martes, 18 de agosto de 2020

 

MISCELANEA HISTORICA ESPAÑOLA

MONASTERIO DEL PAULAR

https://saposyprincesas.elmundo.es/actividades-ninos/madrid/cultura/monumentos/monasterio-de-el-paular/

Coro y retablo Mayor. Fuente: Facebook Sierra Norte


La joya máxima de El Paular es el retablo gótico en alabastro que preside la iglesia del monasterio. Es una gran pieza que ocupa todo el fondo del presbiterio, del tipo llamado de batea y dividido interiormente en compartimentos rectangulares con grandes guardapolvos de tracería gótica y en el interior bellas bóvedas nerviadas. A primera vista se advierte que es de estiló hispanoflamenco y de finales del siglo XV (última década). Está tallado en alabastro (lo que es excepcional en Castilla, cuyos retablos son de talla, a diferencia de Aragón), posteriormente policromado.

Su atribución al taller de Juan Guás, maestro de obras del monasterio de El Paular durante el reinado de los Reyes Católicos, se consolida entre los especialistas como la más certera.

Este retablo se trajo de Génova encargado por el rey Juan II,(basándose en la afirmación al respeto de Ponz). Si ésta afirmación es cierta, debe referirse a otro anterior, pues cuando murió Juan II faltaban muchos años para que se iniciase el que hay actualmente. Ya hace tiempo que A.L. Mayer escribió al respecto: “Nunca pude explicarme cómo casi todos, hasta Kart Justi, hayan podido sustentar la opinión de que el retablo actual sea idéntico a aquel que fue labrado hacia 1440, en Génova, por encargo del rey Juan II” a pesar de lo cual se ha insistido en la idea posteriormente.

Este último autor, que lo llama “orgullo de la grandiosa cartuja de Castilla la Nueva”, ve en él una clara influencia del bajo Rhin y lo emparenta con Simón de Colonia, fechándolo no antes de 1490. Por su parte, Maria Elena Gómez-Moreno ve en él afinidades con la escuela burgalesa de los Colonia y Gil de Siloé, dándole como fecha límite la de 1474. Mucho más acertadamente J.V.L. Brans lo relaciona con la escuela hispano-flamenca de Toledo, de la que era figura destacada Juan Guás, que ya dirigió las obras de este período por cuenta de los Reyes Católicos, de los que era arquitecto titular. Lo que confirma la semejanza entre ciertos elementos decorativos de este retablo y de la portada de la iglesia, de neto sabor isabelino.


Ahora se puede afirmar, que este conjunto fue labrado “in situ” por artistas de la escuela de Guás durante la última década del siglo XV. Así lo demuestran una gran cantidad de desechos del mismo alabastro que el del retablo que se arrojaron al patio de Matalobos para terraplenar determinado lugar (algunos parcialmente labrados) y que han aparecido con motivo de obras más actuales. Aún más, el actual prior conserva un fragmento de unos 25 centímetros, totalmente tallado con volutas vegetales idénticas y del mismo tamaño que las del los guardapolvos exteriores, y encontrados en el mismo lugar. No queda ya sino averiguar los nombres de los artífices...

El conjunto destaca por su decoración profusa hasta el extremo y de él ha señalado A. Durán Sampere “su calidad excepcional y características muy especiales. La agrupación general de las escenas da cierto énfasis a la cuadrícula de sus ejes: tres órdenes en el cuerpo superior, predela elevada y debajo puertas muy labradas y un gran relieve de la Virgen y el Niño rodeados de ángeles... Las composiciones son muy claras y pensadas; las figuras aparecen perfectamente individualizadas dentro de un concepto pictórico, pero de gran nobleza y dignidad. La originalidad de su disposición y la calidad de las tallas hacen de este retablo uno de los más bellos de Castilla.

Por otra parte, se trata de un álbum inapreciable para estudiar el vestuario de la época de los Reyes Católicos. Y lo mismo puede decirse de la arquitectura civil, tanto exterior como interior.


El cuerpo inferior lo compone la hornacina de la Virgen entre dos "portaditas" que comunicaban con el primitivo Sagrario, todo ello delimitado por cuatro pilastras con estatuillas bajo pequeños doseles.

La imagen inferior central de la Virgen sosteniendo al Niño que preside el retablo, se relaciona con la vinculación mariana de este monasterio, que en su origen perteneció a la Orden Cartuja, como Miraflores.

La talla de la Virgen de El Paular, de mediano tamaño, es una delicia, tanto por la delicadeza y belleza del rostro como por la movilidad de la composición. Nuestra señora tiene un racimo de uvas en la mano derecha que parece ofrecer al Niño, uno de los ejemplares más logrados y realistas de la iconografía, quien a su vez tiene un pájaro en la mano izquierda al que da de comer un grano de uva. Madre e hijo están rodeados por un coro de seis ángeles que tañen diferentes instrumentos musicales de la época. 

De las dos portaditas, muy decoradas, con sendos ángeles en las enjutas y estatuillas de santas en las intercolumnas se ha escrito que “por sí solas, estas puertas son monumentos sin rival del estilo isabelino”.


La predela, elevada está constituida por seis compartimentos de las mismas dimensiones en que se exponen escenas de la vida de la Virgen, quizá la más atrayentes de todo el retablo. Son éstas, de izquierda a derecha del espectador, la Presentación de la Virgen en el Templo ; la Anunciación, en la que además del Espíritu Santo aparece Dios Padre, detalle poco frecuente en la iconografía ; la Visitación, una de las escenas con mayor encanto, y en la que hay que señalar la variedad de peinados e indumentos de las mujeres participantes, así como elementos arquitectónicos; el Nacimiento de San Juan Bautista, composición llena de intimismo; el Nacimiento de Jesús en la que se incluye un Anuncio a los Pastores; y la adoración de los Magos, en que destaca el lujoso vestuario de éstos y la arquitectura casi renacentista de la casa de la Sagrada Familia.

 

Escena del Nacimiento de San Juan Bautista, patrono del monasterio de El Paular

El primer cuerpo propiamente dicho se divide en cuatro compartimentos, más anchos de los extremos, y en los que se representan las siguientes escenas: la Presentación del Niño en el Templo; el Bautismo en el Jordán; la Ultima Cena, en la que Jesús echa el brazo por encima del hombro de San Juan; y el Prendimiento.

El segundo cuerpo tiene la misma disposición que el anterior y en él las escenas se suceden así: la Flagelación, ante la presencia de Herodes; el Camino del Calvario, entre gran concurrencia de tropa, con indumentos casi renacentista, y en la que causa maravilla que la cuerda con que el sayón tira de Jesús pueda estar hecha de alabastro, dada su perfección; el Calvario, sin fondo alguno, para mejor destacar la soledad de Cristo crucificado. Y el Descendimiento o Piedad, donde la Virgen recoge sobre sus rodillas el cuerpo rígido de su Hijo, con un fondo de tinieblas.


El último cuerpo no consta más que de dos compartimentos en que se muestra la bajada de Jesús al Limbo, figurado como la boca de un gran dragón, en presencia de curiosas representaciones de demonios, muy del gusto flamenco (en la parte superior de esta escena y en pequeño tamaño se ve la aparición de Jesús a su Madre, tema de gran rareza iconográfica); y la Resurrección, en que los dormidos soldados parecen escapados de los tercios del Gran Capitán.

Además de las escenas mencionadas no se puede dejar de nombrar la bien terminada decoración en que junto a los finos encajes gótico-floridos de los guardapolvos alternan motivos vegetales, entrelazados a veces con ángeles y otros simbólicos (junto al Descendimiento hay siete cabezas juveniles, ¿los legendarios siete infantes de Lara...?. Pero más importancia tienen los treinta y nueve santos y santas que se albergan bajo góticos doseletes adosados a las diversas caras de las pilastras, de que pueden distinguirse fácilmente S. Andrés, S. Judas Tadeo, S. Pedro, Sta. Bárbara, S. Juan Bautista, S. Bartolomé, Santiago el Menor, Santiago el Mayor, S. Pablo, San Antonio Abad, S. Sebastián, S. Cristóbal, etc., etc.

Sobre las alas del segundo cuerpo hay, además, sendas tallas barrocas (s. XVII) de S. Juan Bautista y S. Bruno y rematando el retablo, el tradicional grupo de Calvario, también barroco (quizá sustituyese al que hoy preside el refectorio, gótico del siglo XV).


Y...“Habiéndose acordado que en la cartuja del Paular se adornase el claustro con buenos cuadros, los encargó a Vicencio (Carducho), y antes de empezar a pintarlos celebraron escritura el prior (Juan de Baeza) y Carducho en Madrid el día 29 de agosto de 1629 ante el escribano Pedro de Aléas Matienzo con doce condiciones, que en ella se insertaron, siendo las principales que Vicencio había de pintar los cuadros en Madrid en cuatro años, contados desde la citada fecha, dando catorce concluidos en fin de cada uno, que a su costa había de ir al Paular a colocar en su sitio los de la primera remesa: que todos habían de ser de su mano: que después de tasados por dos profesores, Carducho ofrecía ceder a la comunidad la cuarta parte de la tasación; y que se les satisfaría en cada un año de los cuatro.


Así comienza la historia de los recuperados “Carduchos” del monasterio de  El Paular, tal como nos la cuenta D. Juan Agustín Ceán Bermúdez en su célebre “Diccionario”, pero antes de continuar con el relato del erudito, sería bueno conocer algo de la vida de este artista florentino de nacimiento y español de adopción, famoso en su época pero no tan conocido en la nuestra como debiera ser.


Vicente (o Vincenzo) Carducho nació en Florencia en 1576 o 1578, de muy corta edad, en 1589, se trasladó a España acompañando a su hermano Bartolomé quien, junto a su maestro Federico Zuccaro y otros artistas italianos había sido contratado por Felipe II para trabajar en la decoración del monasterio de El Escorial. Tuvo su primera enseñanza del arte (escribe Ceán) en El Escorial a la vista de tan buenos modelos. En 1599 parece que participó en la decoración para la entrada de la reina Margarita, esposa de Felipe III, en Madrid. Su hermano y maestro le llevo consigo a Valladolid, sede de la corte,  donde trabajó para palacios y conventos por orden del Duque de Lerma. En 1607 le tenemos trabajando como fresquista en la bóveda de la capilla del Palacio de El Pardo donde pintó “El triunfo de la Eucaristía”. A la muerte de su hermano, fue nombrado pintor del rey “en los mismos términos y con el mismo sueldo que lo había sido Bartolomé” y le sucedió en la realización de la “Historia de Aquiles” en la galería de mediodía de dicho palacio. En años sucesivos llevó a cabo pinturas por encargo del condestable de Castilla (Briviesca) y del rey (Monasterio de la Encarnación de Madrid y capuchinos de El Pardo; por encargo del cardenal Sandoval, y a medias con Eugenio Caxés,  hizo los frescos y lienzos (“Martirio de San Andrés”) de la capilla del Sagrario de la catedral de Toledo, el retablo mayor de Guadalupe costeado por el rey y el túmulo de Felipe III en San Jerónimo el Real de Madrid en 1621. Después de pintar la “Sagrada Cena” del retablo de “las carboneras” en Madrid y “La Anunciación” de las Descalzas, se ocupó de su principal obra que es la serie de El Paular que estamos comentando. Otras obras suyas de estos años y posteriores son la serie de trinitarios descalzos (Museo del Prado), escenas de batallas dela guerra de los 30 años (Fleurus, Constanza y Rheinfelden) y la decoración de la Torre de la Parada entre 1636 y 1638, año en el que murió, a los sesenta años de edad, siendo enterrado en la capilla de la Orden Tercera de San Francisco en Madrid.

Vicente Carducho, contemporáneo de Velázquez con quien coexistió,con más o menos problemas, tuvo numerosos discípulos entre los que destacaron Castello, Román, Francisco Fernández Ximeno y sobre todo Francisco Rizi. En 1633 publicó “Diálogos de la pintura” que Ceán consideraba “el mejor libro que tenemos de la pintura en castellano”.  

Ahora podemos reanudar la historia de los cuadros suyos de El Paular que habíamos dejado al punto de la firma de la escritura.

 


“Cumplieron ambas partes esta contrata, y Vincenzio dio concluidos cincuenta y cinco lienzos de esta forma: veinte y siete que representan varios pasajes de la vida de S. Bruno, desde su conversión hasta su sepultura: otros veinte y siete que figuran martirios de monjes y sucesos de diferentes venerables de aquella religión: y el que resta  contiene dos escudos de armas…” .

 


En el claustro del monasterio estuvieron colgados los cincuenta y cinco cuadros, y allí los vio Ceán a finales del siglo XVIII, hasta que las normas derivadas de las leyes desamortizadoras de 1835 dispusieron la recogida de las “preciosidades artísticas” que quedaban en los  monasterios y conventos suprimidos. Se sabe que la responsabilidad de esta recogida, en el caso de la cartuja de El Paular, recayó en Miguel (¿o Juan?) Gálvez  enviado por la Academia al monasterio el 16 de junio de 1837. Gálvez no encontró más problemas en su cometido para recoger los “carduchos” que los que le planteó, por su tamaño, el apeo de los cuadros y volvió a Madrid el 5 de agosto de 1837 trayendo con la serie de 56 cuadros, dejando allí los marcos que eran demasiado grandes y costosos para trasportarlos .


Los cuadros fueron a parar al Museo Nacional de la Trinidad, inaugurado por la reina regente María Cristina  el 24 de julio de 1838 y en el que se expusieron 516 obras en buena parte recogidos en los conventos suprimidos. Allí lo vio José de Madrazo  quien, en carta dirigida a su hijo Federico, por entonces residente en París, los alababa de esta guisa: “Los cuadros de Vicente Carducho que estaban en la Cartuja de El Paular todos muy grandes y en número de 54 te gustarán muchísimo porque reúnen composición, dibujo, colorido, efecto y facilidad los eleva a un rango en el arte muy elevado. Sus ropajes en general son admirables”.


En 1872 se incorpora al Museo Nacional del Prado el de Pintura y escultura de la Trinidad y como el Prado no tenía capacidad para ubicar los fondos agregados (1488 cuadros y 51 esculturas) se produce los que Álvarez Lopera llamo “su volatización”, esto es el envio de los cuadros  en depósito a toda clase de establecimientos oficiales e incluso particulares. Así fue como se dispersaron, por múltiples lugares, la serie de El Paular, quedando en el Prado algunos de ellos

 


La localización, restauración y recuperación en el sitio de “los carduchos” de El Paular  ha sido posible gracias al “empeño personal y entusiasta” de Werner Beutler, profesor jubilado de literatura alemana,  y del Museo del Prado, conjuntamente. El estudioso alemán  es autor de un libro fundamental “Vicente Carducho en El Paular” publicado en español en 1988. En cuanto a la labor del Museo del Prado, habría que mencionar a la conservadora jefe del Departamento de Pintura Española del Renacimiento,  Leticia Ruiz Gómez y a sus directivos responsables, quienes decidieron acometer el proyecto de restauración y reubicación de la serie en su lugar original, el claustro del monasterio del Paular.


Esta es una pequeña muestra de la calidad y belleza de esta serie y a través de ella, conoceremos mejor a un gran pintor del siglo XVII, oscurecido por Velázquez, como le sucedió a casi todos sus contemporáneos,  pero muy digno de figurar “por su  gran mérito y habilidad”  en los anales de la pintura española y a quien el gran Lope de Vega le dedico un soneto que termina así:

 

“Bien pueden tus colores alabarse,

 

Y el arte de tu ingenio peregrino

 

Quanto puede imitar docta cultura:

 

Que si el cielo quisiera retratarse,

 

Solo fiara a tu pincel divino

 

La inmensa perfección de su hermosura”

 

http://aracelirldeloleoalcincel.blogspot.com/2019/08/retablo-del-monasterio-del-paular-y-sus.html



EL PÓRTICO DE LA CATEDRAL DE ORENSE


Hay obras de arte que, a pesar de su belleza, de su calidad o del valor que atesoran, aparecen eclipsadas por la poderosa sombra que proyectan sobre ellas, aquellas otras con las que de manera inexorable se las compara,  postergándolas en ocasiones, o incluso haciéndolas caer directamente en el olvido en otras. Algo de esto ocurre con la obra que nos ocupa, el Pórtico del Paraíso de la Catedral de Ourense, formidable muestra de la mejor escultura del románico en la Península, al que, sin embargo, la comparación con su hermano mayor, el compostelano Pórtico de la Gloria que labrara el Maestro Mateo, le hace ocupar, no pocas veces, e injustamente en mi opinión, un papel secundario, o cuanto menos menor, en el panorama de esa misma escultura. Es cierto que son muchas las deudas contraídas por el pórtico orensano con el compostelano: fue realizado por miembros activos del taller del maestro Mateo, presenta la misma estructura, aunque simplificada, y similares proporciones; y no menos cierto también que algunos de sus tímpanos y arcos han desaparecido. Pero ninguna de esas razones son suficientes para ignorar su gran calidad artística, realzada por la policromía de sus tallas, que en Ourense, a diferencia de Compostela, sí se ha conservado.


 

 Profeta Desconocido, Ezequiel y Habacuc

La catedral  es un edificio  consagrado a San Martín, de estilo románico, aunque tardío, edificado entre la segunda mitad del siglo XII y el siglo XIII. Conserva sus tres fachadas originales. Las dos que están situadas en los brazos del crucero son muy parecidas, con una llamativa arquivolta interior polilobulada y una discreta, aunque esmerada, decoración escultórica. La fachada principal, en cambio, oculta tras ella, igual que ocurre en Santiago, el Pórtico del Paraíso. Se accede a ella a través de una empinada escalera que salva el desnivel del terreno, pero que no se construyó hasta 1980, por lo que, difícilmente podía cumplir con la tradicional función didáctica que se asignaba a los pórticos medievales.

Jonás, Daniel y Jeremías

El Pórtico del Paraíso parece que se concluyó entre los años 1218 y 1248, en tiempos del obispo D. Lorenzo, así que es algo posterior al de Compostela y, probablemente, fue realizado por cuatro escultores distintos del taller del maestro Mateo, que reprodujeron en él la misma disposición de apóstoles y profetas sobre las jambas que su maestro había ejecutado con tanto acierto en Santiago, aunque con un estilo más hierático y románico que el de su maestro.  Por desgracia, la reforma llevada a cabo en Ourense en el siglo XVI afectó a numerosos elementos arquitectónicos del templo y algunas de la figuras están ubicadas hoy en espacios distintos a los que debieron ocupar originalmente. Además de la influencia compostelana, en la serenidad de las figuras, su ensimismamiento y homogeneidad, descubren los historiadores también la de los maestros de Amiens y París, que llegaron hasta la ciudad gallega, probablemente, a través de Burgos.


El Pórtico está formado por tres arcos, en el central se representa la iconografía tradicional de los veinticuatro ancianos mencionados en la descripción de la segunda venida de Cristo a la tierra del Apocalipsis de San Juan. El tratamiento de las figuras, dispuestas radialmente al arco, es de un gran naturalismo, y llama la atención, frente a otros pórticos románicos, la variedad de instrumentos musicales que portan. Sus cabezas, en un rasgo de modernidad que nos conduce hacia el gótico, giran unas hacia otras, como si entablaran un diálogo entre ellos.
En otro de los arcos aparece la representación del Juicio Final, con el ascenso de los justos al cielo y los tormentos del infierno para los condenados, donde los escultores no ahorraron ninguno de los dolorosos tormentos ni sufrimientos que acompañan en el arte románico a este tipo de representaciones, y cuya finalidad
ya comentamos recientemente: hombres torturados, serpientes que hunden sus afilados colmillos sobre los desnudos pechos de una mujer, hombres ahorcados ante la mirada satisfecha de los demonios, .... En el tercer arco, sin embargo, no hay representaciones escultóricas, sino que las arquivoltas únicamente se decoran con formas vegetales simplificadas, y los investigadores sugieren la posibilidad de un intento de representar, a través de ellas, el Paraíso.Sin embargo, donde la escultura alcanza sus mejores logros es en la representación de las dieciocho estatuas-columnas de apóstoles y profetas que aparecen representados en las jambas de la portada. Los profetas, con una excelente policromía, se representan con manto y túnica larga bajo la que asoman unos pies donde se descubren, en un alarde de realismo, tendones y uñas. Idéntico realismo se aprecia en las manos, con las que sostienen las cartelas en las que se indica su nombre o se escribe algún versículo que les hace identificables: Oseas y Malaquías, en el muro septentrional; el profeta desconocido, Ezequiel y Habacuc, en el lado norte del Evangelio; Jonás, Daniel, Jeremías e Isaías, en el lado sur del Evangelio. Todos, excepto el profeta desconocido, tienen barba, muy larga en algunos casos, como la de Jeremías, ojos almendrados, labios llenos y gestos serenos, y Daniel incluso luce una hermosa sonrisa.


Sin embargo, uno de ellos aparece representado de modo distinto al resto. De rostro más joven, imberbe, labios escasamente definidos y cabello ensortijado, porta un rollo muy largo sin ninguna inscripción; es también la única figura que apoya sus pies en un suppedaneum (pedestal) con figuración antropomorfa, viste de forma diferente, con una especie de toga romana y, por último, es el único que no lleva nimbo tras su cabeza y no parece que lo haya perdido con el paso del tiempo. Es el enigmático profeta desconocido para el que se barajan hasta tres identidades diferentes: Amós, por su juventud y por la ausencia de nimbo, ya que no se consideraba a sí mismo como un profeta; el Patriarca José, por su gran parecido con la representación de este mismo personaje en la catedral de Chartres, aunque no es un habitual de las portadas románicas; y el profeta Zacarías, que en su sexta visión hace referencia tanto a un rollo de gran longitud que vuela, sinónimo de la maldición, como a una mujer a la que identifica con la maldad. En cuanto a los apóstoles, de los nueve que hay representados en el pórtico, salvo dos de ellos, en lugar de cartelas, como los profetas, llevan en sus manos un libro, símbolo de la palabra de Dios que transmitieron. Aunque los artistas intentan individualizarlos a través de diferentes recursos, presentan todos aspectos similares en cuanto a los rasgos y a las vestimentas. Se han identificado correctamente a seis de ellos como Andrés, Mateo, Juan, Santiago el Mayor, Pablo y Pedro. A dos de los tres no identificados, teniendo en cuenta la similitud del pórtico orensano con el compostelano, cabe pensar que se correspondan con la identidad de los que ocupan esos mismos lugares en este último, es decir, Bartolomé y Tomás.

La decoración escultórica se completa con las imaginativas representaciones de los capiteles, en los que, además de las figuras humanas, predominan las representaciones zoomórficas de animales fantásticos como harpías, centauros, sirenas, dragones, etc., que poblaron los bestiarios medievales que les sirvieron de inspiración. Por último, en el parteluz se representa un tema poco habitual en los santuarios ligados al Camino de Santiago, y que también aparece en Compostela, como es el tema de las tentaciones de Cristo.


El programa escultórico de este pórtico, con los apóstoles enviados por Cristo a evangelizar las naciones y los profetas de Israel que tradujeron en palabras y gestos la voluntad de Dios,  no es ajeno en absoluto al convulso ambiente que vivía la iglesia en aquellos años, en los que se hubo de hacer frente a herejías como la de los cátaros y a otros planteamientos, como los de Joaquín de la Fiore, que chocaban con las nuevas ideas de la iglesia del siglo XIII. A ellos viene a sumarse, por otra parte, el enfrentamiento con las otras dos grandes religiones, el islamismo y el judaísmo. Así se ha puesto de manifiesto la relación directa que guarda con algunas de las disposiciones del IV Concilio de Letrán, celebrado entre 1215 y 1216, es decir, tan sólo dos años antes de que diese comienzo la obra.




https://www.arteguias.com/catedral/porticoparaiso.htm
http://catedralourense.com/el-portico-del-paraiso/
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HISTORIAS Y ARQUITECTURA PRERROMÁNICA ASTURIANA



Es importante tener en cuenta que, durante la monarquía visigoda, por primera vez los habitantes de la península ibérica habían dejado de depender de una potencia exterior, que además se había conseguido la unificación de todo el territorio peninsular y que, desde la conversión de Recaredo al cristianismo, existía un buen nivel de integración social y religiosa aunque en el plano político hubiera muchos problemas. Todo lo que conocemos sobre los nuevos reinos cristianos nos indica que su objetivo, sobre todo en el caso del originado en los Picos de Europa a partir de la batalla - o más bien escaramuza - de Covadonga, era la reconstrucción de esa monarquía visigoda, lo que significaba liberarse de la nueva dependencia de un pueblo extranjero, y la recuperación de todos sus territorios. El éxito a la larga fue evidente, hasta el punto de que si comparamos el mapa de la España Visigoda a fines del siglo VII y el de la España de Felipe II, en el momento de mayor apogeo del Imperio Español después de nueve siglos de reconstrucción, nos encontramos que son prácticamente idénticos. En ambos casos el territorio estaba formado por toda la península ibérica y una parte muy semejante del sur de Francia.


Al producirse la invasión árabe, los hispano-romanos, acostumbrados a vivir bajo dominación extranjera durante casi un milenio, se adaptaron sin demasiados problemas a la nueva situación ya que los árabes les trataron con una gran tolerancia, pero una parte importante de los godos pudo escapar y refugiarse en las montañas del norte formando, con la colaboración de los pueblos autóctonos que siempre habían demostrado su espíritu de independencia ante los sucesivos conquistadores de la península, dos núcleos de resistencia, uno en Asturias y otro en Cantabria y en ambos casos dirigidos por la nobleza visigoda, que se fusionaron casi inmediatamente mediante alianzas matrimoniales y crearon la monarquía asturiana. Esta monarquía se definió desde el principio como continuación de la visigoda y en los primeros tiempos fue también electiva, entronizando siempre como reyes a personas a las que se podía atribuir una genealogía, no siempre demostrada, como descendientes de las familias reales visigodas. De acuerdo con el mismo objetivo, también hizo todo lo posible como se dice en el Cronicón por restablecer las estructuras sociales, religiosas y administrativas existentes en el desaparecido reino visigodo; por ejemplo se mantuvo la misma forma de reparto de las tierras sin dueño reconquistadas, algo que influyó de forma muy significativa en toda la organización social y política española en los siglos posteriores. Será fundamental tener en cuenta esta vocación de continuidad, que fue la base de la monarquía asturiana, a la hora de analizar las características del arte que se desarrolló en los dos primero siglos de la Reconquista.

Estatua de Pelayo, en Cangas de Onís, Asturias © Zaratema

 

Dentro de este proceso continuado de "Reconquista", es decir de recuperación de todos los territorios perdidos ante la invasión árabe, se considera Arte Prerrománico Asturiano al conjunto de manifestaciones artísticas que se produjeron entre el año 722, fecha no confirmada de la batalla de Covadonga, y el 910, año en que, a la muerte de Alfonso III el Magno, su hijo Ordoño II traslada la corte a León. En esta fecha ya ha aparecido una nueva corriente artística, el llamado "Arte Mozárabe", generada por los cristianos que, viviendo hasta entonces en territorio árabe, comienzan a emigrar a las zonas reconquistadas trayendo con ellos, además de un renovado espíritu visigodo que habían mantenido durante los doscientos años de dominación, un importante bagaje de nuevos conocimientos artísticos y técnicos aprendidos en Al-Ándalus.


A lo largo de estos dos siglos, el pequeño reino que sólo ocupaba la parte más escabrosa de los picos de Europa fue extendiéndose, primero por toda Asturias y Cantabria, luego por Galicia, que adquirió gran importancia a partir de la "invención" del sepulcro del Apóstol Santiago y el comienzo de la leyenda de "Santiago Matamoros" y de las peregrinaciones a Compostela, y finalmente por Portugal, León, las provincias vascongadas y Castilla hasta ocupar prácticamente todos los territorios al norte del Duero. Al mismo tiempo su capital, y por lo tanto sus nuevas edificaciones religiosas y civiles, fueron trasladándose desde la inicial en Cangas de Onís, primero a Pravia luego a Oviedo, diseñada y construida a imagen y semejanza de la Toledo áulica, y finalmente a León cuando Oviedo resultó demasiado lejana y poco accesible para el control y la defensa de los nuevos territorios. 

Es en el antiguo Regnum Asturorum, en el año 722, y bajo el famoso caudillo Pelayo, donde se inicia la Conquista Cristiana, más conocida como Reconquista. Conquista sí pues los musulmanes dominaban toda la península ibérica desde 711. La historiografía nos cuenta que se inicia venciendo en la Batalla de Covadonga, lugar cercano a Cangas de Onís, actual Asturias. Y es ahí mismo donde se forma un reino, un pequeño dominio que anhela el pasado feudo visigodo de Toledo. Sí, es el mundo visigodo  el espejo donde estos astures deciden mirarse. Hay que recordar que los Carolingios no dominan toda Europa. Las Islas Británicas y este Reino Astur son independientes, aunque mantienen buenas relaciones.


Dentro de las dificultades que, existen para el estudio y catalogación de casi todos los monumentos prerrománicos españoles, en el caso del Prerrománico asturiano se han aceptado generalmente tres premisas que permiten, quizá de una forma excesivamente simplista, definir a una edificación como incluida dentro de esta fase.

Una vez formada dicha monarquía, ésta se divide en tres etapas:

1- Una de inicio y arraigo (722-842), con la batalla mencionada al principio y con el final del reinado de Alfonso II como consolidación.

2- Le sigue la llamada de esplendor bajo los reyes Ramiro I y Ordoño I (842-866).

3- La última es conocida como periodo del reino astur (866-910), durante el reinado de Alfonso III el Magno, último monarca del Reino de Asturias (formándose así el Reino de León).



Introducción a la arquitectura prerrománica asturiana, características generales

Durante estos periodos se forma, gracias a los contactos con los francos e itálicos en lo político y comercial, un arte astur con elementos del arte visigodo, del bizantino y del arte romano tardío. No hay que olvidar elementos locales, como las columnas soguedas y los contrafuertes estriados. Por último, sobre esta primera etapa, decir que lo común en su arquitectura es el ábside rectangular coronado por una ventana, además de mostrar templos con dimensiones reducidas y de emplear el alfiz, típico de la arquitectura hispanoárabe.

Ábside de la Iglesia de San Julián de los Prados 

La Iglesia de San Julián de los Prados o Santullano es el ejemplo más destacado de la conocida como primera fase. Situada a las afueras de Oviedo, se estudia como una abadía. De hecho, el templo se dedica a una comunidad monástica, y es que Alfonso II que fue quien la mandó levantar, la utilizó como lugar de retiro, usando una tribuna para la oración..

Interior, nave central, San Julián de los Prados

Amplia y luminosa, a pesar de pertenecer a una época histórica conocida como oscura, nos encontramos ante una iglesia de planta basilical con tres naves, la central más alta y ancha, con cabecera tripartita y amplia nave-transepto (igual de ancha y alta que la central) con dos sacristías a los lados. La separación de naves se da a base de arcos de medio punto construidos en ladrillo (poco a poco sustituido dicho material por la piedra) que se levantan sobre pilares cuadrados. Un muro que muestra el arco del triunfo más dos ventanas separa la nave-transepto de la central. Esta planta, basilical con transepto, ya se ve en el arte visigodo, y se considera como referente la Iglesia de San Juan de Baños.

Detalle de las pinturas murales de San Julián de los Prados

Interesantes son las pinturas murales de su interior, descubiertas a principios del siglo XX, pues suponen uno de los pocos vestigios pictóricos de la época. También son interesantes por el aniconismo, es decir, que no vemos figuras de animales ni humanas (la divinidad, por ejemplo, es representada con una cruz). Su técnica, al estuco, y su iconografía, vegetal-geométrica, recuerda la pintura romana. Destacan, sobre todo, las figuras geométricas: círculos, cuadrados y hexágonos. Las gamas cromáticas también son un referente romano, así tenemos los azules-grises, los ocres-amarillos y el rojo carmesí.

Detalle de las pinturas murales de San Julián de los Prados 

También vemos las vegetales, con flores y ramajes, formando guirnaldas. En las bóvedas, como si fuesen planetas, vemos los casetones. Todo desprende una tradición clásica no olvidada, y aunque fragmentada, sigue mostrando un enorme conocimiento de lo antiguo, pues antes de ser coloreadas se grabaron con punzón. Por eso se menciona como influencia la pintura romana, porque en ellas se imitan mármoles, jaspes y porfirios, además de representarse las famosas arquitecturas fingidas. Son pinturas que recorren el interior del templo, de manera horizontal y separado por líneas, que sugieren impostas. Tres son las zonas: zócalos, muro central con las arcadas y bóvedas.

Santa María del Naranco, Interior de la planta superior 

La segunda fase del arte asturiano, la de mayor esplendor, es cuando reinan, primero uno y después el otro, Ramiro I y Ordoño I, padre e hijo. Sus dominios se extienden por todo el cantábrico, e incluso llegan hasta el Duero. En lo arquitectónico comienza a construirse en piedra (desaparece el ladrillo), en gruesos sillares, y los templos se cubren con bóvedas. También se emplean arcos fajones y contrafuertes, además de arcos de medio punto peraltados. Son edificios que ganan en altura, decorados con multitud de relieves en su interior. De esta segunda fase destaca muy por encima la Iglesia Santa María del Naranco.

Santa María del Naranco 

Iglesia de Santa María del Naranco, siglo IX

En pleno monte Naranco, a tres kilómetros de Oviedo y sobre unas antiquísimas termas romanas nos encontramos con uno de los templos más famosos del prerrománico español. En este emplazamiento natural se construyen el pabellón real, la iglesia palatina y diversas estancias cortesanas. Lo que analizamos seguidamente es la actual iglesia, recinto construido en el año 848, que corresponde con el antiguo pabellón real.


Comenzamos observando que alberga dos pisos. Éstos no se comunican entre sí, para acceder al superior se debe subir por unos escalones situados en la fachada norte. El piso inferior presenta baja altura y se cubre por una bóveda de cañón reforzada por arcos fajones. Si su parte central estaba dedicada al monarca, las laterales ocupaban un oratorio privado y unos baños. Ya en la parte superior, también de tres partes, doble de alta que la inferior, alberga otra estancia central, rectangular, más dos miradores, uno por lado. El núcleo central se cubre con otra bóveda de cañón con arcos fajones que tienen su contrarresto en los contrafuertes del exterior.

Santa Daría del Naranco, sala principal de la planta superior © turismoprerrománico.com

Detalle de la cripta, Santa María del Naranco

Detalle de la cripta Santa María del Naranco, 

La decoración que presenta consigue restar sobriedad al conjunto, así lo hace entender la arquería ciega acompañada por arcos de medio punto peraltados. El tamaño de estos decrece, por lo que se habla de una organización rítmica del espacio. Estos arcos además descansan sobre capiteles con forma troncopiramidal. De ellos parten columnas geminadas (dobles) con fustes sogueados, y se encuentran facetados y decorados con figuración humana y animal. Aquí se muestra de una forma muy clara la mezcla de estilos, la simbiosis entre oriente y occidente.

Detalle de Medallón, Santa María del Naranco, 

Y es que no se puede dejar de mencionar, aunque muy por encima, la decoración de las enjutas de los arcos. Son medallones con cenefa tanto con motivos geométricos como vegetales. En estos medallones se ha querido ver influencia normanda, vikinga, de gentes del norte parecer ser (no encuentro manuales, no dispongo de datos que confirmen un origen directo) y oriental (por los animales enfrentados). Sí, sus animales enfrentados son orientales, pero ¿y los círculos concéntricos? Estos nos transportan al frío norte escandinavo pues las semejanzas son bastante claras.

Detalle de uno de los miradores de la iglesia Santa María del Naranco, con sus columnas con fustes estriados, arcos peraltados y medallones 

Y es que no hay duda de que nos encontramos ante un arte escultórico diferente del hispano-visigodo. Como en los primeros apuntes sobre el arte de las invasiones nórdicas, el primero conocido como prerrománico, y que más que invasión podemos definir como movimientos humanos, religiosos y artísticos, hemos de decir que estamos ante una mezcla de pensamiento entre lo mediterráneo y lo báltico. Y es que la decoración en Santa María del Naranco no es biselada, no es tan brusca, de hecho es lisa, suave, es un arte más realista.

Detalle de Capitel, Santa María del Naranco 

Los capiteles, por ejemplo,  son troncopiramidales, al estilo bizantino, pero también los encontramos corintios, que aunque degenerados, presentan una decoración particular. Se trata de motivos orientales, pues vemos animales enfrentados, pero también muestran figuras de monjes, como si estuviésemos en algún templo monástico irlandés. De Irlanda parece también que vienen las pilastras. Para finalizar, su decoración es más de estructura que de ornato, es decir, que su propio interior es lo que muestra su exterior. En el templo todo es uno. Sobre la decoración pictórica parece ser que no tenemos legado.


En el exterior siguen las proporciones, así tenemos dos fachadas, sobre un zócalo, divididas en tres pisos: la del este con tres vanos de medio punto, mirador con tres arcos también de medio punto (peraltados y de grandes dimensiones) y ya en el piso superior, falso piso, una ventana trífora. La del oeste, salvo por el primer cuerpo que presenta una puerta en arco de medio punto, el resto es exactamente igual.


La fachada nordeste presenta la doble escalera que comunica con el piso superior, y ésta, junto con la sudoeste, presenta ocho contrafuertes, cuatro a cada lado, que son los que se corresponden con las columnas del interior, sobre las que descansan a su vez los arcos fajones. El templo además presenta tejado a dos aguas.


Verticalidad, simetría y proporción, parece que hablemos de una obra renacentista, pero de lo que se trata es de una obra arquitectónica precedente del románico europeo. Una joya de la
arquitectura prerrománica que amalgama gran variedad de estilos y que hace suponer que su maestro y canteros tenían o seguían conocimientos muy particulares.

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REAL MONASTERIO DE SANTA MARIA DE SIGENA


http://www.jdiezarnal.com/monasteriodesigena.html


Escondido en la provincia de Huesca, entre el río Alcanadre y la población de Villanueva de Sigena, encontramos el Monasterio de Santa María de Sigena. Es un monasterio español de estilo cisterciense.


Poco queda del antiguo esplendor del conjunto fundado a finales del XII, aunque la iglesia, el panteón real y su bella portada románica, bien merecen ser visitados. Sigena es el paradigma del arte en Aragón: destrucción, abandono y expolio. Para admirar una de sus obras más valiosas, las pinturas de la sala capitular, lamentablemente, tendremos que acudir a Barcelona, donde permanecen en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.

Santa María  de Sigena (o Sijena) fue fundado por la reina doña Sancha de Castilla, esposa del monarca aragonés Alfonso II, hacia 1188. La Corona necesitaba establecer un centro de poder en la zona de Monegros, y el lugar era un punto de paso obligado en los caminos que llevaban desde Huesca o Barbastro al Ebro, Fraga y Lérida.

Al parecer también sumó en la elección del lugar, la aparición de la virgen, optándose así por un lugar pantanoso y poco recomendable, a priori, para un cenobio. El monasterio se convirtió pronto en un lugar importante en la economía y administración aragonesas. Sigena, como otros monasterios aragoneses fundados en la misma época, cumplió una importante función repobladora, siendo la administración del monasterio y de todos sus dominios encomendada a la Orden de San Juan de Jerusalén, posteriormente conocida como la Orden de Malta. En este contexto, el monasterio de Sigena no fue solamente un lugar de recogimiento y oración, sino también un foco de poder administrativo desde el que las monjas, con su priora a la cabeza, ejercían su poder feudal sobre los habitantes de la zona. Los dominios del señorío de Sigena llegaron a extenderse a lo largo de más de 700 km2.

Pero la relación entre el reino y el monasterio no se limitó a la economía o la repoblación, sino que acogió tras sus muros a un buen número de reinas y princesas, así como a hijas de familias nobles. Sirvió de depósito de una parte del tesoro real y como archivo monástico durante los siglos XIII y XIV. 

http://www.hotellosnogales.com/monasterio-de-sijena/

Fue también panteón real y su claustro sirvió de lugar de enterramiento de reyes, reinas e infantas de Aragón, destacando la sepultura de la reina doña Sancha o la de Pedro II. Gracias a los importantes donativos que recibió, se convirtió en uno de los monasterios más ricos y bellos del reino.

El monasterio de Sigena. Grabado de Parcerisa publicado en: Recuerdos y bellezas de España. Aragón (1844).

Con el Compromiso de Caspe (1412) y la llegada de la casa de Trastámara a la Corona de Aragón, se rompió el nexo de unión entre el monasterio y las clases altas del reino. Aun así, hasta principios del siglo XIX, el señorío de Sigena continuó existiendo con relativa normalidad. En esa centuria se produjeron dos hechos clave en la historia del monasterio: El asalto por parte de las tropas francesas de algunas de las estancias de Sigena durante la guerra de la Independencia (1808-1814) y la desamortización de Mendizábal de 1836. Al final, la venta se declaró nula y la vida comunal y religiosa prosiguió gracias a limosnas y donaciones.

Pinturas de la Sala Capitular, hoy en Barcelona.

Y ya en el siglo XX, durante la Guerra Civil, el monasterio de Sigena fue incendiado y saqueado por una columna de anarquistas que se dirigían al frente de Huesca. Prácticamente todas sus estancias, a excepción de la iglesia románica y el panteón real, fueron arrasados por el incendio. Muchas de las obras de arte del cenobio fueron destruidas, mientras que otras desaparecieron o fueron seriamente dañadas y las tumbas reales fueron profanadas.

PINTURAS A BARCELONA. Trabajo de retirado y traslado a Barcelona de las pinturas de la Sala Capitular tras el incendio en 1936.

La dispersión del arte del monasterio continuó y 96 piezas fueron vendidas por las religiosas de la Orden de Jerusalén a la Generalitat de Cataluña entre 1983 y 1994. La venta se hizo en dos fases y su importe ascendió a más de cien millones de pesetas. Entre las piezas enajenadas hay arcas funerarias, alhajas, tallas de madera y otros objetos de ajuares litúrgicos y domésticos. Hoy pueden verse en el Museo Diocesano de Lérida y en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (Barcelona).

Del antiguo monasterio hoy sólo se conserva el templo y una pequeña parte del claustro, en torno al cual se distribuían originalmente el resto de las dependencias monacales, además del palacio prioral, situado en el suroeste. Entre estas dependencias destacaba la sala capitular, cubierta por una techumbre mudéjar y decorada con un interesantísimo conjunto de pintura mural del siglo XIII con escenas del Nuevo y del Antiguo Testamento, que la convirtieron en una auténtica Biblia pictórica que explicaba la historia de la humanidad desde el Pecado Original hasta la Salvación. Actualmente se conserva en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (Barcelona) en calidad de depósito, a donde fueron llevadas tras la Guerra Civil por el equipo de Josep Gudiol,  y donde se produjo un intenso trabajo de restauración y conservación. El Gobierno de Aragón reclamó el verano pasado la devolución del conjunto.

Exposición de las pinturas románicas de la Sala Capitular de Sigena en Barcelona. 

El templo está realizado totalmente en sillar y consta de nave única con crucero y cabecera triple. El crucero presenta adosado al brazo septentrional el citado panteón real y al meridional una maciza torre de planta cuadrada. En su fachada sur se conserva su imponente portada de estilo románico, abocinada por catorce arquivoltas acabadas en 26 columnas cilíndricas. La portada fue ordenada construir por Jaime I por parecerle pequeña la primitiva puerta de entrada a la iglesia, aunque la obra no se ejecutaría hasta el reinado de Pedro III (1282).

 En 1985 una orden de origen francés, las Hermanas de Belén y de la Asunción de la Virgen y de San Bruno se establecieron en el monasterio y, en la actualidad, todavía viven unas cincuenta religiosas.

  Retablo de los Gozos de María de Jaume Serra, hoy en el Museo Nacional de Arte de Cataluña 

Fragmento de los murales de la sala capitular del monasterio de Sigena, que se exponen en la sala 16 del MNAC. (MNAC Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC))






































 





 


















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