Cartas
de petición de mujeres en la diáspora española a América (fines del siglo XIX y
principios del XX). Un análisis desde las emociones
INTRODUCCIÓN
Este texto analiza las
estrategias puestas en marcha por mujeres españolas emigrantes o con familia
emigrante que atravesaban obstáculos graves en sus contextos migratorios. Ante
ciertas situaciones críticas y necesidades extremas, el apoyo de familiares y
amigos resultó insuficiente o inexistente, por lo que muchas de ellas optaron
por enviar cartas a las embajadas y consulados españoles para solicitar la
intercesión, la ayuda económica o la protección diplomática. La correspondencia
consular ilumina dos modelos esenciales de procesos migratorios femeninos, el
de aquellas que se quedaban en el lugar de origen, cuyo contacto con la
emigración fue, por tanto, indirecto, y el de las expatriadas que vivían
directamente los problemas derivados de su partida. El arco cronológico de este
estudio comprende el final del siglo XIX y el primer tercio del XX, período en
el cual el flujo migratorio femenino creció y su presencia entre la
documentación histórica del Ministerio de Asuntos Exteriores se hizo más
visible1.
Nuestra hipótesis plantea
que, con el gesto de escribir, las mujeres mostraban un papel activo por el que
se erigían en agentes de su propia historia, recurriendo a los instrumentos y
estrategias que tenían a su alcance. Su objetivo esencial era convencer de la
urgencia y gravedad de lo que les acontecía a aquellos en cuyas manos estaba la
posibilidad de protegerlas, de manera que, tanto o más importante que la
escritura misma, era el lenguaje con el que expresaban sus peticiones y
compartían el mundo en el que se hallaban inmersas.
Esto lo hacía a través de
una serie de elementos discursivos que provenían de una cultura migratoria
compartida, la cual incluía actitudes, normas y prácticas mediante las cuales
vivían y percibían sus relaciones sociales y que se transmitían usualmente de
viva voz. En esta traslación de las experiencias traumáticas al papel que hacen
las mujeres en sus cartas cobra especial relevancia la expresión de las
emociones. Tomando estas como punto de partida teórico, nuestro trabajo muestra
cómo las expresiones emocionales de las cartas de petición no son un simple
reflejo de un estado de ánimo o del sentir de quienes las escribían, sino que
forman parte de una estrategia discursiva más amplia y compleja que tenía como
marcos de referencia su consideración social como mujeres, españolas y
emigrantes o insertas en proyectos migratorios.
El análisis se dispone en
tres apartados. En el primero exponemos los puntos de vista teóricos y
metodológicos que alumbran el presente análisis. El segundo se dedicará a la
contextualización de la correspondencia utilizada y al análisis de su
naturaleza y características esenciales. Para terminar, la tercera parte se
propone rastrear el papel que tiene la expresión de las emociones y
sentimientos en estas cartas a partir de una selección de distintas situaciones
de vulnerabilidad de las mujeres y las estrategias que desarrollaron para salir
de ella.
MARCO TEÓRICO. EMOCIONES, GÉNERO Y MIGRACIONES
El estudio de las
emociones se ha convertido en las últimas décadas en un fértil camino para el
análisis histórico. En el empeño por dotar a la historia de la dimensión
experiencial de las personas, los afectos, sentimientos y emociones han pasado
de ser un tema más de investigación a transformarse en toda una categoría
analítica transversal —como el género o la clase social—, destinada a “captar
lo social”2. Su inclusión en el
ámbito de las ciencias humanas en general y de la historia en particular es
relativamente reciente y hubo de superar para ello innumerables obstáculos, el
principal de los cuales fue la consabida oposición entre razón y emoción en que
se sustentaba gran parte del pensamiento occidental3. En efecto, ancladas en
las profundidades de la naturaleza humana y vinculada desde antiguo a la
dimensión irracional e intangible del individuo, las emociones fueron por mucho
tiempo excluidas de las dinámicas sociales que constituyen la esencia del
devenir histórico4. Pero no fue sino en
virtud del llamado “giro afectivo” de principios del siglo XXI cuando lo
emocional pasó verdaderamente a estar presente en la agenda historiográfica.
Esta irrupción de las emociones en las agendas de los historiadores hizo que
los sentimientos dejasen de ser considerados como elementos oscuros de la
irracionalidad humana para ocupar un lugar central en la explicación de la
experiencia y el comportamiento de los individuos5.
Teniendo como punto de
partida la consideración de que las emociones se hallan condicionadas
socialmente y varían con el tiempo, los contextos y los agentes de expresión6, los trabajos de Barbara
Rosenwein y William Reddy fueron pioneros a la hora de delimitar el campo de la
historia de las emociones y proponer los primeros marcos teóricos para su
estudio. La primera aportó al marco interpretativo sobre las emociones el
concepto de comunidad emocional, que definió como los grupos de individuos
(familias, vecindarios, parlamentos, monasterios, gremios, parroquias…)
vinculados por un “sistema de sentimientos” a partir del cual definen las
emociones propias y ajenas, así como los lazos afectivos que los unen y los
diferentes modos de expresión sentimental que alientan, deploran, recuperan o
arrinconan. Estos individuos pueden así configurar una “comunidad discursiva”
en la que interactúan con otros en la lejanía7. William Reddy, por su
parte, hizo de la relación entre lenguaje y emoción el epicentro de sus
reflexiones. Su punto de partida es la idea de que no podemos analizar la
emoción como una experiencia “vivida”, sino solo su traducción en un “acto de
habla”. Lo que el historiador denomina emotives constituyen,
pues, esa traducción verbalizada de una emoción. Sin embargo, más allá de ser
una simple expresión lingüística utilizada para enunciar lo que se siente,
los emotives tienen, según este autor, una función
performativa capaz de actuar sobre el estado emocional del hablante y
modificarlo8.
Los avances en la historia
de las emociones estuvieron igualmente unidos a los que en décadas anteriores
se habían producido en los estudios de género. En efecto, la historia de las
mujeres puso los sentimientos en un primer plano, al constituir estos uno de
los elementos centrales de la construcción histórica de las desigualdades entre
hombres y mujeres, marcada esta por la atribución de una naturaleza sentimental
diferenciada a ambos sexos. Estos estudios de género fueron, así pues, pioneros
en evidenciar la enorme carga de construcción emocional que se escondía detrás
de los procesos de creación de identidades de género9. El importante papel que
tuvieron las emociones y afectos en la construcción de las fronteras y
estereotipos de género contribuyó a perfilar esa doble esfera social en la que
las emociones eran propias de la condición femenina y la razón lo era de la
masculina, quedando la primera circunscrita a los espacios privados mientras
que la segunda se desarrollaba en los públicos. A partir del profundo
cuestionamiento de tales categorías, la historia de las mujeres ha contribuido
a rescatar la perspectiva emocional en los procesos de creación de identidades
de género10.
¿Cómo han influido estos
avances teóricos en los estudios migratorios? La historia de las migraciones
incorporó la perspectiva experiencial a partir de los años sesenta del siglo
XX, al calor del éxito de la noción de cadena migratoria impulsada desde la
sociología histórica anglosajona. La reducción de la escala de análisis
permitió trascender una investigación esencialmente basada en las fuentes
estadísticas e iniciar una búsqueda de otro tipo de evidencias históricas con
las que acercarse a lo que las cifras no mostraban, como el funcionamiento de
las redes sociales o el intercambio de información, y empezar a entender, sobre
todo, el modo a través del cual los emigrantes percibían su propia experiencia
migratoria11. El examen histórico
microsocial de las fuentes personales como las cartas, fotografías, objetos,
diarios, memorias, entrevistas y otros, alentó un desarrollo importante en la
historiografía, con un énfasis en las comunidades étnicas y la identidad
colectiva. Solo en las últimas décadas las personas han adquirido una creciente
centralidad frente a los colectivos, lo que ha propiciado una conexión más
estrecha con los estudios sobre las emociones, en los que cobra importancia la
dimensión subjetiva, íntima, personal y volcada en el individuo.
Estas mismas fuentes han
hecho posible, más recientemente, superar la tradicional invisibilidad que
rodeó la presencia de las mujeres en el análisis del fenómeno migratorio a lo
largo del siglo XX. El acercamiento de los estudios de género a la
historiografía de las migraciones ha sido más tardío y aún se puede pensar
escaso12. Las emigrantes fueron
consideradas durante mucho tiempo como figuras secundarias o incluso marginales
en la fuerza laboral frente al modelo imperante del emigrante varón, joven y
soltero. Su presencia se entendió circunscrita a la idea de la mujer
dependiente o desplazada por motivos de reagrupación familiar13.
Entre las principales
razones que explican este hecho se halla el propio predominio masculino en los
flujos14, o la citada primacía de
las fuentes primarias macroestructurales en los que la perspectiva femenina
tendía a diluirse15. La participación
femenina en las corrientes migratorias ultramarinas, sin embargo, no era un
fenómeno nuevo a finales del siglo XIX, pues ya desde el siglo XVI una cuarta
parte de los flujos migratorios a las Indias estuvo conformada por mujeres16. Durante la gran oleada
migratoria a América los varones supusieron sistemáticamente más del 70 % del
total de desplazamientos, aunque las cifras variaron dependiendo de los lugares
de destino. Así, países que tenían una alta demanda de emigración temporal como
Cuba, recibieron de media aproximadamente un 80 % masculino. La proporción, sin
embargo, era bastante más baja en otros destinos como Brasil, donde la política
de pasajes subsidiados privilegió a los grupos familiares. Argentina y México,
dos países muy distintos en cuanto a sus flujos migratorios, comparten sin
embargo el hecho de que la corriente de mujeres fue creciendo a lo largo del
tiempo de manera que a pesar del protagonismo indiscutible de hombres en los
números este fue compatible con un proceso de convergencia de la emigración
femenina.
Por otra parte, una
categoría tan importante para el análisis económico migratorio como la de
“emigración familiar” tuvo el efecto de limitar durante mucho tiempo casi de
forma exclusiva la presencia de las mujeres en los movimientos migratorios al
ámbito doméstico, ignorando la globalidad de su experiencia laboral, tanto
dentro como fuera del hogar17. La emigración por
trabajo parecía ser una categoría exclusiva de los varones, o, en todo caso, de
las mujeres solteras tan solo.
Frente a estas
consideraciones, conviene no olvidar, sin embargo, que el fenómeno migratorio
afectaba a quienes se iban tanto como a quienes se quedaban y que las mujeres
tuvieron un protagonismo directo en el sostenimiento de la economía familiar
ante la ausencia del cabeza de familia, lo que en los contextos agrarios del
tercio norte peninsular se tradujo en una feminización de la explotación
campesina. Esta ausencia hizo a estas “viudas de vivos” más autónomas, pero
también víctimas de abusos y de un limbo legal18.
Es sabido, por otra parte,
que la participación de las mujeres en el mercado laboral fue bastante más alta
entre las que partieron que entre las que permanecieron en España. Sin embargo,
la división sexual del trabajo restringió las opciones de empleo y concentró a
la fuerza laboral femenina en los rangos más bajos de la estructura
ocupacional. Así, el principal empleo de los inmigrantes trabajadores fue el
servicio doméstico, que también experimentó una gradual feminización, seguido
de actividades en el comercio, subordinadas a sus esposos o familiares, y otras
como la costura19.
Finalmente, también el
Estado tuvo un papel fundamental en el silenciamiento de las mujeres en la gran
oleada migratoria. La legislación española de 1907 y su actualización de 1924
—en vigor hasta principios de los años sesenta— invisibilizaron a las mujeres
al considerar a efectos legales como emigrantes solo a los hombres, mientras
que ellas recibían un trato ampliamente discriminatorio en la norma.
Igualmente, en el continente americano las mujeres fueron víctimas de
legislaciones excluyentes que en muchos casos alimentaron la inmigración ilegal
y los abusos de los agentes intermediarios20.
LAS CARTAS DE PETICIÓN PARA EL ESTUDIO DE LA
AGENCIA FEMENINA EN CONTEXTOS MIGRATORIOS
Uno de los principales
obstáculos al que se ha enfrentado la reconstrucción histórica de la emigración
femenina ha sido la parquedad de sus huellas escritas. A su escasa visibilidad
en los ámbitos laborales, en parte por la importancia del trabajo dentro del
hogar o bien en el servicio doméstico, se suma su igualmente escasa presencia
en los espacios de socialización de las comunidades migratorias españolas y,
más aún, su citada invisibilidad en las fuentes oficiales como las estadísticas
migratorias o los censos21.
Por ello ha sido
importante el rescate de la correspondencia privada para el análisis de las
experiencias migratorias femeninas. Enfocada al análisis migratorio en general,
esta fuente permite desvelar aspectos diversos de las representaciones de la
historia de las migraciones por parte de la gente común22, como la reconstrucción
de la identidad y del mundo perdido por los expatriados o el lento proceso de
asimilación e incorporación de los hábitos sociales y culturales del país de
acogida, así como el funcionamiento de las redes solidarias y de protección
dentro de las colectividades migratorias23.
La fuente epistolar ha
sido ampliamente abordada desde perspectivas diversas, como la historia de
género, de la familia y, cómo no, también de las emociones, ámbito en el que se
pueden considerar, sin duda, un soporte privilegiado. Las rupturas y reacomodos
entre personas, lugares y realidades socioculturales diferentes a las que daba
lugar el hecho migratorio imponían pruebas de fuerte intensidad y ambivalencia,
al tiempo que revelaban la simultaneidad de afectos a menudo contradictorios
entre sí. La experiencia migratoria tiene además procesos emocionales que le
son propios, por la disociación a la que somete a los que la viven respecto a
sus referentes sociales y espaciales originales24.
Las cartas de petición como
género epistolar
Como subgénero epistolar
las peticiones se conciben como demandas de un favor, o de la reparación de una
injusticia, dirigidas a alguna autoridad establecida. La carta de petición no
es sino el instrumento que poseen aquellos que no tienen poder para tratar de
que los que sí lo tienen actúen y tomen decisiones a favor de sus intereses o
derechos25. Como se ha dicho, las
mujeres emigrantes o inmersas en un contexto migratorio enviaban sus peticiones
en momentos de dificultades graves cuando algún factor de sus proyectos fallaba
y necesitaban ayuda, lo que hace que la relación que emerge de estas cartas sea
de naturaleza asimétrica26. Los elementos
discursivos que las caracterizan, como el lenguaje utilizado para formular los
problemas, la descripción de los estados de ánimo que estos generaban, los
giros y expresiones emocionales comunes en la mayoría de las cartas, provenían
del habla reverencial y sumiso con el que la gente común solía dirigirse a una
autoridad y tenían como fin que les fuera concedida su petición27. Constituyen por ello una
modalidad epistolar híbrida, entre el mundo privado e íntimo de sus redactoras
y el público, protocolario y distante de sus lectores. No había un vínculo
afectivo como el de la correspondencia familiar, encargada de mantener los
lazos familiares a distancia y de atender la economía doméstica a través de las
remesas28.
En las cartas de petición
de mujeres que aquí se analizan los rasgos biográficos compartidos eran muy
diversos: mujeres jóvenes, adultas o ancianas; solteras, casadas o viudas;
residentes en España o en los países de destino; madres, esposas, hijas o
miembros de una familia de emigrantes; insertas en el mercado de trabajo,
trabajadoras en sus domicilios o dedicadas a “sus labores”; españolas de
nacimiento o por nacionalización; sanas o enfermas; en libertad o privadas de
ella; iletradas, con rudimentos lectoescritores o con dominio de la pluma;
dependientes o autónomas. Excepto en el caso de las cartas de recomendación,
que podían ser escritas por mujeres de posición acomodada que recomendaban a
otras connacionales, comúnmente su situación económica era precaria.
Desde un punto de vista
formal, la redacción de las cartas de petición solía hacerse en primera
persona, e incluía descripciones detalladas de situaciones personales, a menudo
íntimas, así como de los sentimientos que estas situaciones agitaban. El molde
de la letra era rústico, con una caligrafía irregular y muchas faltas de
ortografía. En general el discurso emanaba espontáneamente, muy apegado a la
oralidad, contenía abundantes giros coloquiales, muestras de agradecimiento y
de cortesía y ante todo de un exagerado respeto y reverencia a la autoridad.
Excelentísimo Señor: debo ante todo pedir a
VS me disculpe la libertad que me tomo al dirigirme a VE sin otro título que me
autorice hacerlo que la reconocida caridad e indulgencia de VE. Bien sé señor
que esto no puede justificar tanta molestia, pero la desesperada situación de
una pobre madre creo que decidirá a VE perdonar mi atrevimiento y a procurarme
el amparo que de VE solicito29.
Cuando la caligrafía se
tornaba uniforme y cuidadosa, el lenguaje más morigerado o las fórmulas más
impersonales, la iniciativa de un cura o la visita a un escribano solía
aparecer detrás de la redacción de esa carta para quien no sabía escribir.
Personas cercanas y con un nivel cultural más alto (el maestro del pueblo, el
boticario, un comerciante o el citado párroco) accedían a ejercer esa labor de
intermediarios no solo gracias a su destreza con la escritura sino a su
ascendiente social en la comunidad de referencia. Juana Fariñas escribió por
primera vez a la Legación de España en México en agosto de 1911 para solicitar
la repatriación de su hija, Dolores, de doce años, que había emigrado tres años
antes con una hermana de su padre, hasta que descubrieron que esta la
maltrataba. El tipo de letra y las expresiones utilizadas por Juana sugieren la
posibilidad de que en realidad las cartas fueran escritas por el sacerdote de
Cambre, municipio al que pertenecía la aldea de Sigrás, en la que vivía la
familia, quien les aconsejó que se dirigieran al consulado. Frente a un trazo
elegante y menudo y expresiones desprovistas de dramatismo, la rúbrica
temblorosa de Juana delataba su inseguridad y falta de pericia al escribir30.
Las cartas de petición
fueron una constante en los fondos de las legaciones a lo largo del período de
la gran oleada migratoria, pero podían llegar a inundar los escritorios del
funcionariado exterior en períodos en los que las crisis económicas o la
inestabilidad política amenazaban el buen curso de las experiencias
migratorias. El desempleo y la falta de recursos se cernían entonces sobre las
comunidades migratorias y las solicitudes de ayuda crecían. Desde España el
silencio prolongado de los emigrados se atribuía a estas situaciones
excepcionales y encendía las alarmas.
Marcos socioculturales de
referencia y lenguaje emocional
Escribir solía ser para
las mujeres españolas de esta época un ejercicio difícil, a menudo violento, al
obligarlas a salir de la esfera privada en la que la sociedad las situaba.
Suponía, en realidad, una doble exhibición para ellas, lo que hacía aún más
compleja su expresión: debían salir de una esfera cultural marcada por la
cultural oral y la sociabilidad de cercanía, familiar y vecinal, y, al mismo
tiempo, alejarse de los códigos epistolares tradicionales, las cartas
familiares, para adoptar un lenguaje artificial y ajeno a sus registros
habituales. Al desmarcarse del usual sesgo de género de los epistolarios
privados emanados de contextos migratorios —en los que los hombres eran, por
regla general, los que escribían en nombre de las esposas o la familia—31, las mujeres que firmaban
estas peticiones mostraban su plena autonomía en el acto de escribir, su
capacidad de iniciativa y toma de decisiones.
En cuanto a los
destinatarios, los cónsules, embajadores, ministros plenipotenciarios y otros
encargados de las legaciones se erigían a través de esta correspondencia en
mediadores ineludibles entre la teórica tutela estatal y la práctica migratoria
real. Estos eran reconocidos y aceptados entre las comunidades de emigrantes
que debían proteger, si bien aparecían ante ellas como entes lejanos y
abstractos, y más aún si cabe para las mujeres, poco o nada familiarizadas con
los entresijos de la política y la burocracia estatales. Esta figura visible de
la autoridad estatal simbolizaba para ellas la vía con la que invocar la
protección del Estado32. A diferencia de la
correspondencia privada, la distancia que separaba aquí a emisoras y receptores
no era solamente geográfica sino también —y, sobre todo— simbólica y
sociocultural.
Al escribir sus
peticiones, las mujeres se situaban en el cruce entre tres marcos socio
culturales de referencia compartidos con sus destinatarios desde los cuales
elaboraban sus argumentos y expresaban sus emociones: su consideración como
mujeres (hijas, madres y/o esposas) con la consiguiente interiorización de los
códigos socio-culturales inherentes a ellas; su condición de españolas y la
posibilidad de expresar el vínculo afectivo con la patria derivado de dicha
circunstancia; y, por último, su situación de emigrantes y por ello
responsables del impacto que este hecho podían tener en sus contextos vitales.
La reafirmación del
cumplimiento de su papel social como mujeres, esposas y madres era un elemento
al que constantemente hacían alusión las mujeres en sus peticiones. Se
prodigaban las expresiones emocionales hacia los hijos y la vulnerabilidad de
la infancia. Así se expresaba una viuda:
Me dirijo a ud. urjida por las circunstancias
por una situación de suma desesperación para hacer un llamamiento a su bondad
(…) ya ha platicado a ud. mi hija la mayor que me han quedado jijos pequeños
faltos de todo (…)33.
Del mismo modo, los
argumentos expresados por las mujeres en sus misivas se acompañaban de
alusiones constantes a su españolidad, a la sinceridad de sus sentimientos
patrióticos, a la religión católica, los valores de la familia e incluso la
caballerosidad en los funcionarios, elementos todos estos vinculados al marco
referencial de su pertenencia a la nación española: “Este es un favor ─afirmaba
una redactora─ que os pide una madre en un momento de desesperación y espera
que se lo otorguéis a título de caballero”34. La carta siguiente, de
Micaela Gómez, es una buena muestra de la puesta en escena de los marcos
referenciales femenino y patriótico en las estrategias discursivas y el
lenguaje emocional de estas peticiones.
Muy señor mío. La que suscribe es española y
de Madrid y siendo madre de cinco hijitos menores de 12 años; y teniendo a mi
esposo internado en San María de Córdoba y habiendo agotado todos los recursos
financieros y no quedarme más que el precepto bíblico “busca y hallares” pedir
y hos darán llama y hos abrirá y habiendo recurrido algunas instituciones de
beneficencia española encontrado ¡una indiferencia para él caído! En mi
desesperado de madre vengo pues a vd don Ramiro a implorá y suplicá en el nombre
De Dios y de mi Rey de mi Patria y en la creencia de ser atendida por ser vd
padre para evitarme de ver una madre española en la vía pública! Es tan la
miseria que creo en la alimentación mia de los míos es vd mi ultima esperanza!
Dios guarde a vd y los suyos su servidora Micaela Gomez de Cámara (…). Para
hevita un espectáculo de presentarme madre y 5 chicos -por eso manda a mi
hijito mayor por los menores ¡perdón estas letras!35
Dado que la distribución
de la justicia y la generosidad eran tareas esenciales del gobierno, los
gobernantes difícilmente podían negar a los súbditos el derecho a dirigirse a
ellos para implorarles que hicieran justicia o les concedieran un favor36. Pero a lo que se
apelaba, en última instancia, era a los valores humanitarios universales, discrecionales,
atenidos a la voluntad individual y a la indulgencia del que leía las misivas,
en una concepción paternalista del Estado y sus representantes, propia de este
periodo de fines del siglo XIX y principios del XX. Así lo expresaba Balbina
Ponze:
Confiamos en el noble corazón de tan elebado
señor que ara lo posible por descubrir su paradero y sacar de una duda orible a
una desbenturada hija que llora noche y día la perdida de su padre no sabe si a
muerto o bibe si esta (…) o muere de necesidá esta es una duda horrible Dios
libre a SE de ella y a toda la umanida37.
En este mismo registro
ideológico y cultural, las alusiones a la religión (las súplicas en nombre de
Dios, las referencias a las sagradas escrituras y las bendiciones, entre otros)
constituían igualmente marcadores ideológicos y culturales compartidos con los
destinatarios de estas misivas con los que se buscaba crear una sintonía que
propiciase la intercesión de estos últimos a favor de las primeras.
El recurso a su condición
de emigrantes o de familiar (hija, hermana, esposa) constituía el tercer y
último marco de referencia desde el que escribían sus peticiones. Este marco
les servía sobre todo para poner en escena la extrema vulnerabilidad de su
condición; la expresión de esta fragilidad de su existencia de emigrantes era a
menudo utilizada para despertar en el receptor la compasión y la solidaridad
necesarias para que este accediese a sus peticiones. Recursos expresivos como
el empleo de diminutivos servían para acentuar esa condición vulnerable
(referirse a los hijos menores como ‘hijitos’). Traer a colación la enfermedad
de algún miembro de la familia, sobre todo si se trataba del padre y proveedor,
tenía también ese objetivo de persuasión.
En cualquier caso, la
decisión de escribir una carta personal dirigida a un representante diplomático
no se materializaba sino cuando otras opciones en un marco circunscrito a la familia,
vecinos o conocidos se habían descartado o se demostraban inútiles. Las cartas
a menudo aclaraban que dirigirse a las instancias oficiales del país de origen
era una decisión tomada como último recurso. Es decir, solo cuando fallaban los
mecanismos usuales del tejido social migratorio se tomaba la vía alternativa de
acudir a las autoridades. María O. de Domínguez, por ejemplo, se quedó viuda
con cinco hijos y sin recursos, por lo que solicitaba que la ayudaran
económicamente. Comenzaba su carta diciendo: “mi esposo me dijo que solo en
casos muy graves acudiera a ustedes”38. Este hecho condicionaba
el tono con el que se escribía, en el que predominaban las constantes
disculpas, los intentos de justificación detallados, la vergüenza por haber
tenido que llegar a tal extremo y la humillación que suponía un reconocimiento
tácito de que el proyecto se había frustrado, de la ausencia o debilidad de los
lazos que los habían llevado hasta allí. En este sentido dos emociones
aparecían recurrentemente en las cartas como principal justificación, la
soledad y la desesperación. Transmitirlas de forma clara podía elevar tal vez
las posibilidades de ser escuchadas, tal como expresaba Eva Balcarce al
consulado porteño:
Le ruego encarecidamente que no se olvide de
mi porque me encuentro sola y en un estado tan desesperante que ya no se que
hacer (…) allá me dicen que no se puede vivir que haré yo tan enferma sin poder
hacer nada, al cargo de dos menores (…) esto toca a su fin, no puedo más39.
Entre los diversos
argumentos que las redactoras usaban para justificar su acción se hallaba el
hecho de que algún familiar o personas conocidas y respetadas dentro de su
comunidad migratoria se lo hubiera sugerido. La emigrante María Cabrera se
justificaba así: “Un comerciante de ésta, también español, me recomendó que
acudiera a usted (…)”40. Es importante resaltar
por tanto que, a pesar de no cubrir las necesidades de la manera esperable, la
red social migratoria no desaparecía, sino que una actuación de más baja
intensidad se desplegaba para compartir al menos una información crucial, de
modo que los y las emigrantes se animasen a buscar la ayuda consular.
Fuera cual fuera la
envergadura del problema narrado en una carta, es posible que sus redactoras
ponderaran a menudo sus relatos como modo de conmover a los lectores y lograr
así que actuaran a su favor. Altas dosis de dramatismo caracterizaban los
discursos emocionales. Juana Peralta exclamaba desde Buenos Aires:
¡Perdón Señor! Por estas líneas. Cinco meses
de duro batallar con la miseria y la desesperación; y la esperanza se disipa
bajo el ofuscamiento de los sentidos y por los crueles padecimientos físicos y
corporales (…). ¡Cuán amarga es mi vida!41.
La escenificación de
sentimientos y el marcado dramatismo característico de muchas de estas cartas
son un claro ejemplo de la función performativa del lenguaje emocional, esto
es, de su capacidad para actuar sobre el estado emocional de las personas
participantes en el acto comunicativo. En este caso, se trataba sobre todo de
propiciar en el lector de estas cartas una serie de emociones y sentimientos
(pena, conmiseración, culpa) propicios a la intercesión de este a favor de la
autora de la misiva.
ENTRE LÍNEAS.
EMOCIONES Y ESTRATEGIAS DISCURSIVAS EN CONTEXTOS MIGRATORIOS
De las múltiples facetas
de la exhibición de la vulnerabilidad a través de las emociones hemos
seleccionado, en primer lugar, varios ejemplos de ruptura de la comunicación en
el contexto migratorio, con el consiguiente aislamiento y sentimiento de
soledad resultantes. En segundo lugar, destacamos la fragilidad que acompañaba
a determinados procesos judiciales, sobre todo las experiencias carcelarias de
las mujeres o de sus familiares; y, por último, la penuria económica, que
aparece como la muestra de debilidad que animaba en mayor medida la escritura
de estas cartas de petición.
Pero antes de ilustrar
estas diferentes declinaciones de la vulnerabilidad, recordemos que, y tal y
como se enunció en el apartado anterior, la iniciativa de escribir una petición
suponía una actitud proactiva, la determinación de salir de las dificultades
por la vía de solicitar un favor. A la exposición de la vulnerabilidad seguía
pues la solicitud, la idea que las mujeres exponían y en la que confiaban que
les pudiera sacar de la dificultad: la búsqueda de un desaparecido, la ayuda
económica, un indulto, o un pasaje de repatriación, entre otros.
La
vulnerabilidad de las mujeres en los contextos migratorios
En la primera mitad del
siglo XX la emigración tuvo una presencia muy fuerte en las economías rurales y
repercusiones cruciales en aquellos que permanecían en la explotación agraria
familiar, sobre todo mujeres, ancianos y niños. Las mujeres que se quedaban en
su tierra natal enfrentaban una vida cotidiana dura, asumían ellas solas el
trabajo, que incluía no solo el cuidado de los hijos y otros familiares
dependientes sino también la explotación y el mantenimiento del hogar. La
espera de noticias o remesas de los que habían emigrado marcaba su tiempo y su
vida cotidiana. La conexión entre esos dos mundos migratorios, el de origen y
destino, dependía del delgado hilo de la comunicación escrita, las esporádicas
visitas de los emigrantes y las noticias que traían de ellos los vecinos y
paisanos. Y a menudo, ninguna de estas vías funcionaba, las esperas se
alargaban y los silencios aumentaban los temores. Las emociones expresadas en
el siguiente fragmento expresan la facilidad con la que se podía romper la
comunicación entre los dos mundos de la emigración y la situación de
vulnerabilidad que esta conllevaba para las mujeres.
… mi esposo llamado Juan Vidal que vive en
México (…) se marchó para ver si podía encontrar trabajo para mejorar su
situación la mía y la de tres hijas que tenemos. En los primeros meses se portó
muy bien enviándonos cartas con frecuencia y girando algunos recursos y como
quiera que él es bueno, y hace seis meses ya que no tenemos noticias suyas,
ante el temor de que pueda estar enfermo muerto o haberle sucedido otra
cualquier desgracia es por lo que he decidido dirijirme a Vd.42
El sentimiento dominante
en estas cartas era la incertidumbre. Se llenaban de descripciones para
facilitar la identificación de la persona, a las que acompañaban expresiones de
descontento, ansiedad y desamparo. Enriqueta Rosety de González afirmaba desde
Orán:
… hace ya un año que todo se ha convertido en
profundo silencio y nada me prueba que existe en este mundo aquel que me dio el
título de esposa y el dulce nombre de madre por los tres hijos que sufren en
compañía mía de su ausencia y abandono43.
La inseguridad y el miedo
eran las dos emociones que en este contexto de ruptura de la comunicación
impulsaban a escribir. Una sospecha que pesaba siempre en el ánimo de las
redactoras —que en ocasiones se confirmaba— era la posibilidad de que el
inmigrante hubiera muerto. Desde Badajoz, la esposa de un dependiente de una
fábrica de muebles en Veracruz explicaba: “hace pocos días me han dicho que ha
fallecido, pero de una manera extraoficial, y presa de angustia, con el fin de
saber con exactitud de él me permito molestar a Ud.”44. Como muestra este caso,
la distancia favorecía la propagación de rumores, una información muy inestable
que no contaba con la entera credibilidad de quienes rastreaban a una persona y
que, por el contrario, acentuaba el desconcierto. En otras cartas, la soledad
derivada de la desaparición del esposo generaba una sospecha de abandono,
cuando corría el rumor de que el emigrante hubiera formado otra familia en el
país de destino: “un amigo de mi esposo que desde allí me escribe dice que mi
citado esposo quiere contraer matrimonio con su compañera de trabajo,
olvidándose de que ya está casado conmigo” afirmaba la esposa de un artista de
opereta45.
En un segundo escenario,
las experiencias carcelarias narradas por las mujeres en primera persona
introducían un relato estremecedor donde las situaciones se llevaban al límite.
En sus súplicas de ayuda solían declararse inocentes, víctimas de atropellos,
injusticias o acusaciones infundadas. Isabel Romero llevaba ya tres meses
detenida en un centro penitenciario de la Ciudad de México cuando decidió a
escribir al consulado. En su misiva no aclaraba la causa que le había llevado a
la prisión: “yo Sr. conzul no tengo delito ninguno como ud. lo bera [sic]”.
Fundaba su defensa en su carácter trabajador y sacrificado y apelaba a su
soledad y desprotección.
… que teniendo dies años aqui que llegue de
España que trage algo de capital y que desde esa fecha trabajé como una negra
para poder reunir más y habiéndome pasado una desgrasia de encontrarme detenida
en esta por una desgrasia y no teniendo una persona que me defienda en este
asunto recurro a ud. para que tenga la bondad de ir a verme para explicarle
todo lo que me a pasado como conzul mío yo le suplico no me eche en olvido por
ser sola y no tengo quien me llebe ni lo más preciso ques de comer y cama para
dormir46.
De Dominica Cosío, por el
contrario, se tuvo noticia de su juicio y sentencia por delito de adulterio a
través de una carta que le escribió a su abogado y este presentó ante el
cónsul, en la que afirmaba que tal acusación era falsa y explicaba su encierro
por la traición de alguien que le había tendido una trampa47. Similar argumentación
sostenía Concepción Falcón en su misiva al consulado:
… me encuentro recluida en la penitenciaría
de esta ciudad bajo una acusación arbitraria a todas luces pues la persona que
me ha acusado no tiene personalidad jurídica para hacerlo y no obstante las
autoridades le han dado entrada48.
La defensa de oficio
provista por el Estado mexicano no había aparecido en ninguno de los casos en
el momento de requerir la intervención consular. Las condiciones de vida que
relataban dentro de la prisión eran extremas: a la carencia de alimentos, ropa
e incluso cama, se unían enfermedades y un trato violento de reclusas y
funcionarias. Las mujeres se sentían ultrajadas ante su encierro y abandonadas
a su suerte. Los trámites se demoraban, además, por el hecho de ser mujeres,
ante la necesidad de recabar el permiso o aval del marido o tutor para poder
intervenir frente a la justicia.
Finalmente, las
situaciones de vulnerabilidad vinculadas a contextos de precariedad y falta de
recursos fueron las más habituales en las cartas y tendían a incrementarse en
años de crisis económicas en los países de acogida, cuando el aumento del
desempleo solía afectar a las emigrantes situándolas en un contexto de extrema
necesidad. Muchas mujeres no contaban con la ayuda de parientes y amigos y
caían en la indigencia por lo que optaban por salir de la esfera privada para
hacer partícipe a la autoridad consular de su situación. Tendían a dibujar una
imagen de sí mismas destinada a conmover y provocar la compasión de quien la
escuchaba, acentuando los rasgos de miseria, desarraigo y abandono de su
situación: “Agobiada bajo el peso de una horrible desgracia he pensado a quien
podría dirigirme que pudiera auxiliarme, sin que hallara a quien fundar mis
esperanzas, sin hogar y sin modo de obtenerlo”, explicaba una mujer en marzo de
190249.
Las
peticiones: estrategias para salir del atolladero
Tras una exposición de
motivos, las cartas solían abordar las peticiones necesarias para salir de la
situación de vulnerabilidad en la que las mujeres se veían inmersas. El relato
iba acompañado de numerosas expresiones de emociones cuyo fin era persuadir al
que leía de la veracidad de sus asertos y la urgencia de sus solicitudes. Así,
la más habitual de estas era la petición de un socorro pecuniario, una
cantidad, normalmente no muy alta, con un fin determinado que se explicaba con
detalle. En los problemas con la justicia la petición usual de intercesión
frente a las autoridades locales perseguía conseguir el indulto, o la rebaja de
la pena, entre otros. Ante la desaparición de personas se solicitaba que el
consulado iniciara un procedimiento de búsqueda de paraderos y una reconvención
de carácter moral si se había producido un abandono, o incluso la aplicación de
la ley española si este suponía un delito. Finalmente, la solución más radical
ante los problemas era la finalización del proyecto migratorio, para la que se
solicitaba el concurso de las autoridades mediante un pasaje de repatriación.
En primer lugar, a las
cancillerías españolas llegaban, como decimos, muchas cartas de mujeres que
solicitaban una ayuda económica. Los socorros solían concederse si suponían
óbolos de pequeña cuantía, porque la mayoría de las veces el propio funcionario
anotaba en la carta, con otro color “Concédasele”, “Darle 10 pesos” y
expresiones similares. Solía haber un apartado en el presupuesto de las
oficinas consulares orientado a tal fin e incluso los funcionarios aportaban a
veces de su bolsillo para situaciones límites, de las que luego informaban a
sus superiores si era menester.
¿Quiénes solicitaban esta
ayuda? El modelo de mujer más recurrente que se acercaba al consulado o la
embajada para pedir un socorro era el de las viudas sin recursos, muchas veces
con hijos pequeños. En sus cartas explicaban que necesitaban la ayuda para el
pago del alquiler de sus viviendas, pues debían ya diversas cantidades y
corrían el riesgo de que las expulsaran. La viuda de Ambrosio Sánchez escribió
en septiembre de 1913 solicitando una ayuda de diez pesos para que no la
echaran de la habitación que ocupaba con sus hijos:
… por renta de la casa, que suma tres meses
sin que mis esfuerzos puedan traducirse en un centavo y que imposible me ha
sido pagar ¡a donde ir que hacer! Me muero de vergüenza y dolor sálveme ud.
Dios se lo pagará50.
No solo viudas, las cartas
de madres de familia a las que no acompañaba un esposo eran habituales en este
tipo de peticiones, así como la apelación a la enfermedad. El lenguaje de este
ejemplo muestra lo interiorizado que estaba el discurso paternalista al que
antes hacíamos referencia:
Señor mío (...), mi situación es tan crítica
pues estoy sin hogar, enferma, con mi hija algo débil y en estas circunstancias
he pensado dirigirme a Ud., rogándole me tienda su mano protectora51.
Otra de las estrategias en
las que las mujeres movilizaban expresiones emocionales en contextos de
vulnerabilidad eran las peticiones de intercesión ante la justicia. Las más
habituales provenían de mujeres cuyos hijos, maridos o hermanos estaban
detenidos, aunque también ellas mismas pudieran caer presas, como vimos. A
partir de aquí, las situaciones eran diversas y las argumentaciones utilizadas
también, así como el recurso a emociones para avalar esos argumentos. Algunas
se concentraban en defender la inocencia del detenido o de ellas mismas, y se
pedía, por tanto, el indulto. En otras, sin embargo, cuando el delito estaba
probado, solicitaban una revisión de la pena impuesta, con argumentos tales
como el celo penal excesivo o haber delinquido en defensa propia: “que mi
infortunado hermano defendió su propia vida en lucha abierta contra el caído
Pedro Fabrín”, expresaba Serafina de Armeñanzas52. También se pedía que se
asegurara la presencia de un abogado en un juicio, unas mejores condiciones de
reclusión y un cambio a otra penitenciaría más cercana o a otro pabellón. En
varias cartas, tras cumplir un período de cárcel se aludía al buen
comportamiento del reo para solicitar su liberación coincidiendo con
celebraciones nacionales donde era costumbre indultar a un preso.
En la expresión de
emociones, las redactoras se aferraban a la esperanza de encontrar una alternativa
en un sentido restitutorio del orden resquebrajado y hacían uso de la carta
como el último recurso del que disponían. En estas misivas, la emoción más
evidente era la expresión reiterativa de la angustia, la cual cumplía un
propósito esencial de sensibilizar al lector y mostrar las consecuencias que un
hecho así podía tener para la familia del encarcelado, sobre todo los niños.
Más allá de la expresión de desesperación o pesimismo, esta situación
deterioraba gravemente las condiciones de existencia de las mujeres y su
círculo familiar cercano por lo que presentar una situación extrema era un
recurso común a este tipo de cartas. María de Villar afirmaba no saber nada
sobre la causa que se seguía contra su esposo dos meses después de haber sido
detenido. En una larga exposición al consulado, al tiempo que defendía su
inocencia, la mujer presentaba un contexto límite: “encontrándome en la más
completa indigencia con dos hijos uno de tres años y otro de veinte meses,
viviendo de las personas caritativas”. Su esposo había sido “el único sostén de
la familia” de manera que al faltar él se habían ido agotando todos los
recursos “y no teniendo nada absolutamente por haberme desecho de todo lo poco
que poseía hasta de lo más necesario para la vida y próxima al inmediato
desalojo por carecer de todo”, solicitaba la ayuda consular tanto para su
esposo como para su familia.
… a VE suplico que se trate de remediar
tantas necesidades y de poner remedio a tantas calamidades ya para mi pobre
esposo inocente ya para mis tiernos hijos inocentes acosados por el hambre y la
miseria53.
Finalmente, María parecía
aspirar a que extraditaran al marido a España de manera que concluía su carta
solicitando que ella y sus hijos fueran repatriados:
… y siendo que mi esposo tuviera necesidad de
mandarlo a España que me manden al seno de mi familia donde las penas serán
menos duras pues si no fuera por mi infeliz esposo y mis queridos hijos más
prefería la muerte que no sufrir tantas calamidades54.
Las peticiones de justicia
suponían, además, un conocimiento de la situación que solía venir precedido de
una asesoría legal respecto al proceso judicial o la legislación penal, a
menudo proporcionada por algún abogado, autoridad o paisano enterado en su
grupo migratorio. Una madre anciana firmaba junto a su esposo una carta desde
Nalech (Lérida) en la que solicitaba el indulto de su hijo preso en Argentina,
de quien dependían económicamente en su vejez. Reconocía el delito cometido,
pero lo atenuaba:
… circunstancias tristes más no deshonrosas
llevaron a mi hijo a la emigración en esa capital en donde cometió un hecho
torpe y deshonroso nunca excusable ante la conciencia, pero con atenuantes que
resultan de la sentencia como son la embriaguez del acusado y la solicitación
de la perjudicada55.
La madre apelaba a la
buena conducta del hijo en la cárcel para acogerse a la acostumbrada liberación
de un preso común “con ocasión de las fiestas cívicas de mayo y julio” a través
de la intercesión del ministro plenipotenciario ante el presidente argentino.
En la necesidad de convencer a su interlocutor, recurría a todos los discursos
emocionales ya señalados: la concepción paternalista de la autoridad y la
exaltación de la patria y la religión.
Así, como padre cariñoso que VE es de todos
los españoles emigrados en ese país, esperamos que se dignará hacer cuanto
pueda para lograr el referido indulto. Hacedlo, Excmo. señor, por lo que más
amáis en este mundo y rogarán a Dios por VE y por vuestra familia dos padres
que os deberán la vida, la honra y la dicha, por haberles devuelto en su
ancianidad llena de achaques y necesidades a su amado y desgraciado hijo56.
En los casos donde el
encarcelamiento se hubiera prolongado durante meses o años resultaba evidente
que no era la primera vez que las mujeres escribían y que lo hacían aconsejadas
por terceros. Solían conocer bien la situación, las causas abiertas contra su
familiar, los jueces que los habían juzgado o quiénes intervenían en la
defensa. Un rasgo común era solicitar intercesores en la comunidad española,
personas ‘respetables’ con contactos en el poder. Apolonia de Rojo declaraba:
“(…) pongo en su conocimiento que mi esposo sigue preso en La Plata y la Cámara
3.º de apelaciones aún no ha fallado el proceso a pesar de estar en estudio el
expediente desde hace dos años”. La señora se mostraba desesperanzada ante la
difícil situación: “Todas mis esperanzas de madre que precisa la compañía de su
esposo para alimentar y educar a mis hijitos se han perdido”. Pero no dejaba de
buscar alguna alternativa de mejora, y apelaba para ello a la búsqueda de
recomendaciones superiores que ejercieran su influencia directa para lograr la
liberación del marido.
Es por esto, Sr. Embajador, que ruego a Ud.
que en el día de la Raza y dado entre las personas respetuosas en que Ud. ha de
encontrarse se acuerde de mi esposo, solicitando a las personas que Ud. desee
hablen con los Sres. Rocht y Alsina para que estudien y fallen con justicia en
el proceso (...). Le ruego consiga de sus buenas amistades una carta de
recomendación para mi persona. Tenga compasión Sr. Embajador pues es a Ud. a la
única persona que puedo dirigir mis súplicas lo que hasí hago pidiéndole
también perdón57.
Respecto a los casos de
desapariciones antes mencionados, en los que las mujeres perdían el contacto
con sus maridos, hijos u otros allegados, las estrategias plasmadas en sus
cartas a las autoridades tenían como objetivo, no solo indagar el paradero de
estos, sino que las autoridades realizaran una amonestación contra ellos,
basada en normas morales y religiosas, en el incumplimiento del deber y los
compromisos que propiciaron que en su día pudiera emprender el camino.
Efectivamente, se pedía a la autoridad su mediación: “si posible le fuera lo
aga por una madre con cinco hijos aberiguar su paradero y recriminarle y
decirle lo que debe hacer” solicitaba una salmantina, que no ocultaba el enojo
que sentía58. Quiteria Rey buscaba a
su hijo ante el consulado en Buenos Aires: “le ruego encarecidamente que en
caso que VE le encuentre le hobligue a escribirme, pues hace 23 años que se
marcho de esta y nunca supe de él” y pedía “(...) si fuera posible le llaméis
en vuestra oficina y le hagáis la reflexión que su familia sufre por falta de
recursos”59.
Ante la posible evidencia
de un delito, como la bigamia, se reclamaba de las autoridades que tomasen
partido, protegiesen a las familias en España y aplicaran al individuo la ley
española. Para apoyar esta demanda de justicia, las mujeres recurrían a un
lenguaje con una fuerte carga emocional, a menudo cargado de acusaciones, así
como reproches que expresaban su resentimiento: “él abandonó aquí a su mujer e
hija, dejándonos en Gijón, y vive adulterinamente ahí con otra mujer de la que
tiene varios hijos (...). Se le han de exigir los auxilios que esté obligado a
prestar a su legítima esposa e hija”60. Incluso cabía que se
traspasase la línea del enfado y se adoptara la ironía para reclamar
simplemente un documento que liberara del yugo marital o afianzara una
herencia.
Mi esposo, Miguel Antúnez Torreblanca, de 53
años natural de Almogía, provincia de Málaga, tuvo hace veinte años la
caballerosidad de abandonarme sin otra causa para ello que la que le dictaba su
mala conducta y espíritu aventurero; llegando en sus correrías a designar esa
gran Metrópoli como pozo insondable en donde sepultó sus familiares deberes.
Así han transcurrido veinte años sin que hasta la fecha haya dado señales de
vida61.
Estas búsquedas de
paraderos pueden interpretarse como la muestra de que las mujeres no se daban
por vencidas ante el silencio o los problemas que de él se derivaban. En los
dos planos en los que se movían, el privado (la familia, la aldea) y el público
(oficinas consulares, entre otras), reelaboraban sus propios discursos, en los
que subyacía un sentido de lo justo y lo injusto, una restauración de unas
normas y hábitos quebrantados en torno a la responsabilidad del varón con la
familia.
Las cartas muestran, en
definitiva, una tenaz resistencia a conformarse con una situación adversa y la
voluntad férrea de encarar la situación activamente. La búsqueda se ponía en
marcha cuando otros recursos, como la consulta a los allegados, se hubiera
demostrado ineficaz o insuficiente. El inicio del trámite evidenciaba esa
ruptura, como prueba de que los lazos basados esencialmente en la confianza
fallaban. La joven barcelonesa Elisea Riquer mantenía una correspondencia
frecuente con su padre, emigrado a la Ciudad de México. En 1920 supo que varias
de sus cartas no le habían llegado, por lo que escribió al consulado pidiendo
ayuda para contactarlo y enviando en el mismo sobre una segunda carta personal
y sellada para que fuera entregada al padre:
… por conducto de otro pariente mío he sabido
que desde hace cierto tiempo ninguna de las cartas que dirigí con regularidad
por cada vapor correo a d. Manuel Riquer (...) han llegado a sus manos62.
Finalmente, en las cartas
de petición de pasajes de repatriación las inmigrantes expresaban su intención
de volver a España y, como no tenían recursos suficientes para ello, acudían a
la ayuda oficial porque solas no podían emprender este paso. De nuevo se
trataba de un acto, el de escribir su solicitud, con el cual las mujeres
mostraban claramente su papel proactivo, una decisión tomada que intentaban
llevar a la práctica con el fin de solventar los problemas que agobiaban su
experiencia migratoria cotidiana. La repatriación se contemplaba como un
objetivo que debían alcanzar tan pronto como fuese posible.
... pues soy sinceramente pobre y me allo sin
recursos, para el sostenimiento de mis hijos, biendome en la necesidad de
recurrir a usted rogándole encarecidamente pues deseo bolberme a España y no
puedo conseguir los pasajes, para mis dos hijas menores de siete años bengo a
pedirle su ayuda63.
Sin duda, las solicitantes
conocían de antemano la existencia de este recurso, de manera que acudir al
consulado o la embajada y solicitar la repatriación se convirtió desde fines
del siglo XIX en una vía frecuentemente utilizada, un recurso más dentro del
conjunto de nociones de actuación que acumulaban los emigrantes, de su bagaje
cultural migratorio. Normalmente sabían de casos de compatriotas que volvieron
con un pasaje subvencionado o fueron aconsejados por otros españoles. De este
modo, la red social que auspiciaba las migraciones —familia, amigos, vecinos—,
mostraba sus límites al no poder impedir que uno de los suyos se fuera de esta
manera, pero también seguía mostrando su potencialidad al suministrar al menos
la información adecuada para que pudieran hacerlo con la ayuda oficial64.
La función mediadora de
las autoridades diplomáticas constituyó un importante punto de referencia ya
que en ocasiones era el mismo ministro o embajador el que aconsejaba a una
mujer que tomara la vía del regreso con la ayuda oficial. El encargado de
negocios de España en Buenos Aires respondía así a una solicitud de ayuda de
una mujer desde Santiago del Estero:
… en respuesta a su carta de ayer, (…) si lo
desea, estaba Embajada podría, como recurso a su alcance, recomendarla al
Consulado General, si es que desea regresar a España, para que, dentro de las
disposiciones vigentes, facilitara su repatriación65.
Las inmigrantes en estas
circunstancias se presentaban a sí mismas como mujeres pobres, desgraciadas,
desafortunadas, fracasadas, necesitadas de ayuda y protección, víctimas, en
definitiva, de unas circunstancias que las sobrepasaban. Se hallaban en la
miseria, o abandonadas por sus parientes o amistades, dependientes del auxilio
ajeno e incapaces de encontrar un trabajo y empezar de nuevo. Se enfrentaban a
la imposibilidad de continuar con su proyecto migratorio. Entre los pesares que
manifestaban se hallaba presente la soledad y la sensación de desprotección.
María Sanjurjo López, natural de Málaga, de
treinta y cinco año, de estado casada y mi hijo José Delgado, de la misma
naturaleza y de doce año, habitante en la Plata (...) que habiéndome abandonado
mi marido hace siete meses, donde me encuentro en la mayor miseria por no tener
recursos para sobrevivir a tantas calamidades como me agovian, encontrándome
sin familia que pueda ampararme, me dirijo a ud. para que bajo su prerrogativa
se compadezca de mi situación, que espero de su benigno corazón se apiade y me
conceda V.M el pasaje para mi y el de mi hijo para Málaga poniéndome al abrigo
de mi familia66.
Por el contrario, también
la necesidad perentoria de sacar adelante a sus hijos o incluso a su familia al
completo en un contexto de falta de empleo o de parientes cercanos que las
ayudasen movilizaba la acción de las mujeres solicitantes de repatriación. Una
práctica habitual fue acudir ante las esposas de los funcionarios consulares y
solicitar su intercesión con los maridos, apelando a la compasión y la
solidaridad femenina.
La que tiene el honor de dirigirse a V.,
dueña de una humilde profesión vino a este país esperando encontrar más amplio
horizonte para desarrollar sus aptitudes, pero pronto vio frustradas sus
esperanzas por falta de alguna persona que se interesara y la nostalgia se
apoderó de este pobre ser a quien las decepciones sufridas enseñaron a amar la
perdida patria. Si la petición de una persona necesitada logra inclinar su
corazón bondadoso a una acción caritativa, ruego a V., distinguida señora,
influya en el ánimo del Sr. Embajador para que alivie la triste situación de mi
familia que con anhelo desea regresar a la patria67.
A la pérdida del empleo,
el abandono y la miseria se unían, finalmente, otros argumentos a la hora de
solicitar los pasajes de los cuales el más frecuente fue la enfermedad. Las
sociedades benéficas, de socorros mutuos y los hospitales de la colectividad
recomendaban especialmente a sus enfermos crónicos ante las autoridades
diplomáticas, proporcionaban certificados médicos en los que mostraban la
necesidad de volver a la patria para lograr la mejoría de la salud. Micaela
Ortiz expresaba:
Excmo. Señor: Por el adjunto certificado
médico del Dr. Ybáñez Campos, que remito a V.E., verá la necesidad que tengo
del regreso a nuestro País, para mejorar de mi salud, y careciendo de medios
suplico a V.E., me conceda Pasaje de Caridad68.
CONCLUSIÓN
En las últimas décadas la
historiografía de las migraciones ha vuelto la mirada hacia las mujeres y la
dimensión experiencial de sus periplos migratorios de manera que gradualmente
se está superando la invisibilidad tradicional que ha rodeado todo lo
relacionado con el papel femenino en los flujos migratorios transatlánticos. El
énfasis contemporáneo en el carácter transnacional de estos llevó a una
profundización en el estudio de la participación en los procesos de las mujeres
que se quedaban en el lugar de origen, pero formaban parte plenamente de los
engranajes del fenómeno migratorio, que los vivían y los sufrían. Igualmente, una
mayor profundidad en los análisis de los mercados laborales migratorios unida a
la influencia fundamental de la perspectiva de género en la historia del
trabajo ha permitido redimensionar a las mujeres como sujetos laborales
activos, estuvieran o no insertas en el mercado del contexto migratorio. El
estudio que hemos presentado en estas páginas proviene, pues, de un campo bien
abonado y en crecimiento, tras superar un verdadero e histórico silencio.
En un sentido similar, la
historia de las emociones ha demostrado en los últimos tiempos su fortaleza y
densidad para convertirse en una línea transversal de análisis imprescindible
para entender las sociedades y a las personas que vivieron en el pasado. En su
estrecha alianza con la historia del género y desde la atalaya de la
complementariedad, que no oposición, entre sentimiento y razón, las mujeres
están ganando cada día el lugar que merecen en la historiografía. Es desde
estas perspectivas que se ha tratado de recuperar la voz de las mujeres a
partir de este estudio de sus expresiones emocionales en las cartas de petición
a consulados y embajadas, desde el entendimiento de que las emociones no se
oponían a las estrategias migratorias, sino que eran un fiel aliado de estas.
Frente al enorme caudal de
investigaciones enfocadas en la correspondencia familiar, las peticiones
constituyen un subgénero epistolar menos transitado entre las fuentes de
análisis características de los estudios migratorios. Siendo la escritura de
cartas un acto tradicionalmente masculino, estas cartas escritas por mujeres se
han revelado un extraordinario soporte para estudiar la agencia femenina, la
toma de decisiones cotidianas ante los problemas y el despliegue de recursos
del lenguaje y las emociones, en la medida en que ubicaban a las mujeres fuera
de la esfera privada propia a su condición femenina y de aquello que se
esperaba de ellas en el momento en que escribían. El salto a la esfera pública
que realizaban muestra la manera en la que, en ausencia de sus maridos, muchas
de estas tuvieron que adoptar estrategias para las que en un principio pudiera
pensarse que no estaban preparadas, por cuanto no se esperaba esto de ellas.
Ante las dificultades
vinculadas a proyectos migratorios que se torcían, y en ausencia de la
autoridad patriarcal y marital, muchas mujeres optaron por aventurarse en los
vericuetos de la burocracia estatal para solicitar de las autoridades
diplomáticas y consulares, intercesión y ayuda para solucionar los problemas y
cambiar el rumbo de los acontecimientos. Desde un marco referencial en el que
estas mujeres aludían a su condición de madres / esposas / hermanas, pero
también de españolas y emigrantes o parientes de emigrantes, las autoras de las
cartas elaboraban argumentos destinados a buscar la intercesión y ayuda de la
autoridad. La alta carga emocional de estas cartas puede ser analizada como una
estrategia destinada a propiciar la ayuda o intercesión de las autoridades a
las que se dirigían y a crear en ellas un estado de ánimo a favor de la
demandante. La expresión de las emociones no fue un signo de debilidad propio
de la condición femenina, sino una verdadera baza para lograr sus objetivos.
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NOTAS
1
Esta
documentación se ha seleccionado esencialmente de la correspondencia general de
la Embajada y el Consulado de España en Ciudad de México y de la de la Embajada
en Buenos Aires, repositorios ricos en determinados momentos en cuanto al
intercambio epistolar con los emigrantes. No nos ha sido posible saber el
número exacto de misivas que contienen dichos fondos, ni tampoco conocer el
balance entre las escritas por hombres o mujeres. Para este trabajo se han
consultado en torno a un centenar, halladas aproximadamente en un tercio de las
cajas de las legaciones españolas revisadas. En los fragmentos citados en este
texto se mantiene la grafía y la redacción original.
2
Deluermoz et
al.2013, 31.
3
Fernández
Vicente 2022, 264.
4
Deluermoz et
al.2013, 2-3.
5
Barrera y
Sierra 2020, 121.
6
Bolaños
Florido 2016, 182.
7
Barrera y
Sierra 2020, 126.
8
Reddy 2019, 141.
9
Barrera y
Sierra 2020,
114-115.
10
Scott 1990.
11
Martínez
Martín 2014,
449-462.
12
Medina
Domenech 2012. Rosas,
Barral y Magliano 2021,
137-145.
13
Rey Castelao 2021, 15-16.
Chamberlain 1997.
14
Sánchez Alonso 1995,
158-161. Hernández Borge 2001, 87-101.
15
Hernández
Borge y González Lopo 2008, 11-18.
16
17
Rodríguez
Galdo 2009, 25.
18
Cagiao
Vila 2008. Rey
Castelao 2021.
19
Moya 2004,
218-222. Gil Lázaro 2015,
116-123.
20
Durán
Villa 2009, 48-49.
21
Farías 2020, 109.
22
Baily y
Ramela 1988.
Gerber 2006.
Kampfhoefner y Helbich 2006.
23
Núñez
Seixas 2014.
González Lopo 2011. Da
Orden 2010. Sierra
Blas 2006. Núñez
Seixas y Soutelo Vázquez 2005.
Castillo Gómez 2001.
24
Bjerg 2019; 2020. Borges
y Cancian 2016. Calvo
Salgado y Rábade Villar 2012.
25
Heerma
Van Voss 2002, 1-10.
Las peticiones han constituido una importante fuente para el estudio de la
historia social. Para una visión de conjunto Miller 2019,
409-426. En la historiografía española destaca el trabajo sobre las cartas de
súplica del exilio republicano de Adámez Castro 2017.
26
Gur
Alroey 2006, 39-72.
Alroey realizó un estudio recurriendo al rico repositorio de cartas enviadas
por emigrantes judíos a las oficinas de información creadas por las
asociaciones judías internacionales a finales del siglo XIX. En el caso
español, véase Gil Lázaro 2022. Rey
Castelao 2021.
Martínez Martínez 2014.
27
Adámez
Castro 2017, 83 y
ss. Las normas establecidas en los manuales epistolares publicados entre los
siglos XIX y XX coinciden en señalar la relación desigual entre redactores y
destinatarios, por lo que el lenguaje, la forma y la estructura de las misivas
debía mostrar la deferencia respecto al destinatario. Esto provocaba que las
cartas de súplica dirigidas a un superior fueran muy difíciles de realizar,
sobre todo para aquellas personas que desconocían el protocolo o no tenían un
pleno dominio de la escritura.
28
Gerber
2006, 101-131. Este autor atribuye a las cartas de emigrantes tres funciones
esenciales: una de carácter regulativo (organizar y mantener relaciones), otra
expresiva (representar experiencias y expresar emociones) y una tercera
descriptiva (escribir sobre acontecimientos cotidianos y rutinas).
29
Carta sin
firma dirigida al Ministro Plenipotenciario de España en Argentina, don Julio
Arellano y Arróspide, Buenos Aires, 5 de abril de 1903, Archivo General de la
Administración, Alcalá de Henares, Madrid (AGA), Fondo de la Embajada de España
en Argentina (EEA), caja 9093.
30
Carta de
Juana Fariñas al cónsul de España en México don Emilio Moreno Rosales, Sigrás,
Cambre, 5 de agosto de 1911, AGA, Fondo del Consulado de España en México
(CEM), caja 9650.
31
Soutelo
Vázquez 2009.
32
Adámez
Castro 2017, 57-58.
A lo largo de la historia, las cartas de petición constituyeron la base sobre
la que se construyeron los sistemas asistenciales que permitieron al individuo servirse
de los beneficios de pertenecer a un determinado Estado. Según la autora, al
redactar estas peticiones, los redactores “debían adecuarse a unas normas
determinadas, enmarcadas en un proceso administrativo prefijado por el poder”
por lo que entraban a formar parte de un círculo de protección que, si en el
siglo XVI protagonizaban la Iglesia o la Corte, desde el siglo XIX en adelante
protagonizó el Estado nación.
33
Carta de
la viuda de Ambrosio Sánchez al Sr. Cónsul de España en México, don Emilio Moreno
Rosales, San Pedro de los Pinos, México, 16 de septiembre de 1913,
AGA, CEM, caja 9652.
34
Carta de
Enriqueta Rosety de González al cónsul español en Orán don Ernesto Merlé, Orán,
17 de enero de 1892, AGA, EEA, caja 9067. Rosety pedía desde Orán que el cónsul
se comunicara con las autoridades diplomáticas en Buenos Aires para buscar a su
marido emigrado en aquel país.
35
Carta de
Micaela Gómez de Cámara al Embajador de España en Argentina, don Ramiro de
Maeztu, Buenos Aires, ca. 1928, AGA, EEA, caja 9198. En
la misma hoja de papel y otro color y letra puede leerse “darle diez pesos”.
36
Heerma
Van Voss 2002, 10.
37
Carta de
Balbina Ponze al Excmo. Señor Ministro Plenipotenciario de España en Buenos
Aires don Julio de Arellano y Arróspide, La Coronada, Badajoz, 16 de
noviembre de 1903, AGA, EEA, caja 9093.
38
Carta de
María O. viuda de Domínguez al Encargado de Negocios de España en México,
Marqués de González, Ciudad de México, 17 de marzo de 1921, AGA, Fondo de la Embajada
de España en México (EEM), caja 418.
39
Carta de
Eva N. Balcarce, al Embajador de España en Argentina, don Ramiro de Maeztu,
Santiago del Estero, Argentina, 17 de agosto de 1928, AGA, EEA, caja 9198.
40
Carta de
María Cabrera al Ministro Plenipotenciario de España en Argentina, Pablo Soler
y Guardiola, Buenos Aires, 12 de febrero de 1917, AGA, EEA, caja 9145.
41
Carta de
Juana Peralta al Embajador de España en Argentina, don Ramiro de Maeztu, Buenos
Aires, 18 de agosto de 1928, AGA, EEA, caja 9198.
42
Carta de
Joaquina Galán al Cónsul de España en México, Barcelona, 2 de abril de
1927, AGA, EEM, caja 508.
43
Carta de
Enriqueta Rosety de González al cónsul español en Orán don Ernesto Merlé, Orán,
17 de enero de 1892, AGA, EEA, caja 9067, AGA, EEA, caja 9067.
44
Carta de Juliana
Candelaria de Olmedo al Excmo. Cónsul de España en México, Zafra,
Badajoz, 18 de febrero de 1911, AGA, CEM, caja 9649.
45
Carta de
María Texido al Cónsul de España en la República Mexicana, Barcelona,
14 de enero de 1923, AGA, CEM, caja 9702.
46
Carta de
Isabel Romero al Cónsul de España en México, Cárcel de Belén, Ciudad
de México, s.f. ca. 1915, AGA, CEM, caja 9665.
47
Carta del
bufete del Lic. Luis G. Otero a Dominica Cosío, Ciudad
de México, 11 de octubre de 1910, AGA, CEM, caja 9649.
48
Carta de
Concepción Falcón al Cónsul de España en México, Penitenciaría
de la Ciudad de México, 12 de junio de 1920, AGA, CEM, caja 9685.
49
Carta de
Dionisia Trincado al ministro plenipotenciario de España en Argentina don Julio
Arellano y Arróspide, Barco de Baldeorras, 7 de marzo de 1902, AGA, EEA, caja 9093.
50
Carta de
la viuda de Ambrosio Sánchez al Sr. Cónsul de España en México, don Emilio
Moreno Rosales, San Pedro de los Pinos, México, 16 de septiembre de 1913,
AGA, CEM, caja 9652.
51
Carta de
Amelia de González al Embajador de España en la Argentina don Ramiro de Maeztu, Buenos
Aires, 9 de septiembre de 1928, AGA, EEM, caja 9198.
52
Carta de
Micaela Faurá al Embajador de España en la Argentina don Pablo Soler y
Guardiola, Buenos Aires, 8 de febrero de 1918, AGA, EEA, caja 9153.
53
Carta de
María del Carmen del Villar al Ministro Plenipotenciario de España en Argentina
don Julio de Arellano y Arróspide, Buenos Aires, 1 de abril de
1903, AGA, EEA, caja 9093.
54
Carta de
María del Carmen del Villar al Ministro Plenipotenciario de España en Argentina
don Julio de Arellano y Arróspide, Buenos Aires, 1 de abril de
1903, AGA, EEA, caja 9093.
55
Carta de
Josefa Lafont al Ministro Plenipotenciario de España en Argentina, Nalech
(Lérida), 23 de marzo de 1892, AGA, EEA, caja 9081.
56
Carta de
Josefa Lafont al Ministro Plenipotenciario de España en Argentina, Nalech
(Lérida), 23 de marzo de 1892, AGA, EEA, caja 9081.
57
Carta de
Apolonia C. de Rojo al Embajador español en Buenos Aires don Ramiro de Maeztu, Buenos
Aires, 9 de octubre de 1928, AGA, EEA, caja 9198.
58
Carta sin
firma dirigida al Cónsul de España en México don Emilio Moreno Rosales, Tejares
(Salamanca), 6 de julio de 1911, AGA, CEM, caja 9649.
59
Carta de
Quiteria Rey al ministro plenipotenciario de España en Argentina, San
Roque (La Coruña), 1 de julio de 1916, AGA, EEA, caja 9136,
60
Carta de
la Sra. de Valdés, al Sr. don Abelardo Fernández Arias, del servicio consular
mexicano, Gijón, 6 de julio de 1911, AGA, CEM, caja 9649.
61
Carta de
María Fuentes Sánchez al Embajador de España en la República Argentina, Málaga,
s/f, AGA, EEA, caja 9188.
62
Carta de
Elisea Riquer al Cónsul de España en México, Barcelona, 9 de junio de
1920, AGA, EEA, caja 9685.
63
Carta de
Teresa Orgando de Blanco al Embajador de España en Argentina,
Larandi, 24 de septiembre de 1928, AGA, EEA, caja 9215.
64
Gil
Lázaro 2015,
268-282.
65
Carta del
Encargado de Negocios de España en Buenos Aires a Eva Balcarce, Buenos
Aires, 18 de agosto de 1928, AGA, EEA, caja 9198.
66
Carta de
María Sanjurjo López al Embajador Sr. don Pablo Soler y Guardiola, La
Plata, 21 de febrero de 1917, AGA, EEA, caja 9445.
67
Carta de
María Martín a la Excma. Sra. Daisy Gueranico de Soler y Guardiola, Buenos
Aires, 12 de febrero de 1917, AGA, EEA, caja 9145.
68
Carta de
Micaela Ortiz al Embajador de España en Argentina, Buenos
Aires, 31 de octubre de 1930, AGA, EEA, caja 9215.
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https://hispania.revistas.csic.es/index.php/hispania/article/view/1268/1352
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