Poesía religiosa, devota y poesía existencial
Da la sensación de
que, desde el siglo XX, de la mano de los cambios sociales y de pensamiento, la
poesía religiosa ha sido proscrita de la sensibilidad moderna.
En la actualidad, el lector de
poesía busca que el poema le comunique una expresión íntima y personal, no un
ejercicio retórico bien construido.
Muchos poemas religiosos
(sobre todo los que se conocen como poesía devota) son solo artefactos
academicistas, casi simples ejercicios de estilo, equiparables a cualquier
cuadro religioso de pintor de tercer orden que decoran las capillas de muchas
iglesias. Sin embargo, no siempre es así. También el sentimiento religioso se
ha expresado con voz personal y fuerte expresividad para el hombre actual.
Basta recordar el famosísimo Insomnio, de Dámaso Alonso,
expresión de una fuerte crisis personal, que no es una confesión, sino más bien
una increpación a un Dios que ha dado la vuelta al hombre.
En los primeros años de su
carrera, Blas de Otero, el poeta señero de la poesía social,
escribió un magnífico soneto en el que expresa de manera admirable la angustia
existencial, su angustia en la vida por el horror ante la muerte.
Luchando, cuerpo a cuerpo, con
la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir,
quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la
cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a
manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
Pueden decirse muchas cosas de
estos poemas de Alonso y de Otero, pero nunca que no expresen un sentimiento
sincero. Porque se centran en dos temas universales de la poesía: el hombre y
la muerte. En realidad, el problema de la poesía religiosa es
que a menudo se confunde con la poesía devota. Realmente, la implicación de
Dios en el poema (el interlocutor al que se dirige el yo poético) puede
entenderse como personificación de la consciencia, del destino u otra forma
compatible con la laicidad.
Francisco de Quevedo y la poesía religiosa
La poesía devota tiene una función puramente religiosa:
dirige la oración y agota su camino dentro del ámbito de la iglesia. Se basa en
fragmentos específicos del relato bíblico (tanto el Viejo como el Nuevo
Testamento) o es un escrito en alabanza de algún santo. También reescribe la
vida de Cristo, especialmente el relato de la Pasión, siguiendo los principios
de la devotio moderna, que no es tan moderna, pues floreció por
allá el siglo XIV.
Su objetivo es que el lector medite a partir de la
evocación de ciertos pasajes y ciertas escenas del Evangelio, y es la base del
arte religioso: crucifixiones, tallas de santos, de Vírgenes, etc. En poesía
poseen un carácter descriptivo, por lo que se llena de un lenguaje retórico
y ampuloso, con la intención de conmover o, al menos, deslumbrar al
lector. No suelen conseguir este objetivo en la actualidad, ni tan solo los
grandes poetas. Escribe Quevedo sobre las tres negaciones de Pedro:
¿Adónde,
Pedro, están las valentías
que los pasados días
dijistes al Señor? ¿Dónde los fuertes
miembros para sufrir con él mil muertes,
pues sola una mujer, una portera,
os hace acobardar desa manera?
A Dios negastes; luego os cantó el gallo,
y otro gallo os cantara a no negallo;
pero que el gallo cante
por vos, cobarde Pedro, no os espante:
que no es cosa muy nueva o peregrina
ver el gallo cantar por la gallina.
El poema deja frío, y su gracia no va más allá de la
ingeniosa identificación de Pedro, cobarde, con la gallina, a partir del canto
del gallo. ¿Por qué sucede esto? Carece de aliento humano.
Los ejemplos podrían multiplicarse por mil. ¿Cómo es
posible que haya salido algo así de la pluma de un autor de la talla de don
Francisco? Sin lugar a dudas, no es un fracaso de su autor, sino un rasgo
característico del género, la poesía devota.
Por el contrario, en el siguiente soneto de marcado tono
existencial, Quevedo medita sobre el momento de la muerte (al igual que hacía
Blas de Otero) y la necesidad de arrepentirse por el error que ha sido su vida
hasta el momento.
Después
de tantos ratos mal gastados,
tantas obscuras noches mal dormidas;
después de tantas quejas repetidas,
tantos suspiros tristes derramados;
Después
de tantos gustos mal logrados
y tantas justas penas merecidas;
después de tantas lágrimas perdidas
y tantos pasos sin concierto dados,
Sólo
se queda entre las manos mías
de un engaño tan vil conocimiento,
acompañado de esperanzas frías.
Y
vengo a conocer que en el contento
del mundo, compra el Alma en tales días,
con
gran trabajo, su arrepentimiento.
La expresividad
del poema no viene dada por el tema, sino por las imágenes
empleadas que expresan los errores de la vida entendida como sucesión de
momentos (ratos mal gastados, oscuras noches, quejas, suspiros, gustos y penas,
pasos sin concierto) enfrentadas al único momento verdadero: la muerte.
La muerte es la que preside de forma obsesiva el libro
del que sale este soneto: el Heráclito cristiano, escrito
o compilado (a partir de material preexistente) en 1613. Su difusión fue, como
era habitual en la época, exclusivamente manuscrita. Destaca en él la expresión
de angustia por el paso del tiempo que presentan muchos poemas (como indica el
título), enfrentando al hombre a la muerte, entendida como final:
¡Cómo
de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!
Feroz
de tierra el débil muro escalas,
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.
¡Oh
condición mortal! ¡Oh dura suerte!
¡Que no puedo querer vivir mañana,
sin la pensión de procurar mi muerte!
¡Cualquier
instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.
Quizá
sea necesario recordar de nuevo que el famoso soneto “Miré los muros de la patria mía”,
incluido en el Heráclito cristiano, no habla
de la decadencia económica y política de España como erróneamente parece
sugerir el sintagma “patria mía”, sino de la decadencia personal por el paso
del tiempo y la omnipresencia de la muerte, de ahí su estremecedor final:
Y
no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Se ha escrito que este libro pudiera nacer de un momento
de arrepentimiento personal del poeta quien, hacia 1613, sufriría una
seria crisis espiritual.
En el libro, el autor dejó patente su arrepentimiento
sobre su vida pasada y el horror ante el paso del tiempo, es decir, la muerte.
La canalización de este proceso se realiza mediante la meditación religiosa,
cosa lógica si pensamos que estamos hablando del Barroco. Otros críticos
han puesto en duda esta vinculación biográfica, pues presenta una estructura
demasiado bien planificada, lo que revela un sentido artístico demasiado
meditado, rasgo que le resta veracidad.
No creo que sea necesaria la controversia. Un libro no es
mejor o peor porque tenga una mayor o menor vinculación autobiográfica con su
autor. Un libro es mejor en la medida en que posee una mayor expresividad,
sobre todo a través de la capacidad evocadora de sus imágenes. Y el Heráclito
cristiano lo logra, pues sabe comunicar, ante la idea de la
muerte, el arrepentimiento frente al pasado y la ansiedad ante la consciencia
del paso del tiempo (sea real o no), que en tiempos modernos se traduce en
desorientación vital y una angustia existencial.
Lope de Vega y las Rimas sacras
De quien no hay duda que presenta rasgos autobiográficos,
como gran parte de su obra, es el otro gran libro religioso de principios del
XVII: Las ‘Rimas sacras’ de Lope de Vega, publicado en 1614, un año después del
de Quevedo.
La crítica siempre ha destacado la particular relación
que existe entre la vida personal de Lope de Vega y
su obra. La propia biografía le sirve de inspiración para sus poemas. Era una
característica propia del romanticismo; o, más bien: es lo propio del
romanticismo, una de sus grandes aportaciones a la creación artística: frente
al retoricismo de las épocas anteriores, la desbordada expresividad romántica
da rienda suelta al yo, de modo que aparece la literatura de inspiración
autobiográfica. Esto sucede incluso en textos tan poco autobiográficos como en
los últimos artículos periodísticos de Mariano José de Larra, por los que se
cuela su propia experiencia vital.
Lope se adelanta a esta actitud. En el desbordado
torrente vital que es su biografía, la poesía se presenta como una expresión de
su propia vida. En cierta ocasión, un amigo poeta, Lupercio Leonardo de Argensola debió
afearle no solo su desmedida pasión amorosa, sino que la aireara a través
de su obra, a lo que Lope respondió:
El
mismo amor me abrasa y atormenta,
y de razón y libertad me priva.
¿Por qué os quejáis del alma que le cuenta?
A Lope le parece inconcebible lo que le pide Argensola:
que sea más discreto en sus poemas y no busque la inspiración autobiográfica.
Lo cierto es que esta inspiración le costó al mujeriego Lope un destierro, pues
a través de sus romances toda la Corte estaba al tanto de sus amores con Elena Osorio, ya que a cada
nueva cita, Lope escribía un nuevo romance. El problema era que Elena Osorio
era una mujer casada. Y ni al marido, ni al padre de ella les hizo gracia el
escándalo.
Su conducta, tan licenciosa como indiscreta, le costó a
Lope cuatro años de destierro. En un principio, no le afectó excesivamente
desde el punto de vista personal: en lugar de cumplir condena, secuestró a otra
dama, Isabel de Urbina,
con la que se casó al poco tiempo de haber huido juntos.
Tras la boda, Lope se fue a Lisboa (con la excusa del
destierro, que seguía en firme) para participar en la Armada Invencible, y
abandonó a su mujer en Madrid. Una vez en la capital portuguesa, escribió un
romance, el Lamento de Belisa (anagrama
de Isabel), que, abandonada, se queja de la ingratitud de su amante. Tal era el
talante vital del poeta: todo lo que vivía acababa convirtiéndose en
literatura. Por ello, el soneto que
escribía a Argensola terminaba de forma tajante:
¿Qué
no escriba decís, o que no viva?
Haced vos con mi amor que yo no sienta,
que yo haré con mi pluma que no escriba.
Vida y poesía parecen ir de la mano en Lope. Por ello,
cuando el poeta pasó por uno de los años más críticos de su biografía, quedó un
claro reflejo en su obra.
Al acercarse a los 50 años, nuestro autor atravesó uno de
los peores períodos de su vida. Ignoro si la cincuentena, número totémico,
podía tener la misma significación que tiene en la actualidad, propicia para
crisis personales de cualquier índole.
El caso es que Lope debió entrar en un período de
arrepentimiento frente a su vida pasada, sobrada de amoríos y escándalos de
cualquier tipo. En 1610 rompió con la que era su amante de entonces, Micaela de Luján, e inició
una aproximación a varias cofradías religiosas. Se ha de decir que este hecho
no era tan singular como pueda parecer hoy en día. Socialmente, era mucho más
común. Pero pone en evidencia un cambio de orientación vital.
Esta actitud de arrepentimiento se vio agravada por la
muerte de su hijo Carlos
Félix, en 1612. Parece que, de entre todos sus hijos
(incluyendo los tenidos con sus amantes), por este sentía especial
predilección, como muestra el hecho de que le dedicase la novela
religioso-pastoril ‘Los pastores de Belén’, que publicó en 1612. En su muerte
escribió una sentida elegía A la muerte de Carlos Félix en
la que, dirigiéndose a Dios, le entrega el alma de su hijo:
Este
de mis entrañas dulce fruto,
con vuestra bendición, ¡oh, Rey eterno!,
ofrezco humildemente a vuestras aras;
que si es de todos el mejor tributo
un puro corazón humilde y tierno,
y el más precioso de las prendas caras,
no las aromas raras
entre olores fenicios
y licores sabeos,
os rinden mis deseos,
por menos olorosos sacrificios,
sino mi corazón, que Carlos era,
que en el que me quedó menos os diera.
No recuperado Lope de este duro golpe, muere su
mujer, Juana de Guardo,
tras dar a luz a una niña. Es cierto que la vida matrimonial de Lope, con
continuas infidelidades, fue de todo menos ejemplar, pero la muerte de su mujer
supuso la gota que colmó el vaso, y lo que había sido en un principio una
aproximación a las cofradías religiosas se acaba convirtiendo en periodo de
fuerte arrepentimiento por la vida pasada que acabará en la ordenación como
sacerdote de nuestro poeta, en 1614. Teniendo en cuenta su talante, de esa
experiencia personal, que en la actualidad no llamaríamos ni arrepentimiento ni
crisis de fe, sino, simplemente, depresión, Lope lo utiliza como inspiración:
ese año, 1614, publica las Rimas sacras.
Como en el caso de Quevedo (y de muchos otros poetas del
momento, aunque de menor talla), se encuentran en el libro dos tipos de poemas.
Por un lado, los poemas meramente devocionales. Su valor es más histórico y
religioso que poético: en la actualidad, su lectura solo puede impresionar a
quien tenga un sentimiento católico extremadamente desarrollado o interesar al investigador de la literatura antigua.
No sé para qué creyente puede resultar sugerente el siguiente cuarteto de un
soneto (El alma a su Dios) cuya única curiosidad es la de encontrar
rimas imposibles:
¿Cuándo
en tu alcázar de Sión y en Beth
de
tu santo David seré Abisac?
¿Cuándo
Rebeca de tu humilde Isaac?
¿Cuándo
de tu Josef limpia Aseneth?
Estos poemas tienen el mismo
valor que muchos cuadros y estatuas religiosas, referentes devocionales, pero
de escasísimo interés artístico. Sin embargo, en otros poemas aparece la
expresión humana de Lope, incluso de tema devocional, como el famosísimo ¿Qué
tengo yo, que mi amistad procuras?, o de
arrepentimiento entendido dentro de los parámetros mentales de la época, a
través de la oración. Pero el tono humano, marcadamente existencial, está muy
presente. La depresión aparece por el desengaño frente al pasado:
¿Qué
ceguedad me trujo a tantos daños?
¿Por
dónde me llevaron desvaríos,
que
no traté mis años como míos,
y traté como propios sus engaños?
Este
arrepentimiento es fruto de la meditación y de la introspección:
Entro
en mí mismo para verme, y dentro
hallo, ¡ay de mí!, con la razón postrada,
una loca república alterada,
tanto que apenas los umbrales entro.
Hasta que el yo poético acaba tomando conciencia de sí
mismo como ser humano en su devenir, frente a la muerte. Impresiona el tono existencialista de
este soneto, muchos años antes de su formulación (se ve “huésped de la vida”),
así como el característico claroscuro barroco: el hombre es la unión de
contrarios (hombre mortal y cielo, principio y fin, etc.).
Hombre
mortal mis padres me engendraron,
aire común y luz de los cielos dieron,
y mi primera voz lágrimas fueron,
que así los reyes en el mundo entraron.
La
tierra y la miseria me abrazaron,
paños, no piel o pluma, me envolvieron,
por huésped de la vida me escribieron,
y las horas y pasos me contaron.
Así
voy prosiguiendo la jornada
a la inmortalidad el alma asida,
que el cuerpo es nada, y no pretende nada.
Un
principio y un fin tiene la vida,
porque de todos es igual la entrada,
y conforme a la entrada la salida.
De este modo, es lógico que se llegue a la meditación
sobre el paso del tiempo en el soneto A una
rosa, que preludia el tema lorquiano de Doña
Rosita, o el impresionante soneto A una
calavera, que desarrolla el motivo tan barroco del memento
mori, advertencia sobre la llegada inevitable de la muerte,
en una contraposición entre el pasado gozado y el presente del hombre,
magníficamente definido como “hermosura mortal, cometa al viento”.
Esta
cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura destos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.
Aquí
la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos,
aquí los ojos de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo.
Aquí
la estimativa en que tenía
el principio de todo el movimiento,
aquí de las potencias la armonía.
¡Oh
hermosura mortal, cometa al viento!,
¿dónde tan alta presunción vivía,
desprecian los gusanos aposento?
¿Por qué nos emocionan hoy estos poemas? ¿Por qué no lo
logran los devotos? Está claro que estos últimos están más próximos al relato
bíblico, a los santos y al rito religioso. La voz poética no aparece: el poema
habla de la escena que el lector debe imaginarse o de lo que sucedió, no de lo
que siente el yo poético. Se limita a describir elementos objetivos, con
cierto alarde de ingenio. Su finalidad no es literaria ni estética, sino
puramente devocional: ayudar al creyente a meditar y acompañarlo en la oración.
En cambio, existen otros poemas religiosos que son, en su
tono existencial, expresión de una profunda experiencia humana. Sin embargo,
esto es quedarse a medio camino: que el poema quiera expresar una experiencia
vital es un primer paso o, dicho de otro modo, una primera intención, que no
logrará si no se sustenta sobre una elaboración literaria, artística
consciente, que consiga comunicar la sensación vivida.
El poema religioso de tono existencial se convierte,
entonces, para el poeta en un cauce de expresión más con el que comunicar
experiencias vividas por él o reconocibles por el yo íntimo del lector: la
angustia vital, el paso del tiempo, la muerte.
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