lunes, 26 de julio de 2021

 

LA CATEDRAL DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

 

El 2021 es Año Jacobeo. Ocurre solo cuando la festividad del santo, el 25 de julio, cae en domingo. Y la gracia que reciben los que peregrinan a Santiago de Compostela en Año Santo es el Jubileo, lo que significa que sus pecados quedan todos perdonados. Será pues un buen momento para cumplir el sueño de llegar a la capital gallega tras unas jornadas de Camino de Santiago o volando directo a esta ciudad donde impregnarse de la magia y el arte de la Catedral compostelana y disfrutar de un casco antiguo Patrimonio de la Unesco.


ONCE SIGLOS DE HISTORIA

Los orígenes de Santiago de Compostela como uno de los primeros destinos de peregrinación en el mundo se remontan al siglo IX cuando, durante el reinado de Alfonso II el Casto y según la tradición, fue hallado en tierras de Galicia la tumba del Apóstol Santiago el Mayor. El cuerpo, traído a la Península por mar por sus discípulos Atanasio y Teodoro, fue descubierto por Pelagio, un eremita que hacía penitencia en un solitario paraje cuando observó en el horizonte «luces ardientes durante la noche». Se acercó al lugar y encontró un rudimentario edículo con un relicario, en cuyo interior se escondían los restos del santo. Avisado del prodigio acudió Teodomiro, el obispo de la cercana Iria Flavia romana (hoy en el municipio de Padrón), quien mandó erigir allí una pequeña iglesia de piedra y barro. Así comenzó la historia hoy milenaria del lugar que fue llamado Campus Stella, el Campo de las Estrellas, la actual Compostela.

LA PRIMERA GUÍA DEL CAMINO

Aquella primitiva iglesia duró poco, y en el año 872, el rey Alfonso III mandó erigir otra en consonancia con los peregrinos que empezaban a llegar para venerar el arca sepulcral donde se habían guardado los restos. La afluencia de devotos y curiosos aumentó tanto en los primeros siglos que el Camino de Santiago propició el manuscrito iluminado Codex Calixtinus, que escribió en el siglo XII el peregrino francés Aymeric Picaud por encargo del Papa Calixto II. La obra, además de cantos, sermones, milagros y relatos de la traslación del cuerpo del Apóstol, incluía curiosidades de la ruta y consejos para los peregrinos y caminantes. El libro se conserva en el museo de la Catedral.

UNA LLEGADA ESPECTACULAR

Pocos caminantes se resisten a completar a pie los últimos 5 km que separan el Monte do Gozo, un mirador iniciático, y la Catedral de Santiago. El buen conocedor de la Ruta Jacobea sabe que la tradición es entrar en el casco viejo por la Porta do Camiño de la antigua muralla, hoy en la intersección de la Rúa de San Pedro con las de As Rodas y A Ensinanza.

A partir de ahí, un dédalo de calles adoquinadas como la Rúa de Casas Reais guían al caminante y lo van metiendo en ambiente, primero en la plaza de Cervantes y luego en la de Azabachería, donde antaño los artesanos medievales del azabache y de la plata ofrecían a los caminantes tallas de vieiras y cruces de recuerdo, a modo de souvenir moderno. Un bando del año 1133 ya pedía a los comerciantes que no cobraran más por sus productos a los peregrinos que a los vecinos.

ENTRE PLAZAS Y CALLES MÁGICAS

Santiago de Compostela atesora un extenso legado de historia, monumentos y leyendas. Sin embargo, nunca ha sido una ciudad museo, más bien un enclave milenario siempre en ebullición. Se descubre en las animadas calles peatonales del centro histórico, la mayoría de las cuales desembocan frente a la Catedral. Un ejemplo es la angosta Rúa Francos, cuyo nombre hace referencia a los peregrinos que llegaban por el Camino Francés, llamados «los francos». También la Rúa Nova, la Raína y la Rúa de Vilar, con soportales que dan refugio en los días de lluvia. Estas calles preservan la fisonomía medieval y además son idóneas para degustar la gastronomía local en tradicionales tabernas, mesones y restaurantes donde se ofrecen desde tapas de marisco a guisos de pescado, sin olvidar la tarta de Santiago de postre y un reconfortante orujo.

UNA MANZANA MONUMENTAL

Todos los visitantes que llegan a la capital gallega ansían entrar en la Catedral. Sin embargo, antes merece la pena rodear el templo para descubrir las monumentales plazas que delimitan sus costados, con gran diversidad de estilos arquitectónicos.

Bordeando el claustro catedralicio, en un lateral se halla la plaza de Praterías (de los antiguos artesanos de la plata), un compendio de historia del arte, adornada con esculturas como una del rey David, con su corona, un arco y una viola; la tradición afirma que si se le tocan los pies, se regresará a la ciudad. A esta plaza se asoma la única fachada del templo románico que se conserva, en la que se puede admirar una de las puertas de la construcción primitiva. Sobre ella se eleva la Torre del Reloj, defensiva en sus orígenes hasta la remodelación barroca del siglo XVII, cuando se culminó con la campana popularmente conocida como Berenguela que, además de dar las horas en Santiago y ser la mayor de la Catedral (6433 kilos), es protagonista de leyendas. Una de ellas afirma que si una medianoche, en lugar de 12 campanadas suenan 13, el diablo andará suelto esa hora por la ciudad.

En otro lado de la Catedral se abre la plaza Quintana, con dos niveles unidos por una amplia escalinata: en el superior, la Quintana de los Vivos, y en el inferior, la Quintana de los Muertos, porque lo ocupaba un campo santo hasta que comenzaron las obras del templo. En esta plaza se halla la Puerta Santa o del Perdón, adornada por figuras rescatadas de un antiguo coro labrado en piedra, otra joya del templo primitivo firmada por el Maestro Mateo, autor del sublime Pórtico de la Gloria. Por esta Puerta Santa, habitualmente cerrada, se puede entrar en la Catedral los años de Jubileo. Y cuidado, porque la plaza Quintana tiene fantasma. Lleva sombrero, bastón y copa, y suele rondar por la plaza en las noches de neblina. En realidad es la sombra de una columna que lleva años aterrando a los visitantes desconocedores de esta historia popular.

Por último, la plaza de la Inmaculada está enmarcada entre el monasterio de San Martiño Pinario, fundado el siglo X, y la fachada catedralicia que mira también a la plaza de la Azabachería. En ella desemboca el último tramo urbano de los Caminos Francés, Inglés y del Norte, que entran al casco histórico por la ya mencionada Puerta del Camino.

LA PLAZA DEL OBRADOIRO

Los peregrinos que por fin alcanzan la plaza del Obradoiro no pueden evitar la emoción al culminar el Camino de Santiago, pero también al contemplar uno de los espacios de mayor relevancia en la Europa de la Edad Media. El espacio lo domina la impresionante fachada del Obradoiro de la Catedral compostelana, con sus dos torres alzándose hacia el cielo: la de las Campanas y la de la Carraca, instrumento con el que se convocaban los oficios de Semana Santa mientras duraban la prohibición del tañer de las campanas.

El gran templo compostelano reclama toda la atención, pero al conjunto de esta espaciosa plaza se añaden otros edificios magníficos, como el sobrio Pazo (palacio) neoclásico de Raxoi (1772), sede del Ayuntamiento y de la Xunta de Galicia; el Pazo románico de San Xerome, actual rectorado de la Universidad; el Hostal de los Reyes Católicos de estilo plateresco, que ya hospedaba a peregrinos en el año 1501 y hoy es un parador de turismo. Por último, a lado y lado de la Catedral se contemplan el Palacio Episcopal o de Xelmírez, donde residían los obispos, y la Galería Balconada, el corredor que rodea el Museo de los Tapices, instalado en el ala del claustro que va a dar a la plaza.


LA DESLUMBRANTE FACHADA DE LA CATEDRAL

Una escalinata de 33 peldaños (la edad de Cristo a su muerte) asciende desde la plaza del Obradoiro hasta la entrada principal de la Catedral. Creada en 1606, su diseño se inspira en las escaleras de famosos maestros italianos como Miguel Ángel o Bramante, y está tan lograda que apenas se aprecia que el templo está construido sobre un leve promontorio de base más pequeña que la propia planta del templo, que no se asienta como sería lo lógico sobre la gran explanada.

La fachada del Obradoiro, considerada obra cumbre de la arquitectura barroca española, se realizó entre 1738 y 1750, concebida como antesala al Pórtico de la Gloria románico y para protegerlo ante las inclemencias del tiempo. Podría decirse que no hay piedra sin tallar en este muro frontal del monumento. Se aprecia aún mejor con la luz del atardecer cuando, especialmente en verano, los rayos hacen arder la piedra de esta joya labrada.



EL PÓRTICO DE LA GLORIA

La fachada barroca del siglo XVIII es la antesala al mayor hito artístico de la Catedral compostelana, el deslumbrante Pórtico de la Gloria, la primitiva entrada que tenía la iglesia románica. La obra fue creada en el siglo XII por el Maestro Mateo y el amplio equipo de canteros que trabajaban a sus órdenes. Hacia el año 1100, el obispo Xelmírez encargó a este artesano una puerta nueva para la iglesia. El artista la concibió como un enorme retablo románico al aire libre, una expresiva lección escrita en piedra sobre los dogmas religiosos de la época. Obra cumbre de la iconografía románica medieval, todavía hoy impresiona cuando se contempla, tanto por la profusión de sus casi 200 figuras como por la exquisita ejecución de detalles, gestos, muecas, vestimentas…

La portalada de piedra exhibe un abigarrado conjunto de personajes en sus arquivoltas y columnas. En el arco central se representa a Cristo resucitado acompañado por los cuatro evangelistas, reconocibles por los animales simbólicos que los representan. Están presentes los 24 ancianos del Apocalipsis, conversando entre sí mientras afinan los instrumentos para entonar el Canto de la Gloria. Aparecen también ángeles, músicos, personajes bíblicos como Adán y Eva o apóstoles como Daniel, cuya mueca en el rostro se considera la primera sonrisa del románico. Asimismo, en las arquivoltas del lado derecho podemos buscar imágenes del infierno, demonios, bebedores, un goloso que intenta comer con una serpiente que le oprime la garganta, avaros atados de pies y manos…



RITOS ANTES DE ENTRAR

El parteluz del Pórtico de la Gloria, esa columna que separa los arcos de entrada, se cubre con una escultura de Santiago, con aspecto beatífico y humano, un bastón en la mano y una cartela en la que se lee «Me envió el Señor». Hasta no hace mucho el peregrino cumplía con la tradición de hundir los cinco dedos de la mano derecha en un hueco del parteluz que, con el paso de los siglos, a modo de hierro candente, había abierto esa huella en el mármol. Hoy se supone que está prohibido, aunque es difícil resistirse…

Tras cumplir con esta tradición espera otra, nada más traspasar el Pórtico de la Gloria. En uno de los laterales puede verse una figura de rodillas que mira hacia el interior del templo. Se le conoce como el Santo Dos Croques (en gallego croques significa coscorrón), una escultura en la que los peregrinos llevan doce siglos dando un pequeño golpe con sus cabezas para atraer la buena suerte. La tradición asegura que se trata del Maestro Mateo y que el golpe sirve para recibir su genialidad. Pero cuidado con no confundir con la cercana cabeza de Hércules: el pobre lleva siglos recibiendo cabezazos por error.



EL VUELO DEL BOTAFUMEIRO

El peregrino que visite la Catedral un día de celebración destacada o durante el Año Santo en la misa del peregrino podrá ver en movimiento el Botafumeiro de Compostela, un incensiario («bota fume», echa humo) único en el mundo por su tamaño y peso (60 kilos), sobrevolando de lado a lado la nave central impulsado como un péndulo. Este recipiente se usa para crear una atmósfera mística y perfumar con incienso el interior de los templos, pero antaño tenía además una función higiénica. Y es que entonces, cuando los peregrinos sudorosos y polvorientos se apiñaban en la basílica, el olor era insoportable. No hay que olvidar que hasta 1786 era habitual comer o incluso dormir en el interior del templo.


EL SEPULCRO DEL APÓSTOL

Recorrer en silencio la nave central de la Catedral de Compostela hace enmudecer. El visitante, consciente del lugar en el que se encuentra, busca llegar al Altar Mayor, bajo el cual se halla la cripta en la que se guarda, entre otros sarcófagos y tumbas, la urna de plata con los restos del Apóstol, un cofre que mantiene vivo uno de los mayores peregrinajes de la Humanidad. Desde los dos lados de la gárgola se puede descender a la cripta.

Sobre el sepulcro existe una leyenda que afirma que el año 1589, el pirata inglés Francis Drake amenazó con saquear la ciudad para hacerse con los restos del Apóstol. Los canónigos de la catedral no podían consentirlo, por lo que se decidió sacar las reliquias del templo y ponerlas a salvo de la rapiña. Sin embargo, lo hicieron tan bien que, pasada la amenaza, un tiempo después, nadie supo dar con el escondite. Tuvieron que pasar casi 300 años hasta que en, 1879, en unas obras de excavación, fueron recuperadas.



UN INTERIOR QUE CULMINA EN UN ABRAZO

Al final de la nave central se despliega la bellísima Capilla Mayor, una apoteosis del barroco cubierta por una estructura de madera sobre angelotes que hace la función de soportes del baldaquino. Junto a él, además de admirar su riqueza artística, se puede cumplir con otra tradición compostelana: abrazar al Apóstol. La estatuilla románica del santo, cubierta por un manto de oro y plata, se guarda en un camarín de decoración barroca al que se accede por una estrecha escalinata situada detrás de la Capilla Mayor. Desde ese minúsculo lugar se puede contemplar una visión inédita y elevada del interior del templo.



ENTRE CAPILLAS Y ARCOS

La Capilla Mayor es la más buscada de la Catedral de Santiago, pero ni mucho menos la única. Los antiguos peregrinos no solo entraban para venerar las reliquias de Santiago, también recorrían el templo para rezar ante las imágenes de las que eran devotos. Solo tres de las capillas semicirculares que hay en el deambulatorio, posterior del Altar Mayor, conservan la traza románica. A lo largo de los siglos, se añadieron otras capillas nuevas en huecos y pasillos hasta alcanzar dos docenas.

Destaca, por ejemplo, la Capilla del Salvador, en la que se dice que se iniciaron las obras de la Catedral, según se narra en los capiteles de la entrada que representan al rey Alfonso II y al arzobispo Xelmírez. La Capilla de Santa María de la Corticela es en realidad un antiguo oratorio románico que ya existía en el siglo IX y que fue conectado con la catedral por un pasadizo del crucero. A la Capilla de las Reliquias se accede por una puerta desde la nave de la Epístola y en ella se venera la Santa Espina y una losa sepulcral del obispo Teodomiro. La Capilla de Santa Catalina fue panteón real entre los siglos XII y XIII. Y la Capilla de San Fernando, que guarda el Tesoro catedralicio, permite contemplar piezas tanto de la historia del templo como de la ciudad, desde monedas romanas a un tramo de pavimento de 500 años de antigüedad.

Otro de los museos instalados en la catedral es el de los Tapices, en un ala del espacioso claustro, desde el que además de obtiene una espléndida vista de las torres campanario. Este claustro conserva algunos elementos románicos, pero su trazado se ajusta al levantado entre los años 1521 y 1591 en estilos renacentista y plateresco. Incluye la Capilla del Alba, creada en el siglo XVI como panteón de los canónigos de la Catedral.

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/visita-guiada-a-catedral-santiago-compostela_16237/13





















 

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