domingo, 11 de mayo de 2025

 

COSMOVISIÓN INFÍGENA

"Habrás advertido que todo lo que hacemos los indios tiene forma de círculo, y es así porque el Poder del Mundo siempre trabaja en círculo y todas las cosas tienden a ser redondas. El firmamento es esférico, y he oído que la Tierra es redonda como una bola y que las estrellas también lo son. El viento en su mayor magnitud da vueltas. Los pájaros hacen sus nidos en forma de círculo, pues su religión es la misma que la nuestra. El Sol aparece y desaparece describiendo un círculo en el cielo, la Luna hace lo mismo y ambos son redondos. Incluso las estaciones, en sus metamorfosis, describen un gran círculo y retornan siempre a su punto de partida. La vida humana es un círculo desde una infancia a otra y así es, en todas partes dónde se mueve esta energía. Nuestros tipis eran redondos y estos, siempre se colocaban en círculo, formando el  aro de la nación, un nido de muchos nidos, allá donde el Gran Espíritu se propusiera formar a nuestros niños". (Alce Negro)


Hubo un tiempo en el que la cosmovisión de las primeras culturas europeas en nada se diferenciaba de la del resto de pueblos indígenas de nuestro planeta. Durante un inmenso periodo de más de 35.000 años (del Paleolítico Superior al Neolítico) y según las evidencias del arte simbólico prehistórico y las mitologías arcaicas, una misma cosmovisión en torno a la sacralidad de la Madre Naturaleza fue compartida a lo largo y ancho de todo el continente europeo. Esta visión de la naturaleza como una Gran Madre creadora y sustentadora de la vida era ya plasmada en el arte prehistórico hace nada menos que 40.000 años (Venus de Hohle Fels), y sobrevivió como figura central de la mitología Europea hasta que los primeros pueblos militarizados comenzaron a imponer una nueva forma de concebir el mundo (invasiones indoeuropeas) que se prolonga hasta nuestros días (Civilización Occidental).

 

    A pesar de los siglos transcurridos, y a pesar de que desde entonces el rodillo de la represión cultural y religiosa ha rodado inmisericorde sobre las tradiciones culturales indígenas, aún disponemos de diversos retales arqueológicos, mitológicos o lingüísticos con los que intentar recomponer la cosmovisión originaria de nuestro continente.

 

    Lógicamente, esta tarea necesita de un amplísimo estudio interdisciplinar, por lo que la información recopilada en este libro tan sólo puede contribuir en una pequeña proporción al objetivo descrito. Por tanto, no espere el lector análisis o investigaciones exhaustivas, sino tan solo una pequeña aproximación que nos ofrece pistas sobre algunos temas en los que se tendrá que profundizar en un futuro a través de los autores que verdaderamente los dominan.

 

    Pues bien, para interconectar y hacer encajar las piezas de este rompecabezas prehistórico, hemos utilizado como guía un concepto cosmológico que, bajo distintas formas y diferentes nombres, está presente en todas las cosmovisiones de origen primitivo. Nos referimos al concepto de biunidad del universo, según el cual toda manifestación de vida es fruto de la unión sinérgica de dos fuerzas principales.



Estas dos grandes energías, cuya unión mantiene en equilibrio el cosmos, se conocen por los nombres genéricos de Principio Femenino y Principio Masculino, y constituyen los dos pilares principales en los que se sostienen mitologías indígenas como la drávida (Shiva-Shakti) o la nahuatl (Ometéotl-Omecihuatl), y tradiciones espirituales arcaicas como la alquimia (anima-animus) o el Tao (yin-yang).

 

    En Europa, y según las evidencias del arte simbólico prehistórico, una dualidad mitológica de significación similar comenzó a forjarse a finales del Paleolítico. Así, como imágenes arquetípicas del principal papel social que desempañaban hombres y mujeres en las primeras comunidades humanas, una Gran Madre (plasmada en estatuillas de piedra o marfil) y un Señor de los animales y el bosque (representado en pinturas rupestres como las de Les Trois Frères o Chufín) regían entrelazados el panteón mitológico de nuestros ancestros

 

    A pesar de lo estereotipada que nos pueda resultar esta última hipótesis, todo parece indicar que estos dos mitos primordiales, el de la madre y el del cazador, desempeñaron un papel fundacional en la mitología indígena europea, para posteriormente evolucionar en aspecto y forma hasta adaptar su simbolismo a las primeras civilizaciones sedentarias del neolítico como la sumeria (Ishtar-Tammuz), la egipcia (Isis-Osiris), o la preindoeuropea (Triple Diosa-Dios Astado); y dando a su vez lugar a nuevos ritos relacionados con la fertilidad de las cosechas y del ganado (Hierogamia).

 

    Siguiendo, pues, este hilo conductor, hemos agrupado los contenidos del libro en dos partes principales, en las que a través de los mitos de la Gran Madre y del Señor de los Animales, se abordan no sólo conceptos mitológicos, sino también su conexión con diversos aspectos de la naturaleza humana arcaica. Así por ejemplo, para entender el origen del mito de la Gran Madre, es necesario conocer como se vivía la maternidad y la sexualidad femenina en las primeras comunidades humanas; y para entender el mito del Señor de los Animales, es necesario comprender el fenómeno del chamanismo y su relación con los animales, la caza y los ritos de fertilidad.

 

    Por otro lado, toda esta información no se centra exclusivamente en las culturas paleolíticas europeas, sino que también incluye numerosas referencias a culturas de otras latitudes y de tiempos históricos distintos, pues la etnografía comparada ofrece pistas valiosísimas para desenmarañar el enredado ovillo de la prehistoria.

 

    A partir de estos criterios de selección, hemos escogido cien pequeños temas que, como si fueran piezas de un inmenso y todavía incompleto puzzle sobre la cosmovisión prehistórica, han sido ordenadas y encajadas con un sentido de continuidad a lo largo de los dos capítulos principales del libro (aunque también pueden ser leídas de forma aleatoria e independiente). A su vez, hemos dividido dichas piezas en dos partes: una que incluye imágenes e ideas clave sobre cada tema propuesto, y otra que como complemento a la anterior, recoge extractos literarios sobre un amplio abanico de conocimientos que incluyen desde ciencias occidentales como la lingüística o la medicina, hasta saberes ancestrales indígenas como el canto armónico o el trance chamánico.

 

    El motivo de que toda esta información recopilada se presente de forma literal es hacerla llegar al lector de la forma más inteligible posible, evitando reescribir lo ya escrito por otros e inundar el libro con multitud de pies de página y notas adjuntas. Con ello también queremos generar curiosidad e interés por las investigaciones de dichos autores, animando al lector a acceder a sus trabajos si es que quiere profundizar en la información que aquí se reúne.

 

    En este sentido, algunos de los escritores y escritoras con los que hemos contado en mayor medida para estructurar el cuerpo de este libro son:

 

    Anne Baring y Jules Cashford, ya que a través de su libro El mito de la Diosa han realizado el recorrido histórico más completo del que tenemos constancia sobre la evolución del mito de la Diosa Madre desde el Paleolítico Superior hasta nuestros días.

 

    Marija Gimbutas, pues su trabajo de recomposición de la cosmovisión indígena europea, así como de los procesos históricos que la hicieron desaparecer paulatinamente a partir del Neolítico y la Edad del Bronce, son imprescindibles para todo aquel que pretenda comprender la prehistoria de nuestro continente.

 

    Josu Naberan, pues en su libro La vuelta de Sugaar enlaza los trabajos de Gimbutas con la cultura tradicional del pueblo vasco (el último pueblo nativo de Europa Occidental), cuya lengua y mitología nos ofrecen pistas valiosísimas para recomponer nuestro pasado robado.

 

    Ignacio Abella, porqué en sus diferentes libros nos recuerda que el País de los Bosques que un día fue Europa, era el hogar y el templo de nuestros ancestros, el escenario en el que nacieron la mayor parte de nuestros mitos y nuestra cultura.

 

    Mircea Eliade, ya que su extensísima bibliografía constituye un extraordinario trabajo recopilatorio sobre las tradiciones espirituales indígenas de todo el planeta, así como del nexo cultural que comparten todas ellas.

 

    Ivar Paulson, pues en su estudio sobre las culturas indígenas del Ártico que se recoge en el libro Las religiones en los pueblos sin tradición escrita, podemos encontrar costumbres culturales y espirituales de pueblos que, hasta hace bien poco, conservaron casi intacta su cosmovisión paleolítica.

 

    Casilda Rodrigañez, porqué a través de sus diversos libros y artículos (casildarodriganez.org) recompone el universo materno que las religiones patriarcales primero y la medicina moderna después, habían condenado al dolor y al olvido. Una aportación, la de esta autora, absolutamente imprescindible para recomponer nuestra originaria naturaleza humana.

 

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LA UNIDAD SAGRADA DE LA VIDA


1. La unidad sagrada de la vida

    * “Indígenas americanos, aborígenes del desierto australiano, nativos de las islas del Pacífico, indígenas de las selvas ecuatoriales, inuits del Canadá ártico… en realidad todavía no conozco a ningún grupo de nativos que no llame Madre al planeta. Y todos lo interpretan literalmente. Plantas, animales, la vida entera tal como la conocemos se nutre de su pecho. Hemos germinado en su seno, somos parte de ella, nacemos de ella y volvemos a ella para convertirnos en nueva vida. […] Muchos autores afirman que las sociedades occidentales temen, detestan, destruyen y también reverencian a los indígenas precisamente porque expresan aquellos aspectos psicológicos personales y culturales que tenemos que reprimir para actuar en el mundo como lo hacemos. ¿Cómo podría existir hoy la Civilización Occidental tal como es si un gran número de sus ciudadanos creyera que los minerales, los árboles y la tierra misma están vivos? ¿Y no sólo que están vivos, sino que son nuestros iguales? Nuestra sociedad desaparecería si de pronto creyera que es sacrílego extraer los minerales de la tierra o comprar y vender terrenos. […] Millones de indígenas de todo el mundo, ya vivan en los desiertos, en la selva, en las regiones boreales o en Estados Unidos, comparten la idea de que se oponen a un solo enemigo de múltiples brazos: una sociedad cuyas teorías fundamentales, cuyo pensamiento y cuyo sistema de organización política y económica le permiten saquear tranquilamente el planeta y expulsar a los indígenas de sus territorios ancestrales.” Jerry Mander, “En ausencia de lo sagrado”

 

    * “La mayoría del mundo no tiene sus raíces en la cultura o las tradiciones Occidentales. La mayoría del mundo tiene sus raíces en el Mundo Natural, y es el Mundo Natural, y las tradiciones del Mundo Natural, las que deben prevalecer si es que queremos vivir en sociedades verdaderamente libres y equitativas. […] La gente que vive en este planeta necesita romper con el estrecho concepto de la liberación humana, y comenzar a ver la liberación como algo que ha de extenderse a todo el Mundo Natural. Es necesaria la liberación de todas las cosas que sustentan la Vida (el aire, las aguas, los árboles…), todas las cosas que sustentan la Red Sagrada de la Vida.” Consejo de jefes iroqueses, “Llamada vital a la conciencia”

 

    * “Enseñad a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecte a la tierra, afectará también a los hijos de la tierra. Si los humanos escupen a la tierra, se escupen a si mismos. Porque nosotros sabemos esto: la tierra no pertenece al ser humano, sino el humano a la tierra. Todo está relacionado como la sangre que une a una misma familia. El ser humano no creó el Tejido de la Vida, sino que simplemente es un hilo de él. Lo que le haga a ese tejido, se lo hace a sí mismo.” Jefe Seattle

 

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ESPÍRITU Y MATERIA


2. Espíritu y materia

    * “El animismo es una denominación que crea un antropólogo británico, Edward Taylor, según la cual el ser humano de las culturas primitivas, concibe o experimenta que todo está vivo, que todo está imbuido de alma. […] Todos entendemos qué significa poder pensar en nosotros mismos, poder pensar en nuestra propia alma o espacio psíquico; todos entendemos qué es ser autoconscientes. Pero a nosotros, humanos modernos, nos cuesta mucho aceptar la posibilidad de que una roca tenga alma, es decir, que posea la capacidad de ser consciente. Para nosotros es una imposibilidad racional admitir o imaginar siquiera que un árbol pueda tener alma y ser autoconsciente, y lo mismo respecto a un río o una montaña. Por lo tanto, el animismo es una forma de experiencia del mundo según la cual, el alma, la autoconciencia, no sólo es un principio característico del sujeto humano, sino que también es un atributo de todos los seres y de todos los fenómenos. Todo está vivo en tanto que todo tiene conciencia. Todo tiene alma. Esto es, en un sentido muy genérico, el animismo.” Esteban Ierardo, “Mito y ciencia”

 

    * “Los espíritus pueden ser expresados como formas de energía manifestadas en la materia. Una hoja de hierba es una forma de energía manifestada en materia: materia de hierba. El espíritu de la hierba es esa fuerza no visible que produce las especies de hierba, y se manifiesta a nosotros en la forma de hierba real. Todas las cosas del mundo son reales, cosas materiales. La Creación es un verdadero fenómeno material, y la Creación se manifiesta a nosotros a través de la realidad. El universo espiritual, entonces, se manifiesta al ser humano como la Creación, la Creación que sostiene la vida. Creemos que el ser humano es real, una parte de la Creación, y que su deber es sostener la vida en conjunción con los demás seres.

Las instrucciones originales indican que quienes caminamos por la Tierra tenemos que expresar un gran respeto, un afecto, y una gratitud hacia todos los espíritus que crean y sostienen la Vida. Nos congratulamos y agradecemos a los muchos sostenedores de nuestras vidas: los cereales, las legumbres, las verduras, el viento, el sol... Si la gente cesa de respetar y expresar gratitud hacia todas estas cosas, entonces toda la vida será destruida, y la vida humana en este planeta llegará a su fin.” Consejo de jefes iroqueses, “Llamada vital a la consciencia”

 

    * “La cultura occidental comienza hoy a reconocer que estuvo mucho tiempo equivocada. Que la Tierra no es un mero montón de materia inanimada sino que es un ser vivo, que siente, que reacciona, que tiene ciclos, pulso y, lo más sorprendente, que posee un cierto tipo de consciencia.” A. Blanco Patiño, “Tlazocamati Tonantzin”

 

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LA SENDA DEL AUTOCONOCIMIENTO


3. La senda del autoconocimiento

   * “Todas las cosas están interrelacionadas. Todo cuanto existe en el universo es parte de una unidad. Todas las cosas están vinculadas de una manera u otra a todas las demás. La única manera de comprender algo es entendiendo cómo se relaciona con todo lo demás.

    Toda la creación cambia constantemente. Nada es invariable; lo único que no varía es el hecho de que siempre hay ciclos de cambio. Una estación sigue a otra. Los seres humanos nacen, viven, mueren y entran al mundo de los espíritus. […] Los cambios se producen de forma cíclica o estructurada. No ocurren al azar y sin propósito […].

    El mundo físico es real. El mundo espiritual es real. Sin embargo, las leyes que los rigen son distintas. La trasgresión de las leyes espirituales puede afectar al mundo físico, y la trasgresión de las leyes físicas puede afectar al mundo espiritual. Una vida equilibrada es aquella que respeta tanto las leyes del mundo físico como las del mundo espiritual.

    Los seres humanos somos seres físicos y espirituales a la vez. Los seres humanos podemos adquirir constantemente nuevos dones, pero tenemos que esforzarnos para lograrlo. La persona tímida puede llegar a ser valiente. La débil puede llegar a ser fuerte e intrépida. La insensible puede aprender a respetar la sensibilidad de los demás. La que sólo valora el dinero y las cosas materiales puede empezar a mirar hacia adentro y a escuchar su voz interior. Cuando los seres humanos adquieren nuevas cualidades, se produce un proceso que se conoce como desarrollo o auténtico aprendizaje.

    El aprendizaje verdadero tiene cuatro elementos. Estos cuatro elementos de la naturaleza de toda persona están representados por los cuatro puntos de la rueda sagrada (físico, emocional, mental y espiritual). Estas cuatro partes de nuestro ser se desarrollan por medio de nuestra voluntad. Una persona no puede aprender de forma integral y equilibrada si en el proceso no participan los cuatro elementos de su ser.

[…] Tenemos que participar activamente en el desarrollo de nuestro potencial. El portal que todos deben cruzar si desean ser mejores o diferentes de lo que son es el de la voluntad. Hay que decidirse a emprender ese camino. El camino tiene una paciencia ilimitada. Siempre estará esperando a los que deciden recorrerlo.

    El que emprende el camino del autodesarrollo recibirá ayuda. Habrá guías y maestros que aparecerán en su camino y protectores que lo cuidarán. No se le presentará ninguna prueba que no tenga fuerzas para enfrentar.

    Una vez que emprendemos este camino, sólo fracasaremos si nuestro propio descuido nos lleva a ignorar las enseñanzas del Árbol Sagrado.” Phil Lane, Judie Bopp, Michael Bopp y Lee Brown, “El árbol sagrado. Reflexiones sobre la espiritualidad indígena americana”

 

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EL ARBOL SAGRADO


4. El árbol sagrado

    * “Veinte años y un día tardó el sabio druida en transmitir su conocimiento al joven aprendiz. Alrededor de viejos bosques, hogueras de todas las leñas y árboles corpulentos, desde la cima de altas montañas y lo más profundo de los barrancos, mostró todos los misterios de los siembrabosques y de todo lo que respira o contiene la respiración sobre la tierra. El aprendiz de druida era ya, al fin, un verdadero druida y aquel mismo día le fue entregada su vara de cornejo. […]

    El sabio druida continuó diciendo que los árboles son los seres más importantes para la Tierra: Desprenden oxígeno y sabiduría, son silenciosos y discretos pero tremendamente eficaces. Son los pilares de la vida, ellos alimentan, sostienen y albergan. Hacen aire puro y respirable y el viento canta en su follaje de puro deleite. Hacen tierra nueva y viva y la contienen para que el aire y el agua no la disgreguen. Hacen manar manantiales, arroyos y ríos. Llaman al agua del cielo para que se pose suavemente como una bendición sobre la tierra, y tienden su fruto sin preocuparse de quién habrá de recogerlo. Los árboles son nuestro verdadero hogar y a ellos os dirigiréis siempre como amigos y maestros, pues la labor que realizan es esencial para nosotros y nuestro mundo.” Ignacio Abella, “La memoria del bosque”

 

    * “La elección de los árboles que nos servirán de guía se hace a través del corazón y la intuición. En ocasiones, se produce un reconocimiento instantáneo por ambas partes y surge el flechazo; otras veces nos dejamos llevar por una especie de llamada o invitación, o por un simple sentimiento de simpatía. […] Cuando un árbol llega a alcanzar cierta edad y dimensiones, cuando los años son incontables y dice el abuelo que ya lo conoció así, cuando sentimos al dar una vuelta alrededor de su tronco una especie de invitación para sentarnos y gozar de la calma y serenidad que transmite, de seguro que nos encontramos ante un ser sagrado, tan integrado y notable en el paisaje como la montaña y la roca.

    La consciencia individual que alcanzan estos seres les acerca en cierto modo al género humano, pero ellos no pierden la conexión con el Todo: permanecen arraigados e íntimamente unidos al mundo, del mismo modo que una célula individual está integrada en un organismo. […]

    La fuerza que genera en nosotros este enlace no se manifiesta, tanto, como podría pensarse, en un gran vigor físico o euforia, como en una peculiar calma regeneradora. Nos ayuda a recuperar el equilibrio, la serenidad y sensibilidad. Nos hace más fluidos y restaura en definitiva la salud, modificando el ritmo y nivel físico, emocional y mental. Es como si conectáramos en otra red de energía, en símil eléctrico, de mayor potencia y más baja frecuencia. La mera cercanía a uno de estos santuarios silvestres nos sumerge en su aura intemporal, en la parsimonia y sabidu-ría de la Madre Tierra.” Ignacio Abella, “La magia de los árboles”

 

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EL TIEMPO CÍCLICO


5. El tiempo cíclico

    * “Para nuestros antepasados del Paleolítico y del Neolítico, y para muchas culturas indígenas actuales, el tiempo histórico era y es concebido como circular o cíclico. Esto que parece una obviedad, si nos atenemos a los ritmos periódicos de la naturaleza, ha sido sin embargo reemplazado en la cultura occidental por una concepción lineal o progresionista de la historia. La adopción de esta relativamente nueva forma de comprender la vida y el tiempo, tiene mucho que ver con la instauración del progreso científico y tecnológico como único indicador del supuesto avance de las sociedades humanas.

    Sin embargo, las culturas que han estado o están ligadas a la naturaleza, conciben la vida como una interrelación de seres y leyes naturales que se rigen por un eterno ciclo de vida, muerte y renacimiento. Así por ejemplo, la semilla crece en forma de planta, se marchita, muere y vuelve a renacer en forma de otra semilla. Las mareas, los caudales de los ríos, el día y la noche,… todo se rige por esta ley universal. Incluso el origen del enterramiento humano tiene su motivación, según los antropólogos, en la creencia de que al volver a la tierra se renace como semilla humana (de ahí la disposición de los enterramientos prehistóricos en posición fetal). […]

    Esta concepción cíclica del mundo terrestre tenía su correlato simbólico celeste en la imagen de las distintas fases de la luna, que al igual que la naturaleza, crece, mengua y vuelve a renacer. Lo mismo le sucede al sol, que amanece, llega al mediodía y finalmente desaparece en el vientre de la tierra para volver a renacer al día siguiente. Y aunque existen culturas (como los mayas actuales) que observan estos ciclos en el movimiento de rotación de nuestro sistema solar completo, fue la observación del sol y la luna lo que permitió la primera forma de medir y cuantificar el tiempo.

    De este modo, la observación del movimiento del sol permitió a nuestros ancestros cuantificar que entre los dos días en que llegaba a su máxima altura (cenit), fenómeno que ocurre cada 21 de junio, transcurrían 365 días y un cuarto, lo que originó el concepto de año. En combinación con el astro rey, también observaron la luna, y cuantificaron 13 ciclos durante el periodo entre un cenit y otro, lo que originó el concepto de mes. Así ha quedado reflejado en la denominada Diosa de Laussel del paleolítico francés, que sostiene un cuerno de bisonte en forma de luna creciente y en el que hay marcadas 13 incisiones. En prácticamente todas las lenguas indígenas mes es sinónimo de luna; y el mismo significado encontramos si revisamos las lenguas clásicas: la raiz indoeuropea me (luna) derivó el en griego men (mes) y posteriormente en el latín mensis (mes). A tenor de todas estas evidencias, quizás ha llegado el momento de reconciliarnos con el número 13 y volver a dotarle de su significado originario como símbolo de la cíclica y continua regeneración de la vida.” Guillermo Piquero

 

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ESPACIO Y TIEMPO


6. Espacio y tiempo

    * “La relación de los ritmos celestes de la luna y el sol con los ciclos de la naturaleza terrestre, ha sido representada en el arte simbólico de la mayor parte de los pueblos del planeta a través de símbolos cuaternarios (cuatro partes), que pueden representar diversas significaciones complementarias.

    Así por ejemplo, a cada cuarto podemos atribuirle un ciclo de la luna o el sol y su proyección simbólica en la vida terrestre. En el primero podemos agrupar a: sol del amanecer - luna creciente - equinoccio de primavera (época de crecimiento de la naturaleza); en el segundo: sol del mediodía - luna llena - solsticio de verano (época de plenitud de la naturaleza); en el tercero: sol del atardecer-luna menguante-equinoccio de otoño (la naturaleza mengua); y el cuarto: noche - luna nueva - solsticio de invierno (la naturaleza se duerme para volver a renacer en primavera).

    En esta concepción circular de los ritmos y ciclos de la naturaleza, ha sido precisamente la figura geométrica del círculo la elegida para representar este orden de cosas como símbolo del Todo, lo absoluto, aquello que es infinito porque no tiene ni principio, ni final. En la imagen central de la diapositiva, correspondiente a la Estela de Barros (Cantabria) y que nos sirve como excelente síntesis simbólica del universo espacio-temporal indígena, encontramos que dentro de ese todo circular, aparecen a su vez tres círculos concéntricos. Estos tres círculos representan las tres regiones principales que conforman el llamado Plano Vertical de las cosmovisiones indígenas: tierra, cielo e inframundo. Estas tres regiones espacio-temporales, dónde se desarrollan los distintos niveles de la consciencia humana (físico, mental y espiritual; o consciente, subconsciente y supraconsciente), han sido tradicionalmente representadas por la imagen del Árbol de la Vida, ya que las raíces pertenecen al inframundo, el tronco al mundo medio y las ramas al mundo celeste. Dicho árbol era considerado por los pueblos antiguos como el Pilar del Mundo o Axis Mundi a través del cual se ponen en relación el cielo y la tierra, es decir, los diferentes estados de consciencia (y planos de existencia) humanos.

    Pero además de en vertical, este eje cósmico, se expande en horizontal hacia los cuatro puntos cardinales, dando origen al simbolismo de la cruz que, para entender su significado originario, tenemos que visualizarla plana, posada en la tierra, y no vertical como en la tradición cristiana. Dicha cruz o Plano horizontal representa para los pueblos indígenas las cuatro esquinas del mundo, a las que corresponde un determinado punto cardinal (Norte, Sur, Este y Oeste) y un determinado elemento (aire, tierra, agua y fuego). Según esta visión, el círculo central de la Estela de Barros representaría ese centro del mundo que para las culturas indígenas está situado en el territorio concreto que habitan y que, como semilla primordial, si le añadimos agua (lluvia), aire, tierra y fuego (sol) brota creando vida.” Guillermo Piquero.

 

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LA BIUNIDAD DEL COSMOS


7. La biunidad del cosmos

    * “Para los pueblos indígenas la dualidad de las cosas constituye la base fundamental de la unidad en la diversidad natural y humana. La unidad se produce porque los aparentes contrarios en el modelo mental indígena son parte de la complementariedad.” Victor M. Gavilán, “Pensamiento en espiral.”

 

    * “El Universo es el producto de la polaridad emergente de la Unidad primordial, y todo cuanto está en él contiene a la polaridad como dinámica esencial de su existencia. Reposo y movimiento, contracción y expansión, condensación y dispersión, retroceso y avance...: desde sus manifestaciones más simples y universales, hasta las más complejas y particulares, en todo ser manifestado se expresa esta polaridad originaria. Y es a partir de esta interrelación yin-yang de los aspectos polares constituyentes del Ser, que se generan todas las cosas que animan el Universo.” Lao Tse, “El libro del Tao”

 

    * “Tenemos dos ojos para ver, a los cuales corresponden dos oídos y dos distintos hemisferios cerebrales, como instrumentos orgánicos de nuestra inteligencia, y dos manos y dos pies, instrumentos de nuestra voluntad. Y como nuestro pensamiento ordinario se basa sobre lo que vemos y oímos, es evidente que nuestra visión exterior de las cosas deba ser invariablemente marcada por esta dualidad […] Solamente cuando aprendemos, por medio del discernimiento, a unificar los dos aspectos de nuestra visión exterior por medio del ojo simple de nuestra conciencia interna, llegamos al conocimiento de la Realidad (que es conocimiento de la Unidad), y la ilusión de la Dualidad pierde enteramente el poder que ejerció sobre nosotros.” Job Noe Hdez, “Dualidad”

 

    * “En algunas tradiciones alquímicas, especialmente las de Europa, el equilibrio entre Ánima y Ánimus se llama el Andrógino Sagrado y se representa por un hermafrodita (mitad hombre y mitad mujer). En la iconografía alquímica, la figura del Andrógino a menudo se presenta saliendo de un horno o de una hoguera, a veces con el sol y la luna sobre su cabeza. El fuego representa los fuegos alquímicos de la purificación requerida para lograr la piedra filosofal (un estado elevado de consciencia espiritual). […] El sol y la luna sobre el hermafrodita representan el equilibrio de los aspectos solar y lunar de la consciencia. Alquímicamente hablando, el sol representa lo masculino (ánimus) y el espíritu, en tanto que la luna representa lo femenino (ánima) y la materia.” Tom kenyon, “La casa de las relaciones.”

 

    * “Ometéotl era un Dios dual azteca. De hecho, su nombre significa Señor y Señora de la dualidad. También es llamado Madre nuestra, Padre nuestro, viejo Dios (in Tonan, in Tota, Huehueteotl). El/ella es padre/madre del Universo y cuanto hay en él.” Ometéotl, Wikipedia

 

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EL PRINCIPIO FEMENINO

Soy el polvo de estrellas que abraza todas las formas de vida,

el útero cósmico del que surge y al que regresa toda creación.

 

Soy la danza circular de la luna,

espejo de plata en el que se reflejan mis ciclos.

 

Soy partera y sanadora, recolectora y cultivadora,

pues los frutos de la tierra son los frutos de mi vientre.

 

Soy la humedad fecundante que sacia la sed de las raíces de los árboles,

la sangre que fluye por las venas de las montañas,

el ocre rojo que tiñe la piel de mis ancestros.

 

Soy brisa y huracán, luz y oscuridad,

la vida y la muerte entrelazadas en una sola sinfonía.

 

Soy la vieja hilandera que hace girar la rueca de la vida,

la Madre eterna que teje el tapiz sagrado del universo.

 

 


LA GRAN MADRE DE LA VIDA, LA MUERTE Y LA REGENERACIÓN

 

El principio femenino de la naturaleza podría definirse como toda energía receptora capaz de acoger en su seno la germinación de cualquier forma de vida. Representa la vida manifiesta, el aspecto material y tangible de la Madre Naturaleza. De ella venimos y a ella regresamos en un ciclo incesante de vida, muerte y renacimiento.

 

Así, para nuestros antepasados, la tierra oscura, húmeda y fértil era el receptáculo sagrado que acogía la regeneración de la vida vegetal cada primavera. De ella brotaban las nuevas semillas tras despertar del sueño invernal y de ella se alimentaban los árboles para engordar su tronco y vivificar sus frutos (que se convertían a su vez en nuevas semillas).

 

A la fecundidad de la tierra húmeda se la rendía culto en los manantiales, lugares sagrados que eran considerados vulvas a través de las cuales la Madre Tierra hacia brotar el agua que alimentaba arroyos, ríos y lagos. Y el Mar era la fuente de origen y destino, el lugar a dónde regresaban todas las aguas, la matriz salina que acogió el inicio de la Vida.

 

Del mismo modo, en esta cosmovisión primigenia, las cuevas eran sentidas por nuestros ancestros como refugios uterinos en los que el clan se cobijaba del gélido y largo invierno glacial. De las profundidades de éste inframundo materno surgían los espíritus de los animales, que se encarnaban en nuevos seres vivos para que la caza continuara siendo abundante en las siguientes estaciones.

 

A ésta percepción maternal de la naturaleza sin duda contribuyó el tipo de organización social de las primeras comunidades humanas. Todo parece indicar que la organización social de los clanes paleolíticos era matrifocal, en el sentido de que los grupos humanos estaban estructurados a partir de un núcleo central formado por mujeres de varias generaciones y sus proles. El apoyo mutuo entre abuelas, madres, hijas y nietas permitía el intercambio de información sobre la crianza de las nuevas generaciones, así como de los misterios de la concepción y el parto.

 

Junto al grupo femenino, interactuaban y se entrelazaban los hombres, en aras de mantener el bienestar y el equilibrio de la comunidad mediante el apoyo en la crianza, la caza o la protección ante posibles amenazas. Esta familia extensa estructurada desde lo maternal, constituyó la primera forma de organización social humana y parece ser la clave de la fraternidad de la mayor parte de culturas cazadoras-recolectoras.

 

De este modo, la importancia del Principio Femenino como dador de vida tanto en la naturaleza como en las culturas humanas, desembocó en el nacimiento de la mitología, como una forma de explicar en un sentido simbólico y sagrado el funcionamiento del universo. Este saber se trasmitía a través de arquetipos, mediante los cuales la psique podía comprender o expresar ideas y conceptos por medio de imágenes que los representaban.

 

Entre dichos arquetipos sagrados, el más antiguo y relevante fue el que representaba a la totalidad de la naturaleza a través de la imagen de una Gran Madre, ya que las mujeres, al igual que la propia naturaleza, también eran capaces de acoger en su propio seno el milagro de la regeneración de la vida.

 

A los ojos de nuestros ancestros, los seres vivos y fenómenos naturales parecían danzar un mismo ritmo circular en el que nacían, morían y volvían a renacer en un ciclo incesante, cuya imagen simbólica más representativa eran las fases de la luna creciendo y menguando a un ritmo siempre similar y constante (mes o lunación). Además, dicha secuencia de tiempo transcurría de forma paralela al ciclo menstrual de la mujer, por lo que la luna no tardaría en convertirse en el emblema celeste de la sacralidad femenina.

 

Así, los ritmos circulares de la naturaleza (crecimiento, plenitud y marchitamiento) comenzaron a ser representados a través de una mitología lunar, en la que el arquetipo de la Gran Madre podía ser expresado mediante el paralelismo existente entre las fases visibles de la luna y las fases vitales de la mujer (creciente-joven, llena-madre y menguante-anciana).

 

Algunos ejemplos que nos pueden ayudar a profundizar en su significado los encontramos en las Diosas del Destino griegas (Moiras), romanas (Parcas) o escandinavas (Nornas); y también en deidades trinitarias como las griegas Perséfone, Demeter y Hecate o las romanas Diana, Ceres y Sibila.

 

Sin embargo, esta triada mitológica no estaría completa sin una cuarta fase, la invisible luna nueva que representaba a la muerte, pero no como final del camino, sino como un periodo de transición hacia un nuevo renacer. Es este un concepto fundamental para entender la cosmovisión indígena europea: la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, no son antagónicas, sino partes indisolubles de un mismo y eterno ciclo sagrado. Por tanto, el aspecto maternal no era la única característica de la Diosa Paleolítica (aunque sí parece haber sido la más relevante). La naturaleza también es portadora de muerte, pues sólo a través de ella la vida se regenera.

 

Por este motivo, interactuar con el mundo espiritual para ayudar a que la multiplicación de la vida no se detuviese, se convirtió en uno de los fines principales de las ceremonias sagradas paleolíticas, en las que la espiritualidad femenina tuvo, sin duda, un papel protagonista. En algunas de estas ceremonias, la sangre menstrual era recibida como un don que la Diosa otorgaba a las mujeres y se ofrendaba a la tierra para propiciar la fecundidad de la naturaleza. De dichas ofrendas sagradas existen testimonios en decenas de culturas indígenas de todos los continentes, que pueden ayudarnos a comprender el sentido espiritual de este ancestral rito femenino.

 

En este mismo sentido, el ocre rojo con el que nuestros ancestros teñían muchos de sus objetos sagrados puede que representara simbólicamente a la sangre menstrual (de la Madre Tierra), entendida ésta como sustancia primordial a partir de la cual se generaba y sustentaba la vida.

 

Esta hipótesis del ocre rojo como símbolo de fecundidad, también nos puede ayudar a entender por qué se utilizaba profusamente dicho mineral en los enterramientos paleolíticos, en los que no nos olvidemos, el muerto solía colocarse en posición fetal. Con ello parece que nuestros ancestros querían simbolizar el renacimiento del fallecido en el vientre de la Tierra y, de este modo alegórico, propiciar que su espíritu volviese al Mundo Físico encarnándose en el útero de una nueva madre.

 

Toda esta concepción simbólica y sagrada de la realidad tuvo como vehiculo de expresión principal al arte, cuya manifestación más antigua y significativa (el arquetipo de la Diosa) quedó plasmada en las estatuillas femeninas que conocemos comúnmente con el nombre de venus paleolíticas.

 

Estas figurillas de mujeres con acentuados rasgos maternales (pechos enormes, caderas anchas, triangulo púbico remarcado, etc.) constituyen el modelo de expresión artística más antiguo del que hay constancia y también el que durante más tiempo se ha representado de manera ininterrumpida. Nada menos que 35.000 años hay entre la Venus paleolítica de Hohle Fels y las miles de estatuillas femeninas que se han encontrado en hogares, altares y enterramientos de la Europa del Neolítico y de la Edad del Bronce.

 

Estos hallazgos arqueológicos (no solo en Europa, sino también en los primeros asentamientos humanos del Creciente Fértil y del Valle del Indo) evidencian que las primeras culturas neolíticas heredaron su cosmovisión y su espiritualidad de sus antepasados paleolíticos, como ha quedado demostrado en los trabajos de investigación llevados a cabo por arqueólogos como James Mellart o Marija Gimbutas. Y es gracias a estas investigaciones que podemos acercarnos con mayor exactitud a lo que quisieron expresar los humanos prehistóricos con dichas representaciones femeninas.

 

Así por ejemplo, Gimbutas realizó un estudio comparativo de más de 3.000 yacimientos del Neolítico europeo en los que, como ocurría en los yacimientos del Paleolítico Superior, las estatuillas femeninas aparecían de forma muy numerosa (más de 30.000 figurillas catalogadas). Para llevar a cabo sus investigaciones, no sólo se basó en las evidencias arqueológicas, sino que las complementó con un complejo estudio interdisciplinar en el que tenían cabida la mitología, la etnología o la lingüística.

 

A partir de toda esta comparación y cotejación de datos, Gimbutas llegó a la conclusión de que las Venus de la Vieja Europa neolítica (y por extensión sus antecesoras paleolíticas), a pesar de aparecer representadas de muy diversas formas y adoptando diferentes roles, simbolizaban los distintos atributos de una única deidad, de una única Gran Madre.

 

Así, al personificar la totalidad de la naturaleza, esta Gran Madre contenía en si misma atributos de fecundidad (embarazo, nacimiento,…) pero también de muerte (Diosas rígidas talladas en hueso); podía representar la vida vegetal, o podía aparecer en forma de diversos animales en relación a ideas o conceptos determinados. Además, muchas de estas representaciones solían ir asociadas a un complejo sistema de signos (espirales, zig-zags, laberintos, meandros, retículas,…) al que Gimbutas, tras decodificarlo en parte, interpretó como una escritura pictórica cuyas más primitivas representaciones podían ser rastreadas en los conocidos signos abstractos del arte franco-cantábrico del Paleolítico Superior.

 

Se da la extraordinaria circunstancia de que es precisamente en esta área geográfica franco-cantábrica, dónde ha pervivido el culto a una divinidad que puede ayudarnos a entender el significado arquetípico de la Gran Madre de la cosmovisión prehistórica europea. Nos referimos a Mari: la Dama o Señora de la mitología vasca.

 

A diferencia del papel menor asignado a las diosas en las mitologías indoeuropeas patriarcales, Mari es la figura central de la cosmovisión preindoeuropea vasca, todos los demás seres y divinidades están supeditados a ella. La excepcional importancia de este mito radica en el hecho de que su origen podría remontarse, efectivamente, hasta la época paleolítica. Una de las evidencias más claras es que Mari está estrechamente vinculada a las cuevas y al mundo subterráneo. Habita preferentemente en estos lugares y se comunica con el exterior a través de conductos por los que sale a la superficie. Los animales en los que habitualmente se metamorfosea (toro, chivo, caballo, serpiente, buitre,…) proceden, según las leyendas, del inframundo (útero de la Tierra), lo que vincula el mito de Mari con las pinturas de animales halladas en las profundidades de las cuevas del Cantábrico, el Pirineo y Aquitania.

 

Pero además, Mari también puede aparecer de otras muy diferentes formas: como un fenómeno atmosférico (tormenta, viento,…), como una sacerdotisa (sorgin) vinculada a espacios sagrados determinados (manantiales, cuevas o montañas), como un árbol, como una roca,... El sentido de estas metamorfosis y de su multiapariencia está en el hecho de que Mari no es ajena a la creación (como los trascendentes Dioses indoeuropeos y semitas), sino que ella misma es la creación (inmanencia) y, por tanto, todos los seres y fenómenos naturales no son más que distintas expresiones de una misma realidad: de Mari.

 

Sirva pues este ancestral mito como punto de partida para la recomposición de la cosmovisión indígena europea, la cual fue en un tiempo similar en esencia a la de otras culturas del mundo que sintieron, sienten y sentirán que la Tierra es nuestra Madre, y que en su amor, respeto y defensa radica el futuro de las próximas generaciones.

 

https://www.suarra.com/1%C2%AA-parte-el-paleol%C3%ADtico-y-la-naturaleza-humana-arcaica/ll-el-principio-femenino/

 





















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