardía y barroca, Álvaro Cienfuegos, La heroyca vida, virtudes y
milagros del grande San Francisco de Borja, Madrid: Imprenta de Bernardo
Peralta, 1726. 40. La iglesia pertenecía al municipio, que
la cedió, pero al entregarla el duque a la Compañía en 1548 puso algunas
condiciones (Borràs i Feliu, «La fundació...», p. 155, notas 12 a 14; otras
primeras dotaciones, pp. 163-164). 41. Bula de Paulo III de 3 de diciembre de
1544, resumida en el «Expediente seguido en el Consejo sobre la Universidad
de Gandía» (AHN, sección Consejos, leg. 6861, reproducido por García Trobat,
tesis de doctorado inédita, apéndice documental, p. 521). 42. Carta del 14 de marzo de 1545 (MHSI
Epist. mixt., I, p. 392). ARV, sección Clero, libro 1055: «Fundación y
progreso del collegio de Gandía». Borràs i Feliu enumera otros manuscritos
del archivo jesuita de Roma («La fundació...», p. 157, nota 18); García
Trobat, El naixement..., p. 13, nota 19, añade la «Relación de lo que se hizo
con la fábrica de la iglesia vieja que dio el P. Francisco de Borja al
presente collegio de Gandía», AHN, leg. 1005, núm. 9. 43. Borràs i Feliu, «La fundació...», pp.
155-157; García Trobat, El naixement..., pp. 11-18, e Historia de las
universidades valencianas, II, pp. 162-163. Loyola, por carta de 23 de julio,
había ordenado la elección y forma de hacerla (copia en AMV, g-1, publicada
en «Un modelo colegial: Gandía», Universidades valencianas, Valencia, 1987,
p. 108). Sobre el padre Oviedo, Manuel Ruiz Jurado, «Un caso de profetismo
reformista en la Compañía de Jesús. Gandía 1547-1549», AHSI, 43 (1974), pp.
217-266. 44. Copiosus in misericordia (ARSI, Roma,
1441/7, núm. 15, editada en García Trobat, El naixement..., pp. 53-59); hay
copia en AMV, libro g-1, publicada en Gaspar Escolano; Juan Bautista Perales,
Décadas de la insigne y coronada ciudad y reyno de Valencia, 3 vols.,
Valencia: Terraza Aliena y Compañía, 1878-1880, III, pp. 641-643. 45. Las
instrucciones de Ignacio de Loyola (1548) (ARSI, 1441/7, núm. 16, en García
Trobat, El naixement..., pp. 60-61) apoyan esta interpretación, aunque el
padre Araoz expresara su reparo por la cercanía de Valencia. En la petición
del duque, según la bula, se aduce la salubridad del aire en Gandía,
alojamientos y vituallas a poco precio, que verosímilmente atraerán escolares
de todas partes... Son cláusulas de estilo frecuentes para justificar la
fundación de un estudio general, que en siglos posteriores se toman por causa
o motivo, junto al menor coste de los grados: «considerava el Santo que nunca
podía servir Valencia, por ser ciudad grande, de muchos espectáculos,
diversiones, peligros de mugeres de corromper el corazón de los estudiantes y
los apartan de sus honestos fines, sus aguas gruesas, sus posadas caras, los
víveres a maior precio y los grados scholásticos a maior costo», en
«Expediente suscitado a instancia de la condesa duquesa de Borja y de Gandía
y el claustro mayor de aquella universidad proponiendo establecer de nuevo
seminario y confirmación de dicha universidad, reforma de estudios y otras
cosas en el colegio e iglesia que fueron de los regulares expulsos en la
ciudad de Gandía» (AHN, leg. 18445, sección Consejos). 46. Las constituciones de Gandía de 1569
(ARSI, F.G. 1441/7, núm. 9) no llegaron a imprimirse; en García Trobat, El
naixement..., pp. 76-119, así como otras anteriores en pp. 62-65, 66-75. 47. ARV, Cancillería real, Diversorum
lugarteniente, 1515-1667. La transcriben Escolano; Perales, Décadas..., III,
pp. 643-644 –también unas constituciones de 1757. 48. Borràs i Feliu, «La fundació...», p.
163, nota 46, minuta notarial de Onofre Pérez de Culla, ARV, Clero, 2101, f.
249v. 49. Álvarez, Historia de la provincia de
Aragón; Álvarez enseñó y fue prefecto de estudios en Gandía (1591-1596),
rector en el colegio de Palma (1597-1598), luego le encargó el general
Acquaviva la redacción de esta obra, murió en 1645. Borràs i Feliu, «La
fundació...», p. 163, nota 44, trae algún documento que alude a peticiones al
vicario de Denia para que envíe seis neófitos, pero nunca llegaron; en otro a
su incapacidad para el estudio: «No sucedía la obra de los neóphitos como
pensávamos a causa que la nación es villísima y grosera y ninguno o pocos se
aplican bien a las letras y virtud». 50. Francisco de Borja Medina, «La Compañía
de Jesús y la minoría morisca», AHSI, 57 (1988), pp. 1-136; Stefania Pastore,
Il Vangelo e la spada. L’Inquisizione di Castiglia e suoi critici
(1460-1598), Roma: Edizioni di Storia e letteratura, 2003; Bernard Vincent
alude de pasada al colegio en «Jesuitas y moriscos (1545-1570)», en Minorías
y marginados en la España del siglo xvi, Diputación provincial de Granada,
1987, pp. 101-118 (104); también, sobre actuaciones de la Inquisición en
Valencia, «Benimuslem, pueblo de la Ribera valenciana» y «El gato y los
ratones. Inquisidor y moriscos en Benimodo», en El río morisco, Universidades
de Valencia, Granada y Zaragoza, 2006, pp. 25-29 y 41-52; en «Morisques,
medicine et culture», en Aulas y saberes, I, pp. 41-49, se ocupó de los
médicos conversos, con algunos ejemplos de escolares en la universidad en
Granada o en Valencia –con datos propios y de Luis García Ballester y Eugenio
Císcar. 51. La expulsión fue justificada por Jaime
Bleda o Damián Fonseca, entre otros: Mariano Peset; Telesforo Hernández Sempere,
«De la justa expulsión de los moriscos en España», Estudis. Revista de
Historia Moderna, 20 (1994), pp. 231-252. En un grabado coetáneo de Francisco
Heylan para la Historia eclesiástica de Granada, aparecen los moriscos
pidiendo la fe y siendo bautizados –la solución anterior–: Carlos Sánchez
Martín; Cándido de la Cruz Alcañiz, Cuadernos de Arte de la Universidad de
Granada, 37 (2006), pp. 385-389. Todavía Boronat y Barrachina (1901) aceptaba
la expulsión, mientras Henry Charles Lea (1901) era contrario. Los estudios
recientes han adoptado otros enfoques, Lapeyre, Halperin Donghi, Joan Reglà,
Sebastián García Martínez, Cabrillana y sobre todo Antonio Domínguez Ortiz,
Moriscos: la mirada de un historiador, Universidad de Granada, 2009, que
recoge sus trabajos; también con Bernard Vincent, Historia de los moriscos:
vida y tragedia de una minoría, Madrid, 1978. Precisamente sobre las
consecuencias de la expulsión en el ducado, La Parra, Los Borja y los
moriscos... 52. Daniela Novarese, Istituzioni politique
e studi di diritto fra cinque e seicento. Il messanense studium generale tra
politica gesuita e istanze citadine, Milán: Giuffré, 1994. Véase Gian Paolo
Brizzi; Roberto Greci, Gesuiti e Università in Europa (secoli xvi-xviii),
Atti del Convegno di studi. Parma, 13-14-15 dicembre 2001, CLUEB, 2003. 53.
Mario Martínez Gomis, La Universidad de Orihuela, 1610-1807, 2 vols.,
Alicante, 1987; «La Universidad de Orihuela», en Historia de las
universidades valencianas, II, pp. 5-152, y «Bosquejo histórico de la Universidad
de Orihuela (1569-1807)», Miscelánea Alfonso IX (2009), pp. 45-69. 54. Miquel Batllori, Gracián y el barroco,
Roma: Edizioni di Storia e Letteratura, 1958, p. 53. En cambio, su opinión
sobre Cervera, universidad de fundación real, también dominada por los
jesuitas, es más favorable. 55. Distinta es la peregrinatio medieval:
los escolares europeos acostumbraban a pasar de una a otra universidad para
escuchar a diversos profesores hasta graduarse en alguna. El gigante
Pantagruel viaja por las universidades francesas, según narra con humor
François Rabelais. 56. Los libros de grados de Gandía se
conservan en AMV, g-2 a g-8 y empiezan en 1630. Los recontó García Trobat,
«Los grados de Gandía», cita en nota 39. 57. Carta de 24 de diciembre de 1725 (ACCCV,
118). Johann-Christoph Strodtmann, Gregorii Maiansii, generosi valentini,
vita, edición de Antonio Mestre, Valencia, 1974, pp. 22-23 y 34-35 (núms. 24
y 39): «durante el año 1726 y siguientes, los discípulos de Mayans querían
obtener el título de doctor, unos en la universidad de Valencia, otros, con
menos gasto en la de Gandía. Por esa razón y para poder presidir en ambas,
procuró que los títulos de ambos derechos recibidos en Salamanca y en
Valencia, fuesen incluidos en la matrícula de doctores de Gandía el 24 de
abril de 1726». Sobre sus estudios: Gregorio Mayans, Epistolario IV. Mayans y
Nebot (1735-1742). Un jurista teórico y un práctico, estudio preliminar de
Mariano Peset, Valencia, 1975, pp. LX-LXXIII. 58. «Informe del rector y catedráticos sobre
las aulas de gramática de 12-II-1729», en Mariano Peset; Mª Fernanda Mancebo;
José Luis Peset, Bulas, constituciones y documentos de la Universidad de
Valencia II. 1725-1733. Conflictos con los jesuitas y las nuevas
constituciones, Universidad de Valencia, 1978, pp. 125-135, cita en 129. 59. «Contra la cesión de aulas a jesuitas,
escrito del pavordre Juan Bautista Ferrer, año 1730», en Bulas,
constituciones y documentos..., II, pp. 193-233, cita en 194. 60. Pascual Marzal Rodríguez, «Un intento
de control universitario: la visita municipal de 1741 al Estudio General de
Valencia», en Doctores y escolares, II, Valencia, 1998, pp. 61-80. 61. AHN, sección Consejos, leg. 18.445:
«Carta del canciller de la universidad de Cervera al consejo de Castilla, 24-
12-1758». 62. Peset; Mancebo; Peset, Bulas,
constituciones y documentos…, II, pp. 41-45. Apuntan sobre la alta
mortalidad: «la universidad jesuita de Gandía, a donde acuden muchos a
graduarse podría darnos luz». También, de los mismos autores, «Estudiantes médicos
en Valencia durante la primera mitad del siglo xviii», en V Congreso nacional
de historia de la medicina, 3 vols., Madrid, 1978, III, pp. 311-325. 63. García Trobat, «Los grados...». Gandía
contesta: «los medios impuestos que ya directos, ya indirectos, ha usado
siempre la universidad de Valencia para molestar a la de Gandía, sólo con el
ambicioso e interesado fin de que se gradúen de doctores en Valencia con la
crecida costa de 200 libras valencianas, y más los médicos y otros pobres que
se gradúan en Gandía con 30 pesos de toda costa; y si son enteramente pobres
con nada más que los derechos del título porque en este caso se les gradúa a
título de su pobreza» (AHN, sección Consejos, leg. 3139). 64. Pilar García Trobat, «Estudiantes vagos
en la Valencia del xviii», en Facultades y grados. X Congreso internacional
de historia de las universidades hispánicas, 2 vols., Universitat de
València, 2010, I, pp. 395-420 (415-416). 65. Su recuento en Mª Ascensión Lluch,
«Grados de la universidad de Valencia durante el siglo xviii», en
Universidades españolas y americanas, Valencia, 1987, pp. 183-184. 66. Puede verse con detalle en García
Trobat, «La Universidad de Gandía: ¿fuga académica?», pp. 189-192. Por
ejemplo, Tomás Garcés de Benasal se matricula con 19 años, en el curso
1745-1746, en teología en Valencia. Aparece en la matrícula de esta facultad
durante los dos cursos siguientes, 1746-1747 y 1747-1748, y el 4 de
septiembre de 1748 se gradúa en medicina en Gandía. No es un hecho
excepcional, ocurre con cierta frecuencia. En 1742, de los 39 que aparecen
matriculados en la facultad de Teología valenciana, 7 de ellos obtendrán en
Gandía el doctorado en esta facultad, dos en medicina, uno en derecho
canónico y otro en leyes o civil. 67. Sentencia de la Real Audiencia de 27 de
agosto de 1657 (ARV, núm. 1382, caja 375). Véase García Trobat, El
naixement..., pp. 45-46. 68. Alfonso II (IV de Aragón), en cortes de
1329, concedió a la ciudad que nombrase dos examinadores, «físichs
d’autoritat», y les exige cuatro años en un estudio general; aunque sólo a
los nuevos o futuros –los que ya ejercen quedan convalidados– (Furs e
ordinacions fetes per los gloriosos reys de Aragó als regnícols del Regne de
València, Valencia: Lamberto Palmart, 1482, rúbrica 17; edición facsímil de
la Universitat de València, 1977, p. 209). 69. Peset; Peset Mancebo, «El real
protomedicato...», citado en nota 5; las actas que se conservan de sus
reuniones en Pascual Marzal, Doctores y catedráticos. Los claustros del
Estudio general de Valencia (1675-1741), Universitat de València, 2003. 70. Corts de 1626, capítulo 11, f. 48. 71. Sentencia de 17 de noviembre de 1677
(ARV, Sentencias III, caja 420, núm. 3, citada por Miguel Eugenio Muñoz,
Recopilación de las leyes, pragmáticas, reales decretos y acuerdos del real
protomedicato, hecha por encargo y dirección del mismo real tribunal por...,
Valencia: Imprenta de la viuda de Bordázar, 1751, pp. 377, 379). También en
claustro médico de 22 de septiembre de 1712, Doctores y catedráticos, núm.
XXXIX, p. 164; recoge los anteriores desde 1710, el claustro se va
recomponiendo y nombrando los oficiales, núms. XL a XLIII. 72. «Discurso
jurídico por la ilustre ciudad de Valencia... con la universidad de la ciudad
de Gandía...», Valencia, 1717, en Mariano Peset; Mª Fernanda Mancebo; José
Luis Peset; Ana Mª Aguado, Bulas, constituciones y documentos de la
Universidad de Valencia (1707-1724). I: La nueva planta y la devolución del
patronato, Universidad de Valencia, 1977, pp. 145-161 (núm. 119). El duque y
el rector jesuita presentaron un memorial a Felipe IV, impreso, en defensa de
sus privilegios (AHN, sección Consejos, leg. 3139). 73. «Discurso jurídico», pp. 146-147. Sobre
la visita y el pleito con Gandía, Doctores y catedráticos, núms. XLIV a
XLVII; nueva visita en 1718, núms. L y LII. 74. ARV, Escribanía de cámara, año 1716,
expediente 13; «Discurso jurídico», pp. 148-154, refutación de Gandía, pp.
154-161. El claustro suspendió el pago de diez libras anuales al abogado José
García de la Raz en enero de 1719, por hallarse «exhausto de medios»
(Doctores y catedráticos, núm. LIII, p. 207). 75. Nueva recopilación, 3, 16, 9 y 11. 76. Continúan reuniéndose y eligiendo sus
cargos y revisando cuentas hasta 1735, aunque desde 1728 no cobrarían
salario, y los electos serían nueve, cinco catedráticos y cuatro graduados,
no anuales, sino perpetuos (Doctores y catedráticos, núms. LIII, LVI, LIX,
LXI, LXIII, LXIX, LXXI, LXXV, LXXXVIII –sería el LXXVIII, pero hay un error,
un salto en la numeración–, XC, XCII y CIV). 77. Sobre esta primera solución, Muñoz,
Recopilación, pp. 405-410. Las ordenanzas manuscritas en ARV, Audiencia,
Libro del real acuerdo, 1715. Asimismo examinaba el colegio a los prácticos,
a sangradores y barberos. 78. Real cédula de 13 de febrero de 1747, que
recoge el real decreto de 7 de noviembre y las órdenes de 3 de diciembre de
1736 y otras de 19 de enero y 16 de mayo de 1737 (Muñoz, Recopilación, pp.
400-402 –repetido en 387-388–, las demás en 389, 389-90, 323-327). Recibida
en claustro de 12 de diciembre, nombran una comisión de tres doctores para
que hagan representación a fin de mantener sus privilegios (Doctores y
catedráticos, núm. CXIII, p. 313). Véanse las reuniones en Doctores y
catedráticos, núms. CV, CIX, CXIII; venta de casa, CXIV; a veces no se puede
reunir por falta de quorum, CVI, CVII y CXII. 79. La fuente de estas actuaciones del
colegio es la real orden de 18 de noviembre de 1749 (Muñoz, Recopilación, pp.
400-422, que inserta la real cédula de 13 de febrero de 1747 y otras
disposiciones). Véase Peset; Peset Mancebo, «El real protomedicato...», ya
citado. 80. García Trobat, El naixement..., pp.
45-46. 81. García Trobat, «La universidad de
Gandía», en Historia de las universidades valencianas, pp. 212-213, en
general sobre su extinción, pp. 197-219; Martínez Gomis, «La universidad de
Gandía...». 82. Mariano Peset; Margarita Menegus,
«Localización y espacio de las universidades hispánicas», Cuadernos del
Instituto Antonio de Nebrija de Estudios sobre la Universidad, 3 (2000), pp.
189-232; Enrique González González, «Una tipología de las universidades
hispánicas en el nuevo mundo», en Ciencia y academia. IX Congreso
internacional de historia de las universidades hispánicas (Valencia, 14-17 de
septiembre de 2005), 2 vols., Universitat de València, 2008, I, pp. 385-412. |
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