domingo, 6 de marzo de 2022

 


ENRIQUE JARDIEL PONCELA


https://www.biografiasyvidas.com/biografia/j/jardiel_poncela.htm

AUTORRETRATO

Nací armando el jaleo propio de esas escenas;
me bautizó la Iglesia con el nombre de Enrique,
y Aragón y Castilla circulan por mis venas,
sin que haya aún encontrado a nadie que me explique
a quién debo mis risas y a quién mis penas;
pues, realmente, no es fácil resolver el misterio
de cuál de esas regiones pesa en mi corazón;
tal vez pesa Castilla cuando me pongo serio,
y cuando estoy alegre, tal vez pesa Aragón.

Valladolid, de un lado, por la parte materna;
Zaragoza, del otro, por vía paterna,
llevo dentro la esencia geográfica eterna
que unificó en España una boda imperial.

Y en la esencia hidrográfica de ríos y mares,
sigo una línea acuática de las más singulares
que confesar debía y no sé si me atreva,
pues arranca del Ebro y atraviesa el Esgueva,
pero... va a resolverse en pleno Manzanares;
el cual, como se sabe, por su pobre caudal,
no es ni un Tíber, ni un Támesis, ni un Rhin, ni un Bidasoa.
Y a pesar de ello riega a una gran capital;
allí nací, en la calle Augusto Figueroa.
Me crié delicado mientras vestí mantillas,
sujeto a dieta láctea, que es nutrición pristina,
pero en el mismo punto de cambiar de «cocina»
y empezar a comer «a la carta» papillas,
purés, tapiocas, sémolas, «glasos» y «nesfarina»
ya me hice, y para siempre, tan fuerte como un leño,
que, así como una infancia feliz es un regalo
y el niño que la goza es, luego, un hombre bueno,
una infancia infeliz destila tal veneno
que el niño que la sufre es, luego, un hombre malo.

Mi educación fue varia; el campo y la ciudad
contribuyeron juntas a crear tal variedad;
pues, aun cuando en invierno vivía en sitio urbano,
como pasaba siempre en un pueblo el verano,
también viví — y crecí, lo poco que he crecido—
entre gentes del campo, amantes de la tierra,
y ese vivir agreste de entonces me ha servido
para amar igual que ellos la tierra en que he nacido
por todo cuanto ha sido y todo cuanto encierra.
(El amor a la tierra que vio nuestro bautismo
en términos «científicos» se llama patriotismo.)

Y fue el contacto aquel con la Naturaleza
merced al cual logré resistencia y dureza
moviendo la guadaña, el azadón y el hacha,
y el que, dándome luz en su región oscura,
me impidió escribir, luego, respecto a agricultura
cosas como: «las ramas llenas de remolacha»;
o: «el árbol del tomate»; o que «el peón se agacha
para recolectar la algarroba madura»;
o, al revés, que «se empina para alcanzar altura
al coger la patata»; desatinos que empacha
encontrar con frecuencia, durante la lectura
de libros de escritores a los que se les tacha
de tener una inmensa y sólida cultura.
Cosa sabida, porque fui y soy pequeño,
y las gentes suponen que, impepinablemente,
fuerza es el mayor trecho que hay entre el pie y la frente.

Con respecto al Zodíaco y en lo que afecta al mes
nací un 15 de octubre; signo de «Libra» que es
la balanza: Justicia que pesa y mide al cero
y ello se cumple en mí, pues vivía siempre al fiel
en ideas, en gustos, en el ser justiciero
y en efecto; en todo... salvo en mi monedero,
que en eso mi balanza padece un desnivel
tan desequilibrado, disparatado y loco
que, aunque he ganado mucho, siempre he tenido poco;
anomalía propia de todos los Jardiel.

Declarada la fecha en que nací, ya puedo
citar a otros nacidos, como yo, en la fecha ésa
o en fechas que son «Libras» también: Santa Teresa,
Dostoiewsky, Oscar Wilde, Nietzsche, Newton, Quevedo...
¡Ah! Y Cervantes..., ¡es cierto! Pues si, al citar, me quedo
sólo con los famosos, Cervantes era un hombre
que consiguió tener cierta fama y renombre;
y, como los de «Libra» no se chupan el dedo,
y yo, que soy de «Libra», tampoco me lo chupo,
debo acceder, por ello con Cervantes, y accedo
porque así se completa del todo nuestro grupo.

¡Y vaya un grupo que es! No hay otro parecido,
ni más sublimizado, ni más enaltecido
por virtudes, por méritos, por lo que amó y sufrió,
y es lo del sufrimiento la causa de que yo,
indefectiblemente, arrugue el entrecejo
al repasar sus nombres, mientras digo perplejo:
Al nacer en octubre y en el mismo cuadrante
hará a las vidas suyas la mía semejante?
Seré yo lo que Wilde?... Por un lado me gusta;
pero, por otro lado, ¡francamente, me asusta!

¿Me dará, corno a Newton, la fama algún binomio?
¿O seré, como Nietzsche, carne de manicomio?
¿O acabaré viviendo enfermo y hecho cisco
de reúma y de gota, sin nadie que me asista,
como vivió sus días postreros don Francisco
de Quevedo y Villegas, el supremo humorista?
¿Habrá gloria en mi muerte y me harán un sepelio
que alcance el resplandor del sol en perihelio,
yendo tras de mi féretro 40.000 personas
y diez coches de flores y nueve de coronas,
igual que a Dostoiewsky al que así «compensaron»
los rusos de lo poco que en vida lo estimaron?

¿O moriré en silencio, tras haber pasado antes
todo cuanto pasara, antes de ello Cervantes?
O, en fin, y esto, ¡Dios mío!, es lo que más me espanta:
¿llegaré a hacerme monja, como lo fue la Santa?

Preguntas sin respuesta... Pues nadie es adivino
de lo que reserva el futuro destino;
y, no siéndolo nadie, juzgo que lo sensato
es seguir escribiendo en este Autorretrato.

Mi infancia fue una infancia feliz; trascendental
circunstancia, pues de ella depende el bien o el mal.
Escuelas nacionales y escuelas extranjeras,
en donde me eduqué temporadas enteras,
me amargaron bastante esos tiempos felices,
pero los compensé con los gratos deslices
que brindaba el estío; el trillar en las eras,
y el ir a las vendimias y a otras faenas camperas,
y el montar a caballo y el cazar codornices.
Porque desde pequeño ya fue para mí un juego
manejar y hacer uso de las armas de fuego
para matar —en tardes que hoy juzgo criminales—
muchos tímidos, dulces y lindos animales;
aunque, gracias a serme ya entonces la baqueta,
la pólvora y el plomo objetos habituales,
no me ha inquietado nunca, ni al presente me inquieta
haber tenido de hombre la voluntad sujeta
a las ansias pueriles, ansias universales
de llegar a empuñar un rifle o una escopeta...
para acabar «cazando» a seres racionales.

Hijo de un padre bueno, sanguíneo y polemista
pugnaz hasta el cachete y efusivo hasta el beso
—por afición, político; de oficio, periodista,
repórter en las Cortes e ingenuo socialista—,
no sólo me he criado entre papel impreso
—áspero el del periódico, cuché el de la revista—,
sino que, de muy niño ya frecuenté el Congreso...
al que jamás volví, justamente por eso.
Por descubrir ya entonces lo falso y lo arribista
que es el leader político que sorbe luego el seso
a los hombres sencillos que en su bandera alista.
E hijo de madre artista, y tan excepcional
que llevaba en su espíritu la amalgama increíble
de ser inteligente al mismo tiempo que sensible,
de aceptar lo realista pensando en lo ideal,
de ser suyo y del arte, y de hacer compatible
la obligación doméstica y la profesional
dirigiendo el hogar sin dejar la pintura,
aún no tendría yo ni un metro de estatura
cuando ya iba a diario, cogido de su mano,
a ver Exposiciones y Museos, y había
en mí tanta costumbre de ver, que conocía
de un golpe si era un cuadro flamenco o italiano,
si un Rubens o un Teniers, si un Vinci o un Ticiano;
lo cual, también después, de hombre, me evitaría
el caer en las trampas de la pedantería;
de ese «nuevo-riquismo» en que cae tanto humano
por no vivir infancias iguales a la mía.

Infancia en la que, si hubo afectos y ternuras,
hubo además concepto del deber, sacrificio,
disciplina, tutela y rigidez muy duras
respecto del trabajo y en la que, entre esculturas
y cuadros, hallé tantos libros a mi servicio
como «nihil obstats» tuvo cuanto a las lecturas,
por lo que, no advirtiéndome cuáles eran impuras
tampoco advertí entonces qué era impureza o vicio.

Esta refinadísima maniobra pedagógica
de mis padres —distintos a tantos padres brutos
que proceden sin alma, sin ética ni lógica—
dio, luego, dos espléndidos y rarísimos frutos:
de hacerme tan suave como lento y sutil,
el paso, siempre brusco, hacia la edad viril,
suprimiendo la crisis con que la adolescencia
rasga el velo al misterio clave de la existencia;
y el que en las sensaciones no fuera yo un precoz,
como, sin aquella hábil maniobra, presiento
que hubiera sido, a causa del íntimo y atroz
tirón que habría dado de mí el temperamento.

Temperamento idéntico en cuanto a pasional
al paterno, y, como él, de tan modo absorbente,
extremado, tiránico, implacable y ardiente
y tan lleno de enérgica fecundidad vital,
que ha sido el mar, el río, el arroyo y la fuente
de donde brotó toda mi creación personal.

Porque, en vez de extraer del amor el dolor
pues suelen ser los frutos, que de él se extraen adversos,
lo que yo extraje, siempre, en cambio, del amor
ha sido placer, hijos, libros, comedias, versos,
risas, y en suma, todos los productos diversos
engendrados a impulso de mi mundo interior.

Y si ese amor —doliente— que la mujer inspira
—doliente porque en él con frecuencia hay mentira—
yo lo tuve propicio, y él me trajo el aporte
de la dicha, la prole, la péñola, la lira
y el tirso, es porque en mí fue brújula y resorte
para hacer lo que a hacer el escritor aspira.

Y, sabiendo que todo, todo lo que hice y hago
a ese amor de mujer, que es el ser de mi ser,
cuanto he logrado siempre imaginar y hacer,
así que le pagaron y percibí su pago
lo destiné de nuevo a un amor de mujer.

Total: que estoy en paz. En paz, y libre, y suelto
sin nada que exigir y sin nada exigible;
porque lo recibido lo devolví resuelto:
besos, favores, bromas e insultos. He devuelto
hasta libros prestados, cosa que es ya increíble...

Me dediqué al noble arte de escribir, que figura
en la ELE del «Espasa» como LITERATURA,
por tenaz vocación, fenómeno frecuente
cuando quien lo cultiva es persona decente;
y sin ser vanidoso, pues serlo es ser muy bestia,
y sin falsa modestia, que es peor, puedo afirmar
que triunfe en cuantos géneros me propuse triunfar,
valiéndome ello el odio, inmenso a no dudar
de los que hacen jactancia de su falsa modestia.

Con respecto al teatro, mi devoción por él
viene de la niñez primera, en que, a granel,
los tuve de madera, de tela y de cartón
aparte de los muchos que hice yo de papel:
pero mis preferencias en el período aquél
las reduje a subir y a bajar el telón;
y fue después —diez años después— cuando ese ardor
sufrió un cambio total en su punto de vista
y cuando, en vez de actuar de simple tramoyista,
comencé a desear convertirme en autor.

Para llegar a serlo seguí siempre la pista
que me tracé al principio por estimarla buena
dentro del panorama propio del humorista;
y jamás hice caso de la opinión ajena
en cuestiones artísticas..., porque soy un artista.
Pero si ataqué siempre, empleando los desplantes,
las burlas y el desprecio como desinfectantes,
cuando me vi atacado, a mi vez, por las hieles
de críticos injustos, ignaros e insultantes,
en todo semejantes al infame Anopheles;
pues, sorbiendo en las venas del artista sus mieles,
le dan veneno a cambio: de ahí, ser a él semejantes.

Y la guerra contra ellos, sin espada ni adarga
gané yo, al desahogarme de sus leves disgustos,
y evitarme la bilis, que a ellos aún les amarga,
con lo que vivo, y duermo tumbado a la larga,
vengado de injusticias y en la paz de los justos.

Por ello, al hacer ahora, para este Autorretrato,
balances de mi vida, he pasado un buen rato,
ya que amé y fui feliz: y sufrí... (porque advierto
que he sufrido lo mío, y que he luchado tanto,
y he trabajado tanto que ni recuerdo cuánto
y que hasta me da espanto si a recordarlo acierto):
pero, como igual tengo, en cambio, por muy cierto
que es el que no trabaja, ni ama ni sufre, un muerto.

Y hay tantos «muertos-vivos» bajo el celeste manto,
solamente al pensar el que en ese concierto
pude ser yo uno de ellos, aún me da más espanto,
y bendigo con júbilo lo que, siendo un quebranto,
me ha hecho «vivir-viviendo», y me ha vuelto un experto
en trabajar, sufrir y amar: el triple encanto.

He ahí, pues, mi vida... O querido u odiado
como hombre; y como artista, negado o admirado
(pues todo arte provoca o desagrado o goce,
al hallar enfrente a unos y hallar a otros al lado),
y me odia y niega siempre aquel al que he tratado
y me quiere y admira el que no me conoce.

Más tal disparidad de criterio es norma
entre hombres que rebosan el individualismo,
y todo español: sabe que, por duro atavismo,
nadie logra una fama en suelo nacional
sin escuchar un ¡viva! y un ¡muera! a un tiempo mismo.

En mí el ¡viva! no aumenta el contento que siento;
y el ¡muera! nunca mengua en nada mi contento;
porque, además de Física, se define y concreta
que el hombre y el avión, la llama y la cometa
sólo toman altura teniendo en contra el viento.

Ahora, en el punto y hora en que este escrito fecho,
de dónde sople el viento ya casi me da igual,
porque el comienzo está más lejos que el final...
Y, aun cuando tengo mucho por hacer en el trecho
de vida que me queda, fue tanto ya lo hecho
que aquí cierro esa cuenta... Y otro saque el total.

Veintiséis mil cuartillas, aproximadamente,
llené hasta el día de hoy, y esa labor ingente
en el libro, la prensa, la «radio» y el teatro
escrita quedó en páginas cuyo número abruma:
y de ellas, quince mil: con una misma pluma
«Parker», comprada en Hollywood el año treinta y cuatro.

Y como desde entonces acá, logré la suma
mayor de resultados a favor que he obtenido
(el vivir yo y los míos; tres coches; lo extendido
de mi nombre en Europa y en América y África;
los viajes —también largo y extenso recorrido—,
y el resolver sin riesgo mucha situación trágica),
puedo afirmar, seguro de que he de ser creído,
que todo se lo debo a dicha estilográfica;
y que los ocho dólares que me costó en Waikal
—Franklin Street, catorce, esquina al Hotel Lido—
en catorce años justos ya ha dado y producido
(satisfacción aparte, y aparte lo moral)
trescientos treinta mil, y en cifras más escuetas
tres millones doscientas dieciséis mil pesetas;
y no por «bolsa negra», sino al «cambio oficial».

Pero, como antes dije, y ahora repito, al cabo
del tiempo transcurrido, no tengo ni un ochavo,
aunque nada me importa... Porque la vida entera
menosprecié el dinero, de la misma manera
que desdeño la gloria (esa vil cortesana
que besa igual a todos: Churchill, Charlot, Beethoven)
y por la misma causa, que juzgo soberana
y que hace que me olvide del día de mañana:
la de que me sospecho que voy a morir joven.

¡Y eso que no estoy cierto de acertar! Y tampoco
lo deseo; lo lógico es que acertar lo sienta...
Pues si acertare..., ¡entonces viviría ya poco,
porque faltan cuatro años, si no falla mi cuenta,
para que llegue el año que me trae los cincuenta!
Cincuenta menos cuatro, cuarenta y seis... ¡Exacto!
Cuarenta y seis se cumplen «al comenzar este acto...»
¡Sí!... El barco de mi vida ha hecho ya mucha mar...
Y allá, en la lejanía, brumosa aún, se presenta
(aunque el alegre Amor ocultármela intenta
la lúgubre Aritmética me la obliga a mirar)
la otra orilla, donde, al desembarcar,
¡me espera la Guadaña! (Pero..., ¿y si es menos cruenta
de lo que, desde lejos, solemos sospechar?...)

¡Bah! Yo, en tanto que el barco llega a la triste orilla
como no me entristezco porque ella sea triste,
vivo feliz a bordo y del puente a la quilla
lo recorro, dispuesto ya a admirar cómo embiste
el tajamar al agua... Ya a tomar carrerilla
para ir al restaurant, donde huele a tortilla,
que me gusta muchísimo... Ya a ver darle el alpiste
al canario —barítono de túnica amarilla—
que tiene el sobrecargo colgado en la toldilla...
Ya a escribir: pues la vida del escritor consiste
en llenar de renglones la incipiente cuartilla...
Ya a oír cómo la orquesta ejecuta «Sevilla»
de Albéniz, que es la música más alegre que existe...

Ya a contemplar el cielo, en donde gira y chilla
una gaviota blanca, que la cabeza humilla
al mar, buscando el pez merced al que subsiste...
ya a subir por la pina y estrecha escalerilla
de las cubiertas altas, donde hay una sombrilla
al través de la borda, y tumbada en su silla,
bajo la que una dama preciosísima asiste,
al huir de las olas, que el babor acuchilla,
para echarme a su lado... —porque, ¿quién se resiste?
Y decirle cualquier tontería sencilla
sobre su hermoso cuerpo y lo bien que lo viste;
con lo cual ella dobla la mórbida rodilla
tras las manos cruzadas, e, igual que una chiquilla,
ríe, por hacer ver que lo ha tomado a chiste...
y por mostrar su boca que en rojo y blanco brilla .
(Y, en tanto, el barco avanza hacia la opuesta orilla;
hacia la última orilla, hacia la orilla triste,
pero, ¿y eso qué importa, si al existir se existe,
y la existencia en sí ya es una maravilla?)



CRONOLOGÍA

1901 El día 15 de octubre nace en Madrid en la calle del Arco de Santa María (hoy Augusto Figueroa). Es hijo de Enrique Jardiel Agustín, nacido en Quinto del Ebro (Zaragoza) en 1864, y de Marcelina Poncela Hontoria, nacida en Valladolid en 1866. Su madre era pintora y su padre periodista en La Correspondencia de España. Tiene tres hermanas: Rosario [1895], Angelina [1897] y Aurora [1899], fallecida prematuramente antes del nacimiento de Enrique.

1905 Comienza sus estudios en la Institución Libre de Enseñanza, dirigida por Francisco Giner de los Ríos. 1908 Abandona la Institución Libre de Enseñanza para ingresar en la Sociedad Francesa.

1912 Abandona la Sociedad Francesa para continuar sus estudios en el Colegio de los Padres Escolapios de San Antonio Abad. Comienza su actividad literaria en la revista quincenal del colegio, Páginas Calasancias.

1916 Se traslada a vivir con su familia a la calle de Churruca. Tiene como vecino a un muchacho de su edad, Serafín Adame Martínez, con el que escribe en colaboración su primera obra, el juguete cómico en dos actos Dádivas quebrantan peñas bajo los seudónimos de «Serafín y Joaquín Álvarez Tintero».

1917 El 31 de julio muere su madre en Quinto del Ebro. Ingresa en el Instituto de San Isidro, en la calle de Toledo, para estudiar el curso preparatorio de la carrera de Filosofía y Letras, que abandona al poco tiempo.

1920 Prepara unas oposiciones a Hacienda, aunque no se presenta a los exámenes. Colabora en los periódicos El ImparcialLa LibertadLa Nueva Humanidad y La Correspondencia de España.

1921 Trabaja como redactor en el diario vespertino La Acción.

1922 Conoce al escritor Ramón Gómez de la Serna —que ejerce a partir de ese momento una gran influencia literaria y humana sobre él—, asistiendo a algunas de sus tertulias en la Cripta del Café de Pombo. Inicia sus colaboraciones en la revista Buen Humor. Es nombrado redactor del diario de la noche La Correspondencia de España. Funda la publicación titulada La Novela Misteriosa.

1923 Abandona el periodismo para dedicarse plenamente a la literatura.

1924 Funda el semanario infantil Chiquilín, junto con José López Rubio y Antonio Barbero.

1926 Conoce a Josefina Peñalver, casada, con un hijo, y separada de su marido, a la que se une, instalando su domicilio en la calle de la Santísima Trinidad.

1927 Decide iniciar un nuevo período literario, dedicándose exclusivamente al género humorístico y repudiando expresamente la práctica totalidad de su extensa obra previa. Estrena Una noche de primavera sin sueño, su primera obra en solitario.

1928 El día 20 de diciembre nace su hija Evangelina. Al poco tiempo Jardiel se separa de la madre, Josefina Peñalver, que le abandona, quedando la niña al cuidado del escritor. Ramón Gómez de la Serna le presenta al editor José Ruiz Castillo, que le pide un original para la «Colección de grandes novelas humorísticas» de su editorial Biblioteca Nueva. Colabora en Gutiérrez con el seudónimo de «Conde Enrico di Borsalino». Rompe su larga colaboración dramática con Serafín Adame Martínez.

1929 Firma un contrato con la editorial Biblioteca Nueva por medio del cual ésta le pasa mensualmente un sueldo con el compromiso de entregar a la imprenta un libro anual.

1931 Conoce al escritor Gregorio Martínez Sierra, iniciándose desde ese momento una profunda amistad personal y profesional entre ambos, que dura hasta el fin de sus días.

1932 En el mes de septiembre marcha a Hollywood contratado por la Fox Film Corporation con un sueldo de 100 dólares semanales para trabajar como guionista en el Departamento de Español.

1933 En el mes de mayo regresa de Hollywood a Madrid. En los estudios cinematográficos Billancourt, de París, realiza para la Fox Celuloides rancios, una serie cinematográfica de su invención consistente en incorporar diálogos y efectos originales a seis cortometrajes mudos.

1934 Conoce a la actriz Carmen Sánchez Labajos, con la que convive hasta su muerte. En el mes de julio marcha a Hollywood para volver a trabajar como guionista del Departamento de Español de la Fox, con un contrato de un año y un sueldo de 200 dólares semanales.

1935 En el mes de febrero finaliza en Hollywood el rodaje de la versión cinematográfica de Angelina o el honor de un brigadier, para la Fox. Ese mes regresa a Madrid, finalizando con cuatro meses de anticipación su contrato cinematográfico. Nace su hija María Luz, fruto de su nueva unión sentimental.

1936 El día 16 de agosto, al comienzo de la Guerra Civil, es detenido durante tres días bajo la acusación de esconder a Rafael Salazar Alonso, quedando finalmente en libertad vigilada y recluido en su domicilio durante todo el año. En los meses de junio y julio prepara cortometrajes cinematográficos para Cifesa, que no concluye a causa de la guerra.

1937 En el mes de febrero consigue viajar de Madrid a Barcelona, custodiando una expedición de niños refugiados y fingiéndose maestro nacional. Una vez allí, intenta salir de España y en el mes de septiembre marcha a Francia a bordo de un mercante francés que lo desembarca en Marsella, desde donde se traslada sucesivamente a Niza, Monte Carlo, París y Boulogne, donde en el mes de octubre embarca hacia Buenos Aires provisto de un falso contrato de trabajo en la compañía teatral de Lola Membrives. Mientras tanto, su familia viaja a Marsella, donde permanece un mes, y luego a Buenos Aires.

1938 En el mes de mayo regresa con su familia de Buenos Aires a Lisboa y entra en la España franquista por Sevilla, para trasladarse posteriormente a San Sebastián, donde se instala hasta el final de la contienda. Durante el invierno rueda en San Sebastián los Celuloides cómicos, cuatro cortometrajes.

1939 En el mes de diciembre comienza la película Mauricio, o una víctima del vicio, largometraje que desarrolla los procedimientos cinematográficos que había empleado en sus cortos.

1940 Durante el verano firma un contrato en exclusiva con el empresario teatral Tirso Escudero, por el cual se compromete a estrenar en el Teatro de la Comedia de Madrid dos obras en cada una de las tres temporadas comprendidas entre 1940 y 1943 y a no estrenar durante ese plazo ninguna obra en otro teatro de Madrid. Durante el verano se constituye en empresario teatral, efectuando una gira por diversas localidades españolas con la compañía titular del Teatro de la Comedia.

1943 Se constituye en empresario y director de una Compañía de Comedias Cómicas propia que hace su presentación en el Teatro Borras de Barcelona el 17 de septiembre con el estreno de su comedia Las siete vidas del gato. Realiza su segunda gira con su compañía.

1944 El día 23 de abril muere su padre en Madrid mientras Jardiel se encuentra en Buenos Aires. Sufre una fortísima decepción sentimental a la que no logra sobreponerse nunca.

1944 En el mes de febrero viaja con su compañía a América para realizar una temporal teatral de seis meses. En el mes de marzo se presenta en el Teatro Cómico de Buenos Aires. En el mes de agosto viaja a Uruguay, actuando en el Teatro Artigas de Montevideo. A los pocos días se produce un incidente violento a cargo de grupos de exiliados republicanos españoles y de uruguayos opuestos al régimen franquista, con el que identifican a Jardiel, a raíz del cual se ve obligado a interrumpir la temporada y regresar completamente arruinado a Buenos Aires y, más tarde, a España.

1945 Se le declara un cáncer de laringe que acelera su final a lo largo de los años sucesivos.

1946 Su comedia El sexo débil ha hecho gimnasia obtiene el Premio Nacional de Teatro.

1949 Pasa los últimos años de su vida en la más absoluta miseria a causa de su estado de salud, que le impide trabajar, y del abandono de muchos. Comienza a escribir la comedia ¡Oh, París, ciudad sirena, que estás siempre junto al Sena!, que queda inconclusa.

1950 Ya muy enfermo, vive prácticamente recluido en su domicilio rodeado tan sólo de sus dos hijas y de su compañera Carmen, así como de un reducido grupo de amigos íntimos, como Serafín Adame y César González Ruano, y de algunos jóvenes artistas, como el director escénico Gustavo Pérez Puig, el dramaturgo Alfonso Sastre y el narrador Medardo Fraile. Publica un artículo diario en el periódico El Alcázar que constituye casi su única fuente de ingresos. Comienza a escribir la comedia Flotando en el éter, que deja inacabada.

1952 El día 18 de febrero muere en Madrid, en su domicilio de la calle de las Infantas, 40, ático, y es enterrado en un nicho en el que se inscribe como epitafio esta frase suya: «Si queréis los mayores elogios, moríos.»



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AFORISMOS

Cuando haya llegado el momento en que una mujer os coja el sombrero para acariciarlo mientras os habla, besadla sin miedo: os ama. 

Todo lo que a las mujeres les interesa de la cabeza de un hombre es el sombrero.

Si tenéis miedo de no poder vivir sin el amor de una persona y queréis evitar tal peligro, casaos con esa persona.

Los seres que no saben lo que es la vergüenza son los únicos que están en condiciones de llegar a tener vergüenza alguna vez.

El hombre que se ríe de todo es que todo lo desprecia.

La mujer que se ríe de todo es que sabe que tiene la dentadura bonita.

El salvajismo no sabe reírse.

El forzoso descanso de los domingos es abrumador; pero existe un medio de huir al aburrimiento de los domingos: no trabajar en toda la semana.

En las mujeres que tienen la boca bonita, los dos labios son superiores.

Si queréis suprimir la política, suprimid los cafés.

Una gran pasión se parece a un ama de casa aburrida en que todo lo cambia constantemente de su sitio.

Si se os cae un botón, si echáis de menos una sortija, si queréis contemplar las piernas de una mujer, tiraos al suelo; todo eso lo hallaréis debajo de la mesa.

La dulzura del amor es la única dulzura que no conduce a la diabetes.

El ferrocarril significa un invento tan extraordinario, que después de sesenta años de verlos funcionar, todavía «chocan» los trenes.

El miedo al peligro hace arrostrar los mayores peligros.

El político tiene que ser vil: tratar a sus amigos como si hubieran sido sus enemigos y a sus enemigos como si hubieran de llegar a ser sus amigos.

Casi todos los males sociales radican en que se construyen pocos pesebres.

Cuando el gran hombre finge con habilidad, se dice de él que es un cómico. Cuando un cómico finge con habilidad, se dice de él que es un gran hombre.

Los vagones, las cerezas, los amantes y los cuentos idiotas se enganchan unos a otros y el primero tira de los demás.

Malo es querer beber agua y no tener gota; pero peor es tener gota y no poder levantarse a beber agua.

El hombre es el animal que más se parece al hombre.

Una mujer de ojos bonitos nunca jugará a la «gallina ciega».

A los cuarenta años las mujeres aman con la precipitación del que toma el último tranvía.

Las más de las veces, cuando el hombre ama a una mujer, es porque no tiene otra a quien amar.

Entre el hombre y una mula hay una sola distinción: la de la mula.

La mujer es la ocupación del ocioso, el descanso del que trabaja, la inspiración del artista y la ruina del hombre de negocios.

Las mujeres y las espadas adquieren toda su importancia cuando están desnudas.

A las mujeres feas de cuerpos bonitos se las debe mirar únicamente como los clisés fotográficos: al trasluz.

La mujer y el libro que han de influir en una vida llegan siempre a las manos sin buscarlos.

Ser guapas es el defecto que más suele disculpárseles a las mujeres.

Quien hace feliz a una mujer es su esclavo; quien la hace desgraciada es su dueño.

La belleza de la mujer fracasa en el codo.

Una cuidadosa vigilancia de los padres sobre los hijos sirve para que sepan lo que los hijos hacen... después de que lo han hecho.

La felicidad suele darse, pero no recibirse.

De lejos todo parece más pequeño, a excepción del ser inteligente, que de lejos parece mayor.

Hay dos sistemas de lograr la felicidad: uno, hacerse el idiota; otro, serlo.

La mujer apasionada es con frecuencia confortable; la mujer coqueta es siempre incómoda.

Sólo los hombres sin experiencia prefieren la coqueta a la apasionada.

Cuando los inteligentes dan traspiés en la vida, ello obedece a que han supuesto en los demás su misma cantidad de inteligencia.

Quizá toda actividad obedece a un desarrollo nervioso.

La máxima actividad no es la de las manos, sino la del cerebro.

En la mujer apasionada, el amor es interno; en la coqueta, es mediopensionista.

Sin un método estricto, la actividad es un ajetreo inútil.

El pudor es una hemorragia interna.

Toda crueldad nace del miedo.

La apasionada es mujer; la coqueta es espectáculo.

El ser débil es el más cruel.

Para seducir basta con la seguridad de que se va a seducir.

Para seducir a una mujer lo más acertado es huir de ella.

A toda mujer la seduce que la seduzcan.

Humorismo es reasociar elementos previamente disociados.

Para conservar la admiración, muchos tienen que recordar que hubo un día en que admiraron.

Si se ha de ser admirado hay que permanecer inaccesible.

La muerte hace subir cien mil metros las admiraciones.

En toda admiración hay un resentimiento callado.

El ideal es siempre un horizonte.

Toda ilusión constituye un error poetizado.

El que no posee querría que nadie poseyese.

La propiedad tiene una tristeza: el miedo a perderla.

El ateo cree que él mismo es Dios.

La Filosofía es la Física recreativa del alma.

El fútbol es el bacilo de la guerra civil.

Cada ser tiene todo el tiempo que existe.

El que no hace alguna cosa por falta de tiempo es porque jamás tendría tiempo suficiente para hacerla.

La juventud pesa más que la vejez porque ésta está vacía de deseos, y la otra, rebosante de ansias.

Cuando el trabajo no constituye una diversión, hay que trabajar lo indecible para divertirse.

Es deber todo lo que exige el momento que se vive, y existen tantos deberes como momentos tiene la vida.

Los deberes ajenos se nos aparecen siempre clarísimos.

La misantropía es una forma del egoísmo.

La santidad es la utopía personificada.

Sólo puede haber santidad en quien no se cree santo.

El que habla de lo indecible hace paradojas.

El destino es siempre cruel e implacable con quienes proceden obedeciendo a un criterio extraño.

La energía del débil es siempre una injusticia.

En Arte, en Política y en Amor hay que obrar bien sin esperanza.

La leyenda es la hija de la Historia.

El mundo está regido por los imponderables.

El mundo es un presidio esférico.

Cada cien años hay que rehacer el mundo.

En muchos casos el orgullo suple a la convicción.

Todo intento de progreso social conduce al abismo, única salvación la da el pasado.

Si al pueblo se le da la razón, la pierde.

Al abogado deben decírsele las cosas bien claras para que él pueda embrollarlas con su intervención.

Los científicos puros están siempre de acuerdo; los líticos no lo están casi nunca.

La ciencia es el sentido común organizado.

La abogacía es la profesión de los ricos tontos y de los pobres listos.

El escritor, al escribir, enseña, y al descansar, aprende.

Lo que se lee sin esfuerzo ninguno, se ha escrito siempre con un gran esfuerzo.

En regir un Ejército hay siempre una brillante alegría; en gobernar un pueblo hay siempre una fatiga terrible.

Cuando se le embota la imaginación, el escritor recurre a la Historia.

El hombre suele quedarse soltero por estar enamorado de un ideal.

Quien confiesa tener celos se halla dispuesto a perdonar.

Media humanidad se esfuerza por hacer leyes justas, y la otra media se esfuerza por no cumplirlas.

Los celos son el delirio del instinto de la propiedad.

El despotismo de las leyes evita la arbitrariedad de los hombres.

Para ser agradable a una persona basta con elogiarle aquello para lo que no sirve.

Obtenida la victoria, ya nace un riesgo: perderla.

Sobre todo, no cejar nunca: es el principio base de la acción.

La acción exige un setenta por ciento de inconsciencia.

La mujer empieza a pregonar los escándalos ajenos cuando ya no tiene edad para producir escándalos propios.

Muchas veces se habla bien de las gentes: y es simple calumnia.

Si tienes razón o eres fuerte, verás siempre regateados tus méritos.

El que no vale para actuar se resigna y cree que así actúa.

El que espera siempre ver completamente claro, no obra jamás.

Lo que le da solidez a una ley es la excepción al aplicarla.

El recuerdo rehace los hechos cada seis u ocho años.

El desenlace absoluto no existe.

No hay vanidad más grande que la del filósofo.

Nadie es glorioso hasta que no empiezan a decir de él que es glorioso los que son incapaces de determinar qué sea glorioso.

Un ser de tres años es un niño, un niño de treinta años es un loco.

El niño es personalista, como los poetas; el loco es individualista, como los anarquistas.

En el interior del ser humano, romanticismo y realismo deben hallarse en partes iguales y al fiel; cuando la balanza cae de un lado o de otro, es que algo se ha podrido en aquella alma.

El cristianismo es romanticismo puro; el islamismo es realismo en esencia.

Unos aspiran los perfumes de las flores; otros las miran al microscopio.

Todo el mundo percibe en el acto el perfume que usa una mujer, menos su marido.

En nombre de otro, todos los humanos están dispuestos a sacrificarse.

Locos y niños viven desprendidos de la realidad.

El juego y la locura son realidad deformada.

La razón exasperada es ya locura.

Si la locura doliese, en todas las casas se oiría algún grito de dolor.

Ni el niño ni el loco conciben la muerte.

El animal sufre, luego tiene razón.

Educar a los ricos es inútil, y educar a los pobres, peligrosísimo.

Adán era de color negro: Eva era de color blanco; la unión de ambos ha producido una humanidad gris.

Desconfíese de la bondad de aquellas personas que aman la música; siempre tienen algo de fieras.

El éxito adormece; el fracaso excita.

Al que no tiene éxito, todo éxito le parece injusto.

La perfección, al personalizarse, se hace odiosa a todo el mundo; por ello debe reducirse a un símbolo, y sólo así resulta tolerable: en cuanto a su eficacia, como ejemplo, es nula.

Para tener éxito en la vida hay que considerar, ante todo, el egoísmo de los demás.

La tiranía de la Naturaleza supera a la de los déspotas más famosos del mundo.

La poesía es, ante todo, incoherencia.

La poesía es un pecado de juventud; un poeta viejo un monstruo.

El poeta es siempre un ser de alma antipoética.

El que consigue la libertad, casi nunca sabe qué hacer con ella.

La mayor tiranía es la debilidad o la barbarie apoyadas en la fuerza.

Todo arte es una mentira hermosa.

El oxígeno que se respira en la Patria es distinto a todos los demás.

La música es admirable para hablar de otras cosas mientras suena.

Inmortal realmente tiene que ser España para no haber sucumbido ya a tanto daño como le han hecho, al través de la Historia, los españoles.

El que piensa en algo antes que en su Patria, merece vivir y morir sin poder regresar a ella.

La imaginación falla cuando se trata de calcular los sufrimientos ajenos.

Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió.

La opinión es un gran poder misterioso a la larga justo e irrazonable.

Toda prosperidad es aburridísima.

Lo incierto es peor que lo real.

Los médicos antiguos decían fórmulas mágicas. Los modernos dicen camelos. Pero el fin es el mismo: deslumbrar con vistas al cobro.

Un médico inteligente sólo debe aceptar enfermos leves.


VERSOS ESCOGIDOS

Se conoce bien la labor de Jardiel como novelista y comediógrafo. Su faceta de poeta está aún por reconocerse y valorarse. Incluímos aquí algunas composiciones interesantes.

*
*
*

LA VIDA


Por lo breve es... el tiempo de un respiro;
un relámpago; el cruce de una estrella;
un parpadeo; un goce; una centella;
una germinación; un beso; un tiro;
un do de pecho; un brindis; un suspiro;
una flor en un búcaro; una huella;
una amistad; lo bello de una bella;
una promesa; un éxito; un ¡te admiro!;
un convertirse en público un secreto;
un pasar de cadáver a esqueleto;
un naufragio; una rúbrica; una bruma;
un rubor; un crepúsculo; un asueto;
un eclipse; una boda; un sí; una espuma;

un amor; una dicha... y un soneto.

*

*

*

FORD V8


Siempre un Ford V8... Porque otros dos tuve,
es ya éste el tercer Ford en el que voy.
En cuestión de coches, siempre un Ford 8V:
un Ford V8 y made in Detroit.
El que no es Ford 8V me parece feo:
y porque he tenido tres Ford, gran turismo,
confundo los de antes con éste y me creo
que los tres son uno, es decir: el mismo.
Fueron el uno del otro el vivo retrato
porque les di a todos idéntico trato.
¡Muy mal trato: es cierto! ¡Pobre el que ahora uso...!
No parece un Ford, sino un coche ruso:
abollado y sucio y tan despintado
que por todas partes le invade la herrumbre.
Pobrecito coche, siempre estacionado
ante alguna puerta: y en invierno helado
y en verano, echando por sus chapas lumbre.
¡Pobre leal amigo!, que haces mi deleite
gimiendo y soplando con alma de fragua:
porque lleva el cárter vacío de aceite
y porque me olvido siempre de echar agua...
Y él, aun así sigue... Aun así camina...
Corre hasta, yo creo, que sin gasolina.
¡Pobre coche mío! ¡Pobre gran amigo
de tanta aventura cómplice y testigo!
¡Cómplice y testigo de tantas escenas,
y de tantas bromas y de tantas penas:
penas que, sin duda, siempre ha recordado
porque no se olvida, si es el pasado;
y, en cambio, los días amables y tiernos
seguro que todos los ha ya olvidado!
¿A que no recuerda las lindas sonrisas
que se reflejaron en su parabrisas?
No, claro; ni una... No hay gestos eternos
y aquellas sonrisas de mujer, borraron
los dedos de lluvia de muchos inviernos;
pero todavía mi suerte es peor
que encuentro un instante y de nuevo pierdo
sonrisas o rostros o escenas de amor
al reproducirse el fugaz recuerdo
en el espejito «Liliput-Cinema» del retrovisor.
Y es que envejecemos, Ford 8 querido:
pues, cuando se vuelven al ayer los ojos,
es que ya los muelles se nos ponen flojos
y que nada es ahora lo que antes ha sido.
Sí. Los años jóvenes, que como una hilera
de resplandecientes faroles de gas,
vi siempre delante de mi, y a la espera
de que yo llegase, los veo hoy detrás.
¡Noble coche mío! ¡Noble y leal amigo!,
servidor paciente de largas esperas
y ejecutor dócil de mis fantasías,
que igual rompes vallas, que trepas aceras;
que, cuando es preciso, subes escaleras,
y saltas cunetas y vas por las eras
y por los sembrados: y que llegarías,
si yo te pidiese también que lo hicieras,
a entrar por los túneles y andar por las vías.
¡Oh, fiel compañero de rutas viajeras
de todas las horas y todos los días...!
¡Lugar geométrico de mil averías!
¡Rastrillo de caucho de las carreteras,
que, si en vez de España eran extranjeras,
sacabas más fuerzas de las que tenías
y entonces volabas, mejor que corrías,
porque, así, humillando en locas carreras
a todos los coches de allí que veías
dejabas bien altas nuestras dos banderas!
(Pero calla, no hables... ¿por que te sinceras?,
ya sé que es la mía por la que lo hacías.
Pero no te asustes, que seré discreto
y de tal manera guardaré el secreto
que desde ahora mismo juro por quien soy
que no han de saberlo jamás en Detroit.)
Te estimé siempre y te honré también.
Te honré en tus tuercas, te honré hasta en las «juntas»
y si no, contesta a algunas preguntas.
¿Estando tú en forma tomé yo algún tren?
¿Y no callé siempre y siempre me callo
los contados días que tienes un fallo?
Y aunque ambos sabemos que sí existen varios,
¿he dicho yo a alguien, ni una sola vez,
que ni entre los coches más extraordinarios
exista uno solo de tu rapidez?
¿Ni otro igual de fuerte? ¿Ni igual de bonito
aunque estás de feo que causas espanto?
¡Di! ¿Opiné algo de eso ni hablado ni escrito?
¡No! Porque te quiero. Y te quiero tanto
a pesar del trato que te doy, ¡oh, Ford!
que ya lo ves: ahora compongo este canto
en tu solo elogio, en tu único honor...
¿Y con quién he obrado como contigo obro?
¡Con nadie del mundo! Pues sabes de sobra
que el arte, aun siendo arte, se vende y se cobra
y yo, cuanto escribo lo vendo y lo cobro.
Y si fui contigo un poco locatis
eso que te escribo te lo escribo gratis.
¿Cómo? ¿Te emocionas? ¡Oh, no! No te dejo...
y menos que llores, pues no eres un viejo
para que ahora llores a más y mejor.
¿Lo niegas? ¿No lloras? ¡Vamos, que estás chocho!
Si hasta has hecho charco... ¡Ah! ¿Es el radiador?
Entonces, perdona, y a todo motor
dame un buen abrazo, ¡oh, Ford V8!

¡Y aprieta bien fuerte, oh, V8 Ford!

*

*

*

CUENTOS Y CHISMES DEL OFICIO


Como habrán visto ya por el programa
redactado para este beneficio,
Jardiel me ha hecho un monólogo de «dama»
hablando de las cosas del oficio.
Y aquí salgo a decirlo, porque es fama
que de ustedes estoy siempre al servicio.
Lo único que me escama
es que es un poco tarde ya para el suplicio.
Pero hablaré de prisa, aunque sea un vicio,
y se marchan ustedes a la cama...
y Dios les premiará su sacrificio.

El teatro es mi centro,
y bien puedo hablar de él, pisando firme;
voy, pues, a contar algo de aquí dentro,
a saludarles... y después, a irme.

El tema es siempre ameno,
y se pueden decir cosas curiosas:
voy a hablarles a ustedes de las cosas
que suelen ocurrir en un estreno.
La obra llega a las manos de la Empresa
o bien hecha de encargo o por sorpresa.
De la primera manera
rara vez la comedia llega entera,
porque el autor, a quien la Empresa asedia,
por ser de los probados y aplaudidos,
tiene siempre aceptados diez pedidos...
y nunca tiene escrita una comedia.
En el caso segundo,
cuando la obra se acepta y no se encarga,
porque el autor es nuevo en este mundo,
la comedia está entera, pero es larga,
y otras veces es corta; mas no importa,
porque el autor, si es corta, pues la alarga,
y si es larga, suspira y va... y la corta;
pues, aunque no se explica, ni concibe,
el que no es escritor escribe mucho,
y el escritor ya ducho,
ése, si puede no escribir, no escribe.
Dispuesta por completo la comedia,
se anuncia su lectura a los actores;
suele ser a las dos o dos y media,
la hora de los calores;
vienen todos dormidos, tan dormidos,
que ni recuerdan bien sus apellidos,
y avanzan por las calles soleadas
de dos en dos, o bien de cuatro en cuatro,
palpando con las manos las fachadas
hasta dar con la puerta del teatro.
Y es que no hay un actor del siglo veinte
que consiga dormir lo suficiente,
y sólo mientras leen los autores,
en la penumbra gris del escenario,
consiguen los actores
dormir alguna vez lo necesario.
Reparto de papeles. Discusión.
Trance que es siempre amargo,
pues todo el mundo quiere un papel largo...
y todos no lo son.
No existe ni una sola profesión
donde suceda lo que ocurre en ésta:
y es que cobrar sin trabajar molesta...
¿Tiene esto explicación?
El autor sufre... El empresario grita:
«¡Tenéis que haceros cargo!»
Y la primera actriz, la pobrecita,
no sufre ni se irrita...
porque tiene un papel así de largo.
Queda, al fin, el disgusto a flor de piel;
se separa otra vez la compañía
y se empieza a ensayar al otro día...
sin que nadie se sepa su papel.
Cuatro ensayos más tarde
un actor, sin querer, se aprende el suyo,
armando un buen barullo
con su alarde;
pero al día siguiente,
de improviso, el actor se ve atacado
de amnesia efervescente,
y cuando quiere hablar, se le ha olvidado
irremisiblemente.
En los primeros días nuestra gente
no estudia su papel, aunque sea poco,
porque hay tiempo de hacerlo suficiente;
y en los últimos días..., pues tampoco,
porque no hay tiempo materialmente.
Una semana en pleno desvarío
de compras y de gastos;
y aquí dentro hay tal lío,
de modistas, de telas, de tijeras,
de pelos, de papeles, de maderas,
de muebles y de trastos,
que la Empresa, como hacen las mamás
cuando lanzan al mundo un nuevo infante,
declara: «¡Éste y no más;
no estreno ya jamás
ni a Lope que del nicho se levante!»
(Aunque, como hace luego la mamá,
nunca cumple lo dicho, claro está.)

Se llega, al fin, a la última jornada,
que –como hay que llamarla de algún modo–
se llama: «ensayo general con todo»,
pero es ensayo general sin nada.
Falta siempre lo más imprescindible;
no traen los decorados prometidos;
va a ponerse una luz, y no hay flexible;
y, como ya coser es imposible,
se hace con imperdibles un vestido
y dos horas después ya se han perdido,
porque ésa es la misión del imperdible.
El estreno, por horas, se avecina;
se galopa, se suda, se trabaja
con verdadera inquina,
se manda a por bencina;
uno sube, otro baja
y todos piden sellos de aspirina.

La comedia le pesa al empresario
y le dice al autor que es necesario
cortar lo menos media;
el autor tiene un miedo extraordinario,
y quiere cortar toda la comedia.
Los actores, con gestos lastimeros,
le piden que no corte lo que importe;
que, si acaso, que corte
lo que hablan los restantes compañeros.
Y la primera actriz,
a la que todos creen tan feliz
mecida en una vida placentera,
mientras la peluquera
le hace tirabuzones,
forra en un rinconcito unos sillones
sentada en una estera.

Todo el mundo se queja de los pies
se encargan a docenas los cafés,
y el que tiene memoria suficiente,
se acuerda vagamente, en día veinte,
de que almorzó en su casa el día tres.
Y, en tal marimorena,
está de mal humor incluso el gato,
que no encuentra su plato
porque se lo han quitado para escena.
Y así, entre sinsabores,
y angustias, y esperanzas, y sudores,
dan las diez de la noche de aquel día,
y se enciende, por fin, la batería...
Silencio... Expectación...
Nervios deshechos ya por la emoción:
emoción siempre nueva, aunque es antigua.
La gente de aquí dentro se santigua...
¡Se levanta el telón!

Y desde ese momento,
ahí fuera hay con frecuencia diversión,
pero aquí dentro hay siempre sufrimiento...
A veces surge el triunfo, y otras veces
se bebe uno el frasco hasta las heces:
pero de esto es mejor no hablar siquiera,
ni tocando madera.
Del triunfo hay que decir que, por rotundo
que dicho triunfo sea,
siempre hay sabor amargo en la jalea,
pues nunca se da gusto a todo el mundo.
A partir de la noche del estreno,
el ambiente aquí dentro es más sereno;
pero aún no han concluido los apuros:
hay que estar sin salir del escenario;
esclavos del reloj y del calendario;
y hay que ver cuántos duros
ingresan a diario;
y hay que vivir pendientes del calor,
nuestro gran enemigo en los estíos:
y pendientes del frío, amigos míos,
pues nadie va al teatro con los fríos,
y se pierde un horror.
Y si llueve, muchísimo peor,
porque, ¿a ver quién se atreve
a salir de su casa cuando llueve?
Y cuando el tiempo es bueno, pues es malo,
y siendo hermoso es feo,
pues las gentes se marchan de paseo
y no vienen aquí ni con regalo.

En fin: que es un oficio el de la escena
que no vale la pena.
¡Palabra de mujer!
Si volviera a nacer,
y, si fuera la misma todavía:
con mi misma alegría
y mi modo de ser
y mi tipo y mi cara y mi nariz;
si volviera a nacer, como decía,
y si fuera la misma... ¡volvería
a dedicarme a actriz!

*

*

*

NUEVA YORK

 


Una ciudad con dos ríos.
Chinos, negros y judíos
con idénticos anhelos.
Y millones de habitantes,
pequeños como guisantes,
vistos desde un rascacielos.
En el invierno, un cruel frío
que hace llorar. En estío,
un calor abrasador
que mata al gobernador
–que es siempre un señor con lentes–
y a los doce o trece agentes
que llevaba alrededor.
Soledad entre las gentes.
Comerciantes y clientes.
Un templo junto a un teatro.
Veintitrés o veinticuatro
religiones diferentes.
Agitación. Disparate.
Un anuncio en cada esquina.
«Jazz-band». Jugo de tomate.
Chicle. «Whisky». Gasolina.
Circuncisión. Periodismo:
diez ediciones diarias,
que anuncian noticias varias
y todas dicen lo mismo.
Parques con una caterva
de amantes sobre la hierba
entre mil ardillas vivas.
Masas con fama de activas,
pero indolentes y apáticas.
«Estrellas», actrices, «divas»
y máquinas automáticas.
Oficinas sin tinteros:
con «Kalamazoos», ficheros,
con nueve timbres por mesa
y con patronos groseros
de cara de aves de presa.
Espectáculos por horas.
«Sandwichs» de pollo y pepino.
Ruido de remachadoras.
Magos y adivinadoras
de la suerte y del destino.
Hombres de un solo perfil,
con la nariz infantil
y los corazones viejos.
El cielo pilla tan lejos,
que nadie mira a lo alto.
Radio, Brigadas de Asalto.
Garajes con ascensor.
Cemento. Acero. Basalto.
Sed. «Coca-Cola». Sudor.
Prisa. Bolsa. Sobresalto.
Y dólares. Y dolor:
un infinito dolor
corriendo por el asfalto
entre un «Cadillac» y un «Ford».

*

*

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LA VIDA VULGAR

Yo tengo unas ansias muy inexplicables,
resistir no puedo la vida vulgar...
Yo tengo unas ansias muy inexplicables,
pero, a pesar de ello, las voy a explicar.
Quisiera perderme en el «océano»
a bordo de un yate francés o italiano;
quisiera, aun sabiendo lo difícil que es,
subir en dos saltos al monte «Everés»;
quisiera batirme a espada o a sable
con un conde ruso de sonrisa amable;
quisiera viajar en gasolinera
cantando una copla que aprendí en Utrera;
quisiera vivir un año en el Congo
con lo que me dieran de empeño del hongo;
quisiera poder ir a los teatros
llevando en el hombro subido un albatros;
pero nada de eso podré conseguir
según me ha anunciado ayer un fakir,
y, por más que sufra, me habré de aguantar
con seguir viviendo la vida vulgar...

*

*

*

JACINTO BENAVENTE

Pequeñito y agudo cual puñal florentino
(siempre tuvo solvencia el puñal de Florencia),
habla con voz muy baja, pero al hablar encanta.
Sólo pueden oírle los de oído muy fino.
Tenido por un sabio por los que no son sabios
el cual –si hacemos caso de las gentes ociosas–
está hecho con virutas de maderas preciosas.
Se ha dicho que es su rostro como el de Lucifer,
pero en tal semejanza, la verdad, yo no creo.
«¿Él» como Lucifer? ¡No, hombre, no! ¡Qué ha de ser!
Al lado de él, el Diablo no resulta tan feo.
Todo el mundo le cita por su nombre de pila;
se le conocería entre dos mil en fila.
Y es el único autor que ha hecho la extraña cosa
de cruzar el Atlántico con una mariposa.

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PARÍS

 


París... ¡París! Voilà Paris!
Asfalto azul y cielo gris
que se contempla vis-à-vis,
o, mejor dicho, tête-à-tête.
Aristocracia en flor de lis
hacia la Estrella y Saint-Denis.
Pueblo Burgués en La Villete.
Frauleins y niños. Y una miss
junto a una estatua del rey Luis
en un jardín. Voyons, Pierrette,
viens donc ici; ne sois pas bête!
Rue de la Paix. Hotel Claridge.
Puesto de libros. Casa Hachette.
Capas de piel de petit-gris.
Y en el «Casino» una vedette
mucho más vieja que el país,
a quien la gente llama «Mis-

tinguette».

*

*

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TODO ES TRES
Apuntad a esta verdad,
cabal entre las cabales:
todo es tres, y tres iguales
la Divina Trinidad;
las Virtudes Teologales,
Fe, Esperanza y Caridad;
y las cursis iniciales
que en las losas sepulcrales
expresan la Eternidad.
La división de los días;
los meses de una Estación;
las diversas trilogías
sin una sola excepción;
la edad (3-3) del Mesías
cuando su Crucifixión;
las Parcas, las tres Marías;
y las naves de Colón.
Las leyes de la prudencia:
el ver, oír y callar;
los miembros para formar
el tribunal que sentencia;
las bolas en el billar;
y las palabras, azar,
ocultismo o coincidencia,
que leyó la concurrencia
del Festín de Baltasar
Tres son las gracias, aquellas
estrellas de luz radiante
que Rubens pintó tan bellas
como fueron, tal vez, ellas;
aunque para ser doncellas
las exageró bastante;
y también son tres y estrellas
las que, en oro coruscante,
de un capitán muestran huellas
que aspira a ser comandante.
Tres, las soluciones sumas
que al hombre brinda el Eterno:
Cielo, Purgatorio e Infierno;
y los signos de uso alterno
de la Sibila de Cumas;
y los dedos del gobierno
calígrafo de las plumas;
los Mosqueteros de Dumas
y las Furias del Averno.
Tres los mayores trofeos
de arqueológico destino;
las Pirámides de Cheops,
de Chefrén y Micerino;
y los sátrapas caldeos
muertos por un asesino:
final que es tan imprevisto
como amargo hasta las heces;
y los Cismas y las Preces;
y los nombres que se ha visto
darle al Hermes Trimegisto;
y tres seguidas, las veces
que San Pedro negó a Cristo.
Tres, los metales fatales,
—plata, oro y cobre— los cuales
han causado inmensos males
siempre que fueron dineros;
y los jefes Comuneros,
cuyos rebeldes aceros
fueron también tres metales
fatales por lo mortales;
y tres, también, los brutales
y crueles compañeros
del «Vivillo» y del «Pernales».
Tres letras por sobrenombre
recibe el abecedario;
y otras tres las que dan nombre
popular a un gran diario;
tres son, sin que a nadie asombre
los tercios de un novenario,
los cables de un incensario
los enemigos del Hombre;
y las Cruces del Calvario.
Tres son, al menos, los pies
que ha de tener un asiento
para demostrar que lo es;
y los cerditos del cuento
del «Lobo feroz» inglés;
y asimismo, fueron tres
las estatuas de Ramsés
que en Egipto enterró el viento.
Tres, los seres que una cuna
reúne en torno, de fijo:
la madre, el padre y el hijo;
las provincias de Euskalduna;
los clavos de un crucifijo;
y las caras de la luna:
o, mejor dicho, las fases,
porque conviene hablar bien;
y los lados y las bases
que a un triángulo dan sostén;
y las diferentes clases
de los vagones de un tren...
si no hay hinchas futbolistas
aguardando en cada andén;
y tres los protagonistas
—contando la sierpe insana—
de la Historia del Edén
y cuya ambición sin tasa,
que hizo la orden de Dios vana,
les llevó a perder su casa
por querer una manzana.
Tres, en virtud de la tónica
de la ordenación canónica
son los votos que hace el Clero;
tres el número puntero
entre la gente masónica;
las arpas de la Sinfónica;
y los grados que, en enero,
pone por bajo de cero
el suave clima campero
de la Carpetovetónica.
Tres los paños de un dosel;
y las capas de una piel;
y los vientos de más hiél:
simoun, mistral y pampero;
las sílabas de Jardiel
(que es un rato majadero
mezclándose en el pastel)
y las noches que Luzbel
se le apareció a Lulero,
que al fin, le tiró un tintero:
según, al menos, contó él;
y los palos de un velero;
y las patas de un brasero;
las bocas del Can-Cerbero;
las verdades del barquero;
y las tribus de Israel.
Tres, las letras que el mercante
que naufraga da, anhelante,
«S.O.S.», al navegante
que acudirá a su tragedia;
tres, las partes que dio el Dante
a su «Divina Comedia»;
y tres... bueno: tres y media
las familias de la andante
gitanería ambulante
cuyo apellido es Heredia.
Tres, los tomos que hace impresa
«Las Moradas» de Teresa
de Jesús, la monja heroica;
las plazas de una calesa;
los minutos en que espesa
la salsa mayonesa;
y las hembras de alma estoica
que la tierra aragonesa
opuso a la paranoica
y torpe invasión francesa;
y los jacos de una troika
de Leningrado o de Odesa.
Tres son en el labrantío
las faenas del estío;
tres, las obras en que Talma
puso más talento y brío;
y en tres cosas siempre empalm
a el triunfo su poderío:
la lluvia, el calor, el frío,
la brisa, el tifón, la calma;
el mirto, el laurel, la palma;
la ermita, la fuente, el río;
los Enemigos del Alma,
y los naipes para un trío.
Tres las letras que, abreviando,
al insultar hacen vil;
y otras tres las que, pegando
al del insulto nefando,
tornan lo vil en viril;
tres son los hilos que, el blando
entrecruzado sutil,
y en el telar, trabajando,
usa la industria textil;
y tres las voces de mando
para el fuego de un fusil;
los afluentes del Sil:
y tres los avisos cuando
a algún torero, matando,
le echan un bicho al toril;
y las barras de un atril;
y los toros de Guisando;
y los picos del perfil
de un tricornio, exceptuando
los de la Guardia Civil,
que son dos no sé por qué,
aunque ya me enteraré
pues la cosa me interesa;
y tres son —o hay gran sorpresa—,
las hojas del trebolé,
que es como el trébol se expresa
en la canción montañesa;
y los hijos de Noé:
y tres, los gramos que pesa
—plato incluido— un bisté
de restauran! o café,
lo cual deja estupefactos:
y tres los únicos actos
que a una obra concede, exactos,
la Preceptiva francesa;
y las veces que se ve
sentarse al día a la mesa
a la gente —siempre obesa—,
de apetito y de parné:
pues, aunque es útil y amena,
la costumbre no es barata
ni hecha a base de patata,
de col o de berenjena:
y yo añado que ni buena,
porque la cena envenena
—según Avicena— y mata...
¡y aun diciéndolo, Avicena
fue por culpa de una cena
por lo que estiró la pata!
En fin —y como postdata,
que es la palabra más grata,
para el lector de esta lata,
al que doy mi enhorabuena:
tres metros de tela estrena
todo el que estrena una bata;
tres son los bajos de arena
que rodean cabo Gata;
las semanas de carena
que exigía una fragata;
y las mulas en reata;
y tres las hijas de Elena.
En el mundo, finalmente,
todo es tríptico, y tres es.
Y hasta matrimonialmente;
porque si un tiempo después
de la boda, es evidente
que ella anda dando traspiés
y que él no anda diligente,
¡pues al final, fatalmente,
será una regla de tres!

*
*
*




LA PREGUNTA INÚTIL

El perro sufre... El perro padece:
es fácil presa
de innumerables miedos: y muy frecuentemente
está enterrado el perro; dando diente con diente,
cuando humilde, se mete debajo de la mesa...
Por fortuna, confía desde que era pequeño
en su dueño, en el amo al que cree de hierro
e invencible... y por eso concilia sólo el sueño
junto al amo: y entonces se queda como un leño.
Mas por desgracia, en cambio, ¡hay tanto infeliz perro
que vive sus terrores a solas y sin dueño!
Sí... Ese adorable ser, el más puro que existe,
cuyo amor es constante, y es igual noche y día,
y cuyo mayor goce es nuestra compañía:
por lo que a separarse con dolor se resiste,
ese gran camarada, ¡aun en plena alegría,
tiene en sus dulces ojos una mirada triste...!
Y es que el perro —el canino, que es mucho más hu[mano
que el humano— porque éste es realmente el canino,
ese paciente amigo,
ese entrañable hermano,
cuyo pobre cerebro sólo recibe oscuras sensaciones,
¡soporta un brutal torbellino
de diarias, terribles y angustiosas torturas!
¿Por qué? ¿Por qué obligar al perro a tal destino?
¿Por qué hacer que padezca sufrimientos sin tino
ese noble animal que destila dulzuras?
¿Por qué? ¡Dime! ¿Por qué, Señor de las alturas?
Pero nada contesta el Hacedor divino...
Se calla. Es la más cómoda de todas las posturas.

*
*
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JOSE SERRANO

 

Valenciano, serrano, delgado y bigotudo.
Es lírico, muy lírico, y acaso un poco rudo.
Cada doce o quince años se yergue su figura,
viene a Madrid de prisa, hace una partitura,
la estrena, se la aplauden, la cobra, se la gasta,
le entra una gana enorme de camorra y de gresca,
y se va en un tren mixto, maldiciendo su casta,
a un pueblo valenciano «a ver lo que se pesca».
Es un hombre que huye —como si fuese el coco—
de todo el que le dice que trabaja muy poco;
y como esto lo dice todo aquel que le nombra,
se pasa la existencia huyendo de su sombra.
Y por si no tuvieseis aún bastantes datos,
agregaré que basta para verle afligido
decirle estas palabras: «La venta de los gatos».
Y no añado otra cosa, porque ya he concluido.

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LOS HERMANOS QUINTERO
Es uno, mas son dos, porque son dos en uno.
¿Dónde está su principio? ¿Dónde se halla su fin?
Todo rima en su arte andaluz y moruno.
Hasta sus nombres riman, porque acaban en «in».
Uno empieza una frase y el otro la concluye;
se ceden cortésmente el turno para hablar;
si el uno a algo se escapa, el otro también huye.
Uno dice: «Al trabajo», y el otro: «A trabajar».
En ellos el «acento» se «acentúa» lo mismo
que en los meses de agosto se acentúa el calor.
Mas los dos olvidaron su día de bautismo,
y es frecuente que digan: «No me acuerdo, señor...»
En sus obras hay siempre una niña andaluza,
que en los primeros actos ríe y canta al salir;
luego, en el tercer acto, la tragedia que cruza,
y la niña que llora y que vuelve a reír.
Lo fraterno es su lema y el teatro es su afán.
Están en todas partes, como Dios. ¡Ahí están!

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CARLOS ARNICHES
«Es el rey del sainete» —se susurra al pasar—,
y él pasa —largo y alto— sin oír ni mirar,
y no mira ni oye porque vive en la altura.
(Hay que advertir que tiene dos metros de estatura.)
Los actores, el día que manda convocarlos
a «una lectura» nueva, se alegran ipso facto,
y se abrazan, gritando: «¡Hoy va a leer don Carlos!»,
mientras la Empresa gime: «¡No traerá más que un acto!»
Escribe poco y bueno. Si acierta es una mina:
corre el oro en taquilla en forma de cien llenos.
Mas cuando se equivoca se arma una sarracina
de cuatro mil doscientos ochenta sarracenos.
«¡Le ríe el alma a este hombre!» —he oído siempre yo
al ocupar mi sitio en las noches de estreno.
«Le ríe el alma a este hombre.» Le ríe el alma... ¡Bueno!
Debe reírle el alma, porque la cara, no.
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MIS RAZONES PARA HABLAR DE PRISA

¡Oh! ¡Destino, que riges el ritmo de mi vida!
¡Oh! ¡Destino, que das el tono a mi existencia!
Dicen que hablo de prisa, cualidad maldecida,
que hace que el radioyente, pierda tiempo y paciencia.
¿Por qué no me das tú la calma necesaria
que tuvieron San Luis, el Santo Job y Arcadio?
¿No ves que estoy jugándome la vida a la contraria
cada vez que me toca conferencia en la Radio?
Yo, que quisiera hablar con claridad de cielo,
por lo visto, estoy siendo un as en el camelo,
y, según es costumbre en esta clase de ases,
me meriendo y digiero el final de las frases.
Dame tú claridad en la pronunciación
cada vez que me toque actuar en la emisión,
y si no claridad para excitar la risa,
dime al menos la causa de por qué hablo de prisa.

http://jardielponcela.blogspot.com/



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