Miguel de Cervantes, las mujeres del
Siglo de Oro y yo
La obra de Cervantes da voz a las víctimas del machismo de su época: es
una forma de reconocer su dignidad.
En mi primer curso en el instituto, el profesor de lengua
nos explicó que, en La Celestina, cuando Calisto y Melibea se quedaban solos ocurría lo
que ocurre en la literatura española prácticamente hasta el siglo XX cuando un
hombre y una mujer se quedan solos: “pasa lo que tiene que pasar”.
En el curso siguiente leíamos fragmentos del Quijote. La profesora nos llamó la atención sobre la
“delicadeza” de esta frase casi lubitschiana de Dorotea: “con volverse a salir
del aposento mi doncella, yo dejé de serlo”.
Cuando era adolescente, la obsesión por la honra en la
literatura del Siglo de Oro me distanciaba. Me parecía que mostraba el atraso
de la cultura española y que hacía que esa literatura fuera menos comunicable
que la de otras tradiciones. Obras anteriores, como La Celestina o partes del romancero,
me parecían más cercanas, sin la combinación de platonismo renacentista y
reacción trentina.
Entendía la tragedia de algunas de las protagonistas de
sus obras, y comprendía su indignación. Pero, aunque entendiera sus
circunstancias y sus motivos, no lograba identificarme con la reparación o con
la exigencia de que el amante (muchas veces mentiroso o directamente violador)
se casara con ellas. Admiraba a algunas de ellas (como la propia Dorotea), pero
mi lectura estaba contaminada de un romanticismo que me impedía ponerme en su
lugar. Me resultaban más atractivos otros personajes, como Hester Prynne, la
protagonista de La letra escarlata.
Lo que más me impresionaba era que esa cultura de la
honra, de matrimonios forzados y de pruebas de virginidad todavía operase en
muchas partes del mundo. Ahora también pienso que mi incapacidad para entender
la reivindicación de esas víctimas -aunque derivase de una situación espantosa
y de un sistema cultural y legal injusto- me impedía entender bien la situación
de contemporáneas que vivían en situaciones de opresión.
Cambié de opinión sobre algunas de esas ideas. Con
Antonio Pérez Lasheras, que también me dio clase sobre el Quijote, nos fijamos en la sensualidad de la poesía
de Góngora. Aurora Egido, autora de “Santa Teresa ante los letrados”, enseñaba
que el Libro de la vida era una defensa arriesgada y una reivindicación personal
que utilizaba una estrategia retórica extremadamente hábil, para refutar unas
acusaciones de heterodoxia religiosa que en la época no siempre acababan bien.
(Ray Loriga decía que la vida de Santa Teresa se parecía a las películas de la
serie Rocky.)
Uno de los grandes textos perdidos de la literatura
española es la novela de caballerías que escribió Santa Teresa. Años más tarde,
corregí la edición de Urdiendo ficciones (PUZ), de Donatella Gagliardi, sobre una novela de
caballerías escrita por Beatriz Bernal. El libro de Gagliardi contiene una selección de advertencias contra
los peligros de que leyeran las mujeres (especialmente obras de ficción).
Con Aurora Egido también leíamos El burlador de Sevilla. Lo que
hacía el personaje principal, arquetipo del seductor, era mentir, incumplir los
pactos. Ese era el corazón de la obra: creer que los juramentos se pueden
romper es lo que condena a don Juan (mediante intervención divina).
Esa mirada enlaza con uno de los aspectos más
interesantes de Miguel de Cervantes. La conquista de la
ironía, la admirable biografía que Jordi Gracia ha
publicado en Taurus: la importancia que concede a los personajes femeninos de
Cervantes. Muchas de las mujeres de la ficción de Cervantes, y varias mujeres
de su familia -empezando por su tía María y por su hermana Andrea-, estuvieron
en situaciones parecidas. Las acusaciones a Cervantes y los juegos de palabras
con su apellido eran comunes.
En una entrevista que
publicó Letras Libres, Gracia explica: “En Cervantes late una indignación
sublevada contra la vejatoria y humillante relación de los caballeretes con las
mujeres sin medios de subsistencia (pero que aspiran a mejorar de posición como
sea)”.
En esa España, las mujeres tenían como recurso principal
su capacidad reproductiva. Un embarazo fuera del matrimonio era malbaratarlo y
les dejaba sin apenas opciones. Lo que vemos es un incumplimiento de contrato
por parte del caballero que prometía matrimonio a cambio de sexo y una
reclamación, que a menudo se solucionaba económicamente. Según Gracia, “el
machismo congénito del hispanismo cervantista y no cervantista no ha dejado
percibir la dimensión profundamente moderna que encarna Cervantes en relación
con la mujer”.
Cervantes, dice Gracia en el libro, “cuenta el
desbarajuste trágico que han vivido tantas mujeres próximas o lejanas, la
vivencia doméstica e íntima de una familia plagada de casos que no conocemos
más que en su perfil externo. Asumimos con la boca pequeña, o con sospechas
difusas, que practicaron una prostitución, entre consentida y social, como vía
de prosperidad económica cuando, en aquella realidad, ese pudo ser solo un
vehículo de supervivencia en la medianía de una familia hidalga pero justísima.
Ignoramos de veras la naturaleza de las múltiples relaciones que atestiguan
legajos y papeles acartonados sin dato alguno de los sentimientos de las
muchachas, como no sean estas recreaciones proyectadas y convincentes como
pocas en boca de Cervantes”.
Los clásicos, decía Calvino, son esos libros que uno
nunca termina de leer. Siempre nos enseñan un ángulo que no habíamos previsto:
son ellos quienes nos leen a nosotros.
Han generado mucha bibliografía, pero soportan nuevas
interpretaciones. A menudo alguien que no es especialista realiza
aproximaciones iluminadoras. Es lo que consigue Jordi Gracia, al subrayar que
Cervantes da voz a algunas de las víctimas, muestra la injusticia y acompaña su
reivindicación, para la que emplean los recursos que tienen a su alcance, en un
sistema amañado contra ellas. Esa forma de darles voz es también un reconocimiento
a su dignidad.
https://www.letraslibres.com/mexico/arte/miguel-cervantes-las-mujeres-del-siglo-oro-y-yo
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