LA
PARTICIPACIÓN DE LOS TERCIOS
VASCONGADOS
EN LA GUERRA DE ÁFRICA
(1859-1860)
Arturo CAJAL VALERO1
https://www.defensa.com/laminas-historicas/tercios-vascongados-espana-1860
Gure euskaldun
maiteak,
orain da
denbora,
esan
biotzetikan.
«Españolak
gera;
gerra gustokua
degu
guztiok batera
alon (Allons),
hada, mutillak
segitu aurrera»
Queridos vascos, es el
momento para gritar de todo corazón «somos españoles, nos gusta
la guerra, vayamos adelante muchachos». ZAVALA, A. Afrikako
gerra (1859-1860), Tolosa, p. 43
Las Provincias Forales
contribuyeron voluntariamente a la Guerra de África (1860) con cuatro batallones
denominados “Tercios Vascongados”, de acuerdo a sus antiguas leyes todavía en
vigor. En el artículo se estudian los problemas que presentaba el peculiar caso
vasco, y las opiniones de la prensa nacional; la intervención del Ministerio de
la Guerra en la organización de la “División Vascongada”; la expedición a
Marruecos; la participación en la batalla de Wad-Ras, y el recibimiento en su
regreso al País Vasco.
El País
Vasco aportó a la contienda militar de 1860 en Marruecos unos “Tercios
Vascongados” que, más allá de la anécdota de su pintoresco aspecto regional y
el dato conocido de su tardía participación en la última batalla de la guerra
(Wad-Ras), presentan el interés de su origen foral y la particularidad de una
especial organización, mezcla de viejas tradiciones provinciales con una serie
de disposiciones ad hoc del Ministerio de la Guerra. De esta manera se concretó
la contribución de las Provincias Forales a las filas españolas en la Guerra de
África, constituyendo la que fue una de las unidades más singulares de aquel
conflicto: la División Vascongada del Ejército de África.
Debemos
comenzar recordando que en la España isabelina, las tres “provincias hermanas”
(Álava, Guipúzcoa y Vizcaya) disfrutaban de una situación muy particular. En
efecto, pocos meses después del final de la guerra civil en suelo vasco con el
célebre Convenio de Vergara, la ley de 25-10-1839 había confirmado los Fueros
vascos “sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía” (art. 1.º),
al tiempo que se preveía su modificación por otra ley posterior para
conciliarlos con el interés general de la nación y con la Constitución (art.
2.º). Esta modificación legislativa de los antiguos fueros no había tenido
todavía lugar –se haría esperar hasta 1876, al término de la última guerra
carlista–, y por tanto seguían en vigor antiguos privilegios forales que la
opinión pública española consideraba difícilmente sostenibles, al menos en la
configuración tradicional que seguían presentando: entre ellos, los relativos
al servicio militar. Las Provincias Vascongadas, en efecto, continuaban exentas
de las quintas del Ejército –a pesar de que, por mera formalidad, se les
señalaran sus respectivos cupos en cada reemplazo–. Al mismo tiempo su antiguo
sistema de milicias locales2 había quedado en desuso desde 1839, con el tácito
acuerdo del poder central y las elites liberales que administraban estas
provincias; la seguridad del Estado y la paz del País Vasco por fin conquistada
en 1839 así lo aconsejaban, teniendo en cuenta que aquella organización y su
armamento habían sido utilizados por el alzamiento carlista de 1833.
También
es cierto que aquellas tradicionales milicias forales (las cuales en tiempo de
paz no estaban en activo, a diferencia de los modernos ejércitos permanentes) difícilmente
podrían ya servir de instrumento eficaz para la defensa militar del territorio
ante una invasión extranjera, como era en origen su razón de ser. Ello habría
exigido equiparlas adecuadamente, y sobre todo mantenerlas razonablemente
adiestradas mediante ejercicios periódicos, lo cual desde luego habría sido muy
costoso para las propias Provincias. No es extraño que en su última
movilización contra una invasión extranjera (la guerra de la Convención,
1793-1795), la vieja organización de los Tercios hubiera dado una evidente
demostración de ineficacia. Con ocasión de ese conflicto, en efecto, aquel
antiguo sistema de defensa territorial había destacado por su imperfección,
debido a su estructura “anclada en el pasado”, la carencia de una mínima instrucción
militar de la población movilizada, insuficiencias de equipamiento, etc.3
La
situación resultante era que en tiempo de paz las Vascongadas no aportaban
tropas a la defensa nacional, ni de acuerdo al régimen común (quintas) ni con
arreglo a la tradición foral (Tercios). Estas provincias, mientras tanto, se
limitaban a mantener sus cuerpos de orden público de migueletes o miñones, en
coexistencia con la Guardia Civil: unas fuerzas reducidas, profesionales y
leales políticamente a las Diputaciones liberales, que en caso de guerra podían
ponerse bajo la autoridad militar e integrarse en las unidades tácticas del
Ejército como útiles efectivos ligeros especializados en montaña y
antiinsurgencia (y así ocurrió en efecto cada vez que asomaba alguna amenaza alarmante
contra el orden público). Pero su campo de acción se limitaba siempre a las
propias Provincias, con el objeto de mantener el orden en las mismas, sin
contemplarse nunca su empleo en otros escenarios.
Es
decir, los migueletes (cuerpos de seguridad pública, profesionales y
permanentes, de un volumen habitualmente moderado, empleados si era necesario
como auxiliares del Ejército contra todo conato subversivo interior) deben
distinguirse claramente de los antiguos Tercios, que constituían hasta 1839 el
tradicional servicio militar de las Provincias Vascongadas al rey, por medio de
milicias locales movilizables en caso de guerra.
Sin
embargo, las Provincias se daban por satisfechas con el sostenimiento de sus
migueletes y miñones, pretendiendo que de alguna manera con ello ya estaban
realizando un servicio militar beneficioso para la patria. Las pocas veces que
las autoridades forales se encontraron ante la perspectiva de tener que
afrontar la pendiente modificación legislativa de los Fueros (en especial, en
1852 con el gabinete Bravo Murillo), su idea fue obtener el reconocimiento de
los migueletes como servicio militar de las Vascongadas a la nación,
argumentando que por sus características estos cuerpos eran especialmente
útiles a la patria en cuanto a la persecución de los facciosos y a la guerra de
montaña, gracias a su conocimiento y adaptación al intrincado territorio vasco:
en concreto, se pensó ofrecer al Gobierno el compromiso de mantener 300 o 500
migueletes entre las tres Provincias en tiempo de paz, y aumentarlos a 1.500 en
caso de guerra4. Ello, claro está, en lugar de las quintas del régimen común, a
las que en cualquier caso las corporaciones vascongadas se oponían. Debido a la
inestabilidad de los sucesivos gabinetes que se sucedían en Madrid, este asunto
no tuvo continuidad ni resolución. Pero en cualquier caso, parece dudoso que la
simple oferta de mantener o aumentar los cuerpos de migueletes hubiera sido
suficiente –debido a su limitada entidad cuantitativa– para resolver la
contribución vasca a la defensa militar de la nación.
Se
pudo, tal vez, haber intentado una tercera opción: ya que, por un lado, las
Provincias vascas –apegadas a sus usos y costumbres seculares– mostraban una
notoria oposición al sistema de quintas, y, por otra parte, estaba descartado
mantener las milicias forales en suelo vasco (para evitar que pudieran caer en
malas manos carlistas), sobre todo tal y como se organizaban antiguamente, con
mandos nombrados localmente y sin control del Gobierno; una solución podría haber
sido la siguiente: el reclutamiento y equipamiento por las autoridades forales
(con los procedimientos que creyesen convenientes) de contingentes
“vascongados” integrados con carácter permanente en el Ejército, encuadrados
por mandos –preferiblemente vascos– de la confianza del Gobierno y designados
por este. Por supuesto, en caso de guerra las Provincias aportarían más
efectivos a la defensa nacional, siguiendo el mismo procedimiento. Este sistema
habría tenido un carácter foral, regularmente negociado y concertado entre las
Provincias y el poder central para su actualización, y visualizado en una serie
de símbolos distintivos (denominación, uniforme…). Por su parte, el Estado
ganaría una aportación de hombres permanente, y el Gobierno se aseguraba su
intervención como autoridad responsable que era en materia de defensa nacional
(incluyendo el debido control y custodia de su armamento). Es decir, una manera
de aunar los fueros y la unidad constitucional. Un tercio así formado,
continuamente en servicio –a diferencia de la antigua costumbre de movilizar
las milicias forales solo en caso de guerra–, podría haber quedado en el propio
País Vasco (con su sostenimiento a cargo enteramente de las Provincias con
arreglo a los antiguos usos y costumbres) si ello se juzgaba compatible con la
seguridad del Estado; o bien, ser destinado en otro punto de la Península, en
plazas norteafricanas o en ultramar (en este caso, sus haberes, raciones y
sostenimiento correrían a cuenta del Estado, de acuerdo a los precedentes
históricos al respecto).
Por
tanto, dado que ni el poder central ni las elites liberales que estaban al
frente de las instituciones de estas provincias estaban interesados en
resucitar y mantener la antigua organización de los Tercios (por motivos obvios
de seguridad pública, teniendo en cuenta el precedente del alzamiento carlista
de 1833), la única fórmula que podría haber resuelto el problema del servicio
militar permitiendo una cierta singularidad foral es la de incorporar con
carácter estable al Ejército un batallón o “Tercio Vascongado” siguiendo el
modelo de la Guerra de África, es decir, reclutado, vestido y equipado por las
propias Diputaciones pero estableciendo las debidas garantías de seguridad del
Estado (por medio de jefes y oficiales designados por el Gobierno); y junto a
ello, el mantenimiento de los ya existentes cuerpos de orden público de
migueletes y miñones en las propias Provincias, que en efecto cuando se
declaraba el “estado de sitio” pasaban a actuar bajo mando militar y se integraban
en las columnas del Ejército. Evidentemente, con lo anterior nos referimos a un
servicio militar en tiempo de paz, puesto que en caso de guerra deberían
aportarse contingentes mayores, como es lógico.
Sin
embargo, no nos consta que llegara a explorarse esta posibilidad; y
ciertamente, no parece que ninguna de las dos partes estuviera muy predispuesta
a ceder posiciones para llegar a este tipo de soluciones intermedias.
Naturalmente, ello habría supuesto un significativo cambio de mentalidad y un
importante sacrificio para estas provincias, aunque manteniendo una situación
diferencial con respecto al régimen común. Pero, en cambio, en el País Vasco
continuaban vigentes ideas como que “nunca ha sido hábito ni ley de los
vascongados prestar servicios de guarnición ni ser soldados en épocas normales”
(Irurac Bat, 2-5-1860), unos conceptos de añeja raigambre hidalga y medieval
que, en una época de ejércitos permanentes, hacían evidentemente muy difícil
cualquier arreglo. Por tanto, la situación continuaba por resolver, y no lo
estaría hasta la ley de 21-7-1876, que extendió a estas provincias el sistema
de quintas vigente en el resto de la nación.
Mientras,
con motivo de la Guerra de África (1859-60), y a menor escala en la primera de
Cuba (1869), estas provincias sí dieron el paso de ofrecer al Gobierno sendos
contingentes de Tercios Vascongados, aunque con el carácter meramente puntual y
temporal de costumbre. Es necesario señalar que en la tradición foral, las
obligaciones del servicio militar foral se referían principalmente a la defensa
del propio territorio provincial cuando fuera amenazado por una invasión
extranjera. En cambio, la aportación de fuerzas a una guerra exterior –que en
principio y teóricamente, tenía también carácter obligatorio–, estaba en realidad
tan condicionada, negociada y mediatizada por la resolución de las Juntas
Generales que funcionaba en la práctica como un servicio voluntario, hasta el
punto de ser sustituida en ocasiones por un donativo económico5. Esta
participación de contingentes vascongados en una campaña fuera de las fronteras
provinciales, además de constituir una medida voluntaria, había de ser
remunerada (es decir, en este caso los haberes corrían a cargo del rey).
Ciertamente, a lo largo de la historia las Vascongadas habían aportado en
numerosas oportunidades fuerzas para campañas en el exterior, si bien esta
práctica había dejado de ser habitual ya en el s. XVIII salvo escasas
excepciones6. En estos casos, el uso y costumbre foral más habitual para
responder a las peticiones del rey era la concesión de un donativo económico
(que también se produjo en 1859, en concreto de cuatro millones de reales), no
siempre acompañado de tropas.
Con
ocasión de la Guerra de África, por tanto, se recuperó esta antigua práctica de
la concesión voluntaria de tropas para servicios exteriores. Sin embargo, su
realización, sobre todo en el corto plazo estimado para una contienda que se
preveía breve, iba a tropezar con el inconveniente “práctico” que suponía la
inexistencia de la vieja organización de milicias vecinales movilizables,
desactivada desde veinte años antes como ya hemos visto: ello quiere decir que
no existía un alistamiento foral del personal disponible, ni había armas
almacenadas, etc. Como bien destacó la prensa vasca del momento, hubo que
partirse de cero.
Conviene
también aclarar que la “voluntariedad” del servicio ofrecido para una campaña
exterior se refería tradicionalmente a la decisión de las corporaciones
forales, no a la condición personal de los soldados ingresados: en otras
palabras, las Juntas ofrecían voluntariamente a la Corona un determinado
contingente, pero luego el reclutamiento podía ser voluntario (enganche
retribuido) o, en su defecto y como último recurso, forzoso (por sorteo entre
los mozos incluidos en el alistamiento foral), según los medios y las
posibilidades de cada pueblo. Los soldados, por tanto, no eran necesariamente
“voluntarios”, pues en ocasiones no había más remedio que cubrir estos
contingentes por medio del alistamiento obligatorio7.
Como ya
hemos señalado, en caso de amenaza al propio territorio provincial, el servicio
militar foral era ineludible para aquellos alistados en las milicias locales
que fuesen movilizados. No obstante, ante la inoperancia y poca fiabilidad de
estos tercios, la provincia de Guipúzcoa había optado ya en la guerra de la
Convención (1793-1795) por recluta los batallones de Voluntarios de Guipúzcoa8,
fórmula que se repetiría en la guerra carlista con el Batallón Ligero de
Voluntarios de Guipúzcoa formado a fines de 1833 por la Diputación leal a Isabel
II (los popularmente denominados chapelgorris –boinas rojas–). Esta
opción por crear unidades más pequeñas y formadas en principio por voluntarios
es señal evidente de que las propias autoridades forales habían dejado de
confiar en la disciplina y eficacia de los Tercios integrados por el
alistamiento forzoso.
Si esto
se producía ya a la hora de atender la defensa del territorio propio, no se
diga ya nada del caso de los servicios exteriores, donde los problemas y las
limitaciones del viejo modelo militar foral eran todavía más patentes (y ello a
pesar de que, ya desde antaño, para servir fuera de las Provincias se recurría
ante todo a voluntarios), como tendremos ocasión de ir viendo. Cuando los
Tercios renazcan temporalmente en la coyuntura de 1859, será el Ministerio de
la Guerra quien por medio de una serie de innovaciones introduzca la
profesionalidad de los mandos, el método y la disciplina en la tropa, y con
ello logre un correcto comportamiento militar, aunque otros inconvenientes
(como su tardía llegada al teatro de operaciones) seguían resultando
insalvables, mientras los vascongados no aportasen fuerzas permanentemente en
armas.
En este
artículo nos centraremos en la organización y la trayectoria militares de los
Tercios de 1859-60, sin extendernos aquí en los entresijos políticos que se
generaron en el Gobierno y en las corporaciones forales en torno a la
contribución vasca a la Guerra de África, ni en los argumentos ideológicos
desplegados por ese motivo9. No obstante, dejamos brevemente constancia del
discurso patriótico de las instituciones vascongadas, en el cual la Corona, la
religión, la historia y los fueros constituían los ingredientes de su identidad
española, y eran también los argumentos empleados para llamar a la
participación en la Guerra de África10. Estas instituciones eran encabezadas
por las elites liberales del País Vasco, en especial las Diputaciones a cuyo
frente figuraban destacadas personalidades liberal-fueristas, leales a la reina
Isabel II y respetuosas con el Gobierno del momento, en línea de un liberalismo
templado y mesurado11; su discurso respondía a los principios conservadores,
religiosos y foralistas comúnmente dominantes en estas provincias. Por lo
demás, fueron unánimes las manifestaciones públicas de adhesión a la guerra de
Marruecos, no solamente por parte de las Juntas y Diputaciones sino también de
la prensa local, clero, poetas populares euskaldunes –“bertsolaris”–, etc.,
calificándola de legítima y justa con arreglo a este ideario foralista en el
que participaba el conjunto de la población, y que exaltaba la lealtad y el
amor tanto a la patria española como simultáneamente al país vascongado y a su
régimen foral.
Apuntemos
también que la opinión pública española se mostró muy expectante ante cuál
sería la participación vasca en la guerra, y ello tuvo su primer reflejo
precisamente en la prensa gubernamental de la Unión Liberal, en cuanto se
produjo el día 22-10-1859 la declaración de guerra al Imperio de Marruecos. En
este sentido se destacó especialmente El Día: dicho periódico ministerial, por
un lado, advirtió ácidamente que “el resto de la nación tiene derecho a esperar
del patriotismo y de la hidalguía de los vascongados, que en las actuales
circunstancias llenarán con superabundancia los vacíos que el sistema foral
porque se rigen deja constantemente en la Hacienda y en el Ejército de
España”12; y por otra parte, solicitó al Gobierno que tomara la iniciativa sin
aguardar “conforme y resignado” el ofrecimiento de los vascongados. No actuaría
así el gabinete O’Donnell –a pesar de su propia ansiedad a este respecto, pues
estaba igualmente receloso con respecto a cuál sería la contribución de estas
provincias–, permitiendo que las Diputaciones Forales concretaran su oferta
voluntaria con arreglo a fuero, lo que no se produjo hasta el 4-11-1859, dos
semanas después de la declaración de guerra.
También
desde la prensa progresista se alzaron reticencias con respecto a la actitud de
las instituciones forales vascas. En esta ocasión con una evidente desmesura,
pues La Iberia esperaba nada menos que todo el alistamiento foral de la
población masculina útil fuera puesto a disposición del Gobierno para su envío
a África, y después el mismo periódico considerará mezquina la aportación
finalmente concretada de 3.000 hombres. Por lo demás, se advertía igualmente de
las consecuencias negativas que para los fueros podría tener un “desengaño” de
la opinión pública española en esta coyuntura (26-10-1859). Incluso el
demócrata La Discusión (que en principio y al hilo de su ideario descentralizador
se manifestaba admirador del régimen foral vascongado) no dejó de mostrarse
reticente: si bien decía ver con simpatía el sistema foral y afirmaba que en
muchos aspectos era un ejemplo a seguir en el resto de España, consideraba que
estas provincias habían tardado en realizar su ofrecimiento, y que su
aportación de 3.000 hombres se quedaba corta, concluyendo que en esta ocasión
solemne debían mostrar “menos provincialismo” (30-11-1859).
El
periódico moderado La España,
defensor oficioso del régimen foral vasco en la prensa nacional, respondió a
estas censuras recordando que los vascongados en caso de guerra solamente
tenían la obligación foral de servir militarmente al rey dentro de su propio
territorio, ante una invasión extranjera (como así había ocurrido muchas veces
en la historia)13, y que en guerras exteriores como esta el deber de las
Provincias se limitaba a contribuir con un donativo: ello aumentaba la valía de
su ofrecimiento de Tercios para la Guerra de África, pues no venía obligado por
los deberes forales. También señalaba La España que los 3.000 hombres ofrecidos
por estas Provincias eran un número muy superior al que les hubiera
correspondido de estar vigentes allí las quintas. Aunque las tesis fueristas
sean discutibles en muchas ocasiones, consideramos que al menos en estos puntos
concretos La España estaba en lo cierto.
A este
respecto, fijémonos en la cifra de 3.000 hombres: reclutar y equipar esta
fuerza supuso, en efecto, un enorme esfuerzo para tres provincias que en conjunto
sumaban 413.470 habitantes según el censo de 1857 14, hasta el punto de que el
gobernador civil de Álava informó al Gobierno que estos sacrificios resultaban
“superiores a sus fuerzas”. Otro dato a tener en cuenta: en la quinta de 50.000
hombres del año 1860 decretada el 7-12-1859 se señalaban 1.637 hombres a las
Provincias Vascongadas (382 a Álava, 619 a Guipúzcoa y 636 a Vizcaya; una asignación
simplemente nominal, pues tales cupos no se cumplían); en cambio, las mismas
provincias aportaron voluntariamente 3.000 hombres a los 42.000 efectivos del
ejército de África (totalizando 45.000); ello significaba, por tanto, que en
África se desplegaron el doble de efectivos vascongados de lo que les hubiera
correspondido siguiendo la proporción del sistema de quintas. En fin, la
población de las Vascongadas (413.470) suponía un 2,67 % del total de España
(15.464.340), mientras que los Tercios Vascongados aportaron un 6,6 % del
ejército de África.
Desde
luego, hay que tener en cuenta que esta crecida aportación tenía un carácter
únicamente puntual y extraordinario, a diferencia de las quintas que se exigían
en el resto de la nación todos los años. Ello explica precisamente el gran
sacrificio que se impusieron a sí mismas estas provincias con motivo de la Guerra
de África: en efecto, puesto que de ordinario no aportaban ningún contingente,
al llegar la sagrada ocasión de la guerra se vieron con la evidente obligación
moral y política de realizar una contribución de especial magnitud, queriendo
mostrar indubitablemente que el régimen foral era útil y eficaz para la defensa
nacional en caso de guerra. Sin embargo, este propósito se alcanzó solo en
parte, pues como vamos a ver el tema no dejó de ser objeto de controversia en
la opinión pública española.
Perfil
general de los Tercios Vascongados
El 4-11-1859 las tres
Diputaciones reunidas en “conferencia foral” en Vergara acordaron contribuir
voluntariamente a la guerra con un donativo de cuatro millones de reales, el
alistamiento general del país con arreglo a fuero y la creación de una
“brigada” de cuatro tercios con un total de 3.000 hombres por el tiempo que
durase la guerra, armados y equipados a su costa. Este acuerdo fue aprobado a
lo largo del mes de noviembre por las respectivas Juntas Generales de cada provincia.
Después
de un proceso no exento de tiranteces –tanto con el Gobierno como entre las
mismas Provincias Vascongadas–, los Tercios que acudieron finalmente a la
Guerra de África presentaron en esencia las siguientes características:
A) Por
un lado, eran herederos de una tradición secular que seguía manifestándose en
los siguientes aspectos: tenían su origen en un ofrecimiento voluntario de las
Juntas Generales a su majestad y su Gobierno; las condiciones del reclutamiento
eran definidas y reguladas por las mismas Juntas, y su ejecución correspondía a
la Diputación Foral y –bajo el control de esta– a los ayuntamientos, que debían
entregar los respectivos cupos que se les señalaban; las fuerzas recibían la
denominación tradicional “Tercios”, que aquí se mantenía a diferencia del
Ejército regular donde ya había desaparecido a principios del siglo XVIII; las
tropas eran equipadas a costa de las Provincias –aunque su armamento, que
también estaba previsto adquirir por cuenta de las haciendas forales, no se pudo
finalmente conseguir y hubo que recurrirse al proporcionado por el Ejército,
como veremos–; el pago de los haberes y alimentación de la tropa corría a cargo
de las mismas Provincias mientras permaneciesen en su suelo, y por cuenta del
Gobierno cuando saliesen del mismo, y los ayuntamientos tuvieron la libertad de
presentar sus respectivos cupos con mozos sorteados a partir del alistamiento
foral, o bien con “voluntarios” (es decir, sustitutos contratados), dentro de
las normas aprobadas por las Juntas Generales y con la supervisión de la
Diputación.
B) Al
mismo tiempo, presentaron una serie de novedades con respecto a la antigua
tradición foral. Algunas de ellas las introdujeron las propias autoridades de
estas provincias con el argumento de conseguir una mayor unión de las tres
Vascongadas entre sí: por primera vez, el ofrecimiento de tercios tenía un
carácter colectivo, lo hacían los tres territorios conjuntamente y eran
agrupados en una unidad militar común (denominada inicialmente “brigada”), a
diferencia de los antiguos Tercios que eran estrictamente provinciales; no se
trataba ya oficialmente de tercios “alaveses”, “guipuzcoanos” o “vizcaínos”,
como habían sido a lo largo de la historia, sino “1.er Tercio Vascongado”, 2.º,
3.º y 4.º. De ellos, el 4.º Tercio estaba compuesto incluso por personal
procedente de dos provincias distintas, en concreto por sendos contingentes
vizcaíno y guipuzcoano; contaban con un uniforme común; en su equipamiento
intervino una “Junta Central de Guerra”, formada en Vitoria por representantes
de las tres Diputaciones, con el consentimiento del Gobierno, y, sobre todo,
Vizcaya y Guipúzcoa admitieron en sus contingentes a hombres de cualquiera de
las tres Provincias –alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos indistintamente–, e
incluso más, a personas que no eran naturales ni vecinas de ellas (un cierto
porcentaje de sustitutos, calculamos que en torno a 250, fueron contratados en
los territorios limítrofes), a diferencia de Álava que se mantuvo
escrupulosamente fiel a los usos y costumbres forales en este punto y no quiso
reclutar otros hombres que no fueran naturales o al menos vecinos de la propia
provincia.
El
Gobierno admitió a regañadientes la controvertida presencia de sustitutos
foráneos (siempre, naturalmente, que estuvieran libres de todo compromiso de
quintas en sus provincias de origen) por dos motivos: de un lado, para
facilitar la ultimación de la fuerza, ya que rechazar a estos hombres podría
suponer nuevas complicaciones y retrasos; y de otro, para allanar el objetivo de
conseguir el mayor número posible de “voluntarios” contratados que ocuparan el
lugar de los mozos sorteados, ya que se temía que el reclutamiento forzoso
podría provocar algún problema de orden público. Consta, en efecto, que el
alistamiento foral del vecindario efectuado por los ayuntamientos para esta
guerra exterior, fue motivo de preocupación en la población y en las mismas
autoridades (entre otras razones, porque la participación foral en campañas
fuera del País Vasco había caído en franco desuso hacía mucho tiempo, desde el
s. XVIII), y existió un fundado temor a que agentes carlistas intentaran
aprovecharlo para generar algún motín con el pretexto de que constituía
contrafuero. Ya hemos indicado que antiguamente, en el caso de las campañas
exteriores, las Provincias Vascongadas intentaban cubrir sus contingentes por
medio de voluntarios retribuidos, y solo en su defecto se recurría al
reclutamiento forzoso, el cual a veces había sido inevitable15; por tanto, esta
última era una medida no del todo ajena a los precedentes forales… pero dichos
antecedentes, lejanos y ocasionales, habían caído en el olvido de la población.
Por todo ello, la posibilidad de ir a África por sorteo no fue bien recibida
–lo que se reflejaría en el incidente de Oyarzun, donde los mozos arrojaron la
urna del sorteo16–.
El
Gobierno admitió, en fin, la presencia de los sustitutos foráneos, puesto que
por su moderado número tampoco llegaban a desnaturalizar el carácter vascongado
de los Tercios. Vizcaya y Guipúzcoa cubrieron casi totalmente sus respectivos
contingentes con el enganche de “voluntarios” sustitutos, no así Álava cuyos
pueblos en bastantes casos tuvieron que resignarse a entregar los hombres
salidos del sorteo17. En concreto:
– Álava: los hombres de su contingente (establecido en
700 efectivos) fueron, en su totalidad, naturales o vecinos de la provincia.
–
Guipúzcoa: el contingente de esta provincia ascendió a 1.140 hombres, de los
cuales: 953 eran naturales de las Vascongadas (916 guipuzcoanos, 23 alaveses,
14 vizcaínos) y 187 eran naturales de otras provincias (125 navarros, 36
castellanos –en relación a Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, incluyendo la
Rioja y Cantabria–, 11 aragoneses, 7 catalanes, 3 gallegos, 2 valencianos, 1
andaluz, 1 asturiano, y 1 extremeño), si bien de estos últimos una parte
estaban avecindados en las Provincias Vascongadas18.
– Vizcaya: presentó 1.165 hombres: 1.015 eran
naturales de las Provincias Vascongadas (751 de Vizcaya, 180 de Guipúzcoa, 84
de Álava) y 150 eran naturales del resto de España (51 de Navarra y 99 de otras
–en concreto, casi todos eran nacidos en la Rioja, Cantabria, Burgos, Galicia y
Aragón por este orden–), de los cuales de nuevo una parte eran vecinos del País
Vasco19.
Entre
los 337 hombres no nacidos en las Vascongadas, había un cierto número que sí
eran vecinos de las mismas, y los cuales a partir de algunos datos parciales
calculamos que suponían un porcentaje de 30 %20. Estimamos por tanto que el
número de soldados reclutados fuera del País Vasco ascendió a unos 240 (algo
menos del 10 % del total), que fueron contratados principalmente en Navarra y
en menor medida en la Rioja y Cantabria.
El
contingente aportado por Álava fue destinado íntegramente al 1.er Tercio. El de
Guipúzcoa se dedicó al 2.º (776 hombres) y parte del 4.º (364 hombres,
para sus compañías 1.ª, 2.ª y 3.ª). El de Vizcaya se destinó al 3.er Tercio
(750) y a la otra parte del 4.º Tercio, de composición mixta
guipuzcoano-vizcaína (415 hombres, en las compañías 4.ª, 5.ª y 6.ª). Se
ordenaron así por el alfabeto, para no dar preferencia a ninguna provincia en
concreto.
El 1.
er Tercio Vascongado se reunió en Vitoria. El 2.º, en Tolosa (que en aquella
época era la sede de la Diputación de Guipúzcoa). El 3.º, en Bilbao. El 4.º, en
Durango (Vizcaya), debido a que esta provincia aportaba un número de hombres
ligeramente mayor que Guipúzcoa (el contingente guipuzcoano destinado a este
tercio, antes de acudir a Durango, se concentró previamente en Vergara,
localidad guipuzcoana relativamente próxima a aquella).
Este
esquema constituía, en fin, una notable novedad en relación a los usos y
costumbres forales en la materia, dado que estos habían tenido tradicionalmente
un neto carácter provincial. Ello no quiere decir, desde luego, que con esas
medidas se anulara del todo la particularidad provincial de la antigua
organización. Por ejemplo, las Juntas Generales de cada provincia aprobaron las
normas del reclutamiento de su respectivo contingente en uso de sus
atribuciones clásicas. Llama la atención, sin embargo, que habiéndose acordado
entre los tres territorios realizar un servicio “colectivo” de unos “tercios
vascongados” (ya no “alaveses”, “guipuzcoanos” y “vizcaínos”), en cambio no
adoptaran un criterio común en cuanto a los requisitos y condiciones del
personal reclutado, las primas que se ofrecían a los sustitutos, etc.; en este
sentido, cada Provincia prefirió ir enteramente por libre, lo que no dejaría de
causar agravios comparativos y roces entre ellas21.
C)
Otras innovaciones fueron introducidas por el gobierno O’Donnell a través del
Ministerio de la Guerra: en concreto, el reclutamiento y equipamiento de la
tropa siguieron siendo competencia de las Diputaciones, pero el Ministerio tomó
a su cargo la organización militar de esta fuerza, es decir, la definición de
la estructura interior de cada tercio (plana mayor y compañías) y el
nombramiento de sus jefes y oficiales –de los cuales, como otra novedad también
destacable, algunos no fueron vascongados. Describimos con más detalle esta
organización en el punto 3.
En
cambio, en la tradición foral, los mandos de los Tercios eran designados por
las Juntas Generales, la Diputación o los ayuntamientos, según los casos. Por
ejemplo, en Guipúzcoa eran las Juntas o la Diputación quienes designaban al
coronel y a los sargentos mayores, mientras que los mandos de las compañías (es
decir, capitán, alférez, sargento, etc.) eran nombrados por los concejos22.
Ahora bien, en 1859 las propias Diputaciones vascas fueron conscientes de que
seguir los viejos procedimientos y entregar el mando de las tropas a militares
retirados, y a los propios alcaldes y regidores de los pueblos, como se hacía
antiguamente, era inviable desde el punto de vista de la eficacia. Resultaba
por tanto obligado el concurso del Ministerio de la Guerra, al ser la autoridad
competente sobre los militares profesionales en activo. No obstante, admitiendo
que debía ser el Ministerio quien realizase los nombramientos, las
corporaciones vascongadas pretendían intervenir en el proceso de designación,
elevándole sus propuestas. Se partía también de la base de que los jefes y
oficiales habían de ser naturales de las Vascongadas, en atención a la
particular lengua y costumbres de estos soldados, y para la mejor organización
y resultados militares de esta fuerza.
Por
ejemplo, la Diputación de Guipúzcoa propuso el 18-11-1859 el nombramiento del
jefe de los migueletes de la provincia (Antonio Urdapilleta, 2.º comandante23
del Ejército retirado) como 2.º comandante del 2.º Tercio, y a otros dos mandos
del mismo cuerpo (asimismo oficiales del Ejército en situación de retiro) como
capitanes de compañía. Los tres se habían presentado voluntarios a la
corporación para incorporarse a los Tercios, y esta los elevó a la
consideración del Gobierno como “leales servidores del Estado y de la
provincia”.
La
Diputación recibió también los ofrecimientos de otros militares guipuzcoanos,
que se postularon para recibir algún mando en los Tercios; en concreto,
incluyendo los tres oficiales de migueletes arriba citados, fueron seis
comandantes, siete capitanes, once tenientes, dos tenientes y un sargento
primero. Parte de ellos estaban retirados del Ejército, algunos sin ejercicio
incluso desde la guerra de 1833-1839 24. Se observa que, aún en el hipotético
caso de que la Diputación hubiera tomado en cuenta todos estos ofrecimientos,
quedaban lejos del total de aproximadamente 45 jefes, oficiales y suboficiales
necesarios para encuadrar el contingente guipuzcoano (2.º Tercio y la mitad del
4.º). Además de aquellos, en el Ejército regular existían por supuesto otros
oficiales guipuzcoanos, bien destinados en unidades bien en situación de
reemplazo, pero en cualquier caso lógicamente solo el Ministerio tenía la
autoridad de disponer de este personal, no las Diputaciones. Con todas esas
circunstancias, el espacio de maniobra y las pretensiones de las instituciones
forales necesariamente quedaban bastante restringidos.
Ya
desde un principio, aquellas habían entendido que era inevitable recurrir a
dicho Ministerio para procurar que los Tercios hiciesen en África un buen
papel, si bien presentándole sus propuestas. Sin embargo, la actitud del
departamento de Guerra a este respecto fue terminante: por R. O. de 11-11-1859
dispuso que competía únicamente a él mismo la organización militar de los
Tercios, por “su propia conservación y el interés del mejor servicio”, “con
arreglo a los principios de la ciencia militar y a los adelantos de la moderna
organización de los Ejércitos”, y “como encargado exclusivamente de esta clase
de asuntos”, mientras que las autoridades forales se encargarían del
alistamiento y el equipo. De la misma forma, la Junta Central de Guerra formada
en Vitoria el 23-11-1859 por delegados de las tres Diputaciones Forales fue
autorizada por el departamento “para solo objeto de la recluta y alistamiento”,
pues “la organización corresponde única y exclusivamente a este Ministerio”25.
En consecuencia, Guerra procedería a nombrar los jefes y oficiales sin atender
propuesta ninguna. En definitiva, el principal argumento gubernamental para
asumir en exclusiva esta prerrogativa fue, ante todo, la necesidad imperiosa de
asegurar la preparación y la eficacia de esta fuerza militar, rigiéndola con
las disposiciones técnicas y la oficialidad adecuadas. No se olvide, por otra
parte, que la Constitución de 1845 reservaba a la reina y sus ministros la
facultad de disponer de la fuerza armada, así como la responsabilidad de
conservar el orden público interior y la seguridad exterior del Estado; por su
parte, la ley de 25-10-1839 confirmaba los Fueros pero “sin perjuicio de la
unidad constitucional”, y además su art. 2.º facultaba al Gobierno a resolver
“las dudas y dificultades” que surgiesen entre tanto no se procediera a la
modificación legislativa de los fueros para compatibilizarlos con la
Constitución y con el interés general de la nación. Las corporaciones
vascongadas hubieron, pues, de aceptar esta decisión (haciendo la reserva de
que lo hacían “sin perjuicio de los fueros, usos y costumbres”), lo mismo que
–como arriba hemos mencionado– por su parte el Gobierno tuvo que asumir también
a regañadientes alguna actuación de las autoridades vascongadas.
D)
Finalmente, algunas otras novedades fueron fruto del acuerdo conjunto de las
Diputaciones y del mariscal de campo Latorre, general jefe de la División
Vascongada recién nombrado por el Ministerio e incorporado a su mando en
Vitoria, en un encuentro que las propias corporaciones forales calificaron de
sumamente conciliador y positivo (24-11-1859)26:
–
Latorre acogió la siguiente propuesta de bandera de los Tercios: los colores y
el escudo nacionales, con el añadido del lema “irurac bat” (tres en una) y el
símbolo de las tres manos entrelazadas, representativos de la fraternidad de
las Provincias Vascongadas. Esta simbólica síntesis de españolismo y
vascongadismo había sido ideada en origen al parecer por la Diputación
guipuzcoana27. La enseña quedó definida así: las tres franjas de la bandera
nacional; en la banda central el escudo de España, y rodeándolo, el letrero
“División Vascongada Tercio número (…)”; y en la inferior, el lema y símbolo
“irurac bat”.
Por su
parte, el tradicional provincialismo foral se mantuvo –en cierta manera– en los
banderines de las compañías de cada tercio, que consistirían en el escudo de la
respectiva provincia sobre fondo azul (1.er Tercio, de origen alavés), rojo
(2.º, contingente guipuzcoano), blanco (3.º, contingente vizcaíno), y mitad
rojo mitad blanco (4.º, composición mixta guipuzcoana-vizcaína, por lo cual en
este caso figuraban conjuntamente los dos escudos de Guipúzcoa y Vizcaya),
además del número del Tercio al que pertenecían.
– El
mariscal se mostró igualmente de acuerdo con el uniforme que le propusieron las
Diputaciones: boina roja, poncho azul y pantalón rojo. Este atuendo se basaba
en el de los migueletes de la Diputación guipuzcoana, inspirado a su vez en el
de los milicianos liberales “chapelgorris” (boinas rojas) de la guerra civil28.
La boina roja de los soldados sería dotada con un botón metálico dorado con las
iniciales de Isabel II (“Y2.ª”), y la de los oficiales con una borla dorada.
Señalemos,
a este respecto, que la boina encarnada se consideraba un elemento
característico del bando liberal vasco durante la guerra civil de 1833-1839
(más que del carlista), pues precisamente había sido el elemento identificador
de los citados chapelgorris guipuzcoanos. A este respecto, la prensa vasca se
congratulaba de que dicha boina fuese en la Guerra de África el símbolo, no de
luchas internas, sino de un País Vasco reconciliado y unido al servicio de la
causa nacional29.
Algunos
detalles sobre la organización militar de los Tercios
Por R. O. de 18-11-1859, el
Ministerio de la Guerra nombró general jefe de la División Vascongada del
Ejército de África al mariscal de campo Carlos María de Latorre Navacerrada, y
al coronel Rafael Sarabia Núñez como jefe de la plana mayor. Esta “división” en
realidad constituía una fuerza del tamaño y características de una brigada, y
así se la llamó inicialmente tanto por las Diputaciones Forales como por el
propio Ministerio de la Guerra; recibió luego la denominación de “división”
simplemente para acomodarla al empleo que tenía su jefe, el mariscal de campo
Latorre –en términos actuales, general de división–. Tendremos ocasión de
fijarnos con más detalle en el perfil de estos dos militares.
Latorre
(sentado), Sarabia (de pie, tercero por la izquierda) y otros miembros del
cuartel general de la División Vascongada. 1860. (Museo San Telmo, San
Sebastián).
http://www.eloraculodeltrisquel.com/2017/
Latorre
llegó a Vitoria el 23-11-1859, donde estableció su cuartel general. Unos días
más tarde, el Ministerio emitió la R. O. de 29-11-185930 con las instrucciones
para la organización militar de la División Vascongada (llamada aquí todavía
“brigada”), que en esencia se definía así:
– Se declaraba a estos 3.000 hombres parte
integrante del ejército de operaciones de África y a disposición del general en
jefe del mismo, de igual forma que cualquiera otra fuerza de dicho ejército
(art. 1.º).
– Cada
uno de los cuatro Tercios contaría con 6 compañías, con un capitán, un teniente
y un subteniente en cada una de ellas, “según la organización actual de las
compañías de cazadores del Ejército, a cuyo instituto quedan asimilados los
Tercios” (art. 6.º). La plana mayor del respectivo Tercio se compondría de un
teniente coronel (1.º jefe), un 1.º comandante, un 2.º comandante, un ayudante,
y un abanderado (art. 5.º).
– Los jefes, oficiales y sargentos primeros
se proveerían a partir de las clases activas del Ejército31, procurándose
“hasta donde sea posible” que fuesen naturales de las Provincias Vascongadas
(art. 7.º). Las Vascongadas podrían proporcionar los médicos cirujanos y los
capellanes, cuyos sueldos en campaña serían abonados por el Gobierno. Todos los
mandos del Ejército nombrados para formar parte de esta “brigada”, continuarían
en el goce de los mismos derechos, sueldos y ventajas que correspondían a sus
respectivas clases (art. 8.º).
– En
el art. 9.º, se preveía que la organización se realizase en Ceuta; para ello,
conforme las autoridades forales los fuesen entregando, su general los iría
enviando “por partidas” a dicha plaza desde San Sebastián o Bilbao, donde el
Estado proporcionaría los buques necesarios para su transporte.
Esta previsión, aunque por supuesto no se
explicitase así en la Real Orden, respondía al temor gubernamental de que
agentes carlistas pudiesen quizás aprovechar una gran concentración de estas
tropas para intentar un levantamiento32. Sin embargo, la idea de sacar los hombres
en grupos sueltos en vez de organizarlos en el propio País Vasco se parecía
demasiado al procedimiento de la quinta, y las Diputaciones lograrían que el
Gobierno rectificara en este punto, señalando que ello no solamente iba en
contra de la tradición foral sino que también, por impopular, podría perjudicar
gravemente el alistamiento. Los cuatro Tercios, por tanto, se organizarían en
las mismas Provincias Vascongadas, con las ya citadas localidades de Vitoria,
Tolosa, Bilbao y Durango como sus respectivos puntos de concentración.
– Los mandos que residiesen en los distritos
de las Vascongadas, Navarra, Burgos, Castilla la Vieja y Aragón se dirigirían a
Vitoria a las órdenes del general jefe de la brigada, y los que se encontrasen
en el resto del Reino irían a Ceuta para reunirse allí con las fuerzas que se
fuesen remitiendo a esta plaza (art. 10.º). (Por disposiciones posteriores, se
ordenó que los residentes en Castilla la Nueva y Valencia se dirigiesen también
a Vitoria33). Como hemos visto, la idea original de trasladarlos a la tropa
“por partidas” a Ceuta sería abandonada, pero se mantuvo la previsión de que
los mandos con residencia más alejada del País Vasco no se desplazasen hasta
Vitoria sino que esperasen al sur; en efecto, acabarían reuniéndose con los
Tercios en San Fernando (Cádiz). Ello debido al deseo del Gobierno de que estas
tropas saliesen cuanto antes del País Vasco y realizasen su instrucción no
allí, sino en Ceuta o en Cádiz.
– Las Vascongadas vestirían y equiparían a
dichos 3.000 hombres. El Gobierno se ofrecía a facilitarles fusiles de
percusión modelo 1854 almacenados en el parque de Ceuta, pero estas provincias
podrían adquirir a su costa carabinas rayadas si así lo prefiriesen (art.
11.º). Nos ocuparemos de esta cuestión del armamento más adelante.
– El Estado correría a cargo de los haberes
comunes, raciones y municiones de esta fuerza, que serían gestionados por la
Administración militar (art. 13.º); por su parte, las Provincias habían también
señalado a la tropa unos haberes particulares, para lo cual nombrarían un
pagador en cada tercio (art. 12.º).
– Los componentes de esta brigada tendrían
derecho a los premios y recompensas a que pudieran hacerse acreedores por sus
méritos, de la misma forma que las demás unidades del Ejército (art. 14.º).
– Desde el momento en que se entregasen los
hombres al general jefe de la “brigada”, quedarían dentro del fuero de guerra y
comprendidos como cualquier otro miembro del Ejército en la ordenanza y leyes
penales del mismo (art. 15.º).
Con respecto a la naturaleza de los mandos,
hemos visto que la R. O. preveía “hasta donde sea posible” el nombramiento de
jefes, oficiales y sargentos primeros que fuesen naturales de las mismas
Provincias Vascongadas (y en efecto, así ocurrió en la mayoría de los casos,
aunque no en todos). Por otras fuentes sabemos que, en defecto de los
anteriores, el Ministerio de la Guerra ordenó la búsqueda de mandos navarros y
riojanos, y por último aragoneses34, entendiendo que estas provincias eran las
más cercanas a los vascongados en su carácter y costumbres -curiosamente esta
consideración no se extendió a otros territorios cercanos como Cantabria o
Burgos.
En los cuadros adjuntos a esta R. O. de
29-11-1859, aparecen los jefes, oficiales y suboficiales nombrados para los cuatro
Tercios: así, para cada uno de ellos se designaron 29 mandos, en concreto un
teniente coronel, un 1.er comandante, un 2.º comandante, 6 capitanes, 7
tenientes, 7 subtenientes y 6 sargentos primeros (es decir, cada una de las 6
compañías contaba con un capitán, un teniente, un subteniente y un sargento
primero, y el resto se destinaba a la plana mayor del Tercio). Sumando los
cuatro Tercios, el total era de 116 mandos: 4 tenientes coroneles, 4 primeros
comandantes, 4 segundos comandantes, 24 capitanes, 28 tenientes, 28
subtenientes y 24 sargentos primeros. Todos ellos estaban previamente
destinados en unidades de Infantería (regimientos de línea, batallones de
cazadores y batallones provinciales), salvo 7 jefes, que se encontraban en
situación de reemplazo –es decir, sin destino, y percibiendo un sueldo
reducido–, en concreto 1 teniente coronel, 2 primeros comandantes, y 4 segundos
comandantes.
Entre los oficiales, podemos destacar en el
1.er Tercio al capitán José Loma Argüelles, procedente del Regimiento Santander
n.º 40, un oficial alavés (n. Salinas de Añana, 1822), que había comenzado su
carrera en las filas cristinas durante la primera contienda civil (1838), y que
alcanzaría posteriormente gran celebridad en la última guerra carlista de
1872-1876 en el País Vasco como uno de sus grandes protagonistas por el bando
liberal, siendo agraciado con el título de marqués del Oria, y varias veces
capitán general de las Provincias Vascongadas, tanto durante esta guerra como
durante el período de la Restauración.
Por otra parte, se preveía también la
composición de la plana mayor de la brigada, integrada por un brigadier o
coronel, un comandante y un subalterno (art. 3.º), aunque sin precisarse los
nombramientos. Finalmente, la plana mayor de la División Vascongada estaría
formada por el coronel Rafael Sarabia, el 2.º comandante Manuel Alcega y un
teniente, a los que hay que sumar dos ayudantes de campo del general Latorre
(un capitán y un teniente). Con ellos, el número de mandos nombrados por el
Gobierno para el conjunto de la división ascendería a un total de 122. Como
luego mencionaremos, Latorre agregaría a la plana mayor al 2.º comandante
Antonio Urdapilleta, jefe de los migueletes de Guipúzcoa.
Además de aquellos que fueron destinados a
los Tercios, podemos constatar que se produjo una significativa participación
de otros jefes y oficiales vascos en la campaña de África, en las diversas
unidades del Ejército regular, complaciéndose la prensa local en difundir sus
méritos en combate; con particular referencia al teniente general Rafael
Echagüe, donostiarra, antiguo miliciano chapelgorri liberal de la guerra civil,
y que fue uno de los líderes más descollantes del ejército de África después de
O’Donnell y de Prim. Entre otros, cabría destacar también, por dar solamente un
par de ejemplos, al primer gobernador de la recién tomada plaza de Tetuán, el
brigadier Calixto Artaza Aguirre, anteriormente coronel al mando del Regimiento
de Infantería Bailén n.º 24 (bilbaíno, antiguo oficial carlista acogido al Convenio
de Vergara), que fallecería el 16-5-1860 por el cólera35; y a Bernardo Goenaga
Arruebarrena (se trataba de otro antiguo oficial carlista, natural de
Fuenterrabía, Guipúzcoa), 2.º comandante del 1.º batallón del Regimiento León
n.º 38, que destacó por su heroico comportamiento a la vanguardia de las tropas
de Prim en la batalla de Tetuán36.
Como otro dato significativo, consta que en
suelo africano fallecieron como mínimo –el número real posiblemente sea mayor-,
una decena de mandos naturales de las Provincias Vascongadas, casi todos debido
al cólera (un brigadier, un comandante, un capitán y dos subtenientes de
infantería, un coronel y un teniente coronel de artillería, un alférez de
caballería, un capitán y un teniente de ingenieros); pues bien, todos ellos
actuaron en las unidades del Ejército regular, salvo un subteniente que fue
destinado al 2.º Tercio Vascongado37.
Volviendo a los Tercios, esto fueron los
jefes nombrados para cada uno de ellos38:
– 1.er
Tercio (contingente alavés; Vitoria): jefe, el teniente coronel Isidro
Eleicegui Otamendi; 1.º comandante, Miguel Uzuriaga Matute; 2.º comandante,
Luis Sacristán Echevarría.
– 2.º Tercio (contingente guipuzcoano;
Tolosa): el jefe primeramente nombrado fue el teniente coronel José Ochoteco
Vergara, que sería cesado a principios de enero de 1860 por “insubordinación”,
al haber contestado y desobedecido al general Latorre en el cumplimiento de una
R. O. del Ministerio de la Guerra relativa al alistamiento, habiendo sido
Ochoteco respaldado por la Diputación Foral de Guipúzcoa (único momento en el
cual Latorre vio momentáneamente amenazadas sus buenas relaciones con esta
corporación, que habitualmente estuvieron “bajo los mejores términos de cordial
y amistosa inteligencia”; esta crisis desencadenada por Ochoteco sería pronto
reconducida, restableciéndose “la buena armonía”). Además, según Latorre, entre
otras faltas este jefe no ocultaba el disgusto con el que venía a desempeñar su
cargo, y se había permitido asimismo mostrar a la Diputación comunicaciones
confidenciales. En su lugar, y ante la urgencia del caso, se recurrió al
cercano comandante militar de Valmaseda (Vizcaya), Antonio Palma Barrios39, que
el 9-1-1860 fue nombrado jefe de dicho 2.º Tercio. Este teniente coronel
enfermaría tras llegar a África, siendo trasladado el 14-3-1860 al hospital de
Ceuta, y el mando del Tercio fue tomado con carácter accidental por el 1.er
comandante Telesforo Gorostegui Saralegui. Gorostegui actuaría como jefe
accidental en adelante, tanto en la batalla de Wad-Ras como en el regreso a las
Vascongadas. El 2.º comandante era Félix López Cano.
– 3.er Tercio (contingente vizcaíno; Bilbao):
jefe, el teniente coronel Juan Zabalainchaurreta Aboitiz; 1.er comandante, Juan
Hernández (o Fernández) Alba; 2.º comandante, Teodoro Mateo-Sagasta Antoñana
(como curiosidad, era tío carnal de quien sería célebre político Práxedes
Mateo-Sagasta Escolar).
– 4.º
Tercio (contingente mixto vizcaíno-guipuzcoano; Durango): jefe, el teniente
coronel Ignacio Arana Ganzarain; 1.er comandante, Juan Mugartegui Mazarredo;
2.º comandante, José Iturmendi Llanos.
De estos jefes, 6 eran vascongados, en
concreto 3 guipuzcoanos (Eleicegui, n. Abalcisqueta 1815; Arana, n. Lazcano
1811; Gorostegui, n. Tolosa 1817) y 3 vizcaínos (Zabalainchaurreta, n. Navárniz;
Mugartegui, n. Marquina, 1815; Sacristán, n. Bilbao 1814), 2 eran navarros
(Ochoteco, n. Aranaz 1814, había residido en San Sebastián; Iturmendi, n. Lácar
1820), y 4 eran naturales del resto de España (Palma, n. Villamayor, Ciudad
Real, 1814; Uzuriaga, n. San Millán, La Rioja, 1815; Sagasta, n. Logroño, 1818;
López Cano, n. Ateca, Zaragoza, 1816). Se cumplía, así, el criterio antes
señalado de priorizar a mandos naturales de las Provincias Vascongadas y, en su
defecto, a navarros, riojanos y aragoneses –el manchego Antonio Palma fue la
excepción, que se debió a la premura con que hubo que resolver la inesperada
sustitución de Ochoteco–. De ellos, 5 habían luchado durante la guerra civil de
1833-1839 en el bando carlista, acogiéndose a los beneficios del Convenio de
Vergara e ingresando en el ejército de la reina (los guipuzcoanos Eleicegui,
Arana y Gorostegui, el vizcaíno Zabalainchaurreta y el navarro Iturmendi40), y
otros 7 lo habían hecho en el bando liberal (los vizcaínos Mugartegui y
Sacristán, el navarro Ochoteco, los riojanos Uzuriaga y Sagasta, el aragonés
López Cano y el manchego Palma). De ellos, Ochoteco había ingresado en los
chapelgorris reclutados por la Diputación guipuzcoana para combatir a los
carlistas, y 4 lo habían hecho en la milicia nacional (Sacristán en la de
Bilbao, Mugartegui en Ávila, Sagasta y Uzuriaga en la Rioja), todos en
1833-1835, pasando con posterioridad a formar parte del Ejército regular;
solamente uno era militar con anterioridad a la guerra (Palma). Uzuriaga,
residente en Soria, había sido diputado a Cortes por esa provincia en las
Cortes Constituyentes de 1854-1856, por el partido progresista, y volvería a
serlo en 1869. La edad media de estos jefes al iniciarse la Guerra de África
era de 45 años (tenientes coroneles) y 42 (comandantes).
En el momento de su nombramiento para los
Tercios Vascongados, 6 de estos jefes tenían destino en las unidades y
dependencias del Ejército (Eleicegui en el Regimiento Mallorca n.º 13, Arana en
el Saboya n.º 641, Palma era comandante militar de Valmaseda
-Vizcaya-, Zabalainchaurreta en el batallón provincial Tuy n.º 18, Hernández
Alba en el Regimiento Asturias n.º 31 y Uzuriaga en el batallón provincial
Granada n.º 6) y 7 se hallaban en situación de reemplazo (Ochoteco en Madrid,
Gorostegui en Barcelona, Mugartegui en Vascongadas42, Sacristán en Bilbao,
Iturmendi en Navarra, Sagasta en Logroño y López Cano en Cataluña).
Como ya se preveía en la R. O. de 29-11-1859,
las Diputaciones Forales designarían para cada tercio el capellán, el médico
cirujano y un pagador, elevándolos a la aprobación del Gobierno. Además de
ello, el 30-11-1859, en reunión tenida con los representantes vascongados en
Madrid, el ministerio de la Guerra propuso que dichas corporaciones designaran
también las siguientes plazas: el abanderado de cada tercio; un subayudante
igualmente en cada tercio, que hablaría el vascuence, y por último, los mandos
subalternos (sargentos segundos y cabos). Los abanderados y los subayudantes
serían jóvenes voluntarios de familias distinguidas del país, sumando un total
de 8 plazas que tendrían carácter de oficiales mientras durase la guerra. Esta
idea, que venía sin duda apoyada por el general Latorre, fue muy bien acogida
por los diputados a Cortes y comisionados forales en Corte, que la consideraron
una solución satisfactoria y feliz y quedaron “muy complacidos”43. En
consecuencia, las corporaciones vascas elevaron sus propuestas de abanderados,
subayudantes, médicos cirujanos, capellanes y pagadores, que fueron aprobadas
por reales órdenes del Ministerio44. Álava designó los empleos del 1.er Tercio,
Guipúzcoa los del 2.º y Vizcaya los del 3.º. En el caso del
4.º Tercio (de composición mixta, vizcaíno-guipuzcoana), el subayudante y
el capellán fueron designados por Guipúzcoa, y el abanderado y el
médico-cirujano por Vizcaya. Mencionemos que el abanderado del 2.º Tercio,
Anselmo Rezola (natural de Oyarzun, Guipúzcoa), fallecería después de la
victoriosa batalla de Wad-Ras a causa del cólera.
El haber de los mandos corría íntegramente a cuenta
del Gobierno, ya que él los nombraba (desde el general jefe hasta, pensamos,
los sargentos primeros). En cuanto al resto del personal, sus haberes y
raciones correspondían a las Provincias mientras permaneciese en ellas, y al
Estado en cuanto saliese de las mismas (conforme a los usos y costumbres
forales). Inicialmente, las Diputaciones reunidas en “conferencia foral” el
4-11-1859 señalaron a los soldados 2 rs. diarios, 3 a los cabos y 5 a los
sargentos durante el tiempo que estuviesen en su territorio, aunque de
inmediato cada provincia tomó sus propias disposiciones. Así, al menos
Guipúzcoa y Vizcaya asignaron 6 rs. diarios a los soldados, 6,5 a los cabos
segundos, 7 a los cabos primeros y 8 a los sargentos segundos45. Fuera del
territorio provincial, el prest era por cuenta del Gobierno, pero las
corporaciones provinciales les señalaron también una gratificación
complementaria (o “sobreprest”) de 1, 1,5 y 2 rs. respectivamente (Vizcaya por
su parte, lo fijaría en 1, 2 y 3). En cuanto a las pensiones, en el caso de
Guipúzcoa vemos que los que quedasen inutilizados de resultas de la campaña y
los parientes de los fallecidos percibirían una pensión de 2 rs. diarios.
El alistamiento forzoso comprendió a los
solteros y viudos sin hijos de 20 a 30 años cumplidos, con una talla mínima de
1,56 m, quedando exentos los impedidos, los religiosos, los hijos que
sostuvieran a la familia con su trabajo, etc. Para el caso de los sustitutos,
se amplió la edad a 20-40 años, y se admitió a los casados.
En el alistamiento foral tradicional, la
franja de edades prevista era más amplia: antiguamente había sido de 18 a 60
años, y en los últimos tiempos de existencia de las milicias locales (antes de
la guerra carlista) era, al menos en Guipúzcoa, de 18-40 años. Para la guerra
de África, como hemos visto, el alistamiento obligatorio se ciñó a la edad de
20-30 años. No obstante, la Diputación guipuzcoana dispuso que, para recaudar
fondos con destino a la contratación de sustitutos, los pueblos pudiesen
imponer una cuota no solamente a los mozos de 20-30 años sino también a los de
18-19 años y 31-40 años (ya que, “a pesar de estar comprendidos en las
disposiciones del fuero, quedaban exceptuados del servicio forzoso por las
presentes disposiciones”). Así se hizo en efecto en la generalidad de los
pueblos guipuzcoanos, donde ayuntamientos o comisiones de vecinos creadas ad
hoc bajo patrocinio municipal, cargaron con las correspondientes cuotas tanto a
los mozos de 20-30 años como a los de 18-19 y 31-40. Con estas cuotas se financió
en cada pueblo buena parte del “enganche retribuido” de sustitutos
–complementadas, en ocasiones, con una suscripción voluntaria abierta a los
demás vecinos–, y el resto fue cubierto por el respectivo ayuntamiento, que en
muchas localidades hubo de endeudarse y cubrir el déficit estableciendo un
nuevo arbitrio ad hoc.
Ya hemos apuntado que en la historia del
régimen foral vascongado tradicionalmente los servicios exteriores para
campañas fuera del territorio provincial se habían cubierto en primer lugar
mediante el recurso a voluntarios (y, solamente en su defecto, se acudía al
alistamiento obligatorio). No es por tanto extraño, ni era ninguna novedad, que
en 1859 la consigna general fuese intentar evitar a toda costa el reclutamiento
de los mozos sorteados por medio del enganche de voluntarios. En Guipúzcoa y
Vizcaya, en efecto, se utilizó este procedimiento en casi todos los casos (a
fin de año se realizó el sorteo previsto, pero para entonces la inmensa mayoría
de los pueblos tenían ya “ajustados” los sustitutos para cubrir sus respectivos
cupos en lugar de los sorteados); en cambio, en Álava ese objetivo se consiguió
en mucha menor medida –por las razones que ya apuntamos en el punto 2–, y en su
caso buena parte del contingente hubo de proceder del sorteo.
Para la captación de los voluntarios
retribuidos, no existió un criterio común. Así, en Vizcaya los sustitutos
fueron “gratificados” con 4.000 rs. (160 a la admisión, 1.840 a la presentación
en filas y 2.000 a la salida del territorio vasco). Según destacaba el
periódico Irurac Bat (20-11-1859), esta prima de 4.000 rs., más el prest
diario, suponía para los trabajadores del campo, de las obras públicas, etc. la
posibilidad de ganar en pocos meses unos 5.000 rs., lo que equivalía para ellos
a “una pequeña fortuna” que “no es cosa de perder”, por comparación con lo poco
que podían ahorrar con su salario laboral de 5 a 10 rs. diarios. En Guipúzcoa
la Diputación reclutó directamente 164 hombres con una prima de 2.500 rs. (500
al tiempo de filiarse y 2.000 al regreso, al concluir el compromiso), y por su
parte cada municipio para cubrir su respectivo cupo local ofreció cantidades
diferentes. Así, San Sebastián hizo su enganche con una oferta de 4.000 rs.,
Tolosa, de 3.500…46 . En caso de fallecimiento, los parientes del finado
percibirían la parte de la gratificación pendiente de cobro. Evidentemente la
práctica totalidad del personal reclutado procedía del pueblo llano, aunque
hubo unos pocos jóvenes de familias acomodadas que dieron el paso de
presentarse voluntarios, renunciando a toda retribución; las Diputaciones
eligieron entre estos al abanderado y al subayudante de cada tercio.
Sobre los orígenes geográficos de la tropa
finalmente reclutada –y los diferentes criterios que a este respecto,
recordemos, opusieron Vizcaya y Guipúzcoa por un lado y Álava por otro–, nos
remitimos al punto 2 (ver supra).
El equipamiento corrió a cargo de las
Diputaciones. Consistió en: vestuario, cananas, botas para líquidos, ollas de
rancho y los siguientes efectos que fueron importados de Francia: mochilas,
tiendas, mantas y botiquines –encargados en París por el general Latorre y el
diputado foral guipuzcoano Genaro Sorarrain–. Como curiosidad, las boinas
fueron fabricadas en Azcoitia por la empresa Esteban de Hurtado de Mendoza a un
precio (el modelo sencillo de la tropa) de 12 reales la unidad.
El armamento correspondía en principio a las
mismas provincias, de acuerdo a la tradición foral, pero en este punto sus
gestiones no tuvieron éxito. Desde el principio las corporaciones forales
pretendieron dotar a estas tropas con carabinas rayadas (sistema Minié), pues
se trataba del arma más indicada para una fuerza de infantería ligera, que era
como las autoridades provinciales y la opinión pública local conceptuaban a los
Tercios, de acuerdo a los hábitos y la mentalidad de un país montañoso como era
el vasco. La infantería ligera del Ejército regular (los cazadores) estaba
dotada igualmente de carabinas rayadas. No obstante, en España no había
disponibilidad de estas armas para dotar a los Tercios, y las gestiones, de
acuerdo con el mariscal Latorre, se dirigieron en primer lugar hacia Lieja
(Bélgica), donde a principios de diciembre acudieron personalmente el propio
Latorre y dos miembros de la Diputación guipuzcoana (Genaro Emparan y Genaro
Sorarrain), sin encontrar armas disponibles; a mediados de ese mes los tres
pasaron a París, donde se repitió el mismo resultado. Otro vocal de la
corporación guipuzcoana, Casimiro Guerrico, realizaría las últimas y tardías
gestiones en Inglaterra, donde a principios de febrero y por la escasez de
carabinas disponibles (solo 120) se le ofrecieron 2.900 fusiles Enfied que
consideró muy caros; informó que serían un gasto poco rentable, porque además
la guerra posiblemente acabaría pronto, y después de ella “es bien seguro que
no nos los dejarán tener en Guipúzcoa”47. Dos semanas después, la División
Vascongada recibió en San Fernando su armamento, consistente en fusiles
procedentes del Ejército, de fabricación belga, nuevos y muy buenos a juicio de
Latorre48. El mismo Latorre, así como el diputado general de Álava que le
acompañaba (Francisco Juan de Ayala), consideraron que con ello las Vascongadas
se podían ahorrar “el gran gasto” de los fusiles, y así se lo recomendaron a
las Diputaciones, que dieron por terminadas las últimas gestiones de compra en
Inglaterra..
El
mariscal de campo Carlos María de Latorre, jefe de la División Vascongada
El ministro de la Guerra presentó a Latorre
ante los representantes vascongados en Madrid como “hombre organizador por
excelencia”49, y el periódico bilbaíno Irurac
Bat le recibió como “uno de nuestros primeros organizadores militares”
(19-11-1853), calificativos que a la luz de su expediente personal no podemos
calificar de desproporcionados, ya que en efecto era un hombre de notable
experiencia en la inspección de tropas y en la creación de nuevos cuerpos
armados, como vamos a ver50.
Carlos María de Latorre (o de la Torre)
Navacerrada (50 años) había nacido en Sevilla en 1809, siendo su padre un
teniente coronel natural de La Habana51. De noble linaje, fue caballero de la
Orden de Calatrava (1825). Ingresó en 1826 como teniente en una unidad de
elite, la infantería de la Guardia Real, con la que en 1835, siendo capitán,
pasó al frente norte a combatir la insurrección carlista, resultando gravemente
herido en Mendigorria y ascendido a comandante. Tras su recuperación, sirvió el
resto de la guerra en destinos de Estado Mayor –en cuyo cuerpo llegó al grado
de comandante–, especialmente en Aragón, ejerciendo como jefe de Estado Mayor
de la 2.ª división (1839), del Distrito de Aragón (1840), y del 3.er Cuerpo de
Ejército (1840-41). En adelante volvió a servir en el arma de Infantería. En
1843 fue nombrado secretario de la Revista de Inspección pasada en los 2.º y
4.º Distritos por el duque de Ahumada52; y en 1844, siendo ya coronel de
Infantería, se le designó Secretario de la Dirección de organización de la
naciente Guardia Civil, posterior Inspección General del mismo cuerpo, de nuevo
como segundo del duque de Ahumada. Desempeñó este cargo hasta 1850, ascendiendo
a brigadier en 1848. Durante ese tiempo, por ausencia del titular, ejerció en
cuatro ocasiones de Inspector General interino. En 1850 a solicitud suya quedó
de cuartel en la provincia de Cuenca, donde residiría en adelante durante
largos períodos (en concreto en Pozorrubio y Torrelengua, donde tenía
propiedades). Inició entonces su vida política ganando las elecciones a Cortes
en el distrito de Tarancón como candidato progresista, aunque el acta no fue
aprobada (1851). Durante el Bienio Progresista fue ascendido a mariscal de
campo (1854), y representó a Cuenca en las Cortes Constituyentes por el partido
progresista (1854-56). Con el final del Bienio volvió a quedar de reemplazo en
Cuenca, aunque en 1857-58 se trasladó su residencia a Vitoria, según la
explicación oficial por creer el Gobierno Narváez que debido a sus “avanzadas
ideas” estaba teniendo una influencia “perjudicial” y potencialmente subversiva
en esa provincia y en Toledo, aunque según la prensa progresista el verdadero
motivo fue alejarle de Cuenca para impedir que ganara las elecciones de 1857.
Con la llegada de O’Donnell al poder, en el Congreso de 1858-63 fue diputado
por Tarancón, formando parte de la minoría progresista, de oposición al
Gobierno de la Unión Liberal, encontrándose en esta situación cuando fue
nombrado jefe de la División Vascongada (1859).
Al terminar la Guerra de África, volvería a
quedar en situación de reemplazo en la provincia de Cuenca. En los últimos años
de gobierno del partido moderado bajo el reinado de Isabel II, participó en
diversas conspiraciones progresistas; el 8-5-1867 se ordenó su detención,
cuando se hallaba ya en Burdeos con licencia de un año para viajar por el
extranjero, y el 26-6-1867 el Ministerio de la Guerra (Narváez) le dio de baja
en el Estado Mayor General del Ejército por su negativa a presentarse en Madrid
como se le ordenaba, pretextando razones de salud. El 4-11-1867 dio desde
Bruselas un “Manifiesto a los españoles”, por el cual sería condenado a muerte
–en ausencia– en consejo de guerra (25-6-1868). Tomó parte activa en la
“Gloriosa”, tras la cual fue ascendido a teniente general y nombrado capitán
general de Valencia (octubre 1868), aunque renunció poco después para tomar
posesión como diputado a Cortes por Ocaña (Toledo) (febrero 1869), y a su vez
dejó el Congreso al ser designado capitán general y gobernador superior civil
de las Filipinas (28-3-1869), cargo en el que permaneció hasta su cese por
decreto de 18-1-1871. Se le considera el capitán general más liberal a lo largo
de toda la dominación hispana del archipiélago. Durante su estancia en
Filipinas, en efecto, pretendió aplicar una política ampliamente reformista,
que le valió el aprecio de los elementos más liberales de las islas (para quienes
fue el capitán general “más querido”) y las críticas en cambio de los sectores
conservadores, considerándola imprudente y peligrosa para el orden público y el
dominio español de las islas53.
El jefe de la plana mayor de la División
Vascongada, coronel Rafael Sarabia Núñez (42 años), había nacido en Granada
(1817); durante la Década Ominosa residió en Francia con su familia (1823-33),
exiliada debido a la adhesión de su padre –capitán del Ejército- al régimen
constitucional; a su vuelta a España en 1834 se instalaron en Murcia, de donde
el joven Rafael salió el año siguiente para incorporarse al Ejército. De forma
similar al caso de Latorre, tuvo una carrera de marcado perfil organizativo, de
planificación y de administración: entre otros destinos, sirvió en el Negociado
de Plana Mayor del Ministerio de la Guerra (1838-39), fue ayudante de campo del
capitán general de Cataluña (1840-41), y en 1843 era oficial 5.º de las
dependencias centrales del Ministerio. Durante toda la Década Moderada
(1843-54) estuvo en situación de reemplazo, por motivos políticos, siendo
recuperado como oficial en el Ministerio durante el Bienio Progresista
(1854-56), al término del cual volvió a quedar de reemplazo, situación en la
que continuaba en el momento de iniciarse la Guerra de África. Otra
coincidencia con Latorre era, en efecto, su perfil político progresista,
habiendo sido diputado a Cortes por Alicante en el último año del Bienio
(1856). Residía en Madrid, aunque tenía familia y propiedades en Murcia.
Después de la batalla de Wad-Ras fue ascendido a brigadier, pero al término de
la campaña volvió a quedar de reemplazo. Apoyó la Revolución de 1868, de cuyas
resultas sería ascendido a mariscal de campo y nombrado gobernador militar de
Álava, 2.º Cabo de la Capitanía General de Provincias Vascongadas y Navarra
(Vitoria, 1868-72), donde terminaría su carrera militar54.
La designación de Latorre como general jefe
de la División Vascongada fue motivo de una nueva polémica en la prensa
nacional. Así, en esta cuestión del nombramiento de los jefes y oficiales de
los Tercios, el periódico moderado La España (Madrid), que era el portavoz y
apoyo incondicional de los argumentos foralistas en la prensa nacional, salió
en recuerdo de las atribuciones tradicionales de las instituciones vascas en
esta materia, con el argumento además de que “el vascongado quiere ser mandado
por los suyos, para ir contento a la pelea; es necesidad histórica de la
raza”55.
En cambio el ministerial El Día, sin poner en duda el patriotismo de las Provincias
Vascongadas –“que en nada cede ciertamente al de las demás provincias de
España” –, advertía contra tales pretensiones fueristas calificándolas de
“consideraciones estrechas de localidad” y descartaba de plano que ese
“recuerdo histórico” o “antecedente en desuso” que suponía la designación de
jefes y oficiales por las propias corporaciones vascas pudiera ser aplicable al
caso actual, por tres motivos: en primer lugar, atendiendo al principio de la
unidad constitucional (se recordaba que los fueros habían sido confirmados “sin
perjuicio” de la misma, según el art. 1.º de la ley de 25-10-1839), y por tanto
a las prerrogativas constitucionales que correspondían en este campo al
Gobierno de su majestad, las cuales al mismo tiempo eran también “deberes
inviolables y sagrados” del mismo; en segundo lugar, para asegurar que la
formación de estas unidades armadas no produjera “complicaciones” que pudieran
comprometer gravemente la seguridad del Estado; y en tercer término, por
razones indispensables de eficacia, pues las circunstancias ya no eran las de
la Edad Media: un cuerpo militar que no fuera formado, instruido y disciplinado
técnicamente por el Ministerio de la Guerra sería “un anacronismo
inconcebible”, y admitir en el Ejército un elemento “anómalo” aumentaría los
trances y las contingencias de la guerra y podría tener consecuencias
funestas56. En este caso, las tesis gubernamentales no estaban exentas desde
luego de lógica jurídica, política y militar, hasta el punto de que fueron
plenamente asumidas por los propios representantes vascos en Madrid, quienes
las calificarían de “justas” ante las Diputaciones Forales57.
Además de lo anterior, El Día insistía de
nuevo en que “ahora que la patria necesita la cooperación de todos sus hijos”,
las Provincias Vascongadas debían llenar “el profundo y ancho vacío que por
razón de sus franquicias durante largos años han dejado que se formara en este
punto”; sutilizando sobre sus usos y costumbres y disminuyendo la eficacia de
su contribución a la guerra, causarían una muy triste impresión en la opinión
pública; y se recordaba que, en último extremo, el Gobierno tenía la facultad y
el deber de zanjar esta cuestión haciendo uso del art. 2.º de la misma ley
de 25-10-183958.
Por su parte, el periódico neocatólico y
absolutista La Esperanza (publicado
en Madrid y de alcance nacional, como los anteriores) quiso aprovechar el tema
del nombramiento de jefes y oficiales de los Tercios Vascongados para intentar
hacerse con la bandera de los fueros vascongados, y cargar con ella contra el
Gobierno de la Unión Liberal y contra los propios liberales vascos. Hemos de
recordar que en aquella época el régimen foral no estaba en manos
tradicionalistas sino liberales, pues en efecto las provincias vascas eran
administradas por las elites liberal-fueristas, y bajo su gestión marcadamente
conservadora y respetuosa con los elementos históricos, la causa
tradicionalista se hallaba adormecida y desmovilizada. Ante esta situación, La
Esperanza no dejaba pasar ninguna ocasión para intentar desprestigiar no solo
al gabinete O’Donnell sino también a los liberales vascongados, y ello con la
evidente finalidad de dar alas al neocatolicismo en el País Vasco; aunque
pretendiera justificarse con el argumento de que solo le movía el patriotismo,
y el deseo de ayudar a la movilización patriótica de los vascongados afectos a
la tradición y a “la antigua España”.
La Esperanza solicitó al Gobierno que
rectificara su criterio de intervenir “exclusivamente” en el nombramiento de
los mandos de los Tercios Vascongados, porque con ello dejaba a las
Diputaciones “sin iniciativa ni participación”, en menoscabo de sus
prerrogativas históricas en la materia59. No obstante, lo que más le interesaba
y donde este periódico verdaderamente centró casi toda su atención fue en oponerse
al nombramiento del mariscal de campo Latorre como general de los Tercios
debido a sus antecedentes políticos progresistas60, proclamando que este
militar no debía ser designado para tal cargo debido a que tales precedentes
(pertenecía, en efecto, a la tendencia más avanzada del partido progresista61)
entraban en contradicción con “la opinión popular de las Provincias”
(tradicionalista); y aseguraba que si el Gobierno no rectificaba este
nombramiento “muy escasos voluntarios” se iban a presentar “siquiera se les
buscara con abundante dinero”. A su juicio, debería ser jefe de los Tercios
Vascongados uno de los antiguos jefes carlistas que al acabar la guerra civil
habían prometido fidelidad a la reina Isabel y habían continuado en el
Ejército, “jefes de su propia comunión y acostumbrados a organizarlos y
conducirlos al combate”62. La Esperanza agitaba especialmente el dato de que
Latorre, siendo diputado a Cortes durante el Bienio Progresista, hubiera votado
a favor de la “nefanda” libertad religiosa en la nonata Constitución de 1856. Y
aprovechaba también el periódico neocatólico para atacar a las Diputaciones
liberales y al periódico liberal-fuerista bilbaíno Irurac Bat, acusándolas de
representar solo a la minoría detentadora del poder (sectores liberales del
País Vasco) y no a la masa del pueblo.
La actitud de La Esperanza fue objeto de la
censura general del resto de la prensa, no solamente de la vasca sino también
de la nacional. El moderado y profuerista La España afirmó categóricamente que,
aunque los vascongados habrían visto con satisfacción al frente de sus Tercios
a uno de los jefes naturales de aquellas provincias y familiarizados con sus
habitantes, la designación de Latorre no iba a influir negativamente en su
lealtad y su valor63. Tanto el bilbaíno Irurac Bat como los madrileños La
Iberia (progresista), La Discusión (demócrata), El Clamor Público
(gubernamental), etc., señalaban que el nombramiento de Latorre no era cuestión
de partido ni de exclusivismo político (como demostraba el hecho de que el
Gobierno hubiera nombrado a un hombre de la oposición, en vez de a un general
unionista) sino de eficacia militar, pues Latorre era un experto en
organización de cuerpos armados, que era precisamente lo que se requería para
la eficaz formación de los Tercios Vascongados. El hecho de que La Esperanza
intentara suscitar descontento en estas provincias, en un contexto bélico y en
pleno proceso de movilización patriótica y militar de toda la nación, fue
justamente tachado de mezquino e irresponsable: la guerra de Marruecos era una
causa nacional, pero “La Esperanza no quiere el triunfo de la patria como se
deba a un partido que no sea el suyo”64; era ridículo que el periódico
neocatólico madrileño tratara de arrogarse la representación del País Vasco en
vez de las Diputaciones y la prensa nativas del país; desde el Convenio de
Vergara las Vascongadas eran pacíficamente leales a la reina constitucional
Isabel II, al igual que los antiguos jefes carlistas que militaban en el
Ejército65; y con su apariencia de amistad La Esperanza solo trataba de
utilizar a estas provincias para su causa partidista, tratando de despertar el
recuerdo de la guerra civil “por espíritu de bandería”, “so color de una
protección que [el País Vasco] no necesita”66.
Por lo demás, los agoreros pronósticos del
periódico neocatólico sobre los nefastos efectos que el nombramiento de Latorre
tendría en la presentación de voluntarios (sin duda, nada le hubiera convenido
más que semejante desaire de la masa del pueblo vascongado al Gobierno y las
Diputaciones liberales) no llegaron a cumplirse; corporaciones forales y la
prensa liberal vasca le prestaron un caluroso recibimiento, se lograron reunir
los 3.000 hombres prometidos67 y el propio Latorre se mostró como un jefe
conciliador y activo que dejó un buen recuerdo en el país.
En este sentido, y además de otras
actuaciones ya citadas con anterioridad (bandera, uniforme, mandos
subalternos…), Latorre tendría el gesto de agregar a la plana mayor de la
división al 2.º comandante Antonio Urdapilleta68, jefe de los migueletes
guipuzcoanos, así como al diputado general de Álava, Francisco Juan de Ayala69.
Ninguno de ellos tenía mando efectivo, ni función específica que asumir, pero
la presencia voluntaria de estos personajes en los Tercios quería reflejar bien
visiblemente –gracias a su fuerte contenido simbólico– hasta dónde llegaba el
compromiso de estas Provincias Forales con la guerra. Latorre tuvo el rasgo de
acoger ese deseo. Ambos asistirían, en concepto de agregados, a la batalla de Wad-Ras,
y a su regreso serían objeto de un caluroso reconocimiento por parte de las
instituciones de sus respectivas provincias.
Cronología de la expedición desde el País
Vasco hasta Marruecos70
– 10-1-1860: sale de Vitoria a pie el 1.er
Tercio con destino a su embarque en la costa guipuzcoana, que deberá retrasarse
debido a la falta de los transportes que había de proporcionar el Gobierno.
Permaneció a la espera en Hernani desde el 13 al 25, y finalmente en Rentería.
–
11-1-1860: el 2.º Tercio sale de Tolosa igualmente a pie, y llega esa noche a
San Sebastián con la misma finalidad.
–
17 y 22-1-1860: arriban a Pasajes los vapores Hércules y Empereur
respectivamente, fletados por el Estado, el primero con capacidad solamente
para 400-500 hombres, y el segundo también solo para 500 porque venía cargado
de harina (no tenía sollados disponibles, por lo cual la tropa tendría que
alojarse sobre el cargamento).
– 20 y 21-2-1860: sale de Durango la mitad
guipuzcoana del 4.º Tercio (compañías 1.ª, 2.ª y 3.ª) hacia San Sebastián.
Queda instalada en Pasajes. Juntamente con los 1.º y 2.º Tercios ya citados
(esperando en Rentería y San Sebastián), suman cerca de 1.800 hombres que iban
a emprender conjuntamente el viaje por mar. Recordemos que carecían de
armamento, pendiente todavía de adquisición.
– 22 a 26-1-1860: un fuerte temporal retrasa
unos días más el embarque. – 27-1-1860: embarcan estas fuerzas en los Hércules
y Empereur, increíblemente atestados (acogieron 1.775 hombres cuando por su
tamaño y condiciones difícilmente podían recibir más de 900-1.000). Fueron
arengados en su despedida por el diputado general de Guipúzcoa, marqués de
Rocaverde. A las 15 horas salió de Pasajes el Empereur con el general Latorre y
1.200 hombres (todo el 1.er Tercio y parte del 2.º), y a las 15:30 el Hércules
con el resto. Al poco de salir se declaró un nuevo temporal de gran fuerza, que
por unos momentos amenazó empujarles hacia la costa de Bayona.
El mismo día 27 salen a pie de Bilbao hacia
Santander el 3.er Tercio y la mitad vizcaína del 4.º (compañías 4.ª, 5.ª y
6.ª). Como sus compañeros arriba citados, no disponían de armas. Fueron
despedidos en los confines de Vizcaya por la Diputación, que les arengó por
boca del diputado general Manuel de Gogeascoechea, llamándoles a combatir con
los eternos enemigos de la cruz, en defensa del pendón de Castilla, confiando
que estarían a la altura del honroso precedente de sus mayores y del preclaro
nombre del pueblo vasco, y que sostendrían con heroico valor la honra del
pabellón español, y a su vez, la celebridad del lema “Irurac Bat”, símbolo de
las libertades vascongadas; siendo contestado por los Tercios con vivas a la
reina y a los fueros71. El mismo día les había pasado revista en Bilbao el jefe
del 5.º distrito militar, teniente general José María Marchessi Oleaga, arengándoles
con el recuerdo de las hazañas de sus antepasados en las Navas de Tolosa, el
Salado y Granada72.
–
28-1-1860: las fuerzas embarcadas en Pasajes llegan a Santander después de una
durísima navegación, saltando a tierra para ser alojados en la ciudad. El
“Empereur” arribó al puerto a primera hora de la tarde, y el “Hércules” a la
noche, habiéndoles costado 24 y 30 horas realizar un trayecto de no más de 10
horas en condiciones normales.
– 31-1-1860: los efectivos vizcaínos llegan
por tierra a Santander después de una marcha penosísima por la lluvia, el
viento y el lodo.
– 3-2-1860: reunidos por primera vez los
cuatro tercios, se elaboran en Santander sus “estados de fuerza” en el momento
de la salida hacia África73; destaca en ellos la ausencia de 42 de los 118
mandos designados para el ministerio de la Guerra para encuadrar estas cuatro
unidades: en concreto, faltaban 9 capitanes, 9 subtenientes, 14 subtenientes, y
10 sargentos primeros74 (con respecto a una previsión de 4 tenientes coroneles,
4 primeros comandantes, 4 segundos comandantes, 4 ayudantes, 26 capitanes, 24
tenientes, 24 subtenientes y 28 sargentos primeros). En este mismo sentido,
Fermín Lasala, diputado a Cortes por San Sebastián, señala en sus notas
personales que al salir el 11-1-1860 de Tolosa hacia la costa, en el 2.º Tercio
había alguna compañía sin más oficiales que un teniente75. Avancemos que estos
mandos ausentes, se incorporarían finalmente a sus unidades en San Fernando.
–
4-2-1860: salen de Santander rumbo a Cádiz cuatro compañías del 1.er Tercio en
el vapor San Antonio, transporte de la marina de guerra.
– 5-2-1860: parten a las 14 horas el 3.er y
el 4.º Tercios, y las dos compañías restantes del 1.º, en los vapores Empereur,
Hércules y Schwalbe. El 2.º Tercio queda en Santander por falta de naves para
su transporte. En el Empereur embarcó el general Latorre con cuatro compañías
del 3.º Tercio y dos del 1.º. En el Hércules, dos compañías del 3.º y dos del
4.º. En el Schwalbe, las otras cuatro compañías del 4.º.
El
mismo día, el San Antonio hace escala en La Coruña para cargar pertrechos de
guerra.
–
6-2-1860: sale a la noche el San Antonio de La Coruña y se reúne con los otros
tres buques que le esperaban en alta mar. La navegación desde Santander hasta
Cádiz transcurre sin incidentes y con buena mar. El 2.º Tercio continúa en
Santander esperando buques para embarcar.
– 9-2-1860: los Tercios 1.º, 3.º y 4.º en el
Empereur con Latorre a bordo, Hércules, Schwalbe y San Antonio, pasan ante la
ciudad de Cádiz a las 15:00 horas y siguen para el arsenal de La Carraca, donde
fondean para pasar la noche.
– 10-2-1860: desembarcan para realizar un
período de instrucción76, quedando alojados en la vecina población de San
Fernando.
– 12 y 13-2-1860: reciben sus armas
–fusiles belgas, nuevos–, procedente de los
parques del Ejército (los 1.er y 3.er Tercios, el día 12, y el 4.º Tercio, el
día 13). Comienza la instrucción con armamento. En consecuencia, se anulan las
últimas gestiones de las Diputaciones para adquirir armas en el extranjero. –
13-2-1860: zarpan de Santander cuatro compañías del 2.º Tercio en el vapor
Byzantin (489 hombres).
– 14-2-1860: salen del mismo puerto las dos
compañías restantes de dicho Tercio, en el vapor Conte di Cavour (265 hombres).
– 15-2-1860: parte el general Latorre con 50
granaderos (hombres escogidos) para enseñarlos en Tetuán al general en jefe,
Leopoldo O’Donnell, y recibir sus instrucciones, solicitándole el pronto
traslado al teatro de operaciones y su entrada en combate en la vanguardia del
Ejército.
– 17 y 21-2-1860: llegan a La Carraca los
vapores Byzantin y Conte di Cavour respectivamente, desembarcando al 2.º Tercio
con destino a San Fernando. Queda reunida de nuevo la División Vascongada.
–
25-2-1860: salen por la mañana de San Fernando, y zarpan a las 17:30 de La
Carraca rumbo a Tetuán, 2.200 hombres, en los vapores Conte di Cavour (con
Latorre a bordo), Torino y Duero.
– 26-2-1860: zarpa de madrugada el resto de
la fuerza, en los vapores Provence y Wifredo77. Todos los buques fondean en la
bahía de Algeciras a la espera de que amainase el fuerte viento de Levante.
– 27-2-1860: a las 7 horas salen de
Algeciras. Desembarcan en la playa de Tetuán. A las 13 horas los Tercios se
encuentran, por fin, en suelo africano.
–
28-2-1860: son revistados por O’Donnell, que los encuentra lógicamente faltos
de instrucción78. Quedan de guarnición en el campamento de la Aduana (Fuerte
Martín), situado en el camino entre la costa y la ciudad de Tetuán.
– 7-3-1860: a las 12 de la mañana, jura de
bandera de los cuatro Tercios. Durante la homilía de la misa, el capellán del
2.º Tercio (Ramón Arbildi) “pasó la vista ligeramente por nuestra última guerra
civil, anhelando que se cubriese para siempre con negro crespón de olvido, ante
la magnífica epopeya que se estaba inaugurando”79.
Una tardanza controvertida
En
la prensa nacional se vertieron comentarios ácidos e irónicos sobre el largo
período de espera hasta que estas fuerzas llegaron finalmente a África80. Ello
era reflejo de los recelos de una prensa ampliamente precavida frente a los
Tercios por motivo de unas exenciones forales que se veían como anacronismos
injustos para el resto de la nación, y además ineficaces para la defensa
nacional. En efecto, si al inicio de la guerra se echaron en cara a estas provincias
sus privilegios y exenciones (y se les demandó que compensaran su disfrute
mediante una aportación generosa e inmediata), posteriormente la crítica se
centró en la demora de su llegada al teatro de operaciones, que se achacó a la
incapacidad del régimen foral para contribuir eficazmente a la defensa nacional
en una guerra moderna (lo cual era bastante evidente, objetivamente hablando),
e incluso a desgana y mala voluntad (esto último era absolutamente incierto,
pues nadie más interesado en cumplir adecuadamente sus compromisos que las
Provincias Vascongadas, por razones políticas y de reputación que ya hemos
apuntado).
En realidad, las corporaciones
forales hicieron cuanto estuvo en su mano para cumplir sus compromisos dentro
de las posibilidades y limitaciones del sistema foral, y no hubo gran motivo
para censurarlas en este aspecto –con una excepción, la parsimoniosa reacción
inicial de las Diputaciones Forales al producirse el 22-10-1859 la declaración
de guerra, y que fue duramente criticada por los propios representantes vascos
en Madrid81–. No obstante, cuando dos semanas después las tres corporaciones
concretaron, por fin, cuál sería la aportación vasca a la guerra (4-11-1859) y
este acuerdo fue ratificado a mediados de mes por las respectivas Juntas
Generales de cada provincia, las Diputaciones y ayuntamientos emprendieron la
tarea reclutadora con el máximo interés, siendo activamente secundadas por
todos los agentes sociales del País Vasco (prensa, clero, etc.). Es cierto
también, de todas formas, que si las Diputaciones hubieran tratado la cuestión
ya con anterioridad a la ruptura de las hostilidades –como les sugirieron los
diputados a Cortes y comisionados vascongados desde Madrid–, habrían ganado dos
semanas, que en este contexto pudieron haber sido muy valiosas.
En cualquier caso, es evidente que un sistema
militar como era el foral, a base de milicias territoriales movilizables
(lejana herencia de las milicias concejiles medievales), no resultaba desde
luego el más apto para proporcionar una respuesta rápida en el caso de las
guerras coloniales en el exterior (la hipótesis bélica más probable). Todavía
más, antiguamente había sido eficaz para colaborar en la defensa del propio
territorio ante una invasión francesa, pero a la altura del siglo xix su
efectividad para hacer frente incluso a una amenaza de este tipo parecía
asimismo dudosa (por las razones que ya apuntamos en el punto 1), además de que
la neutralidad de España en el continente y sus buenas relaciones con Francia
hacían muy remota esta hipótesis.
También hay que recordar que los
Tercios vascos, como organización ya estructurada y armada en tiempo de paz
(con el personal alistado y las armas almacenadas, aunque no en servicio
activo), habían desaparecido con la guerra civil de 1833-1839; después de la
misma, nadie desde luego se preocupó por mantenerla en pie, ni el poder central
ni las propias elites liberales vascas82 (no parecía por supuesto muy adecuado
mantener un armamento foral que en 1833 había sido aprovechado para equipar la
rebelión carlista, y que de caer en ciertas manos todavía podría dar nuevos
disgustos, aunque así no se proclamase explícitamente). No por casualidad, en
fin, las propias Diputaciones liberales habían centrado desde el final de la
guerra civil toda su atención en la potenciación de los cuerpos de migueletes o
miñones, mucho más pequeños numéricamente que los antiguos Tercios pero que
presentarían varias ventajas evidentes: estaban mejor equipados, integrados por
un personal permanente y encuadrados por oficiales profesionales y de toda
confianza política; servían eficazmente para las tareas ordinarias de seguridad
de tiempo de paz, y además, en caso de amenaza subversiva, podían ser puestos
bajo la autoridad militar y actuar como una infantería ligera muy útil por su
conocimiento del País Vasco. Había sido, precisamente, a partir del fin de la
guerra civil en 1839 cuando se produjo el verdadero desarrollo de estos cuerpos
provinciales de orden público (aunque tímidamente fuesen fundados a finales del
s. xviii), con el beneplácito del poder central.
Por tanto, en noviembre de 1859 las
operaciones de alistamiento general del País, sorteo de los mozos en cada
pueblo, contratación de sustitutos, equipamiento, etc. hubieron de partir de
cero, y ello fue también recordado por la prensa vasca (Irurac Bat) como otro
de los motivos para justificar la tardía llegada a África83. No se crea que
había en ello, por otra parte, ninguna especial nostalgia por parte del
periódico bilbaíno con respecto a la antigua organización, ni reivindicación al
respecto. Su colega profuerista madrileño La España afirmó retóricamente que
los Tercios estarían mucho antes en África “si todos los gobiernos que se han
sucedido en España desde 1836, hubieran permitido que las tres provincias
permaneciesen armadas, según fuero, aunque las armas se guardaran en depósito
en las tres diputaciones generales84. No se culpe, pues, al país vascón, de lo
que solo es consecuencia de la injusta desconfianza con que se le ha mirado”85,
pero se trataba de un mero brindis al sol, pues de sobra conocía La España lo
que había sucedido en 1833, y lo que la prudencia más elemental demandaba al
respecto, tal como su propio partido (el Moderado) había hecho siempre que
había llegado al Gobierno desde el final de la guerra civil.
Resultado de todo ello fue la evidente
inadecuación del modelo militar vasco para hacer frente rápidamente a una
campaña como la de África. Desde la declaración de guerra a Marruecos
(22-10-1859) hasta la llegada de los Tercios a la costa de Tetuán (27-2-1860),
transcurrieron cuatro meses y medio –18 semanas–. Es cierto que podríamos
descontar tres semanas por imponderables ajenos al sistema foral (el retraso en
la llegada de los buques contratados por el Gobierno y los temporales que asimismo
demoraron la expedición) y unos cinco o seis días necesarios para hacer esa
larga navegación; igualmente, hemos ya constatado que en un primer momento las
Diputaciones perdieron dos semanas para resolver cuál sería su contribución a
la guerra, lo que no se produjo hasta el 4-11-1859 (a pesar de los avisos que
les venían dirigiendo sus propios representantes en Madrid, desde el mes de
septiembre, sobre la inminencia de la contienda); pues bien, aunque estas
corporaciones hubieran tenido ya prevista su aportación con anterioridad a la
declaración de hostilidades, aunque los transportes hubieran llegado a puerto
con más premura y aunque no hubiesen existido temporales, difícilmente habría
bajado de tres meses el tiempo necesario para disponer de esta fuerza (se
invirtieron diez semanas en realizar el alistamiento, contratar sustitutos y
equipar a la tropa, y dos semanas en San Fernando para completar una
instrucción militar mínima). Todo este tiempo, para obtener una fuerza con un
adiestramiento menor que el de cualquier unidad del Ejército integrada por los
habituales quintos. Y con el agravante de que al llegar los Tercios a África,
lo hacían lógicamente con el inconveniente de ser bisoños, mientras que los
quintos llevaban ya varios meses en campaña y estaban atezados y fogueados.
No fue pequeño logro, ciertamente, que cuando
el reclutamiento se puso en marcha a mediados de noviembre, tres provincias
pobladas por 413.470 habitantes levantasen un contingente de 3.000 hombres en
tres meses, partiendo enteramente de cero (con el fallo, sin embargo, de no
conseguir dotarles de armamento, como hemos visto); pero aun así, sus
resultados difícilmente podían ser considerados satisfactorios para colaborar
eficazmente en las necesidades bélicas de la nación. En efecto, reconociendo
este gran esfuerzo, y el interés que estas instituciones pusieron a partir del
4-11-1859 para cumplir diligentemente sus solemnes compromisos, son evidentes
las fuertes desventajas que para la defensa nacional entrañaba el servicio militar
foral tal como se concebía tradicionalmente (generación de fuerzas con carácter
puntual y temporal); baste tener en cuenta, como contraste, que el Ejército
regular –gracias a su carácter permanente– tenía ya antes de la declaración de
guerra un Cuerpo de Ejército dispuesto en Algeciras, cuyo transporte a Ceuta
tuvo lugar el 18-11-1859. Desde el punto de vista de la eficacia militar, en
fin, no se aprecia objetivamente ninguna ganancia en este sistema foral de
tercios, sino todo lo contrario (otra cosa sería desde el punto de vista
económico, por el ahorro que suponía para el Ministerio de la Guerra al correr
sus gastos de reclutamiento y equipamiento a cargo de las propias Provincias
Vascongadas).
Especial motivo de disgusto en el País Vasco
fue la desfavorable comparación que se estableció entre la pronta organización
y llegada del Batallón de Voluntarios Catalanes y la más lenta y tardía de la
División Vascongada. Comentarios como el del gubernamental La Correspondencia
(“ya están en África los voluntarios catalanes: han sido más afortunados o más
diligentes que los tercios vascongados, aunque empezaron a organizarse
después”; 5-2-1860) fueron justamente contestados por el Irurac Bat señalando
el escaso rigor de los mismos, pues desde luego no era lo mismo reunir y
equipar 3.000 hombres en las pequeñas provincias vascas que 450 en Cataluña
(8-2-1860). Debe reconocerse, en efecto, que este tipo de comparaciones entre
los casos catalán y vascongado no era del todo justo.
Tengamos en cuenta algunos datos básicos. El
Batallón de Voluntarios Catalanes se formó a partir de una R. O. de 24-12-1859,
reuniendo un total de 466 hombres en 4 compañías; zarpó de Barcelona el
26-1-1860, y desembarcó en la playa de Tetuán el 3 de febrero, donde O’Donnell
lo encontró naturalmente faltos de instrucción; ello no obstante, al día
siguiente de su llegada los catalanes tuvieron la oportunidad de participar en
la batalla de Tetuán, y además en posición bien destacada en la vanguardia
(todo ello gracias a la intercesión de su paisano el general Prim), alcanzando
una extraordinaria fama por su protagonismo y su gran número de bajas,
incluyendo la muerte de su comandante (4-2-1860).
Por su parte, la formación de los Tercios
Vascongados comenzó siete semanas antes (a partir del ofrecimiento de
4-11-1859), pero indiscutiblemente constituía un reto cuantitativo y
organizativo mucho mayor. Ya hemos visto que a mediados de enero los Tercios
estaban preparados para embarcar, pero dos factores imprevistos, la falta de
buques de transporte (los cuales debían ser proporcionados por el Gobierno) y
los duros temporales invernales del Cantábrico, retrasaron su salida definitiva
nada menos que tres semanas, hasta que pudieron verificarla a partir del 4 de
febrero desde Santander. Y tampoco cabe obviar que la División Vascongada tuvo
que realizar su adiestramiento en San Fernando (Cádiz) porque parte de sus
oficiales, en vez de haberse dirigido al País Vasco, les esperaban en Andalucía
por orden del Gobierno. Los Tercios llegaron a esta localidad gaditana el 10 de
febrero, donde recibieron también las armas procedentes de los depósitos del
Ejército, ya que las Diputaciones no habían podido adquirirlas por su cuenta.
Ello demoró lógicamente su llegada a Tetuán, que se produjo finalmente el 27 de
febrero. De todo este nuevo retraso acumulado desde mediados de enero, lo único
que podría achacarse a las corporaciones forales es que no pudieran conseguir
las armas como tenían previsto86. En cuanto al transporte por mar desde el
Cantábrico, el general Latorre había propuesto como alternativa hacer el viaje
por tierra para embarcar en Alicante, lo cual fue desechado por el Gobierno; a
posteriori, vista la demora producida, algunas voces fueristas se dolerían de
esta decisión gubernamental calificándola de desafortunada87.
Aunque en la prensa nacional las alusiones a
la tardanza de los Tercios fueron mayoritariamente negativas, hubo ocasiones en
que se reconoció “la mala fortuna” del viaje de los vascos por comparación con
los catalanes (por ejemplo, el ministerial La Época, agradecido con
satisfacción por el bilbaíno Irurac Bat88).
No obstante, para la historia quedaron frases
como la del más célebre cronista de la Guerra de África, Pedro Antonio de
Alarcón, que al arribar los voluntarios catalanes al teatro de operaciones
señaló: “¡Afortunados aventureros! Más felices que los Tercios Vascongados, a
quienes en balde estamos esperando desde que principió la campaña”
(3-2-1860)89.
En definitiva, y debido a la conjunción de
factores que hemos ido viendo (evidentes limitaciones del sistema militar
foral, medidas gubernamentales poco satisfactorias y mala fortuna), los Tercios
no llegaron a tiempo de participar en la batalla de Tetuán (4-2-1860), que
tanta celebridad diera a los Voluntarios Catalanes; la gran victoria, en fin,
que abrió las puertas dos días después a la toma de esta ciudad (el
acontecimiento más entusiastamente celebrado en toda España durante la
contienda, incluido el País Vasco). Realmente hay que reconocer que, solamente
reuniéndose una serie de circunstancias muy favorables, hubieran podido estar
presentes en esas relevantes jornadas, las más memorables de la guerra.
Señalaba el parlamentario donostiarra Fermín
Lasala en sus notas90 que a mediados de enero, de haber existido disponibilidad
de transportes y buena mar (nada de lo cual era responsabilidad de las
Provincias Vascongadas), la División habría llegado en cuatro o cinco días a
África, pudiendo participar en la gloriosa batalla de Tetuán. Ahora bien,
añadimos nosotros, aun suponiendo que hubiesen arribado hacia el 20 de enero,
quedaba recibir el armamento y realizar la instrucción (que viniendo
directamente del País Vasco sin armas, en el momento de llegar habría sido
prácticamente nula), y en esas condiciones es muy dudoso que un general en jefe
tan conocidamente prudente como O’Donnell hubiese confiado en ponerles en línea
para el decisivo encuentro que tuvo lugar solamente dos semanas después, el día
4 de febrero. Si en esta batalla intervino, en cambio, el pequeño Batallón de
Voluntarios Catalanes, fue únicamente porque en su caso se dio una
circunstancia única: eran paisanos precisamente del general más impulsivo y
audaz de todo el Ejército, rayando en ocasiones la temeridad, que se hizo cargo
de ellos bajo su responsabilidad: Juan Prim. Constituyó este por tanto un hecho
muy particular y difícilmente extrapolable.
Precisamente, la ausencia de los Tercios en
la batalla de Tetuán fue causa de una verdadera alarma en las Provincias
Vascongadas, por los efectos políticos que ello pudiera acarrear sobre el
propio régimen foral. En efecto, si las negociaciones de paz entabladas en los
días siguientes hubieran llegado a fructificar, ello hubiese supuesto el final
de la guerra sin que la División Vascongada llegase a tiempo de disparar un solo
tiro: el País Vasco, así, no habría participado en el triunfo de España, y las
censuras de la opinión pública nacional contra los privilegios forales habrían
alcanzado niveles sin precedentes, sin descartarse que el Gobierno y las Cortes
tomasen cartas en el asunto.
Inquieto por la situación, el ya mencionado
Fermín de Lasala (diputado a Cortes por San Sebastián, afín a la Unión Liberal
en el Gobierno), escribió el 10-2-1860 al diputado general de Guipúzcoa
manifestando su orgullo como español por la reciente toma de Tetuán, pero su
preocupación como vascongado por los efectos que podría tener el no haber
llegado los Tercios a tiempo para este triunfo. Las voces que se extendían en
los círculos políticos y periodísticos de Madrid, en efecto, eran sumamente inquietantes
desde el punto de vista del régimen foral (“síntomas funestos”)91. De todas
formas, Lasala se tranquilizaba yaque, por fortuna, la campaña continuaba, y
“en este caso nuestra posición mejorará” cuando los Tercios entraran en
combate.
Por fin, la División Vascongada llegó a
África a fines de febrero, pero la prensa nacional le concedió poco interés, lo
que causó también malestar en el País Vasco, sobre todo comparando con la
atención que habían recibido los catalanes a su llegada92. Intranquilo, el
diputado general de Guipúzcoa (marqués de Rocaverde) escribiría el 5-3-1860 al
general Latorre –con el que había entablado una buena amistad– lamentando “la
fatalidad” que entorpeció la marcha de los Tercios e impidió que participaran
en la toma de Tetuán; esta involuntaria ausencia producía “amarguras” a la
Diputación, al igual que el hecho de que los valientes Voluntarios Catalanes
–salidos más tarde que los vascos– tomaran una parte tan principal en aquella
batalla. “Hoy estas amarguras se aumentan, al informarnos de las desfavorables
especies que los enemigos de nuestro suelo, de nuestra libertad y de nuestras
instituciones, hacen correr en la Corte por desacreditar nuestro patriotismo,
suponiéndonos una apatía y una indiferencia por la noble causa que la nación
sostiene”. El País Vasco quería que sus Tercios derramasen su sangre peleando
como buenos, “por esta razón, por más que se nos tache de inhumanos, hemos
celebrado con júbilo la noticia de que los enemigos no aceptaban las
condiciones de paz, pues preveíamos que continuando la guerra nuestros
sacrificios harían algún fruto en bien de la patria”. Rocaverde, en fin,
agradecía efusivamente a Latorre el interés que se tomaba en conducir cuanto
antes a sus hombres al combate, y las seguridades que había dado a O’Donnell
respondiendo de su comportamiento en el campo de batalla93.
Por lo demás, el hecho de que los Tercios no
llegaran a tiempo de participar en la toma de Tetuán no afectó en absoluto al
entusiasmo con que dicho triunfo se celebró en las Provincias Vascongadas: este
acontecimiento dio lugar, precisamente, a los días de euforia patriótica más
desbordante de toda la guerra, y los generales O’Donnell y Prim fueron
aclamados como héroes por la prensa, sociedades populares, bertsolaris, etc.94.
Wad-Ras y el final de la campaña. Regreso al
País Vasco
En
las Provincias Vascongadas se deseaba que los Tercios fueran adscritos al
Cuerpo de Ejército dirigido por su paisano el teniente general Rafael Echagüe,
donostiarra, uno de los protagonistas de la campaña. En los días siguientes a
la batalla de Tetuán, los diputados a Cortes y comisionados forales en Madrid
creyeron que así ocurriría efectivamente, y se apresuraron a escribir a
Echagüe: una vez más, lamentaban que la División Vascongada por su “adversa
suerte” no hubiera podido concurrir a la batalla de Tetuán; y sobre todo,
expresaron el vehemente deseo de que el propio Echagüe la pusiera en vanguardia
durante los siguientes combates hasta plantar la bandera española en Tánger, y
que el nombre del País Vasco rayara “ahora como siempre en lo más alto”95. También
la prensa local se hizo eco de esta aspiración96. Sin embargo, como últimas
unidades en llegar a África, los Tercios fueron adscritos al Cuerpo de Reserva
(teniente general Ríos), donde se agrupaban las fuerzas que habían arribado
como refuerzo al teatro de operaciones desde el 16 de enero.
Ya hemos apuntado que antes de la
batalla de Wad-Ras, las autoridades forales y la prensa vasca deseaban que los
Tercios fueran colocados en la vanguardia del Ejército, para ganar la misma
fama de los catalanes, y silenciar los reproches que se les dirigían por no
haber tomado parte en la batalla de Tetuán. Sin embargo, en el momento en que
la División Vascongada tuvo por fin la ocasión de entrar en combate (Wad-Ras,
último choque de la contienda; 23-3-186097), no recibieron tampoco gran
atención en la prensa nacional –algo hasta cierto punto lógico pues aunque su
actuación fue muy digna, no tuvo especial protagonismo, como lo demuestra el
pequeño número de bajas sufridas–. En cualquier caso, se dejó constancia de su
buen comportamiento en combate, y se celebró que hubieran demostrado su valor y
serenidad como se esperaba de los vascongados, aunque con unas pérdidas
escasas98. Este comedimiento, por otra parte normal y bastante ajustado al
caso, causó cierto disgusto en el País Vasco, donde se esperaba un
reconocimiento más espléndido: “hay contra los tercios una prevención,
destituida por completo de todo fundamento”99; “triste es que los tercios hayan
sido mirados desde su formación con ese desvío tan injustificable, doloroso es
que se haya querido negarles hasta la gloria que alcanzaron en la batalla en
que tomaron parte”100.
Tercios vascongados en la Batalla de Wad-Rás, 23 de marzo
de 1860.
Museo de San Telmo, San Sebastián
A los Tercios, ciertamente, correspondió
actuar no en el sector principal y más empeñado de la batalla (el centro, y
sobre todo la vanguardia, donde sí estuvieron nuevamente los catalanes, que
volvieron a ganar renombre imperecedero a costa otra vez de una gran proporción
de bajas), sino formando parte del flanco derecho (Cuerpo de Reserva, general
Ríos), el cual actuaba en misión de protección de la fuerza principal. Aunque
sin ser protagonistas de la jornada, se reconoció que la División Vascongada
contribuyó a rechazar un peligroso intento marroquí de envolvimiento, y ayudó
eficazmente al Batallón de Cazadores Tarifa en situación apurada. Participaron
en el encuentro los Tercios 1.º, 2.º y 3.º, equivalentes a sendos batallones y
sumando unos 2.000 hombres (el 4.º en cambio quedó guarneciendo el campamento
de la Aduana, y no llegó a tener su bautismo de fuego), dentro de un despliegue
total de unos 30.000 para todas las fuerzas españolas presentes. En la lucha
estos tres Tercios actuaron conjuntamente con el mencionado batallón Tarifa
(procedente de la Brigada del brigadier Juan Lesca), que el general Ríos puso a
las órdenes de Latorre para la ocasión. El Tarifa, al igual que los Tercios
Vascongados, había sido una de las últimas unidades en llegar a África (en su
caso, el 8-2-1860), siendo adscrito asimismo al Cuerpo de Reserva; aunque había
participado en la acción de Samsa (11-3-1860), apenas había entrado en fuego,
por lo que era una unidad casi tan bisoña como aquellos.
Se observa que, dentro de las fuerzas de
Latorre, fue el Tarifa quien llevó el peso de la acción y tuvo el mayor número
de bajas (91), bien secundado por los vascongados101. Los Tercios n.o 1, n.o 2
y n.o 3 (al mando del teniente coronel Eleicegui, 1.er comandante Gorostegui y
teniente coronel Zabalainchaurreta, respectivamente) tuvieron en la acción
menos bajas que el Tarifa, en concreto entre los tres sumaron 56 bajas, a saber
2 muertos, 51 heridos (30 graves, 21 leves) y 3 contusos. Dentro de estas
fuerzas vascongadas, la unidad más destacada fue sin duda el 2.º Tercio,
reclutado por Guipúzcoa, que tuvo los 2 fallecidos (los soldados Miguel Goñi y
Antonio Oráa102), y 34 heridos –25 graves y 9 leves–. Por su parte, el 1.er
Tercio –aportado por Álava– tuvo 9 heridos (3 graves y 6 leves), y el 3.º
–levantado por Vizcaya–, 8 heridos (2 graves, 6 leves) y 3 contusos103. La
División Vascongada contribuyó, por tanto, con su cuota de sangre a la
victoria, aunque ciertamente en un porcentaje discreto, teniendo en cuenta que
las bajas totales en Guad-Ras fueron 137 muertos (un jefe, 6 oficiales y 130 de
tropa), 956 heridos (11, 90 y 855 respectivamente), y 218 contusos (1, 4 y 213
respectivamente); en total, 1.311. Es decir, los Tercios tuvieron en la
batalla un 1,5 % de los muertos y un 4,6 % de los heridos y contusos, proporciones
sensiblemente menores al porcentaje de efectivos que aportaron ese día a las
filas españolas (supusieron, en efecto, en torno a un 6,5 % de las tropas
presentes en el combate)
Las cifras anteriores no contabilizan los
fallecimientos que se produjeron después a consecuencia de las heridas, y que
en el caso de la División Vascongada fueron al menos 4104, sumables a los 2
muertos en acción que antes hemos mencionado. Si comparamos estas 6 muertes con
las sufridas por el conjunto del Ejército durante toda la campaña –786
muertos en acción y 366 por las heridas, total 1.152–, comprobamos que en lo
que se refiere a la sangre vertida, la aportación de la División Vascongada a
la victoria española en la Guerra de África fue apenas simbólica (un 0,5 %).
Este porcentaje contrasta también con el estimable 6,6 % que suponían los
efectivos de los Tercios en el seno del ejército de operaciones (aprox. 3.000
hombres sobre un total de 45.000), pero se explica, naturalmente, por su
ausencia en todos los combates producidos durante los primeros tres meses de la
contienda, desde Ceuta hasta Tetuán pasando por Castillejos (cuestión distinta
fueron las considerables pérdidas producidas por el cólera, inmediatamente
después de que terminaran las hostilidades, y a las que luego nos referiremos).
Con posterioridad a la batalla de Wad-Ras, la
prensa vasca se dolió de que los Tercios no hubieran tenido la fortuna de
actuar en un lugar “de más empeño”, y por tanto no pudieran tomar una parte más
principal y gloriosa en la victoria105. Manifestó eso sí una particular
gratitud al mariscal Latorre, porque gracias a sus “reiteradas” instancias ante
el general en jefe (apoyadas por el hermano de este, Enrique O’Donnell), la
División tuvo la ocasión de tomar parte en la batalla de Wad-Ras106.
Incluso se levantó alguna voz con acusaciones
directas contra el general en jefe, Leopoldo O’Donnell. Fue, en concreto, el
caso del periódico bilbaíno Euscalduna, que publicó una serie de tres artículos
de José María Ugarte (escritor y periodista vizcaíno, voluntario que había sido
en el 3.º Tercio; participó en la campaña con el empleo de sargento 2.º por
nombramiento de la Diputación) bajo el título “Los Tercios Vascongados en la
Guerra de África”. En ellos, Ugarte afirmaba que cuando después de una tardanza
justificada por las grandes dificultades de su organización, por fin arribaron
a África, O’Donnell les miró “con prevención”, los recibió con “notable
frialdad” e “indiferencia”, y “trató por todos los medios posibles que los
Tercios representaran en África un papel secundario”. A su juicio, si la
División Vascongada no había cosechado más gloria, se debió a “extrañas y
elevadas consideraciones” (31-5-1860, 1-6-1860, 7-6-1860107). El mismo
periódico ya se había insinuado anteriormente en el mismo sentido, apuntando
que los Tercios no habían desempeñado un “papel principal” por motivos que “se
transparentan a través del velo que los encubre”; la queja incluía el hecho de
no tomar parte en el combate de Samsa el día 11 de marzo, anterior a la jornada
de Guad-Ras (Euscalduna, 17-5-1860).
El objetivo último de este ímpetu belicoso de
la prensa vasca era evidentemente político: acallar, con la mayor demostración
posible de heroísmo de los Tercios, las voces críticas contra las Vascongadas y
su régimen foral. Un objetivo que, en fin, solamente se consiguió a medias108.
En definitiva, la participación en Guad-Ras
salvó in extremis, siquiera en parte (que no totalmente), la imagen de los
Tercios Vascongados y del propio País Vasco ante la opinión pública española,
la cual había vivido otro momento crítico al no llegar aquellos a tiempo para
la toma de Tetuán.
Vemos, por tanto, que con ocasión de la
Guerra de África afloró en la opinión pública española un amplio abanico de
reticencias suscitadas por las peculiaridades del régimen foral tradicional
todavía vigente: algunas las podemos considerar ciertamente justificadas
(relativas a la inexistencia de un sistema permanente y regular de aportaciones
a los presupuestos generales del Estado y a la defensa nacional, la
inadecuación de la antigua organización de los Tercios para actuar en tiempo y
forma allí donde la necesidad lo requiriese, etc.), y otras en cambio eran
recelos carentes de fundamento objetivo (la supuesta cortedad de los
ofrecimientos realizados por las Diputaciones, la pretendida falta de interés y
diligencia de las instituciones forales a la hora de reclutar y de enviar a los
Tercios, etc.)
Tampoco podemos pensar que toda actitud en la
prensa española hacia las Provincias Vascongadas y los Tercios fuera negativa,
ni mucho menos. Hubo bastantes voces (no solamente en el profuerista La España,
sino también en ocasiones en la prensa gubernamental, progresista, etc.) que en
un contexto de deseable concordia y fraternidad nacional, optaron por destacar
el patriotismo vascongado y aplaudir el importante esfuerzo que para estas
provincias suponía su contribución a la guerra, sin entrar a valorar o criticar
las exenciones forales, sus particularidades organizativas, la demora en la
llegada a África, etc.109
La prensa vasca –representada principalmente
por el periódico bilbaíno Irurac Bat– respondió, a su vez, a los reproches
haciendo gala de la lealtad, la abnegación y el noble comportamiento de las
Provincias Vascongadas, y mostrándose dolorida por “los ultrajes y calumnias de
sus detractores”110; “con dolor vemos la prevención que al otro lado del Ebro
se ha tenido y se tiene siempre contra estas leales y honradas provincias”,
“ese frío despego con que se nos trata”, “ese desprecio que se hace de todo cuanto
nos concierne”, por “falta de conocimiento de este país”111. El regusto que al
final quedó en el País Vasco fue, así, agridulce: por un lado, de satisfacción
por los compromisos cumplidos, en doble beneficio tanto de la patria común como
del régimen foral propio; pero también de disgusto, porque ni la envergadura
del esfuerzo realizado, ni la especificidad del procedimiento foral habían sido
apreciados y entendidos por la opinión pública española en la medida que las
Provincias Vascongadas esperaban y consideraban justo.
Como ya hemos apuntado, dos días después de
la batalla de GuadRas se firmó el Armisticio y finalizaron las hostilidades
(25-3-1860), siendo precisamente a partir de entonces cuando los Tercios
sufrieron sus mayores pérdidas humanas, por causa de la mortífera epidemia de
cólera que se desató entonces112. García Figueras da la cifra de 49 hombres
muertos (44 por enfermedad y 5 por acción de guerra113), pero esta cifra se
queda corta, seguramente por recoger solamente los datos de las primeras
semanas de la pandemia; sin duda el número total de bajas mortales superó el
centenar, la inmensa mayoría debidas a dicha plaga.
Así, consta que en Guipúzcoa la Diputación
asumió las pensiones de los parientes de 53 fallecidos de la clase de tropa (pertenecientes
al 2.º Tercio y a la mitad guipuzcoana del 4.º), a razón de 2 reales
diarios114. En Álava, se registraron 25 solicitudes de pensiones por las
muertes del 1.er Tercio, de ellas 24 por enfermedad y una por heridas de
guerra115. No hemos localizado datos totales para el caso de Vizcaya (Tercio
3.º y la otra mitad del 4.º), pero es significativo que en una fecha tan
temprana de la epidemia como el 7-4-1860, el 3.er Tercio tuviera ya 19
fallecidos116. En lo que hace al conjunto del Ejército, el número de muertes
por enfermedad superó también ampliamente al de fallecidos en acción de guerra
o por las heridas (2.888 frente a 1.152, según las cifras oficiales).
Dentro de los muertos por el cólera,
destacaron los casos del abanderado del 2.º Tercio, Anselmo Rezola (n. Oyarzun,
del cupo de esta localidad), y el subteniente Miguel Jáuregui Gorostidi, que
había sido destinado a la misma unidad procedente del Regimiento Borbón n.º 17.
Los hospitalizados alcanzaban, en el estado
de fuerza fecha 28-4- 1860, la impresionante cifra de 424 (84 del 1.er Tercio,
134 del 2.º, 104 del 3.º y 102 del 4.º)117. Se hallaban distribuidos entre los
hospitales de Ceuta, Cádiz, Algeciras, Málaga, y Sevilla. En el hospital
provincial de esta última ciudad, el próspero comerciante José María de Ybarra,
nacido en Bilbao y avecindado en la capital hispalense (fundador en 1860 de la
que sería célebre compañía de vapores Ybarra, y futuro primer conde del mismo
nombre), había sufragado el equipamiento de varias salas sostenidas a su costa
con destino a los convalecientes de los Tercios Vascongados, dotadas con más de
200 camas;118 incluso hizo traer desde el País Vasco a cinco hermanas de la
caridad conocedoras del vascuence para mejor atender a los hospitalizados119.
Iniciados los preparativos de la retirada del
Ejército (salvo el Cuerpo de Ocupación que iba a permanecer todavía en Tetuán,
hasta que Marruecos verificase el pago de la indemnización de 400 millones de
reales señalada en el armisticio), los Tercios tomaron parte en la recogida y
embarque del material de guerra. El 26-4-1860 tuvo lugar la firma del tratado
de paz, y en los días siguientes se inició la partida de las tropas. Por su
parte, el Cuerpo de Ocupación fue puesto bajo el mando del general Ríos, y en
él figuraron muchas de las unidades del antiguo Cuerpo de Reserva (entre ellas,
el mencionado Batallón Tarifa), que eran las que menos tiempo llevaban en
África. Por este motivo se rumoreó en la prensa nacional que la División
Vascongada quedaría también en Tetuán a las órdenes de Ríos; una posibilidad
que fue enseguida contestada por la prensa vasca, recordando que las Provincias
Vascongadas representadas en sus respectivas Juntas Generales habían ofrecido
voluntariamente sus Tercios al Gobierno “por el tiempo que durase la guerra” y,
además, con esta condición se habían alistado los voluntarios contratados:
firmada ya la Paz, lo justo era que estas fuerzas volvieran a las Vascongadas
para ser disueltas de inmediato. Quedar de guarnición en Tetuán como guardianes
del pago de los 400 millones de reales no podía ser considerado un servicio de
guerra. Y se recordaba, asimismo, que de acuerdo a la tradición foral y sus
antiguos usos y costumbres, los vascongados no prestaban servicio militar en
tiempo de paz, sino exclusivamente en las ocasiones bélicas120. Cuestión a la
que ya nos referimos en el punto 1 (ver supra).
Al confirmarse que los Tercios en efecto
emprendían ya la vuelta, y ante la posibilidad de que fueran a entregar las
armas en Cádiz (pues, recordemos, les habían sido entregadas en San Fernando
procedentes de los parques del Ejército), el periódico Irurac Bat consideró que
sería “un espectáculo más honroso y más digno” su regreso al País Vasco “con
las armas en la mano”, para más grata satisfacción de ellos mismos y de la
población que les recibía, reintegrándolas seguidamente al Ejército121. Así
ocurriría en efecto.
El retorno de la División Vascongada122 se
inició el 3-5-1860 con la salida a pie de los Tercios 1.º y 2.º desde su
campamento en Tetuán hacia Ceuta, donde embarcaron el día 4 en los vapores
Patiño y L’Assyrien respectivamente, con el general Latorre a bordo de este
último. El Patiño siguió camino directamente hacia el Norte, mientras que el
Assyrien tocó en Cádiz el mismo día para recoger efectos, zarpando el día 5.
Por su parte, los Tercios 3.º y 4.º abandonaron el campamento con fecha 7, y
salieron de Ceuta al día siguiente en los vapores Tajo (3.er Tercio), Rita
(cuatro compañías del 4.º) y Pelayo (las dos compañías restantes)123. Arribaron
sucesivamente el día 10 a Pasajes (Patiño con el 1.er Tercio y L’Assyrien con
Latorre y el 2.º), el 13 a Portugalete (Tajo con el 3.º) y San Sebastián
(Rita), y el 15 a San Sebastián (Pelayo).
La División Vascongada fue oficialmente
disuelta por R. O. de 4-5- 1860, en la que se expresó la gratitud de su
majestad por el servicio prestado a la Monarquía124. La misma R. O. disponía
que el armamento proporcionado por el Estado quedase depositado en los parques
de artillería de San Sebastián, Bilbao y Vitoria, y que las Diputaciones se
hicieran cargo del vestuario y demás equipo que les pertenecía. Así se hizo en
efecto: fusiles, bayonetas y municiones fueron entregados a los citados
parques, y los demás efectos quedaron en poder de las corporaciones forales,
que los sacaron en su mayoría a pública subasta (con alguna excepción como unas
pocas carabinas propiedad de las Diputaciones, las cuales se destinaron a los
migueletes).
El recibimiento a los Tercios en las tres
Provincias Vascongadas constituyó una gran manifestación festiva, con la activa
participación tanto de las instituciones (Diputaciones y ayuntamientos) como,
una vez más, de todos los agentes sociales de la época, que ya hemos citado en
otras oportunidades (prensa, clero, sociedades populares, bertsolaris, etc.)125,
en un ambiente de exaltación patriótica vasco-española que ensalzaba el amor a
España y la lealtad a la Corona, al mismo tiempo que el amor y la lealtad
también a la provincia, al País Vasco y al régimen foral126. Siempre la patria
(española) y el país (vascongado) como los dos ámbitos de referencia de la
celebración, aclamando a España, la reina, los fueros, Latorre, O’Donnell, el
Ejército, los Tercios Vascongados, Álava, Guipúzcoa, Vizcaya…
Los 1.er y 2.º Tercios desembarcados en
Pasajes hicieron su entrada triunfal en San Sebastián el día 11. Al día
siguiente, el 2.º (contingente guipuzcoano) llegó a Tolosa, donde tenía su sede
la Diputación Foral de esta provincia, para ser disuelto el mismo día; por su
parte, el 1.º (contingente alavés), tras pasar la noche del 11 en Hernani,
siguió su marcha a pie hacia Vitoria, donde entró el día 15. El 3.º Tercio
(contingente vizcaíno), tras un primer día festivo en Portugalete, hizo entrada
en Bilbao el 14, y fue disuelto al día siguiente. Por último, el 17 fue el 4.º
Tercio (de composición mixta vizcaíno-guipuzcoana, y único que no había tenido
la oportunidad de entrar en fuego) el que regresó también al lugar donde se
había formado, en su caso Durango, para ser disuelto dicho día.
El recibimiento a las tropas, organizado
conjuntamente por la Diputación y el ayuntamiento respectivos, fue espléndido
en cuanto al despliegue de recursos, ampliamente secundado por la población, y
con gran afluencia de gentes del resto de cada provincia: arcos triunfales127,
colgaduras, repique general de campanas, chupinazos, bandas, chistularis y
tamboriles, aurreskus, lanzamiento de coronas, ramos y poemas impresos en
octavillas, obsequio de cigarros, banquete para la oficialidad y rancho
especial para la tropa, te deums en acción de gracias por la victoria de las
armas españolas y el feliz regreso, corrida de bueyes y novillos… Y por la
noche, iluminación general, toros de fuego y cohetes, letreros luminosos, baile
de etiqueta para unos y danzas populares para el resto128…
Las banderas que volvían de África –que
recordemos, consistían en las tres franjas rojigualdas y el escudo de la enseña
nacional, acompañada del símbolo de las tres manos entrelazadas y el lema
“Irurac Bat” (Tres en una), representativos de la fraternidad de las tres
Provincias Vascongadas– fueron en particular protagonistas de algunos de los
instantes más álgidos; baste señalar el momento en que el diputado general de
Guipúzcoa (Rocaverde) hizo ondear la enseña del 2.º Tercio en el balcón del
ayuntamiento de San Sebastián129. En el acto de disolución de cada tercio y
licenciamiento de la tropa, los jefes militares (Latorre en Tolosa, Vitoria en
Durango y el brigadier Sarabia por su parte en Bilbao, acompañados del
comandante Gorostegui y los tenientes coroneles Eleicegui, Arana y
Zabalainchaurreta, respectivamente) hicieron entrega de la enseña a la
respectiva Diputación, tal como ocurrió en Tolosa cuando a los sones de la
Marcha Real la recibió el diputado general para seguidamente tremolarla en el
balcón de la Diputación130. Como recuerdo de “este honroso servicio prestado
por el país a la madre patria”, las banderas fueron depositadas en lugares
nobles: la del 1.er Tercio, en la Colegiata de Vitoria, futura catedral de la
capital alavesa; la del 2.º, en la sede de la Diputación guipuzcoana (Tolosa, y
posteriormente en el salón de sesiones del nuevo palacio foral de San
Sebastián); la del 3.º, en la Casa de Juntas de Guernica, y la del 4.º, en la
basílica de Loyola (San Ignacio era patrono de Guipúzcoa y de Vizcaya, que
habían aportado conjuntamente los efectivos de este tercio), donde por acuerdo
de ambas corporaciones la condujo Antonio Urdapilleta, jefe de migueletes de
Guipúzcoa que había asistido a la campaña y a la batalla de Guad-Ras como
agregado, siendo recibida con un te deum y colocada sobre el altar mayor de San
Ignacio para memoria del heroísmo de ambas provincias “en favor de la Patria” y
como “símbolo de su lealtad, religión y valor”131.
Se realizaron también solemnes oficios de
difuntos por las almas de todos los fallecidos en África, tanto de los Tercios
como del Ejército regular; por ejemplo, la celebrada el 19-5-1860 en la
basílica de Santiago (Bilbao) por encargo de la Diputación, con un catafalco
alegórico representando al Ejército, a los Tercios Vascongados y a los
Voluntarios Catalanes (mediante el ros, la boina y la barretina
respectivamente) con la inscripción “Vizcaya noble los ensalza y llora, que por
la patria en África murieron (…)”, mostrando en sus cuatro costados los escudos
de España, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. El predicador ensalzó la justicia y la
grandeza de la causa española en África, y rindió tributo a los que habían
muerto gloriosamente por la patria. En el mismo sentido, la prensa bilbaína
concluyó que las honras constituían el reconocimiento de Vizcaya a “los
beneméritos hijos de la Patria”132. Con este fin tuvieron lugar, igualmente,
oficios fúnebres en otras localidades del País Vasco
gar, igualmente, oficios fúnebres en otras
localidades del País Vasco. El diputado general de Álava, Francisco Juan de
Ayala, que había estado presente en Guad-Ras agregado a la plana mayor del
general Latorre (su deseo de acompañar a los Tercios fue un arranque personal y
un estimable gesto de pundonor, pues recordemos que Ayala no tenía mando
militar que desempeñar, ni ejercía allí ninguna autoridad), al concluir las
hostilidades volvió de inmediato vía Madrid, hallándose de regreso en Vitoria
el 17-4-1860 y recibiendo al 1.er Tercio a su vuelta un mes más tarde. Las
Juntas Generales le dedicarían un voto de gracias por su “alto ejemplo de
nobleza y patriotismo”, de lealtad a la Corona y “solicitud paternal” por la
suerte de los alaveses enviados a África133.
La prensa vasca solicitó también un especial
reconocimiento para el general Latorre por el notorio interés, la constancia y
el denuedo que había demostrado en organizar adecuadamente los Tercios y en
llevarlos al combate, venciendo todas las dificultades, así como por las
atenciones que había tenido con estas provincias134. Así ocurrió en efecto: en
gratitud por su afán en la organización y mando de la División Vascongada,
Latorre recibió en Álava y en Vizcaya la distinción honorífica de “Padre de
Provincia” otorgada por las Juntas Generales, y en Guipúzcoa, donde no existía
esa figura, un voto de gracias de la Asamblea Foral135.
Concluía, así, la particular trayectoria de
estos Tercios Vascongados, que encarnaron la aportación foral de Álava,
Guipúzcoa y Vizcaya a los efectivos españoles durante la campaña de África
(1860).
NOTAS
1
Doctor en Historia Contemporánea, investigador del Instituto de Historia
Valentín de Foronda de la Universidad del País Vasco. Este trabajo forma
parte de los proyectos de investigación HAR2011-30399 (Ministerio de Ciencia
e Innovación) y Grupo del Sistema Universitario Vasco. 2 Una
completa síntesis del caso vasco, referida en concreto a la Edad Moderna, en
MARTÍNEZ RUIZ, Enrique: Los soldados del rey. Los ejércitos de la Monarquía
hispánica (1480-1700). Ed. Actas, Madrid, 2008, pp. 519-537. 3
GUEVARA URKIOLA, José Ramón: “La guerra de la Convención (1793-1795):
ejército Real y milicias forales”, en VV. AA.: Los Ejércitos, Fundación
Sancho el Sabio, Vitoria, 1994, pp. 165-170. Más detalles sobre el papel de
los Tercios durante aquella contienda, en la clásica obra de LASALA y
COLLADO, Fermín: La separación de Guipúzcoa y la Paz de Basilea. Madrid,
1895. 4
CAJAL, Arturo: Administración periférica del Estado y autogobierno foral.
Guipúzcoa 1839-1877. Instituto Vasco de Administración Pública, Oñate, 2000,
pp. 199-212. Sobre
este aspecto, y sin pretensión de exhaustividad, pueden verse los siguientes
estudios: LUENGO, Félix: Servir a la patria. Ediciones Maia / Instituto de
Historia Social Valentín de Foronda (Universidad del País Vasco), Madrid,
2009, pp. 26-27. Del mismo autor: “La mili foral, las Diputaciones vascas y
la defensa de la nación”, en ESTEBAN DE VEGA, Mariano, y DE LA CALLE, Mª.
Dolores (eds.): Procesos de nacionalización en la España contemporánea,
Universidad de Salamanca, 2010, pp. 401-403. TRUCHUELO, Susana: Gipuzkoa y el
poder real en la Alta Edad Moderna. Diputación Foral, San Sebastián, 2004,
pp. 232-233, 239, 245, 267. De la misma autora: “El deber de servicio militar
al monarca: los casos alavés y guipuzcoano (siglos xvi-xvii)”, en Iura Vasconiae,
4, 2007, p. 248. ECHEGARAY, Carmelo de: Compendio de las instituciones
forales de Guipúzcoa. Imprenta de la Diputación, San Sebastián, 1924, pp.
176-177. GUEVARA: op.cit., p. 165. 6 En
este sentido, es muy ilustrativa la “Nota de los servicios de la gente armada
que ha dado Guipúzcoa para fuera de su territorio, formada por años”, en
GOROSABEL, Pablo de: Noticia de las cosas memorables de Guipúzcoa. Libro
viii, capítulo iii, sección i. Reedición de la Gran Enciclopedia Vasca,
Bilbao, 1972, tomo ii, pp. 673-675. Así como, en la misma obra, libro iv,
capítulo v, sección i, la “Nota de la gente con que Guipúzcoa ha servido a la
nación en los Reales Ejércitos como auxiliar de éstos”. Op.cit., tomo i, pp.
710-712. 7
Cfr. a este respecto las obras citadas de Félix Luengo y de Susana Truchuelo. 8
GUEVARA URKIOLA: op.cit., pp. 170-171. La provincia encomendó su mando a Juan
Carlos de Areizaga y Gabriel de Mendizábal, dos hombres que llegarían a ser
tenientes generales en la Guerra de la Independencia, donde alcanzaron gran
notoriedad (no siempre para bien, sobre todo en el caso de Areizaga,
responsable del desastre de Ocaña). 9
Hemos abordado estos aspectos en otros trabajos. Así, la contienda de 1859-60
conllevó una gran manifestación de patriotismo vasco-español, cuyas
características hemos tratado en el texto “La Guerra de África (1859-1860) y
las expresiones patrióticas en el País Vasco”, en Procesos de
nacionalización…: cit., pp. 261-288. En el proceso de toma de decisiones
sobre cómo debían concretarse los servicios forales a esta causa nacional,
hubo diversos desacuerdos entre las instituciones vascongadas y el poder
central, y se generaron también tensiones entre los propios territorios
vascos, todo ello por motivo de diferentes puntos de vista sobre los usos y
costumbres forales y su adaptación a los tiempos, que estudiamos en los
trabajos “La cuestión foral vasca y el Gobierno O’Donnell durante la Guerra
de África (1859-1860)”, y “Discrepancias entre las tres «Provincias
Hermanas». El reclutamiento de los Tercios Vascongados para la Guerra de
África”, en vías de publicación. 10 He
aquí siquiera un par de ejemplos al respecto: Proclama
de la Diputación Foral de Guipúzcoa (diputado general marqués de Rocaverde,
Tolosa 17-11-1859):
GUIPUZCOANOS. La
voz maternal que abogó y abogará en todos tiempos por vuestras libertades de
mil años, os llama hoy al combate. El
enemigo tradicional de la católica España, el sectario de la media luna,
faltando a los más solemnes pactos, ha hollado el escudo de las armas de Castilla
y acometido a sus guerreros, negándose después a dar las justas
satisfacciones pedidas por el Gobierno de S.M. la Reina Nª. Sª. Para
exigirlas y obtenerlas, no hay otro medio que la guerra, y a la guerra apela
nuestra nación magnánima, respondiendo al llamamiento marcial de su augusta
Soberana. Cuando
la España lucha con el extranjero, los vascongados combaten en la vanguardia
de su valiente ejército. La historia de todos los siglos justifica esta
verdad; y hoy como siempre, nuestro deber, y el ejemplo heroico de nuestros
ascendientes, nos llevan a la pelea. ¡Al
África, pues, guipuzcoanos!. Al África, a vengar a la patria bárbaramente
ultrajada, a plantar la Cruz, divino emblema de la civilización, bajo el
solio del pabellón victorioso de Lepanto. Así
demostraremos, que si tranquilos y obedientes a las autoridades constituidas,
defendemos con las armas de la razón y de la justicia, en días de paz con las
demás naciones, las inmunidades que nos legaron nuestros padres, somos, como
ellos, pródigos de nuestra sangre y de nuestra escasa fortuna, para
consagrarlas, con noble lealtad, a mantener ileso y puro el nombre glorioso
de la patria (…). (Colección
de circulares de la Diputación Foral de Guipúzcoa, 1859-1860).
Acuerdo
de las Juntas Generales de Vizcaya (Guernica, 12-11-1859):
Vizcaya,
que a fuerza de sacrificios ha conquistado el renombre de M.N. y M.L., sin
que en la dilatada serie de los siglos haya desmentido jamás tan glorioso
dictado: Vizcaya, que siempre ha concurrido con sus esfuerzos y servicios
generosos el día del peligro, cuando el principio religioso, el principio
monárquico, la independencia nacional o el honor del pabellón español se
hallaban comprometidos, no puede prescindir, sin faltar a su historia, a sus
antecedentes, a sus mayores, a lo que a sí propia se debe, de tomar
voluntaria y digna participación en los sacrificios, ahora que se trata de
obtener cumplida satisfacción de los repetidos agravios inferidos al pendón
de Castilla, por una nación bárbara y descreída; y de llevar a ella, con la
gloria de las armas españolas, la semilla fecunda y civilizatoria del
Evangelio, cumpliendo así el testamento de aquella gran Reina Católica, la
imagen de cuyo augusto esposo tiene la Junta presente, en el acto de jurar en
este mismo sitio, a la sombra del árbol venerando que le cobija, los fueros,
libertades y franquezas de este suelo infanzón. La España toda se apresta
llena de entusiasmo a la guerra. ¿Cómo por primera vez en los fastos del
honor vascongado había de quedar Vizcaya mera espectadora de la lucha, sin
tomar parte en los sacrificios y en el peligro de sus hermanos? (…).
(Actas
de las Juntas Generales de Vizcaya, 10 a 13-11-1859. Este acuerdo fue
comunicado a los pueblos del Señorío por circular de la Diputación fecha
20-11- 1859; Archivo Foral de Bizkaia –AFB-, AJ 01619/228).
11 A
su frente se hallaban los diputados generales Francisco Juan de Ayala
(Álava), Juan Manuel de Moyúa, marqués de Rocaverde (Guipúzcoa), y Juan José
de Basozábal y Manuel de Gogeascoechea (Vizcaya). 12 El
Día, 27-10-1859. Otros periódicos ministeriales se mostrarían también
bastante reticentes con respecto a la aportación de estas provincias. 13 La España, 4-12-1859. En términos
históricos, y a efectos prácticos, esta interpretación de los precedentes
forales puede considerarse acertada, como ya hemos visto en páginas
anteriores. 14
Álava 96.398 habs., Guipúzcoa 156.493, Vizcaya 160.579. 15
TRUCHUELO: Gipuzkoa…, cit., p. 233. LUENGO: Servir a la patria…, cit., p. 27.
16 El
suceso fue neutralizado gracias a los buenos oficios del alcalde y del
gobernador civil, y no tuvo consecuencias, pero produjo alarma en todas las
autoridades (PIRALA, Antonio: Historia contemporánea. Anales desde 1843 hasta
el fallecimiento de Don Alfonso XII. Madrid, 1895, vol. 1, pp. 836-837). 17
Como dato indicativo, de los 25 hombres del contingente alavés que
fallecieron a consecuencia de la campaña (uno por heridas de combate y el
resto por enfermedad), 10 eran voluntarios y 15 eran sorteados. Todos los
voluntarios fallecidos eran naturales y vecinos de la propia Provincia.
Archivo del Territorio Histórico de Álava (ATHA), DH5325-1. 18
Archivo General de Guipúzcoa (AGG), Fondo Duque de Mandas (FDM), 17, 19:
“Razón expresiva de las provincias de donde proceden los 1.140 hombres con
que Guipúzcoa ha contribuido a la formación de la División Vascongada del
Ejército de África”. En el reparto de los efectivos a proporcionar por cada
una de las tres Provincias, a Guipúzcoa le habían correspondido 1.135
hombres, pero el número final aportado fue 1.140 (dato confirmado en las
Cuentas del año foral 1859-60, p.39). Como
hemos visto, en Guipúzcoa se reclutaron bastantes navarros, lo que se aprecia
de nuevo si descendemos al detalle local, en casos como Tolosa (8 de los
hombres enganchados, de un total de 46, eran naturales y vecinos de esta
provincia vecina) o San Sebastián (de los hombres contratados para cubrir el
cupo local de 91 soldados, 48 fueron donostiarras, y el resto se cubrió con
sustitutos procedentes del resto de Guipúzcoa y también de Navarra,
enviándose ex profeso a Pamplona varios comisionados “para enganchar mozos”).
19
Datos oficiales de 6-7-1864 (AFB, Guerra de África, 61, 1). 20
Estimación realizada a partir de los datos del cupo de Tolosa, y de una
muestra de 70 hombres tomada del contingente de Vizcaya (Archivo Municipal de
Tolosa, E/5/II, 5-3; AFB, Guerra de África, 53/11). 21
Más datos a este respecto, en “Discrepancias entre las tres «Provincias
Hermanas» (…)”, cit. 22
GOROSABEL: op. cit., tomo ii, pp. 677-682. ECHEGARAY: op.cit., pp. 178-179.
VICARIO Y DE LA PEÑA, Nicolás: Memoria acerca del servicio militar de los
vascongados. San Sebastián, 1905. TRUCHUELO: ”El deber de servicio militar…”,
cit., p. 258. GUEVARA: op.cit., p. 168. MARTÍNEZ RUIZ: op.cit., pp. 522-523. SORIA
SESÉ, Lourdes: “La defensa militar en el ordenamiento jurídico foral”, en
Iura Vasconiae, 4, 2007, pp. 345, 357-358. AGUIRRE ÁLVAREZ, Miguel Ángel:
“Los alardes de armas en el País Vasco”, en Ejército, 690, julio-agosto 1998,
pp. 72-75. 23 En este texto nos referimos habitualmente al “empleo” (no al
“grado”). Así, Urdapilleta tenía el empleo de 2º comandante (aparte, y como
solía suceder en la época, Urdapilleta tenía también el grado de teniente
coronel, principalmente honorífico). 24 AGG, JD, IT, 2363 a, 2. 25 AGG, JD, IT, 2361, 1. 26
Reunión de Latorre con la Junta central de Guerra, formada en Vitoria por los
comisionados de las tres corporaciones (AGG, FDM, 2, 10; AFB, Guerra de
África, 32; Irurac Bat, 26-11-1859). 27 La
idea de añadir el símbolo y el lema “Irurac Bat” a la bandera nacional, había
sido ya comunicada por la corporación guipuzcoana el 18-11-1859 a sus
comisionados en Madrid, para que la presentaran a la autorización del
Gobierno. Una ilustración recreando
esta bandera, en REY, Miguel del, y CARRASCO TORRECILLA, Juan Carlos: La
Guerra de África, 1859-1860. Uniformes, armas y banderas. Ed. Medusa, Madrid,
2001. Apartado “Láminas de color”, p. 41. Otra muestra en la Revista Defensa,
nº 2, 1978, p. 80. 28 No
obstante, el corte de las prendas era similar al de los uniformes del
Ejército, y el pantalón rojo coincidía con el de los cazadores, por lo que la
mayor particularidad de este atuendo la constituían el color azul del poncho
y, sobre todo, la boina. 29 En
palabras del periódico liberal bilbaíno Irurac Bat (25-12-1859): ¡Raro contraste es el que
presentan el año 1859 y el de 1836!. En esta última época (…) la boina
colorada era la divisa, el distintivo más irreconciliable del partido de
Isabel: en aquellos momentos se armaba el país por el pretendiente (…). Hoy
también se arma el país, y ha vuelto la boina colorada a cubrir las cabezas
de nuestros bravos montañeses, pero (…) no en ánimos de establecer la lucha
fratricida que entonces se sostenía, sino con el objeto de coadyuvar a la
madre patria en otra lucha (…) con que vengue los ultrajes de un pueblo
bárbaro y enemigo tradicional de sus glorias. 30
Puede consultarse el tenor literal de esta extensa R. O., más los cuadros
adjuntos de jefes y oficiales de los cuatro tercios, en La España 6-12-1859 o
Irurac Bat 7-12-1859. 31
Con posterioridad, el general Latorre pediría a las Diputaciones las
solicitudes de oficiales retirados que habían recibido para servir en los
Tercios (24-12-1859), por si podían ser útiles para cubrir ausencias y bajas
de última hora. Las corporaciones se las remitieron en efecto entre los
últimos días de diciembre y primeros de enero (Archivo General Militar de
Madrid –AGMM–, Fondo de la Capitanía General de las Provincias Vascongadas,
6039.1). 32 Ya
el 7-11-1859, el ministro de la Gobernación (Posada Herrera) indicaba al
gobernador civil de Guipúzcoa que los hombres serían trasladados a Ceuta sin
dar ocasión de formar los Tercios en las mismas Provincias; respondía así a
la preocupación que transmitía el mismo gobernador con respecto a una
hipotética intentona carlista (Archivo Histórico de Asturias, Fondo Posada
Herrera, 11.379, n.º 24). Otros datos al respecto, en PIRALA: op.cit., vol.
1, p. 837. 33 La
España, 7-12-1859. 34 Así
lo informaba el diputado a Cortes por Bilbao (Uhagón) a la Diputación de
Vizcaya, transmitiendo a esta corporación lo que le había comunicado el
ministro de la Guerra en una entrevista tenida el día 18-11-1859 (AFB, Guerra
de África, 32). En el mismo sentido, la prensa de los días 22 y 23-11-1859.
No es descartable que esta idea de priorizar a los mandos navarros, riojanos
y aragoneses sobre los naturales de otras provincias hubiera sido sugerida al
Ministerio por las propias autoridades vascongadas, aunque no nos consta. 35 Irurac Bat, 13-3-1860, 24-5-1860. Otro
brigadier vascongado fallecido por el cólera, en este caso antes ya de
iniciarse la campaña, fue el donostiarra Ventura Barcáiztegui, muerto en
Algeciras a fines de octubre de 1859 cuando era jefe de una de las dos
brigadas de la división del mariscal Gasset. 36
MÚGICA, Serapio: “Bernardo de Goenaga”, en Euskal-Erria. Revista Bascongada,
t. 60, 1.º semestre de 1909, pp. 157-160. En las páginas del periódico
IruracBat se encuentran referencias elogiosas a los méritos contraídos por
otros mandos vascongados del Ejército regular. 37
Datos tomados del periódico Irurac Bat, y de SORALUCE, Pedro M. de: “WadRas.
Aniversario glorioso para el Tercio vasco expedicionario en Marruecos”, en
Euskal-Erria. Revista Bascongada, t. 68, 1.º semestre 1913, pp. 305-306. No
se olvide también que otros mandos –por hallarse en situación de reemplazo, o
por otras circunstancias– no tuvieron sitio en el ejército de África. Entre
ellos, el caso más notorio fue el teniente general Francisco Lersundi,
guipuzcoano, otro antiguo chapelgorri liberal, que había sido varias veces
ministro de la Guerra, y presidente del Gobierno en 1853, como destacada
figura del partido Moderado. 38
Fueron designados el día 29-11-1859 (ver los cuadros adjuntos a la R. O. de
dicha fecha). Hemos consultado también sus respectivos expedientes personales
en el Archivo General Militar de Segovia (AGMS): E-242 (Eleicegui), U-416
(Uzuriaga), S-72 (Sacristán), O-93 (Ochoteco), P-253 (Palma), G-3778 (Gorostegui),
L-1198 (López Cano), S-175 (Sagasta), A-2011 (Arana), M-4723 (Mugartegui),
I-567 (Iturmendi). Más datos en Irurac Bat 4-12-1859 (Zabalainchaurreta,
Mugartegui) La Iberia 7-12-1859 (Uzuriaga). No tenemos datos sobre Juan
Hernández/Fernández Alba. 39
Palma residía en el País Vasco desde hacía varios años, bien en situación de
reemplazo (Bilbao), bien en los destinos de comandante militar de Irún
(julio-septiembre 1858) y Valmaseda (desde mayo de 1859). 40 Al
acabar la guerra les fueron revalidados sus empleos y grados, de acuerdo al
citado Convenio. Eleicegui y Arana tenían el empleo de 2.º comandante (Arana
estaba graduado de teniente coronel), Zabalainchaurreta, Gorostegui e
Iturmendi eran tenientes (los dos primeros, graduados de capitanes). Todos
ellos se habían incorporado como voluntarios a las filas carlistas desde los
primeros momentos de la guerra (1833-1834). 41 No
obstante, la estancia de Eleicegui y Arana en ambos regimientos había sido
muy breve, apenas de un mes, pues hasta el 4-11-1859 se hallaban de reemplazo
en Barcelona y Aragón respectivamente. 42 En
cambio, según Irurac Bat (4-12-1859) Mugartegui era comandante militar de
Tolosa. 43
Carta de Uhagón a la Diputación vizcaína, 1-12-1859 (AFB, Guerra de
África, 32). 44
Más detalles sobre estas designaciones en AGMM, Fondo de la Capitanía General
de las Provincias Vascongadas, 6035.11; AFB, Guerra de África, núms. 59, 33,
y 28/3; AGG, JD, IT, 2362, 2; AGG, JD, IT, 2363 a, 2. Las Diputaciones
eligieron a los médicos y capellanes entre los facultativos y sacerdotes que
se presentaron voluntarios para ejercer estas plazas. Los capellanes
finalmente fueron: 1.er Tercio, Juan José Goicoechea,
sacerdote en la parroquia de Hernani (fue nombrado por la Diputación
guipuzcoana por delegación de la alavesa, cuando este Tercio estaba ya
preparado para embarcar); 2º Tercio, Ramón Arbildi, n. Tolosa, profesor de
moral en la Facultad de Filosofía de Alcalá de Henares; 3.er Tercio, Evaristo
Garechana, n. Bilbao, cura rector del Hospital Civil de la misma villa; 4º
Tercio, Enrique Berroeta. n. Vergara, donde ejercía como capellán. La
Diputación guipuzcoana instaba a estos capellanes a “inculcar continuamente
los sentimientos de honradez, de amor a la patria, de obediencia a los
superiores, y de humanidad con sus propios enemigos”. 45
Las Diputaciones señalaron también una retribución para los sargentos
primeros, pero al ser estos finalmente designados por el Gobierno, pensamos
que sus haberes corrieron a cargo del Ministerio. 46
Diputación Foral de Vizcaya: circulares de 19-11-1859 y 29-12-1859. A
diferencia de las otras dos provincias, donde el coste de la sustitución de
los cupos locales corrió a cargo de los respectivos pueblos, en Vizcaya sería
la Diputación quien finalmente se hizo cargo del mismo, reintegrando a estos
el dinero que habían anticipado para pagar a sus respectivos sustitutos (la
corporación provincial abonó el primer plazo de este reintegro a partir del
1-6-1860, de un total de 4 plazos anuales previstos; circular de 18-5-1860).
Para el cupo reclutado por la Diputación Foral de Guipúzcoa: circulares de 14
y 17-11-1859. Para el cupo de San Sebastián: Armamento foral de Tercios de la
MN y ML Ciudad de San Sebastián. San Sebastián, 1861. El caso de Tolosa:
Archivo Municipal, E, 5, II, 5/2 (en concreto, de los 3.500 rs. ofertados por
esta villa, 1.000 se pagaron al ingreso, y 2.500 al regreso de África). En
Álava, la ciudad de Vitoria ofreció 3.000 rs., de ellos 500 de entrada y
2.500 al regreso (ECHEVERRÍA, S. de: “Don Carlos María Latorre, jefe de los
Tercios Vascongados en la Guerra de África”, en Vida Vasca, 11, 10-1-1934, p.
15). 47
Carta de Guerrico a la Diputación guipuzcoana, Londres 2-2-1860. (AGG, JD,
IT, 2362, 1; AFB, Guerra de África, 4). 48
Latorre a las Diputaciones, 13-2-1860. La prensa vasca informa en el mismo
sentido sobre la recepción de estos fusiles belgas nuevos, que fueron
distribuidos a los Tercios los días 12 y 13-2-1860. 49
Entrevista tenida el 18-11-1859 en el Ministerio (AFB, Guerra de África, 32).
50
AGMS, T-811 (expediente personal). ALFARO, Manuel Ibo: La Corona de Laurel.
Colección de biografías de los generales que han tomado parte en la gloriosa
campaña de África. Madrid, 1860, vol. 2, pp. 185-194 (voz “Carlos María de la
Torre”). Los Diputados pintados por sus hechos. Madrid, 1869, vol. 2, pp.
456-460 (voz “D. Carlos Latorre”). 51 La
familia De la Torre, de larga trayectoria militar en la isla de Cuba, se
había afincado en La Habana en el s. xvi, siendo oriunda de Santa María de
Cayón (Cantabria) y de condición hidalga. 52
Esta revista comprendió un total de 38 batallones de Infantería, 16
escuadrones de Caballería, etc. 53 El
16-11-1869, su amigo Prim le escribía llamándole a actuar con cautela: “todas
las cartas que se reciben de ahí, están constantes en asegurar que empieza a
sentirse cierto malestar debido a actos que nacidos de un buen deseo sin
duda, quebrantan algo los vínculos tradicionales de ese país, que es
necesario conservar por ahora en toda su integridad hasta que andando el
tiempo según las exigencias de la civilización convenga ir transformando su
modo de ser”; “espero que V. procurará con su actitud, proceder y cautela,
desvanecer cualquier prevención que contra V. se haya levantado, inspirar a
todos confianza y no dar el menor pretexto a los enemigos, que son muchos y
mal intencionados” (AGMS, cit.). 54
AGMS, S-2006 (expediente personal). La Iberia 23-11-1859. 55 La España, 13-11-1859. 56 El
Día, 15-11-1859. La polémica seguiría en días posteriores. 57
Más detalles en “La cuestión foral vasca…”, cit. 58
Recordemos que dicho artículo 2.º facultaba al Gobierno para resolver las
dudas y dificultades que se ofreciesen mientras no se aprobara por las Cortes
la prevista modificación legislativa de los fueros que los conciliase con la
Constitución y con el interés general de la nación (una modificación que
recordemos, seguía todavía pendiente). 59 La
Esperanza, 28-11-1859. Autor de este artículo fue el redactor bilbaíno
Antonio Juan de Vildósola, notoria personalidad tradicionalista. 60 La
Esperanza, 22-11-1859 y en adelante. 61 El
periódico neocatólico le llamaba progresista avanzado, “ultra-progresista”, o
“progresista con ribetes de demócrata” (22-11-1859, 10-12-1859, 24-11-1859).
El gubernamental El Clamor Público le presentaba como “miembro de la fracción
progresista llamada de los puros, y es uno de sus individuos más avanzados en
ideas” (25-11-1859). Una década más tarde, en 1869, se definía a Latorre como
ubicado “dentro del radicalismo progresista” (Los Diputados pintados por sus
hechos…, cit., p. 460). 62 La Esperanza, 14-12-1859. 63 La España, 25-11-1859. 64
Irurac Bat, 27-11-1859. 65
Por ejemplo, La Iberia, 16-12-1859. 66 Irurac Bat, 20-12-1859. “Borrados
están de la mente de los vizcaínos los rencores que creó una guerra
fratricida”; “quien quiera que tienda a destruir esta hermandad de ideas,
esta igualdad de pensamientos, esta quietud de espíritu, ¿qué consideración y
aprecio se merece?”. El demócrata La Discusión afirmaba
que tal vez incluso el verdadero deseo de tales neocatólicos fuese ver a los
Tercios Vascongados alzarse en armas por la antigua bandera carlista
(23-11-1859). 67
Aunque después La Esperanza tratara de rebajar este logro, afirmando que los
voluntarios ingresados en filas no eran “verdaderos voluntarios” llamados
“con propiedad”, es decir gratuitos, sino sustitutos retribuidos (que lo
eran, ciertamente). Ahora bien, la desfavorable comparación que establecía
este periódico con los muchos más miles de hombres que habían militado en el
bando carlista durante la guerra civil no era de rigor, porque en 1833-39 los
carlistas vascos habían combatido mayormente sin salir de su suelo natal,
mientras que en 1859 se trataba de ir a luchar a África… lo que desde luego
era muy distinto, pues no son ni lejanamente comparables ambos supuestos en
cuanto a sacrificio personal, a los usos y costumbres del país, etc. Por lo demás, es preciso insistir y
recordar siempre, para evitar posibles equívocos, que cuando las Diputaciones
y la prensa vasca hablaban de la “voluntariedad” de los Tercios, se referían
a la voluntariedad del servicio colectivo ofrecido por las corporaciones
forales, no necesariamente a la índole personal de los hombres reclutados
(que podían ser, bien voluntarios –en la práctica, sustitutos contratados–, o
bien en su defecto, sorteados del alistamiento foral). Como había ocurrido
también en otros servicios exteriores del pasado. 68
Natural de Azpeitia (1810), Urdapilleta era un antiguo miliciano liberal
chapelgorri de la guerra civil, que había ingresado en el Ejército regular
hasta alcanzar el empleo de 2º comandante, y luego en el cuerpo de migueletes
de Guipúzcoa, cuyo mando ejercía desde 1848. 69
Ayala era un rico propietario con estudios jurídicos, sin ninguna formación
militar ni trayectoria previa en el Ejército. Salió de Vitoria el 16-1-1860,
aunque no acompañó a las tropas por mar, sino que hizo el viaje por
ferrocarril vía Madrid, reuniéndose con los Tercios en San Fernando. En los
actos oficiales celebrados en Cádiz, Latorre tuvo el tacto de concederle el
lugar inmediato a su lado, con carácter honorífico. Ayala vestía uniforme sin
insignias (no tenía derecho a ellas), aunque en su aspecto se distinguía de
la tropa por llevar la boina de los jefes (con borla dorada), también con
carácter honorario. 70
Relatos de la expedición en: AGG, JD, IT, 22b, 19 (“Orden cronológico de los
hechos…”, Diputación de Guipúzcoa); AGG, FDM, 17, 19 (“Hoy que el país
vascongado, consecuente con sus honrosas tradiciones…”, texto del diputado a
Cortes donostiarra Fermín Lasala). Periódicos Irurac Bat y Villa de Bilbao
(diversos números). La Época, en especial 14-2-1860. Otras noticias sueltas
en La Correspondencia, La España, etc. SOTO, Sixto María: El Tercio alavés en
la Guerra de África (1859 a 1860). Vitoria, 1897, pp. 44-46. 71 Irurac Bat, 28-1-1860. 72
Marchessi había también revistado al 1.er Tercio en Vitoria (7-1-1860), y al
2º Tercio en San Sebastián (20-1-1860), evocando a los guipuzcoanos el
ejemplo del célebre Juan de Urbieta, hijo de la villa de Hernani, captor del
rey Francisco I en la batalla de Pavía. (Irurac Bat, 10 y 28-1-1860; AGG, JD,
IT, 2361, 1). 73
AGMM, Fondo de la Capitanía General de las Provincias Vascongadas, 5965.1.
Aunque hay disparidades en los datos, calculamos que sin contar a la plana
mayor de la división, la fuerza teórica de los Tercios podría ser al parecer
de 3.130 hombres, de los cuales 118 eran los mandos nombrados por el
Ministerio, y 3.012 sumarían los hombres proporcionados por las Provincias (4
subayudantes, 4 abanderados, 4 capellanes, 4 médicos y 2.996 de la clase de
tropa –60 sargentos segundos, 97 cabos primeros, 89 cabos segundos, 45
cornetas, 2.705 soldados–). Estos efectivos vienen a coincidir
aproximadamente con otras cantidades que hemos ido apuntando en los puntos 2
y 3. No obstante, los señalamos con reservas, porque en el mismo documento se
mencionan otras cifras totales, algo menores. De esa fuerza teórica habría
que descontar las bajas por enfermedad (el 3-2-1860 sumaban ya 45),
deserciones (1), y otras ausencias. Señalar, por último, que los Tercios no
tenían exactamente idénticos efectivos: el mayor de ellos era el 4.º, seguido
del 2.º, el 3.º, y el más pequeño era el 1.º. 74 En
el 1º Tercio, faltaban 9 mandos (un capitán, 3 tenientes, 2 subtenientes, y 3
sargentos primeros); en el 2.º, 13 (2, 1, 7 y 3, respectivamente); en el 3.º,
9 (2, 3, 3 y 1); en el 4.º, 11 (4, 2, 2 y 3). 75
Concretamente, en esa fecha faltaban en dicho tercio uno de sus 3 jefes, 3 de
sus 6 capitanes, 4 de sus 7 tenientes, etc. (AGG, FDM, 17, 19). 76 La
prensa vasca, aunque deseando que entrasen en combate cuanto antes, reconocía
que en efecto iban a necesitar dos o tres semanas de instrucción “cuando
menos” (Irurac Bat, 5-2-1860). 77
Todos los transportes hasta aquí mencionados eran al parecer extranjeros,
salvo los Duero y Wifredo (ambos matriculados en Barcelona) y el “San
Antonio” (transporte de la Armada). 78 El
periodista José María Ugarte, voluntario en el 3.er Tercio, reconocería que
al llegar a África después de quince días en San Fernando, no estaban
sobrados de adiestramiento, en cuanto a la precisión de los movimientos
(Euscalduna, 7-6- 1860). 79 Irurac Bat, 16-3-1860; La España,
20-3-1860. La fórmula de juramento fue la siguiente: “¿Juráis a Dios y
prometéis a la Reina seguir constantemente sus banderas, hasta derramar la
última gota de vuestra sangre, y no abandonar al que os esté mandando en
acción de guerra, o disposición para ello?”. “Sí, juramos”. Añadiendo los
capellanes: “En cumplimiento de mi ministerio ruego a Dios, que si así lo
hicieseis, os lo premie; y si no, os lo demande”. 80 Se
llamó a los Tercios las “dalias de la paz” (en alusión a que estas tropas
–cuya boina roja con una chapa central dorada recordaba, en efecto, a unas
dalias– llegarían justo para celebrar el final de la guerra); se recordó la
canción “Mambrú” (“Mambrú se fue a la guerra./... no sé cuándo vendrá”); etc.
(GARCÍA FIGUERAS, Tomás: La Guerra de África de nuestros abuelos (1859-1860).
CSIC, Madrid, 1961, p. 103. Del mismo autor: “Los Tercios Vascongados”, en
ABC, 9-2-1960, p. 23). Sixto M.ª Soto, teniente coronel de Ingenieros,
señalará en 1897 que “al terminar la campaña de África oíase extendido rumor
acusando a las Provincias Vascongadas de tibias en su entusiasmo, y de tardas
y perezosas en acudir a los campos de África”, lo que este mismo autor
consideraba infundado y producto del desconocimiento de los hechos (El Tercio
alavés…, cit., p. 31). 81 Se
aborda este aspecto en “La cuestión foral…”, cit. 82
Con la fugaz excepción del fallecido alzamiento de octubre de 1841 contra
Espartero, cuando los cabecillas moderado-fueristas al frente de las
Diputaciones intentaron resucitar los Tercios a tal fin, cosechando un
estrepitoso fracaso. 83 Irurac Bat, 18-11-1859, 4-12-1859,
etc. 84 En
el sistema antiguo, vigente hasta 1833, las armas se habían guardado en los
ayuntamientos (donde habían estado muy a mano de los facciosos). 85 La España, 13-11-1859. 86 De
todas formas, aunque las Diputaciones hubiesen adquirido en el extranjero las
carabinas rayadas a tiempo para dotar a la división, es probable que el
Gobierno hubiese ordenado su envío desde fábrica igualmente a San Fernando
(sin pasar por las Vascongadas, donde se estaban organizando los Tercios).
Como hemos visto, el gabinete deseaba que esta fuerza saliese cuanto antes
del País Vasco y realizase su instrucción lejos de allí. 87
Por ejemplo, Irurac Bat 24-2-1860.
En el mismo sentido, las notas personales del diputado a Cortes donostiarra
Fermín Lasala (AGG, FDM, 17, 19). En las Vascongadas causó disgusto la
tardanza de los buques de transporte fletados por el Estado (por ejemplo, el
siguiente comentario en el Irurac Bat del mismo 24-2- 1860: “siendo sensible
tanta demora por parte de quien debió haber tenido mayor interés en
presentarlos [a los Tercios] en campaña”…). Lasala, por su parte, constataba
que este retraso en la provisión de buques contrastaba paradójicamente con
las ”apremiantes” llamadas que el Gobierno había dirigido a las Diputaciones
anteriormente para que salieran los Tercios cuanto antes (por ejemplo, una R.
O. de 19-12-1859 indicando que se vería “como un servicio especial” que estas
fuerzas, o una parte de ellas, embarcaran inmediatamente para Ceuta). Lasala
aclaraba que hablaba siempre del Gobierno “con el respeto debido a quien en
una época de guerra tiene que atender a infinitas necesidades, a quien
indispensablemente tiene que ver contrariados sus buenos deseos por lo
difícil de las circunstancias”. Recordemos, por otra parte, que los apremios
gubernamentales para sacar rápidamente estas tropas del País Vasco obedecían
a la preocupación por una hipotética asonada carlista. 88 El
periódico gubernamental terminaba deseando que los vascongados “tengan al
cabo de tanto contratiempo la fortuna de dar días de gloria a la Nación, ya
que no en Tetuán, delante de Tánger” (La Época, 14-2-1860; correspondido por
la gratitud del Irurac Bat, 17-2-1860). 89
Pedro Antonio de Alarcón, Diario de un testigo de la Guerra de África, 1860.
Este comentario negativo sería parcialmente contrarrestado por su alabanza
del buen aspecto de los Tercios cuando el 27 de febrero llegaron al
campamento de Tetuán y fueron revistados al día siguiente por O’Donnell (“compónense
de gente hermosa, alta y robusta, como lo es siempre esta raza privilegiada”;
“la boina (...) basta para darles no sé qué aire antiguo y romancesco que
previene en su favor”). 90 El
texto “Hoy que el país vascongado…”, ya citado (AGG, FDM, 17, 19). 91
“El inmenso sacrificio que han hecho [las Provincias Vascongadas] parece no
ha de tomárseles en cuenta. Los millones entregados al Tesoro; los millones
gastados en la organización de la división, nada de esto merece atención. Lo
que la merece en todas partes es que solos entre todos los españoles no han
concurrido los vascongados a la toma de Tetuán. Así se habla por do quiera:
en las más humildes como en las más altas esferas, por el hombre del pueblo
como por los de gobierno”. Ni la falta de los buques, ni las tempestades que
habían retrasado el viaje, “nada, absolutamente nada se toma en cuenta”. “Es
una explosión de pasiones contra nosotros. Si la toma de Tetuán fuese la paz,
yo aseguro sin temor de equivocarme que sería un golpe fatal para nuestros
fueros”. “Esta frase parece ya sacramental: la guerra de África ha producido
entre otros bienes el de disipar toda duda sobre la ineficacia de la forma
foral, y el de que haya ya poder bastante para reemplazarla con la de la ley
común”. (AGG, JD, IT, 2361, 1; AGG, FDM, 2, 10). 92
“Los tercios vascongados han estado en África desde fines de febrero último:
¿se habló algo de ellos?. (...) ¿No es prevención contra nuestro país?. (...)
¿No era justo que la noble e imparcial prensa de Madrid les dedicase una
mirada, un saludo de simpatía?. (...) Otra cosa sucedió con los catalanes.
Llegaron al campamento, y todo el mundo nos habló a porfía de su traje, de su
gente, de su aliento, de sus oficiales, de sus votos y juramentos, de las
arengas de Prim, y de todo lo demás, que interesaba y no interesaba” (Irurac
Bat, 14-4-1860). 93
“Cuente V. con que el espíritu de los habitantes todos de las Provincias
vascas está día y noche fijo en V. y su División”; el ardiente deseo de la
Diputación era “ligar eternamente de una manera gloriosa el nombre de V. al
de nuestro país”. (AGG, JD, IT, 2361, 1). En la misma línea, la prensa vasca
solicitaba que los Tercios fueran puestos en vanguardia, “aspiran a ponerse
al nivel de los voluntarios catalanes” (Irurac Bat, 25-2-1860, 1-3-1860). 94
Más detalles en “La Guerra de África (1859-1860) y las expresiones
patrióticas en el País Vasco”, cit. 95
10-2-1860 (AGG, JD, IT, 2361, 1). 96 El
general Echagüe “sería a la vez una garantía y un estímulo para los tercios
vascongados; pues difícilmente habrá un país en el mundo que tenga más amor y
más culto que el nuestro a todo lo que es suyo, a todo lo que de él procede”
(Irurac Bat, 5-2-1860). En los días previos a la batalla de Guad-Ras, volvió
a reavivarse esa suposición, al calor de la revista que les hizo Echagüe el
15-3-1860: “¡qué grato es oír el habla euskalduna en el general que ha de
conducirnos a la victoria!”, escribieron esos días desde el campamento de
Tetuán (Irurac Bat, 24-3-1860). 97
También conocida con las denominaciones Gualdrás, Vad-Ras, Uad-Ras, Wad-Ras… 98
Por ejemplo, La Época, 5-4-1860. 99
Irurac Bat, 12-4-1860. El mismo periódico señalaba el 13-5-1860: “La fortuna
no les ha concedido el primer puesto en el combate (…). Las pérdidas en el
combate no han sido tan crecidas como las de otros batallones. En esta dicha
que tuvieron, se apoyan algunos para hacer desventajosos comentarios. ¿Acaso
el derramar con demasiada abundancia la sangre arguye solo el heroísmo y la
victoria?”. 100 Euscalduna, 31-5-1860. 101
El parte oficial del mariscal Latorre (26-3-1860), muy detallado, se
encuentra en SOTO: op.cit., pp. 68-76. A su vez, el parte general de la
batalla de GuadRas (O’Donnell, 30-3-1860) puede consultarse en la prensa de
aquellos días (por ejemplo, Irurac Bat 8-4-1860), y en diversos libros
publicados a raíz de la campaña, como el de “R. R. de M.”: Crónica de la
Guerra de África. Madrid, 1860, pp. 391-402. Todos los periódicos y autores
ofrecieron amplios relatos de la jornada. 102
Miguel Goñi, natural de Eslava (Navarra), se había enganchado en el cupo de
San Sebastián; Antonio Oraa, nacido en Legazpia (Guipúzcoa), lo había hecho
en el cupo reclutado directamente por la propia Diputación. La distribución
de las cruces de María Isabel Luisa con que fueron recompensados diversos
soldados de la División, muestra también que el 2.º Tercio fue el más
señalado de los tres (Irurac Bat del 20-4-1860 cita a 23 cabos y soldados del
2.º Tercio que recibieron cruces pensionadas con 30 o 10 rs. mensuales,
mientras que en el 1.er Tercio fueron 7, y en el 3.º, 9). 103
AGG, JD, IT, 2361, 1; AFB, Guerra de África, 33; Irurac Bat 3-4-1860,
5-4-1860, 11-4-1860. Entre los heridos graves estuvo el teniente Pedro
Zubieta, que se hallaba destinado en el 2.º Tercio (procedía del regimiento
Bailén n.º 24). Un soldado del 3.er Tercio desapareció durante la acción
(Feliciano Badiola, un vitoriano reclutado en Vizcaya; Irurac Bat, 2-4-1860).
104 A
fecha 11-4-1860 habían fallecido 3 soldados del 2.º Tercio por las heridas
recibidas: Juan Lorenzo Goicoechea, n. Amézqueta (Guipúzcoa), del cupo del
mismo pueblo; José Ramón Loidi, ídem; Pedro Ayerdi, n. Ataun (Guipúzcoa), del
cupo de esta misma localidad. (Informe del comandante Gorostegui. Boletín
Oficial de la Provincia de Guipúzcoa –BOPG–, 23-4-1860). En el 1.er Tercio,
el soldado Fernando José Infante (n. Vitoria, enganchado en el cupo de esta
ciudad) falleció el 9-5-1860 en el hospital de Cádiz por herida de bala
recibida en GuadRas (ATHA, DH5325-1). 105
Por ejemplo, Irurac Bat, 14-4-1860, 27-4-1860… De nuevo se mencionaba el caso
de los voluntarios catalanes, que sí pudieron estar en el sitio más activo y
comprometido. Se proclamaba, en fin, que el papel de los vascongados habría
sido más glorioso “si a los Tercios se les hubiera colocado en la posición de
los catalanes o de otros cuerpos”. Como satisfacción parcial, se proclamaba
que en la posición donde les tocó combatir, los Tercios habían “salvado” al
valiente batallón Tarifa. 106
Irurac Bat, 18-4-1860. O’Donnell les creía sin la suficiente instrucción
(ídem, 5-4- 1860). 107
Las censuras a O’Donnell, en el número de 7-6-1860. “No deben grandes
consideraciones en verdad [los Tercios] al ilustre caudillo de África (…);
pronto se conoció aun por las más miopes inteligencias que el general
O’Donnell consideraba con prevención el refuerzo de hombres de las nobles
provincias hermanas (…); creyó en nuestro concepto innecesario el refuerzo
que le enviaban los siempre leales vascongados”. Ya el día 28-2-1860 en que
les pasó revista tras su llegada, les llamó la atención que “ni una palabra
tuvo el general O’Donnell para los tercios vascongados”, “no hubo más que una
recibida fría, solemne, oficial”, que dejó a los soldados “tristes y
silenciosos”. La conducta ulterior del general en jefe hasta el término de la
guerra siguió a su juicio en la misma línea. “No nos ciega la pasión al
hablar de esta manera; somos los primeros en reconocer, que el nombre del
general O’Donnell tiene que quedar eternamente escrito en la moderna historia
de España, al lado de una de sus más brillantes páginas; (…) pero en honor de
la verdad, poco, muy poco tiene que agradecerle el suelo vascongado que
tantos y tan inmensos sacrificios se ha acarreado con la campaña de África”. Además del influjo que a este
respecto pudo tener la demora en la llegada de esta División a África,
debemos apuntar que ya con anterioridad al inicio de la campaña el mismo
O’Donnell, como presidente del Gobierno, se había mostrado “frío” con
respecto al régimen foral vascongado, sus privilegios y exenciones (cfr. “La
cuestión foral…”, cit.). En cualquier caso, fuese por su tardía arribada al
teatro de operaciones, por verles sin bastante instrucción, por razones
políticas o por una mezcla de las tres cosas, parece que O’Donnell no mostró
gran interés por los Tercios, y su pensamiento inicial habría sido dejarles
en el campamento. 108
Como anécdota, la División Vascongada tuvo también la mala suerte de
protagonizar el caso de deserción más llamativo de toda la guerra: uno de sus
oficiales se pasó al enemigo, con los agravantes de que renegó de la religión
católica, abrazó el islam y colaboró con los moros. Este caso, único en todo
el Ejército (se registró la deserción de otro oficial, pero atenuada por su
regreso y por la perturbación de sus facultades mentales), fue muy comentado.
El Irurac Bat (20 y 23-3-1860) se apresuró a aclarar que este teniente,
Manuel Carranque, no era vasco, sino natural de Asturias (era un oficial del
Ejército que residía en Bilbao sin destino) y sujeto de malos antecedentes personales
(de ahí su anterior separación del servicio y confinamiento en Bilbao);
aclaración que fue recogida tanto por varios periódicos nacionales como por
diversas obras publicadas el mismo año (los libros de Evaristo Ventosa,
Rafael del Castillo, y “R. R. de M.”, op. cit.). Con estos datos, el
periódico bilbaíno quiso “lavar el borrón que se ha querido imprimir sobre
nuestros tercios”, reaccionando ante la mala imagen suscitada por el hecho de
que “el Judas” (sic) del Ejército español hubiera salido precisamente del
3.er Tercio Vascongado. Más datos sobre la actuación de este militar traidor
y renegado, en Euscalduna (31-5-1860). Curiosamente, Manuel Carranque Cortés
aparece entre los oficiales que se ofrecieron a la Diputación de Vizcaya para
servir en los Tercios (15-11-1859; AFB, Guerra de África, 28/3). No figura en
cambio entre los mandos inicialmente designados por el Ministerio de la
Guerra (no aparece en los cuadros adjuntos a la R. O. de 29-11-1859), por lo
que debió ser nombrado posteriormente para cubrir alguna baja. 109
En cuanto a la abundante bibliografía publicada el mismo año 1860 sobre la
guerra, en general recogió de manera favorable la participación vascongada,
salvo los matices ya señalados en el caso de Pedro Antonio de Alarcón. Por ejemplo,
VENTOSA, Evaristo: Españoles y marroquíes. Historia de la Guerra de África.
Barcelona, 1860, tomo 2.º, pp. 951-957, 1.035, 1.041. “R. R. de M.”: op.cit.,
pp. 183-184, 375. CASTILLO, Rafael del: España y Marruecos. Historia de la
Guerra de África escrita desde el campamento. Cádiz, 1860, p. 476. LANDA,
Nicasio: La campaña de Marruecos (1859-1860). Madrid, 1860, reed. Málaga,
2008, pp. 26, 155-156. 110
Irurac Bat, 3-3-1860. 111
“Se ha suscitado contra nosotros una oposición, que no por estar encubierta
entre frases de vago sentido, olvidos y palabras de doble intención, es menos
viva, y menos grave para este país. No creemos que nuestros enemigos se
propongan por ahora atacar en brecha nuestras instituciones (...). Pero lo
que nadie puede negar es que preparan el terreno, y lo preparan a favor de
taimadas artes”. “De todos modos, el pueblo vascongado (...) fía en la
hidalguía de sus hermanos de allende el Ebro, y les hace la justicia de creer
que no es la opinión general de los españoles la que atribuye a los vizcaínos
pensamientos egoístas, que nunca han abrigado, que son contrarios a su
carácter y a su historia, llena de ilustres ejemplos de abnegación y de
lealtad” (Irurac Bat, 14-4-1860). Otro periódico liberal bilbaíno, el
Euscalduna, señalaría que “esta provincia [ha sido] tan injustamente
vilipendiada por voces que pretenden pasar por autorizadas, haciéndola en
todos los momentos el blanco de sus envenenados tiros, cuando a todas horas
está dando inequívocas muestras de que sabe llenar sus obligaciones con la
misma religiosidad con que cumplen las suyas las demás provincias de España”
(19-5- 1860). 112
Entre los fallecimientos hubo también algunos ocasionados por accidentes. La
Correspondencia (15-4-1860) menciona que dos soldados del 2.º Tercio murieron
por una explosión accidental al embarcar munición; el mismo periódico y La
Discusión señalan el 13-5-1860 que un soldado vizcaíno del 4.º Tercio cayó
del vapor “Pelayo” durante la travesía de regreso, en el trayecto desde Ceuta
hasta La Coruña… Como curiosidad, entre los 16 prisioneros españoles
devueltos el 22-5-1860 por los moros en Tetuán, procedentes de Fez donde
habían estado internados, estuvieron dos soldados del 2.º Tercio (Manuel
Salazar y Francisco Olano), que habían sido sorprendidos por el enemigo el
10-3-1860 en el camino desde su campamento hasta Tetuán (VENTOSA: op.cit.,
tomo 2, p. 1.130; Euscalduna, 31-5-1860). 113
GARCÍA FIGUERAS: op.cit., p. 105. ABC, 9-2-1960, p. 27. 114
Cuentas del año foral 1860-61. 115
ATHA, DH5325-1. (A fecha 31-5-1860, el teniente coronel Eleicegui informaba
que el mismo 1.er Tercio tenía 18 muertos. ATHA D.1545-10). 116
Irurac Bat, 20-4-1860. 117
AGMM, Fondo Capitanía General de las Provincias Vascongadas, 5.964.4. Además
del cólera, en la campaña de África hubo una amplia incidencia de
enfermedades gastrointestinales (ACASO DELTELL, Salvador: Una guerra
olvidada. La campaña de Marruecos de 1859 y 1860. Ed. Inédita, Barcelona, 2007,
p. 229). 118
Al parecer, las salas preparadas por Ybarra acogieron principalmente heridos,
ya que las autoridades sanitarias enviaron los coléricos a otros hospitales
más aislados y “ad hoc” (Irurac Bat, 24-4-1860). 119
Los primeros 25 heridos confiados al cuidado del “departamento del sr.
Ybarra” fueron objeto el 27-4-1860 de un suntuoso recibimiento en la estación
de Sevilla, con presencia de los gobernadores civil y militar, comisión del
ayuntamiento y bandas de música que tocaron populares canciones vascas (carta
de Ybarra a la Diputación guipuzcoana –AGG, JD, IT, 2361, 1–; Irurac Bat,
3-5-1860). Un mes más tarde saldrían hacia el País Vasco 21 de estos hombres,
quedando en el hospital otros 12 todavía convalecientes (Euscalduna,
1-6-1860). En reconocimiento por este gesto, las Juntas Generales de Vizcaya
otorgarían a Ybarra el título honorífico de “Padre de Provincia”, y las de
Álava y Guipúzcoa le dedicarían un voto de gracias. 120 Irurac Bat, 2-5-1860. 121 Irurac Bat, recogido en La España de
9-5-1860. 122
AGMM, Fondo de la Capitanía General de las Provincias Vascongadas, 5964.4;
SOTO: op.cit., pp. 89-90; diversos números de Irurac Bat, Euscalduna, La
Correspondencia, etc. 123
El vapor L’Assyrien, al igual que Le Byzantin anteriormente mencionado,
pertenecían a la francesa Compagnie Générale de Navigation à Hélice, que
operaba en el Mediterráneo. El Patiño era un transporte de la marina de
guerra española. Los Tajo, Pelayo y Rita eran buques barceloneses, destinados
habitualmente a cubrir diversas líneas mediterráneas y trasatlánticas, como
parte de los “vapores correos de las compañías catalanas reunidas”. El Tajo,
así como el Duero que más arriba hemos citado, pertenecían a Tintoré y Cía.
El Pelayo y el Wifredo, a Bofill, Martorell y Cía. El Rita, a José Serra
Calsina. (RODRIGO ALHARILLA, Martín: “Navieras y navieros catalanes en los
primeros tiempos del vapor, 1830-1870”, en Transportes, servicios y
telecomunicaciones, 13, 2007, pp. 62-92). 124
“Concluido tan importante servicio, es la Real voluntad se manifieste a las
referidas Diputaciones, todo el agradecimiento con que S.M. ha contemplado el
patriotismo y decisión de los nobles hijos de las mismas, para ocurrir como
lo hicieron en todos tiempos a la defensa de la Monarquía, (…) y que a todos [los
individuos de los Tercios] manifieste V.E. el Real sentimiento de gratitud”
(dirigida por O’Donnell a Latorre). (AGG, JD, IT, 2361, 1). 125
Cfr. “La Guerra de África (1859-1860) y las expresiones patrióticas en el
País Vasco”, cit. 126
Un buen ejemplo son las proclamas dirigidas por las Diputaciones a los
Tercios a su llegada, que fueron circuladas a todos los pueblos de la
respectiva provincia, y reproducidas ampliamente en la prensa: Diputación de Guipúzcoa, San
Sebastián 11-5-1860 (diputado general marqués de Rocaverde; Colección de
Circulares 1859-60): (…) Os habéis hecho dignos de
vuestros ascendientes y de la estimación del país, en cuyo nombre os tributo
con efusión la gratitud debida a vuestro noble comportamiento. Hoy que la
divina Providencia, otorgando a nuestra amada España una paz gloriosa, hace
ya innecesarios nuevos sacrificios de sus heroicos hijos, S.M. la Reina os
envía a vuestros hogares (…). Despedíos, pues, de la veneranda
insignia que me devolvéis triunfante: tornad a vuestras poblaciones, a
vuestros bosques, a vuestros valles: inculcad a vuestros hijos los
sentimientos de lealtad a nuestra excelsa Soberana y de amor a la patria y a
nuestras seculares instituciones: conservad con respeto en vuestro corazón el
grato recuerdo del ínclito caudillo del ejército, de vuestro intrépido
general Latorre que ha velado por vosotros con tierno interés, y de los
entendidos jefes y oficiales con quienes tan honrosamente habéis hechos la
campaña (…). Diputación de Vizcaya, Bilbao
14-5-1860 (diputados generales Basozábal y Gogeascoechea; AFB, J-01619/253): La Diputación general de este
Señorío os saluda con toda la efusión de su alma. Os felicita por la
brillante campaña de África, donde con vuestro sacrificio y valor, habéis
aquilatado los nobles blasones de este ilustre solar. Dignos herederos de
vuestros mayores, los habéis igualado, imitando aquellas grandiosas empresas
que hicieron a España tan gloriosa. (…) Honor y memoria eterna también a los
héroes que han merecido sellar con su sangre el testimonio de su lealtad: (…)
la nación los bendice, la fama perpetuará sus nombres, y el Señorío no
olvidará nunca sus servicios. Al despediros del noble pendón de
Castilla, de esa enseña sagrada que ha enardecido vuestro heroico corazón
ante la hueste agarena, depositadla repitiendo vuestro juramento de adhesión
y lealtad a la Regia Señora que ocupa el trono de San Fernando: no olvidéis
nunca que os ha sido confiada su custodia; y al regresar tranquilos a
vuestros pacíficos hogares, sea cada uno de vuestros pechos un firme muro
donde se consolide la paz y el engrandecimiento del pueblo Ibero. Diputación de Álava, Vitoria
15-5-1860 (diputado general Francisco Juan de Ayala; Irurac Bat, 17-5-1860): (…) Tornáis a vuestros hogares
cubierta la frente con el laurel de la victoria. Así lo esperaba, puesta su
confianza en la divina Providencia, quien os envió a las playas africanas a
sostener la dignidad de la Patria y el nombre de la Provincia. (…) Y al
regresar a vuestros hogares, no olvidéis los principios de lealtad al Trono y
a las instituciones forales (…). Con anterioridad a la llegada del
3.er Tercio, la corporación foral vizcaína había dirigido el 10-5-1860 una
circular a los ayuntamientos del Señorío para preparar las demostraciones
públicas de regocijo “en obsequio de los que han prodigado su sangre y sus
vidas sosteniendo con loable sufrimiento la gloria y el honor de nuestra
Reina, de nuestra patria y del secular de esta apartada tierra” (Irurac Bat,
11-5-1860). Y el día de la disolución de dicho tercio, el diputado general
Gogeascoechea (Bilbao 15-5-1860) llamaba a los soldados a ejercer en la vida
civil “las virtudes que habéis heredado de vuestros ínclitos mayores, de
vuestros preclaros ascendientes, para contribuir a la ventura de este ilustre
solar, y al esplendor del refulgente pendón de Castilla” (Irurac Bat,
16-5-1860). 127
En San Sebastián, con la inscripción “A los valientes que en la tierra
agarena vindicaron el honor nacional”. En Tolosa, “A los voluntarios
vascongados. Gualdrás 23 de marzo de 1860”, y “La villa de Tolosa. A los
vencedores de África”, bajo la corona real de España. En Vitoria, “Viva
Isabel II. La ciudad de Vitoria al tercio alavés. Guad-Ras. Honor. Valor”. En
Durango, “Viva Isabel II, viva el valiente caudillo que del agareno triunfó”…
En Bilbao se contaron más de 20 arcos de triunfo. (Euscalduna 12 y 20-5-1860,
Irurac Bat 15, 16 y 17-5-1860). 128 A
menor escala, hubo posteriormente también celebraciones en los pueblos,
cuando a cada uno de ellos llegó su respectivo cupo de hombres, ya
licenciados. 129 La Época 16-5-1860. 130 Irurac Bat 16-5-1860. 131
Carta del Rector de Loyola, Leonardo Olano, a la Diputación guipuzcoana, 30-
6-1860 (AGG, JD, IT, 2362, 5). 132
Euscalduna 22-5-1860, Irurac Bat 20-5-1860. 133
Actas de las Juntas Generales de Álava, 4 a 7-5-1860, pp. 18-19. “Para
perpetua memoria” de ese “servicio extraordinario” que Ayala había prestado,
se le inmortalizó en un retrato con el uniforme de los Tercios, depositado en
el palacio de la Diputación. Hoy día una plaza de Vitoria sigue recordando
también a Francisco Juan de Ayala. 134
“El general Latorre ha merecido bien de la patria y del país vascongado, y es
muy digno de ser considerado como un padre de ellos [de los Tercios]. También
su segundo [Sarabia] es acreedor a la gratitud del pueblo vascongado” (Irurac
Bat, 18-4-1860, 5-5-1860, 10-5-1860). 135
Juntas Generales de Álava, mayo de 1860, pp. 60-61; ídem Vizcaya, julio, p.
92; id. Guipúzcoa, julio, pp. 28-29. El brigadier Sarabia recibió asimismo
las gracias de las Juntas vizcaínas y guipuzcoanas. En Bilbao una plaza
recuerda al general Latorre. |
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA SOBRE LOS TERCIOS
VASCONGADOS EN LA GUERRA DE ÁFRICA
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