Bronislaw Malinowski: La cultura
(1931)
La cultura
El hombre varía en
dos aspectos: en forma física y en herencia social, o cultura. La ciencia de la
antropología física, que utiliza un complejo aparato cíe definiciones,
descripciones, terminologías y métodos algo más exactos que el sentido común y
la observación no disciplinada, ha logrado catalogar las distintas ramas de la
especie humana según su estructura corporal y sus características fisiológicas.
Pero el hombre también varía en un aspecto completamente distinto. Un niño
negro de pura raza, transportado a Francia y criado allí, diferirá
profundamente de lo que hubiera sido de educarse en la jungla de su tierra
natal. Hubiera recibido una herencia social distinta: una lengua distinta,
distintos hábitos, ideas y creencias; hubiera sido incorporado a una
organización social y un marco cultural distintos. Esta herencia social es el
concepto clave de la antropología cultural, la otra rama del estudio
comparativo del hombre. Normalmente se la denomina cultura en la moderna
antropología y en las ciencias sociales. La palabra cultura se utiliza a veces
como sinónimo de civilización, pero es mejor utilizar los dos términos
distinguiéndolos, reservando civilización para un aspecto especial de las
culturas más avanzadas. La cultura incluye los artefactos, bienes,
procedimientos técnicos, ideas, hábitos y valores heredados. La organización
social no puede comprenderse, verdaderamente excepto como una parte de la
cultura; y todas las líneas especiales de investigación relativas a las
actividades humanas, los agrupamientos humanos y las ideas y creencias humanas
se fertilizan unas a otras en el estudio comparativo de la cultura.
El hombre, con
objeto de vivir altera continuamente lo que le rodea. En todos los puntos de
contacto con el mundo exterior, crea un medio ambiente secundario, artificial.
Hace casas o construye refugios; preparará sus alimentos de forma más o menos
elaborada, procurándoselos por medio de armas y herramientas; hace caminos y
utiliza medios de transporte. Si el hombre tuviera que confiar exclusivamente
en su equipamiento anatómico, pronto sería destruido o perecería de hambre o a
la intemperie. La defensa, la alimentación, el desplazamiento en el espacio,
todas las necesidades fisiológicas y espirituales se satisfacen indirectamente
por medio de artefactos, incluso en las formas más primitivas de vida humana.
El hombre de la naturaleza, el Natürmensch, no existe.
Estos pertrechos
materiales del hombre —sus artefactos, sus edificios, sus embarcaciones, sus
instrumentos y armas, la parafernalia litúrgica de su magia y su religión—
constituyen todos y cada uno los aspectos más evidentes y tangibles de la
cultura. Determinan su nivel y constituyen su eficacia. El equipamiento
material de la cultura no es, no obstante, una fuerza en sí mismo. Es necesario
el conocimiento para fabricar, manejar y utilizar los artefactos, los
instrumentos, las armas y las otras construcciones, y está esencialmente relacionado
con la disciplina mental y moral de la que la religión y las reglas éticas
constituyen la última fuente. El manejo y la posesión de los bienes implica
también la apreciación de su valor. La manipulación de las herramientas y el
consumo de los bienes también requiere cooperación. El funcionamiento normal y
el disfrute normal de sus resultados se basa siempre en un determinado tipo de
organización social. De este modo, la cultura material requiere un complemento
menos simple, menos fácil de catalogar o analizar, que consiste en la masa de
conocimientos intelectuales, en el sistema valores morales, espirituales y
económicos, en la organización social y en el lenguaje. Por otro lado, la
cultura material es un aparato indispensable para el moldeamiento o
condicionamiento de cada generación de seres humanos. El medio ambiente
secundario, los pertrechos de la cultura material, constituye un laboratorio en
el que se forman los reflejos, los impulsos y las tendencias emocionales del
organismo. Las manos, los brazos, las piernas y los ojos se ajustan, mediante
el uso de las herramientas, a las habilidades técnicas necesarias en una
cultura. Los procesos nerviosos se modifican para que produzcan todo el abanico
de conceptos intelectuales, sentimientos y tipos emocionales que forman el
cuerpo de la ciencia, la religión y las normas morales prevalecientes en una
comunidad. Como importante contrapartida a este proceso mental, se producen
modificaciones en la laringe y en la lengua que fijan algunos de los conceptos
y valores cruciales mediante la asociación con sonidos concretos. Los
artefactos y las costumbres son igualmente indispensables y mutuamente se
producen y se determinan.
El lenguaje suele
ser considerado como algo distinto tanto de las posesiones materiales del
hombre como de sus costumbres. Esta concepción suele emparejarse con una teoría
en la que el significado se considera un contenido misterioso de la palabra,
que puede transmitirse mediante actuación lingüística de un entendimiento a
otro. Pero el significado de una palabra no está misteriosamente contenido en
ella, sino que más bien es el efecto activo del sonido pronunciado dentro del
contexto de la situación. La pronunciación de un sonido es un acto
significativo indispensable en todas las formas de acción humana concertada. Es
un tipo de comportamiento estrictamente comparable a manejar una herramienta,
esgrimir un arma, celebrar un ritual o cerrar un trato. La utilización de las
palabras en todas estas formas de actividad humana es un correlato indispensable
del comportamiento manual y corporal. El significado de las palabras consiste
en lo que logran mediante la acción concertada, la manipulación indirecta del
medio ambiente a través de la acción directa sobre otros organismos. La lengua,
por tanto, es un hábito corporal y es comparable a cualquier otro tipo de
costumbres. El aprendizaje del lenguaje consiste en el desarrollo de un sistema
de reflejos condicionados que al mismo tiempo se convierten en estímulos
condicionados. La lengua es la producción de sonidos articulados, que se
desarrolla en la infancia a partir de las expresiones infantiles inarticuladas
que constituyen la principal dotación del niño para relacionarse con el medio
ambiente. Conforme el individuo crece, su aumento en el conocimiento
lingüístico corre paralelo a su desarrollo general. Un creciente conocimiento
de los procedimientos técnicos va ligado al aprendizaje de los términos
técnicos; el desarrollo de la ciudadanía tribal y de la responsabilidad social
va acompañado de la adquisición de un vocabulario sociológico y de un habla
educada, de órdenes y de fraseología legal; la creciente experiencia de los
valores religiosos y morales se asocia al desarrollo de las fórmulas éticas y
rituales. El completo conocimiento del lenguaje es el inevitable correlato del
completo logro de un estatus tribal y cultural. El lenguaje, pues, forma parte
integral de la cultura; no es, sin embargo, un sistema de herramientas, sino
más bien un cuerpo de costumbres orales.
La organización
social suele ser considerada por los sociólogos como exterior a la cultura,
pero la organización de los grupos sociales es una combinación compleja de
equipamiento material y costumbres corporales que no pueden divorciarse de su
substrato material ni del psicológico. La organización social es la manera
estandarizada de comportarse los grupos. Pero un grupo social siempre consta de
personas. El niño, adherido a sus padres para la satisfacción de todas sus
necesidades, crece dentro del refugio de la casa, la choza o la tienda paterna.
El fuego doméstico es el centro a cuyo alrededor se satisfacen las distintas
necesidades de calor, comodidad, alimento y compañía. Más adelante, en todas
las sociedades humanas, se asocia la vida comunal con el asentamiento local,
ciudad, aldea, o conglomerado; se localiza dentro de límites precisos y se
asocia con las actividades públicas y privadas de naturaleza económica,
política y religiosa. Por tanto, en toda actividad organizada, los seres
humanos están ligados entre sí por su conexión con un determinado sector del
medio ambiente, por su asociación con un refugio común y por el hecho de que
llevan a cabo ciertas tarcas en común. El carácter concertado de su
comportamiento es el resultado de reglas sociales, es decir, de costumbres, bien
sancionadas por medidas explícitas o que funcionan de forma en apariencia
automática, Las reglas sancionadas —leyes, costumbres y maneras— pertenecen a
la categoría de los hábitos corporales adquiridos. La esencia de los valores
morales, por los que el hombre se ve conducido a un comportamiento concreto
mediante la compulsión interior, ha sido adscrita en el pensamiento religioso y
metafísico a la conciencia, la voluntad de Dios o un imperativo categórico
innato; mientras que algunos sociólogos han explicado que se debe a un supremo
ser moral: la sociedad o el alma colectiva. La motivación moral, cuando se
considera empíricamente, consiste en una disposición del sistema nervioso y de
todo el organismo a seguir, dentro de circunstancias dadas, una línea de
comportamiento dictada por una restricción interior que no se debe a impulsos
innatos ni tampoco a los beneficios o ventajas evidentes. La restricción
interior es el resultado del gradual entrenamiento del organismo en un conjunto
concreto de condiciones culturales. Los impulsos, deseos e ideas están, dentro
de cada sociedad, soldados a sistemas específicos, denominados en psicología
sentimientos. Tales sentimientos determinan las actitudes de un hombre hacia
los miembros de su grupo, sobre todo hacia unos parientes más próximos; hacia
los objetos materiales que le rodean; hacia el país en que habita; hacia la
comunidad en que trabaja; hacia las realidades de su Weltanschauung mágica,
religiosa o metafísica. Los valores o sentimientos fijados suelen condicionar
el comportamiento humano hasta el punto de que un hombre prefiera la muerte a
la renuncia o el compromiso, el dolor al placer, la abstención a la
satisfacción del deseo. La formación de los sentimientos y, por tanto, de los
valores, se basa siempre en el aparato cultural de la sociedad. Los
sentimientos se forman a lo largo de un gran espacio de tiempo y mediante un
entrenamiento o condicionamiento gradual del organismo. Se basan en formas de
organización, muchas veces de amplitud mundial, tales como la iglesia
cristiana, la comunidad del Islam, el imperio, la bandera, todos ellos símbolos
o reclamos detrás de los cuales hay, no obstante, realidades culturales vivas y
vastas.
El entendimiento
de la cultura hay que encontrarlo en su proceso de producción por las sucesivas
generaciones y en la forma en que, en cada nueva generación, produce el
organismo adecuadamente moldeado. Los conceptos metafísicos de un espíritu de
grupo, una conciencia o aparato sensorial colectivo, se deben a una aparente
antinomia de la realidad sociológica: la naturaleza psicológica de la cultura
humana, por una parte, y por otra el hecho de la cultura transciende al
individuo. Una solución falaz a esta antinomia es la teoría de que las mentes
humanas se combinan o integran y forman un ser supraindividual y sin embargo,
esencialmente espiritual. La teoría de Durkheim de la coacción moral mediante
la influencia directa del ser social, las teorías basadas en un inconsciente
colectivo y el arquetipo de la cultura, conceptos tales como la conciencia del
grupo o la inevitabilidad de la imitación colectiva, explican la naturaleza
psicológica y, sin embargo, supraindividual de la realidad social introduciendo
atajos teóricos metafísicos.
Sin embargo, la
naturaleza psicológica de la realidad social se debe al hecho de que su último
medio es siempre el sistema nervioso o la mente individual. Los elementos
colectivos se deben a la igualdad de las reacciones que se producen dentro de
los pequeños grupos que actúan como unidades de organización social mediante el
proceso de condicionamiento y a través del medio de la cultura material
mediante la cual se produce el condicionamiento. Los pequeños grupos actúan
como unidades porque, debido a su similitud mental, se integran en esquemas más
amplios de organización social mediante los principios de la distribución
territorial, la cooperación y la división en estratos de cultura material. De
este modo, la realidad de lo supraindividual consiste en la masa de cultura
material, que permanece fuera de cualquier individuo y sin embargo le influye
de manera fisiológica normal. Nada misterioso hay, pues, en el hecho de que la
cultura sea al mismo tiempo psicológica y colectiva.
La cultura es una
realidad sui generis y debe ser estudiada como tal. Las distintas sociologías
que tratan el tema de la cultura mediante símiles orgánicos o por la semejanza
con una mente colectiva no son pertinentes. La cultura es una unidad bien
organizada que se divide en dos aspectos fundamentales: una masa de artefactos
y un sistema de costumbres, pero obviamente también tiene otras subdivisiones o
unidades. El análisis de la cultura en sus elementos componentes, la relación
de estos elementos entre ellos y su relación con las necesidades del organismo
humano, con el medio ambiente y con los fines humanos universalmente
reconocidos que sirven constituyen importantes problemas de la antropología.
La antropología ha
tratado este material por dos métodos distintos, determinados por dos
concepciones incompatibles del crecimiento y la historia de la cultura. La
escuela evolucionista ha concebido el crecimiento de la cultura como una serie
de metamorfosis espontáneas producidas según determinadas leyes y que han dado
lugar a una secuencia fija de etapas sucesivas. Esta escuela da por sentado la
divisibilidad de la cultura en elementos simples y se ocupa de estos elementos
como si fueran unidades del mismo orden; presenta teorías de la evolución de la
producción de fuego junto con descripciones de cómo se desarrolló la religión,
versiones del origen y desarrollo del matrimonio y doctrinas sobre el
desarrollo de la alfarería. Se han formulado las etapas del desarrollo
económico y los pasos de la evolución de los animales domésticos, del labrado
de los utensilios y del dibujo ornamental. Sin embargo, no cabe duda de que
aunque determinadas herramientas hayan cambiado, pasado por una sucesión de
etapas y obedecido a leyes evolutivas más o menos determinadas, la familia, el
matrimonio o las creencias religiosas no están sometidas a metamorfosis simples
y dramáticas. Las instituciones fundamentales de la cultura humana no han
cambiado mediante transformaciones sensacionales, sino más bien mediante la
creciente diferenciación de su forma según una función cada vez más concreta.
Hasta que se comprendan y describan con más exactitud la naturaleza de los
distintos fenómenos culturales, su función y su forma, parece prematuro
especular sobre los posibles orígenes y etapas. Los conceptos de orígenes,
etapas, leyes de desarrollo y crecimiento de la cultura han permanecido
nebulosos y son esencialmente no empíricos. El método de la antropología
evolucionista se basaba fundamentalmente en el concepto de supervivencia,
puesto que éste permitía al estudioso reconstruir las etapas pasadas a partir
de las condiciones actuales. El concepto de supervivencia, no obstante, implica
que una organización cultural puede sobrevivir a su función. Cuanto mejor se
conoce un determinado tipo de cultura, menos supervivencias parecen haber en
ella. Por tanto, la investigación evolucionista debe ir precedida por un
análisis funcional de la cultura.
La misma crítica
vale para la escuela difusionista o histórica, que intenta reconstruir la
historia de las culturas humanas, principalmente siguiendo su difusión. Esta
escuela niega la importancia de la evolución espontánea y sostiene que la
cultura se ha producido, principalmente, mediante imitación o adquisición de
los artefactos y las costumbres. El método de esta escuela consiste en un
cuidadoso trazado de las similitudes culturales de grandes porciones del globo
y en la reconstrucción especulativa de cómo se han trasladado las unidades
similares de cultura de un lugar a otro. Las discusiones de los antropólogos
históricos (pues existe poco consensus entre Elliot Smith y F. Boas; W. J. Perry
y Pater Schmidt; Clark Wissler y Graebner; o Frobenius y Rivers) se refieren
sobre todo al problema de dónde se originó un tipo de cultura, hacia dónde se
trasladó y cómo fue transportado. Las diferencias se deben, fundamentalmente, a
la forma en que cada escuela concibe, por un lado, la división de la cultura en
sus partes componentes y, por otro lado, el proceso de difusión. Este proceso
ha sido muy poco estudiado en sus manifestaciones actuales y sólo a partir de
un estudio empírico de la difusión contemporánea se podrá encontrar respuesta a
su historia pasada. El método de dividir la cultura en sus unidades
componentes, que se supone se difunden, es todavía menos satisfactorio. Los
conceptos de rasgos culturales, complejos de rasgos y Kulturkomplexe se aplican
indiscriminadamente a utensilios sencillos o herramientas, tales como el
boomerang, el arco o los palos para hacer fuego, o a características vagas de
la cultura material, como la megalicidad, la sugestividad sexual de la concha
de cauri o ciertos detalles de forma objetiva. La agricultura, el culto de la
fertilidad y los grandes principios, aunque vagos, del agrupamiento social,
tales como la organización dual, el sistema de clanes o el tipo de culto
religioso, se consideran rasgos únicos, es decir, unidades de difusión. Pero la
cultura no puede considerarse como un conglomerado fortuito de tales rasgos.
Sólo los elementos del mismo orden pueden tratarse como unidades idénticas en
la discusión; sólo los elementos compatibles se mezclan para componer un todo
homogéneo. Los detalles insignificantes de la cultura material, por una parte,
las instituciones sociales y los valores culturales, por otra, deben tratarse
de forma distinta. No han sido inventados de la misma manera, no pueden
transportarse, difundirse ni implantarse por los mismos sistemas.
El punto más débil
del método de la escuela histórica es la forma en que sus miembros establecen
la identidad de los elementos culturales. Pues todo el problema de la difusión
histórica se plantea a partir del hecho de que se presenten rasgos real o
aparentemente idénticos en dos áreas distintas. Con objeto de establecer la
identidad de dos elementos de la cultura, los ti ilusionistas utilizan los
criterios que podrían llamarse de forma no pertinente y de concatenación
azarosa de los elementos, respectivamente. La no pertenencia de la forma es un
concepto fundamental, puesto que la forma, que es dictada por la necesidad
interior, puede haberse desarrollado de manera independiente. Los complejos,
concatenados de manera natural, también pueden ser el resultado de una
evolución independiente; de ahí que no haya necesidad de considerar únicamente
los rasgos fortuitamente conectados. No obstante la concatenación accidental y
los detalles no pertinentes de la forma sólo pueden ser, según Graebner y sus
seguidores, el resultado de una difusión directa. Pero tanto la no pertinencia
de la forma como lo fortuito de la concatenación son asertos negativos, lo que
en última instancia significa que la forma de un artefacto o de una institución
no puede ser explicada, ni puede encontrarse la concatenación entre varios
elementos de la cultura. El método histórico utiliza la ausencia de
conocimientos como base de su argumento. Para que sus resultados sean válidos
deben ir precedidos de un estudio funcional de la cultura dada, que debe agotar
todas las posibilidades de explicar la forma por la función y de establecer
relaciones entre los distintos elementos de la cultura.
Si la cultura en
su aspecto material es fundamentalmente una masa de artefactos instrumentales,
a primera vista parece improbable que ninguna cultura deba albergar demasiados
rasgos no pertinentes, supervivencias o complejos fortuitos, ya provengan de
una cultura itinerante extraña o sean traspasados como supervivencias,
fragmentos inútiles de una etapa desaparecida. Todavía es menos probable que
las costumbres, las instituciones o los valores morales deban presentar este
carácter necrótico o no pertinente por el que se interesan fundamentalmente las
escuelas evolucionistas o difusionistas.
La cultura consta
de la masa de bienes e instrumentos, así como de las costumbres y de los
hábitos corporales o mentales que funcionan directa o indirectamente para
satisfacer las necesidades humanas. Todos los elementos de la cultura, si esta
concepción es cierta, deben estar funcionando, ser activos, eficaces. El
carácter esencialmente dinámico de los elementos culturales y de sus relaciones
sugiere que la tarea más importante de la antropología consiste en el estudio
de la función de la cultura. La antropología funcional se interesa
fundamentalmente por la función de las instituciones, las costumbres, la^>
herramientas y las ideas. Sostiene que el proceso cultural está sometido a
leyes y que las leyes se encuentran en la función de los verdaderos elementos
de la cultura. El tratamiento de los rasgos culturales por atomización o
aislamiento se considera estéril, porque la significación de la cultura
consiste en la relación entre sus elementos, y no se admite la existencia de complejos
culturales fortuitos o accidentales.
Para formular
cierto número de principios fundamentales puede tomarse un ejemplo de la
cultura material. El artefacto más simple, ampliamente utilizado en las
culturas más simples, un palo liso, burdamente cortado, de unos seis o siete
pies de longitud, de tal forma que puede utilizarse para excavar raíces en el
cultivo del suelo, para empujar una embarcación o para caminar, constituye un
elemento o rasgo de cultura ideal, pues tienen una forma fija y sencilla, aparentemente
es una unidad autosuficiente y tiene gran importancia en todas las culturas.
Definir la identidad cultural del palo por su forma, por la descripción de su
material, su longitud, su peso, su color o cualquier otra de sus
características físicas —describirlo de hecho según el criterio último de la
forma que utilizan los difusionistas— sería una forma de proceder metódicamente
equivocada. El palo de cavar se maneja de una manera determinada; se utiliza en
el huerto o en la selva para propósitos especiales; se obtiene y se abandona de
forma algo descuidada —pues un ejemplar suele tener muy poco valor económico.
Pero el palo de cavar reluce ampliamente en el esquema económico de cualquier
comunidad en que se utiliza, así como en el folklore, la mitología y las
costumbres. Un palo de idéntica forma puede utilizarse en la misma cultura como
palo para empujar una embarcación, bastón para andar o arma rudimentaria. Pero
en cada uno de estos usos específicos, el palo se incrusta en un contexto
cultural distinto; es decir, se somete a distintos usos, se envuelve en
distintas ideas, recibe un valor cultural distinto y por regla general se
designa con nombres distintos. En cada caso forma parte integrante de un
sistema distinto de actividades humanas estandarizadas. En resumen, cumple
distintas funciones. Lo pertinente para el estudioso de la cultura es la
diversidad de funciones y no la identidad de forma. El palo sólo existe como
parte de la cultura en la medida en que se utiliza en las actividades humanas, en
la medida en que sirve a necesidades humanas; y por tanto el palo de cavar, el
bastón de andar, el palo para empujar una embarcación, aunque puedan ser
idénticos en su naturaleza física, constituyen cada uno de ellos un elemento
distinto de cultura. Pues tanto el más simple como el más complejo de los
artefactos se define por su función, por el papel que juega dentro de un
sistema de actividades humanas; se define por las ideas conectadas con él y por
los valores que lo envuelven.
Esta conclusión
tiene importancia por el hecho de que el sistema de actividades a que se
refieren los objetos materiales no son fortuitos sino organizados, bien
determinados, encontrándose sistemas comparables a todo lo largo del mundo de
la diversidad cultural. El contexto cultural del palo de cavar, el sistema de
actividades agrícolas, siempre presenta las siguientes partes componentes: una
porción del territorio se deja a un lado para el uso del grupo humano según las
reglas de tenencia de la tierra. Existe un cuerpo de usos tradicionales que
regula la forma en que se cultiva este territorio. Las reglas técnicas, los
usos ceremoniales y rituales determinan en cada cultura qué plantas se
cultivan; cómo se despeja la tierra, se prepara y fertiliza el suelo; cómo,
cuándo y quién celebra los actos mágicos y las ceremonias religiosas; cómo, por
último, se recolectan, distribuyen, almacenan y consumen los frutos.
Igualmente, el grupo de personas que es propietario del territorio, la siembra
y el producto, y que trabaja en común, goza del resultado de sus trabajos y lo
consume, siempre está bien definido.
Estas son las
características de la institución de la agricultura tal como universalmente se
encuentra dondequiera que el medio ambiente es favorable al cultivo del suelo y
el nivel de la cultura lo suficientemente alto como para permitirlo. La
identidad fundamental de este sistema organizado de actividades se debe
fundamentalmente al hecho de que surge para la satisfacción de una profunda
necesidad humana: la provisión regular de alimento básico de naturaleza
vegetal. La satisfacción de esta necesidad mediante la agricultura, que asegura
la posibilidad de control, regularidad de producción y abundancia relativa, es
tan superior a cualquier otra actividad suministradora de comida que se vio
obligada a difundirse o desarrollarse dondequiera que las circunstancias eran
favorables y el nivel de la cultura lo suficiente alto.
La uniformidad
fundamental de la agricultura institucionalizada se debe sin embargo a otro
motivo: al principio de las posibilidades limitadas, expuesto por primera vez
por Goldenweiser. Dada una necesidad cultural concreta, los medios para su
satisfacción son pequeños en número y, por tanto, el dispositivo cultural que
nace en respuesta a la necesidad está comprendido dentro de estrechos límites.
Dada la necesidad humana de protección, armas rudimentarias y herramientas para
explorar en la oscuridad, el material más adecuado es la madera; la única forma
adecuada es la larga y fina, y que además resulta fácilmente accesible. Sin
embargo es posible una sociología o teoría cultural sobre el bastón de caminar,
pues el bastón exhibe una diversidad de usos, ideas y misteriosas asociaciones,
y en sus desarrollos ornamentales, rituales y simbólicos se convierte en parte
importante de una institución tal como la magia, la jefatura y la realeza.
Las verdaderas
unidades componen les de las culturas que tienen un considerable grado de
permanencia, universalidad e independencia son los sistemas organizados de
actividades humanas llamados instituciones. Cada institución se centra
alrededor de una necesidad fundamental, une permanentemente a un grupo de
personas en una tarea cooperativa y tiene su cuerpo especial de doctrina y su
técnica artesanal. Las instituciones no están correlacionadas de forma simple y
directa con sus funciones: una necesidad no recibe satisfacción en una
institución, sino que las instituciones presentan una pronunciada amalgama de
funciones y tienen carácter sintético. El principio local o territorial y la
relación mediante la procreación actúan como los factores integradores más
importantes. Cada institución se basa en un substrato de material de medio
ambiente compartido y de aparato cultural.
Sólo es posible
definir la identidad cultural por cualquiera de los artefactos situándola
dentro del contexto cultural de una institución, mostrando cómo funciona
culturalmente. Un palo puntiagudo, es decir, una lanza, que se utiliza como
arma de caza conduce al estudio del tipo de caza que se practica en una
comunidad dada, en la que funcionan los derechos legales de la caza, la
organización del equipo cazador, la técnica, el ritual mágico, la distribución
de la caza, así como la relación del concreto tipo de caza con otros tipos y la
importancia general de la caza dentro de la economía de la tribu. Las canoas
han solido utilizarse como rasgos característicos para el establecimiento de
afinidades culturales y, de ahí, como pruebas de la difusión, porque la forma
varía dentro de amplio abanico y presenta tipos de carácter sobresaliente,
tales como la canoa con uno o dos flotadores, la balsa, el kayak, el catamarán
o la canoa doble. Y sin embargo, estos complejos artefactos no pueden definirse
sólo por la forma. La canoa, para la gente que la fabrica, posee, utiliza y
valora, es fundamentalmente un medio para un fin. Tienen que atravesar una
extensión de agua, bien porque viven en pequeñas islas o en viviendas sobre
estacadas; o porque quieren comerciar o tener pescado o hacer la guerra; o por
el deseo de explorar y de aventuras. El objeto material, la embarcación, su
forma, sus peculiaridades, están determinados por el uso especial a que se
destina. Cada uso dicta un sistema determinado de navegar, es decir, en primer
lugar, la técnica de utilizar remos, remo timón, el mástil, el aparejo o las
velas. Tales técnicas, sin embargo, se basan invariablemente en los
conocimientos: principios de estabilidad, flotación, condiciones de velocidad y
respuesta al timón. La forma y la estructura de la canoa están estrechamente
relacionadas con la técnica y la forma de su utilización. Sin embargo, se
dispone de innumerables descripciones de la simple forma y estructura de la
canoa, mientras que se sabe poco sobre la técnica de navegación y la relación
de ésta con el uso concreto a que se destina la canoa.
La canoa también
tiene su sociología. Incluso cuando la tripula una sola persona, es una
propiedad que se fabrica, se presta o se alquila, y en esto está
invariablemente involucrado tanto el grupo como el individuo. Pero generalmente
la canoa tiene que ser manejada por una tripulación y esto entraña la compleja
sociología de la propiedad, de la división de funciones, de los derechos y de
las obligaciones. Todo esto se vuelve más complicado por el hecho de que una
gran embarcación tiene que fabricarse comunitariamente, y la producción y la
propiedad suelen estar relacionadas. Todos estos hechos, que son complejos pero
regulados, que presentan distintos aspectos, todos los cuales están
relacionados según reglas concretas, determinan la forma de la canoa. La forma
no puede tratarse como un rasgo independiente y autosuficiente, accidental y no
pertinente, que se difunde solo sin su contexto. Todos los supuestos,
argumentos y conclusiones relativos a la difusión de un elemento y a la
expansión de una cultura en general, tendrán que modificarse una vez que se
reconozca que lo que se difunden son las instituciones y no los rasgos, ni las
formas ni los complejos fortuitos.
En la construcción
de una canoa de altura hay determinados elementos estables de forma determinados
por la naturaleza de la acción para la que la embarcación es un instrumento.
Hay ciertos elementos variables debidos bien a las posibilidades alternativas
de solución o bien a detalles menos importantes asociados con una posible
solución. Este es un principio universal que se aplica a todos los artefactos.
Los productos que se utilizan para la satisfacción directa de las necesidades
corporales o se consumen en el uso deben cumplir condiciones directamente
planteadas por las necesidades corporales. Los comestibles, por ejemplo, están
determinados dentro de ciertos límites por la fisiología; deben ser
alimenticios, digeribles, no venenosos. Por supuesto, también están
determinados por el medio ambiente y por el nivel de la cultura. Las viviendas,
las ropas, los refugios, el fuego como fuente de calor, luz y sequedad, las
armas, las embarcaciones y los caminos están determinados dentro de ciertos
límites por las necesidades corporales a que están correlacionados. Los
instrumentos, las herramientas o las máquinas que se utilizan para la
producción de bienes tienen definida su naturaleza y su forma por el propósito
para el que van a ser utilizados. Cortar o raspar, juntar o machacar, golpear o
impeler, horadar o taladrar, definen la forma del objeto dentro de estrechos
límites.
Pero se presentan
variaciones dentro de los límites que impone la función principal, que hace que
el carácter principal del artefacto se mantenga estable. No hay infinitas
variaciones, sino que se presenta un tipo fijo, como si hubiera habido una
elección y luego se adhiriera a ella. En cualquier comunidad marinera, por
ejemplo, no se encuentra una infinita variedad de embarcaciones que vayan desde
el simple tronco vaciado hasta la complicada canoa; la mayor parte de las veces
se presentan unas pocas formas, distintas en tamaño y construcción y también en
el marco y el propósito sociales, y cada forma tradicional se reproduce
constantemente hasta en el menor detalle de la decoración y del proceso de
construcción.
Hasta el momento la antropología ha concentrado su
atención en estas regularidades secundarias de forma que no pueden ser
explicadas por la función fundamental del objeto. La presencia regular de tales
detalles de forma aparentemente accidentales ha planteado el problema de si se
deben a invenciones independientes o a difusión. Pero muchos de estos detalles
deben explicarse por el contexto cultural; es decir, la forma concreta en que
un objeto es utilizado por un hombre o un grupo de personas, por las ideas,
ritos y asociaciones ceremoniales que rodean su uso principal. La ornamentación
de un bastón de caminar generalmente significa que ha recibido dentro de la
cultura una asociación ceremonial o religiosa. Un palo de cavar puede ser
pesado, puntiagudo o romo, según el tipo de suelo, las plantas que crezcan y el
tipo de cultivo. La explicación de la canoa de los mares del Sur puede
encontrarse en el hecho de que su disposición da mayor estabilidad, seguridad y
manejabilidad, teniendo en cuenta las limitaciones en materiales y (en técnica
artesana de las culturas oceánicas.
La forma de los
objetos culturales está determinada, por una parte, por las necesidades
corporales directas y, por otra, por los usos instrumentales, pero esta
división en necesidades y usos no es completa ni satisfactoria. El bastón
ceremonial que se utiliza como señal de rango o de cargo no es una herramienta
ni una mercancía, y las costumbres, palabras y creencias no pueden remitirse a
la fisiología ni al taller.
El hombre, como
cualquier otro animal, debe alimentarse y reproducirse para continuar
existiendo individual y racialmente. También debe tener refugios permanentes
contra los peligros procedentes del medio ambiente físico, de los animales y de
los otros seres humanos. Debe conseguirse todo un abanico de necesarias
comodidades corporales: refugio, calor, lecho seco y medios de limpieza. La
satisfacción eficaz de estas necesidades corporales primarias impone o dicta a
cada cultura cierto número de aspectos fundamentales; instituciones para la
nutrición, o la intendencia; instituciones para el emparejamiento y la
reproducción; y organizaciones para la defensa y la comodidad. Las necesidades
orgánicas del hombre constituyen los imperativos básicos que conducen al
desarrollo de la cultura, en la medida en que obligan a toda comunidad a llevar
a cabo cierto número de actividades organizadas. La religión o la magia, el
mantenimiento de la ley o los sistemas de conocimiento y la mitología se
presentan con tan constante regularidad en todas las culturas que puede concluirse
que también son el resultado de profundas necesidades o imperativos.
El modo cultural
de satisfacer estas necesidades biológicas del organismo humano creó nuevas
condiciones y, de este modo, impuso nuevos imperativos culturales. Con
insignificantes excepciones, el deseo de comida no lleva al hombre a un
contacto directo con la naturaleza ni le fuerza a consumir los frutos tal como
crecen en la selva. En todas las culturas, por simples que sean, el alimento
básico se prepara y guisa y come según reglas estrictas dentro de un grupo
determinado, y observando maneras, derechos y tabúes. Generalmente se obtiene
por procedimientos más o menos complicados, que se llevan a cabo
colectivamente, como en el caso de la agricultura, el intercambio, o algún otro
sistema de cooperación social y distribución comunitaria. En todos los casos el
hombre depende de aparatos o armas artificialmente producidos: los instrumentos
agrícolas, las embarcaciones y los aparejos de pesca. Igualmente depende de la
cooperación organizada y de los valores económicos y morales.
De este modo, a
partir de la satisfacción de las necesidades fisiológicas nacen imperativos
derivados. Puesto que esencialmente son medios para un fin, pueden ser
denominados imperativos instrumentales de la cultura. Son tan indispensables
para la intendencia humana, para la satisfacción de sus necesidades nutritivas,
como la materia prima del alimento y los procedimientos de su ingestión. Pues
el hombre está moldeado de tal forma que si se viera privado de su organización
económica y de sus instrumentos perecería con la misma seguridad que si se le
retirara la sustancia de sus alimentos.
Desde el punto de
vista biológico, la continuidad de la raza puede lograrse de forma muy simple;
bastaría con que la gente copulara, produjera dos o en ocasiones más hijos por
pareja, para asegurar que sobrevivirían dos individuos por cada dos que
murieran. Si sólo la biología controlara la procreación humana, la gente se
emparejaría según leyes fisiológicas, que son las mismas para todas las
especies; produciría descendencia según el curso natural del embarazo y el
alumbramiento; y la especie animal hombre tendría una típica vida familiar,
fisiológicamente determinada. La familia humana, la unidad biológica,
presentaría entonces la misma constitución a todo lo ancho de la humanidad.
También quedaría fuera del campo de la ciencia de la cultura, como han
postulado muchos sociólogos, singularmente Durkhcim. Pero en lugar de esto, el
emparejamiento, es decir, el sistema de hacer la corte, el amor y la selección
de consortes está tradicionalmente determinado en todas las sociedades humanas
por un cuerpo de costumbres culturales que prevalecen en cada comunidad.
Existen reglas que prohíben el matrimonio de determinadas personas y que hacen
deseable, si no obligatorio, que otras se casen; existen reglas de castidad y
reglas de libertinaje; hay elementos estrictamente culturales que se mezclan
con el impulso natural y producen un atractivo ideal que oscila de una sociedad
y una cultura a otra. En lugar de la uniformidad biológicamente determinada,
existen una enorme variedad de costumbres sexuales y dispositivos para hacer la
corte que regulan el emparejamiento. Dentro de cualquier cultura humana, el
matrimonio no es de ninguna forma una simple unión sexual o cohabitación de dos
personas. Invariablemente es un contrato legal que determina el modo en que el
marido y la esposa deben vivir juntos y las condiciones económicas de su unión,
así como la cooperación en la propiedad, las mutuas contribuciones y las
contribuciones de los respectivos parientes de cada consorte. Invariablemente
es una ceremonia pública, un asunto de interés social, que implica a grandes
grupos de personas así como a los actores principales. Su disolución también
está sometida a reglas tradicionales fijas.
Tampoco la
paternidad es una simple relación biológica. La concepción es objeto de un rico
folklore tradicional en todas las comunidades humanas y tiene su aspecto legal
en las reglas que discriminan los hijos concebidos en el matrimonio y de los
que nacen fuera de él. El embarazo está envuelto en una atmósfera de reglas y
valores morales. Por regla general, la madre que espera se ve obligada a llevar
un modo de vida especial, rodeada de tabúes, todos los cuales tiene que observar
a cuenta del bienestar del niño. Existe, pues, una maternidad anticipada,
culturalmente establecida, que precede al hecho biológico. El alumbramiento es
también un acontecimiento profundamente modificado por los concomitantes
rituales, legales, mágicos y religiosos, en los que se moldean las emociones de
la madre, sus relaciones con el hijo y las relaciones de ambos con el grupo
social de acuerdo con una pauta tradicional concreta. Tampoco el padre es
pasivo o indiferente al alumbramiento. La tradición define dentro de límites
estrechos las obligaciones de los padres durante la primera parte del embarazo
y la forma en que se dividen entre el marido y la esposa, y en parte se
trasladan incluso a algunos parientes más lejanos.
El parentesco, el
lazo entre el niño y sus padres y parientes, nunca es un asunto dejado al azar.
Su desarrollo está determinado por el sistema legal de la comunidad, que
organiza sobre una pauta concreta todas las respuestas emocionales así como
todas las obligaciones, actitudes morales y obligaciones consuetudinarias. La
importante distinción entre parientes matrilineales y patrilineales, el
desarrollo de relaciones de parentesco más amplias o clasificatorias, así como
la formación de clanes o sibs, en los que grandes grupos de parientes son
tratados hasta cierto punto como verdaderos parientes, constituyen
modificaciones culturales del parentesco natural. De este modo, en las
sociedades humanas, la procreación se convierte en un vasto esquema cultural.
La necesidad racial de continuidad no se satisface por la mera acción de los
impulsos fisiológicos y los procesos fisiológicos, sino mediante el
funcionamiento de reglas tradicionales asociadas a un aparato de cultura
material. El esquema procreador, además, se considera compuesto de varias
instituciones componentes: la corte normativizada, el matrimonio, la
paternidad, el parentesco y la pertenencia al clan. De la misma manera, el
esquema nutritivo puede dividirse en instituciones consumidoras, es decir, la
familia y el club con su refectorio de hombres; las instituciones productivas
de la agricultura, la pesca y la caza tribal; y las instituciones
distributivas, como los mercados y dispositivos comerciales. Los impulsos
actúan en forma de órdenes sociales o culturales, que son las reinterpretaciones
de los impulsos fisiológicos en términos de reglas sociales tradicionalmente
sancionadas. El ser humano empieza a hacer la corte o a cavar el suelo, a hacer
el amor o a ir de pesca o de caza, no porque lo mueva directamente el instinto,
sino porque la rutina de su tribu le hace hacer estas cosas. Al mismo tiempo,
la rutina tribal le asegura que sus necesidades fisiológicas serán satisfechas
y que los medios culturales de satisfacción se conformarán a la misma pauta,
con sólo pequeñas variaciones de detalle. El motivo directo de las acciones
humanas se expresa en términos culturales y se atiene a una pauta cultural.
Pero las exigencias culturales siempre ofrecen al hombre satisfacer sus
necesidades de manera más o menos directa, y en conjunto el sistema de
exigencias culturales de una sociedad dada deja muy pocas necesidades
fisiológicas sin satisfacer.
En muchas
instituciones humanas se produce una amalgama de funciones. La familia no es
sólo una institución simplemente reproductora: es una de las principales
instituciones nutricias y una unidad legal y económica, y muchas veces
religiosa. La familia es el lugar donde se sirve a la continuidad cultural
mediante la educación. Esta amalgama de funciones dentro de la misma
institución no es fortuita. La mayor parte de las necesidades fundamentales del
hombre están tan concatenadas que su satisfacción puede conseguirse mejor
dentro del mismo grupo humano y mediante un aparato combinado de cultura
material. Incluso la fisiología humana hace que el nacimiento vaya seguido de
la lactancia, y ésta va inevitablemente asociada a los tiernos cuidados de la
madre al niño, que gradualmente se transforman en los primeros servicios
educativos. La madre necesita un compañero varón y el grupo de parentesco debe
convertirse en una asociación cooperativa y educativa. El hecho de que el
matrimonio sea una relación económica educativa y procreadora influye
profundamente en el noviazgo, y este se convierte en una selección de
compañerismo, trabajo común y responsabilidades comunes para toda la vida, de
tal forma que el sexo debe combinarse con otras exigencias personales y
culturales.
Educación
significa entrenamiento en la utilización de instrumentos y bienes, en el
conocimiento de la tradición, en el manejo del poder y la responsabilidad
sociales. Los padres que desarrollan en su prole actitudes económicas,
destrezas técnicas, obligaciones morales y sociales, también tienen que
traspasarle sus posesiones, su status o su cargo. Por tanto, la relación
doméstica implica un sistema de leyes de herencia, de filiación y de sucesión.
De este modo queda
clarificada la relación entre la necesidad cultural, un hecho social total, por
una parte, y los motivos individuales en que se transforma por otra. La
necesidad cultural es la masa de condiciones que deben cumplirse si la
comunidad ha de sobrevivir y continuar su cultura. Los motivos individuales,
por otra parte, no tienen nada que ver con postulados tales como la continuidad
de la raza o la continuidad de la cultura, ni siquiera con la necesidad de
nutrición. Pocas personas, salvajes o civilizadas, se dan cuenta de que tales
necesidades generales existen. El salvaje ignora o sólo es vagamente consciente
de que el hecho del emparejamiento produce niños y que la comida sostiene al
cuerpo. Lo que está presente para la conciencia individual es un apetito
culturalmente conformado que impulsa a la gente, en ciertas estaciones, a
buscar un compañero o bien, en determinadas circunstancias, a buscar frutos
silvestres, cavar la tierra o ir de pesca. Los fines sociológicos nunca están
presentes en los indígenas, y nunca se ha encontrado una legislación tribal en
gran escala. Por ejemplo una teoría como la de Frazer relativa a los orígenes
de la exogamia como un acto deliberado de la ley originaria resulta
insostenible. A todo lo largo de la literatura antropológica existe una
confusión entre necesidades culturales, que se manifiestan en vastos proyectos,
esquemas o aspectos de la constitución social, y motivación consciente, que
existe como un hecho psicológico en el entendimiento del miembro individual de
la sociedad.
La costumbre, el
modo normal de comportamiento que tradicionalmente se impone a los miembros de
una comunidad, puede actuar o funcionar. El noviazgo, por ejemplo, no es más
que una etapa del proceso culturalmente determinado de la procreación. Consiste
en la masa de dispositivos que permiten una adecuada selección matrimonial.
Dado que el contrato matrimonial varía considerablemente de una cultura a otra,
las consideraciones de adecuación sexual, legal y económica también varían, y
los mecanismos mediante los cuales se combinan estos distintos elementos no
pueden ser los mismos. Cualquiera que pueda ser la libertad sexual permitida,
en ninguna sociedad humana se consiente que los jóvenes sean completamente
indiscriminados o promiscuos en las experiencias amorosas sexuales. Se conocen
tres grandes tipos de limitaciones: la prohibición del incesto, el respeto a
las obligaciones matrimoniales anteriores y las reglas combinadas de exogamia y
endogamia. La prohibición del incesto, con unas pocas excepciones
insignificantes, es universal. Si pudiera demostrarse que el incesto es
biológicamente pernicioso, la función de este tabú universal resultaría
evidente. Pero los especialistas en la herencia no están de acuerdo sobre el
asunto. No obstante, es posible demostrar que desde un punto de vista
sociológico la función de los tabúes del incesto tiene gran importancia. El
impulso sexual, que en general es una fuerza muy desordenada y socialmente
destructiva, no puede penetrar en un sentimiento previamente existente sin dar
lugar a un cambio revolucionario. El interés sexual, por tanto, es incompatible
con cualquier forma de relación familiar, sea entre padres e hijos o entre
hermanos y hermanas, pues estas relaciones se constituyen en el período
presexual de la vida humana y se fundan en profundas necesidades fisiológicas
de carácter no sexual. Si se permitiera que la pasión erótica invadiera los
recintos del hogar no solamente crearía celos y elementos de competencia y
desorganizaría la familia, sino que también subvertiría los lazos de parentesco
más fundamentales sobre los que se basa el futuro desarrollo de todas las
relaciones sociales. Dentro de cada familia sólo puede permitirse una relación
erótica y ésta es la relación del marido y la esposa, que aunque desde un
principio está construida a partir de elementos eróticos debe ajustarse muy
sutilmente a las que permitiera el incesto no podría desarrollar familias
estables; por tanto, quedaría privada de los más fuertes cimientos del
parentesco y esto, en una sociedad primitiva, significaría la ausencia del
orden social.
La exogamia
elimina el sexo de todo un conjunto de relaciones sociales, aquellas que se
producen entre los miembros masculinos y femeninos del mismo clan. Puesto que
el clan constituye el grupo cooperativo típico, cuyos miembros están unidos por
cierto número de intereses y actividades legales, ceremoniales y económicos, al
quitar de la cooperación del trabajo diario un elemento destructivo y de
competencia, la exogamia cumple una vez más una importante función cultural. La
salvaguardia general de la exclusividad sexual del matrimonio establece esa
relativa estabilidad del matrimonio que también es inevitable si la institución
no ha de ser minada por los celos y desconfianzas del galanteo competitivo. El
hecho de que ninguna de las reglas del incesto, la exogamia y el adulterio
nunca funcione con absoluta precisión y fuerza automática sólo refuerza la
lógica de este argumento, pues lo más importante es la eliminación del
funcionamiento abierto del sexo. La evasión subrepticia de las reglas y las
ocasionales anulaciones en momentos ceremoniales operan como válvulas y
reacciones de seguridad contra su severidad muchas veces fastidiosa.
Las reglas
tradicionales determinan las ocasiones de hacer el amor, los métodos de
aproximación y de galanteo, incluso los medios para atraer y gustar. La
tradición también permite determinadas libertades e incluso excesos, aunque
también les establece límites rigurosos. Estos límites determinan el grado de
publicidad, de promiscuidad, de indecencias verbales y activas; determinan lo
que se debe considerar normal y lo que se debe considerar perversión. En todo
esto, los auténticos impulsos del comportamiento humano sexual no consisten en
impulsos fisiológicos naturales, sino que se presentan a la conciencia humana
en forma de mandamientos dictados por la tradición. La poderosa influencia
destructiva del sexo tiene que contar con un juego libre dentro de unos
límites. El principal tipo de libertad regulada es la libertad de copular que
se deja a las personas solteras, que muchas veces es considerado
equivocadamente como una supervivencia de la promiscuidad primitiva. Para
apreciar la función de la relajación prenupcial, ésta debe ponerse en
correlación con los hechos biológicos, con la institución del matrimonio y con
la relación entre padres e hijos dentro de la familia. El impulso sexual que
lleva a las personas a copular es extraordinariamente más poderoso que
cualquier otro motivo. Allí donde el matrimonio es la condición indispensable
para la copulación, el impulso que supera todas las demás consideraciones debe
conducir a uniones que no son adecuadas ni estables, espiritual ni
fisiológicamente. En las culturas más elevadas, el entrenamiento moral y la
subordinación del sexo a intereses culturales más amplios funcionan como
salvaguardias generales contra el dominio exclusivo del elemento erótico en el
matrimonio, o bien los matrimonios culturalmente determinados, concertados por
los padres o por las familias, aseguran la influencia de factores económicos y
culturales sobre el simple erotismo. En ciertas comunidades primitivas así como
en grandes sectores del campesinado europeo, el emparejamiento de prueba, como
forma de asegurar la compatibilidad personal y también en gran medida como
medio para eliminar la simple urgencia sexual, funciona como una salvaguardia
de la institución del matrimonio permanente. Gracias a las libertades
prematrimoniales durante el noviazgo, la gente deja de valorar el simple
señuelo del atractivo erótico y, por otra parte, se ve cada vez más influida
por las afinidades personales, si no existe incompatibilidad fisiológica. La
función, pues, de la libertad prematrimonial consiste en que influye en la
elección matrimonial, que se convierte en deliberada, basada en la experiencia
y orientada por consideraciones más amplias y sintéticas que el ciego impulso
sexual. Por tanto, la falta de castidad prematrimonial funciona como una forma
de preparación del matrimonio, eliminando el impulso sexual crudo, empírico y
no educado, y fundiendo este impulso con otros en una apreciación más profunda
de la personalidad.
La couvade, el
ritual simbólico mediante el cual un hombre imita el sobreparto mientras la
esposa va a su trabajo, no es tampoco una supervivencia, sino que puede
explicarse funcionalmente por su contexto cultural.
En las ideas,
costumbres y dispositivos sociales referentes a la concepción, el embarazo y el
alumbramiento, el hecho de la maternidad está culturalmente determinado sobre
todo por su naturaleza biológica. La paternidad se establece de forma
simétrica, mediante reglas en las que el padre tiene que imitar en parte los
tabúes, las observancias y reglas de conducta que tradicionalmente recaen sobre
la madre y también que encargarse de determinadas funciones asociadas. El
comportamiento del padre en el nacimiento está estrictamente determinado, y en
todas partes, tanto si se le excluye de la compañía de la madre como si se le
obliga a asistir, tanto si se le considera peligroso como indispensable para el
bienestar de la madre y del niño, el padre tiene que asumir un rol concreto,
estrictamente prescrito. Más adelante el padre comparte gran parte de las
obligaciones de la madre; la sigue y la sustituye en gran parte de los tiernos
cuidados que recaen sobre el infante. La función de la couvade consiste en
establecer la paternidad social mediante la asimilación simbólica del padre a
la madre. Lejos de ser una supervivencia o un rasgo muerto o inútil, la couvade
es simplemente uno de los actos rituales creativos que están en la base de la
institución de la familia. Su naturaleza puede comprenderse, no mediante
aislamiento, sino situándolo dentro de las instituciones a las que pertenecen,
comprendiéndolo como parte integrante de la institución de la familia.
Las terminologías
clasificatorias se conciben como si al mismo tiempo reunieran un «plan
inteligente» (en palabras de Morgan) para la clasificación de los parientes. En
la teoría de Morgan se suponía que esta clasificación proporcionaba con
precisión casi matemática los límites de la paternidad potencial. Según teorías
más recientes, sobre todo la de Rivers, las terminologías clasificatorias
fueron en algún momento la manifestación clara y real de anómalos matrimonios.
Cualquiera que sea el aspecto concreto de las distintas teorías, el dato de las
terminologías clasificatorias ha sido la fuente de un torrente de
especulaciones sobre las etapas de la evolución del matrimonio, sobre las
uniones anómalas, sobre la promiscuidad y la gerontocracia primitivas, sobre el
clan u, otros esquemas procreativos comunitarios que en una u otra etapa ocupan
el lugar de la familia. No obstante, pocos fueron los que investigaron
seriamente la función actual de los términos clasificatorios. McLennan sugirió
que podría ser una forma simplemente educada de tratamiento, y en esto fue
seguido por unos cuantos autores. Pero puesto que estas nomenclaturas están muy
rígidamente adheridas y puesto que, como ha mostrado Rivers, están asociadas a
concretos status sociales, la explicación de McLennan tiene que ser descartada.
Las terminologías
clasificatorias, no obstante, cumplen una función muy importante y muy
concreta, que sólo puede apreciarse a partir de un cuidadoso estudio de cómo
los términos desarrollan significado durante la historia biográfica de un
miembro de la tribu. El primer significado que adquiere el niño es siempre
individual. Se basa en las relaciones personales con el padre y la madre, con los
hermanos y hermanas. Siempre se adquiere un completo equipo de términos
familiares, con significados individuales bien determinados, antes que
cualquier otro desarrollo lingüístico. Pero luego tiene lugar una serie de
extensiones del significado. Las palabras padre y madre se aplican primero a la
hermana de la madre y al hermano del padre, respectivamente, pero se aplican a
estas personas de manera francamente metafórica, es decir, con un significado
ampliado y distinto, que de ninguna forma interfiere u obstaculiza el
significado original cuando se aplica a los padres originales. La extensión
tiene lugar porque, en una sociedad primitiva, los parientes más próximos
tienen la obligación de actuar como sustitutos de los padres, de sustituir a
los progenitores de los niños en caso de muerte o ausencia, y en todos los
casos deben compartir sus obligaciones en una considerable medida. Sin embargo,
hasta que no tenga lugar una completa adopción, los parientes sustitutivos no
reemplazan a los originales y en ningún caso se confunden o identifican los dos
conjuntos. Simplemente se asimilan de forma parcial. El acto de nombrar a las
personas siempre es un acto semilegal, especialmente en las comunidades
primitivas. Así como en las ceremonias de adopción se imita el nacimiento
verdadero, en la couvade se simula un alumbramiento, en el acto de la hermandad
de sangre hay ficciones tales como el intercambio de sangre, en el matrimonio
una atadura, unión u obligación simbólica o un acto de comida común y aparición
pública común a veces, igualmente aquí una relación derivada, parcialmente
establecida, se caracteriza por el acto de la imitación verbal en el
nombramiento. La función del uso verbal clasificatorio consiste, pues, en
establecer los derechos legales de la paternidad y maternidad delegada mediante
la metáfora unitiva de la extensión de los términos de parentesco. El
descubrimiento de la función de la terminología clasificatoria abre un conjunto
de nuevos problemas: el estudio de la situación inicial del parentesco, de la
extensión del significado del parentesco, del parcial hacerse cargo de las
obligaciones de parentesco y de los cambios producidos en las anteriores
relaciones por tales extensiones. Se trata de problemas empíricos que no llevan
a Ja mera especulación, sino a un estudio más completo de los hechos que se
producen sobre el terreno de investigación. Al mismo tiempo, el descubrimiento
de la función del uso de la terminología clasificatoria en términos de la
realidad sociológica actual corta las razones en las que se basaban series
enteras de especulaciones según las cuales las nomenclaturas salvajes debían
explicarse como supervivencias de etapas anteriores del matrimonio humano.
El aparato de la
domesticidad influye en el aspecto moral o espiritual de la vida familiar. Su
substrato material consiste en los alojamientos, los dispositivos internos, los
aparatos de cocina y los instrumentos domésticos y también el modo de
asentamiento, es decir, la forma en que se reparten los alojamientos sobre el
territorio. Este substrato material entra de la forma más sutil en la textura
de la vida familiar e influye profundamente en sus aspectos legales, económicos
y morales. La constitución de una familia característica de una cultura va
profundamente asociada al aspecto material del interior del alojamiento, tanto
si se trata de un rascacielos como de un refugio, de un suntuoso apartamento o
de un cobertizo. Existe un infinito campo de asociaciones personales íntimas en
el hogar desde la infancia y adolescencia, a través de la pubertad y el
despertar emocional, la etapa de noviazgo y el principio de la vida
matrimonial, hasta la ancianidad. Estas implicaciones sentimentales y
románticas de estos hechos se reconocen, en la cultura contemporánea, en la
preservación y culto de los lugares de nacimiento y hogares de los grandes
hombres. Pero aunque se conoce gran parte de la tecnología de la construcción
de viviendas e incluso de la estructura de las casas en diversas culturas, y
aunque también se conoce mucho sobre la constitución de la familia, pocas
descripciones se ocupan de la relación entre la forma de alojamiento y la forma
de los dispositivos domésticos, por una parte, y la constitución de la familia,
por otra, y sin embargo tales relaciones existen. El solar familiar aislado,
distante de todos los demás, produce una familia fuertemente unida,
autosuficiente económicamente, así como moralmente independiente. Las casas
autónomas reunidas en comunidades de aldea permiten una textura mucho más
apretada del parentesco derivado y una mayor amplitud de la cooperación local.
Las casas compuestas de familias unidas, especialmente cuando están unidas bajo
un propietario, constituyen las bases necesarias para una familia extendida o
Grossfamilie, Las grandes casas comunitarias donde sólo los distintos hogares o
porciones diferencian a las distintas familias componentes colaboran a un
sistema de parentesco aún más entrelazado. Por último, la existencia de clubes
especiales, donde los hombres, los solteros o las muchachas no casadas de la
comunidad duermen, comen o guisan juntos, está evidentemente correlacionada con
la estructura general de una comunidad en la que el parentesco se complica por
grados de edad, .sociedades secretas y otras asociaciones masculinas o
femeninas, y generalmente también está correlacionado con la presencia o
ausencia de libertad sexual.
Cuanto más se
sigue la correlación entre la sociología y la forma de los asentamientos y
alojamientos, mejor se comprende cada parte. Mientras que, por una parte, la
forma de los dispositivos materiales recibe su única significación a partir de
su contexto sociológico, por otra parte toda la determinación objetiva de los
fenómenos sociales y morales puede definirse y describirse mejor en términos de
substrato material, dado que éste moldea e influye en la vida social y
espiritual de una cultura. Los dispositivos del interior de la casa también
muestran la necesidad de un estudio paralelo y en correlación de lo material y
lo espiritual. El escaso mobiliario, el hogar, los bancos de dormir, las
esteras y colgadores de una choza indígena muestran una simplicidad, incluso
una pobreza de forma que, no obstante, se vuelve inmensamente significativa con
ayuda de la profundidad y la clasificación de la asociación sociológica y
espiritual. El hogar, por ejemplo, cambia poco de forma; desde el punto de
vista meramente técnico, bastan unas pocas indicaciones sobre cómo se colocan
las piedras, cómo se expulsa el humo, cómo se utiliza el fuego para calentar o
para iluminar, cómo se disponen los soportes para guisar. Pero incluso al
exponer estos simples detalles, uno se ve arrastrado al estudio de los usos
característicos del fuego, a las indicaciones de las actitudes y emociones
humanas; en resumen, al análisis de las costumbres sociales y morales que se
constituyen alrededor del hogar. Pues el hogar es el centro de la vida
doméstica; y la manera en que se utiliza, las costumbres para encenderlo,
mantenerlo y extinguirlo, el culto doméstico que suele desarrollarse a su
alrededor, la mitología y la significación simbólica del hogar, son datos
indispensables para el estudio de la domesticidad y de su lugar dentro de la
cultura. En las islas Trobriand, por ejemplo, el hogar tiene que situarse en el
centro, para evitar los hechizos, que son especialmente eficaces si utilizan el
humo para entrar desde fuera. El hogar es una propiedad especial de las
mujeres. Hasta cierto punto, guisar es tabú para los hombres y su proximidad
contamina los alimentos vegetales no guisados. De ahí que exista una división
entre almacenes y casas de guisar en las aldeas. Todo esto hace que el simple
dispositivo material de una casa sea una realidad social, moral, legal y
religiosa.
El dispositivo de
los bancos para dormir está correlacionado con el lado sexual y de parentesco
de la vida matrimonial, con el tabú del incesto y la necesidad de casas para
los solteros; el acceso a la casa está correlacionado con el aislamiento de la
vida familiar, con la propiedad y la moralidad sexual. En todas partes la forma
se hace más y más significativa conforme se comprende mejor la relación entre
las realidades sociológicas y su substrato material. Las ideas, las costumbres
y las leyes codifican y determinan los dispositivos materiales, mientras que
estos últimos son los principales aparatos que moldean a cada nueva generación
en la pauta tradicional típica de su sociedad.
Las necesidades
biológicas fundamentales de una comunidad, es decir, las condiciones en que una
cultura puede prosperar, desarrollarse y continuar, se satisfacen de una forma
indirecta que impone condiciones secundarias o derivadas. Estas pueden
designarse como imperativos instrumentales tic la cultura. El conjunto de la
masa de cultura material debe producirse, mantenerse, distribuirse y
utilizarse. Por tanto, en cada cultura se encuentra un sistema de reglas o
mandamientos que determina las actividades, los usos y los valores mediante los
cuales se produce, almacena y reparte la comida, se manufacturan, poseen y
utilizan los bienes, se preparan e incorporan las herramientas a la producción.
La organización económica es indispensable para cualquier comunidad, y la
cultura siempre debe mantenerse en contacto con este substrato material.
Entre los
primitivos más inferiores existen cooperación regulada incluso en actividades
tan simples como la búsqueda de alimentos. A veces tienen que abastecer a
grandes reuniones tribales y ello exige un complicado sistema de intendencia.
Existe división del trabajo dentro de la familia y la cooperación de las
familias dentro de la comunidad local nunca es un asunto económico sencillo. El
mantenimiento del principio utilitario de la producción está estrechamente
vinculado a actividades artísticas, mágicas, religiosas y ceremoniales. La
propiedad primitiva de la tierra, de la posesión personal y de los distintos
medios de producción es mucho más complicada de lo que suponía la vieja
antropología, y el estudio de la economía primitiva está desarrollando un
considerable interés por lo que podría denominarse las primeras formas del
derecho civil.
Cooperación
significa sacrificio, esfuerzo, subordinación de las inclinaciones y de los
intereses privados a los fines comunes de la comunidad, la existencia de
coacción social. La vida en común propicia distintas tentaciones, especialmente
a impulsos del sexo, y como consecuencia, se hace inevitable un sistema de
prohibiciones y coacciones, así como de reglas obligatorias. La producción
económica proporciona al hombre las cosas deseadas y valoradas, no
indiscriminadamente accesibles para uso y disfrute por todo el mundo por igual,
y es por ello que surgen y se hacen cumplir las reglas de la propiedad, de la
posesión y del uso. La organización concreta entraña diferencias de rango,
liderazgo, status e influencia. La jerarquía desarrolla las ambiciones sociales
y exige salvaguardias que se sancionan de manera efectiva. Todo este conjunto
de problemas ha sido señaladamente omitido porque la ley y sus sanciones, en la
sociedad primitiva, raramente están personificadas en instituciones especiales.
La legislación, las sanciones legales y la administración efectiva de las
reglas tribales suelen llevarse a cabo muchas veces como subproductos de otras
actividades. El mantenimiento de la ley suele ser una de las funciones
secundarias o derivadas de instituciones como la familia, la comunidad local y
la organización tribal. Pero aunque no estén contenidas en un cuerpo específico
de reglas codificadas ni tampoco desempeñadas por grupos especialmente
organizados de personas, las sanciones de la ley primitiva funcionan sin
embargo de forma concreta y desarrollan rasgos concretos en las instituciones a
que pertenecen. Pues es esencialmente incorrecto sostener que, como se ha hecho
con frecuencia, la ley primitiva funciona automáticamente y el salvaje es por
naturaleza un ciudadano que se somete a la lev. Las reglas de conducta deben
ser grabadas en cada nueva generación mediante la educación; es decir, debe
asegurarse la continuidad de la cultura a través de la instrumentalización de
la tradición. La primera condición es la existencia de signos simbólicos
mediante los cuales pueda traspasarse de una generación a otras la experiencia
acumulada. El lenguaje constituye el tipo más importantes de tales signos
simbólicos. El lenguaje no contiene la experiencia; más bien es un sistema de
hábitos sonoros que acompaña al desarrollo de la experiencia cultural de toda
comunidad humana y se convierte en parte integrante de esta experiencia
cultural. En las culturas primitivas, la tradición se mantiene oral. El habla
de una comunidad primitiva está llena de dichos establecidos, máximas, reglas y
reflexiones que traspasan de forma estereotipada la sabiduría de una generación
a otra. Los cuentos populares y la mitología constituyen otro aspecto de la
tradición verbal. En las culturas más elevadas se añade la escritura para
transportar la tradición oral. El no haberse dado cuenta de que el lenguaje es
una parte integrante de la cultura ha llevado a vagos, metafóricos y
equivocados paralelos entre las sociedades animales y la cultura humana, que
han perjudicado mucho a la sociología. Si se comprendiera claramente que la
cultura no existe sin el lenguaje, el estudio de las comunidades animales
dejaría de formar parte de la sociología y las adaptaciones de los animales a
la naturaleza se distinguirían claramente de la cultura. En la sociedad
primitiva, la educación raramente implica instituciones especiales. La familia,
el grupo parientes consanguíneos, la comunidad local, los grados de edad, las
sociedades secretas, los campos de iniciación, los grupos profesionales o
gremios de técnicos, la habilidad mágica o religiosa, son las instituciones que
corresponden, en algunas de sus funciones derivadas, a las escuelas de las
culturas más avanzadas.
Los tres
imperativos instrumentales, la organización económica, la ley y la educación,
no agotan todo lo que la cultura entraña en su satisfacción indirecta de las
necesidades humanas. La magia y la religión, el conocimiento y el arte, forman
parte del esquema universal que subyace a todas las culturas concretas y puede
decirse que nacen en respuesta de un imperativo integrador o sintético de la
cultura humana.
A pesar de las
diversas teorías sobre el carácter específico, no empírico y prelógico de la
mentalidad primitiva, no cabe duda de que tan pronto como el hombre desarrolló
el dominio del medio ambiente mediante la utilización de utensilios, y tan
pronto como apareció el lenguaje, también debió existir un conocimiento
primitivo de carácter esencialmente científico. Ninguna cultura podría
sobrevivir si sus artes y oficios, sus armas y propósitos económicos se basaran
en concepciones y doctrinas místicas y no empíricas. Cuando uno se aproxima a
la cultura humana por este lado pragmático y tecnológico, se descubre que el
hombre primitivo es capaz de una observación exacta, de perfectas
generalizaciones y de razonamiento lógico en todos los asuntos que afectan a
sus actividades normales y son básicos para su producción. El conocimiento,
pues, es una necesidad absoluta derivada de la cultura. No obstante, es más que
un medio para un fin y, por tanto, no se clasificó entre los imperativos
instrumentales, Su lugar en la cultura, su función, es ligeramente diferente al
de la producción, la ley o la educación. Los sistemas de conocimiento sirven
para conectar distintos tipos de comportamientos; traspasan los resultados de
las experiencias pasadas a las futuras empresas y reúnen los elementos de la
experiencia humana permitiendo que el hombre coordine e integre sus
actividades. El conocimiento es una actitud mental, una diátesis del sistema
nervioso que permite que el hombre lleve a cabo el trabajo que la cultura le
asigna. Su función consiste en organizar e integrar las actividades
indispensables de la cultura.
La corporización
material del conocimiento consiste en la masa de artes y oficios, de
procedimientos técnicos y de reglas de artesanía. Más específicamente, en las
culturas más primitivas y evidentemente en las más elevadas, existen utensilios
especiales del conocimiento: diagramas, modelos topográficos, medidas, ayudas
para la orientación o para contar.
La conexión entre
el pensamiento indígena y el lenguaje abre importantes problemas de función. La
abstracción lingüística, las categorías de espacio, tiempo y relación, y los
medios lógicos para expresar la concatenación de las ideas constituyen puestos
extraordinariamente importantes, y el estudio de cómo funciona el pensamiento a
través del lenguaje de cualquier cultura sigue siendo un terreno virgen de la
lingüística cultural. Cómo funciona el lenguaje primitivo, dónde está
incorporado, cómo se relaciona con la organización social, con la religión y la
magia primitivas, constituyen importantes problemas de la antropología
funcional.
Por la misma
premeditación y previsión que proporciona, la función integradora del conocimiento
crea nuevas necesidades, es decir, impone nuevos imperativos. El conocimiento
concede al hombre la posibilidad de planificar por adelantado, de abarcar un
vasto espacio de tiempo y espacio; permite un amplio campo de variaciones a sus
esperanzas y deseos. Pero por mucho que el conocimiento y la ciencia ayuden al
hombre, permitiéndole conseguir lo que desea, son completamente incapaces de
controlar la suerte, de eliminar accidentes, de adivinar un giro inesperado de
los acontecimientos naturales o bien de hacer que el trabajo manual humano sea
digno de confianza y adecuado para todas las exigencias prácticas. En este
campo, mucho más práctico, concreto y circunscrito que el de la religión, se
desarrolla un tipo especial de actividades rituales que la antropología
etiqueta colectivamente como magia.
La más azarosa de
todas las empresas humanas conocidas por el hombre primitivo es la navegación.
Para la preparación de su embarcación y el trazado de sus planes, el salvaje se
dirige a la ciencia. La obra cuidadosa así como el inteligentemente organizado
trabajo de la construcción y de la navegación dan testimonio de la confianza
del salvaje en la ciencia y de su sometimiento a ella. Pero es posible que los
vientos adversos o la falta de viento, el mal tiempo, las corrientes y los
arrecifes desbaraten sus mejores planes y sus más cuidados preparativos. Tiene
que admitir que ni sus conocimientos ni sus esfuerzos más cuidadosos son una
garantía del éxito. Algo inexplicable suele penetrar y frustrar sus previsiones.
Pero aunque inexplicable, parece tener sin embargo, un profundo significado, y
actuar o comportarse con alguna intención. La secuencia, la concatenación
significativa de acontecimientos, parece contener alguna coherencia lógica
interna. El hombre siente que no puede hacer nada por combatir este misterioso
elemento o fuerza, y ayudar y favorecer a su suerte. Existen siempre, por
tanto, sistemas de superstición, de ritual más o menos desarrollado, asociados
a la navegación, y en las comunidades primitivas la magia de las embarcaciones
está muy desarrollada. Los que están familiarizados con alguna buena magia
tienen, en virtud de ello, valentía y confianza. Cuando se utilizan las canoas
para la pesca, los accidentes y la buena o mala suerte pueden referirse no sólo
al transporte, sino también al hallazgo del pescado y a las condiciones de
captura. En el comercio, sea marítimo o entre vecinos próximos, la suerte puede
favorecer o impedir los fines y deseos humanos. En consecuencia, ha tenido un
fuerte desarrollo tanto la magia de la pesca como la magia del comercio.
Igualmente en la
guerra, el hombre, por primitivo que sea, sabe que las armas de ataque y de
defensa bien hechas, la estrategia, la fuerza del número y la fuerza de los
individuos aseguran la victoria. Sin embargo, a pesar de todo esto, lo
imprevisto y accidental ayuda incluso al más débil a la victoria cuando el
combate se lleva a cabo por la noche, cuando son posibles las emboscadas,
cuando las condiciones del encuentro favorecen obviamente a un bando a expensas
del otro. La magia se utiliza como algo que, por encima del equipo y la fuerza
del hombre, ayuda a dominar los accidentes y a engañar a la suerte. También en
el amor existe una cualidad inexplicable de éxito o de predestinación al fracaso
que parece ir acompañada de alguna fuerza independiente de la atracción
ostensible y de los planes y dispositivos mejor preparados. La magia participa
para asegurar algo que cuenta por encima de las cualidades visibles y
contabilizables.
Para su bienestar,
el hombre primitivo depende de sus ocupaciones económicas de tal manera que
siente la mala suerte de forma muy dolorosa y directa. Entre las personas que
dependen de sus campos o de sus huertos, invariablemente está bien desarrollado
lo que se podría denominar el conocimiento agrícola. Los indígenas conocen las
propiedades del suelo, la necesidad de una cuidadosa limpieza de la selva y los
matojos, de fertilizar con cenizas y de sembrar de forma adecuada. Pero por
bien escogido que esté el emplazamiento y por bien trabajados que estén los
huertos, se producen calamidades. La sequía o el diluvio aparecen en los
momentos más inapropiados y destruyen los frutos por completo, o bien los
añublos, los insectos o los animales salvajes los disminuyen. O bien en otros
años, cuando el hombre es consciente de que sólo obtendrá un pobre fruto, todo
se produce de forma tan suave y próspera que unos inesperados buenos
rendimientos premian al agricultor que no se merece. Los temidos elementos de
la lluvia y el sol, las plagas y la fertilidad parecen estar controlados por
una fuerza que está más allá de la experiencia y el conocimiento humano
ordinarios, y el hombre recurre, una vez más, a la magia.
En todos estos
ejemplos aparecen los mismos factores. La experiencia y la lógica enseñan al
hombre que, dentro de determinados límites, el conocimiento es soberano; pero
que más allá de ellos lo que se puede hacer nada con esfuerzos prácticos de
fundamento racional. Sin embargo, él se rebela contra la inacción porque,
aunque se da cuenta de su impotencia, se siente igualmente impelido a la acción
por un intenso deseo y por fuertes emociones, Y tampoco es posible la total
inacción. Una vez se ha embarcado para un largo viaje o se encuentra en medio
de un combate o a mitad de camino del ciclo de desarrollo de los huertos, el
indígena trata de hacer que su canoa sea más marinera mediante encantos o de
expulsar a las langostas y los animales salvajes mediante un ritual o de vencer
a sus enemigos con ayuda de una danza.
La magia cambia en
la forma; varía de fundamento; pero existe en todas partes. En las sociedades
modernas, la magia está asociada con encender un tercer cigarrillo con la misma
cerilla, con la caída de la sal y la necesidad de tirarla por encima del hombro
izquierdo, con los espejos rotos, con pasar por debajo de una escalera, con la
luna nueva vista a través de un cristal o en la mano izquierda, con el número
trece o con el martes. Estas son supersticiones de poca importancia que
simplemente parecen vegetar entre la inteligencia del mundo occidental. Pero
estas supersticiones y sistemas mucho más desarrollados también persisten
tenazmente y reciben serio crédito entre las modernas poblaciones urbanas. La
magia negra se practica en los barrios pobres de Londres por el clásico método
de destruir el retrato del enemigo. En las ceremonias matrimoniales, se
consigue buena suerte para la pareja de casados mediante la estricta
observancia de varios métodos mágicos tales como arrojar la zapatilla y la
lluvia de arroz. Entre los campesinos de la Europa central y oriental, todavía
florece la magia elaborada y se trata a los niños con ayuda de brujas y brujos.
Existen personas de las que se suponen que tienen poder para impedir que las
vacas den leche, para inducir al ganado a que se multiplique indebidamente,
para producir lluvia y sol, y para hacer que la gente se ame o se odie. Los
santos de la iglesia católica romana se convierten, en la práctica popular, en
pasivos cómplices de la magia. Son golpeados, adulados y llevados de un sitio a
otro. Pueden traer lluvia si se les sitúa en el campo, para' los flujos de lava
al enfrentarlos y detener el progreso de una enfermedad, o de un añublo, o de
una plaga de insectos. La utilización práctica que se hace de ciertos rituales
u objetos religiosos convierte a su función en mágica. Pues la magia se
distingue de la religión en que la última crea valores y se atiene directamente
a fines, mientras que la magia consta de actos que tienen un valor práctico
utilitario y sólo son eficaces como medios para un fin. De este modo, el objeto
o tema estrictamente utilitario de un acto y su función directa e instrumental
lo convierten en magia, y la mayor parte de las religiones modernas
establecidas albergan en su interior, dentro del ritual e incluso en su ética,
una buena cantidad de cosas que en realidad pertenecen a la magia. Pero la
magia moderna no sólo sobrevive en forma de las supersticiones menores o dentro
del cuerpo de los sistemas religiosos. Siempre que hay peligro, incertidumbre,
gran incidencia de la suerte y el accidente, incluso en formas de actividad
completamente modernas, la magia fructifica. El jugador de Montecarlo, del
hipódromo o de cualquier lotería nacional desarrolla sistemas. El automovilismo
y la moderna navegación exigen mascotas y desarrollan supersticiones. Alrededor
de cada tragedia marítima sensacionalista se ha formado un mito que presenta
las mismas misteriosas indicaciones mágicas o da razones mágicas para la
tragedia. La aviación está desarrollando sus supersticiones y su magia. Muchos
pilotos se niegan a aceptar al pasajero que viste algo de color verde, a salir
de viaje en martes o encender tres cigarrillos con la misma cerilla cuando
están en el aire, y su sensibilidad a la superstición parece aumentar con la
altura. En todas las grandes ciudades de Europa y América puede comprarse la
magia de quirománticos, clarividentes y otros adivinos que predicen el futuro,
dan consejos prácticos para la conducta afortunada y venden al por menor
aparatos rituales como amuletos, mascotas y talismanes. No obstante, tanto en
la civilización como entre los salvajes, el campo más poderoso de la magia es
el de la salud. También en esto las antiguas y venerables religiones se prestan
fácilmente a la magia. El catolicismo romano abre sus sagradas reliquias y los
lugares de culto al peregrino achacoso, y las curaciones por la fe también
florecen en otras iglesias. La principal función de la Christian Science es la
expulsión mental de la enfermedad y el decaimiento; su metafísica es fuertemente
pragmática y utilitaria y su ritual consiste esencialmente en medios para el
fin de la salud y la felicidad. El abanico ilimitado de remedios y bendiciones,
osteopatía y quiropráctica, dietética y curación por el sol, el agua fría, el
jugo de uva o de limón, alimentos crudos, inanición, alcohol o su prohibición,
todos y cada uno invariablemente tienen algo de magia. Los intelectuales
todavía se someten a Coué y Freud, a Jaeger y Kneipp, al culto al sol, ya sea
directo o mediante la lámpara de mercurio, por no mencionar el género de
cabecera del especialista bien pagado. Es muy difícil descubrir dónde acaba el
buen sentido y dónde comienza la magia.
El salvaje no es no más racional ni más supersticioso que el hombre moderno. Es
más limitado, menos susceptible de tener imaginaciones libres y a ser engañado
por las nuevas invenciones. Su magia es tradicional y tiene su plaza fuerte de
conocimientos, su tradición empírica y racional de ciencia. Dado que el
carácter supersticioso o prelógico del hombre primitivo ha sido tan resaltado,
es necesario trazar con claridad la línea divisoria entre la ciencia y la magia
primitivas. Existen dominios donde la magia nunca penetra. Hacer fuego, la
cestería, la verdadera producción de utensilios de piedra, la fabricación de
cuerdas o esteras, guisar y todas las pequeñas actividades domésticas, aunque
sean extraordinariamente importantes, no están nunca asociadas a la magia.
Algunas pertenecen al centro de las prácticas religiosas y de la mitología,
como por ejemplo el fuego, guisar, o los utensilios de piedra; pero la magia
nunca está relacionada con su fabricación. La razón es que basta con la
habilidad normal dirigida por un buen conocimiento para poner al hombre en el
buen camino y darle la certeza de un control correcto y completo de estas
actividades.
En algunas
ocupaciones, la magia se utiliza en determinadas condiciones y en otras
permanece ausente. En una comunidad marítima que depende de los productos del
mar, nunca hay una magia relacionada con la recolección de conchas marinas o
con la pesca mediante veneno, encañizadas y trampas, en la medida en que estos
métodos son de toda confianza. En cambio, cualquier tipo de pesca peligroso,
azaroso e incierto está rodeado de ritual. En la caza, las formas simples y
seguras de atrapar o matar solamente están controladas por el conocimiento y la
habilidad; pero en cuanto haya algún peligro o incertidumbre relacionados con
una provisión importante de caza, inmediatamente aparece la magia. La pesca
costera, en la medida en que es perfectamente segura y fácil, no prescribe
ninguna magia. Las expediciones ultramarinas invariablemente van ligadas a
ceremonias y ritual. El hombre recurre a la magia sólo cuando la suerte y las
circunstancias no están completamente controladas por el conocimiento.
Esto se aprecia
mejor en lo que se podría denominar los sistemas de magia. La magia sólo puede
relacionarse de forma laxa y caprichosa con su marco práctico. Un cazador puede
utilizar ciertas fórmulas y ritos y otro ignorarlos; o bien el mismo individuo
puede aplicar sus conjuros en una ocasión y no en otra. Pero existen formas de
actividad en las que debe utilizarse la magia. En una gran empresa tribal, como
la guerra, o una expedición marítima arriesgada o en un largo viaje o al
emprender una gran caza o una peligrosa expedición de pesca, o bien en el ciclo
normal do los huertos, que por regla general es vital para la comunidad, la
magia suele ser obligatoria. Se produce según un orden fijo, concatenado con
los acontecimientos prácticos, y los dos órdenes, mágico y práctico, depende el
uno del otro y constituyen un sistema. Tales sistemas de magia parecen a
primera vista inextricables mezclas de trabajo eficaz y prácticas
supersticiosas, y de esta manera parecen proporcionar un incontestable argumento
a favor de las teorías según las cuales la magia y la ciencia, en las
condiciones de los primitivos, están tan fusionadas que no se pueden separar.
No obstante, un análisis más completo demuestra que la magia y el trabajo
práctico son completamente independientes y nunca se confunden.
Pero la magia
nunca se utiliza para sustituir al trabajo. En la agricultura, la operación de
cavar o de despejar la tierra o la solidez de las vallas o la calidad de los
soportes nunca se rehuye en razón de que se haya practicado sobre ellos una
magia más fuerte. El indígena sabe muy bien que la construcción mecánica debe
ser hecha por el trabajo humano según las estrictas reglas de la artesanía.
Sabe que todos los procesos que ha habido en el suelo pueden ser controlados
por el esfuerzo humano, hasta una cierta medida y no más allá, y es sólo en ese
más allá donde trata de influir mediante la magia. Pues su experiencia y su
razón le dicen que en determinados casos sus esfuerzos y su inteligencia no son
un aval de ninguna clase. Por otra parte, sabe que la magia ayuda; eso le dice
por lo menos su tradición.
En la magia de la
guerra y del amor, de las expediciones comerciales y de la pesca, de la
navegación y de la fabricación de canoas, las reglas de la experiencia y de la
lógica se aplican igualmente de forma tan estricta como las que se refieren a
la técnica, y el conocimiento y la técnica reciben el debido crédito por todos
los buenos resultados que pueden atribuírsele. El salvaje sólo intenta
controlar mediante la magia los resultados inexplicables, que un observador
exterior atribuiría a la suerte, al gancho para hacer las cosas con éxito, al
azar o a la fortuna.
La magia, por
tanto, lejos de ser la ciencia primitiva, es el resultante del claro
reconocimiento de que la ciencia tiene sus límites y de que el entendimiento y
la habilidad humana a veces son impotentes. Por toda su apariencia de
megalomanía, por todo lo que parece ser una declaración de la «omnipotencia del
pensamiento», como recientemente ha sido definida por Freud, la magia tiene
mayor afinidad con una explosión emocional, con los sueños diurnos, con los
deseos fuertes e irrealizables.
Afirmar con Frazer
que la magia es pseudociencia sería reconocer que la magia no es en realidad la
ciencia primitiva. Implicaría que la magia tiene afinidad con la ciencia o, al
menos, que es el material bruto a partir del cual se desarrolla la ciencia,
implicaciones que son insostenibles. El ritual de la magia presenta importantes
características que han hecho posible que muchos autores afirmen, desde Grimm y
Tylor hasta Freud y Lévy-Bruhl, que la magia ocupa el lugar de la ciencia
primitiva.
Indiscutiblemente,
la magia está dominada por el principio de simpatía: lo mismo produce lo mismo;
el todo se ve afectado si el hechicero actúa sobre una parte de él; pueden
impartirse influencias ocultas mediante contagio. Si nos concentramos sólo en
la forma del ritual, podemos concluir legítimamente con Frazer que la analogía
entre las concepciones científica y mágica es estrecha y que los distintos
casos de magia por simpatía son aplicaciones erróneas de una u otra de las dos
grandes leyes fundamentales del pensamiento, a saber, la asociación de ideas
por similitud y la asociación de ideas por contigüidad en el espacio o en el
tiempo.
Pero el estudio de
la función de la ciencia y de la función de la magia hace dudar de la
suficiencia de estas conclusiones. La simpatía no se cuenta entre las bases de
la ciencia pragmática, ni siquiera en las condiciones más primitivas. El
salvaje sabe científicamente que una pequeña vara puntiaguda de madera dura
frotada o golpeada contra un trozo de madera blanda y quebradiza, estando ambas
piezas secas, produce fuego. También sabe que debe utilizarse una velocidad de
movimiento fuerte, enérgica y creciente, que en la acción debe producirse
yesca, mantenerse fuera del viento y la chispa aventarse inmediatamente para
que se transforme en una brasa y ésta en una llama. No hay ninguna simpatía, ni
similitud, no se toma una parte en vez del todo, ni hay contagio. La única
asociación o conexión es la empírica concatenación de los acontecimientos
naturales correctamente observada y entramada. El salvaje sabe que un arco
fuerte bien manejado lanza una flecha veloz, que una viga ancha produce
estabilidad y luz, un casco bien formado incrementa la velocidad de su canoa.
Aquí no hay asociación de ideas por similitud, ni contagio, ni pars pro toto.
El indígena coloca un brote de ñame o banana en el adecuado trozo de tierra. Lo
riega o humedece a menos que esté bien empapado de lluvia. Escarda la tierra a
su alrededor y sabe perfectamente que sí no se presentan calamidades
inesperadas la planta crecerá. Además, no existe principio afín al de simpatía
que vaya incluido en esta actividad. Crea condiciones que son perfectamente
científicas y racionales y deja que la naturaleza haga su parte. Por tanto, en
la medida en que la magia consiste en la implantación de la simpatía, en la
medida en que está controlada por la asociación de ideas, difiere radicalmente
de la ciencia; y al analizar la similitud de forma entre la magia y la ciencia
se revela como meramente aparente, no real.
El rito simpático,
aunque es un elemento muy prominente de la magia, funciona siempre en el
contexto de otros elementos. Su principal propósito consiste en la generación y
la transferencia de fuerza mágica y, de acuerdo con esto, se celebra en la
atmósfera de lo sobrenatural. Como han mostrado Hubert y Mauss, los actos de la
magia siempre se ponen aparte, se consideran distintos, se conciben y llevan a
cabo en condiciones diferentes. El momento en que se celebra la magia suele
estar determinado por la tradición más que por el principio de simpatía, y el
lugar en que se celebra sólo en parte está determinado por la simpatía o el
contagio y más por las asociaciones sobrenaturales y mitológicas. Muchas de las
sustancias que se utilizan en la magia son en gran medida simpáticas, pero
suelen utilizarse fundamentalmente por la reacción fisiológica y emocional que
provocan en el hombre. Los elementos emocionales y dramáticos de la
implantación ritual incorporan, en la magia, factores que van mucho más allá de
la simpatía o de cualquier principio científico o pseudocientífico. La
mitología y la tradición están incrustadas en todas partes, especialmente en la
celebración del conjuro mágico, que debe repetirse con absoluta fidelidad al
original tradicional y durante el cual se recuentan los acontecimientos
mitológicos en los que se invoca el poder del prototipo. El carácter
sobrenatural de la magia se manifiesta también en el carácter anormal del mago
y en los tabúes temporales que rodean su ejecución.
En resumen, existe
un principio de simpatía: el ritual de la magia contiene por regla general
algunas referencias a los resultados por conseguir; los prefigura, anticipa los
acontecimientos deseados. El mago recurre a menudo a la imaginería, al
simbolismo, a las asociaciones de los resultados que deben seguirse. Pero
también está poseído de forma total y completa por la obsesión emocional de la
situación que le ha obligado a recurrir a la magia. Estos hechos no encajan en
el sencillo esquema de la simpatía concebida como mala aplicación de
observaciones imperfectas y de deducciones semilógicas. Los distintos elementos
aparentemente desunidos del ritual mágico —los rasgos dramáticos, el lado
emocional, las alusiones mitológicas y la anticipación del fin— hacen imposible
considerar la magia como una práctica científica moderada basada en una teoría
empírica. La magia no puede ir guiada por la experiencia y, al mismo tiempo, atender
constantemente al mito.
El tiempo fijado,
el lugar determinado, las condiciones preliminares de aislamiento de la magia,
los tabúes que debe observar el ejecutante, así como su naturaleza fisiológica
y sociológica, sitúan al acto mágico en una atmósfera sobrenatural. Dentro de
este contexto de lo sobrenatural, el rito consiste, funcionalmente hablando, en
la producción de una virtud o fuerza específica y en el lanzamiento, conducción
o impulsión de esta tuerza hacia el objeto deseado. La producción de la fuerza
mágica tiene lugar mediante el conjuro, la gesticulación manual o corporal y
las adecuadas condiciones del mago oficiante. Todos estos elementos exhiben una
tendencia hacia la asimilación formal del fin deseado o hacia los medios
normales de producir este fin. Este parecido formal se define probablemente
mejor en la afirmación de que todo el ritual está dominado por las emociones de
odio, miedo, ira o pasión erótica, o bien por el deseo de obtener un fin
práctico determinado.
La fuerza o virtud
mágica no se concibe como una fuerza natural. De ahí que no sean satisfactorias
las teorías propuestas por Preuss, Marett, Hubert y Mauss, que hacen del maná
melanesio o de conceptos similares norteamericanos la clave para comprender
toda la magia. El concepto de maná abarca el poder personal, la fuerza natural,
la excelencia y la eficacia junto con la virtud específica de la magia. Es una
fuerza que se considera absolutamente sui generis, que difiere tanto de las
fuerzas naturales como de las facultades normales del hombre.
La fuerza de la
magia sólo y exclusivamente puede producirse dentro de los ritos
tradicionalmente prescritos. Sólo puede recibirse y aprenderse mediante la
debida iniciación en el oficio y mediante la adquisición de un sistema
rígidamente definido de condiciones, actos y observancias. Incluso cuando se
descubre la magia, invariablemente se concibe como una verdadera revelación de
lo sobrenatural. La magia es una cualidad intrínseca y específica ele una
situación y de un objeto o fenómeno dentro de la situación, que consiste en que
el objeto se hace asequible al control humano por medios que están concreta y
únicamente conectados con el objeto y que sólo puede manejar la persona
adecuada. Por tanto, la magia siempre se concibe como algo que no reside en la
naturaleza, es decir, fuera del hombre, sino en la relación entre el hombre v
la naturaleza. Sólo los objetos y fuerzas de la naturaleza que son muy
importantes para el hombre, de los que depende y que sin embargo no puede
controlar normalmente, atraen la magia.
Una explicación
funcional de la magia puede plantearse en términos de la psicología individual
y del valor cultural y social de la magia. Puede esperarse encontrar magia, y
generalmente se encuentra, cuando el hombre se enfrente a un vacío insalvable a
un hiato en sus conocimientos o en sus poderes para el control práctico, y sin
embargo tiene que continuar su empresa. Abandonado por sus conocimientos,
aturdido por los resultados de su experiencia, incapaz de aplicar ninguna
habilidad o técnica efectiva, se da cuenta de su impotencia. Sin embargo, su
deseo le acucia cada vez con más fuerza. Sus miedos y esperanzas, su ansiedad
general, producen un estado de equilibrio inestable del organismo, mediante el
cual se ve conducido a alguna clase de actividad sustitutiva. En la reacción
humana natural ante el odio frustrado y la rabia importante se funda la materia
prima de la magia negra. El amor no correspondido provoca actos espontáneos de
magia prototípica. El miedo mueve a todos los seres humanos a actos sin
finalidad pero compulsivos; ante la presencia de una prueba rigurosa, siempre
se tiene el recurso de los sueños diurnos obsesivos.
El flujo natural
de las ideas, bajo la influencia de las emociones y de los deseos frustrados en
su completa satisfacción, lleva inevitablemente a la anticipación de los
resultados positivos. Pero la experiencia sobre la que descansa esta actitud
anticipatoria o simpática no es la experiencia normal de la ciencia. Es mucho
más afín a los sueños diurnos, a lo que los psicoanalistas llaman la
satisfacción del deseo. Cuando el estado emocional alcanza el punto de ruptura
en que el hombre pierde el control de sí mismo, las palabras que pronuncia, los
gestos que deja que se produzcan y los procesos fisiológicos del interior de su
organismo que acompañan a todo esto, permiten que la tensión acumulada se
descargue. Sobre todos esos exabruptos de emoción, sobre actos tales como la
magia prototípica, preside la obsesiva imagen del fin deseado. La acción
sustitutiva en que encuentra expresión la crisis fisiológica tiene un valor
subjetivo: el fin deseado parece más próximo a su satisfacción.
La magia
estandarizada tradicional es tan sólo una institución que fija, organiza e
impone a los miembros de una sociedad la posible solución a esos conflictos
inevitables que plantea la impotencia humana al ocuparse de los asuntos
arriesgados con el simple conocimiento o la habilidad técnica. La reacción
espontánea y natural del hombre ante tales situaciones proporciona el material bruto
de la magia. Este material bruto implica el principio de simpatía en el sentido
de que el hombre tiene que apoyarse tanto en el fin deseado como en los mejores
medios para conseguirlo. La expresión de las emociones mediante actos verbales,
mediante gestos, en la casi misteriosa creencia de que tales palabras y gestos
tienen poder, fructifica naturalmente como una reacción fisiológica normal. Los
elementos que no existen en la materia prima de la magia, pero se encuentran en
los sistemas desarrollados, son los elementos tradicionales, mitológicos. En
todas partes, la cultura humana integra el material bruto de los intereses y
pretensiones humanas en costumbres tradicionales y normativizadas. En toda
tradición humana se hace una elección entre una diversidad de posibilidades. En
la magia también el material bruto proporciona cierto número de formas posibles
de comportamiento. La tradición escoge entre ellas, fija un tipo concreto y lo
inviste con un sello de valor social.
La tradición
también refuerza la creencia en la eficacia de la magia mediante el contexto de
la experiencia concreta. Se cree tan profundamente en la magia poique su
eficacia psicológica e incluso fisiológica atestigua si la verdad pragmática,
puesto que en su forma y en su ideología y estructura la magia corresponde a
los procesos naturales del organismo humano. La convicción que va implícita en
estos procesos se extiende evidentemente a la magia regularizada. Esta
convicción es útil porque eleva la eficacia de la persona que se somete a ella.
La magia posee, por tanto, una verdad funcional o pragmática, puesto que
siempre aparece en condiciones en las que el organismo humano está
desintegrado. La magia corresponde a una verdadera necesidad fisiológica.
Le proporciona un
respaldo adicional el sello de aprobación social que reciben las reacciones
regularizadas, seleccionadas tradicionalmente del material bruto de la magia.
La convicción general de que este y sólo este rito, conjuro o preparación
personal, posibilita al mago para controlar la suerte, hace que cada individuo
crea en ello a través del mecanismo normal del moldeamiento o condicionamiento.
La implantación pública de ciertas ceremonias, por una parte, y el secreto y la
atmósfera esotérica en que se desenvuelven otras añaden algo a su credibilidad.
También el hecho de que la magia vaya normalmente asociada a la inteligencia y
a la fuerte personalidad eleva su crédito ante los ojos de cualquier comunidad.
De este modo, la convicción de que el hombre puede controlar las fuerzas de la naturaleza
y a los seres humanos mediante un manejo especial, tradicional y regularizado,
no es simplemente una verdad subjetiva debida a sus fundamentos fisiológicos,
ni simplemente una verdad pragmática que colabora a la reintegración del
individuo, sino que transporta una prueba adicional que nace de su función
sociológica.
La magia no sólo
sirve de fuerza integradora del individuo, sino también de fuerza organizativa
de la sociedad. El hecho de que el mago, por la naturaleza de su sabiduría
secreta y esotérica, tenga también control sobre las actividades prácticas
asociadas, hace que por regla general sea una persona de la máxima importancia
en la comunidad. Descubrir esto fue una de las grandes contribuciones de Frazer
a la antropología. No obstante, la magia no sólo tiene importancia social
porque conceda poder y de esta forma eleve a un hombre a una posición alta. Es
verdaderamente una fuerza organizadora. En Australia, la constitución de la
tribu, del clan, del grupo local, se basa en un sistema de ideas totémicas. La
principal expresión ceremonial de este sistema consiste en los ritos de la
multiplicación mágica de las plantas y los animales y en las ceremonias de
iniciación a la virilidad. Ambos ritos subyacen al entramado tribal y ambos son
expresión de un orden mágico de ideas basadas en la mitología totémica. Los
dirigentes que organizan las reuniones tribales, que las conducen, que dirigen
la iniciación y son los protagonistas de las representaciones dramáticas del
mito y de las ceremonias mágicas públicas, desempeñan este papel en virtud de
la tradicional filiación mágica. La magia totémica de estas tribus es su
principal sistema de organización.
Esto también es
cierto en gran medida para las tribus papúes de Nueva Guinea, de Melanesia y de
las gentes del archipiélago indonesio, donde las ideas y los ritos mágicos
proporcionan concretamente el principio organizador de las actividades
prácticas. Las sociedades secretas del archipiélago de Bismarck y de África
occidental, los hacedores de lluvia de Sudán, los exorcistas de los indios
norteamericanos, todos combinan el poder mágico con la influencia política y
económica. Muchas veces se carece de los suficientes detalles para valorar la
medida en que la magia controla la vida secular y normal y el mecanismo por el
que lo penetra. Pero entre los masai o nandi de África oriental, las pruebas
revelan que la organización militar de la tribu está asociada con la magia de
la guerra y que el gobierno de los asuntos políticos y de los intereses
tribales generales dependen de la magia de la lluvia. En la magia de los
huertos de Nueva Guinea, en las expediciones 'ultramarinas, de pesca y de caza
en gran escala, se demuestra que la significación ceremonial proporciona el
entramado legal y moral mediante el cual se celebran juntas todas las
actividades prácticas.
La hechicería, en
sus formas mayores, suele ser especializada y estar institucionalizada; es
decir, o bien el hechicero es un profesional cuyos servicios pueden comprarse u
ordenarse, o bien la hechicería está investida en una sociedad secreta u
organización especial. En cualquier caso, o bien la hechicería está en las
mismas manos que el poder político, el prestigio y la riqueza, o bien puede ser
comprada o solicitada por aquellos que puedan costearla. Así, la hechicería es
invariablemente una fuerza conservadora que se utiliza a veces para intimidar y
normalmente para reforzar la ley consuetidinaria o los deseos de quienes están
en el poder. Siempre es una salvaguardia de los intereses creados, de los
privilegios establecidos y organizados. El hechicero que tiene el apoyo del
jefe o de una poderosa sociedad secreta puede hacer que su arte se deje sentir
de forma más eficaz que si estuviera operando contra ellos o por su cuenta.
La función
individual y sociológica de la magia se hace, pues, más eficaz, gracias a los
mecanismos a través de los cuales opera. En esto y en el cálculo subjetivo de
probabilidades, que hace que el éxito ensombrezca al fracaso, pues el fracaso
puede ser explicado a su vez por una contramagia, resulta claro que la creencia
no está tan mal fundada ni se debe tanto como en un principio pudiera parecer a
la extravagante superstición de la mentalidad primitiva. Una fuerte creencia en
la magia encuentra expresión pública en la mitología que circula acerca de
milagros mágicos y que siempre se encuentra acompañando a todos los tipos
importantes de magia. La jactancia competitiva de una comunidad frente a otra,
la fama del sobresaliente éxito mágico, la convicción de que la extraordinaria
buena suerte se ha debido probablemente a la magia, crea una tradición siempre
naciente que rodea a todos los magos famosos o sistemas de magia famosos con un
halo de reputación sobrenatural. Esta tradición circulante generalmente culmina
retrospectivamente en un mito originario, que aporta la carta constitucional y
las credenciales a todo el sistema mágico. El mito de la magia es exactamente
una justificación de su verdad, un pedigree de su filiación, una caria
constitucional de sus derechos de validez.
Esto rio sólo es
cierto para la mitología mágica. El mito en general no es una especulación
ociosa sobre los orígenes de las cosas o de las instituciones. Ni es un
producto de la contemplación de la naturaleza o una interpretación rapsódica de
sus leyes. La función del mito no es explicativa ni simbólica. Es la exposición
de un acontecimiento extraordinario, un suceso que estableció de una vez por
todas el orden social de una tribu o de alguno de sus empeños económicos, artes
y oficios, o de su religión, o bien de sus creencias y ceremonias mágicas. El
mito no es simplemente una atractiva pieza de ficción que se mantiene viva por
el interés literario de la historia. Es una exposición de la realidad
originaria que vive en las instituciones y empeños de una comunidad. Justifica
mediante precedentes el orden existente y proporciona una pauta retrospectiva
de valores morales, de discriminaciones y cargas sociológicas y de creencias
mágicas. En esto consiste su principal función cultural. Por toda su similitud
de forma, el mito no es un simple cuento, ni un prototipo de literatura ni de
ciencia, ni tampoco una rama del arte ni de la historia, ni una pseudoteoría
explicativa. Cumple una función sui generis estrechamente conectada con la
naturaleza de la tradición y de la creencia, con la continuidad de la cultura,
con la relación entre la vejez y la juventud, y con la actitud humana hacia el
pasado. La función del mito consiste en fortalecer la tradición y dotarla de
mayor valor y prestigio al llevarle hasta una realidad inicial de
acontecimientos más elevada, mejor, más sobrenatural y más efectiva.
El lugar de la
religión debe considerarse en el esquema de la cultura como una satisfacción
compleja de necesidades altamente derivadas. Las diversas teorías de la
religión la adscriben o a un «instinto» religioso o a un sentimiento religioso
específico (McDougall, Hauer), o bien la explican como una teoría primitiva del
animismo (Tylor), o del preanimismo (Marett), o bien la adscriben a las
emociones del miedo (Wundt), o a los raptos estéticos y los lapsus del lenguaje
(Max Miiller), o a la autorrevelación de la sociedad (Durkheim). Estas teorías
convierten a la religión en algo sobreimpuesto al conjunto de la estructura de
la cultura humana, satisfaciendo quizás algunas necesidades, pero necesidades
que son completamente autónomas y que no tienen nada que ver con la realidad
duramente trabajada de la existencia humana. Sin embargo, puede demostrarse que
la religión está intrínseca aunque indirectamente conectada con lo fundamental
del hombre, es decir, con las necesidades biológicas. Como la magia, sale del
curso de la prevención y la imaginación, que caen sobre el hombre una vez que
se levanta por encima de la naturaleza animal bruta. Aquí entran temas de la
integración personal y social incluso más amplios que los que nacen de la
necesidad práctica de las acciones azarosas y las empresas preñadas de
peligros. Se abre todo un abanico de ansiedades, presentimientos y problemas
relativos al destino humano y al lugar del hombre en el universo una vez que el
hombre comienza a actuar en común no sólo con sus compañeros ciudadanos, sino
también con las generaciones futuras y pasadas. La religión no ha surgido de la
especulación ni de la reflexión, y todavía menos de la desilusión o equivocación,
sino más bien de la verdadera tragedia de la vida humana, del conflicto entre
los planes humanos y las realidades.
La cultura entraña
profundos cambios en la realidad del hombre; entre otras cosas, hace que el
hombre someta algo de su autoestima y de su autobúsqueda. Pues las relaciones
humanas no descansan simplemente, ni siquiera fundamentalmente, en la coacción
procedente del exterior. El hombre sólo puede trabajar con y para otro gracias
a las fuerzas morales que nacen de las lealtades y de las adhesiones
personales. Estas se forman fundamentalmente en el proceso de paternidad y
maternidad y parentesco, pero inevitablemente se extienden y enriquecen. El
amor de los padres por los hijos y de los hijos por los padres, el que existe
entre el marido y la esposa y entre los hermanos y las hermanas, sirve como
prototipo y también como núcleo para las lealtades del clan, el sentimiento de
vecindad y la ciudadanía tribal. La cooperación y la mutua ayuda se basan,
tanto en las sociedades salvajes como en las civilizadas, en sentimientos
permanentes.
La existencia de
fuertes adhesiones personales y el hecho de la muerte, que es el acontecimiento
humano que más trastorna y desorganiza los cálculos del hombre, son quizás las
principales fuentes de la creencia religiosa. La afirmación de que la muerte no
es real, de que el hombre tiene un alma y de que ésta es inmortal nace de la
profunda necesidad de negar la destrucción personal, necesidad que no es un
instinto psicológico, sino que está determinada por la cultura, por la
cooperación y por el crecimiento de los sentimientos humanos. Para el individuo
que afronta la muerte, la creencia en la inmortalidad y el ritual de
extremaunción, o últimos auxilios (que de una u otra forma son casi
universales), confirma su esperanza de que hay un después, que quizás no es
peor que la vida presente y que puede ser mejor. De este modo, el ritual que
precede a la muerte confirma la perspectiva emocional que el moribundo llega a
necesitar en este supremo trance. Después de la muerte, los que han sufrido la
pérdida quedan en un caos de emociones, que podría hacerse peligroso para cada
uno de ellos individualmente y para la comunidad como conjunto, si no fuera por
el ritual de las obligaciones mortuorias. Los ritos religiosos del funeral y el
entierro —todos los auxilios que se le proporcionan al alma que parte— son
actos que expresan el dogma de la continuidad después de la muerte y la
comunión entre los muertos y los vivos. Todo sobreviviente que ha pasado por
cierto número de ceremonias mortuorias de otros va siendo de este modo
preparado para su propia muerte. La creencia en la inmortalidad, que ha vivido
de forma ritual y practicada en el caso de su padre o su madre, de sus hermanos
y amigos, le hace apreciar con más firmeza la creencia en su propia vida
futura. La creencia en la inmortalidad humana, por tanto, que es el fundamento
del culto a los antepasados, nace de la constitución de la sociedad humana.
La mayor parte de
las otras formas de religión, cuando se analizan en su carácter funcional,
corresponden a necesidades profundas, aunque derivadas, del individuo y de la
comunidad. El totemismo, por ejemplo, cuando se relaciona con su marco más
amplio, afirma la existencia de un íntimo parentesco entre el hombre y el mundo
que lo rodea. El lado ritual del totemismo y del culto a la naturaleza consta,
en gran medida, de ritos de multiplicación o de propiciación de los animales, o
en ritos de un aumento de fertilidad de la naturaleza vegetal que también
establecen vínculos entre el hombre y su medio ambiente. La religión primitiva
se ocupa en gran parte de la sacralización de las crisis de la vida humana. La
concepción, el nacimiento, la pubertad, así como el supremo trance de la
muerte, todos dan origen a actos sacramentales. El hecho de la concepción está
envuelto en creencias como la reencarnación, la entrada del espíritu y la
impregnación mágica. En el nacimiento, asociadas a él y manifestadas en el
ritual del nacimiento, aparecen abundantes ideas animistas relativas a la
formación del alma humana, al valor del individuo para su comunidad, al
desarrollo de sus poderes morales, a la posibilidad de predecir su destino. Las
ceremonias de iniciación, predominantes en la pubertad, han desarrollado un
contexto mitológico y dogmático. Los espíritus guardianes, las divinidades
tutelares, los héroes culturales o el padre de todos de una comunidad están
asociados con las ceremonias de iniciación. Los sacramentos contractuales,
tales como el matrimonio, la entrada en un grado de edad o la aceptación de una
fraternidad religiosa o mágica, entrañan fundamentalmente concepciones éticas,
pero muchas veces también son expresión de mitos y dogmas.
Toda crisis
importante de la vida humana implica un fuerte trastorno emocional, un
conflicto mental y una posible desintegración. La esperanza de una solución
favorable tiene que luchar con las ansiedades y presentimientos. La creencia
religiosa consiste en la regularización tradicional del lado positivo del
conflicto mental y, por tanto, satisface una concreta necesidad individual
nacida de concomitancias psicológicas de la organización social. Por otra
parte, la creencia religiosa y el ritual, al hacer públicos los actos críticos
y los contratos sociales de la vida humana, regularizarlos según la tradición y
someterlos a sanciones sobrenaturales, fortalece los vínculos de la cohesión
humana.
La religión
santifica en su ética la vida y la conducta humanas y se convierte quizás en la
fuerza más poderosa de control social. Con sus dogmas proporciona al hombre enormes
fuerzas cohesivas. Crece en cualquier cultura, porque el conocimiento que
proporciona la previsión no consigue superar el sino; porque los lazos
vitalicios de cooperación y mutuo interés crean sentimientos, y los
sentimientos se rebelan contra la muerte y la disolución. La llamada cultural
de la religión es muy derivada e indirecta pero, en último término, está
enraizada en la forma en que las necesidades primarias del hombre se satisfacen
en la cultura.
Los juegos, los
deportes, los pasatiempos artísticos arrancan al hombre de su excitación normal
y alejan el esfuerzo y la disciplina de la vida laboral, cumpliendo la función
de recreación, de restaurar en el hombre la plena capacidad para el trabajo
rutinario. No obstante, la función del arle y del juego es más complicada y más
amplia, como puede mostrar un análisis de su papel dentro de la cultura. El
libre ejercicio sin trabas de la infancia no es un juego ni un entretenimiento:
combina ambas cosas. Las necesidades biológicas del individuo exigen que el
infante utilice sus miembros y pulmones, y este libre ejercicio proporciona su
primer entrenamiento, así como su verdadera adaptación a lo que le rodea. A
través de la voz el infante llama a sus padres o tutores y de este modo entra
en relación con su sociedad y, a través de ésta, con el mundo sin limitaciones.
No obstante, incluso estas actividades no se mantienen completamente libres y
controladas únicamente por la fisiología. Toda cultura determina la extensión
que puede concederse a la libertad del movimiento cultural: desde el niño
enlajado o atado que escasamente se puede mover hasta la completa libertad del
infante desnudo. La cultura también determina los límites dentro de los cuales
encontrarse entre los trabajos ociosos y extras. Los avances en la habilidad,
los descubrimientos científicos, los nuevos motivos artísticos, pueden
filtrarse a través de las actividades lúdicas de la recreación y de este modo
reciben ese mínimo de resistencia tradicional que comportan las actividades que
todavía no se toman en serio.
Los juegos de
carácter distinto, completamente 110 productivos V no constructivos, tales como
los juegos de turnos, los deportes competitivos y las danzas seculares, no
poseen esta función creativa, pero en su lugar desempeñan un papel en el
establecimiento de la cohesión social. La atmósfera de relajación, de libertad,
así como la necesidad de grandes reuniones para tales juegos comunitarios,
lleva a la formación de nuevos lazos. Amistades c intrigas amorosas, mejor
conocimiento de los parientes lejanos o de los miembros del mismo clan, la
competencia con otros y la solidaridad dentro de los equipos que compiten, todo
esto origina cualidades sociales que se desarrollan gracias a los juegos
públicos que constituyen un rasgo característico de la vida tribal primitiva,
así como de la organización civilizada. En las comunidades primitivas, durante
los grandes juegos ceremoniales y las celebraciones públicas se produce muchas
veces una completa recristalización sociológica. El sistema de clanes pasa a
primer plano. Se desarrollan nuevas lealtades no territoriales. En las
comunidades civilizadas el tipo de pasatiempo nacional colabora eficazmente a
la formación del carácter nacional.
El arte parece
ser, de todas las actividades culturales, la más exclusiva y al mismo tiempo la
más internacional, e incluso interracial. Indiscutiblemente la música es la más
pura de todas las artes, la menos mezclada con materias técnicas o
intelectuales extrínsecas. Sea en el corroboree australiano, con su canto monótono
aunque penetrante, o en una sinfonía de Beethoven o en la canción que acompaña
a un baile de pueblo o en una canción marinera melanesia, no se utilizan
símbolos o convenciones intelectuales, apelándose únicamente a la respuesta
directa a la combinación de sonidos y al ritmo. En la danza, los efectos
rítmicos se consiguen mediante los movimientos del cuerpo, más concretamente de
los brazos y las piernas, llevados a cabo en conjunción con música vocal o
instrumental. Las artes decorativas consisten en la ornamentación del cuerpo,
en los diversos colores y formas de las ropas, en la pintura y en el tallado de
objetos y en los dibujos o pinturas representativos. Las artes plásticas, la
escultura y la arquitectura, la madera, la piedra o el material compuesto se
moldea según determinados criterios estéticos. La poesía, el uso del lenguaje,
y las artes dramáticas están quizás menos uniformemente distribuidas en sus
formas desarrolladas, pero nunca están completamente ausentes.
Todas las
manifestaciones artísticas operan fundamentalmente a través de la acción
directa de las impresiones sensibles. El tono de la voz humana o la vibración
de cuerdas o membranas, los ruidos de naturaleza rítmica, las palabras del
lenguaje humano, el color, la línea, la forma, los movimientos corporales son,
fisiológicamente hablando, sensaciones e impresiones sensibles. Estas, así como
sus combinaciones, producen un atractivo emocional específico que constituye la
materia prima del arte y que es la esencia del atractivo estético. En la escala
más baja del goce estético se encuentran los efectos de las impresiones
sensibles químicas, las de gusto y olor, que también dan lugar a un limitado
atractivo estético. La llamada sensual directa de los olores de la comida y los
efectos fisiológicos de los narcóticos demuestran que los seres humanos ansían
sistemáticamente una modificación de sus experiencias corporales, que existe un
fuerte deseo de salir de la rutina gris ordinaria de todos los días y pasar a
un mundo distinto, transformado y subjetivamente orientado. Las respuestas a
las impresiones sensibles y a sus compuestos, a las secuencia rítmicas, a la
armonía y a la melodía en la música, a la línea del dibujo y a la combinación
de colores, tiene un fundamento orgánico. El imperativo artístico es una
necesidad básica; la principal función del arte consiste en satisfacer este
deseo vehemente del organismo humano por combinaciones de impresiones sensibles
mezcladas.
El arte se asocia
con otras actividades culturales y desarrolla una serie de funciones
secundarias. Es un poderoso elemento para el desarrollo de los oficios y de los
valores económicos. El artesano ama sus materiales, se enorgullece de su
habilidad y siente una conmoción ante las nuevas formas que aparecen bajo sus
manos. La creación de formas complejas y perfectas con materiales raros y
especialmente dóciles o bien especialmente difíciles es una de las raíces
secundarias de la satisfacción estética. Las formas creadas atraen a los
miembros de la comunidad, dan al artista una posición elevada y establecen el
sello del valor económico de tales objetos. El goce de la artesanía, la
satisfacción estética del producto acabado y el reconocimiento social se
mezclan y reaccionan entre sí. Dentro de cada arte u oficio se aporta un nuevo
incentivo para el trabajo bien hecho y una norma de valor. Algunos de los
objetos que suelen ser considerados como dinero o moneda corriente, pero que en
realidad son simplemente signos de riqueza y expresiones del valor del material
y de la habilidad, constituyen ejemplos de estas normas estéticas, económicas y
tecnológicas combinadas. Los discos de concha de Melanesia, hechos de un
material raro con especial habilidad, las esteras enrolladas de Samoa, las
mantas, platos de latón y tallas de la Columbia Británica, son muy importantes
para comprender la economía, la estética y la organización social de los
primitivos.
La profunda
asociación del arte con la religión es un lugar común de las culturas
civilizadas y también está presente en las más simples. Las reproducciones
plásticas de los seres sobrenaturales —ídolos, tallas totémicas o pinturas—,
ceremonias como las asociadas con la muerte, la iniciación o el sacrificio,
funcionan para poner al hombre más cerca de aquellas realidades sobrenaturales
sobre las que se centran todas sus esperanzas, que le inspiran profundos
recelos y, en resumen, conmueven y actúan sobre todo su ser emocional. De
acuerdo con esto, todas las ceremonias mortuorias están asociadas con el llanto
ritual izado, con canciones, con la transformación del cadáver, con
representaciones dramáticas. En algunas religiones, singularmente en la de
Egipto, la concentración del arte alrededor de la momia, la necrópolis y toda
la representación, del paso de este mundo al otro, dramatizada y creativa, ha
alcanzado un extraordinario grado de complejidad. Las ceremonias de iniciación,
desde las crudas pero elaboradas celebraciones de las tribus del centro de
Australia hasta los misterios eleusinios y el ritual masónico, constituyen
representaciones artísticas dramatizadas. El drama clásico y el moderno, las
obras sobre los misterios cristianos y el arte dramático de Oriente,
probablemente se originaron en algunos de estos rituales tempranamente
dramatizados.
En las grandes
concentraciones tribales, la unión en la experiencia estética de la danza
comunal, los cantos y las exhibiciones de arte decorativo o de objetos de valor
artísticamente arreglados, a veces incluso de comida acumulada, une al grupo
con emociones fuertes y unificadas. La jerarquía, el principio del rango y de
la distinción social, suele manifestarse muchas veces en los privilegios de la
ornamentación exclusiva, de las canciones y danzas de propiedad privada y de la
posición aristocrática de las fraternidades dramáticas como en el caso del areoi
y el ulitao de la Polinesia.
El arte y el
conocimiento son fuertemente afines. En el arte naturalista y representativo
siempre se corporiza una buena cantidad de observación correcta y un incentivo
de estudio de lo que nos rodea. El simbolismo del arte y el diagrama científico
suelen estar estrechamente conectados. El impulso estético integra el
conocimiento en niveles altos y bajos. Los proverbios, los anagramas y los
cuentos, sobre todo la narración histórica, suele ser muchas veces en las
culturas primitivas, y también en sus formas desarrolladas, una mezcla de arte
y ciencia.
El significado o
significación de un motivo decorativo, de una melodía o de un objeto tallado no
puede encontrarse, por tanto, aislándolo, separándolo de su contexto. En la
moderna crítica de arte se acostumbra a considerar una obra de arte como un
mensaje personal del artista creador a su audiencia, la manifestación de un
estado emocional o intelectual traducido a través de la obra de arte desde un
hombre a otro. Tal concepción sólo es útil si todo el contexto cultural y la
tradición artística se dan por sentados. Sociológicamente siempre es
incorrecta; y la obra de H. Taine y su escuela, que ha puesto todo el énfasis
en la relación entre la obra de arte y su milieu, es un correctivo muy
importante de la estética subjetiva e individualista. El arte primitivo es
invariablemente de creación popular o folklórica. El artista se apodera de la
tradición de su tribu y, simplemente, reproduce la talla, la canción, la obra
del misterio tribal. El individuo que reproduce de esta forma una obra
tradicional le añade algo, la modifica en la reproducción. Estas pequeñas
aportaciones individuales, incorporadas y condensadas en la tradición
gradualmente creciente, se integran y se convierten en parte de la masa de
producción artística. Las aportaciones individuales no sólo están determinadas
por la personalidad, la inspiración o el talento creador del individuo
contribuyente, sino también por las asociaciones múltiples del arte con su
contexto. El hecho de que un ídolo tallado sea objeto de creencias dogmáticas y
religiosas y de ritual religioso determina en gran medida su forma, tamaño y
material. Como muchos otros artefactos o productos humanos, la obra de arte se
vuelve parte de una institución, y el conjunto de su desarrollo, así como sus
funciones, sólo pueden entenderse si se estudian dentro del contexto de la
situación.
La cultura, pues,
es esencialmente una realidad instrumental que ha aparecido para satisfacer las
necesidades del hombre que sobrepasan la adaptación al medio ambiente. La
cultura capacita al hombre con una ampliación adicional de su aparato
anatómico, con una coraza protectora de defensas y seguridades, con movilidad y
velocidad a través de los medios en que el equipo corporal directo le hubiera
defraudado por completo. La cultura, la creación acumulativa del hombre, amplía
el campo de la eficacia individual y del poder de la acción; y proporciona una
profundidad de pensamiento y una amplitud de visión con las que no puede soñar
ninguna especie animal. La fuente de todo esto consiste en el carácter
acumulativo de los logros individuales y en el poder de participar en el
trabajo común. De este modo, la cidatura transforma a los individuos en grupos
organizados y proporciona a estos una continuidad casi infinita. Evidentemente,
el hombre no es un animal gregario, en el sentido de que sus acciones
concertadas se deban a la dotación fisiológica e innata y se transporte en
pautas comunes a toda la especie. La organización y todo el comportamiento
concertado, los resultados de la continuidad tradicional, asumen formas
distintas en cada cultura. La cultura modifica profundamente la dotación humana
innata y, al hacerlo, no sólo aporta bendiciones, sino que también impone
obligaciones y exigencias que someten muchísimas libertades personales al bien
común. El individuo tiene que someterse al orden y la ley; tiene que aprender y
obedecer a la tradición; tiene que mover la lengua y ajustar la laringe a una
diversidad de sonidos y adaptar el sistema nervioso a una diversidad de
hábitos. Trabaja y produce objetos que los otros consumirán, mientras que, a su
vez, siempre depende del trabajo ajeno. Por último, su capacidad de acumular
experiencias y dejarlas que prevean el futuro abre nuevas perspectivas y crea vacías
que se satisfacen en los sistemas de conocimiento, de arte y de creencias
mágicas y religiosas. Aunque una cultura nace fundamentalmente de la
satisfacción de las necesidades biológicas, su misma naturaleza hace del hombre
algo esencialmente distinto de un simple organismo animal. El hombre no
satisface ninguna de sus necesidades como un simple animal. El hombre tiene sus
deseos como criatura que hace utensilios y utiliza utensilios, como miembros
comulgante y razonante de un grupo, como guardián de la continuidad de una
tradición, como unidad trabajadora dentro de un cuerpo cooperativo de
individuos, como quien está acosado por el pasado o enamorado de él, como a
quien los acontecimientos por venir le llenan de esperanzas y de ansiedades, y
finalmente como a quien la división del trabajo le ha proporcionado ocio y
oportunidades de gozar del color, de la forma y de la música.
Originalmente fue publicado en la Encylopedia of Social
Sciences (1931); en español fue publicado en J. S. Kahn, El concepto de
cultura: textos fundamentales, Editorial Anagrama, Barcelona, 1975
https://leersociologia.blogspot.com/2021/06/bronislaw-malinowski-la-cultura-1931.html#more
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