El
dibujante de límites:
Franz
Boas y la (im)posibilidad del
concepto
de cultura en antropología
Resumen
La obra de Franz Boas ha sido analizada en la
historia de la antropología de una forma polarizada entre la tendencia a la
magnificación y a la minusvaloración. En este artículo se argumenta que las
razones de esta indefinición descansan en el carácter liminal de este autor entre
dos programas de investigación en antropología: las teorías universalistas
(evolucionismo, difusionismo, racialismo etc.) y las teorías culturalistas, que
median entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Con este objetivo
se discute el surgimiento del concepto boasiano de cultura intentando mostrar
las condiciones de posibilidad e imposibilidad de esta noción a lo largo de la
producción de este autor.
Probablemente existen pocos autores tan
centrales a la antropología y a la vez tan inclasificables como Franz Boas
(1858-1942). Ya sea por la magnitud de sus aportaciones que versan sobre
temáticas tan diversas como la plasticidad de las formas corporales, el
problema de la raza, las lenguas amerindias, la teoría cultural o por su
evitación constante de los excesos intelectuales; el caso es que su obra se
resiste a las definiciones precipitadas.
Una de las razones menos explicitadas de esta
indefinición es su carácter fronterizo entre una antropología, interesada por
la búsqueda de las grandes leyes de la evolución de la cultura o civilización y
la emergencia de una nueva antropología orientada al análisis intensivo de
grupos culturales específicos a partir de la larga estancia sobre el terreno,
el dominio de la lengua indígena y el principio teórico de que toda cultura
encierra un cierto grado de integración de sus elementos. De hecho, podemos
entender a Boas como un personaje liminal entre estos dos proyectos (o, si se
prefiere, paradigmas) antropológicos. Esta posición se expresa, por un lado, en
su crítica reiterada a las especulaciones de las grandes teorías de la época
(evolucionismo, determinismo racial, determinismo geográfico, difusionismo
europeo etc.) y, por otro, en el carácter programático y experimental de gran
parte de su producción.
Con todo, este carácter fronterizo entre dos
programas de investigación no ha sido valorado adecuadamente desde algunas
historiografías de la antropología (Lewis, 2001). A menudo Boas ha estado
magnificado como el investigador que fomentó sobre bases científicas e
inductivas la ciencia antropológica en los Estados Unidos, la cual hasta su
llegada era una especie de mélange entre amateurismo y especulación
evolucionista (Goldenweiser, 1941, p.153; Lesser, 1979, p.14; Lowie, 1981,
p.163). También se ha hablado de este autor como el antropólogo que con décadas
de anticipación a Malinowski estableció las bases de la etnografía moderna con
su énfasis en la perspectiva nativa (Lesser, 1979, p.18; Stocking, 1974, p.83).
Incluso se han utilizado otros atributos para componer el retrato de este autor
(Rohner, 1969; Lesser, 1979): defensor infatigable del relativismo cultural,
crítico duro y sin concesiones del formalismo racial y del determinismo
biológico, arquitecto del concepto contemporáneo de cultura, defensor del
análisis histórico ante la falta de sensibilidad por las especificidades por
parte de las ‘grandes ideas’ sobre el origen de la humanidad; en definitiva,
héroe científico que introdujo rigor, cientificidad y casi podríamos decir
sentido común en un universo intelectual especulativo, si es que no caótico.
En otras ocasiones – y en una esperada
reacción – su obra ha sido minusvalorada hasta el punto de convertirse en el
científico ecléctico incapaz de crear una teoría antropológica sistemática más
allá de la recopilación obsesiva de datos sobre los grupos indígenas amerindios
(Wax, 1956; White, 1963; Harris, 1985): su “filosofía de coleccionista
asistemático”, en palabras de White (1943, p.355). La carencia de una
definición del concepto de cultura en sus escritos, al menos hasta momentos
postreros, y su renuncia a las generalizaciones teóricas parecen haber
auspiciado estas críticas (Rohner, 1969; Stocking, 1982; Lewis, 2001). También
se ha cuestionado su papel de precursor de la etnografía moderna apelando al
hecho que, a pesar de su monumental recogida de datos sobre los Kwakiutl, nunca
redactó una monografía según los cánones que él mismo propuso. Incluso se ha
puesto en duda que desarrollase una auténtica orientación histórica o que sus
presupuestos relativistas pudiesen congeniar con su creencia en la racionalidad
de la ciencia y la existencia de ‘verdades fundamentales’.
En este artículo nos proponemos mostrar cómo
esta indefinición es producto del carácter fronterizo de este autor entre dos
programas antropológicos de investigación. Nuestra hipótesis es que Boas puede
ser mejor entendido como un autor liminal que, mediante la crítica sistemática
de las teorías existentes, facilita un nuevo horizonte que él no podrá alcanzar
enteramente debido a su lastre intelectual, pero que posibilita una ruptura
epistemológica con la teoría antropológica precedente. Si alguna cosa
caracteriza su obra monumental y diversa es precisamente este afán por traer a
la conciencia las limitaciones existentes y por dibujar una nueva disposición
de los objetos de estudio. Ya sea por sus intentos de delimitar ámbitos como la
raza, la lengua y la cultura que aparecían asociados en los tratados
antropológicos de finales del siglo XIX, ya sea por su insistencia en mostrar
las limitaciones metodológicas de las grandes teorías de la época, su obra
aparece marcada casi de forma invariable por la conciencia del límite.
La
experiencia ártica
En el mes de diciembre de 1883, tras una
agotadora travesía a 45º bajo cero en Tierra de Baffin en la cual había estado
acompañado por su sirviente Wilhelm y su guía esquimal Sigma, Franz Boas
anotaba en su diario de cartas las siguientes palabras:
A
menudo me pregunto qué ventajas posee nuestra ‘buena sociedad’ sobre la de los
‘salvajes’. Cuanto más observo sus costumbres más percibo que no tenemos ningún
derecho a menospreciarlos. ¿Dónde encontraríamos en nuestros pueblos tanta
hospitalidad sincera? ... No tenemos ningún derecho a culpabilizarlos por
aquellas maneras y supersticiones que a nosotros nos pueden parecer ridículas.
Nosotros, ‘gentes tan cultivadas’, somos peores relativamente hablando. El
miedo a las tradiciones y las viejas costumbres está profundamente enraizado en
la especie humana y, de la misma forma que regula la vida aquí, interrumpe el
progreso en nuestro caso. Creo que para todo individuo y pueblo resulta difícil
renunciar a las tradiciones y seguir el camino de la verdad ... Creo que si
este viaje ha tenido para mí una valiosa influencia (en tanto que persona
reflexiva), ésta ha sido la consolidación del punto de vista que la afirmación
de que un individuo es ‘culto’ es puramente relativa y que tanto la maldad como
el valor de una persona descansan en su Herzensbildung (Cole, 1983, p.29).
Boas había planeado la expedición a la Isla
de Baffin unos meses antes desde su Alemania natal con el propósito de realizar
un estudio geográfico sobre la relación entre las condiciones de vida del
Ártico, las rutas migratorias de los esquimales y la percepción de este pueblo
sobre su propio entorno físico. También había hecho explícita su intención de
efectuar experimentos de psicofísica1 , temática sobre la cual había realizado
su tesis doctoral, que versaba sobre el color del agua, así como algunos
artículos que había publicado durante el accidentado año de duelos y
marginación antisemita en el que hizo el servicio militar. Incluso no debe
dejarse de lado su intención de ‘ver mundo’, probablemente motivada por el
infatigable espíritu viajero del médico y etnólogo Adolf Bastian, uno de sus maestros
más relevantes, junto con el médico y antropólogo Rudolf Virchow y el geógrafo
de tendencia ritteriana Theobold Fischer.
El aparente tono relativista y la empatía –
más sentimental que hermenéutica –, que subyacen a sus anotaciones, pueden
hacer pensar en el impacto que este viaje tuvo en su subsiguiente proyección
antropológica. Un joven físico, judío como él, que había derivado hacia la
geografía (Koelsch, 2004), ahora se encontraba ante una realidad cultural que
entendía de forma más emotiva que racional. Atrás quedaba una Alemania
políticamente afectada por el periodo bismarckiano más conservador y por un
creciente clima antisemita que hacían peligrar los ideales liberales de la
revolución de 1848.2 ¿Quién mejor que un joven judío, desarraigado de su
sociedad, podía empatizar con los miembros de una cultura ajena?
Ciertamente, su diario posibilita múltiples
especulaciones sobre la trascendencia de este viaje, no sólo en su trayectoria
profesional, sino también respecto al desarrollo de la disciplina antropológica
moderna. Sobre el terreno, y en contacto cotidiano con los Inuit, Boas podría
haber percibido tanto la arbitrariedad con la que los occidentales juzgaban las
costumbres y tradiciones de otros pueblos como la dimensión particular y
específica de toda tradición cultural. No la Cultura en singular, con
mayúsculas y con diversas gradaciones, tal como era su acepción en la
antropología evolucionista de la época y que se asociaba de forma invariable
con civilización, sino la cultura en su pluralidad y diversidad.
En principio, parece congruente entender este
pliegue epistémico a partir de la contextualización de su experiencia ártica.
De sus previos experimentos psicofísicos, Boas podría haber colegido la
relatividad y dependencia que el color del agua tenía de la percepción
subjetiva y por tanto la importancia de la relación sujeto/objeto. De la
geografía, una disciplina que en la concepción alemana de la época incluía
intereses etnológicos y antropológicos, habría extraído una preocupación por el
conocimiento del entorno que se complementaba con su interés por la percepción
inuit de su propio medio. Si a todo ello le sumamos la influencia que en su
formación tuvo la filosofía kantiana (Boas explicaba que pasaba las largas
noches árticas leyendo La crítica de la razón pura) y neokantiana (Koelsch,
2004), el cuadro parece completarse: al interesarse por la percepción esquimal
del espacio ártico y al ser consciente de la importancia de la relatividad
perceptiva, Boas habría ‘descubierto’ la especificidad de la cultura.
A pesar de la aparente coherencia del paisaje
de influencias intelectuales que acabamos de esbozar, la teoría del
‘descubrimiento’ de la cultura se contradice con varias cuestiones que
difícilmente podemos pasar por alto. Como ha planteado Stocking (1982, p.59), a
menudo los antropólogos han tendido a percibir la tarea etnográfica como algo
más que una simple investigación. Se trata de una experiencia que rehace al
investigador, una especie de ritual iniciático que les y las convierte, en un
sentido quasi esotérico, en ‘antropólogos de verdad’. Stocking se pregunta si
en el análisis de esta primera incursión de Boas no ha habido una tendencia a
proyectar retrospectivamente toda una serie de significados y experiencias que
los antropólogos han sufrido en sus propios trabajos de campo; y ciertamente, a
la luz de los datos que este autor nos aporta, no resulta arriesgado hablar
como mínimo de un sobredimensionamiento de la experiencia ártica. Por ejemplo,
Benedict nos dice que el Ártico enseñó a Boas que el ojo no es simplemente un
órgano físico sino también un instrumento de percepción condicionado por la
tradición (citado en Stocking, 1982). Gladys Reichard afirma que la vida con
los esquimales hizo cambiar su determinismo geográfico por un enfoque basado en
el concepto de cultura (Herskovits, 1957, p.116). Herskovits (1953, 1957), más
sensato, ha considerado natural que Boas, al estar sobre el terreno, estudiase
problemas diferentes a aquellos que habían motivado su expedición. Lowie (1981,
p.160), por su parte, ha escrito que la expedición a Tierra de Baffin fue el
factor decisivo y determinante en la trayectoria profesional de Boas. Con todo,
el problema, tal como explica Stocking, es que ni el impacto de la experiencia
ártica ni el descubrimiento de la cultura son patentes en sus obras
inmediatamente posteriores. Probablemente las experiencias y las ideas tienen
un ritmo más lento de evolución. El propio Boas (1974i, p.42) expresó que el
efecto de su estancia entre los Inuit no fue inmediato y así lo prueba el hecho
que la monografía que redactó sobre este grupo fuese cualquier cosa menos una
monografía culturalista, ya que se trataba de un texto escrito claramente bajo
los cánones del determinismo geográfico más estricto de la época. Como afirma
Stocking (1982), sugerir que Boas fue consciente en el Ártico de la importancia
de la cultura es como mínimo anacrónico, pues nuestro autor “pensaba entonces
la cultura en un sentido pre antropológico, no como una encarnación de
costumbres y tradiciones, sino más bien como todo lo contrario” (p.150).
A pesar del ánimo relativista del diario de
cartas de Franz Boas, parece cierto que sus alusiones a la Herzensbildung de
los Inuit y sus reflexiones sobre la forma de vida de este pueblo son más
próximas a una actitud romántica hacia los ‘primitivos’ que a la visión
culturalista que será característica de la etnología moderna. La cultura es aún
para Boas (1974d) el equipaje intelectual que permite superar las tradiciones
más arraigadas y, de esta forma, posibilitar el progreso. Buena prueba de ello
es que en el fragmento de su diario nos dice que el miedo a las tradiciones
está tan profundamente enraizado en la especie humana que obstaculiza el
progreso de la civilización. En este marco conceptual, donde la cultura y el
progreso se establecen como sinónimos y a la vez antónimos de tradición, no hay
lugar para una definición de cultura basada en los principios de historicidad,
pluralidad, integración, determinismo cultural del comportamiento y relatividad
que caracterizan la idea moderna de esta noción. A pesar de la aparente
coherencia de las teorías sobre el ‘descubrimiento’ de la cultura en el Ártico,
aún estamos lejos, ya no de una definición de cultura que Boas no hará
explícita hasta la década de 1930, sino de una aplicación de este concepto que
permita pluralizar el término e identificarlo con las diversas tradiciones de
los grupos humanos. Antes de llegar aquí, Boas tendrá que intensificar su
experiencia etnográfica y ayudar a construir unas nuevas condiciones de
posibilidad del conocimiento antropológico.
La
consolidación de una profesión
En la consolidación profesional de Boas como
antropólogo intervendrán diferentes factores y acontecimientos. Uno de los más
destacados será su año de trabajo en el Real Museo Etnográfico de Berlín con
Adolf Bastian. Allí, y bajo la influencia del etnólogo alemán más influyente de
la época, Boas dejará de lado las explicaciones geográficas deterministas y
ultra ritterianas que caracterizaron su primera monografía sobre los esquimales
y se interesará por las explicaciones etnológicas. Si Tierra de Baffin era el
mejor lugar para poner a prueba las hipótesis del determinismo geográfico,
también lo era para producir el mayor desengaño sobre las posibilidades de
estas ideas. Quizá por ello, la publicación en 1887 en una revista geográfica
de uno de sus artículos más conocidos sobre los Inuit, “A year among the
Eskimo”, nos muestra una descripción más próxima a la etnografía y un
subsiguiente distanciamiento del determinismo geográfico (Boas, 1974b, p.44).
Otras experiencias relevantes en su
consolidación profesional serán sus primeras expediciones a la Costa Noroeste
de América (Costa NO) que inaugurarán una de las relaciones etnográficas más
prolongadas en el tiempo de la historia de la antropología (Boas, 1974c). La
primera de ellas (1886) estará organizada desde Berlín y, a pesar de los
problemas de financiación y las reticencias de Bastian3 , Boas realizará una
estancia de tres meses con los propósitos confesos de recoger artefactos para
el museo, estudiar el folklore y las lenguas de la región, hacer mapas etnográficos
de la Isla Vancouver y recopilar cráneos. Uno de los intereses específicos del
viaje será también el registro y análisis del material mitológico de los
pueblos de la región, ya que, probablemente influido por las ideas de Bastian,
Boas pensaba que los mitos eran las expresiones más representativas de la vida
de un pueblo y por tanto uno de los elementos estratégicos para diferenciar y
juzgar las relaciones entre las diferentes tribus de la zona. Más inconfesas,
al menos de cara al ámbito académico alemán, eran sus intenciones de instalarse
en Norteamérica. Como revela la relación epistolar con sus padres, Boas
entendía este viaje como una oportunidad de promoción profesional en los
Estados Unidos: sus expectativas eran ser etnólogo del American Museum of
Natural History (AMNH) de Nueva York (Rohner, 1969, p.17).
La segunda expedición (1888) a la Costa NO la
realizará ya desde su nueva residencia en los Estados Unidos, aunque no como
etnólogo del AMNH. En esta ocasión se tratará de una investigación financiada
por el Comité de la British Association for the Advancement of Science para el
estudio de las tribus noroccidentales de Canadá. El presidente de esta
asociación era el famoso antropólogo Edward B. Tylor, autor de Primitive
culture (1871) y partidario, como es conocido, de una definición de cultura
como sinónimo de civilización. El director inmediato de su investigación era el
etnólogo y filólogo Horatio Hale, quien, a pesar de que se le ha atribuido una
precoz advertencia sobre el peligro de creer que la civilización occidental era
superior a los otros pueblos (Rohner, 1969, p.XVII), pensaba que existía una
cierta simetría entre la lengua y la raza y compartía gran parte de los
presupuestos evolucionistas.
La información disponible nos ofrece una imagen
poco armoniosa de la relación inicial de Boas con Hale que afectará al
desarrollo de la segunda (1888) y tercera expedición (1889). Como supervisor
del proyecto de Boas, Hale había dado instrucciones precisas sobre la
investigación a realizar en la Costa NO: preparar un mapa etnográfico de la
región, efectuar medidas antropométricas de las diferentes tribus y elaborar
una sinopsis etnológica general de todos los grupos de la Columbia Británica de
acuerdo con sus stocks lingüísticos. Por otro lado, Boas no parecía muy
entusiasmado con esta aproximación generalista y exigía la posibilidad de
realizar estudios de tribus específicas, así como instalarse con su familia
durante un año o dos en el área de investigación. En la cuarta expedición de
Boas a la Costa NO (1890), esta vez con el patrocinio adicional del Bureau of
American Ethnology, Hale relajará su presión y Boas podrá llevar a cabo sus
intereses, así como consolidar su orientación metodológica.
El
dibujante de límites
Durante su vida, Boas escribió más de
setecientos artículos y media docena de libros que trataron temáticas tan
diversas como la raza, la modificación de las formas corporales, la relación
entre arqueología y etnología, las lenguas indígenas americanas, el totemismo,
la organización social de los Kwakiutl o los objetivos de la antropología, por
poner sólo algunos ejemplos entre los cuales aparecerá como una constante su
carácter crítico con las generalizaciones teóricas y metodológicas. Ya hemos
apuntado que una de las aportaciones más fundamentales de Boas a la
antropología serán sus contribuciones críticas que, mientras permitirán
difuminar las formas de pensamiento antropológico establecidas, ofrecerán un
nuevo horizonte epistémico, una refiguración de la cultura de los antropólogos.
Pero, ¿cómo se expresará concretamente esta conciencia crítica? ¿De qué manera
la aplicará? ¿A partir de qué presupuestos?
Si tenemos que valorar la tarea crítica de
Boas en pocas palabras, probablemente la fórmula más adecuada sea la de
“puritanismo metodológico” (Lowie, 1981, p.187; Harris, 1985, p.226). Y aquí es
importante el adjetivo4, ya que gran parte de las críticas de Boas al
evolucionismo y al difusionismo europeo irán dirigidas más al cómo llegan a
afirmar aquello que afirman que al hecho de que sus hipótesis sean ciertas o
erróneas. Ante argumentos como la emergencia independiente de los rasgos
culturales postulada por los evolucionistas, apelará a las dificultades de
verificar tal hipótesis en los procesos históricos reales. Ante la idea difusionista
del origen común de los rasgos culturales similares, Boas limitará el alcance
geográfico de tal principio a áreas definidas donde la hipótesis de la difusión
pueda ser contrastada. Pero veámoslo más extensamente.
Tras su decepción del determinismo
geográfico, al cual reservará siempre algún párrafo en sus escritos, Boas
dirigirá su carga crítica al evolucionismo cultural. El tránsito no será
inmediato, ya que tardará en distanciarse de conceptos como las ideas
elementales (Elementargedanken5 ) de la humanidad de Bastian o de
consideraciones como la supuesta precedencia de las formas matrilineales de
organización familiar respecto a las patrilineales (Boas, 1974h, p.70). Incluso
en un nivel teórico mostrará durante un largo tiempo una cierta ambigüedad con
postulados evolucionistas como la posibilidad de descubrir las leyes que
gobiernan las sociedades humanas o la idea de progreso (Lewis, 2001).
Probablemente antes de distanciarse de este tipo de hipótesis debía hacer
consciente las imprecisiones metodológicas que las fundamentaban.
La primera crítica metodológica al
evolucionismo la desarrolla en su discusión con Mason sobre la clasificación
museística de los artefactos culturales. Los etnólogos americanos de finales
del siglo XIX acostumbraban a ordenar el material de acuerdo con una secuencia
de tipos que mostrara la supuesta evolución de la cultura. Estos artefactos se
dividían en familias, géneros y especies como si fuesen hechos naturales
exentos de una contextualización social y se disponían en términos de criterios
como los de simplicidad/complejidad y homogeneidad/heterogeneidad. Mason, quien
era conservador de la Sección de Etnología del United States National Museum,
utilizaba esta metodología secuencial basada en un racionalismo deductivo y
nomotético y participaba de la idea que “en la cultura humana, como en la
naturaleza, las mismas causas producen los mismos efectos” (citado en Boas,
1974f, p.61). Como la mayoría de los evolucionistas de la época, Mason también
reconocía la posibilidad de la difusión de las ideas y las invenciones en áreas
muy distanciadas geográficamente a partir del efecto migratorio (p.61). El
problema de si los rasgos culturales se habían desarrollado de forma
independiente (evolución) o a partir de un origen común (difusión) era una de
las cuestiones más debatidas entres los etnólogos de la época. Ahora bien, el
principio fundamental que guiaba a Mason, como a la mayoría de sus
contemporáneos, era el presupuesto del desarrollo independiente de los
elementos culturales. Por tanto, y como era de esperar, Mason exponía el
material de su museo de acuerdo con este principio, disponiendo juntos los
artefactos aparentemente semejantes y ordenándolos de acuerdo con su grado de
complejidad en forma de una secuencia unilineal de desarrollo de la
civilización.
La crítica de Boas a Mason, publicada
originalmente en Science, en 1887, anticipa gran parte de las ideas que estarán
presentes en sus escritos posteriores. En primer lugar, Boas (1974f, p.61)
argumentará que “el profesor Mason ha ordenado las colecciones etnológicas del
museo nacional de acuerdo con los objetos no con las tribus a las cuales
pertenecen estos objetos”. La propuesta alternativa de Boas era disponer los
artefactos de acuerdo con su procedencia, pues “el arte y el estilo
característico de un pueblo sólo se pueden entender si se estudia su producción
como un todo” (p.62). Además, la ordenación debía respetar la difusión de las
ideas e invenciones entre tribus vecinas mostrando la distribución de los
diferentes elementos en áreas culturales limitadas que Boas denominaba aún,
haciendo uso de la terminología de Bastian, ‘provincias geográficas’.
El debate Mason/Boas no es simplemente una
disquisición técnica sobre expositores y disposición de objetos. También afecta
a la propia metodología de la etnología. Incluso se puede entender como una
ruptura entre los principios deductivos evolucionistas y la metodología
inductiva que defendía Boas. Por otro lado, en el paisaje de fondo se adivinaba
el problema del relativismo. En palabras del propio autor: “Mi opinión es que
el principal objetivo de las colecciones etnológicas debería ser la difusión
del hecho que la civilización no es absoluta, sino relativa” (Boas, 1974f,
p.66).
Es importante subrayar que el relativismo
boasiano no debe entenderse en clave presentista, ya que no descarta sino que
avala la posibilidad de un proyecto científico. El relativismo característico
de Boas, que será apreciable fundamentalmente durante sus años de madurez
profesional, estará siempre orientado a la búsqueda de una posición
epistemológica objetiva ajena a los prejuicios de la cultura occidental y a
partir de la cual posibilitar la construcción de un proyecto racional y
científico sobre la forma de vida de los grupos humanos. Probablemente si Boas
pudiese observar el debate posterior entre relativismo y racionalismo nos diría
que esta controversia está viciada en su propia formulación, ya que el problema
para él no era decantarse por ninguna de estas posiciones, sino por la
evidencia que no es posible un proyecto racional sobre lo humano sin asumir la
relatividad de nuestros objetos y nuestro (pre)juicios. Los valores liberales
de la revolución del 1848 y la creencia en la libertad individual y en el poder
del conocimiento científico como fuerza liberadora tampoco permitían disociar
entre racionalismo y relativismo, pues la conciencia de la relatividad de los
valores culturales, las costumbres y la forma de vida eran para Boas la única
vía para alcanzar lo que él definía como ‘la verdad científica’.6
Otra cuestión neurálgica en la controversia
Mason/Boas era la crítica del segundo a que todos los efectos derivasen de las
mismas causas. El argumento de que causas diversas pueden conducir a los mismos
efectos ofreció a Boas uno de los núcleos fundamentales de su crítica y, aunque
la andanada a Mason no trascendió excesivamente debido a la defensa que Powell
realizó de este último7 , sí que constituyó uno de los puntos esenciales de su
ataque metodológico al evolucionismo: “The limitations of the comparative
method of anthropology” (Boas, 1966n; a partir de ahora “The limitations”).
El tema fundamental de “The limitations” es
el problema metodológico de la comparabilidad del material etnográfico y la
posible derivación de leyes sobre la evolución de la cultura. Tanto los
antropólogos evolucionistas más exacerbados como Brinton, como los más
mitigados como Tylor o Morgan, hacían uso del método comparativo, basado en la
idea de que las formas no civilizadas del presente guardaban una analogía con
las de los períodos ancestrales de la historia humana. Este principio se
complementaba con la hipótesis de una progresión ortogenética hacia la
civilización dividida en estadios o etapas que permitía clasificar los
diferentes rasgos culturales existentes de acuerdo con criterios hipotéticos de
antigüedad, simplicidad/complejidad tecnológica o semejanza/diferencia con la
civilización occidental. De la misma forma que con la clasificación museística
de Mason, con este método los elementos culturales eran aislados de su contexto
socio histórico específico y eran fosilizados en una estructura taxonómica
general y quasi botánica donde los diferentes rasgos cohabitaban al margen de
su distinta procedencia. Se trataba de un método asistemáticamente deductivo
por el cual la disposición prefijada de los rasgos se utilizaba para demostrar
de forma reversible el modelo de etapas que había generado esta disposición y
por extensión las leyes del progreso evolutivo.
Si bien los evolucionistas culturales de la
época no descartaban la posibilidad de la difusión, su método se basaba
claramente en el principio de desarrollo independiente. Como Boas planteará, el
método en cuestión presentaba varias limitaciones. En primer lugar, significaba
sistematizar los rasgos sin tener en cuenta la posibilidad de la difusión y,
aunque Boas no negaba la posibilidad de la evolución paralela o independiente,
también subrayaba la necesidad de diferenciar de forma escrupulosa entre los
rasgos de procedencia común y aquellos generados de forma independiente. Por
otro lado, existía la cuestión de si los mismos efectos provenían de las mismas
causas, hipótesis que era para Boas la base fundamental del método comparativo.
Si este principio era acertado, la hipótesis de que “hay un gran sistema de
acuerdo con el cual se ha desarrollado la especie humana” no mostraría ningún
obstáculo fundamental (Boas, 1966n, p.273). El problema, obviamente, era que
los mismos efectos podían ser el resultado de causas diferentes. Por ejemplo,
los clanes podrían haberse producido por fusión de diferentes grupos o por
fisión, los dibujos geométricos podían ser el resultado de una convención de
las formas naturales o bien derivar de motivos técnicos (p.273). Con estos
ejemplos, entre otros, Boas llegaba a la conclusión que los mismos fenómenos no
siempre habían tenido el mismo origen y que, por tanto, los investigadores no
debían ofuscarse con la idea de una línea única de evolución, sino ser
conscientes de la variedad de direcciones del desarrollo histórico.
The limitations introduce, así, la dimensión
particular y específica de los procesos históricos. Una evidencia que socava
las bases del método comparativo, aunque no hasta el punto de negar algunas de
sus potencialidades o la posibilidad de formular “las leyes que gobiernan el
desarrollo de la cultura humana” (Lewis, 2001, p.382). Su crítica va dirigida
al exceso especulativo y su propuesta consiste en la indagación de los procesos
culturales particulares y no tanto en la comparación asistemática de los
productos fosilizados de la cultura. El objetivo de Boas no es otro que
rescatar el método histórico frente a la naturalización de la cultura que se
deriva de una antropología evolucionista que había construido la imagen de una
diacronía tan natural como ahistórica.
Su método queda delineado a partir de tres
stages metodológicos diferenciados que, en un intento de pureza inductiva, se
disponen desde lo más específico hasta lo más teórico. El primer paso consistía
en la indagación detallada de la historia y forma de vida de una tribu
específica a partir del conocimiento de la lengua nativa, la descripción
detallada de todos los aspectos de aquel grupo, el estudio de las relaciones
del grupo con su medio ambiente y el uso de todas las técnicas disponibles,
incluidas las arqueológicas. Como ya hemos indicado, este punto había sido
neurálgico en la oposición de Boas a los intereses más generalistas de Hale
durante la segunda expedición a la Costa NO. Boas pensaba que sin un
conocimiento intensivo de grupos humanos particulares la antropología no podría
lograr nunca un progreso científico. Este tipo de orientación se caracterizaba,
adicionalmente, por un curioso principio que está presente no sólo en sus
recomendaciones metodológicas, sino también en su propia práctica etnográfica entre
los Kwakiutl: la aplicación de un relativismo intracultural por el cual las
formas de matrimonio, la religión, el arte o la organización social se ubican
en el mismo grado de relevancia que otros elementos de apariencia más
secundaria como la gastronomía o los juegos infantiles (Boas, 1966a). Y es que
para Boas la búsqueda de la objetividad a la que debía aspirar cualquier
científico suponía también la eliminación de los prejuicios sobre la relevancia
apriorística de los temas a estudiar.
Una vez que se disponía de la información
detallada de una tribu, el paso siguiente consistía en el análisis histórico de
los grupos vecinos dentro, eso sí, de un área geográfica definida. En este caso
se trataba de ofrecer un contexto de fondo que explicase el origen y
distribución de determinados rasgos culturales y costumbres. La atención que
ofreció a cuestiones como la distribución de las lenguas, de las formas
artísticas y de los mitos fue un claro intento de materializar este segundo
paso8 , además de una muestra evidente de sus preferencias por las dimensiones
ideológicas y/o superestructurales de la cultura.
Únicamente cuando los dos primeros se habían
completado se podía empezar a trabajar en el tercero, que consistía en la
búsqueda de leyes de desarrollo cultural; posibilidad con la que Boas mostrará
el mayor escepticismo. Evidentemente, esta empresa se convertía en una tarea
colosal, si es que no imposible, ya que requería la recopilación más exhaustiva
del material disponible sobre los diferentes grupos humanos y, aunque esto
fuese posible, siempre existirían lagunas considerables en la reconstrucción
histórica de los diferentes grupos sociales y de las relaciones entre las
tribus.
A finales del siglo XIX, Boas ya había
diseñado un proyecto metodológico donde la dimensión histórica y el préstamo
intercultural tenían una gran centralidad. En los primeros años del siglo XX,
Boas (1974a, p.267; 1966o, p.281) acabará de depurar su plan metodológico de
los rasgos evolucionistas presentes aún en “The limitations” como la búsqueda
de regularidades sobre la evolución cultural.9 Ahora bien, ¿este
distanciamiento le convertirá a la teoría difusionista? Y no menos importante,
¿cuál será su concepción de la historia?
En relación con la primera cuestión, es
necesario explicitar que frente a las generalizaciones de los difusionistas
alemanes (Graebner y Foy) y británicos (Rivers, Perry y Elliot Smith), Boas
siempre defendió una aplicación limitada del concepto de difusión. En “The
limitations”, deja claro que la idea de diseminación de los rasgos culturales
debía aplicarse de forma mesurada y en áreas limitadas geográficamente. Su
rechazo a la hipótesis de la conexión cultural entre América Central y el Este
Asiático, y su aceptación de la relación entre Alaska y Siberia son buena
prueba de su prudencia difusionista. Esto queda claro en su “Review of Graebner
‘Methode der ethnologie’” (Boas, 1966g), donde advertirá sobre los riesgos de
una aplicación generalizada de la idea de convergencia de los rasgos
culturales, así como en “The methods of ethnology” (Boas, 1966o), donde
distribuirá con contundencia sus críticas a evolucionistas y difusionistas. En
relación a estos últimos, afirmará que la idea de que todos los rasgos
culturales tienen un origen común y se han diseminado geográficamente exigiría
una extraordinaria estabilidad de estos mismos rasgos a lo largo de la historia.
De hecho, y de la misma forma que frente a los evolucionistas, con respecto a
los difusionistas Boas también ejercerá de dibujante de límites.
La búsqueda boasiana de una independencia
científica e intelectual se materializará no sólo en su ejercicio crítico, sino
también en sus tentativas de elaborar una concepción no especulativa de la
historia. No obstante, esto no supondrá la creación de una teoría sistemática
más allá de la consolidación del método de stages que hemos apuntado supra o de
su predilección por los enfoques ideográficos y las dimensiones ideológicas de
la cultura. Quizá por ello, además de por razones derivadas de su condición de
patriarca de la antropología norteamericana de entre siglos, algunos de sus
discípulos como Alfred Kroeber (1956) y Paul Radin (Harris, 1985) le acusarán
de no ser un auténtico historiador. La asociación reiterada entre historia y
ciencia en sus escritos será uno de los argumentos centrales de esta crítica,
así como las reminiscencias de su herencia evolucionista.
Al margen de estas trifulcas derivadas de las
políticas académicas, parece cierto que los planteamientos boasianos se
caracterizan por una ambigüedad entre esas dos grandes parcelas del
conocimiento que Dilthey denominó como Naturwissenschaften y Geisteswissenschaften.
Incluso parece más factible entender la trayectoria de Boas como una derivación
progresiva desde el punto de vista Natur- al Geist-, o si se prefiere, de la
física a la historia cultural, de la búsqueda de leyes nomotéticas a la
asunción de una posición ideográfica y particularista. Con todo, difícilmente
su enfoque histórico quedará libre de sus intereses permanentes por la
evolución biológica, la modificación de las formas corporales o los aspectos
raciales. Sus intentos de dinamitar la idea de una determinación racial de la
historia y la cultura se mantuvieron hasta su muerte.10 De la misma forma,
mantuvo en sus últimos escritos un interés nada tangencial por la evolución de
las formas biológicas. ¿Estamos, así, ante un indudable y puro Geistwissenschaftler?
Quizá podemos entender mejor a Boas como un dibujante de límites que mientras
trajo a la conciencia los obstáculos de las Naturwissenschaften en la
explicación de los fenómenos históricos y culturales ofreció una nueva
configuración de las fronteras en las que se podía actuar mediante las
Geistwissenschaften; un espacio donde la historia, ahora libre de sus
connotaciones naturalistas, podía alcanzar su potencialidad.
Olvidar
el pasado, rescatar el presente
En congruencia con su herencia intelectual,
Boas mantuvo durante su trayectoria una preocupación recurrente por el pasado
como instancia a reconstruir, pues como el propio autor indicaba, no sólo
necesitamos conocer cómo son las cosas, sino cómo han llegado a ser lo que son
(1966o, p.284). Interrogarse por el pasado era, además, la cuestión central de
la antropología de entre siglos, pues ahí se suponían las claves para entender
el presente e incluso el futuro. Por ello, no es extraño que, a pesar de sus
críticas a las generalizaciones evolucionistas y difusionistas, Boas entendiese
el pasado como la dimensión estratégica de su programa de investigación.
Incluso el presente etnográfico que se escapaba y que Boas trataba de detener
con su obsesión característica por el registro de los textos indígenas11 tenía
una dependencia del objetivo de reconstruir el pasado, ya que sin su
preservación no sería viable indagar sobre las historias particulares de las
tribus y los contactos inter tribales. Los textos indígenas habían sido
registrados para que guardasen una instrumentalidad parecida a la que poseían
los códices medievales o las obras clásicas grecorromanas en la cultura
occidental (Stocking, 1974, p.86). Sintéticamente, en la episteme boasiana
inicial el pasado eclipsaba con claridad al presente.
Con todo, la obra madura de Boas supone
también la introducción de una dimensión nueva de análisis: el estudio
sincrónico de la cultura. Y es aquí donde reside en gran parte el carácter
fronterizo de Boas entre dos programas de investigación antropológicos: uno
basado en la pregunta sobre el origen (pasado) de los fenómenos culturales y
otro centrado en la función y sentido presente de esos mismos fenómenos. Como
personaje liminal, la consolidación de esta nueva preocupación no supondrá una
ruptura con su herencia antropológica, sino una cohabitación en la que su
progresivo pesimismo por el método histórico (Boas, 1966i, p.269) se
complementará con el estudio de “las dinámicas de las sociedades actuales”
(p.255). Y ahora sí que aquí cobra sentido un concepto de cultura caracterizado
por los principios de pluralidad, relatividad, integración de sus elementos y
determinismo conductual que fue atribuido a su temprana experiencia ártica.
Dentro de este nuevo marco, sus indagaciones apuntarán dos nuevas dinámicas de
la cultura: la interdependencia de los fenómenos culturales y la relación entre
cultura e individuo.
La idea que expresa mejor la primera dinámica
es la de integración cultural. A diferencia del programa de investigación
precedente de evolucionistas y difusionistas, Boas tratará los rasgos como
elementos integrados en una totalidad única: la cultura de un pueblo. Una
integración que como el propio autor nos avisa (Boas, 1966i) no será armoniosa
y carente de contradicciones internas, pero donde cualquier alteración en una
de las partes tendrá un efecto sobre todas las demás. Para Boas, esta totalidad
tampoco supondrá jerarquías internas o dimensiones privilegiadas, como la
economía y las condiciones materiales de existencia; más bien se mostrará tan
crítico con el determinismo económico como en su día lo fue con el determinismo
geográfico o el racial. Su antimaterialismo y su idea de cultura como totalidad
integrada se convertirán en principios hegemónicos de la antropología
norteamericana al menos hasta la década de los cuarenta del siglo XX, cuando el
neoevolucionismo entrará en escena junto a la crítica de las aportaciones
boasianas.
El interés de Boas por la segunda dinámica
antes citada, la relación entre individuo y sociedad, puede enmarcarse también
en su enfoque idealista y mentalista. En sus primeros trabajos, Boas realizó
alusiones reiteradas a las características psicológicas de las razas, la folk
psychology y las leyes psíquicas subyacentes a las formas culturales (Boas,
1974h, p.69; 1974j, p.234). Estas referencias derivaban de influencias
intelectuales como la noción de ideas elementales (Elementargedanken) de
Bastian, de la tradición alemana de la psicología de los pueblos y de sus
propias incursiones psicofísicas. Además, el mentalismo había sido una
característica de la mayoría de las teorías evolucionistas en antropología,
como la de Tylor (1871), quien había postulado que el desarrollo de la
civilización era un proceso de la evolución de la mente humana. No obstante,
con la introducción de las ideas de diversidad, particularidad y relatividad de
la cultura, Boas propiciará un mentalismo diferenciado del programa
evolucionista, pues el individuo no se encontrará ya ante el ‘gran mundo’ de la
civilización, sino ante ‘pequeños mundos’ únicos de cultura.
La percepción boasiana de la relación
individuo-cultura se puede resumir bajo el título de ‘determinismo cultural del
comportamiento’. Este principio ya no será coherente con la idea de cultura
como sinónimo de civilización que aparecía en su diario ártico, pues ya no
estaremos ante una definición de este término como el equipaje intelectual que
permite superar las tradiciones y alcanzar el progreso. La cultura es ahora la
propia tradición como forma de vida particular de un pueblo. La cultura es
también el nuevo campo de investigación que él desbrozó cuidadosamente de
nociones como raza, evolución o medio físico. Con este esfuerzo, Boas había
contribuido no tan sólo a definir y consolidar un concepto, sino también a
construir, de forma constante y casi imperceptible, unas nuevas condiciones de
posibilidad del conocimiento antropológico.
NOTAS
1 La psicofísica fue una disciplina
desarrollada por Fechner en la década de los sesenta del siglo XIX que puede
entenderse como una precursora de la psicología experimental (Lesser, 1979,
p.14). Por lo que se deduce de su tesis doctoral, Boas fue un seguidor crítico
de esta especialidad. Para su tesis realizó una serie de experimentos sobre la
absorción de la luz por parte de diversas muestras de agua destilada. Los
resultados le orientaron a una crítica sobre la posibilidad de realizar
valoraciones cuantitativas de la percepción de la intensidad de la luz, tal
como se defendía desde la tradición fechneriana. Además, y como apunta Stocking
(1982, p.142), una parte considerable de su disertación giraba en torno a la
importancia del papel de los juicios subjetivos del experimentador.
2 Boas era un judío liberal, como su familia,
y se sentía identificado con estos ideales. Su tío, el doctor Abraham Jacobi,
sufrió persecución y prisión por su activismo político y finalmente decidió
emigrar a Estados Unidos. Unos años más tarde, Franz Boas le emularía. La
influencia política e intelectual de la Revolución del 1848 se haría también
patente en el mundo académico. Rudolf Virchow, a quien Boas conocería por
intermediación de Bastian y del cual recibiría sus primeros conocimientos de
craneometría y antropología física, había participado activamente en esta
revolución, hasta el punto de formar parte el 18 de marzo de aquel año de la
famosa barricada que separaba la Friedrichtrasse de la Taubenstrasse en el
Berlín revolucionario. Una muestra de su deuda intelectual con Virchow se
encuentra en Boas,1974g. Stocking (1982; 1992) nos ofrece un buen análisis
contextual de estas relaciones.
3 Esta expedición estará financiada por el
propio Boas y por su ‘tío americano’, Abraham Jacobi. Por una carta fechada el
6 de diciembre de 1886, que envió a sus padres, parece ser que Bastian aceptó
con retraso financiar al joven investigador (Boas, 1969, p.73). “El único
problema es que ya es demasiado tarde Dear Sir”, decía Boas no sin ironía y sin
ocultar el sentimiento de incertidumbre sobre su futuro profesional en
Alemania. Ver también la carta a Bastian, fechada el 5 de enero del mismo año,
donde le informa de sus planes (p.87).
4 La relevancia otorgada al método está
presente en diversos artículos. Entre ellos, Boas 1974e, 1966n, 1966l, 1966g,
1966o, 1966c, 1966h y 1966i.
5 Si bien Bastian era consciente de la gran
diversidad cultural existente, postulaba que podía hablarse de una uniformidad
psíquica común a toda la humanidad generada a partir de las Elementargedanken o
‘ideas elementales’. Éstas actuaban como unidades básicas comparables a los
elementos químicos o a las células y podían ser abstraídas de las prácticas e
instituciones sociales de los ‘pueblos primitivos’. La combinación del concepto
de ‘ideas elementales’, por un lado, y de otros aspectos más particulares como
la historia y la influencia del entorno geográfico (Geographische Provinzen),
por otro, daban lugar a las diferentes Völkergedanken o ideas colectivas. Véase
Koelsch (2004).
6 Para Boas, la ciencia se conforma como el
único camino de salvación e incluso, podríamos decir, de civilización. Una
civilización, eso sí, ideal que se aleja de las deficiencias de la cultura
occidental y del vínculo emocional con ésta (Boas, 1992). La ‘fe’ de Boas en la
ciencia fue tan importante que en los últimos años de su vida, y ante la
emergencia de la lucha contra el nacional-socialismo alemán en la cual
participó de forma activa, alertó sobre el peligro de que los investigadores
paralizasen sus estudios. Ni la urgencia de la guerra debía interrumpir la
búsqueda de la ‘verdad’.
7 Powell representaba la posición
conservadora y por tanto su visión era próxima a la de Mason. Por indicación de
este último, Powell llamó a Boas al orden con una crítica sobre sus
alternativas y una defensa cerrada de la metodología clasificatoria de Mason.
Parece ser que Boas guardó silencio. Enemistarse con Powell, que dirigía el
Bureau of American Ethnology y controlaba gran parte de los recursos para la
investigación antropológica en Estados Unidos, era cerrar las puertas a su
futuro profesional en este país. Ver Rohner, 1969 y Stocking,1974.
8. Sobre la diseminación de los mitos,
consúltese su análisis sobre la distribución geográfica del ‘cuento del cuervo’
en la Costa NO y en otras áreas del Continente Americano (Boas, 1966m), así
como Boas, 1966b, 1966m y 1966e. Sobre la distribución de las formas
artísticas, véase Boas,1966j, entre otros textos. Sobre la influencia mutua de
las lenguas indígenas americanas, véanse su introducción al International
Journal of American Linguistics (Boas, 1966d) y también Boas,1966a.
9. La cuestión de si Boas abandonó
completamente su herencia evolucionista ha sido objeto de intensos debates en
la historia de la antropología. De su crítica en “The limitations” se puede
derivar una clara ruptura metodológica, pero no un distanciamiento completo, ya
que Boas confía aún en la posibilidad de conocer las leyes del desarrollo
cultural. Harris (1985) ha situado sobre 1910 el abandono por parte de Boas de
la posibilidad de encontrar uniformidades y sobre 1920 su alejamiento
definitivo de la búsqueda de estas uniformidades. Valdés (1995) nos ofrece la
imagen de un distanciamiento progresivo que se consolida entre 1910 y 1920.
Probablemente esta relación ambigua de Boas con el evolucionismo es una muestra
más de las dificultades de este autor para desvincularse con su herencia intelectual.
10 Véase Boas,1966i como ejemplo. Su
persistente preocupación por el problema de la raza aparece también reflejada
en las que fueron sus últimas palabras antes de caer fulminado a la edad de 94
años durante un almuerzo de antropólogos: “Tengo una nueva teoría sobre la
raza...” (Stocking, 1992, p.110).
11 Codere (1966) habla de más de diez mil
páginas escritas por Boas sobre los Kwakiutl. Boas y sus discípulos utilizaron
informantes nativos alfabetizados para recopilar y transcribir información sobre
mitos, cuentos y costumbres de los diferentes grupos indígenas de la región. En
este sentido, merece ser mencionado el trabajo singular de George Hunt, de
padre escocés y madre Tlingit y principal informante de Boas, así como de Henry
W. Tate, un Tsimshian. Ejemplos de recopilación de textos indígenas son Boas,
Hunt, 1902 y Boas, 1902.
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