Al-Hakam II, el
Califa culto
El tablero político de Spania en época de
al-Hakam II
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Hakam II
desbarató una alianza anticordobesa de los reyes de León y Pamplona y los
condes de Castilla y Barcelona, y que en el 966 el rey Sancho el Gordo fue
asesinado por un conde galaicoportugués. Debido a la supremacía andalusí y a un
patrimonio para las élites que no seguía creciendo por falta de conquistas y
por divisiones de herencias, el Reino de León fue debilitándose a lo largo de
la segunda mitad del siglo X y sumiéndose en guerras civiles para conseguir un
trozo de un pastel que cada vez se hacía más pequeño. En la práctica esto
permitió que numerosos aristócratas fueran desligándose del rey de León y
entablaran relaciones por su cuenta con el califa de Córdoba para tener mayores
garantías de seguridad.
Embajadas
del conde de Barcelona, el de Astorga, Salamanca, Monzón, Saldaña, Castilla y
Álava, de condes gallegos o embajadas del rey de León y el de Pamplona eran
recibidos con toda la pomposidad en Córdoba, algunos de ellos para mostrarse
vasallos del califa y renovar treguas. Claro, el califa al-Hakam debió estar
encantado de ver cómo los cristianos permanecían más divididos en señoríos más
pequeños y por tanto más fáciles de influenciar. Pese a este debilitamiento de
la autoridad real, la legitimidad de la dinastía asturleonesa y sus redes
clientelares eran lo suficientemente fuertes como para que por primera vez
reinase allí un menor de edad, Ramiro III, hijo de cinco años de Sancho el
Gordo, bajo la regencia de su tía la monja Elvira hasta el año 975.
Uno de los
sostenes principales del rey-niño Ramiro fue la monarquía pamplonesa que
consiguió una notable influencia sobre León y en especial sobre el vecino
condado de Castilla, gracias a las alianzas matrimoniales diseñadas por la
reina Toda y a las intervenciones militares a favor de uno u otro pretendiente
al trono leonés. En esta época se produjo un cambio generacional en los
liderazgos, porque el longevo conde de Castilla y Álava Fernán González y el
rey de Pamplona García Sánchez I murieron en el 970. En Castilla y Álava la
debilidad del poder regio permitió que pudiera producirse una sucesión
hereditaria y consolidarse una dinastía condal, siendo Fernán González sucedido
por su hijo García Fernández.
En el
Reino de Pamplona y Nájera el rey García Sánchez fue sucedido por su hijo
Sancho Garcés II, quien ya había actuado de conde en Aragón. Sin embargo,
también dejó en herencia una porción de La Rioja a otro hijo, el conocido en la
historiografía como Reino de Viguera. Podía servir como premio de consolación
para otro de los hijos de García Sánchez o para gobernar de forma más efectiva
este territorio fronterizo, y se ha especulado que pudo coincidir
aproximadamente con parte de las antiguas posesiones de los Banu Qasi
incorporadas al Reino de Pamplona. En todo caso, el rey en Viguera estaba por
debajo de Sancho Garcés II, por lo que era una situación similar a la del
condado de Aragón en aquella época que formaba parte del Reino de Pamplona,
pero se trataba de forma diferenciada.
Por
cierto, quiero destacar que Sancho Garcés II ha sido conocido por los historiadores
de los siglos XIX y XX por el apodo Abarca, pero investigaciones recientes
demuestran que el apodo Abarca era en realidad el apodo de Sancho Garcés I, el
fundador de la dinastía Jimena. Una abarca es un tipo de sandalia tradicional
española, y se dice que Sancho Garcés I recibió ese apodo porque usó abarcas en
una batalla contra un líder de los Banu Qasi. A diferencia del fundador de los
Jimena, Sancho Garcés II no tenía un buen historial militar, por lo que nunca
se ganó un apodo tontorrón y humilde pero glorioso como Abarca.
Vida y reinado de al-Hakam II de Córdoba
Desde una
edad temprana, Abd al-Rahman III había estado preparando a su hijo al-Hakam II
para sucederle algún día. Los mejores maestros de al-Ándalus educaron a
al-Hakam, y gracias a esa educación creció para convertirse en un príncipe
amante de los libros. El segundo califa de Córdoba ganó experiencia en los
asuntos de estado y guerra ya como príncipe, un poco como el emir Abd Allah
había hecho con Abd al-Rahman III, y al-Hakam a veces sustituía a su padre en
su ausencia, mientras que otras veces lo acompañaba en sus famosas campañas.
Dado que su padre permitió a al-Hakam tener más influencia en el gobierno del
califato a medida que avanzaba su reinado, no es sorprendente que el reinado de
al-Hakam estuviera marcado por las continuidades en personas y en políticas.
Como
algunos de sus predecesores, al-Hakam amplió la mezquita aljama de Córdoba ante
las necesidades de una metrópolis que no paraba de crecer, y también reparó el
puente de Córdoba. El califa al-Hakam II fundó veintisiete escuelas para pobres
en Córdoba y ensanchó la calle principal del zoco cordobés. Rescató cautivos
musulmanes en manos de los cristianos del norte, rebajó impuestos, condonó
deudas fiscales, y distribuyó miles de panes a diario en Córdoba en tiempo de
hambruna.
Al-Hakam
II era muy piadoso, hasta el punto de que pensó en prohibir plantar viñedos
para evitar el consumo de alcohol de andalusíes musulmanes, pero fue
desalentado a tomar tal acción porque sus súbditos encontrarían otras maneras
de producir alcohol. Al-Hakam se guiaba por las ideas clásicas de legitimidad
de los omeyas y de cualquier buen califa. Eso significa que debía preservar el
mensaje del profeta Muhammad sin innovaciones, a diferencia de lo que habían
hecho los abasíes o fatimíes, y velar además por la comunidad musulmana, por
ejemplo castigando a funcionarios públicos corruptos. Por sus acciones los
hagiógrafos de los omeyas lo presentan como un califa preocupado por el
bienestar de sus súbditos.
Como es
costumbre en las crónicas árabes, tenemos una descripción de la apariencia de
al-Hakam, y el nuevo califa no sale muy bien parado. Al-Hakam II tenía el
cabello rubio tirando a pelirrojo, por la preferencia durante generaciones de
omeyas por mujeres hispanas de tales características, grandes ojos negros, una
nariz aguileña, piernas cortas como su padre y la mandíbula le sobresalía. Se
le describe como un califa de salud delicada. En el 974 sufrió la viruela, al
año siguiente tuvo que ser trasladado de Madinat al-Zahra al alcázar en el
centro de Córdoba porque se decía que en Madinat al-Zahra sentía demasiado
frío, pero eso no evitó que sufriera dolores en el pecho que lo dejaron al
borde de la muerte.
Por
razones que nunca sabremos con certeza, Abd al-Rahman III tomó una decisión que
resultaría desastrosa para la continuidad de la dinastía omeya: prohibió al
príncipe heredero casarse y tener descendencia mientras él estuviera vivo. Dado
que el reinado de Abd al-Rahman fue sorprendentemente largo, eso fue un
problema, porque cuando al-Hakam se convirtió en califa de Córdoba tenía 46
años y no tenía hijos. Esta abstinencia sexual forzada por su padre pudo
influir en su gusto por los hombres, porque es bastante probable que al-Hakam
tuviera harén masculino, algo no extraño en la cultura cortesana islámica de la
época y que se refleja en la poesía homoerótica.
Un efecto
desastroso que tuvo la prohibición de relacionarse con mujeres es que, claro,
llevando toda la vida sin probar una mujer, fue muy fácil que al-Hakam se
sometiera a la voluntad de la primera mujer que lo complaciera en la cama. Es
aquí donde entra Subh, una esclava vascona que dominaba a la perfección
el adab, la cultura elegante de la corte
islámica y el dominio de la poesía árabe, el canto, y las conversaciones
intelectuales, esta última característica quizás fue de lo que más gustó a un
califa tan ávido por los conocimientos y libros. Subh fue la concubina favorita
del califa, y esto quizás solo lo consiguió travistiéndose y adoptando la
apariencia y actitudes de un hombre para gustar a al-Hakam II, quien solo había
tenido relaciones amorosas con otros hombres.
Que una
mujer esclava actuase así es lo que en el mundo islámico altomedieval se
conocía como ghumaliyya. Que Subh adoptase el papel de ghumaliyya e incluso aceptase que el califa la llamase Ya’far, un
nombre masculino, pudo ser por varios motivos, como que era una calculadora que
quiso mejorar su posición social y la de su descendencia satisfaciendo estos
deseos de al-Hakam, que disfrutase de la estética masculina, que lo hiciera por
amor verdadero al califa, o por una mezcla de estas razones. Se describe el
amor apasionado que sentía al-Hakam por Subh igual que el de Abd al-Rahman II
hacia Tarub, y dicen los cronistas árabes, desde su perspectiva machista, que
esto hacía que una mujer dominase la voluntad del califa y que amase a los
hijos que tuvo con ella más que a ningún otro.
Con Subh
al-Hakam tuvo dos o tres hijos varones, pero solo Hisham superó la niñez. Por
influencia de Subh se inicia la meteórica carrera política de Muhammad ibn Abi
Amir, más conocido como Almanzor. Fue elegido tutor y procurador de los bienes
del primer hijo de al-Hakam al alcanzar los cinco años, y al morir éste
consiguió el mismo cargo para el infante Hisham. Para antes del año 970
Almanzor ya era director de la ceca de Córdoba, gestor de herencias vacantes, y
cadí o juez de Sevilla y Niebla. Se llegó a rumorear que el joven Almanzor era
amante de Subh, unas habladurías que servían para atacar el ascenso de Almanzor
y dañar la honorabilidad del califa, pero el árabe consiguió mantener sus
puestos y seguir ascendiendo en el poder pese a estas acusaciones y las
acusaciones de malversación de caudales públicos.
Califato
de Córdoba
https://endrina.wordpress.com/wp-content/uploads/2010/10/mapa-califato-cordoba.jpg
Subh
dominaba el espacio del interior del palacio, la corte y administración
burocrática del estado eran espacios sobre los que tuvo una amplia influencia
durante el califato de al-Hakam II y su poder fue absoluto durante unos cuantos
años después, hasta que al final fue eclipsada por Almanzor. Subh había
alimentado a un perro que luego le mordió la mano. Para terminar de hablar de
cómo era al-Hakam II, hay que decir que es conocido por ser un califa culto y
un bibliógrafo amante de los libros. Al-Hakam II de Córdoba fue un
erudito y mecenas que reunió en Córdoba una gran cantidad de libros y sabios de
todo el mundo islámico.
Mostró un
gran afán por engrosar su biblioteca privada, de la que se dice que contenía
más de 400.000 volúmenes de todas las ramas del saber, incluyendo filosofía,
religión, medicina, astronomía, astrología, ingeniería, geografía, historia,
poesía o botánica. Contaba con una amplia red de agentes, administradores,
traductores y copistas trabajando para él, incluyendo un centenar de mujeres
copistas. A un cadí almeriense le dio la extraordinaria cantidad de 120.000
dinares y le encargó que comprase libros durante los veinte años en los que
vivió en Irak. Al-Hakam llegó a pedirle al obispo de Gerona que redactase para
él una historia de los francos, que luego fue empleada en la historiografía
árabe.
Otro
ejemplo es que el califa pagó una suma estratosférica por la primera copia
del Kitab al-Aghani antes de siquiera salir a la
venta. Esta era una magna obra enciclopédica que recopilaba cientos de poemas y
canciones del mundo árabe. Las semillas de la alta cultura ya plantadas en el
siglo IX finalmente estaban dando sus frutos. Los aristócratas y eruditos
imitaban al califa fundando sus propias bibliotecas privadas, y gracias a los
niveles de desarrollo económico y cultural de al-Ándalus de este período, las
producciones científicas y literarias andalusíes florecieron durante los siglos
XI y XII.
El círculo de poder de al-Hakam II
Aparte del
califa y de su concubina Subh, durante el reinado de al-Hakam II los dos
hombres más importantes del califato fueron Galib ibn Abd al-Rahman y Ya’far
ibn Utman al-Mushafi. Galib fue un esclavo de la guardia saqaliba de Abd al-Rahman III, pero en algún momento fue liberado
y, como los libertos usualmente hacían, adoptó el nombre de su antiguo dueño
como su apellido. Galib ya había alcanzado prominencia durante la década de
940, ya que se le asignó la tarea de reconstruir Medinaceli, en Soria, y
proteger la Marca Media desde allí, y también participó en múltiples campañas
contra los cristianos y los fatimíes. Galib varias veces porque al-Hakam
constantemente dependía de él, y sus habilidades militares y lealtad le
valieron riquezas y honores.
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Califato_de_C%C3%B3rdoba_-_1000-ar.png
Por otro
lado, Ya’far ibn Utman al-Mushafi se convirtió en el háyib o primer ministro de
al-Hakam II porque habían desarrollado una amistad gracias al padre de Ya’far,
quien fue maestro de al-Hakam. Al-Mushafi pertenecía a una humilde familia
bereber de Valencia, y era un excelente poeta y hombre culto como su señor
al-Hakam. Ya en el 947 fue nombrado gobernador de Mallorca, y cuando al-Hakam
accedió al trono, al-Mushafi se convirtió en el estadista de confianza que el
califa necesitaba. Como bereber de orígenes humildes, algunos de los árabes que
pertenecían a familias que llevaban generaciones sirviendo a los omeyas odiaban
a Ya’far, pero nada malo le sucedió mientras su patrón estuvo vivo. Las cosas
cambiaron por las pugnas por el poder durante la minoría del califa Hisham II.
El regreso de los vikingos. Terror en Galicia
Después de
décadas sin ataques registrados en Spania, en el último tercio del siglo X y
principios del siglo XI hubo una nueva ola de incursiones vikingas en la
península ibérica. Cabe mencionar que la escala y el éxito de estas incursiones
no pueden compararse con los dos ataques del siglo IX, excepto en Galicia. La
red de espías y comunicaciones, las defensas costeras, y las capacidades
militares y navales del Califato de Córdoba eran mucho más fuertes ahora, y en
defensas costeras también se puede decir algo similar para el norte peninsular.
Además, la edad de oro de la era vikinga fue en el siglo IX, y ya no eran tan
peligrosos para esta época. Así que en junio del 966 el gobernador de Alcácer
do Sal en Portugal avisó a Córdoba del avistamiento de una flota vikinga de 28
barcos y de una batalla contra los invasores nórdicos en torno a Lisboa.
Ataques normandos al reino de
León y Califato de Córdoba durante los siglos IX y X
http://hispania-vikinga.blogspot.com/2014/
La flota
omeya salió de Sevilla y en la desembocadura del río Silves hundieron algunos
barcos vikingos, causaron numerosas bajas y liberaron a los cautivos
musulmanes. Hubo otros dos intentos de ataques normandos en el 971 y 972, y al
saber de su paso por la costa cántabra el califa ordenó la movilización de la
flota de Almería, pero antes de presentar batalla la flota andalusí canceló la
expedición a los dos meses porque fueron informados de que la flota normanda ya
había huido, quizás porque fueron derrotados por los cristianos del norte o
porque se retiraron al recibir información sobre la gran movilización andalusí.
La movilización fue excesiva si medimos el peligro que suponían estas
incursiones vikingas, pero servía para legitimar al califa como protector de
los musulmanes.
En un
Reino de León con un poder regio con poca influencia más allá del espacio
asturleonés las incursiones normandas sí tuvieron un efecto más destructivo.
Según Dudo de San Quintín, el duque Ricardo de Normandía empleó a unos daneses
paganos contra sus enemigos en Francia. Terminada la campaña los invitó a
cristianizarse, pero algunos rehusaron y para sacárselos de encima organizó una
campaña de saqueo en Spania. Relata como capturaron, saquearon y quemaron
algunos pueblos, hasta que un ejército de campesinos echó a los piratas. Esta
campaña hay que fecharla en el año 968 según la Historia silense, cuando cien
barcos vikingos liderados por un caudillo llamado Gunderedo se adentraron en
Galicia.
El obispo
Sisnando Menéndez de Santiago de Compostela a toda prisa ordenó construir una
muralla, torres y fosos para proteger el supuesto sepulcro del apóstol Santiago
el Mayor ante la amenaza de ataques de hombres del norte, además de torres en
diversos puntos de Galicia. Pero, si bien Sisnando protegió así con éxito el
sepulcro, el obispo murió en batalla haciendo frente a los vikingos. Esta
imagen de Sisnando como héroe contrasta con las supuestas fuertes disputas para
hacerse con el control del obispado de Iria Flavia-Santiago de Compostela entre
Sisnando y Rosendo, ambos procedentes de los más poderosos linajes gallegos.
En el proceso
de canonización de Rosendo, que ha pasado a la historia como el bueno del
conflicto frente a Sisnando, incluso se le atribuyó a él la confrontación con
los vikingos y el éxito en expulsarlos, pero estas noticias son muy tardías y
no hay que tomarlas como ciertas. Manuel Carriedo Tejedo ha llamado la atención
en que el supuesto conflicto entre Sisnando Menéndez y Rosendo pudo haber sido
un error de tiempo después al confundirse con el encarcelamiento del obispo de
Mondoñedo bajo el rey Ordoño III, que fue sustituido por Rosendo, y que luego
es posible que recuperase violentamente su obispado. Si esta equivocación fuera
cierta, el obispo Sisnando no fue encarcelado ni atacó a Rosendo, y habría
permanecido en el cargo de forma ininterrumpida hasta el 968.
En todo
caso, los piratas nórdicos liderados por Gunderedo provocaron muchas muertes en
Galicia, capturaron personas y destruyeron algunos monasterios durante tres
años. Que pudieran campar a sus anchas sin que se organizase un gran ejército
con mesnadas de todo el Reino asturleonés ya demuestra la falta de autoridad
del rey-niño Ramiro III. La ciudad y sede episcopal de Tuy fue completamente
destruida, su obispo hecho cautivo, y los habitantes fueron asesinados o
vendidos como esclavos, aunque algunos retrasan este ataque vinculándolo con el
del rey Olaf de Noruega a principios del siglo XI. Finalmente, los vikingos
fueron expulsados de Galicia en el 970 por un conde identificado con el nombre
Guillermo Sánchez.
Se ha
especulado que podría ser en realidad Gonzalo Menéndez, según algunos
genealogistas Gonzalo Muñoz en realidad, que es el mismo que presuntamente
envenenó mortalmente al rey Sancho el Gordo. Gonzalo y los gallegos bajo su
servicio mataron a Gunderedo y a todos los piratas que pudieron y quemaron sus
naves, pero los supervivientes realizaron una incursión por el Duero y tierras
portuguesas al año siguiente. La investigadora Irene García cree que los Anales
castellanos segundos revelan que los vikingos en su campaña de tres años
llegaron hasta la provincia de León, algo que vendría confirmado por el
topónimo Lordemanos, que probablemente hace referencia a los vikingos. Esto es
solo una teoría, tómalo por lo que es, pero podría ser que se hubiera formado
el asentamiento de Lordemanos con nórdicos tras ser derrotados en el 970 para
ponerse bajo el servicio del rey en León.
Hay que
tener en cuenta que en el siglo XI tenemos ejemplos de condes del norte
peninsular empleando a vikingos como mercenarios, como había ocurrido con
vikingos en otras partes de Europa, y es que no solo venían como piratas
saqueadores, sino que también podían comerciar y servir como mercenarios. En
las historias de las crónicas árabes y latinas, se presenta a los vikingos como
amenazantes villanos derrotados por héroes del país, que justificaban su poder
en la defensa del territorio. Sin embargo, en la península ibérica los ataques
vikingos fueron muy esporádicos y eran disruptivos a nivel local, pero no
suponían una amenaza significativa para la paz y las entidades políticas de Spania.
En ninguno de sus ataques los vikingos mostraron interés en aprovecharse de
divisiones internas para asentarse en Spania, como sí habían hecho en las islas
Británicas o en Francia.
El triunfo omeya en la guerra omeya-fatimí por
el Magreb
Dejamos la
batalla por el Magreb en el episodio anterior con la contraofensiva fatimí del
959 en la que los enemigos de los omeyas pusieron bajo su control la mayor
parte del Magreb, salvo Ceuta y Tánger que permanecieron como plazas fuertes
bajo el dominio directo omeya. En la década de los años 960 hubo pocos
progresos para los intereses omeyas. Sabemos que hubo una embajada de la
confederación herética bereber de los barghawatas y que en Ceuta un agente
fatimí hizo propaganda contra los omeyas y se le acusó de conspirar para
organizar un ejército de cinco mil hombres para tomar Madinat al-Zahra.
En Ceuta
al-Hakam mandó construir una fuerte muralla y por los grandes costes y los
problemas ocasionados por la guarnición establecida en la ciudad, sus
ciudadanos fueron eximidos de todos los impuestos desde el 964. La gran
victoria diplomática omeya de esta época fue conseguir que los bereberes
magrawas que dominaban el Magreb central volviesen a jurar lealtad al califa
cordobés. Pero lo que fue decisivo para cambiar las cosas en el Magreb fue un
factor externo: en el 969 los fatimíes conquistaron Egipto y fundaron El Cairo,
y en el 972 la corte fatimí se trasladó de Ifriqiya, actual Túnez, a Egipto.
Esto cambió profundamente al estado fatimí e Ifriqiya pasó a ser un feudo con
una amplia autonomía política otorgado a Ziri ibn Manad, jefe de los bereberes
sinhaya.
De esta
manera, los fatimíes no abandonaban por completo sus ambiciones sobre Marruecos
y Argelia, pero dejaron el control de Ifriqiya y la misión de expandirse hacia
el oeste a bereberes sanhaya, archienemigos de los aliados tradicionales de los
omeyas los bereberes zanata. Ziri ibn Manad organizó un gran ejército y entregó
la vanguardia a su hijo Buluggin. La ofensiva fue inesperada y por eso los
aliados de los omeyas, los magrawa y zanatas, fueron duramente derrotados en el
971. Entre el botín de la batalla, Ziri encontró pruebas que el gobernador de
la ciudad argelina de M’Sila servía en secreto a los omeyas.
Esto era
relevante, porque el gobernador llamado Ya’far ibn al-Andalusi era hijo de un
andalusí que había fundado M’Sila y se había convertido en uno de los primeros
fieles al primer califa fatimí. Ya’far seguramente quedó decepcionado porque el
califa entregase el puesto de gobernador de Ifriqiya a un enemigo suyo como
Ziri ibn Manad, y eso provocó el cambio de bando. El califa fatimí exigió que
Ya’far se presentase ante él en Egipto, pero Ya’far sabía que sería ejecutado
si lo hacía y ya ahora que se había destapado su traición ya no había vuelta
atrás y ya no tenía sentido actuar de forma decisiva. Por eso Ya’far se refugió
entre los magrawas y logró derrotar y capturar a Ziri ibn Manad.
Tras esto,
Ya’far y sus familiares y seguidores fueron recibidos en al-Ándalus con todos
los honores y colmados de regalos y elevadas pensiones para vivir cómodamente,
mientras que Ya’far trajo como regalo para el califa la cabeza de Ziri ibn
Manad en una pica. Parecía un gran triunfo para la causa omeya en el Magreb la
muerte del gobernador de Ifriqiya y la defección de la causa fatimí de Ya’far
ibn al-Andalusi y de los magrawas. Sin embargo, esto no tuvo grandes
consecuencias para la causa omeya. Hubo andalusíes que se unieron al bando
fatimí al producirse la conquista de Egipto, y es que el Magreb eran unas
migajas en comparación con un país rico como Egipto y esta conquista hizo que
se crease la expectativa de que quizás los fatimíes destronasen a los abasíes.
La
realidad es que los cambios en el tablero político del Magreb a quien más
benefició no fue ni a los fatimíes ni a los omeyas, sino a la dinastía zirí
ahora encabezada por Buluggin ibn Ziri. Buluggin ibn Ziri se había librado de
un rival en Argelia como Ya’far y fue capaz de derrotar y expulsar del Magreb
central a los magrawas, que se tuvieron que trasladar a la actual Marruecos.
Por cierto, un hermano de Buluggin se puso bajo el servicio de Almanzor y en la
desintegración del Califato de Córdoba fundó la Taifa de Granada, como ya estudié en un episodio de
Memorias Hispánicas dedicado a esta taifa, así que a quien le interese que lo
escuche.
Pero en
fin, en junio del 972 el califa al-Hakam II de Córdoba ordenó el envío de un
ejército regular andalusí al norte de la actual Marruecos. En teoría su misión
era someter a un príncipe de la dinastía idrisí que dominaba un territorio no
muy extenso y había jurado lealtad a los fatimíes. Sin embargo, este pretexto
podría esconder la ambición de conquistar territorios del Magreb occidental y
ponerlos bajo un dominio más directo omeya para obtener una victoria
propagandística y evitar quedar opacados por el triunfo fatimí en Egipto.
Quizás así se daba réplica a estas acusaciones de cobardía que un poeta
andalusí que se unió a los fatimíes llamado Ibn Hani escribió contra los
omeyas: “si sus escudos de combate parecen ensangrentados, eso se debe a que,
como sus concubinas, están afectados por sus menstruaciones.”
Con orden
de recurrir preferentemente a la indulgencia y el perdón, el ejército andalusí
desembarcó en Ceuta y se movilizó apoyado por la flota califal de Almería. La
campaña inicialmente fue favorable para los omeyas, pero a finales del 972 las
tropas omeyas fueron derrotadas y perdieron la vida quinientos jinetes y mil
soldados de infantería, además del general que dirigía la expedición. El
desastre, casi comparable a la derrota sufrida en Simancas-Alhándega en el 939,
obligó al califa a enviar a su mejor general, Galib, y hasta a los señores de
la frontera como los Banu Tuyib de Zaragoza. Hasta 1.700 hombres del territorio
fronterizo de Toledo equipados con espadas cristianas se unieron a una
expedición para el Magreb en el 973, quien hubiera dicho a los toledanos del
siglo IX que terminarían por obedecer así a los omeyas de Córdoba.
Lo que
está claro es que la campaña no fue una aceifa de tres meses como las que se
hacían habitualmente contra los cristianos del norte, sino una campaña que duró
dos años y que puso al límite la maquinaria militar del Califato de Córdoba. La
campaña fue dura y muy costosa, pues se requirieron de constantes refuerzos
hasta alcanzar entre 7.000 y 10.000 andalusíes movilizados y de más dinero para
comprar por un alto precio la lealtad de notables bereberes. Por ejemplo, un
jefe bereber kutama del Rif del que se decía que era capaz de movilizar a más
de 10.000 hombres recibió sacos de oro, ropas preciosas y caballos para
reconocer al califa de Córdoba.
También
recibió instrucciones precisas para gobernar acorde al islam sunní y la
jurisprudencia malikí, y lo mismo hizo al-Hakam con otras poblaciones como Fez,
lo que es un recordatorio de lo poco o mal islamizado según la ortodoxia que
seguía estando el Magreb en el siglo X. Con estas compras de lealtades, también
se incorporaban a los ejércitos de al-Ándalus algunos bereberes, pero vinieron
muchos más con Almanzor. El incremento de soldados bereberes en al-Ándalus no
fue fácil. Ya unos años antes había estallado en Córdoba una refriega violenta
entre soldados bereberes y militares andalusíes, con apoyo del pueblo llano,
que se saldó con varios muertos y encarcelados magrebíes. Esto es revelador de
las tensiones que podía generar la presencia de soldados de origen extranjero,
que demostraron ser más difíciles de integrar y encajar en la sociedad andalusí
y su aparato estatal que los cristianos o judíos.
La
victoria final contra el príncipe idrisí y los fatimíes por el Magreb
occidental y parte del central fue para los omeyas. Los opositores idrisíes
fueron recibidos en Córdoba y el califa les dio elevadas pensiones, y así
terminó el gobierno de miembros de esta dinastía sobre partes de Marruecos. Sin
embargo, como costaba tanto dinero mantener a los idrisíes y las relaciones con
los omeyas empeoraron, al-Hakam decidió expulsarlos a la Egipto de los
fatimíes. En el 985 el idrisí rebelde regresó al Magreb y se proclamó califa,
pero las tropas andalusíes rápidamente lo redujeron y terminó ejecutado. El
general Galib regresó a al-Ándalus al terminar la campaña en el 974 y fue
recibido con toda la pompa como un invicto héroe de guerra.
Por esta época
el califa cayó gravemente enfermo, y el háyib Ya’far ibn Utman al-Mushafi se
puso al frente de muchos asuntos de estado, incluida la política norteafricana.
Gran parte de las tropas andalusíes siguieron desplegadas un tiempo
guarneciendo ciudades marroquíes como Tánger o Arcila, pero mantener a los
ejércitos califales en activo era muy costoso y se tuvo que reducir la magnitud
del despliegue y confiar más en jefes locales y en Ya’far ibn al-Andalusi, el
antiguo gobernador de M’Sila que estaba bien familiarizado con la política del
Magreb. La guerra en el Magreb había sido costosa, pero ayudó a mejorar el
prestigio de Córdoba, aumentar la influencia de los omeyas, expandir la
ortodoxia sunní malikí, reclutar soldados y jinetes bereberes, y asegurar el flujo
de oro desde el África subsahariana, que era necesario para alimentar la
economía de al-Ándalus.
Unos años
más tarde la ocupación omeya del Magreb occidental y la intensificación de las
relaciones andalusíes y magrebíes tuvo una incidencia fatal para el final del
Califato de Córdoba. Quien fue el verdadero ganador de la guerra fue Muhammad
ibn Abi Amir, conocido para la posteridad como Almanzor. El que pronto se
convirtió en el verdadero amo del Califato de Córdoba había participado en la
campaña siendo encargado de gestionar los fondos y de ejercer de juez supremo
del Magreb omeya. Esto, sumado a los cargos relevantes que ya acumulaba,
resulto ser una concentración muy peligrosa del poder en un solo individuo. Se
dice que los oficiales del ejército no podían hacer nada sin consultarle, y su
paso por el Magreb permitió que Almanzor estableciera unos contactos con
bereberes que fueron claves para su meteórico ascenso político y la usurpación
del poder de los omeyas.
La batalla de Gormaz del 975
Cuando
Galib y sus hombres regresaron triunfantes a Córdoba, tuvieron poco tiempo para
descansar. El conde de Castilla y Álava García Fernández había atacado el
castillo de Deza, en Soria, y mató a su señor bereber musulmán cuando intentaba
evitar el robo de cabras y vacas. El conde castellano había aprovechado la
ausencia de la mayor parte del ejército de Galib en Medinaceli, mientras
también enviaba diplomáticos para renovar la tregua, por lo que, como es
normal, al-Hakam se sintió enfurecido y traicionado. Pero al-Hakam sufrió un
ictus a finales del 974, y tal vez por eso García Fernández logró convencer a
los hombres más poderosos del norte para conquistar el castillo más grande de
Europa en aquella época, el inexpugnable castillo de Gormaz.
https://www.jcyl.es/jcyl/patrimoniocultural/GuiaLugaresArqueologicos/soria/05soria/index.html
Un
al-Hakam con la salud muy delicada ordenó inmediatamente a Galib que partiera
para la frontera con el pequeño ejército que pudo reunir en pocos días y los
soldados que se le unieran en ruta a la provincia de Soria, para levantar el
asedio sobre Gormaz. Galib tuvo que acampar en el otro lado del Duero porque
estaba el río crecido y el acceso estaba bloqueado por fuerzas cristianas,
mientras esperaba más refuerzos. En distintas oleadas poco a poco fueron
llegando voluntarios y esclavos saqaliba para
socorrer a los sitiados, mientras que a los yunds sirios costó más de movilizarles porque algunos ponían
excusas y decían estar enfermos. En Córdoba, las noticias del asedio de Gormaz
causaron conmoción, y la gente rezaba pidiendo a Dios que protegiera a los
musulmanes de Gormaz.
El rey
Ramiro III de León y Sancho Garcés II de Pamplona estaban allí junto a los
condes de Castilla, Saldaña y Monzón, y Ramiro, quizás envalentonado porque
acababa de salir de su minoría de edad al cumplir quince años y quería
demostrar que él era un rey, ordenó un ataque frontal contra el castillo de Gormaz.
Cualquiera que conozca la topografía de Gormaz se dará cuenta de que la
ofensiva fue una locura, porque los atacantes tenían que subir una empinada
colina de varios centenares de metros en los que serían un blanco fácil para
luego enfrentarse a una fortificación muy sólida y guarnecida. Como era de
esperar ante un ataque tan tonto, la guarnición de Gormaz derrotó fácilmente a
la coalición cristiana y los persiguió fuera de las murallas, sin la ayuda del
ejército de Galib. Un día después llegó Galib al producirse una retirada
precipitada de los cristianos y continuó la campaña contra las tierras
castellanas, mientras que el señor de Zaragoza del clan de los Banu Tuyib
aprovechó la desbandada para derrotar a los navarros.
El
sorprendente final del asedio y batalla de Gormaz permitió al Califato salvar
un enclave estratégico, pero también evidenció las debilidades de Córdoba. No
era fácil movilizar y reclutar tropas regulares, y el Califato dependía de los
señores de la frontera con más autonomía política como los Banu Tuyib para
defender las fronteras de estos ataques. El asedio de Gormaz también mostró las
dificultades que tenía el Califato de Córdoba para mantener una guerra en dos
frentes, en el norte peninsular y en el Magreb. Pero lo más relevante era que
se constataba que la recepción de embajadas cristianas y su aparente vasallaje
no eran más que una ficción, ya que los cristianos del norte rompían su
sumisión tan pronto como percibían una oportunidad para deshacerse de la
influencia omeya.
El Veredicto: Rumores
contra gente poderosa
En El
Veredicto de hoy quiero discutir cómo se usan los chismes contra personas con
poder. Los rumores pueden ser difundidos de manera muy deliberada por personas
con intereses muy específicos, a veces para mejorar la imagen de alguien, pero
en la mayoría de las ocasiones para dañar la reputación de alguien. Las
preferencias sexuales de al-Hakam II o la sucesión siempre fueron objeto de
rumores para socavar su legitimidad, hasta el punto de que se rumoreaba que la
madre del heredero tenía un romance con Almanzor. Esa era una calumnia muy
grave, en el contexto de una sociedad islámica patriarcal como la de
al-Ándalus. El gobernador de Córdoba incluso tuvo que encarcelar a algunos
poetas notables y funcionarios públicos que ridiculizaban públicamente al
califa, por lo que era un problema político bastante serio.
Otro
ejemplo histórico es cómo el poderoso magnate castellano Juan Pacheco difundió
el apodo “el Impotente” para el rey Enrique IV. Pacheco también difundió el
rumor de que la hija de Enrique, Juana, no era realmente su hija, sino la hija
de su hombre de confianza Beltrán de la Cueva, por eso Juana fue apodada la
Beltraneja. Las dudas sobre la paternidad de Juana fueron tan serias que Isabel
de Castilla pudo presionar para ser nombrada heredera de la Corona de Castilla.
Así que sí, los chismes pueden causar mucho daño en la política, porque la
gente cree que cuando el río suena, agua lleva. Y con eso, El Veredicto
termina.
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