La hagiografía en el siglo XVIII
Introducción
La vida de los muertos está puesta en la memoria
de los vivos.
Juan Antonio de
Balthasar, [...] De la fervorosa
vida... del padre Juan
Gumersbac [...] de
la Compañía de Jesús... (173
“Quien
ha leído una relación [de
fiestas] puede decir que ha leído todas, aunque precisamente es en su calidad
de serie, en sus casi insignificantes variantes donde reside el máximo interés
de las distintas versiones de la fiesta siempre idéntica, igual a sí misma como
todos los ritos.”[1] Estas palabras del destacado
historiador del arte se pueden aplicar –con sus diversos matices narrativos
propios– a la literatura hagiográfica. Su carácter argumental (referir la
historia de una vida edificante a lo largo de una existencia temporal) les
otorga un sentido de serie y, lo que es más importante, de pertenecer a un
género ya codificado en sus convenciones temáticas y en su estructura. A esto
debemos añadir que la hagiografía, al igual que las relaciones de fiestas, son
textos panegíricos que pertenecen al discurso oficial emanado del poder, tanto
del civil como del religioso. Es claro que la enorme variedad de modalidades hagiográficas
se inscribe en el modelo de ejemplaridad religiosa, pero al mismo tiempo
contiene las pasiones y la inclinación al vicio; su cometido es incitar a los
lectores y oyentes a la virtud y a tratar de ser ciudadanos honestos de la
república cristiana. La hagiografía, al igual que las descripciones festivas,
tiene la cualidad de dar esparcimiento al lector y de incluirlo en el universo
de valores que rige en su sociedad.
Debido a esto una religiosa clarisa se vio obligada a ir en
contra de su inclinación, pues no obstante que Sebastiana Josefa de la Trinidad
era poseedora de gran modestia y siempre estaba deseosa de pasar inadvertida
ante los ojos de los demás, como muchos otros religiosos tuvo que escribir por
mandato de sus confesores. El autor de la Vida admirable y penitente de la V. M. Sebastiana Josefa de
la Trinidad apunta lo siguiente: “Pero todos estos rezelos, y
otros con que era agitado el discurso, se vencieron con los exemplares, que á
cada paso se presentan en las prodigiosas Vidas que están saliendo a pública
luz, aun con los mayores portentos en essa línea de maravillas, milagros y
revelaciones.”[2]
Lo más sobresaliente de las palabras anteriores es el
testimonio que se da del auge y la gran popularidad que cobraron, a partir del
siglo xvii, las biografías de
hombres y mujeres que dedicaron su existencia al Señor. Se deja constancia de
la difusión de estos escritos que vieron la luz como modelo de edificación
espiritual pero sin perder su carácter de entretenimiento y que buscaban la
identificación del lector con sus modelos de comportamiento. Como bien
señala Antonio Rubial, la difusión de este tipo de literatura, como
de muchos otros géneros, se debió en gran medida a su aparición impresa, al
contrastarla para entonces extendida divulgación en contraste con la
restringida difusión que tenían las obras manuscritas, pues con la imprenta,
“además de multiplicarse los destinatarios del mensaje, la elaboración de
conceptos y categorías se hacía más rigurosa; por otro lado, la letra impresa
sacralizaba los contenidos y los volvía, así, incuestionables”.[3] Esto
es comprensible, pues sabemos de las licencias que debían tener los textos para
poder imprimirse: la del virrey y la del arzobispo, sin olvidar que los
censores eran, además, calificadores del Santo Oficio.
La popularidad de la hagiografía, que como género literario
despertó un gran interés en los lectores y en los fieles, se apoyó en la devota
atención de los oyentes que acudían a los templos a escuchar los panegíricos
fúnebres con que los predicadores exaltaban la ejemplaridad demostrada en vida
por religiosos y monjas que guardaron durante su existencia la observancia
perfecta señalada por su instituto religioso. Además, debemos añadir el factor
de oportuna actualidad que despertaban en el público al oír la prédica
laudatoria en honor de personajes conocidos por gran parte de la población. No
dejaba de ser conmovedor, y al mismo tiempo impresionante, escuchar con emoción
y dolor sincero la exaltación de las cualidades de hombres y mujeres cuya fama
se había propagado entre los habitantes de una región. De ahí que, como
veremos, gran parte de los impresos del xviii sean
exequias en honor a religiosos y monjas, a las que acudía un público fervoroso
para escuchar o en su caso leer la palabra del predicador. Como certeramente
dijo el célebre Castorena y Ursúa en su parecer a una Oración declamatoria...:
Tres son las
[necesidades] de esta ciencia oratoria, desta arte que enseña porque son tres
los oficios de un Orador eloquente. La lógica del persuadir es para mover.
En el púlpito para los oydos, en el molde para los ojos. Deleyta porque usa el
estilo más raro y propiedad más ingeniosa, selecto en el lenguaje y cuidadoso
en la disposición, mueve porque
de tal suerte ordena los discursos, los avisos devotos y verdades importantes,
que al modo que el pezesillo se prende con el anzuelo, captiva el corazón con
el artificio.[4]
Esta cita de Castorena es un valioso análisis de las
cualidades retóricas del arte de la predicación y de su proyección impresa. La
oratoria sagrada cumple con los tres preceptos esenciales de enseñar, deleitar
y conmover. Es por ello que va de la mano con “el estilo más raro”; esta última
palabra entre sus connotaciones tiene la de “insigne, sobresaliente ó excelente
en su línea”.[5] El célebre editor de la Fama y obras póstumas... de Sor Juana –y
uno más de sus devotos admiradores– resalta las propiedades eminentemente
literarias del género, al destacar la función del lenguaje “selecto” y lo
“cuidadoso en la disposición”, es decir, el valor semántico de la palabra y la
estructura de la composición. Al mismo tiempo transmite “verdades” envueltas en
un discurso tan atractivo que hace que el receptor quede cautivado por él.
Es preciso señalar que la primera intención de escritores y
predicadores fue de índole propagandística: despertar la imitación de las
virtudes y provocar el destierro de los vicios, cumpliendo así con el principal
objetivo de las teologías moral y pastoral. La mimesis que el devoto admiraba
en su modelo de perfección y el cumplimiento de mandamientos, sacramentos y
virtudes cristianas fue una eficaz pedagogía colectiva que se difundió y siguió
en todos los sectores de la sociedad novohispana. Pertinente resulta la
apreciación de Asunción Lavrin cuando estudia el propósito
ideológico de crear un arquetipo literario (el varón santo) expresado en un
género que gozó de gran popularidad en la Nueva España, en especial durante los
siglos xvii y xviii:
Asumimos que una
“representación” es una creación cultural que intenta proyectar una imagen
deseable de un sujeto, un evento o una cultura. La representación no coincide
con la realidad, pero persuade a otros de que es en sí la suma de
características específicas y deseables para la realidad [...] La creación de
un fraile observante y ejemplar fue un elemento esencial en la construcción de
la memoria histórica de cada orden en busca de la aprobación social de su
comportamiento y la reafirmación de su identidad como ente corporativo.[6]
Lo anterior nos conduce a afirmar que cada instituto
religioso buscaba en la literatura la creación de un ideal emblemático de
héroe.
Debemos agregar, además, la falta de novelas y en general de
libros de ficción novohispanos. Esto se debió, como sabemos, a la aparición de
“un pliego de instrucciones que la reina, actuando en ausencia de su soberano,
da a la Casa de Contratación de Sevilla, el 4 de abril de 1531”.[7] Como
reitera el investigador norteamericano en su fascinante estudio Los libros del conquistador,
la disposición no fue acatada a rajatabla, pues cinco años después el virrey,
Antonio de Mendoza, emitió el siguiente documento por orden expresa del
monarca, y que entrañaba una intención de censura ideológica más que elocuente:
el
Emperador, mi Rey y Señor, proveyó que no se llevasen a esas partes libros de
Romance de materias profanas y fabulosas, porque los indios que sopiesen leer
no se diesen a ellos, dejando los libros de sana y buena doctrina, y leyéndolos
no aprendiesen en ellos malas costumbres y vicios [...] y porque creemos que en
la execucion desto no a abido el cuidado que debía, mucho vos encargamos y
mandamos proveais, como de aquí adelante no se vendan libros algunos desta
calidad, ni se traygan de nuevo, porque cesen estos incombinientes: procurando
que los españoles no los tengan en sus casas, ni permitan que indio alguno lea
en ellos.[8]
Ahora bien, si a los súbditos de este lado del océano se les
prohibió la lectura de libros de aventuras de índole ficcional, ¿hubo algún
tipo de lecturas que supliera esta carencia? La respuesta, aunque tomada con
cautela, debe ser afirmativa. La emoción que despertaron en los lectores las
narraciones novelescas de vidas heroicas y de hazañas reales y sobrenaturales
se suscitó en los americanos con las vidas de los primeros misioneros que se
incluyeron en las crónicas de las diversas órdenes evangelizadoras que llegaron
a la Nueva España. Como apuntamos en un trabajo anterior, al hablar de Jerónimo de
Mendieta y las vidas que incluye en su Historia eclesiástica indiana,
Así como el
caballero, el pícaro o la Celestina se ajustan a una cadena de
acciones, de actitudes morales, y de contacto con otros personajes, lo mismo
ocurre con el protagonista hagiográfico [...] El [que] se debe plegar a las
acciones que lo significan. Esto es lo propio de un género que hacía más de
tres siglos, desde Santiago de la Vorágine y su Leyenda dorada, tenía un gran
prestigio y una envidiable popularidad. Así pues, es vital la adecuación
existente entre las acciones que el héroe realiza y el léxico que las designa.
De ahí que las palabras “portento”, “sobrenatural”, “prodigio”, “admirable” y
otras similares sean frecuentes en estos textos [...] Al igual que en las
novelas, la narración hagiográfica nos proyecta la historia de una vida en el
tiempo y en el espacio.[9]
Por ello, los protagonistas de estas narraciones de santidad
despertaron una catarsis devocional y estética en los lectores que hacían suyas
las aventuras exteriores e interiores de estos personajes. De ahí que las
palabras de Castorena se cumplan, al comprobar que los relatos guardan una
equilibrada proporción entre la anécdota diacrónica –que plasma las peripecias,
adversidades y los sucesos gratificantes– y la aventura interior del alma
expresada en revelaciones, visiones y arrobos sobrenaturales. Es necesario
recordar que los escritos se desarrollan en dos tipos de registros: el del
tiempo cronológico y el del psicológico interior del alma y de la conciencia
(que tan bien sabe manejar la Iglesia católica); en ellos se desenvuelve la
historia de un protagonista que, al contrario de la generalidad de los héroes
épicos, sigue llevando a cabo acciones ejemplares aún después de su muerte.
Esta característica, además de imprescindible en el género, otorga a los
personajes de las narraciones hagiográficas una excepcionalidad espiritual y
metafísica de la que carecen los protagonistas profanos. Asimismo, la
popularidad de que gozaron en su tiempo se aumentó por un vínculo colectivo de
fe que se establecía entre el fiel y su modelo y que se acrecentó con el fervor
que cada una de las órdenes religiosas promovió a favor de la edificación que
se fraguó en la afectividad de los fieles. En suma, es importante señalar que
la identificación que se estableció entre héroe y lector es equiparable a la
catarsis que se ha venido dando desde los lectores u oyentes griegos y que
consagra al héroe como icono modélico a lo largo de los siglos. Como ejemplo
sólo nombraremos al célebre Sebastián de Aparicio, beato poblano, a quien la
devoción popular llama hoy en día de manera caprichosa y por demás inexacta “El
beato, san Sebastián de Aparicio”.
Como hemos señalado, las vidas de monjas y religiosos siguen
un modelo que comparte una serie de características en el trazo de su
personalidad heroica, entre otras comunes al género: a] un desarrollo del tiempo
lineal desde el nacimiento hasta la muerte; b] la mención del origen del biografiado; c] el inicio de sus rasgos
excepcionales en su seguimiento puntual de las virtudes, d] la repugnancia hacia el
vicio; e]
pruebas puestas por Dios para desarrollar el camino de perfección; f] voluntad a toda prueba,
y g] el
recuerdo indeleble de su memoria después de la muerte. Éstas son las más
frecuentes y conllevan variantes que los autores privilegian. Lo anterior se
pone de manifiesto de acuerdo con el énfasis que el escritor desea imprimir al seguir
los lineamientos dictados por su manejo de las leyes de la retórica, de su
estilo y del uso de un discurso convincente; es también un hecho que la orden
religiosa misma imprime una serie de pautas de lo que como instituto religioso
considera que se debe resaltar.
Es claro que los rasgos de los protagonistas serán
diferentes, por principio, si se trata de héroes masculinos o femeninos.
Resulta lógico que los varones se muevan en un contexto que les dé acceso a una
libertad de acción en el ámbito de la realidad que las mujeres no poseen por
estar confinadas a la clausura. El comportamiento de éstas se determina,
asimismo, por su modelo de imitatio que
las acerca al ideal sublime de perfección femenina que es la Virgen María. En
las monjas se percibe el patrón de la sociedad patriarcal que las confina a un
esquema familiar dentro del convento. Su existencia transcurre inmersa en la
obediencia al “padre” espiritual, a la “madre” (superiora) que ejerce control
de cada uno de sus actos y a la necesaria convivencia con las “hermanas”. Como
veremos, es frecuente que se las compare con la abeja, pues al igual que este
insecto –símbolo positivo por antonomasia–, viven en una comunidad en la que
están sujetas a la autoridad de la “reina”. Incluso hay una obra que se
intitula La abeja de
Michoacán. La vida cotidiana de las religiosas está marcada por una
laboriosidad casi mecánica e incansable durante las horas de vigilia señalada
por su participación comunitaria en las horas canónicas que marcan el día desde
el amanecer hasta la caída de la noche. Los religiosos tienen sobre ellas la
supremacía que les otorga su sexo. Aunque también determinados por los mandatos
que su regla les impone, ejercen acciones apostólicas “en el siglo” y su
influjo recae sobre muchas almas. En oposición a las monjas, predican,
administran sacramentos y poseen una preparación teológica y dogmática a la que
ellas no tienen acceso. En pocas palabras, podemos decir que la observancia de
su orden los conduce a una existencia activa y de gran influencia en el mundo
exterior, mientras que las monjas, por la naturaleza misma de su condición de
féminas y de sus reglas y constituciones, sólo pueden aspirar al parco
horizonte constreñido en la estrechez del claustro.
Señaladas estas diferencias que pueden parecer obvias pero
que marcan el contenido narrativo y el impacto retórico que los textos ejercen
en los lectores, se estructura el presente trabajo con base en los siguientes
rubros: hagiografía jesuita, escritos sobre religiosos de otras órdenes, un
ideal de perfección que sobresale en especial en el siglo xviii, que es el que equipara a la
sabiduría con la bondad, y textos de hagiografía femenina.
Notas
- ↑
Antonio Bonet
Correa, Fiesta, poder y
arquitectura. Aproximaciones al barroco español, Madrid, Akal,
1990, p. 8.
- ↑
Fray Joseph Eugenio
Valdés, Vida admirable, y
penitente de la V. M. Sor Sebastiana Josepha de la SS. Trinidad...,
México, Imprenta de la Bibliotheca Mexicana, 1765, p. 126.
- ↑
Antonio Rubial García,
“Imprenta, criollismo y santidad. Los tratados hagiográficos sobre venerables,
siervos de Dios y beatos novohispanos”, Redial,
vol. 8-9, 1997-1998, p. 45.
- ↑
Juan Ignacio de
Castorena y Ursúa, “Parecer” a: Iuan de Dios Garcia Lozano de Valderas, Oracion declamatoria á vna Madre
desvalida qve En la Celebridad, que se haze á las Necessidades de Maria Señora
su Ilustre Congregacion en el Convento de Regina Coeli, de esta Ciudad...,
Mexico, Herederos de la Viuda de Francisco Rodriguez Lupercio, 1718, p. iiii.
- ↑
Real Academia
Española, Diccionario de
Autoridades, edición facsimilar, Madrid, Gredos, 1979, s. v. raro.
- ↑
Asunción Lavrin, “Los
hombres de Dios. Aproximación a un estudio de la masculinidad en Nueva
España”, Anuario
Colombiano de Historia Social y de la Cultura, vol. 31, 2004, p. 2.
- ↑
Irving Leonard, Los libros del conquistador,
México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1953, p. 81.
- ↑
Idem.
- ↑
María Dolores Bravo
Arriaga, “Santidad y narración novelesca en las crónicas de las órdenes
religiosas (siglos xvi y xvii)”, en María Dolores Bravo
Arriaga, La excepción y la
regla. Estudios sobre espiritualidad y cultura en la Nueva España,
México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 1997, p. 117.
http://www.elem.mx/estgrp/datos/188
Literatura
hagiográfica de la Compañía de Jesús
A
lo largo de la investigación que condujo a este trabajo, y al revisar los
textos de vidas ejemplares dieciochescas, se ha podido constatar que los
escritos debidos a la pluma de los hijos de san Ignacio son, en general más
abundantes que los de otras órdenes religiosas. No sólo los que se escribieron
en loor de los miembros de este instituto, sino que muchos de los autores
dedicados al género hagiográfico pertenecen a ella. También llaman la atención
las diversas modalidades genéricas que cultivaron los soldados de Cristo:
cartas de edificación, biografías breves como el Menologio de Francisco de Florencia y la
obra de Juan Antonio de Oviedo que pertenece, asimismo, a este subgénero.
Intitulada Elogios de los
Hermanos coadjutores... (1755), incluye, además de sermones
fúnebres, vidas monográficas de algunos de sus miembros más destacados.
Asimismo, fue bien conocida la preparación intelectual de los jesuitas, la
labor que desarrollaron como maestros y el influjo que ejercieron sobre los más
diversos y distantes segmentos de su sociedad.
Dos años antes del suceso infausto para el instituto de
Loyola que significó la expulsión de los jesuitas de los dominios españoles,
decretada en 1767 por Carlos iii,
surgió una apasionada defensa, más que ello, un panegírico a la labor
desarrollada por la Compañía desde su fundación. Reproducimos aquí parte de
este texto que es a la vez una descripción puntual de las principales tareas
que se proyectan en los rasgos biográficos de los diversos protagonistas de los
textos que tratamos:
Ellos
[los jesuitas] son los que instruyen y educan a la Juventud, corrigen las
costumbres de los demás hombres sirviendo a la República y bien común en todas
sus obras. Ellos no solamente han ilustrado con sus escritos la Philosophia, la
Theología Sagrada y demás Ciencias sino que las han hecho fáciles y assequibles
a qualquiera que las desea [...] Ellos ofrecen diariamente al Público y a todo
el Orbe Christiano un Mercado en que franquea las más admirables Mercaderías de
Virtudes y de Letras, teniendo ellos por bastante logro y premio de sus afanes
la conversión de las Almas y la instrucción y cultivo de los Entendimientos y
assi podemos llamar con razón a la Compañía de Jesús “Emporio de voluntades”.[10]
Del texto citado sobresale su labor pedagógica; está
implícito el exitoso método de enseñanza (la célebre ratio studiorum y su muy
exigente preparación intelectual). Conlleva también la labor pastoral que
desempeñaron en su contexto. Al respecto, señala María Águeda Méndez:
Su labor no fue
sólo educativa, pues también influyeron en la sociedad; con los sermones y
ejercicios espirituales intervenían en el resto de la población. No predicaban
lo mismo a hombres que a mujeres; tuvieron injerencia con estas últimas en los
conventos, pues la Compañía carecía de rama femenina. Su influencia en ellas
fue a través de la confesión, la prédica y los ejercicios espirituales.[11]
Dentro de los objetivos de la Orden siempre estuvo en la mira
principal la expansión de la labor misional a lo largo y ancho del orbe. Fueron
los primeros que fusionaron Oriente con Occidente, en lo que podríamos llamar
una muy moderna “globalización” en la firme y constante divulgación de la
doctrina cristiana. En todos los confines de la tierra los jesuitas tuvieron
una influyente presencia. Al respecto señala Mendo:
A la Compañía de
Jesús y su fervoroso zelo se debe el veer en unas partes [del mundo] confirmada
y establecida la Fee Catholica, en otras reprimida la insolencia y orgullo de
los Hereges; en otras, por último el que los Gentiles y ciegos Idólatras,
abjurado el supersticioso culto y adoración de sus falsos Dioses se hayan
sinceramente convencido a adorar y creer en un solo y verdadero Dios.[12]
La primera gran Vida jesuita
que se publica en los umbrales del siglo xviii es
una obra que ha sido citada copiosamente por ser la biografía con pretensiones
hagiográficas sobre el célebre confesor de Sor Juana, el padre Antonio Núñez de Miranda. De ella
sólo quisiera destacar algunos elementos que conformaron la semblanza vital del
padre Núñez como
modelo admirable de lo que podríamos llamar un jesuita “urbano” y cuyo
prestigio y santidad influyeron en los más sobresalientes personajes de su
tiempo. Gran parte de su vida transcurrió en la ciudad de México desde donde
desplegó una labor impresionante y marcó su influencia en los más variados
ámbitos. Fue, como señala Oviedo, un celoso confesor de monjas y ejerció su
dominio espiritual en los más altos círculos de poder al ser confesor nada
menos que de virreyes: “El Excellentissimo Señor Marqués de Mancera le consultaba
como a padre de su alma, Confessor suyo las resoluciones que debía tomar en los
casos más arduos y dificultosos [...] que decía Su Excellencia que solo
el Padre Antonio Nuñes le
podia hablar de aquella suerte y que por solo su parecer se sossegaba.”[13] A otro
gobernante, del cual Oviedo omite discretamente el nombre, le aconsejó tomar
una decisión contraria a la del propio virrey. Núñez le espetó estas
lapidarias palabras:
V. Exa haga
lo que le pareciere, pero yo bien sé que esto es lo que debe hacer y de hacerlo
se irá sin remedio á los infiernos sin passar por el Purgatorio. Y pudo tanto con la eficacia
y entereza de estas palabras, que mudó el Señor Virrey de parecer haciendo al
pie de la letra quanto el Padre Antonio le avia aconsejado. y decía que era
notable el miedo que le tenía, quedando de allí adelante con mas estima de su
virtud mirandole y venerándole como á gran siervo de Dios.[14]
Lo referido líneas arriba entraña una fuerte carga de
significado en lo verbal, lo moral, y en el dominio avasallador que Núñez ejercía como guía y, en
consecuencia, dictaminador de conciencias. Es uno de los textos que más refleja
la supremacía del poder espiritual sobre el temporal.
Debemos señalar que Núñez tenía una bien ganada
fama de asceta y sabio. Tales atributos le otorgaron una respetable reputación
de incorruptible rectitud entre sus contemporáneos. Es decir, en esa sociedad
era de suma importancia la opinión pública que de alguien se tenía. Por otro lado,
el biógrafo nos desliza dos juicios antagónicos alrededor de su persona: el
temor que inspiraba por su jurisdicción sacerdotal y cómo ese “miedo” inspiraba
en la más alta autoridad de la Nueva España estimación y veneración,
seguramente debidas al poder que el jesuita poseía como confesor, lo que le
daba potestad para perdonar los pecados o para condenar a las almas. Para
terminar con esta percepción que Oviedo tuvo de Núñez es pertinente señalar
que las palabras que el jesuita le dirigió al desconocido virrey son en el
fondo no sólo condenatorias sino de una dureza que parece enmascarar la
auténtica verdad cristiana; lo que el jesuita hizo fue en realidad equiparar su
poder al del virrey quien, como católico convencido del siglo xvii, tuvo que ceder ante la amenaza del
fallo de la condena eterna. Así y por medio de este pasaje, es posible mostrar
la maestría que Oviedo tuvo para trazar a su personaje. Con pocas palabras
evidencia y exhibe mucho de él, y lo más importante, sus palabras poseen la
rica ambigüedad del buen discurso literario.
En contraste con el temeroso respeto y la indiscutible
autoridad espiritual que Núñez ejerció
y que lo revistió del poder implícito en todo juicio moral ante los sujetos que
lo trataron, se cuenta con otra modalidad literaria en la que se nos refieren
las vidas de los hermanos coadjutores de la Compañía.
Las dotes de escritor de Oviedo de nuevo se manifiestan no
sólo en las biografías largas sino en los relatos hagiográficos breves, de los
que son muestras el Menologio y
los Elogios. A
manera de santoral recogen los rasgos esenciales de estos hombres
extraordinarios que, si bien no son beatos ni santos de acuerdo con la disposición
eclesiástica de la Sagrada Congregación de Ritos, que es el ministerio papal
que otorga los grados ascendentes de santidad, sí despertaron en los fieles que
los conocieron una gran admiración debido a sus vidas ejemplares. En estas dos
obras Oviedo, tomando como modelo textos europeos, sintetizó los rasgos
esenciales de sus compañeros de orden. El primer libro que se quiere comentar
aquí es Elogios de muchos
hermanos coadjutores de la Compañía de Jesús, que en las quatro partes del
mundo han florecido con grandes créditos de Santidad... recogiolos de muchos
autores el Padre Juan Antonio de Oviedo... (1755). El título mismo
es elocuente respecto al contenido, propósitos y método con los que el fecundo
escritor emprendió esta obra. El autor reconoce en su texto la presencia de
otros escritores y los cita como fuente original. Por ejemplo, toma como
referencia al “Padre Patriñani, en su Menologio”.[15] Recordemos
que para los autores formados en el Humanismo que provenía desde el
Renacimiento y que fue para ellos base de sus estudios, tanto en letras humanas
como sagradas, la autoridad de otros eruditos, lejos de considerarse deshonrosa
o de lesionar el principio de originalidad, les otorgaba el prestigio de ser
considerados escritores serios. A esto debemos agregar que Oviedo fue un
prestigiado autor y promotor de un buen número de biografías.
Para mejor comprensión se proporciona la definición de lo que
eran los hermanos coadjutores y las funciones que desempeñaban: “Llaman en la
Sagrada Religión de la Compañía de Jesús á los que no hacen la profession
solemne: y se distinguen llamando Coadjutores espirituales á los sacerdotes y
temporales á los que no lo han de ser.”[16] En Elogios... Oviedo recogió las
biografías de jesuitas extranjeros que desarrollaron su vocación religiosa por
varias regiones de la tierra. Se incluyen sólo dos ejemplos de esta interesante
colección de biografías breves. El primer personaje era de origen italiano y
fue en el lejano Perú donde ejerció el oficio de panadero: “Pero más que en el
horno que cocía el pan, ardía en amor de Dios [...] Era enemigo capital del
ocio, y aun quando concluydo el trabajo de amasar y cocer el pan, iba sin
embargo al Padre Ministro para que lo empleara en otra cosa.”[17] En estas
palabras podemos observar, por una parte, la universalidad de la orden y algo
más importante aún: tan admirable fue para el servicio del Señor desempeñarse
en una tarea elevada, como la predicación o la enseñanza, como en una labor
humilde, como la panadería. Con ello los que desempeñaban oficios manuales se
identificaban también, y sentían muy de cerca la ejemplaridad que podían
imitar. El prodigio se patentizó en este modesto “soldado” de la milicia
jesuita: “Al cabo de algunos años fue hallado su Cadáver con las manos hermosas
e incorruptas, que pudo ser premio de lo mucho que con ellas trabajó al
servicio de Dios y de sus Hermanos.”[18] Oviedo
sabía impactar a sus lectores; mediante el uso de la sinécdoque, figura
retórica de tomar la parte por el todo, indica que con sus manos el hermano
entero se puso al servicio del Señor. Otro ejemplo digno de resaltar es el de
su correligionario portugués Eduardo de Silva, quien se trasladó al antípoda
del orbe: “obligándole a ello la grande falta de Operarios que avia en el
Japón, la caridad para con sus próximos y la obediencia à los Superiores”.[19] Con dos
atinados breves Oviedo designa la filiación que los jesuitas tenían para su
orden: la obediencia sin miramientos a los superiores y el cumplimiento
apostólico de realizar su misión dondequiera que fueran enviados.
Obra también compuesta de vidas breves centradas en los
jesuitas que cumplieron su vocación en territorio novohispano es el Menologio de los varones...
(1747). En este caso vemos una situación común dentro de la Compañía: continuar
y añadir información a una obra que había publicado Francisco de Florencia, en 1671.
Oviedo afirma que completó lo que había iniciado el gran autor mariano: “he
formado este nuevo Menologio, añadiendo noventa y un Sugetos à los sesenta y
seis, que contenía el antiguo del P. Florencia, y son los que van notados con
esta señal * al margen de cada uno”.[20] En esta
declaración observamos, por una parte, la popularidad de este género y la
actitud de los intelectuales de la Compañía de preservar del olvido las obras
de sus ilustres antecesores; por la otra, y de mayor importancia, incrementar
la devoción colectiva que despertarían estos personajes que en vida gozaron de
gran popularidad.
La tradición de los menologios venía desde la antigüedad.
El Diccionario de
Autoridades da esta definición: “El Martyrologio ó Kalendario
de los Griegos, dividido por cada mes del año. Es voz Griega, que significa Mes
y discurso.”[21] Estas
obras fueron, pues, libros para el culto de los fieles que se conmovían con las
breves reseñas de una serie de religiosos que dictaban una lección edificante
de imitación de las virtudes. Era un almanaque que, como cualquier otro, se
iniciaba en enero y concluía en diciembre; en él se señalaba la fecha de muerte
de los protagonistas, pues simbólicamente dejaban la vida temporal para gozar
de la eterna. Además, alentaba el orgullo criollo de los novohispanos, ya que
en él aparecían los jesuitas que, o bien habían nacido aquí o, aunque no fueran
oriundos de estas tierras, había sido en ellas donde habían cumplido el
designio de la providencia de entregarse al servicio de Dios. También ofrecían
al lector el atractivo de la brevedad, la amenidad de los textos y la
diversidad de virtudes ejemplarizadas en los biografiados, como señala el
propio autor al referir la vida de Juan Curiel, el primero del libro y que, en
general, no obstante la especificidad de su tarea dentro de la orden, se puede
aplicar a todos: “Varón singular dotado de las virtudes, que forman un
provechoso Ministro de Almas en la Compañía, de gran caridad, y zelo para
ganarlas para Dios.”[22] Este
misionero de la provincia de Michoacán fue un portento de castidad, siempre
triunfante ante los embates “del fuego de la tentación”.[23] Tan
admirado fue por esta cualidad que “Quando murió, quizás en premio de esta
virtud, aviendo sido de rostro moreno, y desapacible, quedó con unas faiciones
tan hermosas y con un resplandor tan agradable, que no se hartaban los de
Paztquaro [sic] de ver y admirar tan extraordinaria mudanza.”[24] Aparte del
asombro que despertó en los fieles la aparición de la guapura en un rostro poco
agraciado, observamos una serie de cánones literarios y estéticos de la época:
la blancura como ideal de hermosura y la concordancia temática entre belleza
exterior e interior.
Otro arquetipo dentro de la “santidad” jesuita es, como hemos
visto, la enseñanza y la predicación. Un sacerdote en el que se conjugaron las
dos vocaciones fue el criollo Pablo de Salzeda:
Fuè
adornado de todas las prendas que hacen a un hombre verdaderamente grande: de
agudissimo y clarissimo entendimiento, con que se concilió las admiraciones de
toda la Nueva-España en veinte años que enseñó la Philosophia y la Theología, y
en los sermones que predicaba, en que los más juiciosos oyentes lo igualaban
con el insigne Padre Vieyra, y juntamente de memoria tan feliz, que no avia
menester más que leer una vez qualquiera cosa para repetirla.[25]
La prioridad que desde su fundación la Compañía ha otorgado a
la enseñanza se vincula con el entrenamiento de las potencias anímicas e
intelectuales que se cifran en estas palabras: “La memoria, el entendimiento,
la razón, facultades las más elevadas del hombre, serán asimismo objeto de
especial cuidado y atención para los maestros jesuitas.”[26] Es por ello
que no sólo con Salzeda sino con otros muchos jesuitas se exalta la pedagogía
de la Orden como uno de sus objetivos esenciales. Asimismo, la predicación fue
uno de los objetivos fundamentales para convencer a los fieles de seguir los
preceptos cristianos contenidos en los mandamientos, los sacramentos y los
libros sagrados. Un verdadero elogio para el mismo biografiado es que como
predicador se lo compare con Vieira, el célebre orador portugués al que Sor Juana refutara en su Carta atenagórica.
Por último, es necesario mostrar otro de los modelos más
socorridos entre los integrantes de la milicia de Loyola, el misionero mártir.
Ejemplar fue el caso del siciliano Francisco Xavier Saeta, muerto en la lejana
Caborca, al norte de la Nueva España, a manos de los indios, quien junto al
sacrificio unió el prodigio: “reconoció por los movimientos de los Indios el
mal intento con que venían. Hincóse luego de rodillas [...] y los Indios le
tiraron dos flechas con que lo atravesaron.”[27] Lo
asombroso es que se cumplió su vaticinio de morir sosteniendo un crucifijo que
había traído desde su patria: “pues muchas veces se le oyó decir en México,
mostrando el Crucifixo: Con
este he de morir abrazado a manos de los Indios”.[28] De nuevo se
cumple el prodigio con el don de profecía que se otorgó a este sacerdote y por
el que vaticinó su propia muerte.
Poco investigadas, en comparación con otros textos de índole
hagiográfica, son las llamadas “cartas de edificación”. María Águeda Méndez, una de las
estudiosas que más se ha acercado a ellas, expresa:
Estos
escritos pertenecen al género biográfico; caben también dentro de la
clasificación de literatura por mandato, pues los rectores, en este caso de los
colegios jesuitas, tenían la obligación de notificar al provincial sobre los
decesos que se daban en su jurisdicción. Destacan primordialmente el lustre y
la excepcionalidad de alguna virtud que tuvo el hermano de Orden en vida. Se
procura en ellas la ejemplaridad de la vida terrena del individuo en cuestión y
se obtiene preservar su memoria. Por otra parte, se pretende que sus lectores
imiten las conductas allí referidas. No hay, que sepamos, un modelo de género
sobre su estructura o de las partes que deben conformarla, pues en general
siempre se ha hecho uso de estos escritos como fuentes de datos históricos o
sociológicos, pero no se les ha tratado como género literario. Son relaciones
sin límite de extensión, que pertenecen a la literatura religiosa en su
modalidad edificante y tratan de hombres con determinados códigos de
comportamiento o ideales de virtud. Finalmente, son pequeñas piezas narrativas
biográficas.[29]
De acuerdo con lo que señala la investigadora, se agrupan en
la “literatura de exequias” y, en efecto, como explica, llama la atención la
liberalidad de su extensión: hay unas que son muy breves y otras que, por el
contrario, “pecan” de largas. Se incluye una aquí que, a pesar de su reducida
dimensión, contiene las características esenciales del género: Carta del Padre Rector Pedro Reales en
que da noticia á los Superiores de esta Provincia de Nueva España de la
Compañía de Jesús, de la muerte y exemplares virtudes del H. Vicente González,
Novicio estudiante de la misma Compañía, en el Colegio de
Tepotzotlán (1754).
Lo primero que resalta es la escritura por mandato; como
ocurre con buena parte de la literatura creada por religiosos fue redactada por
orden de sus superiores. Llama asimismo la atención el hecho de que el objeto
de la triste misiva sea un joven, ya que la mayoría de las cartas edificantes
tiene como protagonistas a religiosos con una ya larga y notable trayectoria de
vida. Sin embargo no era raro que un rector de colegio jesuita tuviera control
absoluto del comportamiento e incluso de las motivaciones espirituales y
psicológicas de los estudiantes. Es precisamente la juventud de Vicente el
novicio la que estuvo en relación directa con su pureza y candor:
quien
por la inocencia de sus costumbres, exemplares virtudes, especialmente quando
murió se hizo acreedor a que se haga una breve memoria de su constante,
mortificado tenor de vida y de su apacible, sosegada y embidiable muerte, que
fue el domingo 23 de junio de [17]54, siendo de edad de 19 años, y dos meses y
medio y contando de noviciado 21 meses y 18 días.[30]
Al lector moderno podría parecerle excesiva la consignación
exacta de los datos asentados; sin embargo el rector del colegio estaba
obligado a dar una puntual relación del difunto a su superior y a la comunidad.
Pensemos que declarar con veracidad era un deber que se tenía con el jerarca de
la Orden. El joven estudiante poseyó las cualidades emblemáticas que conducían
a la perfección: abnegación y mortificación. Sin embargo, lo que era
determinante para un hijo de san Ignacio, la perfecta observancia de la regla,
le permitía cumplir el más preciado de los votos: la obediencia. El hermano
siguió los lineamientos severos que imponían los mandatos de la Compañía en la
vida cotidiana. El rigor con el que trataba al cuerpo fue siempre parte de la
estrategia para anularlo, como prueba del desprecio por lo material para lograr
la primacía del espíritu: “Miércoles y sábados traer cilicios de muslos por la
mañana, dormir en tabla rasa [...] Tres días de la semana traer cilicios de
brazos por la tarde.”[31] Los
sentidos corporales eran parte de la automortificación, pues se creía que por
medio de ellos entraba el enemigo; por ende, era imprescindible contenerlos.
La Carta es
una continua sucesión de datos –por cierto, no exenta de cierto morbo– del
desprecio que hacia su propio cuerpo tenía el novicio: se privaba de tomar agua
y “no se espantaba las moscas que solían pegársele en el rostro [...] las manos
las traía comúnmente llenas de grietas [...] de tal manera que causó compasión
a quien lo vió”.[32]
El propósito último de esta detallada enumeración de severos
castigos corporales autoimpuestos era convertir a su protagonista en un héroe
impresionante: “assi puede decirse que el Hermano Vicente [...] miraba [su
cuerpo] como fortaleza en que se resguardan las passiones que hazen la guerra
al espíritu, sabía que éste no puede vivir en paz sino es amortiguando los
verdores y lozanías de la carne”.[33] Es
de llamar la atención el léxico de contienda que usa Reales: “fortaleza”,
“guerra”, que corresponde a un perfecto soldado: no en vano san Ignacio siempre
tuvo en la mira que su instituto fuese una milicia de Cristo. Así murió el
hermano Vicente, consumido por la lucha contra sus propias pasiones para lograr
de manera admirable, aunque cruenta, la gracia de Dios, en una clara
connotación de la pasión de Cristo.
Notas
- ↑
Andrés Mendo, Crisis de la Compañia de Jesus, de su
piedad, doctrina, y multiplicado fruto, que ha cogido en el universo mundo...,
México, Imprenta del Real y más Antiguo Colegio de San Ildefonso, 1765, p. 8.
- ↑
María Águeda Méndez, Literatura religiosa, poder y
mentalidad novohispana en algunas obras de Antonio Núñez de Miranda,
Tesis de doctorado, México, El Colegio de México, 2006, p. 53.
- ↑
Andrés Mendo, op. cit., p. 24.
- ↑
Juan Antonio de
Oviedo, Vida exemplar,
heroicas virtudes, y apostólicos ministerios de el V. P. Antonio Nuñes de
Miranda de la Compañia de Jesus..., México, Herederos de la Viuda
de Francisco Rodríguez Lupercio, 1702, p. 114.
- ↑
Ibid., p. 115.
- ↑
Giuseppe Antonio
Patrignani, Menologio di
pie memorie d’alcuni religiosi Della Compagnia di Gesù che...,
Roma, Civilità Católica, 1859, en Juan Antonio de Oviedo, Elogios de muchos Hermanos Coadjutores de
la Compañia de Jesus, que en las quarto partes del Mundo han florecido con
grandes creditos de Santidad…, México, Imprenta de la Viuda de D.
Joseph Bernardo de Hogal, 1755, p. 150.
- ↑
Diccionario de
Autoridades,
1979, s. v. coadjutor.
- ↑
Juan Antonio de
Oviedo, Elogios de muchos
Hermanos Coadjutores de la Compañia de Jesus, que en las quarto partes del
Mundo han florecido con grandes creditos de Santidad…, México,
Imprenta de la Viuda de D. Joseph Bernardo de Hogal, 1755, p. 147.
- ↑
Ibid., p. 150.
- ↑
Ibid., p. 75.
- ↑
Menologio de los varones
mas señalados en perfeccion Religiosa de la provincia de la compañia de Jesus
de Nueva-España, escrito por el padre francisco de Florencia, y aprobado por N.
M. R. P. Juan Paulo Oliva, Preposito General de la misma Compañia. nuevamente
añadido a peticion de la Congregacion Provincial, que se celebrò en Mexico á
principios del mes de Noviembre del año de 1733, por el P. Juan Antonio de
Oviedo,
México, 1747, s. p.
- ↑
Diccionario de
Autoridades,
1979, s. v. menologio.
- ↑
J. A. de Oviedo,
1755, op. cit.,
p. 1.
- ↑
Ibid., p. 2.
- ↑
Idem.
- ↑
Ibid., p. 199.
- ↑
Julia Varela, Modos de educación en la España de la
contrarreforma, Madrid, Las Ediciones de la Piqueta, 1983, p. 135.
- ↑
J. A. de Oviedo,
1755, op. cit.,
p. 86.
- ↑
Ibid., p. 86; cursivas mías.
- ↑
M. Á. Méndez, op. cit., pp. 181-182.
- ↑
Pedro Reales, Carta del P. Rector Pedro Reales, en que
dá noticia á los Superiores de esta Provincia de Nueva-España de la Compañia de
Jesus, de la muerte, y exemplar Virtudes del H. Vicente Gonzalez...,
México, Colegio de Tepotzotlán, 1750, p. 2.
- ↑
Ibid., p. 9.
- ↑
Ibid., pp. 11-12.
- ↑
Ibid., p. 12.
http://www.elem.mx/estgrp/datos/188
Textos hagiográficos en honor
de miembros de otras órdenes religiosas
Si
bien como señalamos anteriormente los textos biográficos de los miembros de la
Compañía son tal vez los más numerosos, resulta importante incursionar en
algunos dedicados a varones de otras órdenes religiosas, que no por ser de
menor cantidad carecen de interés. De gran fluidez en la narración es la vida
de fray Antonio de los Ángeles Bustamante, escrita por el franciscano Isidro
Félix de Espinosa, célebre por los libros que dedicó al misionero y siervo de
Dios fray Antonio Margil de Jesús, que aparece como coprotagonista en muchos de
los episodios de Bustamante. Se pone especial énfasis en la caridad de ambos
cuando auxiliaban a los más pobres, en quienes veían un reflejo del propio
Cristo. Así, lavaban amorosamente las purulencias de las heridas de los
menesterosos. A uno de ellos “quitáronle cantidad de gusanos [...] el tiempo
que tardó en convalecer de sus llagas fue éste objeto de las delicias de sus
espíritus: pues quanto les permitía vacante a cada uno su ocupación forzosa al
punto corrían ansiosos á recrearse con su llagado enfermo”.[34] Es significativo el
uso de la palabra “recrearse”, que implica “alegrar o deleitar”,[35] y que consigna el
placer espiritual que los religiosos sentían al practicar la caridad. El
protagonista, como buen hijo de san Francisco, tuvo a la humildad en gran
estima:
virtud
nobilissima, hermosura de todas las virtudes [...] es la base fundamental de la
perfección. No podrá subir muy alta la fábrica si no se profunda [sic] mucho el cimiento [...]
y por esto abrió las zanjas muy profundas cabando con su propio conocimiento
hasta el centro de su nada, para assegurar el edificio que levantó con
exemplares y religiosas virtudes.[36]
La destreza descriptiva del autor se plasma en este pasaje en
el que establece un símil metafórico entre la perfección y un edificio de sólidos
cimientos. Después de esta comparación de fácil comprensión da un giro
literario de gran impacto para expresar que lo profundo de esta “fábrica”
espiritual se cifra en la “nada” como voluntad de entregarse por entero a Dios,
sin dejar fuera ni un ápice de sí mismo. Otra virtud franciscana emblemática es
la paciencia. Así la concibió y experimentó fray Antonio de los Ángeles,
extraordinario personaje en que se cumplieron las máximas de la orden:
Quien dessea
poseer su alma con la paciencia tiene que soportar en paz muchas cosas. Se ha
de sufrir y soportar á sí mismo por las passiones de su mortalidad á que vive
expuesto. Ha de soportar á sus próximos y hermanos sufriendo paciente sus
dichos y sus pesados hechos. Ha de soportar al mismo demonio, ya en las
tentaciones que sugiere, ya en los malos tratamientos con que persigue. Ha de
soportar al mismo Dios, que agrava amorosamente la mano para prueba y
corrección de los que más ama.[37]
El uso de la anáfora, figura retórica que consiste en repetir
varias veces una misma fórmula –“ha de”– otorga al párrafo una insistencia de
significado de gran efectismo. El autor recorre una gama valorativa que va
desde el propio personaje hasta Dios mismo; permite la tentación del demonio y
así pone a prueba y templa a los que más ama.
Con paciencia y resignación aceptó este humilde franciscano
las tareas que se le encomendaron, como revisar “los libros de cuentas del
Colegio, las cartas de los Guardianes, los papeles que le encomendaban de
muchas fojas [...] le tenían tan encendidos los ojos que parecían hamapolas por
lo encarnado”.[38] La
lucha contra el demonio, permitida naturalmente por el Señor, se presenta en
este pasaje no exento de gracia y candor: “Estando en la enfermería achacoso,
según dexó apuntado su mismo Confessor, y dispuesta una bebida para
refrigerarle, por tres vezes [...] se la vertió el demonio sobre la caveza.”[39] Como todo buen
religioso, cumplió a pie juntillas con la obediencia: “Esta es la joya más
preciosa de la Christiana perfección, porque en ella se sacrifica á Dios la más
noble porción del alma en la negación de la voluntad propia.”[40] Con esta aseveración
se confirma un rasgo inequívoco de santidad: la anulación del ser en aras de la
divinidad. Nueva muestra innegable de obediencia es que no viera a los
superiores como humanos sino como “imágenes del mismo Dios y atendía a sus
mandatos no como pronunciados por los hombres, sino como dimanados de los
mismos labios divinos”.[41]
De gran valor para la orden franciscana es la pobreza: “este
pobre de Christo quiso renunciar aun de lo poco que permite la Seraphica
Regla”.[42] En aras de
la mortificación sólo usó el hábito exterior, privándose de la túnica interior
que le protegía el cuerpo de la áspera tela de aquél. El autor parece
regodearse del padecimiento corporal resultante para hacer brillar más las
privaciones que por su voluntad padeció: “Assi se duplicaba la mortificación en
los sudores y molestias tan propias de nuestra flaqueza, y se aumentaba el
caudal de su amada pobreza.”[43]
Isidro Félix de Espinosa a veces menciona en su narración al
confesor de su correligionario. Es bien sabido que buena parte de la redacción
de la Vidas se
basa en los cuadernos que pacientemente escribían los religiosos. Al morir, sus
confesores hacían uso de la preciosa y fidedigna información. En el caso de
fray Antonio, cuando pasó a mejor vida, encontraron “un manto, la disciplina,
el Rosario [...] un cilicio, y otros instrumentos de mortificación”,[44] aunque lo más valioso
fue que “entrando á enriquecer su erario algunos papeles de su interior, que
dispuso la Altíssima Providencia del Señor llegassen á manos de sus Confesores,
de la suya escritos”.[45] Como
corolario y recompensa de esta alma excepcional, el autor asienta que el gran
misionero Margil de Jesús tuvo varias imágenes de fray Antonio: “Vio pues al
humilde Fr. Antonio con los ojos de la alma como un rostro como de Serafín, y
si no lo conociera por el Abito y cuerpo dixera ser un Ángel.”[46] La visión de Margil
concuerda con lo que sucedió a Francisco; es preciso recordar que a la orden
franciscana se la conoce también como “seráfica”, pues su fundador, “después de
haber pasado una noche entera orando de rodillas [14 de septiembre de 1224],
meditando la Pasión de Cristo, al salir el sol tuvo la visión de un serafín
clavado en una cruz; cuando desapareció sintió agudos dolores que se mezclaban
en su éxtasis. Bajando la vista, halló en su cuerpo las cinco llagas de
Cristo.”[47] Es gracias
a este prodigio de la estigmatización que se nombra a fray Antonio el serafín
humano; éste es un signo de que Cristo lo eligió para ser parte de la corte
celestial, y se confirma, además, con lo que vio Margil:
En una Semana
Santa, se le mostró [...] el Señor de la Magestad con multitud de personas, que
le seguían. Entre estas reconoció a Fray Antonio muy favorecido del Señor, pues
le tenía echado el brazo al cuello, y reclinada la cabeza al pecho de Christo,
á semejanza del amado Discípulo: y estrañando la persona que absorta miraba tan
señalado beneficio, se le respondió por el mismo Señor estas tiernas
razones: Nunca me faltan
Juanes ni Magdalenas.[48]
En este hermoso pasaje se incluye un elemento que aparece con
frecuencia en los escritos religiosos, ya sean sermones, vidas, relaciones
festivas, etc., que es la presencia de “lugares” o fragmentos tomados de la
escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La perspectiva de
Espinosa equipara a Bustamante con el discípulo amado de Jesús, Juan el
evangelista. Estos elogios son un panegírico a sus méritos de santidad y una
exaltación a la orden franciscana, de la que sus mejores hijos son reflejo de
su excepcional fundador.
Por otra parte, en un sermón predicado en las exequias del
dominico catalán Tomás Ripoll, el orador Juan de Villa-Sánchez establece una
comunicación directa y vívida con sus oyentes. Por ello sigue los lineamientos
de la predicación al conmover a su público y dar testimonio directo, en general
por medio de su descripción de las cualidades del difunto; se trata de textos
biográfico-panegíricos que idealizan su memoria y tienen la intención de que
los receptores la guarden como recuerdo indeleble. El orador habla ante un
público al que debe impresionar, conmover y enternecer mediante las virtudes y
la excepcionalidad del difunto. De ahí el manejo de la primera persona
narrativa: el “yo” testimonial establece una especie de triángulo entre el
predicador, el protagonista de su sermón y el público. “Yo supongo que á un
Varón a quien cupo en suerte una alma tan buena, un espíritu tan noble, desde
que le amaneció la luz de la razón no supo usar de ella sino bien.”[49] La oratoria sagrada,
en especial los sermones de exequias, mueven a los fieles a la imitación
ejemplar, de la que el homenajeado es reflejo. De ahí que la enseñanza
indeleble sea, como en los seres superiores, la bondad de alma y espíritu
guiada por la recta luz de la razón.
Dice el predicador que desde su primera infancia se manifestó
la vocación religiosa, sin importarle su austeridad y disciplina: “como diré Yo
que era Niño nuestro Thomas, si en los trece años le fue tan bueno el severo
yugo de la vida religiosa. Buenos los ayunos, buenas las vigilias, buenos los
cilicios, bueno el retiro, bueno el silencio.”[50] La enumeración
continúa salpicada de reiteradas anáforas y repeticiones de una misma fórmula,
en este caso el adjetivo “bueno”, que hace atractivos todos los sinsabores de
la vida del convento.
Un tema digno de rescatar y que se tratará en otros sermones
es el de la fórmula que equipara bondad y sabiduría y que se hace patente en la
referencia que se ha dado líneas arriba. El ascenso de Ripoll en la orden de
predicadores fue asombroso gracias a su vocación; su labor intelectual lo
proyectó como maestro, teólogo y predicador: “[alabo] no que llegasse [...] la
fama de su Sabiduría a Roma, no le alabo esso sino que aprovechasse en
Sabiduría delante de Dios [...] y que el aprovechamiento de la Sabiduría
contribuyesse al augmento de la gracia”.[51] El dominico aventajó y
fue muy lejos en puestos y dignidades en su orden: llegó a hacerse cargo de
responsabilidades importantes y le fue asignado un alto puesto. En el momento
climático de su muerte, su biógrafo incluye una cita del profeta Isaías: “se ha
de morir un Niño de cien años”.[52] Esta
sentencia se cumple al fallecer Ripoll, quien vivió casi un siglo. La aparente
paradoja no lo es, ya que el anciano: “tenía la pureza, el candor, la
innocencia de un Niño”,[53] así
como, a decir de Villa-Sánchez, de niño tenía la sabiduría de la madurez. La
emocionada exhortación a los oyentes surge cuando el orador relaciona la
ejemplaridad del dominico como personaje real y su permanencia para la
posteridad con la esperanza (compartida por todos los oradores) de que sus
sermones llegaran a las prensas: “morirá, pues no ha de ser, pues qué, ¿no ha
de ser inmortal? ¿Un milagro como éste de la virtud, no ha de durar para
siempre para exemplo, para edificación y para común utilidad?”[54] Con estas palabras se
manifiesta uno de los propósitos esenciales de la biografía con pretensiones
hagiográficas: la edificación que el protagonista debe despertar en sus oyentes
y lectores. El conmovedor panegírico se imprimió y por ende llegó a nosotros.
Por lo demás, bendijo la ejemplaridad y la virtud un intercesor de gran
influencia: el poderoso arzobispo de Puebla, Pantaleón Álvarez de Abreu.
Al comentar el sermón anterior adelantamos un tema que es
frecuente como apología del hombre virtuoso en el que se fusiona la bondad con
la sabiduría y, lo que es más importante, que gozó de la reputación de hombre a
quien Dios otorgó el don del conocimiento. Los que disfrutaban de este elevado
prestigio desempeñaban puestos de profesores de colegio, predicadores,
canónigos lectorales o magistrales en la catedral, y también de catedráticos en
la universidad. Cualquier actividad que desempeñaran en alguna de las
instituciones mencionadas dependía de los poderosos civiles o religiosos que
controlaban la cultura oficial.
Como ocurrió en la sociedad novohispana, las instituciones se
justificaron en sus rituales y en el simbolismo que entrañaban. Tal fue el caso
de la universidad que a la muerte de uno de sus profesores más esclarecidos, el
jesuita y doctor Francisco Xavier Lazcano, organizó sus exequias con boato
fúnebre a tan importante figura, que tuvo fama de gran sabio, según la acepción
que a la palabra se daba en ese tiempo. En el sermón fúnebre que auspició la
Academia Mexicana (la Real y Pontificia Universidad), el orador Diego Pimentel
declara lo siguiente al reconocerlo como sabio: “No era el P. Lazcano de el
carácter de aquellos Sabios sobervios, de quienes habla S. Agustín, los que se
dexaron cegar de sus mismas luces.”[55] La
referencia es breve pero rica en significado: aquellos que se creen suficientes
en su sabiduría se asemejan a Lucifer, “el portador de luz”, el más hermoso de
los ángeles, quien cae a los abismos.
Al igual que los demás miembros de la Compañía, “fue
singularmente devoto de María.”[56] El
culto que los hijos de Loyola le profesaban a la madre de Cristo se manifestó
en las congregaciones dedicadas a ella, en las fiestas litúrgicas, en las horas
de oración en su honor y en las variadas advocaciones que veneraban: Loreto, la
del Pópolo y, ante todo, la Inmaculada Concepción. No es raro ver en los
retratos de jesuitas ilustres una imagen de la virgen. Como buenos caballeros,
rendían culto a la más digna y elevada de las damas, la que desde el cielo
recibía el más ideal de los amores, a la que los integrantes de la milicia de
Cristo defendían con todas sus armas, sobre todo con la argumentación brillante
y la oración más humilde.
El prestigio intelectual de que gozó Lazcano y la rectitud de
su comportamiento como guía de conciencias, orador y sobre todo como
catedrático lo hizo merecedor de un suntuoso homenaje que la universidad
organizó en su honor. Su reputación de portador de gran sabiduría, aunada a su
bondad, congregó a los profesores y al claustro universitario. Se erigió un
túmulo y se realizó una solemne ceremonia. Como conclusión retomamos las
palabras de María Águeda Méndez,
que capta muy bien el tono de la ceremonia:
Con innegables
visos de teatralidad (como todo acto de naturaleza política, eclesiástica o
académica del virreinato novohispano), el espectáculo debe haber sido sobrio e
impresionante, amén de acaparar de manera muy efectiva la atención de los
asistentes y dejarlos debidamente edificados hasta lo más íntimo. El silencio y
respeto que sin duda suscitó el recuerdo del jesuita seguramente estaba cargado
de elocuencia conmovida.[57]
Nos hemos detenido ampliamente en los textos hagiográficos
masculinos, ya que consideramos que, en términos generales, se ha hablado mucho
más de biografías de mujeres, que han acaparado la atención de los investigadores
como Manuel Ramos Medina, Josefina Muriel, Rosalva Loreto, Asunción Lavrin y Antonio Rubial, por mencionar sólo
a algunos de los más destacados. La dependencia que tuvieron de los varones,
sobre todo en cuanto a poseer una identidad y un discurso, es innegable. Como
señala Manuel Ramos Medina en
cuanto al acercamiento entre los autores y las religiosas: “las crónicas,
además de recrear la historia del convento, constituían una manera de influir
en futuras candidatas a la vida religiosa. Quienes leían el pasado de una
comunidad se informaban acerca de la pureza y disciplina que se vivía en el
monasterio, finalmente, de reafirmar y justificar su presencia en la sociedad.”[58]
“El papel más importante de los monasterios de mujeres estuvo
ligado al resguardo de la castidad y pureza femeninas, valores exaltados por la
sociedad colonial.”[59] Con
estas palabras la investigadora inscribe la vida conventual dentro de un
contexto social que exaltó estos valores como parte de un imaginario colectivo
que tuvo el concepto del honor en muy alta estima. El claustro era un huerto
cerrado en el que se preservaba la honra femenina como una flor que exhala
pureza y que era cultivada en este jardín simbólico por hombres y mujeres que
se abocaron celosamente a cumplir con esta misión superior. Cuando se habló de
abrir el convento de Santa María de los Ángeles de Pobres Descalzas Indias, el
predicador, en su oración fúnebre en honor de su fundadora, expresa:
Esa misma
Comunidad Religiosa que feliz en todo cuenta con tantos espíritus gigantes como
individuos [...] entre todos prefiere al de Teodora para que trasplante al suelo
Oaxaqueño y cultive con
esmero este delicioso
Vergel, este Jardín florido, este ameno Pensil cuya hermosura y fragancia deben
hacerse sensibles hasta en las más remotas Provincias de la Diócesis.[60]
El lenguaje metafórico es perfecto: la fundadora y abadesa
vitalicia tuvo a su cargo sembrar la virtud femenina representada en sus hijas
espirituales. La simbología de la flor como encarnación de pureza femenina
proviene, como es sabido, de la Virgen María, que tiene a la azucena como
emblema de pureza. En el estudio introductorio al Paraíso occidental de Carlos de Sigüenza y Góngora Margo Glantz expresa: “Así en
pleno Nuevo Mundo, en el seno de la naturaleza americana –esa zona tórrida
inhabitable– pudo erigirse un nuevo paraíso, domesticando el caos y cultivando
un nuevo jardín [...] donde han crecido nuevas flores ‘que se han de
inmortalizar por racionales en el mismo empíreo’.”[61] El encierro protegió a
estas flores candorosas de los peligros del mundo y las confinó a una reclusión
en la que, al contrario de los varones, y por el nulo contacto con el exterior,
sus experiencias se constriñeron a las vivencias interiores del espíritu, al
cumplimiento de la observancia de los votos y a la contención constante y
obsesiva del cuerpo, por medio de disciplinas impuestas o autoimpuestas. El
microcosmos del convento fue, sin embargo, un mundo que reprodujo un modelo de
conducta femenina que buscó la santidad por medio de la sumisión a confesores,
padres espirituales, prelados, y a las superioras que desde el interior
ejercieron un rígido control del diario existir.
Notas
- ↑
Fray Isidro Felix de Espinosa, El Cherubin custodio de el arbol de la
vida, la Santa Cruz de Queretaro.Vida del Ve. Siervo de Dios Fray Antonio de
los Angeles..., México, Joseph Bernardo de Hogal, 1731, p. 49.
- ↑
Diccionario de Autoridades, 1979, s. v. recrear.
- ↑
Espinosa, op. cit., p. 51.
- ↑
Ibid., pp.
56-57.
- ↑
Ibid., p.
58.
- ↑
Ibid., p.
63.
- ↑
Ibid., p.
82.
- ↑
Ibid., pp.
82-83.
- ↑
Ibid., p.
89.
- ↑
Ibid., pp.
89-90.
- ↑
Ibid., p.
92.
- ↑
Idem.
- ↑
Ibid., p.
148.
- ↑
Edgar Royston Pike, Diccionario de religiones,
México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2001, p.194.
- ↑
Espinosa, op. cit., p. 149.
- ↑
Fray Juan de Villa-Sánchez, Sermon Funebre, dicho en las solemnes
exequias que a la tierna, y venerablememoria De su Rmò. P. Mtro. Fr. Thomas
Ripoll..., México, Colegio Real y Más Antiguo de S. Ildefonso de
México, 1749, p. 13.
- ↑
Ibid., p. 19.
- ↑
Ibid., p. 26.
- ↑
Ibid., p. 48.
- ↑
Idem.
- ↑
Ibid., p. 58.
- ↑
Diego María Pimentel, Sermón fúnebre, que en las honras con que
la Real y Pontificia Universidad de México celebró la buena memoria de el R. P.
doctor Francisco Xavier Osorio, colegial que fue en el Real, y Lazcano, de la
Compañía de Jesús..., México, 1763, p. 9.
- ↑
Ibid., p. 21.
- ↑
María Águeda Méndez, “El claustro
universitario escribe: Exequias a Francisco Xavier Lazcano”, en José Pascual
Buxó (ed.), Reflexión y
espectáculo en la América virreinal, México, D. F., Universidad
Nacional Autónoma de México/ Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 2007, p.
429.
- ↑
Manuel Ramos Medina, “Los cronistas de
monjas: La traducción masculina de una experiencia ajena”, en Raquel
Chang-Rodríguez (coord.), Historia
de la literatura mexicana, tomo 2, La cultura letrada en la Nueva España del
siglo xvii,
México, D. F., Siglo xxi/
Universidad Nacional Autónoma de México, 2002, p. 413.
- ↑
Rosalva Loreto, Los conventos femeninos y el mundo urbano
de la Puebla de los Ángeles del siglo xviii,
México, D. F., El Colegio de México, 2000, p. 85.
- ↑
Joseph Victoriano Baños y
Domínguez, Elogio fúnebre
que en el aniversario de la M. R. M. Sor Maria Teodora de San Agustín,
México, Mariano de Zúñiga y Ontiveros, 1799, p. 87 (cursivas mías).
- ↑
Margo Glantz, “Introducción”, en Carlos
de Sigüenza y Góngora, Parayso
occidental..., facsímil de la primera edición (México, 1684),
México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Centro de Estudios de
Historia de México Condumex, 1995, p. xvii.
http://www.elem.mx/estgrp/datos/188
Hagiografía femenina
La
vida conventual representaba una forma de realización vital y las mujeres, en
su afán de alcanzar la perfección espiritual –a semejanza de los varones– se
dedicaron a la práctica de las virtudes en la recta y constante observancia de
su regla. Pero, ante todo, la religiosa buscó los medios más diversos para desempeñar
la más elevada de sus funciones y su más caro anhelo: desempeñarse con dignidad
como esposa de Cristo.
Como ya se ha señalado, nos hemos extendido más en la
hagiografía masculina, pues los estudiosos que nos han antecedido nos han
legado sus estupendas y acuciosas investigaciones sobre la santidad femenina;
en el caso de las monjas, por medio de una vida y de varios sermones de
exequias desarrollaremos tres ejes: el tratamiento del cuerpo, el cumplimiento
de las virtudes y las visiones o arrobos que experimentaron. Tales constantes
se presentan más frecuentemente en las religiosas, pues la contienda y el
anhelo heroico de la perfección que emprendieron no se fraguó en la apertura
del mundo exterior sino en el horizonte constreñido al espacio entre las paredes
de un claustro.
El padre Joseph Eugenio Valdés dio a las prensas en 1765 la
biografía de la monja clarisa sor Sebastiana Josepha de la Trinidad. Lo primero
que atrapa la atención del lector es la conciencia que tuvo Valdés de su acto
de escritura. Como ocurre en los textos hagiográficos, proclamó la protesta
indispensable que presidía a estos escritos, Al inicio del libro segundo
anunció: “En esta, pues suposición, y con la rendida protesta, que debo á la
Santa Iglesia Catholica, sujetándome humilde a su sabia y santa determinación
en todo.”[62] Es este
libro el más sustancioso de toda la obra: “Me pareció que ir escribiendo los
capítulos de el Primer Libro, no era otra cosa, más que ir organizando el
cuerpo de esta Historia, para infundirle el alma que se halla en este segundo
libro.”[63] Concebir un
texto como un cuerpo es dotarlo de una estructura que se relaciona en sus
partes como un todo orgánico que “funciona” para sus propósitos esenciales de
estar vivo.
Al igual que san Francisco de Asís, fundador de su orden,
Sebastiana Josepha vivió con fervor especial por la santa pobreza de la que se
desprende la humildad, como su “raíz” (p. 133). De origen pobre, y a causa de
su falta de recursos, la protagonista tuvo que vivir primero en un recogimiento
de mujeres, donde residían las hembras retiradas en una especie de “clausura
por penitencia ó voluntaria o forzada”.[64] Estos lugares revelan
el celo y consigna que tenían las autoridades de mantener a las féminas castas.
Es necesario recordar algo que aunque sabido no carece de importancia capital:
por su debilidad física, menor capacidad de raciocinio e inclinación a las
tentaciones corporales se creía y mantenía que las mujeres eran más proclives a
la tentación que los varones. La herencia bíblica de la desobediencia de Eva
era una carga pesada e irrenunciable.
Después de intentar su ingreso en varios conventos, la joven
fue aceptada en el más humilde de las franciscanas, el de San Juan de la
Penitencia, emblema de la santa indigencia, pues al contrario de otros
claustros de la orden, “es el haberse mantenido, como se mantuvo muchos años
desde su Fundación, sin rentas, ni fincas, siendo sustentadas sus Religiosas
con solas las limosnas que ofrecían los Fieles”.[65] Manuel Ramos Medina tiene razón
cuando asevera que las hagiografías procuran datos históricos de gran
significación, aunque, además, como ocurre con las heroínas de novela y drama,
la protagonista de este retrato de santidad era de gran belleza exterior que,
naturalmente, se prolonga al interior de su personalidad. Cuando ingresó como
novicia “sucedió aquella tarde, que recibió el Santo Abito [...] se dexó ver su
rostro con una hermosura tan rara, y tan peregrina, que los que lograron su
vista quedaron pasmados [...] Así entró [...] esta nueva Esposa de el Esposo, a
quien recibieron [las otras monjas] con especiales júbilos, dándose los
parabienes de tener ya en su Jardín esta nueva Rosa y en su Cielo esta nueva
Estrella.”[66] Por si
esto fuera poco, entabló frecuentes coloquios con Cristo, en los que se refleja
un rasgo constante de humildad, común en estos escritos, la autohumillación
ante el hijo de Dios: “Yo soy la Esclava más humilde, y tú quieres constituirme
Reyna? [...] He querido ser Esposa tuya para el amor, no para la dignidad que
no merezco.”[67] Se
trata de una percepción de la debilidad femenina que se supera por ayuda de
Dios. Es común la imagen de la mujer varonil, como nuestra monja, quien fue
agraciada con “milagrosas corpulencias”, porque como santa Coleta “salió de la
oración crecida en estatura proporcionada á su sexo”.[68]
La oposición entre la vida mundana y la religiosa está tan
marcada en la obra, que en una ocasión:
habíase
visto prissionera en las jaulas del mundo, en las alcándaras de su vanidad,
aunque con displicencia suya. Y como en el siglo estaba fuera de su centro,
quando se vió de nuevo en la clausura, comenzó de nuevo a respirar. Dilatósele
el ánimo, se volvió la Alma á su cuerpo, ensanchósele el Corazón, cobró nuevos
alientos su espíritu, dando mysticos giros.[69]
Es obvio que en esta oposición la vida conventual es la que
sale favorecida, lo cual no exenta al texto de cierto tinte proselitista para
que las mujeres se inclinen por la vida de clausura.
Otro rasgo de semejanza importante de la situación de la
mujer en la sociedad patriarcal es la entrega de la dote que, tanto la laica
como la monja, tenían que aportar, la primera al contraer matrimonio y la
segunda al profesar. Sólo de pensar que tenía que abandonar el claustro: “se
destempló la harmonía de los humores y cayó enferma [...] Fue el caso que la
acometió una passion tan vehemente de desconsuelo y tristeza, que no hallaba
qué hacerse; sin poder descubrir la raíz de donde nacía novedad tan estraña.”[70] Lo anterior revela un
muy acertado y moderno diagnóstico de lo que actualmente se califica como
depresión. Cuando por fin llegó la hora de profesar agradeció: “á su Esposo
Jesús; viéndose ya clavada con los fuertes clavos de los Religiosos votos”.[71] El autor ofrece de
manera muy patente la aceptación gozosa de coronar su vocación en más de un
sentido.
Lugar común tanto en varones como en mujeres es la
ponderación de la castidad y la necesidad de rehuir del trato con personas del
sexo opuesto. “Nunca se dio caso de dar la mano á hombre alguno; y aun a las
mujeres se la dio muy pocas veces. Pero ¿como había de darlos la mano, si ni
aun los ojos ponía en ellos? Huyendo siempre en quantas ocasiones podían
contribuir, aunque remotamente, a contaminar la blancura de esta Azuzena
bellíssima.”[72] Como
muchos otros elegidos tuvo el don de profecía; por ejemplo, cuando sabía quién
moriría, aun cuando estuviese afligido por una grave enfermedad. Un capítulo
entero dedica Valdés a la exaltación de uno de los rasgos de ejemplaridad más
valiosos en la vida de clausura: la observancia de la vida comunitaria y la
asistencia al oficio divino, es decir, a las oraciones comunitarias que se
rezan en cada una de las horas canónicas señaladas. En ellas aparecía “fuerte y
robusta, para estas cosas quando apenas tenía un aliento, pues á el passo que
su cuerpo se veía extenuado con los trabajos exteriores y tan débil con las
enfermedades que apenas podía tenerle en pie”.[73]
Por último, en cuanto a esta monja ejemplar, cabe mencionar
un tema que no puede faltar en las biografías de monjas: la lucha contra el
demonio, que es una de las pruebas que el Señor permite que se libre para
fortaleza del alma. Con vehemencia, el autor refiere con la intención de
encomiar a su personaje:
Varias
y formidables fueron las persecusiones que hizo este monstruo á la V.
Sebastiana [...] la que más le afligía [...] era quando se le representaba en
forma humana: porque entonces se ponía á su vista con indecible deshonestidad,
y asquerosa torpeza, moviendo su imaginación con horribles sugestiones, y
arrojando furiosas llamas al fuego sensual, aunque de todo salía victoriosa con
los auxilios divinos, aunque era á costa de inmensas penalidades, porque solía
durarla mucho tiempo clavada en su imaginación la torpe figura.[74]
Es preciso comentar el temor que inspiraba en el contexto
novohispano la sexualidad, y la amenaza constante que representó como tenaz
adversaria de la castidad. Es significativo que la monja tuviera visiones
sensuales “clavadas en su imaginación”, que como sabemos es la representación
de imágenes reiteradas. No obstante, como sucede con estos paladines de la
virtud, Sebastiana logró siempre vencer a sus demonios interiores.
Distinta a la anterior fue la religiosa a la que dedicó Eguiara y Eguren, el gran humanista
novohispano del siglo xviii,
una hermosa oración fúnebre. Sor Nicolasa María, abadesa del convento de
capuchinas de san Felipe de Jesús de la ciudad de México, provenía de familia
noble y acaudalada, lo cual seguramente contribuyó a que ocupara esta jerarquía
tres veces; el linaje era de suma importancia en esta sociedad conventual
rigurosamente jerarquizada. Una metáfora constante es la construcción de la
personalidad de la perfecta religiosa como una edificación, con doble
significación: la labor que significa erigir un arquetipo de virtudes y la
edificación que despierta en los oyentes y lectores la personalidad ejemplar de
una religiosa. Eguiara predicó
en presencia del arzobispo de México, Manuel Rubio y Salinas. No debemos
olvidar la influencia que tenían estas ceremonias en las que se cubría un culto
de elogio y cortesanía ante los poderosos. Además, la madre influyó en
“reedificar el convento capuchino con ayuda del arzobispo y los bienhechores
Manuel Aldaco y Ambrosio Meave”.[75] Resulta
de interés recordar que dos calles del centro de la ciudad de México, cerca del
Colegio de las Vizcaínas, llevan todavía estos nombres, en recuerdo de estos
hombres acaudalados que contribuyeron a construirlo. El uso generoso y
caritativo de la riqueza es una forma de perpetuar la memoria de los pudientes
de antaño, en la vigencia de una calle y en la palabra de un notable autor como
fue el creador de la Biblioteca
Mexicana.
El lenguaje teológico-metafórico aparece en el texto: “Son
las siete columnas, según San Bernardo, símbolo de las tres virtudes Teologales
y de las cuatro Cardinales, y de todas tenemos muchas prácticas y ejecutorias
en la vida de nuestra Abadesa.”[76] El
edificio de su ejemplaridad se construyó firmemente sobre la fe, la esperanza y
la caridad, virtudes teologales, “porque tienen directamente por objeto á Dios
en su operación”,[77] sin
olvidar las cardinales, “que son principios de otras virtudes: la prudencia,
justicia, fortaleza y templanza”.[78] La
superiora fue dechado de las siete: “su fe la hizo dejar el mundo, y abrazarse
con la Cruz de Cristo que cargó en la religión cincuenta y un años gustosa de
su aspereza”.[79] Es de
notar la asunción de la vida monjil como áspera cruz que se lleva a cuestas.
Como ejemplifica la vida de otra religiosa, parecería que las
mujeres, más que los hombres, tienen como destino el sufrimiento. La Caridad,
virtud sin la cual es estéril cualquier otra, es, como bien explica Eguiara, el amor al próximo, tan
imbuido en esta monja “la llevó a socorrer las necesidades no sólo de sus
Hermanas y Súbditas, sino también de otros próximos, ayudándoles con oraciones
y con el valimiento que tenía, intercediendo ante los poderosos por el alivio
de los necesitados”.[80] La
mujer varonil se delinea cuando el orador expresa que supo sortear todos los
escollos de su difícil magisterio: “Su Fortaleza duró tanto cuanto su vida, no
cediendo en toda ella a las dificultades de su Profesión, ni amedrentándose con
la austeridad, a la que dedicó hasta la muerte su salud.”[81] Asimismo, para
practicar la ascesis y la renuncia en lo que más le agradaba, “Todos los días se
mortificaba en la mesa dejando el bocado de más gusto, y teniéndolo
naturalmente en los Lacticinios nunca los usó en la Religión, ni aun en los
tiempos que los permite la Regla, sino tal vez por Medicina y por orden del
Médico.”[82] El médico
funciona como regulador del mandato para controlar los excesos de austeridad y
privación de lo corporal. El predicador refiere que la Madre Agustina escribió:
para que se
entregasen después de ello [morir] más de setenta cartas dirigidas á todos los
Prelados y Preladas de las Sagradas Religiones de esta ciudad, a los curas de
ella, y a otros Superiores Eclesiásticos pidiéndoles de limosna, con mucho
fervor e instancia misas, oraciones, y otros sufragios para salir del
Purgatorio que temía, ya que esperaba en la Clemencia de Dios, ser librada del
Infierno.[83]
Este pasaje revela varios aspectos interesantes. Por una
parte, el hecho de la monja que escribe. Como se sabe, muchas de las
hagiografías fueron escritas por varones, con base en los textos que dejaron
las religiosas. Por otro lado, la humildad de la abadesa le dio la convicción
de ir al purgatorio por ser indigna de subir directamente al cielo, privilegio
de los que muy pocos gozan. A él van, según la teología católica, sólo los que
mueren con pecados veniales. La forma de sacar a las almas de este estado de
purificación es por medio de las oraciones y misas que los vivos ofrecen a los
difuntos. El culto a las almas del purgatorio sigue estando muy extendido entre
los fieles. La pena más grande que experimentan estas ánimas es la privación de
ver a Dios aunque, como la madre Agustina, esperan en su misericordia para
ascender al paraíso.
El último de los escritos que se incluyen aquí es un sermón
fúnebre predicado en Oaxaca. Es un facsímil del primer impreso realizado en esa
ciudad.[84] La oración
de exequias que nos ocupa es un tratado continuo de la desventura y de la
vocación de sufrimiento que tuvo como destino la adversidad. Más que un sermón
de honras fúnebres, el del padre dominico Sebastián de Santander es una vida
abreviada. El autor declara que la “Virgen Soror Jacintha María Anna de San
Antonio mi hermana por la patria, por el affecto, por el hábito y por la
professión, a quien confessé y comuniqué por espacio de diez y seis años.”[85] En este caso vemos el
hecho frecuente del varón que “se apodera” de la palabra femenina para
transmitirla como discurso de ejemplaridad. Tiene la estructura de una
biografía condensada que narra las vicisitudes de esta alma heroica, nacida
para padecer. El orador traza dos ejes temáticos, la aventura del cuerpo y la
del espíritu, siguiendo a su confesanda: “Padre
es menester que padesca en el mundo el cuerpo, y muera á los gustos de la carne
para que viva á Dios el espíritu.”[86] El predicador alude a
Job, el gran sufriente de la Biblia, modelo inagotable para descifrar los más
variados sentidos de la vida humana y de los designios divinos. Al igual que
muchas de las religiosas criollas que fueron objeto de biografías, la poblana
sor Jacinta estaba: “tan destinada a los trabajos que parece madrugaron á
recevirle los infortunios”.[87] Estas
palabras recuerdan las de Job cuando maldice el día de su nacimiento, “que sea
triste aquella noche, impenetrable a los gritos de la alegría” (Job, 3: 7). Al
nacer “su tierno Cuerpecito topó con una piedra en que se rompió la cabeza”.[88] Parece excesiva la
expresión y contundente en la desgracia, pues parece casi increíble que un
recién nacido sobreviva después de un golpe así. No obstante, esto es verosímil
literariamente hablando, pues la niña estaba destinada por Dios para cumplir su
destino. Sus desgracias no pararon allí, pues su madre la entregó al hospicio.
El tono de lamentación se cumple por la orfandad absoluta que experimentó sor
Jacinta María Anna. No es difícil imaginar al orador ante el emocionado
auditorio y exclamar: “Sí Señores, todo esto luego luego que nasce ha de recaer
sobre aquesta niña, porque esta niña solo la crio Dios para padezer.”[89]
La habilidad causal del discurso de Santander se va
desarrollando en una comparación entre la religiosa y Cristo “a quien luego,
luego, por que no faltara el golpe de una piedra, y el dolor de una herida,
applicó aquella lei, que se gravó en mármoles, el cuchillo de piedra, que lo
marcó por hijo de Abrahan [sic]
con la herida dolorosa de la sangrienta circumcission [sic]”.[90] Es posible que la
intención de Santander sea contrastar la ley judaica, que incluía la
circuncisión como un rito que era considerado por la Iglesia católica no sólo
sangriento sino herético; por otro lado, parece también una alusión a los
sacrificios humanos prehispánicos. Como ocurre en los textos hagiográficos, el
modelo supremo siempre es Jesús y después su madre. La infancia marcó a Cristo
para su futuro sufrimiento como lo hizo con su protagonista; en ambos “el
pesebre fue arena, palestra, ó palenque donde se ensaió su virtud”.[91] Un episodio
significativo, que pone de manifiesto la importancia de las imágenes en el
barroco para avivar la devoción se debe a la descripción de una situación en
que la pequeña de sólo cuatro años vio a un indio azotar una imagen de Cristo.
Además del agravio sacrílego, “no podía su tierno corazón sufrir que aquel
Indio azotase tanto á quien le tenía robado el affecto”.[92] Quiso
comprar la imagen pero al no tener dinero: “le sugirió una cosa como de niña,
ésta fue obligarse por muchos días a dar á el Yndio el panecillo de chocolate
que á ella le daban para el desayuno”.[93]
Muchos sinsabores hubo de padecer la futura monja; entre los
más dolorosos estuvieron la maledicencia y difamaciones de sus prójimos y las
agresiones de los demonios: “incesantes batallas y, exquisitos tormentos,
diferentes martyrios”.[94] Al
igual que a Job, Dios la marcó con dolorosas y constantes enfermedades. Un
médico afamado de Puebla diagnosticó que sus padecimientos eran morales, por el
deseo que tenía por tomar el estado religioso. Su padecer fue ininterrumpido,
tanto que en un giro plenamente literario el predicador asienta: “que me
holgara de poder convertir aqueste sermón en un libro para apuntar si quiera
los trabajos y dolores de aquesta Virgen.[95]
Una de las características del discurso barroco es el gusto
por lo desagradable con el propósito de reafirmar en el lector o en el oyente
una impresión que repugne a los sentidos exteriores y que conmueva los
sentimientos: “Sí bebía pero bebía lo que causa á la naturaleza assombro,
porque viendo un día una taza de sangre corrupta y sintiendo algun asco,
castigó este melindre con echársela toda á pechos.”[96] Es impresionante la
severidad que Jacinta mostró para con ella misma. Al final de su vida padeció
una enfermedad renal que la hizo sufrir terriblemente. No obstante –y aquí
aparece de nuevo la inferioridad ante el varón– al ver que:
los
demonios sirvieran de ministros y de verdugos en tierras de hereges [...] y
aquí era lo más excesivo de su padezer, porque como se veía muger, Religiosa y
en una cama, y que no podía salir á predicar, y dar vozes para ganar las almas
de sus hermanos, rebentaba en gemidos, en lágrimas, en llanto, en quexas, en
ardores, en incendios, que por último la acabaron, la consumieron.[97]
En este fragmento destacan varios recursos de gran impacto
literario, como la enumeración de palabras que se inscriben en un mismo campo
de significación y que por ello causan en el lector una emoción profunda. Sus
padecimientos de cuerpo y alma cesaron con la muerte: “O qué vida tan llena de
trabajos! Pero ¿qué mucho si fue vida de una criatura humana de quien escribe
Job que sólo nace para miserias?"[98] La comparación entre
la religiosa y Job está presente de principio a fin del panegírico, ya que es
sólo este personaje bíblico quien puede asemejarse con lo extremo del
sufrimiento que, en ambos, finaliza con la recompensa que les otorga el Señor.
Como conclusión quisiéramos reiterar el valor y la
importancia literaria de que gozaron estos textos que llenaron el vacío de
literatura de ficción al despertar en los lectores la catarsis por la identificación
de un ideal colectivo. Marcaron un gusto por las hazañas materiales y
espirituales de estos hombres y mujeres que en su tiempo cumplieron los
propósitos retóricos de instruir, agradar y enternecer. Para nosotros, cientos
de años después, son emisores de un discurso que nos deleita, aunque ya no
creamos, como hacían los novohispanos, que la santidad ejemplar y el milagro
son parte de la realidad circundante.
Notas
- ↑
Fray Joseph Eugenio
Valdés, Vida admirable, y
penitente de la V. M. Sor Sebastiana Josepha de la SS. Trinidad Religiosa de
Coro, y Velo negro en el Religiosissimo Convento de Señoras Religiosas
Clarissas de San Juan de la Penitencia de esta Ciudad de Mexico...,
México, Imprenta de la Bibliotheca Mexicana, 1765, p. 127.
- ↑
Ibid., p. 127.
- ↑
Diccionario de
Autoridades,
1979, s. v. recogimiento.
- ↑
Valdés, op. cit, p. 135.
- ↑
Ibid., p. 136.
- ↑
Ibid., p. 137.
- ↑
Ibid., p. 142.
- ↑
Ibid., p. 147.
- ↑
Ibid., p. 158.
- ↑
Ibid., p. 164.
- ↑
Ibid., p. 186.
- ↑
Ibid., p. 259.
- ↑
Ibid., p. 286.
- ↑
Dr. Juan Joseph de
Eguiara y Eguren, La muger
edificativa. Panegyrico funebre, Que el dia 12 de Junio de 1755, en las Honras/
de la M. R. Madre Augustina Nicolasa Maria, Madre Augustina Nicolasa Maria,
Abbadesa tercera vez, que fue, del Convento de San Phelipe de Jesus, y pobres
capuchinas de esta Ciudad..., México, Imprenta Nueva de la Bibliotheca
Mexicana, 1755as de esta Ciudad..., México, Imprenta Nueva de la
Bibliotheca Mexicana, 1755, p. 4.
- ↑
Ibid., p. 8.
- ↑
Diccionario de
Autoridades,
1979, s. v. virtudes
cardinales.
- ↑
Ibid., s. v., virtudes
teologales.
- ↑
Eguiara y Eguren, po. cit., p. 8.
- ↑
Ibid., p. 9.
- ↑
Idem.
- ↑
Ibid., p. 10.
- ↑
Ibid., p. 9.
- ↑
Agradezco a Alejandro
Hernández García haberme facilitado este interesante texto.
- ↑
Sebastián de
Santander, Sermon fvnebre,
qve en las honrras de la venerable madre Iacinta Maria Anna de S. Antonio,
Religiosa de el Monasterio de Sancta Catharina de Sena de esta Ciudad de
Oaxaca..., Oaxaca, México, Doña Francisca Flores, 1720, f. 2r.
- ↑
Ibid., f. 3r.
- ↑
Ibid., f. 4r.
- ↑
Idem.
- ↑
Ibid., f. 4v.
- ↑
Ibid., f. 5v.
- ↑
Ibid., f. 6r.
- ↑
Ibid., fs. 6v-7r.
- ↑
Ibid., f. 7r.
- ↑
Ibid., f. 9r.
- ↑
Ibid., f. 10r.
- ↑
Ibid., f. 11r.
- ↑
Ibid., f. 14r.
- ↑
Ibid., f. 15r.
http://www.elem.mx/estgrp/datos/188
Biografía
Balthasar, Juan Antonio de, Carta de edificacion, en que
el P. Juan Antonio Balthasar, de la Compañia de Jesus, Rector del Colegio de
San Gregorio de esta Ciudad de Mexico, da noticia a todos los Superiores de las
Casas y Collegios de esta Provincia de Nueva-España, de la fervorosa vida, y
apostolicos ministerios del Padre Juan Gumersbac, Professo de quarto voto de la
Compañia de Jesus. Sàcala al publico el mismo Colegio de San Gregorio para
exemplar de aquellos sugetos, que quisieren emplearse en el ministerio tan
santo como penoso de la administracion de los Indios, Impressa con
licencia de los Superiores: en México por Joseph Bernardo de Hogal, año de
1737.
Baños y Domínguez, Joseph Victoriano, Elogio funebre que
en el aniversario de la M. R. M. Sor Maria Teodora de San Agustin, Fundadora y
Abadesa vitalicia del Convento de Santa Maria de los Angeles de Pobres
Descalzas Indias de la Ciudad de Antequera, en el Valle de Oaxaca, dixo el 10
de Mayo de 1799, don Joseph Victoriano Baños y Dominguez, Jamiltepecano, Alumno
de Ereccion, Vice-Rector, Catedrático de Artes y de Vísperas de Teologia en el
Seminario Real y Pontificio de Santa Cruz, Cura Interino del Sagrario de la
Santa Iglesia Catedral, Propietario de la Parroquia de San Andrés Tzautlam, y
actualmente de la de San Miguel Talixtác, en una y otra juez Eclesiástico, y
Exâminador Sinodal de la Diócesi [sic], impreso en México,
por D. Mariano de Zúñiga y Ontiveros, Calle del Espíritu Santo, en dicho año.
Bonet Correa, Antonio, Fiesta, poder y arquitectura.
Aproximaciones al barroco español, Madrid, Akal, 1990.
Bravo Arriaga, María Dolores, “Santidad y narración novelesca
en las crónicas de las órdenes religiosas (siglos xvi y xvii)”,
en La
excepción y la regla. Estudios sobre espiritualidad y cultura en la Nueva
España, México, D. F., Universidad
Nacional Autónoma de México, 1997, pp. 111-119.
Castorena y Ursúa, Juan Ignacio, [parecer a la] Oracion
declamatoria á una Madre desvalida que En la Celebridad, que se haze á las
Necessidades de Maria Señora su Ilustre Congregacion en el Convento de Regina
Coeli, de esta Ciudad. Dixo El Doct. D. Iuan de Dios Garcia Lozano de Valderas,
cathedratico, que fuè, de Philosofia, y collegial Real del Regio, y Pontificio
Collegio seminario de esta Santa Yglesia Metropolitana. El dia 9 de Abril de 1718.
Sacalo a luz El Maestro en Philosofia D. Pedro Manuel de Oliva, Conciliario que
fuè, de la Real Universidad, y Collegial del mismo Collegio. Y lo dedica al
Ilmo. Y Rmo. Señor Mro. D. Fr. Joseph Lanciego y Egvilas, del Orden del Gran
Patriarcha S. Benito, Predicador de su Magestad, y su Consejo, Arçobispo de
Mexico, &c, con licencia: en Mexico, por los Herederos de la
Viuda de Francisco Rodriguez Lupercio, en la Puente de Palacio, año de
1718.
Eguiara
y Eguren, Juan Joseph de, La muger edificativa. Panegyrico
funebre, Que el dia 12 de Junio de 1755, en las Honras de la M. R. Madre
Augustina Nicolasa Maria, Abbadesa tercera vez, que fue, del Convento de San
Phelipe de Jesus, y pobres capuchinas de esta Ciudad, Predicò el Dr. D. Juan
Joseph de Eguiara y Eguren, Electo Obispo de la Santa Iglesia de Yucatan,
Canonigo Magistral de la Metropolitana de Mexico, Cathedratico Jubilado de
Prima de Sagrada Theologia en su Real Universidad, Calificador del Santo Oficio
de la Inquisicion, Examinador Synodal del Arzobispado, su Theologo de Camara, y
Capellan de dichas Religiosas. En presencia del Illmô. Señor Doctor Don Joseph
Manuel Rubio y Salinas, Visitador General del Obispado de Oviedo, Vicario
General de la Abadia de Alcalá la Real por el Eminentissimo Señor Cardenal D.
Carlos de Borja: del Consejo de S. M. Capellan de Honor, Fiscal de su Real
Capilla, Casa, y Corte, Juez de sus Reales Jornadas, Abad perpetuo, y bendito
del Real Convento de Canonigos Reglares del Sr. S. Isidoro de Leon, y
dignissimo Arzobispo de esta Santa Metropolitana Iglesia. De cuyo mandato se da
a la estampa, en Mexico, en la Imprenta Nueva de la Bibliotheca
Mexicana el dicho Mes y Año.
Espinosa, fray Isidro Felix de, El Cherubin custodio de el
arbol de la vida, la Santa Cruz de Queretaro. Vida del Ve. Siervo de Dios Fray
Antonio de los Angeles Bustamante, Exemplarissimo Portero de el Colegio de la
Santissima Cruz de los Milagros, de la Santa Provincia de S. Pedro, y S. Pablo
de Michoacan; erigido en la Ciudad de Santiago de Queretaro por Missioneros
Franciscanos Observantes, de Propaganda Fide, con Authoridad de la Silla
Apostolica, y especial mandato de la Religion Seraphica. Consagrase al Cherubin
de la Iglesia, el Taumaturgo Seraphico San Antonio de Padua, à expensas de un
singular devoto suyo. y la escribe el P. Fr. Isidro Felix de Espinosa,
Predicador, y Misionero Apostolico, Ex-Guardian, Chronista, y menor Hijo de el
mismo Santo Colegio. Con Licencia de los Superiores, en Mexico: por
Joseph Bernardo del Hogal, Ministro è Impressor de el Real, y Apostolico
Tribunal de la Santa Cruzada, en la Calle de la Monterilla, año de
1731.
Lavrin, Asunción, “Los hombres de Dios.
Aproximación a un estudio de la masculinidad en Nueva España”, Anuario
Colombiano de Historia Social y de la Cultura, núm. 31, 2004, pp. 283-309.
Leonard, Irving, Los libros del conquistador,
México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1953.
Loreto, Rosalva, Los conventos femeninos
y el mundo urbano de la Puebla de los Ángeles del siglo xviii, México, D. F., El Colegio
de México, 2000.
Méndez,
María Águeda, Literatura religiosa, poder y mentalidad
novohispana en algunas obras de Antonio Núñez de Miranda, Tesis doctoral,
México, D. F., El Colegio de México, 2006.
----, “El claustro universitario escribe: Exequias a Francisco
Xavier Lazcano”, en José Pascual Buxó (ed.), Reflexión
y espectáculo en la América virreinal, México, D. F., Universidad
Nacional Autónoma de México/ Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología,
2007, pp. 425-437.
Mendo, Andrés, Crisis de la Compañia de Jesus, de su
piedad, doctrina, y multiplicado fruto, que ha cogido en el universo mundo.
Escrita en lengua latina por el R. P. Andres Mendo de la misma Compañia; y
traducida en castellano por un discipulo afecto de esta Sagrada Religion, con
las licencias necessarias: en la Imprenta del Rl. y más Antiguo Colegio de San
Ildefonso, año de 1765.
Oviedo, Juan Antonio de, Vida exemplar, heroicas virtudes, y
apostólicos ministerios de el V. P. Antonio Nuñes de Miranda de la Compañia de
Jesus, professo de quatro votos, el mas antiguo en la Provincia de la Nueva
España, su Provincial y Prefecto por espacio de treinta y dos años de la mui
illustre Congregacion de la Purissima, fundada con authoridad Apostolica en el
Collegio Maximo de San Pedro, y San Pablo de la Ciudad de Mexico. Dedícala a
Maria Santissima, Madre de Dios, y Señora nuestra Concebida sin pecado
original, y venerada en su milagrosa imagen de la Purissima, el padre Juan de
Oviedo de la misma Compañia, Rector de el Collegio Real de San Ildefonso de
dicha Ciudad, con licencia, en Mexico, por los Herederos de la Viuda
de Francisco Rodríguez Lupercio, en la puente de Palacio, año de
1702.
----, Menologio de los varones mas señalados en perfeccion
Religiosa de la provincia de la compañía de Jesus de Nueva-España, escrito por
el padre francisco de Florencia, y aprobado por N. M. R. P. Juan Paulo Oliva,
Preposito General de la misma Compañia. nuevamente añadido a peticion de la
Congregacion Provincial, que se celebrò en Mexico á principios del mes de
Noviembre del año de 1733, por el P. Juan Antonio de Oviedo, Calificador del
Santo Oficio, y Prepossito de la Casa Professa de la misma Compañia de Jesus de
Mexico, aprobado por N. M. R. P. Francisco/ Retz, Preposito General, Oño [sic]
de 1747.
----, Elogios de muchos Hermanos Coadjutores de la
Compañia de Jesus, que en las quatro partes del Mundo han florecido con grandes
creditos de Santidad... Recogiolos de muchos autores el Padre Juan Antonio de
Oviedo de la misma Compañia, Prefecto de la Ilustre Congregacion de la
Purissima, y Calificador del Santo Oficio. Primera Parte, en que se contienen
los seis primeros meses del año: y los dedica a sus Carissimos Hermanos
Coadjutores de toda la Compañia, y especialmente a los de esta Provincia de
Nueva España, en México en la Imprenta de la Viuda de D. Joseph
Bernardo de Hogal, año de 1755.
Patrignani, Giuseppe Antonio, Menologio di pie memorie
d’alcuni religiosi Della Compagnia di Gesùche fiorirono in virtù e santità
raccolde del mdxxxviii al mdccxxxviii, Roma, Civilità
Católica, 1859.
Pike, Edgar Royston, Diccionario de religiones,
México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2001.
Pimentel, Diego María, Sermón fúnebre, que en las honras
con que la Real y Pontificia Universidad de México celebró la buena memoria de
el R. P. doctor Francisco Xavier Osorio, colegial que fue en el Real, y
Lazcano, de la Compañía de Jesús y cathedrático de el eximio en dicha Real
Universidad, dixo el Dr. don Diego María Pimentel Sotomayor y más antiguo de S.
Ildefonso y en él presidente de academias de philosophía y teología, examinador
de los cursantes de dichas facultades, doctor theólogo, cura proprio de la
parroquia de S. Sebastián de esta Corte y examinador synodal de este
arzobispado, México, 1763.
Reales, Pedro, Carta del P. Rector Pedro Reales, en que dá
noticia á los Superiores de esta Provincia de Nueva-España de la Compañia de
Jesus, de la muerte, y exemplar Virtudes del H. Vicente Gonzalez, Novicio Estudiante
de la misma Compañia, en el Colegio de Tepotzotlán, México, 1754.
Ramos
Medina, Manuel, “Los cronistas de monjas: La traducción masculina de
una experiencia ajena”, en Raquel Chang-Rodríguez (coord.), Historia de la
literatura mexicana, vol. 2, La
cultura letrada en la Nueva España del siglo xvii, México, D. F., Siglo xxi/ Universidad
Nacional Autónoma de México, 2002, pp. 411-428.
Rubial García, Antonio, “Imprenta, criollismo y
santidad. Los tratados hagiográficos sobre venerables, siervos de Dios y beatos
novohispanos”, Red Europea de Información y Documentación sobre América
Latina, núms. 8-9, 1997-1998, pp. 43-52.
Santander, Sebastián de, Sermon fvnebre, qve en las
honrras de la venerable madre Iacinta Maria Anna de S. Antonio, Religiosa de el
Monasterio de Sancta Catharina de Sena de esta Ciudad de Oaxaca. Predicò el M.
R. P. F. Sebastian de Santander del orden de predicadores. Sacalo à luz un
Ecclesiasstico affecto à esta Señora, Quien lo consagra à el gloriosissimo
Patriarcha Señor San Ioseph, con Licencia en Oaxaca por Doña Francisca
Flores Año de 1720.
Sigüenza
y Góngora, Carlos de, Parayso
occidental plantado y cultivado por la liberal benefica mano de los muy
catholicos y poderosos Reyes de España Nuestros Señores en su magnifico Real
Convento de Jesus Maria de Mexico, facs. de la primera ed.,
México, 1684, pres. de Manuel Ramos, introd. de Margo Glantz,
México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Centro
de Estudios de Historia de México Condumex, 1995.
Valdés, fray Joseph Eugenio, Vida admirable, y penitente
de la V. M. Sor Sebastiana Josepha de la SS. Trinidad, Religiosa de Coro, y
Velo negro en el Religiosissimo Convento de Señoras Religiosas Clarissas de San
Juan de la Penitencia de esta Ciudad de Mexico. Refierela Fr. Joseph Eugenio
Valdes, Lector de Prima en Sagrada Theologia en este Convento de San Diego de
Franciscos Descalzos de esta/Nueva España. Dedicase A la Altissima Divina
Providencia: A cuyas expensas ha podido salir à la publica luz, Impressa
en Mexico, en la Imprenta de la Bibliotheca Mexicana, en el Puente del Espiritu
Santo, año de 1765.
Varela, Julia, Modos de educación en la España de la
contrarreforma, Madrid, Las Ediciones de la Piqueta, 1983.
Villa-Sánchez, fray Juan de, Sermon Funebre, dicho en las
solemnes exequias que a la tierna, y venerable memoria De su Rmò. P. Mtro. Fr.
Thomas Ripoll, Maestro General de todo el Sagrado Orden/de Predicadores Celebrò
La Religiosa Provincia de San Miguel, y Santos Angeles de Nueva España,
authorizandolas con su assistencia el Ilmo. Señor Arzobispo, Obispo de la Santa
Iglesia Angelopolitana, el Señor Doctor Don Domingo Pantaleon Alvarez de Arbeu,
y dignandose de hacer los oficios el M. Ilustre, Docto, Gravissimo, y M. V.
Cabildo, con assistencia de la Nobilissima Ciudad, y Sacratissimas Religiones
en su Convento Capital de N. P. Santo Domingo de la Puebla, el dia 11 de Julio
de 1748./Y lo dedica/a N. Rmo. P. Mrô. Fr. Antonino Bremond, Mrô General del
mismo Sagrado Orden, en nombre de su provincia el M. R. P. Mrô. Fr. Thomas de
Morales, Predicador de S. Magestad, Calificador del Santo Oficio y actual Prior
Provincial predicabalo el M. R. P. Mrô. Fr. Juan de Villa-Sanchez, Ex Rector
del Real, Pontificio, y más Antiguo Colegio de San Luis, y actual Prior del
Convento de Recoleccion del Apostol S. Pablo de la dicha Ciudad, en el
Colegio Real, y mas antiguo de S. Ildefonso de Mexico, año de 1749.
http://www.elem.mx/estgrp/datos/188