El hebreo — Parte 1
Introducción:
Como no existe ningún autógrafo —manuscrito
original— ni copias enteras de la Biblia hebrea antes del siglo X a.C.,
dependemos de los descubrimientos de Qumrán (1947) para tener a la vista cómo
era el texto hebreo y su escritura entre el 200 a.C. y el 68 d.C. El libro de
Isaías y algunos fragmentos de los otros libros canónicos nos sirven para
conocer mejor la gramática, la ortografía y la grafía del hebreo en tiempos del
Jesús. Documentos anteriores a estos manuscritos, solo los tenemos en forma de
inscripciones sobre óstraca o cacharros (p.ej., el calendario de un agricultor
encontrado en Guezer, del siglo X a.C.) y en piedra (p.ej., la inscripción
tallada en el túnel de Siloé, del siglo VIII a.C.). Por medio de ellos nos enteramos
del tipo de escritura del hebreo desde el 1000 a.C. hasta más o menos el siglo
IV a.C.
Por Edesio Sánchez Cetina
La escritura
El hebreo, en sus varias grafías, es heredero
del alfabeto desarrollado en Fenicia. A esa escritura se la conoce como «escritura
hebreo-fenicia». El calendario de Guezer y la estela moabita (850 a.C.) tienen
ese tipo de escritura. El ejemplo que sigue muestra la grafía tal como aparece
en esas inscripciones:
a b g d h w z j f y k l m n s
[ p x q r c t
La escritura cursiva, como se muestra arriba,
es la que muy probablemente usaron los escritores bíblicos. La escritura
«cuadrada» o asiria —tal como la llama el Talmud— es de origen arameo. Este es
el tipo de escritura que se empezó a usar a partir del cautiverio babilonio. La
grafía cuadrada, como era de esperarse, sufrió varias transformaciones al
correr de los siglos. Por ejemplo, las formas finales de algunas letras como la
«m» y la «f» empiezan a aparecer en el período ptolemaico en el siglo III a.C.
Este es el tipo de escritura que aparece en la mayoría de los manuscritos del
Mar Muerto (Qumrán).
El hebreo y su lugar
entre las lenguas semíticas
En el capítulo 10 de Génesis se ofrece la
lista de los idiomas semíticos que se desarrollaron en el Asia sudoccidental.
Estos idiomas se dividen en dos grupos (véase el cuadro abajo):
·
Como se puede notar en la gráfica, el hebreo
pertenece a la rama cananea de los idiomas semíticos. Todos estos idiomas
comparten las mismas peculiaridades lingüísticas: preferencia de las raíces
triliterarles, dominio de las consonantes en su escritura, muy poca
aglutinación en la formación de palabras y simpleza en la estructura de la
oración.
·
El gran biblista francés Georges Auzou
(108-109), escribiendo sobre las características del hebreo —que comparte por
supuesto con sus lenguas hermanas—, dice así en forma clara, con una que otra
afirmación no muy feliz:
·
Esta lengua es ruda y vigorosa. Predominan en
ella las consonantes duras y graves, los sonidos guturales, sordos y enfáticos.
El hebreo tiene más pasión que armonía, más energía que gracia. Es más adecuado
para lo sagrado que para la estética; es más cultual que cultural.
·
Pero tiene también sus bellezas y no carece
de solemnidad y grandeza. Es una lengua muy a propósito para «clamar a voz en
cuello» (Is 58.1), como harán muchos profetas, puesto que ellos oían también
«rugir» a Yahvé (Am 1.2; Jer 25.30). La rústica lengua hebrea es capaz de
cantar cánticos vigorosos e impresionantes, es capaz de expresar brillantemente
la alegría y profundamente el dolor. Por lo demás, no le resulta imposible
expresar sentimientos delicados. El fino genio israelita supo hacer tañer de
múltiples maneras, a veces maravillosamente delicadas, el rudo instrumento de
la lengua hebraica.
·
El hebreo es sencillo y pobre. Su vocabulario
es reducido. Tiene pocos nombres o verbos compuestos. Muy pocos adjetivos. Sus
medios de sintaxis son mediocres: el hebreo tiene algunas partículas de
subordinación; pero siente especial predilección por utilizar el recurso más
sencillo, la coordinación. Frecuentísimamente, las oraciones están yuxtapuestas
y van unidas por una «y» que se repite y se repite sin cesar, y que reemplaza a
nuestras conjunciones de subordinación y coordinación. El traductor deberá
preguntarse a menudo si debe contentarse con mantener esa serie de oraciones
independientes o si deberá construirlas según las leyes y con los medios, más
complejos ya, de nuestras lenguas modernas…
·
La lengua hebrea, finalmente, es concreta y
dinámica. Esto se lo debe, sobre todo, al genio hebraico. Aunque todas las
lenguas, en sus comienzos, fueron un lenguaje de los sentidos, el hebreo lo ha
seguido siendo de manera muy vigorosa. De ahí la viveza y carácter directo de
todo lo que se dice en hebreo. Predominan, los verbos de movimiento. No existe
el verbo «haber». El verbo «ser» es activo y significa «existir eficazmente».
·
Los tiempos de los verbos no son tanto
verdaderos tiempos cuanto «aspectos» de la acción, según que esta sea única o
reiterada, según que sea instantánea o se prolongue. La distinción no se hace
tanto entre el pasado, el presente y el futuro, cuanto entre lo «acabado»
(perfecto) e «inacabado» (imperfecto).
El hebreo, lengua rica en imágenes animadas,
lengua de orden mucho más auditivo que visual, carece —más que ninguna otra lengua—
de términos abstractos, y es radicalmente inepta para expresar ideas generales.
El hebreo es un magnífico instrumento para traducir la percepción sensible.
Tiene cualidades admirables para la expresión poética. Pero es insuficiente o
desmañado para analizar y exponer una reflexión, para definir y explicar.
En el Antiguo Testamento, al hebreo se lo
conoce como «lengua de Canaán» (Is 19.18) y, más comúnmente» como «lengua de
Judá» o «judío» (Neh 13.24; Is 36.11) y nunca como «hebreo». En el Nuevo, en cambio,
sí aparece «hebreo» como nombre del idioma (Jn 5.2; 19.13; Hch 21.40).
El abecedario o alfabeto hebreo tiene 22
letras, y todas son consonantes. Las conocidas como begakefat (b, g, d, k, f, t) tienen dos sonidos, fricativo y oclusivo (b-v,
ge-ga, d-dh, j-k, f-p, th-t). Otras letras como la alef y la ayin no tienen
sonido correspondiente en castellano.
El hebreo — Parte 2
Sintaxis: Tal como se ha indicado en la cita de Auzou, la sintaxis hebrea
prefiere la coordinación o concatenación de oraciones por medio de la secuencia
conocida como vav-coversivo o vayiqtol («imperfecto convertido»), manifiesta en las traducciones
literales con la presencia de la conjunción «y». A este tipo de sintaxis se la
denomina parataxis en contraposición con la hipotaxis que presenta
subordinaciones y secuencias más complejas, como sucede con el griego. Por eso
se dice que la narración hebrea es sencilla y de estilo popular.
Por Edesio Sánchez Cetina
Peculiaridades
lingüísticas del hebreo
El orden de las
palabras en la oración común
De acuerdo con la lingüística moderna, los
idiomas del mundo pueden clasificarse considerando el orden que sigue la
oración más común y normal usada en el habla y en la escritura cotidiana. Es
decir, ¿qué orden siguen el verbo (V), el sujeto (S) y el complemento (0)?
Muchos idiomas siguen el orden SOV (por ejemplo, el alemán); otros, el orden
SVO, como es el caso del castellano; otros como el griego siguen el orden VOS;
otros siguen el orden VSO como el hebreo. La lista anterior no cubre todas las
posibilidades, pero sí las más comunes.
De tal modo que si en el hebreo encontramos
una oración así: «Vino palabra de YHVH a Jonás» (Jonás 1.1), ¿cuál será la
manera de hacerlo en una expresión natural castellana?: «El Señor le habló a
Jonás». Las traducciones formales o más literales como la RVR-60 mantienen la
secuencia normal del idioma fuente (el hebreo), pero no el sentido natural de
la oración como debería ser en castellano (el idioma receptor).
En Génesis 50.25 el orden hebreo natural de
las palabras es: «Visitando visitará Dios a ustedes». Sin embargo, no hay
traducción castellana, por más formal que sea con una traducción así. Por
ejemplo, RVR-60 dice: Dios ciertamente os visitará. La DHH dice: En verdad, Dios vendrá a ayudarlos. Tanto RVR como DHH siguen el orden natural del castellano. Ambas
versiones reflejan la intensificación de la acción tal como debe ser en
castellano, y que en el hebreo se manifiesta en la duplicación del verbo (al
indicativo lo acompaña el infinitivo absoluto).
Jueces 3.28 es otro buen ejemplo del orden
normal en hebreo: «Porque entregó YHVH a vuestros enemigos los moabitas en
vuestras manos». RVR dice: porque Jehová ha entregado a vuestros
enemigos los moabitas en vuestras manos. DHH
traduce: el Señor les daría la victoria sobre sus
enemigos los moabitas.
Tenemos en Jueces 4.6 otro tipo de oración
que permite, en cuanto a orden sintáctico, varias posibilidades en castellano.
La traducción de RVR-60 sigue el orden del hebreo, y a la vez produce una
oración satisfactoria en castellano: ¿No te ha mandado Jehová Dios de
Israel…? DHH da una buena alternativa: El
Señor, el Dios de Israel, te ordenó lo siguiente.
Desviación del
orden común
Cuando en nuestra lectura del hebreo
encontramos oraciones donde no se sigue ese orden común, lo más natural es
preguntarnos ¿por qué? Por lo general, el cambio de orden se da entre el Verbo
y el Sujeto. ¿A qué se debe este cambio en el orden?
En la narrativa, el cambio de orden
sintáctico responde en muchos casos a la necesidad de introducir en la secuencia
narrativa alguna cláusula parentética (disyuntiva) con el propósito de hacer
una explicación sobre algún personaje o acción (Gn 37.3; 39.1; Jue 16.20), para
indicar un contraste (Gn 1.5), para describir una circunstancia contemporánea
(1 S 17.41) o anterior a la acción de la oración precedente (Gn 31.34; 39.1).
En otros casos, a manera de énfasis, para marcar el inicio o final del clímax
de la trama de una narración (Jue 3.12-30; en los vv. 19-20 y 24, 26 se hace la
ruptura cambiando el orden normal de la oración). En los siguientes ejemplos
podremos ver toda una variedad de razones, por qué el narrador hebreo ha dejado
el orden normal para variar la sintaxis. A partir de estos ejemplos, podremos
ver, también, por qué es esencial que la traducción del hebreo al castellano
haga la transformación lingüística adecuada para una mejor comprensión del
sentido original de la oración.
En Génesis 31.38 Jacob, enfadado con la
excesiva «metalización» de su suegro, le lanza una expresión donde el cambio de
orden manifiesta clara intención enfática: la indicación explícita de los
animales que posee Labán. RVR-60 traduce así: tus
ovejas y tus cabras nunca abortaron. Por ser esta una traducción formal o
literal, se sigue el orden y la forma del hebreo, y de ese modo se pierde el
peso enfático que se quiso dar en hebreo. La razón principal es que, a
diferencia de lo que sucede en hebreo, la secuencia que tiene RVR-60 resulta
ser la sintaxis común del castellano. Para el lector que no conoce la gramática
hebrea, esta traducción no le dice nada sobre la intención enfática de la
composición hebrea. La mejor forma de lograr el énfasis del hebreo en
castellano es presentando una traducción similar a la que sigue: «Cuidé de tus
animales con tanto esmero que tus ovejas y tus cabras nunca abortaron». La
traducción más adecuada es aquella que logra reproducir en el idioma receptor
el mismo énfasis o impacto que se logró en la forma peculiar hebrea. La DHH,
reconociendo quizá el cambio de orden en el hebreo para énfasis, tradujo al
castellano cambiando el orden normal de la oración castellana: nunca
abortaron tus ovejas ni tus cabras.
Otro ejemplo de cambio de orden por énfasis
está en Génesis 41.16. Se coloca el sujeto primero para insistir en que es Dios
y no José el verdadero actor de la respuesta al Faraón. La RVR-60 al traducir
esta oración sigue el orden exacto del hebreo: Dios
será el que dé respuesta propicia a Faraón. Al
verterse la oración al castellano el traductor no ofrece al lector u oyente la
fuerza enfática que se dio en el hebreo. DHH dice: pero
Dios le dará a Su Majestad una contestación para su bien. El «pero» pasa a ser en DHH la marca del énfasis. Podría también
marcarse el énfasis en castellano diciendo: «Será Dios mismo quien dé al Faraón
la respuesta propicia».
En los dos ejemplos anteriores, el énfasis
logrado por el hebreo —sujeto primero— no se puede reproducir en castellano si
solo se recurre al orden de las palabras. Por ello la traducción formal de RVR
no solo hace perder el énfasis, sino que confunde al lector castellano. Tal
como está la traducción parecería que el hebreo tiene un orden distinto al que
reproduce la RVR. El traductor deberá descubrir la mejor manera de traducir el
énfasis en su propio idioma. Algunas veces, como en castellano, habrá que
recurrir a otras posibilidades ajenas al orden de las palabras.
Por razones de énfasis, también se cambia el
orden colocando el objeto o complemento al principio de la oración: «Mi
aflicción y el trabajo de mis manos vio Dios» (Gn 31.42; véanse también Gn
42.18; Jue 13.22). La traducción de RVR-60 cambia el orden del hebreo para
reflejar la sintaxis normal del castellano, y así pierde el impacto y énfasis
que el hebreo logró dar al cambiar, precisamente, el orden sintáctico
normal: Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham y
temor de Isaac, no estuviera conmigo, de cierto me enviarías ahora con las
manos vacías; pero Dios vio mi aflicción y el trabajo de mis manos, y te
reprendió anoche. La TLA ofrece una opción más feliz al
transformar el orden del versículo así: ¡Qué
bueno que el Dios de mi abuelo Abraham me brindó su ayuda! El Dios de mi padre
Isaac fue bueno conmigo, pues me vio cansado y afligido, y anoche te reprendió.
Si Dios no lo hubiera hecho, tú me habrías despedido sin nada.
La presencia de los pronombres personales en
la oración debe considerarse también como cambio en el orden normal. Por
ejemplo, la presencia formal (como ente separado del verbo) del pronombre
personal como sujeto en la oración es ya de suyo enfático, no importa el orden.
En este caso, lo enfático no se da por el cambio de orden sino por la presencia
de un pronombre personal (véanse Jue 8.23; 9.23). Además, en el caso del
pronombre en tercera persona, el cambio en el orden de los componentes
importantes de la oración, responde no a una intención de énfasis sino para
evitar el uso de la construcción del vav
consecutivo cuando el verbo que sigue no marca un
evento del mismo valor temporal que el anterior. Esto se da sobre todo cuando
se inserta una cláusula circunstancial o explicativa (véanse, como ejemplos,
Jue 3.26; 6.5; 15.14).
Otro cambio de orden que no necesariamente debe considerarse como enfático es
la iniciación de la oración con el “S” Dios. Esto probablemente responda a la
psicología religiosa que reconoce el lugar dominante de Dios. Esto ocurre sobre
todo en el contexto de bendición: «Y el Dios omnipotente te bendiga» (Gn 28.3;
véanse también 43.14, 29; 1 S 1.17; 24.20). Sucede también en contextos de
teofanía: «El Dios de tu padre me habló anoche diciendo» (Gn 31.29; véase
también Gn 48.3; Jue 13.6).
Un cambio de orden no enfático se da también
con la presencia de algunos verbos; especialmente los de movimiento y
conocimiento. En estos casos también el sujeto aparece en primer lugar en la
oración: «Los hijos de Jacob vinieron del campo» (Gn 34.7; véanse también Gn
42.10; Jue 3.20; 4.14).
El traductor y el exégeta deberán no solo
estar consciente de estas peculiaridades del hebreo, sino también de cómo se
presentan estas en el idioma receptor.
Expresiones
idiomáticas
Las expresiones idiomáticas son
particularmente importantes en la traducción y la exégesis, ya que ellas
ofrecen su sentido más allá de la simple consideración del orden de palabras.
Es decir, una traducción literal de esas expresiones da al traste con el sentido
querido por el escritor bíblico. Veamos algunos ejemplos:
En Jonás 1.2 aparece la expresión: Levántate
y vete a Nínive. Esta es una traducción literal del
hebreo, y es como lo traduce RVR-60. La secuencia hebrea es la manera común de
dar la idea de urgencia. La DHH logra indicar ese sentido de urgencia de la
expresión hebrea al verterla de la siguiente manera en castellano: Anda,
vete a… Nínive. Otra manera de decirlo es: «Vete de
inmediato a Nínive». La TLA logra el énfasis al colocar la expresión entre
signos de admiración: ¡Levántate, ve a la gran ciudad de Nínive!
La expresión hebrea shub
shebut aparece unas 26 veces en el Antiguo
Testamento. En RVR-60, siguiendo una traducción literal o formal, aparece
así: haré volver a los cautivos (Jer 48.47; véanse también 29.14; 30.10). Si comparamos esta
traducción con la de DHH (de igual modo NVI), una traducción más dinámica e
idiomática, de inmediato nos damos cuenta de que hay algo más en el significado
de la frase que una traducción literal: cambiaré
la suerte. Un estudio cuidadoso de esta expresión en
todos los contextos donde aparece sugiere que la mejor traducción no es la
literal (p. ej. Sal 14.7) «de hacer volver del cautiverio», sino la inversión
de una situación negativa de penurias a la restauración de una situación mejor,
de paz y abundancia. El actor principal es siempre Dios (Babut: 222-223).
El tercer ejemplo es la expresión milé
ajrey YHVH («llenar detrás de Yavé»). Como se ve,
la traducción literal es imposible de comprender, por ello, ni las traducciones
más literales siguen este principio. RVR-60 en Deuteronomio 1.36 dice: ha
seguido fielmente a Jehová. La traducción de la DHH es similar, y
la de la TLA, dice prácticamente lo mismo pero de diferente manera: Caleb
fue el único obediente… Los siguientes textos también ofrecen
ejemplos de cómo traducir y entender la expresión hebrea: Números 14.24; 32.11;
Josué 14.8, 9, 14; 1 Rut 11.6. Un repaso de los varios contextos en los que
aparece la expresión nos permite reconocer que se puede entender de diferentes
maneras: «sin reservas», «sin fallar», «completamente», «con todo el corazón»
(Babut: 193-195).
La repetición de
palabras en hebreo
A diferencia del castellano, en hebreo la
repetición de palabras sirve, entre otras formas, para expresar el superlativo:
Las expresiones constructos (singular y plural) «Cantar de los cantares» y
«Dios de dioses y Señor de señores» son ejemplos de ese tipo de uso en hebreo.
Por desgracia, la mayoría de las traducciones al castellano siguen la
traducción literal, evitando así comunicar la intención superlativa del hebreo.
Una traducción más natural en castellano sería: «La canción más sublime» y
«Dios supremo y soberano».
En algunas circunstancias, la repetición de
palabras expresa dualidad: «mi ojo, mi ojo» (Lm 1.16). La traducción más
natural en castellano sería: «mis dos ojos» o «mis ojos» como en DHH. Por otro
lado, la repetición de palabras en hebreo se usa para expresar algo repetitivo:
«día, día» (Gn 39.10; Is 58.2). En castellano lo más natural sería decir: «cada
día» o «diario». Un cuarto uso de la repetición de palabras es para expresar
continuidad: «generación, generación» (Ex 3.15). En castellano la expresión
sería: «por todos los siglos», «para siempre». Finalmente, la repetición de los
verbos sirve para señalar una intensificación de la acción. Por lo general, la
forma conjugada del verbo aparece acompañada del infinitivo absoluto del mismo
verbo (Gn 50.25; Dt 15.8). En castellano se logra el mismo efecto al acompañar
el verbo con un adverbio o expresión adverbial: «abrirás bien tu mano».
Superlativo
En párrafos anteriores se señalaba que el
superlativo se logra en hebreo por medio de la repetición de palabras en
expresiones como «Cantar de los cantares». Como se indicó, esta no es la única
manera de indicar el superlativo en hebreo. Otra forma de expresarlo es
acompañando el elemento que se quiere marcar con la expresión «de Dios». Esta
forma idiomática propia de los idiomas semíticos ha traído problemas de
comprensión y traducción de varios superlativos hebreos, tergiversando su
sentido, y dándole otros que causan hasta problemas doctrinales. Quizá el caso
más problemático sea el de Génesis 1.2. En ese versículo aparece la expresión ruaj
Elohim. Como es una cláusula constructa, la
traducción casi literal (presente en una gran cantidad de versiones) es:
«Espíritu de Dios». Digo casi literal, porque ruaj tiene como traducción básica, de acuerdo con los léxicos, la
palabra castellana: «viento». Si se considera la expresión hebrea como forma
superlativa, la traducción más natural sería: «un viento muy fuerte» o «viento
poderoso». La expresión «de-dios» es una forma propia del hebreo para marcar
superlativo. Véanse los siguientes ejemplos:
En Éxodo 9.28, RVR-60 traduce así: Orad a
Jehová para que cesen los truenos
de Dios y el granizo, y yo os dejaré ir, y no
os detendréis más «Truenos de Dios» o «voces de dios»
(una traducción más literal del hebreo) debe traducirse al castellano en su
correspondiente superlativo: «truenos», simple y llanamente, como en DHH y TLA,
o «poderosos truenos». En Salmos 36.7 aparece la expresión «montes de Dios»
(RVR-60). Esa misma expresión aparece traducida en DHH de la siguiente manera:
«grandes montañas», señalándose así el sentido querido por el escritor hebreo
al usar la expresión «de-dios». La línea que sigue apoya el uso del superlativo
en la expresión «montañas de dios» al colocar en forma paralela la frase:
«abismo grande». En Salmos 68.16 tenemos un ejemplo similar. Jonás 3.3 es,
quizá, el mejor ejemplo de cómo la forma constructa «de-dios» manifiesta el
superlativo. En ese versículo aparece la expresión: «ciudad grande de
dios/dioses». Hasta la RVR-60 considera esa expresión como superlativa y la
traduce así: «ciudad grande en extremo».
El arameo
El arameo es el idioma del cual se tiene la
más completa y mejor información que cualquier otro de los idiomas que forman
la subfamilia semítica noroccidental —hebreo, fenicio, ugarítico, moabita,
amonita y edomita. Las pequeñas porciones del texto arameo que tenemos en la
Biblia (Dn 2.4—7.28; Esd 4.8-68 y 7.12-26; Jer 10.11; Gn 31.47 [dos palabras] y
algunas palabras y frases aisladas en el NT) no permiten, a menudo, reconocer
la enorme importancia de este idioma para los estudios bíblicos y para un mejor
conocimiento del contexto histórico y político de los años que van del 600 a.C.
al 700 d.C. En esa época, el arameo era el principal idioma usado para las
transacciones comerciales, políticas y literarias. Fue el idioma principal de
Palestina, Siria y Mesopotamia en la etapa formativa del cristianismo y del
judaísmo rabínico.
Jesús y sus discípulos, de acuerdo con los
relatos de los Evangelios, hablaron arameo. Partes de los libros más tardíos de
la Biblia hebrea, así como algunas porciones de los Evangelios y del libro de
Hechos son, de acuerdo con algunos investigadores, traducciones de documentos
arameos originales; y aun si no fueran traducciones, la influencia aramea en
esos textos griegos no se puede poner en duda. El hebreo bíblico tardío y el
hebreo rabínico manifiestan una profunda influencia aramea tanto en su
vocabulario como en su gramática.
Dos de las traducciones más importantes de la
Biblia hebrea —la Peshita siríaca y los Targumes judíos— son arameas; lo mismo
se puede decir de una importante porción de la literatura rabínica. En arameo
están, también, todo el cuerpo literario del cristianismo siríaco y la
literatura de los mandeanos (una secta gnóstica no cristiana del sur de
Mesopotamia). El árabe gradualmente ocupó el lugar que antes ocupaba el arameo
después de la conquista musulmana, por el año 700 d.C. El día de hoy existen
pequeños grupos de habla aramea tanto en los Estados Unidos como en el Asia
Menor.
Para un estudio más expedito del arameo, el
conocimiento del hebreo es esencial, debido a la cercanía lingüística de ambos.
Prácticamente en todas las partes de la gramática (fonética, morfología y
sintaxis) existen semejanzas en ambos idiomas, sin embargo existen diferencias
notorias. Por ejemplo, en la morfología, mientras que en el hebreo el plural
masculino se señala con la letra mem al final de la palabra, en el arameo se
marca con la letra nun. En el caso del plural femenino, la tau reemplaza a la nun. También se
notan diferencias importantes en la formación de los distintos temas verbales.
En cuanto al orden de la oración (sintaxis), el arameo antiguo sigue la
secuencia del hebreo: VSO (verbo-sujeto-objeto), el cambio ocurrirá en períodos
tardíos cuando el orden será: SOV.
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Bibliografía
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