martes, 7 de enero de 2025

 

Pireni Ka Varani:

la música y la danza en la

evangelización de Michoacán

 

Dennos lecencia Señores,

supuesto ques Nochebuena,

para cantar y baylar

al uso de nuestra tierra […]»

Códice Trujillo del Perú, siglo XVIII

En Mesoamérica la música y la danza fueron elementos presentes en diversos contextos. En el caso de la cultura tarasca se llevaron a cabo de manera recurrente como parte de sus prácticas rituales, pues creían que tanto la música como la danza eran obsequios divinos que permitían la comunicación con las entidades sagradas. Con el paso del tiempo, estas prácticas culturales tan arraigadas en la tradición tarasca fueron retomadas por los frailes durante la evangelización en el siglo XVI con la finalidad de persuadir a los indígenas para que se acercaran a la nueva religión. En el presente artículo pretendemos aportar una reflexión acerca de la importancia de la música y la danza durante el proceso de evangelización en Michoacán para dar cuenta de los cambios y las continuidades que pueden observarse en este proceso de encuentro cultural, que constituye el antecedente de la cultura sonora presente hasta nuestros días en muchos pueblos, principalmente en el actual estado de Michoacán.

Figurilla de barro que representa un flautista. Museo del Estado de Michoacán. Fotografía de H. García

 

Al igual que en otras áreas, la música y la danza formaron parte esencial de la vida religiosa de los tarascos, por lo que su ejecución ocurrió principalmente durante las ceremonias llevadas a cabo por el cazonci y un grupo de especialistas rituales encargados de tareas específicas como el encendido de braseros, los sacrificios, el resguardo de las deidades, la música y la danza (Alcalá, 2008: 184). Según la Relación de Michoacán, los especialistas sonoros formaban parte de un linaje que practicaba el mismo oficio, entre los que se encuentran aquellos destinados a construir instrumentos musicales (principalmente tambores), llamados curíngúri; los ejecutantes de trompetas, pungácucha; y los cantores, hatápatiecha (Alcalá, 2008: 178, 184).

Relación de Michoacán, tercera parte, 2008

 

En cuanto a las danzas sabemos que éstas formaron parte de rituales de distintos tipos, pero aquellas que son mencionadas con mayor frecuencia en la Relación de Michoacán están relacionadas directamente con rituales de carácter agrícola. Una de estas ceremonias ocurría durante la fiesta Sicúindiro, en la que se danzaba para pedir lluvia y rendir culto a la diosa Cuérauaperi, deidad a la que se le atribuía el control de las aguas que daban sustento a los seres humanos (Beltrán Henríquez, 2012: 222-223; Rodríguez López, 2018: 111). La Parácata varaqua, nombre que recibía dicha danza, era ejecutada por un sacerdote quien portaba una culebra y una mariposa de papel (Alcalá, 2008: 11). De igual forma, en el marco de las ceremonias de la fiesta Sicúindiro, los cescuárecha, como nombraban a los danzantes, ejecutaban bailes ataviados como nubes que representaban cada uno de los colores de los rumbos del cosmos: blanco, amarillo, rojo y negro (Alcalá, 2008: 11). Por otro lado sabemos que, en la fiesta Cahériuapánsquaro, los danzantes bailaban con cañas de maíz en la espalda (Alcalá, 2008: 12).

Relación de Michoacán, segunda parte, 2008

 

Si bien, tanto la música como la danza fungieron principalmente en contextos rituales, es preciso considerar que también fueron los medios para transmitir la ideología política del grupo de poder, en este caso el linaje de los uacúsecha, encabezado por el cazonci. En primer lugar, nos referimos a que son elementos paralingüísticos que permiten comunicar mensajes a través del lenguaje no verbal; ya fuera con el uso de cantos que eran controlados en entonación, repetitividad y volumen para generar emociones entre la audiencia (Bloch, 1974: 60) o con los sonidos, los movimientos y los atavíos de los danzantes que presentaban símbolos de gran estima para la comunidad.

Así, con la ejecución de rituales en los que tenía presencia la música y la danza, el cazonci pudo controlar ciertos discursos que le posibilitaron cohesionar a la sociedad, legitimar su poder y manipular la ideología política mediante el empleo de conceptos morales aceptados que, a su vez, le permitieron conformar una identidad social (Brandt, 2016: 6, 9), aunado a que los rituales también constituyeron vehículos de catarsis que regularon el comportamiento social y que, en la mayoría de los casos, daba aceptación y sustento al grupo en el poder (Regueiro Suárez, 2017: 160).

Tomando en cuenta los contextos de ejecución de la música y la danza en la época prehispánica así como sus propósitos, no resulta inconcebible que hayan sido utilizadas como recursos para transmitir la ideología cristiana y facilitar la evangelización en Michoacán durante siglo XVI. De igual forma, los rituales religiosos constituyeron una actividad preponderante para los europeos que arribaron a América, ya que éstos pretendían incidir en las emociones de los oyentes para persuadirlos a la conversión, al arrepentimiento y, finalmente, a la adhesión de creencias y prácticas que buscaban el favor de la divinidad y, al mismo tiempo, sostenían el poder de la Iglesia y de los monarcas; por tanto, la música siempre acompañaría las ceremonias de mayor grado de solemnidad. 

Con la danza la relación era distinta, pues desde los primeros tiempos del cristianismo se privilegió el alma sobre el cuerpo, y, en los movimientos de este último, se vio el peligro de la sensualidad y del pecado, así como rastros de los rituales paganos. La danza, práctica cultural tan arraigada en los diversos pueblos que el cristianismo fue ganando, no pudo ser desterrada del todo, pero se le trató de limitar y controlar, y se evitó su práctica en buena medida en las ceremonias litúrgicas celebradas al interior de los templos.

Al arribar al nuevo continente, los soldados y religiosos europeos interpretaron los rituales mesoamericanos como manifestaciones diabólicas y se dieron a la tarea de destruir templos e “ídolos”, y de prohibir la celebración de aquellas ceremonias.

Sin embargo, no fue posible desterrar de tajo las arraigadas prácticas mesoamericanas. Antes bien, los evangelizadores observaron y describieron los rituales, y trataron de descifrar los mecanismos de poder que les estaban aparejados. Desde el principio fue evidente para ellos la importancia de la música y la danza, de allí que fray Pedro de Gante expresara al rey que había comprendido sobre los indios que “toda su adoración dellos a sus dioses era cantar y bailar delante de ellos” (García Icazbalceta, 1889: 223). El autor de la Relación de Cuitzeo también trata sobre los bailes rituales de esta manera: “El sacerdote mayor tenía cargo de guiar, cuando venía la gente a bailar las danzas, porque la mayor devoción suya era bailar al son de los instrumentos dichos, en el templo, alrededor de los ídolos” (Acuña, 1987: 82-83).

Cantos, Códice florentino, Libro X

 

Para sustituir de manera simultánea a los rituales prehispánicos y a los linajes de sacerdotes que los encabezaban, los religiosos y clérigos europeos se dieron a la tarea de educar a los hijos de las élites en sus conventos, colegios y escuelas de cantores. Los niños y jóvenes allí educados se convirtieron en los nuevos especialistas rituales al sustituir gradualmente a los sacerdotes prehispánicos, y poseían saberes cristianos y occidentales entre los que estaban las principales oraciones cristianas, las bases de la lecto-escritura occidental, lengua castellana y rudimentos de latín, el canto llano y el canto de órgano o polifónico, el conocimiento de las rúbricas de las ceremonias cristianas, los toques de campana, la ejecución o incluso la construcción de instrumentos musicales europeos, la confección de libros de canto, entre otros. Aquellos jóvenes fueron quienes se integraron a las capillas musicales o fungieron como sacristanes, campaneros, escribanos, fiscales y maestros de doctrina, y en ocasiones detentaron cargos políticos y religiosos en los cabildos indígenas o en los hospitales y cofradías (Turrent, 1993; Ruiz Caballero, 2018).

 

Músicos en la fachada del Convento de Yuriria. Fotografía de A. Ruiz

 

A pesar de que las autoridades religiosas trataron de vigilar y controlar las danzas, los documentos coloniales muestran que eran prácticas comunes en días festivos en los pueblos de indios. Es interesante constatar que, en casos como el de la danza de moros y soldados, los danzantes eran personajes prominentes de los pueblos indígenas –aquellos que podían costear las altas sumas que se invertían en la vestimenta y otros elementos necesarios para el ritual– tal como los señores y principales lo hacían generalmente en la época prehispánica (Ruiz Caballero, 2018).

Rendir culto a la divinidad con el cuerpo, a través del baile, era una de las costumbres más arraigadas entre los tarascos y otros pueblos mesoamericanos. Por ello los mitotes o areitos fueron tolerados, y es en este contexto que pudieron sobrevivir algunos elementos de las antiguas prácticas rituales, como el uso de instrumentos sonoros prehispánicos, aunque bajo la estrecha vigilancia de las autoridades. La necesidad de bailar fue cubierta también por los ministros introduciendo en los pueblos de indios otras danzas “al modo español”, algunas de las cuales se habían usado en otros contextos de cristianización, como en el caso de los moros y soldados, presentes también en Andalucía.

Danza de Moctezuma, Lámina 3

Conclusiones

 

Los encuentros culturales que tuvieron lugar en Mesoamérica a partir del 1519 pueden ser documentados a través de prácticas concretas como la música y la danza. A partir del análisis que hemos hecho en este texto concluimos que estas prácticas pervivieron durante y después del proceso de evangelización debido a que tenían propósitos y cumplían funciones similares en los dos contextos, el mesoamericano y el occidental: rendir culto a las divinidades, hacer visible (y audible) el ejercicio del poder, difundir la ideología, legitimar al grupo dominante y cohesionar a la sociedad en torno a esta ideología. Pero sobre todo, porque estas actividades beneficiaron tanto a indígenas como españoles. A los primeros, las élites tarascas, les permitió mantener su statu quo y acceder a puestos dentro del nuevo sistema colonial, aspecto que a su vez les exentó del pago de tributos y de prestar servicios personales. En cuanto a los europeos, les facilitó la evangelización por la buena respuesta que obtuvieron de los indígenas, relacionada con aquello que Serge Gruzinski ha llamado la “fascinación de Occidente”. 

Cabe decir que la convivencia de ambas tradiciones, muchas veces ya fusionadas, también fue una forma de resistencia indígena, pues a través del uso de sus antiguos instrumentos sonoros o de su lengua durante los cantos y los bailes estarían conservando parte de su identidad cultural originaria. Por otro lado, al menos durante la primera evangelización, dentro de los propósitos de los misioneros europeos estuvo crear una identidad cristiana, y a la vez indígena, frente a los grupos nativos aún no cristianizados.

En el actual estado de Michoacán se conservan muchas y variadas fiestas religiosas, que sin sospecha pueden calificarse como totalmente católicas, en las que se conservan elementos rituales que pervivieron a través de los 500 años transcurridos desde aquel lejano 1519 –sin olvidar que los europeos arribaron a territorio tarasco pocos años después, en 1525–. Es el caso de las ofrendas o parandi, las alabanzas en lengua p’urh’epecha, la necesidad de bailar en ocasiones rituales como las bodas –llamadas tembuchecua al menos desde el siglo XVI– y las ceremonias de cambio de autoridades tradicionales –como la misa de la sirangua–, o el uso de antiguos instrumentos sonoros como la quiringua –conocida como teponaztli en la cultura nahua– y la uirhinkua –semejante a la quiringua pero que carece de lengüetas y sólo da un tono–. Estos elementos, por mencionar sólo algunos, confirman el éxito y la prolongada pervivencia de aquella identidad cristiana e indígena que transformó a la sociedad tarasca completamente, pero ayudó a su supervivencia en el marco de las nuevas realidades políticas y sociales. 


Bibliografía

Acuña, René (editor), Relaciones geográficas del siglo XVI, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1987.

 

Alcalá, fray Jerónimo de, Relación de Michoacán. Estudio introductorio por Jean-Marie G. Le Clézio, México, El Colegio de Michoacán, 2008.

 

Beltrán Henríquez, Patricia A., Cosmovisión y ritual en el Michoacán prehispánico, México, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2012.

 

Bloch, Maurice, “Symbols, Song, Dance and Features of Articulation. Is religion an extreme form of traditional authority?”, European Journal of Sociology, 15, 1974, pp. 54-­81.

 

Brandt, Ida Hanni, “Dance as Politics.  A comparison of Adzido and Les Ballets Africains”, MA Dance as Socio-Cultural Practice, 2016, pp. 1-27. Disponible  en línea: https://www.academia.edu/3205942/Dance_as_Politics_A_Comparison_of_Adzido_and_Les_Ballets_Africain [16 de octubre de 2019]

 

García Icazbalceta, Joaquín (editor), Nueva colección de documentos para la Historia de México. II. Códice franciscano. Siglo XVI, México, Imprenta de Francisco Díaz de León, 1889.

 

Regueiro Suárez, Pilar, Las danzas de Yaxuun B’ahlam IV de Yaxchilán. Un caso de estrategia y negociación política en la Cuenca Media del Usumacinta durante el siglo VIII d.C., Tesis de maestría en Estudios Mesoamericanos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2017.

 

Rodríguez López, José Rafael, La uirhinkua de Ahuiran. Simbología y sonoridad ritual en una comunidad p’urh’epecha. Tesis de doctorado en Ciencias Humanas en el área de Estudio de las Tradiciones, México, El Colegio de Michoacán, 2018.

 

Ruiz Caballero, Antonio, Música y cultura sonora para una cristiandad india: los tarascos en el Obispado de Michoacán, 1525-1701. Tesis de doctorado en Historia. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2018.

 

Turrent, Lourdes, La conquista musical de México, México, Fondo de Cultura Económica, 1993.

 

Antonio Ruiz Caballero y Pilar Regueiro Suárez, Pireni ka varani: la música y la danza en lla evangelización de Michoacán, México, Blog APAMI, https://apami.home.blog/2019/10/23/pireni-ka-varani-la-musica-y-la-danza-en-la-evangelizacion-de-michoacan/

 

https://apami.home.blog/2019/10/23/pireni-ka-varani-la-musica-y-la-danza-en-la-evangelizacion-de-michoacan/












 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

  ¿Quiénes son los fascistas? Entrevista a Emilio Gentile   En un contexto político internacional en el que emergen extremas der...