viernes, 16 de agosto de 2024

 

Los sepulcros de Santo Domingo

Y

Cocheras

 

Introducción

La labor del historiador es darle coherencia

en el presente a la riqueza del pasado

FERNAND BRAUDEL

Arriba `aparecen dos vistas parciales de mapas de la Ciudad de México, vemos una sección del plano  realizado por Pedro de Arrieta en 1737.y abajo una vista aérea fotográfica actual tomada de Google Earth, en ambos queda enmarcada el área que ocupó el conjunto religiosos de Santo Domingo y nos permite efectuar una comparación de lo sucedido en casi 3 siglos. De acuerdo con la numeración mostrada se tiene lo siguiente: 1.- Iglesia de Santo Domingo, 2.-Capilla del Santo Sepulcro, 5.- Capilla del Señor de la Inspiración, 6.- Capilla de Rosario,  7.-  Claustro de los Generales,  10.- Atrio del templo hoy convertido en plaza, 12.- Antiguo edificio de la Santa Inquisición, hoy Museo de Medicina de la UNAM, 13.- Antiguo edificio de la Aduana que hoy forma parte del conjunto de la Secretaría de Educación,  14.- Calle de la Cerca de Sto. Domingo, hoy Belisario Domínguez;  15.- Plaza de Santo Domingo 16.-.2a. calle de la Pila Seca, hoy República de Chile, 17.- Puerta Falsa de Santo Domingo y el cauce de la Acequia del Carmen, hoy República del Perú, 18.- Calle de Leandro Valle, 19.- Calle de los Sepulcros de Domenzain, hoy República de Brasil;

http://www.mexicomaxico.org/Tenoch/TenochMapasSitiosFotos.htm

 

El propósito de esta investigación es el destacar la importancia de la permanencia, en el espacio y en el tiempo, de un ámbito enclavado en la plaza d Santo Domingo, núcleo vital en el Centro Histórico de la Ciudad de México desde el siglo XVI hasta nuestros días.

         La casa en la esquina de las calles de los Sepulcros de Santo Domingo y Cocheras es así el hilo conductor de nuestra historia y nos lleva por los laberintos del pasado para conocer su origen, ocupación y desempeño hasta nuestros días. En el transcurso de todos estos años, nos va dando a conocer la huella de quienes la habitaron y le dieron vida a sus muros, con su brillante  presencia, que enaltece la historia patria: Leona Vicario, símbolo de fortaleza, dinamismo y entrega en aras de la libertad; Andrés Quintana Roo, fino poeta y hombre de letras, destacado participante en la formación del país; y Juan Cordero, pintor cuya creatividad permanece por encima del olvido, gracias a su rebeldía oportuna, acicate espiritual en la creación de su bella obra plástica.

         Estas personalidades, que han enriquecido con su empresa nuestra realidad, se mantienen presentes en este espacio, portador de su mensaje espiritual, y por tanto patrimonio cultural de la nación.

 

En estas dos imágenes se muestra arriba una vista en perspectiva de lo que fue, en conjunto, la Iglesia y el Convento de Santo Domingo, misma que se realzó en 1872 para promocionar la venta de muchos de esos predios a particulares y abajo aparece una litografía de la plaza de Santo Domingo y sus alrededores en el siglo XIX. Los números nos sirven para identificar lo siguiente: 1.- Iglesia de Santo Domingo, 2.-Capilla del Santo Sepulcro, 3.-capilla del Rosario, 4.- Capilla de la Tercera Orden, 5.- Capilla del Señor de la Inspiración, 6.- Claustro, 7.- Claustro de los Generales, 8.- Claustro, 9.- Claustro, 10.- Atrio del templo hoy convertido en plaza, 11.- Antiguo edificio de la Aduana,12.- Antiguo edificio de la Santa Inquisición, hoy Museo de Medicina de la UNAM, 13.- Calle de los Sepulcros de Domenzain, hoy República de Brasil, 14.- Calle de la Cerca de Sto. Domingo, hoy Belisario Domínguez; 15.- Plaza de Santo Domingo, 16.- Portal de Santo Domingo.

http://www.mexicomaxico.org/Tenoch/TenochMapasSitiosFotos.htm

 

Historia y semblanza arquitectónica del inmueble

 

La casa ubicada en la antigua calle de los Sepulcros de Santo Domingo (República de Brasil), número 37, esquina con la calle de Cocheras (República de Colombia), resulta ser un enclave de gran interés en el Centro Histórico de la Ciudad de México, porque su presencia ha logrado pervivir a través de cuatro siglos de existencia. De este modo, se le puede considerar  como protagonista del acontecer histórico por los personajes extraordinarios que una vez la habitaron: Leona Vicario, y Andrés Quintana Roo, figuras cruciales en la creación de la nación mexicana, así como Juan Cordero, excelente pintor con un lugar preponderante en las artes plásticas mexicanas.

         Las primeras noticias generales que se tienen del sitio datan de 1526, fecha en la cual la familia Guerrero cedió a los frailes dominicos unas casas con el fin de que las habitaran mientras se terminaba de levantar la iglesia y el convento para su orden en un terreno frente a las mismas.

         Felipe II, rey de España, consideró, en el año de 1560, que era necesario establecer el Santo Oficio de la Inquisición en los reinos de ultramar para  salvaguardar la unidad de la fe y asegurar un control sobre la conducta moral y las ideas de sus remotos súbditos. Con ese objeto, el 25 de enero de 1569 extendió una cédula real para su fundación en la Nueva España. Nombró inquisidores al doctor Pedro Moya y Contreras y a Juan de Cervantes, quien murió en Cuba y en su lugar quedó Pedro de los Ríos. El 12 de septiembre de 1571 arribaron a la capital y se establecieron en las casas antes mencionadas, todavía en posesión de los frailes dominicos que las desocuparon para el establecimiento del Santo Oficio en este lugar.

         A decir del doctor Moya, las casas eran “nuevas y cómodas que no se pudieran hallar otras tal al propósito en la ciudad”. Por igual Juan Suárez de Peralta afirmaba en comunicación al rey que “las casas eran muy grandes y principales”. (1)

            Para el año de 1571, la propiedad pertenecía a Juan Velásquez de Salazar, regidor en Nueva España, quien en 1568 había sido elegido por el Ayuntamiento, procurador en España. Sus bienes eran administrados por un apoderado, en vista de que entonces vivía en Madrid. Los inquisidores trataron de comprar las propiedades, pero como su dueño pedía por ellas 30 mil pesos, un precio muy alto, el doctor Moya optó por rentarlas y después adaptarlas a las nuevas necesidades que requería el Tribunal. (2)

            Las primeras casas de la Inquisición se conocen de manera imperfecta porque están señaladas en un plano primitivo, conocido como plano de la Universidad de Upsala, atribuido al cosmógrafo real Alonso de Santa Cruz, y  dedicado al emperador Carlos V hacia el año de 1556. En la opinión de Francisco de la Maza, se reconoce en el plano el trazo de la mano indígena; así, apunta la posibilidad de que haya sido realizado por un indio del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco. (3)

            En este plano se puede apreciar el Convento de Santo Domingo con un atrio cerrado, capillas posas y una gran cruz en el centro. Enfrente, en la esquina sur se ve una casa de cierta importancia, con la puerta al poniente, pequeñas ventanas y, en apariencia, con un techo de dos aguas. Por el lado izquierdo, se ve un árbol que indica la existencia de un jardín. Al lado derecho, pueden apreciarse dos casas que llegan hasta la esquina de la siguiente calle; en medio de ellas existe un terreno vacío. Se  tiene noticia que la casa mayor había sido construida cerca del año de 1524. (4)

            El inquisidor Moya pagaba, en 1574, 300 pesos anuales por la renta de la casa; pero, con el tiempo el propietario fue incrementando el precio hasta llegar a la suma de más de 700 pesos, a principios del año de 1578. Por ello, el Santo Oficio tomó la decisión de adquirir  las casas. Finalmente, se compraron después de ser aprobada la operación, por medio de una cédula real otorgada en Madrid en mayo de 1577. La transacción se hizo por la cantidad de 50 mil pesos. (5)

            Al paso del tiempo, se tuvieron que ir realizando varias reformas al edificio. A principios del siglo XVII se amplió la sede del Tribunal por las necesidades que la institución requería entonces para su buen funcionamiento. Estas obras fueron realizadas por el maestro Bartolomé Bernal, Arquitecto Mayor del santo Oficio. Para esta época ya ocupaban casi toda la primera calle de los Sepulcros de Santo Domingo y gran parte de la calle de Cocheras, llamada así porque en ella estaban las cocheras de los inquisidores. Antes, se encontraban en estos terrenos las casas de Cristóbal de Salamanca en el número 9 y la de Rodrigo Ximón en el número 10. (6)

            Poco tiempo después, los frailes pensaron en cambiar la puerta que daba hacia la calle de Santo Domingo, casi en la esquina con la calle de la Perpetua, porque se pensaba construir una capilla en ese lugar. Pretendían correr la puerta hasta la calle de Cocheras, porque el edificio estaba conectado entre sí, las cocheras con la casa de los inquisidores y de ésta partía un corredor que servía a  Juan Sáenz de Muñoz para entrar directamente al Tribunal; además había otra entrada al coro por el corredor del inquisidor Francisco de Estrada. (7)

         Paso a paso la propiedad iba creciendo. Se tiene noticia que de 1680 a 1695 se designó a Juan Montero, Maestro Mayor del Santo Oficio, quien realizó entonces algunas obras y reparaciones en las casas de la Inquisición en la calle de Cocheras. Estos bienes se construyeron con el fin de arrendarlos a particulares, así que eran usados como  viviendas, y  una de ellas se había dedicado para hogar de las beatas. (8)

Los sucesivos proyectos y adaptaciones al complejo d casas del Santo Oficio se debieron a las crecientes necesidades del Tribunal; por ello realizó una reconstrucción total del edificio principal, llevada a cabo por el Arquitecto Mayor y Veedor del Gremio, Pedro de Arrieta. Él sugirió en 1695 que se adaptaran y adquirieran algunos predios colindantes, con valor de nueve o  diez mil pesos, a fin de mejorar el  funcionamiento del Tribunal, y propuso abrir dos ventanas y dos puertas en la parte posterior del patio al lado  izquierdo de las cocheras. Sostenía que el nuevo proyecto otorgaría al edificio mayor carácter y  dignidad, acordes con su jerarquía. (9) Arrieta  realizó una bella obra arquitectónica, con gran armonía, sobriedad clásica y monumentalidad y es, en gran medida, el edificio  que ha prevalecido hasta nuestros días.

         A partir de ese momento el edificio sobresalió por su factura original de nobles y bellas proporciones; además, por estar situada en la plaza de Santo  Domingo, segunda en importancia  en la capital, se la consideraba centro vital en la vida  económica y  social de la capital del  virreinato.

         En cuanto a la casa que nos ocupa, según los datos obtenidos en algunos documentos consultados del archivo del Centro Cultural Santo Domingo se afirma que esta casa fue construida en 1764 por el maestro Lorenzo Rodríguez, Veedor del Gremio de Arquitectos y realizador de obras de bastante importancia, de acuerdo con datos del libro de Diego Angulo, según su bibliografía. Sin embargo, como se mencionó, , fue Pedro de Arrieta quien realizó estas obras 69 años antes, y quien propuso entonces la compra de los predios y ciertas obras en las cocheras pertenecientes desde tiempo atrás al Santo Oficio. Por igual, se conoce que algunas casas de la calle de Cocheras se empleban como inversiones de la Inquisición en bienes raíces y que al correr de los años se les fue asignando ocupaciones diferentes, quizá, que Lorenzo Rodríguez, en el siglo XVIII, realizó alguna remodelación en la casa de los Sepulcros de Santo Domingo y Cocheras.

Número 16 es Santo Domingo, detrás del edificio de la Inquisición es la calle de las Cocheras

http://www.ninalluhi.com/mapa/index2.html

         Del mismo modo, hay un documento del acervo documental del Centro Cultural Santo Domingo, presentado por el arqueólogo Carlos Salas en 1987, en el que dice que esta casa perteneció inicialmente al señor Bermejillo y después al  señor Romero y Fernández el 23 de mayo de 1713. También afirma que la escritura de venta y solares de la casa de Cocheras fue cancelada  y  que  pertenecían al mayorazgo de Francisco Valdés, y que fueron vendidos a la Inquisición en 6 mil 200 pesos. Hay  contradicción entre estos datos y los proporcionados por De la Maza y Álvarez Gasca, antes mencionados. Quizá Pedro de Arrieta comenzó estas obras y Lorenzo Rodríguez las terminó años después; pero, el predio no pudo pertenecer en esos años a las personas mencionadas, pues de tiempo atrás ya eran propiedad del Santo Oficio; tal vez, esas personas eran sólo arrendatarios de la casa, no propietarios.

Esta es una de las últimas fotografías que muestra el conjunto de Santo Domingo antes de que se echara abajo la capilla del Rosario, el atrio y el convento. Fue tomada por el francés Désiré Charnay en 1858, poco antes de emprender su célebre viaje al sureste del país.

https://relatosehistorias.mx/numero-vigente/la-afamada-plaza-de-santo-domingo-en-la-ciudad-de-mexico-del-siglo-xviii

         En el plano realizado por José Villaseñor y Sánchez en 1750, se aprecia que el complejo de edificios de la Inquisición poseía todo el terreno en la calle de los Sepulcros de Santo Domingo, desde la calle de Perpetua hasta Cocheras. Se observa el edificio principal habitado por el Tribunal del Santo Oficio y dos pequeñas construcciones frente a la iglesia de Santo Domingo que llegan casi hasta la esquina de la calle de Cocheras. Además, hay un amplio espacio de terreno  vacío atrás de ellas que da la impresión de ser un patio, y que hace de las construcciones un espacio común que parece ocupar gran parte de la manzana. (10)

            A principios del siglo XIX, debido a la situación política que vivía la metrópoli y al triunfo del liberalismo, las Cortes de Cádiz en España suprimieron el 22 de febrero de 1813 el Tribunal de la Inquisición. El decreto fue publicado en la Nueva España el 8 de junio del mismo año. El intendente de la Ciudad de México, Ramón Gutiérrez del Mazo, recibió  el edificio y los bienes del Santo Oficio, mediante numerosos inventarios. Después se determinaría el destino que debía dar al edificio y a las casas contiguas que ocupaban los inquisidores y sus bienes raíces. En las Salas del Santo Oficio se estableció la Renta de Lotería y las casas habitación de los inquisidores sirvieron de vivienda a los a los administradores de dicha institución. El edificio principal fue ocupado como cuartel, mientras las cárceles fueron dedicadas a los talleres de sastres, zapateros y artesanos, que trabajaban para la Proveeduría del Ejército. Los bienes generales de la Inquisición en ese momento eran 15 casas de arrendamiento y 66 mil 670 pesos el alhajas. (11)

Trabajos de demolición del convento de Santo Domingo de Ciudad de México, en octubre de 1861.

 https://relatosehistorias.mx/numero-vigente/la-afamada-plaza-de-santo-domingo-en-la-ciudad-de-mexico-del-siglo-xviii

         Durante el proceso de independencia de la Nueva España, Fernando VII, habiendo vencido al gobierno liberal, decidió restablecer la Inquisición el 21 de enero de 1814. Por medio de un edicto pastoral, mandó  les fuera devuelto todo cuanto había sido incautado. Sólo habían permanecido en la Ciudad de México los inquisidores Manuel Antonio Flores, Isidro Sáenz y Bernardo de Prado. Se les ordenó perseguir de nuevo los delitos de herejía, traición al rey y la lectura de libros prohibidos, bajo pena de excomunión mayor. Era manifiesto  el temor que experimentaba la Metrópoli por los sucesos de la Guerra de Independencia en el virreinato. Se  persiguió entonces a los diputados constituyentes de Apatzingán y a quienes participaban y eran simpatizantes de la insurgencia en México. Por ello, se les encarcelaba y muchos participantes fueron excomulgados y sacrificados por la Inquisición y el Ejército Realista. (12)

            El 29 de abril de 1820, se recibió en México la noticia de que al fin, Fernando VII había jurado de nuevo la Constitución Liberal; por ende, el virrey Juan Ruiz de Apodaca se vio impelido a firmarla también el 31 de abril del mismo año. Con ese motivo, el 10 de junio la Inquisición volvió a suprimirse, esta vez en forma definitiva y, de cuenta nueva, sus bienes pasaron a manos del gobierno  civil. (13)

            Al consumarse la Independencia en  1821, con el Plan de Iguala, quedó a la  cabeza de la Junta de la Regencia Agustín de Iturbide. El 21 de julio de 1822 fue coronado emperador, pero muy  pronto su gobierno fue derrocado por el Plan de Casamata, debido al descontento general hacia este  régimen. En 1823 fue instaurado el Supremo Poder Ejecutivo, compuesto por el triunvirato de Pedro Celestino Negrete, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria, antiguos insurgentes que determinaron, a través del Congreso, recompensar a las personas que  habían brindado su ayuda incondicional a la causa de la Independencia. (14)

En ese entonces, es cuando Leona Vicario recibe en reconocimiento a su labor a favor de la causa y de la restitución de sus bienes incautados por el gobierno virreinal, las propiedades de la calle de Santo Domingo esquina con Cocheras y los números 9 y 10 de la calle de Cocheras, inmuebles antes propiedad de la Inquisición y entonces en manos del gobierno civil.  Leona y su esposo Andrés Quintana Roo pasaron a habitar la casa de la calle de Santo Domingo, valuada en 16 mil pesos, donde habitarían  durante 19 años, hasta  la muerte de Leona el  21 de agosto de 1842. Quintana  Roo, poco tiempo después, dejó esta casa y se mudó a una residencia por el rumbo de la Merced. (15)

            Guillermo Prieto nos relata en sus Memorias que, como la casa resultaba adecuada para dividirse en dos partes, Leona y Andrés vivieron en los altos y rentaron la parte baja, según la costumbre de la época. Tuvieron como primer inquilino a Antonio  López de Santa Anna, famoso por haber encabezado el Plan de Casamata que terminó con el gobierno del emperador Agustín I. En ese tiempo se decía que Santa Anna era novio de la sobrina de Leona, María Luisa Vicario. También se comentaba que la casa lucía muy bonita con macetas bien cuidadas y faroles vistosos. Se veía siempre gran movimiento de gente que entraba y salía, unos para entrevistarse con el diputado Quintana Roo, otros para visitar al hombre del día, Santa Anna. (16)

            De acuerdo con el testamento de Leona, ella rentaba también las casas en la calle de Cocheras y mandó hacer varias reformas y mejoras de importancia a dichos inmuebles, aumentando por tanto su valor. Siguiendo  al cronista Manuel Orozco y Berra, las casas que en esta época tenían faroles en los balcones o en las puertas, pertenecían sólo a los pudientes con buenas propiedades; en los sectores pobres de la ciudad había una oscuridad total. No se mejoró el alumbrado general de la capital sino hasta 1849. (17)

            No se sabe con exactitud cuál fue el destino que tuvo esta casa después de que la dejara Quintana Roo. Algunos autores opinan que  quizá un tiempo la habitó su hija casada Genoveva, o bien, la vendieron según la última voluntad de Leona, para poder cumplir con todas sus determinaciones testamentarias. (18)

            En cuanto a la familia Cordero, no se cuenta con ninguna documentación que acredite en qué momento ellos pasaron a habitar la casa. Se tiene noticia que vinieron de Puebla a la capital cerca de 1840. Como sabemos, Quintana Roo dejó la casa hasta fines de 1842 o principios de 1843. En el caso de que esta familia hubiera  rentado o comprado la casa, Juan habría  vivido ahí muy poco tiempo antes de partir a Europa, pues dejó el país el 1º de junio de 1844 y regresó a México hasta fines de 1853. Así, puede pensarse entonces que quizá vivió en este domicilio hasta por los  años sesenta, época en que contrajo matrimonio con Ángeles Osio. Después Cordero haría viajes a la provincia durante varios años. El pintor murió en el pueblo de Popotla en mayo  de 1884, según las notas necrológicas en los diarios capitalinos. De este modo, sólo pudo haber habitado esta casa en dos momentos de su vida: de 1843 a mediados de 1844 y de 1854 a 1860. (19) De acuerdo con la opinión de su biógrafa, Elisa García Barragán, Cordero quizás nunca  vivió en esta casa, pero no  se tiene ningún documento que acredite este hecho. (20)

            Manuel S. Macedo, en su reseña sobre el barrio  del Reloj y la plaza de Santo Domingo durante el siglo XIX, nos relata que era un espectáculo ver en la mañana temprano el tránsito de los rebaños por las calles hasta llegar a la plaza. Había ordeña  de vacas todos los días pare el entrego de leche, tarea que el consumidor exigía presenciar llevando su propia vasija para poner su leche, que le costaba seis centavos por un “cuartillo” (medio litro).

         Macedo afirma que en ese tiempo había pocas casas para  el uso civil en la plaza; no pasaban de cinco o seis; empero, era considerado un barrio importante de la ciudad por ser el camino más directo para ir a la plaza mayor de Santiago. En 1861, la plaza era famosa porque se empleaba la pared del Convento para fusilamientos. En esa fecha fueron fusilados por el ejército francés algunos mexicanos que militaban en las filas de los Republicanos contra  el Imperio. Otra ejecución famosa fue la de Santiago Vidaurri, ex gobernador de Nuevo León que se pasó a las filas del Imperio de Maximiliano, fusilado en 1867; mientras duraba este acto, la banda militar ejecutaba “Los Cangrejos”, canción popular contra la ideología monarquista. Debido a esta práctica, durante  muchos años podía verse, en las primeras horas de la noche, velas encendidas frente al paredón por los  deudos de los fusilados y mujeres enlutadas llorando. Esto daba al ex atrio un aspecto muy fúnebre que asustaba a los transeúntes.

         El cronista nos describe la calle de Cocheras con la mayoría de sus casas privadas, de dos pisos, habitadas por personas de buena o mediana posición económica. En la casa de la esquina suroeste, cuya entrada era por la calle de los Sepulcros de Santo Domingo, vivió por muchos años Manuel Cordero, hermano del pintor, de profesión abogado, que contaba  con un reconocido bufete hacia 1870, de acuerdo  con el cronista. Al retirarse, ya en los  últimos años de su vida, se dedicaba a cultivar un huerto en los terrenos de la fábrica de Hilados y Tejidos La Fama Montañesa, en Tlalpan, propiedad de su yerno Ricardo Sainz. (21)

            La casa continuó en posesión de los descendientes de Manuel Cordero hasta el presente. Existen documentos en los Archivos de la Dirección de Monumentos Coloniales del Instituto Nacional de Antropología e Historia, donde Ana y Elena Cordero Codallos solicitaron un permiso el 1º de noviembre de 1930 para ensanchar la puerta principal de su inmueble y hacer algunos cambios en la fachada.

         El 22 de noviembre de 1930 solicitaron otro permiso para alterar de nuevo la fachada y algunos muros de la casa, pues rentaban los bajos para comercios que requerían puertas y cortinas metálicas, en lugar de las ventanas originales en la fachada. (22)

            El 8 de agosto de 1957, la Dirección de Monumentos Coloniales realizó un informe sobre la inspección ejecutada en la casa de la calle de Brasil 37. En el documento se declara que la planta baja del inmueble se reacondicionó para comercios en la esquina que forman las calles de Brasil y Colombia. Se notifica que la parte alta presenta agrietamientos en las nueve habitaciones y, debido a los asentamientos, los pisos se encuentran en mal estado.

         Asimismo, se manifiesta que la vivienda está desocupada y que en ella se guardan muebles antiguos y pinturas. Especifican que su construcción es antigua, de bóveda catalana, con vigas de madera  en buen estado y pisos de ladrillo recocido. (23)

            El 13 de diciembre de 1978, la familia Campillo Sainz vendió esta propiedad, considerada monumento histórico, al gobierno federal. Mediante un acta notarial, declaran  que la adquirieron por herencia de su madre la señora María Elena Sainz, viuda de Campillo (nieta de Manuel Cordero). La familia Campillo Sainz vendió la propiedad, el mobiliario y las obras de arte, consignadas en un inventario del avalúo 78-484 de fecha 17 de febrero de 1976, con un valor de 11 millones 761 mil 650 pesos. El 14 de agosto de 1978 se revalorizó el monto, se dio entonces un valor comercial al inmueble por cuatro millones 532 mil 350 pesos. Después se comunicó que finalmente, el 8 de noviembre de 1978 la operación había sido aprobada por la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas por la suma de 20 millones de pesos. (24)

            La casa entonces pasó  a ser el Centro Cultural Santo Domingo, dependiente del Instituto Nacional de Bellas Artes; se ocuparía primero como Galería de Arte, y después sería serie de un museo de sitio.

         El decreto fechado el 13 de junio de 1979 salió publicado en el Diario Oficial de la federación el dia 11 de abril de 1980. El Centro Cultural santo Domingo abrió sus puertas con el objeto de dar a conocer los bienes y obras de arte y  su relación con la evolución histórica de la plaza de Santo Domingo entre  el periodo colonial y nuestros días para presentar exposiciones nacionales e internacionales. Su propósito era promover las actividades artísticas nacionales.

         A principios de 1991, el licenciado Rafael Tovar y de Teresa, entonces director del INBA, propuso  fundar en este sitio el Centro nacional de Información y Promoción de la Literatura, ahora Coordinación Nacional de Literatura. Con ese fin se llevaron a cabo las obras de remodelación necesarias para  su  funcionamiento. (25)

 

Sus moradores. Personajes relevantes de nuestra historia patria:

Leona Vicario, Andrés Quintana Roo y Juan Codero Hoyos

 

 

Cuando las cimas de nuestro cielo

se reúnan mi casa tendrá un techo.

PAUL ELUARD (26)

 

En las primeras décadas del siglo XIX habitaron la casa en Santo Domingo Leona Vicario y Andrés Quintana Roo. Sus viejos muros atesoran su recuerdo  a través de los  años. Esta propiedad les fue significativa en su visa ya que les proporcionó un sentimiento de paz y seguridad, después de muchos años de sufrimiento en aras de la persecución de sus ideales libertarios.

         Soledad Leona Camila nació en la Ciudad de México el 10 de abril de 1789, en el seno de una familia acomodada. Su  padre  era oriundo de España, Gaspar  Martín Vicario, dedicado con éxito al comercio y con un lugar  privilegiado en la vida del virreinato de la Nueva España. Ocupó puestos honoríficos de importancia: Familiar de número del Santo OOficio de la Inquisición, Regidor Honorario de la Ciudad de México, Cónsul del Tribunal de Mercaderes y Conjuez de Alzadas del Tribunal de Minería. En primeras nupcias se casó con Pedra Elías Beltrán, con quien tuvo dos hijas, María Brígida y María Luisa, futura marquesa de Vivanco. En segunda nupcias se casó con Camila Fernández de San salvador y Montiel, madre de Leona, descendiente de Fernando de Ixtlixóchitl, nacida en Toluca, cuya familia  contaba con una economía  sólida y un lugar de cierta importancia en la administración  virreinal.

         Leona fue una mujer de carácter muy diferente al común denominador de sus contemporáneas, le gustaba el estudio, aprendió el idioma francés, con el fin de leer los libros novedosos que llegaban de Francia; además tenía  acceso a la excelente biblioteca de sus tíos maternos; gustaba de pasar  el tiempo pintando y se conoce que podía escribir con bastante fluidez. (27)

            Sus padres fallecieron en el año  de 1807, cuando Leona tenía 18 años; por ende, se puede deducir que su  formación más abierta y el carácter tendiente  a la libertad los obtuvo al lado de sus padres. Después, quedó bajo la tutela de su tío materno, Agustín Pomposo, de ideas conservadoras, abogado  famoso de la Real Audiencia, tres veces rector de la Real y  Pontificia Universidad, presidente del Tribunal Superior y abogado del virrey.

         A causa de que sus  padres murieron de enfermedad  infecciosa y  siguiendo los últimos deseos de su  madre, abandonó su casa y bienes para instalarse con su  tío Agustín. Se tiene noticia de que con ese fin se gastó una pequeña fortuna para vivir rodeada de las comodidades y  del lujo a los que estaba acostumbrada, atendida por numerosa servidumbre. (28)

            Su madre, antes de morir dejó concertado el matrimonio de Leona, según la costumbre, por medio de unas capitulaciones matrimoniales firmadas en 1807. Se le consideraba  un buen partido por su belleza, distinción y talento; además de que contaba con una herencia de 165 mil pesos que su padre le había legado. Su prometido  era Octaviano Obregón, nativo de Guanajuato; lo conoció en la capital, donde había hecho sus estudios de abogado. Él también venía de familias adineradas, propietarios  de minas. (29)

            En esa época tuvo lugar el primer brote independentista en la Ciudad de México, suceso  que  marcó  la vida de Leona porque a partir de ese momento se despertó en ella una conciencia firme de la necesidad de la emancipación  de México. Su destino personal también cambió, tomando un derrotero muy diferente, porque al ser depuesto el virrey José de Iturrigaray, la familia de su prometido, muy allegada a este gobierno, se vio en la necesidad de regresar a Guanajuato. Octaviano decidió después ir a  vivir a España con el fin de encontrar nuevas oportunidades de trabajo, aunque siempre dispuesto a cumplir su compromiso matrimonial, una vez que lograra  establecerse.

https://inba.gob.mx/prensa/12837/leona-vicario-poeta-considerada-la-primera-periodista-en-mexico

         Por su parte, Leona desde entonces comenzó a mostrar su apoyo al movimiento insurgente con gran pasión e ímpetu. A decir de Bustamante, lo proclamaba sin ningún empacho, en ocasiones hasta con imprudencia:

         Salía al balcón de su casa y gritaba ¡Vivan mis hermanos los insurgentes! A veces pernoctaba en su cuartel general y estaba pendiente del progreso del movimiento. (30)

            En 1809 llegó a casa de su tío, un joven y atractivo yucateco, Andrés Quintana Roo. Había llegado a la capital para cursar la carrera de abogado, recibió sus grados de la mano de Agustín Pomposo. Después eligió  su  bufete para hacer los dos  años obligatorios de pasante pata obtener el título de abogado.

         Andrés había  nacido en Mérida, Yucatán, el 30 de noviembre de 1787. Venía de una familia  similar a la de Leona, donde el padre José Matías Quintana era comerciante con yuna posición bastante  destacada: fue Procurador Síndico General, Capitán de la Milicia Urbana y Alcalde de Mérida. Los padres de Andrés sustentaban ideas liberales y lo enviaron al Seminario Conciliar de San Ildefonso, bajo la tutela de Pedro Moreno. Por lo mismo no es de extrañar que pronto Andrés y Leona iniciaran una buena relación fincada en al afinidad de ideas y metas. (31)

            Andrés entonces gozaba de la estimación de los Fernández de San salvador; con ellos compartía su profesión y el gusto por la poesía, pero no las ideas políticas, pues ellos eran militantes realistas. (32) Por ello, cuando Andrés osó poner los ojos en Leona, don Agustín impidió a su sobrina con severidad, arguyendo su  compromiso con Obregón, pese a que ya habían pasado tres años de su partida y todavía no  daba señales de cumplir con su palabra. Para  ese momento, Leona ya había olvidado a su antiguo prometido y deseaba casarse con Andrés, pero su  tío inflexible no permitió  que  se efectuara la unión, aunque  Leona ya tenía  23 años, y según los conceptos de la época, ya  era tiempo de casarse para no “quedarse a vestir santos”. Decepcionado Andrés con la negativa optó por unirse a las fuerzas revolucionarias y partió con Manuel, el hijo primogénito de don Agustín, al campamento de Ignacio Rayón en Tlalpujahua, Michoacán. (33)

            A partir de julio de 1812, Andrés Quintana Roo se dedicó a manejar la imprenta insurgente; publicaba El Ilustrador Americano, El Ilustrador Nacional y más adelante El Semanario Patriótico Americano.

         Por su parte Leona se unió con ardor a la causa; mantenía constante correspondencia con los jefes rebeldes y los auxiliaba  como  enlace desde la capital. Recibía a muchas personas en su casa, convertida en centro de reunión insurgente; asimismo, enviaba dinero, alimento y ropa para las tropas. Más adelante  logró convencer a los expertos armeros vizcaínos, fabricantes de armas para el gobierno virreinal, que se trasladaran al Campo de Gallo de Tlalpujahua, a fin de establecer una fábrica de armas para  la insurgencia. Siempre se la veía actuando con decisión a favor de la independencia. En la capital arreglaba los  asuntos pendientes de los que se habían unido al movimiento y por igual ayudaba a las familias de los apresados. Fue miembro entusiasta del grupo secreto subversivo  de Los Guadalupes, donde destacó por su entrega y generosas aportaciones económicas. Ellos operaban en las principales ciudades de la Nueva España y  se mantenían en constante  comunicación con la Junta de Zitácuaro a la que tenían al tanto de todos los movimientos del gobierno. Esta organización inspiraba verdadero temor a las autoridades por sus expeditas actividades siempre precisas y  temerarias. El grupo  contaba  en sus  filas con miembros de la magistratura, de la alta  burocracia virreinal, clérigos, militares y gente del pueblo. Iniciaron sus actividades a partir de 1811. (34)

            Muy pronto sucedió lo inevitable, Leona fue descubierta por los  espías del gobierno: uno de sus correos fue interceptado el 27 de febrero de 1813 en Tlanepantla, y quedó al descubierto su carga. Leona siempre había sido cuidadosa en el envío de noticias, incluso, había elaborado una clave para no comprometer a la causa. Designaba a sus miembros con seudóminos, nombres tomados de las obras que leía: Telémaco, Robinson, Lavoisier, etc. Ella se firmaba como Henriqueta. Por desgracia, el arriero pudo identificarla como la persona que pagaba el servicio. El captor fue Anastasio Bustamante, entonces capitán realista, persona con quien Leona en el futuro siempre estaría en conflicto.

         La Real Juna de Seguridad y Buen Orden, comandada por el arzobispo Francisco de Lizarra y Beaumont, de inmediato mandó una comisión a la casa de Leona para tomar su declaración, cortesía que otorgó en atención a su posición social y a la reputación de su familia.

         Leona no se encontraba ahí, porque al momento de salir de misa de La Profesa, fue puesta en aviso de lo ocurrido. Siempre de decisiones rápidas optó por escapar, y tomó un coche de alquiler con sus dos damas de compañía, sin advertirles sus planes pues fingió que deseaba ir de paseo a San Juanico. Desde ahí mandó llamar a su ama de llaves para que le llevara dinero y alimentos. Después se refugió en un jacal próximo al convento de San Joaquín.

         Leona estaba decidida a marcharse a Michoacán donde se encontraba Andrés y sus correligionarios; con gran presencia de ánimo, ella y sus acompañantes caminaron cuatro leguas al pueblo de San Antonio Huixquilucan. Ahí escribió a Tlalpujahua pidiendo ayuda, que mandaron con presteza, pero desafortunadamente llegó a destiempo. Su tío pudo averiguar primero su paradero y le envió dos cartas para convencerla de regresar a la capital. Le hacía  saber que había conseguido un indulto, y por lo tanto no correría ningún peligro, siempre y cuando confesar todo lo que sabía a las autoridades. La otra carta la enviaba el padre José Manuel Sartorio, miembro de Los Guadalupes y amigo de Quintana Roo, donde le suplicaba  que desistiera de su actitud y le aconsejaba no aventurarse de ir a Michoacán, por ser un viaje difícil y riesgoso para  mujeres solas.

         A pesar de las noticias y la tremenda fatiga del momento, Leona no aceptó estas propuestas. Poco después su tío Juan Raz y Guzmán, también miembro de Los Guadalupes, se reunió con ella y pudo convencerla de regresar. Pronto se enfrentaría a situaciones muy dolorosas y desagradables.

         Su tío Agustín pensaba que Andrés era quien había inducido a Leona y a su hijo a participar en la insurgencia en venganza porque le había negado la mano de su sobrina. Creía que esta fuga se debía a una intriga “infernal” urdida por el despechado novio. (35).

            Desde luego, esto no es verdad; puede afirmarse con certeza que ella se había dedicado a trabajar a favor de la independencia por inspiración propia, consciente de la realidad que imperaba en la Nueva España. De hecho, ella sustentaba  estas ideas antes de conocer a Andrés.

         Cuando  Leona regresó a la capital, el 11 de marzo de 1813, se encontró con que su  casa había sido saqueada por los agentes del gobierno al buscar evidencias en su contra. Dos días después, su tío la llevó al Colegio de Belén, dirigido  por el doctor Matías Monteagudo, Inquisidor Honorario. Ahí quedó en condición de reclusa forzada. Ese colegio era un asilo para mujeres cuya honestidad peligraba en el mundo y que no eran candidatas aceptables para ingresar en un convento, por considerarlas delincuentes. (36) Por ello, las asiladas estaban sujetas a reglas muy rígidas: se levantaban  a las cinco de la mañana y pasaban el día rezando y oyendo lecturas religiosas; acostumbraban los sacrificios corporales y el ayuno, siempre vigiladas por un amplio número de celadoras.

         Su tío avisó a las autoridades que Leona quedaba a disposición de la justicia para ser procesada. Le destinaron un cuarto  que daba al patio principal contiguo a la portería y dejaron a dos matronas encargadas de su vigilancia, con la orden de jamás perderla de vista e impedir que tratara con nadie. (37)

            Como Félix Calleja se había  hecho cargo del gobierno desde el 4 de marzo de 1813, se encargó personalmente del proceso. Con el fin de que no saliera de Belén, les fue proporcionado un cuarto secreto donde el día 17 de marzo le tomaron declaración. Leona jamás perdió su  extraordinario carácter y fortaleza, sólo  reconoció que había escrito cartas a su primo Manuel, en ese momento ya fallecido, en las que trataba temas sin mayor trascendencia.. Al preguntarle por la identidad de los destinatarios de las cartas confiscadas, con gran valor se negó categóricamente a dar los nombres, consciente del grave daño que les podía  causar, sobre todo, a quienes se encontraban en la Ciudad de México. Incluso dijo estar dispuesta a llegar hasta el último suplicio.. Empero, habló acerca de quienes no podían sufrir persecución, pues estaban más allá del brazo judicial, en tierras dominadas por los insurgentes. Por esta actitud, el juez le advirtió que de no proporcionar dicha información no salvaría la vida.

         A la postre, le hicieron firmar una confesión aunque sin los datos que interesaban al virrey, donde sólo reconoció haber escrito y enviado dos pistolas a su primo.. Para poder salvarse usó de su ingenio y, si en algún momento renegó de la insurrección, lo hizo con el fin de poder encubrir a sus colaboradores.. En todo momento con entereza soportó las largas diligencias con continuas amenazas que la enfermaron, pero jamás la doblegaron. El proceso terminó con el dictamen de su formal prisión en el Colegio de Belén y la confiscación de sus bienes. Su herencia ascendía a 85 mil 400 pesos, fortuna considerable en su época  que estaba invertida por el Consulado de Veracruz en el peaje y avería del camino de México a Veracruz y producían una renta anual de 4 mil 270 pesos. Desde el inicio del proceso, la junta había ordenado al consulado ya no tocar ese capital para privar a la acusada de sus rentas, procedimiento contrario a las leyes acordadas en la Constitución de Cádiz de 1812, vigente en ese momento. (38)

         La prepósita del Colegio hizo saber al juez que no consideraba seguro el establecimiento como prisión para Leona, que quizá podía evadirse; por ello las autoridades avisaron a  su tío que buscara, a la brevedad, un sitio más adecuado para la reclusión de su sobrina, pues de lo contrario sería llevada a la cárcel.

         Gracias a la influencia de don Agustín, se logró que permaneciera ahí, pero la más estricta vigilancia. Sin embargo, poco iba a durar Leona encerrada, pues los insurgentes no la abandonaron. Se pusieron en contacto con Los Guadalupes, que les dieron todos los datos necesarios. Los coroneles Francisco Arroyave, Antonio Vázquez Aldana y Luis Alconedo del rescate. Curiosamente, Quintana Roo no tomó parte  en el lance; no se conoce la razón por la cual no se presentó en la capital para salvar a  su  amada; se tiene noticia de que en ese entonces se encontraba en Michoacán.

         El día 22 de abril, seis hombres a caballo y bien armados se apostaron frente al costado norte del edificio, tres acudieron a la reja a las 7 de la noche, hora de cerrar el portón, dos penetraron y uno se quedó en la puerta vigilando. Uno de ellos buscó el apoyo de Leona; ella desde luego no estaba enterada de nada y no conocía a sus salvadores. (39) Muy angustioso debió de ser ese momento para Leona, cuántos pensamientos de temor y duda debieron cruzar por su mente, pues aquel hombre bien podía ser enviado del virrey para secuestrarla y darle muerte. Por fortuna, pudo reaccionar y reconocer a su rescatador como insurgente y salir con prontitud.

         Los fugitivos no pudieron dejar la ciudad como habían planeado, porque el virrey fue avisado al momento y  sin dilación mandó a rastrearlos por todas partes y  cerrar las garitas de la capital. Al día siguiente, salieron edictos y pregones donde se amonestaba a Leona a presentarse ante Calleja; por toda  esta situación, permanecieron ocultos por largo tiempo. En la ciudad, todo el mundo hablaba  del suceso, por doquier comenzaron a correr historias. Leona  ya era sujeto de la admiración y elogio para unos, y para otros de la maledicencia y el escarnio.

         Cuando al fin la vigilancia disminuyó lograron salir disfrazados de arrieros. Ella iba pintada de negra y vestida en harapos sentada sobre unos huacales con cueros de pulque y verduras. No se conformó sólo con salvarse, sino que también aprovechó para llevar ocultos botes con tinta de imprenta y letras de molde para la prensa insurgente. (40)

            Se dirigieron a Oaxaca, tierra conquistada por Morelos; el viaje fue muy penoso por la lejanía y el continuo paso a través de los destacamentos realistas. Una vez en Oaxaca, su situación no cambió, continuaría por un tiempo su calvario de privaciones, pues no contaba  con recursos pecuniarios, todavía vestida con los mismos harapos de su disfraz y en la más completa pobreza. Hasta después de algún tiempo encontró a algunos amigos que la ayudaron, como Carlos María de Bustamante, quien la alojó y después le escribió a Morelos sobre la difícil situación que Leona experimentaba. Pronto contestó desde Chilpancingo, preguntándole donde quería radicar y  cuáles eran sus necesidades más inmediatas. Por el momento, ella se abstuvo de pedir nada, Pero, dos meses, después, en diciembre de 1813, recibió 500 pesos del gobierno de Oaxaca, por orden del Congreso de Chilpancingo que le reconocía los sacrificios sufridos en aras de la causa. (41)

            De nueva cuenta, Quintana Roo no hace acto de presencia. Resulta bastante extraño que su amado no tomara cartas en el asunto de inmediato y no se puede entender el porqué de esta actitud, de aparente desinterés ante las vicisitudes de Leona, sobre  todo, cuando vemos que otros ilustres insurgentes se ocuparon de auxiliarla con gran diligencia.

         Quintana Roo se encontraba  en ese momento con el grupo  de Constituyentes de Chilpancingo. Ahí realizó una labor importante como presidente del Congreso colaborando en la redacción del Manifiesto a la Nación y el Acta de Declaración de Independencia.

         Mientras tanto, Leona, ya con una situación más llevadera, aguardaba el momento adecuado para reunirse con Andrés. No se sabe con exactitud cuándo llegó a Chilpancingo, pero según parece, fue a fines de 1813. (42) Cuando al  fin se encontraron de nuevo contrajeron matrimonio. Se desconoce el sitio y la fecha en que tuvo lugar este  evento. Algunos autores indican que se llevó a cabo en la parroquia de Chilpancingo, sede del Congreso, otros  afirman que no se ha encontrado el acta de matrimonio, por lo que se ha manejado también la idea de que Leona era amante de Quintana Roo.

         Lucas Alamán, siempre enemigo de los independentistas, comenta en su Historia de México, en tono difamatorio, que la miseria de Leona  en Oaxaca habría continuado si  su antiguo amante Quintana Roo no le hubiera proporcionado dinero con que subsistir; ella había pasado poco después a Tlalpujahua donde al fin se había casado con su amante. (43)

            Las especulaciones sobre este matrimonio causaron tanto revuelo, que años después, cuando Quintana Roo tuvo un conflicto político, utilizaron este asunto para tratar de manchar la reputación de ambos. (44)

            A la postre, el documento que puede sacarnos de dudas es su testamento, en que declara en el apartado 13:

         Estar casada y velada según el orden de nuestra Santa Iglesia, con el señor licenciado don Andrés Quintana  Roo. (45)

            Para fines de enero de 1814 comenzaron las amargas derrotas insurgentes y la tenaz persecución de las fuerzas realistas. De nuevo, veremos a la pareja sufriendo con las angustias del  duro peregrinar por varias localidades, siempre acosados por el enemigo y expuestos a un sinnúmero  de peligros y  privaciones; caminaban largas jornadas y se alojaban en chozasmiserables o permanecían en la intemperie.

         Mientras tanto, en la capital, se había abierto un nuevo proceso contra Leona. En su ausencia, se la había convocado con edictos y pregones, pues se había burlado de las autoridades en el juicio anterior, y además se había evadido del Colegio de Belén. Al no presentarse, el virrey dispuso de su caudal en el Consulado de Veracruz  el 5 de marzo de 1815. Mandó que se enviaran 50 mil pesos al Comandante  General del Apostadero de Marina de La Habana, la mitad del resto a la Plaza de Panzacola y la otra mitad a la Isla del Carmen, para  sus urgentes atenciones. El 4 de julio de 1816 fueron confiscados todos sus demás bienes, rematados a precios  ínfimos. (46) Bustamante nos da otra versión del destino de su fortuna, empleada para cubrir los gastos del enviado de España a Washington. (47)

            En agosto de 1815, Manuel de la Concha, comandante de las fuerzas realistas y quien en el pasado había sido cajero del padre de Leona, le ofreció el indulto; le tenía afecto porque la conocía desde niña. Esta idea, lejos de agradarle, la llenó de furia porque de la Concha para encubrir su ayuda, había escrito al virrey diciendo que ambos parecían deseosos de separarse de los rebeldes y que solicitaban el indulto. Leona desechó la propuesta y le mandó decir que si volvía a tratar de seducirla con el perdón, haría que fusilaran a sus enviados.

         Más tarde hubo otro negociador, el brigadier Ciriaco del Llano, quien por medio del cura José María Zerrato comunicó a Quintana Roo la posibilidad de obtener un nuevo indulto, donde se le prometía respetar su persona, familia y bienes. Él aceptó, pero en apariencia sólo para tender una celada a los realistas. El documento, firmado el 27 de octubre de 1815, fue enviado a Michoacán donde se encontraban ambos. El plan no pudo llevarse a cabo, así que Quintana Roo optó por dejar el campamento sin hacer uso de él. Éste era el mismo día en el que Morelos fue aprehendido y  al poco tiempo fusilado. La decadencia del movimiento independentista comenzaría pronto. (48)

            En vista de la difícil situación, muchos insurgentes decidieron aceptar el perdón, pero Andrés y Leona siguieron peregrinando durante todo el año de 1816. Iban de un lugar  a otro en la región de Sultepec; estaban desesperados, solos y sin recursos, aunque siempre auxiliados por los campesinos. Por aquel tiempo, Leona estaba encinta y dio a luz a una niña el  3 de enero de 1817, en una cueva en Achipixtla; un huacal sirvió de cuna a la niña, a quien le dieron el nombre de Genoveva, apadrinada por el general Ignacio López Rayón. (49)

            En seguida, se refugiaron en una barranca escondida en Tlacocuspa, cerca de Sultepec, donde al fin fueron descubiertos por un antiguo insurgente indultado, quien dio aviso a las autoridades.

         Otra vez, se veía a Quintana Roo actuar en forma muy egoísta, pues escapa sólo y deja a atrás a Leona con su hija. Esta acción es a todas luces irresponsable, pues es obvio que Leona quedaba totalmente desprotegida. Además puede afirmarse que frente  a la justicia virreinal, ella estaba en una situación bastante más comprometida que su marido.

         Antes de partir, Andrés había extendido una breve petición de indulto a nombre de ambos, con fecha 12 de marzo de 1818. En su descargo, trataba de explicar que sin duda las autoridades españolas tratarían a Leona con indulgencia. Desde luego, no fue así; la llevaron en calidad e presa a San Pedro Tejupilco, trayecto que Leona  tuvo que hacer a pie, llevando en brazos a su hija. Este documento se entregó  después al coronel Miguel Torres en Temascaltepec, quien decidió  concederle el indulto.

         Mientras tanto, Quintana Roo entero de que Leona estaba presa y que maltratada. Arrepentido trató de salvarla a cualquier costo, incluso el de la traición a su causa. Con poco valor y ya a destiempo, escribió  contra la insurgencia, incluso ofreció hacer cuantos servicios pudiera al monarca español, siempre y cuando le aseguraran la libertad y el buen trato de su esposa y la restitución de sus  derechos de ciudadana. Finalmente, el 27 de marzo de 1818, el virrey firmó los documentos que daban por terminado el problema, pero con la promesa de que pusieran fin a sus actividades revolucionarias. La única condición que les impusieron fue la imposibilidad de radicar en la Ciudad  de México y  la obligación de partir, lo más pronto posible, a radicar  a España.

         La pareja decidió vivir en Toluca, en vista de que Leona tenía muchos familiares que residían ahí. Desde esa localidad  su esposo comenzó a tramitar con el gobierno la restitución de los bienes incautados, con el fin de tener los medios para poder partir a España, de acuerdo con el compromiso contraído con el gobierno. No se pudo lograr nada; pues las autoridades ya  habían dispuesto de la totalidad de los bienes, y aunque ordenaron al Consulado  de Veracruz que le pagaran a Leona ocho o nueve mil pesos, jamás pudieron cobrar ni un centavo. Entonces Andrés dedicó todos sus esfuerzos a conseguir el permiso para habitar en la capital y no en España.

         Unos meses después, pudieron salir de Toluca. Andrés decidió entonces finalizar  sus  estudios para  obtener el título de abogado en el Ilustre y Real Colegio de Abogados, donde se inscribió el 22 de agosto de 1820. Se instalaron en una casa alquilada y al poco tiempo nació su  segunda  hija Marga Dolores. Andrés comenzó  con entusiasmo a rehacer su carrera política, incluso fue electo, en marzo de  1821, para  asistir como diputado a las Cortes de Cádiz, pero por falta de recursos no pudo partir. (50)

            Al consumarse la independencia con el Plan de Iguala, Agustín  de Iturbide entró triunfante a la Ciudad de México a la cabeza del Ejército de las Tres Garantías el 27 de septiembre de 1821. Se instauró entonces la Regencia para convocar el Congreso Constituyente, quedando Iturbide encargado del poder ejecutivo. Quintana Roo fue llamado para colaborar con la Subsecretaría de Estado y el Despacho de Relaciones Interiores y Exteriores, puesto de mucha  importancia para el manejo político del país. Pero, por razones evidentes, muy pronto  chocó con Iturbide porque no podía compartir sus ideas respecto a la forma de gobernar y mucho menos sus tendencias hacia  el monarquismo.

         En febrero de 1823 la Junta Nacional Instituyente aprobó los artículos para la convocatoria a un nuevo Congreso. Con ese motivo, Quintana Roo escribió una exposición donde sostenía las inconveniencias de fijar restricciones en materia de tolerancia religiosa y formas de gobierno. En su opinión el Congreso debía tener absoluta libertad de acción; su exposición fue impresa y tuvo muy  buena acogida porque circularon tres mil ejemplares de ella.

         Iturbide recibió estas noticias con sumo desagrado, pues el contenido político del impreso era diametralmente opuesto a sus lineamientos políticos, por lo que de inmediato  mandó destituir a Quintana Roo, quien atemorizado huyó de la capital y  se volvió a refugiar en Toluca.  Antes había dejado una carta al Emperador donde le comunicaba que su destitución le era satisfactoria, en vista de que no podía encubrir sus opiniones. Por ello  había dado a conocer al público que él no era cómplice de los extravíos que el gobierno realizaba y no podía compartir las ideas que estaban esclavizando a la nación. Esta  misiva fue publicada el Puebla el 22 de marzo de 1823, tres días después de la abdicación del emperador. (51)

            A la caída de Iturbide, ejercieron el poder ejecutivo el triunvirato compuesto por Pedro Celestino Negrete, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria. Leona aprovechó este momento para presentar al Congreso una solicitud para  la devolución de sus bienes, debido a que en ese tiempo el Congreso se ocupa de honrar a los insurgentes muertos y de recompensar a los sobrevivientes.

         El 8  de agosto de 1823, Leona pidió la devolución de su capital impuesto sobre el Consulado de Veracruz y que el gobierno español le había incautado. Con sencillez y sin pretender que le restituyeran todos sus bienes, se concretó a  pedir, según un avalúo judicial realizado desde septiembre de 1816, la cantidad de tres mil 980 pesos tres reales.

         El Congreso aprobó por unanimidad, el 17 y 18 de diciembre de 1823, que le fuese pagado dicho capital y los interese insolutos. Debido a la falta de fondos del Consulado, se resolvió pagarle mediante la donación de alguna finca nacional igual en valor al importe de ambos créditos. De esta  manera resultó un saldo de 112 mil pesos a favor de Leona.

         Se  le cedió la hacienda de labor, de pulque y ganado, llamada Ocotepec, situada en los llanos de Apan, pero el inmueble estaba gravado con una hipoteca de 87 mil pesos. Para completar el adeudo cedieron también las casas ubicadas en la capital, con los números 2 de la 3ª, calle de Santo Domingo y  9 y  10 de la calle de Cocheras. (52)

            Esta adjudicación significó a Leona la recuperación de su capital, injustamente incautado, y la seguridad de al fin contar  de nuevo con un hogar propio que les permitiera vivir en paz. Pero sobre  todo, esto le representó algo mucho más profundo y entrañable: el reconocimiento público de su entrega absoluta a la  causa de la independencia.

         Otro honor que la llenó de emoción, aunque nunca pudo llevarse a cabo, fue que el Congreso del Estado de Coahuila y Tejas, propuso por medio de un decreto, denominar  a la villa de Saltillo, Leona Vicario. Con ello deseaban demostrar su gratitud por los servicios prestados a la causa de la independencia. Sin embargo, no se pudo realizar este proyecto, porque su constitución no consentía  este honor más que a los héroes póstumos. (53) No sería sino hasta muchos  años después, que se llamó Leona Vicario a una localidad  en el estado de Quintana Roo. Así se distinguió a esta pareja, unidos para  siempre en la memoria  nacional.

         Por su parte Quintana Roo retomó su brillante carrera intelectual y  política, logrando la reputación de escritor ilustre. Al fundarse el Instituto de Ciencias, Literatura y Artes, en abril de 1826, fue nombrado vicepresidente del plantel, al lado de Lucas Alamán, recién llegado de Europa y quien con el tiempo sería su acérrimo enemigo.

         De igual manera, participaba con gran entusiasmo en la política, como diputado por el Estado de México. En 1828, a fines del gobierno de Guadalupe Victoria, contribuyó activamente en los críticos eventos de la sucesión presidencial. Su candidato  era Manuel Gómez Pedraza, quien resultó electo para  la presidencia, pero que a la postre tuvo que renunciar y exiliarse.

         En estos difíciles momentos, Vicente Guerrero pasó a  ocupar la primera magistratura con Anastasio Bustamante, aquel coronel realista que apresó al correo de Leona y quien, después de un golpe de estado contra el presidente, tomaría su lugar, para después instrumentar con la ayuda de sus ministros, Alamán y José Antonio Facio, el cobarde asesinato de Guerrero. (54)

            Debido a estas circunstancias políticas, Quintana Roo decidió fundar  el periódico El Federalista Mexicano, con el fin de hacer más eficaz la oposición al nuevo gobierno de Bustamante. En sus páginas publicaba  artículos de censura porque  lo consideraba como un gobierno de tiranía ilegal. En particular atacó  con fuerza la conducta  abominable de Facio y  de Alamán; en especial, citaba las transacciones que éste había hecho con los bonos de minas mexicanas en la Bolsa de Londres y los arreglos financieros para amortizar la deuda externa del país. (55)

         La respuesta del gobierno no se hizo esperar; enviaron al general Felipe Codallos a catear su taller de El Federalista Mexicano, en febrero de 1831, pero como éste se encontraba cerrado acudieron a su casa. En estos momentos, volveremos a ver a Leona destacar con los destellos de su brillante personalidad y actuar con precisión y valentía, y de nuevo enfrentarse sola a situaciones sumamente desagradables, pues su esposo había huido de la capital porque temía por su vida.

         De inmediato, mandó llamar a Juan Goribar y a Lorenzo Carrera a su casa y con ellos se dirigió al Palacio Nacional con el objeto de pedir al presidente la protección de la autoridad pública para su marido, pero no fue recibida. Al día siguiente regresó y le comunicó a Bustamante sus temores respecto a que su esposo fuera víctima de un atentado. Expuso, que en el caso de que él se hubiera excedido en sus escritos, se debería reprimir, pero nunca por medios violentos. Bustamante fingió estar de acuerdo y mandó llamar al general Codallos para darle instrucciones, pero éste, en forma grosera, contestó que los soldados habían ido a su casa a pedir satisfacción de los ataques al gobierno de un tal federalista, y que a su parecer era indispensable “contestar a palos” a los escritores. Asombrada Leona de tal respuesta frente al presidente de una República libre, dijo que si los soldados asaltaban las casas particulares para vengarse de los ciudadanos y podían quedar impunes, entonces no quedaba otro camino que el de defenderse cada uno  por sí mismo. Era inaudito que el ejército, lejos de defender a los desvalidos, sirviera para vindicar a garrotazos el honor de quienes, dado el caso, debían hacerlo personalmente. Como Codallos proseguía con su postura retrógrada y falta de respeto al presidente y a una dama, Leona lo conminó a no permitir que se hiciera esta burla a las leyes de libertad de prensa; pero el amilanado presidente no acertó más que ha contestarle: “que quiere usted, insultan tanto”. Para finalizar, la indignada Leona preguntó si debía defenderse sola como en un Estado natural o si contaba con la protección de la autoridad. Bustamante le contestó que dentro de su casa podía contar con una seguridad, pero que no podía responder fuera de ella.

         Como es fácil de imaginar, esta entrevista causó gran revuelo y dio mucho de qué hablar en los periódicos. El Sol, diario conservador,, inició  el  6 de febrero de 1831 una campaña muy desfavorable para Leona, a quien denominaban con burla, como la “apoderada y esposa” de Quintana Roo. La acusaban, tergiversando el asunto,  de haber demandado al presidente castigo para los oficiales que cumplían con su deber. (56)

         A partir de este momento se inició una batalla periodística entre Leona y los editores de El Sol, que se dedicaron a tratarla como  demente y a zaherirla con motes burlones, pues la representaban “con lanza a caballo, cual Quijote con enaguas”.

         Leona no se atemorizó y empezó a contestar los ataques con mucha energía en El Federalista Mexicano. Pronto  terció en la contienda Alamán, en el diario del gobierno Registro Oficial, donde publicó un artículo de Codallos en el que reconocía haber proferido expresiones fuertes frente al presidente y Leona. Como excusa argüía, que todo se había suscitado porque ella lo había provocado con sus palabras descompuestas, mismas que no podía transcribir sin repugnancia.

         Desde luego, Leona lo desmintió y lo acusó “de libelista para el desdoro de la dignidad del gobierno, en cuyo nombre escribía”. Después aclaraba que jamás se le había conocido como mujer “deslenguada y atrevida” (57).

            Parecía que con esto se había dicho la última palabra de tan enojoso asunto, pero no fue así; el rencoroso Alamán buscó su revancha, pues no podía perdonar los escritos de Quintana Roo. Así se desquitó con Leona escribiendo un artículo muy hiriente, donde decía que había recibido casas y haciendas en pago a unos créditos, merced a cierto heroísmo romanesco y, quien supiera algo del influjo de las pasiones, sobre todo del bello sexo, y aunque nunca hubiera leído a Madame de Stäel, sabría atribuir los hechos a otros principios menos patrióticos.

         Genaro García nos dice respecto a este artículo:

         El insulto era grosero y ruin, porque representaba a Leona como una mujer vulgar que había abandonado su casa para seguir a su amante, para luego pedir una recompensa por su liviandad. (58)

            Estos ataques injustos fueron muy dolorosos para Leona, porque no debemos olvidar que, en su época, la sociedad mexicana todavía vivía bajo los antiguos cánones coloniales. Incluso, se tiene noticia que el matrimonio Quintana Roo no era recibido por la vieja aristocracia, aunque ambos pertenecieran, por nacimiento y fortuna, a la clase alta criolla. Se conoce que, hasta Maria Luisa, la medio hermana de Leona, no la frecuentaba por ser la primer miembro importante de los altos círculos sociales de la capital. El haber servido a la causa insurgente, según la óptica conservadora, los hacia personas reprobables. Leona y su primo Manuel fueron desheredados por su abuela, por haber participado en la revolución de independencia. Sobre todo, prevalecía la idea de que aquellas mujeres que se mezclaban en luchas políticas e intrigas, lejos de conquistar la simpatía y la admiración, sólo podían atraer sobre sí la censura radical de la sociedad. (59)

            Muy desmoralizada y deprimida, Vicario escribió una carta a Alamán donde le decía que ya antes se la había tratado de lastimar con juicios inmerecidos, como el suyo. Desde entonces, había mandado imprimir una vindicación basada en documentos intachables, que destruían semejantes infundios. Como contaba con dicha publicación, le remitía un ejemplar, aunque estaba cierta que ya lo conocía, pero con seguridad ya lo había olvidado. Le aclaraba además, que no aspiraba a granjearse el lauro de heroína, pues sus servicios habían sido “comunes y cortos”. Simplemente, pretendía impedir que su memoria pasara con fea nota a sus nietos. Por igual, aclaraba a Alamán que en las acciones de las mujeres no siempre se tiene como móvil el amor, que también se puede ser capaz de experimentar los deseos de gloria y libertad de la patria. En cuanto a la adjudicación de las casas le explicaba que las tomó por su valor íntegro, a pesar de que sólo rendían 500 pesos anuales, es decir, los réditos de un capital de 30 mil pesos; las había aceptado en pago de un capital de 112 mil pesos. Concluía su  carta pidiéndole que la insertara en el Registro Oficial, cosa que desde luego, Alamán no hizo. Por lo tanto, Leona la mandó publicar en el Federalista Mexicano, lo cual puso punto final a la cobarde y absurda persecución (60)

            Poco tiempo después, Anastasio Bustamante perdió la presidencia y, a finales de 1832, regresó al poder el presidente electo en 1828, Manuel Gómez Pedraza. Hasta entonces Leona y Andrés lograron vivir en paz. Quintana Roo retomó su vida política y en septiembre de 1833 fue nombrado Secretario de Justicia y Negocios Eclesiásticos. Más adelante, en el gobierno de Santa Anna, pasó a ser Magistrado de la Suprema Corte de Justicia, puesto que desempeñara hasta su muerte.

         De igual manera, participaba en la vida cultural de la capital. En 1836 fue nombrado presidente de la Academia de San Juan de Letrán, fundada por Guillermo Prieto, Manuel Carpio y José María Lacunza.

         En diciembre de 1838, México sufrió la invasión francesa a Veracruz, en la guerra llamada “de los pasteles”. De nuevo,  se verá a Leona y Andrés brindar sus servicios a la patria; con gran desprendimiento, ofrecieron al gobierno su caudal para apoyar la defensa del país. Quintana Roo mandó a la Tesorería general un donativo de 500 pesos y al oferta de contribuir mensualmente con lo correspondiente al mantenimiento de cuatro soldados de infantería. También pusieron a disposición del gobierno su hacienda Ocotepec, para auxiliar al ejército con gentes, caballos, ganado y  semillas.

         En los últimos años de su vida, Leona se dedicó con la misma pasión y entrega a las obras de caridad. Guillermo Prieto nos habla de su generosidad en sus Memorias, donde relata que, cuando se enteró de la pobreza en la que vivían él y su madre viuda y enferma, ella y sus hijas juntaron sus joyas y las enviaron a su madre para aliviar sus angustias. De  la misma manera, ayudaban a necesitados, convirtiendo su casa en asilo de muchos desvalidos.

         Un documento que nos muestra con precisión su personalidad y carácter es su testamento, realizado por el notario Manuel Orihuela, fechado el 30 de marzo de 1839. En primera instancia hace un profundo acto de fe y pide ser sepultada en la Iglesia de Santo Domingo y que se digan 500 misas para el descanso de su alma, en Santo Domingo, y en la Capilla del Rosario. Declara tener dos hijas, Genoveva, casada con Antonio García y García y, María Dolores, doncella de 18 años. En seguida, establece que su esposo no trajo a su matrimonio ningún capital.

         Sus bienes personales consisten en una hacienda de labor de pulque y ganado llamado Ocotepec, gravada con 87 mil 95 pesos y tres casas en la capital, una de la 3ª  calle de Santo Domingo número 2, que es la que habita, y otras dos en los números 9 y 10 de la calle de Cocheras. Aclara que tanto la hacienda como las casas han aumentado en su valor, debido a las considerables mejoras realizadas por ella.

         Su última voluntad que del tercio de sus bienes se hicieran tres partes, dos para su hija María Dolores, porque estaba  soltera y en muestra de agradecimiento por haberla asistido en sus enfermedades y ser su leal compañera. Por igual, su hija Genoveva le merecía un fino y fiel cariño, pero como ella estaba casada con una persona con suficientes posesiones, solo le dejaba la tercera parte de dicho tercio y dos mil pesos.

         También dispuso que del quinto de sus bienes, se entregara a María Dolores 10 mil pesos, con cuyos réditos debía socorrer a los pobres, auxiliada por Genoveva. De las fincas que deja a María Dolores, dispone que se reconozcan dos mil pesos al año para que su rédito se aplique a decir nueve  misas cantadas en el Santuario de Guadalupe. El remanente del quinto de todo lo lega a su esposo, Aclara después, que si por desgracia sus hijas se vieran reducidas a la miseria, se les atendiera con los 10 mil pesos de los pobres, antes mencionados. Lo mismo, si a sus esposo le faltara empleo y no tuviera capital para subsistir.

         Al fin, instituye que sus hijas deben de llevar su voluntad con orden y conforme a las leyes, con la bendición de Dios y de ella. Como albaceas nombra a su esposo y a su hija María Dolores, a quienes otorga todos los derechos requeridos para que puedan vender y rematar en pública almoneda los bienes, si eso fuera  necesario para hacer cumplir sus determinaciones (61)

            Como puede observarse, en su última voluntad Leona se manifiesta como una mujer en su entero juicio, con mente clara e ideas firmes, en total conocimiento y manejo de sus asuntos económicos, práctica que no era común en las mujeres de su época. Se nos revela como una persona segura de sí misma, determinada en sus decisiones y muy cuidadosa del bienestar, sobre todo, de sus hijas.

         En el futuro, se conocerá que supo elegir muy bien a su hija María Dolores como albacea, porque se tiene noticias que muchos  años después,  en noviembre de 1880, entonces casada con Isidro Ochoa y radicada en Veracruz, todavía seguía cumpliendo con la voluntad de s madre de realizar con su legado caridades. Según un acta notarial extendida a la señora Concepción Cortés, se notifica que ha recibido durante 17 años una parte de los réditos del capital de Leona Vicario dispuesto para los pobres. (62)

            Leona falleció tres años después de haber dictado su testamento, el 21 de agosto de 1842, a las nueve de la noche. Murió en su casa de la calle de Santo Domingo, en la recámara alta que forma esquina con la calle de Cocheras. Sus funerales se verificaron con gran fausto y suntuosidad. Su cadáver fue llevado, primero, a la Iglesia de Santo Domingo, donde se realizaron las honras fúnebres, los oficios acompañados de una magnífica orquesta y la asistencia de una numerosa concurrencia. Después fue conducida al panteón de Santa paula para su inhumación. El cortejo fue encabezado por el presidente de la República, Antonio López de Santa Anna.

         Leona fue honrada entonces con varias notas luctuosas publicadas en los periódicos. Ina  extensa necrología fue escrita por Carlos María de Bustamante en el periódico Siglo XIX el 25 de agosto de 1842. Después a pareció en el Diario de Gobierno, un artículo donde se realizó una inscripción en latín, de profundo elogio a la heroína mexicana. Decía que era una mujer esclarecida por sus virtudes públicas y domésticas, por sus distinguidos servicios, superiores a su sexo, prestados a la libertad y al bienestar de la República. Terminaba con la exclamación: “a esta benemérita y dulcísima madre de la patria, los desolados y agradecidos ciudadanos mexicanos le erigen llorosos un monumento”.

         Quintana Roo siguió activo en su trabajo como magistrado y poeta  inspirado. Se decía que sus escritos tenían  “rasgos dignos de Tácito, de los que inspiran terror a los tiranos y  despiertan al pueblo”. Lo calificaban como el restaurador del buen gusto en la literatura nacional y se le consideraba como el mejor poeta de su época (63)

            Murió de pulmonía el 15 de abril de 1851, nueve años después de la muerte de su esposa. Su hija Genoveva decidió juntar los restos de sus padres y los sepultó en el panteón del Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles.

         Así quedaron unidos para la eternidad y la gloria de sus nombres, pues durante las fiestas del centenario de la lucha de insurgente, sus restos fueron trasladados a la Columna de la Independencia, inaugurada por el presidente Porfirio Díaz el 10 de septiembre de 1910.

Ahí descansan en paz los beneméritos Leona Vicario y Andrés Quintana Roo, ejemplo del sentimiento patrio, dedicación y entrega en aras de la creación de la Nación mexicana.

 

El pintor Juan Cordero

Resulta importante evocar en la casa de la plaza de Santo Domingo a Juan Cordero, personaje significativo en el ámbito de las artes plásticas, valioso no sólo por sus dotes de excelente pintor, sino en especial por su recia personalidad y trayectoria comprometida con sus ideales. Artista con atributos de sello mexicano, pero a la vez inscrito dentro de un sentido universal de la estética.

         Juan Nepomuceno María Bernabé del Corazón de Jesús Cordero Hoyos nació en Teziutlán del Carmen en el estado de Puebla el 10 de junio de 1822, (64) hijo del comerciante Tomás Cordero y María Dolores Hoyos, ambos de origen español.

         Respecto a su vida familiar, existen pocos documentos que nos aporten información de sus años infantiles y vida personal. Sin embargo, se tiene noticia que desde muy joven Cordero tuvo gran inclinación hacia el dibujo y la pintura; su vocación tan profunda influyó para que sus padres lo auxiliaran para un ingreso temprano en la Academia de San Carlos. Inició sus estudios alrededor de los años 40 del siglo XIX, En ese tiempo, el profesor titular de la cátedra de dibujo era Miguel Mata, quien pronto descubrió el talento de Juan y lo alentó para que fuera a Europa a continuar sus  estudios de pintura. Sus padres eran personas de bajos recursos, pero siempre lo estimularon a desarrollar su potencial artístico. Por ello, Juan decidió trabajar como buhonero, de pueblo en pueblo vendiendo su mercancía con el fin de reunir el dinero necesario para poder partir a estudiar a Italia.

         Por esas fechas, el Ministro de Justicia y Educación, Manuel Baranda, y de Hacienda, Javier Echeverría, junto a otros connotados conservadores pidieron al presidente Antonio López de Santa Anna reorganizar la Academia de San Carlos. Por decreto del 3 de octubre, ordenó en nueve artículos los cambios necesarios para el desarrollo y expansión de la institución. Se consideraba que dentro del proyecto de educación, la cultura y el arte  eran medios positivos para mejorar a la sociedad, y paso necesario para lograr una nación libre, moderna y progresista, a la altura de las otras naciones del mundo. Por ello, se preveía la ayuda económica para enviar a los alumnos sobresalientes a estudiar a Europa. (65)

            En esa época la cultura de la Ciudad de México estaba en manos de los letrados pertenecientes a las clases altas, identificados, en general, con la posición política  conservadora. Ellos actuaban como promotores y consumidores de las obras artísticas que producía la Academia de San Carlos y eran suscriptores para sostener con su patrocinio el desarrollo cultural. De este modo, contaban con un sistema económico propio para lograr su autonomía y así seguir los lineamientos de su ideología sin intromisiones.

         La reforma administrativa en la academia se echó a andar en este tiempo, pero la reforma académica no fue llevada al cabo de inmediato, pues era necesario buscar a los artistas que debían desempeñar los cargos directivos. Para elegirlos, se pidieron candidatos a la Academia de San Lucas de Roma, donde por concurso público se debía elegir a los postulantes. Al fin, se contrató a dos artistas catalanes: Manuel Vilar, escultor, y Pelegrín Clavé, pintor, para ocupar las direcciones correspondientes. Si bien Clavé no había ganado el concurso, José Montoya, el ministro de México en Roma, se decidió por él porque pensó que era la persona idónea para ocupar la plaza. Ellos llegaron a México a fines de 1845. (66)

            Juan Codero fue de los primeros  artistas mexicanos que lograron llegar  a Europa a estudiar gracias a sus ahorros y a la ayuda económica de sus padres, quienes incluso vendieron su  piano para juntar la suma necesaria para el viaje. Al fin se embarcó el  1 de junio de 1844 rumbo a su destino: la Academia de San Lucas de Roma. En ese entonces tuvo la fortuna de encontrar  ahí al general  Anastasio Bustamante, ex presidente de México, antiguo detractor del matrimonio Quintana Roo, y a quien los avatares políticos de México habían llevado a esa localidad. En el pasado Bustamante había sido benefactor de San Carlos, por ello se interesó vivamente por Cordero y, gracias a sus influencias, logró que en noviembre del año de 1844 se le designara Agregado a la Legación Mexicana en Roma, puesto de poca remuneración, pero  que permitió al pintor dedicarse por completo a sus estudios. Desde su llegada, Cordero se inscribió con Natal de la Carta, uno de los más notables maestros de su tiempo. Con asiduidad asiste a sus cursos y trabaja largas jornadas de catorce horas diarias de estudio, siguiendo las clases de dibujo, perspectiva, anatomía, pintura, reglas de composición, historia del arte y copia de los grandes maestros, (67) materias que lo van formando para futuro a tener las bases para desarrollar su propia personalidad como pintor.

Cordero se identificó con las enseñanzas del grupo de los Nazarenos, artistas de origen alemán, que estaban en desacuerdo con las reglas clasicistas de Viena y que se interesaban en los primitivos italianos, con preferencia por la pintura de temas religiosos. Se les puede considerar inscritos en el movimiento romántico, pero dentro de una estirpe clásica, con implicaciones nacionalistas. (68)

            El pintor no perdió contacto con su maestro Miguel Mata ni con la Academia de San Carlos. Muy pronto, a fines de 1845, comenzó a enviar cuadros a México con la intención de que se conocieran sus adelantos.

         Al conocer sus progresos en México, su padre, entusiasmado por sus logos, escribió en noviembre de 1845 a Honorato Riaño, presidente de la Junta de Gobierno de San Carlos, para solicitar una pensión a favor de su hijo, pues estaba enterado que se había convocado un concurso para mandar jóvenes a Roma; su hijo ya había ganado un concurso en la Scuola del Nudo, dependiente de San Lucas, el 18 de agosto de 1845. El padre obtuvo la pensión de 666 pesos cinco reles anuales, que correría a partir del 15 de marzo de 1846 hasta el 1° de octubre de 1853, con lo que quedaban cubiertos seis años para garantizar sus estudios. La única condición que la academia pedía fue que para comprobar sus adelantos enviara todos los años una obra que debía entregar al Ministerio de la República, “ante quien acreditara ser de su mano”. Si no cumplía con este requisito, se daría por entendido que renunciaba a su pensión. (69)

            Cordero por esos días pinto un autorretrato que nos lo presenta como un hombre joven, bien parecido, envuelto en una capa todo vestido de negro, con ojos profundos y penetrantes; transmitía una personalidad sensible y de entrega, proclive al romanticismo. En efecto, en la Italia de su tiempo había gran influencia de la corriente romántica, que daba un nuevo giro a la estética, pues seguía el pensamiento de Alessandro Manzoni, quien proponía que el arte debe perseguirse una finalidad práctica, moral y social, sobre todo, con raigambre libertaria y nacionalista. (70)

https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Cordero

         Estas ideas se hicieron patentes en su obra; por ejemplo en el retrato que pintó a los escultores Tomás Pérez y Felipe Valero, también pensionados en Roma. Los representaba con toda realidad, subrayando sus rasgos de raza típica mexicana. Era la identificación total entre la belleza y la verdad, cuadro con una fractura excelente y que tendría gran éxito desde su primera presentación en Italia en 1847.

         Cordero cumplió su compromiso con San Carlos al pie de la letra, al extremo de enviar a México todos sus cuadros pintados en el año de 1847, con la indicación de que algunos de ellos eran para su familia y el resto los mandaba a la academia.

         En los años de 1847 y 1848, Cordero se apegó también al grupo de los Puristas, quienes habían emitido un manifiesto en 1841 proponiendo la idea de que la pintura debía tener un carácter más moral y religioso; por ello, en este tiempo realizó muchas pinturas con temas religiosos, que a futuro le redundarían en importantes triunfos.

         Desde 1850, los directivos de San Carlos implantaron la idea de montar la obra de maestros y alumnos en exposiciones anuales. En la tercera exposición que tuvo lugar en 1851, Cordero presentó un cuadro muy novedoso por su temática histórica, poco tratada con anterioridad: Colón ante los Reyes Católicos después del descubrimiento de América. En una carta especificaba que se trataba de un tributo, “de su pobre pincel por imperecedero del asunto, de gran interés al mundo y en especial a los americanos”. En su presentación causó muy  viva impresión. Francisco Zarco, lleno de fervor nacionalista, en un opúsculo dedicado a Cordero, lo llenó de elogios. La obra también había causado gran revuelo en Florencia, donde los artistas de la Academia de “Virtuosi al Pantheon” lo hicieron socio de mérito y pudo exhibirla en el palacio del príncipe Poniatowski. (71)

            Este éxito fue consignado también en los periódicos de México, que hablaban  de la celebridad del artista en Europa. En el siglo IXI, se decía que servía de ejemplo para destruir la preocupación de que los mexicanos no somos capaces de nada. Se comentaba que, si a todos los ramos se les hubiera dado el impulso que se dio a la pintura, sería fácil conocer el resultado feliz que se podría obtener.

         Cordero envió esta  pintura a México en julio de 1850; los capitalinos pudieron admirarla en enero de 1851. Los diarios reseñaron entonces que personas de todas las clases sociales habían acudido a verla varias veces. (72) Había in sentimiento común de que gracias a la labor de Cordero se restañaban las heridas sufridas por el desprecio manifiesto hacia el arte  mexicano, poco tiempo atrás, como cuando con frecuencia se opinaba que las artes plásticas de México estaban en completa decadencia, prueba de los lamentables efectos que habían producido loa años de guerra civil y de inestabilidad de los gobiernos. (73) Por lo general en esta época, viajeros, diplomáticos y literatos de pronto  se erigían en críticos de arte, y al unísono criticaban sin las bases necesarias, las bellas artes de México.

         No resulta difícil inferir que, como respuesta a este rutilante éxito obtenido por Cordero, se despertara en Pelegrín Clavé un celo profundo que a la postre, terminaría en una pugna abierta cuando Cordero regresó al país años más tarde.

         En subsecuentes exposiciones de San Carlos, se siguieron presentando obras de Cordero con buenos resultados: retratos de viajeros mexicanos que visitaban Roma, algunas pinturas de mujeres italianas, entre  ellas una bella mujer, María Bonanni, novia de Juan en Roma y quien después lo seguiría a México. (74)

https://munal.emuseum.com/objects/93/cristobal-colon-en-la-corte-de-los-reyes-catolicos?ctx=36d559f0-e08e-421c-ba7d-38c3ab453265&idx=9

         La pensión de Cordero finalizaba en 1853; escribió entonces a San Carlos para dar aviso que saldría rumbo a México a finales de junio. Pedía autorización para antes visitar Madrid y París y  sus galerías de arte. Llego a esta última  ciudad en julio de 1853. Ahí se entrevistó con Guillermo O´Brien, encargado de los asuntos de la Academia de San Carlos, quien en una carta dirigida al nuevo presidente de la Junta, Bernardo Couto, le hizo saber que dio a Cordero 2 mil 500 francos para sus gastos de viaje de regreso a México. Como se puede apreciar, el pintor aprovechó hasta el último momento su estancia en Europa para nutrirse de las nuevas corrientes y técnicas del momento y también fue nombrado miembro de la academia científica de los “Quiriti de Roma”. Planeaba llegar a México en el mes de nociembre.

         Una vez instalado en la capital, puede pensarse que en la casa de Santo Domingo y Cocheras, presentó algunos cuadros en la sexta exposición  de San Carlos, junto con una obra de grandes dimensiones, 3.20 x 4.60, que había pintado en Roma tiempo atrás: El Redentor y la mujer adúltera, cuadro considerado antecedente de sus pinturas murales. La obra tuvo gran éxito, a pesar de que pronto se vería envuelto en una decepcionante y contradictoria  experiencia, ya que por un lado vivió momentos de gran satisfacción por la crítica favorable de quienes lo apoyaron  con sus opiniones; por el otro, sufrió una persecución ofensiva durante largo tiempo por parte de sus detractores (o envidiosos), en especial de los seguidores de Clavé. Se  creó una enojosa situación que se prestó para un sinfín de intrigas y actitudes equívocas, al punto que algunas incluso han llegado hasta nuestros días.

         Ejemplos de estos  sucesos es una larga carta de Eduardo Pingret, excelente pintor francés, dirigida al presidente de la academia y que sirve para aclarar muchos puntos sobre  la extraña conducta  del maestro Clavé. En su  parte medular, el pintor elogiaba el gusto por las bellas artes de México y aplaudía mucho de los artistas noveles, pero se mostraba muy molesto debido  a las diferencias en el trato que se dispensaba a los maestros, en relación con el resto de los participantes extranjeros, como era su caso. Aclaraba que esta práctica en París sería vista, como una charlatanería y falta de carácter por parte del maestro que no estaba dispuesto a compartir con los demás colaboradores las mismas condiciones para  el lucimiento de las obras. Así, terminaba por decir que Clavé exponía sus  trabajos en el mejor lugar de la galería y con el aparato necesario para su lucimiento. Su postura hacía pensar que experimentaba envidia y celos para los artistas recién llegados a México.

Juan Cordero (1822-1884). El redentor y la mujer adúltera, 1853. Óleo sobre tela.

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         De la misma forma se tiene noticia que en la mayoría de las exhibiciones de Clavé siempre colgaba los cuadros de Cordero en lugares mal iluminados, rincones e, incluso en ocasiones, hasta con sillas al frente para impedir cualquier aproximación a las obras. Con ello, se hace ostensible que trataba a toda costa de que las pinturas de Cordero no descollaran. (75)

         A pesar de todo, la crítica periodística, en general, era buena para el pintor. En el Siglo IXI, se decía que era un verdadero placer contemplar su extraordinaria obra. Se comentaba además que a Cordero no le habían faltado, para acrisolar  su mérito, “los dardos venenosos de la envidia”.

         Debido a la extensa obra de Cordero, y ante la exigencia de algunos de los críticos y conocedores de arte que demandaron se le diera al pintor la dirección de la cátedra de pintura, es que Couto optó por ofrecerle la plaza de de subdirector en la Academia de San Carlos hacia febrero de 1854. La academia para ese tiempo ya había renovado el contrato de Clavé, quien había sido director desde julio de 1845 hasta ese momento. Todavía le restaba cerca de un año y medio más para finalizar este compromiso. (76)

            De inmediato, Cordero contestó por medio de una carta fechada el 14 de febrero de 1854, dirigida a Couto. En principio agradece el “acto de manificencia” de la academia, al crear el puesto de subdirector para él, gesto  que aprecia y a la vez manifiesta ser consciente de sus deberes hacia San Carlos, su patria y su familia. En seguida aclara estar dispuesto a aceptar la plaza incluso sin recibir sueldo alguno. Pero por desgracia, no puede ¡apartar de la vista” la consideración de que debe acreditar su lugar, en vista de que ha sacrificado los mejores años de su vida en otros países y reconoce haber recibido, por varios años, los favores de la academia, para ahora “venir a la patria a ser dirigido por el señor Clavé”. Enseguida aclara que no quiere hacer comparaciones, porque no puede subalternar otro artista en la enseñanza, pues la academia misma “llevaría a mal, que uno de sus hijos consienta un grado solo de superioridad en otro artista que no lo es”. Después explica que fue privilegiado en Europa, aun siendo extranjero, con una categoría que desea conservar. Al fin, dice que le disculpe su franqueza por haber presentado “desnudo su corazón con todos sus defectos” y que espera que lo perdonen. Afirma finalmente estar  apesadumbrado por “no obedecer a sus deseos”, pero espera no por ello perder su aprecio.

         Por esta carta, Cordero ha sido calificado de soberbio, poco medido, demasiado apasionado y petulante. Incluso hasta nuestros días se sigue repitiendo la misma apreciación parcial de estos sucesos. Sus diferentes biógrafos han opinado que quizá esta conducta equivocada se debe, más bien, a una vieja rencilla experimentada entre él y Clavé, desde tiempo atrás cuando estaban en Roma. A mi parecer, encuentro que la carta, si bien tiene una redacción algo confusa, propia del estilo de su tiempo, es en general, sobre todo, directa y honesta. Apunta un temperamento de seguridad y entrega total del pintor a sus ideas. Se muestra cierto de las diferencias básicas que existen entre ambos, en cuanto a sus respectivos conceptos sobre el arte. Deja ver también una fortaleza y confianza personal en su quehacer pictórico, que no quiere prostituir por el hecho de entrar en la academia, a sabiendas de que Clavé jamás le permitiría desarrollarse según sus aptitudes y criterios.

         Sin embargo, Codero sufriría las consecuencias de este acto de libertad de espíritu con creces, pues se verá que además de ser muy criticado por ello, nunca pudo ya entrar a la academia como maestro, a pesar de que lo intentará en varias ocasiones en el futuro.

         Sus detractores a partir de este momento, sobre todo Clavé, aprovecharon cualquier oportunidad para atacarlo y movieron todas sus influencias para no permitirle la entrada a la academia. (se hubiera marchado a Italia, no hacía falta quedarse aquí). DE hecho, Clavé permaneció como director de la cátedra de pintura hasta 1866, fecha en que se nombró titular a sus discípulo favorito, Salomé Pina, que no se encontraba en México y mientras regresaba, Santiago Rebull ocupó la plaza como interino hasta 1868. (77)

Poco tiempo después del revuelo que causó la carta de Cordero a la academia, el pintor tuvo oportunidad de hacer un retrato casi  de tamaño natural del presidente Antonio López de Santa Anna, obra que le tomó  un año. Es una excelente pintura que nos muestra a Santa Anna en uniforme de gala, con medallas y banda presidencial, montado en un caballo pura sangre, ricamente enjaezado. Al fondo se ve parte de su ejército y el castillo de Chapultepec. El cuadro es estupendo porque transmite la personalidad y el carisma del personaje; se puede ver que el soldado sabe llevar su uniforme con una gallardía innata, porque el ser militar es lo que más gratifica.

         Desde luego, de inmediato sus enemigos manejaron la idea de que lo había pintado con el fin de halagar  el ego del presidente y con ello ganar un beneficio personal. Esta idea se debió a que a Santa Anna se le ocurrió mandar una carta a la academia sugiriendo que, en vista de la opinión general, en cuanto a los magníficos atributos del pintor Juan Cordero, cuando terminara  el contrato del director Clavé, se le diera  la plaza a  Cordero por llenar ampliamente los requisitos necesarios. Pero cometió el error de pedir que se le dispensara el trámite del concurso de oposición atendiendo a sus conocidos méritos, si bien, aclaraba que su contrato no debía exceder el número  de años estipulados en el reglamento.

         Esta propuesta, a pesar de que venía de su Alteza Serenísima, no fue atendida, quizá porque su  gobierno ya estaba en decadencia, pues el movimiento de Ayutla que lo derrocaría había comenzado desde el 1° de marzo de 1854. Santa Anna saldría de México al exilio el 17 de agosto de 1855.

         Este decreto a la postre, solo dio pie a que se le complicara a Cordero, todavía más, su situación en el difícil mundo artístico de la capital. La junta directiva  en San Carlos arguyó su negativa basada en la autonomía de la institución y el mismo decreto realizado por Santa Anna en 1843. Por igual, discípulos y maestros escribieron cartas de apoyo a Clavé, indignados por el favoritismo. Curiosamente, olvidaban que Clavé también había sido favorecido por el representante Montoya en Roma. Couto había declarado que no existía motivo alguno para remover de su puesto a Clavé. Como  se puede ver, Couto había interpretado a su gusto la carta de Santa Anna.

         Cordero todavía tuvo tiempo para pintar un bello retrato de Dolores Tosta de Santa Anna, el año de 1855, antes de que salieran del país. Este cuadro sirvió al pintor como muestra de su potencial y excelencia en la técnica, pues parece que en él Cordero vertió su alma y manifestó su originalidad dentro de su elegante clasicismo. Esta pintura nos enseña con claridad la postura del romanticismo mexicano; la figura se distingue por su sutileza y a la vez fuerza. Aparece, más que delineada, cincelada con calidades escultóricas. Resulta además un documento histórico, pues nos señala muchos detalles típicos del gusto en el vestir de las mujeres mexicanas, el mobiliario y las decoraciones de ese tiempo. Sobre todo, se muestra la belleza de doña Dolores, típica  criolla, así como su temperamento, preferencias y gusto en el vestir.

         Con el tiempo este cuadro sería considerado como el mejor retrato de la época, sin parangón con las producciones de otros artistas de sus tiempos.

         Para terminar el conflicto con San Carloos, en 1855 el presidente interino escribió a la academia derogando la orden de Santa Anna. Dispuso que cuando terminara el contrato de Clavé, se abriera un concurso y se llamara a todos los artistas para que triunfara el talento y no el favor. Por igual sugería que los alumnos no tuvieran ninguna injerencia en las determinaciones de la academia (78) Como se ha dicho tampoco se hicieron caso de esta comunicación los directivos, pues Clavé se quedó en su puesto hasta 1866.

            Por igual, Cordero entonces volvió a escribir a Couto pidiéndole que convocara a un concurso público para que se pudiera aclarar la polémica situación y así cesaran los ataques y críticas a su persona. También sugirió a Couto que,  con seguridad como mexicano debía parecerle oportuno que un conciudadano pudiera disputar a un extranjero la plaza de director de pintura.. Con ello se podría probar cuál era el sitio de cada  quien y la capacidad de los nacionales. Finalmente, declaró que de otro modo no comprendía cuál satisfacción podría experimentar Clavé al continuar en una plaza que no había ganado a la luz pública. Como se ha visto Clavé permaneció durante 21 años.

Retrato de Doña Dolores Tosta de Santa Anna. Juan Cordero (1822-1884)

https://munal.emuseum.com/objects/202/retrato-de-dona-dolores-tosta-de-santa-anna?ctx=21587da2-74b7-410d-bb4e-2d60577950af&idx=10

         Cordero no se dejó amilanar por la negativa respuesta por parte de los directivos de la academia,, y a pesar del descalabro sufrido, con entusiasmo continuó trabajando con gran empeño enriqueciendo con sus trabajos la historia de la pintura del siglo XIX. En especial, comenzó a incursionar en la pintura mural, tendencia que en México venía desde la época  prehispánica, continuada durante  la Colonia y algo relegada en su tiempo. Empezó por pintar temas religiosos en algunas iglesias: en Jesús María, después en la capilla del Cristo de Santa Teresa de la Antigua, cuya cúpula había sido reedificada por Lorenzo de la Hidalga. Para este mural empleó la técnica del temple, pero con colores muy  vivos y de gran lucidez en su composición. Esta ovra se ha considerado como el primer paso hacia el gusto por la pintura mural del siglo XX. Sin embargo, la crítica le fue adversa (cuando no); Cordero seguía arrastrando los conflictos anteriores. Muchos de los artistas en su contra (por envidia); como consecuencia de ello Clavé monopolizaba el mercado artístico casi por completo y llegó incluso a declarar en algunos artículos, que los principales cuadros de Cordero no habían sido realizados por él (jajaj). A pesar de todo, también tuvo una crítica muy positiva como la de Felipe López y López, una de las figuras más interesantes entre los letrados críticos de arte y gran admirador de Cordero. De acuerdo con sus afirmaciones en el trazo de Cordero todo era decidido y franco, brillante y propio para lograr un efecto violento en el ánimo, por la fuerza imprimida en sus pinceladas. Debido a las críticas emitidas por los expertos de San Carlos, en lugar de pagarle al pintor lo acordado 11 mil 500 pesos, le dieron al fin sólo ocho mil pesos. El mural quedó concluido en 1857. (79)

            A pesar del torbellino de opiniones Cordero copn presencia de ánimo, siguió trabajando sin dejarse derrotar. En 1858-1859 pintó la cúpula de la iglesia de San Fernando, con el tema de la Inmaculada Concepción de María, trabajo que hizo sin retribución alguna y con bastante  éxito. Las opiniones fueron mucho mejores; aquilataron su técnica, originalidad en la disposición de las figuras y brillante  colorido contrastado con tenues matices de tonos suaves.

         En esos días también impartió clases privadas. Entre  sus discípulas estaba Ángeles Osio, agraciada mujer con quien contrajo matrimonio en los años sesenta. Realizó una bellísima pintura de ella, de tal perfección que los críticos de arte la han equiparado, por su técnica, a la obra del pintor francés Ingres.

         Por ese tiempo, también realizó mucha pintura de caballete, pero se vio restringido por los sucesos anteriores, con dignidad comprensible, no deseaba exponer su trabajo en San Carlos mientras Clavé estuviera a la cabeza de la cátedra de pintura, a pesar de que la academia era el único sitio importante de la capital para mostrar las obras de arte. Por ello, comenzó a salir a los principales estados de la República, como Jalisco, Yucatán y Tabasco, donde obtiene grandes éxitos. Al respecto apareció un artículo el Siglo XIX que elogiaba la actitud de Cordero de no haber vuelto a presentar los trabajos en la academia, donde sólo había recibido crítica necia e ignorante por parte de sus miembros, en lugar de ofrecerle la admiración por su inimitable trabajo, llamado a pasar a la posteridad. Al fin, el editor expresaba su deseo de que los artistas que hubieran estudiado en Europa no fueron víctimas de la incomprensión de sus conciudadanos, como le había sucedido a Cordero.

         En general, se puede decir que la vida para los artistas en esta época era muy dura, debido a la situación política que había imperado en el país durante tantos años de guerra  civil intermitente y conflictos con las naciones intervencionistas. Sin embargo,  curiosamente se puede afirmar que de algún modo, siempre se lograba que persistiera cierta continuidad en la vida social y cultural del país, ejemplo de ello fue el efímero imperio de Maximiliano. El monarca veía con interés y  beneplácito el desarrollo de las bellas artes y apreciaba a los artistas mexicanos. Por ende, el tenaz Cordero en ese momento volvió a tratar de obtener el tan ansiado nombramiento en la academia, pero el acomplejado Clavé, como se ha dicho, se interpuso y logró la plaza para su discípulo.

         Cordero decidió entonces que ya era el momento para mostrar su trabajo en San Carlos. Por medio de una carta hizo su requerimiento a la Junta Directiva, que le otorgó el permiso y le cedieron el salón de arquitectura para  exhibir 16 de sus obras recientes. La exposición duró doce días y tuvo una gran acogida por parte del público y la crítica capitalina.

         Manuel Payno publicó un largo artículo en el diario La Sociedad, muy elogioso, colocando a Cordero a la altura de los grandes pintores europeos. Terminaba  diciendo: “una loa a la nación que cuenta entre sus hijos a un artista tan distinguido”. (80)

            Cordero siempre al día con las nuevas corrientes artísticas e ideológicas, incursionó en las tendencias de la filosofía del positivismo en el México de la República Restaurada. El maestro Gabino Barreda era su médico y amigo. Así, le encargó la realización de una obra mural que transmitiera un mensaje filosófico y laico, inscrito en las ideas positivistas que proponían la victoria del espíritu positivo en México para afianzar el porvenir de América y del Mundo, una vez lograda  la emancipación científica, religiosa y política. El trabajo se realizaría en la Nueva Escuela Nacional Preparatoria, en el antiguo edificio de San Ildefonso que se había abierto en febrero de 1868. El tema a seguir eran los triunfos de la ciencia y el trabajo, sobre la envidia y la ignorancia. El sitio para el mural era la pared al fondo de la gran escalera. (81)

            El mural, en sus conceptos y mensaje fue totalmente  novedoso, si bien su  ejecución fue conforme a un estilo clásico. Cordero hizo resaltar el trabajo del hombre y la modernidad, con un ferrocarril en movimiento; logró su cometido principal e hizo resaltar la fuerza del tema, al piel del mural inscribió los lemas: “Ciencia, saber para prever” e “Industria, prever para obrar”. Con gran generosidad obsequió su trabajo, por lo que recibió varias notas de reconocimiento. El diario Siglo XIX del 2de diciembre de 1874 dio cuenta de que el presidente Benito Juárez y el director de la Escuela Nacional Preparatoria, Gabino Barreda, participaron en la  ceremonia de apertura. Después del discurso inaugural, le colocaron en las sienes a Cordero una corona de laureles labrada  en oro. Para esta ocasión Guillermo Prieto compuso un poema especial muy largo; una de sus cuartetas dice:

¿Dónde ocultan artista, tus pinceles

tan mágicos encantos?

Luz, cielo, amor, espléndida belleza,

y transparente el libre pensamiento.

 

En sus palabras de agradecimiento, el pintor emocionado manifestó su amor a la patria. En su parte medular dice:

         Esos rasgos, al paso que os recuerdan el pasado y el porvenir de gloria a que aspiramos, os revelen mi amor a la patria y mi anhelo por el adelanto de la juventud estudiosa.

         Por parte del alumnado tomo la palabra el estudiante Alfonso Salvador Castellot, quien solicitó a sus condiscípulos admiración para el mural, respeto, vigilancia y agradecimiento a la generosidad del maestro Cordero.

         Pese a la apoteótica inauguración del mural, había un nutrido grupo del partido conservador que veía a la Escuela Nacional Preparatoria, por sus enseñanzas positivistas, como enemiga de la moral y la salvación espiritual de los jóvenes. En algunos periódicos se manifestó una preocupación por la integridad del mural. Por ello, el mural se perdería en 1900, cuando el nuevo director, Vidal de Castañeda y Nájera, mandó borrarlo y en su lugar colocó un vitral, de gusto francés, donde para cubrir el destrozo anterior, mandó inscribir al pie, el lema “Amor, Orden y Progreso”, idea que sustentaba el grupo porfirista en el poder.

         Por fortuna, este suceso vandálico, fruto de la incomprensión y la ignorancia, no fue presenciado por Barreda y Cordero, pues ambos ya habían fallecido para esa fachada.

         Después de su sonado triunfo en la Escuela Nacional Preparatoria, Cordero siguió trabajando con el mismo entusiasmo y entrega. En 1875 realizó un retrato de grandes dimensiones de las hijas de don Manuel Cordero, su hermano. De nueva cuenta, sobresalió su pincel mexicanista, lleno de color, con una original disposición, manifiesta en las características de la vegetación que enmarca el retrato, el preciosismo en el detalle de los vestidos y la expresión de las cuatro mujeres.

         En el mismo año, se exhibieron algunos de sus cuadros en San Carlos, durante la muestra  anual, donde presentó algunas obras que se exhibieron en la Exposición Nacional e Internacional de Filadelfia de 1875. En el registro aparecía Cordero con tres cuadros: Colón frente a  los Reyes Católicos, La familia de Manuel Cordero y Estrella de la Mañana. De nuevo, su obra dio lugar a dispares opiniones y a polémica entre los críticos de arte. Estos fueron los últimos artículos que se escribieron sobre su obra en vida de Cordero, ya que su salud se había minado notablemente. Aún así hizo algunos viajes al sureste, donde siempre contó con la simpatía y la calurosa admiración de sus pobladores. (82)

            Juan Cordero falleció el 28 de mayo de 1884. El periódico Siglo XIX publicó una nota necrológica que decía que el pinto había muerto a las doce del día en el pueblo de Popotla. Se le reconocía como uno de los más acreditados maestros en el arte de la pintura y se habló de su trayectoria artística en Italia y en México; asimismo, se afirmó que sus obras eran de gran mérito. Al fin, lo reconocían como un buen padre de familia y excelente amigo. Los funerales tendrían lugar el 29 de mayo, a las ocho de la mañana, en el templo de La Profesa, donde se celebraría una misa de cuerpo presente. Su inhumación tendría lugar en el panteón del Tepeyac.

         Francisco Sosa le rindió un homenaje en El Nacional el 30 de mayo de 1884. Primero hizo somera biografía del pintor, en seguida expuso comentarios generales sobre sus más destacados trabajos y luego explicaba que en la mayoría de los estados de la República hay cuadros del pintor, conservados con “religioso cuidado por su mérito artístico sobresaliente”. En otra de sus partes afirmaba que por más que Cordero hubiese dejado de concurrir con sus obras a las exposiciones de la Academia de San Carlos, y  aunque hubiera vivido en retraimiento y ya no pusiera empeño en que se hablara de él, se le debía considerar como uno de los artistas mexicanos más distinguidos.

         El paso  del tiempo con sus nuevas tendencias estéticas y la incomprensión hacia el gusto por las obras artísticas del pasado, aunadas a los avatares políticos vividos en la Revolución, hicieron que Juan Cordero y su obra cayeran en el total olvido. No es sino hasta 1945 cuando la Secretaría de Educación, bajo la docta dirección de Jaime Torres Bodet, con sus ideales culturales profundos, comenzara a revalorar la cultura mexicana. Entonces se organizó una exposición de Juan Cordero en el Palacio de Bellas Artes. La muestra tuvo lugar el 26 de julio al 30 de septiembre, en la gran Sala de Honor. El presidente Manuel Ávila Camacho la inauguró con todos los honores.

         Varios artistas prominentes de la época participaron en dicho evento, entre  ellos Xavier Villaurrutia, quien realizó el catálogo. Con su usual estilo poético, describe sus impresiones en ideas sobre la obra de Cordero, después de ofrecer una somera biografía. Consideraba la exhibición como una reparación a los olvidados valores de la plástica mexicana. En su opinión, el pintor era del tipo de artistas para quienes el orden y la belleza, en el sentido de la razón y la proporción armoniosas, presentaban valores de más importancia que la voluptuosidad del color.

Quizá, el poeta encasilla a Cordero como pintor académico y de momento o no conocía toda  su obra, o bien, no había tomado en cuenta varias de sus pinturas que demostraban su pasión y la profusión del colorido y la forma. Ejemplo de ello son el Retrato de Dolores Tosta, Muchacha con paloma, Retrato de Leonor Rivas Mercado y, sobre todo, Mujer de la hamaca o del quetzal; además de su obra mural en las iglesias antes mencionadas. En todas estas obras comunica hondas vibraciones románticas, sensualidad y colorido de fuertes contrastes unidos a tonos suaves. Hay una originalidad mexicana muy propia en su paleta por la vegetación que emplea para enmarcar sus figuras humanas, el manejo de los ropajes y lo sentimientos que puede proyectar.

Más adelante, en otro de sus párrafos nos describe con gran belleza las “calidades táctiles del pintor”, que invitan a quien observa sus cuadros a tocarlos para “palpar con los dedos de nuestros ojos, al fin de gozar no sólo con la vista”. Por otra parte, le parece admirable, sobre todo su dibujo.

Respecto a su personalidad, evoca que siempre luchó contra los prejuicios europeizantes en sus enfrentamientos con el catalán Clavé. A juicio de Villaurrutia, la postura del pintor era un brote de nacionalismo en México, primera manifestación de la conciencia de la grandeza del arte mexicano, precursor de la pintura en el país. En este mismo catálogo, también colaboró el pintor y grabador francés, Jean Charlot, quien abundó sobre la originalidad de Cordero. En su obra, ya se anunciaba el estilo mural que a futuro se iba a desarrollar, por su brochazos gordos y colores fuertes. Encontraba que había relación con la pintura popular y la estética mexicana; ejemplo de ello es la cúpula en Santa Teresa La Antigua, pintura de la que “se espantaron los timoratos ante lo fuerte y novedoso de su trazo”. Pensaba que este trabajo era más válido para las generaciones presentes, que para el gusto y comprensión de sus contemporáneos.

El poeta Carlos Pellicer habló en ocasiones de la apertura de la exposición y manifestó que allí se presentaba a uno de los más grandes artistas de México. Hizo hincapié en su gusto por el paisaje de fondos tropicales, huertas y jardines. Cordero era, a su juicio, el ejemplo noble de la clara inteligencia que existe en la plástica mexicana.

En el mismo evento, Diego Rivera tomó la palabra para subrayar la importancia de los murales de Cordero, como antecedente del movimiento muralista del siglo XX. Cordero, en el siglo XIX, había afirmado el muralismo en su sentido laico, cívico y social, con un trasfondo del país independiente y con un sentido profundo dentro de un clasicismo mexicano.

Juan Cordero ha quedado presente, por siempre, en un lugar determinante en la historia de las artes plásticas mexicanas. Será recordado por su fuerte personalidad idealista, romántica y nacionalista. Como pintor, jamás se ciñó a los aspectos puramente académicos, encasillado en un preciosismo fútil. Siempre se enfrentó con honestidad y fortaleza a los críticos de su tiempo que confundieron las estéticas con las ideologías políticas. Sus detractores, de tendencias conservadoras, persiguieron sus ideas y obra a causa de su pensamiento liberal y libre ante la creación artística.

 

NOTAS

González Cosío, Bertha, Los Sepulcros de Santo Domingo y Cocheras: una casa en el Centro Histórico de la Ciudad de México, México, CONACULTA-INBA, 2007.

 

1.- Francisco de la Maza, El Palacio de la Inquisición, México, UNAM, 1985, pp. 9 y ss.

2.- Pedro Álvarez y Gasca, La plaza de Santo Domingo, siglo XVI,, México, INAH, 1971, pp. 60-61.

3.- Dela Maza, op. cit., p. 13.

4.- Mapa de la Plaza de Santo Domingo. http://www.mexicomaxico.org/Tenoch/TenochMapasSitiosFotos.htm; Álvarez y Gasca, op. cit., pp. 75-76.

5.- De la Maza, op cit., p. 14.

6.- Martha Fernández, Arquitectura y  gobierno virreinal, México, UNAM, 1985, pp.245-248. Álvarez y Gasca, op cit., p. 47.

7.-Angulo Íñiguez, Diego de, Historia de arte hispanoamericano, Madrid,, Editorial Salvat, 1945, t. II, p. 6

8.- Martha Fernández, op. cit.,  pp. 162 y 270.

9.- De la Maza, op. cit., pp. 28-30.

10.- Véase mapa: http://www.ninalluhi.com/mapa/index2.html

11.-De la Maza, op cit., p. 42.

12.-Rivera Cambas, Manuel, México Pintoresco y  Monumental, México, Editorial Valle de México, 1972, t. II, pp. 31-33.

13.- Arrangoiz, Francisco de Paula, México desde 1808 hasta 1867, México, Editorial Porrúa, 1974, p. 259.

14.- Lemoine, Ernesto, “1821, transacción y consumación de la Independencia”, en Historia de México, Salvat, t. VIII, pp. 1733-1748.

15.- Sosa, Francisco, Biografías de mexicanos distinguidos, México, Secretaría de Fomento, 1884, p. 847.

16.- Prieto, Guillermo, Memorias de mis tiempos, México, Librería de la Viuda de Ch. Bouret, 1906, t. I, pp. 63 y ss.

17.- Orozco y Berra, Manuel, Historia de la Ciudad de México desde su fundación hasta 1854, México, Editorial SEP/70-Diana, 1973, p. 166.

18.- Archivo de Notarias, Manuel Orihuela, Notario 486. Libro 3287, pássim.

19.- García Barragán, Elisa, El pintor Juan Cordero, México, UNAM, 1985, cfr.

20.- Ibid.

21.- Macedo, Miguel S., Mi barrio, México, DDF, 1988, Colección Distrito Federal, pp. 20-67.

22.- Dirección de Monumentos Coloniales, INAH, D/132-H.

23.- Dirección de Monumentos Coloniales, INAH, D/28.

24.- Acta Notarial, escritura número 2302, del 30 de noviembre de 1976. Lic. Luis Octavio Porte Petit.

25.- Documentos varios s/n del Archivo del Centro Cultural Santo Domingo.

26.- Paul Eluard, “Dignos de vivir”, en Gastón Bachelard, La poética del espacio, p. 70.

27.- Bustamante, Carlos María de, Diario histórico de México, diciembre 1822-junio 1823, México, Editorial SEP/INAH, 1980, t. I, en Siglo XIX, 25 de agosto de 1842.

28.- García, Genaro, Leona Vicario, México, Editorial SEP, 1945, pp. 27-28.

29.- Ibid., p. 65.

30.- Bustamante, op. cit., cfr.

31.- Francisco Sosa, op. cit., pp. 843-844.

32.- Agustín Pomposo  Fernández de San salvador escribía hojas volantes con diálogos populares con la intención de politizar y encausarlos contra  la insurgencia, en Rivera, José, Diálogos de la  independencia, México, INBA/SEP, 1985, pp-45-54.

33.- Staples, Anne, Leona Vicario, México, Departamento  Editorial de la Secretaría de la Presidencia, 1976, p. 15.

34.- Ernesto de la Torre Villar, Los Guadalupes y  la independencia, p. LXXV; José María Luis Mora, México y sus revolucionarios; México, Editorial  Porrúa, 1965, t. III, pp. 175-176.

35.- García, op. cit., pp. 32-35.

36.- Staples, op. cit., p. 21.

37.- García, op. cit., pp.49-50.

38.- García, op. cit.,  p. 15; Staples, op cit., p. 25.

39.- García, op cit., pp. 63-64.

40.- Ibid., p. 65.

41.- Staples,  op cit., p. 30.

42.- García, op. cit., pp. 63-66.

43.- Alamán, Lucas, Historia de México, México, Editorial Jus, 1942, t. III, pp. 385-387.; Bustamante, op. cit., cfr.

44.- Riva Palacio, Manuel, México a través de los siglos, México, Editorial Cumbre, 1962, t. IV, p. 32.

45.- A/N Manuel Orihuela, Notario 486, I., 3287, p.  37.

46.- García, op. cit., pp. 72-73.

47.- Bustamante, op, cit., t.I, p. 16.

48.- Staples, op cit., p. 38.

49.- Bustamante, , “Necrología”, cfr.

50.- Staples, op. cit., pp. 42-44.

51.- Bustamante, Diario histórico…, pp. 112-113.

52.- Staples, op.cit., pp. 47-48.

53.- García, op. cit., p. 82.

54.- Costeloe, Michael P., La primera República Federal de México (1824-1835), México,  FCE, 1983, pp. 177-185.

55.- Costeloe, op, cit., pp. 316-317.

56.- García, op. cit., pp. 84-85.

57.- Staples, op. cit., pp.54-56.

58.- García, op. cit., pp. 86-87.

59.- Sosa, op. cit., p. 1069.

60.- García, op. cit. pp. 87-88.

61.- Archivo de Notarias Orihuela, op. cit., pp. 34-37.

62.- Ibid., s/n, 3 de octubre de 1880.

63.- La Marquesa Calderón de la Barca, La Vida en México, traducción de Enrique Martínez Sobral, Prólogo del Marqués de San Francisco, México, Librería de la Vda. de Ch. Bouret, 1920, t. II, p. 261.

64.- Elisa García Barragán, El pintor Juan Cordero, p. 13. La fecha del nacimiento de Cordero difiere entre sus biógrafos; algunos afirman que es el 16 de mayo de 1824. La autora presenta en su libro el acta de nacimiento.

65.- Dublán, Manuel y José María Lozano, Legislación mexicana, México, Imprenta del Comercio, 1876, t. iv., p. 600 y ss. Báez Macías, Eduardo, Guía del Archivo de la antigua Academia de San Carlos (1843-1867), México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1976., D/4783.

66.- Esther Acevedo, et al., “El Patrocinio de la academia y la producción pictórica”, en De  la Fuente, Beatriz, et al., Las Academias de Arte (VII Coloquio Internacional en Guanajuato), México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1985, pp. 89-120.

67.- García Barragán, op.  cit., pp. 16-17

68.- Corrado Maltese, “Nazareni Accademici di San Luca e Puristi nel primo ottocento romántico a Roma”, en De la Fuente, Beatriz, Las academias de arte, pp. 61-79.

69.-Báez Macías, op. cit., D/4401 y 5246.

70.- Manzoni, Alessandro, Opere morali e filosofiche, Italia, Arnoldo Mondadori Editore, 1958, vol IV.

71.- Báez Macías, 0p. cit., D/5862.

72.- García Barragán, op. cit., pp. 24-30.

73.- Marquesa Calderón de la Barca, op. cit., pp. 94-9574

74.- García Barragán, op. cit.,  p. 31.

75.- Rodríguez Prampolini, Ida, La crítica de arte en México en el siglo IXI. Estudios y Documentos I (1810-1858), Documentos II (1858-1878), México, UNAM Instituto de Investigaciones Estéticas, 1963., pp. 364 y ss.

76.- Ibid., pp. 382-389.

77.- Báez Macías., op. cit., d/1-371 Y 83.

78.- Villaurrutia, Xavier, Obras, recopilación de textos por Miguel Capistrán y Luis M. Schneider, México FCE, 1966, cfr.

79.- Fernández, Justino, El arte del siglo XIX en México, México, UNAM, Inst. Investig. Estéticas, 1967, pp. 271-272.

80.- Rodríguez Prampolini, op. cit., pp. 427 y ss.

81.- Ernesto Lemoine, La Escuela Nacional Preparatoria en el periodo de Gabino  Barreda, pp. 110-111.

82.- Rodríguez Prampolini, op. cit., t. II, pp. 180-182.


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