Los
sepulcros de Santo Domingo
Y
Cocheras
Introducción
La labor del historiador es darle coherencia
en el presente a la riqueza del pasado
FERNAND BRAUDEL
Arriba `aparecen dos vistas parciales de
mapas de la Ciudad de México, vemos una sección del plano realizado por
Pedro de Arrieta en 1737.y abajo una vista aérea fotográfica actual tomada de
Google Earth, en ambos queda enmarcada el área que ocupó el conjunto religiosos
de Santo Domingo y nos permite efectuar una comparación de lo sucedido en casi
3 siglos. De acuerdo con la numeración mostrada se tiene lo siguiente: 1.-
Iglesia de Santo Domingo, 2.-Capilla del Santo Sepulcro, 5.- Capilla del Señor
de la Inspiración, 6.- Capilla de Rosario, 7.- Claustro de los
Generales, 10.- Atrio del templo hoy convertido en plaza, 12.- Antiguo
edificio de la Santa Inquisición, hoy Museo de Medicina de la UNAM, 13.-
Antiguo edificio de la Aduana que hoy forma parte del conjunto de la Secretaría
de Educación, 14.- Calle de la Cerca de Sto. Domingo, hoy Belisario
Domínguez; 15.- Plaza de Santo Domingo
16.-.2a. calle de la Pila Seca, hoy República de Chile, 17.- Puerta Falsa de
Santo Domingo y el cauce de la Acequia del Carmen, hoy República del Perú,
18.- Calle de Leandro Valle, 19.- Calle de los Sepulcros de Domenzain, hoy
República de Brasil;
http://www.mexicomaxico.org/Tenoch/TenochMapasSitiosFotos.htm
El propósito de esta investigación es el destacar la
importancia de la permanencia, en el espacio y en el tiempo, de un ámbito
enclavado en la plaza d Santo Domingo, núcleo vital en el Centro Histórico de
la Ciudad de México desde el siglo XVI hasta nuestros días.
La casa en
la esquina de las calles de los Sepulcros de Santo Domingo y Cocheras es así el
hilo conductor de nuestra historia y nos lleva por los laberintos del pasado
para conocer su origen, ocupación y desempeño hasta nuestros días. En el
transcurso de todos estos años, nos va dando a conocer la huella de quienes la
habitaron y le dieron vida a sus muros, con su brillante presencia, que enaltece la historia patria:
Leona Vicario, símbolo de fortaleza, dinamismo y entrega en aras de la
libertad; Andrés Quintana Roo, fino poeta y hombre de letras, destacado
participante en la formación del país; y Juan Cordero, pintor cuya creatividad
permanece por encima del olvido, gracias a su rebeldía oportuna, acicate
espiritual en la creación de su bella obra plástica.
Estas
personalidades, que han enriquecido con su empresa nuestra realidad, se
mantienen presentes en este espacio, portador de su mensaje espiritual, y por
tanto patrimonio cultural de la nación.
En estas dos imágenes se muestra arriba una
vista en perspectiva de lo que fue, en conjunto, la Iglesia y el Convento de
Santo Domingo, misma que se realzó en 1872 para promocionar la venta de muchos
de esos predios a particulares y abajo aparece una litografía de la plaza de
Santo Domingo y sus alrededores en el siglo XIX. Los números nos sirven para
identificar lo siguiente: 1.- Iglesia de Santo Domingo, 2.-Capilla del Santo
Sepulcro, 3.-capilla del Rosario, 4.- Capilla de la Tercera Orden, 5.- Capilla del
Señor de la Inspiración, 6.- Claustro, 7.- Claustro de los Generales, 8.-
Claustro, 9.- Claustro, 10.- Atrio del templo hoy convertido en plaza, 11.-
Antiguo edificio de la Aduana,12.- Antiguo edificio de la Santa Inquisición,
hoy Museo de Medicina de la UNAM, 13.- Calle de los Sepulcros de Domenzain, hoy
República de Brasil, 14.- Calle de la Cerca de Sto. Domingo, hoy Belisario Domínguez; 15.- Plaza de Santo Domingo, 16.- Portal de Santo Domingo.
http://www.mexicomaxico.org/Tenoch/TenochMapasSitiosFotos.htm
Historia y semblanza arquitectónica del inmueble
La casa ubicada en la antigua calle de los Sepulcros de
Santo Domingo (República de Brasil), número 37, esquina con la calle de
Cocheras (República de Colombia), resulta ser un enclave de gran interés en el
Centro Histórico de la Ciudad de México, porque su presencia ha logrado
pervivir a través de cuatro siglos de existencia. De este modo, se le puede
considerar como protagonista del
acontecer histórico por los personajes extraordinarios que una vez la
habitaron: Leona Vicario, y Andrés Quintana Roo, figuras cruciales en la creación
de la nación mexicana, así como Juan Cordero, excelente pintor con un lugar
preponderante en las artes plásticas mexicanas.
Las
primeras noticias generales que se tienen del sitio datan de 1526, fecha en la
cual la familia Guerrero cedió a los frailes dominicos unas casas con el fin de
que las habitaran mientras se terminaba de levantar la iglesia y el convento
para su orden en un terreno frente a las mismas.
Felipe II,
rey de España, consideró, en el año de 1560, que era necesario establecer el
Santo Oficio de la Inquisición en los reinos de ultramar para salvaguardar la unidad de la fe y asegurar un
control sobre la conducta moral y las ideas de sus remotos súbditos. Con ese
objeto, el 25 de enero de 1569 extendió una cédula real para su fundación en la
Nueva España. Nombró inquisidores al doctor Pedro Moya y Contreras y a Juan de
Cervantes, quien murió en Cuba y en su lugar quedó Pedro de los Ríos. El 12 de
septiembre de 1571 arribaron a la capital y se establecieron en las casas antes
mencionadas, todavía en posesión de los frailes dominicos que las desocuparon
para el establecimiento del Santo Oficio en este lugar.
A decir del
doctor Moya, las casas eran “nuevas y cómodas que no se pudieran hallar otras
tal al propósito en la ciudad”. Por igual Juan Suárez de Peralta afirmaba en
comunicación al rey que “las casas eran muy grandes y principales”. (1)
Para el año de 1571, la propiedad pertenecía a Juan
Velásquez de Salazar, regidor en Nueva España, quien en 1568 había sido elegido
por el Ayuntamiento, procurador en España. Sus bienes eran administrados por un
apoderado, en vista de que entonces vivía en Madrid. Los inquisidores trataron
de comprar las propiedades, pero como su dueño pedía por ellas 30 mil pesos, un
precio muy alto, el doctor Moya optó por rentarlas y después adaptarlas a las
nuevas necesidades que requería el Tribunal. (2)
Las primeras casas de la Inquisición se conocen de manera
imperfecta porque están señaladas en un plano primitivo, conocido como plano de
la Universidad de Upsala, atribuido al cosmógrafo real Alonso de Santa Cruz,
y dedicado al emperador Carlos V hacia
el año de 1556. En la opinión de Francisco de la Maza, se reconoce en el plano
el trazo de la mano indígena; así, apunta la posibilidad de que haya sido
realizado por un indio del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco. (3)
En este plano se puede apreciar el Convento de Santo
Domingo con un atrio cerrado, capillas posas y una gran cruz en el centro.
Enfrente, en la esquina sur se ve una casa de cierta importancia, con la puerta
al poniente, pequeñas ventanas y, en apariencia, con un techo de dos aguas. Por
el lado izquierdo, se ve un árbol que indica la existencia de un jardín. Al
lado derecho, pueden apreciarse dos casas que llegan hasta la esquina de la
siguiente calle; en medio de ellas existe un terreno vacío. Se tiene noticia que la casa mayor había sido
construida cerca del año de 1524. (4)
El inquisidor Moya pagaba, en 1574, 300 pesos anuales por
la renta de la casa; pero, con el tiempo el propietario fue incrementando el
precio hasta llegar a la suma de más de 700 pesos, a principios del año de
1578. Por ello, el Santo Oficio tomó la decisión de adquirir las casas. Finalmente, se compraron después
de ser aprobada la operación, por medio de una cédula real otorgada en Madrid
en mayo de 1577. La transacción se hizo por la cantidad de 50 mil pesos. (5)
Al paso del tiempo, se tuvieron que ir realizando varias
reformas al edificio. A principios del siglo XVII se amplió la sede del
Tribunal por las necesidades que la institución requería entonces para su buen
funcionamiento. Estas obras fueron realizadas por el maestro Bartolomé Bernal,
Arquitecto Mayor del santo Oficio. Para esta época ya ocupaban casi toda la
primera calle de los Sepulcros de Santo Domingo y gran parte de la calle de
Cocheras, llamada así porque en ella estaban las cocheras de los inquisidores.
Antes, se encontraban en estos terrenos las casas de Cristóbal de Salamanca en
el número 9 y la de Rodrigo Ximón en el número 10. (6)
Poco tiempo después, los frailes pensaron en cambiar la
puerta que daba hacia la calle de Santo Domingo, casi en la esquina con la
calle de la Perpetua, porque se pensaba construir una capilla en ese lugar.
Pretendían correr la puerta hasta la calle de Cocheras, porque el edificio
estaba conectado entre sí, las cocheras con la casa de los inquisidores y de
ésta partía un corredor que servía a
Juan Sáenz de Muñoz para entrar directamente al Tribunal; además había otra
entrada al coro por el corredor del inquisidor Francisco de Estrada. (7)
Paso a paso
la propiedad iba creciendo. Se tiene noticia que de 1680 a 1695 se designó a
Juan Montero, Maestro Mayor del Santo Oficio, quien realizó entonces algunas
obras y reparaciones en las casas de la Inquisición en la calle de Cocheras.
Estos bienes se construyeron con el fin de arrendarlos a particulares, así que
eran usados como viviendas, y una de ellas se había dedicado para hogar de
las beatas. (8)
Los sucesivos proyectos y adaptaciones al complejo d
casas del Santo Oficio se debieron a las crecientes necesidades del Tribunal;
por ello realizó una reconstrucción total del edificio principal, llevada a
cabo por el Arquitecto Mayor y Veedor del Gremio, Pedro de Arrieta. Él sugirió
en 1695 que se adaptaran y adquirieran algunos predios colindantes, con valor
de nueve o diez mil pesos, a fin de
mejorar el funcionamiento del Tribunal,
y propuso abrir dos ventanas y dos puertas en la parte posterior del patio al
lado izquierdo de las cocheras. Sostenía
que el nuevo proyecto otorgaría al edificio mayor carácter y dignidad, acordes con su jerarquía. (9) Arrieta realizó una bella obra arquitectónica, con
gran armonía, sobriedad clásica y monumentalidad y es, en gran medida, el
edificio que ha prevalecido hasta
nuestros días.
A partir de
ese momento el edificio sobresalió por su factura original de nobles y bellas
proporciones; además, por estar situada en la plaza de Santo Domingo, segunda en importancia en la capital, se la consideraba centro vital
en la vida económica y social de la capital del virreinato.
En cuanto a
la casa que nos ocupa, según los datos obtenidos en algunos documentos
consultados del archivo del Centro Cultural Santo Domingo se afirma que esta
casa fue construida en 1764 por el maestro Lorenzo Rodríguez, Veedor del Gremio
de Arquitectos y realizador de obras de bastante importancia, de acuerdo con
datos del libro de Diego Angulo, según su bibliografía. Sin embargo, como se
mencionó, , fue Pedro de Arrieta quien realizó estas obras 69 años antes, y
quien propuso entonces la compra de los predios y ciertas obras en las cocheras
pertenecientes desde tiempo atrás al Santo Oficio. Por igual, se conoce que
algunas casas de la calle de Cocheras se empleban como inversiones de la
Inquisición en bienes raíces y que al correr de los años se les fue asignando
ocupaciones diferentes, quizá, que Lorenzo Rodríguez, en el siglo XVIII,
realizó alguna remodelación en la casa de los Sepulcros de Santo Domingo y
Cocheras.
Número 16 es Santo Domingo, detrás del edificio de la
Inquisición es la calle de las Cocheras
http://www.ninalluhi.com/mapa/index2.html
Del mismo
modo, hay un documento del acervo documental del Centro Cultural Santo Domingo,
presentado por el arqueólogo Carlos Salas en 1987, en el que dice que esta casa
perteneció inicialmente al señor Bermejillo y después al señor Romero y Fernández el 23 de mayo de
1713. También afirma que la escritura de venta y solares de la casa de Cocheras
fue cancelada y que
pertenecían al mayorazgo de Francisco Valdés, y que fueron vendidos a la
Inquisición en 6 mil 200 pesos. Hay
contradicción entre estos datos y los proporcionados por De la Maza y
Álvarez Gasca, antes mencionados. Quizá Pedro de Arrieta comenzó estas obras y
Lorenzo Rodríguez las terminó años después; pero, el predio no pudo pertenecer
en esos años a las personas mencionadas, pues de tiempo atrás ya eran propiedad
del Santo Oficio; tal vez, esas personas eran sólo arrendatarios de la casa, no
propietarios.
Esta es una de las
últimas fotografías que muestra el conjunto de Santo Domingo antes de que se
echara abajo la capilla del Rosario, el atrio y el convento. Fue tomada por el
francés Désiré Charnay en 1858, poco antes de emprender su célebre viaje al sureste
del país.
En el plano
realizado por José Villaseñor y Sánchez en 1750, se aprecia que el complejo de
edificios de la Inquisición poseía todo el terreno en la calle de los Sepulcros
de Santo Domingo, desde la calle de Perpetua hasta Cocheras. Se observa el edificio
principal habitado por el Tribunal del Santo Oficio y dos pequeñas
construcciones frente a la iglesia de Santo Domingo que llegan casi hasta la
esquina de la calle de Cocheras. Además, hay un amplio espacio de terreno vacío atrás de ellas que da la impresión de
ser un patio, y que hace de las construcciones un espacio común que parece
ocupar gran parte de la manzana. (10)
A principios del siglo XIX, debido a la situación
política que vivía la metrópoli y al triunfo del liberalismo, las Cortes de
Cádiz en España suprimieron el 22 de febrero de 1813 el Tribunal de la
Inquisición. El decreto fue publicado en la Nueva España el 8 de junio del
mismo año. El intendente de la Ciudad de México, Ramón Gutiérrez del Mazo,
recibió el edificio y los bienes del
Santo Oficio, mediante numerosos inventarios. Después se determinaría el
destino que debía dar al edificio y a las casas contiguas que ocupaban los
inquisidores y sus bienes raíces. En las Salas del Santo Oficio se estableció
la Renta de Lotería y las casas habitación de los inquisidores sirvieron de
vivienda a los a los administradores de dicha institución. El edificio
principal fue ocupado como cuartel, mientras las cárceles fueron dedicadas a
los talleres de sastres, zapateros y artesanos, que trabajaban para la
Proveeduría del Ejército. Los bienes generales de la Inquisición en ese momento
eran 15 casas de arrendamiento y 66 mil 670 pesos el alhajas. (11)
Trabajos de
demolición del convento de Santo Domingo de Ciudad de México, en octubre de
1861.
Durante el
proceso de independencia de la Nueva España, Fernando VII, habiendo vencido al
gobierno liberal, decidió restablecer la Inquisición el 21 de enero de 1814.
Por medio de un edicto pastoral, mandó
les fuera devuelto todo cuanto había sido incautado. Sólo habían
permanecido en la Ciudad de México los inquisidores Manuel Antonio Flores,
Isidro Sáenz y Bernardo de Prado. Se les ordenó perseguir de nuevo los delitos
de herejía, traición al rey y la lectura de libros prohibidos, bajo pena de
excomunión mayor. Era manifiesto el
temor que experimentaba la Metrópoli por los sucesos de la Guerra de
Independencia en el virreinato. Se persiguió
entonces a los diputados constituyentes de Apatzingán y a quienes participaban
y eran simpatizantes de la insurgencia en México. Por ello, se les encarcelaba
y muchos participantes fueron excomulgados y sacrificados por la Inquisición y
el Ejército Realista. (12)
El 29 de abril de 1820, se recibió en México la noticia
de que al fin, Fernando VII había jurado de nuevo la Constitución Liberal; por
ende, el virrey Juan Ruiz de Apodaca se vio impelido a firmarla también el 31
de abril del mismo año. Con ese motivo, el 10 de junio la Inquisición volvió a
suprimirse, esta vez en forma definitiva y, de cuenta nueva, sus bienes pasaron
a manos del gobierno civil. (13)
Al consumarse la Independencia en 1821, con el Plan de Iguala, quedó a la cabeza de la Junta de la Regencia Agustín de
Iturbide. El 21 de julio de 1822 fue coronado emperador, pero muy pronto su gobierno fue derrocado por el Plan
de Casamata, debido al descontento general hacia este régimen. En 1823 fue instaurado el Supremo
Poder Ejecutivo, compuesto por el triunvirato de Pedro Celestino Negrete,
Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria, antiguos insurgentes que determinaron, a
través del Congreso, recompensar a las personas que habían brindado su ayuda incondicional a la
causa de la Independencia. (14)
En ese entonces, es cuando Leona Vicario recibe en
reconocimiento a su labor a favor de la causa y de la restitución de sus bienes
incautados por el gobierno virreinal, las propiedades de la calle de Santo
Domingo esquina con Cocheras y los números 9 y 10 de la calle de Cocheras,
inmuebles antes propiedad de la Inquisición y entonces en manos del gobierno
civil. Leona y su esposo Andrés Quintana
Roo pasaron a habitar la casa de la calle de Santo Domingo, valuada en 16 mil
pesos, donde habitarían durante 19 años,
hasta la muerte de Leona el 21 de agosto de 1842. Quintana Roo, poco tiempo después, dejó esta casa y se
mudó a una residencia por el rumbo de la Merced. (15)
Guillermo Prieto nos relata en sus Memorias que, como la casa resultaba adecuada para dividirse en dos
partes, Leona y Andrés vivieron en los altos y rentaron la parte baja, según la
costumbre de la época. Tuvieron como primer inquilino a Antonio López de Santa Anna, famoso por haber
encabezado el Plan de Casamata que terminó con el gobierno del emperador
Agustín I. En ese tiempo se decía que Santa Anna era novio de la sobrina de
Leona, María Luisa Vicario. También se comentaba que la casa lucía muy bonita
con macetas bien cuidadas y faroles vistosos. Se veía siempre gran movimiento
de gente que entraba y salía, unos para entrevistarse con el diputado Quintana
Roo, otros para visitar al hombre del día, Santa Anna. (16)
De acuerdo con el testamento de Leona, ella rentaba
también las casas en la calle de Cocheras y mandó hacer varias reformas y
mejoras de importancia a dichos inmuebles, aumentando por tanto su valor.
Siguiendo al cronista Manuel Orozco y
Berra, las casas que en esta época tenían faroles en los balcones o en las
puertas, pertenecían sólo a los pudientes con buenas propiedades; en los
sectores pobres de la ciudad había una oscuridad total. No se mejoró el
alumbrado general de la capital sino hasta 1849. (17)
No se sabe con exactitud cuál fue el destino que tuvo
esta casa después de que la dejara Quintana Roo. Algunos autores opinan
que quizá un tiempo la habitó su hija
casada Genoveva, o bien, la vendieron según la última voluntad de Leona, para
poder cumplir con todas sus determinaciones testamentarias. (18)
En cuanto a la familia Cordero, no se cuenta con ninguna
documentación que acredite en qué momento ellos pasaron a habitar la casa. Se
tiene noticia que vinieron de Puebla a la capital cerca de 1840. Como sabemos,
Quintana Roo dejó la casa hasta fines de 1842 o principios de 1843. En el caso
de que esta familia hubiera rentado o
comprado la casa, Juan habría vivido ahí
muy poco tiempo antes de partir a Europa, pues dejó el país el 1º de junio de
1844 y regresó a México hasta fines de 1853. Así, puede pensarse entonces que
quizá vivió en este domicilio hasta por los
años sesenta, época en que contrajo matrimonio con Ángeles Osio. Después
Cordero haría viajes a la provincia durante varios años. El pintor murió en el
pueblo de Popotla en mayo de 1884, según
las notas necrológicas en los diarios capitalinos. De este modo, sólo pudo
haber habitado esta casa en dos momentos de su vida: de 1843 a mediados de 1844
y de 1854 a 1860. (19) De
acuerdo con la opinión de su biógrafa, Elisa García Barragán, Cordero quizás
nunca vivió en esta casa, pero no se tiene ningún documento que acredite este
hecho. (20)
Manuel S. Macedo, en su reseña sobre el barrio del Reloj y la plaza de Santo Domingo durante
el siglo XIX, nos relata que era un espectáculo ver en la mañana temprano el
tránsito de los rebaños por las calles hasta llegar a la plaza. Había
ordeña de vacas todos los días pare el
entrego de leche, tarea que el consumidor exigía presenciar llevando su propia
vasija para poner su leche, que le costaba seis centavos por un “cuartillo”
(medio litro).
Macedo
afirma que en ese tiempo había pocas casas para
el uso civil en la plaza; no pasaban de cinco o seis; empero, era
considerado un barrio importante de la ciudad por ser el camino más directo
para ir a la plaza mayor de Santiago. En 1861, la plaza era famosa porque se
empleaba la pared del Convento para fusilamientos. En esa fecha fueron
fusilados por el ejército francés algunos mexicanos que militaban en las filas
de los Republicanos contra el Imperio.
Otra ejecución famosa fue la de Santiago Vidaurri, ex gobernador de Nuevo León
que se pasó a las filas del Imperio de Maximiliano, fusilado en 1867; mientras
duraba este acto, la banda militar ejecutaba “Los Cangrejos”, canción popular
contra la ideología monarquista. Debido a esta práctica, durante muchos años podía verse, en las primeras
horas de la noche, velas encendidas frente al paredón por los deudos de los fusilados y mujeres enlutadas
llorando. Esto daba al ex atrio un aspecto muy fúnebre que asustaba a los
transeúntes.
El cronista
nos describe la calle de Cocheras con la mayoría de sus casas privadas, de dos
pisos, habitadas por personas de buena o mediana posición económica. En la casa
de la esquina suroeste, cuya entrada era por la calle de los Sepulcros de Santo
Domingo, vivió por muchos años Manuel Cordero, hermano del pintor, de profesión
abogado, que contaba con un reconocido
bufete hacia 1870, de acuerdo con el
cronista. Al retirarse, ya en los
últimos años de su vida, se dedicaba a cultivar un huerto en los
terrenos de la fábrica de Hilados y Tejidos La Fama Montañesa, en Tlalpan,
propiedad de su yerno Ricardo Sainz. (21)
La casa continuó en posesión de los descendientes de
Manuel Cordero hasta el presente. Existen documentos en los Archivos de la
Dirección de Monumentos Coloniales del Instituto Nacional de Antropología e
Historia, donde Ana y Elena Cordero Codallos solicitaron un permiso el 1º de
noviembre de 1930 para ensanchar la puerta principal de su inmueble y hacer
algunos cambios en la fachada.
El 22 de
noviembre de 1930 solicitaron otro permiso para alterar de nuevo la fachada y
algunos muros de la casa, pues rentaban los bajos para comercios que requerían
puertas y cortinas metálicas, en lugar de las ventanas originales en la
fachada. (22)
El 8 de agosto de 1957, la Dirección de Monumentos
Coloniales realizó un informe sobre la inspección ejecutada en la casa de la
calle de Brasil 37. En el documento se declara que la planta baja del inmueble
se reacondicionó para comercios en la esquina que forman las calles de Brasil y
Colombia. Se notifica que la parte alta presenta agrietamientos en las nueve
habitaciones y, debido a los asentamientos, los pisos se encuentran en mal
estado.
Asimismo,
se manifiesta que la vivienda está desocupada y que en ella se guardan muebles
antiguos y pinturas. Especifican que su construcción es antigua, de bóveda
catalana, con vigas de madera en buen
estado y pisos de ladrillo recocido. (23)
El 13 de diciembre de 1978, la familia Campillo Sainz
vendió esta propiedad, considerada monumento histórico, al gobierno federal.
Mediante un acta notarial, declaran que
la adquirieron por herencia de su madre la señora María Elena Sainz, viuda de
Campillo (nieta de Manuel Cordero). La familia Campillo Sainz vendió la
propiedad, el mobiliario y las obras de arte, consignadas en un inventario del
avalúo 78-484 de fecha 17 de febrero de 1976, con un valor de 11 millones 761
mil 650 pesos. El 14 de agosto de 1978 se revalorizó el monto, se dio entonces
un valor comercial al inmueble por cuatro millones 532 mil 350 pesos. Después
se comunicó que finalmente, el 8 de noviembre de 1978 la operación había sido
aprobada por la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas por la
suma de 20 millones de pesos. (24)
La casa entonces pasó
a ser el Centro Cultural Santo Domingo, dependiente del Instituto
Nacional de Bellas Artes; se ocuparía primero como Galería de Arte, y después
sería serie de un museo de sitio.
El decreto
fechado el 13 de junio de 1979 salió publicado en el Diario Oficial de la
federación el dia 11 de abril de 1980. El Centro Cultural santo Domingo abrió
sus puertas con el objeto de dar a conocer los bienes y obras de arte y su relación con la evolución histórica de la
plaza de Santo Domingo entre el periodo
colonial y nuestros días para presentar exposiciones nacionales e
internacionales. Su propósito era promover las actividades artísticas
nacionales.
A
principios de 1991, el licenciado Rafael Tovar y de Teresa, entonces director
del INBA, propuso fundar en este sitio
el Centro nacional de Información y Promoción de la Literatura, ahora
Coordinación Nacional de Literatura. Con ese fin se llevaron a cabo las obras
de remodelación necesarias para su funcionamiento. (25)
Sus moradores. Personajes relevantes de nuestra historia
patria:
Leona Vicario, Andrés Quintana Roo y Juan Codero Hoyos
Cuando las cimas de nuestro cielo
se reúnan mi casa tendrá un techo.
PAUL ELUARD (26)
En las primeras décadas del siglo XIX habitaron la casa
en Santo Domingo Leona Vicario y Andrés Quintana Roo. Sus viejos muros atesoran
su recuerdo a través de los años. Esta propiedad les fue significativa en
su visa ya que les proporcionó un sentimiento de paz y seguridad, después de
muchos años de sufrimiento en aras de la persecución de sus ideales
libertarios.
Soledad
Leona Camila nació en la Ciudad de México el 10 de abril de 1789, en el seno de
una familia acomodada. Su padre era oriundo de España, Gaspar Martín Vicario, dedicado con éxito al
comercio y con un lugar privilegiado en
la vida del virreinato de la Nueva España. Ocupó puestos honoríficos de
importancia: Familiar de número del Santo OOficio de la Inquisición, Regidor
Honorario de la Ciudad de México, Cónsul del Tribunal de Mercaderes y Conjuez
de Alzadas del Tribunal de Minería. En primeras nupcias se casó con Pedra Elías
Beltrán, con quien tuvo dos hijas, María Brígida y María Luisa, futura marquesa
de Vivanco. En segunda nupcias se casó con Camila Fernández de San salvador y
Montiel, madre de Leona, descendiente de Fernando de Ixtlixóchitl, nacida en
Toluca, cuya familia contaba con una
economía sólida y un lugar de cierta
importancia en la administración
virreinal.
Leona fue
una mujer de carácter muy diferente al común denominador de sus contemporáneas,
le gustaba el estudio, aprendió el idioma francés, con el fin de leer los
libros novedosos que llegaban de Francia; además tenía acceso a la excelente biblioteca de sus tíos
maternos; gustaba de pasar el tiempo
pintando y se conoce que podía escribir con bastante fluidez. (27)
Sus padres fallecieron en el año de 1807, cuando Leona tenía 18 años; por
ende, se puede deducir que su formación
más abierta y el carácter tendiente a la
libertad los obtuvo al lado de sus padres. Después, quedó bajo la tutela de su
tío materno, Agustín Pomposo, de ideas conservadoras, abogado famoso de la Real Audiencia, tres veces
rector de la Real y Pontificia
Universidad, presidente del Tribunal Superior y abogado del virrey.
A causa de
que sus padres murieron de
enfermedad infecciosa y siguiendo los últimos deseos de su madre, abandonó su casa y bienes para
instalarse con su tío Agustín. Se tiene
noticia de que con ese fin se gastó una pequeña fortuna para vivir rodeada de
las comodidades y del lujo a los que
estaba acostumbrada, atendida por numerosa servidumbre. (28)
Su madre, antes de morir dejó concertado el matrimonio de
Leona, según la costumbre, por medio de unas capitulaciones matrimoniales
firmadas en 1807. Se le consideraba un
buen partido por su belleza, distinción y talento; además de que contaba con
una herencia de 165 mil pesos que su padre le había legado. Su prometido era Octaviano Obregón, nativo de Guanajuato;
lo conoció en la capital, donde había hecho sus estudios de abogado. Él también
venía de familias adineradas, propietarios
de minas. (29)
En esa época tuvo lugar el primer brote independentista
en la Ciudad de México, suceso que marcó
la vida de Leona porque a partir de ese momento se despertó en ella una
conciencia firme de la necesidad de la emancipación de México. Su destino personal también
cambió, tomando un derrotero muy diferente, porque al ser depuesto el virrey
José de Iturrigaray, la familia de su prometido, muy allegada a este gobierno,
se vio en la necesidad de regresar a Guanajuato. Octaviano decidió después ir
a vivir a España con el fin de encontrar
nuevas oportunidades de trabajo, aunque siempre dispuesto a cumplir su
compromiso matrimonial, una vez que lograra
establecerse.
https://inba.gob.mx/prensa/12837/leona-vicario-poeta-considerada-la-primera-periodista-en-mexico
Por su
parte, Leona desde entonces comenzó a mostrar su apoyo al movimiento insurgente
con gran pasión e ímpetu. A decir de Bustamante, lo proclamaba sin ningún
empacho, en ocasiones hasta con imprudencia:
Salía
al balcón de su casa y gritaba ¡Vivan mis hermanos los insurgentes! A veces
pernoctaba en su cuartel general y estaba pendiente del progreso del
movimiento. (30)
En 1809 llegó a casa de su tío, un joven y atractivo
yucateco, Andrés Quintana Roo. Había llegado a la capital para cursar la
carrera de abogado, recibió sus grados de la mano de Agustín Pomposo. Después
eligió su bufete para hacer los dos años obligatorios de pasante pata obtener el
título de abogado.
Andrés
había nacido en Mérida, Yucatán, el 30
de noviembre de 1787. Venía de una familia
similar a la de Leona, donde el padre José Matías Quintana era
comerciante con yuna posición bastante
destacada: fue Procurador Síndico General, Capitán de la Milicia Urbana
y Alcalde de Mérida. Los padres de Andrés sustentaban ideas liberales y lo enviaron
al Seminario Conciliar de San Ildefonso, bajo la tutela de Pedro Moreno. Por lo
mismo no es de extrañar que pronto Andrés y Leona iniciaran una buena relación
fincada en al afinidad de ideas y metas. (31)
Andrés entonces gozaba de la estimación de los Fernández
de San salvador; con ellos compartía su profesión y el gusto por la poesía,
pero no las ideas políticas, pues ellos eran militantes realistas. (32) Por ello, cuando
Andrés osó poner los ojos en Leona, don Agustín impidió a su sobrina con
severidad, arguyendo su compromiso con
Obregón, pese a que ya habían pasado tres años de su partida y todavía no daba señales de cumplir con su palabra.
Para ese momento, Leona ya había
olvidado a su antiguo prometido y deseaba casarse con Andrés, pero su tío inflexible no permitió que se
efectuara la unión, aunque Leona ya
tenía 23 años, y según los conceptos de
la época, ya era tiempo de casarse para
no “quedarse a vestir santos”. Decepcionado Andrés con la negativa optó por
unirse a las fuerzas revolucionarias y partió con Manuel, el hijo primogénito
de don Agustín, al campamento de Ignacio Rayón en Tlalpujahua, Michoacán. (33)
A partir de julio de 1812, Andrés Quintana Roo se dedicó
a manejar la imprenta insurgente; publicaba El
Ilustrador Americano, El Ilustrador Nacional y más adelante El Semanario Patriótico Americano.
Por su
parte Leona se unió con ardor a la causa; mantenía constante correspondencia
con los jefes rebeldes y los auxiliaba
como enlace desde la capital.
Recibía a muchas personas en su casa, convertida en centro de reunión
insurgente; asimismo, enviaba dinero, alimento y ropa para las tropas. Más
adelante logró convencer a los expertos
armeros vizcaínos, fabricantes de armas para el gobierno virreinal, que se
trasladaran al Campo de Gallo de Tlalpujahua, a fin de establecer una fábrica
de armas para la insurgencia. Siempre se
la veía actuando con decisión a favor de la independencia. En la capital
arreglaba los asuntos pendientes de los
que se habían unido al movimiento y por igual ayudaba a las familias de los
apresados. Fue miembro entusiasta del grupo secreto subversivo de Los Guadalupes, donde destacó por su
entrega y generosas aportaciones económicas. Ellos operaban en las principales
ciudades de la Nueva España y se
mantenían en constante comunicación con
la Junta de Zitácuaro a la que tenían al tanto de todos los movimientos del
gobierno. Esta organización inspiraba verdadero temor a las autoridades por sus
expeditas actividades siempre precisas y
temerarias. El grupo contaba en sus
filas con miembros de la magistratura, de la alta burocracia virreinal, clérigos, militares y
gente del pueblo. Iniciaron sus actividades a partir de 1811. (34)
Muy pronto sucedió lo inevitable, Leona fue descubierta
por los espías del gobierno: uno de sus
correos fue interceptado el 27 de febrero de 1813 en Tlanepantla, y quedó al
descubierto su carga. Leona siempre había sido cuidadosa en el envío de
noticias, incluso, había elaborado una clave para no comprometer a la causa.
Designaba a sus miembros con seudóminos, nombres tomados de las obras que leía:
Telémaco, Robinson, Lavoisier, etc. Ella se firmaba como Henriqueta. Por
desgracia, el arriero pudo identificarla como la persona que pagaba el
servicio. El captor fue Anastasio Bustamante, entonces capitán realista, persona
con quien Leona en el futuro siempre estaría en conflicto.
La Real
Juna de Seguridad y Buen Orden, comandada por el arzobispo Francisco de Lizarra
y Beaumont, de inmediato mandó una comisión a la casa de Leona para tomar su
declaración, cortesía que otorgó en atención a su posición social y a la
reputación de su familia.
Leona no se
encontraba ahí, porque al momento de salir de misa de La Profesa, fue puesta en
aviso de lo ocurrido. Siempre de decisiones rápidas optó por escapar, y tomó un
coche de alquiler con sus dos damas de compañía, sin advertirles sus planes
pues fingió que deseaba ir de paseo a San Juanico. Desde ahí mandó llamar a su
ama de llaves para que le llevara dinero y alimentos. Después se refugió en un
jacal próximo al convento de San Joaquín.
Leona
estaba decidida a marcharse a Michoacán donde se encontraba Andrés y sus
correligionarios; con gran presencia de ánimo, ella y sus acompañantes
caminaron cuatro leguas al pueblo de San Antonio Huixquilucan. Ahí escribió a
Tlalpujahua pidiendo ayuda, que mandaron con presteza, pero desafortunadamente
llegó a destiempo. Su tío pudo averiguar primero su paradero y le envió dos
cartas para convencerla de regresar a la capital. Le hacía saber que había conseguido un indulto, y por
lo tanto no correría ningún peligro, siempre y cuando confesar todo lo que
sabía a las autoridades. La otra carta la enviaba el padre José Manuel
Sartorio, miembro de Los Guadalupes y amigo de Quintana Roo, donde le
suplicaba que desistiera de su actitud y
le aconsejaba no aventurarse de ir a Michoacán, por ser un viaje difícil y
riesgoso para mujeres solas.
A pesar de
las noticias y la tremenda fatiga del momento, Leona no aceptó estas
propuestas. Poco después su tío Juan Raz y Guzmán, también miembro de Los
Guadalupes, se reunió con ella y pudo convencerla de regresar. Pronto se
enfrentaría a situaciones muy dolorosas y desagradables.
Su tío
Agustín pensaba que Andrés era quien había inducido a Leona y a su hijo a
participar en la insurgencia en venganza porque le había negado la mano de su
sobrina. Creía que esta fuga se debía a una intriga “infernal” urdida por el
despechado novio. (35).
Desde luego, esto no es verdad; puede afirmarse con
certeza que ella se había dedicado a trabajar a favor de la independencia por inspiración
propia, consciente de la realidad que imperaba en la Nueva España. De hecho,
ella sustentaba estas ideas antes de
conocer a Andrés.
Cuando Leona regresó a la capital, el 11 de marzo de
1813, se encontró con que su casa había
sido saqueada por los agentes del gobierno al buscar evidencias en su contra.
Dos días después, su tío la llevó al Colegio de Belén, dirigido por el doctor Matías Monteagudo, Inquisidor
Honorario. Ahí quedó en condición de reclusa forzada. Ese colegio era un asilo
para mujeres cuya honestidad peligraba en el mundo y que no eran candidatas
aceptables para ingresar en un convento, por considerarlas delincuentes. (36) Por ello, las
asiladas estaban sujetas a reglas muy rígidas: se levantaban a las cinco de la mañana y pasaban el día
rezando y oyendo lecturas religiosas; acostumbraban los sacrificios corporales
y el ayuno, siempre vigiladas por un amplio número de celadoras.
Su tío
avisó a las autoridades que Leona quedaba a disposición de la justicia para ser
procesada. Le destinaron un cuarto que
daba al patio principal contiguo a la portería y dejaron a dos matronas
encargadas de su vigilancia, con la orden de jamás perderla de vista e impedir
que tratara con nadie. (37)
Como Félix Calleja se había hecho cargo del gobierno desde el 4 de marzo
de 1813, se encargó personalmente del proceso. Con el fin de que no saliera de
Belén, les fue proporcionado un cuarto secreto donde el día 17 de marzo le
tomaron declaración. Leona jamás perdió su
extraordinario carácter y fortaleza, sólo reconoció que había escrito cartas a su primo
Manuel, en ese momento ya fallecido, en las que trataba temas sin mayor
trascendencia.. Al preguntarle por la identidad de los destinatarios de las
cartas confiscadas, con gran valor se negó categóricamente a dar los nombres,
consciente del grave daño que les podía
causar, sobre todo, a quienes se encontraban en la Ciudad de México.
Incluso dijo estar dispuesta a llegar hasta el último suplicio.. Empero, habló
acerca de quienes no podían sufrir persecución, pues estaban más allá del brazo
judicial, en tierras dominadas por los insurgentes. Por esta actitud, el juez
le advirtió que de no proporcionar dicha información no salvaría la vida.
A la
postre, le hicieron firmar una confesión aunque sin los datos que interesaban
al virrey, donde sólo reconoció haber escrito y enviado dos pistolas a su
primo.. Para poder salvarse usó de su ingenio y, si en algún momento renegó de
la insurrección, lo hizo con el fin de poder encubrir a sus colaboradores.. En
todo momento con entereza soportó las largas diligencias con continuas amenazas
que la enfermaron, pero jamás la doblegaron. El proceso terminó con el dictamen
de su formal prisión en el Colegio de Belén y la confiscación de sus bienes. Su
herencia ascendía a 85 mil 400 pesos, fortuna considerable en su época que estaba invertida por el Consulado de
Veracruz en el peaje y avería del camino de México a Veracruz y producían una
renta anual de 4 mil 270 pesos. Desde el inicio del proceso, la junta había
ordenado al consulado ya no tocar ese capital para privar a la acusada de sus
rentas, procedimiento contrario a las leyes acordadas en la Constitución de
Cádiz de 1812, vigente en ese momento. (38)
La prepósita
del Colegio hizo saber al juez que no consideraba seguro el establecimiento
como prisión para Leona, que quizá podía evadirse; por ello las autoridades
avisaron a su tío que buscara, a la
brevedad, un sitio más adecuado para la reclusión de su sobrina, pues de lo contrario
sería llevada a la cárcel.
Gracias a
la influencia de don Agustín, se logró que permaneciera ahí, pero la más
estricta vigilancia. Sin embargo, poco iba a durar Leona encerrada, pues los
insurgentes no la abandonaron. Se pusieron en contacto con Los Guadalupes, que
les dieron todos los datos necesarios. Los coroneles Francisco Arroyave,
Antonio Vázquez Aldana y Luis Alconedo del rescate. Curiosamente, Quintana Roo
no tomó parte en el lance; no se conoce
la razón por la cual no se presentó en la capital para salvar a su
amada; se tiene noticia de que en ese entonces se encontraba en
Michoacán.
El día 22
de abril, seis hombres a caballo y bien armados se apostaron frente al costado
norte del edificio, tres acudieron a la reja a las 7 de la noche, hora de
cerrar el portón, dos penetraron y uno se quedó en la puerta vigilando. Uno de
ellos buscó el apoyo de Leona; ella desde luego no estaba enterada de nada y no
conocía a sus salvadores. (39) Muy angustioso debió de ser ese momento para Leona,
cuántos pensamientos de temor y duda debieron cruzar por su mente, pues aquel
hombre bien podía ser enviado del virrey para secuestrarla y darle muerte. Por
fortuna, pudo reaccionar y reconocer a su rescatador como insurgente y salir
con prontitud.
Los
fugitivos no pudieron dejar la ciudad como habían planeado, porque el virrey
fue avisado al momento y sin dilación
mandó a rastrearlos por todas partes y
cerrar las garitas de la capital. Al día siguiente, salieron edictos y
pregones donde se amonestaba a Leona a presentarse ante Calleja; por toda esta situación, permanecieron ocultos por
largo tiempo. En la ciudad, todo el mundo hablaba del suceso, por doquier comenzaron a correr
historias. Leona ya era sujeto de la
admiración y elogio para unos, y para otros de la maledicencia y el escarnio.
Cuando al
fin la vigilancia disminuyó lograron salir disfrazados de arrieros. Ella iba
pintada de negra y vestida en harapos sentada sobre unos huacales con cueros de
pulque y verduras. No se conformó sólo con salvarse, sino que también aprovechó
para llevar ocultos botes con tinta de imprenta y letras de molde para la
prensa insurgente. (40)
Se dirigieron a Oaxaca, tierra conquistada por Morelos;
el viaje fue muy penoso por la lejanía y el continuo paso a través de los destacamentos
realistas. Una vez en Oaxaca, su situación no cambió, continuaría por un tiempo
su calvario de privaciones, pues no contaba
con recursos pecuniarios, todavía vestida con los mismos harapos de su
disfraz y en la más completa pobreza. Hasta después de algún tiempo encontró a
algunos amigos que la ayudaron, como Carlos María de Bustamante, quien la alojó
y después le escribió a Morelos sobre la difícil situación que Leona
experimentaba. Pronto contestó desde Chilpancingo, preguntándole donde quería
radicar y cuáles eran sus necesidades
más inmediatas. Por el momento, ella se abstuvo de pedir nada, Pero, dos meses,
después, en diciembre de 1813, recibió 500 pesos del gobierno de Oaxaca, por
orden del Congreso de Chilpancingo que le reconocía los sacrificios sufridos en
aras de la causa. (41)
De nueva cuenta, Quintana Roo no hace acto de presencia.
Resulta bastante extraño que su amado no tomara cartas en el asunto de
inmediato y no se puede entender el porqué de esta actitud, de aparente
desinterés ante las vicisitudes de Leona, sobre
todo, cuando vemos que otros ilustres insurgentes se ocuparon de
auxiliarla con gran diligencia.
Quintana
Roo se encontraba en ese momento con el
grupo de Constituyentes de Chilpancingo.
Ahí realizó una labor importante como presidente del Congreso colaborando en la
redacción del Manifiesto a la Nación y el Acta de Declaración de Independencia.
Mientras
tanto, Leona, ya con una situación más llevadera, aguardaba el momento adecuado
para reunirse con Andrés. No se sabe con exactitud cuándo llegó a Chilpancingo,
pero según parece, fue a fines de 1813. (42) Cuando al fin se
encontraron de nuevo contrajeron matrimonio. Se desconoce el sitio y la fecha
en que tuvo lugar este evento. Algunos
autores indican que se llevó a cabo en la parroquia de Chilpancingo, sede del
Congreso, otros afirman que no se ha
encontrado el acta de matrimonio, por lo que se ha manejado también la idea de
que Leona era amante de Quintana Roo.
Lucas
Alamán, siempre enemigo de los independentistas, comenta en su Historia de México, en tono difamatorio,
que la miseria de Leona en Oaxaca habría
continuado si su antiguo amante Quintana
Roo no le hubiera proporcionado dinero con que subsistir; ella había pasado
poco después a Tlalpujahua donde al fin se había casado con su amante. (43)
Las especulaciones sobre este matrimonio causaron tanto
revuelo, que años después, cuando Quintana Roo tuvo un conflicto político,
utilizaron este asunto para tratar de manchar la reputación de ambos. (44)
A la postre, el documento que puede sacarnos de dudas es
su testamento, en que declara en el apartado 13:
Estar
casada y velada según el orden de nuestra Santa Iglesia, con el señor
licenciado don Andrés Quintana Roo. (45)
Para fines de enero de 1814 comenzaron las amargas
derrotas insurgentes y la tenaz persecución de las fuerzas realistas. De nuevo,
veremos a la pareja sufriendo con las angustias del duro peregrinar por varias localidades,
siempre acosados por el enemigo y expuestos a un sinnúmero de peligros y
privaciones; caminaban largas jornadas y se alojaban en chozasmiserables
o permanecían en la intemperie.
Mientras
tanto, en la capital, se había abierto un nuevo proceso contra Leona. En su
ausencia, se la había convocado con edictos y pregones, pues se había burlado
de las autoridades en el juicio anterior, y además se había evadido del Colegio
de Belén. Al no presentarse, el virrey dispuso de su caudal en el Consulado de
Veracruz el 5 de marzo de 1815. Mandó
que se enviaran 50 mil pesos al Comandante
General del Apostadero de Marina de La Habana, la mitad del resto a la
Plaza de Panzacola y la otra mitad a la Isla del Carmen, para sus urgentes atenciones. El 4 de julio de
1816 fueron confiscados todos sus demás bienes, rematados a precios ínfimos. (46) Bustamante nos da otra versión del destino de su fortuna,
empleada para cubrir los gastos del enviado de España a Washington. (47)
En agosto de 1815, Manuel de la Concha, comandante de las
fuerzas realistas y quien en el pasado había sido cajero del padre de Leona, le
ofreció el indulto; le tenía afecto porque la conocía desde niña. Esta idea,
lejos de agradarle, la llenó de furia porque de la Concha para encubrir su
ayuda, había escrito al virrey diciendo que ambos parecían deseosos de
separarse de los rebeldes y que solicitaban el indulto. Leona desechó la
propuesta y le mandó decir que si volvía a tratar de seducirla con el perdón,
haría que fusilaran a sus enviados.
Más tarde
hubo otro negociador, el brigadier Ciriaco del Llano, quien por medio del cura
José María Zerrato comunicó a Quintana Roo la posibilidad de obtener un nuevo
indulto, donde se le prometía respetar su persona, familia y bienes. Él aceptó,
pero en apariencia sólo para tender una celada a los realistas. El documento,
firmado el 27 de octubre de 1815, fue enviado a Michoacán donde se encontraban
ambos. El plan no pudo llevarse a cabo, así que Quintana Roo optó por dejar el
campamento sin hacer uso de él. Éste era el mismo día en el que Morelos fue
aprehendido y al poco tiempo fusilado. La
decadencia del movimiento independentista comenzaría pronto. (48)
En vista de la difícil situación, muchos insurgentes
decidieron aceptar el perdón, pero Andrés y Leona siguieron peregrinando
durante todo el año de 1816. Iban de un lugar
a otro en la región de Sultepec; estaban desesperados, solos y sin
recursos, aunque siempre auxiliados por los campesinos. Por aquel tiempo, Leona
estaba encinta y dio a luz a una niña el
3 de enero de 1817, en una cueva en Achipixtla; un huacal sirvió de cuna
a la niña, a quien le dieron el nombre de Genoveva, apadrinada por el general
Ignacio López Rayón. (49)
En seguida, se refugiaron en una barranca escondida en
Tlacocuspa, cerca de Sultepec, donde al fin fueron descubiertos por un antiguo
insurgente indultado, quien dio aviso a las autoridades.
Otra vez,
se veía a Quintana Roo actuar en forma muy egoísta, pues escapa sólo y deja a
atrás a Leona con su hija. Esta acción es a todas luces irresponsable, pues es
obvio que Leona quedaba totalmente desprotegida. Además puede afirmarse que
frente a la justicia virreinal, ella
estaba en una situación bastante más comprometida que su marido.
Antes de
partir, Andrés había extendido una breve petición de indulto a nombre de ambos,
con fecha 12 de marzo de 1818. En su descargo, trataba de explicar que sin duda
las autoridades españolas tratarían a Leona con indulgencia. Desde luego, no
fue así; la llevaron en calidad e presa a San Pedro Tejupilco, trayecto que
Leona tuvo que hacer a pie, llevando en
brazos a su hija. Este documento se entregó
después al coronel Miguel Torres en Temascaltepec, quien decidió concederle el indulto.
Mientras
tanto, Quintana Roo entero de que Leona estaba presa y que maltratada.
Arrepentido trató de salvarla a cualquier costo, incluso el de la traición a su
causa. Con poco valor y ya a destiempo, escribió contra la insurgencia, incluso ofreció hacer
cuantos servicios pudiera al monarca español, siempre y cuando le aseguraran la
libertad y el buen trato de su esposa y la restitución de sus derechos de ciudadana. Finalmente, el 27 de
marzo de 1818, el virrey firmó los documentos que daban por terminado el
problema, pero con la promesa de que pusieran fin a sus actividades
revolucionarias. La única condición que les impusieron fue la imposibilidad de
radicar en la Ciudad de México y la obligación de partir, lo más pronto
posible, a radicar a España.
La pareja
decidió vivir en Toluca, en vista de que Leona tenía muchos familiares que
residían ahí. Desde esa localidad su
esposo comenzó a tramitar con el gobierno la restitución de los bienes
incautados, con el fin de tener los medios para poder partir a España, de
acuerdo con el compromiso contraído con el gobierno. No se pudo lograr nada;
pues las autoridades ya habían dispuesto
de la totalidad de los bienes, y aunque ordenaron al Consulado de Veracruz que le pagaran a Leona ocho o
nueve mil pesos, jamás pudieron cobrar ni un centavo. Entonces Andrés dedicó
todos sus esfuerzos a conseguir el permiso para habitar en la capital y no en
España.
Unos meses
después, pudieron salir de Toluca. Andrés decidió entonces finalizar sus
estudios para obtener el título
de abogado en el Ilustre y Real Colegio de Abogados, donde se inscribió el 22
de agosto de 1820. Se instalaron en una casa alquilada y al poco tiempo nació
su segunda hija Marga Dolores. Andrés comenzó con entusiasmo a rehacer su carrera política,
incluso fue electo, en marzo de 1821,
para asistir como diputado a las Cortes
de Cádiz, pero por falta de recursos no pudo partir. (50)
Al consumarse la independencia con el Plan de Iguala,
Agustín de Iturbide entró triunfante a
la Ciudad de México a la cabeza del Ejército de las Tres Garantías el 27 de
septiembre de 1821. Se instauró entonces la Regencia para convocar el Congreso
Constituyente, quedando Iturbide encargado del poder ejecutivo. Quintana Roo
fue llamado para colaborar con la Subsecretaría de Estado y el Despacho de
Relaciones Interiores y Exteriores, puesto de mucha importancia para el manejo político del país.
Pero, por razones evidentes, muy pronto
chocó con Iturbide porque no podía compartir sus ideas respecto a la
forma de gobernar y mucho menos sus tendencias hacia el monarquismo.
En febrero
de 1823 la Junta Nacional Instituyente aprobó los artículos para la
convocatoria a un nuevo Congreso. Con ese motivo, Quintana Roo escribió una
exposición donde sostenía las inconveniencias de fijar restricciones en materia
de tolerancia religiosa y formas de gobierno. En su opinión el Congreso debía
tener absoluta libertad de acción; su exposición fue impresa y tuvo muy buena acogida porque circularon tres mil
ejemplares de ella.
Iturbide
recibió estas noticias con sumo desagrado, pues el contenido político del
impreso era diametralmente opuesto a sus lineamientos políticos, por lo que de
inmediato mandó destituir a Quintana
Roo, quien atemorizado huyó de la capital y
se volvió a refugiar en Toluca.
Antes había dejado una carta al Emperador donde le comunicaba que su
destitución le era satisfactoria, en vista de que no podía encubrir sus
opiniones. Por ello había dado a conocer
al público que él no era cómplice de los extravíos que el gobierno realizaba y
no podía compartir las ideas que estaban esclavizando a la nación. Esta misiva fue publicada el Puebla el 22 de marzo
de 1823, tres días después de la abdicación del emperador. (51)
A la caída de Iturbide, ejercieron el poder ejecutivo el
triunvirato compuesto por Pedro Celestino Negrete, Nicolás Bravo y Guadalupe
Victoria. Leona aprovechó este momento para presentar al Congreso una solicitud
para la devolución de sus bienes, debido
a que en ese tiempo el Congreso se ocupa de honrar a los insurgentes muertos y
de recompensar a los sobrevivientes.
El 8 de agosto de 1823, Leona pidió la devolución
de su capital impuesto sobre el Consulado de Veracruz y que el gobierno español
le había incautado. Con sencillez y sin pretender que le restituyeran todos sus
bienes, se concretó a pedir, según un
avalúo judicial realizado desde septiembre de 1816, la cantidad de tres mil 980
pesos tres reales.
El Congreso
aprobó por unanimidad, el 17 y 18 de diciembre de 1823, que le fuese pagado
dicho capital y los interese insolutos. Debido a la falta de fondos del
Consulado, se resolvió pagarle mediante la donación de alguna finca nacional
igual en valor al importe de ambos créditos. De esta manera resultó un saldo de 112 mil pesos a
favor de Leona.
Se le cedió la hacienda de labor, de pulque y
ganado, llamada Ocotepec, situada en los llanos de Apan, pero el inmueble
estaba gravado con una hipoteca de 87 mil pesos. Para completar el adeudo
cedieron también las casas ubicadas en la capital, con los números 2 de la 3ª,
calle de Santo Domingo y 9 y 10 de la calle de Cocheras. (52)
Esta adjudicación significó a Leona la recuperación de su
capital, injustamente incautado, y la seguridad de al fin contar de nuevo con un hogar propio que les
permitiera vivir en paz. Pero sobre
todo, esto le representó algo mucho más profundo y entrañable: el
reconocimiento público de su entrega absoluta a la causa de la independencia.
Otro honor
que la llenó de emoción, aunque nunca pudo llevarse a cabo, fue que el Congreso
del Estado de Coahuila y Tejas, propuso por medio de un decreto, denominar a la villa de Saltillo, Leona Vicario. Con
ello deseaban demostrar su gratitud por los servicios prestados a la causa de
la independencia. Sin embargo, no se pudo realizar este proyecto, porque su
constitución no consentía este honor más
que a los héroes póstumos. (53) No sería sino hasta muchos años después, que se llamó Leona Vicario a
una localidad en el estado de Quintana
Roo. Así se distinguió a esta pareja, unidos para siempre en la memoria nacional.
Por su
parte Quintana Roo retomó su brillante carrera intelectual y política, logrando la reputación de escritor
ilustre. Al fundarse el Instituto de Ciencias, Literatura y Artes, en abril de
1826, fue nombrado vicepresidente del plantel, al lado de Lucas Alamán, recién
llegado de Europa y quien con el tiempo sería su acérrimo enemigo.
De igual
manera, participaba con gran entusiasmo en la política, como diputado por el
Estado de México. En 1828, a fines del gobierno de Guadalupe Victoria,
contribuyó activamente en los críticos eventos de la sucesión presidencial. Su
candidato era Manuel Gómez Pedraza,
quien resultó electo para la
presidencia, pero que a la postre tuvo que renunciar y exiliarse.
En estos
difíciles momentos, Vicente Guerrero pasó a
ocupar la primera magistratura con Anastasio Bustamante, aquel coronel
realista que apresó al correo de Leona y quien, después de un golpe de estado
contra el presidente, tomaría su lugar, para después instrumentar con la ayuda
de sus ministros, Alamán y José Antonio Facio, el cobarde asesinato de Guerrero.
(54)
Debido a estas circunstancias políticas, Quintana Roo
decidió fundar el periódico El Federalista Mexicano, con el fin de
hacer más eficaz la oposición al nuevo gobierno de Bustamante. En sus páginas
publicaba artículos de censura
porque lo consideraba como un gobierno
de tiranía ilegal. En particular atacó
con fuerza la conducta abominable
de Facio y de Alamán; en especial,
citaba las transacciones que éste había hecho con los bonos de minas mexicanas
en la Bolsa de Londres y los arreglos financieros para amortizar la deuda
externa del país. (55)
La
respuesta del gobierno no se hizo esperar; enviaron al general Felipe Codallos
a catear su taller de El Federalista
Mexicano, en febrero de 1831, pero como éste se encontraba cerrado
acudieron a su casa. En estos momentos, volveremos a ver a Leona destacar con
los destellos de su brillante personalidad y actuar con precisión y valentía, y
de nuevo enfrentarse sola a situaciones sumamente desagradables, pues su esposo
había huido de la capital porque temía por su vida.
De
inmediato, mandó llamar a Juan Goribar y a Lorenzo Carrera a su casa y con
ellos se dirigió al Palacio Nacional con el objeto de pedir al presidente la
protección de la autoridad pública para su marido, pero no fue recibida. Al día
siguiente regresó y le comunicó a Bustamante sus temores respecto a que su
esposo fuera víctima de un atentado. Expuso, que en el caso de que él se
hubiera excedido en sus escritos, se debería reprimir, pero nunca por medios
violentos. Bustamante fingió estar de acuerdo y mandó llamar al general
Codallos para darle instrucciones, pero éste, en forma grosera, contestó que
los soldados habían ido a su casa a pedir satisfacción de los ataques al
gobierno de un tal federalista, y que a su parecer era indispensable “contestar
a palos” a los escritores. Asombrada Leona de tal respuesta frente al
presidente de una República libre, dijo que si los soldados asaltaban las casas
particulares para vengarse de los ciudadanos y podían quedar impunes, entonces
no quedaba otro camino que el de defenderse cada uno por sí mismo. Era inaudito que el ejército,
lejos de defender a los desvalidos, sirviera para vindicar a garrotazos el
honor de quienes, dado el caso, debían hacerlo personalmente. Como Codallos
proseguía con su postura retrógrada y falta de respeto al presidente y a una
dama, Leona lo conminó a no permitir que se hiciera esta burla a las leyes de
libertad de prensa; pero el amilanado presidente no acertó más que ha
contestarle: “que quiere usted, insultan tanto”. Para finalizar, la indignada
Leona preguntó si debía defenderse sola como en un Estado natural o si contaba
con la protección de la autoridad. Bustamante le contestó que dentro de su casa
podía contar con una seguridad, pero que no podía responder fuera de ella.
Como es
fácil de imaginar, esta entrevista causó gran revuelo y dio mucho de qué hablar
en los periódicos. El Sol, diario
conservador,, inició el 6 de febrero de 1831 una campaña muy
desfavorable para Leona, a quien denominaban con burla, como la “apoderada y
esposa” de Quintana Roo. La acusaban, tergiversando el asunto, de haber demandado al presidente castigo para
los oficiales que cumplían con su deber. (56)
A partir de
este momento se inició una batalla periodística entre Leona y los editores de El Sol, que se dedicaron a tratarla
como demente y a zaherirla con motes
burlones, pues la representaban “con lanza a caballo, cual Quijote con
enaguas”.
Leona no se
atemorizó y empezó a contestar los ataques con mucha energía en El Federalista Mexicano. Pronto terció en la contienda Alamán, en el diario
del gobierno Registro Oficial, donde
publicó un artículo de Codallos en el que reconocía haber proferido expresiones
fuertes frente al presidente y Leona. Como excusa argüía, que todo se había
suscitado porque ella lo había provocado con sus palabras descompuestas, mismas
que no podía transcribir sin repugnancia.
Desde
luego, Leona lo desmintió y lo acusó “de libelista para el desdoro de la
dignidad del gobierno, en cuyo nombre escribía”. Después aclaraba que jamás se
le había conocido como mujer “deslenguada y atrevida” (57).
Parecía que con esto se había dicho la última palabra de
tan enojoso asunto, pero no fue así; el rencoroso Alamán buscó su revancha,
pues no podía perdonar los escritos de Quintana Roo. Así se desquitó con Leona
escribiendo un artículo muy hiriente, donde decía que había recibido casas y
haciendas en pago a unos créditos, merced a cierto heroísmo romanesco y, quien
supiera algo del influjo de las pasiones, sobre todo del bello sexo, y aunque
nunca hubiera leído a Madame de Stäel,
sabría atribuir los hechos a otros principios menos patrióticos.
Genaro
García nos dice respecto a este artículo:
El
insulto era grosero y ruin, porque representaba a Leona como una mujer vulgar
que había abandonado su casa para seguir a su amante, para luego pedir una
recompensa por su liviandad. (58)
Estos ataques injustos fueron muy dolorosos para Leona,
porque no debemos olvidar que, en su época, la sociedad mexicana todavía vivía
bajo los antiguos cánones coloniales. Incluso, se tiene noticia que el
matrimonio Quintana Roo no era recibido por la vieja aristocracia, aunque ambos
pertenecieran, por nacimiento y fortuna, a la clase alta criolla. Se conoce
que, hasta Maria Luisa, la medio hermana de Leona, no la frecuentaba por ser la
primer miembro importante de los altos círculos sociales de la capital. El haber
servido a la causa insurgente, según la óptica conservadora, los hacia personas
reprobables. Leona y su primo Manuel fueron desheredados por su abuela, por
haber participado en la revolución de independencia. Sobre todo, prevalecía la
idea de que aquellas mujeres que se mezclaban en luchas políticas e intrigas,
lejos de conquistar la simpatía y la admiración, sólo podían atraer sobre sí la
censura radical de la sociedad. (59)
Muy desmoralizada y deprimida, Vicario escribió una carta
a Alamán donde le decía que ya antes se la había tratado de lastimar con
juicios inmerecidos, como el suyo. Desde entonces, había mandado imprimir una
vindicación basada en documentos intachables, que destruían semejantes
infundios. Como contaba con dicha publicación, le remitía un ejemplar, aunque
estaba cierta que ya lo conocía, pero con seguridad ya lo había olvidado. Le
aclaraba además, que no aspiraba a granjearse el lauro de heroína, pues sus
servicios habían sido “comunes y cortos”. Simplemente, pretendía impedir que su
memoria pasara con fea nota a sus nietos. Por igual, aclaraba a Alamán que en
las acciones de las mujeres no siempre se tiene como móvil el amor, que también
se puede ser capaz de experimentar los deseos de gloria y libertad de la
patria. En cuanto a la adjudicación de las casas le explicaba que las tomó por
su valor íntegro, a pesar de que sólo rendían 500 pesos anuales, es decir, los
réditos de un capital de 30 mil pesos; las había aceptado en pago de un capital
de 112 mil pesos. Concluía su carta pidiéndole
que la insertara en el Registro Oficial,
cosa que desde luego, Alamán no hizo. Por lo tanto, Leona la mandó publicar en
el Federalista Mexicano, lo cual puso
punto final a la cobarde y absurda persecución (60)
Poco tiempo después, Anastasio Bustamante perdió la
presidencia y, a finales de 1832, regresó al poder el presidente electo en
1828, Manuel Gómez Pedraza. Hasta entonces Leona y Andrés lograron vivir en
paz. Quintana Roo retomó su vida política y en septiembre de 1833 fue nombrado
Secretario de Justicia y Negocios Eclesiásticos. Más adelante, en el gobierno
de Santa Anna, pasó a ser Magistrado de la Suprema Corte de Justicia, puesto
que desempeñara hasta su muerte.
De igual
manera, participaba en la vida cultural de la capital. En 1836 fue nombrado
presidente de la Academia de San Juan de Letrán, fundada por Guillermo Prieto,
Manuel Carpio y José María Lacunza.
En
diciembre de 1838, México sufrió la invasión francesa a Veracruz, en la guerra
llamada “de los pasteles”. De nuevo, se
verá a Leona y Andrés brindar sus servicios a la patria; con gran
desprendimiento, ofrecieron al gobierno su caudal para apoyar la defensa del
país. Quintana Roo mandó a la Tesorería general un donativo de 500 pesos y al
oferta de contribuir mensualmente con lo correspondiente al mantenimiento de
cuatro soldados de infantería. También pusieron a disposición del gobierno su
hacienda Ocotepec, para auxiliar al ejército con gentes, caballos, ganado
y semillas.
En los
últimos años de su vida, Leona se dedicó con la misma pasión y entrega a las
obras de caridad. Guillermo Prieto nos habla de su generosidad en sus Memorias, donde relata que, cuando se
enteró de la pobreza en la que vivían él y su madre viuda y enferma, ella y sus
hijas juntaron sus joyas y las enviaron a su madre para aliviar sus angustias.
De la misma manera, ayudaban a
necesitados, convirtiendo su casa en asilo de muchos desvalidos.
Un
documento que nos muestra con precisión su personalidad y carácter es su
testamento, realizado por el notario Manuel Orihuela, fechado el 30 de marzo de
1839. En primera instancia hace un profundo acto de fe y pide ser sepultada en
la Iglesia de Santo Domingo y que se digan 500 misas para el descanso de su
alma, en Santo Domingo, y en la Capilla del Rosario. Declara tener dos hijas,
Genoveva, casada con Antonio García y García y, María Dolores, doncella de 18
años. En seguida, establece que su esposo no trajo a su matrimonio ningún
capital.
Sus bienes
personales consisten en una hacienda de labor de pulque y ganado llamado
Ocotepec, gravada con 87 mil 95 pesos y tres casas en la capital, una de la
3ª calle de Santo Domingo número 2, que
es la que habita, y otras dos en los números 9 y 10 de la calle de Cocheras.
Aclara que tanto la hacienda como las casas han aumentado en su valor, debido a
las considerables mejoras realizadas por ella.
Su última
voluntad que del tercio de sus bienes se hicieran tres partes, dos para su hija
María Dolores, porque estaba soltera y
en muestra de agradecimiento por haberla asistido en sus enfermedades y ser su
leal compañera. Por igual, su hija Genoveva le merecía un fino y fiel cariño,
pero como ella estaba casada con una persona con suficientes posesiones, solo
le dejaba la tercera parte de dicho tercio y dos mil pesos.
También
dispuso que del quinto de sus bienes, se entregara a María Dolores 10 mil
pesos, con cuyos réditos debía socorrer a los pobres, auxiliada por Genoveva.
De las fincas que deja a María Dolores, dispone que se reconozcan dos mil pesos
al año para que su rédito se aplique a decir nueve misas cantadas en el Santuario de Guadalupe.
El remanente del quinto de todo lo lega a su esposo, Aclara después, que si por
desgracia sus hijas se vieran reducidas a la miseria, se les atendiera con los
10 mil pesos de los pobres, antes mencionados. Lo mismo, si a sus esposo le
faltara empleo y no tuviera capital para subsistir.
Al fin,
instituye que sus hijas deben de llevar su voluntad con orden y conforme a las
leyes, con la bendición de Dios y de ella. Como albaceas nombra a su esposo y a
su hija María Dolores, a quienes otorga todos los derechos requeridos para que
puedan vender y rematar en pública almoneda los bienes, si eso fuera necesario para hacer cumplir sus
determinaciones (61)
Como puede observarse, en su última voluntad Leona se
manifiesta como una mujer en su entero juicio, con mente clara e ideas firmes,
en total conocimiento y manejo de sus asuntos económicos, práctica que no era
común en las mujeres de su época. Se nos revela como una persona segura de sí
misma, determinada en sus decisiones y muy cuidadosa del bienestar, sobre todo,
de sus hijas.
En el
futuro, se conocerá que supo elegir muy bien a su hija María Dolores como
albacea, porque se tiene noticias que muchos
años después, en noviembre de
1880, entonces casada con Isidro Ochoa y radicada en Veracruz, todavía seguía
cumpliendo con la voluntad de s madre de realizar con su legado caridades.
Según un acta notarial extendida a la señora Concepción Cortés, se notifica que
ha recibido durante 17 años una parte de los réditos del capital de Leona
Vicario dispuesto para los pobres. (62)
Leona falleció tres años después de haber dictado su
testamento, el 21 de agosto de 1842, a las nueve de la noche. Murió en su casa
de la calle de Santo Domingo, en la recámara alta que forma esquina con la
calle de Cocheras. Sus funerales se verificaron con gran fausto y suntuosidad.
Su cadáver fue llevado, primero, a la Iglesia de Santo Domingo, donde se
realizaron las honras fúnebres, los oficios acompañados de una magnífica
orquesta y la asistencia de una numerosa concurrencia. Después fue conducida al
panteón de Santa paula para su inhumación. El cortejo fue encabezado por el
presidente de la República, Antonio López de Santa Anna.
Leona fue
honrada entonces con varias notas luctuosas publicadas en los periódicos.
Ina extensa necrología fue escrita por
Carlos María de Bustamante en el periódico Siglo
XIX el 25 de agosto de 1842. Después a pareció en el Diario de Gobierno, un artículo donde se realizó una inscripción en
latín, de profundo elogio a la heroína mexicana. Decía que era una mujer
esclarecida por sus virtudes públicas y domésticas, por sus distinguidos
servicios, superiores a su sexo, prestados a la libertad y al bienestar de la
República. Terminaba con la exclamación: “a esta benemérita y dulcísima madre
de la patria, los desolados y agradecidos ciudadanos mexicanos le erigen
llorosos un monumento”.
Quintana
Roo siguió activo en su trabajo como magistrado y poeta inspirado. Se decía que sus escritos
tenían “rasgos dignos de Tácito, de los
que inspiran terror a los tiranos y
despiertan al pueblo”. Lo calificaban como el restaurador del buen gusto
en la literatura nacional y se le consideraba como el mejor poeta de su época (63)
Murió de pulmonía el 15 de abril de 1851, nueve años
después de la muerte de su esposa. Su hija Genoveva decidió juntar los restos
de sus padres y los sepultó en el panteón del Santuario de Nuestra Señora de
los Ángeles.
Así
quedaron unidos para la eternidad y la gloria de sus nombres, pues durante las
fiestas del centenario de la lucha de insurgente, sus restos fueron trasladados
a la Columna de la Independencia, inaugurada por el presidente Porfirio Díaz el
10 de septiembre de 1910.
Ahí descansan en paz los beneméritos Leona Vicario y
Andrés Quintana Roo, ejemplo del sentimiento patrio, dedicación y entrega en
aras de la creación de la Nación mexicana.
El pintor Juan Cordero
Resulta importante evocar en la casa de la plaza de Santo
Domingo a Juan Cordero, personaje significativo en el ámbito de las artes
plásticas, valioso no sólo por sus dotes de excelente pintor, sino en especial
por su recia personalidad y trayectoria comprometida con sus ideales. Artista
con atributos de sello mexicano, pero a la vez inscrito dentro de un sentido
universal de la estética.
Juan
Nepomuceno María Bernabé del Corazón de Jesús Cordero Hoyos nació en Teziutlán
del Carmen en el estado de Puebla el 10 de junio de 1822, (64) hijo del
comerciante Tomás Cordero y María Dolores Hoyos, ambos de origen español.
Respecto a
su vida familiar, existen pocos documentos que nos aporten información de sus
años infantiles y vida personal. Sin embargo, se tiene noticia que desde muy
joven Cordero tuvo gran inclinación hacia el dibujo y la pintura; su vocación
tan profunda influyó para que sus padres lo auxiliaran para un ingreso temprano
en la Academia de San Carlos. Inició sus estudios alrededor de los años 40 del
siglo XIX, En ese tiempo, el profesor titular de la cátedra de dibujo era
Miguel Mata, quien pronto descubrió el talento de Juan y lo alentó para que
fuera a Europa a continuar sus estudios
de pintura. Sus padres eran personas de bajos recursos, pero siempre lo
estimularon a desarrollar su potencial artístico. Por ello, Juan decidió
trabajar como buhonero, de pueblo en pueblo vendiendo su mercancía con el fin
de reunir el dinero necesario para poder partir a estudiar a Italia.
Por esas
fechas, el Ministro de Justicia y Educación, Manuel Baranda, y de Hacienda,
Javier Echeverría, junto a otros connotados conservadores pidieron al
presidente Antonio López de Santa Anna reorganizar la Academia de San Carlos.
Por decreto del 3 de octubre, ordenó en nueve artículos los cambios necesarios
para el desarrollo y expansión de la institución. Se consideraba que dentro del
proyecto de educación, la cultura y el arte
eran medios positivos para mejorar a la sociedad, y paso necesario para
lograr una nación libre, moderna y progresista, a la altura de las otras
naciones del mundo. Por ello, se preveía la ayuda económica para enviar a los
alumnos sobresalientes a estudiar a Europa. (65)
En esa época la cultura de la Ciudad de México estaba en
manos de los letrados pertenecientes a las clases altas, identificados, en
general, con la posición política
conservadora. Ellos actuaban como promotores y consumidores de las obras
artísticas que producía la Academia de San Carlos y eran suscriptores para
sostener con su patrocinio el desarrollo cultural. De este modo, contaban con
un sistema económico propio para lograr su autonomía y así seguir los
lineamientos de su ideología sin intromisiones.
La reforma
administrativa en la academia se echó a andar en este tiempo, pero la reforma
académica no fue llevada al cabo de inmediato, pues era necesario buscar a los
artistas que debían desempeñar los cargos directivos. Para elegirlos, se
pidieron candidatos a la Academia de San Lucas de Roma, donde por concurso
público se debía elegir a los postulantes. Al fin, se contrató a dos artistas
catalanes: Manuel Vilar, escultor, y Pelegrín Clavé, pintor, para ocupar las
direcciones correspondientes. Si bien Clavé no había ganado el concurso, José
Montoya, el ministro de México en Roma, se decidió por él porque pensó que era
la persona idónea para ocupar la plaza. Ellos llegaron a México a fines de
1845. (66)
Juan Codero fue de los primeros artistas mexicanos que lograron llegar a Europa a estudiar gracias a sus ahorros y a
la ayuda económica de sus padres, quienes incluso vendieron su piano para juntar la suma necesaria para el
viaje. Al fin se embarcó el 1 de junio
de 1844 rumbo a su destino: la Academia de San Lucas de Roma. En ese entonces
tuvo la fortuna de encontrar ahí al
general Anastasio Bustamante, ex
presidente de México, antiguo detractor del matrimonio Quintana Roo, y a quien
los avatares políticos de México habían llevado a esa localidad. En el pasado
Bustamante había sido benefactor de San Carlos, por ello se interesó vivamente
por Cordero y, gracias a sus influencias, logró que en noviembre del año de
1844 se le designara Agregado a la Legación Mexicana en Roma, puesto de poca
remuneración, pero que permitió al
pintor dedicarse por completo a sus estudios. Desde su llegada, Cordero se
inscribió con Natal de la Carta, uno de los más notables maestros de su tiempo.
Con asiduidad asiste a sus cursos y trabaja largas jornadas de catorce horas
diarias de estudio, siguiendo las clases de dibujo, perspectiva, anatomía,
pintura, reglas de composición, historia del arte y copia de los grandes
maestros, (67) materias
que lo van formando para futuro a tener las bases para desarrollar su propia
personalidad como pintor.
Cordero se identificó con las enseñanzas del grupo de los
Nazarenos, artistas de origen alemán, que estaban en desacuerdo con las reglas
clasicistas de Viena y que se interesaban en los primitivos italianos, con
preferencia por la pintura de temas religiosos. Se les puede considerar
inscritos en el movimiento romántico, pero dentro de una estirpe clásica, con
implicaciones nacionalistas. (68)
El pintor no perdió contacto con su maestro Miguel Mata
ni con la Academia de San Carlos. Muy pronto, a fines de 1845, comenzó a enviar
cuadros a México con la intención de que se conocieran sus adelantos.
Al conocer
sus progresos en México, su padre, entusiasmado por sus logos, escribió en
noviembre de 1845 a Honorato Riaño, presidente de la Junta de Gobierno de San
Carlos, para solicitar una pensión a favor de su hijo, pues estaba enterado que
se había convocado un concurso para mandar jóvenes a Roma; su hijo ya había
ganado un concurso en la Scuola del Nudo, dependiente de San Lucas, el 18 de
agosto de 1845. El padre obtuvo la pensión de 666 pesos cinco reles anuales,
que correría a partir del 15 de marzo de 1846 hasta el 1° de octubre de 1853,
con lo que quedaban cubiertos seis años para garantizar sus estudios. La única
condición que la academia pedía fue que para comprobar sus adelantos enviara
todos los años una obra que debía entregar al Ministerio de la República, “ante
quien acreditara ser de su mano”. Si no cumplía con este requisito, se daría
por entendido que renunciaba a su pensión. (69)
Cordero por esos días pinto un autorretrato que nos lo
presenta como un hombre joven, bien parecido, envuelto en una capa todo vestido
de negro, con ojos profundos y penetrantes; transmitía una personalidad
sensible y de entrega, proclive al romanticismo. En efecto, en la Italia de su
tiempo había gran influencia de la corriente romántica, que daba un nuevo giro
a la estética, pues seguía el pensamiento de Alessandro Manzoni, quien proponía
que el arte debe perseguirse una finalidad práctica, moral y social, sobre
todo, con raigambre libertaria y nacionalista. (70)
https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Cordero
Estas ideas
se hicieron patentes en su obra; por ejemplo en el retrato que pintó a los
escultores Tomás Pérez y Felipe Valero, también pensionados en Roma. Los
representaba con toda realidad, subrayando sus rasgos de raza típica mexicana.
Era la identificación total entre la belleza y la verdad, cuadro con una
fractura excelente y que tendría gran éxito desde su primera presentación en
Italia en 1847.
Cordero
cumplió su compromiso con San Carlos al pie de la letra, al extremo de enviar a
México todos sus cuadros pintados en el año de 1847, con la indicación de que
algunos de ellos eran para su familia y el resto los mandaba a la academia.
En los años
de 1847 y 1848, Cordero se apegó también al grupo de los Puristas, quienes
habían emitido un manifiesto en 1841 proponiendo la idea de que la pintura
debía tener un carácter más moral y religioso; por ello, en este tiempo realizó
muchas pinturas con temas religiosos, que a futuro le redundarían en
importantes triunfos.
Desde 1850,
los directivos de San Carlos implantaron la idea de montar la obra de maestros
y alumnos en exposiciones anuales. En la tercera exposición que tuvo lugar en
1851, Cordero presentó un cuadro muy novedoso por su temática histórica, poco
tratada con anterioridad: Colón ante los
Reyes Católicos después del descubrimiento de América. En una carta
especificaba que se trataba de un tributo, “de su pobre pincel por imperecedero
del asunto, de gran interés al mundo y en especial a los americanos”. En su
presentación causó muy viva impresión. Francisco
Zarco, lleno de fervor nacionalista, en un opúsculo dedicado a Cordero, lo
llenó de elogios. La obra también había causado gran revuelo en Florencia,
donde los artistas de la Academia de “Virtuosi al Pantheon” lo hicieron socio
de mérito y pudo exhibirla en el palacio del príncipe Poniatowski. (71)
Este éxito fue consignado también en los periódicos de
México, que hablaban de la celebridad
del artista en Europa. En el siglo IXI, se decía que servía de ejemplo para
destruir la preocupación de que los mexicanos no somos capaces de nada. Se
comentaba que, si a todos los ramos se les hubiera dado el impulso que se dio a
la pintura, sería fácil conocer el resultado feliz que se podría obtener.
Cordero
envió esta pintura a México en julio de
1850; los capitalinos pudieron admirarla en enero de 1851. Los diarios
reseñaron entonces que personas de todas las clases sociales habían acudido a
verla varias veces. (72) Había
in sentimiento común de que gracias a la labor de Cordero se restañaban las
heridas sufridas por el desprecio manifiesto hacia el arte mexicano, poco tiempo atrás, como cuando con
frecuencia se opinaba que las artes plásticas de México estaban en completa
decadencia, prueba de los lamentables efectos que habían producido loa años de
guerra civil y de inestabilidad de los gobiernos. (73) Por lo general en
esta época, viajeros, diplomáticos y literatos de pronto se erigían en críticos de arte, y al unísono
criticaban sin las bases necesarias, las bellas artes de México.
No resulta
difícil inferir que, como respuesta a este rutilante éxito obtenido por
Cordero, se despertara en Pelegrín Clavé un celo profundo que a la postre,
terminaría en una pugna abierta cuando Cordero regresó al país años más tarde.
En
subsecuentes exposiciones de San Carlos, se siguieron presentando obras de
Cordero con buenos resultados: retratos de viajeros mexicanos que visitaban
Roma, algunas pinturas de mujeres italianas, entre ellas una bella mujer, María Bonanni, novia
de Juan en Roma y quien después lo seguiría a México. (74)
La pensión
de Cordero finalizaba en 1853; escribió entonces a San Carlos para dar aviso
que saldría rumbo a México a finales de junio. Pedía autorización para antes
visitar Madrid y París y sus galerías de
arte. Llego a esta última ciudad en
julio de 1853. Ahí se entrevistó con Guillermo O´Brien, encargado de los
asuntos de la Academia de San Carlos, quien en una carta dirigida al nuevo
presidente de la Junta, Bernardo Couto, le hizo saber que dio a Cordero 2 mil
500 francos para sus gastos de viaje de regreso a México. Como se puede
apreciar, el pintor aprovechó hasta el último momento su estancia en Europa
para nutrirse de las nuevas corrientes y técnicas del momento y también fue
nombrado miembro de la academia científica de los “Quiriti de Roma”. Planeaba
llegar a México en el mes de nociembre.
Una vez
instalado en la capital, puede pensarse que en la casa de Santo Domingo y
Cocheras, presentó algunos cuadros en la sexta exposición de San Carlos, junto con una obra de grandes
dimensiones, 3.20 x 4.60, que había pintado en Roma tiempo atrás: El Redentor y la mujer adúltera, cuadro
considerado antecedente de sus pinturas murales. La obra tuvo gran éxito, a
pesar de que pronto se vería envuelto en una decepcionante y
contradictoria experiencia, ya que por
un lado vivió momentos de gran satisfacción por la crítica favorable de quienes
lo apoyaron con sus opiniones; por el
otro, sufrió una persecución ofensiva durante largo tiempo por parte de sus
detractores (o envidiosos), en especial de los seguidores de Clavé. Se creó una enojosa situación que se prestó para
un sinfín de intrigas y actitudes equívocas, al punto que algunas incluso han
llegado hasta nuestros días.
Ejemplos de
estos sucesos es una larga carta de
Eduardo Pingret, excelente pintor francés, dirigida al presidente de la
academia y que sirve para aclarar muchos puntos sobre la extraña conducta del maestro Clavé. En su parte medular, el pintor elogiaba el gusto
por las bellas artes de México y aplaudía mucho de los artistas noveles, pero
se mostraba muy molesto debido a las
diferencias en el trato que se dispensaba a los maestros, en relación con el
resto de los participantes extranjeros, como era su caso. Aclaraba que esta
práctica en París sería vista, como una charlatanería y falta de carácter por
parte del maestro que no estaba dispuesto a compartir con los demás
colaboradores las mismas condiciones para
el lucimiento de las obras. Así, terminaba por decir que Clavé exponía
sus trabajos en el mejor lugar de la
galería y con el aparato necesario para su lucimiento. Su postura hacía pensar
que experimentaba envidia y celos para los artistas recién llegados a México.
Juan Cordero (1822-1884). El redentor y la
mujer adúltera, 1853. Óleo sobre tela.
https://mx.pinterest.com/pin/810929476677619216/
De la misma
forma se tiene noticia que en la mayoría de las exhibiciones de Clavé siempre
colgaba los cuadros de Cordero en lugares mal iluminados, rincones e, incluso
en ocasiones, hasta con sillas al frente para impedir cualquier aproximación a
las obras. Con ello, se hace ostensible que trataba a toda costa de que las
pinturas de Cordero no descollaran. (75)
A pesar de
todo, la crítica periodística, en general, era buena para el pintor. En el Siglo IXI, se decía que era un verdadero
placer contemplar su extraordinaria obra. Se comentaba además que a Cordero no
le habían faltado, para acrisolar su
mérito, “los dardos venenosos de la envidia”.
Debido a la
extensa obra de Cordero, y ante la exigencia de algunos de los críticos y
conocedores de arte que demandaron se le diera al pintor la dirección de la
cátedra de pintura, es que Couto optó por ofrecerle la plaza de de subdirector
en la Academia de San Carlos hacia febrero de 1854. La academia para ese tiempo
ya había renovado el contrato de Clavé, quien había sido director desde julio
de 1845 hasta ese momento. Todavía le restaba cerca de un año y medio más para
finalizar este compromiso. (76)
De inmediato, Cordero contestó por medio de una carta
fechada el 14 de febrero de 1854, dirigida a Couto. En principio agradece el
“acto de manificencia” de la academia, al crear el puesto de subdirector para
él, gesto que aprecia y a la vez
manifiesta ser consciente de sus deberes hacia San Carlos, su patria y su
familia. En seguida aclara estar dispuesto a aceptar la plaza incluso sin
recibir sueldo alguno. Pero por desgracia, no puede ¡apartar de la vista” la
consideración de que debe acreditar su lugar, en vista de que ha sacrificado
los mejores años de su vida en otros países y reconoce haber recibido, por varios
años, los favores de la academia, para ahora “venir a la patria a ser dirigido
por el señor Clavé”. Enseguida aclara que no quiere hacer comparaciones, porque
no puede subalternar otro artista en la enseñanza, pues la academia misma
“llevaría a mal, que uno de sus hijos consienta un grado solo de superioridad
en otro artista que no lo es”. Después explica que fue privilegiado en Europa,
aun siendo extranjero, con una categoría que desea conservar. Al fin, dice que
le disculpe su franqueza por haber presentado “desnudo su corazón con todos sus
defectos” y que espera que lo perdonen. Afirma finalmente estar apesadumbrado por “no obedecer a sus deseos”,
pero espera no por ello perder su aprecio.
Por esta
carta, Cordero ha sido calificado de soberbio, poco medido, demasiado
apasionado y petulante. Incluso hasta nuestros días se sigue repitiendo la
misma apreciación parcial de estos sucesos. Sus diferentes biógrafos han
opinado que quizá esta conducta equivocada se debe, más bien, a una vieja
rencilla experimentada entre él y Clavé, desde tiempo atrás cuando estaban en
Roma. A mi parecer, encuentro que la carta, si bien tiene una redacción algo
confusa, propia del estilo de su tiempo, es en general, sobre todo, directa y
honesta. Apunta un temperamento de seguridad y entrega total del pintor a sus
ideas. Se muestra cierto de las diferencias básicas que existen entre ambos, en
cuanto a sus respectivos conceptos sobre el arte. Deja ver también una
fortaleza y confianza personal en su quehacer pictórico, que no quiere
prostituir por el hecho de entrar en la academia, a sabiendas de que Clavé
jamás le permitiría desarrollarse según sus aptitudes y criterios.
Sin
embargo, Codero sufriría las consecuencias de este acto de libertad de espíritu
con creces, pues se verá que además de ser muy criticado por ello, nunca pudo
ya entrar a la academia como maestro, a pesar de que lo intentará en varias
ocasiones en el futuro.
Sus
detractores a partir de este momento, sobre todo Clavé, aprovecharon cualquier
oportunidad para atacarlo y movieron todas sus influencias para no permitirle
la entrada a la academia. (se hubiera marchado a Italia, no hacía falta
quedarse aquí). DE hecho, Clavé permaneció como director de la cátedra de
pintura hasta 1866, fecha en que se nombró titular a sus discípulo favorito,
Salomé Pina, que no se encontraba en México y mientras regresaba, Santiago
Rebull ocupó la plaza como interino hasta 1868. (77)
Poco tiempo después del revuelo que causó la
carta de Cordero a la academia, el pintor tuvo oportunidad de hacer un retrato
casi de tamaño natural del presidente
Antonio López de Santa Anna, obra que le tomó
un año. Es una excelente pintura que nos muestra a Santa Anna en
uniforme de gala, con medallas y banda presidencial, montado en un caballo pura
sangre, ricamente enjaezado. Al fondo se ve parte de su ejército y el castillo
de Chapultepec. El cuadro es estupendo porque transmite la personalidad y el
carisma del personaje; se puede ver que el soldado sabe llevar su uniforme con
una gallardía innata, porque el ser militar es lo que más gratifica.
Desde
luego, de inmediato sus enemigos manejaron la idea de que lo había pintado con
el fin de halagar el ego del presidente
y con ello ganar un beneficio personal. Esta idea se debió a que a Santa Anna
se le ocurrió mandar una carta a la academia sugiriendo que, en vista de la
opinión general, en cuanto a los magníficos atributos del pintor Juan Cordero,
cuando terminara el contrato del
director Clavé, se le diera la plaza
a Cordero por llenar ampliamente los
requisitos necesarios. Pero cometió el error de pedir que se le dispensara el
trámite del concurso de oposición atendiendo a sus conocidos méritos, si bien,
aclaraba que su contrato no debía exceder el número de años estipulados en el reglamento.
Esta
propuesta, a pesar de que venía de su Alteza Serenísima, no fue atendida, quizá
porque su gobierno ya estaba en
decadencia, pues el movimiento de Ayutla que lo derrocaría había comenzado
desde el 1° de marzo de 1854. Santa Anna saldría de México al exilio el 17 de
agosto de 1855.
Este
decreto a la postre, solo dio pie a que se le complicara a Cordero, todavía
más, su situación en el difícil mundo artístico de la capital. La junta
directiva en San Carlos arguyó su
negativa basada en la autonomía de la institución y el mismo decreto realizado
por Santa Anna en 1843. Por igual, discípulos y maestros escribieron cartas de
apoyo a Clavé, indignados por el favoritismo. Curiosamente, olvidaban que Clavé
también había sido favorecido por el representante Montoya en Roma. Couto había
declarado que no existía motivo alguno para remover de su puesto a Clavé.
Como se puede ver, Couto había
interpretado a su gusto la carta de Santa Anna.
Cordero
todavía tuvo tiempo para pintar un bello retrato de Dolores Tosta de Santa
Anna, el año de 1855, antes de que salieran del país. Este cuadro sirvió al
pintor como muestra de su potencial y excelencia en la técnica, pues parece que
en él Cordero vertió su alma y manifestó su originalidad dentro de su elegante
clasicismo. Esta pintura nos enseña con claridad la postura del romanticismo
mexicano; la figura se distingue por su sutileza y a la vez fuerza. Aparece,
más que delineada, cincelada con calidades escultóricas. Resulta además un
documento histórico, pues nos señala muchos detalles típicos del gusto en el
vestir de las mujeres mexicanas, el mobiliario y las decoraciones de ese
tiempo. Sobre todo, se muestra la belleza de doña Dolores, típica criolla, así como su temperamento,
preferencias y gusto en el vestir.
Con
el tiempo este cuadro sería considerado como el mejor retrato de la época, sin
parangón con las producciones de otros artistas de sus tiempos.
Para
terminar el conflicto con San Carloos, en 1855 el presidente interino escribió
a la academia derogando la orden de Santa Anna. Dispuso que cuando terminara el
contrato de Clavé, se abriera un concurso y se llamara a todos los artistas
para que triunfara el talento y no el favor. Por igual sugería que los alumnos
no tuvieran ninguna injerencia en las determinaciones de la academia (78) Como se ha dicho
tampoco se hicieron caso de esta comunicación los directivos, pues Clavé se
quedó en su puesto hasta 1866.
Por igual, Cordero entonces volvió a escribir a Couto
pidiéndole que convocara a un concurso público para que se pudiera aclarar la
polémica situación y así cesaran los ataques y críticas a su persona. También
sugirió a Couto que, con seguridad como
mexicano debía parecerle oportuno que un conciudadano pudiera disputar a un
extranjero la plaza de director de pintura.. Con ello se podría probar cuál era
el sitio de cada quien y la capacidad de
los nacionales. Finalmente, declaró que de otro modo no comprendía cuál
satisfacción podría experimentar Clavé al continuar en una plaza que no había
ganado a la luz pública. Como se ha visto Clavé permaneció durante 21 años.
Retrato de Doña Dolores Tosta de Santa Anna. Juan Cordero
(1822-1884)
Cordero no
se dejó amilanar por la negativa respuesta por parte de los directivos de la
academia,, y a pesar del descalabro sufrido, con entusiasmo continuó trabajando
con gran empeño enriqueciendo con sus trabajos la historia de la pintura del
siglo XIX. En especial, comenzó a incursionar en la pintura mural, tendencia
que en México venía desde la época
prehispánica, continuada durante
la Colonia y algo relegada en su tiempo. Empezó por pintar temas
religiosos en algunas iglesias: en Jesús María, después en la capilla del
Cristo de Santa Teresa de la Antigua, cuya cúpula había sido reedificada por
Lorenzo de la Hidalga. Para este mural empleó la técnica del temple, pero con
colores muy vivos y de gran lucidez en
su composición. Esta ovra se ha considerado como el primer paso hacia el gusto
por la pintura mural del siglo XX. Sin embargo, la crítica le fue adversa
(cuando no); Cordero seguía arrastrando los conflictos anteriores. Muchos de
los artistas en su contra (por envidia); como consecuencia de ello Clavé
monopolizaba el mercado artístico casi por completo y llegó incluso a declarar
en algunos artículos, que los principales cuadros de Cordero no habían sido
realizados por él (jajaj). A pesar de todo, también tuvo una crítica muy
positiva como la de Felipe López y López, una de las figuras más interesantes
entre los letrados críticos de arte y gran admirador de Cordero. De acuerdo con
sus afirmaciones en el trazo de Cordero todo era decidido y franco, brillante y
propio para lograr un efecto violento en el ánimo, por la fuerza imprimida en
sus pinceladas. Debido a las críticas emitidas por los expertos de San Carlos,
en lugar de pagarle al pintor lo acordado 11 mil 500 pesos, le dieron al fin
sólo ocho mil pesos. El mural quedó concluido en 1857. (79)
A pesar del torbellino de opiniones Cordero copn
presencia de ánimo, siguió trabajando sin dejarse derrotar. En 1858-1859 pintó
la cúpula de la iglesia de San Fernando, con el tema de la Inmaculada
Concepción de María, trabajo que hizo sin retribución alguna y con
bastante éxito. Las opiniones fueron
mucho mejores; aquilataron su técnica, originalidad en la disposición de las figuras
y brillante colorido contrastado con
tenues matices de tonos suaves.
En esos
días también impartió clases privadas. Entre
sus discípulas estaba Ángeles Osio, agraciada mujer con quien contrajo
matrimonio en los años sesenta. Realizó una bellísima pintura de ella, de tal
perfección que los críticos de arte la han equiparado, por su técnica, a la
obra del pintor francés Ingres.
Por ese
tiempo, también realizó mucha pintura de caballete, pero se vio restringido por
los sucesos anteriores, con dignidad comprensible, no deseaba exponer su
trabajo en San Carlos mientras Clavé estuviera a la cabeza de la cátedra de
pintura, a pesar de que la academia era el único sitio importante de la capital
para mostrar las obras de arte. Por ello, comenzó a salir a los principales
estados de la República, como Jalisco, Yucatán y Tabasco, donde obtiene grandes
éxitos. Al respecto apareció un artículo el Siglo
XIX que elogiaba la actitud de Cordero de no haber vuelto a presentar los
trabajos en la academia, donde sólo había recibido crítica necia e ignorante
por parte de sus miembros, en lugar de ofrecerle la admiración por su
inimitable trabajo, llamado a pasar a la posteridad. Al fin, el editor
expresaba su deseo de que los artistas que hubieran estudiado en Europa no fueron
víctimas de la incomprensión de sus conciudadanos, como le había sucedido a
Cordero.
En general,
se puede decir que la vida para los artistas en esta época era muy dura, debido
a la situación política que había imperado en el país durante tantos años de
guerra civil intermitente y conflictos
con las naciones intervencionistas. Sin embargo, curiosamente se puede afirmar que de algún
modo, siempre se lograba que persistiera cierta continuidad en la vida social y
cultural del país, ejemplo de ello fue el efímero imperio de Maximiliano. El
monarca veía con interés y beneplácito
el desarrollo de las bellas artes y apreciaba a los artistas mexicanos. Por
ende, el tenaz Cordero en ese momento volvió a tratar de obtener el tan ansiado
nombramiento en la academia, pero el acomplejado Clavé, como se ha dicho, se
interpuso y logró la plaza para su discípulo.
Cordero
decidió entonces que ya era el momento para mostrar su trabajo en San Carlos.
Por medio de una carta hizo su requerimiento a la Junta Directiva, que le
otorgó el permiso y le cedieron el salón de arquitectura para exhibir 16 de sus obras recientes. La
exposición duró doce días y tuvo una gran acogida por parte del público y la
crítica capitalina.
Manuel
Payno publicó un largo artículo en el diario La Sociedad, muy elogioso, colocando a Cordero a la altura de los
grandes pintores europeos. Terminaba
diciendo: “una loa a la nación que cuenta entre sus hijos a un artista
tan distinguido”. (80)
Cordero siempre al día con las nuevas corrientes
artísticas e ideológicas, incursionó en las tendencias de la filosofía del
positivismo en el México de la República Restaurada. El maestro Gabino Barreda
era su médico y amigo. Así, le encargó la realización de una obra mural que
transmitiera un mensaje filosófico y laico, inscrito en las ideas positivistas
que proponían la victoria del espíritu positivo en México para afianzar el
porvenir de América y del Mundo, una vez lograda la emancipación científica, religiosa y
política. El trabajo se realizaría en la Nueva Escuela Nacional Preparatoria,
en el antiguo edificio de San Ildefonso que se había abierto en febrero de
1868. El tema a seguir eran los triunfos de la ciencia y el trabajo, sobre la
envidia y la ignorancia. El sitio para el mural era la pared al fondo de la
gran escalera. (81)
El mural, en sus conceptos y mensaje fue totalmente novedoso, si bien su ejecución fue conforme a un estilo clásico.
Cordero hizo resaltar el trabajo del hombre y la modernidad, con un ferrocarril
en movimiento; logró su cometido principal e hizo resaltar la fuerza del tema,
al piel del mural inscribió los lemas: “Ciencia, saber para prever” e
“Industria, prever para obrar”. Con gran generosidad obsequió su trabajo, por
lo que recibió varias notas de reconocimiento. El diario Siglo XIX del 2de diciembre de 1874 dio cuenta de que el presidente
Benito Juárez y el director de la Escuela Nacional Preparatoria, Gabino
Barreda, participaron en la ceremonia de
apertura. Después del discurso inaugural, le colocaron en las sienes a Cordero
una corona de laureles labrada en oro.
Para esta ocasión Guillermo Prieto compuso un poema especial muy largo; una de
sus cuartetas dice:
¿Dónde
ocultan artista, tus pinceles tan
mágicos encantos? Luz,
cielo, amor, espléndida belleza, y
transparente el libre pensamiento. |
En sus palabras de agradecimiento, el pintor emocionado
manifestó su amor a la patria. En su parte medular dice:
Esos
rasgos, al paso que os recuerdan el pasado y el porvenir de gloria a que aspiramos,
os revelen mi amor a la patria y mi anhelo por el adelanto de la juventud
estudiosa.
Por parte
del alumnado tomo la palabra el estudiante Alfonso Salvador Castellot, quien
solicitó a sus condiscípulos admiración para el mural, respeto, vigilancia y
agradecimiento a la generosidad del maestro Cordero.
Pese a la
apoteótica inauguración del mural, había un nutrido grupo del partido
conservador que veía a la Escuela Nacional Preparatoria, por sus enseñanzas
positivistas, como enemiga de la moral y la salvación espiritual de los
jóvenes. En algunos periódicos se manifestó una preocupación por la integridad
del mural. Por ello, el mural se perdería en 1900, cuando el nuevo director,
Vidal de Castañeda y Nájera, mandó borrarlo y en su lugar colocó un vitral, de
gusto francés, donde para cubrir el destrozo anterior, mandó inscribir al pie,
el lema “Amor, Orden y Progreso”,
idea que sustentaba el grupo porfirista en el poder.
Por
fortuna, este suceso vandálico, fruto de la incomprensión y la ignorancia, no
fue presenciado por Barreda y Cordero, pues ambos ya habían fallecido para esa
fachada.
Después de
su sonado triunfo en la Escuela Nacional Preparatoria, Cordero siguió
trabajando con el mismo entusiasmo y entrega. En 1875 realizó un retrato de
grandes dimensiones de las hijas de don Manuel Cordero, su hermano. De nueva
cuenta, sobresalió su pincel mexicanista, lleno de color, con una original
disposición, manifiesta en las características de la vegetación que enmarca el
retrato, el preciosismo en el detalle de los vestidos y la expresión de las
cuatro mujeres.
En el mismo
año, se exhibieron algunos de sus cuadros en San Carlos, durante la
muestra anual, donde presentó algunas
obras que se exhibieron en la Exposición Nacional e Internacional de Filadelfia
de 1875. En el registro aparecía Cordero con tres cuadros: Colón frente a los Reyes
Católicos, La familia de Manuel Cordero y Estrella de la Mañana. De nuevo,
su obra dio lugar a dispares opiniones y a polémica entre los críticos de arte.
Estos fueron los últimos artículos que se escribieron sobre su obra en vida de
Cordero, ya que su salud se había minado notablemente. Aún así hizo algunos
viajes al sureste, donde siempre contó con la simpatía y la calurosa admiración
de sus pobladores. (82)
Juan Cordero falleció el 28 de mayo de 1884. El periódico
Siglo XIX publicó una nota
necrológica que decía que el pinto había muerto a las doce del día en el pueblo
de Popotla. Se le reconocía como uno de los más acreditados maestros en el arte
de la pintura y se habló de su trayectoria artística en Italia y en México;
asimismo, se afirmó que sus obras eran de gran mérito. Al fin, lo reconocían
como un buen padre de familia y excelente amigo. Los funerales tendrían lugar
el 29 de mayo, a las ocho de la mañana, en el templo de La Profesa, donde se
celebraría una misa de cuerpo presente. Su inhumación tendría lugar en el
panteón del Tepeyac.
Francisco
Sosa le rindió un homenaje en El Nacional
el 30 de mayo de 1884. Primero hizo somera biografía del pintor, en seguida
expuso comentarios generales sobre sus más destacados trabajos y luego
explicaba que en la mayoría de los estados de la República hay cuadros del
pintor, conservados con “religioso cuidado por su mérito artístico
sobresaliente”. En otra de sus partes afirmaba que por más que Cordero hubiese
dejado de concurrir con sus obras a las exposiciones de la Academia de San
Carlos, y aunque hubiera vivido en
retraimiento y ya no pusiera empeño en que se hablara de él, se le debía
considerar como uno de los artistas mexicanos más distinguidos.
El
paso del tiempo con sus nuevas
tendencias estéticas y la incomprensión hacia el gusto por las obras artísticas
del pasado, aunadas a los avatares políticos vividos en la Revolución, hicieron
que Juan Cordero y su obra cayeran en el total olvido. No es sino hasta 1945
cuando la Secretaría de Educación, bajo la docta dirección de Jaime Torres
Bodet, con sus ideales culturales profundos, comenzara a revalorar la cultura
mexicana. Entonces se organizó una exposición de Juan Cordero en el Palacio de
Bellas Artes. La muestra tuvo lugar el 26 de julio al 30 de septiembre, en la
gran Sala de Honor. El presidente Manuel Ávila Camacho la inauguró con todos
los honores.
Varios
artistas prominentes de la época participaron en dicho evento, entre ellos Xavier Villaurrutia, quien realizó el
catálogo. Con su usual estilo poético, describe sus impresiones en ideas sobre
la obra de Cordero, después de ofrecer una somera biografía. Consideraba la
exhibición como una reparación a los olvidados valores de la plástica mexicana.
En su opinión, el pintor era del tipo de artistas para quienes el orden y la
belleza, en el sentido de la razón y la proporción armoniosas, presentaban
valores de más importancia que la voluptuosidad del color.
Quizá, el poeta encasilla a Cordero como
pintor académico y de momento o no conocía toda
su obra, o bien, no había tomado en cuenta varias de sus pinturas que
demostraban su pasión y la profusión del colorido y la forma. Ejemplo de ello
son el Retrato de Dolores Tosta, Muchacha
con paloma, Retrato de Leonor Rivas Mercado y, sobre todo, Mujer de la hamaca o del quetzal; además
de su obra mural en las iglesias antes mencionadas. En todas estas obras
comunica hondas vibraciones románticas, sensualidad y colorido de fuertes
contrastes unidos a tonos suaves. Hay una originalidad mexicana muy propia en
su paleta por la vegetación que emplea para enmarcar sus figuras humanas, el
manejo de los ropajes y lo sentimientos que puede proyectar.
Más adelante, en otro de sus párrafos nos
describe con gran belleza las “calidades táctiles del pintor”, que invitan a
quien observa sus cuadros a tocarlos para “palpar con los dedos de nuestros
ojos, al fin de gozar no sólo con la vista”. Por otra parte, le parece
admirable, sobre todo su dibujo.
Respecto a su personalidad, evoca que siempre
luchó contra los prejuicios europeizantes en sus enfrentamientos con el catalán
Clavé. A juicio de Villaurrutia, la postura del pintor era un brote de
nacionalismo en México, primera manifestación de la conciencia de la grandeza
del arte mexicano, precursor de la pintura en el país. En este mismo catálogo,
también colaboró el pintor y grabador francés, Jean Charlot, quien abundó sobre
la originalidad de Cordero. En su obra, ya se anunciaba el estilo mural que a
futuro se iba a desarrollar, por su brochazos gordos y colores fuertes.
Encontraba que había relación con la pintura popular y la estética mexicana;
ejemplo de ello es la cúpula en Santa Teresa La Antigua, pintura de la que “se
espantaron los timoratos ante lo fuerte y novedoso de su trazo”. Pensaba que
este trabajo era más válido para las generaciones presentes, que para el gusto
y comprensión de sus contemporáneos.
El poeta Carlos Pellicer habló en ocasiones
de la apertura de la exposición y manifestó que allí se presentaba a uno de los
más grandes artistas de México. Hizo hincapié en su gusto por el paisaje de
fondos tropicales, huertas y jardines. Cordero era, a su juicio, el ejemplo
noble de la clara inteligencia que existe en la plástica mexicana.
En el mismo evento, Diego Rivera tomó la
palabra para subrayar la importancia de los murales de Cordero, como
antecedente del movimiento muralista del siglo XX. Cordero, en el siglo XIX,
había afirmado el muralismo en su sentido laico, cívico y social, con un
trasfondo del país independiente y con un sentido profundo dentro de un
clasicismo mexicano.
Juan Cordero ha quedado presente, por
siempre, en un lugar determinante en la historia de las artes plásticas
mexicanas. Será recordado por su fuerte personalidad idealista, romántica y
nacionalista. Como pintor, jamás se ciñó a los aspectos puramente académicos,
encasillado en un preciosismo fútil. Siempre se enfrentó con honestidad y
fortaleza a los críticos de su tiempo que confundieron las estéticas con las
ideologías políticas. Sus detractores, de tendencias conservadoras,
persiguieron sus ideas y obra a causa de su pensamiento liberal y libre ante la
creación artística.
NOTAS
González Cosío, Bertha, Los Sepulcros de Santo Domingo y Cocheras:
una casa en el Centro Histórico de la Ciudad de México, México,
CONACULTA-INBA, 2007.
1.- Francisco de la Maza, El Palacio de la Inquisición, México,
UNAM, 1985, pp. 9 y ss. 2.- Pedro Álvarez y Gasca, La plaza de Santo Domingo, siglo XVI,,
México, INAH, 1971, pp. 60-61. 3.- Dela Maza, op. cit., p. 13. 4.- Mapa de la Plaza de Santo Domingo. http://www.mexicomaxico.org/Tenoch/TenochMapasSitiosFotos.htm; Álvarez y Gasca, op.
cit., pp. 75-76. 5.- De la Maza, op cit., p. 14. 6.- Martha Fernández, Arquitectura y gobierno
virreinal, México, UNAM, 1985, pp.245-248. Álvarez y Gasca, op cit., p. 47. 7.-Angulo Íñiguez, Diego de, Historia de arte hispanoamericano, Madrid,,
Editorial Salvat, 1945, t. II, p. 6 8.- Martha Fernández, op. cit., pp. 162 y 270. 9.- De la Maza, op. cit., pp. 28-30. 10.- Véase mapa: http://www.ninalluhi.com/mapa/index2.html 11.-De la Maza, op cit., p. 42. 12.-Rivera Cambas, Manuel, México Pintoresco y Monumental, México, Editorial Valle de
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de México, Salvat, t. VIII, pp. 1733-1748. 15.- Sosa, Francisco, Biografías de mexicanos distinguidos, México, Secretaría de
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Notario 486. Libro 3287, pássim. 19.- García Barragán, Elisa, El pintor Juan Cordero, México, UNAM,
1985, cfr. 20.- Ibid. 21.- Macedo, Miguel S., Mi barrio, México, DDF, 1988,
Colección Distrito Federal, pp. 20-67. 22.- Dirección de Monumentos Coloniales,
INAH, D/132-H. 23.- Dirección de Monumentos Coloniales,
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Centro Cultural Santo Domingo. 26.- Paul Eluard, “Dignos de vivir”, en
Gastón Bachelard, La poética del
espacio, p. 70. 27.- Bustamante, Carlos María de, Diario histórico de México, diciembre
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contra la insurgencia, en Rivera, José,
Diálogos de la independencia, México, INBA/SEP, 1985,
pp-45-54. 33.- Staples, Anne, Leona Vicario, México, Departamento Editorial de la Secretaría de la
Presidencia, 1976, p. 15. 34.- Ernesto de la Torre Villar, Los Guadalupes y la independencia, p. LXXV; José María
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México, Editorial Porrúa, 1965, t.
III, pp. 175-176. 35.- García, op. cit., pp. 32-35. 36.- Staples, op. cit., p. 21. 37.- García, op. cit., pp.49-50. 38.- García, op. cit., p. 15; Staples, op cit., p. 25. 39.- García, op cit., pp. 63-64. 40.- Ibid.,
p. 65. 41.- Staples, op
cit., p. 30. 42.- García, op. cit., pp. 63-66. 43.- Alamán, Lucas, Historia de México, México, Editorial Jus, 1942, t. III, pp.
385-387.; Bustamante, op. cit., cfr. 44.- Riva Palacio, Manuel, México a través de los siglos, México,
Editorial Cumbre, 1962, t. IV, p. 32. 45.- A/N Manuel Orihuela, Notario 486, I.,
3287, p. 37. 46.- García, op. cit., pp. 72-73. 47.- Bustamante, op, cit., t.I, p. 16. 48.- Staples, op cit., p. 38. 49.- Bustamante, , “Necrología”, cfr. 50.- Staples, op. cit., pp. 42-44. 51.- Bustamante, Diario histórico…, pp. 112-113. 52.- Staples, op.cit., pp. 47-48. 53.- García, op. cit., p. 82. 54.- Costeloe, Michael P., La primera República Federal de México
(1824-1835), México, FCE, 1983,
pp. 177-185. 55.- Costeloe, op, cit., pp. 316-317. 56.- García, op. cit., pp. 84-85. 57.- Staples, op. cit., pp.54-56. 58.- García, op. cit., pp. 86-87. 59.- Sosa, op. cit., p. 1069. 60.- García, op. cit. pp. 87-88. 61.- Archivo de Notarias Orihuela, op. cit., pp. 34-37. 62.- Ibid.,
s/n, 3 de octubre de 1880. 63.- La Marquesa Calderón de la Barca, La Vida en México, traducción de
Enrique Martínez Sobral, Prólogo del Marqués de San Francisco, México,
Librería de la Vda. de Ch. Bouret, 1920, t. II, p. 261. 64.- Elisa García Barragán, El pintor Juan Cordero, p. 13. La
fecha del nacimiento de Cordero difiere entre sus biógrafos; algunos afirman
que es el 16 de mayo de 1824. La autora presenta en su libro el acta de
nacimiento. 65.- Dublán, Manuel y José María Lozano, Legislación mexicana, México, Imprenta
del Comercio, 1876, t. iv., p. 600 y ss. Báez Macías, Eduardo, Guía del Archivo de la antigua Academia de
San Carlos (1843-1867), México, UNAM, Instituto de Investigaciones
Estéticas, 1976., D/4783. 66.- Esther Acevedo, et al., “El Patrocinio
de la academia y la producción pictórica”, en De la Fuente, Beatriz, et al., Las Academias de Arte (VII Coloquio Internacional en
Guanajuato), México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1985, pp.
89-120. 67.- García Barragán, op. cit., pp. 16-17 68.- Corrado Maltese, “Nazareni Accademici
di San Luca e Puristi nel primo ottocento romántico a Roma”, en De la Fuente,
Beatriz, Las academias de arte, pp.
61-79. 69.-Báez Macías, op. cit., D/4401 y 5246. 70.- Manzoni, Alessandro, Opere morali e filosofiche, Italia,
Arnoldo Mondadori Editore, 1958, vol IV. 71.- Báez Macías, 0p. cit., D/5862. 72.- García Barragán, op. cit., pp. 24-30. 73.- Marquesa Calderón de la Barca, op. cit., pp. 94-9574 74.- García Barragán, op. cit., p. 31. 75.- Rodríguez Prampolini, Ida, La crítica de arte en México en el siglo
IXI. Estudios y Documentos I (1810-1858), Documentos II (1858-1878), México,
UNAM Instituto de Investigaciones Estéticas, 1963., pp. 364 y ss. 76.- Ibid.,
pp. 382-389. 77.- Báez Macías., op. cit., d/1-371 Y 83. 78.- Villaurrutia, Xavier, Obras, recopilación de textos por
Miguel Capistrán y Luis M. Schneider, México FCE, 1966, cfr. 79.- Fernández, Justino, El arte del siglo XIX en México, México,
UNAM, Inst. Investig. Estéticas, 1967, pp. 271-272. 80.- Rodríguez Prampolini, op. cit., pp. 427 y ss. 81.- Ernesto Lemoine, La Escuela Nacional Preparatoria en el periodo de Gabino Barreda, pp. 110-111. 82.- Rodríguez Prampolini, op. cit., t. II, pp. 180-182. |
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