viernes, 19 de febrero de 2021


AMOR SACRO Y AMOR PROFANO

de

Tiziano

La escena


En torno a una fuente en mitad del campo, dos jóvenes muchachas parecen descansar, una de ellas ricamente vestida, la otra prácticamente desnuda, entre ellas Cupido juega distraídamente con el agua. A sus espaldas se extiende un típico paisaje italiano que desciende desde un castillo en lo alto de un monte hasta un pequeño pueblo cercano a la costa.


El título


Este lienzo fue pintado en torno al año 1515 por Tiziano, actualmente lleva por título Amor sacro y amor profano, aunque no es el único que ha tenido: Venus y la doncellaTres amoresMujer divina y mujer profana... tantos nombres como interpretaciones de su significado, pues se trata de una de las obras que mayor debate ha generado en la historia del arte.



El significado


Ante el parecido físico de las mujeres y el contraste de su vestimenta, tradicionalmente se ha creído que se trata de un cuadro alegórico, en el que las jóvenes representan, siguiendo el pensamiento neoplatónico, las dos caras de la diosa Venus: la terrenal y la celeste. A comienzos del siglo XVI, en pleno Renacimiento, al recuperar el estudio del mundo clásico, también se recuperaron las enseñanzas de Platón y sus discípulos, hasta el punto de fundarse en Florencia una Academia neoplatónica liderada por Marsilio Ficino, entre cuyos seguidores se encontraba el mismo Tiziano. Según esta corriente filosófica, la belleza terrenal es un reflejo del mundo celestial, para alcanzar este último es necesario el amor, pero no el amor vulgar entendido como placer, sino el amor intelectual, el humanismo. Por tanto, las dos muchachas representarían a la diosa Venus, la que va vestida sería la versión terrenal, mientras que la desnuda, sería la celestial, que no necesita adornar su cuerpo y que además sostiene en alto una lámpara de aceite, símbolo de conocimiento. Entre ellas se encuentra Cupido, el amor, que marca el camino hacia el mundo celestial.



El encargo


Sin embargo en la actualidad, a tenor de los datos históricos que se conocen, se apuesta por una explicación más sencilla. La obra fue un encargo de Niccolò Aurelio, gran canciller de Venecia y secretario del Consejo de los Diez, como regalo de bodas para su futura esposa Laura Bagarotto. El enlace matrimonial pretendía ser un acto político de reconciliación entre ambas familias, ya que el padre de la prometida, acusado de alta traición, había sido juzgado y condenado a muerte por el canciller. En consecuencia, el sentido de la pintura cambiaría, la joven de la izquierda sería la esposa, vestida con su traje de novia, como indican los objetos que la acompañan: la corona de mirto, las rosas en su mano, el cinturón símbolo de castidad, los guantes, la vasija con joyas... Mientras que la figura de la derecha sería la diosa del amor, Venus, que junto a su hijo Cupido, tratarían de guiar a la joven Laura para que encuentre la forma de amar a su prometido.


La obra


Independientemente del significado del cuadro, Tiziano logró pintar una obra maestra a pesar de que estaba en los comienzos de su carrera artística. La composición es completamente equilibrada, las dos mujeres situadas de forma equidistante, dividen el lienzo en tres partes, la parte izquierda con el paisaje montañoso, la parte central con la fuente en la que juega Cupido, y la parte derecha con un paisaje llano que se pierde en la lejanía. El uso del color es igualmente excepcional, con una amplia tonalidad y gama cromática, destacan especialmente el brillo y las sombras de las telas, y la puesta del sol con los efectos que la luz produce en el paisaje y el cielo.



Los detalles

 


Uno de los detalles que más han llamado la atención del cuadro, es la fuente de mármol entorno a la que se reúnen las figuras, y donde Tiziano ha aprovechado para incluir, junto al caño de agua, el escudo de la familia de Niccolò Aurelio. Nadie ha puesto en duda que se trata de un viejo sarcófago romano, que ha sido transformado en una fuente. Algo, por otra parte, muy usual en la Italia del Renacimiento, donde se recuperaron y reutilizaron muchas obras de época clásica. Sin embargo este detalle implica una dualidad muy sugerente, el sarcófago como símbolo de muerte frente a la fuente como símbolo de vida.





Otro elemento clave es el paisaje de fondo, sobre el que se han realizado innumerables especulaciones y que parece tener un carácter moralizante, típico de aquella época. Aparece dividido en dos escenas muy diferentes. A la izquierda una región montañosa coronada con una castillo al que se dirige un caballero al galope, en primer plano también se ven dos liebres corriendo, un símbolo de fertilidad. A la derecha una región llana dominada por una pequeña ciudad, en primer plano vemos a dos jinetes y un perro persiguiendo una liebre, y a un pastor cuidando de su rebaño.

 

http://lamemoriadelarte.blogspot.com/2013/06/amor-sacro-y-amor-profano.html



EL CARRO DE HENO

 

de Hieronymus Bosch


Felipe II, el coleccionista 


En el año 1570 el rey español Felipe II compró diversos libros y pinturas a los herederos del difunto Felipe de Guevara, quien fuera mayordomo de Felipe el Hermoso y gentilhombre de boca de Carlos V, pero ante todo un humanista especializado en filología, numismática, arqueología y pintura. Entre las obras adquiridas, destinadas a ampliar la creciente colección que iba a decorar El Escorial, se encontraba El carro de heno, del flamenco Hieronymus Bosch, a quien se conocía en España como El Bosco. El humanista había sido un gran admirador de este pintor, al que incluyó y elogió ampliamente en un tratado titulado Comentarios de la pintura, y se lo había recomendado encarecidamente al monarca, llegando a compartir ambos la pasión por su pintura. Felipe II acabaría convirtiéndose en el mayor coleccionista de las obras  de El Bosco, hoy custodiadas por el Museo del Prado, como El jardín de las deliciasLas tentaciones de San AntonioLa extracción de la piedra de la locura o Los siete pecados capitales.



El artista


El Bosco procedía de una familia de pintores de origen alemán, originarios de Aquisgrán que se acabaron asentando en la ciudad de Den Bosch, o Bolduque para los españoles, en el ducado de Brabante, Países Bajos. Allí nació hacia 1460 Jeroen van Aeken, pues ese es el verdadero nombre del pintor, que adoptó temporalmente el de Jeroen Bosch al morir su padre, puesto que el gremio de pintores no dejaba utilizar el apellido artístico -en este caso van Aeken- nada más que al hijo primogénito de cada familia de artistas. Finalmente tras latinizar el nombre se quedó en Hieronymus Bosch. 



Gótico flamenco 


En el siglo XV los Países Bajos se habían convertido en un centro artístico de primer orden practicando un estilo pictórico denominado gótico flamenco que acabaría por clausurar la Edad Media, y que competía con el pujante Renacimiento que surgía en la Italia del Quattrocento. Entre sus principales figuras se encontraba Jan van Eyck, Roger van der Weyden, Hugo van der Goes, Hans Memling o el mismo El Bosco. Se trataba de un estilo innovador dentro del arte gótico puesto que trataba de romper con las formas planas y bidimensionales góticas para pasar a representar la realidad con mayor veracidad, buscando la perspectiva y la tridimensionalidad del espacio. Además introdujo una nueva técnica pictórica, el óleo, que permitía pintar con colores mucho más vivos y con mayor detalle, como no se habían visto nunca hasta el momento.



Pintura moralizante


La especialidad de El Bosco era la pintura moralizante de contenido religioso, donde mostraba los pecados y defectos humanos mediante caricaturas sarcásticas y grotescas de sus acciones que les llevarían irremisiblemente a ser castigados en el infierno. La única esperanza era llevar una vida piadosa siguiendo el ejemplo de Jesucristo. En consecuencia su obra está plagada de seres monstruosos, híbridos mitad animales y mitad seres humanos, que simbolizaban esos pecados y que se dedican a castigar a la humanidad por sus vicios. Se trata de una visión típica del pensamiento medieval, aún teocéntrico, completamente marcado por la moral religiosa de la Iglesia. Paradójicamente El Bosco representaba con una técnica y unos medios rompedores y modernos un mundo y una visión medieval que quedaba anticuada frente a la nueva cultura renacentista. 

El carro de heno 


En El carro de heno, El Bosco recurrió a un viejo proverbio flamenco "El mundo es un carro de heno del cual cada uno toma lo que puede" y lo enlazó con un texto bíblico del profeta Isaías, donde se compara el heno de los campos con los placeres y las riquezas del mundo, que secan pronto y aún más pronto se acaban. Con este punto de partida, el pintor elaboró un tríptico donde denuncia la avaricia del mundo, cegado por el afán de placer y riqueza, que hace lo que sea necesario, incluso matar, con tal de conseguir apenas unas pocas briznas de paja del gran carro de heno.



Los detalles


En el panel izquierdo aparece representado el Edén, mostrándonos en un mismo paisaje una serie de escenas que se narran de forma descendente. Empezando por la parte superior, encontramos una escena que representa la expulsión de los ángeles rebeldes, liderados por Lucifer, del Cielo. El pintor nos muestra la figura de Cristo entronizado y en actitud de bendecir, a su alrededor los ángeles luchan y expulsan a los rebeldes hacia la Tierra. Estos últimos, al caer, abandonan su aspecto angelical y se convierten en seres monstruosos, reptiles, insectos, sapos...


Siguiendo la línea narrativa, al descender por el panel izquierdo nos encontramos en el Jardín del Edén, donde la figura de Dios, ataviada a semejanza de un gran sacerdote, crea a Eva a partir de la costilla de Adán. La narración continúa con el Pecado Original, justo en el momento en el que el demonio, que ha adoptado una forma híbrida, mitad mujer y mitad serpiente, típica de la imaginación medieval, tienta a la pareja con una manzana del Árbol del Conocimiento.


El panel izquierdo se cierra con la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal. Un ángel blande su espada de forma amenazadora desde la puerta del Edén. Adán y Eva tratan de cubrir sus cuerpos desnudos mostrando vergüenza pues al haber comido el fruto del árbol prohibido, comienzan a juzgar si los actos son buenos o malos y toman conciencia de su desnudez.


El panel central lo ocupa en su mayor parte un descomunal carro de heno del que todos quieren una parte. En su cima encontramos a una pareja de amantes que se besan (lujuria), junto a ellos hay un trío de músicos (los amantes han sucumbido a la música de la carne), un demonio azul se une al concierto tocando su nariz con forma de trompa, mientras un ángel reza pidiendo la intercesión de Jesús, que aparece en un claro entre las nubes. Curiosamente es la única figura que busca la mediación divina, el resto está ocupado con la mundanidad de la vida.


Tras el carro aparecen un grupo de figuras que gozan de una posición preeminente en la vida y que no necesitan esforzarse por adquirir el simbólico heno, se trata de las clases privilegiadas. En primer lugar aparecen los más poderosos de la Tierra, el Papa, el Emperador y los Reyes, reconocibles fácilmente por sus ropas y atributos. Detrás de ellos nobles, alto clero, judíos... Sin embargo a sus pies vemos las disputas de la gente común, algunas intentan usar una escalera para llegar hasta el heno, otras discuten acaloradamente, algunas llegan incluso a amenazarse con un cuchillo.


Sin embargo el mejor ejemplo de los actos de vileza que pueden llegar a cometer los humanos por la riqueza aparece a los pies del carro. Allí dos mujeres han llegado directamente a las manos mientras otras figuras hacen caso omiso y siguen sacando paja del carro. En algunos casos están a punto de ser atropellados por las ruedas. La escena más violenta la vemos en el suelo, donde un hombre está degollando a otro tras una pelea a cuchilladas.


Junto a la firma del autor, en la esquina inferior derecha del panel central, El Bosco coloca a un orondo monje, sentado tranquilamente en una especie de cátedra, bebiendo alegremente mientras un grupo de monjas se dedican laboriosamente a llenar una bolsa de heno. La sátira no perdona tampoco al clero, puesto que en aquella época estaba siendo muy criticado por su mundanidad, por la corrupción y la venta de cargos eclesiásticos que acabarían desembocando, ya en el siglo XVI, en la reforma protestante.


El carro de heno es conducido por un grupo de bestias y monstruos que tiran de él y parecen encaminarlo hacia el panel de la derecha, que representa el Infierno. Se trata de los característicos monstruos de El Bosco, se distingue fácilmente un grillo con pies de hombre, un hombre con cabeza de ciervo, un saltamontes con cabeza de mujer, entre otras formas híbridas. Los avariciosos humanos, al igual que pasa con la figura de Jesucristo, parecen no percatarse de quiénes dirigen el carro ni hacia dónde va.


El panel de la derecha representa el Infierno donde se concentran las figuras más grotescas de El Bosco, dispuestas a castigar los pecados de la humanidad. Aquí encontramos las representaciones más violentas puesto que el fin último de la obra es moralizante y era necesario infundir el miedo al pecado. El alma de un hombre es conducido por dos figuras monstruosas, ante ellos se presentan varias escenas de tortura, un hombre es asaetado mientras monta sobre una vaca, otro es arrojado a una jauría de perros que lo devoran, mientras otro es desollado.


En las representaciones que el pintor realizaba sobre el Infierno siempre incluía las escenas de tortura pero también las de incendios. Algunos críticos, independientemente de la evidente relación entre el infierno y el fuego, han querido ver un vínculo con el incendio de la ciudad de Den Bosch que El Bosco presenció a los trece años y que le dejó profundamente marcado. En esta tabla también se añade un tema más, la construcción de una torre circular que podría estar relacionado con el tema bíblico de la Torre de Babel, en su inocente intento de alcanzar el cielo mediante un edificio colosal.


El tríptico 


Como en todos los trípticos medievales, las tablas que lo formaban se podían cerrar para facilitar su transporte o esconder su contenido. Los pintores se encargaban de decorar también la parte externa de las tablas con otra escena más, relacionada con la temática interior. El Bosco optó en este caso por tratar el tema del camino de la vida, donde un viajero, envejecido y andrajoso, portador de una pesada carga, avanza laboriosamente por el camino, símbolo de la vida, lleno de peligros que acechan en cualquier recodo. Se trata de un tema frecuente entre su obra donde aparecen casi siempre los mismos símbolos, los huesos que representan la muerte, un endeble puente, una pareja de amantes lujuriosos, unos ladrones que roban a otro viajero...

 

http://lamemoriadelarte.blogspot.com/2014/04/el-carro-de-heno-de-hieronymus-bosch.html



EL JUICIO DE PARIS

de

Peter Paul Rubens

 

Felipe IV, el coleccionista 


En torno al año 1639, el cardenal-infante Fernando de Austria, gobernador de los Países Bajos españoles, realizaba una visita a la Rubenshuis, la casa-taller que el pintor Peter Paul Rubens tenía en Amberes, por petición de su hermano, el rey Felipe IV. El monarca español había encargado una pintura de grandes proporciones, casi dos metros de alto por cuatro de ancho, sobre el tema mitológico del Juicio de Paris, destinada a adornar uno de los salones del madrileño Palacio del Buen Retiro. El cardenal-infante debía asegurarse de que la obra estuviese a la altura, puesto que por aquellos años el gran maestro flamenco ya era un anciano y además muy afectado por la gota -de hecho moriría un año después-. El lienzo no defraudó las altas expectativas, el informe que envió Fernando de Austria a su hermano fue muy positivo, llegando a afirmar que se trataba, sin lugar a dudas, de una de las obras maestras de Rubens. Sólo ponía un pero, las diosas aparecían impúdicamente desnudas, para colmo los rasgos de Afrodita eran los de la segunda y joven esposa del pintor, Helene Fourment. Detalles sin importancia que no molestaron a Felipe IV, un gran admirador del artista.



El Juicio de Paris 


El mito del Juicio de Paris es un tema recurrente en la historia del arte, especialmente en el Renacimiento y el Barroco. La historia que nos narra tiene su inicio durante las bodas entre el griego Peleo, rey de los mirmidones, y la nereida Tetis, a la que habían sido invitados tanto los reyes más importantes de la Hélade como los mismísimos dioses. A todos excepto a  Eris, la diosa de la Discordia, pues se temía que estropease la celebración por su difícil carácter. Molesta, porque la habían dejado de lado, se presentó en medio del banquete y lanzó en medio de la sala una manzana de oro donde había escrito: "para la más hermosa". Inmediatamente tres diosas reclamaron la manzana: Hera, Atenea y Afrodita, iniciándose una fuerte discusión. Eris había logrado su objetivo, vengarse sembrando la discordia entre los invitados. Finalmente Zeus se vio obligado a intervenir nombrando a un juez para dilucidara quién de las tres diosas era la más hermosa. El elegido fue el príncipe Paris, hijo del rey Príamo de Troya, puesto que vivía aislado, siempre en el campo como un simple pastor, y por tanto la elección que hiciese sería completamente inocente.



La escena 


Peter Paul Rubens nos muestra el momento exacto en que Paris, informado por Hermes de la tarea que Zeus le ha encargado, observa detenidamente a las diosas, tratando de juzgar a quién debía corresponder la manzana. Las tres divinidades se presentan desnudas para demostrar su espléndida belleza. Según algunas versiones del mito, cada diosa intentó sobornar al joven juez: Hera le ofreció convertirle en un poderoso rey, Atenea le ofreció dotarle de una gran inteligencia, mientras que Afrodita le ofreció el amor de la mujer que más desease. Incapaz de decidir cuál de todas era la más bella, Paris optó finalmente por conceder la manzana de oro a Afrodita, puesto que su oferta de amor era la que más le interesaba, y no las de poder ni inteligencia.




Los detalles


 


Cada uno de los personajes del cuadro aparece perfectamente identificado por sus atributos. Hermes lleva su sombrero y sus sandalias aladas, además de su caduceo con las dos serpientes enrolladas. Mientras que la diosa Atenea, situada a la izquierda, es fácilmente reconocible por la armadura que reposa a sus pies.






La diosa Hera, a la derecha, está coronada por los polos, una alta corona cilíndrica destinada a las grandes deidades. También aparece representada junto a su animal característico, el pavo real. Por su parte Afrodita, en el centro de las tres diosas, aparece junto a su hijo Eros -Cupido en la mitología romana- armado con su arco y sus flechas.








El príncipe Paris como buen pastor está acompañado de un fiel lebrel, en su mano descansa el callado con el que guía a sus ovejas. Aparece con un gesto pensativo puesto que todavía no ha tomado una decisión. No obstante, Rubens nos muestra de antemano quien es la diosa elegida, ya que Afrodita está a punto de recibir una corona de flores que le acerca un amorcillo alado.



El taller del pintor 


A pesar de tratarse de una pintura de estilo Barroco, el artista ha compuesto la escena de una forma muy clásica, con todas las figuras distribuidas a la misma altura y en el mismo plano, como si se tratase de un friso, además de cerrar la composición enfrentando a los personajes de los extremos: Paris y Hera, que dan la espalda al espectador. De sobra es conocido que en su taller, Rubens sólo se encargaba de realizar los bocetos y pintar las zonas más complejas, el resto era trabajo de sus numerosos aprendices quienes después se convirtieron en ilustres pintores como Jordaens, Van Dyck, Fran Snyder... En este cuadro, sabemos con certeza que el paisaje del fondo es obra exclusiva de Lucas van Uden. Aun así, la pintura tiene los grandes rasgos de la obra de Rubens: tanto la viveza de color, de clara influencia veneciana, especialmente de Tiziano; como el fuerte movimiento de sus composiciones, con todas las figuras gesticulando o girándose; sin olvidar el fuerte moldeado de los cuerpos, herencia de Miguel Ángel, particularmente los femeninos, con sus características masas blandas y voluminosas, paradigma de sensualidad en aquella época.

http://lamemoriadelarte.blogspot.com/2014/01/el-juicio-de-paris-de-peter-paul-rubens.html

 


ALEGORÍA DEL AMOR

de
Agnolo Bronzino



El Manierismo


A lo largo de la Historia del Arte, la pintura siempre ha sido un gran medio para mostrar diferentes alegorías, es decir, para representar simbólicamente ideas abstractas por medio de figuras y atributos. Cuando estamos ante una pintura alegórica, nos enfrentamos a un enigma, a un juego de detectives, donde lo que vemos representado tiene un significado oculto. Una de las etapas artísticas donde hubo un gran interés por este tipo de obras fue el Manierismo, desarrollado entre 1530 y 1580 aproximadamente, se trata de un periodo de transición entre el Renacimiento y el Barroco. Los manieristas, educados en el estilo renacentista, comenzaron a cuestionar esa forma de pintar, casi a modo de burla se dedicaron a experimentar pintando figuras ligeramente desproporcionadas, con largas extremidades, colocadas en posturas retorcidas, desequilibradas, y utilizando una paleta de colores fríos y artificiales. Igualmente fueron complicando la temática de sus cuadros, dándoles una carga intelectual más alta, haciendo más difícil la interpretación de los mismos, algo que además era muy demandado por la sociedad cortesana para la que pintaban.


El cuadro


La Alegoría del Amor, es un buen ejemplo, pintado por Agnolo Bronzino hacia 1540. Se trata de uno de los máximos representantes del Manierismo. Trabajó la mayor parte de su vida en Florencia para Cosme I de Médici, Gran Duque de Toscana. Al parecer la obra fue un encargo de éste para obsequiar a Francisco I de Francia, que era un enamorado del arte italiano. A simple vista la pintura se centra en dos figuras fáciles de reconocer que ocupan el centro de la composición: Venus, la diosa de la belleza y del amor carnal, con la manzana de oro que ganó durante el juicio de Paris; y Cupido, el dios amor puro, con sus alas, su aljaba y sus flechas. Aparecen totalmente desnudos, pintados con una piel pálida, casi marmórea, con unos cuerpos alargados y en una posición retorcida, muy teatral. Su actitud es claramente erótica, ya que se les representa dándose un sensual beso, con Cupido estrechando uno de los senos de la diosa. Aparentemente la diosa aprovecha el momento del beso para quitar a Cupido una de sus flechas sin que este se entere. Pero la intención de Bronzino no era mostrar simplemente una escena provocadora, la clave del cuadro no está a simple vista, sino en el conjunto de extrañas figuras distribuidas alrededor de Venus y Cupido.

Los detalles




A la derecha del cuadro aparecen dos figuras, en primer plano se representa un putto, un niño, de dorados cabellos que se acerca a la pareja para celebrar el amor lanzando pétalos de rosa, en su pie izquierdo lleva una pulsera de cascabeles que añaden "música" a la escena, en cambio su pie derecho ha pisado una espina que le hace sangrar, sin embargo parece no darse cuenta pues muestra una amplia sonrisa. Por eso simboliza la Ceguera del amor, que es incapaz de ver o sentir nada más.


En segundo plano aparece una figura más ambigua, supuestamente se trata de una hermosa niña que ofrece un dulce panal de miel, sin embargo enseguida se aprecia que el resto de su cuerpo es monstruoso, mitad serpiente, mitad bestia. Su otra mano esconde el aguijón que remata su cola, por eso simboliza el Engaño, que aparentemente proporciona placer pero en el fondo esconde sufrimiento.


A la izquierda de los amantes aparece una figura que rompe con el aspecto general de felicidad y alegría que muestra el cuadro. Representa a una persona que con un gesto cargado de furia y dolor, se lleva las manos a la cabeza, todos sus dedos están en tensión hasta el punto que parece arrancarse los cabellos. Podría representar a los Celos, aunque también se la identifica con la Sífilis, por el color enfermizo que presenta su piel, y porque es una enfermedad que fue una auténtica pandemia en aquella época.


Tiradas en el suelo hay dos máscaras, que observan con sus cuencas vacías el beso de los amantes. Se podría pensar que se trata de la típica representación de la Tragedia y la Comedia, pero en sus rostros no aparecen los gestos tan marcados que las caracterizan y hacen tan reconocibles. Por eso se ha pensado que simbolizan simplemente las Dos Caras que tiene el amor, una positiva y otra negativa.

 

En la parte superior del cuadro hay dos figuras que forcejean con la tela azul que cierra la escena. Una de ellas es el Tiempo, fácil de identificar, aparece representado como un anciano alado, en referencia al tiempo que pasa volando, y con un reloj de arena que carga a su espalda; parece decidido a quitar el velo que protege a los amantes. La otra figura, especialmente llamativa ya que le falta media cabeza, puede interpretarse, ante la ausencia de cerebro, como la Necedad; que se esfuerza por esconder la escena amorosa.


El amor


Agnolo Bronzino, a través de su cuadro, nos da una lección sobre el Amor: si este no es verdadero, está rodeado de peligros, pues es engañoso al tener siempre dos caras, una positiva, dulce como un panal de miel, pero también otra negativa, como la de una picadura venenosa; además provoca cegueracelos y actos necios. Pero al final, no hay falsedad que no sea descubierta por el tiempo, que pone a todos en su sitio.

 

http://lamemoriadelarte.blogspot.com/2012/10/alegoria-del-amor.html



ROGER LIBERANDO A ANGÉLICA

de

Dominique Ingres

 

Orlando Furioso


A comienzos del siglo XIX en Francia, tras la vorágine de acontecimientos de la Revolución Francesa y del Imperio Napoleónico, se puso de moda la recuperación de la literatura medieval, especialmente si era de tipo caballeresco y estaba ambientada en suelo patrio. Una de las obras más demandadas fue el Orlando Furioso del italiano Ludovico Ariosto, cuya versión definitiva se acabó de escribir en 1532. Se trata de un poema épico de tipo caballeresco, escrito en lengua romance, ambientado en tiempos de Carlomagno y protagonizado por varios de sus caballeros, como el propio Orlando, también llamado Roldán -famoso por su heroica muerte ante los vascones en la batalla de Roncesvalles, narrada en la Canción de Roldán-. 

 

Roger y Angélica


Entre los admiradores del poema se encontraba uno de los principales pintores neoclasicistas franceses, Dominique Ingres, que utilizó uno de los pasajes de la obra como inspiración para pintar este cuadro en 1819. Según el canto X del poema, la princesa Angélica la Bella, hija del rey de Catay, un remoto reino del extremo Oriente, fue secuestrada por los habitantes de la Isla de Llanto, junto a las costas de Hibernia, para ofrecerla como tributo a un monstruo marino que les atormentaba. Despojada de sus ropas y encadenada a una roca en medio del mar, la princesa esperaba su horrible final cuando el azar hizo que el caballero Roger, a lomos de un hipogrifo -un animal híbrido, mitad caballo y mitad águila-, sobrevolase aquél territorio y viese a la joven en apuros. Fiel a sus votos de caballero y tras caer enamorado por su belleza, se lanzó sobre el monstruo, que comenzaba a salir de las aguas, dispuesto a dar su vida por la de la doncella. Tras un duro combate, y al ver que sus armas eran incapaces de causar herida alguna a la bestia, acaba usando una treta, ciega con el reflejo de su escudo al monstruo y aprovecha su desconcierto para desatar a la joven y huir con ella.

 

La Leyenda Dorada


El trinomio héroe-doncella-monstruo es un clásico tanto de la literatura como del arte, símbolo del triunfo de la voluntad del hombre o de la fe, frente a la adversidad o el mal. Los mejores ejemplos son los de Perseo, el héroe griego rescatando a lomos de Pegaso a la joven Andrómeda cuando iba a ser devorada por otro monstruo marino; y el de San Jorge, el caballero cristiano, muy afamado en la Edad Media gracias a la Leyenda Dorada de Jacobo de la Vorágine, que salva a la princesa de un maligno dragón. Las similitudes con la historia de Roger y Angélica son claras, pero también hay curiosas diferencias, ya que Roger no llegó a matar al monstruo como habían hecho sus predecesores; y la bella y pura princesa, que es el premio por sus esfuerzos, ni siquiera era doncella, pues había tenido aventuras amorosas con numerosos caballeros a lo largo del poema, además no correspondió al amor del caballero, al que engañó y abandonó en cuanto tuvo la primera ocasión.

 

Dominique Ingres


Igualmente la pintura de Ingres está llena de peculiaridades, discípulo del aclamado Jacques Louis David, máxima figura del Neoclasicismo, su estilo no acabó de encajar en el taller del artista y se pasó la mayoría de sus años en Roma, estudiando directamente a los clásicos. En unos tiempos en los que los elogios iban a parar a las obras que exaltaban las victorias militares de Francia, sus cuadros de temas medievales o sus odaliscas medio desnudas ocupaban un papel secundario. Sin embargo su técnica, basada en el papel dominante del dibujo frente al color es plenamente neoclásica. Paradójicamente fueron los pintores impresionistas, sobretodo Renoir y Degas, que defendían la postura opuesta, la preponderancia del color frente al dibujo, quienes más le admiraron.


Los detalles


Los esbozos del cuadro muestran que preparó a conciencia la figura de Angélica, dedicándola la mayoría de sus dibujos. Está situada en el centro, entre Roger y el monstruo, concediéndola el foco de atención, a pesar de no ser la protagonista de la acción. Ingres fue un especialista en la representación del desnudo femenino, tema recurrente en su obra.  La princesa tiene todas las características de sus desnudos: con la piel blanca, marmórea, deslumbrante; la postura del cuerpo siempre forzada, en una posición casi irreal, en este caso marcada por la contorsión exagerada del cuello; y por último la fuerte expresión del rostro femenino, en esta pintura mostrando desmayo, destacando sobremanera los ojos, totalmente en blanco.


A su izquierda se encuentra el héroe justo en el momento de cargar contra la bestia, volcado hacia delante y marcando una fuerte diagonal con su lanza que nos lleva hasta la cabeza del monstruo. Viste una capa blanca que ondea al viento y brillante armadura dorada que sin embargo no destaca en exceso al difuminarse con el color de la roca y las alas de su montura. El hipogrifo por su parte muestra el movimiento contrario, hacia atrás, en una postura extraña, casi rampante, imitando a las figuras heráldicas. Se aprecia perfectamente su origen híbrido, con la cabeza, alas y garras de águila, y los cuartos traseros de un caballo.


El monstruo apenas ocupa un pequeño espacio en la esquina del cuadro, surgiendo de las aguas, su aspecto es más el de una serpiente marina. No parece excesivamente terrorífico ni poderoso ni amenazante. Parece que el pintor prefirió ceder el protagonismo al entorno,  que es el que consigue esa sensación dramática y de tensión: en mitad de la noche, con el cielo totalmente oscurecido, la roca con Angélica encadenada, solitaria en medio de un mar embravecido, el oleaje que golpea con fuerza  los pies de la joven...




 






































































 

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