https://thehistorianshut.com/2017/05/16/the-malleus-maleficarum-4/
EL MARTILLO DE LOS BRUJOS: MALLEUS MALEFICARUM
Pocos libros
pueden ser considerados más infames, dañinos y mezquinos que éste del que hoy
os hablamos, el Malleus
Maleficarum, el conocido
como el Martillo de los
Brujos. Su lectura
produce en primer lugar incredulidad, luego espanto, indignación y pena. Nunca
ningún otro libro pudo causar tanta maldad en el mundo ni tener tan trágicas
consecuencias como lo tuvo su redacción.
Este libro fue
escrito entre los años 1485 y 1486 por dos monjes dominicos, Jacobus Sprenger y Heinrich Kramer, quienes se encargaron de recoger en sus
páginas la descripción de lo que entonces podían considerarse actos impuros y
realizados bajo la posesión del demonio. Durante tres siglos este Martillo de
los Brujos fue el libro de cabecera del Tribunal de la Inquisición, la obra que sirvió a sacerdotes, y a jueces
católicos a llevar a la hoguera a quienes ellos consideraban rendían culto a la
brujería.
Pero detengámonos
un poco en la Historia y en la época que les tocó vivir. En aquel entonces, la
herejía era la negación de un auto de fe, que además se reafirmaba en la
persistencia a seguir cometiendo tal «error». Dentro del orden social que
perseguía una Iglesia Católica en auge, los herejes eran considerados como
vulgares traidores a la convivencia y enemigos sociales. Fueron siglos de una
fuerte represión, de un despotismo eclesiástico absoluto, de una gran rigidez
en las normas sociales.
Surgieron, como
siempre surgen en épocas así, grupos que luchaban contra esa injusticia; sectas
que se ocultaban confiadas en sus propias creencias, como los cátaros o los albigenses que no reconocían la
autoridad de reyes ni obispos, pero cuyos valores eran, según nuestra visión
actual, mucho más justos y rectos que los que promulgaban desde la propia
iglesia de los siglos XII y XIII. Y naturalmente, fueron perseguidos. Sin
embargo, aquellas persecuciones eran inicialmente populares. Cuando se les
atrapaba no había juicios ni condenas, y pronto la Iglesia se vio en la
tesitura de tener que institucionalizar aquellas persecuciones para darle
validez. Y fue en el Concilio Ecuménico
de Letrán, en el año 1215
donde se convirtieron en Leyes las sanciones a aquellos herejes.
Apenas 7 años
después, en el 1231, Gregorio IX instituyó la Inquisición, y lo que en un
principio se creó para perseguir a aquellos que se oponían al «reinado» de la
Iglesia, en apenas dos siglos se convirtió en la persecución de brujas,
adivinos y blasfemos.
¿Cuál fue el
motivo principal para perseguir este tipo de sacrilegios? ¿Qué temía la Iglesia
con estas gentes, generalmente pobres, y muchas de ellas acusadas injustamente?
Probablemente fuera esconder las grandes diferencias sociales; esconder la
pobreza existente, la desigualdad, y los lamentos de una sociedad que pedía en
silencio su libertad. Probablemente, lo que pretendía era hacer creer al pueblo
llano que era la brujería la que originaba todos aquellos problemas sociales y
los hechizos los que llevaban por el mal camino a sus gentes.
Y así surgió la
necesidad de tener un auténtico catálogo que legitimara sus acciones. Y si bien
ya se había publicado anteriormente el Fortalitium Fidei en el año 1461, fue este Malleus Maleficarum el que durante tres siglos rigió los
destinos de media Europa, tras ser avalado por bula papal de Inocencio VIII.
Fue la bula Sumnis
Desiderantes, del 9 de
diciembre de 1448, la que instó a investigar y perseguir legalmente los delitos
de brujería.
Consta el Martillo de los Brujos de tres partes. En la primera se trata
la fe católica, la relación existente entre ésta y los fenómenos demoníacos,
los motivos que provocan la brujería y las diferentes clases de brujas y
hechizos. La segunda parte, mucho más cruda, recoge los métodos que se deben
seguir para perseguir la brujería. Y la tercera, que no se refleja en todas las
ediciones de este libro, detalla los pasos que hay que seguir en cada juicio.
Hasta 29 ediciones
se imprimieron del Malleus Maleficarum, teniendo sus principales focos de
atención en Alemania, Francia e Italia.
Muchos son los
rasgos que distinguen esta obra, pero todas con una base común. «La hembra es
más amarga que la muerte», decían, y bajo esta frase, sus autores tomaron
partida contra la mujer, a la que consideraban libertina y endemoniada. Junto a
esta misoginia, destaca su cinismo, y su brutalidad. Abogaban por la tortura
como medio para obtener las confesiones. La obra es todo un curso de cómo
confundir al reo y empujarlos a declararse culpables.
«Tienen el hábito
de comer y devorar a los niños de su misma especie», «causan el granizo y
tempestades y rayos, y esterilidad en los hombres», «echan al agua a los niños
que caminan junto a las orillas», «encabritan a los caballos», «se transportan
por el aire», «despertar horror en las mentes», «practican la lujuria carnal
con los demonios»… cada uno de los capítulos es un descarnado proceso
descriptivo de lo que son capaces de hacer, y de cómo llegar a torturar de
los más diversas formas para finalmente arrancar la verdad. junto a las quemas
en las hoguera, tan desgraciadamente conocidas, estuvieron las muertes en
maderos, el caballete o las agujas en el cuerpo.
Hoy día, leer este
libro causa un horror indescriptible, una indignación tal contra la Iglesia que
no se puede llegar a entender cómo fue posible que se permitieran actos así en
nombre de la fe. Cinco mil mujeres fueron juzgadas en tres meses en Génova;
siete mil en Trier; cuatrocientas brujas fueron acusadas en los famosos juicios
de las Brujas de
Salem en Nueva
Inglaterra: veinte degolladas, ciento cincuenta encarceladas, y doscientas
treinta quemadas en hogueras públicas…
Y éstos son
algunos de los ejemplos de las muchas barbaridades cometidas en nombre de la
Iglesia por la «Santa» Inquisición tomando como base el infame Malleus Maleficarum, el Martillo de los Brujos.
https://sobreleyendas.com/2008/10/05/el-martillo-de-los-brujos-malleus-maleficarum/
Malleus Maleficarum:
el libro más peligroso de la historia (I)
La obsesión de la iglesia por erradicar los cultos
paganos de brujas y hechiceros, a los que consideraba enemigos mortales de
Dios, necesitaba dotarse de un texto que convirtiese en oficial el
procedimiento a seguir para la lucha contra el Maligno. En este contexto
apareció un libro que ha sido descrito en numerosas ocasiones como «el más
funesto de la historia literaria». Con motivo de la publicación de Brujas. La locura de Europa en la Edad
Moderna (Debate),
recordamos el origen de este pérfido
volumen.
Conocido
popularmente como «Martillo de Brujos» –Hexenhammer–, fue obra de los
inquisidores dominicos Heinrich Krämer –pseudónimo de Enrique Institoris– y
Jacob Sprenger. Su maléfica obra se comenzó a escribir a raíz de que el
pontífice Inocencio VIII publicase en Estrasburgo su bula Summis
desiderantes affectibus, conocida también como «Bula Bruja» y
tradicionalmente «Canto de guerra del infierno», el 9 de diciembre de 1484,
dirigida, según el vicario de Cristo, a subsanar los errores que el Tribunal
del Santo Oficio había cometido en torno a los procesos de brujería.
Reproduciré a
continuación algunos extractos de dicha bula que no tienen desperdicio donde se
puede apreciar claramente la línea que, a partir de entonces, seguirán los
manuales conocidos como «martillos de brujas» y que marcarían el inicio de una
política de terror en toda Europa:
«Nos anhelamos con
la más profunda ansiedad, tal como lo requiere Nuestro apostolado, que la Fe
Católica crezca y florezca por doquier, en especial en este Nuestro día, y que
toda depravación herética sea alejada de los límites y las fronteras de los
fieles, y con gran dicha proclamamos y aun restablecemos los medios y métodos
particulares por cuyo intermedio Nuestro piadoso deseo pueda obtener su efecto
esperado […]».
«Por cierto que en
los últimos tiempos llegó a Nuestros oídos, no sin afligirnos con la más amarga
pena, la noticia de que en algunas partes de Alemania septentrional […] muchas
personas de uno y otro sexo, despreocupadas de su salvación y apartadas de la
Fe Católica, se abandonan a demonios, íncubus y súcubus, y con sus
encantamientos, hechizos, conjuraciones y execrables embrujos y artificios,
enormidades y horrendas ofensas, han matado a niños que estaban aún en el útero
materno, lo cual también hicieron con las crías de los ganados; que arruinaron
los productos de la tierra, las uvas de la vid, los frutos de los árboles; más
aún, a hombres y mujeres, animales de carga, rebaños […] estos desdichados,
además, acosan y atormentan a hombres y mujeres y animales con terribles
dolores y penosas enfermedades…; impiden a los hombres realizar el acto sexual
y a las mujeres concebir…; por añadidura, en forma blasfema, renuncian a la Fe
que les pertenece por el sacramento del Bautismo, y a instigación del Enemigo
de la Humanidad no se resguardan de cometer y perpetrar las más espantosas
abominaciones y los más asquerosos excesos […]».
«…y otorgamos
permiso a los antedichos Inquisidores –Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger- […]
para proceder, en consonancia con las reglas de la Inquisición, contra
cualesquiera personas, sin distinción de rango ni estado patrimonial, y para
corregir, multar, encarcelar y castigar según lo merezcan sus delitos, a
quienes hubieran sido hallados culpables, adaptándose la pena al grado del
delito. […] Por Nuestra suprema Autoridad, les garantizamos nuevamente
facultades plenas y totales».
El pontífice
continúa, en los mismos términos de credulidad supersticiosa, con su sermón
antiherético para concluir ofreciendo a los inquisidores todos los medios a su
alcance en la lucha contra el mal. Esta iniciativa, por la que se equiparaba el
maleficio al grado de herejía, recayendo en la esfera competencial de la
Inquisición, servirá de incentivo a las calenturientas mentes eclesiásticas
para llevar a cabo un genocidio sin precedentes, basado únicamente en la
creencia en antiguas leyendas y supersticiones grecorromanas adaptadas al
Medievo –tales como la capacidad de volar de dichas brujas o su gusto por la
carne de los infantes– y en un miedo irracional fruto más del desconocimiento y
del temor supercheril que del análisis.
La Bula Summis
Desiderantis fue el empujoncito que necesitaban los autores de los
«martillos» para dar forma a unas obras enfermas, incoherentes, retóricas y
pedantes (aunque fascinantes para el investigador) que, por desgracia, fueron
tenidas muy en cuenta durante siglos como códigos a seguir para torturar y
asesinar a personas, en su gran mayoría inocentes, al menos de delitos
sobrenaturales.
Un exitoso engaño
para burlar la censura
El citado Enrique
Institor, un teólogo de avanzada edad que había ejercido como inquisidor para
el sur de Alemania desde el año 1474, incluyó la polémica Bula contra
brujas de Inocencio III al comienzo del «Martillo». De esta forma, el
dominico se aseguró la eficacia de su distribución, simulando una autorización
papal que no era tal y que brindaba a la obra una oficialidad que, de no
existir, hubiese provocado su secuestro en las máquinas de la imprenta. El
invento de Gutenberg constituyó una auténtica revolución en la edición de
libros, que debían mucho, en el desorbitado aumento de su difusión, al todavía
reciente y revolucionario descubrimiento. Dicho avance en el mundo editorial
supo aprovecharlo ingeniosamente Institor, como buen propagandista, al igual que
la reciente aparición de la prensa, en una época en la que todavía se dejaban
ver los efectos que causara, a lo largo de muchos siglos, el oscurantismo
medieval, en el que el saber estaba reservado a unos pocos, en su mayoría
eclesiásticos.
El éxito del
«Martillo» fue enorme. Publicado en 1486, dos años después de que viese la luz
la bula Summis desiderantes affectibus, en menos de dos siglos
el Malleus Maleficarum contó con 29 ediciones. En 1520 ya
contaba con 13 ediciones, mientras que entre 1547 y 1669 llegó a 16, si bien no
constan el lugar ni la fecha de publicación. La obra de Krämer se erigió como
fuente de inspiración de todos los tratados posteriores sobre el tema, a pesar
de que su propia composición debía casi todo a textos previos tales como el Formicarius (1435)
y el Praeceptorium, del teólogo alemán y prior dominico Johannes
Nider.
Este post tendrá
una inminente continuación en «Dentro del Pandemónium».
Es el caso del ensayo Brujas.
La locura de Europa en la Edad Moderna, que acaba de lanzar la
editorial Debate, uno de los paladines de la divulgación histórica en nuestro
país, de la autora Adela Muñoz Páez que, curiosamente, no es ni antropóloga ni
historiadora, ni siquiera periodista, sino catedrática de Química Inorgánica en
la Universidad de Sevilla, eso sí, responsable de exitosos libros de
divulgación como Historia del Veneno (2012), Sabias (2017)
y Marie Curie (2020), todos ellos publicados en Debate
Muñoz Páez explora el proceso por
el que a comienzos de la Edad Moderna, en el Viejo Continente hoy asolado por
nuevas e incomprensibles guerras, se persiguió a centenares de miles de
personas, la mayoría mujeres, y se asesinó, que quede constancia documental, a
unas 60.000, en el marco de una sociedad patriarcal y temerosa de Dios, profundamente
machista, en la que la Iglesia católica (y también la protestante, en cuyo seno
se produjo una persecución mucho más virulenta y sanguinaria, mal que le pese a
la leyenda negra) decidiría el rumbo a seguir de toda la sociedad, de reyes a
labradores.
Una institución gobernada por
hombres profundamente misógina y que convirtió a la mujer en el chivo
expiatorio de todos los males, los del «averno» incluidos. Un libro, además,
que desmonta mitos, como que España fue una de las naciones más intolerantes en
este punto (fruto nuevamente de la leyenda negra, lo que no exime a nuestro
país de ser uno de los principales azotes de protestantes y judaizantes), que
las penas más crueles las impuso la Iglesia (no fue así, sino los tribunales
civiles) o que la Inquisición fue el principal brazo ejecutor de la caza, pues,
curiosamente, se erigió en uno de sus principales opositores (no en vano, fue
precisamente el inquisidor burgalés Alonso de Salazar y Frías, que se incorporó
al tribunal que juzgó el caso de las brujas de Zugarramurdi cuando ya se habían
impuesto la mayoría de penas, el responsable de echar el freno a la Caza de
Brujas en nuestro país).
Un completo recorrido por la
brujería en la historia moderna que a pesar de su título no se circunscribe
únicamente al continente europeo y también se ocupa de casos trasatlánticos
como el de Salem, que tiene algunos puntos en común con el de Zugarramurdi
(ficciones, presiones eclesiásticas, envidias, teriantropía…) aunque tuvo lugar
casi 100 años después y a miles de kilómetros de los frondosos bosques
navarros.
https://oscarherradon.com/2022/05/26/malleus-maleficarum-el-libro-mas-peligroso-de-la-historia-i/
Malleus Maleficarum: el libro más peligroso de la historia (II)
La obsesión de
la iglesia por erradicar los cultos paganos de brujas y hechiceros, a los que
consideraba enemigos mortales de Dios, necesitaba dotarse de un texto que
convirtiese en oficial el procedimiento a seguir para la lucha contra el
Maligno. En este contexto apareció un libro que ha sido descrito en numerosas
ocasiones como «el más funesto de la historia literaria.
Aunque se
considera a Jacob Sprenger coautor del «Martillo», lo cierto es que este
dominico, profesor de Teología en la Universidad de Colonia e inquisidor de
Renania desde 1470, se había distanciado bastante de la postura de Institor
cuando éste se decidió a escribirlo y colaboró en su redacción de forma más
bien secundaria. El fraile gozaba de una renombrada reputación e incluir su
nombre en el frontispicio del libro era la mejor opción para asegurar su éxito.
El maquiavélico Krämer no solo se valió de esta artimaña; a la hora de enviar
el texto a la imprenta se encontró con otro problema: debía obtener la licencia
de la Universidad de Colonia para poder imprimir y distribuir su obra, algo
nada sencillo en un tiempo de pasión censoria y pánico herético. Solamente si
dicha institución emitía un dictamen favorable, Institor se saldría con la suya.
La universidad
no le negó la autorización al dominico, pero sus anotaciones sobre la obra
fueron despectivas: sus métodos y su lenguaje apocalíptico no obtuvieron el
visto bueno de muchos de sus teólogos. Sin su aprobación, la obra estaba
condenada al fracaso, ya que ponía sobre aviso a los lectores de su pernicioso
contenido. Sin embargo, no iba a claudicar. Para no sepultar sus expectativas
de fama y gloria, Krämer falsificó el acta de los teólogos de Colonia a través
de la ayuda prestada por el notario Arnold Kolich van Euskirchen. El escribano
extendió un documento notarial fechado en el mes de mayo de 1487, firmado por
nada menos que siete profesores de Teología de dicha universidad que aprobaban
con entusiasmo el contenido del «Martillo», alabando a su vez la labor
del inquisidor dominico. Puestos a falsificar, mejor hacerlo a lo grande.
Dicho
documento fue incluido a modo de apéndice en el Malleus, aunque
Institor se mostró prudente a la hora de publicarlo en Colonia, única ciudad
donde no se incluyó el acta notarial para no levantar sospechas. Su éxito,
insisto, fue enorme, mucho mayor del que el propio autor esperaba. Es extraño
comprender cómo un libro, descrito como uno de los documentos más aterradores
de la historia humana, pudo gozar de tal prestigio y admiración en países tan
importantes como Alemania o Francia, cuando en España, supuestamente menos
avanzada en diversos campos del saber de la época y donde siempre se nos ha
acusado de fanáticos religiosos, fue considerado, y con razón, la obra de un
loco. Lo más notable es que no solo la Iglesia católica, a instancias de Roma,
siguió a rajatabla los designios marcados por el manual maldito; también –y
principalmente– los protestantes, enfrentados constantemente a los católicos
por las cuestiones más diversas, convirtieron el Malleus en libro
de cabecera de jueces tanto religiosos como civiles.
A martillazos contra los embates
del mal
Y es que la
obsesión por el demonio, las brujas, los nigromantes y, en suma, por cualquier
practicante de las ciencias ocultas fue moneda de cambio habitual desde el
siglo XV hasta bien entrado el XVIII. Apenas un siglo después de la primera
aparición del Martillo de Brujos, los protestantes alemanes alabaron las nuevas
ediciones de la obra publicadas en Frankfurt por el escritor y jurista
Fischart. El miedo al maligno era patente en cualquier rincón del «mundo
civilizado». El propio Lutero, impulsor de la Reforma y máximo azote de la
Santa Sede, decía ser visitado en numerosas ocasiones por el Príncipe de las
Tinieblas, quien pretendía tentarle, como a Cristo, con los más insospechados
ardides. Un hombre de su talla y cultura, capaz de desafiar al mismísimo
vicario de Cristo, justificaba la persecución de brujas y hechiceros sin
reservas.
Muchos
eruditos contemporáneos a Lutero o posteriores a él apoyaron, en detrimento de
su ingente sabiduría, la salvaje cruzada contra las «hordas del mal». Aunque no
fueron todos. Algunos hombres de letras vislumbraron las atrocidades que
generaría la adopción de una política de persecución y caza de brujas. Las
voces en contra fueron, no obstante, pocas, pues todo aquél que se atrevía a
cuestionar la eficacia de la pena de muerte solía correr la misma suerte que el
reo, o algo peor.
La intención
del Malleus fue, para Institor y Sprenger, poner en
práctica la orden que emanaba directamente de las Sagradas Escrituras de
perseguir la magia, en concreto del Éxodo (22, 17), que sentenciaba: «A la
hechicera no dejarás con vida». Pocas «hechiceras» lograron sobrevivir a esta
brujomanía, en general tampoco mujer alguna sospechosa de cualquier ínfimo
delito, cualquier joven bonita que desafiara con sus encantos la pulcra moral
de los varones, pues aunque fueron ejecutados hombres, serían los menos: los
jueces de la ley eran varones (que además, en el ámbito católico, habían hecho
voto de castidad) y las principales víctimas mujeres, en las que volcaron toda
su frustración y superchería.
Aunque la
originalidad del «Martillo» era más bien poca, copia y síntesis de manuscritos
anteriores, lo cierto es que destacó por su novedad en un curioso aspecto:
atacaba a la mujer de forma directa y brutal. A pesar de la llamada de atención
de la Bula Bruja refiriéndose a la brujería en ambos
sexos, los hermanos dominicos alemanes centraron sus iras en el femenino, quizá
desconocedoras o temerosas de unos seres de los que les alejaba el celibato. En
uno de los capítulos del texto, bajo el título de « ¿Qué tipo de mujeres son
supersticiosas y brujas antes que ninguna otra?», los dominicos dan muestras de
una misoginia sin precedentes; la mujer es, para ellos, la concubina del
diablo, un ser maligno y despreciable por naturaleza, por lo que fue la carne
de mujeres inocentes la que alimentó en mayor medida las hogueras. No es de
extrañar que hoy algunos sectores feministas se refieran a la caza de brujas
como «el primer gran feminicidio de la historia».
Recientemente
el Parlament de Cataluña, en una decisión algo controvertida –principalmente
por la lejanía de los hechos, y según la oposición, por no centrarse en los
problemas reales que acechan hoy a la ciudadanía–, aprobaba la propuesta de
resolución de ERC, JXC, la CUP y En Comú Podem para reparar y restituir la memoria de
las mujeres acusadas de brujería, más de 800 mujeres que entre el siglo XV y
XVII fueron acusadas, torturadas y condenadas a morir víctimas de una
«persecución misógina», y añadían que es necesaria una reparación ante el que
fue uno de los feminicidios menos estudiados y que «sigue conectado con la
sociedad actual», que según estos grupos «persigue y señala a las mujeres que
se salen de la norma». Por suerte en estos tiempos, y a pesar de los
escalofriantes datos de la violencia de género, la mujer en países como España
no se encuentra en el punto de mira de las instituciones (civiles o
eclesiásticas) en este sentido. Otra cosa es hablar de países como Afganistán,
Dubai o el cercano Marruecos, por poner solo tres ejemplos. Queda mucho que
avanzar.
Una misoginia
feroz
La descripción
que realizan los autores del Martillo de la mujer bajo el epígrafe citado anteriormente
habla por sí sola:
«…Tres vicios
generales parecen tener un especial dominio sobre las mujeres malas, a saber,
la infidelidad, la ambición y la lujuria. Por lo tanto, se inclinan más que
otras a la brujería las que, más que otras, se entregan a estos vicios. Por los
demás, ya que de los tres vicios el último es el que más predomina, siendo las
mujeres insaciables, etc., se sigue que entre las mujeres ambiciosas resultan
más profundamente infectadas quienes tienen un temperamento más ardoroso para
satisfacer sus repugnantes apetitos; y esas son las adúlteras, las fornicadoras
y las concubinas del Grande».
Y continúan
ofreciendo, sin tapujos, información sobre la forma en que estas «depravadas
mujeres» se entregaban al cultivo del mal:
«Ahora bien,
como se dice en la Bula Papal –Summis
desiderantes affectibus–, existen
siete métodos por medio de los cuales infectan de brujería el acto venéreo y la
concepción del útero. Primero, llevando las mentes de los hombres a una pasión
desenfrenada; segundo, obstruyendo su fuerza de gestación; tercero, eliminando
los miembros destinados a ese acto; cuarto, convirtiendo a los hombres en
animales por medio de sus artes mágicas; quinto, destruyendo la fuerza de
gestación de las mujeres; sexto, provocando el aborto; séptimo, ofreciendo a
los niños a los demonios, aparte de otros animales y frutos de la tierra con
los cuales operan muchos daños».
El «Martillo»
constaba de tres partes claramente diferenciadas. En la primera, formada por
diecisiete capítulos, los hermanos dotaban de cuerpo teórico, bajo el velo de
la teología, la existencia de las brujas como una representación del diablo en
la Tierra, realizando a su vez una llamada de atención a los gobernantes.
Pretendían que éstos comprendiesen la brutalidad y monstruosidad que generaba
la brujería, brutalidad que únicamente podría adscribirse a la actuación
posterior de estos depravados «cazadores», puesto que nada de lo que se decía
en los manuales sería nunca demostrado sino a través de falsos testimonios
obtenidos bajo tortura. Dicha monstruosidad brujeril generalmente estaba unida,
según los inquisidores, a la renuncia a la fe católica, la burla de Dios, la
adoración del Diablo y el sacrificio de infantes no bautizados cuyo sebo serviría,
supuestamente, a las despreciables brujas para realizar ungüentos con los que
poder volar y reunirse en aquelarres y orgías sexuales sin parangón.
Aquella
depravación del hombre, más concretamente de la mujer –engañada por el demonio
debido a su alma débil y su tendencia a la lascivia, afirmaban–, no podía
seguir consintiéndose, y el ingenioso y pragmático Institor ofrecía las claves
para acabar con dicha plaga. La creencia en la brujería era una obligación, al
contrario que en tiempos pasados –en el Canon
Episcopi se
afirmaba rotundamente la falsedad de tales supercherías– y mostrarse escéptico
era instantáneamente considerado como herejía: la Biblia daba por
real la existencia de las brujas y los dominicos, en consecuencia, afirmaban en
el «Martillo» que «cualquier hombre que cometa un grave yerro en la exposición
de las Sagradas Escrituras será justamente considerado hereje». No había lugar
para voces disidentes.
Este post tendrá
una nueva y última entrega.
Salazar y Frías
Una
institución gobernada por hombres profundamente misógina y que convirtió a la
mujer en el chivo expiatorio de todos los males, los del «averno» incluidos. Un
libro, además, que desmonta mitos, como que España fue una de las naciones más
intolerantes en este punto (fruto nuevamente de la leyenda negra, lo que no
exime a nuestro país de ser uno de los principales azotes de protestantes y
judaizantes), que las penas más crueles las impuso la Iglesia (no fue así, sino
los tribunales civiles) o que la Inquisición fue el principal brazo ejecutor de
la caza, pues, curiosamente, se erigió en uno de sus principales opositores (no
en vano, fue precisamente el inquisidor burgalés Alonso de Salazar y Frías, que
se incorporó al tribunal que juzgó el caso de las brujas de Zugarramurdi cuando
ya se habían impuesto la mayoría de penas, el responsable de echar el freno a
la Caza de Brujas en nuestro país).
Un completo
recorrido por la brujería en la historia moderna que a pesar de su título no se
circunscribe únicamente al continente europeo y también se ocupa de casos
trasatlánticos como el de Salem, que tiene algunos puntos en común con el de
Zugarramurdi (ficciones, presiones eclesiásticas, envidias, teriantropía…)
aunque tuvo lugar casi 100 años después y a miles de kilómetros de los
frondosos bosques navarros.
https://oscarherradon.com/2022/06/10/malleus-maleficarum-el-libro-mas-peligroso-de-la-historia-ii/
Malleus Maleficarum: el libro más peligroso de la historia (III)
La obsesión de la iglesia por erradicar los cultos
paganos de brujas y hechiceros, a los que consideraba enemigos mortales de
Dios, necesitaba dotarse de un texto que convirtiese en oficial el
procedimiento a seguir para la lucha contra el Maligno. En este contexto
apareció un libro que ha sido descrito en numerosas ocasiones como «el más funesto
de la historia literaria». Con motivo de la publicación de Brujas. La locura de Europa en la Edad
Moderna (Debate) y Vienen de noche. Estudio sobre
las brujas y la otredad (Luciérnaga),
La
descripción de la secta de las brujas rozaba en ocasiones el delirio:
«Las brujas de la
clase superior engullen y devoran a los niños de la propia especie, contra todo
lo que pediría la humana naturaleza, y aún la naturaleza simplemente animal.
Esta es la peor clase de brujas que hay ya que persigue causarles a sus semejantes
daños inconmesurables. Estas brujas conjuran y suscitan el granizo, las
tormentas y las tempestades; provocan la esterilidad en las personas y en los
animales; ofrecen a Satanás el sacrificio de los niños que ellas mismas no
devoran, y, cuando no, les quitan la vida de cualquier manera. Claro está que
en estos casos se trata casi siempre de niños aún no bautizados; si alguna vez
llegan a devorar a los bautizados, es que lo hacen, como más adelante
explicaremos, por especial permisión de Dios.
Pueden
también estas brujas lanzar los niños al agua delante de los mismos ojos de los
padres, sin que nadie lo note; pueden tomar de pronto espantadizo al caballo
bajo la silla; pueden emprender vuelos, bien corporalmente, bien en
contrafigura, y trasladarse así por los aires de un lugar a otro […] Saben
concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios
o tornarlos infecundos, causar abortos o quitarle la vida al niño en el vientre
de la madre con solo un tocamiento exterior; llegan a herir o matar con una
simple mirada, sin contacto siquiera, y extreman su criminal aberración
ofrendándole los propios hijos a Satanás».
La segunda parte del Malleus abordaba los tres tipos de maleficia de las brujas y qué procedimientos debían abordar los jueces de Dios para contrarrestar los efectos de tales hechizos. Junto a ellos, los dominicos ofrecían un amplio abanico de ejemplos prácticos recogidos de manuales anteriores, como el citado Formicarius, o directamente sacados de su propia experiencia como inquisidores en Alemania. Dichos ejemplos constituyen un cúmulo de absurda credulidad que difícilmente podían tomar como verdadero hombres supuestamente doctos. Veamos algunos ejemplos que ilustran dicha torpeza mental, en la que se dan por ciertos cuentos de viejas y leyendas rurales sin ningún fundamento. Krämer y Sprenger recogen la creencia popular de la antigua Grecia según la cual las brujas robaban las narices de los cadáveres y de los hombres vivos, a quienes se las arrancaban sin piedad sumiéndolos en un profundo trance.
Los dominicos
adaptaron dicho cuento legendario a la realidad, aún más brutal, de la Alemania
del siglo XV; las brujas ya no solo arrebataban narices a sus víctimas,
generalmente hombres dormidos, sino sus mismísimas partes íntimas. Después, sus
órganos genitales eran escondidos en tenebrosos nidos situados en árboles de
gran altura. Uno de estos ejemplos prácticos raya en la frivolidad, sobre todo
porque la institución eclesiástica del momento lo consideró auténtico: una aldea
germana estaba tan afligida por la tremebunda actividad de las brujas que los
aldeanos emprendieron la dificultosa tarea de encontrar el nido en el que se
encontraban tan lujuriosos objetos. Cuando lo encontraron, los arriesgados
exploradores, atónitos, descubrieron el pene del cura del pueblo, que fue
reconocido, según señala el descriptivo Institor, «porque era mucho más largo
que cualquiera de los otros». Sobran las palabras.
Si la primera y
segunda partes del tratado eran sórdidas y enfermizas, la tercera superó los
límites de la locura –algunos autores sugieren que el propio Enrich fue
probablemente un demente, única excusa para justificar tan deplorable
escritura–. En esta última sección, a la que los religiosos prestaron mayor
interés, se incluía un extenso manual de los procedimientos a seguir por los
inquisidores, clases de torturas incluidas, para obtener de los acusados/as una
confesión que, generalmente, implicaba a terceras personas inocentes.
Para llevar a cabo
un proceso, únicamente era necesaria la denuncia de un particular o de
cualquier persona que se sintiese celosa del vecino; no se precisaban pruebas,
ni era necesario que los testigos fuesen hombres de reconocida credibilidad. A
partir de entonces, cualquiera, delincuentes y asesinos incluidos, podía
convertirse en confidente de la Inquisición. Su palabra valía para enviar a
cualquier desgraciado/a la hoguera. Lo más habitual, no obstante, como señala
el prestigioso antropólogo y folklorista español Julio Caro Baroja en Las brujas y su mundo (1961), era que el propio juez abriese la causa ante los rumores
que corrían entre el público. Se llegó incluso a dar por válido el testimonio
de niños, generalmente asustados o coaccionados por sus padres, para acusar a
alguien de brujería.
La tortura como
procedimiento válido para obtener una confesión
Según Sprenger y
Krämer el juicio debía ser rápido, sencillo y concluyente, de modo que el
acusado no tenía opción de recurrir la sentencia. Con esta forma de proceder
los inquisidores se aseguraban el veredicto de culpabilidad rápidamente y sin
dar tiempo a la aparición de testigos de la defensa. Las competencias del juez
eran absolutas, lo que se desprendía ya de la Bula Bruja de
Inocencio VIII, que entregaba a los inquisidores plenas facultades para
proceder en los juicios. El magistrado decidía si el acusado tenía derecho o no
a defenderse –generalmente no lo tenía–; decidía, también, quién estaba
capacitado para ejercer de abogado defensor, convirtiendo a éste en una figura
sin voz ni voto. La tortura era la forma mediante la cual debía obtenerse la
declaración de culpabilidad del reo que, aunque se retractase o arrepintiese,
era enviado irremediablemente a la hoguera.
Los procedimientos de
tortura, cuya brutalidad no había sido conocida por civilización alguna hasta
bien entrado el siglo XV con el invento de máquinas horribles –y eso que la
tortura es tan antigua como el mismo hombre–, servían también a otro cometido:
la implicación de terceras personas acusadas por el reo de brujería; claro está
que con tales sufrimientos la imaginación del torturado era tal que podía
tachar de bruja a toda mujer de su comunidad. Al cobrar dinero por la entrega
de un sospechoso/a, muchos mercenarios se dedicaron de por vida a la labor de
dar caza a las desdichadas. En Inglaterra éstos fueron conocidos como
«punzadores»; solían buscar en el cuerpo de las supuestas brujas las conocidas
como «marcas del diablo», cicatrices o manchas de nacimiento que, al no sangrar
ni producir dolor cuando eran punzadas por los verdugos, se consideraban un
claro ejemplo de que la acusada estaba en concierto con el Maligno.
Todo era generalmente
un fraude, pues la mayoría de las veces la aguja ni siquiera penetraba en la
carne, bastaba con una simple inclinación de la mano para simular un efecto
óptico. Cuenta el multifacético astrónomo Carl Sagan en El mundo
y sus demonios (1995) que, cuando no había marcas visibles
–lunares, antojos o cualquier otra señal de nacimiento–bastaba con «marcas
invisibles», que podían ser de cualquier tipo, según la decisión del inquisidor
o del propio punzador. Al parecer, añade el erudito, en las galeras de la flota
inglesa del siglo XVII un punzador llegó a confesar que había causado la muerte
de más de doscientas veinte mujeres en Inglaterra y Escocia por el beneficio de
veinte chelines la pieza. Escalofriante.
A partir de la
publicación del Malleus Maleficarum, el texto maldito
más temible de la historia, las hogueras comenzaron a refulgir en media Europa;
comenzaba una larga etapa de terror que, lejos de ser producido por féminas que
volaban con escobas y raptaban a niños para cocinarlos, era fruto de la
depravación de unos hombres de negro que más parecían siervos del diablo que
del Dios de las Sagradas Escrituras. Profundamente misóginos, su brutalidad y
sadismo superaba con creces la ira del vengativo Yahve del Antiguo
Testamento. Decían luchar contra los demonios, pero lo cierto es
que con sus terribles actos dieron forma a un auténtico infierno sobre la
Tierra, una tierra sobre la que se derramaron ríos de sangre que nunca
recuperaría su inocencia.
https://oscarherradon.com/2022/06/22/malleus-maleficarum-el-libro-mas-peligroso-de-la-historia-iii/
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