Los
estudios sobre lenguas indígenas en el siglo XVII
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La genial y oportuna idea del latinista y
polígrafo español Antonio de Nebrija (1441-1522) de explicitar las reglas
gramaticales de la lengua castellana o española (1492) y codificarlas en un tratado
formal, resultó de gran trascendencia para el avance de la teoría y la práctica
de la ciencia lingüística occidental. Su demostración de que las lenguas
vulgares o vernáculas como la castellana o cualquier otra eran, al igual que
las clásicas, susceptibles de sujetarse a artificio gramatical, dieron pie para
que otros casi de inmediato siguieran su lección en ámbitos que ni el propio
maestro hubiera jamás entrevisto. Tal fue el caso, por ejemplo, de la
gramatización de muchas lenguas amerindias iniciada en los primeros decenios
del siglo xvi, y que habría
de mantenerse en constante actividad durante los siglos subsiguientes. Fue
precisamente en lo que ahora es México donde esta singular e innovadora
experiencia dio comienzo. El análisis y sujeción gramatical de las dos lenguas
“generales” de Mesoamérica, náhuatl[1] y otomí, se
había ya consumado hacia 1531, es decir 10 años después de la toma de
Tenochtitlan por Hernán
Cortés y sus tropas, y ocho años antes de que
Fernão de Oliveira publicara su Grammatica da linguagem portuguesa (Lisboa,
1539), quien fue el primero en Europa en seguir el ejemplo de Nebrija.
Al finalizar el siglo xvi, las principales lenguas indígenas
de la Nueva España (náhuatl, otomí, purépecha, zapoteca, mixteca, maya, etc.)
habían sido ya objeto de profundos análisis gramaticales y léxicos, por lo que
se puede hablar de una verdadera floresta de trabajos lingüísticos y
filológicos resultado de esa aventura. No carece de razón el historiador José
Gutiérrez Casillas al sostener que “Las lenguas indígenas son el primer
capítulo en donde sobresalen los escritores de la Nueva España”.[2]
En el primer volumen de la Historia de la literatura mexicana, Ascensión Hernández de León-Portilla presenta
un panorama detallado y jugoso de lo que fue la investigación lingüística y
filológica efectuada en el siglo xvi por
distinguidos intelectos.[3] Veamos
ahora qué nos reserva en esos campos la centuria que el historiador Mariano
Cuevas considera como la más fuerte, más sana y más alegre del periodo
colonial, y puede ser que no le falte razón.[4]
El siglo xvii,
en efecto, es una época de gran auge y estabilidad para la sociedad
novohispana, libre en gran parte de los sucesos dramáticos que caracterizaron y
conmovieron al primer siglo de dominación española. Ahora la sociedad se halla
más tranquila y con más confianza en la inversión de esfuerzos para consolidar
la nación fuerte y vigorosa que el siglo anterior delineó en sus rasgos
esenciales. Para empezar, el virreinato extiende sus límites progresivamente a
la par del avance del siglo y, con ello, el aumento de recursos y riquezas. Y,
cosa importante, la población novohispana también crece, sobre todo la nativa,
aliviada significativamente del azote de las encomiendas, la esclavitud y los
estragos de las mortíferas epidemias que casi barrieron con ella en el
transcurso del siglo xvi. La
población criolla, mestiza y europea también se incrementa de manera notable en
el siglo xvii. Se urbanizan
las ciudades, embelleciéndolas con soberbios edificios civiles y religiosos; y
en los principales centros de población se levantan o se concluyen majestuosas
catedrales y templos y conventos suntuosos. La Nueva España en este siglo y en
muchos de sus rincones exhibe abiertamente su prosperidad y confianza en sus
inconmensurables recursos. En su todavía lacustre capital, fiel a su vocación
de metrópoli, la Real y Pontificia Universidad se halla más robusta y activa
que nunca, preparando a la juventud criolla en las más diversas y elevadas
disciplinas científicas y humanísticas, y lo mismo puede decirse de los
colegios regenteados por las diversas órdenes religiosas, en donde se educaba a
la población nativa socialmente más favorecida.
La sociedad novohispana del siglo xvii basa su prosperidad en una
pujante economía sustentada en la agricultura, la ganadería, la minería, la
industria, el comercio y, desde luego, en la fuerza del trabajo. A diferencia
del siglo anterior, que se caracterizó por la búsqueda de enriquecimiento fácil
a costa de la explotación irrestricta del país y sus habitantes, en el xvii los inmigrantes peninsulares
vienen a la Nueva España ya con una mentalidad distinta de la del pillaje; las
generaciones de criollos nacidas en este siglo tienen ya mucho mayor arraigo y
aprecio por esta generosa tierra que aquellos nacidos en la centuria
precedente. La gran mayoría de la gente económica e intelectualmente productiva
son personas que han nacido y crecido en estas tierras y disfrutado de sus
múltiples bondades; son individuos ya hechos y moldeados según los usos y
costumbres del joven país, y no en cuanto réplicas de los habitantes de la
lejana metrópoli. Es por ello que en este siglo es cuando más aflora y se robustece
un sentimiento fuertemente nacionalista en favor de la Nueva España, reino al
cual ya desde entonces prefieren llamar, de modo muy significativo, “México”.[5]
La Nueva España o reino de México es en este
siglo una nación pluriétnica, plurilingüe y multirracial, al igual que lo era
el vasto imperio español en esos tiempos. La lengua castellana, por ejemplo,
aunque considerada como la principal del país, estaba lejos de tener el estatus
de lengua nacional y mayoritaria, a pesar de las frecuentes disposiciones que
llegaban de los monarcas españoles para difundirla o imponerla entre la
numerosísima población no hispanohablante. La cantidad de idiomas aborígenes
hablados en estos no menos vastos dominios era como para evocar constantemente
el célebre suceso de Babel, como de hecho con frecuencia lo evocaban los
cronistas, historiadores y gramáticos de esta época cuando aludían a esa
realidad.
Notas
- ↑
Vid. Francisco
Morales, “Los franciscanos y el primer arte para la lengua náhuatl”, en Estudios de Cultura Náhuatl, 1993, vol. 23,
pp. 53-81.
- ↑
Historia de la iglesia en
México, México, D. F., Editorial Porrúa, 1984, p. 108.
- ↑
Historia de la literatura
mexicana, vol. 1. Las literaturas amerindias de México y la literatura en
español del siglo xvi, coord. de Beatriz
Garza Cuarón y Georges Baudot, México, D. F., Siglo xxi Editores , 1996. El artículo de
la doctora Hernández de León Portilla se intitula “El despertar de la
lingüística y la filología mesoamericanas: gramáticas, diccionarios y libros
religiosos del siglo xvi”,
pp. 351-387.
- ↑
Mariano
Cuevas, Historia de la Iglesia en México, 2ª ed., México,
D. F., Editorial Porrúa, 1992, t. 3, p. 476. Desde luego, hay quienes tienen
otra idea de este siglo, como lo mencionan Andrés Lira y Luis Muro en su ensayo
“El siglo de la integración”, incluido en el t. 1 de la Historia general de México publicada por
El Colegio de México (1ª ed., México, D. F., 1976).
- ↑
Vid. Ignacio
Guzmán Betancourt, “Los nombres de México a través de la historia”,
en Los nombres de México, comp. de I. Guzmán Betancourt, México, D. F.,
Secretaría de Relaciones Exteriores/Miguel Ángel Porrúa, 1998.
La enseñanza de las lenguas nativas
Como en el siglo anterior, el estudio de los
idiomas vernáculos seguirá siendo en éste eminentemente una labor de
eclesiásticos. Un suceso importante del siglo xvii en el contexto lingüístico indigenista lo
constituye la instauración de las cátedras de lenguas generales (náhuatl y
otomí) en la Real Universidad de México. Este importante acontecimiento tenía
largos antecedentes, ya que desde 1580 Felipe ii había dispuesto que se impartieran cursos de las
lenguas generales en las universidades de México y Lima; ordenanza que, por
causas no aclaradas hasta hoy, no se acató de inmediato. Esto lo sabemos porque
en 1614 Felipe iii, y en 1627
Felipe iv expiden de
nuevo cédulas insistiendo en la necesidad de crear dichas cátedras. No fue sino
hasta 1640 que finalmente se inauguraron estos cursos en la universidad.[6] Cabe
señalar que en México la enseñanza de las lenguas generales, náhuatl y otomí,
así como de otras lenguas con ese carácter en otras regiones (Yucatán, Oaxaca,
Michoacán) se practicaba comúnmente desde mucho antes en los conventos,
colegios y seminarios de las distintas órdenes religiosas asentadas en Nueva
España. Estos centros, fundados en el siglo xvi, siguieron activos durante el xvii, produciendo muchos estudios
lingüísticos y filológicos de gran valor.[7] De
particular interés resulta el señalamiento de uno de esos centros: el colegio
seminario de Tepotzotlán. Fundado por los religiosos jesuitas en las
postrimerías del siglo xvi,
fue ante todo en el xvii cuando
floreció en todo su esplendor gracias a la preocupación siempre constante e
indeclinable de la Compañía de Jesús por el estudio de los idiomas de su grey
novohispana. En este colegio se enseñaban intensivamente, además de las lenguas
clásicas y bíblicas, tres de los idiomas generales del altiplano central
mexicano: náhuatl, otomí y mazahua. Aparte de este centro que podríamos
calificar de avanzado en el estudio de lenguas indígenas, los jesuitas siempre
procuraron tener en sus misiones ministros capacitados en los idiomas
regionales, quienes se encargaban de enseñarlos metódicamente a sus compañeros
recién llegados. El aprendizaje y dominio de estos idiomas era a tal grado
obligatorio en esta orden, que los superiores llegaron a emitir rigurosas
disposiciones sobre la materia, como, por ejemplo, impedir la ordenación de los
aspirantes a sacerdotes que no demostraran suficiente capacidad en el manejo de
alguno de estos idiomas.[8] Muy
significativamente el padre Diego de Avellaneda recuerda en su ordenanza de
1592 que “lo principal a que la Compañía viene a estas partes es a aprender
lenguas y a andar los nuestros entre los indios”; por lo cual, “es necesario
que con gran celo y fervor atiendan a esto: así en lo de saber las lenguas,
como en las misiones y trato con los indios”. Más adelante puntualiza: “Y para
que los nuestros aprendan con más facilidad las lenguas, todos los que vienen
de España a esta tierra empleen, el primer año, en aprender alguna de ellas...
[Asimismo], ninguno se pueda ordenar de misa hasta que sepa alguna lengua.”[9]
Además de las órdenes religiosas, en este
siglo van a destacar también en el estudio de las lenguas indígenas algunos
miembros del clero secular, como se comprueba en la elaboración de ciertos
trabajos lingüísticos que han llegado hasta nuestros días.
Algunos autores modernos como, por
ejemplo, Nicolás
León[10] y
Lino Gómez Canedo,[11] consideran
que la producción bibliográfica en lenguas indígenas mermó considerablemente
conforme disminuía el fervor con que los primeros evangelizadores emprendieron
la conversión de los indios durante el siglo xvi y avanzaba la castellanización de los mismos. A
nosotros, en cambio, nos parece que ni el entusiasmo evangelizador ni el
cultivo de los idiomas indígenas decayeron en las dos centurias coloniales
subsiguientes.[12] Ambas
cuestiones se aclaran echando un vistazo precisamente a la elevada cantidad de
trabajos lingüísticos que se elaboraron en México durante los siglos xvii y xviii. Es verdad que, en comparación con el xvi, la elaboración de textos religiosos
en lenguas indígenas disminuye considerablemente a partir del xvii, acaso porque para esta fecha se
contaba con el amplio acervo legado por los escritores del xvi.
En el presente estudio vamos a ocuparnos
fundamentalmente en reseñar la producción de obras lingüísticas resultado de la
investigación en ese campo durante el siglo xvii. Distribuiremos estos materiales de acuerdo con las
familias lingüísticas a las que pertenecen los idiomas estudiados por los
gramáticos y lexicógrafos del periodo en cuestión. No está por demás señalar
que los trabajos aquí reseñados brevemente son tan sólo una muestra de lo que
fue en realidad la intensa labor en esos campos. Por diversas fuentes sabemos
que se elaboraron muchos más de los que han llegado hasta nuestros días, pero
que desaparecieron o se extraviaron con el paso del tiempo. Pese a esto último,
el acervo de que disponemos en la actualidad es considerable y muy
representativo del quehacer científico de la época, que en nada desmerece del
anterior.
Notas
- ↑
Vid. Ascensión H.
de León-Portilla, Tepuztlahcuilolli. Impresos en náhuatl. Historia y bibliografía, México, D. F.,
Universidad Nacional Autónoma de México, 1988, t. 1, pp. 54-55; Michel
Antochiew, “El examen de oposición a la cátedra de lengua mexicana de don
Carlos de Tapia Zenteno”, en Estudios de Cultura Náhuatl, vol. 17, 1984, pp. 341- 353; Comp.
de Francisco de Solano, Documentos sobre política lingüística en Hispanoamérica, Madrid, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, 1991, pp. 80, 81, 149.
- ↑
Cf. Ignacio
Guzmán Betancourt, “Los tres siglos de oro de la lingüística mexicana”,
en Ciencia en los márgenes. Ensayos de historia de las ciencias en
México, ed. de M. Rutsch y C. Serrano, México, D. F. Universidad
Nacional Autónoma de México/ Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1997,
pp. 37-49.
- ↑
Vid. Federico
Nagel Bielicke, “El aprendizaje del idioma náhuatl entre los franciscanos y
jesuitas en la Nueva España”, en Estudios de Cultura Náhuatl, vol. 24, 1994, pp. 419-441.
- ↑
Apud. Francisco de Solano, op. cit., p. 106.
- ↑
Nicolás León, “Las
lenguas indígenas de México en el siglo xix.
Nota bibliográfica y crítica”, en Anales del Museo Nacional,
2a. época, México, D. F., 1905, t. 2, p. 180.
- ↑
Lino Gómez
Canedo, Evangelización y conquista, México, D. F., Editorial Porrúa,
1977, p. 158.
- ↑
Cf. Robert
Ricard, La conquista espiritual de México, trad. de Ángel
Ma. Garibay K., México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1986, lib. 1,
cap. ii, inc. 2.
Estudios sobre lenguas yotonahuas
A esta familia lingüística pertenece el
náhuatl o, como más usualmente se le llamaba en la época colonial, mexicano, y
sus dialectos o variantes regionales como, por ejemplo, el náhuatl de
Occidente, que por primera vez va a ser objeto de estudio en este siglo.
Pertenece también a dicha familia la mayoría de idiomas que se hablaban –y
algunos de ellos todavía se hablan– en el noroeste de México, muchos de los
cuales fueron estudiados por los misioneros de la Compañía de Jesús a partir de
los primeros decenios del siglo xvii.
3.1.
Estudios sobre el náhuatl o mexicano
Seis obras lingüísticas de distintos autores
se publicaron en el transcurso de este siglo sobre el náhuatl, de las cuales
cinco fueron artes o gramáticas; en el siglo anterior sólo fueron impresas dos,
el Arte de
la lengua mexicana y castellana de fray Alonso de Molina (con
dos ediciones, la primera en 1571, la segunda en 1576), y el Arte
mexicana del padre Antonio del Rincón
(1595). La sexta de las publicaciones aludidas es una obra de interés
remarcable por su novedad y finalidades: el Vocabulario
manual de las lenguas castellana y mexicana,
obra con la que iniciamos este repaso histórico de los trabajos sobre el náhuatl
efectuados en el siglo xvii.
3.1.1. El Vocabulario manual de las lenguas castellana y mexicana, de Pedro de Arenas (1611)
Una prueba evidente de que el estudio y
práctica de las lenguas indígenas no eran asuntos exclusivos de eclesiásticos
la ofrece un trabajo muy peculiar, publicado en México en 1611; nos referimos
al Vocabulario manual de las lenguas castellana
y mexicana, elaborado por Pedro de Arenas e impreso en
México por Henrico Martínez. La peculiaridad de esta obra reside por lo menos
en dos aspectos; por un lado, se trata de la única obra lingüística del periodo
colonial concebida, ejecutada y publicada por un laico y sin finalidades
religiosas ni, estrictamente hablando, académicas, como lo fue el resto de la
producción lingüística de la época. El Vocabulario
manual es un prontuario o guía bilingüe de
conversación cuyo objetivo primordial es el de resolver de manera expedita las
necesidades de comunicación más urgentes entre europeos e indígenas. Por otro
lado, cabe destacar que esta obra es, en su género, la primera que se escribe y
publica en América. Es, como lo fueron en el siglo anterior las primeras
gramáticas y diccionarios de lenguas indígenas, una iniciativa enteramente
novedosa y llevada a cabo con el criterio de la modernidad que se vivía en el
momento. Consiste en un conjunto bastante amplio de términos y expresiones
relacionados con diversas situaciones y actividades de la vida diaria,
expuestos de manera simplificada, sin entrar en complicaciones gramaticales o
de otra índole. Los encabezados que el autor pone en cada uno de los “temas”
que a su juicio responden a situaciones comunes, son de gran ayuda para el
consultante, ya que éste puede encontrar con relativa facilidad el asunto que
desea resolver verbalmente. El Vocabulario manual debió
tener excelente acogida en el ambiente editorial de la Colonia, ya que fue el
libro lingüístico que más reimpresiones tuvo dentro y fuera de ese periodo. En
1982 la Universidad
Nacional de México patrocinó una edición facsimilar de la
primera, con un amplio y bien documentado estudio analítico por la
doctora Ascensión
H. de León-Portilla.
3.1.2. El Arte mexicano, de fray Diego de Galdo Guzmán (1642)
Cuarenta
y siete años después de la publicación del Arte
mexicana del jesuita Antonio del Rincón (1595),
el fraile agustino Diego de Galdo Guzmán saca a luz su Arte
mexicano, impreso en México en 1642 por la viuda de
Bernardo Calderón. Los antecedentes de esta obra y su autor son de no poco
interés para la historia de la lingüística náhuatl. Por una parte, es la
primera obra de carácter lingüístico que hace imprimir un miembro de la orden
de San Agustín; por otra, debido a que su autor fue el primer catedrático que
ocupó la tan anunciada y pospuesta cátedra de lenguas generales en la Real
Universidad de México, cuya creación, como ya se mencionó, fue decretada por
Felipe ii en 1580. Cabe
resaltar que fray Diego asumió la impartición de las cátedras de náhuatl y
otomí tras ganarlas por oposición el 9 de mayo de 1640,[13] y estuvo al
frente de ellas hasta su muerte, ocurrida en 1649. A juzgar por la fecha de la
“aprobación” expedida en Tlayacapan por fray Juan Rubio, definidor provincial,
el Arte mexicano estaba
ya concluido en octubre de 1640, y su autor obtiene la licencia del virrey
(Marqués de Villena) para imprimirlo el 12 de enero de 1641. Es muy probable
que fray Diego haya redactado su Arte con la
intención de usarlo como libro de texto en su curso de mexicano; así lo sugiere
un dato que aparece en la “Aprobación” del doctor Pedro de Barrientos, fechada
el 6 de febrero de 1641: “el padre fray Diego de Galdo Guzmán... nos hizo
relación, aver compuesto un Arte en la dicha lengua mexicana, para la doctrina
y enseñanza de los que la cursan...”. De ser así, fray Diego compuso el tratado
en un tiempo bastante corto (cuatro meses), a menos, claro está, que viniera
trabajando en él desde tiempo atrás.
Galdo Guzmán distribuyó su Arte en
tres grandes partes o libros, ajustándose “en cuanto se puede al Arte de la
Gramática”, según puntualizan Luis de Fonte y Pedro de Barrientos en sus
respectivas “Aprobaciones”. Pero la verdad es que esta subdivisión tripartita
no corresponde al modelo de Antonio de Nebrija de los cinco libros
tradicionales, sino más bien procede de uno de sus predecesores en la
gramatización del náhuatl, fray Andrés de Olmos,
quien así distribuye su Arte de la lengua mexicana (1547),
aunque el contenido de cada uno de los “libros” difiere en ambos autores. En lo
que concierne a Galdo Guzmán, dedica la primera parte a la descripción del
nombre, sus accidentes y diversas categorías de los mismos, adjetivos y
pronombres. En la segunda parte, trata de la conjugación verbal; en la tercera
parte continúa con el estudio de los verbos, y al final de la misma, como bien
lo señala Una Canger,[14] “incluye
todo lo que le sobra”: preposiciones, adverbios, partículas, numerales,
interjecciones y, por último, un capítulo acerca de “Algunas maneras de
hablar”.
El Arte
mexicano de fray Diego de Galdo Guzmán es el
tratado menos original y menos innovador en cuanto a teoría y método
gramaticales de las primeras cuatro gramáticas nahuas que conocemos; tal parece
que fray Diego –quien sin duda era un excelente nahuatlato y temachtiani del
náhuatl– tenía menos dotes de gramático que sus antecesores. Una Canger repara
en la deuda que tiene el Arte mexicano de
Galdo Guzmán con los tratados de Olmos y Rincón;
de este último no sólo parafrasea el título, sino que, como lo demuestra la
doctora Canger, transcribe casi textualmente párrafos enteros del Arte del
jesuita. En 1890 el Museo Nacional de México reimprimió el Arte
mexicano de fray Diego como suplemento de la
revista Anales del Museo Nacional (t. iv, pp. 281-394), y en 1904 esta edición
se recogió en el volumen preparado por Francisco del Paso y Luis González Obregón, Colección
de gramáticas de la lengua mexicana, tomo i,
1547-1673.
3.1.3. El Arte de la lengua mexicana con la declaración de los
adverbios della, del padre Horacio Carochi, S.J. (1645)
A
sólo tres años de la publicación del Arte
mexicano de fray Diego de Galdo Guzmán, y
cincuenta después de la aparición del Arte
mexicana de Antonio del Rincón, el jesuita
italiano Horacio
Carochi (1579-1662) saca a luz su Arte de la lengua mexicana con la declaración
de los adverbios della, impreso en México por Juan Ruiz en
1645. Carochi entró a la Compañía
de Jesús en Roma en 1601 y, poco después, en 1605, siendo aún estudiante de
filosofía, se le destinó a la provincia jesuita de Nueva España para continuar
sus estudios en el colegio de Tepotzotlán, ordenándose sacerdote hacia 1609.
Dadas sus excepcionales facultades en el conocimiento y pedagogía tanto de las
lenguas clásicas cuanto de las generales de la Nueva España, la Compañía
decidió conservarlo en dicho colegio como instructor en esas y otras materias.
En efecto, salvo una breve temporada como doctrinero en la misión otomí de San
Luis de la Paz (Querétaro) entre 1609-1610, y de algunos años en que se le
encomendaron tareas de carácter administrativo tales como secretario (socius)
de dos provinciales (Luis de Bonifaz y Andrés Pérez de Rivas), rector del
Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo de la ciudad de México, viceprepósito,
consultor de la provincia y prepósito de la Casa Profesa, gran parte de su vida
transcurrió en el colegio de Tepotzotlán dedicado a la enseñanza y a la
redacción de tratados lingüísticos, filológicos y religiosos. Su fama de gran
conocedor de la lengua náhuatl y del difícil idioma otomí pronto fue incuestionable.
Acerca de su Arte de
la lengua mexicana, en términos generales puede decirse que se
inspiró en el tratado de su predecesor Antonio del Rincón (1555-1601), cuya
influencia el mismo Carochi reconoce al declarar,
en el prólogo “Al lector” de su gramática, lo siguiente: “Aviendo salido à luz
tres Artes desta Lengua, sufficientes y doctos, en particular el del P. Antonio
del Rincón, que con tanto magisterio la enseña, parecerá superfluo éste...” A
pesar de esta relación metodológica, grandes diferencias separan en la práctica
ambos tratados. El de Rincón consiste en una exposición extremadamente sucinta
de la estructura del náhuatl, la cual, aunque acertada, va dirigida más al
maestro que al estudiante que desee por sí solo alcanzar el conocimiento de la
lengua.[15] La gramática náhuatl de Carochi, en cambio, es de alcances más amplios, ya que puede
servir de guía tanto al maestro como a todo aquel que quiera no sólo aprender
aceptablemente la lengua mexicana, sino incluso aprenderla a la perfección,
como asegura él mismo en el prólogo: “para los que quieran saberla con
perfección... quise componer vn Arte, tan claro, y adornado de exemplos, que
pudiesse qualquiera por sí con suffiente estudio aprender esta lengua”. Y no
mentía ni exageraba el autor al ponderar de ese modo su trabajo, pues tanto sus
contemporáneos cuanto eruditos posteriores (incluso de nuestro tiempo) admiten
sin reparos que la gramática náhuatl de Carochi es la más completa, lúcida y metódica de cuantas
se escribieron en el periodo colonial.
Como su predecesor Rincón, distribuye Carochi el corpus gramatical del náhuatl en cinco
libros, cada uno subdividido en varios capítulos. En el libro primero, que
comienza con un rápido repaso de cuestiones fonológicas, se introduce en el
estudio detallado de la morfología nominal (nombres, pronombres y
preposiciones); el libro segundo lo dedica a la descripción pormenorizada de la
flexión verbal, con interesantes referencias a fenómenos morfofonológicos y
morfosintácticos. El libro tercero está dedicado al estudio de la derivación
nominal y verbal, procesos muy productivos en náhuatl; en el breve libro cuarto
expone los procedimientos de composición nominal y verbal y, por último, en el
quinto y más extenso de los libros del arte, estudia de manera exhaustiva las
diferentes clases de adverbios y conjunciones nahuas.
Muchos son los méritos y aportaciones de la
gramática náhuatl de Carochi como para poder
resumirlos en breves líneas. En 1983 la UNAM patrocinó una reedición facsimilar
del Arte de Carochi con amplio y aleccionador estudio introductorio
por el doctor Miguel
León-Portilla, y en tiempos más recientes otros
distinguidos investigadores han resaltado el valor del tratado desde diferentes
puntos de vista,[16] de
manera que a estos estudios remitimos al lector interesado para su consulta.
3.1.4. El Arte de lengua mexicana, de fray Agustín de Vetancurt (1673)
Tras
una pausa de casi un siglo en materia de publicaciones lingüísticas sobre el
náhuatl, los franciscanos vuelven a la carga con la edición del Arte de
lengua mexicana compuesto por fray Agustín de
Vetancurt, impreso en México en 1673 por Francisco Rodríguez Lupercio. Este erudito
fraile nació en Ayotzingo, población a poca distancia al oriente de la ciudad
de México, hacia 1620. Según Salvador Cruz,[17] fray
Agustín tomó el hábito en el convento franciscano de Puebla; en 1646 fue electo
lector de artes, teología y lengua mexicana. De 1654 a 1669 ejerció varios
cargos en los conventos de Tlaxcala, Veracruz y Actopan, regresando a la ciudad
de México en 1671 donde, al parecer, permaneció hasta su muerte, ocurrida poco
después de 1701. Escribió varias obras históricas y religiosas, entre las que
destacan su Crónica de la provincia del Santo Evangelio
de México (1697) y su Teatro
mexicano (1698).
En cuanto a su Arte de
lengua mexicana, es un tratado “compendioso”, fácil de
seguir y bien ilustrado con ejemplos. En su distribución y exposición del
corpus gramatical náhuatl el autor sigue muy de cerca el Arte del
padre Rincón, aunque al principio del tratado sólo admite que llevará a cabo su
tarea “siguiendo en cuanto pueda el Arte de Antonio de Nebrija”, pero en
realidad a quien más sigue es al Antonio tezcocano: baste confrontar los
encabezados de los libros tercero, cuarto y quinto para constatar que son
idénticos a los del Arte de Rincón.
Vetancurt, sin embargo, introduce de su cuenta algunas innovaciones
metodológicas importantes. Así, por ejemplo, dedica el libro primero a dar un
panorama global de las diferentes categorías gramaticales nahuas, de las que va
a tratar con más detalle en el resto del tratado. Su larga experiencia como
lector de ese idioma en el colegio de San Francisco seguramente lo indujo a
idear este recurso pedagógico para familiarizar más prontamente a sus
estudiantes con la estructura del náhuatl. En los cuatro libros restantes
(subdivididos en “notas” numeradas que hacen las veces de capítulos)
desarrolla, “siguiendo el estilo del arte latino de Antonio”, el análisis
morfológico de nombres, pronombres, verbos, adverbios y partículas (libros
segundo y tercero); en seguida aborda la “composición”, entendida como el
comportamiento sintáctico de las partes de la oración[18] (libro
cuarto) y, por último, siguiendo a Rincón, dedica el libro quinto al estudio
“de la quantidad de las síllabas y número de los accentos”, para terminar de
igual modo que Rincón y Carochi, a saber, con una lista de
“algunas dicciones que mudan la significación por variación del accento”. De Carochi, en concreto, adopta de Vetancurt la idea de incluir
un “índice de los libros y parágrafos del Arte”. Culmina su Arte con
un apéndice consistente en una “Instrucción breve para administrar los santos
sacramentos de la confesión, viático, matrimonio y velaciones en lengua
mexicana”, idea original del padre Vetancurt que sería muy imitada en lo
sucesivo por autores de otras gramáticas.
3.1.5. El Arte de lengua mexicana, del
cura bachiller Antonio Vázquez Gastelu (1689)
Con pocas excepciones, casi todas las obras
lingüísticas producidas en México durante la Colonia fueron impresas en la
capital novohispana, así fueran sobre lenguas habladas en regiones tan
apartadas como, por ejemplo, el maya de Yucatán, el mame de Chiapas, el
tepehuán de Durango, el tarahumara de Chihuahua, el ópata de Sonora o el cahíta
de Sinaloa. Incluso se llegaron a imprimir en la ciudad de México tratados
gramaticales sobre lenguas de territorios aún más distantes como, por ejemplo,
el Arte y pronunciación en
lengua timuquana (hablada en Florida) de fray Francisco de
Pareja (1614) y el Arte de
la lengua japona de fray Melchor Oyanguren (1738). No vamos
aquí a entrar en disquisiciones de por qué esto fue así, pues lo que ahora nos
interesa es únicamente resaltar el hecho de que la gramática mexicana del cura
bachiller Antonio Vázquez Gastelu fue la primera en imprimirse fuera de la
ciudad de México. En efecto, su Arte de
lengua mexicana se imprimió por primera vez en la Puebla de
los Ángeles en 1689, por Diego Fernández de León. Un detalle importante de esta
edición (muy pulcra por cierto) es que fue hecha a costa del impresor y no
sufragada o patrocinada por la institución religiosa a la que pertenecía el
autor, como seguramente era la costumbre. Este dato acaso sugiera que la
edición se hizo con amplias finalidades comerciales, ya que el impresor tuvo
buen cuidado de indicar en el pie de imprenta que el libro “Hallaráse en su
Librería”. Lo anterior quizá explique por qué se reimprime tres años después
(1693), y se reimprima tres veces más en el siglo siguiente.[19]
Pero no solamente a la visión mercadotécnica
del impresor podemos atribuir el éxito editorial del Arte del
padre Vázquez Gastelu, ya que la obra en sí tiene sus propias cualidades. Por
ejemplo, es la gramática más sucinta de todas cuantas se escribieron en Nueva
España, característica que sin duda la hacía muy atractiva para los
principiantes, fueran éstos religiosos o laicos. Consta de diez folios de
preliminares sin numerar y 32 folios numerados, de los cuales los diez últimos,
siguiendo la idea de Vetancurt, están ocupados por un confesionario y un
catecismo bilingües. La exposición gramatical está dividida en dos partes (como
en el Arte de Molina, a quien sigue
de cerca); en la primera, después de una breve explicación sobre pronunciación
y acentos, describe la morfología de nombres, pronombres, preposiciones,
conjunciones e interjecciones; en la segunda parte estudia la conjugación
verbal, dedicando el último capítulo a los nombres numerales y diversos modos
de contar en la lengua mexicana. Por su brevedad, el Arte no
es abundante en ejemplos ni excesivo en reglas; contiene sólo lo indispensable
para que el aprendiz tenga una idea general de la lengua y prosiga
adquiriéndola con el uso.
3.1.6. El Arte de la lengua mexicana según la
acostumbran hablar los indios en todo el obispado de Guadalaxara, parte del de
Guabliana y del de Mechoacán, de fray Juan Guerra
(1692)
Con
este largo pero descriptivo título salió de la imprenta de la viuda de
Francisco Rodríguez Lupercio en 1692 este singular tratado gramatical compuesto
por el franciscano Juan Guerra. Su singularidad reside nada menos que en el
hecho de ser la primera codificación gramatical de una variante regional del
náhuatl, a saber, la que ahora conocemos como “náhuatl de occidente”. Fray Juan Guerra es muy explícito al
justificar en el prólogo “Al lector” la necesidad de describir dicha modalidad:
“Aunque ay muchos Artes de la lengua mexicana, no sirven para estas partes,
porque la lengua mexicana que acostumbran hablar los naturales en ellas, es muy
diferente, que la mera Mexicana, porque ya le añaden sylabas à los vocablos, ya
se los quitan, y muchas vezes son del todo diferentes”. Aunque desde mucho
antes diversos autores había reparado en la existencia de diferencias
fonológicas y léxicas en las distintas comarcas donde se hablaba el náhuatl,[20] en realidad
ninguno había pensado que estas divergencias con respecto al náhuatl central
(el de México y sus alrededores) fueran tan profundas como para considerar la
existencia de variantes o modalidades autónomas. En el caso del náhuatl del
occidente la situación era distinta pues, como informa Guerra, las diferencias
con la “mera mexicana” (el náhuatl aludido) eran tantas, que las hacían dos
modalidades muy diferentes una de otra, al grado de que la utilidad de las
gramáticas mexicanas existentes resultaba nula para explicar el funcionamiento
de las hablas occidentales. Es por ello que fray Juan adopta el compromiso de
elaborar un tratado gramatical adecuado para esta realidad lingüística que no
se dejaba aprehender por los métodos existentes.
En la estructuración del Arte fray
Juan trata de seguir el esquema latino de Nebrija de los cinco libros, con
tanta ortodoxia que, a diferencia de sus predecesores, deja libres el segundo,
el cuarto y el quinto, aduciendo que “En el segundo se havía de tratar de los
géneros y pretéritos, y passa en blanco este libro, por no tenerlos este
idioma”; y “En el quarto se había de tratar de la sintaxis y como el nombre en
este idioma sea indeclinable (esto es no tenga casos) ¿de dónde le ha de venir
la syntaxis?”. En cuanto al libro quinto, en el que debía tratar “De la
quantidad de las syllabas y de sus accentos”, lo deja en blanco “porque será
obscurecer a los principiantes la claridad de este Arte, y ofuscarles los
entendimientos... y más si no han estudiado sylabas”, de manera que la
estructuración de su Arte se reduce a
una división bipartita. Fuera de este servil y desafortunado apego al modelo
nebrisense, en realidad del gramático que más influencia exhibe es de Vetancurt
(el “aprobador” de su Arte), de cuya
gramática copia textualmente numerosos pasajes, encabezados y capítulos, y
hasta la división en “notas” de los libros a que finalmente quedó reducido su
tratado. En la primera parte, tras un breve preámbulo que dedica a cuestiones
fonológicas y ortográficas, trata “De las declinaciones de los nombres y
pronombres y conjugaciones de verbos”; en la segunda (libro tercero) estudia de
manera extremadamente resumida las ocho partes de la oración.
En su descripción de lo que él llama “idioma
usual de estas partes”, fray Juan remite constantemente a la que considera
“mera lengua mexicana”, de manera que en ocasiones cuesta trabajo saber si se
está refiriendo a ésta o al “idioma usual”. De aquí resulta un análisis
comparativo o más bien contrastivo entre ambas modalidades, antes que una
descripción exclusiva del “idioma usual”. Pero a pesar de éstas y otras
deficiencias metodológicas que se detectan en esta primera aproximación al estudio
de la dialectología náhuatl, la obra tiene el innegable mérito de la
originalidad.
3.2.
Artes y vocabularios de otras lenguas yutonahuas
A pesar de los tempranos intentos de
conquista y colonización del noroeste de la Nueva España, éstos comenzaron a
cuajar sólo ya muy avanzado el siglo xvi,
consumándose plenamente en el transcurso del xvii. Este avance dio oportunidad a la iglesia novohispana
de emprender la catequesis de numerosas etnias de esta vasta región, para lo
cual había que empezar por el aprendizaje de sus idiomas. Estas tareas,
llevadas a cabo principalmente por operarios de la Compañía de Jesús, dieron
amplios frutos. En el dominio lingüístico, con seguridad se puede afirmar que
fueron muchas las gramáticas y vocabularios que se escribieron aunque, como ya
se dijo, sólo un escaso número de ellos ha llegado hasta nuestros días. Los
cronistas religiosos y los bibliógrafos dan noticias de un buen número de
trabajos lingüísticos efectuados a lo largo del siglo que nos ocupa, tales como
el Arte de la lengua principal de Sinaloa,
del padre Luis Bonifaz; el Arte y vocabulario de la lenguas tepehuana y
tarahumara, del padre Gerónimo Figueroa; otro Arte y
vocabulario de la lengua tepehuana, del padre Juan Font; el Arte y
vocabulario de las lenguas acaxee y xixime, del padre Pedro
Gravina; el Arte de la lengua guasave,
del padre Fernando Villafañe, etcétera.[21] Incluso
algunas obras que se sabe con certeza se imprimieron como, por ejemplo,
el Compendio del arte de la lengua de los
tarahumares y guazapares, del padre Tomás de Guadalaxara, impreso en
Puebla en 1683, no ha sido posible hasta el presente localizar algún ejemplar.
Entre los pocos tratados lingüísticos de este
periodo que lograron sobrevivir tenemos el Arte de
la lengua cahita conforme a las reglas de muchos peritos en ella,
obra al parecer compuesta por el jesuita siciliano Tomás Basilio (c.1582-1654),
publicada por primera vez en México en 1737. Los ejemplares de esta primera
edición son sumamente escasos; en 1890 el Arte fue
reeditado en México por Eustaquio Buelna, y en 1987 la editorial Siglo xxi reprodujo esta última con
estudio preliminar de José G.
Moreno de Alba. Como revela el título de la primera
edición, este Arte es en
realidad producto del aprovechamiento de varios intentos previos de
codificación gramatical de la lengua, hechos “por muchos peritos en ella”. Está
estructurado en cuatro partes, aunque la distribución del corpus lingüístico en
ellas es bastante arbitraria y a veces confusa. En la primera parte el autor
trata de todo esto: formación de pretéritos, futuros, voz pasiva, formación de
nombres y de verbos, orden y composición de palabras y sintaxis; en la segunda
aborda nombres, pronombres y semipronombres; en la tercera retorna al estudio
del verbo (esta vez con más detenimiento); y, por último, en la cuarta parte
describe el uso de preposiciones, adverbios y conjunciones. Complementa
al Arte un
vocabulario español-cahíta y un breve catecismo y doctrina cristiana en lengua
cahíta.
De la primera mitad del siglo xvii data –probablemente– un
manuscrito anónimo y sin fecha sobre la lengua heve o eudeva, llamada también
dohema, lengua hoy extinguida que formaba parte del grupo sonorense de la
familia yutonahua, y cercanamente relacionada con el ópata. El manuscrito en
cuestión, custodiado en la biblioteca de la Historical Society de Nueva York,
lleva por título “Notas para aprender con facilidad la lengua heve o eudeva”; se publicó por primera vez en México en
1981, precedido de un confuso y mal traducido estudio preliminar de Campbell W.
Pennington.[22] Se
trata de un brevísimo compendio gramatical de esa lengua integrado por 58 “notas”
en las que el autor intenta explicar de manera un tanto desordenada las “ocho
partes de la oración”. Acompañan a este manuscrito una “cartilla eudeve”, la
cual consiste en una también brevísima doctrina cristiana, y un vocabulario
español-heve y heve-español, probablemente de autores distintos al de las
reglas gramaticales. El editor de las Notas informa
acerca de la fotocopia de un Arte de la lengua hegue del
padre Baltasar Loaysa, existente en la biblioteca de la Universidad de Tulane,
en Nueva Orleáns, que probablemente tenga relación con el manuscrito de la
Historical Society.
Notas
- ↑
Cf. Michel Antochiew, op. cit., pp. 342-343.
- ↑
“El Arte de Horacio
Carochi”, en Klaus Zimmermann, La descripción de las lenguas amerindias en la época colonial, Madrid,
Iberoamericana, 1997, pp. 64-65.
- ↑
Cf. Frances
Karttunen, “La contribución del trabajo de Antonio del Rincón a la lexicografía
náhuatl del siglo xx”, en I.
Guzmán Betancourt (ed.), Estudios de filología y lingüística náhuatl, Revista Latina de Pensamiento
y Lenguaje, núm. monogr. 2-B, vol. 2, p. 391.
- ↑
Cf. Ascensión H.
de León-Portilla, op. cit., t. I, pp. 70-72; John F. Schwaller, “Nahuatl Studies and the
‘Circle’ of Horacio Carochi”, en Estudios de Cultura Náhuatl, vol. 24, 1994, pp. 387-392; Federico
Nagel Bielicke, op. cit., pp. 419-441; Una Canger, op. cit., pp. 59-74;
Michel Launey, “La elaboración de los conceptos de la diátesis en las primeras
gramáticas del náhuatl”, en Klaus Zimmermann, op. cit., pp. 21-41;
Ignacio Guzmán Betancourt, “Miguel León-Portilla, editor de antiguas obras
lingüísticas sobre el náhuatl”, en In iihiyo, in itlahtol, su aliento, su palabra. Homenaje a
Miguel León-Portilla, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 1997,
pp. 171-179.
- ↑
“El cronista fray
Agustín de Vetancurt”, Puebla, H. Ayuntamiento de Puebla, 1993, p. 23.
- ↑
Al respecto, quizá
como respuesta a Carochi que había declarado que el mexicano carecía de
sintaxis, declara nuestro autor: “La composición de las partes vnas con otras
es muy frequente en esta lengua Mexicana, y por ella se conoce la construcción
y Syntaxis. Ésta no ay Idioma que no la tenga, ni lengua que caresca de
construcción” (“De las ocho partes de la oración”, Arte, lib. iv).
- ↑
Cf. Ascensión H.
de León-Portilla, op. cit., t. 2, pp. 403-404.
- ↑
Vid. Ignacio
Guzmán Betancourt, “Noticias tempranas acerca de la variación dialectal del
náhuatl y de otras lenguas de México”, en Estudios de Cultura Náhuatl, vol. 23, 1993,
pp. 83-116.
- ↑
Vid. “Los jesuitas
y las lenguas indígenas de México”, en Anales del Museo Nacional, núm. 1, t. 5, 4a.
época, México, D. F., 1927, pp. 97-56.
- ↑
Anónimo, Arte y vocabulario de
la lengua dohema, heve o eudeva, ed. de Campbell W. Pennington, México,
D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones
Filológicas, 1981. Anteriormente Buckingham Smith había publicado un resumen en
inglés de esta obra, en Shea’s Library of American Linguistics, vol. 3, Nueva
York, Cramoisy Press, 1861 (reimpreso en 1970 por AMS Press, Nueva York).
Los estudios sobre lenguas mayances
Pese
a la intensa actividad que se desarrolló en el campo de las lenguas del área
maya durante la segunda mitad del siglo xvi,
en realidad pocos testimonios nos legó dicha centuria sobre tal quehacer. Es
aún más de lamentar que ninguno de las artes que las fuentes aseguran se
escribieron en esa época hayan llegado a las imprentas. En el siglo que nos
ocupa la situación es diferente, pues no sólo algunos trabajos sobre lenguas
mayances se dieron a la imprenta, sino también varias obras manuscritas
lograron salvarse de la desaparición y llegar hasta nuestros días, como en
seguida veremos.
4.1. El Arte en
lengua de Maya, de fray Juan Coronel (1620)
La primera gramática sobre la lengua maya o
yucateca que se publicó fue el Arte de la lengua de Maya,[23] impresa en México en 1620 por Cornelio
Adriano César, en la imprenta de Diego Garrido. Cabe mencionar que en ese mismo
año y por la misma imprenta se publicó del mismo autor una Doctrina
christiana en lengua de Maya. Nació Juan Coronel en la villa de Torija,
en la Alcarria, en 1569; estudiaba en la Universidad de Alcalá cuando decidió
ingresar a la orden franciscana en el convento de San Diego de esa ciudad;
tenía por entonces 15 años de edad. Después de profesar, pero corista aún, fue
enviado en 1593 a la misión de Yucatán, donde pronto aprendió la lengua
yucateca, en parte empíricamente y en parte con ayuda de los materiales
lingüísticos preparados por los primeros evangelizadores de dicha provincia.
Debido al dominio que logró de esta lengua, le fue encomendada la tarea de
iniciar en ella a los religiosos que recién llegaban de España. Con respecto a
esto último y a los orígenes de su Arte,
el cronista López Cogolludo (quien fue uno de sus alumnos) señala que: “Para
facilitar este trabajo, redujo el arte antiguo a más breve método y le leyó
muchos años, siendo maestro de su enseñanza, y yo fui uno de sus discípulos,
cuando llegué de España...”[24] Pasó 62 años en la
provincia de San José de Yucatán, en la cual desempeñó muchos cargos
importantes en varios conventos de la orden, entre ellos el de definidor de la
provincia. López Cogolludo, su principal biógrafo, comenta que no llegó a ser
provincial “por parecer demasiadamente rígido”. Murió en el convento de Mérida
el 14 de enero de 1651, a los 82 años de edad. Como dato curioso cabe añadir
que un hermano de fray Juan, Francisco Coronel, también franciscano y misionero
en Filipinas, compuso un Arte y vocabulario de la lengua papanga,
impreso en Macabela en 1621.[25]
El Arte de
fray Juan Coronel fue desconocido para la gran mayoría de los bibliógrafos, al
grado de que algunos hasta dudaban si en verdad se había publicado, ya que no
habían podido dar con ningún ejemplar. A principios de este siglo el erudito
yucateco Juan Martínez Hernández localizó una copia fotográfica en la
biblioteca de la Universidad de Tulane (Nueva Orleáns), hecha por el mayista
William Gates de un ejemplar del que hasta ahora se desconoce el paradero; el
sabio yucateco obtuvo una copia que le fue facilitada por Franz Blom, en ese
entonces director de la sección Middle American Research Institute de dicha
Universidad. Martínez Hernández reeditó el texto del Arte,
sin los preliminares, al frente de su edición del Diccionario
de Motul, publicado en Mérida en 1929. Muy
recientemente el Centro de Estudios Mayas de
la UNAM sacó una nueva edición
crítica y anotada del Arte en lengua de Maya,
al cuidado del experto editor y filólogo René Acuña.[26]
El Arte en
lengua de Maya no está dividido en partes o libros;
comienza sin preámbulos con el estudio de los pronombres, de los cuales
distingue tres clases: primeros, segundos y terceros; pasa enseguida al
análisis detenido del verbo maya de acuerdo con el modelo latino de las cuatro
declinaciones, en sus distintos tiempos, modos y voces. Después de presentar
los paradigmas de cada una de estas conjugaciones, procede a explicar los
pormenores y excepciones de cada una de éstas; explica también la morfología de
los verbos pasivos, neutros, absolutos, activos y sus diferentes “mudanzas” en
la sintaxis verbal. Dedica las últimas páginas a la exposición del
funcionamiento de las partículas, siempre en relación con la sintaxis verbal, y
acaba el Arte con un
listado bilingüe de los nombres de las partes del cuerpo humano.
4.2. El Arte de
la lengua maya, de fray Gabriel de San
Buenaventura (1684)
La segunda gramática maya se publicó en 1684,
es decir 64 años después que la de fray Juan Coronel. Se trata del Arte de
la lengua maya, compuesto por fray Gabriel de San
Buenaventura, impreso en México por la viuda de Bernardo Calderón en dicho año.[27] Según la fecha que aparece al calce de la
“Aprobación” por fray Juan de Torres (9 de mayo 1675), la obra estaba lista
para la imprenta nueve años antes de su publicación. Otros documentos
preliminares confirman este hecho. Cabe mencionar que entre estos últimos figura
un “sentir” firmado por fray Agustín de Vetancurt, en el cual mucho pondera el
cultivo y sostenimiento de las lenguas indígenas en las misiones novohispanas.[28] Poco es lo que se sabe de la biografía de
este culto franciscano de origen francés, de quien se dice murió en La Habana
en fecha posterior a 1695.
La estructura –si se la puede llamar así–
del Arte de San
Buenaventura exhibe a las claras la influencia de su predecesor Coronel, y
seguramente también de los anteriores gramáticos mayistas, ya que en una
“Advertencia” en la pág. 5 así lo sugiere: “Nota, que entre todos los [autores]
antiguos, ha avido diferencia de pareceres sobre este vocablo ich [ve]l. ych ...
A lo qual digo, que puede haver sucedido esta diferencia, por ignorar algunos à
los principios la letra con que se avía de escrebir, y assí ad placitum la
escrevían vnos con y. vocal: otros con y. ypsilon...” Una de las diferencias
más notables entre ambos autores reside en que San Buenaventura incluye al
principio de su Arte una
“Explicación del abecedario”, la cual consiste en una serie de indicaciones
referentes a la fonología y ortografía mayances, muchas de ellas no muy
acertadas. Al igual que su predecesor, toda la descripción de la lengua gira en
torno del estudio de pronombres, verbos y partículas; acerca del nombre sólo
indica muy al principio del Arte que “Todos
en general son indeclinables por sí solos, pero ayudados de los quatro
pronombres se declinan”. Así pues, su tratado gramatical resulta una revisión y
ampliación del de Coronel. Siguiendo el ejemplo de fray Agustín de Vetancurt,
inserta al final unas fórmulas para administrar sacramentos a los enfermos y
unas breves pláticas referentes a la confesión, bautismo, matrimonio y extrema
unción.[29]
4.3. Calepinos,
vocabularios y diccionarios yucatecos
La constante actividad de investigación
desarrollada en el siglo xvii en
torno de la lengua maya en los diferentes conventos franciscanos de Yucatán, se
aprecia aún más claramente en la elaboración de copiosos diccionarios bilingües
compilados por tenaces frailes lexicógrafos. Es probable que en muchos de los
conventos existieran estas recopilaciones léxicas con el fin de utilizarlas
como auxiliares en el aprendizaje y enseñanza de la lengua maya, así como de
apoyo en las labores filológicas. Algunos de estos diccionarios fueron producto
de labor colectiva de frailes e informantes nativos, otros de autores
individuales pero auxiliados también por colaboradores indígenas. De este siglo
data el llamado “Diccionario de San Francisco” (maya-español, español-maya),
manuscrito que fuera descubierto por el célebre filólogo mayista Juan Pío Pérez
(1798-1859) en 1820; el original (fechado en 1690) se perdió y sólo se conoce
por la transcripción que, tras muchas vicisitudes, logró culminar el diligente
filólogo.[30] Desde el siglo
pasado hubo varios intentos de editarlo en Mérida; sin embargo, la primera
edición completa se hizo en Austria en 1976, revisada y añadida por Oscar
Michelon.[31] Otro diccionario
maya encontrado y editado por Pío Pérez fue el llamado “Diccionario de Ticul”
(por haberlo hallado en el convento de ese lugar), quien lo integró en su
obra Coordinación alfabética de las voces del
idioma maya, publicada en Mérida en 1898, cuyo original
manuscrito data también del siglo xvii.
Por otra parte, en 1937 la célebre profesora Eulalia Guzmán llamó la atención
acerca de un copioso diccionario manuscrito existente en la Biblioteca Nacional
de Viena, Austria, intitulado Bocabulario (sic) de Maya
Than por su abecedario (Codex
Vindobonensis N.S. 3833), presumiblemente recopilado
por varios lexicógrafos del siglo xvii.
Se publicó por primera vez en Graz, Austria, en 1972, con introducción del
americanista danés Ernest Mengin.[32] Recientemente
la Universidad Nacional de México sacó a luz una edición
crítica y sumamente anotada por René Acuña, que incluye el facsímil del manuscrito y su
transcripción.[33] El editor opina
que el manuscrito de Viena es en realidad una copia hecha en el siglo xvii por varios “pendolistas” de
una obra original compuesta en la segunda mitad del siglo xvi. Asimismo, conjetura que este
vocabulario probablemente se formó en el pueblo de Maní, y que tal vez sea obra
del célebre colaborador indígena de fray Diego de Landa, Gaspar Antonio Chi
(1531-1610), gran latinista y autor de varias obras históricas y etnográficas.
A esta serie de diccionarios hay que sumar todavía el manuscrito perdido
del Vocabulario maya-español, español-maya de
fray Gabriel de San Buenaventura, del cual nos dicen quienes lo conocieron que
constaba de 500 pliegos, y es el que Brasseur de Bourbourg incluye en su
traducción francesa del Arte de dicho
fraile.
4.4. Estudios
sobre otras lenguas mayances
De los varios tratados gramaticales y léxicos
que debieron haberse escrito en este siglo sobre diferentes idiomas de la
familia mayance sólo tenemos noticia segura de dos: el Arte y
vocabulario de la lengua mame, del fraile mercedario Diego Reynoso, y
el Arte de la lengua tzotzlem o tzinacanteca,
del franciscano Juan de Rodaz.[34] El primero de
ellos se publicó en México en 1644, impreso por Francisco Robledo. En él se
basó Francisco Pimentel para la descripción que de esta
lengua incluye en su Cuadro descriptivo,[35] sirviéndose de un ejemplar impreso que
existía en la Sociedad de Geografía y Estadística; en 1916 Alberto María
Carreño, con base en el mismo ejemplar, publicó separadamente el vocabulario,
precedido de un estudio sobre los mames y su lengua.[36] Fue reeditado en París por el conde de
Charencey en 1892, en el volumen xxii de
las Actes de la Société Philologique. Pimentel tacha el Arte de
“diminuto y oscuro”. El mame o mam, llamado también zaklohpakap, forma, junto
con el teco, el grupo mayance tecomam, lenguas que se hablan en el sureste de
Chiapas, pero principalmente en Guatemala.
La segunda de las obras fue concluida en 1688
y se conoce gracias a un traslado que de ella hizo el fraile dominico Dionisio
Pereyra en 1723, manuscrito que se encuentra en la Biblioteca Nacional de
París, y lleva un largo título que refleja su variado e interesante contenido:
“Arte de la lengua tzotzlem o tzinacanteca con explicación del año solar y un
tratado de quentas de los indios.” Un extracto de la parte gramatical fue
editado por el conde de Charencey en 1876.[37] La primera edición completa de la obra se
debe a Mario Humberto Ruz, quien la
incluye en el primer volumen de Las lenguas del Chiapas colonial,
publicado por la UNAM en 1989. En la
“presentación” del volumen el profesor Ruz resume: “El Arte propiamente dicho desgrana lo
relativo a nombres, adverbios, preposiciones y conjugaciones, deteniéndose
sobre todo en lo que toca al verbo, al cual se dedican 21 de las 40 páginas,
donde trata de conjugaciones, modos, tiempos, personas, neutros, activos,
pasivos y sus conversiones, para venir a rematar con dos cuadros en los que se
ejemplifica lo tratado [...] El autor no se limita a traducir el idioma tzotzil
empleando como referencia la gramática latina; señala en ocasiones
particularidades de la pronunciación, e incluso influencias del tzotzil en el
castellano hablado por los indios. Asimismo, ejemplifica a los religiosos los
errores a los que puede dar lugar un manejo incorrecto del idioma.”
Notas
23.
↑
Nótese que en el
título de esta obra el autor emplea la palabra maya no como nombre de la
lengua, sino como topónimo o nombre geográfico.
- ↑
Diego López
Cogolludo, Historia de Yucathán, 5ª ed., Madrid, Juan García Infanzón, 1688; México, D. F.,
Editorial Academia Literaria, 1957, lib. xii,
cap. 18, p. 734.
- ↑
Cf. José Mariano
Beristáin, Biblioteca hispanoamericana septentrional, s.v.
- ↑
Juan Coronel, Arte en lengua de Maya y
otros escritos, ed. de René Acuña, México, D. F., Centro de Estudios Mayas del
Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de
México, 1998 (Incluye la Doctrina christiana en lengua de Maya).
- ↑
Hasta hace poco
tiempo esta obra se conocía gracias principalmente a la cuidadosa edición
facsimilar que de ella hizo en 1888 el benemérito Joaquín García Icazbalceta,
con un tiraje de 76 ejemplares. En 1996 la Universidad Nacional publicó la
tercera edición del Arte de San Buenaventura, con introducción y notas de René Acuña. Esta
edición incluye reproducción facsimilar de la primera. Cabe asimismo mencionar
que en 1870 el abate Charles Brasseur de Bourbourg publicó en París una
traducción francesa del Arte, acompañado de un Diccionario maya-francés, francés-maya, cuyo
original atribuye a San Buenaventura.
- ↑
Sobre estos
asuntos, vid. José Luis Suárez Roca, Lingüística misionera
española, Oviedo, Pentalfa Ediciones, 1992, p. 271.
- ↑
Aparte del estudio
que René Acuña incluye en su edición del Arte de San
Buenaventura, pueden consultarse los trabajos de Eréndira Nansen, “Nebrija en
la descripción y prescripción de las lenguas de México durante la Colonia”,
en La obra de Antonio de Nebrija y su recepción en la Nueva España, ed. de Ignacio
Guzmán Betancourt y Eréndira Nansen Díaz, México, D. F., Instituto Nacional de
Antropología e Historia, 1997, pp. 81-105; y “Las lenguas que forman cuerpo con
el verbo. Apuntes para la historia del término incorporación”, en La ‘découverte’ des langues
et des écritures d’Amérique. Actes du colloque international, en Amerindia vols. 19-20,
París, 1995, pp. 263-270. De interés son también las referencias de José Luis
Suárez Roca al Arte de San Buenaventura (op. cit., passim).
- ↑
Vid. H. Berendt, “Los
trabajos lingüísticos de D. Juan Pío Pérez”, en Boletín de la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística, 2a. época, t. 3, 1872, pp. 58-61.
- ↑
Diccionario de San Francisco, 2 vols., ed. de
Oscar Michelon, Graz, Austria, Akademische Druck-u. Verlagsanstalt (Bibliotheca
Linguistica Americana; vol. 2) 1976.
- ↑
Bocabulario de Maya
Than, Graz, Akademische Druck-u. Verlagsanstalt (Bibliotheca Linguistica
Americana; vol. 1), 1972.
- ↑
Bocabulario de Maya Than, ed. de René
Acuña, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Centro de
Estudios Mayas, (Fuentes para el estudio de la cultura maya; 10), 1993.
- ↑
Los bibliógrafos
León Pinelo y Nicolás Antonio registran un Arte de la lengua mame por fray Hierónimo
Larios supuestamente impreso en México en 1607.
- ↑
“El mame o
zaklohpakap”, en Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de
México (1ª ed., México, 1862-1865), Obras completas, México, D. F.,
Tipografía Económica, 1903, t. 2, pp. 215-235.
- ↑
Vocabulario de la lengua mame
compuesto por el padre predicador fray Diego de Reynoso, de la orden de la
Merced, México, D. F., Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística,
1916.
- ↑
En Mélanges sur différents
idiomes de la Nouvelle Espagne, París, E. Leroux, 1876, pp. 12-24.
Familia Otopame
A esta familia lingüística pertenecen, entre
otros, tres idiomas relativamente cercanos entre sí: otomí, mazahua y
matlatzinca, los tres hablados en la parte central de México; de ellos el más
extendido era (y continúa siéndolo) el otomí y con numerosos hablantes, razón
por la cual se consideraba, como queda dicho, la segunda lengua general de la
Nueva España. Estos tres idiomas –y en particular el otomí– se tenían entre los
más dificultosos y “bárbaros” de estas partes, entre otras causas debido a su
carácter de lenguas tonales y a la realización de complejos fenómenos
morfofonológicos, todo lo cual los hace de intrincada estructura gramatical, de
difícil acceso para quienes deseaban –y desean– aprenderlas.[38] Esto, naturalmente, no fue
jamás obstáculo insuperable para los ministros evangelizadores pues, según
aseguran los cronistas religiosos, siempre hubo operarios muy capaces de
predicar en ellas y redactar artes, diccionarios y textos espirituales.
Apenas despunta el siglo xvii cuando ya aparece una obra
manuscrita sobre el otomí, el Arte breve de la lengua otomí y vocabulario (trilingüe),
fechada en octubre de 1605. En su elaboración parecen haber intervenido dos
personas que trabajaron en épocas distintas, aunque tradicionalmente –arte y
vocabulario– se atribuyen a la autoría de fray Alonso Urbano (c.1522-1608). El
abultado manuscrito se encuentra en la Biblioteca Nacional de París, y fue
publicado por primera vez en 1990, precedido de un valioso estudio
introductorio de René Acuña, en el cual despeja
muchas dudas y resuelve numerosas incógnitas referentes a dichos arte y
vocabulario otomís.[39] Para
empezar, demuestra que fray Alonso no era fraile agustino, como se lee en el
encabezado del Arte (“...compuesto
por el pe. fray Alonso Urbano de la Orden de N.P.S. Augustín”), sino
franciscano, nacido en Mondejar (prov. de Toledo) hacia 1522, y llegado a la
Nueva España alrededor de 1557, ya sacerdote ordenado. Según Torquemada (citado
por Acuña), fray Alonso ya
predicaba en náhuatl y otomí antes de 1560. En relación con las obras
lingüísticas que se le atribuyen, Acuña cree que únicamente el Arte
breve es obra de fray Alonso, y esto tal vez
sólo en parte, pues sospecha que pueda ser un extracto bastante torpe de un
tratado mayor efectuado por un autor anónimo poco escrupuloso y fiel. En
cualquier caso, el editor sugiere que el Arte (breve
o extenso) fue compuesto por Urbano antes de 1571, es decir antes de la
publicación de la primera edición del Arte de la lengua mexicana de fray Alonso de Molina.[40]
Urbano comienza su descripción gramatical de
la lengua otomí con una afirmación tajante: “En esta lengua no hay género ni
declinaciones, salvo que, para el vocativo, prolongan la final con acento agudo...”,
y de ahí continúa describiendo dicha categoría sin recurrir al sistema de
declinaciones. Más adelante trata, de manera un tanto desordenada, del resto de
las partes de la oración. Acuña considera que
el Arte breve de fray
Alonso, en la versión que conocemos, no es más que una serie de apuntes
gramaticales de escaso o aun nulo valor didáctico, sobre todo porque sigue el
modelo nebrisense de manera laxa, lagunosa e insuficiente.
Por lo que respecta al Vocabulario que
acompaña al Arte breve, es éste un
diccionario trilingüe español-náhuatl-otomí que tuvo su origen, según
demuestra Acuña, en unas anotaciones
hechas por Urbano en los márgenes y espacios en blanco de un ejemplar del Vocabulario de fray Alonso de Molina impreso en 1555, existente en la
Biblioteca Nacional de Antropología de Historia y examinado minuciosamente
por Acuña.[41] De este examen concluye que,
fuera del conjunto de anotaciones autógrafas de fray Alonso, el resto de las
entradas otomís son obra de otro autor, probablemente un indígena hablante
nativo de esa lengua.
De fecha posterior a la redacción o traslado
del Vocabulario trilingüe,
es un diccionario otomí de autor anónimo que se encuentra en el Fondo Reservado
de la Biblioteca Nacional de México (Ms.
1497); es un volumen de 470 folios escritos recto-verso, que lleva al final la
siguiente inscripción: “Acabose este Bocabulario de trasladar Lunes treinta de
en[er]o 1640 años”. Diversos investigadores lo han atribuido a distintos
autores, entre ellos al padre Horacio Carochi.[42] Una descripción más o menos
detallada de este diccionario la ofrece René Acuña en la “Introducción” al Arte
breve y vocabulario trilingüe de fray Alonso Urbano (loc. cit.,
pp. xli-xlvi). Acuña encuentra numerosas coincidencias
formales entre este diccionario y el trilingüe, así como con el Arte de
Urbano.
Por lo que toca a estudios sobre otras
lenguas otopames, cabe citar en primer término la obra intitulada Doctrina
y enseñanza de la lengua mazahua, escrita por el sacerdote secular Diego de
Nájera Yanguas, impresa en México por Juan Ruiz en 1637.[43] Esta obra es importante por
ser la primera y única que se escribió e imprimió sobre la lengua mazahua
durante la época colonial. Del autor se expresa en los siguientes términos el
bibliógrafo Beristáin: “Don Diego de Nájera, natural de la Nueva España [n. en
1570], presbítero, cura y párroco del pueblo de Xocotitlán en el arzobispado de
México, examinador sinodal y comisario de la inquisición, benemérito y digno de
todo elogio por haber sido el primero que escribió en el idioma mazahuatl, que
viene a ser un otomí sublime. Falleció antes del año 1637, pues en su
testamento dejó mandado que de sus bienes se costease la impresión de sus
opúsculos”. El padre Nájera asegura en el prólogo “Al lector” haber impartido
doctrina a los mazahuas por más de 43 años, por lo que es de suponer dominaba a
la perfección su lengua, aunque él con modestia advierte que carece de la
“erudición y eminencia” de otros escritores en lenguas indígenas.
La descripción gramatical de la lengua
mazahua se reduce en este autor a una serie de 21 breves “Advertencias en
lengua castellana muy necesarias para hablar con propiedad la lengua que llaman
maçahua”, que ocupan tan sólo los primeros diez folios del impreso. En los
siguientes 167 Nájera ofrece una extensa y variada guía bilingüe
español-mazahua consistente en frases comunes, preguntas y pláticas destinadas
a la impartición de sacramentos, así como preguntas relacionadas con temas de
la vida diaria. Esto último recuerda el modelo del Vocabulario
manual de Pedro de Arenas, ya comentado. Los últimos
dos folios (sin numerar) los destina a una “Tabla de las cosas contenidas” en
el libro, que es un sumario de los temas para comodidad del consultante.
Pasemos ahora a ocuparnos de los trabajos que
sobre la lengua matlatzinca redactaron los frailes agustinos Diego Basalenque
y Miguel de Guevara.
Fray Diego Basalenque (1577-1651) nació en
Salamanca, pero desde muy niño llegó con sus padres y numerosos hermanos a
vivir a la Nueva España para ser asistidos por un pariente cercano, el próspero
minero de Topia (Durango) Diego Basalenque, hermano de la madre, y de quien
algunos miembros de la familia tomarán el apellido. Fue este acaudalado tío
quien apoyó los primeros estudios de fray Diego en Puebla, continuándolos más
tarde en México, en el Colegio Máximo de la Compañía de Jesús. Ingresó en la
orden de San Agustín en 1593, ordenándose sacerdote en 1601.[44] Además de cumplir con
funciones ministeriales, a lo largo de su vida desempeñó muchos cargos
administrativos y docentes en su orden: prior de varios conventos, visitador,
provincial, etc., y maestro de artes (filosofía), teología, derecho canónico,
gramática y lenguas indígenas. Escribió varias obras pedagógicas, filosóficas y
espirituales, así como una Historia de la provincia de San Nicolás
Tolentino de Michoacán (impresa en 1673), y tres obras
lingüísticas: el Arte de la lengua matlaltzinga,
un doble diccionario matlatzinca, y un Arte de
la lengua tarasca.
Basalenque empezó a interesarse en estas
lenguas en 1636 cuando, tras una especie de retiro voluntario en el convento
agustino de Zacatecas, fue invitado en ese año a residir en el de Charo, lugar
donde confluían hablantes de matlatzinca y tarasco o purhépecha. Tan
rápidamente aprendió estos idiomas, que antes de 1638 tenía ya preparado
su Arte de la lengua matlaltzinga,
y probablemente también sus vocabularios matlatzinca-español y
español-matlatzinca. En efecto, aunque los manuscritos de estas obras están
fechados en 1642, la fecha corresponde no a la terminación de las mismas, sino
al año en que un copista anónimo las puso más o menos en limpio quizá con la
idea de prepararlas para la imprenta. Esto lo sabemos por varios indicios pero
sobre todo por un dato que se le escapa a otro agustino gramático, fray Miguel de Guevara, en su Arte doctrinal
y modo general de aprender la lengua matlaltzinga,
fechado éste en 1638. Muy al principio del Arte,
fray Miguel comenta que: “En esta lengua
parece no haber más de tres casos, y sacada la raíz de las declinaciones de los
nombres, conforme al arte de nuestro maestro Fr. Diego
Basalenque, se dan igualmente todos, y no obsta sonar
de un modo el dativo” (cursivas intencionales). Esto quiere decir que ya en
1638 el manuscrito del Arte matlatzinca
de Basalenque funcionaba como texto de consulta.
El Arte matlatzinca
de Basalenque es de corte clásico, es decir, respetuoso del modelo latino de
descripción gramatical pues, si bien desde el principio admite que “aunque los
más nombres son indeclinables, algunos se declinan y todos se pueden reducir a
declinación...”, fuerza la estructura de la lengua indígena para que concuerde
con el modelo. Comienza con lo que él llama “cartilla matlaltzinga”, que es un
repaso de las 18 “letras” del alfabeto castellano, con las cuales intenta
describir el sistema fonológico del matlatzinca. El resto del tratado está
subdividido en ocho partes, de acuerdo con las ocho partes de la oración,
culminando su descripción con un apartado sobre las partículas, con breves
indicaciones acerca de su distribución y de los cambios que sufren al entrar en
contacto con otros elementos gramaticales. Las obras lingüísticas del padre
Basalenque sobre el matlatzinca permanecieron inéditas por más de tres siglos,
hasta que en 1975 las editó por primera vez el gobierno del Estado de México
como partes de la colección Biblioteca Enciclopédica del Estado de México (vols. xxxiii-xxxiv),
con amplio estudio crítico por Leonardo Manrique Castañeda.
Del año 1638 data el segundo tratado
gramatical que conocemos sobre el matlatzinca, el ya mencionado Arte
doctrinal y modo general de aprender la lengua matlaltzinga,
de fray Miguel de Guevara (c.1585-c.1646)
quien, dicho sea de paso, era pariente de Hernán Cortés. Fray Miguel entró en la orden de agustinos en 1610 y, al
igual que Basalenque, ocupó durante su vida varios cargos importantes en
conventos de la provincia agustiniana (consultor en Tiripetío, procurador en
Charo, prior de Undameo, Pátzcuaro y Salamanca, visitador de la provincia,
etc.). Según consta en la portada de su manuscrito gramatical, era experto en
las tres lenguas generales de la provincia de Michoacán: mexicana, tarasca y
matlatzinca. Fue también filósofo y poeta: se le atribuye, el célebre soneto
“No me mueve mi dios para quererte...”.[45] Su Arte
doctrinal permaneció inédito hasta el año 1862 en
que lo publicó la Sociedad Mexicana de Geografía;[46] el manuscrito fue encontrado
incompleto por el presbítero y filólogo guanajuatense José Guadalupe Romero en
1859, quien lo donó a dicha corporación. Según los editores, al manuscrito le
faltaban 39 fojas, laguna que afecta significativamente la descripción
gramatical. Comienza ésta con un breve ejemplo de las “declinaciones” de los
nombres, seguido de una serie de advertencias y notas no siempre muy lúcidas
acerca de particularidades morfológicas de dicha categoría gramatical; en
seguida explica someramente cuestiones referentes a los pronombres
demostrativos y a la sintaxis nominal. De aquí pasa a exponer las “Reglas
generales por donde se han de conocer las conjugaciones y partículas de los
verbos para las cuatro [declinaciones]”; de este apartado sólo podemos ver el
inicio, pues es aquí donde faltan las 39 fojas del original; únicamente se
aprecia parte de la conjugación de los verbos “comer”, “amar” y “tener (miedo)”
en algunos tiempos y modos, exposición que resulta bastante confusa por la
forma de presentarla. Salta el texto a una serie de palabras distribuidas,
según parece, de acuerdo con ciertos campos semánticos, pero donde los términos
y expresiones no atienden siquiera a un orden alfabético. En la siguiente
sección trata de inducir al estudiante a aprender la lengua por medio del
recurso de frases y expresiones comunes, tanto relacionadas con situaciones
cotidianas, cuanto a asuntos referentes a la religión. Después de esta
relativamente amplia sección, presenta otros campos semánticos que no incluyó
antes, y que tratan de nombres de cosas comestibles, aves, peces e insectos,
modo de contar y numerales. Sigue a esto último una lista bilingüe de verbos en
primera persona, y luego unos “avisos generales para todos los idénticos [?]
verbales y su conocimiento”, que es un retorno a la demostración del paradigma
verbal. Finaliza la parte gramatical con una relación alfabética “De todas las
partículas... necesarias curiosa y trabajosamente notadas para saberlas”, y un
listado de adverbios y de verbos recíprocos. Las últimas páginas del Arte
doctrinal las dedica a exponer la “Declaración y
modo de mostrar el ministro la doctrina cristiana”, que consiste en la
presentación bilingüe de las oraciones y dogmas más comunes de la fe católica.
Fray Miguel de Guevara sin duda dominaba en la
práctica la lengua matlatzinca, pero no acertó a sistematizar su estructura y
exponerla de manera congruente.
Notas
38.
↑
Una especialista en
lenguas otopames, la doctora Doris Bartholomew, ha señalado recientemente que:
“Las lenguas de la familia otopame representan un reto para cualquiera que las
estudie, principalmente debido a su difícil fonética y fonología”, cf. “Panorama of
studies in otopamean languages”, en Doris Bartholomew y otros, Panorama de los estudios de
las lenguas indígenas de México, 2 tomos, Quito, Ediciones Abya-Yala, 1994, t. i, p. 347.
- ↑
Alonso
Urbano, Arte breve de la lengua otomí y vocabulario trilingüe, ed. de René
Acuña, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Instituto de
Investigaciones Filológicas, 1990.
- ↑
Yolanda Lastra, por
su parte, opina que el Arte de Urbano es posterior al año 1580, pues delata una clara
influencia del arte otomí de fray Pedro de Cárceres; vid. “Estudios
antiguos y modernos sobre el otomí”, en Reflexiones lingüísticas y
literarias, ed. de Rebeca Barriga y Josefina García, México, D. F., El
Colegio de México, 1992, vol. i,
pp. 43-68.
- ↑
Vid. Yolanda
Lastra, “El diccionario trilingüe de fray Alonso Urbano”, en Scripta Philologica in
honorem Juan M. Lope Blanch, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 1992,
vol. iii, pp. 39-46.
- ↑
Cf. Roberto Moreno,
“Guía de las obras en lenguas indígenas existentes en la Biblioteca Nacional”,
en Boletín de la Biblioteca Nacional, núms. 1-2, t.
17,1966, pp. 51-52.
- ↑
Este libro ha sido
reimpreso dos veces en tiempos modernos; la primera en 1953, como primer número
de la colección Biblioteca mexicana de obras raras y curiosas, con prólogo de
Roberto Valles Martínez; la segunda en 1970 dentro de la serie Biblioteca enciclopédica del
Estado de México (vol. 18), con prólogo de Mario Colín.
- ↑
Cf. Heriberto
Moreno, Los agustinos, aquellos misioneros hacendados, México, D. F.,
Secretaría de Educación Pública (Cien de México), 1985.
- ↑
Cf. Alberto María
Carreño, Joyas literarias del siglo xvi encontradas en México: Fr. Miguel de Guevara, México, D. F.,
Franco Mexicana, 1915.
- ↑
Boletín de la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística, 1a. época, 1862, t. 10, pp. 197-260.
Estudios sobre idiomas de otras familias lingüísticas
6.1. El Arte de
la lengua tarasca, de fray Diego
Basalenque
Esta lengua no tiene relaciones cercanas con
ninguna otra de las lenguas de México, lo que la convierte en una lengua
aislada desde ese punto de vista. Aunque bibliógrafos como Eguiara y Beristáin reportan un Arte de
la lengua tarasca por el jesuita Tomás Chacón (1558-1650)
y un arte, diccionario y confesionario compuestos por el franciscano Ángel
Serra, lo cierto es que la única obra lingüística que del siglo xvii logró conservarse sobre esta
lengua fue el Arte de la lengua tarasca de
fray Diego Basalenque. En el breve prólogo del Arte el
autor informa que después de haber compuesto el arte y diccionario de la lengua
matlatzinca, se interesó por el estudio de la tarasca, cuyo aprendizaje
confiesa haber efectuado a través de las gramáticas de los franciscanos
Maturino Gilberti (1558) y Juan Bautista Bravo de Lagunas (1574). Con
honestidad confiesa que su Arte no es más
que una simplificación de los de aquéllos, sobre todo en lo referente a su
disposición, aunque con algunas aportaciones personales. Dividido en cinco
libros, dedica el primero a cuestiones fonológicas y ortográficas; el segundo
al análisis de las partes de la oración; en el tercero, el más breve de todos,
“de los casos de los nombres y verbos”; en el cuarto describe las partículas
“elegantes” y algunas figuras retóricas y, por último, el quinto lo dedica al
estudio de las partículas en general. El Arte de
la lengua tarasca corrió con mejor suerte que el de la
matlatzinca pues, aunque no se publicó en vida del autor, se imprimió por
primera vez en 1714, se reimprimió en 1886, nuevamente en 1962 (en edición
patrocinada por el gobierno del estado de Michoacán) y por cuarta vez en 1994
(Morelia, Mich., Fímax Publicistas), con estudio introductorio de J. Benedict
Warren.
6.2. La
gramatización del zoque
El idioma zoque constituye junto con el mixe
y el popoluca la familia lingüística mixe-zoque. Estas lenguas se hablaban y se
siguen hablando en los actuales estados de Oaxaca, Tabasco, Veracruz y Chiapas.
En concreto, el zoque se hablaba, grosso
modo, en la región istmeña de Santa María
Chimalapa (Oaxaca), en Tecpatán y su región (Chiapas) y sur de Tabasco,
formando varias áreas dialectales.
Aunque la evangelización de los hablantes de
estas lenguas se inició tempranamente en el siglo xvi, no tenemos la certeza de que antes de 1672 se hubieran
redactado escritos lingüísticos sobre alguno de estos idiomas, lo cual,
evidentemente, no significa que los frailes no hubieran aprendido y aun
enseñado sin el respaldo de artes y vocabularios.[47] Precisamente del año 1672 proviene el primer
tratado gramatical y léxico conocido sobre una lengua mixe-zoqueana, a saber,
el Arte breve y vocabulario de la lengua tzoque
conforme se habla en el pueblo de Tecpatan, compuesto por
el dominico Luis González. Conocemos esta obra gracias a un traslado que de
ella se hizo en 1762, manuscrito que, como muchos otros, fue a parar a la
Biblioteca Nacional de París, donde hasta la fecha se conserva (Manuscrits
mexicains, 67). Lo publicó por primera vez el
americanista francés Raoul de la Grasserie en París en 1898.[48] Recientemente se publicó por primera vez en
México junto con otros documentos zoques coloniales, editados por Mario Humberto Ruz.[49]
La perspicacia de los frailes gramáticos no
se limitaba a la observación y descripción de sistemas lingüísticos, sino
también en muchos casos reparaban en la existencia de ciertos fenómenos
inherentes a la realización de las lenguas, tales como, por ejemplo, la
variación regional o dialectal de las mismas.[50] Así, la precisión que hace fray Luis González
en el título de su tratado en el sentido de que es “conforme [al] habla [...]
de Tecpatan” no es ociosa, sino pertinente, pues con ello indica que está
consciente de la existencia de otras modalidades de zoque, para cuyo
aprendizaje seguramente su Arte breve no
serviría. Divide éste en dos partes, la gramatical y la léxica, siendo la
primera extremadamente parca, ya que sólo considera cuatro partes “declinables”
de la oración: nombre, pronombre, verbo y participio. La segunda parte, el
vocabulario, es mucho más extensa y valiosa sobre todo por la gran cantidad de
vocablos que incluye.
6.3. Una
gramática de la lengua chiapaneca
La lengua chiapaneca se extinguió en nuestro
siglo; su último hablante, una anciana, falleció alrededor de 1940.[51] Junto con el mangue de Centroamérica –también
extinguido– forman la familia lingüística mangueña, de remotos vínculos
genéticos con la otopame. El idioma chiapaneco se hablaba en la región de
Chiapa de Corzo, en el actual estado de Chiapas. La más antigua obra gramatical
que sobre esta lengua ha llegado hasta nuestros días es el Arte de
la lengua chiapaneca del dominico Juan de Albornoz,
manuscrito proveniente del siglo xvii.
Fue publicado por primera vez en París (junto con una doctrina cristiana de
fray Luis Barrientos) por Alphonse Pinart en 1875. Actualmente Mario Humberto Ruz prepara la primera edición mexicana
de este valioso Arte y otros documentos
en lengua chiapaneca, que integrarán el tercer tomo de Las
lenguas del Chiapas colonial.
6.4. El primer
arte conocido de la lengua totonaca
La lengua totonaca se hablaba en un enclave
sumamente importante de la geografía novohispana, a saber, la fértil y rica
zona del norte del actual estado de Puebla y noroeste de Veracruz. Junto con el
tepehua forma la familia lingüística totonacana. Diversas fuentes coloniales
informan sobre algunos artes y vocabularios compuestos por los evangelizadores
del siglo xvi, pero ninguno
de ellos logró conservarse.[52] En 1990 la
Universidad Nacional dio por primera vez a luz una gramática totonaca de autor
desconocido que, según dictamen de Miguel León-Portilla, es muy probable que proceda del primer
tercio del siglo xvii.
Tentativamente se propone al padre Eugenio Romero como autor de este Arte,
redactado quizá en el convento franciscano de Hueytlalpan, el mismo donde fray Andrés de Olmos terminó en 1547 su Arte de
la lengua mexicana. El manuscrito del Arte de
la lengua totonaca fue hallado en la biblioteca del
renombrado filólogo Pablo González Casanova (1889-1936),
de donde pasó a la Escuela Nacional de Antropología; en la actualidad se
resguarda en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México. La edición, que incluye
el facsímil y su transliteración, fue preparada por el lingüista estadounidense
Norman McQuown, gran conocedor de la lengua totonaca. La exposición gramatical
del Arte está
subdividida en cinco libros; León-Portilla, en el dictamen que
da sobre la autenticidad de la obra, señala la coincidencia del esquema
metodológico seguido por el autor del arte totonaco, con el Arte
mexicana del jesuita Antonio del Rincón.
Notas
47.
↑
El historiador
dominico Antonio de Remesal asegura que fray Francisco de Zepeda
(s. xvi) compuso e imprimió
artes de los idiomas chiapaneco, zoque, tzendal y chinanteco (¿tzinacanteco?)
pero, fuera de que es dudoso (aunque no imposible) que el fraile haya compuesto
artes de idiomas tan diferentes entre sí, nadie ha visto dichas obras.
- ↑
Langue zoque et langue mixe.
Grammaire, dictionnaire. Textes traduits et
analysés par Raoul de la Grasserie, París, Maisonneuve,
1898. (Reimpreso en Liechtenstein por Kraus Reprint, 1968.)
- ↑
Las lenguas del Chiapas
colonial, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/
Instituto de Investigaciones Filológicas/ Seminario de Lenguas Indígenas, 1997,
vol. 2.
- ↑
Cf. Ignacio
Guzmán Betancourt, “Para una historia de la noción de ‘dialecto’, referida a
las lenguas amerindias”, en Actas de las ii Jornadas
de lingüística aborigen, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires/ Instituto de
Lingüística/ Facultad de Filosofía y Letras, 1994, pp. 295-301; idem, “El
‘descubrimiento’ de los dialectos”, Amerindia 19-20, París,
Association d'Ethnolinguistique Ame´rindienne/ Centre National de la Recherche
Scientifique, 1995, pp. 229-236.
- ↑
Cf. Atlas cultural de México:
lingüística, coord. de Leonardo Manrique Castañeda, México, D. F.,
Secretaría de Educación Pública/ Instituto Nacional de Antropología e Historia/
Editorial Planeta, 1988, p. 47.
- ↑
Cf. Irma
Contreras García, Bibliografía sobre la castellanización de los grupos
indígenas de la República Mexicana, 2 tomos, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México,
1985, t. 1, pp. 287-288, t. 2, pp. 899-900.
Epílogo
La necesidad de transmitir mensajes y
contenidos ideológicos y culturales a las etnias americanas, compelió a los
ministros eclesiásticos europeos a adentrarse decididamente en el babélico y
críptico mundo lingüístico aborigen. Ante la imposibilidad –o incluso la
inconveniencia– de hacerles adoptar el castellano –de grado o por fuerza– con
la rapidez que lo requerían las circunstancias, la Iglesia optó por seguir el
camino quizá más difícil, pero sin duda el más seguro para lograr sus objetivos
de cristianización y absorción cultural de los pueblos amerindios. Junto a muchos
otros beneficios, esta resolución fue particularmente significativa para el
desarrollo de la lingüística y la filología occidentales. Las muestras del
quehacer lingüístico y filológico del siglo xvii que hemos repasado a lo largo del presente ensayo,
ilustran bastante bien las tendencias metodológicas que rigieron la
investigación en esta fecunda época.
Bibliografía selecta
Ediciones
Albornoz, Juan de, Arte de
la lengua chiapaneca, ms. del s. xvii, publicado por primera vez en París en 1875 por Alphonse
Pinart.
Arenas, Pedro de, Vocabulario
manual de las lenguas castellana y mexicana, México, Henrico
Martínez, 1611.
Basalenque, Diego, Arte de
la lengua tarasca, ms. ca. 1640,
impreso por primera vez en 1714, por Francisco Calderón.
----, Arte y
vocabulario de la lengua matlaltzinga vuelto a la castellana,
mss. fechados en 1642, publicados por primera vez en 1975, Biblioteca
Enciclopédica del Estado de México, vols. 33-34.
Basilio, Tomás (atribuido), Arte de
la lengua cahita conforme a las reglas de muchos peritos en ella,
ms. del s. xvii, publicado
por primera vez en México en 1737, por Francisco Xavier Sánchez.
Carochi, Horacio, Arte de la lengua mexicana con la declaración de los adverbios della,
México, Juan Ruiz, 1645.
Coronel, Francisco, Arte y
vocabulario de la lengua papanga, Macabela, 1621.
Coronel, Juan, Arte
en lengua de maya, México, Cornelio Adriano César en la
imprenta de Diego Garrido, 1620.
Galdo Guzmán, Diego de, Arte
mexicana, México, Viuda de Bernardo Calderón, 1642.
González, Luis, Arte
breve y vocabulario de la lengua tzoque conforme se habla en el pueblo de
Tecpatan, ms. de 1672, publicado por primera vez en
París por Raoul de la Grasserie.
Guadalaxara, Tomás de, Compendio
del arte de la lengua de los tarahumares y guazopares,
Puebla, Diego Fernández de León, 1683.
Guerra, Juan, Arte de
la lengua mexicana según la acostumbran hablar los indios en todo el obispado
de Guadalaxara, parte del de Guabliana y del de Mechoacan,
México, Viuda de Francisco Rodríguez Lupercio, 1692.
Guevara, Miguel de, Arte
doctrinal y modo general de aprender la lengua matlaltzinga,
ms. fechado en 1639, publicado por primera vez en 1862, Boletín de la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística, 1ª época, vol. 10, pp. 197-260.
Loaysa, Baltasar, Arte de
la lengua hegue, ms. del s. xvii existente en la biblioteca de la Universidad de
Tulane, Nueva Orleans.
López Cogolludo, Diego, Historia
de Yucathán, Madrid, Juan García Infanzón, 1688.
Molina, Alonso de, Arte de
la lengua mexicana y castellana, México, Pedro Ocharte, 1571.
Nájera Yanguas, Diego de, Doctrina
y enseñanza de la lengua mazahua, México, Juan Ruiz, 1637.
Nebrija, Antonio de, Gramatica
de la lengua castellana, Salamanca, 1492.
Oliveira, Fernão de, Grammatica
da linguagem portuguesa, Lisboa, 1539.
Olmos, Andrés de, Arte de
la lengua mexicana, ms., Hueytlalpan, 1547.
Pareja, Francisco, Arte y
pronunciación en lengua timuquana y castellana,
México, Juan Ruiz, 1614.
Reynoso, Diego, Arte y
vocabulario de la lengua mame, México, Francisco Robledo, 1644.
----, Vocabulario
de la lengua mame compuesto por el padre predicador Diego de Reynoso, de la
orden de la Merced, ed. de Alberto María Carreño, México, D.
F., Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 1916.
Rincón, Antonio del, Arte
mexicana, México, Pedro Balli, 1595.
Rodaz, Juan de, Arte de
la lengua tzotzlem o tzinacanteca, ms. de 1688.
Romero, Eugenio (atribuido), Arte de
la lengua totonaca, ms. del s. xvii, publicado por primera vez en 1990 por Norman
McQuown.
San Buenaventura, Gabriel de, Arte de
la lengua maya, México, Viuda de Bernardo Calderón, 1684.
Urbano, Alonso, Arte
breve de la lengua otomí y vocabulario trilingüe,
ed. de René Acuña, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 1990.
Vázquez Gastelu, Antonio, Arte
de la lengua mexicana, Puebla, Diego Fernández de León, 1689.
Vetancurt, Agustín de, Arte de
la lengua mexicana, México, Francisco Rodríguez Lupercio, 1673.
Crítica
Acuña, René (ed.), Bocabulario
de Maya Than, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Centro de Estudios Mayas, 1993.
Antochiew, Michel, “El examen de oposición a
la cátedra de lengua mexicana de don Carlos de Tapia Zenteno”, Estudios
de Cultura Náhuatl, vol. 17, 1984, pp. 341-353.
Bartholomew, Doris et al. (coords.), Panorama
de los estudios de las lenguas indígenas de México,
2 vols., Quito, Ediciones Abya-Yala, 1994.
Berendt, Hermann, “Los trabajos lingüísticos
de D. Juan Pío Pérez”, Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía
y Estadística, vol. 3, 2ª época, 1872, pp. 58-61.
Beristáin de Souza, José Mariano, Biblioteca Hispano-Americana Septentrional, México, 1816.
Canger, Una, “El Arte de Horacio Carochi”,
en Klaus Zimmerman (ed.), La
descripción de las lenguas amerindias en la época colonial,
Madrid, Iberoamericana, 1997, pp. 59-74.
Carreño, Alberto María, Joyas
literarias del siglo xvi encontradas
en México: Fr. Miguel de Guevara, México, D. F., Franco Mexicana, 1915.
Charencey, conde Hyacinthe de, Mélanges
sur différents idiomes de la Nouvelle Espagne,
París, E. Leroux, 1876.
Contreras García, Irma, Bibliografía
sobre la castellanización de los grupos indígenas de la República Mexicana,
2 vols., México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México,
1985.
Cruz, Salvador, El
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Clasificación de las
lenguas indígenas de México |
|||||
Familia |
Grupos |
Lengua |
Territorio |
||
Lenguas yuto-aztecas |
Yuto-aztecas
meridionales |
||||
Sonora, Chihuahua |
|||||
Chihuahua, Durango |
|||||
Tepecano (†) |
|||||
Tarahumarano |
Chihuahua |
||||
Cahíta |
Sonora |
||||
Sonora
y Sinaloa |
|||||
Ópata-Eudeve |
Ópata (†) |
Sonora |
|||
Eudeve (†) |
Sonora |
||||
Tubar (†) |
Sonora |
||||
Corachol-aztecano |
|||||
Nayarit
y Jalisco |
|||||
Nahuateco |
Pochuteco (†) |
||||
Lenguas
hokanas |
Yumanas |
||||
Nak'ipa (†) |
|||||
'Ipa
juim (†) |
|||||
Cochimíes |
Cochimí (†) |
||||
Ignacieño (†) |
|||||
Borjeño (†) |
|||||
Oaxaca |
|||||
Tequistlateco (†) |
|||||
Lenguas
del sur de Baja California |
Guaicura (†) |
||||
Laimón (†) |
|||||
Aripe (†) |
|||||
Huichití (†) |
|||||
Cadégomeño (†) |
|||||
Didiu (†) |
|||||
Pericú (†) |
|||||
Isleño (†) |
|||||
Monguí (†) |
|||||
Lenguas álgicas |
Centrales |
||||
Otomangue
occidental |
Oto-pame-chinantecano |
Centro
de México |
|||
Oaxaca
y Veracruz |
|||||
Tlapaneco-mangueano |
Tlapaneco |
||||
Chiapaneco (†) |
|||||
Otomangue
oriental |
Popoloca-Zapotecano |
||||
Oaxaca |
|||||
Oaxaca |
|||||
Oaxaca |
|||||
Oaxaca |
|||||
Amuzgo |
|||||
Lenguas toto-zoqueanas |
Variedades
mixes de la sierra de Juárez |
Sierra
de Juárez (Oaxaca) |
|||
Mixe
del Golfo |
Veracruz |
||||
Veracruz |
|||||
Mixe
de Chiapas |
Chiapas |
||||
Zoque
del Golfo |
Veracruz |
||||
Popoluca
de Soteapan |
|||||
Zoque
de los Chimalapas |
Zoque
de San Miguel Chimalapa |
Los
Chimalapas (Oaxaca) |
|||
Zoque
de Sta. María Chimalapa |
|||||
Zoque
de Chiapas |
Variedades
zoques de Chiapas |
Poniente
de Chiapas |
|||
Totonacano |
Sierra
Madre Oriental (Veracruz y Puebla) |
||||
Lenguas
mayenses |
Huasteco |
Región
Huasteca |
|||
Chicomuselteco (†) |
Chiapas |
||||
Yucatecano |
Yucateco-lacandón |
||||
Chiapas |
|||||
Mayense
occidental |
|||||
Tzeltalano |
|||||
Kanjobalano-Chuj |
Kanjobalano |
||||
Chujano |
|||||
Mayense
oriental |
Quicheano |
Chiapas |
|||
Pokom-quicheano |
Chiapas
y Guatemala |
||||
Chiapas |
|||||
Mameano |
Teco-Mame |
Chiapas |
|||
Chiapas |
|||||
Aguacateco-Ixil |
Chiapas
y Veracruz |
||||
Chiapas, Quintana
Roo y Campeche |
|||||
Chihuahua |
|||||
Mescalero |
Chihuahua
y Coahuila |
||||
Lenguas
aisladas |
|||||
Cuitlateco (†) |
|||||
Coahuilteco (†) |
|||||
Lenguas
no clasificadas |
|||||
Cotoname (†) |
|||||
Quinigua (†) |
|||||
Solano (†) |
|||||
Naolano (†) |
|||||
Maratino (†) |
|||||
Chumbia (†) |