La
Constitución de 1917 fue la conclusión de casi un siglo de deliberaciones entre
posiciones conservadoras y liberales, cuyas pugnas trataban de impulsar su
particular visión de un país que no terminaba de ajustarse a la realidad de una
nación emergente y buscaba el reconocimiento en el contexto mundial del siglo
XIX.
Desde
luego, esas visiones de país representaron una controversia ideológica
encabezada por destacados miembros de la masonería, quienes, desde dos
perspectivas de libre pensamiento, buscaban aportar ideas sobre el modelo de
nación idóneo para afrontar un siglo de por sí convulso, durante el cual
nuestro país estuvo permanentemente amenazado por intentos invasores de
diversas potencias extranjeras.
La
masonería en México inició en la segunda mitad del siglo XVIII introduciendo
ideas de liberalismo, semilla del cambio social independentista frente a la
Corona, que cundió entre muchos integrantes de los grupos políticos e
intelectuales más brillantes de la época.
Inicialmente
los ritos masónicos estaban integrados por la élite peninsular. Los españoles
que llegaban a América provenientes de Europa inculcaron las tendencias
librepensadoras que promovía la masonería en ese continente.
Paulatinamente
las logias se nutrieron con criollos y mestizos, quienes tenían una concepción
distinta del liberalismo. El resultado fue la generación de dos tendencias
claras entre grupos conservadores pertenecientes al Rito Escocés que pugnaban
por independizarse de España, pero manteniendo la estructura virreinal.
En
tanto, otros grupos más liberales abrazaban la idea de una república
federalista. Pretendían recuperar la experiencia y la visión de la
Independencia estadounidense, mientras trabajaban en sus logias para sustentar
el proceso independentista. En este contexto, Joel R. Poinsset promovió desde
1825 la propagación del Rito de York, entre cuyos integrantes más destacados se
encontraba Miguel Ramos Arizpe.
A
partir de la consumación de la Independencia mexicana, las posiciones acerca
del proyecto de nación se tornaron más polarizadas y se revelaron en
antagonismos políticos entre los partidos conservador y liberal, plenamente
identificados con alguno de los ritos masónicos.
Las
posiciones de los masones del Rito Escocés enfrentaban a las de los seguidores
del Rito de York; así, tuvo lugar un trascendental proceso de construcción de
brillantes aportes de ambas posturas. Los del Rito Escocés, por ejemplo, señalaban
el riesgo de tendencias independentistas que podrían producirse al fortalecer a
las provincias dotándoles de autonomía (Texas era claro ejemplo de esos
riesgos). Por su parte, los masones del Rito de York pugnaban también por el
reconocimiento de los derechos ciudadanos (particularmente la libertad de
prensa), la integración de una república federal y la separación Estado Iglesia.
En
1826 surgió el Rito Nacional Mexicano con la participación de algunos masones
del Antiguo Rito Escocés, pero sobre todo del Rito de York, lo que definiría su
tendencia liberal fundamentada en una postura nacionalista, en la que
participarían Benito Juárez y muchos connotados pensadores de su generación.
La
alternancia en el poder propició la participación de masones de uno u otro rito
e incidió, en forma general, en la promulgación de leyes constitucionales que
reflejaban, en esencia, la organización del Estado: central o federal, la
inclusión o no de derechos ciudadanos y, a partir de mediados del siglo XIX, la
secularización de los bienes de la Iglesia.
Hagamos
un repaso general para ver que, detrás de las propuestas constitucionales,
participaban grandes pensadores integrantes de los ritos masónicos.
Agustín
de Iturbide, masón del Rito Escocés, promulgó el Reglamento Provisional del
Imperio Mexicano, formalizando una estructura centralizada del país. Tuvo una
vigencia de escasos 13 meses.
Tras
la caída del Primer Imperio, el 24 de enero de 1824 se promulgó el Acta
Constitutiva de la Federación Mexicana y meses después, la Constitución federal
del mes de octubre de ese mismo año, con lo que se configuraba una república
federal, decretada por un Constituyente en el que logró imponerse la corriente
conformada por masones integrantes del Rito de York, entre ellos Ramos Arizpe,
Lorenzo de Zavala y Valentín Gómez Farías. En el lado conservador, se
identificó a destacados personajes como fray Servando Teresa de Mier y
Anastasio de Bustamante, practicantes del Rito Escocés.
Esta
Constitución, identificada como liberal por concebir una república federal,
también reconoció la religión católica como la oficial del Estado mexicano,
manteniendo los fueros militar y eclesiástico, por lo que fue aprobada con
apoyo del sector conservador. Entre los artículos más importantes destacan:
•
La nación mexicana es soberana y libre del gobierno español y de cualquier otra
nación.
•
La religión de la nación es la católica, apostólica y romana, es protegida por
las leyes y se prohíbe cualquier otra. • La nación mexicana adopta la forma de
república representativa popular federal.
•
El supremo poder de la federación se divide en Poder Legislativo, Poder
Ejecutivo y Poder Judicial.
•
El Poder Legislativo es depositado en un Congreso constituido por dos cámaras,
una de diputados y otra de senadores.
Con
esta Constitución gobernó el primer presidente de la República, Guadalupe
Victoria, respetable gran maestro del Rito Escocés.
Le
sucedió un liberal como Vicente Guerrero, de la logia Rosa Mexicana
perteneciente al Rito de York. A un año de su gobierno lo acusaron de haber
sido impuesto por el gobierno de Estados Unidos. Fue depuesto por Anastasio
Bustamante, del Rito Escocés; sin embargo, los grupos adscritos al Rito de York
lo presionaron y se vio obligado a participar en su rito.
En
1836, la Promulgación de Las Siete Leyes dio fin a la república federal para
dar paso a una república centralista, dirigida por el Supremo Consejo
Conservador. Estas leyes que promovían la reorganización de la república en un
Estado centralista y conservador fueron apoyadas por Antonio López de Santa
Anna, masón del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. De entre ellas destacan las
siguientes:
•
La segunda ley se refería a las características del Supremo Poder Conservador
con funciones ejecutivas y permanentes, con cinco miembros sustituibles uno
cada dos años.
•
La tercera ley determina la existencia de un Congreso bicameral, cuyos
integrantes, diputados y senadores, son electos por los órganos
gubernamentales.
•
La sexta ley determinaba la división política del territorio nacional,
convirtiendo a los estados en departamentos cuyos gobernantes y miembros de las
juntas departamentales eran designados por el presidente.
•
La última ley impedía cualquier reforma a las mismas por un periodo de seis
años.
Esta
normativa estuvo vigente por ese periodo y fue la base jurídica para gobiernos
de integrantes del Rito Escocés, como Anastasio Bustamante. En 1843 se ratificó
la república centralista con las bases orgánicas de la República Mexicana.
En
1847 se restauró la república federal con el Acta Constitutiva y de Reformas,
firmada por masones integrantes del Rito Nacional Mexicano, entre los que
destacan los diputados constituyentes Benito Juárez y Mariano Riva Palacio. El
acta fue proclamada por el presidente Antonio López de Santa Anna.
Para
1853, Santa Anna, aún como presidente, y el connotado Lucas Alamán, masón del
Rito Escocés, emiten las Bases para la Administración Centralizada de la
República Mexicana. Con esta acta se suprime la república federal y se retoman
la centralización del poder y la suspensión de las legislaturas locales, ya que
el Congreso federal había sido disuelto.
Juan
Álvarez Benítez, masón liberal del Rito Nacional Mexicano, asume la Presidencia
en 1855. Su primera acción fue preparar el camino para la conformación de la
Constitución de 1857, expidiendo la convocatoria del Congreso Constituyente.
Álvarez, por su carácter radical, es sustituido por Ignacio Comonfort, también
del Rito Nacional Mexicano.
El
Constituyente de 1856 está dominado por masones de ese mismo rito, como
Ponciano Arriaga, Guillermo Prieto, Santos Degollado, Francisco Zarco, Valentín
Gómez Farías, León Guzmán, Mariano Yáñez, José María de Castillo Velasco, José
María Mota y Pedro Escudero y Echánove.
La
contribución de esta extraordinaria generación de masones fue grande, pues la
Constitución de 1857 garantizaba los derechos del hombre, proclamaba la
soberanía nacional y dividía los poderes de la nación en Ejecutivo, Legislativo
(unicameral) y Judicial. Además de exigir a los estados adoptar el régimen
republicano, representativo y popular, con una serie de restricciones para
impedir la disolución de la federación. Eliminó la posibilidad de que cualquier
corporación civil o eclesiástica pudiera adquirir o administrar bienes raíces
para la Iglesia, a excepción de los edificios al servicio u objeto de la
institución.
La
Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma desataron un nuevo diferendo con el
sector conservador y desplazaron al gobierno de Juárez a Guanajuato. Este
episodio desembocaría en el ofrecimiento del gobierno del país a un extranjero
y la conformación del Segundo Imperio.
Con
la llegada de Maximiliano de Habsburgo, se reforzó el Rito Escocés Antiguo y
Aceptado, cuyos integrantes le ofrecieron el título de soberano gran comendador
y gran maestro de la orden. El emperador declinó los cargos, pero aceptó que
se le proclamara gran patrono y protector de la orden.
Tras
el Segundo Imperio y la Restauración de la República, el Rito Nacional Mexicano
se convirtió en el más importante durante la Presidencia de Benito Juárez.
A
raíz del antagonismo entre Porfirio Díaz, miembro del supremo consejo del Rito
Escocés, e Ignacio Manuel Altamirano, gran maestro de la Gran Logia Valle de
México, el general Díaz desconoció a esta logia y vio la oportunidad para
unificar y reconciliar el pensamiento liberal. Por ello, en 1890 impulsó la
fusión del Rito Escocés con el Rito Nacional Mexicano —los más importantes— en
la Gran Dieta Simbólica, con su proclamación como gran maestro.
La
Gran Dieta Simbólica se disolvió en 1901. Esto dio pie a la creación y el
fortalecimiento de logias pequeñas, como la llamada Respetable Logia Simbólica
Lealtad número 15, en la que se formaron Francisco I. Madero y José María Pino
Suárez, y donde se empezó a gestar el movimiento revolucionario.
Los
giros de la Revolución Mexicana fueron también protagonizados por masones:
Victoriano Huerta, miembro destacado del gobierno de Porfirio Díaz e integrante
del Rito Escocés, fue derrocado por Venustiano Carranza, quien sin ser destacado
como masón en su logia, comprendió la importancia de reformar la Constitución
de 1857 para formalizar y estructurar un gobierno liberal que retomase
principios masónicos de organización en el gobierno.
La
mayoría de los constituyentes elegidos en cada estado para asistir al
Constituyente de 1916-1917 contaban con formaciones académicas sólidas y muchos
de ellos habían participado en partidos políticos liberales o
antirreeleccionistas, por lo que conformaban círculos contrarios a la dictadura
porfiriana y muchos de ellos también formaban parte o habían transitado por los
ritos masónicos.
La
sólida formación de los constituyentes masónicos —entre los que destaca
Francisco J. Múgica, formado en el Rito Nacional Mexicano e integrante de la
Comisión de Constitución— incorporados en las diferentes comisiones encargadas
de redactar la nueva constitución permitió impulsar las ideas liberales
surgidas del propio ministerio y forma de organización masónica.
Si
bien no existen registros fiables sobre los constituyentes adscritos a una
logia, algunos estudios perfilan hasta 74 de los 118 diputados en esta
situación.
La
concepción liberal masónica fue impulsada por sus constituyentes, logrando
incidir en la redacción final de los artículos centrales de la Carta Magna del
17. La masonería dejó una fuerte influencia en las reivindicaciones sociales y
políticas planteadas en esa Constitución. Entre ellas podemos apreciar:
•
La garantía de la educación laica y gratuita.
•
La reforma agraria.
•
La libertad religiosa.
•
Las garantías individuales.
•
Los derechos laborales.
•
La libertad religiosa y la relación Estado-Iglesia.
•
La forma de gobierno federalista.
•
La libertad de prensa, de asociación, de opinión y de ocuparse en la actividad
que el ciudadano quiera, siempre y cuando no altere el orden público.
Dicha
influencia ha trascendido los tiempos y sus beneficios nos han alcanzado. Es
por ello que me congratulo de ser parte del esfuerzo que conjunta esta obra
pues estoy seguro de que contribuirá a construir una cultura jurídica basada en
los principios del Estado de derecho.
Considero
que conmemorar el Centenario de nuestra Constitución es una tarea que implica
investigar sobre sus antecedentes, su proceso de construcción y sus
consecuencias hasta el día de hoy.
Además,
el summun de tal quehacer es un logro de divulgación para enriquecer a los
mexicanos, pues el conocimiento de nuestra Carta Magna nos permite rescatar la
historia y fortalece nuestra calidad de ciudadanos conocedores de nuestros
derechos y obligaciones.
Finalmente,
con certeza afirmo que este libro, sumamente apasionante, es fedatario de la
huella masónica en la Carta Suprema de un país que ha cifrado en ella su
destino.
Jorge
Gaviño Ambriz
Siendo yo soberano gran comendador
del Supremo Consejo de México del Rito Escocés Antiguo y Aceptado para la
jurisdicción de los Estados Unidos Mexicanos, recibimos a la doctora Patricia
Galeana Herrera el 10 de septiembre del 2013, quien ofreció una conferencia
magistral sobre el presidente vitalicio Benito Juárez y el Tratado
McLane-Ocampo.
En
esa ocasión, la actual directora del inehrm, distinguida catedrática
universitaria y mujer excepcional, y yo acordamos la elaboración de una obra
intitulada “Influencia de la masonería en la Constitución de 1917”, en
conmemoración del Centenario de nuestra Carta Magna, y para la Comisión
Conmemorativa de nuestro texto constitucional, que también preside nuestra
apreciable amiga.
El
presente contenido es resultado de la aportación de distinguidos masones y
librepensadores como Carlos Valdés, Mauricio Leyva, Rodolfo Butrón, Manuel
Ramírez Reyes, Carlos Francisco Martínez Moreno, Luis Gómez Berlie y un
sinnúmero de liberales con quienes tuve la oportunidad de intercambiar ideas y
textos sobre el tema que nos ocupa.
En
principio, nos encontramos con la falta de información e investigaciones serias
sobre este tema.
Sin
embargo, después de dos años de estudio, lecturas y conversaciones, presentamos
a través de Laica Internacional, organización creada durante mi gestión, el
presente texto que constituye un resumen del esfuerzo que juntos realizamos.
Destaca
indudablemente Luis Manuel Rojas, masón distinguido y Muy Respetable Gran
Maestro de nuestra Muy Respetable Gran Logia Valle de México, quien presidió el
debate constituyente cobijado por nuestras ideas y propuestas sociales,
educativas, políticas, filosóficas y culturales. Éstas fueron aprobadas como
los principios fundamentales, llamados de esta manera por los estudiosos
constitucionalistas.
La
mayoría de los diputados constituyentes de 1917 pertenecían a nuestra augusta
institución o fueron liberales que coincidían con nuestros valores y proyecto
de nación, como habrá de constatarse a lo largo de esta obra de impacto
nacional y universal.
Y
es que al margen de lo anterior y para explicarlo, hay que decirlo, la
masonería es una institución milenaria iniciática, filosófica, filantrópica,
humanista, democrática y progresista, que no es una religión, ni mucho menos
una secta, sino una institución que, precisamente y por su naturaleza, impulsa
y promueve el libre pensamiento y el debate de las ideas, lo que la aleja,
además, de representar o estar integrada a partido político alguno.
Vale
la pena recordar una definición amplia de lo que esta asociación de hombres
libres representa:
la Masonería es una asociación
universal, filantrópica, filosófica y progresiva; que procura inculcar en sus
adeptos el amor a la verdad, el estudio de la moral universal, de las ciencias
y de las artes, que desarrolla en el corazón humano los sentimientos de
abnegación y caridad, la tolerancia religiosa, los deberes de la familia; que
tiende a extinguir los odios de raza, los antagonismos de nacionalidad, de
opiniones, de creencias y de intereses, uniendo a todos los hombres por los
lazos de la solidaridad, y distinguiéndoles en un tierno afecto de mutua
correspondencia. Procura, en fin, mejorar la condición social del hombre, por
todos los medios lícitos y especialmente la instrucción, el trabajo y la
beneficencia a través, también, del principio de la laicidad.
En
resumen, tiene por divisas a la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.
En
la masonería han destacado hombres trascendentales en la historia mundial tales
como Napoleón, Lincoln, Marx, Churchill, Mozart, Garibaldi, Martí, Bolívar, Sucre,
San Martín, Walt Disney y Einstein. En México, Hidalgo, Morelos, Juárez y su
generación, Cárdenas, Calles, Carranza, Madero, Pino Suárez, Siqueiros,
Cantinflas, sólo por citar algunos.
Se
ha dicho con razón que “no existe política masónica, sino masones metidos en la
política” y esta aseveración enuncia lo que significa el pensamiento liberal de
los masones que actúan en política y mantienen firmes sus principios y valores.
De
ahí que la Constitución de 1917, que impulsó nuestro hermano el presidente
Venustiano Carranza, se sustentara en las reformas a la Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos de 1857, elaborada, discutida y aprobada por la
inigualable generación del presidente vitalicio Benito Juárez García y que
contenía los fundamentos esenciales de la masonería de México y del mundo de
esa época y actual.
Por
eso afirmo, sin duda alguna, que la Constitución de 1917 es raíz histórica y
proyecto de nación futura por encima de las múltiples enmiendas que ha sufrido,
pero que conserva los generosos principios masónicos y liberales siempre
vigentes.
Finalmente,
Laica Internacional se suma de esta manera al recuerdo y homenaje del
Centenario de nuestra Ley Fundamental, recordando que fuimos nosotros los que
propusimos que se incorporara la noción de laicidad a la definición de la
República en el artículo 40 de nuestra Carta Magna. Nuestra propuesta reiterada
es que la laicidad se inscriba en todas las constituciones de los estados y
desde luego en la próxima primera Constitución de la hoy Ciudad de México.
En
síntesis damos la bienvenida a las reformas que impulsan el desarrollo integral
de México y elevan la calidad de vida de todos los mexicanos sin excepción;
pero al contrario, seguiremos rechazando en la nueva revolución pacífica, toda reforma
que promueva el retroceso de lo alcanzado por nuestro pueblo.
Para
concluir, expreso mi reconocimiento a todos quienes con visión de futuro
elaboraron un texto siempre perfectible y de amplios horizontes por el
bienestar, la paz, la justicia, la libertad, la igualdad y la fraternidad
universal, la Constitución de 1917.
Asimismo,
agradezco a quienes colaboraron en la integración de este valioso texto que da
testimonio de la importancia de la perenne lucha de la masonería en la
confección de nuestras leyes, de nuestra sociedad y gobiernos.
Manuel
Jiménez Guzmán
Presidente
de Laica Internacional
Exgran
Maestro de la Gran Logia Valle de México
Expresidente
de la zona I de la Confederación Masónica Interamericana
Past
Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo de México
La
masonería
y
la
Constitución
de 1917
La mayoría de los diputados
constituyentes de 1917 eran masones o liberales, por ello, en la conmemoración
del Centenario de la Constitución no podía faltar el estudio de la influencia
de la masonería en el texto constitucional.
La
presente obra colectiva fue coordinada por el doctor Manuel Jiménez Guzmán,
quien destaca en su presentación que el propio Venustiano Carranza fue masón,
así como Luis Manuel Rojas, quien fuera presidente del Congreso Constituyente y
Gran Maestro de la Gran Logia del Valle de México. El doctor Guzmán enfatiza,
con razón, que la Constitución de 1917 se hizo con base en las reformas a la
Constitución de 1857, concebidas por la generación encabezada por otro gran masón,
el Benemérito de las Américas, Benito Juárez.
En
la introducción, Manuel Ramírez Reyes destaca la trascendencia del Programa del
Partido Liberal para todos los movimientos y etapas de la Revolución Mexicana.
El programa proclamado en 1906, difundido por Regeneración, fue elaborado por
liberales masones a quienes el autor llama atinadamente precursores del
constitucionalismo social mexicano. Sus ideales serán retomados por el jefe del
Ejército Constitucionalista en sus Adiciones al Plan de Guadalupe en el
discurso de Hermosillo.
En
las discusiones de los principales artículos de la Constitución de 1917: el
3o., 27, 115, 123 y 130, participaron de manera determinante los liberales
jacobinos Francisco J. Múgica, Heriberto Jara, Héctor Victoria y Froylán C. Manjarrez,
entre otros.
Carlos
Valdés Martín enfrenta la tesis de que la masonería ya no era tan influyente,
como afirmó José Luis Trueba Lara. En este sentido, Valdés destaca que tal
afirmación se basa en comparar a la masonería del siglo xx con las logias-partidos
del siglo xix. No obstante, otros investigadores, como Beatriz Urías
Horcasitas, afirman que también los renovadores, que elaboraron el proyecto
constitucional de Carranza, eran masones. Por tanto, hubo masones lo mismo
entre los radicales jacobinos como Múgica y Jara, que entre los renovadores,
que el autor denomina liberales clásicos, ligados a Carranza. Este último grupo
de 23 constituyentes con experiencia legislativa fue encabezado por Luis Manuel
Rojas, Félix F. Palavicini, Alfonso Cravioto y Gerzayn Ugarte.
Mauricio
Leyva Castrejón hace la semblanza biográfica de Luis Manuel Rojas, quien tuvo
una destacada participación desde la XXVI Legislatura, de la que fue
vicepresidente y presentó trascendentes iniciativas, entre éstas destacan: la prohibición
de que los militares participaran en política y la de que los partidos
políticos fueran identificados con alguna religión.
Rojas
rechazó las renuncias del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente
José María Pino Suárez. Tuvo además la valentía de lanzar un “yo acuso” al
embajador Henry Lane Wilson por su intervención directa en el golpe de Estado.
Leyva
cita al destacado constituyente Juan de Dios Bojórquez, quien en su crónica
sobre el Congreso de Querétaro afirma que fue Luis Manuel Rojas el que declaró:
“quienes formamos en las mayorías, fuimos ‘jacobinos’, radicales u
obregonistas; y aquellos que estuvieron en las derechas, pudieron llamarse
moderados, liberales clásicos o carrancistas. Nadie rectificó las apreciaciones
de Luis Manuel”.1
Esta
declaración echa por tierra la afirmación de que fue en el gobierno del
presidente Álvaro Obregón cuando se “inventó” que los radicales y jacobinos se
identificaron con el general invicto de la Revolución Mexicana.
Para
concluir estas líneas, hay que destacar la evidente influencia de la ideología
masónica en el artículo 3o. constitucional, donde se estableció una educación
laica sobre bases científicas. Como afirma Valdés Martín, otro masón, Lázaro
Cárdenas llevó a su culminación las transformaciones sociales planteadas por la
revolución e incluidas en la Constitución de 1917.
Patricia Galeana
El
magonismo
y
el
constitucionalismo
social
El
conmemorar el Centenario de la promulgación de la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos del 5 de febrero de 1917, resulta conveniente
reconocer que fue el Partido Liberal Constitucionalista —dentro del Congreso
Constituyente— el que tuvo como guía de su actuación el Programa del Partido
Liberal Mexicano expedido en San Luis Missouri en el año de 1906, producto de
la actuación de los masones mexicanos convocados en el año de 1900 para
celebrar el Congreso Liberal promovido por los hermanos Enrique y Ricardo
Flores Magón, Camilo Arriaga, Antonio Díaz Soto y Gama, entre otros
distinguidos liberales (léase “masones”).
A
ellos debe considerarse como los precursores del llamado “constitucionalismo
social” y se les debe que en el programa del Partido Liberal de 1906 se
plantearan los problemas fundamentales para la reivindicación de los derechos
sociales de las masas populares, campesina y obrera, que dieron lugar a la
ideología revolucionaria que los caudillos Emiliano Zapata, Francisco Villa,
Lucio Blanco, Álvaro Obregón impusieron al primer Jefe del Ejército
Constitucionalista, don Venustiano Carranza; a las reformas al original Plan de
Guadalupe en las declaraciones de Hermosillo; al Pacto de Torreón y la
expedición de la Ley Agraria del 6 de enero de 1915, que recogió los
principales puntos de la Ley de Zapata; y a que en los debates para la discusión
y aprobación de los artículos 3o., 27, 115, 123 y 130, los distinguidos
“liberales” Múgica, Jara, Victoria y Manjarrez pudieran hacer presente al
movimiento revolucionario para elevar a la categoría de la supremacía
constitucional las reivindicaciones que las masas populares reclamaban para
lograr avances en la justicia social, que fue la meta en la revolución
constitucionalista.
Por
ello consideramos conveniente destacar el triunfo del llamado “magonismo” del
liberalismo mexicano, calificado como jacobino por los sectores conservadores
que actuaron dentro del Constituyente de Querétaro, como lo fue el Partido
Católico Mexicano. Resulta conveniente en la crisis ideológica actual, destacar
que la justicia social es un requerimiento para interpretar y aplicar los
derechos humanos que garantiza la Constitución; y que la convocatoria para
celebrar el Congreso Constituyente por los decretos expedidos por don
Venustiano Carranza los días 14 y 19 de septiembre de 1916 al triunfo del
Ejército Constitucionalista le da a este destacado liberal la categoría de ser
uno de los tres grandes jefes que lograron las tres grandes constituciones
sociales mexicanas: don José María Morelos y Pavón, quien en junio de 1813
convocó al Congreso Constituyente de Chilpancingo, que aprobó el 6 de noviembre
de 1813 el Acta de Independencia y la primera constitución social mexicana
promulgada en octubre de 1814; don Benito Juárez García, quien sostuvo con las
armas la Constitución de 1857, enriquecida con las Leyes de Reforma expedidas en
Veracruz en los años de 1859 y 1860, y don Venustiano Carranza en 1917, en
cumplimiento del Plan de Guadalupe.
en
la
Constitución
de 1917
La
historia del México del siglo XIX, y buena parte del siglo xx, no se explica si
no es a partir del papel jugado por la masonería en la vida política y social
de nuestro país, de ahí que la influencia masónica en la redacción de leyes
fundamentales de México y en el diseño de nuestra forma de gobierno es
innegable.
El
nombre oficial de nuestra Carta Magna vigente es Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos, fue promulgada el 5 de febrero de 1917 en el Teatro
de la República de la ciudad de Querétaro, aunque entró en vigor hasta el 1 de
mayo de ese mismo año. Esto significa, según algunos constitucionalistas, que
es en mayo y no en febrero el auténtico aniversario de nuestra máxima ley.
Antes
de la Carta Magna de 1917, existieron varios textos constitucionales, todos
promulgados en el siglo xix, destacando la Constitución de 1857, por lo que, si
pudiéramos denominar a ese siglo, bien pudiera llamarse el siglo constitucional
y del surgimiento del liberalismo en nuestra máxima ley.
Al
triunfo del movimiento constitucionalista de principios del siglo xx,
Venustiano Carranza, en acato al Plan de Guadalupe, convocó el 14 de septiembre
de 1916 a elegir diputados al Congreso Constituyente. Una vez concluido dicho
proceso y habiendo terminado también el proceso legislativo, el decreto
promulgatorio decía: “Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, que reforma
y adiciona la Constitución Política de 1857”; es decir, que en estricto
sentido, la Ley Suprema de 1917 no es precisamente una nueva constitución, sino
un conjunto de reformas y adiciones a la Carta Magna de 1857.
Por
otra parte, a pesar de las diversas corrientes representadas en el
Constituyente de 1917, la mayoría de los diputados no eran creyentes, sino
liberales, y casi todos estaban a favor de las Leyes de Reforma y su actitud
fue abiertamente anticlerical.
De
la comparación de las dos más importantes constituciones fundamentales de
México, la de 1857 y la de 1917, se percibe en forma inmediata que ambas
responden a luchas sociales emancipadoras que proponían consumar completamente
el concepto de un Estado liberal.
Por
ello, la Constitución de 1917 incluía una gran parte de los ordenamientos de la
de 1857, especialmente en lo referente a los derechos humanos, ya asentadas
como “garantías individuales”, y refrendó la forma de gobierno que siguió
siendo republicana, representativa, democrática y federal; refrendó además la
división de poderes en Ejecutivo, Judicial y Legislativo, modificándose este
último, que dejó de ser unicameral para dividirse en Cámaras de Diputados y
Senadores.
La
Constitución de 1917 todavía se estructura en dos partes bien definidas: la del
liberalismo político y la del liberalismo económico y social.
La
sangre derramada por la causa liberal del siglo xix y principios del xx por fin
dio frutos, pues la Constitución de 1917 cristaliza también el ideario de la
Revolución.
Se
dice con plena razón que, actualmente, derechos de libertad y derechos sociales
no se pueden concebir como entidades distintas y separadas, sino que se deben
ver como expresiones diversas sobre la misma idea global enmarcada en los esfuerzos
de protección de la dignidad del hombre que siempre abanderaron los liberales.
Ellos,
inspirados por el liberalismo europeo que se gestó a finales del siglo xvii y
principios del siglo xviii, tomaron como base esa ideología sobre la cual, no
sólo México, sino varios pueblos que vivían en condiciones parecidas a las de
nuestro país pudieron ver realizado su sueño de libertad e igualdad para todos
los hombres en la ley suprema.
Como
ejemplos, la Constitución de 1917 en muchas de sus partes primordiales y
vigentes determina la libertad de culto, la enseñanza laica y gratuita y la
jornada de trabajo máxima de ocho horas, reconoce como libertades las de
expresión y asociación, y proclama la separación del Estado y la Iglesia, así
como la no intervención del clero en cuestiones políticas.
Resulta
importante destacar que muchos de los hombres que participaron en el Congreso
Constituyente de Querétaro eran revolucionarios que tenían conocimiento de la
historia de México y del papel abusivo que en el pasado había tenido la
Iglesia; de ahí que en ese Congreso Constituyente se diera a la educación un
carácter laico y nacionalista, todo esto con el objetivo de fortalecer al
Estado y su deber de proporcionar a sus habitantes una educación gratuita.
Se
ha dicho acertadamente que la Constitución de 1917 era una de las más avanzadas
del mundo, primordialmente por los contenidos de los artículos 3o., 27, 123 y
130 (y en la actualidad, reforzada por el artículo 40 que reivindica en su
calidad de laico al Estado mexicano, propuesta de liberales de la actualidad y
masones distinguidos).
Debe
subrayarse que en nuestra Constitución, además, se defiende el derecho pleno de
pertenecer a alguno de los diversos partidos políticos, a tener diferentes
concepciones de la política; el derecho a rechazar el dogmatismo y el
autoritarismo en la lucha por el poder, a oponerse a la existencia de un
partido único y de una sola doctrina oficial sobre el Estado y la sociedad, en
suma, el liberalismo político.
Todo
ello llevó a que la Constitución de 1917 fuera considerada una aportación de la
tradición jurídica mexicana al constitucionalismo universal, en razón de ser la
primera ley fundamental de la historia que incluía los derechos sociales, esto
incluso dos años antes que la reconocida Constitución alemana de Weimar de
1919.
Como
conclusión, podemos afirmar que la tradición liberal expresada en la
Constitución de 1857 y la lucha revolucionaria del siguiente siglo triunfaron
definitivamente en la Carta Magna de 1917, pues se consolidaron dos grandes
corrientes: el liberalismo mexicano y el liberalismo europeo, haciendo de ésta
una de las constituciones más progresistas del mundo. No obstante, sigue sujeta
a ser perfeccionada de acuerdo con las necesidades de la actualidad.
Estimación
sobre
la
influencia de los
masones
en la
Constitución
de 1917
su diseño
Carlos
Valdés Martín*
Resulta sorprendente que ya para
cumplirse un siglo de la Constitución de 1917, entre la comunidad académica y
los estudiantes no exista una noción de la presencia clave de personajes
masones en ese evento.1 Quizá sea nuestra tendencia espontánea a magnificar a
héroes y villanos lo que nos torna indiferentes ante la coincidencia de
talentos que permitió una asamblea constituyente. De poco hubiera servido la sangre
derramada en los años revolucionarios si no se alcanzara a convertir en ley
tantas aspiraciones sentidas de tierra o tan urgentes demandas obreras.
Hasta
hoy es casi desconocido que los delegados masones en Querétaro fueron
protagonistas clave en las labores constituyentes. Ellos facilitaron el salto
legal desde el país ensangrentado hacia la nación que encontró un modo de
convivencia.
En
lo que sigue hay elementos para estimar la participación de francmasones en la
Constitución de 1917, comenzando por preguntarnos sobre los motivos por los
cuales existe ese vacío en la historiografía. La discreción usual de las
instituciones masónicas no explica lo suficiente sobre este punto ciego, cuando
se observa la abundancia de referencias sobre la masonería mexicana en el siglo
XIX y la figura de Benito Juárez. La transformación de las logias y otros
factores que se verán a continuación son parte de esa ausencia, lo cual no
justifica que se omitiera que los líderes constituyentes fueron masones.2
Quién
patentiza la presencia abundante de la masonería en la Constitución
Los
historiadores que apuntan la presencia de librepensadores en el fenómeno
revolucionario mexicano, a veces no saben qué hacer con ello y lo dejan sin
explicaciones en una nota de pie de página o una observación inconexa. Destaca
una, extensa y reveladora, de James Cockroft, donde los principales
protagonistas son señalados como masones:
El papel de los masones en la
política mexicana no debe ser subestimado. Porfirio Díaz era la cabeza del Rito
Escocés que después de 1890 comprendía casi todas las logias mexicanas,
incluyendo la Gran Logia del Valle de México. En 1909 Bernardo Reyes reunió
algunas logias […] Muchos masones detestaban el monopolio intelectual y
administrativo de los Científicos. Muchos maderistas fueron masones, incluyendo
a Madero […] De los delegados asistentes a la Convención Constitucional de
Querétaro, un gran número eran masones. […] La influencia masónica en la
Revolución fue desigual, aunque a través de la contribución de los individuos y
de un espíritu generalmente liberal, nacionalista, anti-clerical y democrático,
los masones desempeñaron un papel importante.3
Existe
una avalancha de hechos que hacen patente la enorme influencian o hasta
predominancia de los masones en la política mexicana durante el Porfiriato. Por
otra parte, aunque fueron muchos y muy notables los librepensadores mexicanos
en la Revolución Mexicana, Cockroft lo registra como un hecho, pero no lo
emplea para su interpretación principal, ya que su paradigma son las clases
sociales y sus intereses, según el esquema marxista.
Por
si fuera poco, en la coyuntura de la Constitución de 1917, la influencia de los
masones no se limitó a la cantidad que estuvo presente, sino que abarcó a
quienes ocuparon las posiciones clave y de liderazgo. Un testigo de primera
mano indica que entre los constituyentes de Jalisco “casi todos eran masones”4
y detalla lo inusual de un único diputado clerical entre ellos. Como se
observará adelante, comprender el papel destacado de masones de diversas
tendencias en la forja de la Constitución de 1917 sirve para explicar algunas
incógnitas, como la sorpresa sobre su sensibilidad para incluir el programa
social de la Revolución Mexicana y su habilidad para lograr un consenso entre
el aspecto conservador del constitucionalismo y la llamada ala jacobina.
Quién
no ve “tanta” influencia en la Constitución de 1917
En
una obra con deficiencias sobre la relación entre la masonería y la política,
el autor José Luis Trueba Lara anota “La presencia de algunos masones en el
congreso que creó la nueva Carta Magna o entre los vencedores de la revolución
—nos referimos, por ejemplo, a Luis Manuel Rojas, Heriberto Jara, Francisco J.
Múgica y Jesús Romero Flores— no debe confundirnos…”5 y su argumento se enfila
a demostrar inútilmente que la masonería ya no era tan influyente en política.
Pero su explicación sufre de una falla de fondo, pues busca que la masonería
repita la figura de logia-partido, como sucedió en el siglo XIX. De modo
curioso, Trueba subestima por principio el número de delegados al Congreso que
eran masones y tuvieron un papel definitivo, porque está deslumbrado por el
modelo de logia-partido del siglo xix, 6 cuando los masones quedaban señalados
públicamente y las logias tomaban posiciones políticas; en cambio, le
desconcierta el modelo de logias separadas de la actividad partidista y
abierta. Sin embargo, la lid política quedó pletórica de sus protagonistas en
el siglo xx. 7
Las
investigaciones a detalle sobre este principio del siglo xx, como la de Beatriz
Urías Horcasitas,8 muestran que muchos de los vencedores del periodo
posrevolucionario sí eran miembros de la asociación representada por la
Escuadra y el Compás.9 En cambio, nublado por su prejuicio, José Luis Trueba
supone que había hipocresía o complacencia de los dirigentes políticos ante la
asociación y que no es prueba la ausencia o presencia de masones liderando el
escenario político para comprobar alguna “influencia”. Cuando él desestima
dicha influencia en el siglo XX —completo, incluida la Constitución de 1917—,
entonces dogmatiza y es contrario al rigor y displicente con los hechos.
Además, cuando la filiación de los protagonistas sale a luz, antes ha
traspasado reglas de sigilo y prácticas de silencio impuestas a tal organización,
así como una ancestral barrera para involucrarse en desórdenes públicos.10
La
supuesta “crisis ideológica” y la ilusoria escuela de pericos
Un
error nodal de Trueba es que ante la variedad de opiniones de masones, cree que
existe una “crisis ideológica”, pues no atina a comprender cómo hay opiniones
provenientes de la masonería que tocan tantos extremos distantes. Hay opiniones
dispares en torno a la libertad individual frente a la intervención del Estado,
a favor del proletariado frente al respeto a la propiedad, en pro de los
derechos de las mujeres con estimación de las virtudes tradicionales y la
reivindicación nacional frente al internacionalismo cosmopolita. Debido a que
desconoce el fondo, Trueba desatina oscilando entre evaluaciones discordantes,
cuando colecciona datos arbitrarios sin descubrir el vínculo de unión ni
precisar el objeto de análisis. Él presupone una síntesis “ideológica masónica”
sencilla, que se asimila como una píldora. Entonces cree que la convivencia de
opiniones contradictorias sobre la intervención del Estado y su rechazo es una
debilidad de su imaginaria “ideología masónica”. Por encima de lo que pudiera
asumirse como “ideología” existe una práctica masónica, en la cual la libertad
del individuo es la clave, y en ese tenor, la libertad de pensamiento es
irrenunciable. ¿Es siquiera imaginable que gente devota de la libertad de
pensamiento termine pensando igual? Eso es imposible, tanto como lanzar miles
de monedas al azar y que todas caigan en la misma cara. Un autor bien intencionado
como Trueba termina sospechando que los masones engrosaron una especie de
“escuela de pericos”, pero no se aprendieron bien la lección de su propia
ideología. Por eso, cuando encuentra tantas diferencias al despuntar el siglo
xx, se alarma con tantas discrepancias entre los librepensadores; por eso él
termina lanzando la hipótesis de una “crisis ideológica” de la masonería. Sin
embargo, con la entrada del nuevo siglo, la masonería basada en un principio
robustecido de libertad es lo más lejano a una “escuela de pericos”, por lo que
no se alinea para la repetición mecánica de ideas. También es lo opuesto a una
“escuela de cuadros”, en la cual un grupo de profesores exige a los alumnos que
apliquen nociones dogmáticas para avanzar de grado. Entre los principios de la
masonería se encuentra el respeto estricto a la libertad de pensamiento y a las
opiniones ajenas, de tal manera que sus expresiones ideológicas se proyectan
variadas a la manera de un arcoíris.
El
constitucionalismo especial de la masonería
Ante
la pluralidad de opiniones surgidas del pensamiento libre, también se requiere
lograr acuerdos. A lo largo del tiempo, la masonería posee uniformidad
litúrgica y apego a los orígenes (manifiesta en los temas de regularidad,
adhesión a leyes y sus propios principios básicos, llamados landmarks), pero no
homogeneidad en el aspecto profundo de las ideas. Asimismo, no es casual que la
masonería moderna comience asociando logias independientes para darse una
“constitución” propia.11 En efecto, hacia 1720 no era frecuente para los
gobiernos asentar su sistema legal y político sobre una constitución; en
contraste, la francmasonería inglesa lo hizo para ella misma, aunque una regla
fundamental para una asociación privada no posee las mismas características que
la fundacional de un Estado. Pues sí, la época moderna del “pueblo masónico”
comienza dotándose para sí mismo de una “constitución”, cuando Europa yacía
dominada por las dinastías, a su vez, dilatadas en posesiones coloniales por
todo el planeta. Desde entonces, la masonería mantiene su interés por la
convivencia colectiva bajo un sistema de leyes, según el modelo
constitucional.12
¿En
qué sentido la masonería del siglo XVIII se adelantó? Por regla, ninguna
sociedad avanza de manera uniforme y las partes del todo se mueven a distintos
ritmos. De modo preciso, en El tema de nuestro tiempo, el filósofo José Ortega
y Gasset señaló que una parte del conjunto social avanza por delante y es al
nivel de las ideas donde se manifiesta primero el futuro. Una de las
características de la masonería, reconocida por estudios serios, es que se
trata de una “asociación de ideas”, pues en sus talleres éstas se han debatido
y formado, sus miembros se mueven en torno a ellas y tales conceptos han
revolucionado su entorno. De modo irónico, el filósofo español señaló que la
historia es un profeta mirando al revés, porque el periodo siguiente de la
existencia social suele ser anticipado por las ideas.13 Si consideramos el
esquema de Ortega y Gasset de que las ideas anticipan al porvenir de las
colectividades, ya no resultaría tan inconcebible que algunos aspectos de una
“sociedad de ideas” atinara el perfil de un futuro posible, por ejemplo
regulándose por su constitución antes de que eso pareciera una idea relevante
entre los pueblos.
Las
ideas mueven al mundo
¿Por
qué importa la “idea”? De modo romántico, el laureado literato y reconocido
masón Víctor Hugo indicó su fuerza motora en una frase que se ha hecho famosa:
“Las que conducen y arrastran al mundo no son las máquinas, sino las ideas”. De
manera filosófica, Platón comenzó con su definición al plantear que existe un
supramundo superior de las ideas, del cual la realidad material es un pálido
reflejo, según mostró en la famosísima metáfora de la caverna. En un perfil
antagónico, el materialismo histórico de Marx (acusado de masón por la legión
de sus contrincantes y asilado en el epicentro de la masonería del siglo XIX,
que fue Londres) insistió en que las ideas suelen estar arraigadas en la
posición respecto de la producción, por lo que la ideología dominante de cada
época es la propia de la “clase dominante”. Paradójicamente, el mismo
materialismo radical se ocupa de modificar las nociones del proletariado para
darle “conciencia de clase”, como la medicina que remediará todos los males
colectivos; con lo cual, de nuevo, ciertas doctrinas moverán al planeta
repitiendo la visión romántica de Víctor Hugo.
Ahora
bien, con el fin de que muevan al planeta, las “ideas” han de estar preñadas de
poderío y deben ser poseedoras de un sentido indispensable para el mismo mundo
que se renueva. Esas ideas importantes no abordan vagas fantasías ni necedades
ni ocurrencias. Incluso, quien pareciera negar la tesis de que “las ideas
mueven al mundo”, con su vida y obra abona en ese mismo sentido. Si seguimos
con un teórico que tendería a minimizar el papel autónomo de las ideas, Marx,
al menos aceptaría que cuando estuvieran fuertemente ligadas a los intereses
materiales dominantes (basadas en el modo de producción) adquirirían enorme
fuerza, funcionando como el gran cerrojo del sistema social; o bien, cuando
estuvieran ligadas íntimamente a una clase revolucionaria ascendente
entregarían la gran llave para abrir el futuro. Para Marx, las ideas verdaderas
serían un motor que le daría cauce al mundo humano. Además, él dedicó los
mejores años de su vida desde la Biblioteca de Londres para integrar una obra
teórica que quedaría inconclusa: El Capital.
Ideas
complejas versus programa político
Las
ideas que se nos presentan moviendo al mundo deben poseer características. El
afán de cambiar al mundo es el más politizado de los temas, porque la decisión
política amarra el rumbo de las sociedades. No por ello se requiere buscar un
programa político, en sentido estricto, para descubrir que se desplaza el conjunto.
Muchísimos actos y factores contribuyen a trasladar las situaciones dominantes,
convirtiendo lo que era una semilla de ensueño en enormes realidades.
Algunas
de las ideas típicas que circulan entre la masonería son complejas; por lo
mismo, los autores no terminan de estudiarlas y la teoría política no encuentra
un acuerdo. Ahora se acepta que la triple consigna de la Revolución Francesa de
“Libertad, Igualdad, Fraternidad” es típicamente masónica, aunque la
interpretación de tales ideas no resulta sencilla.
Conforme
cambian las tendencias sociales, por “libertad” se va entendiendo algo
diferente; ahora el tema de la “libre preferencia sexual” aparece en las
discusiones serias, mientras en el siglo xviii era casi impensable. La
complejidad de la idea de libertad la hace un tema permanente de debate y un
aspecto crucial para la confección de cualquier constitución.
Un
pequeño programa político ha de concretar cuestiones candentes dentro de cada
coyuntura y encajar los temas pasajeros. A veces, los temas coyunturales son
tan urgentes que acaparan el primer plano; por ejemplo, el aspecto de la “no
reelección” para el México posrevolucionario, tan lastimado por la perpetuación
en el poder de Porfirio Díaz. Por importante que sea, el pequeño programa político
fácilmente se vuelve dogma y opaca la complejidad de las grandes ideas.
A
veces los observadores externos, cuando miran a los masones en actuación
política, pretenden descubrir dónde está definido el pequeño o gran programa
político francmasónico para la coyuntura. La respuesta es que éste no ha
existido;14 aunque algunos líderes sí lo tienen especificado. Ello no implica
que la institución posea un “programa político definido”, lo cual descarta a
las teorías de la conspiración.
Errónea
equivalencia entre masonería y liberalismo decimonónico
Durante
finales del siglo xviii y una parte del XIX, la conversión de logias en
partidos o semipartidos ha causado gran confusión sobre las características de
la masonería. Ahora que contamos con tres siglos para analizar la trayectoria
de la masonería moderna podemos afirmar que la figura de identidad
logia-partido ha sido una excepción bajo ambientes de persecución y de vida
republicana incipiente.15 De ahí el error de Trueba que identifica a la
masonería-casi-partido con el liberalismo clásico decimonónico, y se imagina
que después ocurrió una rarificación d0e ambiente, porque se disuelve el
binomio de logia-partido.
En
ambientes sin persecución y con organizaciones políticas definidas, las logias
se han dedicado a lo que marcan sus principios, que son estudios de filosofía
moral y no a la organización de los intereses. La figura metafórica correcta no
es el signo igual de matemáticas, la masonería “ronda” en las cercanías de la
ideología del liberalismo, pero el liberalismo decimonónico ya está fuera de
nuestro presente y atado a su contexto.
En
el siglo xx, la masonería se aproxima a otro eje de “liberalismo”, que de modo
usual sigue defendiendo las libertades, aunque a veces parece socialdemocracia
o populismo, otras veces neoliberalismo o elitismo, porque las tendencias
concretas de los librepensadores son muy diversas. ¿Cómo se reinterpreta una
idea compleja? Mostrando diversas facetas, sacando novedosas conclusiones. Esta
misma perspectiva se aplica a la participación de los masones en la
Constitución de 1917, con lo que se manifiesta de novedosa y no se limita a una
repetición del ideario del liberalismo del siglo XIX.
Transición
de siglos 1: en el Porfiriato se abandona la logia-partido
En
los tres siguientes incisos, observaremos que antes de la ruptura de Francisco
I. Madero con Porfirio Díaz, ya había ocurrido otra división que refleja el
dilema entre la visión anómala de la logia-partido y su transición hacia su
amplia distancia ante el poder central, además del marcado desprestigio del
dictador ante la masonería local.
El
florecimiento inicial de la masonería mexicana, en esa etapa, transcurrió con
la fusión-confusión entre logias y partidos. El lado sombrío de esa
identificación creció entre la inestabilidad del sistema de poderes, bajo
continuos enfrentamientos, golpes de Estado y sublevaciones, en las cuales las
logias también se combatieron entre ellas o servían como “instrumento del
poder”. La situación de la logia como instrumento del poder resulta contraria a
las definiciones fundamentales de la masonería moderna y una excepción en su
larga carrera de siglos.
La
pacificación de México bajo Porfirio Díaz, unido al hecho de que el país siguió
agradecido con la salvación de la patria por Benito Juárez y su generación
liberal —reconocida por su procedencia y militancia masónicas—, permitió un
desplazamiento de las tendencias predominantes. Intentando resumir un gran
periodo en pocas frases, desde la llegada de Porfirio Díaz al gobierno las
logias deslavaron el posicionamiento político previo, no obstante el gobierno
siguió siendo conducido por francmasones destacados.
Asimismo,
el Rito Nacional Mexicano perdió por completo su protagonismo frente al Rito
Escocés, por el cual optó el presidente Díaz;16 por su parte, el Rito York
siguió su tendencia descendente. En este contexto, el cambio de pesos y
protagonismos entre los diferentes ritos no conlleva un cuestionamiento sobre
los principios filosóficos de cada rama, sino una situación que, de hecho,
varió el tamaño de sus organizaciones.
En
ese mismo periodo, se fue formalizando y aceptando entre la masonería mexicana
que no era un partido y que no participaría en política como organización. El
Rito Nacional Mexicano, desde 1877 declaró su retirada de la política como
organización.17 Algo parecido sucedía con el Rito Escocés que, recuperando y
asimilando las directivas usuales en Europa desde hacía dos siglos, mostró que
su camino ya no sería fungir como grupo político. Es decir, durante la “paz
porfiriana” se fue disolviendo el modelo de logia-partido, aunque el cambio no
sucedió sin conflictos.18
Transición
de siglos 2: de la unión en la Gran Dieta a las rupturas con Díaz
El
comienzo de la pacificación porfiriana también implicó una centralización del
poder y de las logias; en especial, por encima de los ritos existentes, a mitad
del gobierno de Porfirio Díaz se desarrolló el modelo de la Gran Dieta
Simbólica que agrupó a los diferentes ritos importantes, la cual se creó en
1890 e integró a los principales organizaciones en una “superestructura” que
las cohesionó en una autoridad superior sin disolver los ritos, quedando
Porfirio Díaz como su Gran Maestro. El ascenso meteórico y capacidad de la Gran
Dieta para integrar armónicamente a los principales ritos (juntando las
escisiones previas de los ritos Escocés, Nacional Mexicano y Yorquino), parece
haber dependido del peso ganado bajo la sombra y favoritismo de la figura
presidencial. Que todos los ritos se unieran en una única cúpula superior
implicaba una situación anómala de centralización, bajo la sombra de una
autoridad política, lo cual reflejaba un éxito del proyecto centralizador en
Porfirio Díaz. Aunque él pronto delegaría la operación en un personaje
polémico, Hermilo Cantón, contra quien las logias descargaron sus desacuerdos y
frustraciones.19
Hacia
1895, Porfirio Díaz renunció a su cargo de Gran Maestro y la Gran Dieta se vino
a pique, restableciéndose la prevalencia de cada rito masónico por separado y
su distancia respecto del poder político. Este gesto del presidente ha sido
interpretado como astucia,20 pero existe un tema más específicamente masónico,
el de las diferencias y hasta la ruptura final con el viejo gobernante.
Asimismo, el debilitamiento y desaparición de la Gran Dieta transitó por objetar
su participación política directa,21 en el sentido de rechazar el
involucramiento de la masonería como organización ligada a algún gobierno; el
hecho de que ése fuera un argumento clave en el debate y afectara el desenlace
nos muestra la tendencia a robustecer el modelo moderno donde la logia no es
más un órgano directamente político.
El
conflicto entre los masones más comprometidos con su actividad y menos con la
política, se representa mejor por los problemas agudos de Ignacio Manuel
Altamirano contra Porfirio Díaz. Una figura cimera y de contrapunto que muestra
a la masonería desafiando al presidente es Altamirano, quien encabezó
importantes organizaciones. Este personaje dejó un gran legado cultural y
literario, y mantuvo en alto el principio de libertad intelectual
característico de la masonería, cuando polemizó con los poderes gubernamentales
existentes aunque fueran afines.22
La
trayectoria liberal de Porfirio Díaz fue muy conocida, así que causó gran
escándalo cuando renegó transitoriamente de su filiación de masón para
contentarse con la Iglesia católica, pues fue presionado y chantajeado para que
su esposa moribunda recibiera la extremaunción, previo matrimonio católico.23
La anécdota pinta un matiz de Díaz, envuelto en la liviandad del caudillo que
deja sus ideales a capricho, lo cual debió cuestionar a los librepensadores.
Después su permanencia en el gobierno abrevó en el fracaso ético; asimismo, nos
explica que al final del Porfiriato las logias con su pléyade intelectual
cambiaran su bandera, dejando sin ese importante sustento al régimen.
Transición
de siglos 3: ruptura de Madero y dispersión masónica
En
su ocaso, el viejo dictador quedó arrinconado y desterrado por el proceso
revolucionario. La joven generación, liderada por el también librepensador
Francisco I. Madero, abrió el nuevo rumbo del país. Entonces, en lugar del
remplazo de una tendencia por otra, como en el siglo XIX, se afirmó la
separación entre la militancia masónica personal y la actividad pública. Madero
intentó implantar una democracia que incluyera a toda la nación, sin pretender
un beneficio sectario y su ejemplo atrajo al país, con la excepción de una
élite nostálgica.
Si
bien estaba cada vez más claro que no era aceptable el modelo de logia-partido,
existía una nutrida pléyade de masones maduros y jóvenes que se precipitaron a
la acción pública con la Revolución. Durante la gesta armada, la mayoría de las
logias interrumpió sus trabajos grupales, pero eso no impidió que los
individuos se siguieran frecuentando y que intercambiaran sus opiniones de
manera discreta.
Durante
los años revolucionarios se cortan las vías de comunicación, ocurren
desplazamientos súbitos en zonas de conflicto, las hostilidades bélicas separan
a las familias, los enfrentamientos militares mueven a grandes poblaciones, y
cuando termina el periodo armado el país ya es otro.
Por
lo mismo, cuando cesan las hostilidades —de modo sorprendente para los
observadores superficiales— surge una gran cantidad de masones que ocupan
puestos muy destacados. Ese posicionamiento no resulta evidente tanto por la
discreción de los masones, como por su dispersión; es decir, cada quien estaba
enarbolando sus propias ideas, sin que se manifestara con suficiente claridad
alguna “ideología masónica” durante la Revolución Mexicana.
El
triunfo de Venustiano Carranza
Algunos
autores han evaluado el rápido triunfo del Ejército Constitucionalista,
dirigido por Venustiano Carranza, como un proceso sorprendente; cuando
anteriormente la alianza de Francisco Villa y Emiliano Zapata, con su
Convención, lo había arrinconado en el puerto de Veracruz. Por ejemplo, hay
quien sostiene que la derrota de la Convención depende de una imposibilidad
estructural del bando campesino, incapaz de acaparar el poder político.24 Visto
en retrospectiva, también cabe hacer notar que el bando constitucionalista
logró un mayor apoyo de las clases medias y, en el mismo tenor, de la masonería
vigorosa del centro y norte del país. Claro que la habilidad política de Álvaro
Obregón sirvió también para integrar a sectores organizados del proletariado
que contribuyeron a cargar el “fiel de la balanza” a su favor.
Para
1916, el grupo constitucionalista triunfante contaba con la adhesión de gran
parte de los masones mexicanos; incluso de los líderes recién fogueados en el
campo de batalla como Francisco J. Múgica. Por ejemplo, es conocida la
actuación de Luis Manuel Rojas, alto dirigente de logias mexicanas, en la
defensa del presidente Madero capturado y asesinado durante el golpe de
Victoriano Huerta. Demostrar la amplitud de apoyos de librepensadores mexicanos
a las facciones revolucionarias en cada estado del país requeriría de una
investigación completa, ya que son escasos los estudios regionales detallados y
documentados con material de primera mano, como el de José de la O Holguín
sobre Durango.25
La
preparación del Congreso y las limitaciones del proyecto de Carranza
Existen
interpretaciones que reclaman el conservadurismo de Venustiano Carranza, al no
efectuar inmediatamente las reformas radicales (agraria, laboral o de la
propiedad de los recursos naturales) después de la lucha armada. Se repite
incesantemente que las aspiraciones esenciales del coahuilense no favorecían el
reparto agrario ni los derechos sindicales, sino más bien delimitarse en los
principios democráticos de 1857.
Sin
embargo, mucha de la interpretación sobre Carranza se centra en las
“intenciones verdaderas” del coahuilense, lo cual es un tema que escapa al
análisis riguroso, pues son más tema de psicología y lo que importa es su
materialización. Como fuera, al despuntar 1915, el Primer Jefe aceptó y signó
una Ley de dotación y restitución de ejidos de los pueblos, que era empujada
por sus partidarios “conversos al agrarismo”.26
Por
la urgencia de la estabilización, la planeación del Congreso fue mínima, pero
era una necesidad estricta para un bando que siempre ondeó la bandera de la
legalidad y el aniquilammiento de la usurpación.27 Como mostraron los
acontecimientos, cualquier intención de unos seis meses antes del evento quedó
ampliamente rebasada en las discusiones y decisiones tomadas. La velocidad con
que se organizaron las elecciones no permitía una centralización de los
delegados electos, al contrario, ellos reflejaban la variedad de nociones e
intereses locales; por lo mismo, el grupo que se suponía más afecto a Carranza
era reducido. El Congreso se reunió en Querétaro en noviembre de 1916 y terminó
sus trabajos el 30 de enero de 1917.
La
mayoría subraya la limitación del proyecto de Carranza, y le da una importancia
desmedida a las “intenciones y deseos”, por ejemplo:
El proyecto de Carranza estaba
basado en la Constitución de 1857 y recogía de alguna manera el espíritu
liberal (espíritu masónico) con añadiduras mínimas; fortalecía y centralizaba
el poder presidencial y disminuía el del Legislativo; pretendía conservar
intacto el latifundio, expresaba insensibilidad a las demandas del pueblo y
manifestaba el deseo de no comprometer al gobierno con las peticiones populares
(las de tierra principalmente).28
Importancia
de los diputados masones sin acatar dictados
Proponer
una elección de diputados implicaba una solución democrática y al mismo tiempo
dispersa cuando el sistema de partidos había colapsado por el fragor
revolucionario. Así, en los resultados electorales predominaron liderazgos
locales y las coyunturas efímeras. Como fuera, la composición de diputados
resultó muy diversa y dentro de esa composición se ha hecho notar la
participación destacadísima de un puñado de diputados experimentados,
encabezados por un notable masón: Luis Manuel Rojas.
Los
sistemas políticos son asimétricos y los eventos históricos resultan únicos,
por ello la participación de individuos destacados que funcionan con liderazgo
suele modificar el panorama, entonces las personalidades cimeras le dan un giro
inesperado a las situaciones. Queda en supuesto que las aspiraciones personales
de Venustiano Carranza al convocar al Congreso Constituyente estaban
delimitadas a regresar a los principios de 1857, sin incluir la reforma agraria
ni las reivindicaciones proletarias. Pero ya instalado el nuevo Congreso, las
acciones de los diputados superaron los alcances del Poder Ejecutivo.
Todo parecía fácil para el
carrancismo, pero la intervención en el Congreso de los diputados que migraron
de las logias masónicas y que se integraron a las diferentes fuerzas
revolucionarias, como Luis Manuel Rojas, Francisco J. Múgica, Heriberto Jara
Corona, Luis G. Monzón, Jesús Romero Flores y otros más (identificados con
Obregón y no con Carranza), le dieron un giro inesperado para Carranza y;
finalmente, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
promulgada el 5 de febrero de 1917, recogió gran parte de las demandas
planteadas en el Programa del PLM de los hermanos Flores Magón; así como la
esencia del Plan de Ayala del zapatismo, incluso con leyes agrarias más
radicales que las demandadas por Zapata…29
Visto
a la distancia, el abismo entre las supuestas intenciones originales de
Carranza y el desenlace de la Constitución de 1917 resulta sorpresivo o
bastante misterioso.30 Para quienes por desconocimiento se imaginan que los
masones son una “escuela de pericos” dispuestos a seguir las órdenes de un jefe
sin pensarlo, ese resultado resulta todavía más sorprendente. Sin embargo, las
logias masónicas son una escuela para la libertad de pensamiento, donde los
individuos piensan por sí mismos con base en la mutua educación mediante
símbolos, auxiliados de estudios filosóficos y científicos. A diferencia de la
logia, el partido político sí requiere de una acción conjunta en línea con los
programas políticos acordados, por tanto la disciplina partidaria se impone,
pues sin disciplina ni afinidad se generan divisiones y expulsiones. En cambio,
los masones modernos no están obligados a seguir públicamente a ningún líder
carismático ni consigna política particular; en fin, los librepensadores del
principio del siglo xx mexicano debían ser convencidos con ideas y no
amedrentados con armas ni con dictados burocráticos. En ese sentido, la
participación de masones destacados en la deliberación de la Constitución de
1917 demostró su libertad de pensamiento, las discusiones no permanecieron en
el punto de origen y los mismos debates permitieron una evolución de
posiciones.31
Los
grupos de diputados renovadores y jacobinos
Los
llamados diputados renovadores son muy importantes por su experiencia
legislativa y su vínculo con Carranza y la masonería. A reserva de una
discusión a detalle, ese reducido grupo juega el papel estratégico de
catalizador y timonel en la legislatura. Este grupo de 23 legisladores fue
liderado por Luis Manuel Rojas, Félix Palavicini, Alfonso Cravioto,32 Guillermo
Ordorica, Enrique O’Farril, Carlos M. Esquerro y Gerzayn Ugarte (secretario
particular de Venustiano Carranza).33 De acuerdo con reseñas, su integración en
el Congreso Constituyente fue combatida desde el Colegio Electoral que
dictaminaba la integración de diputados. Según acusaba Palavicini hubo una
intriga debida al “entonces secretario de Gobernación, Jesús Acuña, y al
general Álvaro Obregón”,34 por lo que acreditarlos como legisladores requirió
de largas y acaloradas discusiones.
La
otra ala de la asamblea constituyente se ha denominado jacobina o radical, en
principio fue más numerosa y menos precisa que la denominada de los
renovadores, aunque por los consensos logrados cabría cuestionar hasta la
división en grupos.35 Por su importancia, algunos opinan que el ala jacobina se
apoderó o tomó a la asamblea constituyente36 y otros, con un análisis más
detallado, han rechazado de modo contundente esa visión de una división
artificial en bandos. 37 Al ser más laxo y propenso a cambios de opinión, su
análisis resulta más difícil, de tal modo que nos contentamos con mirar sus
liderazgos. Las figuras destacadas del ala jacobina fueron Francisco J. Múgica
y Heriberto Jara; especialmente, el primero es considerado el orador más
notable y con capacidad de convencer sobre sus posiciones. Ya se ha comentado
que ambos eran masones que seguían sus propias convicciones, aunque algunos
autores creen que tras esa ala operaba Álvaro Obregón, quien permanecía aliado
con Carranza. Al final de cuentas parece que las convicciones individuales
sobre lo que cada cual creía mejor para el país predominó, tal como se
demuestra en la discusión de los grandes capítulos de la nueva Constitución.
Desplazamiento
del eje político y pragmatismo
Al
final de cuentas, el texto constitucional terminó incluyendo la problemática
más importante que motivó la lucha revolucionaria, uniendo el viejo anhelo de
democracia y libertad con los nuevos temas de reivindicación y derechos
sociales para campesinos y trabajadores. Tales novedades marcaron un
desplazamiento del eje político desde lo individual hacia lo social, desde el
acento en libertades hacia la intervención del Estado, desde las nociones
generales hacia el nacionalismo, desde la omisión de la problemática obrera y
campesina hasta su inclusión muy clara. Si una prolongada revolución exigía una
gran legitimación, esta nueva constitución abría la puerta para incluir entera
la problemática social vigente.38
Desde
perspectivas distantes ese desplazamiento de posiciones resulta extraño o
misterioso. Una explicación muy general remite a que el desplazamiento fue una
respuesta pragmática, realista o ecléctica, marcando su diferencia con respecto
al credo liberal delimitado al tema de la igualdad ante la ley y los derechos
generales, pues se introducían los llamados derechos (o reivindicaciones)
sociales. La nueva Constitución integró soluciones que se creyeron realistas y
en consonancia con la complejidad del país. Cabe anotar que tal pragmatismo o
realismo39 de los diputados al Congreso era también la expresión de sus
convicciones, pues no se nota que ninguna presión ajena los haya inhibido. Esta
tesis se acentúa más cuando se considera que ellos se curtieron en la dureza de
la guerra civil previa.
Existe
otra hipótesis que también se establece como línea de explicación, pues se
afirma que la Constitución resultante “reflejó las condiciones internacionales
de su tiempo”.40 Una argumentación tan general (reflejo del mundo) indica todo
y nada simultáneamente, por tanto, no resulta de utilidad. Siempre hay
interacción y mutua determinación entre las regiones de un planeta integrado;
pero el análisis empieza con la determinación de las conexiones precisas y los grados
de influencia, que son por variables. La presencia de masones indica una
apertura a las tendencias mundiales, pues es típico de esa institución su
aspecto cosmopolita que no opaca su tinte nacional. El desplazamiento del eje
político de esta Constitución mexicana, en aspectos importantes, se adelantó a
la expansión de las preocupaciones sociales del resto del globo y, para el
gusto de los comunistas, se quedó atrás.
El
tema obrerista y apología del trabajo
Las
explicaciones usuales ignoran la participación de los masones en esa coyuntura;
además, contrabandean el erróneo prejuicio de que la “ideología” masónica no
contiene afinidad con la problemática obrera del siglo xx, como si las
reivindicaciones laborales hubieran surgido exclusivamente con el marxismo.
Existe el prejuicio equivocado de que como el liberalismo es la principal
ideología afín a la masonería, se cree que todas las variedades socialistas han
sido antagónicas a la masonería y, al mismo tiempo, que los fundadores del
socialismo fueron masones.41 Aquí no hay espacio para aclarar esa confusión,
pero cabe anotar que la masonería, desde sus inicios modernos (1717), señala su
herencia y continuidad simbólica con un gremio de constructores, donde se unían
el humilde oficio manual con la gnosis de los arquitectos. Tales gremios
medievales son un antecedente directo de los sindicatos.
Ese
origen favoreció que las generaciones siguientes de masones fuesen sensibles a
la problemática y el papel de los obreros; asimismo, las representaciones
simbólicas de la francmasonería comenzaron en las catedrales, continúan siendo
un canto al trabajo manual y señalan la importancia de las herramientas.42
Si
se revisan las publicaciones masónicas, se encontrará que narran la apología
del trabajo en todas sus manifestaciones, comenzando con el oficio del cantero
y extendiéndola hacia la más amplia gama de sus expresiones. Con tales
antecedentes ha sido común encontrar librepensadores sindicalistas y
socialistas, siendo notorio que sus delegados en la Constitución de 1917 fueran
unánimemente favorables a integrar el capítulo de los derechos de los
trabajadores.
Además
de la variedad de intereses incluidos en la cuestión obrera, cabe anotar que
temas como la jornada de ocho horas se ligan a una armonía típicamente francmasónica,
porque encuentra una división del día en tres fracciones más perfecta y
adecuada para el mejoramiento social a largo plazo.43
Los
antecedentes de educación moral entre los masones mexicanos los hacía proclives
a defender los principios de derecho laboral. Además, esa inclinación se
convirtió en un sentir casi unánime en la Asamblea Constituyente, así: “Al
revisar la discusión del artículo 5 (que derivará al 123) encontramos que
ningún constituyente se opone a la protección legal de los derechos laborales.
Si acaso diferían de la forma jurídica…”44 Es decir, hubo un consenso y se
adelantó en unanimidad.
El
tema agrario
Notamos
que la masonería fue una organización de origen urbano, pero su desarrollo no
ha sido ajeno a otros sectores y al tema campesino. En especial, la búsqueda de
una solución “radical” al problema agrario mediante grandes repartos ha
existido desde los anales de la antigua Roma. Siguiendo la misma pauta de
razonamiento, el conocido respeto del liberalismo por la propiedad privada no
implica que la institución jurídica esté por encima de considerar a las
personas. La desposesión completa del campesino sin tierra es tan extrema, como
la imperiosa concepción de que unir al productor con la herramienta es un
principio axial para la masonería, tal como lo señalamos con el tema obrero.
Las
apologías que pretenden colocar todo el mérito del agrarismo únicamente en el
radicalismo de los zapatistas oscurecen el hecho bien comprobado de que existió
agrarismo entre sus rivales revolucionarios y uno especialmente decidido entre
la llamada facción jacobina del constitucionalismo. Esa curiosa ala jacobina se
ocupó de empujar el reparto agrario en la práctica, mostrando que no eran
solamente declaraciones, aunque lo hizo con cautela porque entregar tierras
durante el conflicto armado implicaba el riesgo de la desmovilización.45
El
Estado fuerte y el presidencialismo
En
la Constitución se mantuvo el federalismo, pero en la práctica siguió abierto
el camino para el Ejecutivo fuerte, con el derrotero franqueado para reforzar
el presidencialismo, sin un equilibrio de poderes mediante su separación o por
el fortalecimiento local.
En
particular, la presencia de gobernantes afines y la anomalía de las
logias-partido en el siglo XIX mexicano provocaron la presencia de figuras
autoritarias con influencia en la orden. Con claridad, en el lenguaje típico de
la francmasonería la barrera que jamás se debe traspasar se llama tiranía; en
ese sentido, cabría descubrir la excepción de masones aristócratas o pactando
con presidentes autoritarios.46
Arriba
hemos indiciado el ascendente de Porfirio Díaz y que su ocaso implicó que los
masones se distanciaran de su proceder, porque para ellos representaba su
claudicación ante el conservadurismo católico y se le rechaza bajo la acusación
de ser una tiranía. Por eso mismo, sería de esperarse que los masones de 1917
(todos antiporfiristas) estuvieran alerta contra la otra tiranía, aunque tal
vez no fueran tan reacios a caer en formas centralistas o hasta autoritarias.
Al
mismo tiempo, la guerra con su organización militar es un acontecimiento
jerárquico, donde la disciplina y las órdenes son elemento indispensable de la
eficacia bélica. Una parte importante de los diputados masones también eran
militares operativos que obtenían la experiencia del mando y la obediencia.
Vista desde lejos, la línea de separación pudo recaer en otra distinta, como es
un “equilibrio de poderes”; por lo tanto, resultaría casi inexplicable que el
Constituyente de 1917 favoreciese una figura de “fortalecimiento del presidente
frente al Congreso”.47 Sin duda, ese diseño legal abrió la puerta al
presidencialismo, pero recordemos que en el ajuste de cuentas posrevolucionario
pesaba más lo que llamamos caudillismo, donde el liderazgo carismático de los jefes
militares predominó. Por tanto, los generales Álvaro Obregón y luego Plutarco
Elías Calles se convirtieron en el eje del sistema de poder hasta que se
terminó el Maximato. El presidencialismo institucional completó su salto
cualitativo hasta el periodo de Lázaro Cárdenas del Río, quizá el masón más
influyente en las transformaciones sociales del siglo xx mexicano.48
El
tema nacional y los recursos naturales
Si
bien la masonería suele reconocerse como una institución de carácter
cosmopolita e ilustrado, su acción histórica está ligada al despertar de las
naciones y su liberación del colonialismo. El surgimiento de la francmasonería
moderna en las metrópolis europeas no significó una tentativa de superioridad o
de colonialismo, al contrario, implicó un nuevo reconocimiento de la igualdad
entre los pueblos.
En
particular, la Revolución Mexicana abrió las heridas por nuevas intervenciones
militares norteamericanas y una gran desconfianza ante la llegada de empresas
extranjeras; por lo mismo, temas sobre el control de recursos naturales y
defensa de los compatriotas eran comentarios usuales entre las logias masónicas
del país. Así, quedó reflejada la Constitución de 1917 con novedosos y audaces
conceptos bajo los cuales se esperaba que el Estado sirviera de paraguas ante
el extranjero, aunque hubiera contradicción con las nociones de librecambismo.
Un
cambio principal fue la irrupción, en el artículo 27, del tema de la propiedad
original de la tierra y el subsuelo. Además del aspecto estatista (o de control
original de la nación administrado por el gobierno) está su matiz nacional,
pues el Estado-nación soberano legitimado democráticamente será el que detente
el recurso natural originalmente y procederá a repartirlo. Sin atender al
conjunto de su diseño, para condenarlo los opositores consideraron al artículo
27 de tendencia comunista o bolchevique.49 Las tendencias favorables a su
redacción vieron nuestro diseño constitucional como una confluencia del
liberalismo clásico y el socialismo europeo.50
En
las siguientes décadas, se demostró que el diseño del artículo 27 tendría
grandes consecuencias al permitir la expropiación petrolera y la aplicación
masiva de la reforma agraria. Para el argumento de este capítulo, debe
destacarse que la unión de tales transformaciones catapultó el periodo clásico
de la integración nacional, pues permitía a los más desfavorecidos el acceso a
medios de producción y facilitaba su tarea al Estado con una palanca clave de
desarrollo económico. El resultado evidente fue que la aplicación práctica del
diseño de la Constitución de 1917 integró a la población mayoritaria en un
proyecto nacional.51
La
educación: perseverancia de la masonería
Desde
sus orígenes, cuando a los dirigentes de la masonería se les pregunta por la
solución para los grandes males sociales, su respuesta no fue política ni
ideológica ni religiosa. La respuesta usual y oficial de las organizaciones
masónicas es bastante repetitiva y se dirige hacia una solución de fondo única.
Las respuestas individuales del problema social se han acentuado hacia la
pobreza o la injusticia, hacia la ausencia de libertades o la intolerancia con
las ideas ajenas y los grupos minoritarios, también ha permeado la preocupación
por crisis económicas y la depredación ecológica… en fin, los problemas son
tantos y a veces hay soluciones urgentes. Pero cuando se interroga a fondo a
los masones más ortodoxos la salida apunta hacia una sola dirección y la
respuesta suele ser la misma: la educación es la solución de fondo de los
problemas sociales y ésta debe extenderse a todo individuo, desde la niñez
hasta la madurez, sin distinción de género ni de condición social.52
En
las situaciones de la posrevolución mexicana, la urgencia de la educación se
presentó en el Congreso y como respuesta se integró en el artículo 3o. Según
criterios de la época, la plataforma era la educación básica universal para
partir de ella y elevar el nivel de toda la población, siendo esa la
herramienta fundamental para la solución de largo plazo. Ya la masonería
mexicana del siglo xix había roto con la confusión entre adoctrinamiento
religioso y la educación básica, luego el Constituyente continuó con esa línea
y legalizó la plataforma para un sistema educativo básico universal, que
proyectaba colocar pautas científicas y populares, bajo un concepto laico y con
acceso sin discriminación para los menores.
Conclusión
Resulta
sorprendente lo poco que se ha observado y documentado la intervención crucial
de los masones mexicanos en la confección de la Constitución de 1917. Esa omisión
es notable si se compara con el amplio reconocimiento de la fisonomía masónica
de la Reforma y la generación alrededor de Benito Juárez. En la coyuntura de la
Constitución de 1917, la masonería mexicana había transitado desde el modelo de
las logias-partidarias hasta uno de instituciones autónomas de la pragmática
política y con libre decisión de los asociados, donde los miembros individuales
sí podían participar siguiendo cualquier causa legítima.
Desaparecido
el esquema de la logia-partido, al final del siglo xix resurgió el ímpetu y
liderazgo de los individuos formados en sus “sociedades de ideas”. Y en la
Revolución Mexicana sí que lo hicieron de modo destacado, tomando posición de
líderes en el proceso. La pléyade de delegados masones se distinguió por su
experiencia legislativa, su oratoria o por sus enfoques avanzados.
El
salto desde el primer proyecto presentado por Carranza para la Constitución de
1917, hasta la rápida modificación —que incluía el ideario social y las claves
de la llamada “ideología de la Revolución Mexicana” que dominó el panorama
nacional por el resto del siglo— fue facilitado por la novedosa inserción de la
masonería en su entorno político.
Los
estudios detallados muestran el gran liderazgo de los francmasones en la
redacción de la Constitución, así como su disposición a no caer en dogmas, para
superar los conflictos transitorios y alcanzar acuerdos con sus rivales. Lo que
parecía durante el periodo armado una rígida confrontación de clases y
caudillos, al final se resolvió rápidamente con la integración de las más
amplias reformas plasmadas en ley al principio del siglo xx. La amplitud de las
miras e ideales de los librepensadores contribuyó a esa situación, con una
aportación casi siempre desconocida, ya que se trata de una organización
discreta y, como organización, separada de la actividad política.
NOTAS
* Ha publicado ensayos,
textos literarios y periodísticos en revistas y diarios independientes como
Generación, Reflejos, Despegue, La vida literaria, Razones y Germinal. Actualmente
es miembro del consejo editorial de la revista Mundo siglo XXI del Centro de
Investigaciones Económicas, Administrativas y Sociales del Instituto
Politécnico Nacional.
1 Para Bastian, la
ausencia de los estudios de masonería es generalizado y sin justificación
alguna. Jean Pierre Bastian, “Una ausencia notoria: la francmasonería en la
historiografía mexicanista”.
2 A los miembros
permanentes de las logias se les conoce como masones o francmasones (de
freemasons en inglés), en raras ocasiones se emplea el término librepensadores
o cofrades para designarlos y también es usual el de iniciados. A la
institución se le llama logia, masonería o francmasonería. A las agrupaciones
regionales se les denomina Oriente y a las mayores se les llama Gran Oriente. Las
diferentes ramas de la masonería se denominan ritos, por las prácticas que las
diferencian, siendo en México las principales el Rito Escocés (más
específicamente, el Antiguo y Aceptado), el Rito de York y el Rito Nacional
Mexicano. A partir del final del siglo xix, el más importante en México ha sido
el Escocés, que se clasifica en simbolismo (incluyendo su primeros tres grados)
y filosofismo (agrupando a los siguientes hasta alcanzar el grado 33 y último).
A la agrupación mínima y unitaria se le denomina logia o taller. En literatura
histórica a la masonería se le clasifica como sociedad de ideas, aunque el
término es un poco más genérico y abarca otras expresiones.
3 James D. Cockroft,
Precursores intelectuales de la Revolución mexicana (1910-1913), p. 97. Aunque
el autor no es especialista en masonería y en el párrafo completo aparecen
algunas inexactitudes, sobre las logias y su estructura, detecta bien la
presencia constante de los masones, antes y a lo largo de la gesta
revolucionaria.
4 Félix Palavicini,
Historia de la Constitución de 1917, t. 1, p. 71.
5 José Luis Trueba Lara,
Masones en México. Historia del poder oculto, p. 308. Una obra razonablemente
documentada, pero con una falla crucial para nuestro tema: la de confundir y
añorar el maridaje entre masonería y política.
6 El modelo de la
logia-partido como florecimiento anormal pero muy notorio entre la masonería y
paramasonería moderna en los siglos xviii y xix merece un estudio
pormenorizado. Desde el surgimiento en Inglaterra en 1717 de la primera logia
regida por reglas seculares, aparece su modelo de logia no partidaria, pero
muchas circunstancias históricas explican la floración de logias partidarias,
incluso muchas veces esa excesiva politización de las logias no se debía a
reglas escritas ni a obligaciones rituales. Los casos más extremos crearon
logias bajo estatutos políticos (como los yorquinos federalistas en México o
las logias Lautaro en Sudamérica), aunque la regla general fue su desaparición
paulatina y el predominio de las logias dedicadas a los estudios filosóficos y
simbólicos, separadas del partidarismo. Para la organización de esa separación
formal y hasta legal de la política no significa que la masonería normal no
posea una vocación ético-filosófica que merece ser llamada “política” en el
sentido más general o filosófico del término; conjuntamente que sus miembros
suelen ser destacados político, hasta el grado que la vida política de los
países esté marcada por el liderazgo de los masones. También hay quienes
prefieren marcar más la distancia entre esas logias-partido frente a la
masonería normal, para señalarlas como “paramasonería” o “sociedades de ideas”.
Cfr. Miguel Martín-Albo, Historia de la masonería. Carlos Francisco Martínez
Moreno, “La Sociedad de los yorkinos federalistas, 1834. Una propuesta
hermenéutica de sus estatutos y reglamentos generales a la luz de la historia
de la masonería”, pp. 212-233.
7 Asimismo, cuando se
suman los masones a las otras “sociedades de ideas”, por ejemplo, en Bastian
hay la pregunta si se podría definir una “revolución societaria”, por la
importancia de ese componente en el inicio de la Revolución de 1910: “cabe
preguntarse si en lugar de definir la Revolución como minera, al modo que lo
hace Guerra, o de serrana como lo define Knight, no convendría hablar de una
revolución ‘societaria’, ligada a las redes de sociedades de ideas tanto en las
regiones de frontera entre minas y ranchos como en los límites estatales
‘serranos’”, Jean Pierre Bastian, “El paradigma de 1789. Sociedades de ideas y
Revolución Mexicana”, pp. 79-110. Asimismo, Jean Pierre Bastian (coord.),
Protestantes, liberales y francmasones.
8 Beatriz Urías
Horcasitas, “De moral y regeneración: el programa de ingeniería social
posrevolucionaria visto a través de las revistas masónicas, 1930- 1945”.
9 Opinión de Beatriz Urías
Horcasitas citada por José Luis Trueba Lara, Masones en México. Historia del
poder oculto, p. 313.
10 Por ejemplo, en la
“Constitución de los francmasones” llamada de Anderson, primer documento de la
masonería moderna, indica entre sus deberes: “El masón ha de ser pacífico
súbdito del poder civil doquiera que resida o trabaje, y nunca se ha de
comprometer en conjuras o conspiraciones contra la paz y el bienestar de la
nación”, p. 24.
11 James Anderson, “Constitución
de los francmasones”, publicada en 1723.
12 Un autor clásico y clave en el robustecimiento de
la masonería filosófica es Albert Pike, quien en su obra más conocida Moral and
Dogma nos indica el sentido constitucionalista y la actitud predominante hacia
la política y los partidos: “Essentially philanthropic, philosophical, and
progressive, it has for the basis of its dogma a firm belief in the existence
of God and his providence, and of the immortality of the soul; for its object,
the dissemination of moral, political, philosophical, and religious truth, and
the practice of all the virtues. In every age, its device has been ‘Liberty,
Equality, Fraternity’, with constitutional government, law, order, discipline,
and subordination to legitimate authority-government and not anarchy. But it is
neither a political party nor a religious sect. It braces all parties and all
sects, to form from among them all a vast fraternal association”. Albert Pike,
Moral and Dogma, Cap. XIV, Grand elect, perfect, and sublime mason.
13 José Ortega y Gasset,
El tema de nuestro tiempo: “la profecía ha sido lo normal, con que casi toda
etapa fue pronosticada por la anterior con pasmosa precisión”, p. 18.
14 Como sucede con las
logias-partido, que han sido una excepción, justificadas por la urgencia de
actuación y la inexistencia de partidos políticos, por ejemplo, con la famosa
intervención de los Caballeros Racionales y las logias Lautaro desprendidas de
la actuación de Francisco Miranda. Miguel MartínAlbo, Historia de la masonería,
p. 227. 15 Un buen ejemplo es el análisis a detalle de los “yorkinos
federalistas”, los cuales integraban esa figura de logia-partido, bien
comprendida en su singularidad histórica por el autor Carlos Francisco Martínez
Moreno, quien los define más como una organización paramasónica, pues desde el
inicio manifestaron una finalidad política en su fundación y accionar. Cfr.
Carlos Francisco Martínez Moreno, “La Sociedad de los Yorkinos Federalistas,
1834. Una propuesta hermenéutica de sus estatutos y reglamentos generales a la
luz de la historia de la Masonería”, pp. 212-233.
16 El ascenso vertiginoso
del Rito Escocés es observado con detalle por Carlos Francisco Martínez Moreno,
“El establecimiento de las masonerías en México en el siglo xix”. Es confirmada
la sustitución del Rito Nacional Mexicano por el Escocés Antiguo y Aceptado en
los estudios regionales; por ejemplo, según Marco Antonio Flores Zavala, en su
“La masonería en el centro-norte de México 1869-1914” nos confirma que al igual
que en Aguascalientes y Nuevo León “En la dinámica de la masonería, donde se
dio la sustitución de las logias del RNM por las del REAyA, en Zacatecas
ocurrió un proceso similar”, p. 121.
17 J. L. Trueba Lara, op.
cit., p. 252.
18 Para Trueba, en su
curioso esquema, es siempre un signo de decadencia que las logias se retiren de
la escena política, sin darse cuenta de que al retirarse las logias de la
política partidaria, muchos individuos masones se mantienen tanto o más activos
en la política. J. L. Trueba Lara, op. cit., p. 267.
19 J. L. Trueba Lara, op.
cit., p. 259-264. Con más conocimiento de causa, Martínez Moreno muestra el
surgimiento de la Gran Dieta: “el comendador de entonces del Supremo Consejo
Ignacio Pombo, el 2 de enero de 1890 divulgó el tratado por el que al día 15
siguiente disolverían el Gran Oriente para crear la Dieta con el aval de Albert
Pike, a quien Pombo dijo el 13 de febrero que con ello seguía ‘sus sabios
consejos para terminar el cisma’ que los dividió más de 13 años y consideraba
como recompensa su aprobación”, en Carlos Francisco Martínez Moreno,
Coaliciones y traiciones masónicas. De la primera reelección de Porfirio Díaz a
los inicios de la revolución mexicana, 1887-1911. Parece indudable que existió
el aval también de Porfirio Díaz en el impulso de la Dieta.
20 J. L. Trueba Lara, op.
cit., pp. 264-265. Por su parte, Martínez Moreno expone los desacuerdos y las
presiones de los extranjeros que insistían en mantener la pureza de sus ritos,
mientras la Gran Dieta les parecía heterodoxa o renovadora en cuestión de
aceptar mujeres. La consecuencia fue una rápida división y desbandada en la
Gran Dieta, hacia 1895, y eso provocó un “dilema” para Díaz, quien optó por
separarse del cargo. C. F. Martínez Moreno, Coaliciones y traiciones masónicas.
21 C. F. Martínez Moreno,
Coaliciones y traiciones masónicas. “También se culpó a los masones de la Dieta
de participar en política, era verdad”.
22 Por ejemplo, Altamirano
le reclamó al presidente Díaz sus concesiones al clero y, en particular, una
carta de denegación de su filiación masónica. Mauricio Leyva Castrejón, La
masonería en el siglo xix en México, p. 184.
23 La anécdota rescatada
por Leyva muestra las contradicciones y fragilidad de las opiniones en ese
contexto. Cfr. M. Leyva Castrejón, op. cit., p. 184. Evento acontecido hacia
1880, en la primera mitad de su gobierno, la actitud de Díaz causó rechazo de
la masonería, pero no opacó su capacidad para agruparla a su alrededor en la
Gran Dieta diez años después.
24 Una visión de línea
marxista, por ejemplo, en Adolfo Gilly, La revolución interrumpida, que elaboró
ese argumento casi en estilo literario, pero la línea argumental se ha
repetido.
25 José de la O Holguín,
Bosquejo historiográfico de la masonería en Durango.
26 Anna Rivera Carbó,
“Campesinos y obreros en la Revolución Mexicana. Entre la tradición y los
afanes modernizadores”, p. 51.
27 Por ejemplo, Palavicini
en sus artículos periodísticos apremia a modificar la Constitución de 1857 o
elaborar una nueva, en cuanto sea posible. “Seguimos pensando en la
conveniencia de que, cuando haya mayoría de ayuntamientos electos en la
República, se convoque a un Congreso Constituyente.” Félix Palavicini, La
constitución y los constitucionalistas.
28 Antonio Huerta
Paniagua, El papel de la masonería en la Revolución Mexicana.
29 Ibid.
30 También cabe
relativizar el argumento de las intenciones de Carranza, pues desde mucho antes
había manifestado su interés en la asamblea constituyente cuando indicó
“convocaré a un congreso debidamente electo […] para elevar a preceptos
constitucionales las reformas dictadas durante la lucha”. Salomón Díaz Alfaro, La composición del Congreso Constituyente de
Querétaro de 1917, p. 62.
31 Ignacio Marván Laborde,
Los constituyentes abogados en el
Congreso 1916- 1917. Avala que los estudios a detalle muestran que los
constituyentes no funcionaron en bloques, logrando consenso en la mayoría de
las cuestiones: “ni las divisiones ni las coaliciones fueron estables, ya que
éstas se formaban sólo en torno al tema específico que se discutía”, p. 2.
32 En una biografía, un
descendiente afirma: “En conversación con el autor de estas líneas acerca de la
participación de Alfonso Cravioto en la masonería, señalaba el arquitecto Luis
Corrales Vivar Cravioto —estudioso y descendiente de don Alfonso— que tal
adhesión es por demás probable, en consideración de la importancia que revestía
la logia por aquellos años en la región y de algunas de las ideas que la
agrupación sostiene, y que Cravioto también defendió. Si bien el poeta
hidalguense practicó un profundo anticlericalismo, señala Corrales Vivar,
‘jamás fue un masón recalcitrante’.” Nicolás Sosa Baccarelli, Alfonso Cravioto:
entre el verso y la tribuna. Asimismo, resulta interesante su participación
juvenil en la disidencia hacia 1901, a los 16 años él ya es director de una
revista de avanzada, El Desfanatizador, de la cual el jefe de redacción es
Francisco Noble, un masón local de máximo grado y de ascendencia inglesa. Cfr.
Arturo Vergara Hernández, “Los masones y la Revolución Mexicana en el estado de
Hidalgo, Cinteotl”.
33 De modo curioso,
Heriberto Jara formalmente pertenece a este grupo, pero hay quienes lo ubican
más independiente. “Aunque el número de renovadores que fueron electos para el
Congreso Constituyente de 1916-1917 fueron un total de 23 diputados, la
fracción se cohesionó sólo en torno a 22, pues Heriberto Jara no se adscribió a
las posturas que mantuvo este grupo, estando en el discurso y en las votaciones
mucho más cerca de las tendencias moderadas”. Enrique Huerta Cuevas, La
ecuación política del nuevo constituyente, basándose en Arroyo García,
“Diseño”, 2010, pp. 14-17.
34 Salomón Díaz Alfaro, La
composición del Congreso Constituyente de Querétaro de 1917, p. 66. Asimismo,
la animadversión de Obregón contra Palavicini era extrema, después de
concluidos los trabajos del Congreso de 1917 procuró su encarcelamiento, que
fue breve por las simpatías con las que contaba el fundador del periódico El
Universal.
35 “La división no puede
ser maniquea, pues entre los diputados más progresistas destacaron varios
carrancistas, como Pastor Rouaix y Francisco J. Múgica. Además, los artículos
más progresistas como el 27 y el 123º, fueron aprobados unánimemente”. Javier
Garcíadiego, Prólogo a Textos de la Revolución Mexicana.
36 Sergio Silva Castañeda,
“El proyecto económico de la Revolución mexicana” nos indica que “Múgica ha
sido considerado el líder de los jacobinos exaltados que secuestró a la
asamblea (constituyente)”, p. 97.
37 Con sorpresa, un
estudioso típico de izquierda rechaza esa interpretación al indicar incluso su
origen y refutación: “La versión más común de lo que ahí sucedió, cuenta que
una mayoría radical, dirigida en la Asamblea por el Diputado Francisco J.
Múgica […] se impuso a una minoría moderada […] Pero las cosas no sucedieron
así.” La sostuvo el diputado Juan de Dios Bojórquez en 1938 y algunos
académicos la avalaron y sostuvieron como Quik, Herzog y Córdova; sin embargo,
otros cuestionan ese enfoque, como Palavicini, protagonista y relator, y los
historiadores exhaustivos como Cumberland, Ulloa y Knight; tampoco avalan esa
versión maniquea los estudios detallados sobre el Constituyente bajo la autoría
de Niemeyer y Takanikos. En Ignacio Marván Laborde, Los constituyentes abogados en el Congreso 1916-1917, p. 1.
38 Siguiendo la línea de
los relatos de legitimación de la modernidad, la Revolución creaba su gran
pacto y relato heroico dentro de la Constitución de 1917. Para el énfasis de la
importancia del relato legitimador en el discurso moderno, véase Jean-Francois
Lyotard, La posmodernidad (explicada a los niños).
39 Al mismo tiempo, ese
pragmatismo o realismo desató la altura de miras, pues “antepusieron los
intereses de México a sus intereses personales” y revelan “la profundidad de
sentimientos mientras trabajaron para resolver los apremiantes problemas”,
guiados por “un fuerte deseo por limpiar a México, a cualquier costo, de un
pasado que había sido desastroso”. Víctor Niemeyer, Reflexiones de los
constituyentes: la Constitución de 1917 como resultado de la Revolución de
1910.
40 Javier Garciadiego, “La
Revolución”, p. 450
41 En textos antimasones
se coloca entre los dirigentes de la masonería a Marx y Lenin, pero también esa
versión es aceptada por las mismas logias. Cfr. Miguel Martín-Albo, Historia de la masonería. Normas y rituales
de la hermandad secreta.
42 Lo explican desde el
primer grado cualquier texto de estudios sobre masonería, como Arthur E.
Powell, La magia de la francmasonería,
Aldo Lavagnini, Manual del aprendiz, etcétera.
43 Así lo anota Eduardo
Enríquez del Árbol, “El mundo obrero en la prensa masónica: El 1o. de mayo de
1890…”, cuando indica que los masones españoles de un Gran Oriente “creían en
la solución que aceptando la jornada de ocho horas los obreros en paro que
criticaban a los que trabajaban tendrían también trabajo”, p. 107.
44 Sergio Silva Castañeda,
“El proyecto económico de la Revolución mexicana”, p. 89.
45 La cautela del reparto
durante el conflicto armado ha sido malinterpretado como conservadurismo
embozado. La cautela de villistas y constitucionalistas para repartir las
haciendas era evidente, pues entregarlas implicaba desmovilizar a sus
ejércitos, que combatían fuera de su territorio; en cambio, el zapatismo
repartió tierras de inmediato, porque sus soldados campesinos se mantenían
siempre cerca de sus parcelas. Anna Rivera Carbó, “Campesinos y obreros en la
Revolución Mexicana. Entre la tradición y los afanes modernizadores”.
46 Miguel Martín-Albo,
Historia de la masonería. Normas y rituales de la hermandad secreta. Presenta
ejemplos de lo usual que fue el nombramiento de aristócratas en los puestos más
altos de la masonería, sin que esto niegue la participación revolucionaria en
el derrocamiento del sistema monárquico en países como Francia.
47 Ignacio Marván Laborde,
La Revolución mexicana y la organización política de México: la cuestión del
equilibrio de poderes (1908-1932). También reconoce el trauma por la
Presidencia débil de Madero que llevó a la usurpación, como un factor para
refrenar el protagonismo del Legislativo y fortalecer al Ejecutivo.
48 Arturo Cruz Cabrera y
Manuel Jiménez Guzmán (coord.), El poder de la masonería en México. El símbolo
del liderazgo.
49 Un ejemplo de la
opinión de la derecha tradicionalista en México, llamada sinarquismo, está en
Salvador Abascal, La Constitución de 1917, destructora de la nación.
50 Jesús Silva Herzog, Trayectoria ideológica de la Revolución
Mexicana.
51 “El ‘suelo patrio’ del
campesino dejó de estar a medio metro bajo tierra dentro de un camposanto y se
volvió posesión efectiva, su suelo, una parcelita que le otorgaba un nuevo
sentido de ciudadanía y de patria.” Carlos Valdés Martín, Las aguas reflejantes, el espejo de la nación, p. 67.
52 El concepto usual de
“educación” en la masonería no se limita a la escuela; para empezar, la logia
es un sistema de autoeducación con características especiales, como la
utilización de simbolismos y su universalidad. A su manera, la logia es una
respuesta a la famosa paradoja anotada por Marx, cuando objetó a Feuerbach que
olvida “que el propio educador necesita ser educado”. Por ejemplo: “En una
palabra: las deficiencias en la educación humana, que, según nuestras
conclusiones, sólo pueden subsanarse mediante una asociación similar a la
masónica, tal como existe en la actualidad, deben ser tan antiguas como la
propia organización social, puesto que son una consecuencia necesaria de la
misma.” Johann G. Fichte, Filosofía de la masonería. Cartas a Constant, p. 104.
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Luis Manuel Rojas Arriola:
constituyente
y masón
Mauricio
Leyva Castrejón*
Luis Manuel Rojas Arriola es un
personaje clave que destaca en la historia del Congreso Constituyente,
celebrado en Querétaro a finales de 1916 y principios de 1917, que culminó con
una reforma sustancial a la Constitución de 1857. Fue un prolífico escritor,
abogado, promotor de la cultura y de la libertad en casi todas sus
manifestaciones. Fundó y editó periódicos y revistas manifestando un duro
enfoque crítico hacia el gobierno del presidente de México, el general Porfirio
Díaz.
Luis
Manuel Rojas Arriola estuvo dos veces en la cárcel; fue amenazado, perseguido y
hostigado por la dictadura porfirista, pero también en dos ocasiones se
desempeñó como diputado. Se destacó como tribuno, hombre de leyes y de letras.
Primero fue diputado en la XXVI Legislatura federal en las filas del Bloque
Liberal y luego en el citado Congreso Constituyente, en el cual presidió los
trabajos de lo que fue la Constitución de 1917.
Exhibió
al embajador Henry Lane Wilson por su directa intervención en el golpe de
Estado contra el presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María
Pino Suárez. Por si esto no bastara para dibujar la personalidad de nuestro
constituyente, también se inició en los augustos misterios de la orden masónica
en donde llegó a ocupar el cargo de Gran Maestro de la Gran Logia Valle de
México, máxima dignidad en la principal logia del país por su membresía.
El
hombre de la escuadra y del compás nació el 21 de septiembre de 1871, justo el
año en que Benito Juárez era reelegido para un periodo de cuatro años más; el
año en el que también a consecuencia de esas mismas elecciones Miguel Negrete,
Aureliano Rivera y Jesús Toledo intentarían dar un golpe de Estado al
presidente en funciones, año del levantamiento de Tamaulipas.
Vio
la luz primera en Ahualulco de Mercado,1 estado de Jalisco. Sus padres fueron
la señora Antonia Arriola de Rojas y el abogado liberal Atanasio Rojas Topete.
Sus estudios primarios los cursó en su tierra natal y al concluirlos, su
familia cambió de residencia a la capital del estado. En Guadalajara estudió en
el Liceo de Varones; más tarde, por influencia de su padre, se inscribió en la
Escuela Nacional de Jurisprudencia. Durante su formación destacó por su interés
en la astronomía y en la poesía, ya que en ese periodo de su vida escribió
varios poemas. Se tituló de la licenciatura en 1897 y cinco años después se
estrenó como editor al fundar y dirigir
La
gaceta de Guadalajara, mismo medio en el cual difundía su poesía a través de
sus “Páginas íntimas”. La Gaceta fue un periódico aceptado por los lectores;
sin embargo, el editor Rojas Arriola comenzó a escribir una serie de artículos
criticando la anticonstitucionalidad de la segunda reserva del Ejército
mexicano. La reacción de los altos mando militares no se hizo esperar y el
general Bernardo Reyes, secretario de Guerra y de Marina, promovió el cierre
definitivo de la publicación. Rojas Arriola enfrentó cargos por parte de la
milicia y debido a ello estuvo tres meses prisionero en cárceles militares.
Al
salir de prisión junto con Trinidad Alamillo reanudó la publicación de La
gaceta de Guadalajara y logró darle impulso a nivel nacional posicionándola en
varios estados. Al año siguiente, motivado por la euforia de los
acontecimientos políticos del país, trasladó su residencia a la Ciudad de
México, en donde fundó Revista de Revistas, con igual éxito que la gaceta.
Los
años siguientes fueron de especial trascendencia para los mexicanos debido a
que se agudizaron los males de la dictadura militar: la inhumana guerra contra
los yaquis, la huelga de Cananea y el respeto inexistente a los derechos
humanos y políticos de los ciudadanos dejaron huellas de dolor en la sociedad
que pronto reclamaría un cambio en las anquilosadas estructuras de poder.
Para
1908, el país tenía una escala de riesgo que amenazaba con llegar a su punto
más alto, sólo bastaba la menor de las provocaciones para iniciar un estadillo
popular. Porfirio Díaz, quizás por exceso de confianza, encendió la mecha de la
insurrección. Justo ese año el presidente concedió una entrevista a James
Creelman que fue publicada en la revista Pearson’s. La entrevista titulada
“Presidente Díaz, héroe de las Américas”, aunque pretendía justificar y poner
en alto el gobierno del general Díaz, tuvo tres revelaciones que agitaron las
columnas endebles que sostenían a la patria:
He esperado pacientemente porque
llegue el día en que el pueblo de la República Mexicana esté preparado para
escoger y cambiar sus gobernantes en cada elección, sin peligro de revoluciones
armadas […] creo que finalmente, ese día ha llegado […] Me retiraré cuando
termine el presente periodo y no volveré a gobernar otra vez […] Doy la
bienvenida a cualquier partido oposicionista en la República Mexicana. Si
aparece, lo consideraré como una bendición, no como un mal.
Estas
revelaciones tensaron los hilos de la política nacional, de acuerdo con
Alejandro Rosas:
Las declaraciones de Díaz desataron
la agitación política entre la elite porfirista y la clase media urbana.
Reavivó la vieja pugna entre los grupos que apoyaban al general Bernardo Reyes
y el grupo de los Científicos encabezados por José Yves Limantour, y que por
entonces, se encontraban en la antesala del poder, al tener a uno de sus
miembros, Ramón Corral, en la vicepresidencia de la República. Tanto reyistas
como científicos interpretaron la entrevista desde su óptica y abrigaron
esperanzas de llegar al poder, sucediendo al dictador, una vez que se retirara.
2
En
medio de estas agitaciones, de la clase media surgió Francisco I. Madero, un
intelectual mexicano, quien ese mismo año de 1908 publicó su libro La sucesión
presidencial en 1910. Su libro le ganó adeptos en el país.
Esta
nueva esperanza para el México de entonces fue miembro activo del Supremo
Consejo de México, masón activo igual que su rival Porfirio Díaz, ligado
estrechamente con Luis Manuel Rojas Arriola, por pertenecer ambos a la Gran
Logia Valle de México. Cuando llegó a la Ciudad de México, Rojas se inició en
la orden masónica. Luego de dominar el trivium y el quadrivium, completó su
carrera en el camino de la escuadra y el compás, por lo que fue exaltado
Maestro Masón y mostró también un ascenso notable en los capítulos filosóficos.
Sus propios conocimientos de astronomía facilitaron su comprensión sobre los
temas astronómicos impartidos en las instrucciones que recibía.
Por
ello se identifica con su hermano masón Francisco I. Madero. En 1910 se une
formalmente al Partido Antirreeleccionista y participa activamente en el
derrocamiento de Díaz.
Durante
el fraude electoral que se pretendía hacer a Madero, escribe revelando las
inconsistencias del proceso y participa en marchas y mítines. Fernando Zertuche
Muñoz, en su espléndido prólogo al libro Los diputados de Félix F. Palavicini
da cuenta de esto: “los periódicos políticos dieron cabida a la colaboración de
los noveles y de los jóvenes: Urueta, Cabrera, García Naranjo, Lozano, Moheno,
Rojas, Fabela aprendieron, a través de la palabra escrita, el ataque, la
controversia, la defensa”.
En
1911 arribó al poder Francisco I. Madero, pero esto no significó la estabilidad
del país debido a que, en 1912, las convulsiones de la revolución social que
capturaba la atención del mundo, continuaban sus movimientos con violencia. En
ese mismo año de 1912, Luis Manuel Rojas contendió por el Partido
Constitucionalista Progresista (que sustituyó al Partido Nacional
Antirreeleccionista)3 como candidato a diputado federal por la XXVI Legislatura
del estado de Jalisco.
En
su campaña por el 11o. Distrito tuvo de contendiente al licenciado Everardo
García del Partido Católico, quien en un mitin en la plaza principal de
Magdalena llamó a Rojas “el candidato de los herejes”, por ser miembro de la
masonería, pero eso no impactó en la población y éste alcanzó la curul durante
septiembre, en medio de una campaña austera.
Correspondería
a él y a sus colegas integrar el Bloque Liberal Renovador e incentivar la vida
de un poder que, al cabo de la dictadura, se había reducido a una mera
presencia de protocolo. La vida democrática, laica y republicana, en el periodo
del Porfiriato se extinguió, prueba de ello era la presencia del Partido
Católico y la participación del clero en asuntos de Estado. El parlamento como
contrapeso del Ejecutivo, como resonancia de la voz del pueblo y conciencia de
la nación, estaba extinto.
Correspondió
precisamente a esta pléyade de jóvenes descollantes renovar la vida del
parlamento y devolverle la vitalidad al gobierno. En el testimonio de Félix
Fulgencio Palavicini del libro Los
diputados, lo que se ve y no se ve de la Cámara, se señala que:
Los buenos burgueses de México
acostumbrados al amodorramiento legislativo de los tiempos pasados, han mirado
con sobresalto la viveza del lenguaje, la energía del léxico, la audacia en las
ideas y el apasionamiento de los debates parlamentarios; habrían deseado una
unción religiosa, una humildad evangélica, una isocronía administrativa, una
ecuanimidad de perfecta burocracia, para que la labor fuese tranquila, sosegada
y monótona, grata al ritmo de los corazones que no sienten ni las grandes penas
ni las violentas alegrías provocadas por las enloquecedoras aspiraciones
colectivas. ¡No podría ser así! Los Diputados representan, sin duda, el
hibridismo de nuestra sociedad, cuya falta de unidad en las ideas no es sino la
consecuencia de la falta de unidad de la raza.
La
célebre XXVI Legislatura se conformaba con Eduardo Neri, Alfonso Alarcón,
Francisco Escudero, Belisario Domínguez, Heriberto Jara, Alfonso Cravioto,
Félix F. Palavicini, Luis Cabrera, Serapio Rendón, Isidro Fabela, entre otros.
Lo interesante de este Congreso es la participación de los masones activos que
formaban parte de la Gran Logia Valle de México y el bloque que integraron para
realizar un equilibrio de fuerzas al interior de la misma Cámara, contra los
viejos partidarios del derrotado gobierno dictatorial.
Precisamente
ese año es de especial trascendencia para Luis Manuel Rojas,4 ya que recibe el
nombramiento de Gran Maestro de la Gran Logia Valle de México, la máxima
responsabilidad y distinción en esa organización. Luego su posición dentro de
la orden masónica, así como el acercamiento con Francisco I. Madero, le valen
para ocupar la Vicepresidencia de la Cámara de Diputados.
Su
acción parlamentaria en la XXVI Legislatura se distinguió por su compromiso y
lealtad al gobierno y a Madero, por su fuerza y presencia en aras de la
justicia. Tuvo una importante intervención en tribuna con el objetivo de
defender a los productores de tequila frente al aumento del impuesto federal
que se les pretendía imponer, logrando con ello beneficiar a las familias que
se dedicaban a la producción de esta bebida. Tuvo que operar desde la Cámara
con el fin de establecer un orden en el país, por los continuos levantamientos
armados de los inconformes con el nuevo gobierno. Félix Díaz Prieto, el 16 de
octubre de 1912, se rebeló contra el presidente en el puerto de Veracruz, con
lamentables resultados que desembocaron en la prisión de Díaz Prieto.
Ante
los acontecimientos, Luis Manuel Rojas presentó una iniciativa de ley para que
los militares no pudieran participar más en los asuntos de la política. La
iniciativa en cuestión pretendía reformar los artículos 1o. y 2o. El artículo
1o. en su reforma quedaría de la siguiente manera: “Se adiciona el artículo 38
de la Constitución Federal de la República Mexicana, de febrero de 1857, con
este nuevo precepto: Los militares en servicio activo no podrán votar ni ser
votados. Quedan comprendidos en tal exención los mexicanos que formen parte de
la Guardia Nacional Gendarmería de los Estados o Fuerzas Auxiliares,
cualesquiera que fuere su objeto o denominación”.5
En
relación con el artículo 2o. su propuesta reformada quedó de la siguiente
manera: “Se adiciona el artículo 77 de la misma ley Fundamental como sigue:
Para poder ser electo Presidente, se requiere también, en su caso, haber dejado
de pertenecer al Ejército, Guardia Nacional, Gendarmería de los Estados o
Fuerzas Auxiliares, un año antes, cuando menos de la fecha en que han de
hacerse las elecciones”. 6
En
su intervención, registrada en el Diario de los Debates de la Cámara de
Diputados federal, sostuvo:
El
desconsolador y punible cuartelazo de Veracruz ha contristado profundamente mi
ánimo, y me hace considerar seriamente el grave peligro de que, por efecto
reflejo, la eminentemente popular y civilista revolución de noviembre, nos haga
retrogradar ahora a condiciones sociales que ya juzgábamos bien lejanas y
extintas: En otras palabras: me acongoja la idea de que vuelva a ser el
elemento militar un factor político decisivo, por no decir el único en la vida
pública de nuestro país… es indudable que ha llegado para vuestra soberanía, la
hora oportuna de afrontar con toda franqueza este asunto así como en otro
tiempo el Presidente Juárez y su gabinete juzgaron conveniente en la heroica
Veracruz, expedir las famosas leyes de Reforma, justamente cuando mayor auge
alcanzaba la reacción armada; pues de esa manera pensaron economizar una nueva
revolución a la patria.
Esta
iniciativa que bien pudo alterar el juego político de las sucesiones en el país
no fue recibida con agrado y Luis Manuel Rojas se vio forzado a retirarla. Sin
embargo, sus ideas liberales no quedaron allí. Inspirado en el legado de los
hombres de la Reforma buscó separar a la Iglesia de los asuntos políticos, por
lo que el 26 de noviembre de 1912 presentó la iniciativa para adicionar el
artículo 117 de la Ley Electoral con objeto de que el nombre de los partidos
políticos no los identificara de ningún modo con las religiones e inclusive fue
más allá:
Todo esto encierra graves
consecuencias para el porvenir de los grupos liberales; porque, perteneciendo
la gran mayoría de los mexicanos religiosos, y aborrecen la fe como opinión de
un partido, más que como creencia errónea. Desde otro puntos de vista, la
notable deficiencia del artículo 117 de la nueva Ley Electoral, es una puerta
franca para que un día se quiera organizar aquí otra clase de partidos
exclusivistas e inconvenientes, a más de religiosos, como por ejemplo: el
“partido militar nacional” o el “partido nacional indígena”.
Sus
altas responsabilidades, coordinadas con Gustavo Adolfo Madero, hermano del
presidente y jefe de los renovadores, lo llevaron a intervenir directamente en
asuntos de Estado.
No
obstante que el Bloque Renovador participaba con respaldo del presidente, las
circunstancias no le eran favorables a Francisco I. Madero. Su gobierno no supo
dar respuesta a las demandas campesinas ni pactar con los grupos fuertes de
poder, la designación errónea de ciertos miembros de su gabinete y sus
equívocas políticas públicas generaron un ambiente de hostilidad. El cuartelazo
de Veracruz, el levantamiento de Emiliano Zapata y Pascual Orozco eran la
prueba viva de que las cosas no marchaban bien en el país.
Luis
Manuel Rojas recibió el grado 33 el 12 de enero de 1913, consiguiendo alcanzar
el más alto del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, mismo grado que habían
ostentado Altamirano, Juárez y otros ilustres liberales.7 Con el pulso real de
lo que acontecía, los diputados del Bloque Renovador presentaron el 23 de enero
de 1913 el famoso “Memorial” al presidente Francisco I. Madero. Ante su
importancia reproduzco un fragmento:
En la prensa, en la cátedra, en la
tribuna, en tertulias, en el sagrario de las conciencias, en toda el alma
nacional, palpitaba en pensamiento de la Revolución. Por eso triunfó la
Revolución en los campos de batalla, porque había enraizado anticipadamente en
la conciencia nacional, porque blandía, como catapulta formidable de la opinión
pública. Pero la Revolución se hizo Gobierno, se hizo Poder, y la Revolución no
ha gobernado con la Revolución. Y este primer error ha menoscabado el poder del
Gobierno y ha venido mermando el prestigio de la causa revolucionaria. La
Revolución va a su ruina, arrastrando al Gobierno emanado de ella,
sencillamente porque no ha gobernado con los revolucionarios. Sólo los
revolucionarios en el Poder pueden sacar avante la causa de la Revolución.
Las
transacciones y complacencias con individuos del régimen político derrocado;
son la causa eficiente de la situación inestable en que se encuentra el
gobierno emanado de la Revolución.8
Francisco
I. Madero escuchó con atención el reclamo del Bloque Renovador y aunque en
público no manifestó su molestia, se sabe que en privado no dudó en hacerlo.
Pese a la polémica participación del Bloque Renovador, el presidente Madero no
actuó de la manera en que se deseaba.
El
9 de febrero de 1913, un grupo de rebeldes puso en libertad a Félix Díaz,
Bernardo Reyes y Manuel Mondragón, quienes se levantaron en armas en la misma
Ciudad de México.
Los
alzados atacaron Palacio Nacional, logrando herir al general Lauro Villar, y
Madero nombró a Victoriano Huerta en su lugar. La brutal refriega terminó con
un pacto entre Huerta, el embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson, y los
sublevados, quienes dieron el golpe de Estado capturando al presidente y al
vicepresidente.
Traicionados
por Huerta, el 19 de febrero de 1913, el presidente Francisco I. Madero y el
vicepresidente José María Pino Suárez presentaron su renuncia al Congreso; pero
el Bloque Renovador, con Luis Manuel Rojas en calidad de vicepresidente de la
Cámara, rechazó la renuncia y Rojas condenó los hechos. No obstante lo
ocurrido, la mayoría de los diputados se dejaron someter por los militares
respaldando a Huerta. Luis Manuel Rojas y Francisco Escudero se retiraron del
Congreso en protesta.
Al
día siguiente con el famoso Pacto de la Embajada, Victoriano Huerta asumió la
Presidencia de México y Luis Manuel Rojas pugnó por la vida de sus hermanos
masones, sin éxito. El 22 de febrero de 1913, Francisco I. Madero y José María
Pino Suárez fueron asesinados; en un hecho inédito, al día siguiente Luis
Manuel Rojas subió a tribuna a manifestar su inconformidad y evidenció la
complicidad entre el embajador Henry Lane Wilson y Victoriano Huerta. Con
firmeza y arrojo, Luis Manuel Rojas publicó su condena mediante un escrito
titulado Yo acuso al embajador Henry
Lane Wilson. La acusación se publicó en marzo de 1913 en el periódico World de
Nueva York.
Al
respecto, Isidro Fabela comentó lo siguiente en su Historia diplomática de la Revolución Mexicana (1910-1914):
En México, un gran mexicano, el
licenciado don Luis Manuel Rojas en plena tiranía huertiana publicó
profusamente una acusación tremenda contra Henry Lane Wilson. El documento
histórico lleva este título: Yo acuso al embajador de los Estados Unidos. Y
estaba dirigido no sólo al pueblo de nuestro país, sino a la prensa de Estados
Unidos para que la nación americana se diera cuenta de la culpabilidad de su
representante en nuestro país.
Entre
otras líneas notables, la acusación de Luis Manuel Rojas denunciaba lo
siguiente:
Yo acuso a míster Henry Lane Wilson,
embajador de los Estados Unidos en México, ante el honorable criterio del gran
pueblo americano, como responsable moral de la muerte de los señores Francisco
I. Madero y José María Pino Suárez, que fueron electos por el pueblo,
presidente y vicepresidente de la República mexicana, en 1911 [...]
Yo acuso al embajador Wilson de
haber mostrado parcialidad en favor de la reacción, desde la primera vez que
don Félix Díaz se levantó en armas en Veracruz [...]
Yo acuso al embajador Wilson de que
por un resentimiento personal hacia el presidente Madero, de que dio pruebas
claras en algunas ocasiones, no ha hecho uso de su gran poder moral ante los
hombres del nuevo orden de cosas, en ayuda de los prisioneros [...]
Yo acuso al embajador Wilson de
haberse inmiscuido personalmente en la política de México, habiendo contribuido
de manera poderosa a la caída de los gobiernos del presidente Díaz y del
presidente Madero. Al contestar una comunicación del general Huerta, le
aconsejó que se hiciera autorizar por el Congreso de la Unión para legalizar el
nuevo orden de cosas [...]
Yo acuso al embajador Wilson de que
ni por un natural sentimiento de humanidad se le ocurrió en el último extremo,
amparar a los prisioneros bajo la bandera americana, a pretexto de que no
quería cargar con la responsabilidad de lo que después hicieran los señores
Madero y Pino Suárez [...]
En
uno de los fragmentos más interesantes de este documento, Luis Manuel Rojas
precisó lo siguiente:
Es evidente que los hombres de la
nueva situación no habrían negado a una petición franca y verdadera del
embajador Wilson, lo cual era el único medio de salvar las vidas de los señores
Madero y Pino Suárez; y no hizo esto a pesar de las instrucciones cablegráficas
de Washington; a pesar de las apasionadas y dolientes súplicas de las señoras
de Madero y Pino Suárez; a pesar del magnífico deseo de varios otros
representantes diplomáticos; a pesar de la formal petición que yo le hice en la
Embajada, como gran maestre de la Logia Valle de México, y a pesar de los
clamores de clemencia del pueblo en general […]
El
señalamiento público a Huerta y a Wilson causó revuelo en Estados Unidos y en
México, la prensa de ambos países se ocupó de manera especial en el tema. El
procurador general, licenciado Cayetano Castellanos, amenazó con culpar de
traidor a la patria a Luis Manuel Rojas, quien lejos de arredrarse continuó con
mayor ímpetu sus declaraciones, y en abril de ese mismo año lo nombraron
presidente del Bloque Renovador. Pretendió participar como agente mediador ante
el conflicto para evitar la intromisión de las embajadas extranjeras, pero
Victoriano Huerta finalmente pudo acusarlo de traición a la patria y meterlo a la
cárcel.
La
adhesión a Carranza
De
forma paralela a la denuncia de Rojas contra Lane Wilson, el 26 de marzo de
1913, Venustiano Carranza, masón, proclamó el Plan de Guadalupe por el cual
desconocía al presidente golpista. Luis Manuel Rojas no dudó en respaldarlo y
participó activamente en la promoción de la rebeldía. El 1 de agosto de 1913,
Luis Manuel Rojas actuó como agente mediador en el conflicto para evitar la
intromisión de las embajadas extranjeras, pero en octubre de ese año fue
encarcelado por delitos de traición a la patria, según Huerta. Contrario a lo
que suponía el presidente de México, con la prisión de Rojas creció el
descrédito de su mandato a nivel internacional y la remoción de Henry Lane
Wilson debilitó aún más su poderío. Al consolidarse el movimiento carrancista y
obtener el triunfo se derivó la necesidad en Carranza de legitimar su
permanencia en el poder, de tal manera que convocó el 1 de octubre de 1914 a la
Convención de Aguascalientes.
Sin
embargo, aunque su convocatoria era un llamado a la cohesión, ésta no era
incluyente puesto que al inicio no fue invitado Emiliano Zapata y su Ejército
Libertador del Sur. En la propuesta moderada del Barón de Cuatrociénegas, el
ánimo impetuoso de Villa y de Zapata no era del todo agradable; finalmente,
asistieron ambos mandos, incluidos los obregonistas, quienes se sumaron
temporalmente al nuevo presidente. Este respaldo aparente se vino abajo cuando
la Convención lo desconoció y nombró a Eulalio Gutiérrez Ortiz como presidente
provisional.
Carranza
desconoció el proceder de la Junta y partió con su gabinete a Veracruz, en
enero de 1915. Justo ese año, Luis Manuel Rojas salió de la prisión y se unió
al movimiento carrancista con intervención directa en las Adiciones al Plan de
Guadalupe. El año de 1915 tuvo una especial trascendencia en la vida del
movimiento constitucionalista debido a que logró vencer a los convencionistas y
tomar bajo su poder la Ciudad de México. Este acto le valió el reconocimiento
de Estados Unidos y, en consecuencia, el afianzamiento en la Presidencia.
Con
el reconocimiento internacional y a casi un año de permanecer en el poder, el
país estaba urgido de un orden constitucional que cohesionara a los mexicanos y
retomara los preceptos liberales de la Constitución de 1857, con modalidades
que la modernizaran respondiendo a las demandas de la Revolución. Con esta
visión, Venustiano Carranza impulsó un Congreso Constituyente para crear una
nueva Constitución. El 15 de septiembre de 1916 expidió el decreto
correspondiente: “el fin último era tener una organización más coherente con la
situación del país a efecto de obtener una paz estable”.9
En
medio de estos trabajos, Luis Manuel Rojas jugó un papel fundamental. Creó la
Junta de Iniciativas encargada del análisis de las propuestas del presidente.
También fue postulado como candidato por el Primer Distrito de Jalisco.
Luego
de una campaña difícil, el 22 de octubre de 1916, se celebraron las elecciones
para elegir a los diputados y Rojas ganó, consiguiendo con ello ser diputado al
Congreso Constituyente convocado en Querétaro, con significativa participación
en la sección de Legislación Social.
El
30 de noviembre fue designado por unanimidad diputado presidente del Congreso
Constituyente. El Congreso inició sus trabajos el 1 de diciembre de 1916, en el
Teatro Iturbide, ante la presencia del presidente, quien se asumió como Primer
Jefe de la Revolución para no generar enconos entre los líderes de las
diferentes corrientes allí reunidas. Los diputados a ese Congreso conformaron
bloques representativos de diversos sectores de la sociedad y aunque las
reformas promovidas por el Primer Jefe tenían un espíritu reservado, las
demandas de los hombres del norte y sur del país exigían, entre otras cosas,
una profunda reforma agraria.
Dentro
de la pluralidad, dos bloques se distinguieron en ese Congreso: radicales o
jacobinos y renovadores o moderados. En el bloque de los renovadores o
moderados estuvieron Luis Manuel Rojas, Félix F. Palavicini, Alfonso Cravioto,
José Natividad, entre otros con experiencia parlamentaria. Mientras, en el otro
bloque, Rojas tendría a distinguidos masones como Heriberto Jara.
Ese
1 de diciembre de 1916 por la tarde se llevó a cabo la sesión inaugural del
Congreso Constituyente, Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista, encargado del Poder Ejecutivo de los Estados Unidos
Mexicanos, se dirigió a los congresistas ante la Presidencia de Luis Manuel
Rojas:
Una de las más grandes
satisfacciones que he tenido hasta hoy, desde que comenzó la lucha que, en mi
calidad de gobernador constitucional del estado de Coahuila, inicié contra la
usurpación del Gobierno de la República, es la que experimento en estos
momentos, en que vengo a poner en vuestra manos, en cumplimiento de una de las
promesas, que en nombre de la Revolución hice en la heroica ciudad de Veracruz
al pueblo mexicano: el proyecto de Constitución reformada [...] 10
En
uno de sus apartados más sensibles, Carranza reconoció:
Y, en efecto, la soberanía nacional,
que reside en el pueblo, no expresa ni ha significado en México una realidad,
sino en poquísimas ocasiones, pues si no siempre, sí casi de una manera rara
vez interrumpida, el Poder Público se ha ejercido, no por el mandato libremente
conferido por la voluntad de la nación, manifestada en la forma que la ley
señala, sino por imposiciones de los que han tenido en sus manos la fuerza
pública para investirse a personas designadas por ellos con el carácter de
representantes del pueblo.11
En
respuesta al discurso de Venustiano Carranza, Luis Manuel Rojas, en uso de la
tribuna, manifestó:
El Congreso Constituyente, que me
honro en presidir, ha escuchado con profunda atención el informe al que acabáis
de dar lectura, y en el que se delinean de manera clara los principios
políticos y sociales que os han servido de guía al hacer las diversas reformas
que son indispensables para adaptar la Constitución de 1857 a las necesidades
más hondas y a las nuevas aspiraciones del pueblo mexicano […] Así, pues,
señor, me limito ahora a darme por recibido del proyecto de reformas a la
Constitución de 1857, y puedo aseguraros que todos y cada uno de los ciudadanos
diputados que integramos este Congreso Constituyente, estamos animados del
mejor deseo de corresponder a la misión que el pueblo nos ha encomendado, y
que, como lo esperáis, secundaremos con todo celo y patriotismo vuestra labor,
satisfechos de haber tenido la gloria de ser solidarios con usted en la obra
grandiosa de la reconstrucción nacional.12
De
esta manera dieron inicio los trabajos del Congreso Constituyente, en las
diferentes corrientes estaban masones que confrontaban sus creencias de lo que
debía ser la nueva Constitución, pero algo sí no estaba en duda: debía contener
un profundo sentido humano y social. La participación de Luis Manuel Rojas, de
acuerdo con el testimonio de Juan de Dios Bojórquez en su libro Crónica del
Constituyente fue de este modo:
Luis Manuel Rojas nos simpatizó
siempre, por su historial revolucionario, su hombría de bien y su valor civil.
Sus discursos eran sólidos y los decía sin titubear, con voz agradable y
ademanes nobles. Dirigiendo los debates era recto, inteligente y justiciero.
Aun cuando fue acusado de ser parcial a un grupo, en sus funciones de
presidente nadie pudo quejarse de que el diputado Rojas le corriera algún
desaire. Si a todo esto se agregan su modestia y su don de gentes, debemos
concluir diciendo que nuestro Congreso tuvo el acierto de elegir a Luis Manuel
Rojas para presidirlo […] a él se debe la declaración de que quienes formamos
la mayoría, fuimos “jacobinos”, radicales u obregonistas; y aquellos que
estuvieron en las derechas, pudieron llamarse moderados, liberales clásicos o
carrancistas. Nadie rectificó las apreciaciones de Luis Manuel.
Finalmente,
luego de largas sesiones, de acaloradas discusiones, de encontronazos
ideológicos y de grandes acuerdos, la tarde del miércoles 31 de enero de 1917
se llevó a cabo la sesión solemne de clausura del Congreso Constituyente. El
presidente de la Mesa Directiva, masón liberal, miembro activo del Supremo Consejo
México, Past Gran Maestro de la Gran Logia Valle de México, hizo entrega de la
Constitución más avanzada de su época en cuestión de derechos sociales y
reconocimiento al tema agrario.
Aquella
tarde, ante un teatro saturado en asistencias, Rojas se dirigió al Primer Jefe
de la Revolución en representación de sus compañeros diputados. El contenido de
su intervención fue valioso, de él reproducimos la parte final:
De cualquier manera que se piense,
es claro que la obra legislativa que surge de este Congreso, como el fruto
admirable de la gran revolución constitucionalista, había de caracterizarse por
su tendencia a buscar nuevos horizontes y a desentenderse de los conceptos
consagrados de antaño, en bien de las clases populares que forman la mayoría de
la población mexicana, que ha sido tradicionalmente desheredadas y oprimidas.
Pero, si hemos cometido algún error en la ejecución de esa obra grandiosa, a
que con tanto empeño y cariño nos hemos consagrados todos los miembros de este
Congreso Constituyente, o si en algo hubo exceso o defecto de que pueda
hacérsenos responsables de pronto por los intereses lastimados o por las
opiniones reinantes contradichas, la historia, siempre justiciera, nos
absolverá de todo cargo, en vista de la nobleza de nuestras miras en favor de
los desvalidos y de la sinceridad de nuestras convicciones sobre los grandes
problemas sociales, pues en todo nos ha guiado la idea de hacer grande y feliz
a la República Mexicana. En nombre, pues, de este Congreso Constituyente, que
será ilustre en la historia mexicana, me cabe el honor de poner en vuestras
manos la nueva ley suprema de esta tierra, dando a usted, la seguridad de que
todos nosotros de hoy en más, dondequiera que nos encontremos y cualesquiera
que sean las circunstancias, seremos sus más celosos defensores, estando
dispuestos a cumplirla y respetarla como el emblema sagrado a cuyas sombras
gozará mañana de libertad, de paz y de bienestar el pueblo mexicano.13
En
su calidad de diputado presidente del Congreso firmó la Constitución y
correspondió a Rojas la clausura de las sesiones. Ya en la siguiente etapa de
la construcción mexicana fungió como jefe del Departamento Universitario y de
Bellas Artes de 1917 a 1920, así como director de la Biblioteca Nacional.
Años
después de los resultados del Plan de Agua Prieta, que desembocaron en la caída
y asesinato de Carranza, Rojas se desempeñó como embajador de México en
Guatemala, recibió el grado de general de división y participó en la Comisión
de Reclamaciones por los estragos que dejara la Revolución Mexicana. Tuvo el
cargo de magistrado en el Tribunal Militar e impartió cátedra de derecho
constitucional en la Universidad Nacional de México. En los años difíciles de
la guerra cristera, fue líder de opinión y su postura era escuchada por su
hermano masón Plutarco Elías Calles.
En
1928 editó su libro La culpa de Henry Lane Wilson en el desastre de México,
tomando como base la primera publicación que hiciera antes. Apasionado del
periodismo siguió colaborando en diarios como El Universal y El Siglo xxi.
El
27 de febrero de 1949, a los 78 años de edad, Luis Manuel Rojas pasó a ocupar
su columna en el eterno oriente. Sus restos mortales reposan en el Panteón
Civil de Dolores, su legado enalteció los principios de Libertad, Igualdad y
Fraternidad, cuyo sello distintivo son la escuadra y el compás.
NOTAS
Licenciado
en derecho, escritor e investigador. Ha escrito diez libros entre
investigaciones, ensayos, cuento y novela. Entre sus obras más significativas
destacan La masonería en el siglo xix en México y Las utopías del nuevo
milenio. 1
Juan Real Ledezma, “Luis Manuel Rojas Arriola. Presidente del Congreso
Constituyente de 1916-1917”. 2
Alejandro Rosas, “La entrevista Díaz-Creelman”. 3
Partidos políticos en México. 4
Luis Manuel Rojas fue presidente del Congreso Constituyente de 1916- 1917. 5
Diario de los Debates. Cámara de Diputados federal. 6
Ibid. 7
Boletín 1931, Órgano Oficial del Supremo Consejo del Rito Escocés Antiguo y
Aceptado para la jurisdicción masónica de los Estados Unidos Mexicanos, p.
89. 8
Memorial del 23 de enero de 1913
presentado por el “Bloque Liberal Renovador” de la Cámara de Diputados a Don
Francisco I. Madero sobre la situación prevaleciente. [En línea.] 9
Edgar D. Rojano García, El Constituyente de 1917. Radiografía de sus hombres.
[En línea.] 10
“Discurso de Venustiano Carranza al abrir las sesiones del Congreso
Constituyente”, p. 372. 11
Idibem, p. 37 12
Ibid., p. 386-387. 13
Diario de los Debates del Congreso Constituyente 1916-1917, t. III, p. 659. |
Fuentes
consultadas
Bibliográficas
Bojórquez,
Juan de Dios (Djed Bórquez), Crónica del Constituyente, México,
iij-unam/inehrm, 2014.
Diario de los Debates
del Congreso Constituyente 1916-1917,
iijunam/inehrm, Biblioteca Constitucional, 2014, 3 tomos. “Discurso de Venustiano
Carranza al abrir las sesiones del Congreso Constituyente”, en Diario de Debates del Congreso Constituyente
1916-1917, t. I, iij-unam/inehrm, Biblioteca Constitucional, 2014.
Palavicini,
Félix F., Los diputados, lo que se ve y no se ve de la Cámara, México, s.e.,
1913.
Rodríguez
Araujo, Octavio, Los partidos políticos, México, unam, 1986.
Hemerográficas
Boletín
1931, Órgano Oficial del Supremo Consejo del Rito Escocés Antiguo y Aceptado
para la jurisdicción masónica de los Estados Unidos Mexicanos, Tip. Guerrero
Hno. Sucr., México, 1932.
Real
Ledesma, Juan, “Luis Manuel Rojas Arriola. Presidente del Congreso
Constituyente de 1916-1917”, México, Gaceta
de la Universidad de Guadalajara, Nueva época II, año 2, núm. 335, 1 de
marzo de 2004.
Electrónicas
Memorial del 23 de
enero de 1913 presentado por el “Bloque Liberal Renovador” de la Cámara de
Diputados a don Francisco I. Madero sobre la situación prevaleciente, Suprema Corte de Justicia.
Disponible en: http://bibliohistorico.juridicas.unam.mx/ libros/2/937/26.pdf
Rojano
García, Edgar D., El Constituyente de 1917. Radiografía
de sus hombres. México, Cámara de Diputados.
Disponible
en:
www3.diputados.gob.mx/camara/content/download/244368/698408/ file/El%20Constituyente%20de%201917.pdf
Rosas,
Alejandro, “La entrevista Díaz-Creelman”.
El poder del mexicano
Luis
Gómez Berlie
Dicta nuestra Constitución Política de
los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo 39, que a la letra dice: “La
soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder
público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo
tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de
su gobierno”.
Sin
la pretensión de realizar algún estudio filosófico jurídico, consideramos lo
siguiente como una idea derivada de los debates, acuerdos y conclusiones del
Tercer Congreso Mundial de Laica Internacional celebrado del 28 de abril al 1
de mayo 2016, en la Ciudad de La Habana, República de Cuba. “La soberanía
nacional reside esencial y originariamente en el pueblo”, nos parece una
oportuna frase para reflexionar durante la lectura de esta obra que conmemora
el Centenario de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
sobre el origen de “tanta” libertad sobre el espíritu de la ley.
Solamente
en esta brillante nación se enriquece al particular con el extremo poder de
armarlo con el juicio de amparo, también de confección masónica por su autor
yucateco, el abogado Manuel Crescencio García Rejón y Alcalá (1799-1849).
Con
esta herramienta prevista en los artículos 103 y 107 de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, defendemos procesalmente nuestros
derechos establecidos en la Constitución y en los tratados internacionales
celebrados por el Estado mexicano frente al abuso de la autoridad.
Así
de justa debería estimarse la influencia liberal, porque contribuye a nuestra
nación, garantizando desde antes de la toma de protesta el desempeño ético de
cada servidor y funcionario público masón en los tres Poderes de la Unión.
La
lucha del constituyente probo ha estado sometida a la evaluación de las
libertades de cada mexicano, de cada pater familias, en el ámbito judicial,
legislativo, económico, laboral, agrario, magisterial, popular, industrial y
burocrático, desde la Guerra de Independencia, las Leyes de Reforma y la
Revolución de 1910, desde el siglo xix a nuestros días, adecuando soluciones a
las necesidades de cada sector y con mayor atención a las de la población
vulnerable, materializando la visión de los luchadores de nuestra historia, la
historia de los Estados Unidos Mexicanos, en donde el poder emana del pueblo y
las garantías individuales superan los derechos humanos.
*
Licenciado en derecho, por el Centro Nacional de Evaluación para la Educación
Superior. Pionero e instructor en juicios orales por el Instituto Politécnico
Nacional. |
Conclusión
Mauricio
Leyva Castrejón
Resulta sorprendente lo poco que se
ha observado y documentado la intervención crucial de los masones mexicanos en
la confección de la Constitución de 1917.
Esa
omisión es notable si se compara con el amplio reconocimiento de la fisonomía
masónica de la Reforma y la generación alrededor de Benito Juárez.
En
la coyuntura de la Constitución de 1917, la masonería mexicana había transitado
desde el modelo de las logias-partidarias hasta uno de instituciones autónomas
de la pragmática política y con libre decisión de los asociados, donde los
miembros individuales sí podían participar siguiendo cualquier causa legítima.
Desaparecido
el esquema de la logia-partido, al final del siglo xix, resurgió el ímpetu y
liderazgo de los individuos formados en sus “sociedades de ideas”. Y en la
Revolución Mexicana sí que lo hicieron de modo destacado, tomando posición de
líderes en el proceso. La pléyade de delegados masones se distinguió por su
experiencia legislativa, su oratoria o sus enfoques avanzados.
El
salto desde el primer proyecto presentado por Carranza para la Constitución de
1917, hasta su rápida modificación —que incluía el ideario social y las claves
de la llamada “ideología de la Revolución Mexicana” que dominó el panorama
nacional por el resto del siglo— fue facilitado por la novedosa inserción de la
masonería en su entorno político.
Los
estudios de detalle muestran el gran liderazgo de los francmasones en la
redacción de la Constitución, así como su disposición a no caer en dogmas, para
superar los conflictos transitorios y alcanzar acuerdos con sus rivales.
Lo
que parecía durante el periodo armado una rígida confrontación de clases y
caudillos, al final se resolvió rápidamente con la integración de las más
amplias reformas plasmadas en ley al principio del siglo xx.
La
amplitud de las miras e ideales de los librepensadores contribuyó a esa
situación, con una aportación casi siempre desconocida, ya que se trató de una
organización discreta y, como organización, separada de la actividad política.
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