Algunas consideraciones en torno al rol del
califa en al-Andalus y su papel en la defensa del Islam (ss. X-XI)
Guerra e Islam en al-Andalus. Una
introducción al problema.
La guerra islámica, en su sentido más
profundo, es un aspecto fundamental para comprender la mentalidad y la cultura
de la sociedad musulmana. Como concepto se torna algo complejo de precisar,
puesto que conlleva una serie de elementos que oscilan entre lo temporal y lo
espiritual, esto es, desde recompensas y botín de guerra hasta fines de
carácter trascendental en el espíritu de los musulmanes. Ahora bien, el
problema de la guerra en el Islam, representa un espinudo tema del cual se han
vertido mares de tinta. Lo anterior se debe a la complejidad de su naturaleza,
expresada en la dicotomía que contiene el concepto en sí. En este sentido,
resulta de suma importancia comprender las dimensiones de la guerra, ya que lo
material y lo espiritual forman parte de un solo cuerpo del yihad,
lo que explica su sentido último como ‘esfuerzo’ en vía de Alá; un acto que se
legitima no sólo en base a la expansión y defensa del Islam, sino que refleja
la realización espiritual de todo musulmán logrando recompensas materiales y
celestiales.
Bajo este contexto, el presente estudio se
remite a analizar la guerra en el mundo islámico, revisando de manera concreta
el caso de los califas de al-Andalus y la defensa del Islam durante los siglos
X y XI. De este modo, la investigación se ha estructurado en base a los
siguientes tres puntos: en primer lugar se estudia el concepto de guerra,
entendiendo el valor y el sentido del yihad para
el mundo islámico. Posteriormente, se ahonda en el papel de los califas y su
obligación a participar en la guerra. Por último, se aplican los conceptos
tratados en relación al yihad en cuanto
permite la expansión y la defensa del Islam.
Para realizar la investigación se han
considerado algunas crónicas como el Ajbar
Machmua, la Historia
de al-Andalus de Ibn al-Kardabûs, el Bayan
al-Mugrib de Ibn Idari y los Anales
palatinos del califa de Córdoba al-Hakam II de Isa Ibn
Ahmad al-Razi. En estos documentos notamos como se mencionan, entre otras
cosas, las campañas militares realizadas por los califas contra los reinos
cristianos; una acción bélica que ordena y unifica a la umma,
concediendo un sentido de grandeza y superioridad frente a la otredad infiel.
Asimismo, la guerra permite expandir y defender el Islam de forma legítima y
justa bajo un alero sagrado. A través de esta lucha se busca defender el dar
al-Islam, esto es, proteger la morada de los fieles
de la amenaza cristiana, purificando en consecuencia el dar
al-Harb, es decir, el territorio de la guerra donde
se lucha contra los infieles, con el fin de conseguir una sola unidad en el
Islam. Finalmente, es preciso señalar que la guerra se torna una herramienta
esencial para dar cuenta de la autoridad y el poder de los califas en el mundo
islámico. Los califas, como lugartenientes de Alá, realizan estas empresas para
acrecentar su poderío y mantener la seguridad en sus propios territorios, pero
al mismo tiempo buscan la máxima gloria y prosperidad del califato. Dicho de
otro modo, la guerra islámica permite demostrar el poder de los musulmanes,
como también su sentido de grandeza y superioridad, lo que va a permitir que se
consolide la umma mediante el
triunfo del Islam.
La guerra y la defensa del dar al-Islam.
Ahora bien, como primer acercamiento a
nuestro problema de estudio, es necesario dar cuenta del rol que tiene la
guerra en el mundo islámico. Si consideramos lo que plantea John Esposito,
notaremos que el yihad es un
concepto o creencia fundamental en el Islam, un elemento clave de lo que
significa ser creyente y seguidor de la voluntad de Dios. Asimismo, la importancia
del yihad se vincula
al precepto del Corán del «esfuerzo» en el camino hacia Dios y el ejemplo del
profeta Mahoma y sus compañeros. Y en relación a esto se puede distinguir un
yihad mayor –que posee un carácter más pacífico, espiritual o intelectual- de
un yihad menor –que se asocia a lo bélico-.[1] Tal como
señala Nieves Paradela, el yihad puesto en
práctica por el musulmán busca obtener para sí una mejora espiritual o un
beneficio colectivo para el Islam: en el contexto puramente espiritual,
el yihad será el
combate que se establece con uno mismo para resistir a las tentaciones,
mientras que en un contexto político, el yihad será
el combate destinado a combatir a los infieles o defender el dar
al-Islam.[2] Por otra
parte, el medievalista José Marín Riveros, manifiesta que una guerra es justa
cuando es provocada por una dura necesidad y cuando es convocada por una
autoridad competente, y siempre entendida como última
ratio. De esta forma, se justifican las guerras
emprendidas por la defensa de la patria, de las leyes, de los bienes y del
honor mancillado por las injurias.[3] Del mismo
modo, el medievalista Diego Melo Carrasco, basándose en el desarrollo de la
jurisprudencia en la España musulmana, señala que en el yihad confluye
al mismo tiempo lo externo y lo interno, lo material y lo espiritual. Según el
autor, los juristas y teólogos de la época, compusieron diversos tratados donde
se explicaban los principios básicos de desarrollo en la lucha por la defensa
de los territorios y los planes expansionistas, como también en la conducta del
combatiente, vinculada a la faceta interna, la del alma, que pone en relación
directa al hombre con su Creador.[4] Incluso, si
consideramos la postura de Jean Flori, para los musulmanes el uso de las armas
en favor del triunfo del Islam es legítimo, al igual que el botín en el
concepto de captura de guerra.[5]
Bajo este panorama, podemos notar como la
guerra adquiere un matiz importante dentro del mundo islámico, ya que el uso de
la violencia, del asesinato y de la guerra contra los infieles no resulta nada
ilícito. En relación a esto, podemos destacar como en el Corán se señala:
“Combatidles hasta que la religión sea únicamente la de Alá; si desisten, Alá
observan lo que hacen”[6], o incluso, en
el al-Muwatta, tratado
jurídico de Imam Malik escrito en el siglo VIII, se manifiesta: “Alá garantiza
ya sea el Jardín o un buen regreso a casa con aquello que haya conseguido como
recompensa o botín, a aquel que hace yihad en su camino, siempre que sea sólo
el yihad y la confianza en su promesa lo que le hace abandonar su casa”[7]. Y también
en La Risala, compendio
jurídico de al-Qayrawani redactado hacia el siglo X, se indica: “La guerra
santa es una obligación de derecho divino que cumplen unas gentes por lo demás,
siendo para nosotros preferible no combatir al enemigo sin haberle exhortado a
abrazar la religión de Dios, a menos que éste haya iniciado las hostilidades.
Entonces deberán elegir entre abrazar el Islam o pagar la capitación. Si no lo
hacen, se les combatirá”[8]. En este
sentido, la guerra se legitima ya que conforma parte de una causa justa que
posee un bien mayor, esto es, la defensa del dar al-Islam, protegiendo lo que
es propio de esta morada, como un conjunto de valores, costumbres y leyes que
definen su cultura e identidad, obteniendo una recompensa espiritual que
trasciende todo lo perecedero.
Ahora bien, si situamos esta idea en el
contexto de al-Andalus, notaremos la relevancia de los califas o príncipes
musulmanes como protectores de esta morada ante la amenaza de los infieles, ya
que la otredad resulta un peligro para el orden y la existencia del Islam. En
relación a esto, la guerra cumple un papel fundamental, en la medida que otorga
cohesión y orden al mundo islámico, estableciendo una mayor unidad en la
sociedad musulmana. Bajo esto, cabe cuestionarse, ¿qué rol cumplen los califas
dentro de la actividad bélica? ¿Buscan demostrar su autoridad y poder por sobre
los infieles? ¿O desean establecer un orden universal en el marco de la defensa
del Islam?
El poder del califa y la unidad islámica.
Si analizamos el rol del califa dentro del
mundo islámico, notaremos que representa la cabeza espiritual y temporal de la
comunidad. El jalifat Allah,
lugarteniente de Dios, tiene como tarea primordial la defensa de la fe y la
administración de este mundo. Según Robert Mantran, el califa debe mantener el
Islam en concordancia con la tradición, hacer reinar la justicia, proteger las
fronteras del dar al-Islam y
los bienes de todos los creyentes; combatir a los infieles, recaudar impuestos,
regular los gastos públicos y mantener la administración y los demás asuntos de
Estado bajo su estrecha vigilancia personal.[9] Para Felipe
Maíllo Salgado, el califa es el soberano temporal encargado de hacer reinar
sobre el dominio islámico las prescripciones coránicas, encargándose, en
definitiva, de ordenar el bien y prohibir el mal en todo momento y
circunstancia.[10] Estos
aspectos nos dan cuenta de la autoridad y el poder del califa, que no se
restringe meramente a la esfera política, sino que nos reflejan su incidencia
en las tareas religiosas como sucesor del Profeta y lugarteniente de Alá,
preservando el orden y la unidad en la umma.
Si efectuamos una mirada al rol del califa en
el Ajbar Machmua,
escrita alrededor del siglo XI, notaremos cómo se representa a Abd
al-Rahman III:
“El reinado de Abd al-Rahman duró cincuenta
años con la mayor gloria y el poder más incontrastable, conquistando ciudades
por Oriente y Occidente, combatiendo y venciendo a los cristianos, arrasando
sus comarcas y destruyendo sus castillos con tal fortuna que jamás tuvo
contratiempo, ni su estado sufrió detrimento alguno”.[11]
La obra nos muestra al califa como un agente
activo en la defensa del dar al-Islam,
donde se combate y derrota a los cristianos. Ahora bien, esta descripción
conforma parte de un discurso panegírico póstumo, donde la representación que
se forja de Abd al-Rahman III da cuenta de la encarnación de ideales y virtudes
que fortalecen su imagen y poder califal. En este sentido, el califa debe
proteger el bien y realizar causas justas, por lo cual, la defensa y expansión
de su fe se tornan móviles centrales en el desarrollo de sus acciones políticas
y religiosas. Por otro lado, hay que destacar el carácter victorioso que
adquiere el califa, quien actúa como el representante de Alá en el plano
terrestre.
Asimismo, el cronista Ibn al-Kardabûs, quien
escribe a mediados del siglo XII, señala para el caso de Almanzor:
“Dios concedió la victoria de su brazo, pues
conquistó Barcelona y mató a su rey Borrel, la destruyó y cautivó a sus gentes,
y se llevó de ella como botín una gran presa de esclavos, siervos, riquezas,
armas, vestidos y bestias, volviendo a Córdoba incólume, ganancioso y
triunfante”.[12]
La guerra se torna un medio por el cual se
defiende el dar al-Islam.
En este caso, Almanzor conquista Barcelona y destruye el territorio infiel.
Para los musulmanes debe existir un equilibrio y un orden que permitan una
mayor seguridad para la morada del Islam. Por otro lado, cabe destacar que la
guerra que realiza el caudillo cordobés, oscila entre lo espiritual y lo
temporal, puesto que Alá participa de la batalla, pero al mismo tiempo se
obtiene un enorme botín que consolida el poderío del Califato. Ahora bien, es
importante señalar que Almanzor como tal no es un califa, sino un hayib,
es decir, un chambelán o alto funcionario del califato, lo que también le
confiere una responsabilidad en la defensa del Islam. Según Alejandro García
Sanjuán, lo anterior queda en manifiesto cuando Almanzor asume como regente del
califato, esto debido a los problemas que existen con Hisham II quien se ve
imposibilitado de acceder al trono por su minoría de edad, facilitando que
Almanzor acaparara los resortes del poder.[13] Por su
parte, Robert Mantran señala que Almanzor asegura la dirección exclusiva e
indiscutible del gobierno de al-Andalus, imponiéndose como el campeón del Islam
frente a los cristianos, junto con reorganizar el ejército y conservar la paz
en el Estado.[14] Claramente,
estos aspectos permiten consolidar su autoridad, quien sin quitarle el título
de califa a Hisham II, logra controlar el aparataje político y legitimar sus
acciones bélicas contra los infieles como parte del yihad.[15]
De este modo, podemos notar cómo paulatinamente
el dar al-Islam concentra
un orden que sus soberanos buscan mantener intacto. El Califato mediante la
guerra consolida su estructura política, religiosa y social, permitiendo
fortalecer la paz para el mundo islámico. Para Rachel Arié, los musulmanes
construyen un sistema defensivo perfeccionado, erigiendo posiciones
estratégicas que garantizan seguridad a las vías de comunicación y sirven como
base de partida a las expediciones de castigo e incursiones lanzadas contra el
territorio infiel.[16]
En relación a esto Ibn al-Kardabûs añade:
“Luego lanzó varias incursiones e hirió
sorpresivamente a los cristianos con muchas devastaciones, hasta sometérsele
los más lejanos países del politeísmo, ingresando por él en la paz bajo su
autoridad; hasta que a él vinieron el embajador del señor de Constantinopla la
Magna, el embajador del dueño de Roma y el de Castilla, con sus regalos,
cortesías y raros presentes. Cada uno de ellos impetrando su seguro y tratando
de obtener su favor”.[17]
Almanzor logra someter a los reinos
cristianos, quienes solicitan mediante la diplomacia la posibilidad de llegar a
acuerdos y realizar treguas por algún tiempo. El hayib cordobés
logra poner bajo sus pies a los enemigos infieles, quienes tratan de obtener su
favor para cesar el estado de guerra. Por otro lado, en el califato el orden
interno es absoluto, se consigue una superioridad militar sobre todos sus
vecinos, lo que otorga armonía y orden en el dar
al-Islam.
Por otro lado, el cronista ‘Isa Ibn Ahmad
al-Razi, relata un caso de una requisa de caballos para la aceifa contra los
cristianos en tiempos de al-Hakam II:
“El día 15 del mes de rayab de este año [31
de marzo 971] hizo salir al-Hakam a un cierto número de ashab al-surta y de
otros altos funcionarios del reino para las coras de al-Andalus, con objeto de
mover a sus habitantes a que tuvieran prestos los caballos que estaban
obligados a suministrar para ser incorporados al ejército de la aceifa
habitual, cuya renovación era inmediata este año, en vista que la mayor
parte de los tiranos gallegos violaban en esos momentos la tregua, de la
agitación que daban muestras en contra de los habitantes de las fronteras
orientales y de la prisa que tenía el Califa por apartarlos de dichas
fronteras”.[18]
Claramente percibimos la idea de una
actividad bélica que se realiza con una determinada periodicidad, en cuanto
resulta ser una aceifa habitual que llevan a cabo contra los cristianos. El
califa al-Hakam II, que se sitúa temporalmente entre el 915 y 976, organiza los
recursos que van a ser incorporados para el ejército musulmán, en este caso los
caballos, lo que nos da cuenta del rol del califa como agente activo en la toma
de decisiones concernientes a la guerra. El califa tiene como misión purificar
el territorio de los infieles, por lo cual, debe establecer un buen ejército
que lleve a cabo tal empresa. Por otro lado, hay que tener presente que los
musulmanes poseen una imagen negativa de los cristianos, ya que éstos han
violado la tregua, lo que resulta un acto ‘perverso’ y ‘tirano’, motivo por el
cual deben ser castigados para evitar además que se tornen una amenaza a la
seguridad y el orden del dar al-Islam.
De la misma manera, el cronista Ibn Idari
relata en el siglo XIV la campaña de Muez realizada por Abd al-Rahman III:
“Entonces todos los habitantes de la ciudad,
los caballeros como los peones, se reunieron y fueron a presentar combate a los
enemigos, cuya espaldas entregó Alá a los musulmanes, de suerte que, habiendo
quedado la victoria por ellos, mataron o hicieron prisioneros a numerosos
cristianos y los persiguieron con las espadas sobre sus cabezas desde el
despuntar del día hasta la noche. Enviaban al príncipe una cantidad de cabezas
como trofeos de su triunfo”.[19]
A través de esta expedición observamos cómo
se lucha frente a los infieles, realizando el yihad en
su contra. El carácter divino se halla presente: Alá le entrega las espaldas de
los cristianos a los musulmanes para que estos últimos los maten. En este
sentido, el triunfo es del Islam, puesto que logra derrotar a los enemigos que
se hallan equivocados en sus creencias y permite generar una idea de
superioridad frente a la otredad cristiana.[20] Asimismo,
mediante esta acción bélica el califa se legitima como soberano, fortaleciendo
su poder y autoridad dentro del califato, donde su objetivo principal –como
jefe temporal y espiritual de la comunidad de los creyentes- va a estar dado en
preservar la unidad de la umma.
Notas finales sobre la guerra en al-Andalus.
Para finalizar, si consideramos las
expediciones que realizan los califas o príncipes contra los reinos cristianos,
notaremos que la guerra -como acción política, bélica y religiosa- va a
consolidar la posición del califato en la Península Ibérica. El califa, como el
lugarteniente de Alá, posee la misión clara de proteger el dar
al-Islam; pues a través de estas acciones bélicas
consigue orden y unificación en su territorio. En algunos casos, logra someter
a los infieles; entre otros, sencillamente mantiene los focos de presión
cristiana en el limes, evitando que se
tornen una amenaza para la comunidad islámica. Es así como las campañas
realizadas por Abd al-Rahman III permiten consolidar su posición dentro del
califato, tornándose un modelo en la defensa y expansión del Islam. Asimismo,
en el caso de Almanzor, que si bien no es un califa como tal, nos da cuenta que
mediante el yihad puede
legitimar su acción bélica como una causa justa en beneficio de la comunidad
islámica. En este sentido, podemos percatarnos del rol que posee el soberano,
en la medida que debe proteger la integridad del califato en sí, como también,
la unidad de la umma. Este último
aspecto es importante, ya que la unidad de la umma permite
el fortalecimiento del espíritu en la sociedad musulmana. Dicho de otro modo, la umma,
como comunidad-matriz, refleja un todo dentro del orden existente en el mundo
islámico –portando los valores religiosos y culturales-, por lo cual, resulta
de vital importancia conservar su orden y unidad, lo que va a permitir
consolidar el carácter existencial de la comunidad. Finalmente, a través de
estas expediciones los musulmanes logran fortalecer su sentido de pertenencia a
la comunidad, en la medida que se tornan agentes activos en la expansión y
defensa de su fe. En este sentido, la guerra va a reflejar mediante su victoria
en la acción bélica el triunfo universal del Islam y, junto con ello, el
triunfo de la comunidad de fieles por sobre los no creyentes.
***
* Ponencia presentada en el II Simposio de
Estudios Medievales de la Universidad Gabriela Mistral (Septiembre, 2011). La
presentación se tituló: “La guerra de al-Andalus. Una aproximación al rol de
los califas en la defensa del Islam. Dinámicas y aplicaciones”. En otro plano,
quiero agradecer los certeros aportes y comentarios del profesor Diego Melo
Carrasco, quien ha guiado y revisado cada paso de esta investigación.
[1] Esposito,
John, Guerras profanas: terror en nombre del islam,
Paidós, Barcelona, 2003, pp.42-43
[2] Paradela
Alonso, Nieves, “Belicismo y espiritualidad: una caracterización del Yihad
islámico”, Militarium Ordinum Analecta,
Oporto, núm. 5, 2001, p.3
[3] Marín
Riveros, José, Cruzada, Guerra Santa y Yihad. La Edad Media
y Nosotros, Ediciones Universitarias de Valparaíso,
Viña del Mar, 2003, p.63
[4] Melo,
Diego, “Algunos aspectos en relación con el desarrollo jurídico del concepto
Yihad en el Oriente islámico medieval y al-Andalus”, Revista
Chilena de Derecho, vol. 34, núm. 3, 1997, pp.410-411
[5] Flori,
Jean, Guerra Santa, Yihad, Cruzada. Violencia y
religión en el cristianismo y el Islam, Editorial
Universidad de Granada, Granada, 2002, p.79
[6] El Corán,
VIII, 39. En Rudoplh Peters, La Yihad en el Islam Medieval y Moderno,
Universidad de Sevilla, Salamanca, 1998, p.49
[7] Imam
Malik, Al-Muwatta, XXI, 1, 2. En
Centro de Documentación y Publicaciones Islámicas, Córdoba, 1999, p.252
[8] Al-Qayrawani, La
Risala, XXX. En http://www.archive.org/details/TheRisala (Febrero, 2012)
[9] Mantran,
Robert, La expansión musulmana (siglos VII al XI),
Labor, Barcelona, 1982, pp.167-170
[10] Maíllo
Salgado, Felipe, Vocabulario de Historia árabe e islámica,
Akal, Madrid, 1999, p.57
[11] Ajbar
Machmua, Colección de Obras Arábigas, trad. Emilio Lafuente y Alcántara,
Madrid, 1867, p.134.
[12] Ibn
al-Kardabûs, Historia de al-Andalus.
En Mitre Fernández, Emilio, Textos y documentos de la época medieval,
Ariel, Barcelona, 1998, p.80
[13] García
Sanjuán, Alejandro, “Legalidad islámica y legitimidad política en el califato
de Córdoba: la proclamación de Hisam II”, Al-Qantara,
XXIX 1, 2008,pp.45-46
[14] Mantran, Robert, Op.cit., p.128
[15] Martinez
Enamorado, Virgilio, “Almanzor, el usurpador del poder del califa de
Córdoba”, El Mundo Medieval,
núm. 11, 2002, p.83
[16] Arié,
Rachel, España Musulmana (siglos VIII-XV),
Labor, Barcelona, 1983, p.117
[17] Ibn
al-Kardabûs, Historia de al-Andalus.
En Rachel Arié, Op.cit., pp.80-81
[18] ‘Isa Ibn
Ahmad al-Razi, Anales palatinos del califa de Córdoba
al-Hakam II, 216 (Sociedad de Estudios y Publicaciones,
Madrid, 1967, p.256)
[19] Ibn
Idari, Bayan al-Mugrib,
Fagnan, II, 291-298. En Sánchez-Albornoz, Claudio, La
España Musulmana, vol. 1, El Ateneo, Buenos Aires, 1960,
p.252
[20] Cabe
destacar que incluso en el Corán se manifiesta esta idea de acabar con los
infieles: -¡Oh los que creéis! ¡Combatid a los infieles
que os rodean! ¡Hacedles sentir la dureza! ¡Sabed que Alá está con los
piadosos!- [El Corán, 9, 123] Los kuffar,
o infieles, representan un ‘mal’ que debe ser derruido. Contra ellos está
permitido realizar la guerra santa, con el fin de ‘purificar’ el dar
al-Islam y restablecer la unidad total de la
verdadera religión para los musulmanes.
Para citar este artículo:
Castro Hernández, Pablo, “Algunas
consideraciones en torno al rol del califa en al-Andalus y su papel en la
defensa del Islam (ss. X-XI)”, Revista Historias del Orbis Terrarum,
Notas y Ensayos [en línea], Santiago, 2012. URL:
«https://historiasdelorbisterrarum.wordpress.com/2012/04/28/algunas-consideraciones-en-torno-al-rol-del-califa-en-al-andalus-y-su-papel-en-la-defensa-del-islam-ss-x-xi
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