UN
SIGLO DE ORO PARA LA CULTURA ESPAÑOLA
Lucas Cranach el
Viejo, Edad de Oro, hacia 1530
El término Siglo
de Oro viene acompañado de otros adscribibles por principio a
su misma esfera de competencia reconocida, y sobre los que domina, así como por
una inasimilada convivencia con el de Escuela
de Salamanca y que actualmente ya se hace impostergable dirimir.
Partiendo del primer caso y desde la cáscara, sería preciso recordar el sentido
latino de saeculum,
que el diccionario Corominas, entre otros, explica no solo en su acepción de
‘centuria’, sino también con el valor de ‘época’ o ‘generación’. Se puede afirmar,
en ese sentido, que antes del siglo XVIII, siglo, en el sintagma Siglo de Oro, se entendía como aetas. Asimismo, la
voz edad gozaba de
prestigio pues había sido sancionada por autores clásicos de la nombradía de
Hesíodo o Virgilio. Atesoraba ésta tanto el sentido de ‘periodo cronológico’
(con valor histórico), como de ‘etapa’, metafórica (las célebres edades del
hombre, por dar un caso). Las implicaciones de esta convivencia semántica
resultaron tan variadas, y hasta opuestas entre sí, como la alusión al
reverdecimiento del mito hesiódico de las edades; o la referencia menos
idealista a una suerte de unidad política y cultural recogida por el marbete en
una doble interpretación: se trataba, por una parte, de subrayar la influencia
del gusto clásico; mientras por otra, quienes se sirvieron de la expresión
mostraron su deseo de zafarse del imperio cultural foráneo en defensa de una
literatura nacional dotada de respiración propia. Otras ideas asociadas a la
denominación estudiada aquí tienen que ver con la defensa del castellano como
vehículo literario mediante el cual el escritor era capaz de alcanzar los
mismos frutos que los antiguos habían cosechado sirviéndose del griego y del
latín. El triunfo, en fin, de los modernos, que remite a la antigua querella
entre antiguos y modernos, venía a poner sobre la mesa otro clasicismo
contemporáneo, cuyo principal adalid en Castilla fue Garcilaso, comentado,
elogiado, vuelto a lo divino, biografiado, y puesto aquí y allá como dechado
del lírico contemporáneo a la vez que clásico. Tal vez, el único poeta, entre
los hispanos, jamás preterido.
….El sintagma Siglo
de Oro, en el contexto del pensamiento y las artes españoles, sigue
aludiendo, en el terreno de la periodización, a un momento histórico cuya
concreción cronológica resulta vaga, así como al esplendor en España de
diferentes artes, disciplinas humanísticas y científicas que alcanzaron
singular relieve en el seno de la cultura occidental. También se ha utilizado
para designar un periodo histórico en que la hegemonía política y militar
española fue alternándose con periodos de declive y crisis, sin que la
influencia de la monarquía española en Europa dejara de notarse. Aplicado a la
historia de la literatura española de los siglos XVI y XVII, hay que reconocer
que la denominación no ha despertado la misma curiosidad entre los estudiosos
que otros marbetes, como es el caso de la etiqueta Barroco,
ampliamente debatida y tratada. Parecida suerte ha corrido el rótulo Renacimiento como
categoría periodológica, cuyo uso ha quedado muchas veces reducido a una serie
de oposiciones dialécticas habidas en la cadena
Medievo-Renacimiento-Manierismo-Barroco. De estos eslabones, el más débil de
ellos, como es sabido, ha resultado ser Manierismo, que no ha acabado cuajando
a la hora de trazar el panorama epocal de la literatura española[1].
En el balance trazado por Aurora Egido, la estudiosa advertía de los «usos
parciales e imprecisos» del término que «lo avalan más como tendencia estética
que como parcela de la historia literaria»[2].
Asimismo, el término Renacimiento se
ha incardinado a veces en el más indefinido de Humanismo, como se declaraba en la conocida Historia general de las
literaturas hispánicas:
…..Es frecuente tomar estos dos vocablos de Renacimiento y Humanismo
como sinónimos, aunque a la verdad difieren no poco en su sentido estricto.
Renacimiento es un fenómeno muy complejo, identificado con una época histórica,
y que abarca tanto las letras como las artes, la ideología, la moral, la
política, la economía, la filosofía, las ciencias, la vida toda; mientras que
Humanismo es la corriente más aristocrática, de carácter literario, filológico
y pedagógico, que fomenta la educación y cultura a base de las humanidades, y
principalmente de los clásicos grecolatinos[3].
…..Interesa destacar en las mismas páginas la presencia del
sintagma Edad de Oro en
que habría desembocado el Renacimiento español, momento que, según el autor,
sería privativo de nuestro país e inexistente en otros territorios tales como
el alemán y el italiano debido al quebrantamiento político que siguió al
advenimiento del luteranismo y a la pérdida de la independencia política respectivamente.
Se relaciona, por tanto, la Edad de Oro con un periodo relevante de la cultura
nacional en que la asimilación de lo clásico, que se ha fundido ya con lo
autóctono, logra obras artísticas de singular valor:
…..Nuestro Renacimiento […] fue un
renacer a nueva vida […], más clara, más floreciente, más próspera y, como
todos los Renacimientos, fue esencialmente nacional y cultural. Como nacional,
consistió en un resurgir patriótico con sueños de grandeza; como cultural, fue
acompañado de una cultura literaria, artística y científica, tomada en préstamo
a la antigüedad clásica.
…..Nos falta añadir una nota restrictiva y que precisa
definitivamente el concepto. Esa forma cultural, ese manto de púrpura que la
nación en el día de su triunfo se echa sobre sus hombros, por ser de factura en
cierto modo extraña, romana o griega, tiene carácter de interinidad. Acompaña y
adorna al espíritu renaciente en su etapa de juventud, mientras crecen y llegan
a madurez y perfección los gérmenes de cultura propiamente nacional. Cuando el
elemento nacional y político llega a la cumbre de su grandeza y prosperidad;
cuando el elemento cultural clásico se embebe de tal manera, que hace fermentar
la masa autóctona, produciendo obras de alta perfección formal y de carácter profundamente
nacional, entonces el Renacimiento deja de existir para dar paso a la Edad de
Oro[4].
…..La expresión Siglo
de Oro, pues, remite a un concepto poliédrico (estético, político,
económico, filosófico, etc.)[5], que viene a encerrar en sí mismo los avatares del
pensamiento español de varias centurias[6]. De acuñación dieciochesca[7], el concepto de Siglo de Oro ha venido descansando
sobre dos ideas fundamentales.
…..La primera de ellas radica en el modelo de lengua poética que los ilustrados
quisieron enarbolar como ejemplo de claridad, sencillez, armonía y buen gusto
en el ejercicio de la imitación. El mito de las edades, en este sentido, les
vino como anillo al dedo, ya que, en el seno de una estructura dialéctica,
permitía comparar las virtudes de la lírica del siglo XVI con los excesos
verbales de la centuria siguiente. Incluso dentro de los propios dominios de la
literatura española cabría hacer distinción en la aplicación del término según
el género al que nos estemos refiriendo, aunque es cierto que, en su desarrollo
histórico, la cuestión se ciñó en mayor medida a la poesía del siglo XVI, y más
específicamente a la lírica debido sobre todo al predominio del gusto por lo
clásico y a la propia asociación de esta a la idea de imperio en tiempos de
Carlos V. Vienen a cuento aquí las palabras de Alberto Blecua en que el maestro
recuerda que «al ser el término Siglo
de Oro un concepto a la vez temporal y valorativo, se
comprende que su aplicación a un determinado periodo varíe en cuanto cambien
los valores de una sociedad»[8]. La centuria siguiente vino gobernada en cuanto al
estilo por el conceptismo cuyo libro de cabecera fue, como es sabido, Agudeza y arte de ingenio (1648)
de Baltasar Gracián. Emilio Hidalgo llamó la atención sobre el hecho de que “el
conceptismo graciano es al mismo tiempo filosófico y literario”[9]. En efecto, Gracián no solo ciñe el concepto a la
belleza verbal sino también a la verdad y a la acción moral; lo define como
“armónica correlación entre dos o tres cognoscibles extremos, expresada por un
acto del entendimiento”. Es decir, las asociaciones, en cualquier caso,
dependerán del talento de quien las realice. Generalizando, el jesuita
considera que el concepto es propio del escritor español como la elocuencia lo
es del italiano, etc. En este sentido, se plantea cierta especificidad de la
literatura española que la hace diferente de otras al tiempo que el concepto,
presente en todas las épocas, es la argamasa que le da unidad como producto
nacional. Es sabido que Gracián tenía la poesía por cosa más agradable que
útil, como había declarado en El
Discreto (1646). La función filosófica del ingenio comparece,
pues, en la definición de agudeza de concepto, que no puede entenderse solo en
el contexto de la estética literaria sino sobre la base de la moral graciana.
El XVIII, en esa cadena evolutiva, hizo las veces de movimiento restaurador del
buen gusto imperante en el Renacimiento mostrando alguna vez el deseo de volver
a la grandeza literaria de aquel siglo, como reconoció Velázquez al esperar que
la poesía de su tiempo descansara «sobre el buen pie en que estuvo en su siglo
de oro»[10].
No en vano se editaron muchas obras renacentistas; entre ellas se
publicaron en 1765 en Madrid las de Garcilaso con nuevos comentarios de Nicolás
de Azara y Perera[11]. En otro orden de cosas, pero en el mismo sentido,
no resulta ocioso recordar que la fundación de la Real Academia Española y la
elaboración del Diccionario
de Autoridades tuvieron asimismo una finalidad purgativa contra
los perniciosos excesos barrocos. Ambas empresas, en efecto, nacieron con el
propósito de devolver el esplendor y prestigio a la lengua española, y por ende
a la obra literaria compuesta en esta y cuyos modelos eran sobre todo los
escritores del Siglo de Oro.
No obstante, los ilustrados reconocieron el valor de algunas obras
del siglo XVII en que se habían mantenido el clasicismo, la pureza lingüística,
el gusto por lo bucólico, etc., avales imprescindibles para obtener la
consideración de modelos dignos de ser imitados y estudiados. En este sentido,
el Diccionario de Autoridades ya
tomó a los autores del XVI y XVII como clásicos. Respecto del concepto de Siglo
de Oro nada leemos en sus páginas, lo que no debe extrañar debido a que las
pretensiones de los académicos no eran las propias de un historiador de la
literatura sino las esperables en un lexicógrafo. Es verdad que, bajo la
voz siglo se alude
a las edades hesiódicas de oro, plata, cobre y hierro estableciendo que la
primera de estas es “el tiempo y el espacio que fingieron los poetas haber
reinado el Dios Saturno, en el que decían habían vivido los hombres
justificadísimamente y por extensión se llama a cualquier tiempo feliz”[12]. Como se ve, ninguna alusión al presente. Las
primeras manifestaciones en que el marbete se refiere a lo contemporáneo se
remontan, que yo sepa, a finales del siglo XV y principios del XVI, en que,
emulando a Virgilio, algunos autores, como Juan del Encina[13], lo relacionan con el fin de algún periodo bélico,
la firma de una paz o el cese de hostilidades entre los bandos enfrentados para
afirmar que, a partir de ese instante, se iniciaba una edad de oro en que los
hombres vivirían en armonía, desideratum que
no dejaba de pertenecer al territorio de la utopía.
La segunda idea a la que aludía arriba tiene que ver con las polémicas
dieciochescas con italianos y franceses. Unas palabras de Juan Andrés resumen
bien la cuestión: «Los españoles, con igual razón que los italianos, pueden
gloriarse de tener el siglo XVI por su Siglo de Oro»[14], idea que comulga con la apología de la literatura
española debida al abate Lampillas[15], que venía a ser otra muestra de la necesidad de
reivindicar una Edad de Oro española, o dicho de otra forma, una propia
clasicidad. Lampillas se lamentaba con vehemencia, en la obra que acabo de
citar, de que todas las naciones tuvieran su Siglo de Oro y de que este fuera
asimismo reconocido por el resto de países. Sin embargo, no era así en el caso
español, por lo que no duda en proclamar el XVI como Siglo de Oro español,
equivalente en todo al de León X en Italia o Luis XIV en Francia[16]. A esta última nación parece que se dirige ya
Forner en 1786 en su Oración
apologética por España y su mérito literario, más de la mano de
Lampillas que de la de Andrés. Por dar una menuda muestra del tono de la obra,
me gusta recordar que, en la Oración,
Cervantes es valorado por encima de Descartes y Leibniz. A aquellas alturas no
cabía duda de que el concepto de Siglo de Oro rebasaba el territorio de la pura
periodización de las edades de la literatura hasta alcanzar otro de mayor
relevancia en que el sintagma llegó a convertirse en leit-motiv nacional.
…..Aunque se ha reconocido la vertiente filosófica y científica
inherente al concepto de Siglo
de Oro español, como se ha visto arriba, poca atención, sin
embargo, ha recibido al respecto la presencia de la Escuela de Salamanca en el
entramado cultural español de los siglos XVI y XVII, cuyo concepto ha precisado
Miguel Anxo Pena[17], y para la que Aullón de Haro viene
reclamando la necesidad de integrar la categoría Siglo de Oro en
el ámbito de esta constituyendo así ambos un “par indesglosable” cuyo estudio
conjunto resulta imprescindible para una correcta interpretación de la cultura
hispánica en completo sentido[18]:
…..El operar con la categoría periodológica muy asentada de Siglo de
Oro ha acabado por producir una omisión tan gruesa como absurda según la cual,
al parecer, se ha dado en pensar que cabe asumir aisladamente aquél sin la
Escuela de Salamanca. Tan importante es el primero para la cultura artística
como el segundo para el pensamiento, si es que semejante y artificiosísima
división cupiera hacer, según de hecho se hace. Quedaría fray Luis de León como
el excepcional que confirmaría la regla. [/…] La interpretación esquemática de
la historia cultural española por mecanismo de parte significa, en lo que a la
Edad Media se refiere, pero aún mucho más en lo que al par indesglosable Siglo
de Oro / Escuela de Salamanca, el trazado de base fundamental para la
desintegración crítica de un estudio adecuado de la cultura hispánica. Se trata
de la perpetuación medieval-renacentista-barroca de la visión histórica y
hermenéutica de un desagregado, de una realidad no completa ni formada, a lo
sumo de una excentricidad. Esto significa, sabe bien el lector, la constatación
sostenida de ausencia de toda base específicamente constituida, la carencia de
curso histórico en tanto fundamento bien formado del pensamiento, en realidad
el sugerimiento de la inexistencia del pensar y la crítica como disciplinas
estables o propiamente dichas y, al fin, la implícita confirmación intelectual
de tal inexistencia.
…..Y en efecto, resulta imprescindible el estudio de la producción
teológica, jurídica, filosófica y económica de los maestros de la Facultad de
Teología de la Universidad de Salamanca entre la segunda mitad del siglo XVI y
la primera del siguiente. Por encima de Fernán Pérez de Oliva, la figura
cenital de Luis de León fue no solo línea de transmisión que unió arte y
filosofía en una suerte de obra que exige leerse y estudiarse en su conjunto.
El mayor saber, a juicio del agustino, provenía de las Sagradas Escrituras. El
orden de los saberes, pues, iba creciendo desde la Escolástica hasta alcanzar
aquellas. El compendio de influencias filosóficas, por su parte, reúne
humanismo, judaísmo y cristianismo.
Alain Guy ha resumido en cuatro los temas de la filosofía
luisiana: la teoría del nombre y su significación filosófica, la búsqueda y
logro de la paz, la intuición lírica y el amor y la mística[19]. Solo el catálogo de motivos aconseja la lectura
de fray Luis sin perder de vista su relación con la Escuela de Salamanca como
principal humanista renacentista. A ese catálogo habría que sumar, por ejemplo,
la defensa de la lengua vernácula como vehículo cultural y científico del mismo
rango que el latín o el griego y el debate consiguiente sobre la igualdad de
las lenguas y los derechos de sus hablantes.
En efecto, en la dedicatoria del libro tercero De los nombres de Cristo (1585),
el autor defiende su facultad de escribir acerca de teología en castellano,
porque el asunto no debe determinar la lengua empleada sino el uso adecuado de
esta para tratar sobre lo que se está escribiendo. Quien había osado traducir y
explicar El Cantar de los cantares y
el Libro de Job se
ponía así del lado del humanismo vernáculo defensor del castellano como lengua
apta no solo para la escritura de ficción sino para todos los saberes. Fue
precisamente la adaptación de la escolástica al humanismo uno de los hechos más
significativos debido a los sabios de Salamanca, quienes supieron crear los
vasos comunicantes necesarios entre la tradición medieval hispánica y la
novedad del Renacimiento español, que ha sido a veces curiosamente despachado y
hasta negado, así en los casos tan sibilinos como el de Klemperer[20], quien negó la existencia de una Edad Media y de
un Renacimiento en España, o el de Überweg, autor de una enciclopedia de
filosofía[21].
La escolástica no fue un escollo ni para el humanismo ni para el
Renacimiento español. La historiografía frecuentemente, con ánimo de ir
poniendo puertas al campo, se ha servido de pares enfrentados para explicar el
paso de un momento histórico a otro. Tal ha sido la suerte que ha corrido el
binomio escolástica / humanismo, presentado cada uno de sus miembros como
fenómeno intelectual antagónico representativo de otra dicotomía histórica, la
de Edad Media / Renacimiento. No es preciso recordar que el término humanismo es
de uso moderno. El que se acuñó, en cambio, en el siglo XV fue el marbete humanista, en su
conocida acepción de aquel que cultiva la retórica, la gramática, la filosofía
moral, la historia y la poesía. A estas disciplinas y en sentido muy avanzado
se asocian algunos de los más insignes profesores de la Universidad de
Salamanca durante los siglos XV y XVI, desde El Tostado, Pedro de Osma y
Nebrija. Es decir, la cultura humanística se había difundido ampliamente en las
aulas salmantinas al igual que el tomismo hispánico y el estudio de las lenguas
clásicas. Sabido es que Santo Tomás fue cobrando más fuerza después de Basilea
en detrimento de Pedro Lombardo. La Suma
Teológica respondía mejor al nuevo orden de las naciones que
se había ido imponiendo sobre el antiguo mapa de reinos medievales. Había que
sumar a aquellas los nuevos territorios de ultramar que fueron engrosando las
monarquías europeas cuya realidad hacía necesaria una nueva formulación de
principios de derecho, economía, justicia, etc. En el caso español, la Suma tuvo la
virtud de equilibrar los valores humanos y divinos, de forma que fuera fácil
restañar la posible herida resultante de la fricción habida entre ambos, sobre
todo al concurrir ciencias diferentes de la filosofía o la teología en la
revalorización de los saberes humanos[22]. Miguel Anxo lo ha explicado muy bien: “Una mirada
de este estilo, atenta al hombre y sus problemas, de corte eminentemente moral,
tenía unas repercusiones concretas en el campo jurídico y en la propia
organización social de los nacientes estados modernos”[23].
…..El mismo estudioso señala cuatro ámbitos en que comparecen las
grandes preocupaciones del hombre de la época, a saber: la legitimidad de los
títulos, respecto del dominio español en América; manifestando también el
asunto de la guerra justa y la preocupación por el indio, respecto de la
Conquista; el justo precio; la problemática sobre la obediencia o desobediencia
civil; y el debate sobre la libertad de los mares[24].
Precisamente, la instauración del tomismo como pensamiento
dominante en Salamanca llevada a cabo por Vitoria había acercado la teología a
la realidad, o dicho de otro modo, había puesto la maquinaria teológica a
trabajar para enfrentarse a problemas que afectaban a los contemporáneos,
algunos de ellos provocados por los recientes descubrimientos geográficos. El
tratado de Vitoria, publicado póstumamente, Relecciones teológicas (1557), y el de Domingo de
Soto De Iustitia et Iure (1557)
son buen ejemplo de tal proceder. Uno y otro analizan problemas de preocupación
para el hombre cultivado del siglo XVI a los cuales había que dar respuesta
usando las armas de la teología. Plenamente en el seno del nuevo valor que
había cobrado lo humano en el Renacimiento, la preocupación por la justicia y
el derecho fue de efectiva y permanente disposición en el pensamiento de
Salamanca. De ahí nace la creación legal que sustenta en la igualdad del
derecho a los pueblos, al hombre indígena junto a cualquier otro. Una teología
más especulativa y menos dependiente de proposiciones lógicas podía asimismo
amparar el estudio de las lenguas clásicas que iba a la par del fervor por los
clásicos que fue habitual en el Renacimiento español.
…..La magnitud de los fenómenos intelectuales a los que hemos aludido
arriba colma con creces las casillas metodológicas habilitadas desde diferentes
disciplinas, etimología, historia, estética, filosofía, teología, moral,
historiografía literaria, teoría de la literatura, etc., para acercarse al
contenido que encierra y puede encerrar el rótulo Siglo de Oro. Una
de las virtudes de este término radica precisamente en su capacidad para
amparar una elaboración cultural cualitativamente extraordinaria, que se abre y
es obra en América, de relevancia universal circunscrita en la cronología
principalmente a los siglos XVI y XVII, y que constituye la mayor aportación española
a la cultura de Occidente.
.
NOTAS
[1] «Temas
y problemas del Barroco español», en Historia y critica de la
literatura española. Siglos de Oro: Barroco. Primer suplemento (al cuidado de Carlos Vaíllo).
Francisco Rico (dir.) y Aurora Egido (coord.), Barcelona, Crítica, 1992.
Nótese el título del volumen: Siglos de Oro engloba en el programa de esta
historia literaria las categorías de Renacimiento y Barroco. En el volumen del
que este último es suplemento, B.W. Wardropper defendió el uso del plural con
estos argumentos: “Hoy en día [1983] la expresión Siglo de Oro es comúnmente usada para referirse
al más grande de los periodos de la literatura española, pero carece de
precisión […]. Sin duda alguna lo más adecuado es emplear el plural […] (Historia y crítica de la
literatura española. Siglos de Oro: Barroco, al cuidado de B.W. Wardropper. F. Rico [dir.]. Barcelona,
Crítica, 1983, p. 5). Una década más tarde, A. Egido reconoció que “gana
actualmente la denominación Siglos de Oro divididos en Renacimiento y Barroco”
(«Temas y problemas del Barroco español», ob. cit., p. 1). A este respecto José
Lara Garrido considera que la sustitución de Siglo de Oro por Siglos de Oro “trae consigo un gratuito desajuste
terminológico para quienes se pliegan a aceptarla y que constituye, en la
medida en que rompe –desconociendo- la semántica clasicista de Siglo (saeculum), un pecado de lesa cultura” («Historia y
concepto [sentido y pertinencia del marbete Siglo de Oro]», en Del Siglo de Oro [Métodos y
relecciones], Madrid,
Universidad Europea de Madrid, 1997, pp. 23-56; p. 56).
[2] “Temas
y problemas del Barroco español”, ob. cit., p. 1.
[3]Ricardo
G. Villoslada, “Renacimiento y Humanismo”, en Guillermo Díaz-Plaja
(dir.), Historia general de las literaturas hispánicas, vol. II Pre-Renacimento y Renacimiento, Barcelona, Vergara, 1953, p. 319.
[4] Ibid., p.
320.
[5] El asunto
ha sido tratado desde diferentes perspectivas en valiosos trabajos, aparte,
claro, referencias ocasionales: Alexander A. Parker, “An Age of Gold. Expansion
and Scholarship in Spain”, en D. Hay (ed.), The Age of Renaissance, Nueva York, McGraw Hill, 1967, pp.
221-248 [trad. cast.: La época del Renacimiento, Barcelona, Labor, 1969]; François López, «Comment l’Espagne
éclairée invente le Siècle d’Or?», en Hommage des Hispanistes
Français à Noël Salomon,
Barcelona, Laia, 1979, pp. 517-525; Francisco Abad Nebot, «Materiales para la
historia del concepto de Siglo de Oro en la literatura española», Analecta Malacitana, III (1980), pp. 309-330 y VI
(1983), pp. 177-178; Nicolás Marín, «Decadencia y Siglo de
Oro», 1616, V
(1983), pp. 69-79; J. M. Pelorson, «La noción de Siglo de Oro«, en M. Tuñón de Lara (ed.), Historia de España, V, Barcelona, Labor,
1982, pp. 295-301; Juan Manuel Rozas, «Siglo de Oro: historia de un
concepto, la acuñación del término», en Estudios sobre el Siglo de Oro.
Homenaje al prof. Francisco Ynduráin, Madrid, Editora Nacional,
1984, pp. 413-428 [vid. también “Siglo de Oro. La acuñación del término”,
en Historia de la literatura española en la Edad Media y el Siglo de
Oro, Madrid, UNED,
1976]; F. Abad Nebot, «Sobre el concepto literario de Siglo de Oro: su origen y su crisis», Anuario de Estudios Filológicos, IX (1986), pp. 13-22; José
Lara Garrido, «Siglo de Oro:
considerandos y materiales sobre la historia, sentido y pertinencia de un
término», Analecta Malacitana, XV/1-2 (1992), pp. 173-199 [vid. también «Historia y concepto
(sentido y pertinencia del marbete Siglo de Oro)», ob. cit.]; N. Marín, «Meditación del
Siglo de Oro», en Estudios literarios sobre el Siglo de Oro, ed. de Agustín de la Granja, Universidad
de Granada, 1994, pp. 11-29; Frank Baasner, «Una época clásica controvertida.
La polémica sobre el Siglo de Oro en la historiografía literaria española de
los siglos XVIII y XIX», Revista de Literatura, LX, 119 (1998), pp. 57-78; Begoña López
Bueno, «La poesía del Siglo de Oro: historiografía y canon», en Mª L. Lobato y
F. Domínguez Matito (eds.), Memoria de la palabra. Actas
del VI Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro, Madrid-Frankfurt am Main,
Iberoamericana-Vervuert, 2004, pp. 55-87; Alberto Blecua, «El concepto de Siglo
de Oro» [1978], en Leonardo Romero Tobar (ed.), Historia literaria / Historia
de la literatura, Prensas
Universitarias de Zaragoza, 2004, pp. 115-160; y José Mª Ferri Coll, “Sobre el
concepto de Siglo de Oro según su ideación dieciochesca”, en P. Aullón de Haro
y E. Crespo (eds.), La idea de lo clásico, Madrid, Instituto Juan Andrés de Comparatística y Globalización-Fundación
Pastor de Estudios Clásicos, 2017, pp. 261-272.
[6] Vid.
Alberto Blecua, ob. cit., p. 116.
[7] Remito al
lector interesado a mi trabajo citado arriba: “Sobre el concepto de Siglo de
Oro según su ideación dieciochesca”.
[8] Ob. cit.,
p. 116. Vid. para los otros géneros literarios, pp. 125 ss.
[9] “Origen y
causas de la agudeza: necesaria revisión del conceptismo español”, en Actas del IX Congreso de la
Asociación Internacional de Hispanistas, Vervuert, Frankfurt, 1989, pp. 477-486; p. 477.
[10] Luis José
Velázquez, Orígenes de la poesía castellana, Málaga, Herederos de don Francisco
Martínez de Aguilar, 1797 [1754], p. 174.
[11] Vid. un
buen panorama en el trabajo de Alberto Blecua, op. cit., pp. 123-124.
[12] Vol. VI de
1739. Como testimonio se reprodujeron unos versos de Lope que remiten al mito
pagano del aureum saeculum: «Catholicos interpretes divinos / (guardando a las verdades el
decoro) / trasladaban los versos sibilinos, / y a su felice edad los siglos de
oro». En el Renacimiento había corrido como la pólvora el tópico de la Edad de
Oro a partir de los modelos de Hesíodo en su Teogonía, de Ovidio (Metamorfosis, I, 89 ss.) y de Virgilio (Geórgicas, I, 125 ss.). La edición del Diccionario hispano-americano de 1896 ya recoge la acepción de
«tiempo en el que las letras, las artes, la política, etc. han conocido su
máximo esplendor y su mayor desarrollo en un pueblo o en un país». Bartolomé
Bennassar revisó la presencia del sintagma en diferentes diccionarios y enciclopedias
concluyendo que o bien se ignoraba el Siglo de Oro español o bien se reproducía
sin más el sentido de la expresión que había recogido el Hispano-americano (La España del Siglo de Oro, Barcelona, Planeta, 2001 [1982]).
[13] Vid. Pedro
Ruiz Pérez, «Poética, política y traducción en Juan del Encina», Alfinge. Revista de Filología, 14 (2002), pp. 159-165. En p. 159 puede
leerse lo siguiente: «Como todos los conceptos, el que hoy nos resulta tan
familiar en títulos de libros y denominaciones de asignaturas, de Siglos de Oro tiene su genealogía y su trasfondo
ideológico, que en España aparecen vinculados a los Reyes Católicos y a las
expectativas despertadas con su subida al trono y, sobre todo, con su empresa
de conquista y unificación de la Península. La crítica (Jeremy Lawrence) ha
rastreado la aparición más antigua del concepto en un texto latino de Pedro
Boscà en alabanza de la conquista de Málaga (Roma, 1487), en el que se refiere
expresamente a ‘illa aurea saecula’. Sin embargo, el valor programático de
la designación cobra carta de naturaleza en la Gramática de Nebrija (1492) y su programa de
renovación basado en la idea de que la lengua es compañera del imperio».
[14] Origen, progresos y estado
actual de toda literatura,
Madrid, 1784-1806, II, p. 236. Tomo la cita de Rozas, ob. cit., p. 427.
[15] Saggio storico-apologetico
della Letteratura spagnuola. Contro le pregiudicate opinioni di alguni moderni
Scrittori Italiani, 6
vols., Génova, 1778-1781 [traducido enseguida al español por Josefina Amar y
Borbón].
[16] Años
después, Quintana, que murió en 1857, defendió que la ausencia en España de una
Corte como la de León X o Luis XIV había sido factor decisivo capaz de explicar
la diferencia de nuestra literatura respecto de la italiana o la francesa. Así
en su Introducción histórica a una colección de poesías castellanas ya no se lee el sintagma Siglo de Oro, pese a valorar positivamente a los
príncipes de la poesía renacentista española.
[17] “La Escuela
de Salamanca: un intento de delimitación del concepto”, en Ángel Poncela (ed.), La Escuela de Salamanca.
Filosofía y Humanismo ante el mundo moderno, Madrid, Verbum, 2015., pp. 83-130.
[18] P. Aullón
de Haro, La Escuela Universalista Española del siglo XVIII, Madrid, Sequitur, 2016, pp. 16-17. Para
esto debe verse también su Prefacio a A. Poncela (ed.), La Escuela de Salamanca.
Filosofía y Humanismo ante el mundo moderno, ob. cit., p. 13.
[19] Sigo a
María Martín Gómez, “Fray Luis de León”, en La escuela de Salamanca, ob. cit., pp. 223-267.
[20] “Gibt es
eine spanische Renaissance?”, Logos, 16, 1927, pp. 129-161. Pfandl le
respondió en Cultura y costumbres del pueblo español de los siglos XVI y XVII, Barcelona, Araluce, 1942.
[21] Grundriß der Geschichte der Philosophie .
Vol. III, Grundriss der geschichte der philosophie
von Thales bis auf die Gegenwart: T. Die Neuzeit, von dem Aufblühen der
Alterthumsstudien bis auf die Gegenwart, Berlín, 1866.
[22] Véase el
documentadísimo trabajo de José Luis Fuertes Herreros, “Una filosofía para el
viejo y nuevo mundo en la Universidad de Salamanca (siglos XV-XVI), en La escuela de Salamanca, ob. cit., pp. 23-82.
[23] “La
Escuela de Salamanca”: un intento de delimitación del concepto”, en La escuela de Salamanca, ob. cit., p. 84.
[24] Ibidem.
CITA
BIBLIOGRÁFICA: J.M. Ferri Coll, “Un siglo de oro para la cultura española”, en
P. Aullón de Haro (ed.), Las Escuelas de Salamanca y
Universalista, Madrid,
Recensión, vol. 3 (enero-junio), 2020
https://revistarecension.com/2020/02/02/un-siglo-de-oro-para-la-cultura-espanola/
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