EL USO DE LA MÚSICA EN EL TRÁNSITO DEL REINO A LA REPÚBLICA
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El presente trabajo destaca cómo la música generada durante
el proceso de emancipación tuvo su origen en un corpus sonoro tradicional que
empieza a ser perseguido durante la segunda mitad del siglo XVIII debido a las
nuevas formas de pensamiento de los borbones; la manera cómo este corpus con su
carácter discordante se tornó propicio para injertarse en las letras a favor y
en contra del movimiento de insurrección iniciado en 1810; y, finalmente, cómo
algunos de sus versos contenían el germen del antiespañolismo que
posteriormente sería utilizado por el naciente Estado mexicano como medio para
generar identidad entre sus habitantes.
En el artículo
de 1947 titulado “Mariano Elízaga y las canciones de la Independencia”, Gabriel
Saldívar afirmaba que la música había sido un instrumento efectivo por parte de
la insurgencia para la difusión de sus ideas:
[…] quizá sin
saberlo ni quererlo, los que se ocupaban de componer himnos, marchas y cantos,
contribuían grandemente a su causa y lograban por ese medio infundir horror en
los dirigentes del bando contrario. El aprovechamiento del efecto psicológico
de la música unida a la rima había sido llevado a su extremo, excitando los
sentimientos de patria y libertad, era música que se hacía para servir a todo
un conglomerado; se le entregaba para que, al adueñarse de su espíritu, le
estimulara aquella sensibilidad y lo hiciera arder en llamas de emancipación y
la letra al fijarse en su cerebro a base de continuas repeticiones le obligará
a amar la liberación tan deseada.1
Es evidente que
el texto estaba permeado por la visión tradicional en torno a las causas del
movimiento de emancipación, el cual consideraba que todos los mexicanos se
habían levantado en armas para vengarse de los ultrajes que los españoles
habían cometido durante los trescientos años de dominio sobre estas tierras.2 No en vano,
conceptos como patria y libertad eran bastiones que justificaban a un
movimiento que la historia oficial consideró independentista desde su génesis.
Saldívar no
logra dar cuenta de cómo se fueron construyendo esos sentimientos de “patria y
libertad en la población novohispana”, aunque es claro para él, que las
“continuas repeticiones de la música y sus letras” se fueron adueñando de su
espíritu, y como resultado, les hicieran arder en las “llamas de la
emancipación”. Las nuevas interpretaciones históricas, no obstante, han
demostrado que la lucha empezada en 1810 tuvo múltiples aristas y que no todos
sus actores compartían los mismos propósitos, aunque todos escucharan la misma
música con letras “sediciosas”.
El musicólogo
también afirma que “se escogió la música popular, [y] las melodías de las
canciones que común y corrientemente se entonaban en todas partes.”3 Sin embargo,
no toma en cuenta que esa misma música fue utilizada por el bando contrario
para propagar sus propias rimas. Tampoco llega a explicar si “la música unida a
la rima” fue creada al momento de la lucha, ni los mecanismos que operaron para
realizar esa transmisión, o si fue momentánea o tuvo alguna trascendencia en el
naciente Estado mexicano.
Es indudable que
la música es un conducto para apoyar un levantamiento o, un instrumento para
restarle legitimación. Sin embargo, no eran precisamente las canciones
populares del momento, ni las letras sediciosas de las mismas lo que había
generado una afinidad con la insurgencia, que por lo demás no resultaba del
todo clara, ya que el simple hecho de escuchar canciones no garantizaba el
surgimiento de una identidad protonacional. Es seguro que esta afinidad, por lo
demás inconsciente, provenía de la audición de las líneas melódicas
tradicionales enquistadas en la mentalidad de generaciones. Una afinidad cultural que en contextos
específicos, como la fiesta, congregan a grupos de personas con gustos
compartidos, aunque estos no sean permanentes, pero que se mezclan con
expresiones de corte ideológico o político, por mencionar algunos.
Pero, ¿qué pasa
cuando no hay partituras donde se pueda examinar la música del periodo como el
aquí descrito, por tratarse básicamente de tradición oral? Es evidente, y así
lo han hecho notar diversos trabajos procedentes de variadas disciplinas, que
los estudios musicales no deben encuadrarse en el análisis de la música en sí.
El hecho musical tiene que ser entendido partiendo de los factores sociales que
lo rodean y, por lo tanto, el abordaje analítico que de ella se realiza debe
tomar en cuenta los elementos culturales que permean a la sociedad. Si bien, la
historia de la música no puede obviar el análisis formal del hecho musical,
cuando se pueda o el objeto de estudio así lo requiera, no debe circunscribirse
únicamente a esta última particularidad. Al respecto, Jaime Hormigos escribe:
Todas las
funciones de la música están determinadas por la sociedad, por tanto, podemos
decir que únicamente conoceremos la música y los entornos sociales que hay en
torno a ella, si conocemos el trasfondo cultural en el que se crea, ya que cada
cultural musical está compuesta de sus propias particularidades y tiene
procedimientos concretos para validar la música.4
Siguiendo este
orden de ideas, el objetivo del presente artículo es entender el fenómeno
musical como un objeto maleable que se va acomodando y adecuando al contexto
histórico anterior y posterior del periodo conocido como Independencia de
México; la forma en que los sones y jarabes novohispanos circulan de un estatus
transgresivo hasta convertirse en un elemento que es utilizado para legitimar
al naciente estado mexicano; y, entender las continuidades históricas, no solo
por la prolongada escucha de esta música, sino también por un discurso
reiterativo que veía en el enemigo el adhesivo que podría cohesionar
socialmente a quienes ahora se les nombraba mexicanos.
Por tanto, si
pensamos a la música como un hecho social, debemos abordarla: 1) inicialmente
como un corpus sonoro tradicional compartido, etiquetado como trasgresor desde
mediados del siglo XVIII; 2) como un vehículo que da continuidad al fenómeno
anterior enquistándose ahora dentro de un movimiento transgresor violento; y,
3) como producto de un imaginario social que sustenta una postura política que
veía en el antiespañolismo un vínculo que coagularía el mexicanismo. Aunque no
contemos con suficientes partituras que nos den cuenta de cómo se escuchaban
estas canciones, al ser parte del hecho social, se infiere su utilización e
impacto en el tránsito entre formas de gobierno.
Esta
maleabilidad del fenómeno musical también es rastreada en este trabajo al hacer
el análisis de las letras que acompañaban a las canciones. Algunas coplas se
presentan a manera de ejemplo y no persiguen un análisis profundo. No obstante,
cuando se trata del sentir antiespañol, la lírica que acompañaba a la música
del periodo ha sido tratada como forma discursiva, donde se puede rastrear una
problemática cuya temporalidad nos remite a continuidades específicas. Así, el
término antigachupinismo debe pensarse desde la perspectiva del “nivel
pragmático” del análisis del discurso, es decir, para qué fue “usado ese
lenguaje, pues tiene y cumple una función que, a veces, es muy específica, y se
mezcla con el modo de ser cultural propio de cada grupo humano.”5 Es evidente
que estas letras generaban sentimientos de antipatía que fueron retomados para
sustentar posicionamientos políticos que pretendían generar cargas ideológicas
específicas. La lírica actúa como testimonio para encontrar persistencias
culturales, en tanto, pensamientos contenidos en ella que forjan imaginarios
sociales.
CORPUS SONORO TRADICIONAL
Los sones
(sonecitos de la tierra, sonecitos del país o airecitos del país) y jarabes
formaron parte del repertorio tradicional del mundo novohispano, y eran
socorridos en los festejos conocidos como fandangos, a los cuales acudían los
grupos secundarios de la Nueva España.6 No obstante,
el afán de los borbones ilustrados por reglamentar la vida cotidiana y hacerla
más acorde con su manera de entender el mundo, llevó a las diversas autoridades
a tratar de controlar las diversiones populares durante la segunda mitad del
siglo XVIII. La música y los bailes fueron blancos de ese intento por controlar
lo lúdico, al ser calificados como “torpes”, “lascivos” y “deshonestos”. El
pretexto aludido para la prohibición de estas músicas, se fundamentaba en que
esta diversión atentaba contra la moralidad; lo que iba en perjuicio de las
conciencias y ocasionaba un relajamiento de las costumbres. Al respecto,
opinaba el párroco Juan Francisco Domínguez en 1806: “cuando están en sus
bailes y cantos, con qué torpezas, con qué desvergüenza, provocándose unos a
otros con los movimientos, con los bailes lascivos, a que acompañan todos con
desentonadas risas.”7
La temática de
la música prohibida por la Inquisición novohispana ha sido objeto de múltiples
investigaciones, debido a las diversas acusaciones presentadas ante el santo
tribunal.8 Algo similar
ocurre con el estudio de los versos que acompañaban a la música, ya que las
partituras son sumamente escasas. No es propósito de este breve trabajo abundar
sobre esta última cuestión, aquí solo presentaremos, a manera de ejemplo, la
letra de un son poco conocido:
En la barriga te
metí
un animal tan
veloz
y no ande
poderla sacar
juntamente los
dos.
Señor Francisco.
Señor Francisco
mi madre tenía
un perrito
y en el vientre
se lo metieron
a francisquito
el nevero.
Te di la mano de
esposa
y no me casé
contigo
porque tenías a
tu amiga
y yo tenía mi
amigo.
Con esta y no
digo más
alrededor de un
sombrero
me cagué en las
orejas de pancho
el nevero.9
Además de la
crítica social, muchos sones y jarabes se acompañaban de letras cuya temática
hablaba en tono satírico de la Iglesia, los sacerdotes y frailes. Entre los
muchos temas de carácter amoroso encontramos también letras plagadas de connotaciones
sexuales y groseras, como el son arriba trascrito. Pareciera como si el
inconsciente se tratara de alejar de aquello que había dictado su vida
espiritual durante generaciones, es decir, la religión y preceptos inculcados
por el conquistador, ahora se despreciaban mediante una forma de diversión,
como eran los cantos y bailes.
Tanto los
intérpretes como los oyentes tenían conocimiento de lo que cantaban y bailaban,
y parecían no tener miedo de las censuras de la Iglesia. Por supuesto, de esta
situación sabían los eclesiásticos “Su ilustrísima es esta gente tan rústica
que me parece no forma idea de lo que son las censuras de la iglesia ni de sus
edictos, y por eso, no dudo que muchos bailen y canten las coplas del referido
jarabe gatuno, aun cuando oigan decir, que se excomulgan.”10 Por ejemplo,
en la ciudad de Veracruz varios sujetos habían declarado que se ejecutaba el
jarabe gatuno aun cuando estaba prohibido:
[…] declararon
diciendo que dos de ellos le habían cantado en aquella ocasión y cuatro los
habían escuchado y preguntándoles a estos cuatro si ellos también lo habían
cantado antes me respondieron que sí: y preguntándole a todos los seis si
sabían que el dicho canto estaba prohibido con la excomunión, me respondieron
que sí lo sabían.11
Es de suponer
que para una persona acostumbrada a escuchar un tipo de música y observar
ciertos bailes durante años, las represiones y prohibiciones resultaban huecas,
y lo que escuchaban no era nada pecaminoso; de ahí que las penas de excomunión
no hicieran mella en su ánimo.12 No se puede
negar tampoco que existió un sector que gustaba hacer encolerizar a los santos
padres, por el simple motivo de molestar a quien se consideraba como autoridad.
Algunos se
escudaban diciendo que no conocían las prohibiciones porque donde vivían no se
había publicado ningún edicto. Los propios sacerdotes reconocían los límites de
estos documentos, pues después de leerlos públicamente se pegaban en lugares
acostumbrados, por ejemplo, en las entradas de los templos, pero pronto se
pudrían por la humedad y salina de las paredes, además, se puede agregar que
mucha gente no sabía leer, con lo cual se reducía su eficacia. Otros tantos,
ignoraban o no temían a la excomunión ni a los castigos. No obstante, tenemos
que recalcar que no era una cuestión de moral sino de costumbre lo que
propiciaba la temática corporal y escrita de la música novohispana perseguida.
Sin duda, el ya
mencionado jarabe gatuno fue la
música que más escozor causó a las autoridades civiles y eclesiásticas algunos
años antes del proceso de emancipación iniciado en 1810, aunque su permanencia
entre los escuchas continuó durante los años del conflicto armado. En 1802 el
virrey Félix Berenguer de Marquina lo había censurado mediante bando, y un
edicto inquisitorial lo prohibía con pena de excomunión;13 sin embargo,
en 1804 en la ciudad de Jalapa se afirmaba: “que he oído en el año pasado
después de publicado el edicto que prohíbe [...] el jarabe gatuno a varias
personas cantar dicho jarabe”.14 Un año
después una denuncia de María Natividad Lozada reiteraba el asunto.15
Los militares y
soldados eran asiduos a los bailes y música proscrita, tanto que llegaron a ser
objeto de denuncia, como la hecha por José Matías Calabriz:
En atención a
que el muy respetable tribunal del Santo Oficio ha reprobado el jarabe nombrado
gatuno; el día 21 del corriente [1806] a las ocho de la noche comenzó a tocarle
Don Manuel Benegas sargento primero del Regimiento de Milicias de México
acantonado en esta villa [de Orizaba], y habiéndole dicho, como estaba
descomulgado quien le tocara, me respondió que se entendía para los que le
bailaban, a que respondí, yo cumplo con avisar […].16
Pero no solo
gustaba entre los grupos secundarios rurales agrupados en pequeñas villas y
pueblos, también diversos grupos avecindados en ciudades más grandes como
Puebla o México escucharon esta música. La introducción de los sones
novohispanos entre todos los estratos sociales fue notoria por medio del
teatro, es por ellos que en el Reglamento u Ordenanzas de Teatros de 1786, se
menciona en su punto 5, que para evitar escándalos:
[…] con
especialidad en los bailes que se conocen con el nombre de la tierra, que
siendo característicos del país y permitiéndose en cada uno de los suyos como
en España el fandango, y seguidillas etc. ha parecido no privar a este público
de los que le son propios y a que está acostumbrado [...]17
Según Yolanda
Moreno Rivas, “la primera aparición pública y notoria” de los llamados
sonecitos del país ocurrió en 1785;18 no obstante,
desde 1772 se hace alusión de su aparición en los tablados en una carta del
clérigo presbítero Agustín Rotea:
La noche del 16
del corriente en que se representó en el teatro de esta ciudad [México] la
tragedia intitulada: Reinar después de morir; concluido el segundo acto o
jornada, y la pieza que llaman sainete, salieron dos cómicas, a repetidas
instancias del auditorio, a cantar y bailar un son nombrado la cosecha. Es
este, señor, un baile de lo peor que puede inventar la malicia, y tan indecente
que no se permitiría en un país de gentiles y herejes con tal de conservar en
algunos restos de honor y vergüenza […] el pueblo con el aplauso, con la risa,
con los dichos, viene a ser un fiel intérprete de aquellas acciones. Las coplas
que lo acompañan, no sé lo que dicen, pero me hago el cargo de que estarán
llenas de alusiones torpísimas que correspondan a dicho baile.19
No solo
mencionaba el son de la cosecha, sino que también se habían ejecutado otros
tres sones: el temascal, el pan de jarabe y el pan de manteca, a los que
también calificó como torpes y deshonestos. Los sonecitos del país utilizados
en el teatro tenían las mismas características de sus congéneres usados para
las fiestas, en las pulquerías o en las calles, pues eran satíricos, jocosos,
lúbricos, groseros, etcétera.
Es necesario
decir que en los programas del Coliseo encontramos sonecitos del país que se
tocaban y bailaban junto con la música de origen ibérico. Basten algunos
ejemplos para ilustrar por qué fueron importantes como números de
entretenimiento en los entreactos de las obras teatrales. Recordemos que mucha
gente, al igual que en España, asistía al teatro no por la obra en sí, sino por
los sainetes, tonadillas y los propios sones.
A finales del
siglo XVIII eran parte integrante de los programas en los espectáculos
teatrales. En 1790 se bailaron los bergantines, la cucaña, las boleras, la
alemana y los bailes del país, así como los garbanzos y la tirana; en otra
ocasión se entonaron las lanchas y dos sones del país: los bergantines y el
jarabe;20 el viernes 14
de junio de 1793 fue interpretada una machuca con la guitarra y el pan de
manteca: Mariano y Vicenta;21 en 1813 se
representaban seguidillas y el jarabe, junto con la bamba poblana.22 El Diario de México es una fuente primordial que nos
permite conocer más ejemplos de la forma en que esta música se fue
introduciendo en el Coliseo de la ciudad de México.
La realidad era
que al calor de esta música y sus bailes se producían reacciones de júbilo que
no parecían ser indecentes, pero que las autoridades virreinales no toleraban
por considerarlas excesos del público.
Al tiempo de
bailar el jarabe en la comedia de ayer dijo en voces altas y descompuestas Don
Juan Rueda: Mi alma Dios te quiere otra: por lo que dispuse inmediatamente
arrestar esa persona y asegurarla en la cárcel de corte juntamente con la de
Don José Barberi que incitaba a Rueda, y en voz baja le apuntaba lo que había
de decir.
Este hecho fue
público como que estaban sentados los dos en la primera banca: por lo mismo me
pareció digno de alguna demostración; pues ya en algunas otras ocasiones he
advertido algún exceso de esta clase que no he podido castigar por la
incertidumbre del inculpado.23
El virrey Conde
de Revillagigedo había minimizado muchas cuestiones del teatro, y gracias a eso
se produjo una introducción paulatina y constante de seguidillas, boleras y los
“primeros bailes del país.”24 Sin embargo,
no todos estaban de acuerdo y los sones recibían severas críticas, sobre todo
por parte de algunos clérigos. Se afirmaba que estos espectáculos mundanos
retrataban la temible corrupción de costumbres, llegándose a tomar:
[…] unas
licencias que verdaderamente debo llamar gentílicas, por medio de muchas
composiciones que con el nombre, ya de sonecitos de la tierra, seguidillas,
tiranas, boleras, y otros muchos, sensibilizan los malvados afectos de que
están empapados unos corazones verdaderamente carnales […]25
Fueran
exageraciones o no, lo cierto es que los sonecitos del país formaron parte
importante del espectáculo teatral hasta el fin del dominio español, colándose
de alguna manera en el gusto de la élite novohispana, aunque reprocesadas al
gusto de los acaudalados. Incluso se ha pensado que muchos de estos sones se
volvieron un símbolo de identidad para el criollismo.26
Entonces, si los
sonecitos del país eran escuchados y disfrutados por gran parte de la sociedad
novohispana, ¿podríamos inferir que esta música ayudó a forjar una identidad
entre los criollos y otros grupos como los mestizos? Considero que la
aseveración es demasiado arriesgada, ya que lo identitario conlleva a que un
grupo acoja exclusivamente o tenga como prioritaria la escucha de cierto género
de música. Es preferible el término afinidad
cultural; entendida esta, como el nexo que se genera al compartir
ciertos gustos, en este caso musicales, pero que no necesariamente forjan
identidades bien definidas. Lazos que pueden ser temporales pero que llegan a
generar confluencias en determinados momentos; los cuales al entrar en contacto
con otro tipo factores (políticos, ideológicos o económicos), pueden generar
cohesión social. Esto bien puede aplicarse a los acontecimientos que sucedieron
al levantamiento armado de 1810.
Podemos observar
como a través del tiempo se fue configurando un corpus sonoro tradicional y
compartido por buena parte de la población novohispana, que no se hizo evidente
en los papeles inquisitoriales sino hasta que el imaginario borbónico visualizó
una sociedad acorde a la perspectiva de su mundo. Como veremos a continuación,
en los años del movimiento emancipatorio, a este corpus de música tradicional
le fueron adaptadas letras “sediciosas” que en primera instancia servirían para
alentar y relajar a los combatientes. Este repertorio sonoro tradicional
recibió un primer reacomodo para ser adecuado al nuevo contexto que vivió gran
parte de la sociedad novohispana: la guerra.
LA DIFUSIÓN AUDITIVA
La música ha
sido parte constitutiva de los movimientos sociales, ya sea para entretener, glorificar
o protestar. Sin embargo, la trasmisión y asimilación de sus mensajes deben
contextualizarse para entender su impronta en el tejido social. Toda música
anterior a la era de las grabaciones, analógicas o digitales, de repetición
limitada y circunscrita a espacios específicos de escucha, debe tomarse con
reservas si se pretende explicarla como vehículo de propaganda. En efecto,
había una difusión de la música en espacios como el teatro, los saraos o los
fandangos, pero su introducción era de mucho menor calado que en épocas
actuales y no había una metodología pensada con el fin de incidir en el
pensamiento del público escucha. Por tal motivo, es preferible hablar de difusión que de un programa propagandístico a
cabalidad.27
La insurgencia
de 1810, iniciada como una búsqueda por la autonomía y terminada con la
independencia, no estuvo exenta de que a la par de la acción violenta se fueran
componiendo una serie de canciones donde se enaltecían las virtudes del
movimiento y sus protagonistas.28 La música no
solo se escuchaba en los acantonamientos, también en las casas donde se daba
algún baile por personas afines a la ideología rebelde.29 Las viejas
tonadas con letra de crítica social de las que hablamos en el apartado
anterior, se usaron para elogiar al levantamiento y, al igual que aquellas que
relajaban la moral, ahora fueron consideradas sediciosas por las autoridades
virreinales. Un conocido ejemplo son las siguientes letras que exaltan la
figura de Morelos y su lucha en el sitio de Cuautla entre febrero y mayo de 1812.
Fue Calleja,
para Cuautla
con su ejército
marchando
a las orillas
llegó,
pero a la
trinchera ¡cuando¡
Rema indita de
mi vida
yo te enseñaré a
remar
que las glorias
de Morelos
es preciso
celebrar.30
Sin embargo, no
solo los partidarios de la insurgencia utilizaron esta música novohispana para
hablar de sus hazañas, también el bando “lealista” se apropió del repertorio
tradicional para que fluyeran sus propias posturas. En carta dirigida al virrey
Juan Ruiz de Apodaca en agosto de 1818, José María de las Casas le comunicaba
que había escrito una composición con motivo del desembarco de Francisco Javier
Mina en Soto la Marina, titulada Canción patriótica,
la cual había hecho difundir entre sus amistades más cercanas. Dice la letra lo
siguiente:
Canción
patriótica compuesta por el fiel vasallo del rey nuestro señor, Don Fernando
Séptimo, Don José María de las Casas en 2o de mayo de 1817, contra la perfidia
y papeles cismáticos que el traidor y rebelde Xavier de Mina se halla
expandiendo en Soto la Marina para seducir a su vil partido a los incautos.
A la arma, a la
arma, a la arma
Muera Mina por
traidor
Y viva el rey
Fernando
La patria y
religión.
El rey nos
quiere y ama
pues somos sus
leales hijos
en el trono le
tenemos
siempre amante y
muy propicio.
Con sismas con
papeles
quiere el
traidor persuadirnos
y en sus lazos
hacer caer
los incautos y
sencillos.
Cuanto este dice
es falso
lealtad al rey
hemos prometido
guardan bien su
real corona
y el real
patrimonio mismo.
Viva Dios, y
viva el rey
muera Mina por
traidor
viva nuestro
gran virrey
la patria y
religión.31
Cuando Begoña
Lolo habla de la guerra de independencia española contra los invasores
franceses, destaca el alcance de las canciones como instrumento político, pues
afirma que fueron un conducto para la propagación de las ideas libertarias:
Muchas de estas
canciones fueron escritas al hilo de los acontecimientos de ahí que su reflejo
de la realidad histórica adoptase a menudo una visión sectaria y fragmentada,
la música que las acompañaba se asentaba en melodías sencillas, fácilmente
memorizables, en las que predominaba el valor del texto frente a la música, no
había intencionalidad de crear obras de gran valía artística. A pesar de ello
sirvieron como imagen política y símbolo del pueblo español […]32
No dudamos que
muchas de aquellas canciones pretendieran la propagación de ideas; no obstante,
su impacto es casi imposible de medir y, sobre todo, no es posible constatar
que el éxito de un movimiento social pueda deberse al adoctrinamiento por medio
de las letras que acompañan las melodías, principalmente, cuando los grupos
populares ni eran homogéneos ni buscaban los mismos fines. La destacada
historiadora Isabel Olmos ha concluido que la actuación de los grupos populares
en el proceso emancipatorio, se fincó en los deseos de venganza contra los
terratenientes y como rompimiento de una cotidianidad cargada de “ocio y
desesperanza”, más que la persecución de los deseos de libertad. Mientras que
otros como John Tutino, Brian Hammett y Jaime E. Rodríguez, mencionan que parte
del sector menos favorecido de la población novohispana no colaboró o se
mantuvo displicente al movimiento insurgente, “incluso, dio muestras de lealtad
a la corona en algunos momentos.”33
Por tanto, no se
puede dar gran peso al papel de la música en estos años, a pesar, como ya
vimos, de que fue una acompañante para ambos bandos en conflicto. No obstante,
Lolo menciona algo que nos parece sumamente interesante para entender el papel
de la música en este periodo, las melodías eran “sencillas, fácilmente
memorizables”; que para el caso novohispano fueron compuestas al momento, pero
cuyas estructuras musicales pertenecían al corpus sonoro tradicional que se
escuchaba casi medio siglo antes. Es en este repertorio de fácil escucha, donde
encontramos las raíces de una afinidad imputable a la música antes que a las
letras que la acompañaban.
Buena parte de
lo que sabemos sobre el temor que las autoridades tenían por la propagación de
las ideas mediante la música, procede de una denuncia que se hizo en contra de
varios individuos que habían hecho un fandango en Valladolid en 1813, donde se
cantó y se bailó el jarabe, las mañanitas insurgentes y otras marchas. Este
acontecimiento originó que el gobierno viera en estos festejos un foco de
propagación de las ideas insurgentes.34 Por lo menos
así lo percibieron las autoridades virreinales en la causa seguida contra el
canónigo prebendado Martín García de Carrasquedo, donde se informaba que muchos
partidarios de la insurgencia estaban “haciendo bailes y diversiones en que se
han cantado versos alusivos a la misma materia con aplauso de muchos de los
circunstantes.”35
A lo largo del
proceso los testigos afirmaban que efectivamente se cantaba y bailaba; sin
embargo, se tocaba todo tipo de música y las letras no hacían referencia a la
insurrección. Por el contrario, a lo dicho por los testigos, cuyas
declaraciones los liberaban de toda culpa, lo más seguro era que sí se hubieran
entonado dichos cantos “insurgentes y seductivos […] que producían aplauso y
alegría en los concurrentes.”36 Uno de los
declarantes, Joaquín Ponce recordaba la letra que a tenor decía: Soldados
valientes del señor Morelos, avoquen cañones y hagan prisioneros = soldados
valientes del señor Negrete, toquen a degüello.37 Ponce,
afirmaba que la letra la había escuchado a los Cadetes de la Corona, y que
estos acomodaban los versos como mejor les parecía. Este acomodamiento era
moneda corriente en los sones de la tierra y jarabes, pues para evadir a las
autoridades inquisitoriales se cambiaba la letra de cuando en cuando, ahora se
les injertaban versos con clara alusión a la insurgencia.
El fiscal del
Consejo permanente de Infidencia, Martín José de Barandiaran (teniente del
Regimiento de Dragones del Príncipe), acusaba al citado prebendado Carrasquedo
de “excitar, estimular, y aumentarla [habla de la sedición], propagándola por
medio de canto, aplausos, y noticias favorables a los traidores”. Según
Barandiaran, el cura y todos aquellos que asistieron al mencionado festejo,
trasgredieron las leyes que sancionaban los ataques a la persona de rey o la
paz nacional.
Durante el
proceso, el fiscal sentenció que la sedición por medio de la escritura o el
canto era mayor delito que el de las palabras, y dependiendo la gravedad del
ilícito se aplicaría la pena de “muerte natural o civil”. En un extracto de
mismo mencionaba: “Que el mal que los homes [sic]
dicen por escrito o por rimas es peor que aquel que [se] dice de otra guisa por
palabras, porque dura la remembranza de ello para siempre.”38
La autoridad
mencionaba que, en la Real Pragmática del 17 de abril de 1772, se reafirmaban
estas leyes y sus penas para todos los individuos “que distribuyen, copian,
oyen o leen papeles sediciosos”. El fiscal pedía el castigo para Carrasquedo,
pues en esos momentos de fuertes contracciones sociales, no se podían dar el
lujo de tener “un partidario tan decidido en la carrera del crimen por la causa
de los rebeldes, que se ha distinguido entre sus correos, fomentando la
sedición por medio de los versos más escandalosos, y ofensivos a la inocente
causa del soberano.”39
Según se percibe
por su apego a las leyes escritas, las autoridades españolas tenían clara
conciencia del papel de los cantos, o más bien, de las letras de los cantos,
como medio de transmisión. Para ellos, una repetición constante significaba una
permanencia de la sedición en la mente de quien los escuchaba, originando la
simpatía o adhesión por el movimiento rebelde. En estricto sentido, lo anterior
resultaba cierto en parte. Lo que nunca imaginaron, o bien pasaron por alto, no
solo las autoridades sino la sociedad novohispana en general; era esa parte que
los individuos de una época no pueden percibir, la denominada difusión auditiva.
En las fojas 5v
y 6 del proceso en contra del canónigo Carrasquedo, leemos lo siguiente: “que
en los bailes de dicho Prebendado García se cantó en los mismos términos y á
demás el jarabe cuya composición musical se dice
ser insurgente, pero con letra indiferente”.40 Esta alusión
a las letras indiferentes, es decir, que no tenían nada que ver las ideas
insurgentes, es reiterativa a lo largo del proceso. Vemos que era una salida de
los testigos para que no se les inculpara de sedición, aunque como veremos,
también tiene un trasfondo más profundo.
¿Cuál es
entonces el papel de esta música con letra indiferente que, evidentemente,
formaba parte del repertorio sonoro tradicional? Pensemos que, si bien las
letras no remiten a las ideas de los rebeldes, lo que relacionaba los símbolos
de lo costumbrista y los motivos de la insurgencia, eran las estructuras
musicales aprendidas por el inconsciente; aquellas que se escuchaban en los
espacios cotidianos de los novohispanos y que originaban lazos de afinidad
cultural, los cuales a fuerza de haberse reproducido durante años de manera
cotidiana, quedaban en la mente de los escuchas que entraban en contacto con
ella. Un ejemplo concreto se encuentra en el ya citado proceso contra el
canónigo Martín García de Carrasquedo:
Mi elogio no se
dirigía a las letras o coplas, solo sí a la voz, música y estilo. Bergara
asevera que se cantasen versos sediciosos en mi presencia. Habla en general, y
no es fácil tuviese fijada la vista sobre todos los concurrentes, cuando
asienta que se enajenaba tanto con la música, que ni se atendía a la letra del
canto.41
La música
tradicional popular de mediados del siglo XVIII, encontraba su afinidad con la
insurrección por una vinculación con las estructuras sonoras permanentes en el
pensamiento. Es este un proceso de aculturación musical inconsciente, la música
perseguida tenía una trayectoria que lentamente se fue desligando de los
cánones musicales, parte del dominio cultural tradicional. La dinámica sonora
había tenido su propio proceso de emancipación; incluso las propias
características de la música: alegría, desenfado, grosería, sensualidad animal,
etc., remontan a lo que se quiere cambiar, romper o transformar. Las
autoridades la identificaban con la violencia natural e intempestiva de los
sectores populares. Cabe preguntarse entonces, ¿en qué contexto quedan las
letras de las canciones, que si bien se ha sugerido fueron creadas para generar
adhesión y partidarios al movimiento insurgente, así como engrandecer a la
insurgencia y sus próceres, finalmente sirvieron para un propósito más
importante, generar un incipiente nacionalismo entre los nuevos mexicanos
mediante la adopción de un antiespañolismo que había estado latente en la
estructura de la otrora sociedad novohispana?
LA TRASCENDENCIA DE LAS LETRAS: EL ANTIESPAÑOLISMO
Hemos dicho en
la introducción que la lírica de las canciones del período de lucha por la
“independencia” fue adaptada al repertorio sonoro tradicional, pero además
encontramos en muchas de ellas una clara alusión al antiespañolismo o
antigachupinismo. ¿Qué significó este término durante la lucha armada y la
posterior creación del estado mexicano?
El término
gachupín (cachupin), o recién llegado de la península a los territorios de
ultramar, de origen no tenía un significado peyorativo; sin embargo, bajo
ciertos contextos podía generar una connotación negativa. Antonio Alatorre,
afirma que el término era de uso común para designar a los españoles que no
eran conquistadores o sus descendientes, pero que efectivamente se usó para
designar al español prepotente y abusivo,42 a la vez que
el rencor hacia estos se convirtió en el motor que generó la violencia de los
insurgentes, y fue utilizado como vehículo legitimador de la revuelta. Fue a
través del discurso escrito de los dirigentes del movimiento que se hizo
tangible no solo el deseo de expulsar sino también de acabar con los españoles
peninsulares. Marco Antonio Landavazo escribe que los textos antigachupines, no
escritos por los próceres del movimiento, apuntan a que este sentimiento
permeaba también a los sectores populares que acompañaban a la insurrección.43
La propaganda
insurgente no inventó el antigachupinismo desde luego, pero le dio un carácter
abiertamente político a un sentimiento de animadversión ya por entonces secular.
Pero si no lo inventó, sí lo extendió, más de lo que ya estaba. Por lo menos
parecería que alentó un particular ambiente colectivo, marcado por lo que León
Poliakov ha denominado la teoría de la conspiración, de acuerdo con el cual la
difícil situación que vivía el reino —la crisis dinástica de la monarquía y el
estado de guerra— era el resultado del designio directo de los peninsulares.44
Contamos al
menos con un ejemplo de este antigachupinismo en las canciones novohispanas
anteriores al periodo de emancipación. Felipe Castro lo ha proporcionado cuando
menciona que en Pátzcuaro los grupos rebeldes que patrullaban la ciudad iban
cantando versos “ofensivos”. En Guanajuato, alrededor de 500 hombres realizaron
una especie de verbena improvisada, y el testigo Joseph Ramírez declaró:
[…] después fue
a la confitería de Juan Calzada junto al mismo puente donde la cuadrilla de más
de quinientos hombres se hizo dar, vino, soletas, cajetas y dulces y después
viniendo él con su mujer […] quitó a una niña una guitarrita con la que venía
cantando Viva el Rey de los Cielos, y muera el Rey de España y sus Gachupines
que echan a perder la tierra, vámoslos matando y que no quede ninguno […]45
Si bien no ha
sido tratado ampliamente por la falta de diversos testimonios documentales, lo
anterior deja ver que en la región existía ese odio al gachupín mucho tiempo antes
del proceso de emancipación. Resultó premonitorio el “vámoslos matando y que no
quede ninguno”, ya que los altos mandos insurgentes pensaban que “los
gachupines eran por naturaleza malignos, y por ello su dominación de siglos era
condenable, el único camino para acabar con esta era acabar con aquellos.”46
A partir de 1808
el rencor hacia los españoles peninsulares se reflejó en cartas, panfletos y
libelos, pero, ¿qué hay de las canciones compuestas durante este tiempo
violento? Ya en los primeros años del conflicto armado se puede percibir ese
sentimiento antigachupín. A continuación, presentamos algunas estrofas que
hacen alusión a lo dicho hasta ahora, son las letras del corrido llamado Mañanas de Hidalgo, donde el odio se concretiza en
el despojo de los bienes materiales y la muerte de los españoles.
¿Qué harán esos
gachupines,
mercaderes y
mineros,
con Hidalgo y
con Iriarte
que son hombres
justicieros?
¡Pobrecitos
gachupines,
les quitaron
todo el oro
no pasará eso a
Zaldúa
porque Zaldúa es
muy zorro!
¡Arriba Miguel
Hidalgo
que ha llegado a
nuestra tierra,
que ha matado
gachupines
y que les hace
la guerra!47
En estas letras
que se encuentran en el ramo Infidencias del Archivo General de la Nación, se
vuelve a percibir ese sentimiento, aunque con un tono menos violento porque
solo se pretende que los gachupines se vayan de estas tierras que ya nos les
pertenecen.
Váyanse los
gachupines
a noramala,48
que no volverá a
saber de ellos
la Nueva España.
Rema, nanita y
rema
y rema y vamos
remando,
que los
gachupines vienen
y nos vienen
avanzando.49
En 1821 se
siguió un proceso contra los soldados del Regimiento de Infantería Urbana del
Comercio de México, por entonar versos sediciosos insurgentes. Una de sus
estrofas repite la idea de la canción anterior de expulsar a los peninsulares
de la Nueva España.
Con esto y no
digo más
debajo de
serafines,
ya se pueden ir
largando
estos perros
gachupines.50
Si durante el
conflicto las letras de las canciones retratan el odio hacia el gachupín,
después de 1821 serán parte de ese cimiento de incipiente nacionalismo de un
Estado en construcción, pero estructuralmente débil. Al respecto, Jesús
Hernández Jaimes asienta que “algunos políticos y publicistas encontraron en el
discurso antihispánico” el lugar idóneo para fundamentar la emancipación y de
paso, generar una afinidad nacionalista en el embrionario Estado mexicano.51
Durante el
proceso de independencia se confeccionó el imaginario que culpaba a los
españoles peninsulares de todos los males ocurridos en estas tierras, y
justificaba la emancipación como un desagravio contra todas las infamias e
injusticias que se habían generado alrededor de trescientos años de dominación
imperial.52 Al respecto,
nos dice Hernández Jaimes: “La independencia, se decía, era un reclamo
generalizado que unificaba a todos los sectores sociales novohispanos, víctimas
del yugo imperial español.”53
Descrito como
“este afán por definir una identidad mexicana a partir de negar al Otro
español, a partir de soslayar o devaluar o rechazar la influencia del Otro
hispano en la definición de una imagen o identidad cultural mexicana”; el
antiespañolismo se expresó desde panegíricos políticos hasta la literatura
novelesca decimonónica.54 ¿Cómo
contribuyó la música a cimentar este imaginario en contra de los españoles al
término del proceso de independentista?
Una vez
consumada la independencia en 1821, fueron compuestas marchas, canciones
patrióticas, boleras y tiranas, cuya finalidad era alabar y ensalzar a los
insurgentes, a los próceres, a México y a los americanos en general. En las
letras pareciera que no hay rencor, pero responden al deseo de un
antiespañolismo donde se pueda fincar una primigenia unidad del Estado, como
mencionamos líneas arriba. A continuación, trascribimos algunas letras de
canciones que fueron compuestas al término de la guerra civil, por
ejemplo, Canción que hace honra
alusiva a los próceres de la independencia y resalta la importancia de estos
héroes que limpiaron la afrenta hecha por los españoles a los pobladores de la
otrora Nueva España.
De cuantos
héroes libertad quisieron,
Vuestras huellas
amables
Otros varones
con ardor siguieron,
De vuestra
sangre humeante se vengaron
y aquella
afrenta con honor lavaron.
Desde la tumba
helada
Ved los frutos
del árbol que plantasteis:
Una dulce mirada
Os merezca la
planta que regasteis;
Y desde esas
moradas eternales
Ved redimidos
nuestros crudos males.55
En la Tirana Americana se inscribe todo un discurso
legitimador del desapego a España y el recurso a la independencia; se justifica
el levantamiento armado contra los llamados “serviles”, aquellos que no se
levantaron contra la invasión napoleónica; y se deslegitima al gobierno español
contra el que se han levantado los insurgentes.
Nuestros padres
naturales
Están entre la
nación:
Viviendo ellos,
el derecho
Repele todo
tutor.
Tirana ¿quién
nuestros bienes
Podrá manejar
mejor,
Un padre que
vive en casa,
O un ausente
curador? ¡Ay! ¡Ay!
A Iturrigaray
virrey
Que Fernando
autorizó
Tu pueblo quita,
y ningún
Juramento quebrantó:
Más cuando
quitar queremos
A aquel que el
rey no nombró,
Nos titulas
insurgentes,
Perjuros al rey
a Dios.
Si tu pueblo no
es perjuro
No peca quien lo
imitó […]
Tirana, las
circunstancias
Aprueban la
insurrección.
No me espanta el
atentado
Que contra el
virrey se obró;
Pero sí que
quede impune
Y bien premiado
el autor.
Tirana: ¿quién
te autoriza
Para que digas
tú y yo?,
De mancomún
mandaremos
Al indio y al
español. ¡Ay! ¡Ay!
Tomando el
trono, y fiando
El lugar de su
erección.56
Por último,
unas Boleras que exaltan la figura
de Agustín de Iturbide como consumador de la independencia. Es importante
destacar la esperanza puesta en que una vez expulsados los españoles empezaría una
época de prosperidad y “felicidad” en México.
Celebren las
naciones
el heroísmo
y generosidad
de este caudillo
que con
prudencia
consiguió en
siete meses
la
independencia.
Solo Agustín
Primero
en su reinado,
ha de hacernos
felices
eternos años
de otra potencia
vendrán á
deslucir.
Viva, viva
eternamente
el inmortal
Iturbide
y de la imperial
corona
agustino sea
la egide.57
El discurso
detrás de estas letras nos remite a ese imaginario sociopolítico que veía en el
proceso de emancipación una lucha del pueblo mexicano por liberarse y vengarse
del agravio y la opresión que le habían causado los españoles, y a sus próceres
como ejecutores y consumadores de la ansiada libertad. Como se ha mencionado de
manera reiterada en la reciente literatura sobre el movimiento de emancipación,
esta fue una lucha entre novohispanos donde finalmente un sector, los criollos,
decidieron dentro de un proceso coyuntural hacerse independientes. A falta de
un estudio más profundo con un sustento documental extenso, no queda claro qué
papel ocupó la música para engrosar las raíces del antiespañolismo el resto del
siglo XIX, tal como sí lo hizo la novela mexicana.58 Esa historia
está todavía por construirse.
CONCLUSIONES
La falta de
partituras y sus letras ha impedido una mejor comprensión del alcance que jugó
la música durante el periodo de emancipación, cuestión que es entendible en la
medida que fueron hechas al calor de las escaramuzas y solo parte de los versos
llegaron a nosotros de manera indirecta. Este breve trabajo ha intentado
indagar sobre la problemática con base en los pocos testimonios encontrados a
la fecha, y teniendo como sustento una mirada que parte del análisis histórico.
A pesar de ser
un trabajo preliminar podemos sostener algunas premisas. Si entendemos al hecho
musical como un factor que contribuye a la compresión del contexto social,
podemos afirmar que la música de este periodo se fue adaptando a los
acontecimientos culturales, para más tarde, trasladarse a la esfera política;
en ambos contextos siempre ligadores a la trasgresión. Además de que fueron
fermento de un discurso contrahegemónico y, posteriormente, legitimador. No
como un elemento generador de identidades, pero sí de una afinidad cultural
anclada en el añejo de una tradición sonora novohispana.
Si bien no se
puede negar que las canciones compuestas durante el periodo de lucha que
aludían a las glorias de los héroes o los motivos de la emancipación fueron
fundamentales para entender el papel de lo sonoro en este proceso, no se puede
soslayar que el uso del repertorio tradicional de sones y jarabes que había
sido un elemento transgresor de la moral durante la segunda mitad del siglo
XVIII, ahora se adosaba a un nuevo movimiento a todas luces transgresor, por lo
que resultaba la música idónea para ser usada por los insurgentes. Música que
resultó fundamental para lograr, o al menos mantener relajados a los
participantes de la contienda, pues recordemos que los ideales de la dirigencia
del movimiento eran opuestos a las expectativas de los grupos populares. Sin
embargo, la vorágine de la lucha se ligaba a la energía de la fiesta, los
bailes y cantos como elementos circundantes de la lucha social.
No obstante, la
trascendencia de esta música se encuentra en ese germen de antigachupinismo que
se puede localizar en algunos pocos ejemplos, y que sin duda, se hallaban en
muchas más que no se conservaron. En efecto, las letras de las canciones
también respaldaron este discurso antiespañol, no como parte de la propaganda
que lograría una adhesión espontánea al movimiento, sino como abono del rencor
que se venía fraguando generaciones atrás y, además, como una incipiente
amalgama que pretendía fundir a los nacientes mexicanos creándoles un vínculo
identitario que posteriormente derivara en un nacionalismo que tanto añoraría
el Estado Mexicano hasta inicios del siglo XX.
BIBLIOGRAFÍA
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Notas
3 SALDÍVAR, “Mariano
Elízaga”, pp. 655-656.
6 En
carta fechada en 1779, fray Gabriel de la Madre de Dios, se quejaba de que “los
malditos fandangos” necesitaban ser reformados, ya que las instrucciones y
prédicas de los misioneros y ministros habían resultado vanas, pues “no faltan
sujetos que digan lo contrario”. Y es que los fandangos, tal como lo afirma la
carta, eran muy populares en “México, Puebla, y todos los demás pueblos, y
ciudades”, a finales del dieciocho novohispano. ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
(en adelante AGN), Inquisición, vol. 1178, f. 13 (1779).
7 DOMÍNGUEZ,
Juan Francisco, Voces a la alma que da un párroco a
sus feligreses, en cinco pláticas en los viernes de cuaresma,
México, Oficina de Mariano Zúñiga y Ontiveros, 1806, p. 40.
8 Para
profundizar en el tema es conveniente revisar: CASANOVA, Pablo González, La literatura perseguida en la crisis de la colonia,
México, El Colegio de México, 1958; VIQUEIRA, Juan Pedro, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en
la ciudad de México durante el siglo de la luces, México, Fondo de
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MEDINA, Raúl Heliodoro, “En perjuicio de las
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(1766-1821) [Tesis de Licenciatura en Historia], México,
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novohispana en la segunda mitad del siglo XVIII e inicios del siglo XIX,
[Tesis de Licenciatura en Historia], México, Universidad Nacional Autónoma de
México, 2006.
9 AGN,
Inquisición, vol. 1399, exp. 4, fs 135-137. En el proceso contra María, mujer
de Manuel, Gachupín, el denunciante Francisco Anselmo González expresaba que
“empezó a oír clara y festivamente música y que percibía que cantaban el son de
la limonada y el mambrú = y estas palabras: coge a tu nana coge a tu abuela =
coge a tu amiga = y coge a tu tía: que estas voces o palabras parece al que
expone que las canta una mujer”. AGN, Inquisición, vol. 1399, exp. 4, f. 129.
Subrayado original.
10 AGN,
Inquisición, vol. 1399, exp. 4, f. 328v.
11 AGN,
Inquisición, vol. 1410, exp. 1, f. 328v.
12 AGN,
Inquisición, vol. 1410, exp 1, f. 73v.
13 AGN,
Indiferente Virreinal, caja 5319, exp. 13, f. 1; caja 5266, exp. 3, f. 2.
14 AGN,
Inquisición, vol. 1410, exp. 1, f. 69.
15 AGN,
Indiferente Virreinal, caja 4241, exp. 23, f. 2.
16 AGN,
Inquisición, vol. 1410, exp. 1, fs. 4v-5.
17 AGN,
Inquisición, vol. 1410, exp. 1, fs. 64-64v. Subrayado mío.
19 AGN,
Inquisición, vol. 1162, f. 382.
21 ARCHIVO
HISTÓRICO DE LA BIBLIOTECA DEL MUSEO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA, Hospital Real de Naturales, vol. 104, exp. 7, f.
57.
22 OLAVARRÍA Y
FERRARI, Reseña histórica, p.167; RANGEL, Nicolás,
“El teatro”, en Antología del Centenario, México, Imprenta de Manuel León Sánchez, 1910, vol. 2, p. 51.
23 AGN,
Historia, vol. 478, exp. 6, fs. 3-3v.
24 DALLAL,
Alberto, La danza en México, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones
Estéticas, 1986, p. 127.
25 AGN,
Inquisición, vol. 1312, fs. 149-150.
27 Es necesario agregar que la música es solo
una parte de un discurso más complejo donde convergen el baile, la indumentaria
y otras expresiones culturales.
28 No
era desconocido en la Nueva España tener música en las verbenas que se
originaban como colofón a los triunfos en alguna rebelión. Se ha mencionado
que, durante la revuelta ocurrida en 1767, se realizaban festejos “con música,
baile, canto y alegría general que remplazaba los alaridos de rabia”. TAYLOR, William
B, Embriaguez, homicidio y
rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas, México, Fondo de
Cultura Económica, 1987, p. 178.
30 SALDÍVAR, “Mariano
Elízaga”, pp. 648-649.
31 AGN, Inquisición, caja 191, s. fs. El mismo
personaje había compuesto un jarabe que refería a la toma de Soto la Marina por
el comandante Francisco Arredondo, después de que Mina había escapado del
lugar.
33 HERNÁNDEZ, “Los
grupos populares”, pp. 77-79.
34 AGN, Infidencias, vol. 63, exp. 1, f. 1.
35 AGN,
Infidencias, vol. 63, exp. 1, f. 1.
36 AGN,
Infidencias, vol. 85, exp. 2, s. fs.
37 AGN,
Infidencias, vol. 63, exp. 1, fs. 5v-5. Toque a degüello: es la señal para que
entre la caballería y mate al enemigo sin dejar prisioneros. En: https://www.definiciones-de.com/Definicion/de/deguello.php [Consultado
el 22 de noviembre de 2019].
38 AGN,
Infidencias, vol. 85, exp. 2, s. fs. Subrayado original.
39 AGN,
Infidencias, vol. 85, exp. 2, s. fs.
40 AGN,
Infidencias, vol. 63, exp. 1, fs. 5v-6. Subrayado mío.
41 AGN,
Infidencias, vol. 69, exp. 2, s.f. Subrayado original.
42 ALATORRE, Antonio,
“Historia de la palabra gachupín”. En: https://is.muni.cz/el/1421/podzim2017/SJ0B775/um/7431820/Texto_2_A.Alatorre_Gachupin.pdf?lang=cs. [Consultado
el 3 de mayo de 2018].
44 LANDAVAZO, “Para
una historia”, p. 201.
45 AGN, Criminal, vol. 297, fs. 30-31. CASTRO GUTIÉRREZ,
Felipe, Nueva ley y nuevo rey.
Reformas borbónicas y rebelión popular en Nueva España, México, El
Colegio de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996, pp. 158-159,
166. Subrayado original.
46 LANDAVAZO, “Para
una historia”, p. 198.
47 La
letra y partitura de “Las mañanas de Hidalgo” se encontraba originalmente en el
Convento de Guadalupe en Zacatecas. Fue transcrita por Cuauhtémoc Esparza,
quien las entregó a Vicente T. Mendoza, mismo que trascribió exclusivamente la
letra en su libro El romance español y el corrido mexicano. Estudio
comparativo, publicado en 1959. No se ha localizado el manuscrito original, por
lo tanto, no se sabe si es un documento de época o una copia posterior. ESPARZA,
Cuauhtémoc y Jesús JÁUREGUI, “Las “Mañanas de Hidalgo”, Guadalupe, Zacatecas,
enero de 1811. ¿El primer corrido mexicano (registrado)?” en: …y la música se
volvió mexicana, México, CENIDIM, Instituto Nacional de Antropología e
Historia, 2010, pp. 32-35, 44, 46, 47.
48 A hora mala. En: https://es.thefreedictionary.com/noramala [Consultado
el 22 de noviembre de 2019].
49 AGN, Infidencias, vol. 63, exp. 1, f. 1; SALDÍVAR, “Mariano
Elízaga”; SIMMONS, Merle E.,
“Unas canciones y poesías de la época de la independencia mexicana”, Revista
Hispánica Moderna, vol. 24, núm. 4, octubre de 1958, pp. 369-379.
50 AGN N, Indiferente Virreinal, caja 5046, exp.
2, fs. 9, 16.
51 HERNÁNDEZ, “Los
grupos populares”, p. 65.
52 Para Landavazo, la hispanofobia es un proceso
que empezó a formularse desde el siglo XVII. LANDAVAZO, Marco
Antonio, “Imaginarios encontrados. El antiespañolismo en México en los siglos
XIX y XX”, Tzintzun. Revista de
Estudios Históricos, núm. 42, 2005, pp. 33-35.
53 HERNÁNDEZ, “Los grupos populares”, p. 73.
54 BOBADILLA ENCINAS,
Gerardo Francisco, “Antiespañolismo. Reforma y la mitificación de la
independencia en la novela mexicana del siglo XIX (1857-1870)”, América: Cahiers du
CRICCAL, núm. 42, 2013, pp. 61-73. https://journals.openedition.org/america/1072?file=1 [Consultado
el 22 de mayo de 2018].
55 Canción,
México, Imprenta Imperial, 1821, pp. 1-2.
56 Tirana Americana que conmovió a toda la tierra dentro,
México, Imprenta Imperial de Valdés, 1821, pp. 1 y ss.
57 Boleras en honor del inmortal jefe del Ejército Imperial
Mexicano Trigarante, México, Imprenta de Don Mariano Ontiveros,
1821, pp. 2 y 5. Égida (francés egide): elemento de la armadura de Zeus
(escudo) y Atenea (peto de piel de cabra) que simboliza la invulnerabilidad.
En: https://www.definiciones-de.com/Definicion/de/egida.php [Consultado
el 22 de noviembre de 2019].
58 Al
respecto resulta interesante la consulta del artículo de Gerardo Francisco
Bobadilla Encinas, acerca de cómo se dio el proceso de mitificación de la
independencia, en particular, en torno al antiespañolismo en la novela mexicana
decimonona. BOBADILLA ENCINAS,
“Antiespañolismo”, pp. 61-63.
https://www.redalyc.org/journal/898/89866227003/html/
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