LA CATEDRAL DE SANTIAGO DE
COMPOSTELA
El 2021 es Año
Jacobeo. Ocurre
solo cuando la festividad del santo, el 25 de julio, cae en domingo. Y la
gracia que reciben los que peregrinan a Santiago de Compostela en Año Santo es
el Jubileo, lo que significa que sus pecados quedan todos perdonados. Será pues
un buen momento para cumplir el sueño de llegar a la capital gallega tras unas
jornadas de Camino de Santiago o volando directo a esta ciudad donde
impregnarse de la magia y el arte de la Catedral compostelana y disfrutar de un
casco antiguo Patrimonio de la Unesco.
ONCE SIGLOS DE HISTORIA
Los orígenes
de Santiago de Compostela como uno
de los primeros destinos de peregrinación en el mundo se remontan
al siglo IX cuando, durante el reinado de Alfonso II el Casto y según la
tradición, fue hallado en tierras de Galicia la tumba del Apóstol Santiago el
Mayor. El cuerpo, traído a la Península por mar por sus discípulos Atanasio y
Teodoro, fue descubierto por Pelagio, un eremita que hacía penitencia en un
solitario paraje cuando observó en el horizonte «luces ardientes durante la
noche». Se acercó al lugar y encontró un rudimentario edículo con un relicario,
en cuyo interior se escondían los restos del santo. Avisado del prodigio acudió
Teodomiro, el obispo de la cercana Iria Flavia romana (hoy en el municipio de
Padrón), quien mandó erigir allí una pequeña iglesia de piedra y barro. Así
comenzó la historia hoy milenaria del lugar que fue llamado Campus Stella, el Campo de las Estrellas,
la actual Compostela.
LA PRIMERA GUÍA DEL CAMINO
Aquella primitiva
iglesia duró poco, y en el año 872, el rey Alfonso III mandó erigir otra en
consonancia con los peregrinos que empezaban a llegar para venerar el arca
sepulcral donde se habían guardado los restos. La afluencia de devotos y
curiosos aumentó tanto en los primeros siglos que el Camino de Santiago
propició el manuscrito iluminado Codex
Calixtinus, que escribió en el siglo XII el peregrino francés Aymeric
Picaud por encargo del Papa Calixto II. La obra, además de cantos, sermones,
milagros y relatos de la traslación del cuerpo del Apóstol, incluía curiosidades de la ruta y consejos para los
peregrinos y caminantes. El libro se conserva en el museo de la
Catedral.
UNA LLEGADA ESPECTACULAR
Pocos
caminantes se resisten a completar a pie los últimos 5 km que separan el Monte do Gozo, un mirador iniciático, y
la Catedral de Santiago. El buen conocedor de la Ruta Jacobea sabe que la
tradición es entrar en el casco viejo por la Porta do Camiño de la antigua
muralla, hoy en la intersección de la Rúa de San Pedro con las de As Rodas y A
Ensinanza.
A partir de
ahí, un dédalo de calles adoquinadas como la Rúa
de Casas Reais guían al caminante y lo van metiendo en ambiente,
primero en la plaza de Cervantes y luego en la de Azabachería, donde antaño los
artesanos medievales del azabache y de la plata ofrecían a los caminantes
tallas de vieiras y cruces de recuerdo, a modo de souvenir moderno.
Un bando del año 1133 ya pedía a los comerciantes que no cobraran más por sus
productos a los peregrinos que a los vecinos.
ENTRE PLAZAS Y CALLES MÁGICAS
Santiago de
Compostela atesora un extenso legado de historia, monumentos y leyendas. Sin
embargo, nunca ha sido una ciudad museo, más bien un enclave milenario siempre
en ebullición. Se descubre en las
animadas calles peatonales del centro histórico, la mayoría de
las cuales desembocan frente a la Catedral. Un ejemplo es la angosta Rúa
Francos, cuyo nombre hace referencia a los peregrinos que llegaban por el
Camino Francés, llamados «los francos». También la Rúa Nova, la Raína y la Rúa de Vilar, con soportales que dan refugio en
los días de lluvia. Estas calles preservan la fisonomía medieval y
además son idóneas para degustar la gastronomía local en tradicionales
tabernas, mesones y restaurantes donde se ofrecen desde tapas de marisco a
guisos de pescado, sin olvidar la tarta de Santiago de postre y un
reconfortante orujo.
UNA MANZANA MONUMENTAL
Todos los
visitantes que llegan a la capital gallega ansían entrar en la Catedral. Sin
embargo, antes merece la pena rodear
el templo para descubrir las monumentales plazas que delimitan sus costados,
con gran diversidad de estilos arquitectónicos.
Bordeando el
claustro catedralicio, en un lateral se halla la plaza
de Praterías (de los antiguos artesanos de la plata), un
compendio de historia del arte, adornada con esculturas como una del rey David,
con su corona, un arco y una viola; la tradición afirma que si se le tocan los
pies, se regresará a la ciudad. A esta plaza se asoma la única fachada del
templo románico que se conserva, en la que se puede admirar una de las puertas
de la construcción primitiva. Sobre ella se eleva la Torre del Reloj, defensiva en sus
orígenes hasta la remodelación barroca del siglo XVII, cuando se culminó con la
campana popularmente conocida como Berenguela que, además de dar las horas en
Santiago y ser la mayor de la Catedral (6433 kilos), es protagonista de
leyendas. Una de ellas afirma que si una medianoche, en lugar de 12 campanadas
suenan 13, el diablo andará suelto esa hora por la ciudad.
En otro lado
de la Catedral se abre la plaza Quintana, con dos niveles unidos por una amplia
escalinata: en el superior, la Quintana de los Vivos, y en el inferior, la
Quintana de los Muertos, porque lo ocupaba un campo santo hasta que comenzaron
las obras del templo. En esta plaza se halla la Puerta
Santa o del Perdón, adornada por figuras rescatadas de un antiguo
coro labrado en piedra, otra joya del templo primitivo firmada por el Maestro
Mateo, autor del sublime Pórtico de la Gloria. Por esta Puerta Santa,
habitualmente cerrada, se puede entrar en la Catedral los años de Jubileo. Y
cuidado, porque la plaza Quintana tiene fantasma. Lleva sombrero, bastón y
copa, y suele rondar por la plaza en las noches de neblina. En realidad es la
sombra de una columna que lleva años aterrando a los visitantes desconocedores
de esta historia popular.
Por último, la plaza de la Inmaculada está
enmarcada entre el monasterio de San Martiño Pinario, fundado el siglo X, y la
fachada catedralicia que mira también a la plaza de la Azabachería. En ella
desemboca el último tramo urbano de los Caminos Francés, Inglés y del Norte,
que entran al casco histórico por la ya mencionada Puerta del Camino.
LA PLAZA DEL OBRADOIRO
Los peregrinos que por fin alcanzan la
plaza del Obradoiro no pueden evitar la emoción al culminar el Camino de
Santiago, pero
también al contemplar uno de los espacios de mayor relevancia en la Europa de
la Edad Media. El espacio lo domina la impresionante fachada del Obradoiro de
la Catedral compostelana, con sus dos torres alzándose hacia el cielo: la de
las Campanas y la de la Carraca, instrumento con el que se convocaban los
oficios de Semana Santa mientras duraban la prohibición del tañer de las
campanas.
El gran templo
compostelano reclama toda la atención, pero al conjunto de esta espaciosa plaza
se añaden otros edificios magníficos, como el sobrio Pazo (palacio) neoclásico
de Raxoi (1772), sede del Ayuntamiento y de la Xunta de Galicia; el Pazo
románico de San Xerome, actual rectorado de la Universidad; el Hostal de los Reyes Católicos de estilo
plateresco, que ya hospedaba a peregrinos en el año 1501 y hoy es un
parador de turismo. Por último, a lado y lado de la Catedral se contemplan el
Palacio Episcopal o de Xelmírez, donde residían los obispos, y la Galería
Balconada, el corredor que rodea el Museo de los Tapices, instalado en el ala
del claustro que va a dar a la plaza.
LA DESLUMBRANTE FACHADA DE LA
CATEDRAL
Una escalinata
de 33 peldaños (la edad de Cristo a su muerte) asciende desde la plaza del
Obradoiro hasta la entrada principal de la Catedral. Creada en 1606, su diseño
se inspira en las escaleras de famosos maestros italianos como Miguel Ángel o
Bramante, y está tan lograda que apenas se aprecia que el templo está
construido sobre un leve promontorio de base más pequeña que la propia planta
del templo, que no se asienta como sería lo lógico sobre la gran explanada.
La fachada del
Obradoiro, considerada obra cumbre
de la arquitectura barroca española, se realizó entre 1738 y
1750, concebida como antesala al Pórtico de la Gloria románico y para
protegerlo ante las inclemencias del tiempo. Podría decirse que no hay piedra
sin tallar en este muro frontal del monumento. Se aprecia aún mejor con la luz
del atardecer cuando, especialmente en verano, los rayos hacen arder la piedra
de esta joya labrada.
EL PÓRTICO DE LA GLORIA
La fachada
barroca del siglo XVIII es la antesala al mayor
hito artístico de la Catedral compostelana, el deslumbrante Pórtico de la
Gloria, la primitiva entrada que tenía la iglesia románica. La
obra fue creada en el siglo XII por el Maestro Mateo y el amplio equipo de
canteros que trabajaban a sus órdenes. Hacia el año 1100, el obispo Xelmírez
encargó a este artesano una puerta nueva para la iglesia. El artista la
concibió como un enorme retablo románico al aire libre, una expresiva lección
escrita en piedra sobre los dogmas religiosos de la época. Obra cumbre de la iconografía románica medieval,
todavía hoy impresiona cuando se contempla, tanto por la profusión de
sus casi 200 figuras como por la exquisita ejecución de detalles, gestos,
muecas, vestimentas…
La portalada
de piedra exhibe un abigarrado conjunto de personajes en sus arquivoltas y
columnas. En el arco central se representa a Cristo resucitado acompañado por
los cuatro evangelistas, reconocibles por los animales simbólicos que los
representan. Están presentes los 24 ancianos del Apocalipsis, conversando entre
sí mientras afinan los instrumentos para entonar el Canto de la Gloria. Aparecen
también ángeles, músicos, personajes bíblicos como Adán y Eva o apóstoles como
Daniel, cuya mueca en el rostro se considera la primera sonrisa del románico.
Asimismo, en las arquivoltas del lado derecho podemos buscar imágenes del
infierno, demonios, bebedores, un goloso que intenta comer con una serpiente
que le oprime la garganta, avaros atados de pies y manos…
RITOS ANTES DE ENTRAR
El parteluz del
Pórtico de la Gloria, esa columna que separa los arcos de entrada, se cubre con
una escultura de Santiago, con
aspecto beatífico y humano, un bastón en la mano y una cartela en la que se lee
«Me envió el Señor». Hasta no hace mucho el peregrino cumplía con
la tradición de hundir los cinco dedos de la mano derecha en un hueco del
parteluz que, con el paso de los siglos, a modo de hierro candente, había
abierto esa huella en el mármol. Hoy se supone que está prohibido, aunque es
difícil resistirse…
Tras cumplir
con esta tradición espera otra, nada más traspasar el Pórtico de la Gloria. En
uno de los laterales puede verse una figura de rodillas que mira hacia el
interior del templo. Se le conoce como el
Santo Dos Croques (en gallego croques significa
coscorrón), una escultura en la que los peregrinos llevan doce siglos dando un
pequeño golpe con sus cabezas para atraer la buena suerte. La tradición asegura
que se trata del Maestro Mateo y que el golpe sirve para recibir su genialidad.
Pero cuidado con no confundir con la cercana cabeza de Hércules: el pobre lleva
siglos recibiendo cabezazos por error.
EL VUELO DEL BOTAFUMEIRO
El peregrino
que visite la Catedral un día de celebración destacada o durante el Año Santo
en la misa del peregrino podrá ver en movimiento el Botafumeiro de Compostela,
un incensiario («bota fume», echa humo)
único en el mundo por su tamaño y peso (60 kilos), sobrevolando de lado a lado
la nave central impulsado como un péndulo. Este recipiente se usa para crear una atmósfera mística y perfumar con incienso el
interior de los templos, pero antaño tenía además una función
higiénica. Y es que entonces, cuando los peregrinos sudorosos y polvorientos se
apiñaban en la basílica, el olor era insoportable. No hay que olvidar que hasta
1786 era habitual comer o incluso dormir en el interior del templo.
EL SEPULCRO DEL APÓSTOL
Recorrer en silencio la nave central
de la Catedral de Compostela hace enmudecer. El visitante, consciente del
lugar en el que se encuentra, busca llegar al Altar Mayor, bajo el cual se
halla la cripta en la que se guarda, entre otros sarcófagos y tumbas, la urna
de plata con los restos del Apóstol, un cofre que mantiene vivo uno de los
mayores peregrinajes de la Humanidad. Desde los dos lados de la gárgola se
puede descender a la cripta.
Sobre el sepulcro
existe una leyenda que afirma que el año 1589, el pirata inglés Francis Drake
amenazó con saquear la ciudad para hacerse con los restos del Apóstol. Los
canónigos de la catedral no podían consentirlo, por lo que se decidió sacar las
reliquias del templo y ponerlas a salvo de la rapiña. Sin embargo, lo hicieron
tan bien que, pasada la amenaza, un tiempo después, nadie supo dar con el
escondite. Tuvieron que pasar casi 300 años hasta que en, 1879, en unas obras
de excavación, fueron recuperadas.
UN INTERIOR QUE CULMINA EN UN
ABRAZO
Al final de la
nave central se despliega la bellísima Capilla Mayor, una apoteosis del barroco
cubierta por una estructura de madera sobre angelotes que hace la función de
soportes del baldaquino. Junto a él, además de admirar su riqueza artística, se
puede cumplir con otra tradición compostelana: abrazar
al Apóstol. La estatuilla románica del santo, cubierta por un manto de
oro y plata, se guarda en un camarín de decoración barroca al que se accede por
una estrecha escalinata situada detrás de la Capilla Mayor. Desde ese minúsculo
lugar se puede contemplar una visión inédita y elevada del interior del templo.
ENTRE CAPILLAS Y ARCOS
La Capilla Mayor es la más buscada de
la Catedral de Santiago, pero ni mucho menos la única. Los antiguos peregrinos
no solo entraban para venerar las reliquias de Santiago, también recorrían el
templo para rezar ante las imágenes de las que eran devotos. Solo tres de las
capillas semicirculares que hay en el deambulatorio, posterior del Altar Mayor,
conservan la traza románica. A lo largo de los siglos, se añadieron otras
capillas nuevas en huecos y pasillos hasta alcanzar dos docenas.
Destaca, por
ejemplo, la Capilla del Salvador, en la que se dice que se iniciaron las obras
de la Catedral, según se narra en los capiteles de la entrada que representan
al rey Alfonso II y al arzobispo Xelmírez. La
Capilla de Santa María de la Corticela es en realidad un antiguo oratorio
románico que ya existía en el siglo IX y que fue conectado con la
catedral por un pasadizo del crucero. A la Capilla de las Reliquias se accede
por una puerta desde la nave de la Epístola y en ella se venera la Santa Espina
y una losa sepulcral del obispo Teodomiro. La Capilla de Santa Catalina fue
panteón real entre los siglos XII y XIII. Y la Capilla de San Fernando, que
guarda el Tesoro catedralicio, permite contemplar piezas tanto de la historia
del templo como de la ciudad, desde monedas romanas a un tramo de pavimento de
500 años de antigüedad.
Otro de los
museos instalados en la catedral es el de los Tapices, en un ala del espacioso
claustro, desde el que además de obtiene una espléndida vista de las torres
campanario. Este claustro conserva algunos elementos románicos, pero su trazado
se ajusta al levantado entre los años 1521 y 1591 en estilos renacentista y plateresco.
Incluye la Capilla del Alba, creada en el siglo XVI como panteón de los
canónigos de la Catedral.
https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/visita-guiada-a-catedral-santiago-compostela_16237/13
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